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ENTRE NOSOTRAS

LUISA J.C
A mis tres ángeles
Iñaky mi hijo, a papá y a mamá.

A Javi por su apoyo.

A Miguel y a tod@s los que se nos han ido con el coronavirus. En mi


corazón.
CONTENIDO

Página del título


Dedicatoria
ENTRE NOSOTRAS
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Agradecimientos
Acerca del autor
Libros de este autor
ENTRE NOSOTRAS
Luisa J. C.
1
Chica nueva en la oficina.
Mi jefe sale de su despacho y nos dice a todos (somos cinco): «Por favor,
atended un momento». Todos lo miramos. «Quiero presentaros a vuestra
nueva compañera; se llama Valeria». La saludamos y le damos la bienvenida.
Es agradable, aparte de muy guapa; tiene una melena negra preciosa y un
cuerpazo. Lo único es que su vestimenta no pega con su cara y eso me choca,
no sé por qué. Le dice Mariano, mi jefe, que se siente en la mesa que está a
mi lado, y que si tiene alguna duda, que me pregunte a mí lo que sea. Yo la
miro y le digo: «Lo primero, me llamo Iratxe, y lo segundo, no te dé ningún
apuro preguntarme, ¿eh?, que todas hemos pasado por un primer día».
―Gracias, te lo agradezco un montón.
Se la ve muy sociable y sí, me cae bien.
A la hora del almuerzo, le digo que si quiere venirse con nosotras o si ha
traído comida. Ella me responde que no sabe cocinar, con lo cual no tiene
nada que comer. Nos echamos a reír. ¡Anda!, encima también graciosa.
Perfecto.
Nosotros siempre vamos a una cafetería que hay a la vuelta y que lo llevan
dos hermanas que son un encanto. Una vez allí, Berta nos regaña por llegar
hoy más tarde. Nos reímos mucho con ella porque es una cachonda. La
verdad, para haber tenido tantísimos problemas y disgustos en su vida,
siempre tiene una sonrisa en la boca. Toñi es más seria, pero igual un
encanto. Nos sentamos y nos dice Berta lo que hay; todo está buenísimo, así
que tenemos nuestras dudas. Al final, Valeria se decanta por un salmorejo
cordobés y redondo en su jugo con patatas panaderas. Umm, ¡qué rico me
parece!, y pido lo mismo para mí. Pasamos la hora muy entretenidos,
echamos unas risas, que eso se nos da de miedo. Cuando volvemos al trabajo,
Mariano está entrando por la puerta; viene con cara de perro.
«Bueno ―dice Jaime―, a este hoy no le han hecho la comida». Y salta
Valeria: «¿Cuál de ellas?». ¡Madre! Nos miramos, la miramos, y como
podemos nos aguantamos la risa. Lo que le falta oír al jefe: risas.
Nos ponemos en nuestras mesas y a seguir. La verdad es que luego somos
muy eficaces todos; y cuando hay que trabajar, se trabaja. Llevamos una
correduría de seguros y el teléfono no para de sonar; todos los días es así.
Una vez que salimos del trabajo, nos paramos en la puerta. Mira que
tenemos ganas de irnos, pero una vez fuera, siempre tenemos algo que
contarnos y hay días que estamos hasta una hora de cháchara. Valeria se
queda con nosotros, y cuando vamos a empezar a desperdigarnos, me
pregunta que por qué zona vivo.
―En el centro.
―Buena zona; yo también. ¿Quieres que vayamos juntas o tienes otros
planes?
«Es muy directa esta chica», pienso. Le contesto que voy de tirón para
casa.
―¿Vienes en coche o en metro?
―En metro ―le contesto―. El coche, cogerlo para moverse por Madrid,
lo considero un atraso.
―Yo también ―me dice―. Pues, vamos, entonces.
Nos despedimos de los compis y echamos a andar. Valeria no para de
preguntar y de hablar. A mí me tiene descolocada, porque menuda cotorra, no
se calla.
―¿Cuántos años tienes? ―me pregunta.
Giro la cabeza hacia ella y, con cara de flipada, le respondo:
―Treinta y ocho. ¿Por qué?
―Por nada, simple curiosidad. Yo tengo treinta y seis.
―Muy bien.
Bajamos al metro. Y ahora pienso que por qué me tiene que tocar a mí
esta tía para acompañarme todo el viaje, porque me está mareando de tanto
hablar, ¡mira que yo hablo!, pero parezco una muda al lado de ella. De
verdad, si lo llego a saber, le digo que vivo en Burgos. Yo misma me río de
mis ocurrencias y de imaginarme la cara de ella al decírselo. Claro que seguro
me respondería: «Es broma, ¿no?». Sigo riéndome en mi interior. Cuando
llegamos a su parada, una antes que la mía, a punto de levantarse, me planta
dos sonoros besos y me dice: «Hasta mañana, reina».
Mis cejas se levantan. ¿Hasta mañana, reina? ¿Y esta? ¿Mañana qué me
va a decir?
―Hasta mañana ―le contesto. Al segundo de haberse ido, saco mi libro
para nada, porque para una parada que me queda es absurdo. Bueno, mientras
ceno le doy un buen repaso y me relajo.
Al salir del metro, me encuentro con Sofía, una de mis mejores amigas.
Realmente, el grupo es de cinco chicas: Jimena, Carla, Sole, Sofía y yo.
Luego están los maridos de dos: Arturo y Javi. Nosotras somos amigas desde
el colegio, y doy fe que han pasado muchos años. Bueno, sigo. Nos paramos
a hablar y me dice que si nos tomamos una cervecita. «Perfecto», le digo, y
nos dirigimos para allá. Cuando nos sentamos y pedimos, le pregunto si le
pasa algo, la veo como preocupada.
―Pues, sí, me pasa: tengo un problema con el curro muy gordo. La he
cagado, tía; tenía que haber presentado unos papeles ayer y no lo hice.
―¿Muy importantes?
―Sí, tía, muy importantes.
―¿Y qué ha pasado?
―Pues, que me ha llamado mi jefe y dice que, después de reunirse con el
equipo de dirección, me dirá si sigo o no en la empresa.
―¡No jodas!
―Sí, estoy desquiciada.
―Normal. Pero no te comas la cabeza antes de saber el resultado. A lo
mejor, son majos y lo dejan pasar, porque tampoco lo haces todos los días,
¿no? ¿O sí? ―Y me río de verle la cara de espanto.
―¡Nooo! ―grita. Y al darse cuenta de que me estoy riendo, me da un
tortazo en el brazo y suelta unas risas.
―¿Ves? Por lo menos te he hecho reír.
―¡Eres más pava!
Seguimos hablando y, de pronto y no sé por qué, le comento que ha
entrado una chica nueva en la oficina.
―No sabía que estuvierais buscando. ¡Si lo llego a saber! Porque conozco
a una chica que no tiene curro.
―Es que yo tampoco sabía que estaban buscando gente. El jefe se ha
presentado hoy con ella y nos la ha presentado.
―¿Y qué tal?
―Pues, bien. Aunque he venido con ella en el metro y, maja, es que habla
por cien. ¡Me traía loca!
Sofía se ríe, porque me conoce, y cuando una persona no para de hablar, al
final, siempre le suelto que se calle un poquito; es superior a mí, ¡qué le
vamos a hacer!
―¿A ver si va a ser su novia?
―¡Qué dices, tía! Si Mariano está casado.
―Pues, su amante.
―No creo, vamos, aunque no puede meter uno la mano en el fuego por
nadie, pero creo que no. Además, ella es guapísima y ya sabes cómo es
Mariano, con una cabeza como un televisor Grundig, de los que tenían mis
abuelos en blanco y negro.
Nos echamos a reír las dos como dos posesas. «Mira que somos malas»,
comenta Sofía. Sí, muy malas, pero nos lo estamos pasando pipa.
―¿Y dices que la tía es guapa?
―¡Uy, sí! Mucho, además. Menudo pibón: tiene una melena negra con un
brillo que llama la atención, unos ojos negros que te absorben cuando los
miras, es un poco más alta que yo y tiene un cuerpo de diez.
―¡Joder! Pues, sí que está buena, sí. A ver si es maja y curra bien, o es
tonta.
―No parece tonta, pero sí un loro.
Nos pedimos dos cervecitas más; total, estamos cerca de casa y no
tenemos prisa.
Mandamos al grupo de WhatsApp que tenemos las cinco una foto de las
dos con las cervezas en la mano.
Contesta rápido Sole.
―Guarras, qué bien os lo montáis y sin avisar.
―Nos hemos encontrado y aquí nos hayamos.
―No seas envidiosa, Sole ―responde Sofía.
―Pasadlo bien, chicas, que yo tengo que dar de cenar a dos pequeñajas
que tienen hambre.
Sole ha sido mamá hace seis meses de dos preciosidades de niñas, Erika y
Marta, nada más y nada menos. La pobre está muy liada con ellas, pero es
normal, es lo que toca. Jimena tiene a Martín, otra preciosidad que va a hacer
dos añitos muy pronto.
Cuando terminamos las cervezas nos vamos para casa. No sé si cenaré;
entre la cerveza y los aperitivos que nos han puesto estoy llena ya. Nos
despedimos y sigo mi camino. Subo a casa, me tumbo derecha en el sillón,
me pongo la tele y decido ver una peli; pero antes me quito la ropa y me doy
un agua. Con el pijamita puesto, me hago unas palomitas, que esas sí entran,
y me planto delante de la tele. Dos horas después me voy a la cama. Ha sido
un peliculón, me ha encantado, he llorado como en todas esas películas que
me gusta ver, de amor.
Mientras estoy acostada, me sorprende el que esté pensando en Valeria.
¿Tanto daño me ha hecho el que hable demasiado?
A dormir.
2
Al día siguiente, cuando llego a la oficina, ya está Valeria; me saluda
dándome dos besos.
―Buenos días, reina.
―Buenos días, Valeria.
Veo que esta tía se toma muchas libertades; me conoce de ayer y no sé de
qué va lo de reina. Pero, bueno, me pongo a lo mío, que es por lo que me
pagan. Además, hoy no tengo muchas ganas de coñas, he dormido un poco
mal y estoy cabreada. Gracias a Dios, tengo mucho trabajo que hacer, con lo
cual espero que el día se me pase volando; tengo ganas de llegar a mi casa y
tirarme en el sofá. Viene mi jefe y me dice que vaya a su despacho. Lo que
me faltaba. Cuando entro me pide que me siente.
―Iratxe, tengo un trabajo para ti.
―Muy bien.
―Pero es en Barcelona, tienes que estar mínimo una semana. ¿Te viene
bien?
―No me importa, la verdad.
―Vale, va a ir contigo Valeria.
―Vale.
Estoy parca en palabras porque, con el humor que tengo, me dan ganas de
decirle que si me ha tocado a mí el loro, pero me callo porque puedo cagarla
y no quiero que piense que no quiero a Valeria conmigo. Así que decido
callarme.
―Hoy Mariola sacará los billetes del AVE; salís mañana. Ya te diré a qué
hora y dónde os vais a alojar cuando esté todo preparado. ¿No tienes ningún
problema en salir mañana, no?
―Ninguno, solo tengo que hacer la maleta.
―Perfecto, entonces. Y muchas gracias.
Me levanto y me despido de él. Al llegar a mi mesa, Valeria me pregunta
qué ha pasado. No me lo puedo creer, ¿cotilla también? Le cuento que nos
vamos a Barcelona, que luego nos explicarán todo. Se lo digo para que no
pregunte tanto, porque viene con ganas de hablar la señorita.
Me enfrasco en el curro, no paro de pensar en lo que me espera. Por un
lado, me gusta el viajecito que tengo por delante; me espera currar mucho,
pero también tener horas libres para ver la ciudad. Nos vamos a desayunar,
me pido un café solo, para ver si me espabilo un poco, y una tostada con
tomate y aceite; mis compis piden el desayuno y se sientan en la mesa donde
estoy yo. Valeria no hace más que mirarme, me está poniendo un poco
nerviosa, y después de casi media hora de estar tan pendiente de mí, le
pregunto.
―¿Pasa algo?
―No, ¿por qué?
―Porque no paras de mirarme, y me estás poniendo un poco nerviosa.
―Lo siento, hija, pero es que estás muy guapa hoy.
―Gracias, le digo.
―No hay de qué, es la verdad.
La miro sin contestarle; es un poco cargante, me parece a mí.
Cuando llegamos de desayunar, Mariano nos hace pasar a las dos a su
despacho.
―Iratxe y Valeria, mañana a las ocho de la mañana sale vuestro AVE
hasta Barcelona; llegaréis sobre las diez y media. Os estará esperando un
coche que os llevará a la central; allí ya os explicarán cómo lo tenéis que
hacer, los días que hay reuniones y dónde tendréis que ir. Mariola va a ser
vuestra asistente los días que estaréis allí. Este es su teléfono, por si tenéis
que llamarla al llegar por algún imprevisto; ella os irá diciendo todo.
―Muy bien. Pues, ya está todo hablado, ¿no? ―suelta Valeria.
Él la mira como extrañado por su comentario; me mira y me responde:
«Sí, ya está todo».
Cuando vamos a salir, nos dice:
―Iratxe, tú eres la responsable de este viaje, ¿de acuerdo?
―Sí, le digo.
―Valeria, estás bajo sus órdenes, ¿de acuerdo?
―Sí, claro.
―Pues ya está todo. Que os vaya bien.
―Gracias ―respondemos las dos a la vez, y salimos del despacho.
Cuando vamos hacia nuestras mesas, me comenta Valeria:
―Jefa, lo vamos a pasar bien, ya verás.
―No te pases, ¿eh? ―le advierto.
―¿Qué he dicho?
―Lo de jefa. No me toques mucho las narices hoy, ¿vale?
―¡Uy! ¡Cómo viene la jefa! ―Sonríe―. Es broma.
Me giro para mi mesa con unas ganas de decirle cuatro cosas; opto por
callar. Me esperan unos días al lado de ella y tampoco quiero llevar mal rollo,
pero me saca un poco de quicio.
Al salir, estoy más relajada. Hablamos un rato en la puerta y nos vamos
para casa. Valeria se une a mí y nos vamos al metro.
―¿Quedamos mañana en Atocha directamente? ―me pregunta.
―Claro. A las ocho sale; yo estaré allí a las siete y media. Toma tu billete,
por si las moscas.
―¿Es que piensas irte sin mí?
―No, es que cada una tiene que tener su billete por si pasa algo, ¿no te
parece?
―Sí.
Nos montamos en el metro y, desgraciadamente, no hay sitio para ir
juntas, o sea que yo me voy para la izquierda y ella, para la derecha. Cuando
llegamos a su parada, se levanta y se acerca.
―Mañana nos vemos.
―Muy bien. Hasta mañana, Valeria.
―Adiós, Iratxe.
Me da un poco de pena cómo me estoy comportando con ella, pero es un
poco cargante. Espero que los días que vayamos a estar juntas estemos bien,
porque si no… Vaya mierda.
Ya en casa, me voy a por la maleta. Esto es lo peor, porque tienes que
llevar ropa de vestir, aparte de informal, y se me va a arrugar todo. Intentaré
ponerlo lo mejor que pueda. Una vez hecha, me siento en el salón y mando
un mensaje a las maris, el grupo que tenemos mis amigas y yo.
―Chicas, mañana me voy a Barcelona por trabajo. En principio es una
semana, pero puede alargarse. Ya os iré contando, porque me ha tocado ir
con la nueva y es un loro, no para de hablar, aparte de ser un poco gamba, o
eso me parece a mí.
―No seas mala ―responde Carla―. A lo mejor es que quiere causar
buena impresión. Date cuenta de que vosotros lleváis muchos años juntos y,
de pronto, una nueva en la oficina; se puede sentir cohibida y quiera hacerse
la graciosa.
―Puede ser, pero creo que no.
Sole se ríe; ella sabe muy bien que me pone un poco nerviosa la gente que
habla tanto y que me dan ganas de decirles que se callen. De hecho, a ellas se
lo he hecho más de una vez. «Ten paciencia», me dice.
―No me queda otra.
―¿Que os vais en el AVE? ―me pregunta Sofía.
―Sí, mañana a las ocho salimos para allá.
―¡Pues, guay! A mí me encanta el AVE, lo encuentro una pasada.
―¿Pero vas a tener tiempo de disfrutar Barcelona, no? ―Ahora es Jimena
quien me pregunta.
―Sí, porque estaremos liadas como mucho hasta las cuatro, una cosa así.
―Pues, aprovecha, cariño.
―Gracias; ya os cuento chicas. Besos para todas y todos, en especial a
mis niños.
―Todos te mandan besos a ti. Cuídate.
Al día siguiente, estoy en Atocha a las siete y media. Estaba tomándome
un buen café con una tostadita cuando aparece Valeria. Anoche, al estar en la
cama, me propuse no irritarme con ella, darle una oportunidad y llevar bien el
viaje que nos espera juntas.
―Buenos días, Iratxe, ¡cómo te estás poniendo!
―Buenos días. Pues, sí, desayunando.
―Yo ya he desayunado, pero me voy a tomar un café y así te acompaño.
Se va a por el café y, al regresar, me dice que el camarero es un gilipollas
de primera.
―¿Y eso?
―Porque le pido el café y me dice que me espere, que está atendiendo a
más gente. Yo le digo: «Solo te lo he pedido, pónmelo cuando puedas». Y me
salta: «Eso voy a hacer». Madre mía, pues pronto está así; cuando lleguen las
dos de la tarde, te pega si te acercas.
Le sonrío. Yo es que creo que esta chica saca de quicio a cualquiera; es
que tiene una forma de decir las cosas un poco desagradable, no sé. Es como
si todo fuera a la defensiva, eso creo que le pasa.
―Vamos a hacernos una foto, ¿vale?
Se pone al lado mío y saca su móvil y nos hacemos la foto.
―Esta la cuelgo yo en mi Facebook; mi primer viaje de trabajo. ¿No te
importa, no?
―No.
―¿Llevas todo lo que te dio Mariano?
―Sí.
―¿Seguro?
―Sí.
―No hablas mucho, ¿no?
―Ya hablas tú por mí ―respondo.
Se empieza a reír como si le hubiera contado un chiste.
―Es verdad, soy muy preguntona y me gusta mucho hablar. ¿Te molesta?
―A veces sí. Es que me gusta meterme en mi mundo de vez en cuando.
―Bueno, intentaré darte tu espacio.
¡¿Perdona?! ¡Esta no sabe con quién se está jugando sus cuartos! Le suelto
seriamente: «Más te vale que así sea. De todas maneras, te vas a enterar
cuando lo necesite, porque te diré que te calles un poquito».
―Me parece bien.
Nos dirigimos al AVE y nos sentamos, no sé si desgraciadamente, juntas.
Pasa una chica y se para delante de nosotras.
―Hola, Valeria; ¿tú por aquí?
―¡Hombre! ―Se levanta y le da dos besos―. ¿Cuánto tiempo, no?
―Sí, eso me ha parecido a mí. ¿Qué tal andas?
―Muy bien, como siempre, liadilla, pero bien.
―¿Dónde vas?
―Voy a Barcelona, por trabajo.
―Ah, qué bien. ¿Y dónde estás trabajando ahora?
―En una correduría de seguros.
―Pues, genial. Yo voy a ver a una amiga, ¿podremos vernos?
―Seguro. Tenemos las tardes libres, en principio. Mira, ella es Iratxe, mi
compañera; vamos las dos. Iratxe, ella es Montse, una amiga.
«Encantada», decimos las dos después de darnos un par de besos.
―O sea que, si podemos, quedamos las cuatro y nos tomamos algo por
allí.
―Perfecto, pero llámame ―le dice Montse.
―Sí.
―Sí, eso dijiste la última vez y hasta hoy.
―No seas así, Montse. Tú ya sabes por qué no te he llamado.
―Bien, me voy a buscar mi sitio. Luego nos vemos. Chao.
―Adiós ―respondemos las dos.
A mitad de camino, Valeria se levanta y me dice:
―Voy a buscar a Montse.
―Vale.
Tarda en venir; bastante, de hecho. Al rato de sentarse, hemos llegado a
Barcelona y, una vez fuera de la estación, buscamos el coche que nos va a
llevar al hotel. Cuando damos con él, nos montamos y le pregunto a Valeria.
―¿A tu amiga la venían a buscar?
―Ni idea.
―Podías haberle preguntado. Si no venía nadie a por ella, que se hubiera
venido con nosotras hasta el centro. Desde allí se movería mejor.
―Pues, sí, pero no he caído. Bueno, da igual; ella viene mucho por aquí y
sabe moverse.
Miro por la ventanilla. Para mí es la primera vez que vengo a Barcelona, y
lo que estoy viendo de camino al hotel me está gustando. El coche se para y
nos dice el conductor que hemos llegado. Nos bajamos despidiéndonos de él
hasta dentro de un rato, que nos tiene que llevar donde está Mariola.
Entramos al hotel y nos dirigimos a recepción para dar nuestros datos. Nos
ofrecen una habitación a cada una. Menos mal que Mariano se ha estirado,
porque me temía lo peor. Están las dos en la misma planta, una al lado de la
otra. Nos subimos a darnos una ducha y a prepararnos para irnos. Quedamos
en media hora en la entrada al hotel. Yo no fumo, pero ella sí y bastante.
Espera poder fumarse un cigarrito antes de subirse al coche.
La habitación está chula, no es muy grande, pero me sobra. Total, es
donde menos voy a estar. Me tiro en la cama, es cómoda. Me voy al baño y
abro el grifo. Ya estoy desnuda para meterme bajo el agua y llaman a la
puerta; lo ignoro, pero insisten. Pregunto quién es y Valeria contesta: «Abre,
que soy yo». Así lo hago; la veo medio desnuda.
―¡Anda, pasa! ¿Qué haces así por el pasillo?
―Joder, que no me he traído ropa interior; te vengo a pedir unas bragas.
―Mis ojos se abren como platos.
―¿Cómo que no te has traído ropa interior? ―Mi mirada se va sin querer
a sus pechos, que los veo tan a gustito a su aire, muy bien puestos por lo que
se ve.
―No me puedo creer que no hayas echado ropa interior.
―Bueno, es que no suelo llevarla mucho, solo para el trabajo, y me he
debido de creer que me iba de vacaciones; solo traigo el tanga que llevo
puesto.
―Pues, quítatelo y lávalo, aunque sea para mañana. Te tendrás que
comprar alguno, ¿no?
―No tenía pensado. Si me dejas hoy uno tú, me apaño con ese más el que
traigo.
No me hace nada de gracia; esta chica no sé cómo cogerla, de verdad. Me
voy a mi maleta y le saco un tanga. «¡Toma!». Encima, ella, con una mirada
picarona, me dice: «No te pongas así, mujer».
―Venga, date prisa, que nos tenemos que ir. ―Y se va a su habitación,
no sin antes mirarme de arriba abajo. Me pone un poco nerviosa. Me meto en
la ducha. Salgo. Y mientras me estoy secando, dan un golpe en la puerta.
Oigo a Valeria.
―Te espero abajo.
―Vale.
Joder, pues sí que ha corrido esta. Me visto y me pinto. Cuando veo que
está todo OK, salgo de la habitación y me dirijo al ascensor. Me encuentro a
Marcos, un antiguo novio; me reconoce y sonríe.
―¡No me digas que este pibón es mi Iratxe!
―¡Qué tonto eres! Anda, dame un beso. ―Nos damos dos besos y le
pregunto qué hace por Barcelona.
―Trabajo. ¿Y tú?
―Pues, igual. Tenemos que estar una semana, en principio. Ya veremos.
―Yo, parecido. Así es que a ver si nos podemos ver, ¿no te parece?
―Pues, sí, claro. ¿Cuál es tu habitación?
―La trescientos cincuenta y nueve.
―La mía es la trescientos veinticinco.
―Ya pasaré a buscarte y hablamos.
En ese momento, se abre el ascensor y bajamos. Al llegar a la entrada,
Valeria está fumando en la puerta. Me despido de Marcos y me acerco a ella.
―¿Quién es ese?
―Un antiguo novio ―contesto, aunque sé que a ella que le importa.
―¡No jodas! ¡Qué casualidad! ¿Y os lleváis bien?
―Sí, no nos hemos visto mucho, pero las veces que hemos coincido
hemos hablado bastante. Hemos quedado en vernos en estos días.
Su gesto se tuerce, pero no dice nada. Le pregunto si ha visto el coche que
nos va a llevar al centro.
―Sí, está ahí aparcado. Le he dicho que, cuando estuviéramos las dos,
íbamos.
―¿Ya has terminado de fumar?
―Me lo termino por el camino. Vamos.
Nos dirigimos al coche. Cuando abrimos la puerta, Raúl, el conductor, se
asusta; no nos esperaba.
―¿Te hemos asustado?
―Sí, estaba en otro planeta ahora mismo.
―Lo siento ―le digo.
―No pasa nada. ¿Nos vamos ya?
―Sí, por favor.
Llegamos en un momento, aunque había tráfico, pero no estábamos muy
lejos de allí. Nos despedimos de él, que nos dice que nos estará esperando;
solo tengo que avisar en recepción y aparecerá.
―Perfecto ―contesto.
Entramos y preguntamos por Mariola. Cuando aparece, vemos que es una
señora bastante mayor, pero un encanto. Nos dice dónde tenemos que ir y, de
hecho, nos acompaña hasta la puerta. Aún no han llegado todos y algunos
están fuera hablando. Nosotras decidimos entrar y sentarnos a esperar.
Después de tres horas de reunión, salimos muertas de hambre. Le
preguntamos a Mariola un sitio donde comer algo, aunque sea rápido. Nos
señala un restaurante. «Se come estupendamente y, además, no es caro», nos
recomienda.
―Eso da igual, nos lo paga la empresa ―responde Valeria.
Yo la miro como si la quisiera matar. Eso no se dice, hombre. Miro a
Mariola y está igual de impactada que yo, pero tenemos las dos más
educación que esta tía que no sé de dónde ha salido. Camino al restaurante, le
digo.
―Eso no lo vuelvas a decir nunca.
―¿El qué?
―Lo de que como lo paga la empresa, da igual. Así vas a durar muy poco
aquí.
―Pues, no veo el motivo, pero da igual.
―Mira, mientras vengas conmigo, sé más comedida, ¿de acuerdo?
―Vale, pero… ―La corto.
―No hay peros.
―Vale, vale.
Terminamos de comer. El ambiente está tenso por parte mía; a ella parece
que todo le da igual. Ya puede ser buena en su trabajo, porque modales tiene
pocos.
Estresada.

Dos días después de haber llegado al hotel, a las seis de la tarde llaman a
mi puerta; me levanto desganada, a ver qué quiere la petarda esta. Se está
portando un poco mejor, pero no termina de gustarme su forma de ser; me
tiene en tensión por lo que vaya a decir. El caso es que, en las reuniones que
estamos teniendo, habla muy distinto a como me tiene acostumbrada. Sigo
sin cogerle el hilo. Abro la puerta y me encuentro con Marcos. «¡Hombre!»,
le digo, «¡pasa!».
Se sienta en la única silla que hay; yo, en la cama. Me propone salir a
tomar algo.
―Sí, me apetece; así desconecto un poco de todo esto.
―Vamos, entonces.
Cojo mi bolso y, al salir, le digo que voy a avisar a mi compañera que me
voy.
―Ah, ¿que has venido acompañada?
―Sí.
Cuando Valeria abre la puerta y nos ve, su gesto no me gusta, pero la
ignoro.
―Valeria, que me voy con Marcos a tomar algo. Hasta luego.
―Adiós ―me dice toda seca.
Lo siento, igual se creía que le iba a decir que se viniera conmigo, pero no
me apetece nada estar con ella más tiempo que el necesario. Me cansa.
Nos vamos paseando hasta Las Ramblas. Marcos va muchas veces a
Barcelona y él sí controla los buenos sitios, en su criterio, claro. Cuando
llegamos, nos metemos en una cafetería a tomarnos unas cervezas. Me resulta
extraño estar con él como si nada y fuera de Madrid. Qué curiosa es la vida.
―¿Cómo te va la vida, Iratxe?
―No me puedo quejar: tengo mi trabajo, mi casa, mi gente está toda bien,
yo también.
―Ya veo que sigues trabajando en el mismo sitio.
―Sí, estoy contenta; ¿para qué cambiar?
―¿Tienes novio, o te has casado ya? ―Me río.
―Ni una cosa ni la otra. ¿Y tú?
―Yo tampoco. Me dejaste muy marcado; no he podido rehacer mi vida.
Le doy un golpe en el brazo, riéndome. «¡Qué tonto eres!».
―No tengo novia. Después de estar contigo, estuve con Ana, una tía muy
maja. Nos llevábamos muy bien, pero descubrimos que lo nuestro era más
amistad que amor. Y para qué seguir. Nos llevamos estupendamente, salimos
de vez en cuando, pero nada más.
―Yo he estado con un par después de ti, y nada, no ha cuajado con
ninguno. Lo que tú dices: nos llevábamos bien, pero no había pasión entre
nosotros.
―Nosotros teníamos buen sexo. ¿Por qué lo dejamos? Muchas veces lo
pienso, Iratxe; estábamos bien y, de pronto, nos empezamos a distanciar y
eso. ¿Por qué nos pasó?
―No lo sé. Muchas veces las cosas pasan sin más, porque tiene que ser
así. Lo bonito es que, mira, podemos estar tomándonos algo sin
recriminarnos nada.
―Cierto.
Cenamos y nos vamos a tomar unas copas. Una cosa nos llevó a otra y
acabamos en la puerta de mi habitación; nos miramos y, sin decirnos nada,
entramos. Nos abalanzamos uno al otro y nos besamos como dos
desesperados, las manos suben y bajan, nos tocamos y, sin soltarnos, nos
vamos a la cama. Como podemos nos vamos desnudando, tenemos prisa, no
queremos preliminares, tenemos ganas de sexo, y me abro para él. Me
penetra. Y con un buen ritmo vamos disfrutando de lo que estamos sintiendo,
hasta que nos viene el clímax y jadeamos juntos. Marcos se retira y se tumba
al lado mío.
―Muy rico, como siempre; así lo recordaba ―me confiesa.
―Sí, totalmente de acuerdo.
Después de un rato, Marcos dice que se va. Me parece bien. Me meto en
la ducha y me deleito con el agua caliente. Salgo, me pongo unas bragas y me
voy a la cama. «Ha sido buen día», pienso y me quedo dormida.
Contenta

Al día siguiente, cuando nos vemos en el desayuno, Valeria está muy


callada y me sorprende. Hasta que, de pronto…
―¿Te follaste anoche al tío ese, no?
La miro con los ojos como platos; estoy flipando.
―Pues, no creo que te interese, la verdad.
―Solo te lo estoy preguntando porque os oí, y tengo que reconocer que
me pusisteis cachonda.
Me descojono en su cara. No sé si porque me está poniendo nerviosa o por
imaginarme la situación.
―No sé qué te hace tanta gracia.
―Hombre, si no te parece gracioso que yo me tire a un tío y tú en la
habitación de al lado te pongas como una moto, ¡imagínate la situación! A mí
me hace gracia.
―A mí ninguna. De buena gana me habría ido con vosotros.
¡Bueno, bueno! ¡Esto es lo que me falta por oír!
―Para siguientes situaciones, te informo que ni se te ocurra.
―¿Celosa?
―No, celosa no, es que no me gusta compartir.
―Eso es porque no lo has probado.
―Ni tengo intención de hacerlo.
―Nunca digas no.
―Mira, Valeria, me estás poniendo nerviosa. Tú tendrás tus ideas, que
respeto, pero yo tengo las mías y me gusta que me las respeten igual. ¿De
acuerdo?
―Es que…
No le da tiempo a seguir porque la corto de muy mala manera.
―Es que nada. ¡Ya está bien!, ¿vale?
―¡Uy, uy! ¡Vale!
―Pues ya está, no me toques más las narices.
―Parece que no te ha relajado mucho follarte a un ex.
―Y tú pareces gilipollas. Es más, eres una gilipollas y no entiendes lo que
es un ¡ya!
―OK.
Y se terminó la conversación.
Nos metemos en el coche que nos va a llevar a la oficina, saco mi móvil y
mando un mensaje a las chicas.
―Buenos días, chicas. ¿Qué tal todo? Yo, bien. Tengo que contaros que
Marcos se hospeda en el mismo hotel que yo, y que ayer quedamos para
tomarnos algo y cenar. Terminamos en mi habitación, en la cama.
―¡¿Es el mismo Marcos que creo que es?! ―pregunta Sofía.
―El mismo.
―¡Guauuu! ¿Y qué tal está?
―Muy bien.
―¿Y la noche cómo fue?
―Pues, también muy bien.
―¿Qué tal con tu compañera? ¿Ya habla menos?
―Eso es un caso aparte. Pues, me dice esta mañana que si me follé a mi
ex, que nos oyó y que se puso cachonda, que le hubiera gustado entrar en el
tema.
―¡No me jodas! ―dice Jimena.
―Como os lo cuento. Muy fuerte. Ya le he dicho que si es gilipollas.
―No me gusta esa tía, ¿eh? ―dice Carla.
―Ni a mí, no te jode, que la tengo que aguantar.
―Esa tía quiere algo contigo, Iratxe ―me dice Jimena.
―La madre que te parió, ¡vete a la mierda!
―No te pongas así, pero no me extrañaría que quisiera algo contigo. Por
lo que cuentas, me da esa impresión.
―Pues, lo lleva claro.
―No digas nunca eso ―me dice Sole.
―¡Cállate, Sole! Que ella me ha dicho lo mismo en referencia a apuntarse
con nosotros.
―¿Ves? Si ya te lo digo yo.
―Pero yo no me voy por mí, me voy por Marcos.
―No sé yo ―dice Sole.
―¡Qué cabrona eres, tía! Ya me estás cabreando.
―¡Ja, ja, ja! No te me enfades, ¿eh?
―Ten cuidado, cariño ―me dice Carla.
―Lo tengo. Os dejo, que hemos llegado a la oficina. Tengo ganas de
veros. Besitos.
―Y nosotras a ti. Besos.
Llegamos donde está Mariola; es un encanto de señora, me recuerda a mi
tía Pilar. Nos da nuestra orden del día y nos dice que tenemos que dirigirnos
primero a la sala de reuniones; en quince minutos se celebra la primera.
«Muy bien», respondemos y nos vamos para allá. Estamos muy calladas las
dos. No sé si se habrá enfadado conmigo, pero me da igual; estoy un poco
cansada de su forma de ser. Entramos en la sala y nos dirigimos hacia
nuestros sitios. Cada uno pone su nombre, con lo cual no hay que pensar en
dónde nos tendríamos que poner. Valeria se sienta al lado mío y sacamos
todos los papeles que nos ha dado Mariola. Antes de que el silencio sea
incómodo, empieza a venir la gente. La reunión inicia.

En la tarde regresamos al hotel. Valeria me pregunta si quiero que


salgamos a cenar y a tomarnos una copa. Me da pena el día que llevamos, con
lo que le digo que vale. Llegamos a las habitaciones y nos despedimos hasta
las nueve.
Cuando entro, lo primero que hago es desnudarme y tomar una ducha; este
clima me hace sudar. Después de la ducha, me quedo desnuda; no me voy a
vestir todavía y no me apetece ponerme nada. Me tiro en la cama y empiezo a
pensar en la noche que pasamos Marcos y yo; estuvo muy bien, claro que
después de tanto tiempo que llevaba a dos velas… Pero no quiero ser mala,
estuvo muy muy bien. Pero, de pronto, se me cruzan en la cabeza las palabras
de Valeria, y pienso en qué hubiera hecho si ella hubiera tenido la cara de
llamar para unirse a nosotros. Imagino que Marcos encantado, ya que suele
ser una fantasía muy común en los hombres estar con dos mujeres, pero ¿y
yo? Sacudo la cabeza como queriendo echar de mi mente esos pensamientos.
¿Estoy loca o qué?
A las nueve estoy abajo, esperándola. Entra repentinamente.
―Perdona, es que me he salido fuera a fumar un cigarro.
―Tranquila, si acabo de bajar.
Nos vamos hacia el centro, y me dice que ha estado mirando por internet
sitios agradables para cenar.
―Muy bien, no conozco nada, con lo cual donde me lleves está bien.
Vamos hablando de todo un poco. Joder, es la primera vez que no deseo
que se calle, parece otra persona, más educada. ¿Porque actuará de otra forma
si ella, en verdad, no es así?
Entramos en un restaurante y nos ponen en una mesa que tiene unas vistas
chulísimas; dan al mar.
―Me encanta ―le digo―. ¡Qué bonito todo de noche!
―Sí, es precioso.
Pedimos de cenar y, mientras esperamos a que nos sirvan, seguimos
hablando. Me habla de su madre, que es muy mayor; su padre falleció hace
tres años y su madre le echa mucho de menos; llevaban desde los quince años
juntos, toda la vida a su lado y lo lleva mal, me cuenta.
―Nosotros intentamos que se distraiga; la llevamos a todos los eventos
que hay en la familia, al pueblo para que esté allí con sus hermanas, y la
verdad es que mis hermanos y yo estamos muy pendiente de ella.
―¿Qué pueblo es?
―Un pueblo de Toledo que se llama Noblejas.
―¿Puede estar cerca de Ocaña?
―¡Sí! ¡Jo, qué ilusión me hace que sepas por dónde cae mi pueblo!
―¿Cuántos hermanos sois?
―Cinco, conmigo.
―Jolines, familia más que numerosa. ¿Tienes sobrinos?
―Sí, diez sobrinos, de todas las edades. ―Y se empieza a reír―. Solo
falto yo por darle uno, pero no tengo prisa. Yo le digo: «Mamá, yo no sé si
voy a ser madre alguna vez», y ella me responde que sí, que tengo que tener
hijos para que cuando sea mayor no esté sola, que a ella los suyos la
acompañan todo lo que pueden y así se es feliz. «Exagerada», apunto yo.
―¿Y tú? ¿Tienes hermanos?
―Sí, dos. César y Ángela, que tienen dos niños cada uno.
―¿Qué edad tienen y cómo se llaman?
―Pues, mira, César es el mayor y tiene a Hugo, de trece años, y a Sara,
que tiene once. Y Ángela es la mediana; ella tiene a Daniel, de doce años, y a
Julio, de diez. Son los cuatro unas preciosidades. Sara, la pobre, es la que
tiene que aguantar con tres tíos, que le dan mucha caña, pero se llevan bien.
―Eso está bien. Los míos también se llevan muy bien. Realmente, todos
nos llevamos genial; somos, como dice mi madre, una gran familia. Yo me
río cuando lo dice, pero es la verdad. Y me encanta mi familia.
―A mí también me encantan, son la leche.
―¿Vives con ellos?
―No, hace cinco años que vivo sola. En cuanto pude dar una entrada para
un piso, me independicé. Y, la verdad, que estoy estupendamente. ¿Y tú?
―Yo por temporadas.
―¿Cómo que por temporadas?
―Sí, he ido y venido unas cuantas veces. Ahora mismo estoy con ella;
dejé el piso que tenía alquilado porque me quedé sin curro, y total, me da
igual. Ella, no se mete en nada; es muy respetuosa, en ese sentido.
―Pues, muy bien.
Seguimos hablando dos horas más y decidimos irnos para el hotel ya;
estamos cansadas y mañana sigue la historia, o sea que a descansar. Cuando
llegamos a la puerta de las habitaciones, nos quedamos paradas en el hall
mirándonos, sin decirnos nada, pero con una carga en el aire que me asusta.
Parece que a ella le está pasando lo mismo, ya que no para de mirarme. Lo
que veo en su cara me hace reaccionar y termino despidiéndome de ella.
―Hasta mañana.
Al día siguiente, suena el despertador; me cuesta levantarme, no solo
porque nos acostáramos tarde, sino que me fue difícil dormirme pensando en
Valeria. Y me preocupa. También bebimos, y todo junto es joderse por la
mañana. Me meto en la ducha y me quedo un rato debajo del grifo. Tengo
pensamientos calientes. Al salir, me tumbo en la cama y empiezo a tocarme;
lo necesito. Me asusta ver en lo que estoy pensando, pero es una fantasía, al
fin y al cabo. Y cuanto más me lo imagino, más caliente me pongo. Valeria,
tocándome, lamiéndome, chupándome… Y me pongo a cien, hasta que me
viene el orgasmo, me estremezco, y gimo.
Qué placer.
Cada vez que pienso en lo que he hecho, no por hacerlo, sino en lo que he
pensado, me da vergüenza; no debería, pero me da. Soy hetero, no tendría
que haber sido pensando en ella. Sin embargo, no sé por qué la tengo muy
presente y debo reconocer que me gustó.
Y mucho.
En la puerta del hotel, nos saludamos y me da vergüenza mirarla a los
ojos; parece que me va a notar que me he masturbado pensando en ella.
«Calla, calla», me digo a mí misma. Me da de todo pensarlo. Nos metemos
en el coche, saludamos y le decimos a dónde nos tiene que llevar. Al llegar,
Mariola nos saluda y nos dice que hoy es el último día que vamos a estar allí,
pero que seguramente tengamos que volver en dos meses. Nos da los billetes
del AVE; salimos a las doce. «Bueno, por lo menos no madrugamos»,
comentamos las dos.

Al terminar la reunión, salimos para comer; nos dirigimos a un restaurante


que hay cerca y nos sentamos en una terracita. Hace un día estupendo.
Pedimos algo de beber primero, y cuando nos sirven, aparece Marcos.
―Hola.
―Hola, Marcos. ¿Qué tal?
―Bien, ¿y tú?
―Bien, aquí estamos. Ella es Valeria, mi compañera.
Valeria se levanta y le da dos besos.
―Encantada.
―Igualmente ―responde Marcos.
―Vamos a comer, ¿nos acompañas?
―Perfecto, he salido para ello y qué mejor que comer con dos bellezas.
A Valeria se le tuerce un poco el gesto, pero no dice nada. Hablamos de
trabajo. Él nos cuenta qué está haciendo por allí y yo, porque Valeria se
quedó muda, raro en ella, le cuento que mañana nos vamos.
―¿Podíamos quedar esta noche? Nos tomábamos algo y…
Valeria dice de pronto:
―Conmigo no contéis.
Lo ha dicho seca. La miro y le digo a Marcos: «Bueno, ya veremos, a ver
cómo se nos da el día». Me da apuro dejar a Valeria tirada. Si no quiere salir
con Marcos, se quedaría sola. Y bueno, después del otro día, que estuvimos
bien, me da cosa dejarla.
―Pues, con lo que sea me dices. ¿Te di mi teléfono, verdad?
―Sí. Yo te llamo, tranquilo.
Pedimos de comer. Aunque estamos hablando, estoy un poco incómoda
por ver a Valeria tan callada. Intento que se meta en la conversación, pero
ella o me mira a mí, al plato o la gente pasar.
Nos traen el café y Marcos se va. Por un lado, lo agradezco, porque me
está dando apuro por Valeria. Se despide de nosotras dándonos un beso. En
cuanto se aleja, me dice Valeria.
―Este quiere sexo esta noche contigo.
―Sí, hombre.
―Ya te lo digo yo. ¿Vas a quedar con él?
―No sé, ¿quieres que hagamos algo juntas hoy?
―Claro. Sin él, imagino.
―Sin él ―le contesto. Ella asiente con la cabeza.
―Entonces, sí. ¿Quieres que reservemos mesa en el restaurante del
puerto?
―Tiene muy buena pinta, sí. ¿Sabes cómo se llama?
―Sí, no te preocupes que llamo ahora mismo para reservar.
Coge el móvil y llama; a las nueve y media, tenemos mesa. Vamos a cenar
muy bien o eso espero. Nos vamos de nuevo a la oficina y, después de
arreglar unas cuantas cosas pendientes, nos despedimos de Mariola; ha sido
un encanto con nosotras. Ella nos dice que nos volveremos a ver; están
encantados con el trabajo que hemos realizado. Nos vamos con nuestro
chofer particular al hotel. Le decimos la hora a la que sale nuestro tren para
que nos venga a buscar. Nos despedimos de él hasta el día siguiente. Antes de
entrar al hotel, le digo a Valeria que me voy a ver unas tiendas que hay cerca;
ella me dice que me acompaña. Vamos pasando de una tienda a otra.
Entramos a una lencería, es una de mis debilidades, y empiezo a mirar
sujetadores a juego con tangas; ¡hay unas preciosidades! Ella me recomienda
un par de ellos que son supersexis. Al final, me decanto por esos dos juegos.
―En cuanto llegue al hotel, le doy un agua y me lo estreno esta noche.
―Bien buena que vas a estar ―me dice.
La miro, ella me mira fijamente a los ojos; es superdirecta. A mí me corta
y bajo la mirada.
Nos acercamos al mostrador para pagar, y la chica que hay nos dice que
hemos hecho una buena elección: aparte de sexi, es muy cómodo, que
también es importante. Le damos la razón. Salimos de la tienda y entonces ya
sí, nos vamos al hotel. Nos despedimos hasta las nueve, vamos a descansar
un ratito y a prepararnos para la cena. Entro en la habitación y lo primero que
hago es dar un agua a lo que me he comprado. Me encanta. Me tiro en la
cama y saco el móvil, voy a avisar a mis chicas que mañana me voy para
Madrid. Tengo unos cuantos mensajes de ellas.
―Hola, chicas. ¿Qué tal todo?
―Hombre, si ya da señales de vida ―dice Sofía.
―Mañana voy para Madrid ya.
―¿Qué tal por allí?
―Muy bien, ¿y tú?
―Bien, currando mucho, pero me quedan tres días para cogerme una
semanita de vacaciones. Si hubieras seguido allí, me habría ido contigo.
―Eso hubiera estado muy bien, porque hemos tenido bastante tiempo
libre. Luego nos vamos a cenar al puerto Valeria y yo; es un restaurante
superchulo. A ver qué tal, ya os contaré.
―¡Qué guay! ¿Has hecho muchas fotos?
―Alguna, pero no muchas, la verdad. Por cierto, Sofía, ¿qué pasó al final
con el curro?
―¡Ufff! ¡Vaya movida tuve con mi jefe!
―¿Pero el jefe, jefe?
―¡Nooo!, con mi superior. Gracias a Malena que lo consiguió no llegó la
movida al jefe gordo.
―¡Menos mal!
―Vente ya, que te echamos de menos ―me dice Jimena.
―Y yo a vosotras. Mañana ya estoy allí.
―¿Qué tal con tu compañera?
―Mejor. Me ha costado un poquito la verdad, pero salimos una noche y
nos vino bien.
―Menos mal.
―Pues, sí. ¿Qué tal Martín?
―Echo un campeón, ya le verás creciendo día a día.
―Tengo ganas de verle y a las niñas también, que tienen tan ocupada a su
madre que ni me saluda, ¡ji, ji!
―Ya estoy aquí ―dice Sole―. Estas enanas me tienen absorbida. ¿Qué
tal?
―Muy bien, Sole. Mañana estoy allí.
―Perfecto. Para el finde hacemos una quedada, ¿os parece?
―Claro ―respondemos.
―Hola, cariño ―dice Carla.
―Hola, reina mía. ¿Qué tal?
―Bien, ¿y tú?
―Bien, también.
―Contad conmigo para la quedada ―dice Carla.
―Perfecto. Os dejo, que voy a descansar un rato, que me voy de parranda.
―¿Con Marcos? ―pregunta Jimena.
―No, con Valeria.
―Pásalo bien ―me dicen.
―Eso espero. Chao, chicas; os quiero.
―Y nosotras a ti.
Después de dar una cabezada, me meto en la ducha. Luego, me
embadurno en crema por todo mi cuerpo, me pongo el sujetador, es negro con
encaje, me pongo el tanga a juego, con un poco de encaje también, y me voy
al espejo a ver cómo me sienta el conjunto.
Perfecto.
Tengo la ropa preparada encima de la cama, un vestidito monísimo y unos
tacones. Me maquillo y miro el resultado.
«Espectacular», me digo yo misma.
Bajo a la puerta del hotel y Valeria está esperándome. Me mira de arriba
abajo; me corta porque tiene una mirada que impone. Se acerca a mí y me
dice:
―¡Menudo pibón! ¡Estás espectacular!
―Muchas gracias ―le digo sonriendo.
―¿Vamos andando o cogemos un taxi?
―Mejor cogemos un taxi, que nos deje por la zona, ¿no?
―Vale.
Paramos un taxi y nos desplazamos al puerto. Le pagamos y nos bajamos.
Tenemos localizado el restaurante, con lo cual decidimos dar un paseo por
allí hasta que sea la hora.
En el restaurante, pedimos de beber un vinito blanco para acompañar a la
mariscada que nos vamos a comer, y de segundo, un solomillo. Nos hemos
puesto moradas; estaba todo riquísimo y hemos tenido una cena muy
agradable. Salimos y cogemos un taxi que nos lleve al centro; nos vamos a ir
a tomarnos unas copas. Ya dentro del pub, pedimos y tenemos la suerte de
encontrar sitio para sentarnos tranquilamente a disfrutar de la copa. Una lleva
a otra, y hablando y hablando, Valeria se acerca a mí, y me besa. Yo no me
retiro, no sé por qué lo deseo; abro mis labios y dejo que entre su lengua en
mi boca, y me excito.
Mucho.
Ella, al ver que no la he rechazado, me agarra más fuerte y nos devoramos
la boca, como si tuviéramos hambre una de la otra, y noto cómo me roza el
pecho, mis pezones están duros, deseosos de que les hagan caso. Nos
separamos y nos miramos. Valeria me dice de irnos al hotel.
―¿Te parece? ―me pregunta.
―Valeria, yo… ―Me pone un dedo en la boca.
―No digas nada. Cuando lleguemos, vemos.
―Vale.
Nos vamos andando; estamos cerca del hotel y llegamos rápido. Subimos
en el ascensor, donde nos vamos dando besos. Llegamos a mi habitación,
pero me dice que vayamos a la suya. Entramos, y según cierra la puerta, me
agarra y me empotra contra la pared, me restriega sus manos por todo mi
cuerpo y me come la boca. Me lleva a la cama y me desnuda sin dejar de
tocarme y besarme. Cuando me ve con el conjunto nuevo de lencería, se
aparta un poco de mí y me mira.
―Estas muy buena, ¡joder! Cómo te queda el conjuntito.
Me quita el tanga y empieza a chuparme el clítoris. No pierde el tiempo.
Me introduce un par de dedos que no deja de mover hacia dentro y hacia
fuera, despacio y más rápido, haciéndome retorcer de placer, un placer tan
intenso que me duele. Viene hacia mi boca, me la come, con hambre. Baja
hasta mis pechos, me da mordisquitos en el pezón, los tengo tan duros, que
me gusta que me los muerda; ella se va de uno a otro sin dejar de
estimularme el clítoris. Intento hablar, pero ella me dice que ahora disfrute.
Lo hago. Sin embargo, el no estar haciéndole nada a ella me corta; no me da
tregua. Vuelve al clítoris con su lengua, con su boca caliente, ¡cómo estoy yo
en estos momentos!, y me voy estremeciendo según me va viniendo. ¡Cuánto
placer! Cómo me estoy deleitando en todo lo que estoy sintiendo. De pronto,
cual si fuera otra persona, empiezo a gritar como si estuviera poseída. Ella
viene a mi boca y me mete su lengua.
Ha sido maravilloso.
Cuando ella se echa al lado mío, yo espero a poder hablar; me ha dejado
exhausta. Ella me mira, pero no dice nada. Espera.
Empiezo pidiendo disculpas…
―¿Por qué? ―me corta ella.
―Por no haber sabido actuar.
―Hoy quería que fueras tú la que disfrutara.
―Valeria, yo no soy lesbiana.
―Ya lo sé.
―¿Por lo de la otra noche con Marcos?
―No. Bueno, aparte. Lo sé desde el principio, pero esperaba que pudiera
cambiar la cosa.
―Cambiar no, ya te lo digo yo.
―¿Yo te gusto? ―me pregunta.
―Vamos a ver, me resultas muy atractiva y no te voy a engañar; he
pensado en ti en más de una ocasión, pero todo esto me resulta muy extraño.
Lo que ha pasado ha sido maravilloso, de verdad, pero no me veo
manteniendo una relación con una chica. Respeto a todo el mundo, pero a mí
me gustan los hombres.
―Bueno, pues eso lo iremos viendo. ¿Me vas a dejar?
―¿A dejar qué?
―A dejar que te seduzca.
―No, Valeria. No he sabido ni cómo hacerte algo, aunque yo soy mujer,
pero no he podido.
―No te he dejado, que es diferente.
―Ya, pero no. Hoy estamos aquí, mañana nos vamos para Madrid. Una
vez que salgamos de esta habitación, nuestra relación va a ser laboral y como
amigas. ¿Te parece?
―No, pero lo acepto.
Estoy flipando conmigo misma. ¿Una vez que salgamos de esta
habitación? Si no quieres nada con ella, sal ya. Pues no, ahí me quedo a ver…
¿qué? No me muevo; sigo en la cama, al lado suyo. Ella me mira fijamente;
tiene un poder en la mirada, con esos ojazos. Para mi sorpresa, no me corta
estar desnuda delante de ella. De hecho, me gustaría que me volviera a tocar,
pero no seré yo quien lo diga. Aunque con no irme, se lo estoy diciendo. Y
después de estar un rato tumbadas, ella se levanta y va al baño, oigo el grifo
correr y, al rato, sale con una toalla mojada. Me abre las piernas y empieza a
limpiarme, suavemente al principio, hasta que de la toalla sale su mano y
empieza a subir y bajar los dedos por mi vagina, rozándome y excitándome.
Sigue un rato así, yo me retuerzo, un simple gesto y está poniéndome a mil,
sube a besarme los pechos y se deleita en mis pezones, muy duros, con ella
están así. Y mientras me sigue pasando los dedos por la vagina, sigue
chupándome hacia arriba, el cuello, un lado, el otro, y yo disfrutando de todo
lo que me está dando. Llega a mi boca y nos las devoramos. Nos damos la
vuelta y yo me pongo arriba; ahora voy a ser yo la que le dé ese placer, es lo
que quiero. Seguimos besándonos y me voy hacia su oreja, le rozo el lóbulo
con la lengua, voy bajando por su cuello y me voy a sus pechos, perfectos, y
juego con sus pezones, como ella lo hizo con los míos, los acaricio, los
aprieto y ella gime, me gusta oírla. Sigo hacia abajo sin dejar de rozarle todo
con mi lengua, hasta que llego a su pubis, le abro las piernas y me sumerjo en
un mar de sensaciones nunca experimentado; me voy a su clítoris y le hago lo
que me gusta a mí que me hagan, despacio, con mi lengua de arriba abajo,
succionando, voy hacia abajo hasta que llego a la vagina… Primero, le meto
la punta de lengua y, después, le meto dos dedos, que muevo con brusquedad
y que a ella le gusta, porque ahora es ella la que se retuerce. Mientras, sigo
con los dedos dentro, sigo con el clítoris, lo tiene duro, está muy excitada y
eso me pone a mí de la misma manera. Cuando ella cree que ahora es para las
dos, me hace que me ponga al revés y una a la otra nos comemos. Ella, que es
más experta en este campo, mientras me lo come sigue moviendo los dedos
dentro de mí; yo voy más despacio, esto es nuevo para mí, y se nota… Ya no
podemos más, nos corremos juntas como dos poseídas. Estamos sudando y
estamos exhaustas.
Nos tumbamos una al lado de la otra, nos miramos…
―No te preocupes, que no voy a perseguirte. Solo quiero que sepas que
cuando tú quieras aquí estaré.
―Te lo agradezco, Valeria.
―Y quiero que sepas que de mi boca no saldrá nada de lo que ha pasado
en Barcelona. Estate tranquila.
―Muchas gracias. Tengo que decirte que lo he disfrutado mucho, me ha
gustado pasar esto contigo, pero no quiero más.
―Lo entiendo.
3
Nos dirigimos a la estación para coger el AVE. Vamos hablando las dos;
se ha creado un filin muy bonito entre nosotras, pero no hemos vuelto a
hablar de lo que ha pasado. Ya no volverá a pasar, eso se va a quedar en
nuestro recuerdo, como muy bonito, pero no puede ser.
Cuando estamos montadas en el AVE, le suena el teléfono, lo coge y
empieza a hablar con su madre; es muy cariñosa, se ve que la quiere con
locura y la trata con tanto amor que me enternece. Esa chica tan insoportable
que conocí es un cielo, al final. Al colgar, me dice:
―Mi madre, que tengamos buen viaje y que está deseando verme. Ya le
he dicho que yo más.
―Tienes muy buena relación con tu madre, ¿verdad?
―Sí, bueno, y con mi padre también la tenía; son de mente muy abierta;
ellos lo entendieron perfectamente cuando les conté que era lesbiana.
―Eso es un apoyo muy importante.
―Mucho, no te puedes imaginar lo mal que lo pasé pensando en cómo iba
a decírselo. Y cuando me lancé, fue tan fácil hablarlo con ellos, me lo
pusieron en bandeja y fueron maravillosos. Tengo amigas y amigos que se
han visto rechazados por uno de ellos o por los dos, y eso les pasa factura,
tarde o temprano.
―Sí, tiene que ser muy duro.
―Sí lo es.
Cuando menos miramos, estamos entrando en Atocha; esto del AVE es
una maravilla. Nos bajamos del tren y nos dirigimos hacia el metro. Vamos
hablando, y en un santiamén ella se tiene que bajar.
―Ya nos veremos en la oficina. Descansa.
―Gracias, igualmente.
La sigo con la mirada; me tiene atrapada, no lo entiendo, pero no lo puedo
evitar. Lo único que sé es que esto ayer se terminó. No puede ser.
Llego y llamo a mi madre para decirle que ya estoy en casita. No me coge
el teléfono, ¡qué raro que no esté en casa! Vuelvo a llamar y nada. Mi madre
no tiene móvil porque no se hace, como dice ella, así que llamo a mi padre.
Un pitido, dos, tres, cuatro…
Me estoy poniendo de los nervios. Vuelvo a llamar y al tercer pitido me lo
coge mi madre.
―Hola, hija. ―Pero ese «hola, hija» no se suena bien.
―Mamá, ¿pasa algo?
―¿Por qué?
―Mamá, estoy en Madrid. Si me estás ocultando algo, dímelo. ―Y es
cuando se echa a llorar.
―¡Mamá, qué ha pasado! ¡¿Es papá?! ¡¿Le ha pasado algo a papá?!
―Empiezo a llorar.
―No, hija, no es papá, es Julio. ―Mi sobrino de diez años―. Se ha caído
en el parque y se ha dado con un escalón que estaba partido y se ha abierto la
frente; le tienen que operar.
―¿Pero para darle puntos, no?
―No, hija, en quirófano; tiene el hueso roto.
―Dime dónde estáis que voy para allá.
―En el 12 de Octubre, hija; estamos en urgencias.
―Ahora mismo voy.
Y salgo disparada. No quiero llamar a mi hermana, tiene que estar
desquiciada, pero necesito saber más, así es que llamo a mi cuñado Andrés.
Cuando me lo coge, le digo que voy para el hospital, pero necesito saber
cómo está el niño.
―¿Vienes conduciendo?
―Sí, pero voy con el manos libres. Dime algo, por favor.
―Se ha roto el hueso frontal, le van a meter en quirófano para operarle, le
tienen que poner piel artificial.
―¡Joder, mi niño! ¿Cómo está él?
―Está tranquilo ahora. Estamos esperando a que vengan a por él para
llevarlo a quirófano; nos han dicho que en quince minutos, a ver si es así;
cuanto antes, mejor.
Se me caen las lágrimas. Solamente pensar en lo que él está pasando y lo
que le queda por pasar, se me cae el alma a los pies. Aunque esté alto, es tan
pequeño. Que salga todo bien, es lo único que pido.
―En breve llego, Andrés. ―No puedo hablar más sin que se me note que
estoy llorando. No quiero preocuparle más.
―Aquí estamos. Chao.
Llego al box donde le tienen. No puedo evitar echarme a llorar; le veo con
una venda en la cabeza y frente. Viene mi hermana a abrazarme.
―No llores, Iratxe, que le vas a poner nervioso. Venga, tranquila, que va
a salir todo bien.
Me seco las lágrimas y me acerco a la cama.
―Hola, cariño. ¿Qué ha pasado?
―Me he tropezado y me caí.
―¿Te duele?
―Un poco.
―¡Qué valiente es mi niño!
En ese momento viene el celador a por él. Mi hermana se levanta y va a
darle un besito. Los demás le decimos: «Hasta luego».
Cuando se han ido, mi hermana no puede más y se pone a llorar. Mi
madre hace lo mismo, y yo no puedo aguantarme. Menudo drama que hay en
la habitación. Han estado manteniendo el tipo, pero ahora que no está él,
están derrumbándose. Andrés y mi padre no hacen más que decir que va a
salir todo bien, pero nosotras no podemos parar. Dos horas después, viene el
cirujano plástico a hablar con nosotros; nos dice que ya está en reanimación y
que ha salido todo bien; le han hecho un injerto de piel en la frente y le han
dado diecisiete puntos, pero que con el tiempo no se le notará tanto. Ahora el
color impacta, pero que se le irá aclarando poco a poco. Soltamos todos el
aire que no creíamos que estábamos reprimiendo. Nos dice el cirujano que
pueden entrar dos personas a verle, pero que en un par de horas le subirán a la
habitación. Mi hermana y mi cuñado van con él a ver a su niño. Al volver, mi
hermana está muy nerviosa, le han visto, pero está aún adormilado y tiene un
vendaje en la cabeza que impacta.
Le suben a la habitación. Ya está más espabilado, pero sí que es verdad
que impresiona lo que lleva en la cabeza. Mi madre se lanza a darle besos, y
el médico que le acompaña nos dice que interesaría que no hubiera mucha
gente, porque, aunque le han puesto medicación para los dolores, se puede
sentir agobiado.
―No se preocupe, doctor ―le digo―. Ya le hemos visto. En cinco
minutos nos vamos, ¿verdad, mamá? ―Mi madre me mira como diciéndome:
«Yo no me muevo de aquí». Pero no puede ser. Él tiene a sus padres.
―Mañana venimos, mamá. Él ahora está cansado y necesita estar
tranquilo.
―Es verdad ―me responde.
El doctor nos informa que mañana le quitarán el vendaje y que, si todo
está bien, para casa.
―Muchas gracias ―le dice mi cuñado. El doctor sale de la habitación.
Al rato, le digo a mis padres de irnos. Julio está tranquilo y medio
dormido. Salimos de la habitación y mi hermana, más calmada ahora, nos
acompaña hasta el ascensor.
―Mañana vengo, hija ―le dice mi madre.
―Muy bien, mamá. ―Y nos da un beso a cada uno. César también viene
mañana; hoy le ha sido imposible porque tenía una reunión y no podía faltar.
―Hasta mañana ―decimos todos.
Salimos del hospital. Mis padres tienen el coche en el parking que hay en
urgencias, pero yo le tengo en el otro, más arriba. Así que nos despedimos.
―Intenta descansar, mamá, que te conozco. Él está bien.
―Sí, hija, lo intentaré.
Les doy un beso y me despido de ellos. Voy caminando y oigo que me
llaman. Me giro y veo a Valeria.
―Hola, Valeria.
―¿A quién tienes aquí?
―A mi sobrino.
―¿Qué le ha pasado?
―Rotura de hueso frontal e injerto de piel.
―¡Joder! ¿Es el hijo de tu hermana o hermano?
―De Ángela, mi hermana.
―¿Y cómo está?
―Ha salido bien la operación. Veremos mañana, cuando le destapen la
frente y el médico vea la herida. Pero él está ahora tranquilo. ¿Y tú, qué haces
por aquí?
―Vengo de ver a una amiga, que la operaron ayer de unos quistes, pero
parece que todo está bien.
―Bueno, pues nada, voy a por el coche. Mañana nos vemos en la ofi.
―Iratxe, ¿quieres que nos tomemos algo?
Yo dudo, porque me apetece, pero me da cosa; tengo un algo dentro de mí
que me dice que no vaya. Pero al final le digo que sí.
―¿Has traído el coche?
―No, he venido en transporte.
―Pues, vamos, que el mío está en el otro parking.
Me pregunta si el matrimonio que iba conmigo son mis padres.
―Sí.
―Ah, es que te vi con ellos y me lo imaginé.
Nos vamos para mi barrio. Dejamos el coche en el garaje. Una vez fuera,
no sé por qué le propongo que si subimos a mi casa.
―Perfecto.
Una vez dentro, Valeria me dice que está chulísima y eso que ha visto solo
la entrada y el comedor. La verdad, que tengo una casa muy mona. Me gusta
mucho la decoración y soy de las que voy cambiando cada dos por tres de
sitio las cosas. Y como me siento orgullosa de mi casa, le digo:
―Sí, la verdad es que tengo una casa que me encanta. Ahora te enseño el
resto. ¿Qué quieres beber?
―Un vino, si tienes.
―Vale, me echaré otro para mí.
Nos estamos tomando la copa de vino y le indico que venga, que le
enseño el resto. Según vamos pasando de estancia va comentando que le
encanta todo. Y cuando llegamos a mi habitación, después de decir que es
preciosa, me mira y me suelta un: «Como tú». Nos miramos. Me coge de la
mano y me atrae hacia ella; yo no tengo fuerzas para decirle que no, en el
fondo lo estoy deseando. Me besa con tanta pasión que me duele. Nos
abrazamos y seguimos besándonos, abrimos nuestras bocas y juntamos
nuestras lenguas en una desesperación extrema. Nos vamos hacia la cama,
nos tumbamos sin despegar nuestras bocas, empezamos a movernos porque
queremos sentir el cuerpo de la otra persona en el nuestro.
Es maravillosa.
4
Al día siguiente voy a ver a mi sobrino; le han dado el alta y está en casita,
con un vendaje en la cabeza enorme. Todo ha salido bien. Mi hermana está
más tranquila; tiene, como dice ella, el miedo en el cuerpo metido, pero
viendo a su hijo que está bien, intenta relajarse. Mañana van a quitarle la
venda, ver cómo está la herida y dejarla al aire. En un principio, no interesa
que le dé mucho el sol, pero con el flequillito que lleva no se le va a ver
tanto. Yo veo al niño bien, no se queja. Él es muy valiente, muy fuerte,
siempre lo ha sido, y ahora lo está demostrando. Estoy un rato más con ellos;
quiero ir a hacer unas compras. Tengo que llamar también a las chicas;
debería contarles lo que me está pasando con Valeria, pero me da corte, no
me atrevo. Bueno, eso ya iré viendo cómo lo digo. Aunque no va a pasar más,
no me gusta tener este secreto conmigo, necesito hablarlo. Ya veré cómo lo
hago.
Me despido de ellos. Quedo en ir a verlos dentro de un par de días, y le
prometo a Julio llevarle un puzle de los que le gustan tanto. Voy hacia mi
coche, pensando en mis cosas, en el lío entre comillas en que estoy metida.
Tengo un cacao en mi cabeza que es para flipar. Me voy derecha al
supermercado, me tiro allí dos horas. Entre unas cosas y otras se me ha ido la
mañana. No hago más que pensar en que tengo que decírselo a las chicas. En
cuanto llego a casa, les mando un mensaje.
―Chicas, necesito hablar con vosotras. ¿Podéis hoy? ―Le doy a enviar.
Como no me contesta ninguna, me pongo a preparar unas cosas que tengo
que llevar al curro. Oigo el pitido de un wasap; voy a por el móvil y miro.
―Por mí no hay problema. ―Es Carla.
Carla, mi chica bonita que hace un par de años, más o menos, se casó con
su amor Leo, que murió el año pasado en un accidente de tráfico; ha estado
muy mal, pero poco a poco va mejorando y no perdemos la esperanza de que
conozca a alguien que la haga igual de feliz. Nosotras hemos estado a su
lado, también lo hemos pasado mal, porque Leo era un encanto de hombre y
se dejaba querer y quería a todo el mundo. Siempre veía lo bueno de la gente.
Le echamos mucho de menos nosotras, o sea que imaginaros la falta que le
hace a Carla. Habla mucho de él, pero se le nota esa mirada tan triste cuando
lo hace que casi es mejor que no lo haga, porque se nos cae el alma a los pies.
Poco a poco van contestando las otras. Me dicen que sí, que diga hora y
sitio y que allí estarán. Es lo bueno que tengo, unas amigas a las que quiero
con toda mi alma y que siempre estamos cuando lo necesitamos. Da igual
quién sea, las cinco somos iguales.
Son mis chicas.
Les contesto que en mi casa, ya que no quiero ir al Akelarre, porque lo
que tengo que decirles es muy privado y quiero hablarles con toda la
naturalidad y franqueza posible. «A las seis y media, si les viene bien».
Estoy nerviosa. ¡Puff! Se van a quedar heladas cuando les diga que me he
enrollado con Valeria y que lo más flipante es que tengo un sentimiento muy
fuerte hacia ella, aunque lo quiero negar, pero en el fondo es así.
Me entretengo en hacer cosas en casa y hago tiempo hasta que suena el
contestador; me acerco y pregunto quién es. «Nosotras», Sofía y Carla
contestan a la vez; les abro y espero en la puerta. Cuando salen del ascensor
van riéndose como dos poseídas.
―¿Qué os hace tanta gracia?
―Esta ―dice Carla―, que tiene unas cosas de bombero.
―¡Madre mía! ―respondo.
Nos damos besos y entramos. Nos sentamos en los sillones y Carla me
dice que están muy intrigadas.
―Hasta que no vengan las que faltan no hablo.
―Pues, ya llegan tarde ―dice Sofía.
En ese momento suena el contestador. Me levanto a abrir. Es Jimena, pero
creo que viene con Sole. Espero con la puerta abierta. Se abre el ascensor y,
efectivamente, vienen juntas. Nos besamos y entramos al salón, que es donde
están Carla y Sofía. Una vez sentadas con un café y unas pastas por delante,
empiezo diciendo:
―Chicas, tengo un problema y gordo.
Las caras de ellas pasan de tener una sonrisa a seriedad absoluta. No se
imaginaban que podía ser un problema gordo. Las tengo a las cuatro atentas,
mirándome y no diciendo nada, y eso sí que es raro.
―Os acordáis que os hablé de mi compañera nueva, Valeria.
―Sí, claro ―dicen todas.
Me entran dudas, no tengo el valor suficiente para decir en voz alta que
me he acostado con ella. Todas me están mirando. Pienso en lo que les
tendría que contar ahora, dar explicaciones, escuchar sus opiniones y no
puedo. Me he rajado. Como no digo nada, Sole me interrumpe.
―Es para hoy.
―Nada, realmente no es importante. Ahora que os tengo delante, me he
relajado y no lo veo tan grave. Así es que no os preocupéis, chicas.
―Sí pasa, Iratxe. Solo hay que mirarte la cara para ver que te pasa algo.
―No, de verdad, no tiene importancia.
―Vamos a ver, Iratxe ―Carla continúa―, cuéntanos qué pasa. Tu cara
nos lo dice, ya sabes que es el espejo del alma y vemos que está pasando
algo. Así es que, cariño, dínoslo.
Me pongo a llorar. Tengo tanta tensión dentro de mí que no puedo
aguantarme. Ellas se reúnen a mi alrededor y me intentan calmar; me van
hablando bajito. Cuando veo que el berrinche se me ha pasado, lo pienso. Y
sin darles tiempo a reaccionar, continúo.
―Pues, como bien sabéis, me tocó irme a Barcelona con ella por trabajo.
―Todas asienten, pero no hablan. Pues…, me callo, no sé cómo continuar.
De pronto, suelto:
―Me he acostado con ella.
―¿Y? ―pregunta Sofía.
Miro a todas: están mirándome, sin ningún reproche en su cara, que yo ya
lo sabía pero tenía mi miedo.
―Pues eso, que me he acostado con ella.
―Eso ya lo has dicho. Si nos cuentas esto para que te digamos que estás
loca, eso a qué viene, cómo has podido…, estás muy equivocada. Si te has
acostado con ella es porque lo has sentido así, porque tú querías. Entonces,
¿dónde está el problema?
―El problema lo debo de tener yo, porque no lo acepto. Bueno sí; bueno,
no sé. ―Pongo cara de pucheros―. Es que, por un lado, me siento tan a
gusto con ella, pero, por otro, no lo acepto, yo no soy lesbiana, no quiero ser
lesbiana. Bueno, realmente, me da igual serlo, pero, ¿y mi familia? ¿Cómo se
tomarían que llegara yo ahora y les dijera: «Familia, os presento a Valeria, mi
pareja»? A mi madre la da de todo, seguro. No sé, chicas, tengo tantas dudas,
mi cabeza no hace más que pensar y me va a explotar.
―Vamos a ver ―me dice Carla―. Entiendo que todo esto te choque, es
normal, es la primera relación lésbica que has tenido en casi cuarenta años
que tienes; nunca te han atraído las mujeres y lo que te ha pasado es normal
que te haga comerte la cabeza. Pero piensa en ti y solamente en ti, qué es lo
que quieres. Si esto va a ser un rollo, pues lo tienes y no hay necesidad de que
les cuentes a tus padres nada. Que ves que va la cosa más en serio, pues
tienes que hacerlo y vivir esa relación lo más libre. Además, ¿quién te dice
que tus padres no lo van a entender? Puede que al principio les cueste, pero a
ti también te está pasando eso. Ellos siempre te han visto con chicos, y si les
dices que tu novio es novia, o sea chica, les dejarás impactados. Pero eso será
al principio; todos los padres quieren lo mejor para sus hijos, y si tú elijes a
Valeria, ellos la aceptarán. Por eso, no tengas miedo. Además, aquí estamos
nosotras para apoyarte en todo lo que necesites.
―Ya, chicas, si eso también lo pienso yo, pero tengo miedo.
―Claro ―dice Jimena―, es normal. Es impactante, para todos, pero
tienes que poner en orden tus ideas, y una vez que tengas claro que lo que
quieres es estar con ella, adelante. Que lo quieres probar antes de hablar con
tus padres, pues adelante también. Y ahora, lo que nos tienes que contar es
todo, hasta el momento que os llevó a hacer el amor.
―¿Todo, todo? ―les pregunto.
―Todo, todo ―dice Carla―. Ya sabes que somos muy curiosas. ―Y nos
echamos a reír. Noto cómo me he relajado; estaba en tensión, pero mis chicas
son así, te hacen sentir tan bien contigo misma.
―La verdad es que me sacaba un poquito bastante de quicio. Pero una
noche estuvimos hablando muy bien, estuvimos muy a gusto. Ella es muy
directa y no se corta en decirme si estoy buena, voy guapísima, y eso me
hacía pensar por la noche en ella. Y ocurrió. Nos liamos y nos fuimos a la
cama. Me hizo sentir lo que nadie ha conseguido nunca, y aunque le dije que
eso terminaba allí, aquí también ha pasado.
―¿O sea que no ha sido solo una vez allí? ―pregunta Sofía.
―No, repetimos.
―¿Y aquí? ―pregunta Jimena.
―También, no he podido remediarlo; me atrae una barbaridad y la tía está
cañón. Madre mía, ¡si hasta me noto colorada! Me da cierto apuro pensarlo y
hablar de ello.
―Bueno, pues parece que está claro, Iratxe: te gusta, estás a gusto con
ella y sientes algo especial por ella, ¿qué más quieres? ―me dice Jimena.
―El problema es que quiero, pero no quiero.
―No, Iratxe. El problema es que quieres, pero el qué dirán te hace echarte
para atrás ―insiste.
―Puede ser.
―Es ―sentencia Jimena. Y es una pena que por el qué dirán te pierdas
esta experiencia en tu vida y ser feliz con tu pareja.
―Bueno, quería contároslo, pero no tengo nada claro aún.
―A nosotras lo que nos interesa es que tú seas feliz; tú decides con quién
―me aconseja Carla, y todas asienten con la cabeza.
Las miro y pienso que las adoro a las cuatro. Y les digo que las quiero;
ellas me contestan que a mí también me quieren.
―Cuando decida algo, os digo chicas.
Nos tomamos una copa para relajar el ambiente, no por ellas, pero sí por
mí. Y hablamos de todo un poco: de las niñas de Sole, que son preciosas, y de
Martín, hijo de Jimena, que es guapísimo y que nos tiene locas a todas con
sus cosas; es el mayor y le tenemos muy consentido. Sus padres nos regañan,
pero eso es lo que tiene que no sea tu hijo, que le das todos los caprichos y
que sean sus padres los que le eduquen; somos sus tías postizas.
Se van. Recojo las cosas y me siento en el sofá a pensar en Valeria. ¿Qué
hago contigo?
5
Al día siguiente, cuando llego al curro, veo que Valeria está allí. Nos
saludamos como siempre y como lo hacemos con todos. No quiero muestras
de nada, ni guiños que mis compañeros puedan ver qué nos traemos entre
manos. Realmente lo pienso y mis amigas tienen razón, no quiero nada con
Valeria por el qué dirán. Ahí está la muestra de que es así, menos mal que
ella se comporta, que tenía mis dudas, pero lo está haciendo y muy bien.
Al salir a desayunar, les comento que tengo que ir a hacer unas cosas al
banco; me tomo un café con ellas y me acerco un momento a hacer esa
gestión. Valeria me pregunta si quiero que me acompañe; quiero decirle que
no, pero me apetece estar sola con ella sabiendo que no puede pasar nada
entre nosotras, el tiempo que tenemos no nos lo permite. Porque si por mí
fuera me la llevaba a mi casa, pero no puede ser. Le respondo que me parece
bien. Y después de un café, nos vamos las dos.
Cuando llevamos un rato andando, me pregunta qué tal estoy. La miro y le
digo:
―Bien, Valeria.
―Qué suerte tienes. Yo no hago nada más que acordarme de ti, tengo
ganas de ti.
Mis mejillas se sonrosan, lo noto, no puedo ni mirarla porque me da
vergüenza hacerlo; es tan directa que me asusta.
―¿Tú no? ―me pregunta.
Levanto la cabeza y le digo que sí, que pienso en ella, pero también pienso
que esto no puede ser.
―¿Pero por qué?
―Porque no, Valeria. Yo nunca he estado con una chica y esto me
descuadra.
―Dame una oportunidad, Iratxe.
―No, Valeria. De verdad, es mejor que lo dejemos así.
―¡Joder, tía!, no lo entiendo.
―Yo tampoco, pero es lo mejor.
―Déjame invitarte a cenar hoy; quiero estar a tu lado.
Mi estómago tiene un montón de mariposas. Quiero quedar con ella,
quiero hacer el amor con ella.
―Luego te digo, ¿vale?
―Vale, por lo menos no lo has descartado, es un paso.
Hacemos la gestión y nos volvemos a la oficina. Cuando entramos por la
puerta somos dos compañeras. Nos sentamos cada una en su sitio, que
encima es al lado mío; huelo su perfume y no veas cómo me pone.
Al terminar de trabajar, como casi siempre nos vamos juntas al metro.
Una vez solas, Valeria me vuelve a preguntar si quiero quedar con ella y
cenar juntas. Me apetece, llevo todo el día pensando en la cita y quiero ir.
―Sí, Valeria, quedamos, pero en mi casa.
―¿En tu casa? ¿Por qué?
―Porque vamos a estar más a gusto.
Valeria pone una cara de no hacerla gracia. Yo la entiendo, porque lo que
está pensando es la verdad: me da vergüenza que alguien nos pueda ver, no
juntas, pero por si tenemos alguna muestra de cariño. Aunque no le hace
gracia, acepta.
―¿A qué hora quieres que vaya?
―Vente a las nueve.
―Vale.
Hacemos el viaje que nos queda muy calladas. Sé el motivo, pero no
puedo hacer más. Luego, llega a su parada, se levanta y me dice que después
nos vemos.
«Muy bien», respondo. Y la sigo con la mirada; va tensa, se nota.
Llego a casa y miro a ver qué puedo organizar, y si no, a las malas pido
algo de cenar a mi restaurante favorito.
Al final opto por hacer yo la cena: un revuelto de espárragos trigueros y
filete de pollo a la plancha. Así, cuando llegue Valeria, se hace en un
momento mientras nos tomamos algo. Preparo la mesa. Eso sí, la pongo bien
mona. No sé qué pasará esta noche, sé que Valeria me va a hablar claro, ella
es así de directa, pero mis dudas me atormentan cada vez más. Intento
relajarme, pero no lo consigo, estoy nerviosa. Para mí, lo ideal sería tener
relaciones con Valeria sin que nadie lo supiera, en mi casa o en la suya; sí, sé
que eso es muy egoísta por mi parte. Ni ella ni nadie se merece eso. Tengo
que decidirme por lo que quiero, pero…
Valeria llama al portero, le abro y espero a que suba. Viene seria, pero
según cierro la puerta me empotra contra el armario del hall y me mete la
lengua hasta dentro; me devora la boca mientras me aprieta los pechos con
una fuerza increíble. Mis pezones reaccionan poniéndose duros y ella, al
notarlos, se viene arriba y me introduce la mano por las bragas hasta llegar a
mi pubis y sigue hasta el clítoris. Con un dedo muy sabedor de lo que va
haciendo, primero despacio y luego más deprisa, me obliga a gemir. Las
sensaciones que me provoca me descoloca de tal manera, me siento viva, solo
pienso en mi placer y en devolvérselo, me deshace por dentro, nunca nadie
me hizo sentir así. Nos seguimos comiendo la boca mientras la insto a
movernos hacia mi habitación. Quiero más. Y cuando llegamos, me tumba en
la cama y me desnuda, sin ninguna delicadeza, con prisa. Estoy totalmente
desnuda frente a ella. Se lanza a mi pubis, me abre las piernas y empieza con
su lengua a frotarme el clítoris, despacio al principio y cogiendo fuerza poco
a poco hasta que me logra estremecer de placer. Empiezo a retorcerme.
Introduce un dedo en mi vagina, y con un diestro movimiento por su parte,
alcanzo el clímax, brotando de mí gritos de placer. Al sacarme sus dedos, se
tumba encima de mí y me dice:
―Ahora vamos a cenar.
Me coge de la mano y me levanta. «No te vistas, por favor. Ponte esa bata
tan sexi que tienes en la butaca; me pone mucho», me ordena.
Le hago caso. Me siento una diosa; ella me hace sentir así. Me pongo la
bata y salimos de la habitación. Nos vamos a la cocina y empezamos a
preparar la cena. Me gusta la sensación que tengo de estar juntas, en mi casa,
como si fuera lo más normal del mundo. Ella se maneja estupendamente en la
cocina; es muy buena cocinera, según ella, y lo que demuestra es que tiene
muy buena maña.
―¿Tú no sabías cocinar? Me lo dijiste el primer día.
Ella me mira, sonríe y me dice:
―Te mentí.
Nos sentamos a comer y todo está riquísimo. Hemos hablado durante la
cena de muchas cosas, pero cuando estamos con el café, Valeria se pone más
seria.
―Esto no es lo que yo quiero, Iratxe.
―Lo sé.
―Lo sabes, ¿pero?
―Pero no puedo darte más. Lo siento, me atraes mucho, me gusta estar
contigo, me haces sentir cosas que nadie me ha hecho sentir nunca, pero no
soy lesbiana y me cuesta mucho pensar en tener una relación contigo.
―Iratxe, te estás acostando conmigo. Si eres o no lesbiana es lo de menos.
Si quieres verlo así… Pero yo soy una mujer y tú también. Que quieres tapar
el sol con un dedo, tápalo, pero lo que es, es lo que hay.
―Valeria, me encantaría tener las ideas tan claras como tú, pero no las
tengo y me da miedo enfrentarme a mi mundo, darte a conocer como mi
pareja, porque hasta ahora yo solo he mantenido relaciones con hombres y mi
gente no entendería esto.
―Eso es lo que tú te crees.
―Eso es lo que yo sé, Valeria. Créeme, tendría mucha gente de mi familia
que no lo aceptaría. Y puede ser que esté siendo cobarde, pero no puedo dar
un paso más contigo.
―¿Qué me propones, Iratxe?
―Te propongo lo único que puedo darte: que tengamos una relación a
escondidas.
―¿Así sería siempre?
―De momento, es lo único que te puedo ofrecer, Valeria. No quiero
engañarte, pero ahora mismo no puede ser ir a más.
―Déjame pensarlo. Ahora mismo te diría que no, pero me gustas mucho
y quiero más. Pero, claro, querer más no es lo que me ofreces. Entonces,
déjame pensar.
―Lo entiendo, lo que decidas está bien.
Se levanta del sillón. Yo me quedo mirándola porque no sé si es para irse.
Se acerca a mí, me ofrece la mano, se la doy y me levanta del sillón. Me lleva
hacia el dormitorio y se empieza a desnudar. Voy a quitarme la bata y…
―No te la quites, quiero que la lleves puesta.
Se acerca a mí completamente desnuda; tiene un cuerpo diez, unos pechos
preciosos. Cuando la tengo enfrente, me coge las manos y me las guía hasta
sus pechos; sin soltarme, se pasa mis manos por ellos, los restriega por ellas;
yo bajo mi cabeza y le lamo el pezón, con la punta de la lengua; me voy de
uno a otro, los tiene duros y se me ponen igual a mí de la excitación que
tengo. Me guía hasta la cama y me pongo encima de ella, sigo con mi boca en
sus pezones y mi mano baja a su clítoris, lo toco con delicadeza al principio,
le introduzco un dedo, lo saco y lo meto; subo al clítoris y sigo haciendo
círculos en él. Ella gime. Me gusta oírla, me pone oírla y sigo haciéndolo,
esta vez metiéndole dos y más deprisa, hasta que intento localizar el punto g,
ese punto que sale cuando una está cachonda, y Valeria lo está. Encuentro el
punto y oírla me está excitando tanto que, con la otra mano, me empiezo a
tocar yo. Ella me pide que siga y lo hago hasta que sus gritos son dignos de
oír; se corre con tantos espasmos que me vuelvo loca. Ella se incorpora y me
hace tumbarme.
―Ahora te voy hacer disfrutar como me lo has hecho a mí.
No le digo nada. Solo quiero disfrutar de todo lo que me va a hacer, y no
me equivoco. Después de deleitarse con mi cuerpo me sube al cielo. Como
nunca.
6
Han pasado dos meses desde la conversación que tuvimos Valeria y yo. A
ella nunca le gustó mi idea de vernos única y exclusivamente en mi casa.
Ahora mismo vive con su madre, y seguimos viéndonos y disfrutando de
nosotras y de nuestros cuerpos. Tengo que reconocer que me tiene loca, pero
también sé que en el momento en que ella me pida más, se terminó.
Hoy viene a mi casa a pasar la noche. Después de currar nos vamos juntas
hacia el metro y, antes de bajar en su parada, le digo que no tarde en venir.
Sonríe. «Luego nos vemos», me contesta. Cuando se cierran las puertas, ella
se para y me mira, la saludo con la mano, ella hace lo mismo. Sigo mi camino
pensando en ella; me gustaría que las cosas fueran de otra manera, pero no
puedo. Solo pensar en lo que diría la gente me hace echarme para atrás, hasta
tal punto que pienso en terminar con ella. Mis amigas no lo entienden, igual
que Valeria, pero yo no puedo hacer más. Insisten en que les presente a esa
chica que ha conquistado mi corazón, pero me niego. Esto tiene que ser así,
por lo menos de momento. Llego a casa, llamo a mi madre para ver qué tal
todo. Ella coge el teléfono y me responde:
―Hola, hija.
―Hola, mamá. ¿Qué tal estás?
―Pues, bien, ¿y tú?
―Bien, acabo de llegar de trabajar y voy a darme una ducha. ¿Qué tal
papá?
―Bien, aquí está, que ha venido José Luis ―Un vecino― y están
mirando unas cosas en el ordenador. Ya sabes, siempre están liados.
―Sí, ellos son así. Bueno, pues nada, te dejo.
―Vale, hija. ¿Cuándo vas a venir?
―El sábado me paso, ¿vale?
―Vale, pero ¿vienes a comer?
―Pues, vale; sobre la una estoy allí.
―Muy bien, hija; el sábado nos vemos.
―Besitos para los dos.
―Besos para ti también, cariño.
Cuelgo y me voy al baño. Abro la ducha y me voy a por algo sexi para
ponerme. Hoy no hacemos cena, hoy la trae Valeria. Así, cuando venga,
cenamos y tenemos todo el tiempo del mundo para nosotras. Si no fuera
porque tengo dentro de mí la sensación de que estoy engañando a todo el
mundo, sería feliz con todas las letras. Lo soy, pero con un algo que me hace
sentir mal. Por ella y por los míos. Por los míos, porque siento que les estoy
clavando un puñal por la espalda al estar con ella. Y por ella, porque no se
merece que la tenga escondida.
Suena el portero. Me levanto del sillón y voy a ver quién es; imagino que
ella. Pregunto y me contesta.
―Valeria.
Sonrío, le abro y espero a que suba. Cuando sale del ascensor y me ve,
suelta un silbido.
―Pero chica, esto sí que es un buen recibimiento, ¡vaya pibonazo!
Me gusta que me diga esas cosas. Ella es así, suelta lo que piensa, igual lo
bueno que lo malo, pero cuando me dice esas cosas me crezco. Pasa, me coge
la cara y me muerde la boca. Me excita. Solo con tocarme me pone a cien… y
me derrito. Le paso las manos por sus pechos; nunca lleva sujetador y los
pezones se le marcan de lo duros que los tiene. Me deleito en apretarlos e
hincharlos aún más, si se puede; es maravillosa toda ella. Nos soltamos y nos
dirigimos al salón; deja las bolsas de comida encima de la mesa.
―Traigo comida china, que sé que te gusta.
―Genial ―le respondo―. Voy a poner la mesa.
En un momento todo está dispuesto para darnos un atracón. Tenemos una
cena tranquila. Ella habla por los codos, nunca estamos calladas y tenemos
conversaciones de todo tipo. Durante el café, ella me dice:
―Iratxe, ¿hasta cuándo vamos a estar así?
―No lo sé, Valeria. Quisiera que fuera diferente, pero me da miedo dar
ese paso y que mi familia se me ponga en contra. Yo no podría soportarlo.
―Creo que no me merezco no poder disfrutar de ti fuera de tu casa.
―Lo sé; no me hagas sentirme peor de lo que me siento.
―No pretendo hacerte sentir mal, pero esta situación a mí sí me lo hace.
―Ya lo sé, y perdóname, de verdad. Dame tiempo, por favor.
―Está bien, seguiremos haciendo el papel.
―Gracias, Valeria.
Y me voy a abrazarla; está siendo tan buena conmigo que me la como a
besos. Al rato decidimos irnos a la cama; hoy se queda conmigo a dormir y
vamos a disfrutarnos una de la otra. Cuando nos metemos en la habitación
nos convertimos en dos leonas.
A disfrutar.
7
Cuando estamos en el trabajo somos dos compañeras más. Nadie sospecha
nada. Nos comportamos como siempre y todo marcha bien. Al llegar del
desayuno, Mariano, mi jefe, me llama al despacho. Entro en la oficina y me
informa que tengo que salir un momento a la otra correduría que tenemos al
otro lado de Madrid a por unos papeles que se han traspapelado y han
aparecido allí. Le digo que perfecto, pero que no tengo el coche; nunca lo uso
para ir al trabajo.
―No pasa nada, llévate el mío.
―¡Guauu! ―le digo―. Esto sí que es ir en primera clase. ―Y nos
empezamos a reír.
―No pierdas tiempo, ¿vale? Vete ya.
―Muy bien.
Me da la llave y salgo de su oficina. Me dirijo a mi mesa y le comento a
Valeria que me voy a la otra correduría con el coche de Mariano.
―Ten cuidado, Iratxe.
―Lo tendré.
Me dirijo al coche. Madrid está petado de coches, encima hoy llueve y es
una locura. Cuando voy por la M-30, por el carril central, un camión que
viene por mi derecha, da un volantazo que no entiendo por qué, pero que veo
que el camión se le está yendo. Intento pasarle, pero se me echa encima y me
hace perder totalmente el control del coche. Doy vueltas de campana; grito
con todas mis fuerzas hasta que solo veo oscuridad. Paz y oscuridad.
Una semana después, abro los ojos en el hospital, pero no tengo fuerzas
para mantenerlos abiertos, o por miedo a lo que veo en esa habitación: mis
padres y Valeria, juntos en el mismo sitio. ¿Qué ha pasado? ¿Qué saben?
¿Valeria les habrá dicho quién es? ¿Ya lo sabéis?... Prefiero seguir a oscuras
y, de hecho, vuelvo a cerrar los ojos. Oigo a mi madre llorar, preguntándome
cosas, a mi padre hablándome, incluso a Valeria, pero no puedo articular
palabra ninguna. No sé qué es lo que me pasa; no digo nada y sigo en mi
oscuridad. Hasta pasados dos días no vuelvo a abrir los ojos. Cuando enfoco
bien todo, tengo llena la habitación de médicos y enfermeras, tomándome la
tensión, preguntándome cómo me encuentro y mil cosas más. A mis padres
los han sacado fuera y tengo tal cacao en mi cabeza que no sé ni qué decir.
Después de hacerme de todo, me dice el medico que ahora van a entrar mis
padres, pero que si no me encuentro con fuerzas, les pide que se vayan en
cuanto me vean. Y mi cabeza empieza a dar vueltas. ¿Por qué me está
diciendo esto? ¿Saben lo de Valeria? Me voy a volver loca en un momento.
Miro al médico y le digo que vale, que estoy bien.
―Luego vengo a verte ―me dice.
―Vale, aquí estaré. ―Le sonrío.
Él se gira y sonríe también. Es bien guapo y jovencito; bueno, de mi edad
más o menos. Pues eso, jovencito. Cuando entran mis padres, mi madre se
tira a la cama como una loca. Pobrecita, lo mal que lo ha tenido que pasar.
Llora de alegría y no para de darme besos y de preguntarme cómo estoy.
Como puedo le digo que bien. Mi padre la regaña porque me está aplastando,
«y el médico ha dicho que no te cansáramos y ella es lo primero que hace»,
me dice.
―No pasa nada, papá.
Él viene a darme un abrazo y un beso, y de nuevo mi madre toma la
primera posición. Ella es así.
―Hija mía, ¡qué susto nos has dado! Llevas dormida una semana y pico.
―¿En serio? ―pregunto yo.
―Sí, hija, sí. ¡Menudo susto! ―insiste.
―Ya me imagino, mamá, pero es que no me acuerdo de nada; no sé qué
pasó.
―Un camión te embistió y diste unas cuantas vueltas de campana. ¡Ay,
madre! Cuando nos llamaron para decirnos que habías tenido un accidente,
me volví loca, solté el teléfono y tuvo que ser tu padre el que hablara con
ellos y que le dijeran dónde te iban a llevar. A mí se me hizo el camino más
largo de mi vida. Creía que cuando llegara no te iba a ver.
―Magda ―le regaña mi padre―, no le digas esas cosas.
―¡Ay, perdóname, hija! Es que estoy tan nerviosa que no sé lo que digo.
Perdóname, cariño.
―No pasa nada, mamá. Veo que vuelvo a tener la pierna escayolada.
―Sí, hija, te la has vuelto a romper. Lo bueno es que por otro sitio; no
coincide con la rotura de la otra vez. El médico nos dijo que era lo mejor,
puesto que sí hubieras tenido problemas si coincidiera con la anterior rotura.
Esta vez te vienes a casa; nada de casas de amigas, ¿eh?
Como no tengo ganas de discutir, le digo que sí, que me voy a su casa
hasta que me recupere un poco. Veo a mi madre con ganas de decirme algo,
pero mi padre la tiene cohibida; quiere, pero le cuesta, y yo no sé qué es
mejor: si preguntarle qué le pasa o dejarlo estar, por si se refiere a Valeria.
Paso tres días más en el hospital. Mis amigas están ahí conmigo todos los
días y los ratos que pueden. Coinciden con Valeria en dos ocasiones; se las
presento como compañera, pero ellas sí saben quién es. Las veo hablando con
ella y, por lo que deduzco, les ha caído bien. Mi madre está al tanto de todo
lo que hablan, tiene la mosca detrás de la oreja, pero no dice nada, ni a ellas
ni a mí.
Cuando me dan el alta, mis padres están conmigo para llevarme a su casa.
Una vez instalada allí, mando un mensaje tanto a las maris como a Valeria.
Todas están encantadas de ello, menos Valeria, porque le he dicho que
mientras esté en casa de mis padres no venga. Sé que estoy siendo cruel con
ella, porque se está portando conmigo genial; ha venido todos los días a
verme, y hasta que no me comía la cena no se iba, pero mi madre tampoco. Y
a la par que me gustaba verla entrar, que me la hubiera comido a besos, la
hubiera matado. Su presencia significaba estar tensa porque mi madre
también estaba allí. Bueno, ahora ya estoy en casa de mis padres por una
temporada; intentaré llevarlo lo mejor posible. «Cuando vuelva a mi casa
todo volverá a ser como antes», me doy ánimos.
Tres días después, una noche, mientras estoy tumbada en mi cama viendo
la tele, me llama Valeria. Tengo la puerta cerrada de la habitación, o sea, que
puedo hablar libremente.
―Hola.
―Hola, mi amor. ¿Cómo está tu pierna?
―Bueno, con dolores aún, pero un poquito mejor. ¿Y tú cómo estás?
―Echándote mucho de menos, Iratxe.
―Yo a ti también.
―Iratxe, ¿voy a poder verte?
―No, Valeria. Es mejor que no.
―No lo entiendo, ¡joder!
―¡No te alteres, Valeria! ―Alzo la voz, porque en el fondo sé que tiene
razón. Por eso salto y le grito―. Ya sabes lo que hay. Si lo quieres, bien, y si
no, se terminó. ¿Me entiendes, Valeria?
―Tengo que dejarte. Hasta mañana.
―Adiós ―le digo más seca que na.
Al día siguiente, mi madre, con una cara de mala leche, abre la puerta de
mi habitación y me suelta.
―¿Qué tienes con esa tía?
―¿Qué tía? ―le pregunto. Estoy flipando.
―La Valeria esa.
―Se llama Valeria; lo demás te sobra.
―¡No me vengas con gilipolleces! ―me grita.
―No hace falta que grites, te escucho perfectamente.
―¿Es tu novia?
―No te voy a contestar.
―¡No te pongas chula encima!, ¿eh? ―me sigue gritando.
―Y tú, no hace falta que me hables así.
―Te hablo como me da la gana porque estás en mi casa, y en mi casa
mando yo.
―Muy bien, pues ahora mismo hago mi maleta y me piro de «tu casa».
―Estás tú en unas condiciones cojonudas para irte.
―Ese ya no será tu problema.
Me levanto de la cama. Tengo cuatro cosas allí que, además, puedo dejar
perfectamente. Le digo que salga de mi cuarto, que voy a cambiarme. Ella no
se lo debe de creer, pero para cojones los míos, ¡faltaría más! En cuanto
cierra la puerta, llamo a Valeria y le digo que por favor me venga a buscar
para llevarme a mi casa.
―¿Y eso? ―me pregunta.
―Ya te contaré. Por favor, no tardes.
―Te llamo cuando esté allí.
―Vale.
Me quedo en el cuarto hasta que me llame Valeria. No quiero salir y tener
otra movida. Cuando vea que me voy se le bajarán lo humos. Me jode pensar
así, porque es mi madre, pero hoy se ha pasado y no me apetece quedarme, ni
hablar con ella. Me ha cabreado.
Media hora después me llama Valeria al móvil.
―Ya bajo.
―Vale.
Salgo de la habitación y el pasillo está libre. Me voy hacia la puerta y cojo
del perchero mi abrigo. Mi madre se asoma desde la puerta del comedor y me
pregunta.
―¿Dónde vas?
―Me voy a mi casa.
―No será verdad.
―Sí, sí, es verdad. Adiós.
Y salgo de su casa más cabreada que nunca, dolida, y con mucha rabia.
Sabía que esto iba a pasar, por eso no quise pronunciarme, pero tampoco
pensé que fuera en este grado. Nunca pensé que esto pudiera llegar a pasar,
¡qué mal rollo!
Bajo al portal y Valeria está esperándome en la puerta; me ayuda hasta el
coche. Una vez que estoy sentada, va a dirigirse a su asiento y se oye…
―¡Sinvergüenza!
Ella levanta la cabeza y mira hacia arriba. No dice nada y se mete en el
coche.
―No le hagas caso. Ahora mismo está fuera de sí.
―Tranquila, no voy a hacérselo.
Nos dirigimos a mi casa. Me pregunta Valeria si puede venir a cuidarme.
―Sería muy egoísta por mi parte si te dijera que sí.
―Te lo estoy preguntando yo; me estoy ofreciendo yo, ¿vale?
―Yo encantada de que te vengas conmigo hasta que esté mejor.
―Sí, déjalo claro; no vaya a ser que luego no me vaya, ¿no?
―Déjalo, Valeria, que no estoy para chorradas.
―Ya lo veo, ya.
Llegamos a mi casa, y una vez que estoy organizada, Valeria me avisa que
va a su casa a por un poco de ropa y lo necesario para pasar un tiempo
conmigo. Tengo sentimientos encontrados. Por un lado, estoy contenta que
Valeria se venga conmigo, poder estar con ella, que la echaba de menos, a
ella, a sus labios, sus besos y todo lo que me hace sentir cuando estamos
juntas. Y por otro, jodida por todo lo que ha pasado con mi madre. Suena el
móvil, miro quién es y, ¡sorpresa!, mi hermana Ángela. Lo descuelgo.
―Hola, Ángela.
―¿Qué tal, Iratxe?
―Bien, ¿y tú?
―Mamá me ha llamado y me ha contado lo que ha pasado.
―Me alegro de que te lo haya contado.
―¿No vas a decir nada?
―No. Si ya lo sabes, para qué te lo voy a contar.
―Iratxe, no sé si es verdad lo que dice mamá, pero ¿qué tienes con esa
chica?
―Pues, mira, Ángela, tengo que me gusta, estoy muy a gusto con ella y
no te puedo contar más.
―Yo no voy a juzgarte, puedes hacer lo que te dé la gana. Pero ¿qué
pasa? ¿Que ahora eres lesbiana?
―Pues, eso parece.
―No me lo puedo creer.
―Ni yo ―le digo―. Vamos a ver, no sé si soy lesbiana, ni bisexual; a mí
no me gustan las tías, me gusta Valeria. Y lo que llevo vivido con ella no me
gusta, me encanta. Y ¿por qué no? Estamos a gusto las dos y hasta que dure,
ni más ni menos.
―Pero lo que has hecho con mamá no está bien, Iratxe.
―Yo no le he hecho nada; ella ha entrado con una soberbia a mi cuarto y
me ha gritado que si era mi novia la Valeria esa. Yo le he dicho que no le iba
a contestar y se me ha puesto a gritar. Cuando le he dicho que no me hablara
así, me ha dicho que estaba en su casa y que me hablaba como le daba la
gana. Vale, pues me voy de tu casa; y eso he hecho, ni más ni menos.
―Ya, Iratxe, pero la has dejado mal.
―Pues, no era mi intención, pero ya soy mayorcita para aguantar ciertas
cosas; me he venido a mi casa y punto.
―Joder, pues la tenemos buena.
―Mira, Ángela, yo no sé qué va a pasar con Valeria y conmigo, pero yo
tengo que mirar por mí, por mi felicidad. No hago daño a nadie por estar con
ella. Y si para ella es vergonzoso, pues, lo siento, pero ahora mismo es lo que
hay.
―Bueno, pues nada. A ver si me la presentas y veo cómo es la persona
que se ha llevado al otro lado a mi hermana.
Me río, y con ganas, la verdad. Me alegra que mi hermana se lo haya
tomado así.
―¿De qué te ríes, pava?
―De la situación.
―Sí, pues, tú encima ríete. Anda, llama a mamá y habla con ella.
―No lo voy a hacer, Ángela; por lo menos no hoy.
―Pero no dejes de hacerlo, por favor, que entonces para qué queremos
más.
―Ya veré.
―Bueno, pues, un día de estos me paso por tu casa, te veo y me la
presentas.
―Vale, cuando quieras, aquí estoy.
―Un beso, hermana.
―Otro para ti.
Me veo sonriendo. No es día para sonreír después de la que acabo de tener
con mi madre, pero me hace gracia con la naturalidad que se lo ha tomado mi
hermana. Mi hermano César ya será otro cantar, pero bueno. Oigo que abren
la puerta.
―Soy Valeria.
―Muy bien ―le digo.
Aparece con una maleta en el salón. La veo tan guapa. Claro que después
de tantos días sin tenerla a mi lado, veo todo lo que la he echado de menos.
Me mira y me dice:
―¿De qué te ríes?, ¿te hago gracia?
―No, sonrío porque te veo aquí tan guapa. Te he echado de menos,
Valeria.
Se acerca a mí y me da un beso que me pone la piel de gallina.
―Yo sí que te he echado de menos. A todas horas pensaba en ti. Me daba
rabia no poder estar contigo, tocarte y besarte; cuidarte.
―Pues, tus sueños se han cumplido.
―Y no sabes cuánto me alegro de que así sea.
Se echa sobre mí, me besa con una ardiente pasión, que me late el corazón
a mil. Me toca un pecho, el pezón, baja su mano hasta mi sexo y encuentra lo
que busca y como lo quiere, hinchado. Sale un gemido de su boca…
―¡Qué rico!
Yo sonrío, y noto que me sonrojo. Todavía me corta mucho que sea tan
directa en el tema sexo. Me baja el pantalón y las bragas, y su lengua empieza
a darme todo el placer del mundo. Me hace restregarme contra su boca y me
obliga a gemir con cada pasada de su lengua; me mete dos dedos en la vagina
y, manteniendo el ritmo de su lengua y dedos, incita a que me vuelva loca,
hasta que no puedo más y grito de placer con todas mis fuerzas…
8
Me encanta que Valeria esté conmigo. Cuando se va a trabajar la echo de
menos, y deseando estoy de que vuelva. Nos llevamos estupendamente,
aunque el problema con mi madre sigue existiendo ya que no he vuelto a
hablar con ella. No me apetece. No sé si estoy siendo egoísta, pero de
momento no me voy a bajar del burro. Aunque ella tampoco se baja. ¡Vaya
dos estamos echas! Somos muy parecidas y esto es lo que pasa. Mi hermana
Ángela no ha venido aún a mi casa; no se lo tomo en cuenta, sé que está
siempre muy liada y me llama casi todos los días y me cuenta que la mamá
está muy dolida con mi actitud y que si tal y que si cual, a lo que yo le
contesto que igualita que yo. Ángela se desespera. Yo sé que mi madre le
tiene la cabeza loca, pero de momento es lo que hay. Mi hermano César
tampoco ha venido, y aunque me llama, no me habla de Valeria; no sé si no
lo sabe o pasa directamente. Así llevamos un mes.

Pasan los días y aún sigo de baja. Estoy yendo a rehabilitación y, aunque
lo llevo bastante bien, la situación a veces me desespera. Hoy es un día malo,
me está sobrepasando el no hablarme con mi madre y llevo unos días un poco
desagradables con Valeria. No es justo, pero en el fondo de mi ser la culpo de
la situación con mi familia. Cuando Valeria llega a casa después del trabajo,
estoy de tan mal humor que, según entra, me ve y dice:
―Mal día, por lo que veo.
―Pues sí, muy malo ―le suelto de muy mala manera.
―¿Quieres hablar?
―Pues sí, vamos a hablar. A ver, no quiero seguir con esto, Valeria.
―¿Con qué?
―Con nuestra relación; no lo llevo bien.
―¿No lo llevas bien? Una pena ―me dice irónicamente.
―Sí, verdad. ¡Una pena que me está costando a mí no hablarme con mi
madre! ―grito.
―Lo primero, a mí no me chilles. Lo segundo, si tu madre no te habla
porque estás con una chica, el problema lo tiene tu madre, no tú. Y tercero, si
todo se basa en esconderme, sí, esto se acabó, claro que sí. Porque tú lo
estarás pasando mal por tu situación familiar, pero ¿has pensado un poquito
en mí?, ¿en lo que siento, en lo que me haces cuando tus amigas vienen a
verte? Me echas de tu casa, porque, aunque lo sepan, no quieres que me vean
aquí contigo; y estoy tragando y tragando, pero mira, ya no. Así es que no te
preocupes, que ahora mismo cojo mi maleta y me piro.
Como estoy tan jodida, en ese momento es lo mejor que me puede pasar,
que se vaya. Se terminó, volveré a mi vida normal y con el tema de mi madre
ya hablaré con ella. Volverá a ser todo como antes. Media hora después,
Valeria sale del cuarto con su maleta.
―Que te vaya bien; adiós ―me dice.
―Igual. Adiós ―contesto.
Ya está, se fue. ¿Qué siento? Ahora mismo, descanso. ¿Por qué? Porque
se terminó lo que me está alejando de mi familia. ¿Seguro? ¿No será porque
eres una cobarde y no quieres afrontar que estás enamorada de una mujer y
gritarlo al mundo? Puede ser, pero es lo mejor para todos.
Ahora que ya terminó todo, iré a ver a mi madre y solucionaremos esto.
Mando un mensaje a las maris.
―Chicas, acabo de dejar a Valeria. La situación me puede; no puede ser.
Carla contesta:
―Iratxe, si tú crees que es lo mejor para ti, perfecto, pero creo que te
equivocas. ¿Cómo estás?
―Bien, parece que me he quitado un peso de encima.
―¿Has hablado con tu madre? ―me pregunta Sole.
―Aún no.
―Es tu decisión. Espero que no te hayas equivocado y a partir de ahora
seas cien por cien feliz ―me dice Jimena.
―Eso espero.
―Es muy fuerte lo que dices, Iratxe. Nosotras, cuando hemos ido a tu
casa, hemos visto que ella te tiene en un pedestal; todo lo que necesitabas te
lo daba, incluso la felicidad, porque lo hemos visto todas, cómo os mirabais.
Y ahora dices que te has quitado un peso de encima; no lo veo justo por
Valeria ―me dice Sofía.
―Pues, así lo siento ahora mismo, Sofía.
―¿Cómo se lo ha tomado ella? ―pregunta Carla.
―Mal; ha hecho su maleta y se ha ido.
―Bueno, pues lo dicho, esperemos que sea para mejor. Tengo que
dejaros, que viene mi madre a por unas cosas. Besos ―se despide Carla.
Cuando termino de hablar con mis chicas, estoy de peor humor que antes.
¿Tienen razón y no he sabido hacer las cosas bien? Ahora mismo pienso que
es lo mejor. Espero no equivocarme.
9
Sola. Me encuentro muy sola. Todavía no he dado el paso de hablar con
mi madre. Hace una semana que Valeria se fue de mi casa; la echo mucho de
menos, pero sé que ha sido mejor así. A ver si saco fuerza para ir a casa de
mis padres y decirles que ya no está. Sigo de baja; me quedará, como mucho,
dos semanas más y me mandarán a trabajar. A ver cómo nos llevamos en el
trabajo, porque encima de todo tenemos las mesas juntas. O sea, que nos
tenemos que aguantar mutuamente.
Dos días después, me levanto pensando en que hoy voy a hablar con mi
madre. Me ducho, me visto y me voy a rehabilitación. Al terminar pienso ir
derecha a por ello. De hoy no pasa, porque me está destrozando por dentro.
Me dirijo al metro para ir al fisio y veo a mi hermano César.
―¡César! ―grito.
Él me mira, viene y me da un beso.
―¡Anda! ¿Dónde vas?
―Al metro, que voy al fisio.
―¡Joder! Perdóname no haber ido a verte, pero es que entre unas cosas y
otras no tengo tiempo para nada.
―No te preocupes, César; yo también he estado liada.
―¿Cuándo vas a hablar con mamá?
―Pues, mira, hoy pienso ir.
―Me alegro, porque lo está pasando bastante mal.
―Ya, imagino. Tengo que dejarte, que al final llego tarde.
―Vale. Ya hablamos.
Me vuelve a dar un beso y seguimos nuestros caminos.
Estando ya por terminar mis ejercicios, no dejo de dar vueltas a la cabeza
sobre lo que le voy a decir a mi madre. Tengo por delante un marrón. Hasta
que no vea a mi madre, no sé cómo va a salir la cosa. Espero que todo se
solucione.
Cuando llamo al portero, mi madre contesta.
―¿Quién?
―Mamá, soy yo, Iratxe.
Se oye el pitido de puerta abierta. Suspiro y entro. Monto en el ascensor.
Al llegar, veo que tiene cerrada la puerta. «Es cojonuda», pienso. Llamo al
timbre y me abre. No tiene intención de darme un beso, pero yo me inclino a
dárselo. Por lo menos no se retira.
―¿Quieres un café? ―me pregunta.
―Vale.
Se pone a preparar el café y me siento en la mesa de la cocina; esa mesa
camilla, con sus faldas, que aún la sigue teniendo y que no se cambiará
mientras ella esté viva; eso es lo que dice siempre. Cuando se sienta enfrente,
con los cafés de por medio, me mira pero no habla. Y vuelvo a pensar: «Es
cojonuda. No me lo va a poner fácil, ni siquiera ahora que estoy en su casa».
―Bueno, mamá. Vengo a pedirte disculpas por lo que pasó. No me tenía
que haber puesto de esa manera, pero también tienes que reconocer que tú te
pasaste. Ya no tengo quince años, entiéndelo, y me superó todo esto.
―¿Sigues con esa chica?
―No, ya no.
―Bien, entonces ahora sí te voy a aceptar las disculpas ―me suelta.
Veo fatal lo que me está diciendo. ¿Qué pasa si siguiera con Valeria? ¿No
habría podido ser esta conversación?
―¿No me hubieras disculpado si siguiera con Valeria?
―No, no puedo permitir que estés con una mujer.
―Mamá, estás siendo muy egoísta, ¿no crees?
―No, lo que no está bien, no está bien.
―Mira, no voy a discutir contigo porque ya no estamos juntas, pero si
hubiera sido lo contrario, estaríamos teniendo unas palabras.
―Ninguna, no lo aceptaré nunca.
―Muy bien.
En ese momento entra mi padre. Cuando me ve, su cara es de alegría pura.
Él es muy diferente a mi madre, él sí me ha llamado y el pobre se disculpaba
por el comportamiento de ella. Estoy un rato con ellos hablando y me voy.
Quiero irme a casa; necesito pensar, estar sola. La actitud de mi madre me ha
descolocado un poco.
Me siento una mierda…
10
Dos semanas después, vuelvo al trabajo. Estoy deseando ver a todos, pero
a Valeria mucho más. Faltan algunos, entre ellos Valeria. Nos besamos,
abrazamos y reímos. Van viniendo y terminamos sentándonos ya, porque es
la hora. Ella no ha venido. «Joder, qué casualidad», pienso. Después de
quince minutos no aguanto más y pregunto por ella.
―Chicos, ¿y Valeria?
―Valeria ya no curra aquí; se fue hace un mes y pico.
―¡Ah! ―contesto.
Me acaba de hundir en la miseria las palabras de Jaime. Esto sí que no me
lo esperaba; ha tenido los cojones bien gordos. Mira, mucho más valiente que
yo, que me siento fatal por todo lo que he hecho y lo mal que lo he hecho.
«Ahora te jodes, Iratxe», pienso. Me lo merezco, todo lo que me está pasando
me lo he buscado yo. Pensaba que una vez que me pusiera a trabajar, con
verla me valdría, pero no va a ser así ya. Ella es mucho más lista que yo, más
franca.
Termino mi primer día, que, por cierto, ha sido un día de mierda. ¡Qué
ganas tenía de que pasara! E irme a casa a hartarme a llorar, que es lo único
que me apetece. Y así pasa. Según entro en mi casa, corro al salón y me tiro
en el sillón. Lloro con tanto desconsuelo que hasta me asusto yo misma.
Estoy destrozada.

Van pasando los días y no levanto cabeza. No tengo ganas de hablar con
nadie y menos con mi madre. En el fondo, la culpo a ella de todo lo que me
está pasando, aunque sé que la única culpable soy yo, por no enfrentarme a
ella y decirle lo que siento. Mi madre me llama cada día porque está viendo
cómo voy y no le está gustando nada; no para de decirme que tengo que salir
y distraerme, pero ella sabe tan bien como yo por qué estoy así, pero le puede
más su orgullo, por lo menos es lo que pienso. Mis amigas están más
preocupadas, si cabe, por mí. Ellas nunca me han visto así; hemos pasado
juntas muchas cosas, pero nunca a este grado. Yo creo que lo que tengo es
una depresión. Ahora mismo me da igual, quiero sentirme así de mierda, lo
necesito. Mi vida se ha convertido en eso mismo, una mierda: me levanto,
voy al trabajo, hablo poquísimo con mis compañeros, que también están
preocupados por mí. Ellos también me conocen y saben que algo gordo está
pasando. Sin embargo, de mi boca no sale ninguna explicación, con lo cual
ellos están alertas, aunque no pueden hacer nada por mí. Salgo del curro y me
voy derecha a casa. Muchos días ni siquiera me paro a comprar algo para
cenar, apenas como. O sea, que me da igual cenar que no.
Hay veces que cojo el teléfono y marco su número, pero no doy a llamada
porque no sería justo que la molestara para yo sentirme un poco mejor. No
quiere saber nada de mí y eso se lo tengo que respetar como ella respetó mi
decisión. ¡Me está costando tanto!
Tengo mensajes de las maris. Jimena propone hacer una quedada; todas
están de acuerdo. Yo sé que lo están haciendo por mí, para que salga y me
distraiga; son un encanto, pero no me apetece. El problema es que a ellas no
se les puede decir que no. Cuando el problema lo tiene una, es así siempre; lo
he hecho por ellas y ahora ellas lo están haciendo por mí. Al final contesto y
les digo que cuando quieran, a lo que me dicen que mañana a la una en el
Akelarre, y que luego nos vamos a comer todos juntos. Tengo ganas de ver a
los peques; ¡cómo crecen estos niños!
A la una estamos en el Akelarre, nosotras cinco. Luego vienen los maridos
y los niños. Antes que nada, primero unas palabritas para mí.
―Bueno, ¿y tú qué tal? ―me pregunta Sole.
―Ahí voy, jodida.
―¿No has vuelto a saber de ella?
―No.
―¿Y cuándo vas a dejar de hacer el tonto y la vas a llamar?
―No lo voy a hacer, Sole. Todo lo que me está pasando es culpa mía. Yo
fui la que la echó de mi vida, así es que ahora no tengo derecho a nada.
―Vamos a ver, Iratxe ―me dice Jimena―: no puedes seguir así. Tú
quieres estar con ella, pero no quieres hacer daño a tu madre, y no quieres
reconocer al mundo que ella es tu todo, tu chica; te avergüenzas y estás
poniendo la excusa de tu madre. A las madres se les respeta, pero si por una
ideología tu madre no está de acuerdo contigo, no pasa nada. Tú tienes que
hacer tu vida e intentar que ella esté contigo en esa vida; y si no puede ser,
pues que se aparte y te deje ser feliz. ¿O es que prefiere verte hecha una
mierda, pero con un tío? Eso no puede ser.
―Ya.
―Tienes que solucionarlo ―continúa Sofía―. Tú siempre has tenido un
brillo en los ojos, que desprendían felicidad. Ahora esos ojos reflejan la
tristeza que tienes dentro de ti. Iratxe, tienes que coger el toro por los cuernos
y ser franca contigo misma. Hasta que no lo seas primero contigo no vas a
poder dar el paso de serlo con los demás. A Valeria no la conocemos mucho,
pero lo poco que hemos visto o, mejor dicho, que nos has dejado ver, nos ha
gustado. Cómo te mira, cómo te trata y cómo se desvive por ti. Y tú lo sabes
mejor que nadie, que la has tenido escondida para que nadie supiera de
vuestra relación, y aun así ha tragado y tragado hasta que le has dicho adiós.
Yo no hago más que mover la cabeza asintiendo. Tienen razón en todo lo
que me están diciendo.
―Y encima se mosquea porque se ha ido del curro y no la puede ver
―dice Sole―, ¡con un par! ―Nos echamos todas a reír, porque sabemos que
es así.
―Bueno, ¿y qué tienes que decir al respecto? ―me pregunta Carla.
―Poca cosa, la verdad. No sé qué hacer, tengo tal lío en mi cabeza. No os
puedo decir mucho más.
―Pero tú sí sabes que estás así por Valeria, ¿no? Eso lo tienes claro.
―Sí.
―Algo es algo. A ver, Iratxe ―insiste Carla―, yo lo que haría sería,
primero, hablar con Valeria, ver si podéis retomar la relación, porque a lo
mejor ella no quiere ahora. Date cuenta de lo que ha hecho: ha dejado su
trabajo por no estar a tu lado; le has hecho daño, eso lo sabes y lo tienes
claro, ¿verdad?
―Sí.
―Bien. Segundo, una vez hablado con Valeria y tener todos los puntos
claros, hablar con tus padres, aunque sabemos que, en este caso, el problema,
entre comillas, es tu madre. Necesitas tener el apoyo de tu padre, que esté ahí
para que te dé fuerzas. Incluso, a tu hermana, porque de César creo que vas a
tener poco apoyo, ya que este va a su bola y le da igual por donde tires;
tampoco se va a mojar, pero Ángela sí lo va a hacer, estoy segura.
―Sí, ella me apoyaría, lo sé.
―Vale, pues ya tenemos dos pasos hechos. Ahora, el tercero, y no por
ello menos importante, ya que todo depende de este: es que tú aceptes tu
condición sexual, que no te importe que te vean con Valeria de la mano, darle
un beso, abrazarla, sin tener prejuicios y sin pensar en lo que puedan pensar
los demás. Si decides tirar hacia adelante, tiene que ser al cien por cien, por
Valeria y por ti.
―Chicas, si yo sé que tenéis razón, en todo. Pero no tengo fuerzas ahora
mismo para luchar, ni por Valeria, ni por mi madre.
―Iratxe ―me dice Jimena―, eso no puede seguir así, tú lo sabes.
Nosotras hemos pasado por momentos difíciles con nuestras parejas y lo
hemos intentado y aquí estamos, felices. Tú tienes que hacer lo mismo, luchar
por lo que quieres. Y si sale mal al final, que sea por vosotras, no porque
nadie te diga que eso es inmoral y que no está bien.
―Os prometo que voy a plantearme todo lo que me habéis dicho, y que
voy a levantar cabeza, de verdad.
―Eso esperamos ―dice Sofía.
Me levanto y me acerco a ellas.
―Venga, un abrazo de grupo, chicas. ―Se levantan y nos abrazamos. Os
quiero. ¡Qué haría sin vosotras!
―¡Y nosotras a ti!
―Venga, que ya van a venir los chicos. ¿Dónde queréis que vayamos?
―pregunta Sole.
―Vámonos a tomarnos unas hamburguesas de esas ricas, que llevo un
montón de tiempo sin ir ―les propongo.
―Pues, venga. Vamos a darle el capricho a la niña. ―Sonríe Sofía.
Cuando vienen los chicos con los peques, ya estamos más relajadas. Mis
niños me quitan todas las penas. Martín, tan resabio, es el hijo de Jimena y
Arturo. Erika y Marta son las hijas de Sole y Javi. De momento, no se ve que
vayan a agrandar la familia. Son los tres nuestros niños, tres preciosidades;
los mimamos y consentimos todo lo que podemos o nos lo permiten sus
padres.
En el restaurante, pedimos y disfrutamos de nuestra hamburguesa
preferida. Los chicos se han decantado por unos costillares a la barbacoa, que
también tienen una pinta estupenda. Hablamos, nos reímos y disfrutamos de
nuestra compañía. La verdad, que hacemos un grupo muy majo. Nosotras nos
llevamos genial y los maridos han encajado con todas. Me gusta esta
cuadrilla que tenemos. Jimena ya está ideando una quedada al pueblo de sus
padres. ¡Mira que le gusta a su madre que nos vayamos todos para allá unos
días! A mí me parece muy buena idea, y con el puente que tenemos por
delante, empezamos a hacer planes. Nos gusta mucho ir a su pueblo, un
pueblo de Zamora llamado Villarrín de Campos. Allí Jimena tiene una
cuadrilla impresionante. Siempre que hemos ido nos han tratado de maravilla
y son gente estupenda. Y los padres de Jimena son personas encantadoras;
siempre disfruto de los mimos que su madre nos da a todas.
Una vez que ya hemos organizado el viaje, nos vamos hacia una cafetería
que tiene un parque, para que los niños jueguen un rato mientras nosotros nos
tomamos unos cafés. Por cierto, el café irlandés que hacen es el mejor de
todo Madrid, por lo menos para mí.
Paso un buen día disfrutando de la compañía de esta familia que tengo.
Luego, nos despedimos, y sigo mi camino hacia casa. Allí le empiezo a dar
vueltas a mi cabeza, sobre qué hacer y cómo hacerlo. Mis amigas tienen
razón. Primero, tengo que tener claro lo que quiero y si lo quiero al cien por
cien. Y sobre todo, dejar de avergonzarme de que me guste Valeria.
11
Van pasando los días y hago mi vida como puedo. O mejor dicho, lo
mejor que puedo. Mi padre está preocupadísimo por mí, me llama todos los
días para ver cómo estoy y qué hago. Lo que le cuento no le gusta nada. Él
me habla de Valeria, me dice que dé el paso para estar con ella, que lo único
que ellos quieren es que yo sea feliz, pero yo sé que eso lo dice él, no mi
madre. Esto está pudiendo conmigo. Mi madre, cuando me llama, es como si
todo fuera bien, como si yo estuviera de lujo y mi vida fuera maravillosa. Me
cuenta sus cosas y no pregunta nada que pueda ponerla en un aprieto. Pienso
que es muy egoísta por su parte, esa es la sensación que tengo cuando cuelgo
el teléfono. Por eso, muchas veces me dan ganas de decirle que, si lo quiere
como si no, Valeria es una parte muy importante para mí. Luego no lo hago,
y me meto en mi mierda otra vez.
En el trabajo intento estar más animada. Mis compañeros ya se
encontraban tan preocupados que se estaban haciendo demasiadas preguntas.
Entonces, como no me apetece contarles el motivo de mi desgana, hago de
tripas corazón para que no se me note. Pero una vez que salgo y me voy hacia
el metro, sola, sin la compañía de esa compañera que no paraba de hablar y
que era tan pesada, me hundo.
La echo tanto de menos.
Cuando llego al barrio decido pararme a tomarme un café en una terraza.
Mientras estoy esperando a que me lo pongan, veo a mi madre pasar por
delante. Ni me ha visto.
―Mamá ―la llamo.
Ella gira la cabeza; me ve y sonríe. Me da pena lo que pienso de ella desde
hace un tiempo, pero bueno.
―Hola, hija. ―Me da un beso―. Iba a verte a tu casa.
―Hola, mamá; siéntate y tómate un café, que yo me lo acabo de pedir.
―¿Has llegado ahora de trabajar?
―Sí, acabo de llegar.
―¿Qué tal el trabajo? ―me pregunta.
―Bien, como siempre, sin novedades. ¿Y papá?
―Papá se ha quedado en casa; le he dicho que venga pero no ha querido.
―¿Y cómo es que te has dejado caer por aquí? ―le pregunto.
―Pues, para verte, porque hace tiempo que no te veo; no vienes a casa y
tenía ganas de verte.
―Muy bien. Pues, mira por dónde, tengo que hablarte de una cosa.
Ella me mira sospechosamente, imagino que porque sabe muy bien de lo
que le voy a hablar. Quizás mi padre ha sido el que la ha impulsado a venir,
diciéndole que está tirando mucha tierra encima de mí, que es lo que me dice
mi padre.
―¿Y qué me quieres decir?
―Mejor lo hablamos en casa.
―Vale. ¿Has hablado con tu hermana?
―Sí, ¿por?
―No, por saber si habíais hablado. Yo estuve ayer en su casa. Madre,
¡qué lío con tus sobrinos!
―¿Qué han hecho? ―le pregunto.
―Nada, que ahora como tienen los exámenes, que si a uno le tiene que
llevar a la biblioteca porque tiene que estudiar y hacer unos trabajos con sus
compañeros; al otro, que si al fútbol y luego a estudiar. No para, hija. Ya le
digo, como sigas así no vas a parecer ni tú.
―Me dijo que estaba más delgada.
―¿Más delgada? ¡Estaba flaca flaca! Vamos, que como siga así va a
quedarse echa un asco.
―Joder, mamá; tú siempre dando ánimos.
―No, hija, es que tendrías que verla.
―Sí la he visto. Es que a ti te gusta que estemos tirando a gorditas.
Cuando dejamos de tener las lorzas, estamos fea de flacas.
Nos tomamos el café, pago y nos vamos para mi casa. Por el camino voy
pensando en qué le voy a decir; espero que lo comprenda porque ahora sí
estoy decidida. Aún no he hablado con Valeria, pero da igual. Tanto si sale
que sí, como si sale que no, mi madre tiene que aceptar lo que yo siento,
porque a mí me ha costado, pero ya he decidido que quiero estar con Valeria
al cien por cien, en las buenas y en las malas. La quiero a mi lado; ella me ha
dado tanto por tan poco.
Llegamos y nos dirigimos al salón. No me quito ni los zapatos; no quiero
perder tiempo. Y según nos sentamos, empiezo a hablar.
―Vamos a ver, mamá; yo llevo una temporada que no estoy bien.
―No entiendo por qué.
―No te hagas la tonta. Vamos a tener una conversación muy seria tú y yo.
―¡¡Ahh!!
―Mira, yo nunca había estado con una chica, nunca me atrajeron, la
verdad. Pero conocí a Valeria y ella es diferente. ―La cara de mi madre es
un poema, pero yo sigo―. Me gusta, me trata como una reina, me atrae y me
hace sentir lo que nunca ningún hombre ha conseguido, subirme a la luna y
bajarme en las nubes. ―Quiere meter baza, pero yo le hago una señal para
que se calle; ella lo hace y yo sigo―. Me ha costado entender qué es lo que
yo quería realmente, pero también me he reprimido por ti, porque sé que a ti
esto no te gusta, porque las vecinas van a hablar, porque no entra en tu
religión… Yo dejé a Valeria por ti, y ha llegado el día en que te diga que, si
ella aún quiere algo conmigo, o lo aceptas o tendremos que dejar de vernos,
porque con mi pareja al fin del mundo. Y si tú no quieres verla a ella, pues
entonces a mí tampoco. ―Intenta volver a meter baza, pero la corto―. Tú
estás viendo cómo estoy sin ella y no sé si es que puede más que las vecinas
no hablen o que tu hija sea feliz, pero ya está decidido. Ya soy mayorcita para
saber lo que tengo que hacer. O sea, que nunca te avergonzarás de mí porque
yo haga en público cosas que sé que serían vergonzosas para ti. Solo ten en
claro que mi chica es mi chica. Ahora dime qué piensas.
―Pues, mira, te voy a ser tan sincera como lo has sido tú. He rezado todos
los días para que se te cruzara un chico y perdieras la cabeza por él. Es
verdad que no pude soportar y aún me cuesta que estés con una chica, que no
vaya a tener nietos por tu parte.
―Mamá, eso es arcaico. Ahora hay tantas cosas para poder ser madre sin
estar con un hombre.
―Bueno, claro, eso sí. Pero mira, yo hoy venía a hablar contigo porque
no quiero verte así. Te mentiría si te dijera que no me importa, pero como me
dice tu padre, antes de todo estás tú. Y es verdad, mi niña tiene que ser feliz,
y si tiene que ser con esa chica…
―Se llama Valeria, mamá ―la corto.
―Bueno, pues, con Valeria. La aceptaré en mi casa como he aceptado a
las parejas de mis otros hijos.
Se me caen las lágrimas solas. Después de todo lo que llevo pasando,
ahora tengo delante de mí la oportunidad de volver con Valeria sin estar mal
con mi madre y sin tener la necesidad de esconderla…, ni de esconderme yo.
Mi madre se levanta y me abraza, me seca las lágrimas con sus manos y
me da besos por toda la cara. Ella también llora. Es una cabezota, pero la
quiero con locura y la necesito a mi lado. Una vez que me tranquilizo, mi
madre se vuelve a sentar en su sitio y nos ponemos a hablar de todo un poco,
incluida Valeria. Ya la llama por su nombre, menos mal.
―Mamá, ahora solo espero que Valeria me dé la oportunidad de volver
con ella. Dejó el trabajo y no he vuelto a saber de ella; he querido llamarla,
aunque nunca he tenido el valor suficiente porque estabas tú por medio; y si
lo hacía, tenía que ser con todas las cartas sobre la mesa.
―Lo entiendo, hija; y solo espero que me perdones por haber sido tan
egoísta por mi parte, solo pensé en mí y en el qué dirán.
―Estás perdonada, mamá. ―Me levanto y la abrazo; estamos un rato así.
Mi madre se sienta y yo me tumbo en el sillón, con la cabeza recostada en
sus piernas. Me siento ahora mismo como una cuando era pequeña y ella me
había sacado de mis dudas; para mí era la más lista y la mejor madre del
mundo. Ella me toca el pelo porque sabe que me gusta que me hurguen. Con
los ojos cerrados, le hablo:
―Mamá, ¿por qué no te quedas a dormir conmigo hoy?
Abro los ojos y la veo con una sonrisa de oreja a oreja.
―¿Y tu padre? ¿Qué hacemos con él?
―Mamá, que es mayorcito y no se va a quedar sin cenar.
―Ya.
―Venga, ¡vamos a llamarle!
Cojo el teléfono y marco; pongo el manos libres para que mi madre
escuche todo.
―Hola, hija.
―Hola, papá. Tengo el manos libres puesto, porque mamá está aquí
conmigo y le he dicho que se quede hoy a dormir conmigo, que necesito
mimos.
―Me parece estupendo que paséis la noche, juntas.
―¿No te importa? ―pregunta mi madre.
―¿Cómo me va a importar? Si Iratxe te necesita, es con ella con la que
tienes que estar hoy.
―Vale, pues, mañana voy para casa.
―Tráeme churros. ―Y se ríe.
Nos reímos las dos y mi madre le contesta que sí, que le llevará churros.
―Papá, te dejamos; vamos a ver qué organizamos para cenar.
―Muy bien, cariño; me alegro de que estés mejor.
―Te quiero, papá.
―Yo también te quiero.
―Y yo también os quiero ―dice mi madre.
Se echa encima de mí y me da un beso; la abrazo y colgamos el teléfono
una vez despedimos a papá.
―Adiós, papá.
―Adiós, chicas mías.
―Adiós, cariño. Hasta mañana ―se despide mi madre.
Nos levantamos hacia la nevera, a ver qué podemos organizar, y si no,
pedimos algo que nos traigan. No quiero salir hoy, prefiero estar en casita.
Al final, nos vamos a hacer una buena ensalada y merluza a la plancha,
que aconseja mi madre. Una vez vemos que tenemos la cena vista, nos vamos
a tumbar en el sillón. Bueno, mejor dicho, yo tumbada. Hablamos de mis
chicas, de todo lo que me han ayudado en este tiempo. Suena el teléfono y
veo que es mi hermana.
―Hola, hermana.
―¿Hola? ¿Os parece bonito que hagáis una noche de chicas y no me
llaméis?
Nos echamos a reír.
―¡Vente pa’ cá, hermana!
―Hombre, te llamo para decirte que iba a irme a tu casa.
―Pues, nos parece genial. ¡Vente ya!
―En media hora estoy en tu casa, ¿tengo que llevar algo?
―Nada de nada. Tenemos de cena ensalada y merluza a la plancha.
―Perfecto.
Viene mi hermana y nos abrazamos las tres. ¡Jo, qué bien me siento, de
verdad! Nos vamos al salón y hablamos y hablamos. Llega la hora de la cena,
la organizamos y nos sentamos a comer. Luego, recogemos todo y nos
ponemos el pijama para poner la peli que más le gusta a mi madre: Notting
Hill, de Julia Roberts, que le encanta, y Hugh Grant, que la enamoró hace
muchos años.
Hacemos palomitas en mitad de la peli. Una vez terminada, nos vamos
todas a la cama. Menos mal que tengo una cama grande, porque estamos las
tres en ella. No hacemos más que decir tonterías y reírnos como crías. Así
estamos hasta que nos damos las buenas noches y nos besamos.
―Hasta mañana.
Sobran las palabras.
Feliz.
Cuando se van, me dejo caer en el sillón y pienso en todo lo que tengo por
delante.
12
Hoy nos vamos todos para el pueblo de Jimena. Vienen a recogerme en
una hora; estamos eufóricos, parecemos niños. Es que nos encanta reunirnos,
y más largarnos juntos por ahí; y si encima es al pueblo, ya para qué
queremos más. Allí viven sus padres, que son dos personas encantadoras y
nos tienen un amor especial a todas; ¡son maravillosos! Llaman al portero,
pregunto quién es y me dicen que baje. Me voy con Arturo, Jimena y Martín.
Carla y Sofía se van con Javi, Sole y las niñas, ya que tienen un coche con
siete plazas y entran todos. Bajo, nos saludamos todos y empieza nuestro
viaje. Yo me apunto a ir al lado de Martín, y Jimena se pone en el asiento del
copiloto; vamos hablando de la quedada que ha organizado con la mayoría de
sus amigos, aunque puede que al final se apunten sus primas también y algún
que otro «despistao». Sus padres están deseando que lleguemos y ya tienen
todo organizado. Esta quedada pinta muy bien. A mí, además, me va a venir
genial despejarme unos días y no pensar tanto en Valeria. Paramos en mitad
de camino, esto es una norma de Jimena, siempre lo hace porque de pequeña
sus padres lo hacían y así sigue la tradición. Cuando nos juntamos todos en la
barra, las camareras nos miran como asustadas, pensarán que con lo
tranquilas que estaban y ahora estos a darnos guerra con tanto crío. Pero no
llega la sangre al río, nos tomamos un refresco y seguimos nuestro camino.
En una hora más o menos llegaremos a Villarrín de Campos. Me encanta este
pueblo, enmarcado en la comarca de Tierra de Campos, la Reserva Natural de
las Lagunas de Villafáfila, y cómo no, sus fiestas. Sus habitantes son
supertradicionales y muy buenas personas. La leyenda del Cristo de los
Afligidos, contada por Marta, la madre de Jimena, nos gusta escucharla. Y es
que al Cristo lo iban a quitar de la Iglesia porque estaba en muy malas
condiciones y así nadie tendría fe en él. Sin embargo, una mujer muy devota
de él, lloró y rogó para que no le quitaran; y entonces el Cristo se transformó
en lo que hoy podemos ver. Todas nosotras llevamos en el monedero una
medalla de este Cristo que Marta nos regaló para que nos cuidara. En cuanto
llegamos a la puerta de la casa de los padres de Jimena, ellos salen a
buscarnos. Ahí empieza todo el espectáculo, besos, abrazos, grititos de
Martín al ver a sus abuelos a los que adora. Descargamos los coches y para
dentro. Ya tienen las cosas organizadas, así es que nos trasladamos a nuestras
habitaciones. Carla, Sofía y yo vamos a dormir en la misma habitación;
colocamos los trapitos que llevamos en el armario y para abajo, al comedor,
que allí nos esperan todos. Hoy nos vamos a comer todos por ahí. No hemos
querido que Marta trabajara más de lo normal, con lo cual nos vamos para la
plaza del pueblo a tomarnos el vermut antes de comer. Hace un sol
espléndido y nos quedamos fuera a disfrutar del día. Los niños juegan en la
plaza y nosotros disfrutamos del cañeo hasta que nos tenemos que ir a comer.
¡La mesa es largaaa! ¡Qué placer estar todos allí tan a gusto, tan bien!
Pedimos de comer y esto es gloria bendita. Yo me he pedido unos entrantes
ibéricos y cordero asado con patatas a lo pobre, un manjar. Después de comer
vamos dando un paseo hasta la casa. Una vez allí, los niños se echan la siesta
y nosotros nos salimos a tomar una copa. Hay tanta paz allí que nos sentimos
todos muy relajados. Marta está pletórica de tenernos a todos, y habla, habla
y habla.
Nos vamos a duchar para empezar a prepararnos. Hemos quedado a las
nueve en la plaza con muchos de la cuadrilla de Jimena. Tenemos por delante
una jornada muy divertida, porque son todos unos cachondos y siempre nos
lo hemos pasado genial con ellos. Vamos bajando según vamos terminando.
Una vez todos en el salón, cogemos caminito para la plaza. Vamos muy
animados y riéndonos de cualquier cosa; parecemos una cuadrilla de
adolescentes que hacen su primera salida de noche. Al llegar están unos
pocos; empezamos a dar besos y a preguntarnos qué tal les va. Cuando se
supone que estamos todos, nos dirigimos al bar a tomarnos unas cervezas
antes de cenar. Me siento con Verónica a mi izquierda y con Sofía a mi
derecha; de frente tengo a Carla, Sole y Javi, que se sienta al lado de Arturo,
seguido de Jimena. Somos veinticinco personas y la noche pinta muy bien.
Tan bien que regresamos a casa a las siete de la mañana. Eso sí, con unas
porras con chocolate que nos hemos desayunado espectacular.
A dormir.

Nos levantamos a la hora de la comida. Hoy vienen los tíos y primos de


Jimena a comer con nosotros. La verdad es que la tía es un encanto y a
nosotras nos quiere mucho. Cuando nos ve, hasta se emociona. «¡Qué guapas
están! ¿Qué tal nos va? ¿Y nuestros padres y hermanos qué tal se encuentran?
¿Qué tal en el trabajo? ¿Les va bien?». Ella es así. Claro que es un calco de
su hermana, porque la madre de Jimena es un cielo.
Preparamos la mesa y nos sentamos a degustar una paella que ha hecho
Marta. ¡Increíble! Y tenemos una comida y una sobremesa genial. Ya hemos
empezado con los chistes, que hasta el más malo nos hace reír. Terminamos,
recogemos todo y nos sentamos a seguir hablando de todo un poco. Luego
saldremos a cenar por ahí. No queremos dar más trabajo del necesario y
hemos invitado también a los tíos.
Hoy, salida familiar.
Me custodian a mi izquierda Luisa, la tía de Jimena, y a mi derecha Marta,
la madre de la misma. Según vamos cenando les voy contando mi historia
con Valeria. Ellas no me censuran, me miran con tanto amor que mi lengua
empieza a soltar todo lo que tengo guardado en mi corazón, ese que todos los
días me duele. Me dicen que tengo que luchar por ese amor. Me ablando y se
me caen las lágrimas. Ellas me tranquilizan y me aconsejan que le llame, le
pida las disculpas que se merece y que no desista de conquistarla de nuevo.
Les hablo de mi madre, pero ellas la disculpan, me dicen que no se lo tenga
en cuenta, que para ella eso no era lo normal y que le ha costado recapacitar,
pero que lo ha hecho y está de mi lado, que es lo que tengo que ver a partir de
ahora.
―Sí ―les digo―, en cuanto llegue a Madrid lo primero que voy a hacer
es llamarla.
―Hazlo, hija ―me aconseja Marta―. Busca tu felicidad.
―Lo voy a hacer. Es que no os podéis imaginar lo que me ha hecho sentir
Valeria; nunca nadie lo hizo y la echo mucho de menos. La quiero a mi lado.
―Mira ―me dice la tía Luisa―, haz lo siguiente. Mañana cuando llegues
no la llames, le mandas un wasap y le preguntas si la puedes llamar. Eso a
ella ya la va a poner un poco en guardia, y si ella quiere hablar contigo, te
contestará. Que ves no contesta y quieres probar a llamarla, ella va a ser
quien decida si lo descuelga o no. Yo lo haría así, dando ese paso para ver
qué hace.
―Vale ―respondo.
―Vamos a ver, Iratxe ―Ahora es Marta―: tú hazlo como quieras. Pero
como dice mi hermana, es una buena manera de ver su reacción. Ahora te
digo una cosa: sea lo que sea lo que pase, nos lo tienes que contar, porque ya
sabes cómo es Jimena para esas cosas.
―No os preocupéis, que lo sabréis. Y gracias a las dos, no sabéis cuánto
me habéis ayudado.
―Ha sido un placer ―responden las dos.
Seguimos en el restaurante, ya tomándonos el café y la copita. Los niños
se estaban portando estupendamente, pero ya se están cansando de estar tanto
rato en el mismo sitio. Los abuelos deciden irse con ellos para casa; los tíos
de Jimena también se van. Nos quedamos nosotros solos y alargamos la
velada un par de horas más. Lo bueno de vivir en un pueblo es la paz que hay
en sus calles, y vamos disfrutando de ello hasta casa de Jimena.
Cuando me meto en la cama pienso en el fin de semana que hemos
pasado, familiar, divertido y lleno de emociones para mí. Voy lanzada a por
todas. Y así, pensando en eso, se me cierran los ojos.
Hasta mañana.

Al día siguiente, estamos todos desayunando unos churros y porras que ha


traído Alejandro, el padre de Jimena. Me encantan estas mesas tan largas,
llenas de gente con tantas ganas de reír y de disfrutar de la vida. Parecemos
críos algunas veces, y de eso ya se encarga Marta, de recordarnos que a veces
nos está viendo veinte años atrás. ¡Quién pudiera volver atrás!, ¡cuántas cosas
volvería a vivir y cuántas cambiaría! En esa época éramos todas tan felices,
sin problemas, sin preocupaciones; éramos unas crías. Cuando terminamos de
recoger todo, empezamos a preparar las maletas para irnos prontito; no
queremos coger la caravana que luego se lía para entrar a Madrid.
Nos despedimos de los padres de Jimena, nos montamos en el coche y
empieza nuestra vuelta. Yo voy decidida a dar el paso con Valeria y mañana
la llamaré para ver si podemos quedar y hablar; ojalá pueda ser. Ella no es
rencorosa, me lo ha demostrado muchas veces; espero que acepte hablar
conmigo. Tenemos buen viaje, hemos parado un momento para tomarnos
algo y ya estamos entrando en Madrid. Me dejan en la puerta de mi casa, me
despido de ellos y de Martín, comiéndomelo a besos. Subo y dejo la maleta
en la habitación. Luego la vaciaré. Ahora voy a llamar a mis padres para
decirles que ya estoy en Madrid.
―Dígame ―contesta mi padre.
―Hola, papá, ¿qué tal estáis?
―Bien, aquí estamos tu madre y yo. ¿Y tú qué tal por Zamora?
―Muy bien, acabo de llegar; lo hemos pasado genial.
―Me alegro, ¿te paso con tu madre?
Y oigo de fondo: «¡Trae, anda! ¡Qué cosas tienes!».
Sonrío porque ella es así. Coge el teléfono.
―Hola, hija, ¿qué tal lo habéis pasado?
―Muy bien, recuerdos de los padres de Jimena.
―¿Qué tal están?
―Muy bien, están estupendos los dos.
―Qué bien. Entonces lo habéis pasado bien, ¿os ha hecho buen tiempo?
―Sí, ya sabes que por la noche hace más frío, pero durante el día hacía
solecito.
―Muy bien. Mañana trabajas, ¿no?
―Claro, mamá. ¿Entonces?
―Yo qué sé, hija, como algunas veces tienes días libres.
―Ojalá, pero no.
―¿Has hablado con Valeria?
―No, la llamaré mañana cuando llegue de currar.
―Vale, cuando hayas hablado con ella me llamas y me cuentas, ¿vale,
hija?
―No te preocupes, mamá, que te llamaré. Ahora te dejo, que voy a vaciar
la maleta y a preparar las cosas para mañana.
―Que descanses, cariño; hasta mañana.
―Igual, mamá. Besos.
Cuelgo y me dirijo a la habitación a por la maleta. Pongo en un lado la
ropa que hay que lavar y en otro, lo que está en perfectas condiciones. Llevo
la ropa sucia a la lavadora; no me gusta dejar la ropa sin lavar, esto es una
manía, y como tengo una lavadora que me permite lavar media carga, pues
tan contenta. Una vez puesta, me voy a tumbar en el sillón. Tengo ganas de
pensar tranquilamente lo que voy a hacer mañana cuando llegue, qué le voy a
decir. Tengo ganas de hablar con ella. Espero que todo salga bien; estoy
deseando estar a su lado.

Al día siguiente, intento llevarlo con total normalidad. Estoy nerviosa,


pero no quiero que sospechen que algo me pasa. Ya lo contaré cuando hable
con Valeria y esté todo solucionado. Eso espero, que todo se solucione. El día
se me hace largo; no, larguísimo. En el metro, el estómago me está haciendo
volteretas. Me bajo, y como si me hubieran metido un petardo en el culo…,
corro escaleras arriba; tengo necesidad de estar en casa y dar el paso que
llevo tantos días esquivando. Me tranquilizo, me pongo cómoda y, con el
valor suficiente, cojo el móvil y marco. Uno, dos, tres, cuatro, cinco tonos y
no me lo coge, cuelgo y espero cinco minutos, por si no podía descolgar en
ese momento. Vuelvo a marcar el número y al segundo tono se pone una
mujer.
―¿Dígame? ―contesta.
―Hola, buenas tardes, soy Iratxe y preguntaba por Valeria.
―Valeria no está.
―Ah, ¿es usted su madre?
―Sí.
―¿Y cuándo puedo localizar a Valeria?
―Pues, hija, no sé, la verdad, porque se supone que iba a estar un par de
días fuera, pero lleva una semana.
―¿Y se dejó el móvil? ―le pregunto.
―Este es mío ahora; ella tiene otro número.
Noto cómo me voy hundiendo, cómo los cojines del sillón me están
atrapando, tragando. No puede ser, no es justo. Como puedo le pregunto a su
madre:
―¿Y no me podría dar el nuevo número verdad?
―No, hija, me lo tiene prohibido.
―Lo entiendo. No se preocupe. Una pregunta: ¿a usted le importaría que
la llamara en unos días por si ha vuelto?
―Claro, hija, tu llámame que yo te digo si ya ha vuelto.
―Muchísimas gracias.
―No hay de qué, hija.
―Hasta otro día.
―Adiós.
Joder, ¡qué mala suerte! Después de costarme una barbaridad dar este
paso, ha cambiado de móvil. Bueno, no me puedo quejar, que por lo menos lo
tiene su madre y he podido saber que anda por ahí. Ahora entiendo todo el
cariño que emanaban sus palabras cuando hablaba de su madre, es un cielo la
mujer; ha sido tan amable conmigo y me ha dejado la puerta abierta para que
llame todo lo que quiera.
Cuando asimilo lo que ha pasado, mando un mensaje de voz a las chicas.
―Hola, chicas. Acabo de llamar a Valeria y con tan mala suerte que ha
cambiado de número de móvil; el antiguo lo tiene su madre. Por lo menos,
me ha dicho que se fue para dos días y que lleva una semana fuera. Le he
pedido el teléfono, pero me ha dicho la pobre que se lo tiene prohibido, pero
que llame cuando quiera para saber si ya ha llegado. Así es que nada, ahora
otra vez de bajón.
Rápidamente contesta Sole.
―Lo siento mucho, Iratxe. Sé lo que te ha costado llegar a dar este paso,
has sufrido mucho, pero no tires la toalla, cariño; sigue intentándolo, que
cualquier día de estos podrás hablar con ella.
Le sigue Jimena.
―No te vengas abajo, ¡eh! Tienes que ser fuerte porque no sabemos nada
aún, ¿vale?
―Ya lo sé, chicas, que no tengo que venirme abajo. Voy a intentarlo
llevarlo bien hasta que consiga hablar con ella.
―No pasa nada, Iratxe; ella aparecerá y verás cómo todo se arregla ―me
anima Sofía.
―Espero que sí.
―Hola, chicas ―Carla nos saluda―. Mañana quedada en el Akelarre,
¿vale?
Empiezan todas a responder que sí. Ellas son así. Bueno, mejor dicho,
somos así, un problema, ahí vamos todas; somos una piña.
―De acuerdo, mañana a las seis en el Akelarre. A ver si puedo daros una
buena noticia porque últimamente parezco una agorera. Qué pena.
Se ríen.
―No, hija, no. Tú eres única y lo sabes ―me dice Sole―. Te quiero.
Bueno no, rectifico: te queremos, y lo sabes.
―Sí, claro que lo sé. Yo a vosotras también os quiero. Hasta mañana.
13
7:00 h. Suena el despertador.
He dormido bien. Me costó un poco, pero una vez que caí, no me he
despertado hasta que ha sonado la alarma. La maldita alarma. Me meto en la
ducha, me preparo y me pinto. Hoy he pensado que voy a ir muy mona al
curro. Además, luego voy de tirón para el Akelarre, y no quiero que me digan
mis chicas que vaya pintas tengo. O sea, que hoy voy guapa, guapa. Cojo el
metro y me doy cuenta que voy como buscando algo. Lo que busco es un
imposible. Sería un milagro el encontrarme con Valeria en el metro; no
habría una cosa que me gustara más que eso, pero muy difícil, por no decir
imposible. Llego al curro y hasta mis compañeros se quedan flipados de ver
cómo voy vestida.
―Vaya, vaya, cómo viene la señorita hoy; se nota que te ha sentado el fin
de semana de maravilla ―me dice Jaime.
―Pues la verdad es que me ha venido muy bien el finde, sí.
―¿Y se puede saber con quién has quedado? Porque tú has quedado con
alguien ―insiste.
―Eres un marujo, Jaime, ¿lo sabías?
―Sí, me lo dicen muy a menudo, pero no cambies de tema.
―He quedado con mis chicas cuando salga de aquí.
―¡Oh!, yo creía que era algo más sexual.
―Tú siempre piensas en sexo, Jaime.
―Bueno, no siempre; solo quiero verte feliz.
El día ha sido muy llevadero; he tenido mucho curro, con lo cual se me ha
pasado volando. Llega la hora de irme. Me meto en el baño y me retoco un
poco. Salgo tan feliz y tan guapa. Me dirijo al metro, voy en mi mundo. Me
dan un golpecito en el hombro, me giro y veo a Valeria. No me lo puedo
creer, me he quedado en shock, no sé qué decir, pero ella es tan cariñosa que
me abraza y me da dos besos. Pienso que tengo la suerte que hoy me vea tan
guapa; me alegro de haber tomado esa decisión. Ella es preciosa y va como
un pincel, la tía; es un pibón. Cuando terminamos de abrazarnos, nos
miramos a la cara. Yo no sé qué verá en la mía; yo en la suya veo felicidad.
―¿Qué tal te va? ―me pregunta.
―Mal
―¿Y eso? ¿Qué ha pasado?
―Te perdí, y eso no me lo perdono.
―¡Ahh!
No dice nada más. Yo no sé si seguir preguntándole, porque ahora mismo
estoy temblando, y preguntándome si tendrá una relación; eso me hace pensar
si hablar o no. Madre mía, ya estoy con el mismo lío en mi cabeza. Pero
tengo que arriesgarme.
―He quedado con las chicas en el Akelarre. ¿Tienes algo que hacer o te
quieres venir?
―Vale, me gustará verlas.
―Pues, venga, vamos para allá.
―Perfecto, vamos.
Nos montamos en el metro y empezamos a hablar de nuestras cosas
diarias, el curro, la familia y demás. Cuando llevamos un rato ya juntas y yo
estoy más relajada, le suelto:
―Te llamé el otro día; se puso tu madre y me dijo que estabas fuera.
―¿Ah sí? No me ha dicho nada. He estado en casa de unos amigos unos
días.
Me siento celosa en este momento. Justo la llaman por teléfono. Cuando
descuelga, su cara es de preocupación,
―No te preocupes, mamá; voy para casa. No te muevas de ahí, ¿vale?
Cuelga.
―¿Qué pasa?
―Mi madre se ha caído y tiene mucho dolor en el brazo. Lo siento, otro
día será.
―¿Puedo ir contigo?
Se me queda mirando, seria, imagino que me va a decir que no…
―Me encantaría.
―Pues, vamos para allá.
Les mando un mensaje a las chicas diciéndoles que me he encontrado con
Valeria y que nos vamos a su casa porque su madre ha sufrido una caída. Les
pido disculpas por no asistir, habiendo sido yo la lianta de quedar por mis
problemas. Pero tengo unas amigas tan geniales que lo que me dicen es…
―Nos parece perfecto. Esperemos que no sea nada lo de la madre de
Valeria y así podáis aprovechar este encuentro para hablar. Besos de todas.
Nos dirigimos a su casa. Al llegar, vemos a su madre sentada en el sillón,
sujetándose el brazo.
Valeria se lanza a ella y se agacha, le examina el brazo y, efectivamente,
lo que vemos es que tiene el brazo roto. No somos médicos ninguna de las
dos, pero la extraña forma que tiene el brazo lo dice todo. Valeria sale a la
escalera para llamar a un vecino. Le cuenta lo que ha pasado y, rápidamente,
Manuel entra en casa de Valeria. Nos vamos todos al hospital.
Después de tres horas allí, nos volvemos a casa de Valeria. Le han
escayolado el brazo a su madre; menos mal que no tiene muchos dolores,
según nos cuenta. Es una mujer encantadora; incluso estando así, tiene
humor. Me pregunta si soy la chica que llamó el otro día. Me la quedo
mirando y respondo:
―Sí, ¿cómo lo sabe?
―Por la voz te he conocido.
―Curioso.
Ella me mira y sonríe.
Valeria le prepara la cena y le deja todo organizado para que no haga
nada, aunque es tan cabezota que no parará. Menos mal que es la izquierda;
así no la moverá continuamente. Le quiere poner el camisón, pero ella se
niega.
―Puedo hacerlo yo, hija. Vosotras iros donde tengáis que ir y hablar de
vuestras cosas, que creo que es lo que necesitáis. Yo estaré bien, y si no, ya
sabes que te llamo.
―Mamá, vamos a estar aquí a la vuelta. Si no te encuentras bien, ya
sabes.
―Que sí, que ya sé lo que tengo que hacer ―contesta ella.
Y mirándome, me dice:
―Y tú, hija, encantada de haberte conocido, aunque haya sido así, de esta
manera y os haya estropeado la cita.
―Para nada. No se preocupe, porque nos hemos encontrado de
casualidad.
―Iratxe era tu nombre, ¿verdad? Es que para los nombres soy muy mala.
―Sí, Iratxe.
―Yo, Carlota.
―Qué nombre más bonito para la época suya ―le comento.
―Sí, hija, sí. Ahora me gusta casi más que antes. En mi época, como tú
dices, era un nombre superextraño, pero yo debo de ser extraña porque
siempre me ha gustado y lo he llevado con orgullo. Cuando se metían con mi
nombre e intentaban hacer que me sintiera un bicho raro, conseguían lo
contrario.
―Eso está muy bien, Carlota; mujeres así necesita el mundo.
―Y tanto que sí. Si yo te contara.
―Bueno, mamá, otro día le cuentas, porque como empieces no paras.
―Me gustará escuchar esas historias, Carlota.
―Pues cuando quieras aquí estoy.
Me acerco a ella y le doy un beso. Se la ve una ancianita, pero luego tiene
una fuerza tremenda.
Nos despedimos y nos vamos al pub que me va a llevar Valeria. Hasta
ahora hemos estado como si no hubiera pasado nada entre nosotras, pero
ahora viene lo gordo. Claro, cuando yo tengo que disculparme por ser tan
gilipollas y haber perdido todo este tiempo de estar a su lado. Solo espero que
me perdone por ello.
―Tu madre es un encanto.
―Sí que lo es, es una mujer tan adelantada a su tiempo, siempre lo ha
sido.
―Se la ve una buena matriarca.
―Exacto.
Cuando llegamos al pub, una chulada por cierto y con muy buena música,
Valeria saluda al camarero por su nombre, con lo cual ya sé que para por ahí.
He sido tan egoísta que ni siquiera sé por dónde se movía ni quiénes son sus
amigos. Pedimos unas copas y nos sentamos. El camarero trae las
consumiciones. Nos miramos porque sabemos las dos que ahora empieza lo
serio. Decido empezar yo porque lo primero que tengo que hacer es
disculparme.
―Bueno, Valeria. Lo primero que quiero hacer es pedirte disculpas por
todo lo que te he hecho.
Valeria me mira, seria. No dice nada.
―Me ha costado mucho sufrimiento todo lo que pasó; te he echado de
menos desde el minuto uno, pero he sido cobarde y egoísta. Mi madre
tampoco me ayudó mucho, la verdad, pero no puedo echarle la culpa a ella,
toda es mía.
―Eso es, Iratxe, solo tuya.
―Lo sé. Lo he pagado y no te imaginas cuánto. Ahora quiero preguntarte
si tienes pareja.
―No, no tengo pareja.
―¿Y me darías otra oportunidad?
―Primero, tengo que saber si estás dispuesta a dar todo a la relación.
―Sí, claro.
―¿Tu madre?
―Ya está solucionado el tema con mi madre. Ella me ha visto sufrir por
ti, y aunque le ha costado aceptarlo, vino un día a verme y a decirme que
prefería verme feliz al lado de quien fuera a verme hundida como me estaba
viendo. Y que si eras tú a la que había elegido, pues, bienvenida a la familia.
―No me lo puedo creer, ¿de verdad?
―Valeria, créelo porque es así. Lo he pasado tan mal que ella misma ha
tenido que aceptarlo. Además, cuando vi que te habías ido del trabajo, me
terminé de hundir, porque te voy a ser sincera: cuando estaba en casa de baja
lo único que me animaba era ir a currar cuanto antes para verte. Entonces,
imagínate cómo me sentí cuando llego al curro y veo que no vienes. Y espero
y no vienes. Pregunté por ti y me dicen que te despediste. Me terminé de
hundir. No volver a verte me destrozaba, pero tampoco tenía el valor de
llamarte, porque no te merecías lo que te había hecho; y si lo hacía, tenía que
ser con todas las consecuencias. Y entonces me decido a llamarte y se pone tu
madre diciéndome que ya no tienes ese teléfono y que no estás, que te has ido
con unos amigos y que no sabe cuándo vas a volver, porque tenías que haber
vuelto ya, pero decidiste quedarte más tiempo. Le pedí tu número y me dijo
que se lo tenías prohibido. La pobre mujer aceptó decirte que te había
llamado. En fin, el destino nos ha cruzado de nuevo y espero que me des otra
oportunidad.
―Pero ahora lo vamos a hacer a mi manera.
―¿Y cuál es tu manera?
―Cada una en su casa y poco a poco. Conocernos nosotras y conocer a
nuestras familias después. Los amigos entre medias, porque aparte de que yo
ya conozco a las tuyas, estoy deseando que mis amigos te conozcan a ti.
Porque sobra decirte que me encantas y quiero hacerte feliz, al igual que yo
deseo lo mismo para mí.
―Te haré feliz, porque es lo que deseo con toda mi alma, Valeria.
―Me iría a tu casa ahora mismo a hacerte el amor, pero no puedo, mi
madre me necesita.
Los colores suben a mi cara. ¿Se me había olvidado que era tan directa?
No, claro que no. Pero siempre que lo es me hace sonrojar.
―Por supuesto, Valeria. Tu madre te necesita ahora, claro que sí. No hay
prisa, ya sé que eres mía. Bueno, y si me das tu teléfono, mejor.
―Te hago una llamada perdida y me agregas, ¿ok?
―Perfecto.
―Vámonos ya, ¿vale? Quiero ir a casa.
―Sí, claro.
Nos levantamos y nos dirigimos a su casa. Subimos a ver cómo está
Carlota. Me encanta su nombre, y ella. La encontramos sentada en el sillón,
con el brazo en el cabestrillo y hablando por el móvil.
―Te dejo, que ha venido Valeria con Iratxe.
Le tienen que haber preguntado quién es Iratxe, porque ella contesta:
«Una amiga de Valeria. Bueno, adiós».
Y cuelga.
―¿Qué tal estás, mamá?
―Bien, estaba hablando con tu hermana Montse.
―¿Tienes dolor? ―le pregunto.
―Ahora mismo no. Imagino que cuando se me pase la medicación me
acordaré del médico, que me ha hecho todo el daño del mundo para
colocármelo.
―Pero tienes la medicación ahí, mamá. No intentes hacerte la fuerte y
tómate cada seis u ocho horas, dependiendo del dolor, que es lo que te ha
dicho el médico.
―Ya lo sé, no soy una cría.
―Bueno, yo os dejo. Me paso a verte otro día, si te parece bien, Carlota.
―Cuando quieras, hija; aquí estoy.
Me acerco a darle un beso. Valeria me acompaña hasta la puerta. Una vez
allí paradas, me coge de la cintura y me da un beso en la boca que me deja
cao y los pelos como escarpias. ¡Cuánto hacía que no sentía eso!
―Ya hablamos ―me dice.
―Vale, chao.
Y me voy con una sonrisa de oreja a oreja. Me siento una cría con su
primer beso. Es que la he echado tanto de menos que es como si fuera eso, mi
primer beso.
¡Y qué beso!
14
Al día siguiente, cuando me suena el despertador para ir a trabajar, me
levanto de un salto, como hacía meses que no hacía, con una alegría en mi
cuerpo tremenda. Por primera vez, en mucho tiempo, puedo decir que feliz.
Sí, feliz. No sé qué va a salir de todo esto; lo que sí sé es que estoy dispuesta
a dar el cien por cien por esta relación. Espero que Valeria no se arrepienta de
darme una segunda oportunidad. Me meto en la ducha, me echo mi crema de
cuerpo, me lavo los dientes y me maquillo. Hoy tengo el humor necesario
para ir espectacular a currar. Por si acaso recibo alguna llamada de Valeria
para quedar, voy monísima.
Cuando llego al curro, me encuentro con que Mariano, mi jefe, quiere
verme. Me da mala espina. Entro al despacho y le saludo.
―Buenos días, Mariano.
―Buenos días, Iratxe. Siéntate, por favor.
Hago lo que me dice, me siento y espero a que hable.
―Vamos a ver, tienes que irte a Barcelona, vas al mismo sitio. Mariola te
espera y ella te dirá lo que tienes que hacer.
Mi mente no para de pensar y de negar con la cabeza. No. Ahora no me
puedes hacer esto, no lo voy a hacer.
―Lo siento mucho, Mariano, pero no puedo ir.
Levanta la cabeza de los papeles que tiene en la mano y me mira
fijamente.
―¿Por qué? Si se puede saber.
―Pues, es por motivos personales.
―¿Tienes a alguien de la familia enfermo?
―No.
―¿Entonces?
―Ya le he dicho que es personal. Acabo de arreglar unas cosas y me es
imposible irme en estos momentos. No ahora, Mariano.
Él sabe que no va a sacar más de mí, me conoce desde hace muchos años
y también sabe que, si no fuera necesario para mí, no estaríamos teniendo
esta conversación. Así es que, jodiéndole o no, acepta mi explicación. Salgo
del despacho tan contenta; me he librado de esta. Otra cosa hubiera sido que
el viaje fuera como el primero que hicimos Valeria y yo; entonces sí que
habríamos disfrutado de esos días en Barcelona. De pensarlo hasta me excito.
Salimos a comer. En el restaurante recibo un mensaje de Valeria.
―Hola, ¿cómo llevas el día?
―Pues, no me quejo, porque Mariano me mandaba para Barcelona hoy y
le he dicho que no podía ser.
―¡No jodas! Le mato si te manda.
―Y yo también le hubiera matado, pero le he dicho que por motivos
personales no podía ser.
―Claro ―dice Valeria―. Otra cosa hubiera sido que nos hubiéramos ido
las dos como la otra vez; qué diferente hubiera sido todo. Te habría hecho el
amor desde el minuto uno. Umm, me voy a callar porque me estoy poniendo
cachonda.
―Y a mí también me estás poniendo cachonda.
―No te preocupes. Esta tarde, cuando salgas de currar, te espero en el
metro. No puedo esperar más a tener tu cuerpo entre mis brazos, a olerte, a
sentirte, a besarte.
―Me parece una idea genial.
―Te dejo que comas, porque imagino que es lo que estás haciendo a estas
horas.
―Sí, aquí estamos todos.
―Chao. Un beso.
―Chao. Otro para ti.
Como tan deprisa que me va a sentar mal, pero es que necesito contarles a
las chicas la noticia. Después de lo de ayer, que las dejé tiradas, qué mínimo
que sepan que hoy tengo una cita con Valeria.
Mi chica.
Qué bien suena en mis oídos. Mi chica.
Mando un mensaje al grupo de las maris, ese grupo en el que estamos las
cinco locas.
―Hola, chicas. Siento el plantón de ayer, pero me encontré con Valeria.
De hecho, se iba a venir conmigo para veros, pero su madre la llamó por
teléfono, que se había caído y que le dolía el brazo, y me apunté a ir con ella.
Nos la llevamos al hospital, porque vimos que tenía el brazo roto, y bueno,
luego nos fuimos a un pub a la vuelta de su casa y estuvimos hablando.
Chicas, me ha dado otra oportunidad, y hoy hemos quedado para vernos en
mi casa, y ya os podéis imaginar qué más haremos. Os quiero, chicas mías,
por estar siempre ahí y no tener en cuenta mis fallos.
Van contestando según van pudiendo.
Carla dice: «Pásalo bien, cariño».
Sole contesta: «¡Uy, uy! Eso me suena a sexo del bueno. Disfruta, mi
niña».
Jimena es la siguiente: «Sexo del bueno con la mejor compañía, ¿qué más
se puede pedir? Disfruta, mi reina».
Al rato largo, Sofía comenta: «Ese sexo del que me gustaría a mí tener.
Pásalo en grande y cuenta, ¡eh! Te quiero».
Deseando acabar mi jornada de trabajo, me dedico con ahínco en terminar
todo lo pendiente, deseando salir por esa puerta, y sin que haya ningún
percance. ¡Por favor, hoy no!
Salgo por la puerta sin detenerme con los compañeros. Salgo disparada.
―¡Hasta mañana, chicos!
―¡Hasta mañana, Iratxe! ―contestan.
Cuando voy a entrar al metro, me llaman. Conozco esa voz. La veo; tan
guapa. Viene hacia mí.
―Hola ―me dice.
Sin contestarle, le doy un beso en la boca. La pillo desprevenida; eso no se
lo esperaba.
―Hola ―le contesto con voz muy sensual. Tengo tantas ganas de ella que
me sale sola esa sensualidad. Claro, esto a ella la pone cardiaca, y la mirada
de deseo que me echa me deja sin aliento. Vamos para casa ―le ordeno.
Y eso hacemos. Cogemos el metro; le pregunto por su madre.
―Ahí va, tiene dolores, pero no se queja mucho. Hoy se ha ido con mi
hermana y se queda allí a dormir, para yo estar tranquila.
―Genial.
Llegamos a nuestra parada y, cogidas de la mano, nos vamos a mi casa.
Estoy nerviosa, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hicimos el
amor y quiero estar a la altura, como siempre lo ha estado ella. Decidimos
tomarnos tranquilamente una copa. Mientras, nos vamos comiendo la boca la
una a la otra. Pero no queremos ir con prisa; vamos alternando una cosa con
otra. Hablamos de nosotras, de lo que hemos hecho mientras hemos estado
separadas. Me pregunta por mi pierna; ha visto que no cojeo. Es lo que tiene
ella, que es muy observadora.
―La pierna está genial; tengo una buena cicatriz, pero lo importante es
que ha quedado bien y, además, tan igualita a la otra.
―Tu eres así, todo a juego, ¿no?
―Más o menos. Lo he pasado muy mal, Valeria, por la pierna, por ti, por
mi madre; han sido meses muy duros para mí.
―Siento que hayas pasado por todo esto, pero era la única solución que
había para que tú misma vieras lo que quieres en tu vida.
―Pues, sí me ha servido, sí.
―Yo tengo que decir que si ahora estamos aquí, en otras condiciones muy
diferentes a las de antes, y siendo egoísta, tengo que decir que me alegro que
hayas pasado por todo eso.
―Gracias ―le digo.
―Yo también lo pasé mal, Iratxe. Para mí no era plato de buen gusto que
me tuvieras escondida, que no pudiera disfrutar de ti en todos los sitios donde
quisiera llevarte y que ahora te llevaré.
―Entiendo lo que me dices, de verdad. Ahora vamos a ser una pareja de
lo más normal, porque yo soy la primera que lo he aceptado y quiero ir a por
todas contigo.
―Y yo contigo. Ya verás lo bien que lo vamos a llevar, aunque como te
dije ayer, quiero que sea poco a poco.
―Sí, es mejor así.
Terminamos la copa y nos cogemos de la mano; nos dirigimos a la
habitación. Le ofrezco una ducha juntas, para ir ambientándonos. Ella, con
una sonrisa en la boca, acepta. Me voy al baño y preparo la ducha. Nos
miramos y nos vamos quitando poco a poco la ropa. Ya desnudas, nos
metemos bajo el agua. Ahí empieza el juego. Ella me enjabona la espalda
mientras me va besando milímetro a milímetro el cuello, la espalda… Mi piel
se eriza, mis pezones están duros, excitados… Va bajando… Llega a los
glúteos; me abre las piernas y me pasa el dedo por el ano… Una y otra vez,
hasta que, poco a poco, me introduce el dedo. Lo mete. Lo saca. Lento. Muy
lento. Salen de mi garganta gemidos, y eso la pone a cien. Oírme gemir es su
placer. Sigue con el dedo dentro de mi ano. Con la otra mano, me toca los
pechos, los pezones me los pellizca; están tan duros que siento placer en vez
de dolor. Baja las manos hasta mi clítoris, y empieza a frotarlo. Le digo que
pare, que quiero terminar con ella en la cama.
―Shh, tú déjate llevar. Luego tendrás más.
Ella sigue metiendo y sacando el dedo de mi ano, y se coloca de tal
manera que introduce dos en mi vagina, ¡qué destreza! Lo lleva todo a buen
ritmo que me hace gemir hasta que el clímax llega y me corro.
―¡Cuánto necesitaba esto, Valeria! Me subes al cielo.
―Eso es lo que pretendo y, por lo que veo, lo consigo.
―Ya te digo yo que sí.
Nos besamos antes de salir de la ducha. Nos secamos y nos dirigimos a la
cama. Allí es donde quiero estar con ella para hacerla sentir todo lo que ella
me ha hecho sentir a mí.
Una vez en la cama, le digo a Valeria que se relaje. Se tumba. La miro; es
preciosa, tiene un cuerpo increíble y no se puede imaginar lo que me hace
sentir ese cuerpo. Saco de la mesilla mi «gustiluz», es el apodo que le tengo a
un artilugio que se pone en la muñeca; tiene como un dedil que se encaja en
el dedo y, con unas cuantas velocidades, puedes jugar y disfrutar del placer,
sola o en compañía. Empiezo desde los pies, chupándole los dedos,
lamiéndolos, y poco a poco voy subiendo, hasta llegar a su sexo; conecto el
«gustiluz» y se lo paso por el clítoris, lo muevo, y ella empieza a retorcerse.
Mientras, introduzco mi lengua en ella, la saco, subo y bajo por todo su sexo,
sin dejar de mover y de hacerla disfrutar con su clítoris; lo tiene hinchado y
eso me da el valor para seguir. Sigo jugando con su clítoris y me voy a sus
pechos, juego con sus pezones, los mordisqueo, los lamo. Me entretengo con
ellos. Luego desconecto el artilugio, y voy con mi lengua a ese clítoris
hinchado. Empiezo despacio, dándole pequeños lametones; le introduzco un
dedo, luego dos, metiendo y sacando. Acelero mi lengua y succiono su
clítoris; ella se retuerce y oírla gemir me excita de tal manera que con mi otra
mano me empiezo a tocar. No me detengo y le sigo dando placer a Valeria.
Está tan excitada que noto perfectamente el punto g, y lo muevo como si de
una campana se tratara. Sus grititos se van convirtiendo en gritos de placer,
hasta que exhala un: «¡Me corrooo!». Los espasmos de su cuerpo son gloria
para mí. Me incorporo y voy derecha a besar sus labios.
―Me has subido al cielo, Iratxe.
―Umm, me gusta oírlo. A mí ya me habías subido y quería que vieras
dónde había estado yo.
―Me tienes loca.
―No, tú a mí me tienes loca.
Nos quedamos en la cama hablando de cómo vamos a hacer las cosas a
partir de hoy. Por mutuo acuerdo concluimos que vamos a empezar nosotras
dos solas y vamos a ir incorporando a nuestros amigos. Lo último va a ser
incluir a la familia. Pero cada una en su casa.
Nos levantamos y empezamos a preparar algo de cena. Nos hemos
decantado por una tortilla de patata, que dice Valeria que le salen
espectacular. «Receta de mamá», afirma. A mí que me encanta, pero soy muy
especial para las tortillas, porque mi madre las hace riquísimas también.
Acepto, pero prometo puntuarla.
―Me vas a dar un diez.
―Muy segura de ti misma estás.
―Sabes que eso siempre.
―Y tú sabes que me gusta esa seguridad que tienes.
―Y a mí me gustas tú.
Nos liamos a pelar las patatas y a cortar la cebolla. El aceite se iba
calentando. Valeria canta; está contenta. Yo me animo con ella y le hago los
coros. Nos reímos, estamos felices, se nota. Nos sentamos a cenar, con una
ensaladita y unas cervecitas para acompañar esa tortilla que huele de
maravilla. Disfrutamos de la cena y de la conversación. Decidimos ver una
película, pero antes, Valeria llama a su madre para ver qué tal está. Cuando
cuelga me da recuerdos de su madre. Le pregunto cómo está.
―Bien, dice que estupendamente, disfrutando de los nietos.
―Qué graciosa ―contesto.
Me gusta esa mujer, fuerte, como su nombre, Carlota, y tan bondadosa y
afable. Sé que voy a tener muy buen filin con ella.
Vemos la peli tiradas en el sillón, tan relajadas, entrelazadas nuestras
piernas y como si lleváramos años así. Al terminar, después de un bostezo me
pregunta Valeria:
―¿Nos vamos a la cama?
―Sí, estoy rota ―contesto.
―Pues venga. ―Se levanta, me da la mano y me ayuda a levantarme. Nos
vamos al dormitorio. Mientras una se desnuda, la otra se lava los dientes, y al
revés. Nos acostamos, nos abrazamos, nos besamos y hablamos un rato hasta
que otro bostezo mío le hace darse cuenta de lo cansada que estoy. Entonces,
me da un beso y se despide:
―Hasta mañana, princesa.
―Hasta mañana, Valeria.
Y después de decirle eso, pienso: «Hasta mañana, mi reina».
15
Dos meses han pasado desde ese día que nos encontramos en el metro.
Dos meses maravillosos.
Y transcurridos esos dos meses, que es la fecha que dijimos de darnos el
gusto de disfrutar de nosotras, inicia el conocer a los amigos de una y de otra.
Empezamos por ellos.
Aunque Valeria ya conoce a mis amigas, hoy hemos quedado con todos,
con ellas, con maridos e hijos.
Mis amigas están al tanto de todo lo que ha pasado con Valeria desde que
empezamos. Están felices de verme a mí tan feliz y no les importa nada más.
Sus maridos también lo saben, por supuesto, y son un encanto; me quieren
mucho, con lo cual solo desean mi felicidad. Con quien sea les da igual, y no
saben lo que yo se lo agradezco. Los adoro. Aparte de estar como un queso
cada uno, pero están casados; y no solo eso, están casados con mis mejores
amigas.
Valeria es superabierta, habla con todo el mundo, y es muy divertida.
Llegamos a casa de Sole, que es donde hemos quedado. Valeria y ella se dan
un abrazo y un beso. Sole le dice:
―Encantada de volver a verte, Valeria.
―Muchas gracias, Sole; igualmente.
Entramos y están todos. Se levantan para saludar a Valeria. Empiezo por
Javi, el marido de Sole. Luego está Arturo a su lado, marido de Jimena.
Seguimos con Sofía, que está con Martín, el hijo de Jimena y Arturo, y Carla,
que está rodeada de las niñas de Sole y Javi, Erika y Marta, que son tan
graciosas que le preguntan en su lengua quién es. Valeria se agacha, las coge
a las dos, se sienta en el sillón y les dice que es amiga mía. Las niñas se la
quedan mirando como diciendo: «Pues, no te conocemos». Pero ella se hace
con ellas desde el minuto uno, y les empieza a hablar como si las conociera
de siempre. Las niñas se le quedan pegadas. Martín se une al grupo. Él es
más mayorcito y es un encanto de niño. Así es que Valeria, no sé cómo lo
hace, lo coge también y ahí se tira un buen rato con ellos. Todos la miran a la
vez que estamos hablando. Creo que también ha fascinado a los chicos, Javi y
Arturo, porque ya sabemos lo que piensan los padres cuando nos adoran a
nuestros hijos, se nos cae la baba. Yo no soy madre, pero lo he vivido con
mis hermanos y con sus hijos.
Ella es así.
Tomamos unas cervezas antes de pedir la cena. Primero quieren que cenen
los niños para que se duerman, porque esperamos tener una noche larga. Sole
se encarga de la cena de los niños. Entre cuentos que les está contando
Valeria, y nosotras alrededor adorando a estos pequeños, ellos cenan tan
ricamente y sin decir ni pío. Hoy no ponen pegas a nada. Ellos también están
contentos. Cuando terminan, se les pone el pijama, Martín incluido, ya que es
preferible que, si se duerme, envolverle en su manta y para casa, derecho a la
cama. Ellos se entretienen a jugar un rato mientras decidimos lo que
queremos cenar; hacemos una lista de lo que vamos a pedir. Nos gusta mucho
la comida china y la solemos ordenar. Al final, pedimos un montón de cosas,
demasiado, pero como cada uno quiere una cosa, pues ya está; «Lo que sobre,
ha sobrado», dice Arturo.
Llega nuestra cena. Los niños ya duermen y tenemos todo preparado.
Sacamos la comida y empezamos a comer. Todo riquísimo, como siempre;
estamos teniendo una cena muy agradable. Valeria habla con todos e
interviene en las conversaciones; la veo relajada, y yo, de verla así, también
lo estoy. La verdad es que disfruto mucho de estar todos juntos.
Terminamos y recogemos la mesa; lo limpiamos todo. Las maris, con una
mari extra, estamos preparando el café y fregando los cacharros. Nos reímos
de las cosas que dice Sole. Ella es que es la leche, tiene siempre unos puntos
que nos hace reír aunque no tengamos ganas. Encima, en este caso sí que
tenemos. Al rato vienen los chicos a ver qué es eso que nos hace tanta gracia.
―Cosas de mujeres, amor ―dice Sole a Javi.
―No preguntes más, Javi ―le dice Arturo―. Ya sabes que cuando están
así no sueltan prenda. Has tenido suerte, Valeria, de ser mujer, sino estarías
como nosotros.
―Habéis visto, chicos, lo bueno que es ser mujer. ―Les sonríe Valeria.
―Ya vemos ya ―dice Javi.
Y se van con las tazas del café y la cafetera para el salón. Nosotras
terminamos de recoger todo y nos vamos a tomar el cafetito. Sole sale con
una bandeja de pasteles de los que nos gustan.
―Sole, esto no se hace ―le digo.
―Madre, ¡qué pinta tienen esos pasteles! Yo estoy para reventar, pero da
igual porque eso lo tengo que probar ―comenta Valeria.
―Una vez que los pruebes no podrás parar ―le dice Jimena a Valeria.
―Es cierto ―confirma Carla―, es nuestro mayor pecado.
Valeria se ríe.
―Pues, bendito pecado ―contesta.
Como siempre, los pasteles están de muerte, y a Valeria le ha parecido lo
mismo. Nos hemos terminado la bandeja. Somos la leche, ¡qué le vamos a
hacer! Recogemos lo del café y nos ponen los chicos las copas. Estoy feliz de
estar con mis amigos y Valeria, tan normal y sin ningún tipo de reparo.
Los chicos proponen jugar a las cartas; nosotros siempre jugamos a un
juego que se llama el continental. Valeria no lo conoce, pero entre Arturo y
Javi le explican cada detalle del juego.
―Primero, se hacen dos tríos. ¿Qué son dos tríos? Pues un mínimo de tres
cartas del mismo número. O sea, por ejemplo, tres ases que no tienen por qué
ser del mismo palo ―le va explicando Arturo.
Javi le hace una demostración.
―Perfecto ―dice Valeria.
Javi le indica que si alguien tira una carta que ella quiere y no la quiere la
persona que esté antes que ella, la puede coger, pero tiene que pagar por ella.
―¿Y cuánto se paga? ―pregunta ella.
―Nosotros jugamos a cinco céntimos. Eso luego, cuando terminemos,
hay que ver cuántos céntimos te quedan y cuántos puntos tienes y se
convierten en euros.
―Guay, lo pillo.
―Seguimos, entonces ―dice Arturo.
―Por mí, sí chicos ―señala Valeria.
―Bien, luego es un trío y una escalera.
Valeria le corta porque les dice que lo de la escalera sí lo sabe.
―Vale, pues, si quieres empezamos y te vamos diciendo.
Javi le comenta:
―Mira, es dos tríos, una escalera y un trío, dos escaleras, tres tríos, dos
tríos y una escalera y tres escaleras.
―¿Tres escaleras? ―pregunta asustada.
Los chicos se ríen de ver su cara.
―Sí, tres escaleras y, además, que la que cojas tiene que cuadrarte; no te
puede sobrar ninguna ―le advierte Javi.
―Eso lo veo más difícil.
―No, ya verás cómo no ―me meto yo por medio.
―Bueno, pues vamos a probar ―dice toda ufana ella.
Nos sentamos en la mesa y empieza el duelo. Para nosotros es eso, porque
casi todos nos picamos mucho, unos más que otros; ponemos la vida en ello.
Valeria lo está haciendo genial, se le está dando muy bien y, aunque de
momento no ha ganado ni una vez los duros, no va mal en puntos. Los
nervios están servidos y, para remate final, Valeria se hace las tres escaleras y
nos quedamos todos a falta de una o de dos cartas, con lo cual nos tenemos
que contar los puntos.
―Esa es la suerte del principiante ―dice Javi―. Ya veremos la próxima
vez.
―Nos ha dado un buen palo ―dice Arturo.
Valeria no para de reír, y nosotras la miramos con cara de querer matarla.
Ella todavía no nos conoce cuando jugamos al continental, ¡somos
demoníacas, ja, ja, ja!
Arturo hace las cuentas y, al final, Valeria gana una pasta porque Arturo le
tiene que pagar cuatro euros, Javi cuatro con cincuenta, Jimena cinco, Carla
cinco con cincuenta, Sofía tres con noventa, Sole cinco y yo seis euros. Ella
está eufórica con todas sus ganancias. Javi quiere la revancha, pero ya es
tarde y decidimos que otro día en mi casa se echará. Una vez todos de
acuerdo, nos empezamos a preparar para irnos a casita.
Ha sido una noche maravillosa.
Ya en mi casa, nos vamos derechas a la cama; estamos cansadas y mañana
queremos irnos con Carlota a pasar el día a Toledo. Nos espera una de
cuestas increíble. Acostadas, Valeria me abraza y me dice:
―No puedes ni imaginar lo feliz que me has hecho esta noche.
―¿Por qué?
―Porque había soñado tanto vivir experiencias con tu gente, disfrutarlas
contigo y vivirlas a tu lado.
―¡Jo, Valeria!, me haces sentir mal.
―No, Iratxe, no es mi propósito. Al contrario, quiero que sepas que soy
tan feliz a tu lado y que podamos tener una relación normal me encanta.
―¡Y a mí! Yo también he sido muy feliz hoy.
Nos besamos y nos damos las buenas noches.
―Que sueñes con los angelitos ―le digo.
Me da un mordisco en el cuello, que me hace estremecer, y me susurra al
oído:
―Tú también.

Al día siguiente, mientras estamos desayunando, Carlota llama para


decirle que no se encuentra con ánimos de ir a Toledo, que si queremos
seguir con nuestros planes nosotras que adelante, pero que con ella no
contemos. Valeria, preocupada, le pregunta:
―¿Pero estás de bajón o te pasa algo?
―No me pasa nada; simplemente que no tengo ganas, hija. Id vosotras y
pasadlo bien.
―Bueno, ya veremos qué hacemos. Luego me voy para casa. Te quiero,
mamá.
―Y yo a ti, hija. Da un beso a Iratxe.
―De tu parte.
Cuando cuelga me dice: «Un beso de mamá».
―¿Le pasa algo?
―Que dice que no tiene ganas de ir a Toledo, que vayamos nosotras. Pero
creo que nosotras tampoco vamos a ir, ¿no?
―Por mí no hay problema; lo dejamos para otro día. Además, estamos
cansadas de ayer; o sea que hoy sillón y peli.
―Pues sí. Yo sobre las siete me iré para casa ―suelta Valeria.
―Muy bien, todavía tenemos unas cuantas horas por delante.
Y seguimos con nuestros desayunos.
Recogemos un poco la casa y nos dedicamos a tirarnos en el sillón.
―El próximo domingo, ¿quieres que vayamos al Rastro? ―le pregunto.
―Bueno, vale, si no nos sale otro plan.
―No te gusta nada el Rastro, ¿eh? Joder, con lo que me gusta ir a mí.
―No es que no me guste, es que hay tanta gente que me agobia un poco.
Pero vamos, que si mi princesa quiere ir al Rastro, pues, vamos al Rastro.
―Lo vamos viendo ―le contesto.
Nos liamos a hacer la comida. Ella es muy buena cocinera y acaba de
preparar en un momento una ensalada césar y unos cachopos rellenos de
queso de cabra, jamón ibérico y pimientos de piquillo. ¡Madre mía! Con
razón me hizo el otro día ella la compra, porque ya tenía en mente el menú.
Cuando nos sentamos a comer, la mesa tiene una pinta estupenda; abrimos
una botella de vino y brindamos por nuestra felicidad. Nos damos un beso y
nos ponemos en marcha. Tanto la ensalada como el cachopo están exquisitos,
la comida ha resultado un éxito. Tomamos un café, recogemos todo y nos
vamos derechas al sillón, a ver una peli de esas que nos gustan a nosotras, de
amor.
A las seis y media, Valeria se prepara para irse, quiere llegar pronto a casa
para estar con su madre. Me da pena, pero sé que es lo mejor. Así se habló y
así hay que hacerlo.
Poco a poco.
16
Hoy es sábado; es el día que hemos quedado con los amigos de Valeria.
Vienen todos porque están como locos por verme, ya que hace mucho tiempo
que no ven a Valeria tan enamorada y tan bien.
Llegamos al bar donde nos vamos a tomar el vermú; vemos que hay un
montón de gente en los barriles de fuera, ya que hace un día maravilloso.
Valeria y yo hemos aparcado cerca y nos acercamos de la mano. Se van
girando poco a poco (alguno ya ha largado que estamos llegando, ¡ja, ja!), y
cuando estamos ahí, todos nos miran.
Valeria empieza diciendo:
―Bueno, chicos, os presento a Iratxe, mi chica.
Y así van pasando todos a saludarme.
Mariluz, Nunci, Flori, Queti, Anas, porque hay tres, Sole, Marimar, Pili,
Marisa, Marijose, Paqui, Loli, Charo y Chary. ¡Vaya cuadrilla que tiene! Y
ahora vienen sus maridos, aparte de amigos de Valeria. Después de dar besos
a todos, nos pedimos unas rondas y se nos pasa el tiempo en un momento,
porque son todos un encanto, me lo han hecho pasar genial y han sido
superatentos. Decimos de quedar más adelante para una comida de las de
ellos que, según me cuentan, les dan las tantas: comen, merienda y cenan, y
luego, lo que surja. ¡Madre mía, qué vitalidad tienen todos! Estoy deseando
que llegue ese día.
Nos despedimos hasta la próxima.
Un placer.
17
Se va acercando el día que nos presentemos a la familia. Hemos estado
muy bien, solas, con sus amigos, que son la leche, y con los míos, que
también lo son. Lo más difícil lo tengo yo, porque tanto Carlota como los
hermanos de Valeria están acostumbrados a que ella presente a su novia, pero
en mi caso, aunque ya lo saben, espero que no pase nada que ofenda a
Valeria. Mientras llega ese día, estamos disfrutando la vida que estamos
llevando. Cuando nos wasapeamos, me hace gracia porque parece que
tenemos quince años; solo nos falta el «Cuelga tú. No, cuelga tú».
Voy al curro. Mis compañeros están esperando en la puerta.
―¿Qué pasa? ―pregunto.
―Que han forzado la puerta y no podemos abrir. Hemos llamado a
Mariano y ya ha buscado a un cerrajero. Este dice que viene de camino ―me
contesta Jaime.
―¡Joder, qué putada!
―Pues sí, porque no sé qué se creerían que iban a encontrar aquí ―sigue
él.
―Eso digo yo.
Llega Mariano, con cara de perro. Este señor últimamente tiene esa cara
muy a menudo. Pregunta si no ha llegado el cerrajero; se caga en todo el
mundo.
―¡Uff! Pues, Mariano, no estamos para aguantar ciertas cosas, que es
lunes.
―No me toques las narices, Iratxe, por favor.
―Igualmente, gracias.
Me mira con una cara, y yo con dos cojones le sonrío. ¡Ole yo!
A los pocos minutos llega el cerrajero y se entretiene con la puerta.
Mariano no le ha dicho ni pío; así no le distrae. El caso es que a los veinte
minutos, más o menos, estamos dentro de la oficina, como si no hubiera
pasado nada, cada uno en su puesto y currando.
Mariano entra a su despacho dando un golpe que hace temblar el quicio de
la puerta; está de muy mal humor, pero con la diferencia que yo estoy de muy
buen humor y hoy me lo paso todo por el forro, ¡qué le vamos a hacer! Para
remate, aparece Valeria en la oficina.
―Hola, chicos ―dice toda eufórica.
Todos se levantan a saludarla. Yo me voy hacia ella y le voy a dar un beso
en la boca; ella me para y me dice:
―Vengo a hablar con Mariano.
―No jodas ―le digo―. ¿Y para qué?
―Me ha llamado hace un rato, que si podía venir a reunirme con él.
―Pues, tiene un mal día hoy. Acabamos de entrar; nos habían jodido la
cerradura de la puerta de la oficina y estábamos en la calle.
―¡Bueno! Pues, a mí que no me toque las narices, que le mando a la
mierda en un plis ―salta Valeria.
Me acerco a ella y le digo:
―Cuando salgas te presento como mi chica.
―Ya veremos ―me contesta.
Mi cara es un poema. No entiendo nada, pero bueno, decido callarme y
ver qué pasa una vez que salga del despacho.
Se acerca a la puerta y da dos golpes; se oye la voz de Mariano,
«Adelante». Todos estamos expectantes. Valeria abre la puerta.
―Buenos días, Mariano.
Y seguidamente oímos a él contestar de muy buenas maneras.
―Buenos días, Valeria. Gracias por venir tan rápido.
Nosotros seguimos impactados; no sabemos nada y estamos flipando con
todo esto. Y yo más que ninguno. Ya no bajamos la cabeza a lo nuestro;
estamos todos hablando de lo que puede pasar en ese despacho. Unos dicen
que Valeria será contratada; otros, que la va a mandar a Barcelona. Mis ojos
se abren como platos. «No me jodas, que eso puede pasar, ¡no!», me digo.
«Ella no aceptaría, por lo nuestro que va tan bien. No puede pasar eso ahora».
Así es que yo digo, más para convencerme a mí que a ellos:
―No creo que sea eso. Y para no comernos la cabeza, vamos a esperar a
que salga y nos cuente, ¿no os parece?
―Es lo mejor ―afirma Jaime.
Pasada una hora, la puerta se abre y salen los dos. Todos nos miramos
porque ahora no nos va a poder contar a lo que ha venido, pero para sorpresa
nuestra, Mariano nos habla:
―Volvemos a tener de compañera a Valeria, chicos.
Todos nos abalanzamos a ella y aplaudimos a la vez. Ella está eufórica,
encantada, y hasta Mariano también lo parece. Ve que nos estamos
entreteniendo mucho y nos ordena:
―Venga, a trabajar.
Nos sentamos todos en nuestras mesas, y Valeria vuelve a ocupar la
misma que tenía, la de al lado mío. Ahora entiendo por qué no ha querido que
le diera un beso. Ahora somos compañeras de trabajo, y no sabemos cómo
reaccionaría Mariano si supiera que somos pareja. Bueno, lo hablaremos las
dos y ya veremos qué hacemos. Somos conscientes de que en el trabajo nos
tenemos que comportar, y eso sabemos hacerlo.
Otro paso más que vamos a dar en nuestra relación.
18
Día triste. Jimena nos ha llamado para decirnos que su cuñada Alba, la
mujer de Iñaky, ha fallecido. No me lo puedo creer, tan joven y con tantas
ganas de disfrutar siempre, y de la noche a la mañana, muerta. Qué poco ha
durado la pobre, tres meses exactamente. Dijo de ir al médico por dolores de
cabeza y mareos que estaba teniendo, le hicieron pruebas y le diagnosticaron
un tumor en la cabeza. También le habían dicho que la iban a operar, porque
se veía que podían quitarlo y, aunque seguramente le quedaran secuelas tales
como dolor de cabeza, intentarían eliminarlos con el tiempo. No ha dado
tiempo ni a que la operen. Empezó a encontrarse peor, y ya está, se terminó.
Me cuenta Jimena que van a estar en el tanatorio de la M-30, en la sala
cincuenta y dos, y que la llevarán sobre las doce del mediodía. Le digo que,
cuando salgamos de currar, nos vamos para allá. Le cuento a Valeria lo que
ha pasado; ella no la conocía, pero que va a estar a mi lado. Le hablo de
Iñaky y de su hija Aitana, él tan divertido y tan cariñoso, además de
guapísimo, como su hermano, pero él en rubio, con ojos azules y una altura
como la de Arturo. «Son dos guaperas, ya lo verás». Me da pena que esté
pasando por todo esto. Alba no se merecía terminar así, dejando a su hija y a
su marido hundidos.
Nos vamos a currar, en mi caso muy triste; hemos vivido muchos
momentos con ellos, desde la despedida de soltera de Jimena, como muchas
otras quedadas y fiestas de cumpleaños en los que hemos coincidido. ¡Joder!
Es que lo pienso y no me lo puedo creer.
Cuando llegamos al curro, nos liamos a lo nuestro, hasta la hora del
desayuno, que nos vamos a tomar unas tostadas con aceite y tomate y un
cafetito, mi desayuno preferido; el de Valeria es el café con un cruasán.
Se me está haciendo el día largo; tengo ganas de estar con ellos y darles
todo mi apoyo. Llega la hora de salir; cogemos el metro y nos vamos
derechas al tanatorio. Cuál es mi sorpresa que veo que Aitana, su hija,
embarazada. No lo sabía y eso me duele aún más, que ni la madre ni la hija
puedan disfrutar de esa personita juntas, con la falta que hace una madre en
esos primeros momentos, su experiencia y sus cuidados; muy triste que no
llegue a conocerle. Nos acercamos a ella la primera y la abrazo con todo mi
alma; está destrozada, no para de llorar, y se abraza a mí con tanta fuerza que
me encoge el alma. Al separarnos le presento a Valeria.
―Es mi chica ―le informo.
―Encantada ―le dice Aitana.
―Siento mucho lo que ha pasado, te acompaño en el sentimiento ―le
comenta Valeria.
―Muchas gracias ―contesta―. Te llevas una joya.
―Lo sé ―responde Valeria.
Nos dirigimos hacia Iñaky; está con Jimena y Arturo. Al verme, se
emociona; nos abrazamos y lloramos juntos.
―Cuánto lo siento, Iñaky, de verdad; ¡qué pena tan grande!
―Mucho, Iratxe; nos ha dejado en tan poco tiempo que esto no puede
estar pasando. Hace unos días estaba relativamente bien, los dolores de
cabeza parecían que le daban un margen, y ahora mira dónde está. No puede
ser.
Seguimos abrazados. Luego, le presento a Valeria.
―Ella es Valeria, mi chica.
―Encantado de conocerte, Valeria.
―Siento mucho la pérdida, Iñaky.
―Muchas gracias, te llevas una joya. Pero por lo que veo también se la
lleva Iratxe.
―Gracias ―contesta.
―Tu hija ha dicho las mismas palabras ―le digo.
Damos el pésame a Arturo y a Jimena; estamos un rato con ellos hasta que
Jimena nos lleva donde está la madre y el padre de Arturo. La madre está
destrozada, y la familia de ella no os quiero ni contar; desgarrador todo.
Saludamos y nos salimos. No quiero ver a Alba allí, tan joven en esa caja
metida, quiero recordarla como era ella, alegre, divertida, feliz con su marido
y con su hija. Les decimos a los padres si necesitan algo, una tila, un café,
pero el tanatorio les ha proporcionado todo eso, por si lo necesitan. Al salir,
vemos a Sofía y a Carla venir, nos abrazamos. Ellas entran a la sala a dar el
pésame a la familia, pero nosotras nos quedamos fuera. Nos acercamos a
Iñaky, Arturo y Javi, que acaba de llegar junto con Sole; nos besamos y ellos
se dirigen a la sala a por la familia. Cuando salen las chicas, estamos todas
temblando; no nos lo esperábamos ninguna y eso hablamos entre nosotras.
Terminamos yendo a la cafetería a tomarnos un café. Jimena está que no se lo
puede ni creer, no hace más que hablar de ella y de su niña (de Aitana) y de
lo que se va a perder al no conocer a su primer nieto o nieta, no saben qué es
todavía. Jimena adora a la familia de Arturo; ella es hija única y se unió a una
familia numerosa y amorosa. A los niños, como ella los llama, los quiere con
locura. Salimos de la cafetería y están todos los primos rodeándola; no
quieren dejarla sola ni un momento. Iñaky está atendiendo a todos los que
vienen a darle el pésame como puede, porque se derrumba cada dos por tres.
Muy duro todo esto. Estamos hasta las dos de la madrugada acompañándoles.
No podemos ir a la incineración porque es por la mañana y tenemos que
trabajar, pero cuando sepan el día del funeral ahí estaremos. Nos despedimos
de ellos, con más lágrimas en los ojos.
Qué injusta es la vida.

Al día siguiente llamo a Jimena para ver cómo ha salido todo y cómo
están. Ella me cuenta que todo ha salido bien y que están destrozados, no se
podían imaginar este desenlace.
―Nos avisas cuando sepáis el día del funeral.
―Sí, tranquila, ya os digo.
―Descansa, cariño; te quiero. Un beso.
―Y yo a vosotras también.
Colgamos el teléfono, con mucha pena por todo lo que ha pasado, pero la
vida sigue y, aunque sea de mala gana, tengo que seguir currando, a pesar de
que mi cabeza esté ahora mismo en otra cosa.
Siempre que pasa algo así es cuando te das cuenta de que no merece la
pena enfadarse, que hay que vivir y disfrutar de la vida, que para eso hemos
venido al mundo, llevarnos lo mejor que podamos con la gente que nos rodea
y sacar siempre el lado positivo a las cosas. Ahora más que nunca pienso en
Valeria y el tiempo que hemos estado separadas por no haber sabido llevar
las cosas bien. Todo el tiempo perdido a su lado por miedo a las reacciones
de la gente, incluso la mía. Qué gran paso di y qué orgullosa estoy de haberlo
hecho.
19
La vida va pasando, cada uno hace la suya, solo el que pierde a la persona
que tiene al lado sabe lo duro que es esa falta. Nosotros los acompañamos en
su momento, y nos vamos a nuestras casas con nuestra familia o solos, como
vivamos. Ellos son los que entran en su casa, cierran la puerta y ven la falta
de su mujer, su madre en este caso.
Ha pasado una semana. Estamos en la puerta de la iglesia de San Ginés; la
misa es a las siete de la tarde y ya va llegando la gente, mucha gente, la
verdad. Alba era muy conocida y muy querida, y ahí están para demostrarle
todo el cariño que le tenían y acompañar a su hija y marido. Entramos en la
iglesia, es bonita por dentro, muy antigua también, y empieza la homilía.
Aitana no para de sollozar. Entre Lorena y Andrea, sus primas, la rodean y le
dan todo el cariño y apoyo que pueden.
Cuando la misa termina, salimos todos y echamos a andar hacia la Puerta
del Sol, sin decir ni una palabra.
Todo está dicho.
20
Llega mayo y, con él, las fiestas de Noblejas, el pueblo de Valeria. Toda
su familia está allí y vamos de camino para las presentaciones.
―¿Nerviosa?
―Ay, Valeria, cómo no voy a estar nerviosa si tienes a toda la familia
esperando a que lleguemos.
Ella se ríe, pero a mí no me hace gracia ninguna.
―No te enfades, Iratxe; es que me hace gracia la cara que llevas, parece
que vas al matadero.
―Ya veremos la tuya cuando el próximo fin de semana tengas que
enfrentarte a mi familia.
―¿Enfrentarme?
―Bueno, es una manera de hablar.
Y le pongo cara de mohína, con lo cual ya nos relajamos y nos reímos.
Al llegar, Valeria comenta:
―Has visto qué bien engalanado está mi pueblo en honor a su Cristo.
―¿El Cristo de…?
―Santísimo Cristo de las Injurias.
Llegamos a la casa de la familia y vemos que hay gente en la puerta.
―Valeria, no me digas que esa casa es donde tenemos que ir.
―Sí, pero no te preocupes, que te van a acoger muy bien. Tranquila,
amor. ―Y me da un beso en los labios.
Aparcamos y nos bajamos del coche. Sacamos la bolsa de viaje del
maletero y nos dirigimos hacia la casa. Entramos y nos vamos derechas al
comedor, que es donde está su madre. En cuanto me ve, se levanta y me
abraza.
―¡Qué alegría que estés aquí, hija!
―Muchas gracias, Carlota; no me podía perder estas fiestas que Valeria
me habla tan bien.
―Pues, ¡a disfrutarlas!
Valeria me empieza a presentar a todos lo que están.
―Montse, mi hermana.
―Encantada, Montse; soy Iratxe.
―Encantada.
―Marisol, mi hermana mayor.
―Encantada de conocerte, soy Iratxe.
―Pablo y Alberto, mis cuñados.
―Encantada de conoceros. ¿Vuestras mujeres son?
―La mía es Montse ―contesta Pablo.
―Mi mujer es Marisol ―responde Alberto.
―Mira, viene Ana por ahí.
Valeria me indica que es su cuñada.
―Ana, te presento a Iratxe, mi pareja.
―Hola, Iratxe; encantada de conocerte. ¡Ya tenía ganas!
―Gracias, igualmente.
La sorpresa me la llevo cuando veo aparecer a mi jefe, a Mariano. Mis
ojos hacen chiribitas. ¡No puede ser! Pero él se acerca muy risueño, debe de
ser por ver mi cara. Cuando le tengo delante me saluda:
―Hola, Iratxe, ya era hora de que nos visitaras. Sobra decir que soy
Mariano y el hermano de Valeria.
¡Flipo! ¡Flipo mucho! Nunca me hubiera podido imaginar una cosa así.
No lo hubiera sospechado en la vida.
Se acerca a mí y me da dos besos.
―Encantado de darte la bienvenida a la familia.
―Muchas gracias, Mariano.
No tengo palabras; es que no me salen, me he quedado en shock. ¡Lo
último que me hubiera imaginado!
Miro a Valeria y le digo:
―Me podías haber puesto en antecedentes con respecto a Mariano.
―¿Y perderme la cara que se te quedó?
―Qué mala eres, ¡me las pagarás!
Va entrando más gente y me va presentando a todos. Carlota me dice que
luego vienen sus hermanas para verme, pero que me esté tranquila, que «ya
verás que bien lo vas a pasar».
Así pasamos la mañana, entre presentaciones y unos vinos que nos
estamos tomando en la plaza del pueblo. Allí vemos a Mariano, que se acerca
con unos amigos. Se unen a nosotras. ¡Yo es que estoy flipando! No me
cuadra fiesta y Mariano, ¡juntos! ¡Ay, madreee!
Bueno, pues, me presentan a la pandilla y seguimos con el vermut. Son
todos un encanto.
Vemos que viene Marisol con su marido y nos dicen: «Nos tomamos una
y nos vamos a comer, que las madres nos esperan».
Al volver a la casa, están las hermanas de Carlota; esta se encarga de
presentármelas.
―Iratxe, te presento a Dominga; es mi hermana la pequeña.
―¡Encantada!
―Igualmente, hija. Eres bien guapa.
―Gracias.
―Mira, Iratxe, esta es mi hermana la mayor, Andrea.
―Encantada de conocerla.
―¡No nos llames de usted, por favor!
―De acuerdo. ¡Cómo os parecéis las tres! ¡Es increíble!
Se echan a reír las tres; son muy majas y muy abiertas para tener la edad
que tienen. Nos vamos hacia el comedor, donde está todo preparado, y nos
sentamos a comer en un pedazo de mesa, llena de gente. ¡Qué comida más
divertida! Cuando no dice uno una chorrada, lo dice otro. ¡Nos lo hemos
pasado pipa! Valeria está superpendiente de mí, pero es que estoy tan a gusto
con todos, me lo están haciendo todo tan fácil y, además, son tan
encantadores que me siento como si los conociera de toda la vida.
Recogemos la cocina entre las jóvenes. En un momento lo hemos dejado
todo como la patena. Luego, Valeria me pide acostarnos para la siesta, porque
a la tarde hay que salir y disfrutar hasta las tantas. Me parece genial la
propuesta. Nos dirigimos hacia las habitaciones. Valeria y yo tenemos la
misma; en un principio me ha dado bastante corte pero se nota que para ellos
es lo más natural que una pareja comparta cama.
Valeria cierra el pestillo.
Nos desnudamos y nos metemos en la cama.
Primero un beso y…
21
Después del fin de semana tan movidito que hemos tenido, empieza la
semana con mucho curro. ¡Anda, que cuando se enteren los compis que
Mariano es mi «cuñado»! ¡Madre míaaa! Es que me entran ganas de reírme
de imaginar sus caras, pero todavía no puede ser porque este finde tenemos
que hacer las presentaciones oficiales con mi familia.
Estoy nerviosa porque la familia de Valeria me ha acogido con una
sonrisa en la boca y no quisiera que ella se sintiera mal por algún gesto de los
míos; que yo sé que no va a pasar, pero aun así estoy cagá.
Lo bueno es que, una vez que nos metemos en faena, no tengo tiempo de
pensar en nada más. A media mañana me llama mi jefe al despacho. No sé a
qué voy pero, bueno, es mi jefe antes que mi cuñado. Así es que, sin
rechistar, para el despacho.
Doy dos toques en la puerta y me hace pasar.
―Siéntate, Iratxe.
Eso hago y espero.
―Tengo que mandarte a Barcelona una semana, ¿podrías?
―¿Sola?
Me mira y sonríe.
―¿Quieres que te acompañe, Valeria?
―Hombre, pues sí; me encantaría.
―Bien, pues, cuando Mariola tenga los billetes te los paso.
―Perfecto. ―Me levanto para salir y él me detiene.
―Es mañana a primera hora el viaje, ¿eh?
―Vale, Mariano, luego nos das los billetes. Y gracias.
―Gracias a ti.
¡Bueno, bueno! Estoy deseando contarle a Valeria las vacaciones que nos
vamos a chupar las dos una semanita en Barcelona. Porque, aunque tengamos
que currar, es muy diferente, ¡vamos a disfrutar!
Parece que Valeria se huele algo, pues no hace más que instarme a que
hable. No se lo pienso decir, porque, además, quedaría muy feo de la manera
que me dan ganas de decírselo: «¡¡Nos vamos de vacacionessssss!!», así, a
grito pelado.
Pero eso estaría muy mal.

Antes de salir del curro, le digo a Valeria que tenemos que ir al despacho.
―¿Para qué?
―Nos vamos a Barcelona, pero no digas nada aún.
Entramos y Mariano ya tiene preparado todo para que al día siguiente
salgamos de viaje.
―Tomad, chicas, ya está todo preparado para que cuando lleguéis os
estén esperando para llevaros al hotel.
―Joder, me lo acaba de decir Iratxe. Nos viene de maravilla este
viajecito.
―Pues, tú no estabas en mis planes ―le dice Mariano.
―Te mato si me dejas fuera.
―Bueno, sed buenas y portaros bien. ¡Hasta dentro de una semana!
―Chao. ―Nos despedimos las dos.
Cuando salimos, están todos esperándonos. Nos ven que llevo los billetes
del AVE. Jaime, que es el más marujo, nos dice:
―Bueno, bueno, que se nos van de viaje otra vez las mismas.
Nos echamos todos los demás a reír. Este tío tiene unas cosas, ¡y la
manera de decirlo!
Nos despedimos hasta la semana siguiente y nos dirigimos hacia el metro.
Vamos, que no nos lo creemos que mañana nos cojamos el AVE y nos
vayamos a Barcelona. Sí, a currar, pero estamos superencantadas de irnos
juntas; nos lo vamos a pasar pipa.
Valeria se baja en su parada; tiene que preparar la maleta y hemos
quedado mañana en Atocha.
Ya en casa, llamo a mi madre lo primero.
―Hola, mamá.
―Hola, hija, ¿qué tal estás?
―Pues, muy bien.
―¿Qué tal el fin de semana?
―Genial, mamá. Tiene una familia maravillosa. Además, como eran las
fiestas del pueblo, pues, nos hemos divertido mucho.
―¿Qué pueblo era?
―Noblejas, mamá.
―¡Ay, sí, hija! Mira que intento acordarme, pero me voy al pueblo de al
lado, que era donde íbamos nosotros a ver a Elena.
―Ya lo sé que te lías.
―¿Y con la familia? ¿Bien, entonces?
―Sí, mamá. Ya verás cuando la conozcas; una bonita familia. Pero no
sabes lo gordo, mamá.
―¡Dime!
―Mi jefe Mariano…
―¿Sí?
―Es el hermano de Valeria.
―¡Nooo!
―¡Sííí!
―¡Ay, madre!, lo que es la vida. ¡Anda, que te quedarías con una cara!
―Pues, imagínate cuando, estando en la casa, le veo que viene hacia mí.
Yo pensé: «Tierra trágame, ¿esto qué es?». Pero, claro, ¡imagínate! No tiene
nada que ver en ese papel de hermano al de jefe.
―Claro, normal. Bueno, hija, lo importante es que tú te sintieras bien. Tú
tranquila, que Valeria también se va a sentir bien el sábado.
―Mamá, para eso te llamaba.
―Dime, hija.
―Que nos vamos a Barcelona por trabajo, y aunque el viernes nos
podríamos venir, nos quedamos hasta el domingo. ¿No te importa?
―Para nada, hija. Aprovechad el viaje.
―Pues, eso habíamos pensado. Así es que dejamos las presentaciones
para el siguiente sábado.
―Me parece bien.
―Bueno, te dejo, mamá, que tengo que hablar con las chicas para
contarles qué tal el finde, que están locas por saber.
―Vale, cariño. Tened cuidado, por favor.
―Sí, mamá. Os quiero.
―Y nosotros a ti, cariño.

Toca hablar con las Maris.


«Hola, chicas, ¿qué tal el día?, ¿cómo lo lleváis? Yo muy bien. Además,
mañana nos vamos Valeria y yo a Barcelona, por trabajo y ¡placerrrr! Ya que
nos vendremos el domingo, vamos a aprovechar todo lo que podamos.
Bueno, deciros que el fin de semana en el pueblo de Valeria ha sido genial;
tiene una familia encantadora. Pero lo vais a flipar como lo flipé yo. ¿A que
no sabéis quién es su hermano? ¡Tachán!… ¡Mariano, mi jefe! ¿Cómo os
quedáis? Pues, sí, hijas mías, así me quedé yo. Pero, bueno, vamos a lo que
vamos: la madre, aunque ya la conocía, pero es que vale oro; las hermanas de
la madre, las hermanas de Valeria, primos, cuñados…, todos maravillosos, de
verdad; un diez a esa family. Bueno, chicas, tengo que hacer la maleta y
picaré algo, y a la cama, que mañana madrugamos. Os quiero, mis chicas, y
espero que los babies estén bien. ¡Chaooo!».
Me lío a hacerme la cena, porque si no, luego me va a dar pereza hacerme
algo y termino pidiendo al chino de turno, y hoy me niego. Una vez que
tengo la cena preparada, me doy una ducha rápida y me pongo mi pijamita, ¡y
a cenar! Antes de engancharme con ninguna peli me voy a hacerme la maleta,
que la verdad que no tardo nada porque tengo muy claro lo que quiero
llevarme, o sea, que rápido me tumbo en el sillón y peli al canto. Me gusta
que a Valeria le guste el cine tanto como a mí, porque si no, hubiéramos
tenido un problema, pero no es el caso. Una vez terminada la peli, me lavo
los dientes y a la cama, que me espera un buen madrugón.
Felices sueños.
22
Suena el despertador y empieza mi rutina diaria. Bueno, no, porque hoy
desayuno fuera en vez de en casa.
Salgo de la ducha y me pongo la ropa que ya tenía preparada de anoche y
me pinto un poquito para no llevar muy pálida la cara. Cuando me veo en
condiciones, me voy para el metro.
Podíamos haber quedado Valeria y yo en su estación, pero, al final, yo soy
muy independiente y me gusta ir mucho a mi bola en ciertas cosas. Prefiero
quedar allí sentadita delante de un café y una buena tostada con tomate, que
es lo que me pido una vez llego a Atocha. Y ahí, muy tranquilamente, porque
voy con bastante adelanto, degusto mi buen desayuno, hasta que veo aparecer
a Valeria.
―Buenos días, cariño. ―Y me da un beso en los labios.
―Buenos días, cielo.
―¿Qué tal has dormido?
―De tirón, ¿y tú?
―Me costó un poco dormirme, y no te creas que he descansado bien.
―¿Pero te encuentras mal?
―No, pero no sé qué me pasaría. Bueno, esta noche caeré rendida en mi
cama.
―Nuestra cama, porque Mariano nos ha cogido una habitación doble en
el mismo hotel que la otra vez.
―Me lo como a mi hermanito, ¡qué bueno! Pues, genial, porque no era
plan de dormir mal por estar juntas. Ya había pensado en estar todo el tiempo
posible juntas y, a última hora, irnos cada una a nuestra cama.
―Pues, no es necesario, ya que tu hermanito, como tú dices, ha pensado
en todo.
―Ya veo ya.
―¿Vas a desayunar?
―Me voy a tomar un café, porque ya desayuné en casa con mamá.
Se va a por el café. Después, nos bajamos al andén, nos metemos en el
AVE y caminito de Barcelona. Nos ponemos a hablar del fin de semana con
la familia de Valeria. Me está diciendo que su madre le estuvo contando
anoche que sus tías se quedaron muy contentas con la elección que ha hecho
conmigo.
―Una chica encantadora ―me dice.
―¡Qué majas! A mí me parecieron un encanto también. La verdad, que
todo el mundo que conocí me cayó fenomenal, de verdad.
―Es recíproco.
―Me alegro.
―Ya repetiremos otro finde que mi madre esté allí.
―Pues, sí. Yo hablé con mi madre ayer y le dije que nos íbamos a
Barcelona por trabajo, pero que nos quedábamos hasta el domingo; le pareció
genial y acordamos en que el próximo sábado quedábamos todos para hacer
la presentación oficial.
―¿Tengo que ir de largo?
Me echo a reír.
―No hace falta, pero si te apetece ir de largo.
Valeria se ha dormido; como no ha pasado muy buena noche, al final ha
caído. Yo, como me he llevado mi libro, aprovecho a leer. Otra cosa que
tenemos en común, aunque a Valeria le gusta mucho de terror y yo soy
incapaz de leer terror; mi género es romántica y suspense. Entramos en la
estación de Barcelona y la despierto. Al salir de la estación nos encontramos
con nuestro chofer, que está con mi nombre en un bloc.
Nos acercamos.
―Buenos días, yo soy Iratxe Gómez.
―Buenos días, mi nombre es Roberto y vengo a recogerlas.
―Buenos días ―saluda Valeria.
Nos dirige hacia el coche y nos informa que Mariela le ha dicho que
primero pasáramos por el hotel a dejar el equipaje y, una vez que ya
estuviéramos listas, nos llevara a la oficina.
―¡Qué maja Mariela! ¡Vaya detalle más bueno que ha tenido con
nosotras! Pues, al hotel.
Llegamos y dejamos las maletas. No nos cambiamos porque tampoco es
necesario; si, como quien dice, acabamos de salir de casa, esto ya no es ni
viajar. Bajamos y Roberto nos está esperando, montamos en el coche y nos
lleva junto a Mariela. En cuanto nos ve se levanta y sale de su zona a
abrazarnos; es un encanto esta mujer.
―¡Oh! ¡Bienvenidas, chicas! Encantada de que seáis vosotras las que
venís, porque la última no me gustó mucho.
―Encantadas de estar aquí. Además que es un placer trabajar contigo.
―Muchas gracias e igualmente. Bueno, vamos a lo que nos trae.
Nos dirigimos a la sala de juntas, que, aunque hasta mañana no tenemos la
primera reunión, tiene allí Mariola mucho material que necesitamos. Nos
sentamos y nos explica todo lo que tenemos que saber para mañana.
―Chicas, hay que estar aquí. Bueno, realmente la reunión empieza a las
nueve; ya veréis vosotras a la hora que tenéis que estar.
―Vale, ¿ya está todo entonces, Mariola? ―le pregunto.
―Ya está, mis niñas. Mañana más. Descansad y disfrutad de estos días
por estos lares.
―Eso vamos a hacer ―le dice Valeria.
Nos guiña el ojo.
―Hasta mañana, entonces ―respondemos las dos.
Salimos y le decimos a Roberto que no hace falta que nos lleve, que nos
vamos a ir dando un paseo por el centro. Lo que sí le decimos es que a las
ocho de la mañana esté a buscarnos.
―Así será. Hasta mañana.
―Chao.
Queremos pasear por Las Ramblas y tomamos rumbo hacia allí. La última
vez que estuvimos nos encantó y queremos sentarnos en uno de sus cafés.
Decidimos comer y luego irnos al hotel a echarnos un rato. Por la noche
hemos decidido ir donde estuvimos aquel primer día que pudimos hablar de
todo sin ningún problema.
Cogemos un taxi para que nos acerque, porque no tenemos ninguna gana
ahora de caminar tanto. Llegamos al hotel y nos vamos a la habitación.
Decido ducharme antes de acostarme, mientras que Valeria se queda desnuda
en la cama. Al salir de la ducha, está completamente dormida. Me echo a su
lado, me acerco, le paso un brazo por su espalda y espero a que Morfeo venga
a mí.
Cuando nos despertamos, son ya las ocho de la tarde.
―¡Madre mía, qué hora de levantarnos! Ahora sí que la hemos cagado,
Valeria.
―No, mujer; salimos a cenar y pasamos a tomarnos una copa.
―Déjate de copas, que mañana hay que currar; eso lo dejamos para el
finde, ¿te parece?
Se acerca por la espalda y me susurra al oído.
―Lo que te voy a hacer esta noche sí me va a parecer.
Me pone los pelos de punta oírla susurrarme. Mis pezones reaccionan
rápido a ella. Pero ahora no es el momento, porque si no, ni salimos a cenar.
Me separo y, cuando me giro, su cara de pilla me hace reír.
―Vamos a dejarlo porque si no, tela marinera ―le digo.
―Vamos a dejarlo, sí.
Una vez que estamos en el restaurante y hemos pedido la cena, nos
deleitamos con un buen vino; nos miramos con un deseo en los ojos que
cualquiera que nos vea, ¡qué pensará! Lo siento, no podemos evitarlo. Ya
hemos salido del hotel excitadas y todo lo demás nos hace estremecernos.
Intentaremos cenar tranquilas. Ya después, Dios dirá.
En la habitación, según entramos, me levanta la camiseta y, por encima
del sujetador, me devora los pechos, uno y otro; se detiene en los pezones,
que los tengo muy duros, y me los muerde. Esa sensación de placer y dolor
me vuelve loca, y como ella lo sabe, se va de uno a otro haciéndome lo
mismo. Yo, debajo de ella, retorciéndome de placer y queriendo más. Y me
lo da: me mete la mano por el pantalón y encuentra mi clítoris hinchado; el
notarlo así la excita; el pensar que tengo dispuesto mi clítoris por y para ella,
la enloquece, se vuelve loca... Empieza el juego. Me lo toca, baja y me
introduce un dedo primero, lo saca y vuelve a mi hinchado clítoris; me mete
dos dedos y los mueve con un ansia que me hace gemir. Ella sigue hasta que
me suelta el pezón y se baja a quitarme los pantalones y las bragas. Cuando
me tiene expuesta, se lanza a mí, y con su lengua me hace maravillas.
Mientras, me introduce dos dedos y con mucha energía, a la vez que mueve
su lengua, me hace correrme dando un grito espectacular. En vez de parar,
sigue, ahora con los dedos. Deja descansar mi clítoris y consigue llegar al
punto g; es una sensación de quererme correr constantemente y de gemir sin
parar. ¡Me tiene tan cachonda! Su lengua vuelve a mi clítoris y me lame, me
succiona y mueve su lengua de un lado al otro hasta que ya no puedo más y
vuelvo a gritar de placer al llegar al éxtasis por segunda vez en diez minutos,
algo impensable en mí. Se pone al lado mío, sonríe, y me pregunta.
―¿Qué tal?
―Muy bien.
La miro y me subo encima de ella. Ahora lo que quiero es darle el placer
que ella me ha dado; quiero hacerlo, y empiezo a tocarle los pechos por
encima de la camiseta, los tiene perfectos, y me excito viendo cómo se le
ponen los pezones, cómo le marcan la camiseta. Sin pensarlo, me tiro a ellos
con mi boca, por encima de la camiseta, a mordérselos y a chupárselos, los
toco y los estrujo, son una bendición… Y termino quitándosela y viendo al
natural esos perfectos pechos, con esos pezones erguidos hacia mí, le paso mi
lengua muy despacio por ellos, primero uno luego el otro. Mientras lamo uno,
al otro lo excito con mis dedos, y así voy cambiando hasta que me incorporo
y le bajo los pantalones. No lleva bragas. Me inclino hacia su sexo y, poco a
poco, voy endureciendo el clítoris con mi lengua, huele tan bien, sabe tan
bien…

Al día siguiente, cuando toca el despertador, nos turnamos para meternos


en la ducha. Si nos metemos las dos, nos perdemos. Valeria se adelanta a
bajar para fumarse un cigarro antes del desayuno, un vicio que me gustaría
que dejara, pero que no se lo voy a decir. Ella ya sabe lo que pienso del
tabaco, pero tiene que salir de ella. Bajo, y antes de meterme en la cafetería,
me asomo a por Valeria, que está hablando con un señor. Me hace gracia,
mira que yo hablo con la gente rápido y tal, pero ella es superabierta, habla
con todo el mundo, una cualidad que me gusta (de momento, ¡ji, ji!). Me
acerco a ella.
―Iratxe, mira, este señor es Xavier, el representante de hoy, que nos va a
hablar de todo. Me está diciendo que están mirando a ver si algunos de las
sedes de España viajan a Berlín.
―¡Wow, me encantaría! ―respondo.
―Eso me está diciendo Valeria, que sois vosotras las idóneas para ese
viaje.
―Pues, totalmente de acuerdo, Xavier.
―Lo tendré en cuenta.
―Te lo agradecemos ―contesta Valeria.
―Vamos a desayunar, ¿tú ya lo has hecho? ―le pregunto.
―Sí, ya me voy para la oficina.
―Bien. Pues, nos vemos allí.
Y se da media vuelta y se dirige al coche que le está esperando. Nosotras
nos vamos a desayunar, que se nos hace tarde y me da mucha rabia comer
deprisa. Nos echamos un zumo de naranja, un cafecito y unos trozos de pan
tostado con mermelada de varios sabores. ¡A golosas no nos gana nadie!
Valeria se trae unos trozos de frutas y unas lonchas de embutido.
―¡Madre, Valeria! Como todos los días nos demos este festín, no vamos
a entrar en la ropa.
―Y no es broma. ―Y nos echamos a reír las dos con unas ganas mientras
untamos las tostadas.
Salimos de la cafetería. Valeria se enciende otro cigarro. Aún quedan diez
minutos para que venga Roberto, así es que nos apoyamos en un coche y
esperamos.
Al llegar a la oficina nos recibe Mariola bastante alterada.
―¿Pasa algo, Mariola?
―¡Ay, niñas! Que don Francisco está en el hospital porque le han
atropellado aquí mismo.
―¡No jodas! ―dice Valeria―. ¿Cómo está?
―Aún no sabemos nada; los de la ambulancia no nos han dicho nada.
Solo que llamáramos a sus familiares y que les dijéramos dónde se lo
llevaban.
―Madre mía, Mariola. ¡Vaya susto que os habéis llevado!
―Así es, hija. Estoy temblando desde que ha pasado esto. Ahora, lo único
que a ver qué dice Adrián, el subdirector, porque creo que no se van a realizar
las reuniones.
―¡Bueno! Pues, si es así, tendremos que llamar a Mariano para ver si nos
vamos ya o esperamos.
―Hay que esperar a que venga Adrián a ver qué dice.
―Vale. Pues, nada, esperamos.
―Mariola, nos vamos a la sala de reuniones a sentarnos ahí.
―Vale, cariño.
Nos sentamos en la sala de juntas, nos ponemos a hablar de don
Francisco. Le conocemos poco. La primera vez que le vimos fue cuando
vinimos aquella semana a Barcelona, pero te deja la noticia con el estómago
encogido. Entran dos compañeros, nos levantamos a saludarles. Estos son de
La Rioja, ya estuvieron con nosotras la otra vez. Nos sentamos y ellos sacan a
relucir lo del atropello.
―Madre mía, parece ser que cuando han llamado a su mujer se ha
desmayado. Menos mal que estaba con ella la chica de servicio y ha podido
coger el teléfono y avisar para que mandaran una ambulancia.
―¡Joder! ―exclama Valeria―. Es que las cosas se complican un montón
en la vida. Es todo una mierda.
―Además que sí ―contesta Paco.
Van llegando más compañeros. Cuando entra por la puerta Adrián, nos
pide que nos sentemos y decide que la semana de reuniones que teníamos, en
principio, va a seguir.
―Si se decidiera otra cosa, se os avisaría con tiempo para que organicéis
la vuelta. Empecemos.
Después de tres horas, nos levantamos y nos dirigimos a la salida. Antes
de irnos, esperamos a que aparezca Mariola, que no está en su sitio, para ver
cómo se encuentra. La vemos que viene por el pasillo, se la ve más tranquila.
―¿Cómo estás, Mariola? ―le pregunto.
―Mejor, mis niñas. Es que encima, para remate, al llamar a la mujer se ha
desmayado y la chica de servicio ha cogido el teléfono.
―Sí, eso ha comentado Paco. ¿Se sabe algo de don Francisco?
―No mucho, pero que no está grave; tiene bastantes cosas, pero que no
peligra su vida.
―Pues, con eso nos basta, ¿verdad? ―dice Valeria.
―Pues, sí. Porque si me dicen que le ha matado, me lo creo. Pero, mira,
voy a intentar olvidarme, porque vaya disgusto que me he llevado.
―Tranquila, venga, que nos vemos luego otra vez.
―¿Venís?
―Sí, un rato, pero tenemos que venir ―contesto.
―Hasta entonces, niñas.
Nos vamos a comer a un restaurante cercano, porque no nos merece la
pena irnos más lejos. Vamos andando tranquilamente, mirando tiendas, uno
de mis caprichos; a Valeria le gusta, pero a mí más.
―¿Comemos primero?
―Yo creo que es mejor que ahora miremos tiendas y luego comamos,
porque si encima que no te va tanto, vas con la tripa llena, e hinchada… Así
es que aguántate un poquito.
―Vale, tienes razón. ¿Nos acercamos a la tienda de los esmaltes?
―¡Ay, sí! Me tengo que comprar el rojo, que ya lo tengo casi gastado, y
quería mirar alguno más porque han resultado buenísimos.
―Esa cadena es que es muy buena.
Entramos en la tienda y me vuelvo loca mirando y echando a la cesta.
Quiero aprovechar que los tengo en mis manos para ver cómo son en
realidad, ya que termino siempre pidiéndolos por Internet. Salimos y nos
vamos a otra tienda, esta vez de ropa. Ahí me pasa lo mismo, lo voy echando
todo para probarme.
―Iratxe, no eches más ropa; mira todo lo que llevas.
―No tardo nada en probármelo.
―¡Madre mía! Toda la tienda se va a probar.
―Exagerada eres. Venga, miro ese lado y empiezo.
―Vale, yo voy a probarme estos vaqueros que me gusta el color
desgastado que tienen.
―Échalo aquí.
Seguimos mirando hasta que me paso a los probadores.
―Cuando estés lista, sales. Mientras, me pruebo yo lo mío.
―Vale.
Al rato sale Valeria con los vaqueros puestos.
―Mira cómo me quedan, Iratxe.
―¡Madre mía, cómo te quedan!
―¿Te gustan?
―Te quedan genial, ¡llévatelos!
―Sí, me gustan. ¿Y tú?
―Estoy con ello.
Al final, salgo cargada con algunas cosas que me he comprado. Vamos tan
contentas las dos. Salimos de ahí y nos metemos en la tienda de lencería.
Valeria no suele llevar ropa interior, pero cuando la lleva es de muerte,
preciosa y, además, le queda como un guante. Terminamos llevándonos un
par de conjuntos cada una.
―¿Ya podemos ir a comer? ―pregunta Valeria.
―Venga, sí, Ya hemos dado una buena vuelta.
Ella me mira como pensando: «Sí, una vueltecita». Yo no le digo nada.
Nos vamos hacia el restaurante y pedimos de comer. Nos tomamos el cafecito
fuera para que Valeria se fume el cigarrito y luego nos dirigimos hacia la
oficina.
Allí hay una montada que pa’ qué.
Nos vamos derechas a Mariola, que nos cuente si sabe algo.
―Chicas, al final se suspenden todas las reuniones pendientes. He
hablado con Mariano y me ha dicho que os sacara los billetes para mañana al
mediodía y que pasado fuerais a la oficina.
―¡Ah!
Es lo único que me sale.
―Esperad, que voy a por los billetes.
Estamos las dos esperando cuando se acerca Paco y nos dice que se ha
anulado todo y que se va.
―Nosotras estamos esperando a Mariola para que nos dé los billetes y
también nos vamos.
Nos despedimos de él y al rato viene Mariola.
―Chicas, esto es lo vuestro.
―Muy bien. Dame un abrazo ―le pido. Y le doy dos besos―. Encantada
de verte y cuídate.
Valeria hace lo mismo.
―Cuidaros vosotras, chicas, y os espero la próxima.
―Esperemos que vengamos nosotras.
―Ya os digo yo que sí. ¡Sois las mejores!
Le tiramos un beso y salimos de allí. Roberto nos lleva al hotel, nos
despedimos de él hasta la próxima.
Una vez que estamos en la habitación, nos tumbamos en la cama,
pensando en don Francisco y en cómo te cambia la vida de un momento a
otro. Ahora mismo está luchando por vivir. Todo una pena.
―¿Quieres que salgamos a cenar o nos quedamos hoy en el hotel?
―pregunta Valeria.
―Por mí, me quedaba aquí. Vamos, en el hotel.
―Pues, nos quedamos. ¿Te apetece que nos durmamos un rato?
―Sí, vamos a dormirnos.
No me quito ni la ropa, no tengo ganas, me he quedado plof y tardo muy
poco en dormirme.
Bajamos a cenar, y la verdad es que hemos estado estupendamente. Una
vez que hemos terminado con el café, nos pedimos un gin-tonic. Mientras nos
lo tomamos hablamos del finde, más que nada porque este sería el de hablar
con mi familia, pero que anulamos por el viaje. Mañana salimos para Madrid,
con lo cual no hay excusa.
―Llamo a mi madre y le digo que el sábado nos juntamos todos a comer.
―Si no queda otra.
―Valeria.
―Ya, lo siento, de verdad. Es que me da la sensación que cuando estemos
todos me va a comer tu madre. Es a la única a quien temo.
―Valeria, por Dios. Ya lo que falta por oír.
―Perdóname, de verdad. Llámala; cuanto antes lo sepan, mejor.
―Sí.
Saco el móvil y llamo a casa.
―¿Diga? ―pregunta mi padre.
―Hola, papá, ¿qué tal?
―Hola, Iratxe, cariño. Muy bien. Vosotras, ¿qué tal por Barcelona?
―Pues, mira, para eso te llamo. Al jefe lo han atropellado y está grave,
han suspendido todo hasta próximo aviso.
―¡Joder! Pobre hombre.
«¿Qué pasa?», oigo preguntar a mi madre.
―Dile a mamá que se ponga, ¡anda!, que si no, le va a dar algo a esta
mujer.
―Sí, hija, sí. Bueno, pues, ya me cuenta luego tu madre.
―Hola, hija. ¿Qué ha pasado?
―Al jefe de aquí de Barcelona, que le han atropellado y está grave.
Entonces, que nos volvemos para Madrid.
―¡Qué lástima, hija!
―Pues, sí, Escucha, ¿os viene bien que hagamos la comida el sábado?
―A nosotros sí, y me imagino que a tus hermanos también, pero yo les
pregunto y te llamo.
―Perfecto, mamá. En eso quedamos, entonces.
―¿Vamos a ir a tu casa o fuera?
―Creo que fuera, pero ya os diré.
―Muy bien, cariño. Dale un beso a Valeria de nuestra parte.
―Se lo doy de tu parte, y besos para vosotros.
―Adiós, mi vida, adiós.
―Mi madre, que te dé un beso de su parte.
―Muchas gracias, suegra.
Y me lanza un beso. Hablamos de si lo vamos a hacer fuera o en casa. Yo
prefiero en casa, pero dice Valeria que mejor fuera, porque nos evitamos
pringar antes y después. En eso tiene razón; luego parece que ha venido un
ejército.
Ya en Madrid, llamamos al restaurante que hay cerca de casa; si hay sitio,
lo hacemos ahí. Si luego nos queremos tomar unas copas en casa, como está
cerca, sin problema. Solo espero que sea un día bonito y que no lo estropee
nadie. Valeria me mira. Como estoy pensativa, me pregunta:
―¿Qué piensas?
―Que espero que salga todo bien; no quiero cagadas.
―Pues, ya somos dos.
Espero que esto no nos lleve a movidas, porque yo entiendo que a mi
familia le ha costado un poco aceptarlo. Pero, bueno, creo que ya podemos
decir que está arreglado. O por lo menos eso espero, por favor.
23
Día de presentaciones.
Ya ha llegado el día de que Valeria conozca a mi familia. Vamos a dejar
en que no los conoce aún, es mejor esa opción. Estamos nerviosas, yo
bastante, y por lo que conozco a Valeria, también lo veo, aunque intente
disimularlo. Nos terminamos de arreglar y, una vez que estamos las dos tan
monas, nos damos un beso, cogemos el bolso y nos vamos. Al final, hemos
quedado abajo, para ir al restaurante que tenemos aquí cerca. Ya están
Ángela, Andrés y los niños.
―Valeria, te presento a mi hermana Ángela.
―Encantada ―dicen ambas mientras se dan dos besos.
―Mi cuñado Andrés.
―Encantada, Andrés.
―Igualmente, Valeria.
Se están dando los besos cuando se acercan los niños.
―¡Hola! ―dicen los dos a la vez.
Valeria se gira y los ve.
―A ver, vosotros tenéis que ser Daniel y Julio, ¿quién es quién?
―Yo soy Julio.
―Y yo Daniel.
Ella se agacha y los besa a los dos.
―Encantada de conoceros, chicos.
―Igualmente ―contestan.
En ese momento, se bajan del coche de mi hermano, mis padres, cuñada y
sobrinos. César se asoma por la ventanilla para decirnos:
―Voy a aparcar, ahora vengo.
―Vale ―le digo.
Se acercan y ahí estamos esperando.
―Hola ―empieza mi madre―, soy Carmen. Encantada.
―Igualmente, yo soy Valeria.
Se acerca mi padre a ella.
―Soy su padre, Alberto.
―Encantada, Alberto; mi nombre es Valeria.
―Soy Arrate, mujer de César y madre de estas criaturas. Chicos,
presentaros a Valeria ―les dice mientras se acerca.
―Encantada de conocerte, Valeria; ya era hora.
―Sí, nos ha costado un poquito ―le dice.
Sé que se va a llevar bien con Arrate, porque es una persona muy directa y
clara, y esa clase de gente es la que le gusta a ella. Se acercan mis sobrinos y
se presentan.
―Hola, soy Alba.
―Hola, Alba; yo soy Valeria. Encantada de conocerte; estás hecha una
mujercita.
―Gracias ―responde mi sobrina.
―Valeria, yo soy Hugo.
―Encantada de conocerte, Hugo.
En ese momento viene mi hermano y va derecho a Valeria.
―César; un placer, Valeria.
―Igualmente.
Ya hechas todas las presentaciones, les digo:
―Vamos para el restaurante, que tenemos reserva y al final llegamos
tarde.
―Claro ―dice mi hermano―, nos mandas venir a unos sitios que no hay
quien aparque.
―Ya, es lo malo que tiene mi barrio.
Nos acoplamos en el restaurante y vamos pidiendo. La verdad es que lo
estamos pasando bien, riéndonos y hablando de todo un poco. Observo a mi
madre y la veo tranquila y relajada, acompañándonos en todo momento.
Me gusta lo que veo.
Comemos de maravilla. Aparte de eso, estamos teniendo una franqueza
¡tremenda! Mi madre le pide disculpas a Valeria. Ella rápido dice que no
tiene nada que disculpar, lo que pasó, pasó, y ahora empezamos de cero, pero
quién le dice a mi madre hasta dónde tiene que hablar. Ella insiste y todos
esperamos a que termine. Se reprocha cómo ha actuado desde el principio y,
como bien le decía su marido, o sea mi padre, todo era por el qué dirían las
vecinas. Sí, así de triste es, pero que gracias a Dios recapacitó a tiempo.
«Perdonadme las dos, por todo el daño que os he hecho». Se levanta y va a
darle a Valeria un abrazo y un beso. Los niños empiezan a aplaudir y todos
los secundamos. Viene a mí a darme otro beso. Bueno, una vez dicho lo que
mi madre tenía en su corazón con una espinita clavada, entre todos nos
decimos que la vida es para disfrutarla y que hay que hacerlo con quien cada
uno quiere a su lado. Una vez que estamos con el café, los chicos dicen de
irnos a dar un paseo por el Retiro. Nos parece genial la idea, siempre es un
placer dar un paseo por allí.
Vamos caminando y, al llegar a la zona de las terrazas, nos sentamos a
pedirnos un refresco. Se está de lujo, con el solecito. Brindamos para que
todo nos vaya bien. Arrancamos y ya nos dirigimos a casa. Ellos llegan a un
punto en que se van hacia otro lado, a por sus coches.
Mi madre se acerca a nosotras y nos da un beso a cada una.
―Hasta otro día.
―Chao, mamá.
―Hasta otra, Carmen ―le dice Valeria.
Nos despedimos de los demás y nos vamos para casa.
―Ha estado bien, ¿no? ―le pregunto a Valeria.
―Sí, ha estado muy bien; yo por lo menos lo he pasado genial.
―Sí, yo también.
―Arrate me ha sorprendido mucho; no me la imaginaba así.
―Es un encanto. A mí me enamoró desde el primer día que la vi.
―Sí, te entiendo, porque a mí me ha encandilado igual.
Llegamos a casa, nos quitamos la ropa y nos ponemos el pijama. Damos
por terminado el día, que ha sido fantástico, mejor de lo que me esperaba.
Como tendría que haber sido desde el principio pero…
24
Estamos esperando a que el ayuntamiento de Noblejas nos dé los días
libres que tiene para casarnos. Lo hemos decidido porque me quiero quedar
embarazada y queremos hacerlo así. Hemos decidido casarnos en el pueblo
de Valeria, porque ella tiene mucha familia allí y mucha es gente mayor.
Además, como van a ser las fiestas del Cristo, el pueblo estará engalanado tan
bonito. ¡Qué mejor escenario!
Vamos primero a por la boda y el viaje de «novias», para que podamos
disfrutarlo. No vaya a ser que se me dé mal el embarazo y la liemos.
Queremos estar tranquilas y relajadas en Punta Cana. Eso sí, que no tenemos
dudas ninguna, ese es nuestro destino, el que hemos decidido para darnos
unos cuantos días de relax y placer, y luego ya a por el bebé.
Cuando se ponen en contacto con nosotras los del ayuntamiento,
decidimos que la fecha es el once de mayo, a las trece horas.
Sabiendo ya la fecha, dejamos cerrado el viaje a Punta Cana. Saldremos el
día trece, a las siete de la mañana.
Hacemos las invitaciones y realizamos una fiesta en mi casa: vendrán
amigos y familia. Ninguno se imagina que es para darles las invitaciones de
nuestra boda. Los primeros que van llegando son mis padres y la madre de
Valeria, para echarnos una mano. Tenemos preparado casi todo, pero les
agradecemos la ayuda. Carlota y mi madre se ponen a hablar mientras hacen
los arreglos a la mesa. Mi padre se sienta en la cocina con nosotras. «Yo
prefiero a la juventud», dice; es un amor.
El telefonillo empieza a sonar y mi padre se hace el encargado de ir
abriendo.
―Hoy el portero soy yo.
Jimena y Arturo junto con Martín entran a la cocina.
―Hola, preciosas ―nos dice Jimena.
―Hola, cariño mío ―me lanzo a sus brazos.
―Da gusto este recibimiento, ¿estás bien?
―Sí, Jimena; es que me hace mucha ilusión esta reunión.
Me lanzo a por Martín, mientras Jimena saluda a Valeria.
―Mi niño guapo, ¡da un beso a la tía! ―Martín me abraza y me da un
sonoro beso. Y abre los brazos para irse con Valeria.
―Hola, mi príncipe guapo, ¡pero qué grande estás! A ver ese beso.
Cuando le da el beso me uno y me abrazo a ellos; son tan importantes para
mí. Arturo nos dice:
―Chicas, estoy aquí.
Nos giramos las dos y le vemos al pobre con cara triste, en plan de broma,
y con el peque en brazos de Valeria. Corremos los tres a sus brazos, Martín se
parte de risa y terminamos los cuatro dando saltos en medio de la cocina.
―¡Qué estampa más bonita! ―nos dice Jimena mientras nos hace una
foto.
―Ven, amiga, ponte con nosotros, que a ti te queremos igual. ―Y una
vez rodeada con nuestros brazos seguimos saltando y gritando.
En ese momento entra Sole y corre a donde estamos. ¡Qué loca está,
madre! Pero es tan buena. El grupo se va agrandando y Martín, como está
acostumbrado a nosotras, ni se inmuta, solo se ríe. Las madres se han
acercado a la cocina y junto a mi padre ven el espectáculo a la par que se ríen.
Cuando nos separamos, vienen Carla y Sofía, que no se esperan el cuadro.
Entonces, nos tiramos todos a ellas y estas flipan. Pero como están como
nosotras de grilladas, pues saltan y gritan a la par nuestra.
Ya más calmadas, nos vamos llevando cosas para el salón. Faltan los
amigos de Valeria y nuestros hermanos que aún no han llegado. Vamos
sacando de beber y terminamos de colocar todo. Suena el timbre y entran
todos de golpe.
―¡Coño, parece que os estabais esperando abajo! ―suelta Valeria.
Empieza la fiesta y la verdad es que da gusto ver a tanta gente, sin
conocerse mucho entre ellos, y ver que se relacionan como si se conocieran
de toda la vida. Tengo que decir a favor de mis amigas que son un amor y
que siempre te van a hacer o, por lo menos, van a intentar hacerte la vida más
fácil.
Las quiero con locura. Ellas me han apoyado desde el minuto uno, antes
que yo misma.
Todo está saliendo de maravilla. Muy buen rollo entre todos. Los amigos
de Valeria, que ahora también son míos, han hecho muy buenas migas con mi
grupo. Cuando nos hemos puesto como el quico, decidimos dar el notición y
entregarles las invitaciones. Nos vamos Valeria y yo a la habitación, y en un
momento organizamos cómo lo vamos a decir. Nos echamos a reír. Estamos
nerviosas, pero salimos corriendo hacia el salón, que es donde están todos.
Tras apretarnos las manos, gritamos:
―¡Nos casamos!
Todos se callan y se giran hacia nosotras. Empiezan a venirse hacia
nosotras. Parece que esto también lo han ensayado ellos, porque nos
quedamos las dos paralizadas mirando cómo se acercan. Sofía es quien toma
la iniciativa y la que nos dice:
―¿Qué habéis dicho?
―Que nos casamos el día once de mayo.
Se da la vuelta hacia todos, y con un grito y un salto…
―¡Se nos casan!
Y se desata una oleada de enhorabuenas, vivas, y mucho amor por parte
de todos. Después de tantos abrazos y besos empiezan las preguntas y las
respuestas. Les damos las invitaciones y empezamos a tramar todo lo que nos
queda por hacer y a organizar la salida de ir a mirar vestidos de novia. No
podemos ir todas juntas, que hubiera estado genial, pero Valeria se lleva a sus
amigos y yo a los míos. Y si puede ser, juntarnos después y seguir
celebrando, que después del día de hoy hemos descubierto que más de una
vez nos juntaremos todos los amigos, hermanos y cuñados, porque han
congeniado muy bien.
―Bueno, ¿y la despedida para cuándo y dónde? ―pregunta Sofía.
―Tía, un poco más y no tenemos tiempo de organizarnos ―suelta Queti.
―Tenéis tiempo de sobra, exageradas ―les digo riendo.
―A lo que vamos, que te me despistas. Tema: despedida.
―Lo vamos a hacer todos juntos, ¿os parece?
Arturo es el que empieza a vitorear; nos giramos hacia él y grita a los
chicos:
―¡Que tenemos despedida, chicos!
Y ya se unen todos. ¡Qué escándalo, madre mía! ¡La que están liando
estos cabrones! Pero ya de perdidos al río, y nos unimos todas a ellos.
Es tarde y empiezan a irse. Hacemos de anfitrionas y vemos desfilar a
todos en la puerta de la calle. Son maravillosos y nos han hecho pasar una
tarde increíble, que nunca podremos olvidar.
Cuando nos quedamos solas, vamos corriendo al sofá y nos tiramos en él.
Estamos cansadas, pero superfelices. Decidimos darnos una ducha rápida y
acostarnos.
En una nube.
25
Hoy hemos quedado para ir a ver los vestidos de novia. Nos vamos a
acercar donde se lo compraron mis amigas, ya que siempre nos han atendido
estupendamente y hemos salido guapísimas. Quedamos con Queti y su chico,
Alejandro, para comer, y así ya ella luego se queda con nosotras. Dice que no
se lo quiere perder por nada del mundo. Vamos todas con el pensamiento de
comprar todo ahí, aunque de primeras se asusten al vernos. Pero cuando vaya
subiendo la caja ya es diferente; las últimas veces hemos salido de allí con
todo y para todas.
Terminamos la sobremesa y nos vamos para casa las tres. Alejandro se va
a la suya. A las cinco y media hemos quedado en Sol.
Valeria viene conmigo al mismo sitio, pero hemos acordado que primero
elija una y la otra esté en una salita aparte que tienen. Y una vez haya elegido,
pues, nos cambiamos los puestos.
Vamos nerviosas.
Al llegar están casi todas allí. ¡Madre, qué escándalo tenemos! Pero es
que, claro, somos tantas que por mucho que queramos reducir se nos oye.
Llegan Carla y Sofía, y ya estamos todas. Nos dirigimos hacia la tienda.
Como Adela ya nos conoce, nos saluda y nos pregunta:
―¿En qué puedo ayudarles?
―Pues, se nos casa Iratxe. ―Y yo levanto la mano―. Se casa con Valeria
―dice Jimena señalándola―. Entonces, queremos que una empiece con el
desfile y la otra esté en la salita.
―Perfecto. Pues, cuando me digáis empezamos.
―Ya ―dice Valeria―, que estoy de los nervios.
Nos echamos a reír y ella decide que es la primera en irse a la salita.
―¿Te voy sacando vestidos o quieres ir tú viéndolos?
―Voy yo viéndolos.
Y empieza el desfile. Uno, dos, tres, cuatro… Me veo muy guapa pero no
espectacular. Es cuando me pongo el quinto cuando siento que es este el que
quiero para mi gran día. Salgo y espero a ver qué dicen antes de confirmarles
que es el que quiero. Efectivamente, el ¡oh! que oigo me hace decidirme del
todo.
―¡Estás guapísima, Iratxe!
―¡Sí! ―exclaman todas.
―Este es mi vestido, chicas; me ha enamorado.
Adela entra en acción y nos explica:
―Es un vestido de líneas clásicas, en mikado brillante, con escote
envolvente y ligeramente cruzado, decorado con un destello de pedrería
bordada sobre un manguito. Vestido de novia con corte en A y manguitos.
―Es el mío, lo quiero y me quedo con el velo y con los zapatos también,
porque aparte de bonitos son muy cómodos.
―Muy bonitos, sí ―dice Carla.
Todas asienten.
Me emociono y veo a mi cuñada Arrate igual de emocionada, y a mi
madre; las demás están eufóricas.
Salgo del probador y me voy a la salita, para que Valeria empiece con su
desfile.
El día de la boda os diré cómo va de guapa Valeria.
Todas se han comprado todo, vestidos, zapatos y complementos. Vais a
ver qué guapas van.
Salimos de la tienda y, como ya es una costumbre, nos vamos a San Ginés
a tomarnos unos churros con chocolate. ¡Y volvemos a llenar el local!
Estamos pasando una tarde maravillosa; las madres están encantadas con la
juventud, como dice Carlota.
26
De despedida de solteras. Pero lo hemos querido hacer con todos nuestros
amigos; pasar una noche inolvidable, juntos, e ir creando nuestro álbum
familiar.
Vamos a ir a cenar a un restaurante donde Manolo y Juani, sus dueños,
hacen unas celebraciones especiales para todos sus clientes. Son un encanto y
me lo tienen todo superorganizado para que nos relajemos y disfrutemos. Nos
vamos juntando en la barra a tomarnos algo mientras llegan todos. Una vez
que ya estamos reunidos, nos sentamos y empieza el desfile de raciones de
todas las clases. Se habla, canta y montamos una de buen rollo que más de
uno se une a nuestras canciones.
Estamos felices y se nos nota a todos.
Después de los postres, nos tomamos el cafetito. Los chicos proponen
tomarnos una copa y luego irnos a los mejores sitios de Madrid.
Y así hacemos.
Fotos para el recuerdo.
Por el camino vamos hablando Valeria y yo de lo bien que ha salido todo;
lo hemos pasado genial.
Llegamos a casa a las siete de la mañana, destrozadas de tanto bailar. Nos
metemos en la ducha y estamos tan cansadas que ni nos tocamos, con lo que
nos gustan a nosotras unas buenas friegas bajo el agua.
Bajamos la persiana para que nos dejen dormir los rayos del sol, nos
metemos en la cama, nos damos un beso y nos abrazamos dándonos los
buenos días.
Con una sonrisa en los labios, caigo rendida.
Felices.
27
Nos vamos para Noblejas el viernes, después de salir del trabajo. Mariano
nos dijo que nos fuéramos el jueves, pero no he querido. Paso de que me haga
ese favor, que luego vienen las habladurías. Además, mejor currando, que así
se pasan las horas rápido y con menos nervios, que ya tengo unos pocos.
En Noblejas nos está esperando toda la familia, que no es poca. Mis
amigos y los de Valeria se van al hotelito que hay cerca. Ya estamos todos en
el pueblo, que, además, está precioso, todo engalanado por las fiestas del
Cristo.
No hemos querido que la familia prepare nada para los invitados;
preferimos picar algo a la plaza. No queremos dar trabajo a nadie, y sabiendo
cómo son estas mujeres, Valeria se puso seria para que no insistieran en ello.
Salimos una marea de gente de la casa de Carlota; todos hacia la plaza. Y
una vez allí, nos acercamos a uno de los bares que nos va a dar de picar.
Como queríamos estar juntos sin tener que desplazarnos mucho, decidimos
que no hacía falta ni sentarnos, solo las madres.
Tenemos un cachondeo que pa’ qué. Lo que no se le ocurre a uno se le
ocurre a otro, con lo cual estamos riéndonos de lo más grande. Las madres
están con tantas ganas de juerga como nosotros; da gusto verlas así. No sé de
Carlota, pero mi madre está de los nervios, aunque lo está disimulando muy
bien.
No queremos perdernos mucho, así es que después de dar un poco de
guerra nos vamos para casita a descansar, que mañana es el día.
Ya en casa, al rato empieza a venir gente para vernos y darnos la
enhorabuena. Estas cosas son las que pasan en los pueblos y me gusta que sea
así, son gente llana. Ya va siendo hora que nos acostemos; yo me voy con
mis padres al hotel, que es de donde voy a salir. Nos despedimos hasta
mañana y nos deseamos pasar una buena noche. Llego a mi habitación, y
después de darme una ducha, me acuesto.
Espero descansar y deseo que descanséis.
Nerviosa.
28
Oigo un ruido insistente y desagradable. No sé de dónde viene, pero no se
calla. Abro los ojos y veo que es mi móvil, es la alarma. Me costó dormirme
y ahora pago las consecuencias. Me levanto para darme una ducha, que
dentro de una hora viene la peluquera y tenemos que bajar antes a desayunar.
Nos vamos encontrando en el salón, y después de mucho hablar, nos
subimos.
Una vez peinada y maquillándome, van viniendo mis amigas; están todas
espectaculares. Jimena va con un vestido corte sirena de encaje azul Francia,
con media manga, con escote de hombros caídos de encaje; está
impresionante. Sole va con un vestido de corte A con escote redondo y
cuerpo de encaje y pedrería, llega hasta el suelo un tul en color gris acero; va
guapísima. Sofía lleva un vestido con corte trompeta/sirena que va fuera del
hombro la manga con una cola con un corte de gasa encaje con lentejuelas en
color rosa polvorienta; y mi Carla, con un vestido en corte A con un cuerpo
en encaje y escote en V, hasta el suelo gasa encaje, lleva un broche separando
el cuerpo de la falda en plata vieja y brillantes; el vestido es de color gris
tormenta.
―Espectaculares, chicas; vais todas guapísimas, de verdad.
Me abrazan y empiezan a ayudarme a vestir.
¡Qué bonito todo esto! Tus amigas de toda la vida, tus padres, hermanos y
cuñados… Todos juntos en un día tan especial para mí. Cuando estoy lista
empiezan las fotos con unos y otros. Hasta que dicen que es la hora de salir
hacia el ayuntamiento. Bajamos a la puerta del hotel y me está esperando un
Rolls―Royce color crema, precioso, y los adornos sencillos y elegantes. Nos
metemos mi padre y yo; los demás se van andando porque, la verdad, es que
no está muy lejos. Al llegar, ya está Valeria esperando; tengo unas ganas de
ver cómo va; no consigo imaginarme el vestido que ha podido elegir, ya que
me quiere sorprender. Nos acercamos y vemos a mi chica que viene hacia mí
a darme un beso.
―Estás espectacular, Iratxe. Te has quedado sin palabras, ¿eh?
―¡Como lo sabes, Valeria! ¡Estás despampanante! Nunca me imaginé
verte así. ¡Guapísima!
Ella se gira para que vea la espalda, no lleva velo, solo un bonito recogido
con una tiara divina llena de diamantes muy pequeños, que luego me entero
que es de su madre, de su boda.
Valeria lleva un precioso vestido en blanco roto con corte sirena, en un
elegante crepé con relucientes aplicaciones florales sobre el escote ilusión, el
cuerpo y la falda ajustada. La espalda con efecto tattoo.
Nos volvemos a dar un beso y entramos al ayuntamiento, dando paso a la
ceremonia en la que no tardamos nada en darnos el «Sí, quiero», y ponernos
los anillos.
―¡Vivan los novios! ―gritan todos.
Firmamos los papeles y, al salir, nos echan arroz para hacer todas las
paellas necesarias para un verano. ¡Qué exageradas, por Dios! Nosotras
agachamos la cabeza y, unidas, nos reímos un montón.
Enhorabuenas, besos, abrazos, fotos con unos y con otros; es un no parar
de gente. Nos dirigimos al coche para que nos lleve al restaurante y allí es
donde empieza la sesión de fotos mientras que, para los invitados, se pasa el
cóctel.
Lo estamos pasando genial, la gente está dando todo lo bueno de sí misma
y estamos con un ambiente ideal. Risas, muchas risas.
Y ya en el baile, vernos a las dos en medio de la pista, vestidas de novia,
las dos espectaculares bailando el vals. Lo tendré siempre en mi memoria,
porque fue un momento tan emotivo para mí. Bueno, realmente toda la
ceremonia la guardaré con todo el amor. Se unen los demás. Y así empieza la
fiesta, hasta altas horas de la madrugada.
Cuando llegamos al hotel está amaneciendo casi. Lo hemos disfrutado
tanto, estamos tan contentas de cómo ha salido todo. Nuestras familias nos
han dicho que la gente ha quedado encantada con todo, y nosotras nos
alegramos de eso.
Nos damos una ducha y nos metemos en la cama. Solo nos queda cuerpo
para darnos un beso de buenas noches y abrazarnos. Le digo a Valeria que no
hemos puesto en el picaporte la tarjetita de No Molestar. Me pide que vaya
yo; y yo, que vaya ella. Una vez puesta se acurruca conmigo y nos
disponemos a dormir.
Doy unas pocas vueltas pensando en lo bien que lo hemos pasado; ha
salido todo a pedir de boca. Y con una sonrisa en los labios, mis ojos se van
cerrando.
Felices es decir poco.
29
Nos levantamos sin muchas ganas, pero hemos quedado para comer todos
juntos antes de irnos para Madrid. La vamos a liar buena porque somos
bastantes, aunque luego somos unos angelitos.
Llegamos a casa de Carlota; mis padres están allí.
―¡Aquí vienen las princesitas! ―dice mi padre.
Nos abrazamos a él las dos; es un cielo.
―Hola, suegro.
―Hola, nuera.
―¡Vaya dos! ―dice mi madre.
Nos vamos dando besos con ellas y Valeria se encarga de hacerles
carantoñas a las madres. ¡Cómo me gusta verlas juntas y tan felices a mi
madre y a ella! Después de todo lo que hemos pasado, creo que ha tenido
mucho que ver Carlota en el cambio tan grande de mi madre. Una mujer más
mayor que ella que vea tan natural todo lo relacionado con su hija le ha hecho
abrir los ojos a ella. ¡Hasta a mí me sorprende! Pero me enorgullezco tanto
que haya podido llegar a entendernos y que lo haya aceptado al fin.
Empiezan a venir todos, algunos tienen más careto que otros después de la
fiesta, pero están animados y eso es muy bueno. Hoy toca agüita, ya que
luego nos vamos. Nos han preparados en el restaurante unos entrantes
ibéricos y, de segundo, tenemos cordero asado con patatas panaderas. Todo
está riquísimo y se nos pasa el rato volando. Nos tomamos los cafés y nos
vamos yendo. Ya es hora de volver, que, además, nosotras viajamos mañana
para Punta Cana. Tenemos la maleta casi hecha.
Antes de despedirnos de Carlota, nos pasamos por la fábrica de las
magdalenas, ¡eso es gloria pura! Os las recomiendo al igual que las tortas. No
dejéis de probarlas.
Nos montamos en el coche. Antes de arrancar, Carlota nos da una cajita.
―Esto es para vosotras, hijas.
―¿Y esto? ―pregunta Valeria.
―Eso es un regalo que tu madre quiere haceros, pero ahora no lo abráis.
―¿Por qué?
―¡Qué preguntona eres, hija! Porque ahora no es el momento de abrirla,
ya tendréis tiempo. Además, lo que hay dentro no es precisamente para ahora.
―Bueno, si no quieres que la abramos no nos piques la curiosidad.
―Vale, pues, ya me callo. Tened cuidado, hijas, que eso de irse tan lejos
no me gusta nada.
―¡Ni a mí! ―dice mi madre.
―Bueno, ya para qué queremos más. Ahora se nos ponen ñoñas.
―Ñoñas no, Iratxe; es un viaje muy largo y vais las dos solas.
―No os preocupéis, madres, que vamos a estar en contacto con vosotras y
cuando menos miréis ya estamos aquí.
¡Madre, esta Valeria tiene cada punto!
Arrancamos y ahí las dejamos a las dos. Le toca conducir a Valeria, o sea,
que yo voy relajadita.
Hablamos de todo lo que hemos vivido en estos días y llegamos a la
conclusión que no esperábamos que nuestro día de la boda fuera tan bonito y
tan perfecto como ha sido. Ni en los mejores sueños.
En casa terminamos de preparar la maleta y lo dejamos todo en el pasillo.
Lo que traemos del pueblo lo dejaremos organizado, pero no pienso poner
ninguna lavadora hoy; cuando regresemos.
Nos tumbamos en un sillón cada una y así pasamos la tarde entre la tele y
dar cabezazos, hasta la hora de preparar la cena.
―Valeria, ¿qué vamos a cenar?
―¡Puff, ni idea! ¿A ti qué te apetece?
―Poco tenemos donde elegir, porque como no íbamos a estar en casa no
hemos hecho compra.
―¿Quieres que pidamos al chino?
―Mejor pizza, ¿te parece?
―¿Mitad cuatro quesos, mitad barbacoa?
―Genial.
―¿Llamas tú o yo?
―Llama tú. Mientras, voy a llamar a mi madre para ver si han llegado
bien.
Cuando llamo a mi madre me dice que todavía están en Noblejas, que
como no hemos querido que nos acerquen al aeropuerto, pues que les ha
dicho Carlota que se quedaran unos días allí con ella.
―Me parece genial, mamá. Pues nada, ya os llamaremos para deciros que
hemos llegado bien.
―Tened mucho cuidado, hija.
―Sí, mamá, no te preocupes, que ya verás cómo nos lo vamos a pasar.
Mandaremos fotos de esos paisajes tan bonitos.
―Sí, por favor, queremos verlas, mándanos muchas.
―Te dejo, un besito y que te quiero.
―Yo también te quiero, cariño.
―Da un beso a papá y a Carlota de nuestra parte.
―Sí, ahora se lo digo.
―Adiós.
―Adiós, cariño.
Mientras cenamos le cuento a Valeria lo que me dice mi madre.
―Que le mandemos muchas fotos para ver esos paisajes. Y que se quedan
unos días allí con tu madre.
―¡Anda, qué bien!
―Sí, me ha parecido muy buena idea.
―Bueno, ¿abrimos la caja de mi madre?
―Pues sí, se me había olvidado ya.
―¿Qué será?
―¡Vamos a verlo, Valeria!
Cuando se sienta en el sofá con la caja en las manos, me da un repelús por
la espalda. Abre la caja y vemos unos papeles doblados. Valeria los saca y
vemos que es toda la documentación preparada y pagada para empezar
cuando queramos con la IAD, inseminación artificial con semen donado, que
es lo que pretendemos hacer. ¡Que más se puede pedir!
Recogemos los cacharros y decidimos ver una peli de comedia, que la
verdad nos ha hecho reír bastante. Nos vamos a la cama porque mañana
tenemos que madrugar mucho; viene a por nosotras mi cuñada Arrate, que
vaya madrugón se va a dar la pobre, pero decía que no le importaba.
Nos damos una ducha y nos metemos en la cama, más contentas que unas
castañuelas. Nos damos una buena sesión de sexo y relajaditas a dormir.
Deseando que llegue mañana.
Ilusionadas.

Casi diez horas de vuelo, pero ya estamos aquí; nos recogen para llevarnos
al hotel. Una vez instaladas disfrutamos de las vistas que tenemos, esos
colores tan caribeños y esa agua tan transparente… Parece mentira que
puedan existir estos paisajes.
Tenemos excursiones de buceo y de conocer la isla más a fondo. Hoy nos
vamos a tirar en una tumbona, a tomar el sol y a darnos unos buenos baños.
Lo vamos a disfrutar a tope.
Epílogo
Un año después.
Nos levantamos nerviosas. Hoy es el día que me tengo que hacer la prueba
de embarazo. A ver si tenemos suerte y nos sale a la primera.
Decidimos hacer una IAD, la inseminación artificial que nos había
regalado Carlota. Nos dijeron que era una técnica simple y eficaz con un
setenta por ciento de posibilidades de quedar embarazada. Consiste en tres
fases: una de control y estimulación ovárica, otra de selección de la muestra
de esperma y la siguiente es de la inseminación. Después de todo, vamos a
ver si nos ha resultado positivo.
Me voy al baño y sigo los pasos; lo dejo encima del lavabo y me salgo.
¡Increíble lo nerviosas que estamos! No nos decimos nada; estamos tumbadas
en la cama y calladas, parece que si hablamos va a desaparecer todo. Cuando
ha pasado el tiempo estipulado, nos apretamos las manos, nos miramos y
arrancamos para el baño. Nos acercamos a por el predictor. Valeria lo coge y,
al mismo tiempo, lo vemos.
―¡Sííí! ¡Estamos embarazadas!
Nos miramos con tanto amor y con una sonrisa de lado a lado. Teníamos
tantas ganas de ser mamás que nos hubiéramos venido un poco abajo.
―Ahora hay que ir al médico y todo lo que te diga lo tienes que cumplir a
rajatabla.
―Valeria, si todo está bien no tengo por qué hacer cosas diferentes. Estar
embarazada no es estar enferma.
―Ya lo sé.
Después de que la doctora nos dice que todo está perfecto y que estoy de
cinco semanas, es la hora de hablar con la familia. Así es que pensamos en
hacer una merienda en casa, y a los amigos se lo diremos en el Akelarre. Los
amigos de Valeria, que ahora son también míos, van de vez en cuando, por lo
que pensamos en quedar mañana con todos.

La familia está como loca de contenta, felices de vernos a nosotras tan


enamoradas. Mi madre nos mira con un amor en sus ojos que nunca imaginé
que esto pudiera pasar. Carlota es un amor y se abraza a nosotras a darnos la
enhorabuena; ella es la primera, pero luego tenemos un desfile de familia
dándonos abrazos y besos.
Empiezan las preguntas sobre cómo me encuentro, pero cuando ven que
todo está bien, seguimos con la merienda.
En el Akelarre están todos expectantes cuando les decimos a todos que…
―¡Estamos embarazadas!
Nadie se podía imaginar que íbamos a dar esa noticia. Sí es verdad que
sabían que estábamos hablando de ello, pero no quisimos decir nada por si no
cuajaba. Todos están encantados de que venga en camino otro bebé.
―¿Tienes vómitos? ―dice Jimena.
La pobre está obsesionada por los vómitos. Ella estuvo todo el embarazo
con las náuseas. Como ella siempre dice: «Me fui a parir con la pastilla en la
boca».
―No tengo ningún síntoma de nada. De hecho, es que si no hubiera sido
porque lo teníamos que hacer, no hubiera sospechado que podía estar
embarazada, porque ni un mareo, ni arcadas, ni nada.
―Eso está genial; disfruta de ello porque es muy bonito.
―Lo pienso hacer.
―Pues, vamos a hacer un brindis por mi pequeño ―dice Valeria.
Ahora que veo a todos mis amigos juntos, felices, es cuando más pienso
en lo bonita que es la vida, y lo que nos ha puesto a Valeria y a mí en el
camino, a nuestro bebé, una personita que nos va a unir aún más, si cabe,
porque es lo más esperado en esta casa. Estamos disfrutando mucho con el
embarazo. Llevamos muy poquito, pero nos sentimos muy ilusionadas las
dos.
Y así termina la historia (de momento), con las copas en alza y brindando
porque tenga un embarazo bonito y que nuestro bebé venga bien, que
realmente es lo que una siempre quiere, que salga todo bien.
Si es niño, Valeria quiere llamarle Gonzalo, que me gusta, sí; y si es niña,
Irene, que también me gusta. Así es que ya está eso decidido.
Ya en casa, disfrutamos Valeria y yo de una cenita rica y muy romántica
que me ha hecho mi chica. Con las manos entrelazadas nos miramos a la cara
y nos decimos:
―Te quiero.
Sed felices.

FIN
AGRADECIMIENTOS
Primero quiero agradecer a todos/as mis lectores, esto sigue gracias a
vosotros/as. Gracias por estar siempre ahí apoyándome. Os debo el seguir
escribiendo y siempre seréis lo más importante para mí.

A mis hermanas, Mary y Rosana que junto a Queti son mis lectoras cero y me
ayudan a dar una vuelta a muchas de las situaciones. A los no oficiales pero
que siempre lo leen Pedro y Lorena y me dan su opinión.

A Laura Duque Jaenes porque siempre que la necesito la tengo ahí, al pie del
cañón. Gracias a ella la portada y la maquetación ha sido posible. Cuanto me
ayudas!!

A todos mis contactos del Facebook, Instagram y Twitter que gracias a ellos,
mis post recorren muchos kilómetros y entran en muchas casas.

A los grupos de lectura del facebook, El encuentro del Baúl, Acordes


Literarios, BANG, BANG! Léeme, club de lectura y El Aquelarre Nocturno
por sus lecturas algunas conjuntas que ayudan a que se me conozca más.

A mis compis de los cafés literarios, que aunque este año no han podido
realizarse (de momento) por el confinamiento que hemos tenido, deseando
estoy de volver a juntarnos.

A Luis Solis, mi corrector, por ayudarme en todo el proceso, no solo


corrigiendo si no aconsejándome. A sido un placer, bendito el día que te
conocí en ese curso que ofrecías.

A Javi (mi marido) porque es un pelusilla y también quiere salir aquí. Gracias
por todo tu apoyo y por ayudarme siempre.
Gracias por estar ahí y que este sueño siga cumpliéndose y estéis todos/as
siempre.

Siempre en mi corazón.

Os quiero.
ACERCA DEL AUTOR
LUISA J.C
Luisa Jiménez Carnero (Madrid, 1971). Vive en Getafe has el año 2000 que
se traslada a Parla.

A pesar de leer diversas obras de autores y temáticas diferentes, siempre se


inclinó por el género de la novela romántica, por lo que decidió dar un gran
salto y empezar a escribir. En Diciembre saca su primera novela "Jimena"
(2018), "Sole, Soledad" (2019) es su segundo trabajo. También ha
participado en una antología de relatos "Canfranc. Relatos de ida y vuelta" en
la cual han partiipado otros once escritores y todos los beneficios van para la
Asociación AlMa de Getafe que se encarga de los niños con discapacidad
severa.
"Entre nosotras" (2020) es su tercer trabajo y está escribiendo el cuarto que
verá la luz el próximo año.

Facebook: Luisa Jiménez Carnero, también puedes seguir su página Luisa J.C
Escritora.

Instagram: @luisajimenezcarnero

Twitter: @jimenezcarnero
LIBROS DE ESTE AUTOR
Jimena
Con motivo de la boda de una de sus mejores amigas, Carla, Jimena conoce a
un joven apuesto empresario. Debido a un desafortunado accidente, Jimena
no puede prestarle la atención que él se merece y ella querría darle, ya que se
debe a la obligación de cuidar de su amiga Iratxe, que ha sido la peor parada
del mismo.
¿Conseguirá Jimena conocer al hombre que con tan solo una mirada le ha
impactado tanto?

Sole, Soledad
El día de la boda de Jimena, una de sus mejores amigas, Sole, conoce a Javi
y, desde entonces, mantienen una relación muy práctica, ¿para ambos? Eso
supone Javi hasta que Sole cree que ha llegado el momento de poner punto y
final a esa "relación".
¿Estará Javi de acuerdo con todo lo que Sole ha decidido de un día para otro?
¿Se arrepentirá Sole de la decisión que ha tomado?

Canfranc. Relatos De Ida Y Vuelta


Querido lector: "Relatos de ida y vuelta" es un pasaje para viajar en el
tiempo, con la estación ferroviaria de Canfranc como punto de origen o
destino; un escenario inmejorable al que trasladarse en compañía de los
protagonistas de estas doce historias increíbles: felices o trágicas; realistas o
fantásticas; de amor o de humor; contemporáneas o de épocas pasadas o
futuros aún por llegar. Como decía Emily Dickinson, "para viajar lejos, no
hay mejor nave que un libro"; pero también "leer es viajar uno mismo", según
Juan Gelman. Esperamos que a través de estas páginas disfrutes de ambas
travesías.
Autores: Carolina B. Villaverde, Paulina Cierlica, Romani del Burgo Rubio,
Ana Escudero Canosa, Miriam Giménez Porcel, Juan Antonio González
Ruiz-Henestrosa, Luisa Jiménez Carnero (Luisa J.C), Esther Magar, Esther
Mor, Alejandro Morcillo Marín-Mora, Vanesa Sánchez Martín-Mora y Laura
Vélez.

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