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LUISA J.C
A mis tres ángeles
Iñaky mi hijo, a papá y a mamá.
Dos días después de haber llegado al hotel, a las seis de la tarde llaman a
mi puerta; me levanto desganada, a ver qué quiere la petarda esta. Se está
portando un poco mejor, pero no termina de gustarme su forma de ser; me
tiene en tensión por lo que vaya a decir. El caso es que, en las reuniones que
estamos teniendo, habla muy distinto a como me tiene acostumbrada. Sigo
sin cogerle el hilo. Abro la puerta y me encuentro con Marcos. «¡Hombre!»,
le digo, «¡pasa!».
Se sienta en la única silla que hay; yo, en la cama. Me propone salir a
tomar algo.
―Sí, me apetece; así desconecto un poco de todo esto.
―Vamos, entonces.
Cojo mi bolso y, al salir, le digo que voy a avisar a mi compañera que me
voy.
―Ah, ¿que has venido acompañada?
―Sí.
Cuando Valeria abre la puerta y nos ve, su gesto no me gusta, pero la
ignoro.
―Valeria, que me voy con Marcos a tomar algo. Hasta luego.
―Adiós ―me dice toda seca.
Lo siento, igual se creía que le iba a decir que se viniera conmigo, pero no
me apetece nada estar con ella más tiempo que el necesario. Me cansa.
Nos vamos paseando hasta Las Ramblas. Marcos va muchas veces a
Barcelona y él sí controla los buenos sitios, en su criterio, claro. Cuando
llegamos, nos metemos en una cafetería a tomarnos unas cervezas. Me resulta
extraño estar con él como si nada y fuera de Madrid. Qué curiosa es la vida.
―¿Cómo te va la vida, Iratxe?
―No me puedo quejar: tengo mi trabajo, mi casa, mi gente está toda bien,
yo también.
―Ya veo que sigues trabajando en el mismo sitio.
―Sí, estoy contenta; ¿para qué cambiar?
―¿Tienes novio, o te has casado ya? ―Me río.
―Ni una cosa ni la otra. ¿Y tú?
―Yo tampoco. Me dejaste muy marcado; no he podido rehacer mi vida.
Le doy un golpe en el brazo, riéndome. «¡Qué tonto eres!».
―No tengo novia. Después de estar contigo, estuve con Ana, una tía muy
maja. Nos llevábamos muy bien, pero descubrimos que lo nuestro era más
amistad que amor. Y para qué seguir. Nos llevamos estupendamente, salimos
de vez en cuando, pero nada más.
―Yo he estado con un par después de ti, y nada, no ha cuajado con
ninguno. Lo que tú dices: nos llevábamos bien, pero no había pasión entre
nosotros.
―Nosotros teníamos buen sexo. ¿Por qué lo dejamos? Muchas veces lo
pienso, Iratxe; estábamos bien y, de pronto, nos empezamos a distanciar y
eso. ¿Por qué nos pasó?
―No lo sé. Muchas veces las cosas pasan sin más, porque tiene que ser
así. Lo bonito es que, mira, podemos estar tomándonos algo sin
recriminarnos nada.
―Cierto.
Cenamos y nos vamos a tomar unas copas. Una cosa nos llevó a otra y
acabamos en la puerta de mi habitación; nos miramos y, sin decirnos nada,
entramos. Nos abalanzamos uno al otro y nos besamos como dos
desesperados, las manos suben y bajan, nos tocamos y, sin soltarnos, nos
vamos a la cama. Como podemos nos vamos desnudando, tenemos prisa, no
queremos preliminares, tenemos ganas de sexo, y me abro para él. Me
penetra. Y con un buen ritmo vamos disfrutando de lo que estamos sintiendo,
hasta que nos viene el clímax y jadeamos juntos. Marcos se retira y se tumba
al lado mío.
―Muy rico, como siempre; así lo recordaba ―me confiesa.
―Sí, totalmente de acuerdo.
Después de un rato, Marcos dice que se va. Me parece bien. Me meto en
la ducha y me deleito con el agua caliente. Salgo, me pongo unas bragas y me
voy a la cama. «Ha sido buen día», pienso y me quedo dormida.
Contenta
Pasan los días y aún sigo de baja. Estoy yendo a rehabilitación y, aunque
lo llevo bastante bien, la situación a veces me desespera. Hoy es un día malo,
me está sobrepasando el no hablarme con mi madre y llevo unos días un poco
desagradables con Valeria. No es justo, pero en el fondo de mi ser la culpo de
la situación con mi familia. Cuando Valeria llega a casa después del trabajo,
estoy de tan mal humor que, según entra, me ve y dice:
―Mal día, por lo que veo.
―Pues sí, muy malo ―le suelto de muy mala manera.
―¿Quieres hablar?
―Pues sí, vamos a hablar. A ver, no quiero seguir con esto, Valeria.
―¿Con qué?
―Con nuestra relación; no lo llevo bien.
―¿No lo llevas bien? Una pena ―me dice irónicamente.
―Sí, verdad. ¡Una pena que me está costando a mí no hablarme con mi
madre! ―grito.
―Lo primero, a mí no me chilles. Lo segundo, si tu madre no te habla
porque estás con una chica, el problema lo tiene tu madre, no tú. Y tercero, si
todo se basa en esconderme, sí, esto se acabó, claro que sí. Porque tú lo
estarás pasando mal por tu situación familiar, pero ¿has pensado un poquito
en mí?, ¿en lo que siento, en lo que me haces cuando tus amigas vienen a
verte? Me echas de tu casa, porque, aunque lo sepan, no quieres que me vean
aquí contigo; y estoy tragando y tragando, pero mira, ya no. Así es que no te
preocupes, que ahora mismo cojo mi maleta y me piro.
Como estoy tan jodida, en ese momento es lo mejor que me puede pasar,
que se vaya. Se terminó, volveré a mi vida normal y con el tema de mi madre
ya hablaré con ella. Volverá a ser todo como antes. Media hora después,
Valeria sale del cuarto con su maleta.
―Que te vaya bien; adiós ―me dice.
―Igual. Adiós ―contesto.
Ya está, se fue. ¿Qué siento? Ahora mismo, descanso. ¿Por qué? Porque
se terminó lo que me está alejando de mi familia. ¿Seguro? ¿No será porque
eres una cobarde y no quieres afrontar que estás enamorada de una mujer y
gritarlo al mundo? Puede ser, pero es lo mejor para todos.
Ahora que ya terminó todo, iré a ver a mi madre y solucionaremos esto.
Mando un mensaje a las maris.
―Chicas, acabo de dejar a Valeria. La situación me puede; no puede ser.
Carla contesta:
―Iratxe, si tú crees que es lo mejor para ti, perfecto, pero creo que te
equivocas. ¿Cómo estás?
―Bien, parece que me he quitado un peso de encima.
―¿Has hablado con tu madre? ―me pregunta Sole.
―Aún no.
―Es tu decisión. Espero que no te hayas equivocado y a partir de ahora
seas cien por cien feliz ―me dice Jimena.
―Eso espero.
―Es muy fuerte lo que dices, Iratxe. Nosotras, cuando hemos ido a tu
casa, hemos visto que ella te tiene en un pedestal; todo lo que necesitabas te
lo daba, incluso la felicidad, porque lo hemos visto todas, cómo os mirabais.
Y ahora dices que te has quitado un peso de encima; no lo veo justo por
Valeria ―me dice Sofía.
―Pues, así lo siento ahora mismo, Sofía.
―¿Cómo se lo ha tomado ella? ―pregunta Carla.
―Mal; ha hecho su maleta y se ha ido.
―Bueno, pues lo dicho, esperemos que sea para mejor. Tengo que
dejaros, que viene mi madre a por unas cosas. Besos ―se despide Carla.
Cuando termino de hablar con mis chicas, estoy de peor humor que antes.
¿Tienen razón y no he sabido hacer las cosas bien? Ahora mismo pienso que
es lo mejor. Espero no equivocarme.
9
Sola. Me encuentro muy sola. Todavía no he dado el paso de hablar con
mi madre. Hace una semana que Valeria se fue de mi casa; la echo mucho de
menos, pero sé que ha sido mejor así. A ver si saco fuerza para ir a casa de
mis padres y decirles que ya no está. Sigo de baja; me quedará, como mucho,
dos semanas más y me mandarán a trabajar. A ver cómo nos llevamos en el
trabajo, porque encima de todo tenemos las mesas juntas. O sea, que nos
tenemos que aguantar mutuamente.
Dos días después, me levanto pensando en que hoy voy a hablar con mi
madre. Me ducho, me visto y me voy a rehabilitación. Al terminar pienso ir
derecha a por ello. De hoy no pasa, porque me está destrozando por dentro.
Me dirijo al metro para ir al fisio y veo a mi hermano César.
―¡César! ―grito.
Él me mira, viene y me da un beso.
―¡Anda! ¿Dónde vas?
―Al metro, que voy al fisio.
―¡Joder! Perdóname no haber ido a verte, pero es que entre unas cosas y
otras no tengo tiempo para nada.
―No te preocupes, César; yo también he estado liada.
―¿Cuándo vas a hablar con mamá?
―Pues, mira, hoy pienso ir.
―Me alegro, porque lo está pasando bastante mal.
―Ya, imagino. Tengo que dejarte, que al final llego tarde.
―Vale. Ya hablamos.
Me vuelve a dar un beso y seguimos nuestros caminos.
Estando ya por terminar mis ejercicios, no dejo de dar vueltas a la cabeza
sobre lo que le voy a decir a mi madre. Tengo por delante un marrón. Hasta
que no vea a mi madre, no sé cómo va a salir la cosa. Espero que todo se
solucione.
Cuando llamo al portero, mi madre contesta.
―¿Quién?
―Mamá, soy yo, Iratxe.
Se oye el pitido de puerta abierta. Suspiro y entro. Monto en el ascensor.
Al llegar, veo que tiene cerrada la puerta. «Es cojonuda», pienso. Llamo al
timbre y me abre. No tiene intención de darme un beso, pero yo me inclino a
dárselo. Por lo menos no se retira.
―¿Quieres un café? ―me pregunta.
―Vale.
Se pone a preparar el café y me siento en la mesa de la cocina; esa mesa
camilla, con sus faldas, que aún la sigue teniendo y que no se cambiará
mientras ella esté viva; eso es lo que dice siempre. Cuando se sienta enfrente,
con los cafés de por medio, me mira pero no habla. Y vuelvo a pensar: «Es
cojonuda. No me lo va a poner fácil, ni siquiera ahora que estoy en su casa».
―Bueno, mamá. Vengo a pedirte disculpas por lo que pasó. No me tenía
que haber puesto de esa manera, pero también tienes que reconocer que tú te
pasaste. Ya no tengo quince años, entiéndelo, y me superó todo esto.
―¿Sigues con esa chica?
―No, ya no.
―Bien, entonces ahora sí te voy a aceptar las disculpas ―me suelta.
Veo fatal lo que me está diciendo. ¿Qué pasa si siguiera con Valeria? ¿No
habría podido ser esta conversación?
―¿No me hubieras disculpado si siguiera con Valeria?
―No, no puedo permitir que estés con una mujer.
―Mamá, estás siendo muy egoísta, ¿no crees?
―No, lo que no está bien, no está bien.
―Mira, no voy a discutir contigo porque ya no estamos juntas, pero si
hubiera sido lo contrario, estaríamos teniendo unas palabras.
―Ninguna, no lo aceptaré nunca.
―Muy bien.
En ese momento entra mi padre. Cuando me ve, su cara es de alegría pura.
Él es muy diferente a mi madre, él sí me ha llamado y el pobre se disculpaba
por el comportamiento de ella. Estoy un rato con ellos hablando y me voy.
Quiero irme a casa; necesito pensar, estar sola. La actitud de mi madre me ha
descolocado un poco.
Me siento una mierda…
10
Dos semanas después, vuelvo al trabajo. Estoy deseando ver a todos, pero
a Valeria mucho más. Faltan algunos, entre ellos Valeria. Nos besamos,
abrazamos y reímos. Van viniendo y terminamos sentándonos ya, porque es
la hora. Ella no ha venido. «Joder, qué casualidad», pienso. Después de
quince minutos no aguanto más y pregunto por ella.
―Chicos, ¿y Valeria?
―Valeria ya no curra aquí; se fue hace un mes y pico.
―¡Ah! ―contesto.
Me acaba de hundir en la miseria las palabras de Jaime. Esto sí que no me
lo esperaba; ha tenido los cojones bien gordos. Mira, mucho más valiente que
yo, que me siento fatal por todo lo que he hecho y lo mal que lo he hecho.
«Ahora te jodes, Iratxe», pienso. Me lo merezco, todo lo que me está pasando
me lo he buscado yo. Pensaba que una vez que me pusiera a trabajar, con
verla me valdría, pero no va a ser así ya. Ella es mucho más lista que yo, más
franca.
Termino mi primer día, que, por cierto, ha sido un día de mierda. ¡Qué
ganas tenía de que pasara! E irme a casa a hartarme a llorar, que es lo único
que me apetece. Y así pasa. Según entro en mi casa, corro al salón y me tiro
en el sillón. Lloro con tanto desconsuelo que hasta me asusto yo misma.
Estoy destrozada.
Van pasando los días y no levanto cabeza. No tengo ganas de hablar con
nadie y menos con mi madre. En el fondo, la culpo a ella de todo lo que me
está pasando, aunque sé que la única culpable soy yo, por no enfrentarme a
ella y decirle lo que siento. Mi madre me llama cada día porque está viendo
cómo voy y no le está gustando nada; no para de decirme que tengo que salir
y distraerme, pero ella sabe tan bien como yo por qué estoy así, pero le puede
más su orgullo, por lo menos es lo que pienso. Mis amigas están más
preocupadas, si cabe, por mí. Ellas nunca me han visto así; hemos pasado
juntas muchas cosas, pero nunca a este grado. Yo creo que lo que tengo es
una depresión. Ahora mismo me da igual, quiero sentirme así de mierda, lo
necesito. Mi vida se ha convertido en eso mismo, una mierda: me levanto,
voy al trabajo, hablo poquísimo con mis compañeros, que también están
preocupados por mí. Ellos también me conocen y saben que algo gordo está
pasando. Sin embargo, de mi boca no sale ninguna explicación, con lo cual
ellos están alertas, aunque no pueden hacer nada por mí. Salgo del curro y me
voy derecha a casa. Muchos días ni siquiera me paro a comprar algo para
cenar, apenas como. O sea, que me da igual cenar que no.
Hay veces que cojo el teléfono y marco su número, pero no doy a llamada
porque no sería justo que la molestara para yo sentirme un poco mejor. No
quiere saber nada de mí y eso se lo tengo que respetar como ella respetó mi
decisión. ¡Me está costando tanto!
Tengo mensajes de las maris. Jimena propone hacer una quedada; todas
están de acuerdo. Yo sé que lo están haciendo por mí, para que salga y me
distraiga; son un encanto, pero no me apetece. El problema es que a ellas no
se les puede decir que no. Cuando el problema lo tiene una, es así siempre; lo
he hecho por ellas y ahora ellas lo están haciendo por mí. Al final contesto y
les digo que cuando quieran, a lo que me dicen que mañana a la una en el
Akelarre, y que luego nos vamos a comer todos juntos. Tengo ganas de ver a
los peques; ¡cómo crecen estos niños!
A la una estamos en el Akelarre, nosotras cinco. Luego vienen los maridos
y los niños. Antes que nada, primero unas palabritas para mí.
―Bueno, ¿y tú qué tal? ―me pregunta Sole.
―Ahí voy, jodida.
―¿No has vuelto a saber de ella?
―No.
―¿Y cuándo vas a dejar de hacer el tonto y la vas a llamar?
―No lo voy a hacer, Sole. Todo lo que me está pasando es culpa mía. Yo
fui la que la echó de mi vida, así es que ahora no tengo derecho a nada.
―Vamos a ver, Iratxe ―me dice Jimena―: no puedes seguir así. Tú
quieres estar con ella, pero no quieres hacer daño a tu madre, y no quieres
reconocer al mundo que ella es tu todo, tu chica; te avergüenzas y estás
poniendo la excusa de tu madre. A las madres se les respeta, pero si por una
ideología tu madre no está de acuerdo contigo, no pasa nada. Tú tienes que
hacer tu vida e intentar que ella esté contigo en esa vida; y si no puede ser,
pues que se aparte y te deje ser feliz. ¿O es que prefiere verte hecha una
mierda, pero con un tío? Eso no puede ser.
―Ya.
―Tienes que solucionarlo ―continúa Sofía―. Tú siempre has tenido un
brillo en los ojos, que desprendían felicidad. Ahora esos ojos reflejan la
tristeza que tienes dentro de ti. Iratxe, tienes que coger el toro por los cuernos
y ser franca contigo misma. Hasta que no lo seas primero contigo no vas a
poder dar el paso de serlo con los demás. A Valeria no la conocemos mucho,
pero lo poco que hemos visto o, mejor dicho, que nos has dejado ver, nos ha
gustado. Cómo te mira, cómo te trata y cómo se desvive por ti. Y tú lo sabes
mejor que nadie, que la has tenido escondida para que nadie supiera de
vuestra relación, y aun así ha tragado y tragado hasta que le has dicho adiós.
Yo no hago más que mover la cabeza asintiendo. Tienen razón en todo lo
que me están diciendo.
―Y encima se mosquea porque se ha ido del curro y no la puede ver
―dice Sole―, ¡con un par! ―Nos echamos todas a reír, porque sabemos que
es así.
―Bueno, ¿y qué tienes que decir al respecto? ―me pregunta Carla.
―Poca cosa, la verdad. No sé qué hacer, tengo tal lío en mi cabeza. No os
puedo decir mucho más.
―Pero tú sí sabes que estás así por Valeria, ¿no? Eso lo tienes claro.
―Sí.
―Algo es algo. A ver, Iratxe ―insiste Carla―, yo lo que haría sería,
primero, hablar con Valeria, ver si podéis retomar la relación, porque a lo
mejor ella no quiere ahora. Date cuenta de lo que ha hecho: ha dejado su
trabajo por no estar a tu lado; le has hecho daño, eso lo sabes y lo tienes
claro, ¿verdad?
―Sí.
―Bien. Segundo, una vez hablado con Valeria y tener todos los puntos
claros, hablar con tus padres, aunque sabemos que, en este caso, el problema,
entre comillas, es tu madre. Necesitas tener el apoyo de tu padre, que esté ahí
para que te dé fuerzas. Incluso, a tu hermana, porque de César creo que vas a
tener poco apoyo, ya que este va a su bola y le da igual por donde tires;
tampoco se va a mojar, pero Ángela sí lo va a hacer, estoy segura.
―Sí, ella me apoyaría, lo sé.
―Vale, pues ya tenemos dos pasos hechos. Ahora, el tercero, y no por
ello menos importante, ya que todo depende de este: es que tú aceptes tu
condición sexual, que no te importe que te vean con Valeria de la mano, darle
un beso, abrazarla, sin tener prejuicios y sin pensar en lo que puedan pensar
los demás. Si decides tirar hacia adelante, tiene que ser al cien por cien, por
Valeria y por ti.
―Chicas, si yo sé que tenéis razón, en todo. Pero no tengo fuerzas ahora
mismo para luchar, ni por Valeria, ni por mi madre.
―Iratxe ―me dice Jimena―, eso no puede seguir así, tú lo sabes.
Nosotras hemos pasado por momentos difíciles con nuestras parejas y lo
hemos intentado y aquí estamos, felices. Tú tienes que hacer lo mismo, luchar
por lo que quieres. Y si sale mal al final, que sea por vosotras, no porque
nadie te diga que eso es inmoral y que no está bien.
―Os prometo que voy a plantearme todo lo que me habéis dicho, y que
voy a levantar cabeza, de verdad.
―Eso esperamos ―dice Sofía.
Me levanto y me acerco a ellas.
―Venga, un abrazo de grupo, chicas. ―Se levantan y nos abrazamos. Os
quiero. ¡Qué haría sin vosotras!
―¡Y nosotras a ti!
―Venga, que ya van a venir los chicos. ¿Dónde queréis que vayamos?
―pregunta Sole.
―Vámonos a tomarnos unas hamburguesas de esas ricas, que llevo un
montón de tiempo sin ir ―les propongo.
―Pues, venga. Vamos a darle el capricho a la niña. ―Sonríe Sofía.
Cuando vienen los chicos con los peques, ya estamos más relajadas. Mis
niños me quitan todas las penas. Martín, tan resabio, es el hijo de Jimena y
Arturo. Erika y Marta son las hijas de Sole y Javi. De momento, no se ve que
vayan a agrandar la familia. Son los tres nuestros niños, tres preciosidades;
los mimamos y consentimos todo lo que podemos o nos lo permiten sus
padres.
En el restaurante, pedimos y disfrutamos de nuestra hamburguesa
preferida. Los chicos se han decantado por unos costillares a la barbacoa, que
también tienen una pinta estupenda. Hablamos, nos reímos y disfrutamos de
nuestra compañía. La verdad, que hacemos un grupo muy majo. Nosotras nos
llevamos genial y los maridos han encajado con todas. Me gusta esta
cuadrilla que tenemos. Jimena ya está ideando una quedada al pueblo de sus
padres. ¡Mira que le gusta a su madre que nos vayamos todos para allá unos
días! A mí me parece muy buena idea, y con el puente que tenemos por
delante, empezamos a hacer planes. Nos gusta mucho ir a su pueblo, un
pueblo de Zamora llamado Villarrín de Campos. Allí Jimena tiene una
cuadrilla impresionante. Siempre que hemos ido nos han tratado de maravilla
y son gente estupenda. Y los padres de Jimena son personas encantadoras;
siempre disfruto de los mimos que su madre nos da a todas.
Una vez que ya hemos organizado el viaje, nos vamos hacia una cafetería
que tiene un parque, para que los niños jueguen un rato mientras nosotros nos
tomamos unos cafés. Por cierto, el café irlandés que hacen es el mejor de
todo Madrid, por lo menos para mí.
Paso un buen día disfrutando de la compañía de esta familia que tengo.
Luego, nos despedimos, y sigo mi camino hacia casa. Allí le empiezo a dar
vueltas a mi cabeza, sobre qué hacer y cómo hacerlo. Mis amigas tienen
razón. Primero, tengo que tener claro lo que quiero y si lo quiero al cien por
cien. Y sobre todo, dejar de avergonzarme de que me guste Valeria.
11
Van pasando los días y hago mi vida como puedo. O mejor dicho, lo
mejor que puedo. Mi padre está preocupadísimo por mí, me llama todos los
días para ver cómo estoy y qué hago. Lo que le cuento no le gusta nada. Él
me habla de Valeria, me dice que dé el paso para estar con ella, que lo único
que ellos quieren es que yo sea feliz, pero yo sé que eso lo dice él, no mi
madre. Esto está pudiendo conmigo. Mi madre, cuando me llama, es como si
todo fuera bien, como si yo estuviera de lujo y mi vida fuera maravillosa. Me
cuenta sus cosas y no pregunta nada que pueda ponerla en un aprieto. Pienso
que es muy egoísta por su parte, esa es la sensación que tengo cuando cuelgo
el teléfono. Por eso, muchas veces me dan ganas de decirle que, si lo quiere
como si no, Valeria es una parte muy importante para mí. Luego no lo hago,
y me meto en mi mierda otra vez.
En el trabajo intento estar más animada. Mis compañeros ya se
encontraban tan preocupados que se estaban haciendo demasiadas preguntas.
Entonces, como no me apetece contarles el motivo de mi desgana, hago de
tripas corazón para que no se me note. Pero una vez que salgo y me voy hacia
el metro, sola, sin la compañía de esa compañera que no paraba de hablar y
que era tan pesada, me hundo.
La echo tanto de menos.
Cuando llego al barrio decido pararme a tomarme un café en una terraza.
Mientras estoy esperando a que me lo pongan, veo a mi madre pasar por
delante. Ni me ha visto.
―Mamá ―la llamo.
Ella gira la cabeza; me ve y sonríe. Me da pena lo que pienso de ella desde
hace un tiempo, pero bueno.
―Hola, hija. ―Me da un beso―. Iba a verte a tu casa.
―Hola, mamá; siéntate y tómate un café, que yo me lo acabo de pedir.
―¿Has llegado ahora de trabajar?
―Sí, acabo de llegar.
―¿Qué tal el trabajo? ―me pregunta.
―Bien, como siempre, sin novedades. ¿Y papá?
―Papá se ha quedado en casa; le he dicho que venga pero no ha querido.
―¿Y cómo es que te has dejado caer por aquí? ―le pregunto.
―Pues, para verte, porque hace tiempo que no te veo; no vienes a casa y
tenía ganas de verte.
―Muy bien. Pues, mira por dónde, tengo que hablarte de una cosa.
Ella me mira sospechosamente, imagino que porque sabe muy bien de lo
que le voy a hablar. Quizás mi padre ha sido el que la ha impulsado a venir,
diciéndole que está tirando mucha tierra encima de mí, que es lo que me dice
mi padre.
―¿Y qué me quieres decir?
―Mejor lo hablamos en casa.
―Vale. ¿Has hablado con tu hermana?
―Sí, ¿por?
―No, por saber si habíais hablado. Yo estuve ayer en su casa. Madre,
¡qué lío con tus sobrinos!
―¿Qué han hecho? ―le pregunto.
―Nada, que ahora como tienen los exámenes, que si a uno le tiene que
llevar a la biblioteca porque tiene que estudiar y hacer unos trabajos con sus
compañeros; al otro, que si al fútbol y luego a estudiar. No para, hija. Ya le
digo, como sigas así no vas a parecer ni tú.
―Me dijo que estaba más delgada.
―¿Más delgada? ¡Estaba flaca flaca! Vamos, que como siga así va a
quedarse echa un asco.
―Joder, mamá; tú siempre dando ánimos.
―No, hija, es que tendrías que verla.
―Sí la he visto. Es que a ti te gusta que estemos tirando a gorditas.
Cuando dejamos de tener las lorzas, estamos fea de flacas.
Nos tomamos el café, pago y nos vamos para mi casa. Por el camino voy
pensando en qué le voy a decir; espero que lo comprenda porque ahora sí
estoy decidida. Aún no he hablado con Valeria, pero da igual. Tanto si sale
que sí, como si sale que no, mi madre tiene que aceptar lo que yo siento,
porque a mí me ha costado, pero ya he decidido que quiero estar con Valeria
al cien por cien, en las buenas y en las malas. La quiero a mi lado; ella me ha
dado tanto por tan poco.
Llegamos y nos dirigimos al salón. No me quito ni los zapatos; no quiero
perder tiempo. Y según nos sentamos, empiezo a hablar.
―Vamos a ver, mamá; yo llevo una temporada que no estoy bien.
―No entiendo por qué.
―No te hagas la tonta. Vamos a tener una conversación muy seria tú y yo.
―¡¡Ahh!!
―Mira, yo nunca había estado con una chica, nunca me atrajeron, la
verdad. Pero conocí a Valeria y ella es diferente. ―La cara de mi madre es
un poema, pero yo sigo―. Me gusta, me trata como una reina, me atrae y me
hace sentir lo que nunca ningún hombre ha conseguido, subirme a la luna y
bajarme en las nubes. ―Quiere meter baza, pero yo le hago una señal para
que se calle; ella lo hace y yo sigo―. Me ha costado entender qué es lo que
yo quería realmente, pero también me he reprimido por ti, porque sé que a ti
esto no te gusta, porque las vecinas van a hablar, porque no entra en tu
religión… Yo dejé a Valeria por ti, y ha llegado el día en que te diga que, si
ella aún quiere algo conmigo, o lo aceptas o tendremos que dejar de vernos,
porque con mi pareja al fin del mundo. Y si tú no quieres verla a ella, pues
entonces a mí tampoco. ―Intenta volver a meter baza, pero la corto―. Tú
estás viendo cómo estoy sin ella y no sé si es que puede más que las vecinas
no hablen o que tu hija sea feliz, pero ya está decidido. Ya soy mayorcita para
saber lo que tengo que hacer. O sea, que nunca te avergonzarás de mí porque
yo haga en público cosas que sé que serían vergonzosas para ti. Solo ten en
claro que mi chica es mi chica. Ahora dime qué piensas.
―Pues, mira, te voy a ser tan sincera como lo has sido tú. He rezado todos
los días para que se te cruzara un chico y perdieras la cabeza por él. Es
verdad que no pude soportar y aún me cuesta que estés con una chica, que no
vaya a tener nietos por tu parte.
―Mamá, eso es arcaico. Ahora hay tantas cosas para poder ser madre sin
estar con un hombre.
―Bueno, claro, eso sí. Pero mira, yo hoy venía a hablar contigo porque
no quiero verte así. Te mentiría si te dijera que no me importa, pero como me
dice tu padre, antes de todo estás tú. Y es verdad, mi niña tiene que ser feliz,
y si tiene que ser con esa chica…
―Se llama Valeria, mamá ―la corto.
―Bueno, pues, con Valeria. La aceptaré en mi casa como he aceptado a
las parejas de mis otros hijos.
Se me caen las lágrimas solas. Después de todo lo que llevo pasando,
ahora tengo delante de mí la oportunidad de volver con Valeria sin estar mal
con mi madre y sin tener la necesidad de esconderla…, ni de esconderme yo.
Mi madre se levanta y me abraza, me seca las lágrimas con sus manos y
me da besos por toda la cara. Ella también llora. Es una cabezota, pero la
quiero con locura y la necesito a mi lado. Una vez que me tranquilizo, mi
madre se vuelve a sentar en su sitio y nos ponemos a hablar de todo un poco,
incluida Valeria. Ya la llama por su nombre, menos mal.
―Mamá, ahora solo espero que Valeria me dé la oportunidad de volver
con ella. Dejó el trabajo y no he vuelto a saber de ella; he querido llamarla,
aunque nunca he tenido el valor suficiente porque estabas tú por medio; y si
lo hacía, tenía que ser con todas las cartas sobre la mesa.
―Lo entiendo, hija; y solo espero que me perdones por haber sido tan
egoísta por mi parte, solo pensé en mí y en el qué dirán.
―Estás perdonada, mamá. ―Me levanto y la abrazo; estamos un rato así.
Mi madre se sienta y yo me tumbo en el sillón, con la cabeza recostada en
sus piernas. Me siento ahora mismo como una cuando era pequeña y ella me
había sacado de mis dudas; para mí era la más lista y la mejor madre del
mundo. Ella me toca el pelo porque sabe que me gusta que me hurguen. Con
los ojos cerrados, le hablo:
―Mamá, ¿por qué no te quedas a dormir conmigo hoy?
Abro los ojos y la veo con una sonrisa de oreja a oreja.
―¿Y tu padre? ¿Qué hacemos con él?
―Mamá, que es mayorcito y no se va a quedar sin cenar.
―Ya.
―Venga, ¡vamos a llamarle!
Cojo el teléfono y marco; pongo el manos libres para que mi madre
escuche todo.
―Hola, hija.
―Hola, papá. Tengo el manos libres puesto, porque mamá está aquí
conmigo y le he dicho que se quede hoy a dormir conmigo, que necesito
mimos.
―Me parece estupendo que paséis la noche, juntas.
―¿No te importa? ―pregunta mi madre.
―¿Cómo me va a importar? Si Iratxe te necesita, es con ella con la que
tienes que estar hoy.
―Vale, pues, mañana voy para casa.
―Tráeme churros. ―Y se ríe.
Nos reímos las dos y mi madre le contesta que sí, que le llevará churros.
―Papá, te dejamos; vamos a ver qué organizamos para cenar.
―Muy bien, cariño; me alegro de que estés mejor.
―Te quiero, papá.
―Yo también te quiero.
―Y yo también os quiero ―dice mi madre.
Se echa encima de mí y me da un beso; la abrazo y colgamos el teléfono
una vez despedimos a papá.
―Adiós, papá.
―Adiós, chicas mías.
―Adiós, cariño. Hasta mañana ―se despide mi madre.
Nos levantamos hacia la nevera, a ver qué podemos organizar, y si no,
pedimos algo que nos traigan. No quiero salir hoy, prefiero estar en casita.
Al final, nos vamos a hacer una buena ensalada y merluza a la plancha,
que aconseja mi madre. Una vez vemos que tenemos la cena vista, nos vamos
a tumbar en el sillón. Bueno, mejor dicho, yo tumbada. Hablamos de mis
chicas, de todo lo que me han ayudado en este tiempo. Suena el teléfono y
veo que es mi hermana.
―Hola, hermana.
―¿Hola? ¿Os parece bonito que hagáis una noche de chicas y no me
llaméis?
Nos echamos a reír.
―¡Vente pa’ cá, hermana!
―Hombre, te llamo para decirte que iba a irme a tu casa.
―Pues, nos parece genial. ¡Vente ya!
―En media hora estoy en tu casa, ¿tengo que llevar algo?
―Nada de nada. Tenemos de cena ensalada y merluza a la plancha.
―Perfecto.
Viene mi hermana y nos abrazamos las tres. ¡Jo, qué bien me siento, de
verdad! Nos vamos al salón y hablamos y hablamos. Llega la hora de la cena,
la organizamos y nos sentamos a comer. Luego, recogemos todo y nos
ponemos el pijama para poner la peli que más le gusta a mi madre: Notting
Hill, de Julia Roberts, que le encanta, y Hugh Grant, que la enamoró hace
muchos años.
Hacemos palomitas en mitad de la peli. Una vez terminada, nos vamos
todas a la cama. Menos mal que tengo una cama grande, porque estamos las
tres en ella. No hacemos más que decir tonterías y reírnos como crías. Así
estamos hasta que nos damos las buenas noches y nos besamos.
―Hasta mañana.
Sobran las palabras.
Feliz.
Cuando se van, me dejo caer en el sillón y pienso en todo lo que tengo por
delante.
12
Hoy nos vamos todos para el pueblo de Jimena. Vienen a recogerme en
una hora; estamos eufóricos, parecemos niños. Es que nos encanta reunirnos,
y más largarnos juntos por ahí; y si encima es al pueblo, ya para qué
queremos más. Allí viven sus padres, que son dos personas encantadoras y
nos tienen un amor especial a todas; ¡son maravillosos! Llaman al portero,
pregunto quién es y me dicen que baje. Me voy con Arturo, Jimena y Martín.
Carla y Sofía se van con Javi, Sole y las niñas, ya que tienen un coche con
siete plazas y entran todos. Bajo, nos saludamos todos y empieza nuestro
viaje. Yo me apunto a ir al lado de Martín, y Jimena se pone en el asiento del
copiloto; vamos hablando de la quedada que ha organizado con la mayoría de
sus amigos, aunque puede que al final se apunten sus primas también y algún
que otro «despistao». Sus padres están deseando que lleguemos y ya tienen
todo organizado. Esta quedada pinta muy bien. A mí, además, me va a venir
genial despejarme unos días y no pensar tanto en Valeria. Paramos en mitad
de camino, esto es una norma de Jimena, siempre lo hace porque de pequeña
sus padres lo hacían y así sigue la tradición. Cuando nos juntamos todos en la
barra, las camareras nos miran como asustadas, pensarán que con lo
tranquilas que estaban y ahora estos a darnos guerra con tanto crío. Pero no
llega la sangre al río, nos tomamos un refresco y seguimos nuestro camino.
En una hora más o menos llegaremos a Villarrín de Campos. Me encanta este
pueblo, enmarcado en la comarca de Tierra de Campos, la Reserva Natural de
las Lagunas de Villafáfila, y cómo no, sus fiestas. Sus habitantes son
supertradicionales y muy buenas personas. La leyenda del Cristo de los
Afligidos, contada por Marta, la madre de Jimena, nos gusta escucharla. Y es
que al Cristo lo iban a quitar de la Iglesia porque estaba en muy malas
condiciones y así nadie tendría fe en él. Sin embargo, una mujer muy devota
de él, lloró y rogó para que no le quitaran; y entonces el Cristo se transformó
en lo que hoy podemos ver. Todas nosotras llevamos en el monedero una
medalla de este Cristo que Marta nos regaló para que nos cuidara. En cuanto
llegamos a la puerta de la casa de los padres de Jimena, ellos salen a
buscarnos. Ahí empieza todo el espectáculo, besos, abrazos, grititos de
Martín al ver a sus abuelos a los que adora. Descargamos los coches y para
dentro. Ya tienen las cosas organizadas, así es que nos trasladamos a nuestras
habitaciones. Carla, Sofía y yo vamos a dormir en la misma habitación;
colocamos los trapitos que llevamos en el armario y para abajo, al comedor,
que allí nos esperan todos. Hoy nos vamos a comer todos por ahí. No hemos
querido que Marta trabajara más de lo normal, con lo cual nos vamos para la
plaza del pueblo a tomarnos el vermut antes de comer. Hace un sol
espléndido y nos quedamos fuera a disfrutar del día. Los niños juegan en la
plaza y nosotros disfrutamos del cañeo hasta que nos tenemos que ir a comer.
¡La mesa es largaaa! ¡Qué placer estar todos allí tan a gusto, tan bien!
Pedimos de comer y esto es gloria bendita. Yo me he pedido unos entrantes
ibéricos y cordero asado con patatas a lo pobre, un manjar. Después de comer
vamos dando un paseo hasta la casa. Una vez allí, los niños se echan la siesta
y nosotros nos salimos a tomar una copa. Hay tanta paz allí que nos sentimos
todos muy relajados. Marta está pletórica de tenernos a todos, y habla, habla
y habla.
Nos vamos a duchar para empezar a prepararnos. Hemos quedado a las
nueve en la plaza con muchos de la cuadrilla de Jimena. Tenemos por delante
una jornada muy divertida, porque son todos unos cachondos y siempre nos
lo hemos pasado genial con ellos. Vamos bajando según vamos terminando.
Una vez todos en el salón, cogemos caminito para la plaza. Vamos muy
animados y riéndonos de cualquier cosa; parecemos una cuadrilla de
adolescentes que hacen su primera salida de noche. Al llegar están unos
pocos; empezamos a dar besos y a preguntarnos qué tal les va. Cuando se
supone que estamos todos, nos dirigimos al bar a tomarnos unas cervezas
antes de cenar. Me siento con Verónica a mi izquierda y con Sofía a mi
derecha; de frente tengo a Carla, Sole y Javi, que se sienta al lado de Arturo,
seguido de Jimena. Somos veinticinco personas y la noche pinta muy bien.
Tan bien que regresamos a casa a las siete de la mañana. Eso sí, con unas
porras con chocolate que nos hemos desayunado espectacular.
A dormir.
Al día siguiente llamo a Jimena para ver cómo ha salido todo y cómo
están. Ella me cuenta que todo ha salido bien y que están destrozados, no se
podían imaginar este desenlace.
―Nos avisas cuando sepáis el día del funeral.
―Sí, tranquila, ya os digo.
―Descansa, cariño; te quiero. Un beso.
―Y yo a vosotras también.
Colgamos el teléfono, con mucha pena por todo lo que ha pasado, pero la
vida sigue y, aunque sea de mala gana, tengo que seguir currando, a pesar de
que mi cabeza esté ahora mismo en otra cosa.
Siempre que pasa algo así es cuando te das cuenta de que no merece la
pena enfadarse, que hay que vivir y disfrutar de la vida, que para eso hemos
venido al mundo, llevarnos lo mejor que podamos con la gente que nos rodea
y sacar siempre el lado positivo a las cosas. Ahora más que nunca pienso en
Valeria y el tiempo que hemos estado separadas por no haber sabido llevar
las cosas bien. Todo el tiempo perdido a su lado por miedo a las reacciones
de la gente, incluso la mía. Qué gran paso di y qué orgullosa estoy de haberlo
hecho.
19
La vida va pasando, cada uno hace la suya, solo el que pierde a la persona
que tiene al lado sabe lo duro que es esa falta. Nosotros los acompañamos en
su momento, y nos vamos a nuestras casas con nuestra familia o solos, como
vivamos. Ellos son los que entran en su casa, cierran la puerta y ven la falta
de su mujer, su madre en este caso.
Ha pasado una semana. Estamos en la puerta de la iglesia de San Ginés; la
misa es a las siete de la tarde y ya va llegando la gente, mucha gente, la
verdad. Alba era muy conocida y muy querida, y ahí están para demostrarle
todo el cariño que le tenían y acompañar a su hija y marido. Entramos en la
iglesia, es bonita por dentro, muy antigua también, y empieza la homilía.
Aitana no para de sollozar. Entre Lorena y Andrea, sus primas, la rodean y le
dan todo el cariño y apoyo que pueden.
Cuando la misa termina, salimos todos y echamos a andar hacia la Puerta
del Sol, sin decir ni una palabra.
Todo está dicho.
20
Llega mayo y, con él, las fiestas de Noblejas, el pueblo de Valeria. Toda
su familia está allí y vamos de camino para las presentaciones.
―¿Nerviosa?
―Ay, Valeria, cómo no voy a estar nerviosa si tienes a toda la familia
esperando a que lleguemos.
Ella se ríe, pero a mí no me hace gracia ninguna.
―No te enfades, Iratxe; es que me hace gracia la cara que llevas, parece
que vas al matadero.
―Ya veremos la tuya cuando el próximo fin de semana tengas que
enfrentarte a mi familia.
―¿Enfrentarme?
―Bueno, es una manera de hablar.
Y le pongo cara de mohína, con lo cual ya nos relajamos y nos reímos.
Al llegar, Valeria comenta:
―Has visto qué bien engalanado está mi pueblo en honor a su Cristo.
―¿El Cristo de…?
―Santísimo Cristo de las Injurias.
Llegamos a la casa de la familia y vemos que hay gente en la puerta.
―Valeria, no me digas que esa casa es donde tenemos que ir.
―Sí, pero no te preocupes, que te van a acoger muy bien. Tranquila,
amor. ―Y me da un beso en los labios.
Aparcamos y nos bajamos del coche. Sacamos la bolsa de viaje del
maletero y nos dirigimos hacia la casa. Entramos y nos vamos derechas al
comedor, que es donde está su madre. En cuanto me ve, se levanta y me
abraza.
―¡Qué alegría que estés aquí, hija!
―Muchas gracias, Carlota; no me podía perder estas fiestas que Valeria
me habla tan bien.
―Pues, ¡a disfrutarlas!
Valeria me empieza a presentar a todos lo que están.
―Montse, mi hermana.
―Encantada, Montse; soy Iratxe.
―Encantada.
―Marisol, mi hermana mayor.
―Encantada de conocerte, soy Iratxe.
―Pablo y Alberto, mis cuñados.
―Encantada de conoceros. ¿Vuestras mujeres son?
―La mía es Montse ―contesta Pablo.
―Mi mujer es Marisol ―responde Alberto.
―Mira, viene Ana por ahí.
Valeria me indica que es su cuñada.
―Ana, te presento a Iratxe, mi pareja.
―Hola, Iratxe; encantada de conocerte. ¡Ya tenía ganas!
―Gracias, igualmente.
La sorpresa me la llevo cuando veo aparecer a mi jefe, a Mariano. Mis
ojos hacen chiribitas. ¡No puede ser! Pero él se acerca muy risueño, debe de
ser por ver mi cara. Cuando le tengo delante me saluda:
―Hola, Iratxe, ya era hora de que nos visitaras. Sobra decir que soy
Mariano y el hermano de Valeria.
¡Flipo! ¡Flipo mucho! Nunca me hubiera podido imaginar una cosa así.
No lo hubiera sospechado en la vida.
Se acerca a mí y me da dos besos.
―Encantado de darte la bienvenida a la familia.
―Muchas gracias, Mariano.
No tengo palabras; es que no me salen, me he quedado en shock. ¡Lo
último que me hubiera imaginado!
Miro a Valeria y le digo:
―Me podías haber puesto en antecedentes con respecto a Mariano.
―¿Y perderme la cara que se te quedó?
―Qué mala eres, ¡me las pagarás!
Va entrando más gente y me va presentando a todos. Carlota me dice que
luego vienen sus hermanas para verme, pero que me esté tranquila, que «ya
verás que bien lo vas a pasar».
Así pasamos la mañana, entre presentaciones y unos vinos que nos
estamos tomando en la plaza del pueblo. Allí vemos a Mariano, que se acerca
con unos amigos. Se unen a nosotras. ¡Yo es que estoy flipando! No me
cuadra fiesta y Mariano, ¡juntos! ¡Ay, madreee!
Bueno, pues, me presentan a la pandilla y seguimos con el vermut. Son
todos un encanto.
Vemos que viene Marisol con su marido y nos dicen: «Nos tomamos una
y nos vamos a comer, que las madres nos esperan».
Al volver a la casa, están las hermanas de Carlota; esta se encarga de
presentármelas.
―Iratxe, te presento a Dominga; es mi hermana la pequeña.
―¡Encantada!
―Igualmente, hija. Eres bien guapa.
―Gracias.
―Mira, Iratxe, esta es mi hermana la mayor, Andrea.
―Encantada de conocerla.
―¡No nos llames de usted, por favor!
―De acuerdo. ¡Cómo os parecéis las tres! ¡Es increíble!
Se echan a reír las tres; son muy majas y muy abiertas para tener la edad
que tienen. Nos vamos hacia el comedor, donde está todo preparado, y nos
sentamos a comer en un pedazo de mesa, llena de gente. ¡Qué comida más
divertida! Cuando no dice uno una chorrada, lo dice otro. ¡Nos lo hemos
pasado pipa! Valeria está superpendiente de mí, pero es que estoy tan a gusto
con todos, me lo están haciendo todo tan fácil y, además, son tan
encantadores que me siento como si los conociera de toda la vida.
Recogemos la cocina entre las jóvenes. En un momento lo hemos dejado
todo como la patena. Luego, Valeria me pide acostarnos para la siesta, porque
a la tarde hay que salir y disfrutar hasta las tantas. Me parece genial la
propuesta. Nos dirigimos hacia las habitaciones. Valeria y yo tenemos la
misma; en un principio me ha dado bastante corte pero se nota que para ellos
es lo más natural que una pareja comparta cama.
Valeria cierra el pestillo.
Nos desnudamos y nos metemos en la cama.
Primero un beso y…
21
Después del fin de semana tan movidito que hemos tenido, empieza la
semana con mucho curro. ¡Anda, que cuando se enteren los compis que
Mariano es mi «cuñado»! ¡Madre míaaa! Es que me entran ganas de reírme
de imaginar sus caras, pero todavía no puede ser porque este finde tenemos
que hacer las presentaciones oficiales con mi familia.
Estoy nerviosa porque la familia de Valeria me ha acogido con una
sonrisa en la boca y no quisiera que ella se sintiera mal por algún gesto de los
míos; que yo sé que no va a pasar, pero aun así estoy cagá.
Lo bueno es que, una vez que nos metemos en faena, no tengo tiempo de
pensar en nada más. A media mañana me llama mi jefe al despacho. No sé a
qué voy pero, bueno, es mi jefe antes que mi cuñado. Así es que, sin
rechistar, para el despacho.
Doy dos toques en la puerta y me hace pasar.
―Siéntate, Iratxe.
Eso hago y espero.
―Tengo que mandarte a Barcelona una semana, ¿podrías?
―¿Sola?
Me mira y sonríe.
―¿Quieres que te acompañe, Valeria?
―Hombre, pues sí; me encantaría.
―Bien, pues, cuando Mariola tenga los billetes te los paso.
―Perfecto. ―Me levanto para salir y él me detiene.
―Es mañana a primera hora el viaje, ¿eh?
―Vale, Mariano, luego nos das los billetes. Y gracias.
―Gracias a ti.
¡Bueno, bueno! Estoy deseando contarle a Valeria las vacaciones que nos
vamos a chupar las dos una semanita en Barcelona. Porque, aunque tengamos
que currar, es muy diferente, ¡vamos a disfrutar!
Parece que Valeria se huele algo, pues no hace más que instarme a que
hable. No se lo pienso decir, porque, además, quedaría muy feo de la manera
que me dan ganas de decírselo: «¡¡Nos vamos de vacacionessssss!!», así, a
grito pelado.
Pero eso estaría muy mal.
Antes de salir del curro, le digo a Valeria que tenemos que ir al despacho.
―¿Para qué?
―Nos vamos a Barcelona, pero no digas nada aún.
Entramos y Mariano ya tiene preparado todo para que al día siguiente
salgamos de viaje.
―Tomad, chicas, ya está todo preparado para que cuando lleguéis os
estén esperando para llevaros al hotel.
―Joder, me lo acaba de decir Iratxe. Nos viene de maravilla este
viajecito.
―Pues, tú no estabas en mis planes ―le dice Mariano.
―Te mato si me dejas fuera.
―Bueno, sed buenas y portaros bien. ¡Hasta dentro de una semana!
―Chao. ―Nos despedimos las dos.
Cuando salimos, están todos esperándonos. Nos ven que llevo los billetes
del AVE. Jaime, que es el más marujo, nos dice:
―Bueno, bueno, que se nos van de viaje otra vez las mismas.
Nos echamos todos los demás a reír. Este tío tiene unas cosas, ¡y la
manera de decirlo!
Nos despedimos hasta la semana siguiente y nos dirigimos hacia el metro.
Vamos, que no nos lo creemos que mañana nos cojamos el AVE y nos
vayamos a Barcelona. Sí, a currar, pero estamos superencantadas de irnos
juntas; nos lo vamos a pasar pipa.
Valeria se baja en su parada; tiene que preparar la maleta y hemos
quedado mañana en Atocha.
Ya en casa, llamo a mi madre lo primero.
―Hola, mamá.
―Hola, hija, ¿qué tal estás?
―Pues, muy bien.
―¿Qué tal el fin de semana?
―Genial, mamá. Tiene una familia maravillosa. Además, como eran las
fiestas del pueblo, pues, nos hemos divertido mucho.
―¿Qué pueblo era?
―Noblejas, mamá.
―¡Ay, sí, hija! Mira que intento acordarme, pero me voy al pueblo de al
lado, que era donde íbamos nosotros a ver a Elena.
―Ya lo sé que te lías.
―¿Y con la familia? ¿Bien, entonces?
―Sí, mamá. Ya verás cuando la conozcas; una bonita familia. Pero no
sabes lo gordo, mamá.
―¡Dime!
―Mi jefe Mariano…
―¿Sí?
―Es el hermano de Valeria.
―¡Nooo!
―¡Sííí!
―¡Ay, madre!, lo que es la vida. ¡Anda, que te quedarías con una cara!
―Pues, imagínate cuando, estando en la casa, le veo que viene hacia mí.
Yo pensé: «Tierra trágame, ¿esto qué es?». Pero, claro, ¡imagínate! No tiene
nada que ver en ese papel de hermano al de jefe.
―Claro, normal. Bueno, hija, lo importante es que tú te sintieras bien. Tú
tranquila, que Valeria también se va a sentir bien el sábado.
―Mamá, para eso te llamaba.
―Dime, hija.
―Que nos vamos a Barcelona por trabajo, y aunque el viernes nos
podríamos venir, nos quedamos hasta el domingo. ¿No te importa?
―Para nada, hija. Aprovechad el viaje.
―Pues, eso habíamos pensado. Así es que dejamos las presentaciones
para el siguiente sábado.
―Me parece bien.
―Bueno, te dejo, mamá, que tengo que hablar con las chicas para
contarles qué tal el finde, que están locas por saber.
―Vale, cariño. Tened cuidado, por favor.
―Sí, mamá. Os quiero.
―Y nosotros a ti, cariño.
Casi diez horas de vuelo, pero ya estamos aquí; nos recogen para llevarnos
al hotel. Una vez instaladas disfrutamos de las vistas que tenemos, esos
colores tan caribeños y esa agua tan transparente… Parece mentira que
puedan existir estos paisajes.
Tenemos excursiones de buceo y de conocer la isla más a fondo. Hoy nos
vamos a tirar en una tumbona, a tomar el sol y a darnos unos buenos baños.
Lo vamos a disfrutar a tope.
Epílogo
Un año después.
Nos levantamos nerviosas. Hoy es el día que me tengo que hacer la prueba
de embarazo. A ver si tenemos suerte y nos sale a la primera.
Decidimos hacer una IAD, la inseminación artificial que nos había
regalado Carlota. Nos dijeron que era una técnica simple y eficaz con un
setenta por ciento de posibilidades de quedar embarazada. Consiste en tres
fases: una de control y estimulación ovárica, otra de selección de la muestra
de esperma y la siguiente es de la inseminación. Después de todo, vamos a
ver si nos ha resultado positivo.
Me voy al baño y sigo los pasos; lo dejo encima del lavabo y me salgo.
¡Increíble lo nerviosas que estamos! No nos decimos nada; estamos tumbadas
en la cama y calladas, parece que si hablamos va a desaparecer todo. Cuando
ha pasado el tiempo estipulado, nos apretamos las manos, nos miramos y
arrancamos para el baño. Nos acercamos a por el predictor. Valeria lo coge y,
al mismo tiempo, lo vemos.
―¡Sííí! ¡Estamos embarazadas!
Nos miramos con tanto amor y con una sonrisa de lado a lado. Teníamos
tantas ganas de ser mamás que nos hubiéramos venido un poco abajo.
―Ahora hay que ir al médico y todo lo que te diga lo tienes que cumplir a
rajatabla.
―Valeria, si todo está bien no tengo por qué hacer cosas diferentes. Estar
embarazada no es estar enferma.
―Ya lo sé.
Después de que la doctora nos dice que todo está perfecto y que estoy de
cinco semanas, es la hora de hablar con la familia. Así es que pensamos en
hacer una merienda en casa, y a los amigos se lo diremos en el Akelarre. Los
amigos de Valeria, que ahora son también míos, van de vez en cuando, por lo
que pensamos en quedar mañana con todos.
FIN
AGRADECIMIENTOS
Primero quiero agradecer a todos/as mis lectores, esto sigue gracias a
vosotros/as. Gracias por estar siempre ahí apoyándome. Os debo el seguir
escribiendo y siempre seréis lo más importante para mí.
A mis hermanas, Mary y Rosana que junto a Queti son mis lectoras cero y me
ayudan a dar una vuelta a muchas de las situaciones. A los no oficiales pero
que siempre lo leen Pedro y Lorena y me dan su opinión.
A Laura Duque Jaenes porque siempre que la necesito la tengo ahí, al pie del
cañón. Gracias a ella la portada y la maquetación ha sido posible. Cuanto me
ayudas!!
A todos mis contactos del Facebook, Instagram y Twitter que gracias a ellos,
mis post recorren muchos kilómetros y entran en muchas casas.
A mis compis de los cafés literarios, que aunque este año no han podido
realizarse (de momento) por el confinamiento que hemos tenido, deseando
estoy de volver a juntarnos.
A Javi (mi marido) porque es un pelusilla y también quiere salir aquí. Gracias
por todo tu apoyo y por ayudarme siempre.
Gracias por estar ahí y que este sueño siga cumpliéndose y estéis todos/as
siempre.
Siempre en mi corazón.
Os quiero.
ACERCA DEL AUTOR
LUISA J.C
Luisa Jiménez Carnero (Madrid, 1971). Vive en Getafe has el año 2000 que
se traslada a Parla.
Facebook: Luisa Jiménez Carnero, también puedes seguir su página Luisa J.C
Escritora.
Instagram: @luisajimenezcarnero
Twitter: @jimenezcarnero
LIBROS DE ESTE AUTOR
Jimena
Con motivo de la boda de una de sus mejores amigas, Carla, Jimena conoce a
un joven apuesto empresario. Debido a un desafortunado accidente, Jimena
no puede prestarle la atención que él se merece y ella querría darle, ya que se
debe a la obligación de cuidar de su amiga Iratxe, que ha sido la peor parada
del mismo.
¿Conseguirá Jimena conocer al hombre que con tan solo una mirada le ha
impactado tanto?
Sole, Soledad
El día de la boda de Jimena, una de sus mejores amigas, Sole, conoce a Javi
y, desde entonces, mantienen una relación muy práctica, ¿para ambos? Eso
supone Javi hasta que Sole cree que ha llegado el momento de poner punto y
final a esa "relación".
¿Estará Javi de acuerdo con todo lo que Sole ha decidido de un día para otro?
¿Se arrepentirá Sole de la decisión que ha tomado?