La persistencia monárquica en conspirar con la aristocracia y la
reacción absolutista extranjera que emprendió la guerra contra la Francia revolucionaria [8] aceleró el proceso, impidiendo la vía del pacto que buscaba la gran burguesía y radicalizando la revolución. La dinámica de dualidad de poderes, donde el rey ejercía continuamente su derecho de veto obstaculizando la tarea legislativa de la Asamblea (mientras conspiraba a favor de la guerra), se desarrolló bajo una nueva forma desde la insurrección de las masas parisinas que en agosto de 1792 asaltaron el palacio de las Tullerías contra la conspiración monárquica. En este momento se popularizó la “Marsellesa”, himno de la guerra revolucionaria que se hizo conocido porque lo entonaban los representantes de Marsella que participaron en la insurrección. Dijo Trotsky sobre esta irrupción popular: ¡Qué espectáculo más maravilloso –y al mismo tiempo más bajamente calumniado– el de los esfuerzos de los sectores plebeyos para alzarse del subsuelo y de las catacumbas sociales y entrar en la palestra, vedada para ellos, en que aquellos hombres de peluca y calzón corto decidían de los destinos de la nación! Parecía que los mismos cimientos, pisoteados por la burguesía ilustrada, se arrimaban y se movían, que surgían cabezas humanas de aquella masa informe, que se tendían hacia arriba con las manos encallecidas y se percibían voces roncas, pero valientes. Los barrios de París, ciudadelas de la revolución, conquistaban su propia vida, eran reconocidos y se transformaban en secciones. Pero invariablemente rompían las barreras de la legalidad y recibían una avalancha de sangre fresca desde abajo, abriendo el paso en sus filas, contra la ley, a los pobres, a los privados de todo derecho, a los sans-culottes. Al mismo tiempo, los municipios rurales se convierten en manto del levantamiento campesino contra la legalidad burguesa protectora de la propiedad feudal. Y así, bajo los pies de la segunda nación, se levanta la tercera [9]. La burguesía, que inicialmente no había deseado la ruina de la aristocracia, tuvo que proseguir hasta el fin la destrucción del orden antiguo, presionada por la contrarrevolución y la guerra, aliándose con las masas urbanas y rurales. Las masas parisinas revolucionaron las asambleas de sección e ingresaron masivamente a la Guardia Nacional, ampliando y popularizando su base social. Como síntoma del nuevo estado de ánimo político de las masas, la sección parisina de la Butte des moulins emitió una declaración diciendo “Mientras la patria esté en peligro el soberano (el pueblo) debe estar a la cabeza de los ejércitos, a la cabeza de los negocios, en todas partes” [10]. Irrumpió así la democracia popular, la “democracia revolucionaria de las ciudades” les dirá Trotsky [11], que empujó hacia adelante la revolución y al gobierno de la Convención Nacional, asamblea electa que concentró las funciones legislativas y ejecutivas. Luego de una etapa inicial de disputa con el sector liberal moderado de la burguesía portuaria expresado en el Partido de la Gironda, se impuso el ala radicalizada de la pequeño-burguesía expresada en los jacobinos con Maximilien Robespierre y Jacques Danton [12] a la cabeza. A esta etapa le correspondió el regicidio de Luis XVI y la sanción de la constitución republicana de 1793 –basada en el sufragio universal masculino–, la más avanzada de la época. Su fuerza motriz fueron los sans culottes, pobres y trabajadores manuales urbanos, que actuaron bajo la dirección de la pequeño-burguesía urbana –al tiempo que la empujaron hacia adelante–, dando una perspectiva a la lucha que libraba el campesinado en el mundo rural. Dice Trotsky: “Durante cinco años, los campesinos franceses se sublevaron en todos los momentos críticos de la revolución, oponiéndose a un acomodamiento entre los propietarios feudales y propietarios burgueses. Los sans culottes de París, al derramar su sangre por la República, liberaron a los campesinos de las trabas del feudalismo […] los municipios rurales se convierten en manto del levantamiento campesino contra la legalidad burguesa protectora de la propiedad feudal” [13]. De la convención dominada por los jacobinos surgió el Comité de Salvación Pública en abril de 1793 –la dictadura jacobina– como organismo que centralizó las funciones de gobierno en el contexto de la leva en masa para la guerra revolucionaria contra la doble reacción interior y exterior. La alianza con las masas populares se expresó en las medidas jacobinas como la política de control general de precios para evitar el hambre, la abolición sin indemnización de todos los derechos feudales existentes, la confiscaron y venta de la tierra de los emigrados y la abolición de la esclavitud en las colonias francesas [14]. Esto último, que marcó un giro en relación a la política previa de la Asamblea Nacional, que había rechazado peticiones de los mulatos de Santo Domingo –actual Haití– reclamando igualdad de derechos políticos con los blancos, condicionada no solo por la radicalización del proceso francés sino por la propia lucha anticolonial antillana –que a su vez fue estimulada por aquel–. Pero la conquista de la libertad no dependió de ningún decreto francés [15] sino que sobrevino luego de una heroica rebelión, tras la cual en 1804 la Revolución haitiana se convertiría en la única rebelión de esclavos triunfante en toda la historia de la humanidad conquistando la independencia. Pero la etapa más radical, popular y democrática de la revolución, la que expresó la “revolución dentro de la revolución”, se sustentaba en una alianza social contradictoria que revelaba que si la pequeño burguesía había aceptado una alianza social con los sans culottes, no había asumido sus objetivos sociales ni sus métodos políticos. Los jacobinos se apoyaban en las masas populares no propietarias (o con propiedad muy pequeña) y empalmaron con las necesidades y estado de ánimo de esas masas bajo las condiciones impuestas por la situación revolucionaria general. La planificación económica que exigían los sans culottes, cuyo ideario tendía al igualitarismo social, fue implantada bajo presión de las masas menos por concepción que por las necesidades que imponía la defensa nacional de alimentar, equipar y avituallar a la población en armas bajo las condiciones impuestas por el bloqueo y el sitio de Francia. Pero la contradicción terminó horadando la base popular de la dictadura jacobina, que finalmente cayó con el golpe de Estado del 9 termidor del nuevo calendario revolucionario (27 de julio de 1794), iniciando un proceso de reacción social y política (sobre la base de las conquistas centrales de la revolución) que, más adelante, derivó en el restablecimiento del imperio por parte de Napoleón Bonaparte.