Sei sulla pagina 1di 2

Nosotros, que nos queremos tanto

Por María Ignacia Schulz

No sé quién lo dijo, ni mucho menos cuándo. Pero cada vez más me convenzo de
que tiene razón: los seres humanos somos la peor plaga que jamás haya existido y
debemos desaparecer de la faz de la tierra. Para algunos puede sonar polémico y
mencionen nombres como el de la Madre Teresa de Calcuta o el de la princesa
Diana. Pero ese tipo de respuestas prefiero escuchárselo a las reinas de belleza.

Muchas veces me pregunto hasta dónde puede llegar la capacidad de destrucción


del ser humano. Seguir las noticias es una práctica masoquista por medio de la cual
nos laceramos, nos llenamos de rabia hasta que pasamos a la sección de
personajes famosos y soñamos con ganar la lotería para poder comprar la ropa con
la que aparecen en la foto.

Sí, los seres humanos somos una especie desconcertante, extraña, quizás a ello se
deba la fascinación que ejercemos y la creencia errada de nuestra necesaria
existencia.

Sólo algunos apartes: según los datos de la Encuesta Nacional de Demografía y


Salud presentados por la revista Semana, en Colombia 6 de cada 100 mujeres son
víctimas de violación sexual. Otro ejemplo: durante los inicios del proceso de
desmovilización de los paramilitares, el Fiscal General Mario Iguarán dijo que “en
número, hemos encontrado más fosas comunes con víctimas de los paras que las
que hubo en Chile durante la dictadura militar de Augusto Pinochet”.

Sumo además las víctimas de la guerrilla colombiana y las víctimas del Estado.
Hablar de “víctimas” es un modo bastante dulce de nombrarlas. Hablemos de
mujeres embarazadas, niños, ancianos, descuartizados vivos como forma de
entrenamiento; hablemos de niños, niñas, reclutados para conformar ejércitos.

Insisto, la capacidad de destrucción del ser humano no conoce límites. Es sólo una
cara de la moneda, pero como nuestra moneda tiene más de dos rostros, sería más
preciso decir que es sólo un lado de un polígono infinito, de múltiples polígonos, si
miramos la también brutal realidad de otros países.

Se dice que antes de mirar la astilla en el ojo ajeno, es mejor sacar la tabla del
propio, por eso quedémonos en casa que aquí hay suficiente ropa sucia para lavar.
Cuando me acerco a la sección de comentarios de un artículo, no puedo creer lo que
leo. Voces violentas, amenazantes, desean la muerte, discriminan, acusan sin
piedad. Las palabras exudan una rabia sin control.

Hace poco leía que estudiantes gays y lesbianas de una universidad privada
colombiana creaban un grupo por la diversidad sexual. La noticia me pareció
sobretodo valiente, pues en una sociedad como la nuestra, el hecho de mostrar
públicamente una tendencia sexual por fuera de lo aceptado puede llevar a la
muerte.

La mayoría de comentarios destilaban un odio sin límites y sentí asco. No seguí


leyendo pues imaginaba que cualquiera de esos comentaristas sería capaz de matar
con sus propias manos a cualquiera de estos jóvenes si lo tuviese enfrente. ¿Hasta
dónde hemos llegado?, ¿Qué más nos falta por hacer?

Y seguimos, muchos de los casos de mujeres asesinadas son encasillados como


“crímenes pasionales” o “crímenes aislados” a pesar de develar una violencia de
género (son violadas y marcadas antes de ser asesinadas). Algunas de estas
mujeres han sido relacionadas con la prostitución por tener implantes de silicona en
sus senos. Otra forma manifiesta de crueldad, insensibilidad e intolerancia.

El 25 de noviembre se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia


contra la Mujer, debería en sentido más amplio, celebrarse el Día de la Eliminación
de la Violencia contra Todos. Sólo que para ello tendrían que, paradójicamente,
atarnos a una cama.

Potrebbero piacerti anche