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Hemos venido estudiando que la constitución de la escuela no es un


fenómeno “natural”, sino una construcción propia de la Modernidad realizada
para hacerse cargo de la educación. Vimos que uno de sus principales
elementos es la creación del campo pedagógico y las teorías sobre la
enseñanza. Sobre esto vamos a empezar a trabajar ahora…

El siglo XIX fue el laboratorio de pruebas de la escuela. El pensamiento


educativo moderno se hizo fuerte a partir de una serie de discursos como el
liberalismo y el positivismo fundamentalmente; a los que se sumaron también
las perspectivas sobre el nacionalismo, o el normalismo, entre otros.

El liberalismo plantea la formación de sujetos libres por medio de la educación,


para poder asegurar la existencia del mercado y el ejercicio de la ciudadanía.
Por eso, el sentido de la educación liberal es la formación del ciudadano como
sujeto portador de derechos y obligaciones.

Por otra parte, el positivismo también abonó la causa escolar. La escuela


permite la difusión de la cultura válida (la cultura burguesa), científica y
nacional. Es una institución que tiene como finalidad el disciplinamiento social
para el desarrollo y el progreso de la humanidad.

La cultura que la escuela debía difundir era considerada como la más


evolucionada de todas las posibles, y, por tal, con derecho a desterrar y
subordinar a cualquier otra. Así, por ejemplo en Europa, se construye una
justificación cultural y educativa del imperialismo, por la cual los “blancos
europeos” sometían a las “razas inferiores” para ayudarlas en su camino en la
evolución.

El positivismo también estableció la cientificidad como el único criterio de


validación pedagógica. Esto significa que toda propuesta educativa debía, para
ser considerada correcta, demostrar que era científica. La pedagogía fue
reducida a criterios científicos (de las ciencias naturales) y fundamentada a
aspectos biológicos. Los problemas educativos se pensaron como los
problemas del sujeto que aprende, y las posibilidades de aprender de ese
sujeto estaban determinadas por su raza, sus genes, su anatomía o su grado
de evolución.

De esta forma se podía establecer desde el comienzo quiénes triunfarían en el


terreno educativo y quiénes no tenían esperanzas, de acuerdo a la biología que
los condicionaba. Por ejemplo, se justifica la exclusión de sujetos con
“enfermedades sociales” o “debilidades” provenientes de la raza de origen. El
positivismo educativo podía sostener que los individuos con problemas de
conducta tienen problemas de adaptación al medio y, por ello, son organismos
enfermos. Por el contrario, el individuo que se adaptaba al medio (la escuela)
era un organismo superior y sano.

Fijense, por ejemplo, una publicación de la Revista del Consejo Nacional de


Educación, en 1910. En ella se define a los niños “atrasados” como:
a) la muchedumbre heterogénea que por su organización psíquica y física es
incapaz de aprovechar los métodos comunes de enseñanza;

b) los imbéciles, idiotas, sordomudos, ciegos y epilépticos;

c) los distraídos, como prefieren llamarlos los padres, o atrasados. No son


simplemente anormales y están atacados de debilidad mental por causas
múltiples y pasajeras. Son especialmente los hijos de nuestra masa obrera, con
funcionamiento lánguido del cerebro, producto de una alimentación deficiente.
Perturban la disciplina, ocupan inútilmente un lugar en las clases comunes,
desalientan a la maestra e influyen en sus condiscípulos.

Finalmente, el positivismo construyo también lo que conocemos como


Pedagogía tradicional o dominante, y lo que se ha denominado “detallismo
metodológico” (Tedesco, 1986). Esto presuponía la existencia de un método
pedagógico científico que lograría alcanzar los resultados pedagógicos
esperados, y que se incorporó a la jerga escolar como la búsqueda de la
“receta”. Se consideraba que el sujeto biológicamente determinado a aprender,
expuesto al método correcto, aprendía lo que debía más allá de su voluntad, su
intención o de otro tipo de condicionantes. Esta pedagogía ordenó las prácticas
cotidianas en la escuela, sobre todo a partir del método simultáneo, gradual y
frontal que definió la organización del espacio, el tiempo y el control de los
cuerpos.

Otorgó al docente un lugar privilegiado en el proceso pedagógico, a partir del


que se priorizaron los aprendizajes intelectuales (leer, memorizar, razonar,
observar, calcular, sintetizar, etc.) y el control de los cuerpos de los alumnos
que debían permanecer inmóviles.

Más allá de algunas variaciones, para fines del siglo XIX las prácticas escolares
quedaron conformadas centralmente por el siguiente trío:

 Alumno pasivo y vacío, reducido a lo biológico. Se debe controlar su


cuerpo y formar su mente.
 Docente fundido en el Método, reducido a ser un “robot enseñante”.
 Saberes científicos acabados y nacionalizadores.

Esta manera de entender la educación ha sido revisada y cuestionada a lo


largo del siglo XX, pero escasamente superada. Se han pensado cambios y
reformas, pero la matriz de dicha escuela sigue en pie. Su potencia ha sido tal
que aún no se han construido nuevas ideas de educación con semejante
potencia.

Para ejemplificar algunas de estas ideas, lxs invito a ver dos videos cortos

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