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Ficha de la cátedra Psicología del Desarrollo

Piera Aulganier y el espacio que se anticipa al infans

Ya habíamos visto que el modelo propuesto por Winnicott implica un encuentros entre la madre y el bebé.
Ese dos en uno. Antes de analizar los hitos que constituyen al infans, definamos de qué hablamos cuando
hablamos de oferta materna. Esta teta ofertada por la madres desde luego es mucho más que un fragmento
de un cuerpo al servicio de la alimentación. Para esto nos apoyaremos en Piera Aulganier quien
precisamente titula su capítulo IV del libro La violencia de la interpretación, El espacio donde el Yo debe
advenir.
Sin embrago antes caracterizar ese espacio debemos hacer un rodeo por las novedades que esta autora trae
a la metepsicología feudiana

El modelo metapsicológico de la actividad representativa

Piera Aulagnier (1993) realiza, a partir de la metapsicología freudiana, un modelo del aparato psíquico
centralizado en su actividad de representación. Para esto retoma los procesos ya formulados por Freud, el primario
y el secundario, y le agrega un tercero: el proceso originario. Si bien cuando la psique ya está constituida funcionan
los tres procesos simultáneamente, en la historia de cada sujeto irán apareciendo en forma sucesiva en el siguiente
orden: originario, primario y finalmente el secundario.
Por actividad representativa se entiende el equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico
de la actividad orgánica. Esto es convertir en homogéneo u elemento heterogéneo. Está claro que en la psique el
elemento absorbido no es físico sino un elemento de información. Este trabajo de metabolización no se realiza
solamente con elementos exteriores a la psique, sino que cada uno de los tres procesos (originario, primario y
secundario) intentará integrar las informaciones que provengan de los otros dos.
A fin de ser sintéticos utilizaremos un esquema para explicar el funcionamiento del modelo de aparato
psíquico.

Proceso Postulado Instancia Producto


Originario Autoengendramiento Representante Pictograma
Primario Poder omnímodo del Fantaseante Fantasía
Otro
Secundario Causa inteligible en Enunciante o Yo Representación ideica
el discurso o enunciado

Cada proceso tiene lo que Aulagnier denominó postulado. El postulado hay que entenderlo como el
principio sobre el cual se considera homogéneo un elemento. Tomemos por ejemplo el caso del proceso secundario,
que si bien es el más tardío en aparecer en la historia singular de un sujeto, en cuanto coincide en parte con la
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estructura conciente puede ser el de más sencilla comprensión. El postulado del proceso secundario dice que todo
existente en la psique tiene una causa inteligible en el discurso. El Yo, que es su instancia, es decir el encargado de
realizar esta tarea de metabolización, solamente considerará como válido aquello que puede encontrarle un sentido.
El resto lo considerará extraño, sin sentido e intentará expulsarlo de la esfera de la psique. No olvidemos que cada
proceso, al considerar heterogéneo a los otros dos, considera que la representación de la psique que se hace
coincide totalmente con la instancia del proceso. En este caso, para Yo, no hay más psique que el Yo mismo. No
sabe o no quiere saber de la existencia de otras instancias psíquicas. Por lo tanto, conocer es hacer homogéneo al
Yo la heterogeneidad del mundo circundante.

“Si desplazamos a la esfera del proceso secundario, y del Yo, que es su instancia, lo que acabamos de
decir, podemos plantear una analogía entre actividad de representación y actividad cognitiva. El
objetivo del trabajo del Yo es forjar una imagen de la realidad del mundo que lo rodea, y de cuya
existencia está informado, que sea coherente con su propia estructura. Para el Yo, conocer el mundo
equivale a representárselo de tal modo que la relación que liga los elementos que ocupan su escena le
sea inteligible: en este caso inteligible quiere decir que el Yo pueda insertarlo en su esquema
relacional acorde con el propio.” (AULAGNIER, 1993, p. 26)

Pero como habíamos adelantado, cada proceso considera heterogéneo tanto a lo proveniente del exterior a
la psique, como a lo que le llega de las otras instancias. Por eso para el Yo lo que provenga del Originario o del
Primario también lo considerará sin sentido y negará su existencia.
El postulado de lo originario es el de Autoengendramiento. Este dice que todo lo existente es
autoengendrado por el mismo sistema que lo representa. Este funcionamiento, difícil de comprender para nosotros,
a quienes el sistema lógico conciente nos gobierna (o nos intenta gobernar) nuestra psique, se explica si pensamos
que lo originario corresponde a los primeros momentos de la vida, aquellos en donde aún no había diferenciaciones
yo/no yo y sólo había representaciones sensitivas. Si bien estas representaciones quedan absolutamente reprimidas
y en lo más interno de nuestra psique, no desaparecen nunca, y el proceso originario seguirá siendo un modo de
representación para toda la vida. En la vida adulta es muy difícil tomar contacto con lo originario, salvo en
patologías muy graves como la psicosis, pero si queremos tener algún indicio, aunque sea muy deformado,
podemos pensar en cuántas sensaciones (un aroma, una temperatura, una sonoridad, entre otras) nos producen
satisfacción o irritabilidad sin saber bien la razón de ese efecto.
El proceso primario coincide casi plenamente con lo que Freud denominó con el mismo nombre. Si bien ya
se cuenta con una distinción entre un yo y un Otro, la valorización de ese Otro es extrema. Su poder es absoluto
(más adelante veremos por qué), determinando que todo lo que existe en la psique es por su deseo. El producto de
este proceso son las fantasías inconscientes claramente ejemplificadas en los sueños.
Como vemos, no nacemos con un aparato psíquico constituido, sino que se va constituyendo en la historia
del sujeto. Si consideramos que no hay dos sujetos que tengan exactamente la misma historia, resulta imposible la
existencia de dos psiques iguales. De esto se desprende que no hay dos Yo iguales. En consecuencia, los
conocimientos del mundo objetivo, en tanto son interpretaciones del Yo, también son singulares.

El espacio donde el Yo debe advenir: sus ejes constitutivos.


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Aulagnier afirma la existencia de una sombra hablada constituida por los deseos maternos antes del
nacimiento de su hijo y, luego de producirse el mismo, se proyectará sobre el niño. Durante un tiempo la madre
tendrá como interlocutor no al infans real sino a esa sombra hablada. Gradualmente y por el reconocimiento de las
contradicciones e incongruencias ente el infans real y la sombra, la madre abandonará definitivamente a esta ultima
para dirigirse a otro separado e independiente de ella. Ahora bien, ¿por qué hablar de separación? Es que en los
momentos iniciales el poder materno fue absoluto.

Al nacer el bebé, como hemos visto, sólo cuenta como psique a su proceso originario. Demasiado poco
para subsistir física y psicológicamente. La madre funciona, entonces, como prótesis psíquica aportándole todo su
aparato psíquico, y especialmente su proceso secundario. Este proceso secundario será el encargado de interpretar,
según los códigos de la cultura en la que está inscripta, las necesidades y requerimientos del bebé. Por ejemplo, si
el bebé llora determinará si es por hambre, porque hay que cambiarlo, porque está enfermo, etc. Esta interpretación,
dice Aulagnier, es de carácter violenta, no sólo porque la relación de la madre y el infans es de una asimetría tal que
lleva al poder materno a lugares tan extremos como la posibilidad de disponer de la vida del infans, sino también
porque esa interpretación se realiza con un sistema simbólico que el niño aún no posee. Que ese llanto sea hambre,
es una arbitrariedad de la madre. Basta recordar las dudas y las angustias de muchas madres al estar seguras de lo
que le pasa a su hijo. Pero a esta violencia, lejos de tener una consideración peyorativa, Aulagnier le otorga un
poder humanizante: la madre al realizar esta violencia interpretativa hace ingresar al bebé al mundo humano; le
dice de alguna manera que en este mundo humano las acciones siempre están mediadas por símbolos (ese llanto, a
partir de ese momento, será el signo para expresar hambre, por ejemplo).
Ahora bien, el destino del infans deberá ser la conquista gradual de su independencia para incorporarse al
mundo social. Para que esto se produzca es necesaria la intervención paterna, que ya no viene a sostener al hijo
desde las necesidades biológicas, sino desde los requerimientos culturales. Si ejerce cierta función de separación de
su madre es para ofertarle el ingreso a una cultura de la cual es su representante.
Finalmente será el mismo campo socio cultural el que a partir de la oferta de una acuerdo, denominado
contrato narcisista, terminará de constituir las bases de su aparato psíquico. Este “contrato” establece compromisos
de intercambio entre el sujeto y el cuerpo social. El primero deberá aceptar los enunciados de fundamento, esos
sobre los cuales se edifica una cultura (y que la psicosis se empeña en cuestionar), y el cuerpo social le da un lugar
de pertenencia.
El resultado de estos antecedentes psíquicos es la constitución de un Yo, pero no un Yo substancial, sino un
Yo como proyecto. Aulagnier lo denomina proyecto identificatorio, que consistiría en la realización constante y
permanente del Yo. El Yo proyecta hacia el futuro lo que quiere ser. Lo hace a partir justamente de su historia. Pero
en el momento de realización percibe que no coincide lo proyectado con lo conseguido, empujando al Yo a la
elaboración de un nuevo proyecto futuro, pero ya con una nueva historia. Esta actividad permanente del yo es la
que lleva a plantear a Aulagnier que el “Yo no es más que el saber del Yo por el Yo” (1993, p. 26).
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AULAGNIER, P. (1993), “La actividad de representación, sus objetos y su meta”, en: La violencia de
la interpretación, Amorrortu, Buenos Aires.

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