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EDUARDO LORA | 2017/08/17 00:00 REVISTA DINERO

¿Avalancha de venezolanos?
Ignorar las necesidades de los inmigrantes venezolanos
puede resultarle muy costoso al país. Mejor sería impulsar
un programa de ayuda internacional para asimilarlos.

La penuria y el hambre están acechando a los venezolanos. El ingreso per


cápita ha caído 51% desde 2013. El salario mínimo alcanza para comprar
apenas 12% de lo que compraba en 2012 (medido a la tasa de cambio del
mercado negro), o una quinta parte de los alimentos que puede adquirir el
salario mínimo colombiano. La tasa de pobreza pasó de 48% en 2014 a
82% en 2016. Los venezolanos están comiendo tan poquito, que tres de
cada cuatro han perdido involuntariamente en promedio 8,6 kilos de
peso. La mortandad entre los recién nacidos en hospitales públicos se ha
multiplicado por 100 desde 2015. (Todo esto según la recopilación de
indicadores de la crisis que han hecho Ricardo Hausmann y su equipo de
Harvard).

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podemos esperar

Obviamente, el éxodo es creciente. En los cuatro últimos años han


emigrado más de un millón, como se deduce del número de venezolanos
que votaron en el extranjero en la consulta popular del 16 de julio
convocada por la oposición: 720.000, en comparación con 62.311 que
votaron en las elecciones presidenciales del 2013.

Christian Krüger, director de Migración Colombia considera que “decir


que hay éxodo masivo de venezolanos es generar falsas alarmas”. Sin
embargo, la introducción el pasado 3 de agosto del Permiso Especial de
Permanencia para normalizar (por dos años) la situación de unos 150.000
venezolanos que tienen sus permisos vencidos y unos 60.000 más con
permisos vigentes, es un reconocimiento de la gravedad de la situación.
Puesto que el Permiso autoriza a los inmigrantes a trabajar, también es
un acto de solidaridad, más acorde con las normas humanitarias que la
actitud anterior, que impedía trabajar a los inmigrantes venezolanos. El
primer día se expidieron 22.000 permisos. (Vea “Venezolanos Sí, pero
No”).

Pero el asunto no parará aquí, y la Cancillería lo sabe. Para ponerle orden


a la circulación de venezolanos en las zonas de frontera, ha creado una
Tarjeta de Movilidad Fronteriza que permite permanecer en lugares cerca
de los puntos de entrada al país. La Tarjeta no permite trabajar ni ir a
otros lugares, pero aparentemente no exige tampoco salir del país (en un
período de dos años). Esto puede ser una bomba de tiempo pues será una
carga social muy pesada para los sitios receptores y porque a la larga
estos inmigrantes irán a parar a las grandes ciudades donde, por carecer
de papeles, estarán condenados a trabajos poco productivos. Tampoco se
sabe qué pasará al cabo de los dos años con los venezolanos con Permiso
Especial (que sí están autorizados para trabajar).

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Colombia debe avanzar más en su nueva actitud humanitaria hacia los


inmigrantes venezolanos. En lugar de negar que hay un éxodo masivo y
hacerse la ilusión de que los inmigrantes estarán aquí de manera
temporal, el país debería promover una estrategia de apoyo internacional
para absorber a los venezolanos. Con seguridad Colombia puede hacer
un uso más efectivo de la ayuda internacional que Venezuela, donde todo
se lo chupa el hueco negro de la corrupción y la incompetencia oficiales.

Un programa de esta naturaleza utilizaría la ayuda internacional, en parte


para subsidiar temporalmente a los inmigrantes de forma que puedan
instalarse dignamente y buscar trabajo, y en parte a los gobiernos locales
para que puedan ofrecerles servicios básicos de salud, educación,
capacitación e integración laboral.

Un programa así beneficiaría no solo a los inmigrantes, sino a las


ciudades colombianas que acepten implementarlo: si se logra una
asimilación ordenada, habrá mayor diversidad laboral y surgirán nuevas
empresas. De lo contrario, aumentará la informalidad y la pobreza, y
tarde o temprano estaremos desbordados por la intransigencia contra los
inmigrantes. Colombia no tiene ninguna experiencia en estos procesos,
pues es uno de los países más cerrados del mundo a los inmigrantes
extranjeros. Es el momento de aprender de los aciertos y errores de otros
países, en lugar de hundir la cabeza en el suelo como el avestruz. (Vea:
“La riqueza de las ciudades”).

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