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UN HOMBRE PARA LOS SIN

ESPERANZA
Alfonso de Liguori
PROEMIO

El domingo 26 de enero de 1986, en la emisión francesa EL DIA DEL SEÑOR,


escuché al predicador de la Misa televisada lanzar esta afirmación “La menor
biografía de un hombre célebre requiere al menos de seiscientas páginas”. Tomé nota
en caliente, porque por el golpe me encontraba absorbido, confortado, aprobado, por
la “palabra de Dios”, si os agrada. Había en efecto escrito, de San Alfonso María de
Liguori, una biografía de seiscientas treinta páginas, sin contar las notas y los índices.
Luego, desde el primer capítulo, había tenido el cuidado de ser breve. San Alfonso
había vivido 91 años, observando el voto de no perder un minuto de tiempo. Esto
acumula dos o tres vidas en una sola, dos o tres siglos.
El volumen apareció en 1982 con ocasión del doscientos cincuenta aniversario de los
Redentoristas, fundados por Alfonso en 1732. El fundador murió 55 años más tarde,
obispo retirado, el 1 de agosto de 1787. Nosotros celebramos entonces el bicentenario
de la santa muerte del Gran Doctor de la Iglesia. En esta solemne ocasión y para estos
que no tienen tiempo de leer, he aquí, no un resumen del SANTO DE LAS LUCES,
sino un breve vistazo biográfico y espiritual de este que fue y nos dijo lo mejor de
aquel que quiso ser y permanece hoy día UN HOMBRE PARA LOS SIN
ESPERANZA”.
Unas gracias calurosas al Padre Pedro Kernilis por la fraterna y preciosa cooperación
que ha tenido a bien proporcionarme.

Título original UN HOMME POUR LES SANS ESPOIR


Autor P. Theodule Rey Mermet C.Ss.R.
Tradujo P. Angel Montesdeoca V. C.Ss-R.

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1.- LO TENÍA TODO PARA SI
Primera dama de Roma, heredera de la sangre, de la fortuna y de la gloria de los
cónsules y de los generales que habían hecho la Ciudad eterna, Paula (347-404), había
dejado todo por huir a un monasterio en Belén y vivir allí como una pobre. A su
muerte “la santa” fue llevada en triunfo a su tumba por obispos, y venerada por toda
Palestina. Su maestro y amigo San Jerónimo escribió su elogio fúnebre; y él tuvo esta
frase que marcó a la Iglesia por siglos.
“El título de Paula a nuestros homenajes, no es por haber poseído la riqueza y el
prestigio de los honores; es al contrario, por haber renunciado a estos bienes
perecederos, por amor a Cristo. Así que ella ha obtenido el céntuplo prometido por el
Señor a aquel que lo ha dejado todo por Él: conocida solamente en Roma mientras
permaneció dentro de sus muros, Paula es celebrada en el mundo entero luego que ella
fue a ocultarse en Belén” (Cartas 86, Epitaphium Paulae).
Estamos en el siglo IV. Las persecuciones acaban de terminar. Era preciso, para
testimoniar a Jesucristo, otra clase de “mártires” que las víctimas de la espada y los
leones. La renuncia espectacular de Paula y el texto famoso de San Jerónimo crearon
el nuevo criterio de la santidad: serán mártires (testigos) de Cristo, aquellos que lo han
dejado todo por Él.
Pero para dejar, es necesario primero tener todo o casi todo. La santidad espectacular
tiene algunas excepciones, será sólo reconocida solo a los nobles y los ricos. Los
mártires de sangre serán reemplazados por los mártires del renunciamiento. Abrid el
Breviario preconciliar y leed las “vidas breves” de los santos del Oficio de Maitines:
constataréis que las dos terceras partes de las modelos del calendario litúrgico “son
nacidos de familia noble, ilustre o antigua, patricia o principesca, ciertamente real”. En
suma, eran reconocidos como santos todos aquellos que habían respondido con un “si”
heroico a la vocación rechazada por el joven rico y noble de los evangelios.: “Tú
tienes todo para ti. No te falta más que una cosa: abandonar todo para seguir a Cristo
pobre y sufrido”. Este fue el caso de Alfonso María de Liguori: EL LO TENIA TODO
PARA SI.
Nacido en Marianella, cerca de Nápoles, en la mañana del 27 de septiembre de 1696,
era el hijo mayor de los esposos LIGUORI—CAVALLIERI. El derecho de la Mayoría
le hacía entonces el heredero de los títulos y bienes familiares, promediando algunos
deberes con relación a sus hermanos y hermanas. Herencia opulenta. Desde hacía siglos
en efecto, los Liguori eran caballeros napolitanos de la “SEDE” de Portanova; luego,
escribe un viajero del siglo XVI, “los napolitanos menosprecian al resto de los
italianos, la nobleza menosprecia a los napolitanos; los caballeros de Sede
menosprecian a los otros nobles”.

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Es cierto que los caballeros napolitanos, grandes administradores de los “barrios” de la
capital, daban envidia por sus privilegios, a las familias más tituladas del Reino de
Nápoles. Haciendo honor al león de sus escudos, los Liguori tenían un concepto altivo y
lo celebraban de padres a hijos. El abuelo de Alfonso, se había batido en duelo a sus
setenta años. Su padre, Don José de Liguori, adscrito a la flota militar, estaba a un paso
de ascender a comandante de galera. Además de lo dicho, era también hombre de
negocios muy activo y astuto. ¿Rico por avaro?, ¿Avaro por rico? Los dos sin duda.
Hombre de puño en la casa; temible en el mar a los turcos y a los corsarios. León, cuya
fe y su hijo, terminaron por convertirle en cordero.
La madre, doña Ana Cavallieri, tenía también un partido prestigioso; su padre se
sentaba en la Corte Suprema; su hermano mayor Emilio será, a los 30 años, obispo de
Troia, mientras que el menor llegará a ministro de justicia, después de la guerra. De
caracteres espinosos, estos Cavallieri, pero Ana entre ellos, era la rosa, todo dulzura y
de fe ardiente. Descendía, por su madre, de una familia de marqueses españoles, los
Avenia.
Como la lengua materna, la piedad se aprende de los padres, por esto el fervor de
Alfonso niño va a Jesús en la pasión y a la Virgen María.
La baja Edad media, con Francisco de Asís, la “devoción moderna” y la mística
holandesa, habían considerado a Cristo clavado en la cruz, menos Salvador “que atrae
hacia Él a todos los hombres (Jn.12, 32), que al hombre de los dolores, torturado y
muerto por nosotros., De ahí que, entre los pintores, un realismo progresivo que quería
conmover las sensibilidades: “en el siglo XIV, la mirada torturada: en el XV, las
llagas sangrantes. Los predicadores del barroco habían tomado como resultado en
descripciones realistas los tormentos de Cristo: en bofetones, escupitajos, espinas y
azotes, cruz y clavos, “las cinco llagas” y las otras hasta olvidar demasiado la
Resurrección. La devoción popular se expresaba en procesiones penitenciales,
flagelaciones, viacrucis, calvarios, novenas del crucifijo. “Ecce Homos”, trágicas y
punzantes Vírgenes con siete espadas.
No vamos a menospreciar esta piedad demostrativa y sus devociones extralitúrgicas.
Son ellas las que han permitido a la fe vivir y transmitir a las generaciones que podían
encontrar allí, comprender y participar, al margen del latín oficial que les dejaba
sordos y mudos.
Las multitudes cristianas no buscaban más que un refugio al temor del infierno; ellas
proclamaban elocuentemente el amor de Dios, la victoria de Cristo sobre el pecado y
la muerte; ellas presentaban al Padre, la intercesión de las lágrimas y de la sangre de su
Hijo; ellas invitaban a juntar sus sufrimientos a la pasión de Jesús, y sobre todo a
devolverle amor por amor.
La Nápoles del siglo XVIII no estaba atrasada. Allí se contaban, en tiempo de San
Alfonso, al menos doce iglesias dedicadas al Salvador y siete al “Cristo Milagroso”,
de los cuales el más venerado era aquel del Carmen. Los jesuitas napolitanos eran entre
los más ardientes promotores del culto a la Pasión. Uno entre ellos, Francisco de
Jerónimo, era capellán de las galeras y amigo de la familia Liguori. ¿Es por su
influencia que Don José, una vez comandante de galera, confió su alma, su vida y su

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buque al Salvador sufriente? Su camarote era una verdadera capilla de Cristo en
pasión; y allí veneraba cuatro estatuas en madera pintada: Jesús en agonía, en la
columna de la flagelación, expuesto al pueblo, llevando la cruz.
Alfonso creció entonces, con los ojos y el corazón fijos sobre el Crucificado. A los
veintitrés años, el joven abogado, expresará sobre tela, una pintura emocionante, su
visión mística de CRISTO EN CRUZ, muerto por nosotros: cubierto de sangre
redentora, la mirada resplandeciente de perdón y de paz. Más tarde, dedicará a la santa
pasión una decena de libros y opúsculos; no escribirá sino a los pies de un conmovedor
Crucifijo y delante de la MADONA del Buen Consejo.
La MADONA. Si Nápoles había dedicado doce Santuarios a San Salvador, ella había
construido doscientos catorce a Nuestra Señora. Hacia 1775, un sacerdote calabrés,
Don Leonardo Rolli, publicará Un nuevo proyecto de reforma de la Iglesia en donde él
blandirá su aguafiestas, entre otras, contra la piedad mariana. Irá contra las Letanías
de Loreto como “ridículas y desprovistas de sentido; la Salve Regina que se atreve a
llamar a María “nuestra esperanza·, nuestra abogada; al escapulario; al rosario, estas
“devocioncitas”. A todo esto Alfonso escribirá una “Breve Respuesta” de una decena
de páginas que concluirán con estas palabras: “estas prácticas tan piadosas me han sido
caras desde mi tierna infancia”. Luego de su “tierna infancia” El Ángelus tres veces
al día, abogado, obispo, viejo impotente, al primer tintineo de la campana, se pondrá de
rodillas donde se halle, en la calle, sobre el lodo, para adorar la Encarnación de Dios
en María: luego sordo, ordenará que se le llame la atención; impotente, se postrará sin
embargo por tierra, de donde no podrá levantarse. Fidelidad a la fe tomada de su madre
y vivida cotidianamente con ella.
Hubiera sido una lástima que Alfonso fuese él solo en beneficiarse de esta madre
excepcional. Tranquilícense. En el decenio 1696-1706 después de este `pequeño
contratiempo nacieron Antonio, las gemelas Bárbara y Magdalena, Cayetano, Ana-
María y Hércules. Cuatro chicos y cuatro muchachas; pero la gemela Magdalena es
ignorada por casi todos los biógrafos de Alfonso, parece que ella murió poco después de
su bautismo. Antonio será benedictino y Cayetano sacerdote diocesano; Bárbara y Ana
María llegarán a ser Sor María Luisa y Sor Mariana entre las franciscanas. Teresa
María se casará con el Duque del Balzo; Hércules… de hecho, es el heredero que le
tocará en suerte. Asunto a seguir…
Admirando. Doña Ana era una dama más de sus tiempos. Los nobles hacían niños, pero
dejaban su criatura a personas de servicio. Ella se reservó este cuidado exclusivo. .
El P. Antonio María Tannoia, discípulo y eminente historiador del santo... averiguará y
anotará este testimonio de su hermano Cayetano:
“Todas las mañanas, mamá nos bendecía a cada uno de nosotros y nos ayudaba a
expresar a Dios sus sentimientos de piedad. Cada tarde, nos reunía alrededor de ella y
nos enseñaba los primeros elementos de la fe cristiana, recitaba con nosotros el rosario
y algunas oraciones en honor de sus santos. Velaba para no dejarnos frecuentar amigos
sospechosos. Y ya que la gracia previene la malicia que nos presiona en buena hora el
hábito de odiar el pecado, cada semana nos llevaba con ella a la iglesia de los
Oratorianos, a confesarnos con el P. Pagano, su confesor, que era de nuestra parentela”.

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Teólogo y santo, este lejano primo de Ana Cavallieri. A pesar de su juventud, apenas
pasado los treinta años, tenía ya una gran reputación en toda la ciudad. Nos gustaría
conocerle más, a este Padre Pagano que será durante treinta años, el confesor y director
espiritual de San Alfonso de Liguori. ¿Qué dije? ¿Durante treinta años? Bien, luego:
cuando Alfonso tenga treinta y seis años y sea llamado a dejar Nápoles, Pagano le
proporcionará esmeradamente sus orientaciones anotadas en su diario (libreta de
bolsillo) los acontecimientos de toda su vida. Se sabe, por otra parte, que el eminente
Oratoriano tenía, después de Dios, tres pasiones: el trabajo intelectual, la Virgen María
y San Felipe Neri (1515-1595), su fundador.
Felipe Neri había trasmitido a su obra y a sus hijos su personalidad misma, toda de
amor y de libertad, de humildad y sencillez, de fervor a la plegaria y a los Sacramentos,
de alabanza y de alegría participativa. Para él, el signo de Dios era una alegría radiante:
Su célebre refrán. Alegremente (sed alegres), que tomará muchas veces Alfonso, era
un arma irresistible de conquista apostólica. Por ella, el atraía a los hombres y los
conducía a Dios en su ronda riente y cantante. Sobre todo a los jóvenes. Amaba el
refrán moderno
“Yo creo en el Dios que canta
y hace a la vida canta

El Oratorio de Nápoles había sido fundado en vida de Felipe. Era entonces la única
filial del de Roma. Todo en Nápoles era de Neri. Por lo mismo, Alfonso vivió allí
cuando niño, casi todos los domingos, luego de joven, hasta los veintisiete años, al
principio en la Cofradía de los Jóvenes nobles, después en la de Doctores. El Padre
Pagano animaba la primera. Y tenía, cada domingo, la confesión, una gran misa
exultante con la comunión semanal; luego, después de mediodía, las Vísperas
solemnes, la caminata recreativa a la Villa “Filipina” de Miradois donde se desarrollaba
su “suite” de entretenimiento, de predicaciones, de oraciones, de lecturas, de historias,
de cantos y de juegos.

Precisamente, un después de mediodía de primavera de 1707 o 1708 – Alfonso tenía


unos doce años, escribe Tanoría, a la hora del descanso, un grupo decide jugar a las
bolas con naranjas.
“Alfonso, le dice un grandulón, ¿tú eres de la partida?
No conozco este juego.
- Tanto mejor, piensa el otro. “Se tira hacia los hoyos”. Pero se juega por plata como los
mayores. E insiste.
- Pero si tú no sabes, aprenderás. Es muy fácil. Vamos, coge tus bolas.
- Y las pone en las manos de Alfonso. Tanto y tan bien que el niño fue de la partida.
Más hábil de lo que se pensaba, sucedió que ganó, golpe tras golpe treinta vueltas en
seguidilla. Estupor entre los participantes, despecho en algunos por la derrota. Uno de

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los más crecidos, aquel mismo que le había obligado a participar del juego, le increpó
con cólera estúpida. ¿Y eras tú que pretendías no saber jugar? Y sin controlarse, profirió
una palabra obscena.
Alfonso se sonrojó y le enfrentó:
¿Es necesario ofender a Dios por algunos centavos? ¡Aquí tienes tu dinero!... Arrojó las
monedillas por tierra y desapareció en la espesura del bosque.
El tiempo pasa. La tarde cae. Llega la hora de regresar. El Padre Prefecto reúne a su
pequeño mundo. Faltaba Liguori. Se le llama. Ningún eco. Se le busca por los
matorrales del gran parque. Un grupo termina por descubrirle de rodillas delante de una
imagen de la Virgen. ¨Él la llevaba siempre sobre sí. La había guindado, colgándola de
un arbusto de laurel o de un boj. Estaba totalmente absorto en su plegaria,
completamente fuera de este mundo sensible, fue necesario un tiempo para que el
alboroto o los gritos de su alrededor le sacara de su éxtasis”

Se adivina la impresión de los jóvenes caballeros. Algunos años más tarde, un testigo de
la escena la contará con emoción a los redentoristas de Ciorani con este comentario:
“esto que Uds. no saben es que era ya un santo desde su infancia”.
No es necesario decirlo tan pronto. Siempre hay, desde antes de su Primera Comunión,
que tuvo lugar sin duda el 26 de septiembre de 1705, la gracia del pequeño Alfonso
fue la de acoger en su corazón dócil y generoso las riquezas del espíritu: la convicción
que la santidad es fácil y accesible a todos; la visión de un Dios más sensible al
corazón que a la inteligencia; el horror al pecado y el amor del baño espiritual; la viva
conciencia que la comunión frecuente es, no la recompensa, sino el alimento de toda
vida cristiana; la fuerza estimulante de la lectura espiritual, especialmente en la historia
de los santos; la dinámica expresiva y apostólica de los cánticos y de la música; los
recursos vitales de la oración, de la adoración eucarística; y un amor ardiente a María.
María… A los doce años, Alfonso de Ella levaba continuamente sobre si la imagen
amada. ¿Piense Ud. que esto sea tan frecuente? Ella está allí, brocal, recurso, luz,
ternura y fuerza. Ella también era todo para él.

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2.- CABEZA DURA

1515: Batalla de Marignan, nacimiento de Felipe Neri y de Teresa de Ávila.


1622: canonización de Felipe Neri y de Teresa de Ávila; muerte de Francisco de Sales.
Estos serán, un siglo más tarde y por vida, los tres grandes maestros espirituales de
Alfonso de Liguori.
Pero, cuando Alfonso vino al Mundo, el 27 de Septiembre de 1696, al ángelus del alba,
Voltaire tenía dos años. Al mismo tiempo crecía el verdadero y buen grano, el
destructor y constructor de la fe y del amor; casi al mismo tiempo ellos partirán al
tribunal de Dios “Liguori y Voltaire, escribe Harnack, son exactamente, los dos
conductores de las almas de las naciones latinas”
Niños, ellos empezaban los mismos estudios clásicos, seguían el mismo Directorio de
los Jesuitas. Voltaire en el Liceo Luis el Grande, Alfonso en su palacio familiar de
Nápoles, en el barrio dei Vergini. Sus padres en efecto estaban de acuerdo en no enviar
a su hijo al colegio. Se lo instruiría a en la casa. Los jóvenes caballeros de las familias
opulentas eran muchas veces “escolarizados” a domicilio por un preceptor residente,

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generalmente eclesiástico y por maestros especializados venidos de afuera para
lecciones particulares. Don José de Liguori, que había decidido que su primogénito
sería el primer gentil hombre del reino, lo tomó como cuestión de prestigio. Su niño no
corría el peligro de ponerse en contacto con camaradas de bajo relieve, piensa su
madre. Y se le tendría bajo mano para el trabajo, se dice el padre. De hecho este “forzar
prodigioso al que fue sometido este joven alumno nos lleva a pensar que aprovechó
de su precocidad y de su rara inteligencia para someterle a los libros aún más de lo
normal. Y a quemar etapas.
El preceptor fue el excelente Don Domingo Buonaccia, sacerdote calabrés, “profesor
patentado de Gramática, de Humanidades y de Poesía, reconocido en la ciudad de
Nápoles”. El niño adquirió con él la maestría en el toscano, latín, griego, francés,
lengua usual por toda la sociedad culta, y español, lengua de estado, ya que Nápoles
estaba gobernada entonces por un virrey español, en nombre del rey de España. Otros
maestros escogidos entre los mejores, llegaron a asegurar sus lecciones de filosofía
(donde entraban entonces las ciencias), de Matemáticas, etc. El iniciar a las “artes
nobles” de la equitación y la esgrima. Gaetano Grecco hizo de él un virtuoso del
clavicordio y un músico apasionado y completo. Francisco Solimena lo llevó a una
maestría completa del dibujo, de la pintura, y de la misma arquitectura. Es esta
competencia en la materia que le permitirá realizar o por lo menos controlar los planos
de sus conventos y escribir un día a un superior como debe construir: “Para todo
problema, por mínimo que sea, que se presente referente a esta construcción, le digo lo
que yo siempre le he dicho: tenga en cuenta lo que dice el arquitecto, y no lo que digan
nuestros padres, estos no entienden nada en este género de cosas”. . Precocidad apenas
creíble, pero de esto los documentos dan fe. A los doce años, Alfonso había terminado
brillantemente sus estudios secundarios y tocaba a la puerta de la Universidad. En
septiembre de 1708, fue admitido previo un examen tenido ante el genial Giambattista
Vico, profesor de Retórica, Pero, ¿en qué facultad iban a inscribirlo sus padres? Su
ascendencia paterna era militar; su padre mismo le hacía dormir, una vez por semana,
en el pavimento, para endurecerle, en vista de una carrera de soldado Pero su familia
materna estaba compuesta de juristas que el derecho había elevado a las más altas
magistraturas. Ahí estaba el porvenir. Don José decidió entonces que su hijo mayor
sería abogado: “la magistratura de pie” enriquecía abundantemente a los contendores,
mientras que la “magistratura sentada” conducía a los buenos jueces, al Consejo Real y
a las butacas ministeriales. El dinero y el poder juntos.
Para estimular a su hijo al trabajo, el padre se ponía muchas veces a soñar a todo lo alto
delante de él, de este porvenir rico e influyente... El hijo espiritual de Ana Cavallieri y
de Felipe Nery contará más tarde que le venía a la memoria esta palabra de los
Evangelios: “¿De qué le sirve al hombre ganar el universo si llega a perder su alma?”.
Muchas veces este adolescente lúcido amaba la vida y allí disfrutaba. Practicaba la caza
y en raras ocasiones de descanso, por el placer de respirar y… sin remordimientos
ecológicos: su miopía aseguraba la vida hermosa a todo pájaro al que apuntaba con su
fusil. Amaba el juego. El severo comandante toleraba la partida de cartas cotidianas,
por la tarde, con un amigo de estudios, Baltazar Cito, pero una hora, no más. Cultivaba
la pintura y continuaba con frecuentar el taller de Francisco Solimena. Era más
apasionado por la música e iba al teatro a solazarse de las orquestas y aires de óperas.

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Pero esto no eran más que intermedios a un estudio encarnizado del derecho: derecho
romano y derecho consuetudinario, derecho feudal y derecho canónico.
Todo estaba dirigido al triunfo del hijo mayor. Los Liguori-Cavallieri habían dejado su
barrio Dei Vergini (barrio de las Vírgenes) para ir a instalarse en la Vía de los
Tribunales y junto a la Universidad y no lejos del Palacio de Justicia. A quinientos
metros apenas del Santuario de Nuestra Señora de las Mercedes, que pronto llegará a
ser el lugar de encuentro de amor del joven caballero.
Caballero Napolitano, lo fue plenamente, cuando el 5 de Septiembre de 1710 tomó
posesión de su sillón, entre los magistrados de la Sede de Portanova. Magistrado, lo
fue plenamente cuando conquistó “con la más grande admiración del jurado”, su título
de Doctor en Derecho Civil y Eclesiástico... La ley exigía del candidato que tuviera 20
años cumplidos, cinco años de matriculado y diez semestres de estudios efectivos en
la Universidad. Nuestro joven prodigio recibió del Virrey dispensa de tres años y
cuatro meses, Alfonso recibió el anillo de Doctor, el birrete de juez y se le enfundó en
una toga de abogado bajo la cual desapareció casi completamente... Su Diploma
oficializado con el sello real, le autorizaba desde entonces a tratar los más graves
asuntos de los demás que, como minero, él debía esperar todavía dos años antes de ser
habilitado a regir los suyos propios.
La ceremonia de investidura de los nuevos doctores se terminaba con el compromiso
solemne de sostener el dogma, tradicional, en la época todavía no definido, de la
Inmaculada Concepción de la Virgen María. Entonces, en este sábado 21 de enero de
1713, Alfonso María de Liguori pronunció este texto oficial, oficial ciertamente, pero
que cada nuevo doctor lo firmaba con su mano, algunas veces con su sangre.
“Yo, Alfonso María de Liguori, muy humilde servidor de María siempre Virgen, Madre
de Dios, prosternado a los pies de la Divina Majestad, en presencia de la inefable
Trinidad de un solo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, tomando como testigos a todos
los habitantes de la Jerusalén celeste, yo creo fielmente de espíritu y abrazo
verdaderamente de corazón y lo proclamo firmemente con la boca, que tú, Madre de
Dios, siempre Virgen, has sido objeto de parte de este Dios que puede todo, de un
privilegio absolutamente único: tú has sido completamente preservada de toda mancha
de pecado original desde el primer instante de tu concepción. En público y en privado,
hasta el último suspiro de mi vida, enseñaré esta doctrina y me empeñaré con todas mis
fuerzas a que los otros la tengan y enseñen. Así yo proclamo, así prometo, y así juro;
y que así Dios me ayude y sus santos evangelios”.
Este juramento no era un gesto de la Contrarreforma. La práctica del mismo había
nacido en 1497, en la fe y el fervor de la Sorbona. Progresivamente, del Norte al Sur,
había ganado ciento cincuenta Universidades de Europa. Es el Virrey español Pedro
Girón, duque de Ossuna, fue quien que lo impuso en 1618, a los magistrados, barones,
doctores y profesores del Reino de Nápoles.
¿Una formalidad convencional? Para otros, sin duda, más en este compromiso de fe y de
amor, nadie fue más libre y más dichoso que nuestro joven caballero. Treinta y siete
años más tarde, escribiendo nueve sermones para las fiestas de Nuestra Señora,
concluirá así aquel sobre la Inmaculada Concepción:

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“Pongamos fin a este discurso. Me he extendido más que en otros, porque nuestra
pequeña Congregación de Redentoristas tiene por Patrona principal a la Virgen María
bajo el título, precisamente, de su Inmaculada Concepción”.
Y renovará en estos términos el juramento de sus dieciséis años:
“Oh Reina mía Inmaculada, mi alegría es inmensa al verte enriquecida de pureza tan
grande. Yo agradezco y agradeceré por siempre, a nuestro común Creador por
haberte preservado de toda mancha de pecado. Sí, creo con certidumbre; y por
defender este grande y singular privilegio de vuestra Inmaculada Concepción, estoy
listo, y me comprometo con juramento a dar, si es necesario, mi vida misma”.
“Alfonso, para iniciarse en la práctica de su oficio, escribe Tannoia: “su padre le colocó
junto a una celebridad de su tiempo, un jurisconsulto de renombre, Andrés Jóvene”,
presidente de la Vicaría, Corte de Apelación Civil y Criminal para todo el Reino.
Terminadas los partes de asuntos en el buffet de Cito; ellas fueron reemplazadas por la
academia de jóvenes juristas que animaba cada tarde Domínico Caravita, presidente de
la Suprema Corte, el Sacro Real Consejo. Terminados sus dos años de pasantía, a sus 19
años, el más joven abogado del buró napolitano entra en liza. Se trazó doce reglas en
las que “meditaba con frecuencia”:
1. No servir jamás una causa injusta; porque así se pierde su conciencia y su
reputación.
2. En una causa, aún justa, no está permitido una maniobra ilegal o inmoral.
3. No cargar a su cliente con gastos superfluos; si no el abogado estará obligado a
restituirlos.
4. Tratar los intereses de sus clientes con todo cuidado como si se trataran de sus
propios intereses.
5. Estudiar toda la documentación, a fin de sacar de ella argumentos sólidos.
6. Los atrasos y la negligencia del abogado traen con frecuencia perjuicio al cliente;
entonces el abogado estará obligado, en justicia, a reembolsar.
7. El abogado debe implorar la ayuda de Dios… ¡Dios! ¿no es acaso el primer
protector de la justicia?
8. Se hace daño cuando se recarga de asuntos que su talento, sus fuerzas o su tiempo
no pueden defender eficazmente.
9. Justicia y probidad son las compañías inseparables del abogado; cuidar siempre
como a las niñas de sus ojos.
10. Un abogado que pierde una causa por su negligencia, incurre en la obligación de
reparar todos los daños sufridos por su cliente.
11. En la defensa de una causa, no decir nada más que la verdad, no ocultar nada más,
respetar al adversario, apoyarse sólo sobre la razón.
12. En fin de cuentas, las virtudes que hacen al abogado son: la ciencia, la dedicación,
la verdad, la fidelidad, y la justicia.
No está fuera de moda del todo, este pequeño tratado de Moral profesional. No se
pierde nada, muy al contrario. Se dice en los palacios y en los salones: “es competente
este abogado de 19 años, y maduro y trabajador y hábil y–maravilla,- honesto como él
que más y no se permite nada cuando tiene tantas ocasiones de ser ladrón”.

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Y luego, su madre era una Cavallieri y los Cavallieri se encontraban, desde hacía largo
tiempo, entre los reyes de los Tribunales, donde José era ministro; la familia estaba
también en la corte de Viena desde 1707, dato en el cual la corona de Nápoles había
pasado de los Borbones de España a los Hausburgo de Austria. Don Alfonso no contaba
entonces 20 años y las causas afluían y pronto, las más importantes. Cada uno quería
depositar en tales manos sus intereses.
Y con razón: uno de los primeros biógrafos del santo escribió en 1834; “Se puede ver
en el Catálogo de las sentencias que de 1715 a 1723 (sus etapas terminadas), tiempo
en el que Alfonso ejerció la profesión de abogado, jamás perdió un proceso”.
Casi al mismo tiempo, su padre alcanzaba el zenit de sus ambiciones. Un decreto
imperial del 27 de junio de 1716, le transfería de la Padrona a la Capitana, la galera
almirante, con el grado de teniente- coronel y el sueldo, el más redondo de toda la
Marina activa: cincuenta y cinco ducados al mes.
Una tristeza sobre esta gloria: su viejo amigo de treinta años, el capellán de las galeras,
el jesuita Francisco de Jerónimo, no subiría más a bordo durante las escalas en el
puerto de Nápoles: acababa de morir el 11 de Mayo precedente.
“Este santo Jesuita, debió pensar Don José, con una sonrisa dolorosa, ¡ha predicho que
su hijo mayor llegaría a ser obispo y a ¡nonagenario!.. Él tenía el don de hacer milagros,
mas ciertamente que no el de la profecía! ¿Nonagenario mi Fonsito? No lo quiera Dios
¡¿Y por qué no centenario? ¿Pero Obispo? El país tiene 50 de estos, mientras que no
hay más que un Presidente del Sacro Real Consejo1... ¡Eh ahí un buen partido!, mi hijo
mayor, para suceder al presidente Doménico Caravita”.
Y para esto tomó los medios necesarios, Don José- Porque si le toleraba a su hijo los
atardeceres mundanos, él le llevaba también, desde los 19 años, al retiro cerrado que él
hacía cada año, durante la Semana Santa, donde los jesuitas de la Conocchia o donde
los lazaristas, del Barrio Dei Vergini), sus antiguos vecinos. Luego del primer retiro en
La Conocchia, 1714, Alfonso fue amante irresistiblemente fijo por lo absoluto del
Amor. Puede ser que entonces hizo el voto de castidad y tomó la resolución de entrar
donde los teatinos.
Desde entonces y durante nueve años –1714-1723- rechazó todos los miríficos
proyectos de matrimonio que no cesaba de proponerle Don José, y la imposibilidad de
revelar su secreto a este padre dominador y colérico que no hubiera podido
comprender ni tolerar.
El más prestigioso de estos “idilios” tomó sesgo inesperado. El matrimonio estaba ya
“hecho” en la cabeza de sus padres, entre el hijo mayor de Don José y la hija mayor de
su primo Don Francisco de Liguori, Ella se llamaba Teresita, rica heredera de dos
fortunas, futura princesa de Presiccio y Duquesa de Puzzomauro. Ella tenía nueve años
menos que él. Luego Alfonso persuadió a su pequeña enamorada a entregarse a un
mejor partido que él: como Teresa de Lisieux, Teresita de Liguori entró al Carmelo a
los quince años, después de haber renunciado a sus derechos en favor de su hermano
menor, César (acta del 21 de abril de 1719) “a fin de que él pueda contraer un
matrimonio digno del rango de su familia”. Ella debió morir a los 20 años y meses, de
tisis, como la Santa de Lisieux. Como ella en la paz y el amor. Después de cinco años

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ardientes de oración, de pobreza y humildad, de obediencia y de pruebas, de amor a
los demás y de unión con Dios. “Yo tuve un gran deseo de morir “, dirá ella, en su
ansia de unirse plenamente a Aquel que el brillante abogado lo había indicado para
amar.
Cuarenta y dos años más tarde, el Padre de Liguori escribirá, en trece pequeños
capítulos, La vida y la muerte de la Sierva de Dios Sor María Teresa de Liguori,
omitiendo simplemente manifestar que ella había sido conquistada, pero por el Señor.
Porque para él, estas jóvenes bellezas dotadas y tituladas, llegaban muy tarde: su
corazón era para “la mujer de su vida”, nuestra Señora, la Madona. De este mismo 1719
data sin duda su retrato de la Madona. El rasgo de pincel es muy parecido a aquel de su
Cristo en Cruz., y la visión aquella de místico. Aureolada de las doce estrellas del
Apocalipsis, tierna mirada de una intensidad de vida interior que va más allá del arte.
Alguna Virgen de Rafael da de ella un deseo de hacer silencio y orar.
Así el joven Alfonso veía a la mujer y en ella a María. Y toda su vida la mantendrá
encantado de esta visión de su juventud. Hacia 1764 probablemente, por invitación de
su amigo De Maio la reproducirá, sin superarle, reemplazará las estrellas por una
aureola y dándole un busto y dos manos a este óvalo que nos presenta “solo una
mirada”. Pero esta será siempre la misma mirada de divina belleza: la Virgen de San
Alfonso.

“Su Virgen”, la pintará de nuevo con una ternura feliz para el frontispicio de sus
GLORIAS DE MARIA. Toma la Pluma o sus pinceles para volver a decir en el papel o
en la tela, su admiración o su amor a “Mamma María” con el fin de encantar y atraer a
los otros, esto será para él un sueño sin cesar renovado. Como una palabra de amor
jamás repetida lo suficiente....
Un día, atestiguará Tannoia, en el proceso apostólico de Santa Águeda,- era ya obispo,
consiguió una imagen tan bella, tan radiante, de nuestra Señora, que no se saciaba de
contemplarla. “Es bella… Es bella”… repetía. Estaba en éxtasis.
Apenas, terminadas sus etapas, el 15 de agosto de 1715, nuestro abogado había pasado,
de la Cofradía de los jóvenes nobles, a la de los Doctores. Siempre entre los
oratorianos. Iba a cumplir 19 años.
Retomaba entonces cada semana los consejos y la absolución del P. Pagano, con otro
nivel, el desenvolvimiento filipino que le era familiar desde su infancia: oración y
plegaria, misa mayor festiva, vísperas y laudes; lecturas y conferencias, amistad y
descanso. Es de allí de donde data su primer descubrimiento de los hombres sin
esperanza, ya que esta asociación se había asignado, como obra de caridad, la visita, el
diálogo y el cuidado de los enfermos del gran hospital de Nápoles, Santa María del
Popolo, siniestramente llamado de “LOS INCURABLES”.
Trescientos jergones, trescientos miserables: físicos y mentales, hombres y mujeres, la
mayor parte a perpetuidad: incurables. Nada que ver con nuestros hospitales de hoy: Se
cuidaba a los nobles y burgueses en casa; los pobres, sólo los pobres entraban al
hospital. El hospital tenía así el absceso purulento de una sociedad escandalosamente
desigual e inconscientemente injusta. Para salvar la apariencia y gozar en paz de sus
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privilegios, los “gente bien” habían imaginado sus descargas donde se amontonaban
los “desechos” de la humanidad, lejos de las miradas, lejos de los olores, lejos de los
corazones. Allí pululaban los sub-hombres, en una podredumbre y un contagio que no
se imagina. El sociólogo Galanti escribirá aún sesenta años más tarde: “las prisiones y
los hospitales son las cloacas de una sociedad. Ellos deshonran y degradan a la especie
humana”. En cuanto a los incurables · esos no son más que un lugar emponzoñado
donde todos los males se acumulan y se multiplican.

La Cofradía de los Doctores sostenía allí con sus limosnas cuarenta y ocho camas y
prodigaba sus cuidados a trescientos diez desventurados. “Alfonso, escribe el P.
Berruti, se dirigía allá muchas veces por semana, y se afanaba en arreglar las camas, en
cambiar las sábanas, en preparar los remedios, en limpiar las llagas, en dar a todos los
enfermos los servicios que ellos podían necesitar, sin dejarse vencer por la
podredumbre, la náusea, o los quejidos de los mismos enfermos. Y se satisfacía con
estos oficios con tal alegría espiritual y tal respeto que, visiblemente, era a Jesucristo a
quien servía y honraba en la persona de estos desgraciados”

Encerrado en su medio de clase y perdido en sus estudios en que había vivido hasta
entonces, nuestro hijo de familia ¿no se había dado cuenta de este “inmenso abismo”
que separa este mundo en lázaros y ricos? Su entrada en la Congregación de los
Doctores condujo, sin duda, por la primera vez, a nuestro brillante Samaritano a
aproximarse más de cerca, a encontrar largamente, y a tocar con sus manos, durante
años, al hombre en tierra, despojado , cercado, que gemía en la fosa, y al borde de su
camino de rico. Durante 8 años va a inclinarse sobre él con horror, con amor, con fe en
esta palabra de Jesús: “Lo que hacéis al menor de los míos, a mí me los hacéis”. Este
pobre, este crucificado, es Cristo. “Tuve hambre,… tuve sed, estuve enfermo… es a
mí”.
Luego, “¿cómo no haber pensado antes? Cristo ha escogido ser personalmente de la
clase de los pobres y de los sufridos. El amor de Dios ¿no está inclinado sobre el
hombre?: ¿No se ha hecho hombre, no ha superado provisionalmente la distancia que le
separa de los pequeños? La suprime estableciéndose al otro lado. El amor no soporta la
distancia.
Hay que revolucionar la sociedad, no parece que haya previsto la perspectiva,
Alfonso, este contemplativo del Verbo encarnado y crucificado, se dará cuenta pronto
que el Evangelio no puede acomodarse a esta yuxtaposición de desigualdades
institucionales y a la “caridad” de los ricos hacia los desprovistos. Nápoles asombrado
no va a tardar en ver a este gentilhombre inclinarse definitivamente hacia el mundo de
los pobres. Cuando el P. de Liguori termine por publicar , en 1758 , el fruto de un
medio siglo de sus acercamientos a Cristo – Su gran Novena de Navidad –Esta será
para desarrollar estos temas:” El Verbo eterno, se ha hecho hombre; de grande se ha
hecho pequeño; de dueño servidor; de inocente, culpable; de poderoso, débil; de todo
para sí, todo para nosotros ; de bienaventurado a sufriente; de rico a pobre ; de
altísimo a humillado. No alcanzará los cuarenta años para soportar las consecuencias.

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Parecida conversión va a exigir algunos años. Después de cinco años de fervor -1715-
1720-viene a tambalear. No le vamos a creer a Liguori “santo de nacimiento”, de
madera distinta que nosotros. Informado y preciso, Tannoia nos desengaña y
tranquiliza.
“Hasta entonces Alfonso había sido perfecto, muy perfecto; pero el hombre no tiene
tanto a quien temer más que a su propia inconstancia… En su vejez, recordará que
alrededor de sus veinticinco años estaba notablemente frío en el fervor. A punto de
perder su alma y a Dios. Continuamente su padre lo llevaba de salón en salón; lo
quería en el teatro continuamente. Alfonso amaba divertirse junto a los tableros de
juego y participar el mismo de la partida. También su corazón se disipaba poco a
poco: su ardor por el bien, flaqueaba; el pan de la oración se enfriaba y que había
sido sus delicias. Añadid a esto los aplausos que le brindaban por todas partes, las
peticiones de matrimonio, los mensajes aduladores, transmitidos por criados, los
parabienes, que nunca faltaban- de las señoritas y de sus parientes. Sus pasiones en
esto fueron tan agradablemente lisonjeras que su corazón tambaleaba y se enfrió su
ardor.
Así enfriado espiritualmente, con facilidad, y por el más fútil pretexto, lo llevaba a
omitir cualquier ejercicio de piedad. El mismo estaba de acuerdo en esto: “si hubiera
persistido por un tiempo más largo en esta tibieza, no hubiera faltado un día u otro
que cayera en alguna caída grave”.
Pero llegó el retiro anual de la Semana Santa de 1722, en casa de los lazaristas del
Burgo dei Vergini, con su padre y una élite de hombres de fe. La predicación ardorosa
del austero Padre Cuttica, la gracia sobre todo que perseguía a Alfonso y no osaba
dejarle, le abrieron para siempre los ojos y el corazón. El sábado Santo, 4 de abril de
1722, las campanas de gloria sonaron sobre otro Alfonso: dijo un adiós definitivo al
mundo, aún al teatro; sus “frecuencias serían de hoy en adelante los Incurables y Jesús
en el Santísimo Sacramento”.
Este último rasgo es aún mayor; le hacía nacer al hombre de las Visitas al Santísimo
Sacramento. No solamente al autor del famoso pequeño libre de este título, sino al
hombre asido como nunca a Jesús Hostia; además de la misa cotidiana y de la
comunión, muchas veces por semana. La Eucaristía será para él la presencia que
suplantará los teatros, juegos, caza y reuniones mundanas. La presencia irremplazable,
pletórica que le atraerá, como un irresistible imán, no importa el tiempo que haya, a la
visita cotidiana al Santísimo Sacramento “en la iglesia donde se tenga ese día la
exposición de las Cuarenta Horas, aunque estuviese alejada de su domicilio. No por
algunos momentos, como hace la mayor parte de la gente, él demorará varias horas
cada día perdido en una intimidad contemplativa y dichosa. “Era hermoso verle,
muchas veces en vestido de aparato, hacer así la corte al Huésped Divino de los
altares” (Tannoia).
¿Fuego de paja de algunos meses?... Leamos un testimonio:
“Mientras él permaneció en Nápoles, como seglar y después como sacerdote, Alfonso
irá cada día a hacer su guardia apasionada de la Eucaristía. Ahí se lo encontrará
enseguida en cada una de sus visitas a la capital. Juan Mazzini cuenta que veía al

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joven abogado prosternado durante horas a los pies del Santísimo Sacramento, extático
los ojos fijos en la Custodia y como fuera de los sentidos, que no se daba cuenta que
muchas veces su peluca estaba inclinada a un costado. El fervor de este laico excitaba
la admiración y….la confusión de muchos sacerdotes, por otra parte fervorosos”.

¿Quién es este?, se preguntaban.

Los enamorados llevan flores a su bien amada. En su parroquia muy cercana de Sant”
Angelo a Segno, el altar estaba siempre ricamente florecido de flores frescas.

Ofrecer ramilletes a su mujer durante su luna de miel es estar recién casado; llevarle
todavía después de treinta años es estar enamorado. “Toda su vida, escribe Tannoia,
Alfonso tendrá muy a pechos el llenar de flores a su Bien Amado del Tabernáculo
con toda la variedad de la flora meridional. En los conventos donde él resida,
procurará las semillas más raras, luego irá a recogerlas con sus manos, para adornar el
altar. Envidiaba a estas inocentes criaturas por su dicha de permanecer día y noche
junto a su Criador. Lo expresa así en sus Cánticos Espirituales

“Bienaventuradas flores que noche y día


Permanecéis junto a Jesús
Seguras de resplandecer, para luego marchitaros alrededor
De este Dios de amor.
“Quién me diera fijar mi morada
Junto a la vida, ser de su corte
Yo envidio vuestra suerte: y a mí quien me diera vivir allí
Y morir de amor”.

“Más tarde, en su Congregación, recomendará a los superiores de las casas llenar de


flores los tabernáculos: y su alegría será ver los altares del Santísimo Sacramento
ricamente adornados con variadas flores y plantas aromáticas”.

Algunos estarán tentados por considerar a Alfonso de pesimismo; hoy día, pensarán
ellos, se ha descubierto el sacerdocio de los laicos, relanzado su participación activa en
la misa, encontrado el camino de la MESA SANTA en cada Eucaristía. Cristo ¿no dijo
“Tomad y comed…Haced esto en memoria mía”? Y no: ¿Adorad y visitad?

Ciertamente. ¿Y quién fue más partidario que Alfonso de la Comunión frecuente? Pero
¿Cristo no asegura también su presencia permanente en el Pan consagrado? Es, desde
hace dos mil años, la Fe de la Iglesia. ¿Es lícito desconocer a este Gran Vecino? ¿Es
lógico frecuentarle poco, en nuestros tiempos cuando la ola del peregrinaje es a la
Tierra Santa?. En la primera de sus Meditaciones por la octava del Santísimo
Sacramento, el Padre de Liguori escribirá:

“Aquellos que hacen su peregrinaje a Jerusalén experimentan vivos sentimientos de


devoción yendo a visitar el establo donde el Verbo Encarnado vino al mundo, el
pretorio donde fue flagelado, el Calvario donde murió, y el sepulcro donde fue

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sepultado, ¿pero mucho más debe ser nuestro fervor ante el altar donde reside Jesús
en persona en el Santísimo Sacramento?

Luego de este retiro transformador de Pascua de 1722, Alfonso llegó a ser durante
toda su vida, el amante loco del Señor en el Tabernáculo. El golpe de este encuentro va
a revolucionar su vida. Escribirá, en la introducción a sus Visitas: “para mí, es gracias
a esta devoción de visitar al Santísimo Sacramento,- que lo he practicado con tanta
frialdad e imperfección – es gracias a ella he dejado el mundo donde viví, oh.. hasta
los veintiséis años.”

¿Qué sucedió entonces? Para la Semana Santa de 1723, el abogado acompañó de nuevo
a su padre hasta los Lazaristas, al retiro cerrado que predicó también el Padre Cuttica.
Fortificó su propósito de “no tener más en la cabeza que a Dios y su salvación, y no
querer más oír de matrimonio. Tomó entonces la resolución de renunciar a su derecho
de primogenitura en favor de su hermano Hércules. Sin embargo, no dejó el foro.
(Tannoia)

Yo, por lo mismo, había dicho un día a su amigo José Capecelatro: “Amigo mío,
nosotros desempeñamos un oficio perdido. Muy penoso y muy peligroso. Una vida de
condenados, por arriesgar una mala muerte. Yo lo abandono; esto no me agrada;
porque yo debo salvar mi alma”

Habiendo dicho esto, no lo abandonará jamás.

Faltaba saber ¿qué porvenir? …¿Puedo ser sacerdote?


Nápoles estaba repleto de mejores y peores, Uno más ¿qué va a hacer?

Pero sobretodo, temor del drama familiar. Don José lo había querido abogado, gran
abogado, rico abogado, lo veía suceder a Domingo Caravita como presidente del Sacro
Real Consejo, la Corte Suprema de Justicia. Si Alfonso destrozaba sus esperanzas,
sería una desgracia para su padre…

Es el Señor quien corta corto. Dándole una fracaso resonante.

En esta misma primavera de 1723, nuestro abogado preparaba activamente la defensa


de una causa perdida en primera instancia y que debía llegar a una última ante la Corte
Suprema. Se trataba de un proceso internacional en el que estaba interesado el
emperador Carlos VI el mismo y cuya cuenta se elevaba a seis cientos mil ducados. Se
oponía el duque napolitano Felipe Orsini de Gravina, sobrino del Papa Benedicto XIII,
al gran duque de Toscana Cosme III de Medicis. Orsini había confiado su causa a
aquel que, a pesar su juventud, se contaba ya entre los mejores abogados del Reino,
Don Alfonso de Liguori. A pesar de una pieza adversa, de una deshonestidad evidente,
Alfonso pleiteó contra la letra y por la equidad. Pero las altas influencias políticas y
agasajos habían hablado antes que él; los jueces en los que había confiado, por
comenzar por el presidente Caravita, se habían dejado comprar. Cuando el proceso llegó
a sentencia, probablemente a fines de julio de 1723 los juegos estaban hechos: la
elocuencia del abogado y la evidencia del derecho pesaron menos que una pluma. Rojo
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de cólera, engañado por los magistrados que él los había creído íntegros, avergonzado
del ropaje que lo había llevado durante diez años, Alfonso los arrojó de sus espaldas y
abandonó para siempre el palacio, repitiendo interiormente: “Mundo, ya te conozco…
¡Adiós Tribunales!”

Era la caída de la encina. Nadie se repuso del largo silencio que siguió. Ignorándolo su
familia, Alfonso despidió a todos sus clientes. Su tiempo lo repartió entre la Virgen de
las Mercedes, entre sus amigos enfermos de los Incurables y su cuarto. Allí se sumergía
largamente en la plegaria o la vida de los santos. Sobre todo, se detenía dos o tres horas
en el santuario de la ciudad en que estaba la adoración del Santísimo Sacramento.

“Alfonso prepara un golpe”, se decían angustiados sus parientes. Don José creyó
encontrar la ocasión de devolverle a su hijo el buen sentido. Surgía precisamente un
asunto que lo tenía en el corazón.

-Ocúpate de esto mañana, le dijo al abogado.

-Padre, respondió el ex abogado, diríjase Ud. a quien quiera. Que para mí los
tribunales han terminado. No tengo más asuntos: que mi alma.

El coronel estalló en lágrimas. Este seísmo había arrojado por tierra la gloria de su hijo
y la fortuna de la casa. ¡No había más que dolor y rabia¡

“Este momento de crisis pasará, repetía muchas veces Doña Ana”.


---No. Alfonso es un CABEZA DURA (capo tuosto). “No va a retroceder de sus
decisiones”.

Si le había quedado alguna ilusión, Don José la perdió el 29 de agosto. Por el


aniversario de la emperatriz, el Virrey invitó a las personalidades a la ceremonia del
besamanos. El comandante de la galera almirante rogó a su hijo acompañarle. Vagas
excusas de aquel. Insistencia de su padre que ya bullía interiormente. Pero “Cabeza
Dura” persistió “¿qué quiere Ud. ¿Que voy a hacer? Esto no es más que vanidad”. Don
José reventó. “Haz lo que quieras y vete a donde te parezca”. Y plantándole allí, subió
a la carroza se fue lejos del palacio real, a masticar su amargura en su casa de
Marianella.

Desgarrado, entre su padre y Dios, Alfonso tomó también la puerta y se fue a olvidar
su mal junto a sus pobres Incurables. Allí estaba su palacio: entre los sin esperanza.

Y fue allá, mientras que su propia llaga herida se calmaba al cuidarles y fue allí donde
sobrevino un acontecimiento: se vio de repente en medio de una gran luz, el edificio le
pareció derrumbarse y su corazón escuchó una voz claramente: “Deja el mundo y
entrégate a mí”.

Un instante desconcertante, el abogado vuelve en sí y va a sus enfermos. Terminado


su oficio de Samaritano, deja el Hospital, cuando llega a la mitad de la gran escalinata,
toda la casa le pareció derrumbarse de nuevo y oyó la misma voz “Deja el mundo y
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entrégate a mí”. Alfonso se detuvo, interiormente confundido: “Dios mío, dijo
llorando, he resistido demasiado a vuestra gracia. Heme aquí: haced de mi lo que
queráis”

Corrió a su querida iglesia de la Redención de los cautivos, a arrojarse a los pies de


Nuestra Señora de la Merced. Se abismó en súplicas delante de la Madre de Dios.
Justamente una luz le envolvió, una fuerza le levantó: “Adiós mundo y sus vanidades.
Para Ti mi vida, Señor. ¡Títulos y bienes de mi casa helos aquí, en holocausto a mi
Dios y a María”

Se pone de pie… Con un gesto de caballero que se rinde, se quita para siempre su
espadín con todo lo que él representa y lo deposita en el altar a los pies de su Soberana
y de su Divino Hijo.... Ellos han vencido. “me comprometo a retirarme a la casa de los
Padres Oratorianos”.

Este 29 de agosto de 1723 permanecerá para él “como el día de su conversión”. Este


Santuario Mariano será el lugar de encuentro y de agradecimiento durante su vida
entera, cada vez que él vuelva a Nápoles: Misionero, Obispo, no podrá pasar por la
capital sin reencontrarse largamente con los dos polos de su vida de estudiante y de
abogado, Nuestra Señora de la Merced y a ochocientos metros de ahí, donde los
oratorianos, la Capilla de la Cofradía de los Doctores y Nuestra Señora de la
Visitación que a él le hizo amar el horror de los Incurables físicos.

3.- DEJARLO TODO POR CRISTO

“Es evidente que nuestra salvación eterna depende principalmente de la selección del
estado de vida. El Padre Luis de Granda llamaba a esta elección “la rueda maestra de
la vida”: en un reloj, si la rueda maestra está deteriorada, todo el reloj está
descompuesto; de la misma manera en el orden de nuestra salvación, si la vocación
está equivocada toda la vida está equivocada.

“Entonces, si nosotros queremos asegurar nuestra salvación, debemos abrazar el estado


donde Dios nos llama, ya que sólo ahí nos ha preparado los socorros eficaces
necesarios a nuestra Salvación. “Cada uno recibe de Dios un don particular: este uno
o aquel otro”, dice San Pablo

“Así, desde que el Señor llama a alguien, este debe obedecer, y obedecer sin tardanza”.

Alfonso publicará sus Avisos sobre la Vocación en 1750. Es ya su convicción desde


1723. Pero el Padre Pagano y su comunidad exigen que se tenga en cuenta, antes de
entrar donde ellos, el consentimiento de su padre. Por lo mismo esperará hasta el fin
del mundo ¡Don José remueve a los parientes, amigos, prelados para hacer cambiar a
su hijo. “Cabeza Dura réplica a todos: yo tengo que responder a la llamada de Dios,
no a los deseos de mi padre. Y así lo haré”. Por otra parte su tío, Mons. Cavallieri, los
Padres Cuttica, Pagano y otros, que son autoridades para su padre, hacen fuerza y
causa por él.
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Don José fue obligado a un compromiso: Alfonso sería sacerdote, si él lo quiere, pero
no entre los oratorianos: Sacerdote diocesano, con residencia en la casa paterna. (Este
era el caso de muchos eclesiásticos). El coronel contaba tenerlo para la usura y
guardarlo de todo extravío. Lejos del Seminario al sacerdocio, tenía todo el tiempo
para cambiarlo de idea en el camino.

También había esperado no verlo nunca con sotana. Había decidido que no la llevaría
jamás. Detalle que subraya la sujeción en la que tenía al abogado, su hijo, si no le
proporcionaba este hábito. “No lo tendrá jamás”, pensaba él, si en la casa, no le
proporcionaba el dinero necesario para comprar el guardarropa conveniente a un
eclesiástico. Un caso de conciencia para este último: ¿contemporizar o hacer otra
cosa? Con el parecer del P. Pagano, Alfonso se había procurado una sotana, era
suficiente descolgar una de “la reserva de antiguallas” que no faltaban, entonces
como hoy, en alguna comunidad. Los difuntos y los vanidosos entregaban los
rechazos a los descamisados y a los pobres de corazón.

Siempre en octubre de 1723, Alfonso se había presentado en el palacio paterno como


“ un humilde sacerdote”. “Una explosión”. Don José había literalmente brincado por
el aire con un alarido desgarrador y se había arrojado a la cama, loco de dolor y de
rabia.

El drama previsto. Pero ¿Quién hubiera pensado que su duración se tornaría tan
atroz? Durante un año entero, dice el Padre Tannoia, el padre evitó su encuentro. No,
no, él no soportaría tener bajo su mirada un objeto que le era fuente de amargura
infinita. Al cabo de este tiempo… este debía llegar pronto o tarde ----se dio cuenta un
día, de lejos en un cuarto de su palacio. Lanzó un grito como de fiera herida, y
tapándose la cara volteó el cuerpo y huyó. Durante largo tiempo las cosas
permanecieron así entre Alfonso y su padre. La madre, una santa, convencida de que
Dios le llamaba a “su Alfonso”, se esforzaba por endulzar la pena de su marido,
dándole a su hijo lo mejor de sí.

¿Imaginemos el insoportable juego de este escondite y el remordimiento interior, y la


usura psicológica de estos meses?. El comandante hizo sin duda diversión
distrayéndose en cazar “al turco” con más frecuencia y más largamente. En cuanto a su
hijo, la oración y el estudio lo habían ocupado por completo. Estaba como ausente en
el palacio Liguori, en cuanto su padre estaba “de paso”; aún en la comida, debió muchas
veces, desear ir a vivir lejos. Pero ¿dónde? Su padre le había prohibido ir a los
oratorianos. Y luego, tenía a su mamá.

“En cuanto a los amigos de ayer, prosigue Tannoia, estaban desconcertados y con
disgusto. Allí mismo donde su simpatía le había ganado todos los corazones, Alfonso
llegó a ser la burla de cada uno. Los abogados, los consejeros, que le habían amado y
admirado, le trataban ahora de veleta y cabeza loca. Don Muzio di Maio, jefe de la Rota
en la Vicaría- un padre para él --no salía de su decepción. Un día que el ex abogado se
presentó a su puerta, le hizo arrojar a la calle como un repugnante personaje. Cambiará
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de idea cuando llegue el tiempo de morir y de comparecer ante Dios. Sabedor del su
mal, Alfonso, no dejará de ir a su cabecera. Enseguida cuando Don Muzio escuchó sus
pasos junto a su cámara exclamó “¡Ah, Don Alfonso, Ud. ha visto lo justo, dichoso de
Ud.!”

El gran abogado de ayer llegó a ser Seminarista por tres años. El Rector del Seminario
era nada menos que el canónigo Gizzio, primo de Doña Ana. Alfonso lo llamaba
entonces familiarmente “mi tío”, a la moda napolitana. ¡Un monumento este Gizzio
¡Hombre de fe, de hierro, de corazón. Un espiritual que condujo a su sobrino hacia los
dos grandes que serán los Doctores del Doctor de la Iglesia: Teresa de Ávila y
Francisco de Sales.

Él era también, con Don Julio Torni, uno de los pilares de la Conferencia de misioneros
diocesanos dicha “de los Misioneros Apostólicos” o de “La Propaganda”, erigida en
la Catedral de Nápoles bajo el Patronazgo de la Virgen Reina de los Apóstoles y de
San Francisco de Sales. Aunque diocesanos, estos que a los llamaban “los
ilustrísimos”, predicaban Misiones en todo el Reino. Apenas tonsurado (23 de
septiembre de 1724) será admitido allí e interrumpirá entonces sus estudios, para
participar en las campañas de misiones. Todos los lunes después de mediodía se le
verá, ansioso, en su reunión de formación permanente.

En el Seminario, era externo; como su padre lo había exigido, el antiguo abogado de


26 años era externo y este era el caso de la mayoría. Pero él no seguía los cursos:
trabajaba solo, bajo la dirección de Julio Torni: Sagrada Escritura, Teología Dogmática
y Moral.

Pronto llegó a ser un especialista de la Biblia. Escribirá: “Ella es buena y bella, todas
sus meditaciones sobre la Pasión pensadas y escritas por los autores espirituales; pero
una sola palabra de las Sagradas Escrituras hace más impresión sobre un cristiano que
cien y mil contemplaciones y revelaciones que pretenden haber sido hechas por
almas santas”.

Para la Teología, Torni le dio, como manual de base, aquel del Lazarista Luis Abelly
(1604-1691) discípulo querido e historiador de San Vicente de Paul. Hasta su muerte
Monseñor de Liguori la recomendará a causa de su ortodoxia, de su claridad, de su
método, de su concisión. De formación cartesiana, Alfonso amaba “las ideas claras y
distintas”. Y se encontró de acuerdo al optimismo y benignidad de este ardiente
perdonavidas de las doctrinas jansenistas... También gustará leer y citar su preciosa
Vida de Monsieur Vicente de Paul. (1664).

Por una extraña contradicción, el manual de Moral que Torni había puesto en las
manos de nuestro seminarista, fue aquel de Francisco Genet (1640-1703) autor de un
“intolerable rigor” dirá más tarde Liguori, vomitándole. Obligaba al confesor a la
severidad, inclinándole a la negación de la absolución, alejándole de la comunión. Pero,
he aquí que el Santo Oficio había declarado esta obra “exenta de errores”.
Representaba la Doctrina Oficial.

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Al margen de estas tres disciplinas Eclesiásticas fundamentales – Escritura, Dogma,
Moral, Alfonso devoraba a los santos Padres de la Iglesia, las vidas y escritos de los
santos, en el hambre que le quemaba de conocer a Dios y de aprender a vivir
concretamente el Evangelio. Es su maestro Francisco de Sales que había escrito: “No
hay más diferencia entre Evangelio escrito y la vida de los santos que entre una
música con notas y una música cantada”.

Al dejar la espada y la peluca, Alfonso no había tomado las distancias con relación al
Padre Pagano, a los Oratorianos, a la Cofradía de los Doctores. Allí se encontraba tres
domingos por la mañana sobre cuatro, mientras la cuarta, él reunía a los seminaristas
externos en recogimiento donde los Lazaristas, con el P. Cuttica. Los “después de
mediodía” dominicales les veían, campanilla en mano, reunir a los niños de su barrio
y darles el catecismo, cada uno en su parroquia. Aquella de los Liguori- San Ángel de
Segno- a cincuenta metros de su palacio, se maravillaba ver, cada mañana, a aquel que
él había acunado, 16 años antes, pequeño príncipe, después abogado, servir a la misa
cada mañana al altar que él había adornado con flores.

Pero luego que fue novicio en la Congregación secular de las Misiones Apostólicas, su
ministerio desbordó su parroquia, y pronto la diócesis. Su primera misión le reveló una
nueva dimensión de “dejarlo todo por Cristo”. Hasta entonces él no había frecuentado
sino los barrios más aristocráticos de la capital, en carroza o escoltado por lacayos.
Pero más abajo, hacia el mar y las marismas que llenaba el populacho en su miseria
física y moral. Los equipos burgueses no se atrevían a aventurarse hasta los bajo
fondos poco tranquilizadores, paraíso contrastado por saltimbanquis y chulos de
gusanos y ratas, de peleas y risas, de cantos y cítaras y de mandolinas. La PIazza
Mercato (Plaza Mercado) era el centro de este Nápoles que reía en vez de gritar; era el
corazón de la zona más miserable de la capital.

Es allí, en la iglesia de san Eligio, a dos pasos del Mercado que, en la tarde del sábado
18 de noviembre de 1724, “4 hermanos” y cinco novicios de las Misiones Apostólicas
abrieron una semana de intensa evangelización. Era para Alfonso su primera misión.
Una fecha para ´él, para los Redentoristas, para la Iglesia, esta semana del 18 al 26
de noviembre de 1724.

Es ya un signo de Dios: él había sido enviado desde el principio a los más pobres, a
los abandonados; a la hez social y moral de su pueblo. Porque Dios es Amor, “los
santos van al infierno”.

Simple clérigo entonces, no predica ni confiesa. Por lo mismo no es entonces más que
¿un espectador? No. Si él no continúa con sus clases, él está nada menos que en plena
“misión”. En misión de animación del canto y de la oración de las multitudes. En
misión de visita a los enfermos, a los viejos, en los tugurios- Gran Dios- donde
descubre el horror y la promiscuidad… y a pesar de todo, la fe y la espera inscritas en
sus muros mugrientos de donde cuelgan gravados de Cristo y de María: es toda la
“lectura” de estos analfabetos. En misión de reconciliación, con el “prefecto de la paz”,
junto a los enemigos y a los rencores tenaces y sangrientos: es preciso un santo doblado

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de un jurista, porque muchas veces las rencillas deben arreglarse ante un notario o
magistrado. En misión, en medio de recalcitrantes, de endurecidos y de impíos, a los
que se irá a buscar en sus casas, sus tiendas, sus círculos, o por la calles “hasta que se
los encuentra y conduce”, como ovejas perdidas. En misión, en fin con los niños: como
lo hace el domingo en Sant Angelo en Segno, he aquí todos los días, Crucifijo en
mano, va a recorrer las calles, plazas y esquinas, para reunirles, enseñarles a Jesucristo
y prepararles a los sacramentos.

El año siguiente, 1725, el antiguo abogado, que había salvado cabezas y reconciliado
de atroces desesperanzas, puso su corazón y su fe al servicio de los más desesperados,
los condenados a muerte. Entró en la Compañía de Santa María Socorre a los
miserables, conocida también como Blancos de la Justicia, porque los hermanos
llevaban ropa y capuchones blancos.

Luego de doscientos años exactamente (1525), la Compañía tenía su sede en una capilla
en el Hospital de los Incurables. ¿Su Ministerio? Asistir espiritualmente y acompañar
con ternura a los condenados, en los días que precedían la ejecución. Luego cuando un
ujier de la justicia les lleva el billete fatal, cuatro hermanos, designados por turno al
oficio, acompañados de todos aquellos que podían juntarse a ellos- (eran necesarios al
menos trece)-partían en procesión a la prisión, repitiendo los siete salmos de la
Penitencia. Allí cargaban tiernamente en hombros al condenado- y rodeándole, rezaban
juntos, en su bajada al Mercato. Ahí, estaba el hacha para los criminales “de calidad”,
la cuerda para “la Gente de nada”. El amor evangélico ignorando estas finuras, los
Blancos, recogían con la misma piedad respetuosamente el cuerpo ajusticiado y
procesionalmente lo llevaban a su oratorio de los Incurables con la salmodia triste e
implorante de los Miserere y De Profundis, etc. Celebraban por él el Santo Oficio y la
Misa de funerales y sepultaban como a un hermano, como a un niño. De hecho, estos
desgraciados morían todos con evidentes sentimientos de arrepentimiento y de
esperanza.

¿La tierra bendita removida sobre el ataúd y la cruz plantada sobre la tierra no tenía
más que ordenar las palas y lavarse las manos? ¡Lejos de esto! El ajusticiado, con
frecuencia, dejaba viuda y huérfanos; o una chica por dotar para el matrimonio. Los
Blancos tomaban a su cargo a aquellos que lloraban con la pena y la miseria. Ocho
hermanos recorrían la ciudad, todos los sábados, pero cada uno debía primero donar
de su propio bolsillo.

Conducir a los “condenados” a su pena y a su tumba, a su cielo. Estaba bien. Salvar una
cabeza o hacer caer las cadenas, era mucho mejor todavía. Uno u otro hermano más
anciano o más influyente, tenía la misión de trabajar para liberar a los detenidos lo
más necesario a su familia y a los más “inocentes”, de los calabozos de la Vicaría
(Palacio de la justicia) o de las cadenas de la chusma.

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Luego de su admisión. Liguori no era ya clérigo minorado, sino su crédito era mayor en
la Vicaría y en las galeras. Una vez sacerdote, estará muchas veces en la celda y a los
costados de los ajusticiados.

El P. de Liguori no será nunca prolijo en confidencias sobre este macabro ministerio,


que ejerció durante ocho años; pero más allá de las páginas de sus obras pastorales, el
redactará para los sacerdotes asistentes de los condenados, un pequeño manual
concreto donde afloran una conmovedora caridad y una gran experiencia de estas
trágicas vivencias. (1775).

El sábado 26 de abril de 1726, Alfonso recibió el sacramento del diaconado.

Diácono. ¡Que adelanto en el acercarse a Cristo, a sus hermanos! ¿Sus tareas nuevas?
Servir a dos mesas: Mesa de la Palabra, Mesa de la Eucaristía. No hay nada escrito ni
revelado de su exultación. Se lo adivina. Cómo se siente la alegría del cardenal que le
delega enseguida a predicar en todas las iglesias de la capital

Todas esperaban al célebre abogado de ayer. Es la parroquia de San Juan a Porta que
espera la primera. Es para la adoración de las Cuarenta Horas, su vieja pasión.
Comenta este pasaje de Isaías 63,1

¡Ah! si tú rasgaras los cielos y descendieras


Como una llama que quema los tallos
Como un fuego que hace bullir a las aguas

Ante la Encarnación de un Dios y su presencia eucarística, este tema le vendrá mil veces
a sus labios. Nos parece escucharle leyendo el primer discurso de su NOVENA DE
NAVIDAD (1758)

“Antes de la venida del Verbo a la tierra, este grito del profeta subía: Si tú te dignaras,
Dios mío, Si tú te dignaras dejar los cielos y descender en medio de nosotros. Hacerte
hombre entre los hombres”…De qué llamas abrasarías todos los corazones de la
humanidad. Los más fríos arderían en tu amor. Y de hecho después de la Encarnación
del Hijo de Dios, ¡que soberbio amor divino se ha visto incendiar innumerables almas
generosas. Luego que Jesucristo habita entre nosotros, Dios ha sido más amado en un
siglo-estoy seguro, que en la totalidad de los tiempos que han precedido su venida.
Cuantos jóvenes, nobles personalidades, honores y diademas se han retirado a un
desierto o a un claustro y viviendo pobres y menospreciados para amar mejor a este
Salvador, hecho hombre. Y Cuántos mártires han marchado contentos y jubilosos a los
tormentos y a la muerte; cuantas Vírgenes han rechazado la mano de los grandes a fin
de ir a morir por Jesucristo y devolver así amor por amor a un Dios hecho hombre, y
muerto por amarlos”

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Dejarlo todo por Cristo. Alfonso lo había hecho, como San Pablo. Quería serle
conforme en la pasión y en la muerte. A su cansancio, añadía penitencias que por poco
le matan durante el verano de 1726. Tannoia escribe:

“Lo que temían sus parientes no tardó en llegar. Ni el cuerpo ni el espíritu podían
soportar tanto. Su hijo no sería diácono sino después de algunos meses, cuando cayó
enfermo e iba a la muerte. Una noche, los médicos le creyeron perdido. Hacia las tres
de la mañana se le llevó el Santo Viático. Lleno de confianza en Nuestra Señora, el
moribundo pidió que se le llevara junto a sí la estatua milagrosa venerada en la iglesia
de la Redención de los cautivos. Insiste. Es ante ella que él ha renunciado al mundo y se
ha entregado a Dios. ¿Cómo rehusarle este consuelo? La Virgen de la Merced llevada
enseguida a la casa. Está allí delante de su lecho. Irresistible oración del hijo, socorro
diligente de la Madre: al instante Alfonso sintió mejoría, estaba fuera de peligro. Pero
el socorro ha sido tan rudo que le será preciso tres meses para restablecerse”.

Un terremoto esta enfermedad. Junto a este suceso aterrador del diácono predicador,
ella ha cambiado algo el clima familiar y napolitano en la mirada del futuro sacerdote.
El 2 de diciembre, junto a su padre y a sus hermanos Cayetano y Hércules, Alfonso
ocupa su sede en la Plaza de Portanova. Sorpresa del noble Consejo y acogida
calurosa. No se le había vuelto a ver desde el 10 de junio de 1723, antes del drama
del proceso perdido. Reaparecerá de tarde en tarde hasta 1732. Después, su
alejamiento de Nápoles no le permitirá más al magistrado que es y permanecerá de
derecho, llevar su punto de vista o su voto a los asuntos de la ciudad. Casi después….
Otros acontecimientos, otros horizontes, otras altitudes llamarán al sacerdote, al
fundador, al obispo, al escritor. A aquel que, hace tres años antes sus colegas zaherían
como un caballero caído, deja ahora la sala del Consejo con el respeto de todos y la
veneración de muchos. ¡Con sotana y junto a su padre!

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4.- UN NUEVO SACERDOTE EN LA CIUDAD

Un viejo proverbio recorre entonces por las calles de Nápoles: “Si quieres ir al
infierno, hazte sacerdote”.

Pero nuestro abogado no ha cambiado de borda para encallar en las arenas del
infierno de un sacerdote miserable... Como él estaba firme en sus “mandamientos” de
hombre de ley, traza estos del Sacerdote que él ha decidido ser:

1- Yo soy sacerdote, mi dignidad supera a aquella de los ángeles: viviré en una pureza
total, Angelical.

2- Dios obedece a mi voz: yo obedeceré a la suya, a aquella que expresa por


inspiraciones o mis superiores.

3- La santa iglesia me honra: a mí el de darle honor por la santidad de mi vida, mi


celo, mis trabajos, la dignidad de mi comportamiento.

4.- Yo ofrezco a JESUCISTO al Padre Eterno: debo entonces estar revestido de las
virtudes de Jesús y no acercarme sin preparación al encuentro con el Santo de los
Santos.

5.- El pueblo cristiano me mira como al ministro de su reconciliación con Dios: debo
entonces mirarme siempre caro a Dios y en su amistad.

6.- Los justos cuentan con mi ejemplo para comprometerles a la santidad: Yo seré
entonces un modelo para todos.

7.- Los pecadores esperan de mí que yo les saque de la muerte espiritual: me esforzaré
con mis plegarias, mi ejemplo, mis palabras y mi actividad.

8.- Tengo necesidad de fuerza y coraje para triunfar del mundo, del infierno y de la
carne corrompida; con la gracia de Dios, debo combatir y vencer.

9.- Tengo la obligación de adquirir el saber necesario para defender nuestra santa
religión y derrotar los errores y la impiedad.

10- Horror de todo respeto humano y de mis amistades mundanas; huirlas como del
infierno: Sus comportamientos desacreditan el sacerdocio.

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11.-Maldecir la ambición y el interés como la peste del cuerpo sacerdotal; por su
ambición muchos sacerdotes han comprometido la fe.

12.- Ser amable siempre, jamás ligero: entonces prudente, reservado sobre todo con las
mujeres, pero jamás altivo, duro o menospreciador.

13.- Recogimiento, fervor, energía en la virtud, ejercicio en la oración: tal debe ser mi
continua preocupación si quiero ser agradable a Dios.

14.- No tengo otra cosa que buscar sino la gloria de Dios, mi santificación personal y
la salvación de mi prójimo, aunque me cueste la vida.

15.-Soy sacerdote: debo lucir las virtudes de Jesucristo y asegurar la gloria del Padre
Supremo y Eterno.

El nuevo sacerdote acaba de grabar, con punta firme, su silueta interior. Tiene para
esculpir un carácter con la resistencia de un diamante. Al comienzo de la admirable obra
que ha consagrado Al Espíritu de San Alfonso. El Padre Celestino Berruti escribe:

“Todos sus biógrafos están de acuerdo sobre el temperamento de Alfonso. Dios le había
dotado de un natural vivo, sanguíneo y colérico, con una inclinación espontánea a la
compasión y a la bondad de corazón. Toda gran obra a emprender le encontraba pronto,
enérgico y constante. No la emprendía sino después de un maduro exámen, consulta a
sabios y oraciones incesantes. Para asegurarse de la voluntad de Dios; pero una vez
tomada la decisión, la mantenía también inquebrantable como una roca batida por las
olas. También llevaba sus obras a buen término, sin doblegarse lo más mínimo por las
oposiciones que le vinieran de todos lados. Contemporizador, paciente, afectuoso, pero
siempre igual a sí mismo y de una firmeza a toda prueba: Spiritus benignus, stabilis,
securus. (Sab. 7,23), (Espíritu benigno, estable, seguro), así lo vi toda la vida.”

Alfonso sufrirá tanto al ser Obispo, como se sentirá feliz al llegar a ser sacerdote.
Porque puede celebrar la Eucaristía, al fin y al cabo. Fuera de esto, el solo encargo
inmediato que le trajo su ordenación al presbiterado, es la que ella le puso fin a su etapa
de seminarista en su parroquia. Ella le dejó libre para el ministerio de la predicación
que ejercía ya como diácono con tanto fuego y éxito. De hoy en adelante no aparece en
su parroquia de San Angelo a Segno, y todo por dos años o más, que cuando no está
ocupado con otras cosas, sea por las misiones en todo el reino, sea por las predicaciones
en su ciudad, en alguna de las 504 iglesias. Nunca dirá jamás, salvo para su misa
dominical. Dejemos hablar a Tannoia:

“Nuestro diácono no tenía un día para él, sacerdote, se vio al punto abrumado por
tantos trabajos que no tenía tiempo ni para respirar. No había terminado un ministerio
que ya era necesario emprender con otro. Los rectores de las iglesias se disputaban,
así que, atendía al primero que llegaba buscando el provecho de sus fieles. Las

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numerosas cofradías se disputaban para sus ejercicios espirituales u otras
predicaciones. Muchos de los conventos de monjas – Nápoles contaba de estos 37, no
se mostraban menos ávidos de escucharle. En cuanto a las Santuarios los más
frecuentados y los más prestigiosos, se reservaban antes que los otros para estar
seguros de no ser privados, sobre todo para la solemnidad de las Cuarenta horas”.

¿Por qué escuchar a Alfonso? Se preguntaban. ¿Atraídos por el gran abogado de ayer?
¿Curiosidad por asuntos llamativos? ¿Esplendor y redundancia de períodos oratorios?
¿Sublimidad de pensamientos? …¡Vanidades!

Animado por el Espíritu de Dios, prosigue nuestro historiador, “Alfonso no predicaba


más que a Jesús crucificado. Nada de frases floridas, ni pomposas, ni nada de vana
erudición. Lo esencial, la sustancia, en un estilo simple y directo…sobretodo, su
primera elocuencia era su modestia, su recogimiento, su profunda humildad, su total
menosprecio de las mundanidades. Se estaba aún más impresionado por su vida
penitente que suscitaba admiración y condenaba la laxitud de los delicados.

También despojada como fue de bellas ideas y de estilo pomposo y florido, la


predicación de Alfonso no llegaba sino al pequeño pueblo frustrado. Como el maná,
está al gusto de cada quien, (Sab. 16,20) el intelectual en ella encontraba el alimento y
en ella encontraba otro tanto de placentero el iletrado.

Era maravilloso ver a su auditorio invadido de eclesiásticos presentes, regulares y


diocesanos, abogados, procuradores y consejeros de estado, damas de la alta sociedad y
caballeros. Cada uno regresaba callado y recogido.

“Uno de los más asiduos era su antiguo profesor de Derecho Canónico, Nicolás
Capasso. Un prodigio de cultura sagrada y profana. Y renombrado por sus epigramas
cáusticos. Alfonso lo encontró un día a este viejo amigo:

Don Nicolás, le dijo, yo le veo siempre en mis sermones, ¿estará pensando alguna
sátira contra mí?

“Oh no, respondió el maestro. Al pie de su púlpito no vengo a recoger flores ni frases.
Me place oírle porque Ud. se ha olvidado de sí mismo para no predicar sino a
Jesucristo crucificado”
El arrepentimiento suscitado por la palabra de Dios conducía al pecador al sacramento
de la reconciliación. También, dice Tannoia, millares de oyentes de nuestro joven
predicador esperaban pacientemente poder confiarle su conciencia.
Pero él no se sentía del todo seguro al sentarse en este tribunal del que había aprendido
las exigencias del rigor, más que la misión de la misericordia. Personalmente inclinado
al escrúpulo, no estaba presionado a ir a dar absoluciones fáciles; todavía menos a
rehusar en nombre de la doctrina rígida que, como seminarista, había aprendido. Para

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arrojarle al agua, era necesario una orden formal del Cardenal Pignatelli. Se entregó
temblando al confesonario, resuelto a sujetar los extremos de la cadena: las exigencias
de la doctrina rígida y la ternura evangélica de Cristo por lo pecadores.
Felizmente, abogado en la materia, habitual de los hospitales y las prisiones, de esto
había aprendido a valorar ampliamente sobre la debilidad humana. Además, cartesiano
de formación y hombre de su tiempo de las Luces, no se creía dispensado, sobre la
autoridad de sus maestros, a pesar personalmente sus razones. En fin, hay el paso de las
teorías escolares a las realidades vivientes; una cosa es tener entre las manos, una
manual de teología moral, otra tenerla llena de la sangre del Redentor, a dar o rehusar
a los hombres concretos a los que Cristo los ha amado hasta morir por ellos.
Pero dejemos hablar a los testigos a los que interrogó Tannonia:
“El nuevo confesor se vio asediado de penitentes. Una multitud de toda clase, de toda
condición venía a él de la ciudad entera “(a la iglesia donde él predicaba) Se ponía a sus
servicio con una disponibilidad sin par. Era el más mañanero a acercarse al
confesonario y el último en retirarse de él. Decía, y lo repetirá toda la vida: ”este
ministerio es el más bienhechor de las almas y el menos expuesto a la vanidad para el
obrero del Evangelio, es por él, más que por ningún otro, que los pecadores se
reconcilian con Dios, es el lugar donde se les entrega en sobreabundancia la Sangre de
Cristo”.
Volcando sobre sí mismo todas las severidades, tenía para los otros, sobre todo por los
pecadores, una mansedumbre indecible y las maneras más acogedoras…”mientras que
las almas están hundidas en los vicios y bajo el dominio del demonio, decía él, es más
urgente acogerlas con ternura para arrebatarlas de las garras del demonio y ponerlas
en los brazos de Jesucristo. Es maligno decir: tú estás condenado, yo no puedo darte la
absolución…se olvida que esta persona ha costado la sangre de Jesucristo.
En sus viejos días, afirmaba no acordarse de haber despedido a ningún penitente sin
absolución, y todavía menos sin cortesía y suavidad.
“No que haya absuelto así por así a todos los pecadores sean cuales fueran sus
disposiciones sino como, explica el mismo, los acogía con ternura, les brindaba
confianza en la Sangre de Cristo, les indicaba con amistad como salir de las ocasiones y
de los hábitos de pecado, les dejaba así llenos de buena voluntad, así que no dejaban
nunca de volver, arrepentidos y convertidos”. Podía entonces absolverlos. Es necesario
entonces añadir, que entre tanto, el confesor había “cazado al demonio con la plegaria y
el ayuno, los cilicios y las disciplinas sangrientas. Pero de eso, Francisco Genet se había
olvidado de hablar en su Teología Moral.
Alumno decisivamente indócil, Alfonso se resistía a imponer penitencias punitivas.
“La Penitencia sacramental la quería benigna y no aflictiva: “Demos penitencias que se
acepten de buena gana, decía él, y ellas serán cumplidas, no recarguemos a la gente
de penitencias pesadas; ellos se empeñarán en dejarlas pasar… Es el pecado que debe
detestar y no la penitencia”. Y añadía: ella debe ser saludable. ¿Qué entendía por esto?
¿Qué imponía él mismo?: volver a verle, frecuentar la confesión y la comunión, asistir
cada mañana a la misa meditando la pasión o cualquier verdad eterna. Les entregaba
entonces un librito, (un libro que había compuesto para ellos): hacer todas las tardes

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una visita al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen, recitar el rosario en
familia, si era el jefe de la misma. Llegaba a aconsejar ayunos u otras mortificaciones,
jamás las prescribía… Un penitente contrito llegará a eso por sí mismo, decía. Pero si
tú le haces una obligación, dejará la penitencia para retornar a sus pecados.
Mezclando así la dulzura a los remedios, Alfonso hacía, a sus enfermos, amar la
confesión y detestar el mal.
Este Libriccino de 24 páginas, que el convertidor regalaba a sus gruesos pecadores,
él lo compuso hacia 1728 y lo hizo imprimir con frecuencia y reimprimir sin nombre
de autor. Es necesario saludar las Máximas Eternas (Massime Eterne). Como la
primera obra de un escritor que publicará más de ciento diez… ¿Se pensará entonces
que esto no es más que un borrador insignificante? Puede ser, al contrario, una
invención pastoral particularmente miditada, Ya que, teniendo en cuenta a las
ediciones póstumas se cuentan 421 italianas y 753 extranjeras ¡
El opúsculo contiene siete meditaciones, cada una con tres puntos nervudos. Está
claramente orientado: a suprimir la inconducta. De esto se ocupará más tarde de
restaurar lo negativo, saquémoslo primero del agua.
Ahí, Alfonso sugiere los tres actos preparatorios de la meditación: ponerse en la
presencia de Dios, humilde arrepentimiento, peticiones de luces divinas.
1-Oh alma mía, reanima tu fe y cree firmemente que tú estás delante de Dios. Ponte en
su presencia y adórale profundamente.
2- Humíllate a los pies de tu Dios y pídele perdón de todo corazón.
3- Pide a Dios por el amor de Jesucristo, que se digne iluminarte. Encomiéndate a la
Santísima Virgen María y a los Santos: Ave María, Gloria Patri (en honor de los
santos que tú invocas).
Viene luego la meditación propiamente dicha. Lee paso a paso la meditación. Después
de cada punto, detente a considerar esta máxima eterna. Luego toma la resolución
precisa de corregirte de tal o cual vicio. En fin, haz los actos, por ejemplo: seguir las
formas muy estudiadas de fe, de esperanza y de contrición perfecta.
Las siete meditaciones apuntan exclusivamente a arrancar al pecador de su maleficio: el
fin del hombre, la urgencia de prevenir el pecado mortal, la muerte, el juicio final, el
infierno, la eternidad de las penas. Frases cortas, irresistibles, esenciales.
Cada tiro da en el blanco. No se puede escapar. Hay que morir en esto: morir al pecado.
No se puede escapar de este diablo de hombre. Si ha venido para escuchar, por
curiosidad o por desesperación. Que imprudencia. Se remuerde. Está aferrado. Se ha
arrastrado a su confesonario. Allí él abre el corazón más cerrado. Con pocas palabras.
Un rayo de ternura que funde al obstinado, o un golpe de trueno que desvela al
contumaz.
Así este joven gentil hombre que contará su historia al P. Tannoia.
Se presenta ante Alfonso con una larga lista de enormidades. Ha debitado con la
indiferencia que le pondrá a recitar su tabla de multiplicación. Se detiene al fin sin una

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palabra de arrepentimiento. El confesor le ha escuchado aparentemente impasible. Y
cuando todo este sainete ha terminado de correr, le pregunta con ternura:
¿No tienes nada más que decir?
Nada. No tengo más que esto, respondió fríamente el inconsciente ¿No tienes más?
Exclama Alfonso… pero si no te falta sino el turbante para ser un turco. ¿Qué más
podrías hacer? Dime, ¿qué mal te ha hecho Jesucristo? Frío, turbado, nuestro pillo
piensa morir en el lugar por el arrepentimiento. Y se arroja en las manos del sacerdote.
Y su vida fue larga y grande su santidad. Se llamaba Juan Olivieri.
Es que este jefe de carrera no los abandonaba a medio correr. Sus Máximas Eternas
no serían más que el primer paso. Los medios que proponía a sus clientes para
conducirles a la cumbre eran la meditación y la mortificación del cuerpo y de las
pasiones…, la meditación como medio como un espejo en donde ver sus miserias; la
mortificación como podadera para cortar… y después, la oración. Su leitmotiv…EL
QUE ORA SE SALVA, EL QUE NO ORA SE CONDENA, y TODOS AQUELLOS
QUE SE HAN SALVADO, SE HAN SALVADO POR LA ORACIÓN; TODOS
AQUELLOS QUE SE HAN CONDENADO SE HAN CONDENADO POR FALTA
DE ORACIÓN.

“Pero el medio de los medios era la Eucaristía: Comunión frecuente y visita cotidiana.
La Visita al Santísimo Sacramento. En el pequeño libro inspirado que le consagrará,
confiesa haber debido a esta práctica todas las gracias de su vida laica. “Que bien
hace, escribirá, estar al pie del altar y hablar familiarmente con Jesús Hostia, pedirle
perdón de nuestras indelicadezas, contarle nuestras necesidades como un amigo a su
amigo, pedirle su amor y sus gracias a plenitud”. Mientras permaneció en Nápoles
exhortaba sobre todo a sus penitentes ir a hacer compañía a Jesús expuesto en la
Iglesia donde estaban las Cuarenta Horas. Y era una maravilla verle a él mismo,
estático, durante muchas horas, rodeado, en oración, por el círculo de sus dirigidos
Exigía por fin una filial confianza en la divina Madre. Decía: “porque todo bien nos
viene del Eterno Padre por la mediación de Cristo, del mismo modo todo bien nos viene
de Cristo por intermedio de María. Pedía entonces a cada uno la visita y el rosario
cotidiano a nuestra Señora, la celebración de sus novenas, la comunión en los días de
fiesta; para las vigilias y los sábados aconsejaba el ayuno a pan y agua, como lo
practicaba el mismo...
Un reglamento de vida para la élite. Pensarán Ustedes: un “error”
Su clientela preferida estaba formada por pobres y gente de pueblo. Sencillamente no
rechazaba a los personajes que veían: las grandes señoras, y los caballeros. Su anzuelo
no rechazaba ningún pez. Tenía conciencia que su situación daba a su autoridad y a su
ejemplo un gran peso para el bien o para el mal de sus subordinados. Pero, para él no
era problema- a los grandes jamás- que el camina por los portales de sus palacios. Es en
la Iglesia que acogía a todo el mundo; y en su confesonario no tenía ni turno de favor,
ni presencia cualquiera. Nadie, por otra parte, podía decir: que ha esperado largo

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tiempo, mezclado entre la gente sencilla, esto no era pagar mucho por el privilegio de
confiarle su conciencia”.

En cuanto a él: es hacia los pequeños a los que su vida se va a inclinar y es en medio de
ellos bien pronto hará levantar una legión de santos.

5 - SANTOS EN EL INFIERNO

El seminarista Juan Mazzini, asiduo él también con algunos cohermanos a las


adoraciones cotidianas de las Cuarenta Horas, no dejó de admirarse del fervor de un
joven caballero que le era desconocido. Era en 1722-1723.
Desde el verano de 1723, ellos le veían llegar más temprano, abismarse ante Dios, y
para nunca acabar. Como si no tuviera otra cosa que hacer que su guardia de amor ante
su Señor. No llevaba ya su espada.
A finales de octubre de 1723, el elegante caballero había desaparecido. Un joven
eclesiástico sotana rayada y cabello cortó, había tomado el puesto. El mismo puesto, la
misma silueta, el mismo fervor. ¿Era este su caballero?...Increíble…y sin embargo…
Y Sin embargo, atreviéndose una tarde a abordarle bajo el porche, ellos descubrieron
completamente felices, tenían delante de si al mismo personaje y que no era otro que el
célebre abogado Don Alfonso de Liguori… Un grupo había nacido. Liguori, Mazzini,
José María Pórpora, José Panza, que se reunía todas las tardes junto al Santísimo
expuesto. Desde allí,… iban a visitar a la Santísima Virgen María en el Santuario que

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le estaba dedicado. A continuación ellos se atardecían alrededor de Alfonso entre
brillantes intercambios espirituales y apostólicos.
El círculo se amplió bien pronto. Otros seminaristas, jóvenes sacerdotes se unieron:
Domingo Letizia, Vicente Mannarini, Luis Lago, Miguel de Alteris, y luego
“numerosos laicos”, al decir de Mazzini, entre los cuales Jenaro Sarnelli, abogado
también el, y que será como el hermano gemelo de Liguori
Cinco de ellos serán Redentoristas. ¿Se podrá decir que la Congregación del
Santísimo Redentor en 1732 ha sido concebida en este grupo de fervientes apóstoles,
junto a San Alfonso María de Liguori y a los pies del Santísimo Sacramento y de
Nuestra Señora?
Fervorosos: estos neófitos de la santidad se pusieron pronto a realizar juntos cada mes,
tres o cuatro días de retiro “monástico” fuera de Nápoles: Oraciones, Horas del Oficio
Divino, Rosario y letanías de la Santísima Virgen María, cánticos alegres, largas
adoraciones eucarísticas ritmaban estos días de los cuales Alfonso era el alma.
Apóstoles, quieren juntarse a su animador en el infierno, donde se abisman los sin
esperanza de la sociedad napolitana.
Después de Jesús y de los apóstoles, después de Francisco de Asís y de Ignacio de
Loyola, Felipe Neri había predicado en las plazas y en los arrabales de Roma.
Francisco de Jerónimo le había imitado en Nápoles hasta la muerte (1716, con sus
amigos el jesuita Francisco Pepe(1684-1782) y el joven y famoso dominicano
Gregorio Rocco (1700-1782), Liguori ha tomado la bandera de esta misión permanente
en la capital. Ella le condujo así enseguida, a realizar su propio éxodo: pasar a los
popolani, (gente del pueblo) , a las masas populares de los pobres y de los ignorantes
que molestan gritan, alborotan y hacen reír en los barrios bajos de la parroquia de S.
Eligio y en los bajos de los hoteles particulares...
Es allí donde Alfonso no tarda en encender el fuego de las Cappelle serotine
“(Capillas del atardecer)”.
Alfonso sacerdote, dice Tannoia, desarrolló lo más preclaro de actividad en el barrio del
Mercado y de la vía Lavinaio, es allí donde vio las heces del pueblo napolitano. Era su
gozo encontrarse así en medio de la canalla, de esos que llaman “los lazzaroni”
(Plebeyo napolitano) y otras pobres gentes de los mismos menesteres de miseria. Más
que a los otros, les había dado el corazón. Y ciertamente, los instruía con sus
predicaciones y los reconciliaba con Dios con la confesión. Con la boca en la oreja, en
el “medio” recorrió la voz hasta el extremo de la ciudad; Se venía de todas partes,
alimentando así el tal fuego devorador de este celo que no quemaba sino para salvar
a las almas y entregárselas a Cristo. Venían los pecadores y venían los criminales
tantos y todavía… y luego regresaban. Y no solamente les limpiaba del pecado, sino que
les comprometía en la oración, la contemplación, y pronto no tenían más en la cabeza
que amar a Jesucristo”
Muy pronto, Liguori fue desbordado. Hay que dar más tiempo individualmente a los
más fervorosos el alimento espiritual que ellos reclaman…Estamos en la bella
estación. Les reunirá en cualquier arrabal tranquilo y los agrupará en común. Pero esto

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no será posible, sino al caer de la tarde, porque su jornada de trabajo detiene
imperiosamente a los pobres.
¿La tarde? Al mismo tiempo que las reuniones clericales con Mazzini, Panza, Pórpora
y los otros. ¿Por qué no? ¿No es para ellos el mismo Dios, el mismo Cristo? ¿La misma
perfección cristiana por adquirir, la misma misión para llevar la Buena Nueva? Las dos
corrientes harán entonces su unión y formarán una sola rivera.
Es así que a comienzos de 1728, al toque del ángelus de la tarde, sacerdotes, clérigos, y
lazzaroni acuden al encuentro de Alfonso, frente a la iglesia de Santa Teresa de los
descalzos, más tarde, otros; luego otros todavía,
Porque el grupo hacía bolas de nieve, e iba de más en más haciendo bulla e inquietaba
a las gentes tranquilas. Allá acudían del Mercato, de la Conchería, de la lavandería y de
más lejos. Esto no era de caballeros, sino de lavanderos, albañiles, barberos carpinteros,
cargadores, ganapanes y otros obreros, y “desocupados”.
Tannoia subraya a los líderes:
El primero, Pedro Babarese, hasta entonces un crápula, gran formato. De hoy en
adelante, discípulo incondicional de Cristo y de Alfonso, Se pone a catequizar y a
preparar a los sacramentos a los pequeños granujas de los barrios bajos como cualquier
sacerdote lo haría.
Lucas Nardone, un soldadote licencioso, expulsado del ejército, salvado del pozo por
el Rey de Francia en persona; sin esperanza a los ojos de la sociedad. Un sermón de
Alfonso lo ha hecho volver. Acogido con los brazos abiertos, perdonado, curado por
Cristo. “Este hombre de cuerda llegará a ser un lazo de amor para arrancar a las almas
del infierno y para llevarlas a Jesucristo”. El juego de palabras es de Tannoia, que le
conoció.
Como él ha conocido al librero Bartolomé de Auria, y a este José Chianese que volvía
y vendía sus vasijas sobre el puente de la Magdalena –“santos”- y este otro José que,
con dos camaradas, llegará a ser hermano alcantarino, y este viejo comerciante de
harina que todo el Mercado ha apellidado con veneración “ José, el santo”.
He aquí aún, el vaquero Bernardino Vitale, el carpintero Sorrentino y el jardinero
Mateo. A ellos se les atribuirá aún milagros, en vida y después de muertos; al
comerciante de huevos Antonio Pennino y a este Leonardo Christano, dicho Nardiello,
que, poniendo a su asno delante de si, vendía cabras y castañas, todo para ganar
pecadores a Cristo.
Sociólogos y pastores hablan de “Religión popular”. Esto es algo de lo que yo no
conocía nada. Nada por tanto de una fe en bajada. ¿Cómo les formaban en esto en las
asambleas?
Cada tarde, en términos sorprendentes, Alfonso dejaba en la puerta de los más
sencillos alguna verdad central de la fe, o de una virtud cristiana. Los otros sacerdotes
intervenían en torno a una verdad llena de sabor. Seguían luego exhortaciones
prácticas de los deberes esenciales: Amor de Dios, Caridad fraterna, renuncia y
mortificación, Imitación de Cristo Crucificado, narraciones estimulantes de la vida de

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los santos, preparación a las fiestas próximas, a los Sacramentos, y todo lleno de
oraciones, de cantos, intercambio de libros edificantes. En todo esto se reconoce el
método y el espíritu de San Felipe Neri, llevados al mundo de miseria sin esperanza ni
cultura

Pero estas reuniones nocturnas inquietaron a la gente bien. El Gobernador y el


Arzobispo fueron alertados. Puesto al corriente, el cardenal Pignatelli dijo al joven
sacerdote: “estoy lleno de alegría por todo el bien que Ud. hace. Pero evite estas
multitudinarias asambleas, ellas dan miedo”.
La prohibición de la asamblea grande… ¿era esto el fin del cenáculo? Más bien la
explosión de Pentecostés. Era un golpe del Espíritu, la dispersión de los apóstoles.
Liguori juzga a sus discípulos suficientemente preparados para ser, cada uno en su
barrio., los pivotes y animadores de múltiples grupos pequeños, que a través de toda la
capital reunirían a los Lazzaroni del rincón, en tiendas y en casas particulares. El
mismo y sus “hermanos sacerdotes”, los seminaristas de ayer, habían recibido sus
órdenes, estarían aquí y allá, para hacer el lazo, confortar, profundizar la formación,
asegurar los sacramentos.
El programa de Barbarese da una idea del camino que Liguori indicaba a todos. Helo
aquí, según Tannoia:
“Barbarese reunía un cierto número de trabajadores... de los “gana poco”, para
grandes necesidades –en el taller de un barbero, frente a la iglesia del Carmen. De
sus mejores, ponía frente a sus iletrados una máxima del Evangelio, les daba una
instrucción sobre un punto básico de la Fe, les dirigía una exhortación sobre el culto
al Santísimo Sacramento y la devoción a la Virgen y terminaba en un cuarto de hora
la iniciación práctica a la meditación sobre las postrimerías o sobre la pasión de
Jesucristo. Llegaban más y más numerosos. Visto el bien que hacía, el sacerdote Don
José Cargano sugirió a Pedro transferir su grupo a la capilla de la Cofradía de los
boneteros. Así se hizo, y alrededor de sesenta y tres jóvenes vinieron a juntarse a
los habituales”.
Lucas Nardone instaló en otra parte su cátedra de Catecismo y su escuela de
plegaria. Otro penitente de Alfonso, un barbero de la plaza de Pignasecca – no lejos de
la iglesia actual de los Redentoristas. Arreglaba sus navajas de afeitar y cada tarde
hacía de teólogo y maestro espiritual. Y así cada uno, a lo largo y ancho de Nápoles.
Alfonso giraba por las asambleas, estimulando a los antiguos y ganando a los nuevos
convertidos al amor del Crucificado. “El Señor juntaba cada día a la comunidad, a
aquellos que encontraban la salvación” (Hch.2, 47).
Así un domingo por la tarde, un joven cardador de lana, llegó a hacerse la barba donde
nuestro fígaro de la “Pignasacca”. Mientras que el hombre del arte enjabonaba alguna
barba y afilaba prestamente su navaja, a nuestro cliente le llamaba la atención el ver
entrar a gente sencilla como a su casa y pasar atrás del salón de la barbería. Picado por
la curiosidad, les siguió y oh sorpresa al descubrir una sala llena de gente, unos
sentados, otros de rodillas .Una estatua de la Virgen presidía, sobre un pequeño altar
iluminado.

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-¿Qué pasa aquí?, preguntó
-Don Alfonso de Liguori viene acá a instruirnos en las verdades de la Fe. Y en su
defecto el Barbero lo reemplaza.
Alfonso no vino esa tarde. El maestro de esta casa se preocupó muy bien de
evangelizar a la asistencia y de hacerla rezar... Ganado nuestro joven llegó a ser un
asiduo. La gracia lo invadió; y bien pronto no se hizo conquistar por las jóvenes, sino
que llegó a ser “el Hermano Angiolo” de los alcantarinos de Santa “Lucía del Monte”.
Sorpresa idéntica para el canónigo Romano. Una tarde, cuando tomando la brisa
marina con algunos cohermanos, encontró a un amigo que le dijo: ya que Ud. está
vagando, venga conmigo al Mercado, venga a ver lo que hace Pedro Barbarese. Ud. No
regresará nunca más…
Quedó maravillado. Corrió a contar su admiración al cardenal Pignatelli quien, a su
vez, que de esto no se acordaba: “Laicos, haciendo tanto bien”. Abrió todos los
oratorios públicos, capillas e iglesias de la diócesis. Los grupos de la tarde abandonaron
entonces cafés y oficinas por las Capelle Serotine (Capillas del atardecer)
Totalmente alentado y con el ánimo en alto, de hoy en adelante, sin problemas
locales, Alfonso multiplicó estos grupos populares. El mismo se multiplicó para
visitarlos, ayudado por sus sacerdotes. El sábado, no sé dio abasto para las
confesiones; y el domingo, para las Eucaristías.
Cada domingo, en efecto, para estas pequeñas comunidades cristianas, es día “lleno”,
“es el día del Señor” como en las cofradías ignoradas de Felipe Neri. Por la mañana,
una media hora de meditación sobre la Pasión, luego Eucaristía largamente preparada
y prolongada en acción de gracias... Después de mediodía va a la reunión de los
“hermanos” de la ciudad que pueden venir, para una adoración silenciosa del Señor y
una visita a Nuestra Señora, ya en una iglesia ya en otra., Después las Vísperas cantadas
va “a nuestros señores de los Incurables” a los que visita y al servicio de corazón y de
manos, y se termina con una exhortación espiritual y la bendición con el Santísimo
Sacramento, en todas las salas del Hospital. Por fin, se pasan juntos un momento de
alegre descanso, en el campo en los bellos días, en invierno, en el claustro cualquier
convento. Por la tarde, al toque del Ave María –no grupos nocturnos - a toda voz-
Cada Capella se encuentra en su casa para la santa velada cotidiana.
Y allí se canta, dice Tannoia, y se agrupa. “Cada grupo constaba de cien o ciento
cincuenta hombres”
Para las mujeres, Alfonso había puesto en camino un movimiento semejante a la
escuela de la fe. Pero la obra no duró. ¿Por qué? Parece que las Capelle no se orientaban
a un mundo independiente sino a solo a los dejados por cuenta de la cultura y del
dinero, a los abandonados. Los hombres podían venir luego de terminada su jornada.
A las mujeres, de los bajos fondos, con las criadas, garrotillos y otras miserias de los
pequeños, la jornada nunca terminaba. A veces ¿cómo dudar que los convertidos de
las “capillas” no habrían de llevar a Cristo a la casa? Y después, maridos fieles y yernos
amantes, que no blasfemaban más, que no bebían más, que no jugaban más, no se
embrutecían más, y esto ¿no era para las mujeres un pequeño rincón del paraíso?.

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Porque las Capillas cambiaron la vida. Esto no era de asambleístas murmuradores de
cascotes sino un movimiento de conversión, de perseverancia, de santidad. Sus dos
motores eran la meditación y la oración mental. Los textos primitivos nos presentan
desde el principio, a los animadores laicos como catequistas de la fe y maestros
espirituales. Se sabe la parte casi nula hecha a la recitación vocal en toda la obra
ascética de Alfonso, mientras la oración es para todo. La Visita al Santísimo
Sacramento es una oración, el Rosario meditado también debe serlo.
Estos grupos llegaron a ser un movimiento de educación de base, de mejoramiento
social y de condicionamiento de las costumbres: ayuda y participación entre los
pobres; economías sobre los juegos, francachelas, borracherías, y desórdenes. Donde
pasaba antes el pobre dinero de los menajes; conciencia profesional restaurada de las
mejoras de domésticas, artesanos, obreros, comerciantes; ladronismo reemplazado por
el trabajo; “puñales y pistolas entregadas a las manos de los confesores y reemplazados
por rosarios y opúsculos de meditación sobre las Máximas Eternas o la Pasión de
Jesucristo. Si, este siglo XVIII de la iluminación, brilla de “auténticas lumbreras” a
nivel de los de abajo de Nápoles y de sus “arrojados” a las “calzadas negras”. Gracias
a las Capillas del Atardecer.
60 años más tarde, el P. Tannoia, tiene este párrafo brillante:
“Las Capillas fueron la obra de Alfonso con sus penitentes, y de ningún otro. Se cuentan ahora
(1798), 75 y cada uno sabe todo el bien que ellas sacan en el pequeño pueblo. Ellas
tienen como asistentes a sacerdotes celosos y son la alegría la más querida de los
arzobispos de Nápoles. Para llegar a estas reuniones, nada hay que pagar, nada de
oficiales que contar, ni de formalidades de ninguna suerte. La puerta se abre al primer
venido. Y si aquel que entra es un truhan perdido de vicios, es la alegría perfecta”.
Entonces nada de un club de burgueses piadosos. La Capillas no esperan más que al
populacho que vive en apuros de expedientes o de sus menesteres que los romanos
llamaban “cosas sucias” (sórdida) vergonzantes o desagradables”.
Además, ellas son, desde el principio,-una llamada a los “pillos”. Un lugar de
conversión. Luego un lugar de santificación de los pecadores. En fin de apostolado, pero
de apostolado de los pecadores al lado de pecadores.
Tercera característica: se entra allí como en un molino. Sociólogos, no busquen
registros y reglamentos. No es una “institución” – y además está en perpetuo
movimiento vital – que aquella de lugares de acogida de personas responsables. Los
Reglamentos, por otra parte, terminaron para llegar a ser, y son papeles de tierra
sobre fuego.
Los responsables – y este es el punto más fuertemente profético. Los responsables
son laicos. Las Capillas fueron dos siglos antes que Pio IX, el apostolado del medio
por el mdio. El líder de cada fraternidad es un trabajador manual, un pobre, un
“sórdido” como todos los otros. Los Sacerdotes son “asistentes”. Alfonso sabe que
estos humildes bautizados tienen también el Espíritu Santo. Ellos solos, por otra parte,
tienen la experiencia a nivel de vida, el lenguaje a “nivel de pie”, que crean la
comunicación y dan la autoridad a propósito de aquel que sabe lo que dice; aún y
desde el principio cuando el habla del pecado y de la Misericordia.

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En fin, esta es la quinta característica de las Capelle estas se reúnen todos los días: son
los encuentros cotidianos, junto al Señor, reunión de una comunidad de vecinos, como
aquellas de las fraternidades ecuménicas.
Estos grupos tienen entonces de nuestros movimientos de Acción Católica, de nuestros
grupos de oración, de nuestras fraternidades carismáticas y de las Comunidades de
Base de América Latina.
Mientras el permaneció en Nápoles – cuatro años aún- Alfonso se entregó a “cuerpo
perdido”, es, por una vez, la palabra. El P. Rocco dirá más tarde al Redentorista Padre
Pablo Blasucci (1729-1817):
“Vuestro Don Alfonso, era mi amigo. En su juventud estaba tan abrasado de celo,
por la salvación de los pecadores, que hubiera querido santificar el mundo entero de
un solo golpe”.
Con él rivaliza de celo su equipo de sacerdotes celosos, del cual es el mismo como
el fuego central. Sus Retiros mensuales en su casa de San Jenaro fuera de los muros,
aseguran los cambios, la cohesión y reaniman la llama del Espíritu. Entre ellos, el más
“empeñado” es también el ex abogado Jenaro Sarnelli, aún no tonsurado, pero que
será sacerdote en 1732, algunos meses antes de la partida de Liguori.
“Una vez fundada su Congregación, él no dejará jamás de regresar para visitar sus
Capelle, cada vez que él venga a Nápoles. Y de reavivar su ardor para servir a Dios y
ganar otros pecadores a Jesucristo. Grande será su alegría de ver la obra ampliarse y
rendir siempre más gloría a Dios”.
Tannoia, en 1798, enumera entonces 75 centros que agrupan cada uno un millar de
Capillistas; Rispoli, en 1834, contará una centena con alrededor de 300 participantes
cada una. Prohibidos por la Revolución de1848, ellas se re inflamarán en sus brasas y
encontrarán sus 30.000 “hermanos” en 1894.

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6-HACIA UNA CHINA LEJANA

Las Capillas del Atardecer habían removido completamente las veladas de Alfonso.
Muchas veces el trajín de sus jornadas continuaba, con su ministerio de predicación de
las Cuarenta Horas y de Confesiones; con su participación también en las Campañas
de Misiones Apostólicas y aún, a veces, sus sesiones de caballeros de la Sede de
Portanova.

Pero he aquí que a la mitad de junio de 1729, en vísperas de sus treinta años, abandona
definitivamente el alojamiento familiar: “Sal de tu casa, de tu familia, de la casa de tu
padre, y vete al país que yo te mostraré” (Gen.12, 1). Esta voz interior él la había
escuchado desde el día de su “conversión”. El Capitán de Galeras le había obligado a
diferir su “éxodo”. Ante el drama que significaba para su padre su entrada en las
órdenes, seis años había soportado este “encarcelamiento”. Dentro de su casa, vivía al
vaivén del mundo y de las visitas y de las presentaciones y de las inevitables
charlatanerías; expuesto, frivolidades, a las indiscreciones familiares: su vida de
oración, sus ayunos, su ropa blanca teñida de sangre, su sotana de pobre le tornaban
molesto y molestoso. Lo que le podía faltar, esta vida comunitaria integral, con sus dos
valores, aparentemente contradictorios, de soledad y entrega que el “disfrutaba” con
sus amigos en su “retiro” mensual. Luego va a encontrar otro compuesto en parte por
sus mismos “hermanos”: Jenaro Sarnelli, Vicente Mannarini, Javier Fatigati, para
todos los días y puede ser, para siempre.

Se recuerda, que entre su padre y él, la paz había vuelto… La hora sonaba con pleno
acuerdo. Fue con ocasión de la misión que se daba, por Todos los Santos, en la iglesia
del Santo Espíritu. Esa tarde del fin de octubre de 1728, Don José, regresaba del
Palacio Real, subiendo la vía Toledo a la altura del Espíritu Santo, con todas las puertas
abiertas, oía al predicador. Es la voz de su hijo. Desciende de la carroza. El inmenso
edificio estaba lleno de un pueblo subyugado, escuchaba un pasaje; escucha; queda
cautivado; y se emociona. Las lágrimas le vienen por haber hecho sufrir tanto a su hijo
a quien Dios evidentemente, llamaba al Evangelio. Por la primera vez, unas gracias
sube del corazón. Absorbido en sus sentimientos su padre, retoma la Vía Tribunali. En
cuanto a Alfonso, entra en sí, y va a su encuentro, le abraza, sacudido por los sollozos:

“Hijo mío, le dice entre lágrimas, cómo te agradezco. Esta tarde yo he aprendido a
conocer a Dios. Mi Fonsito, yo te bendigo, mil veces te bendigo, por haber escogido un
estado tan santo, tan agradable a Dios”.

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Alfonso sintió que de hoy en adelante, a lo que él quiera escoger, su padre no podrá
oponerse a su partida... Y partió, tan pronto como pudo y le pareció.

Así como Abrahán.- “partió ¿sin saber a dónde?” (Heb 11, 8). Porque si él no entra
donde los Oratorianos de su corazón y de su primer proyecto, sino al Colegio de los
Chinos, ¿es que tenía alguna idea en su cabeza, o al menos buscaba otra?

El P. Mateo Ripa, luego de 15 años de apostolado en China, donde él había abierto un


seminario, había sido expulsado de allí con todos los otros misioneros. Obstinado,
había hecho venir a Nápoles a cuatro jóvenes chinos y fundó la “Sagrada Familia de
Jesucristo”: Seminario para los futuros sacerdotes chinos e hindúes. Acababa de abrir
modestamente en la primavera de 1729 con 4 alumnos y tres cohermanos “congregati”
en la Villa Pirozzi, el actual Hospital Elena de Acosta, que se llamaba “El Paraíso” con
la vista sobre Nápoles y es bello

Esperando refuerzos, ansiaba proteger y ver florecer su comunidad para un hogar de


sacerdotes y de clérigos diocesanos: estos “pensionistas” pagarían pensión y prestarían,
además, otros servicios.

Uno de los primeros “pensionistas” fue el ex abogado Jenaro Sarnelli que había llegado
a ser estudiante de teología. Allí encontró a su amigo Liguori, que sería simplemente
pensionista, él también, a pesar de su deseo de viajar a Chin; o al Japón, de los leyó
LA HISTORIA DE LA IGLESIA del Jesuita Jean Crasset; o también del Cabo de
Buena Esperanza del que habla Ripa y de los HOTTENTOTES, (pueblos paganos),
desprovistos de misioneros, y que están todavía sin esperanza del Evangelio. ¿Iba
entonces a olvidarse de los abandonados de las “Capillas de la tarde?- Estos pobres de
los bajos fondos de Nápoles no eran de los más abandonados: estos estaban a cargo de
ellos mismos; de los sacerdotes que les amaban y les acompañaban. Alfonso podía
partir.
Él debía partir al Colegio de los Chinos, escuchaba la llamada para ir en socorro de
los más necesitados del Evangelio.

Entonces ¿Por qué no se comprometía como congregado entre los de Ripa? Debía
sortear a su tierno, su irascible padre, a ese Vesubio: no dar más que un paso a la vez.

Pero su “proyecto era firme”. Discutido con el P. Pagano, sin cesar afianzado por la
amistad de los jóvenes chinos, los Relatos del P. Ripa, las noticias que llevaba un
correo, espaciado pero prolijo. Bajo el portal de entrada del Colegio, no había más
que levantar los ojos para ver el fresco que ahí había hecho colocar el fundador: Un
globo terráqueo coronado por una cruz de color sangre, con el envío misionero de
Cristo: “Id por el mundo entero. Predicad la Buena Nueva a toda criatura”.

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Paciencia. …Por el momento, esta convivencia de Liguori y Sarnelli, acabará de
profundizar su amistad a fuego de celo. Sin saber todavía, el primero forma al segundo
a tomar su relevo en las Capillas del Atardecer. Fuera del tiempo en que Alfonso está
de misiones, se les ve con frecuencia dejar juntos ·El Paraíso” para las visitas de las
“Capillas del atardecer“

El P. Ripa ha confiado a Liguori casi todo el ministerio de la Iglesia: oficios,


ceremonias, predicaciones y confesiones .Y luego la presión, la multitud, una multitud
dichosa en esta nave tan pequeña. Se llena todos los días como en los domingos y días
de fiesta.

Los penitentes, sobre todo los penitentes, no le dejaban apenas tiempo ni para comer
de prisa un bocado, que lo toma de rodillas, muchas veces largo tiempo después de la
comida de la Comunidad. Se acuerda de los barrios vecinos de Fonseca, de las
Vírgenes, o de la Salud, también de los otros, que están fuera de la ciudad. Por la
tarde, después de las cotidianas Cuarenta Horas, de las que se mantiene, como el
predicador llamado por casi todo Nápoles, es buscado para las veladas del
confesonario hasta tarde de la noche. Con este carisma de hacer regresar a las almas
con algunas palabras. Los pecadores cambian de vida, de cortesanos se vuelven santos,
los hogareños se dedican al fervor, y a los pobres, y las chicas, hasta quince a la vez,
entran al claustro, otras viven en su casa como consagradas-monjas en casa,- según una
práctica entonces frecuente, y que nosotros no hemos inventado..

El Padre Javier Fatigati, -compañero de las Capillas del Atardecer y adherido a “Los
Chinos”, da detalles sobre lo que él pudo sorprender sobre las penitencias con las
que Alfonso “pagaba” este ministerio redentor. “Ni el padre ni la madre estaban allí
para vigilarle. Sazonaba con mirra, absintio u otros polvos amargos la comida de
miseria que se proporcionaba en la Sagrada Familia de los pobres. De rodillas en el
refectorio; o en su celda, jamás sentado; con piedrecillas en su calzado. No contento
con llevar continuamente cilicios y cadenillas puntiagudas, se flagelaba muchas veces al
día, y tantas veces hasta la sangre. Dormía sobre tierra desnuda o en unas tablas.
Cuando se acostaba…Porque pasaba noches enteras en vela con su Amigo del
tabernáculo”.
El ejemplo de los santos le aguijoneaba más todavía que las puntas de acero. La lectura
espiritual de sus vidas constituía siempre uno de los alimentos tónicos de su fervor.
Allí encontraba “un estimulante para no ser menos”.

Es de capital importancia notar que Alfonso Director espiritual de almas no ponía a


otros en estas espinas. En 1731, a unas monjas que le pedían instrumentos de suplicio
para santificarse, respondió: “¿cadenillas?, ¿cilicios? Les envío una provisión de
libros, que son mejores que las cadenillas, pueden ayudarles a llegar a ser santas”. Les
envió nueve libros de meditación, once obras espirituales y seis vidas de santos.

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Aquellos que no conocen que para entender estos fervores y estas austeridades se
imaginan que Dios les paga largamente con alegrías espirituales y colmadas
intimidades…Ciertamente, el Señor llena de miel los labios de los principiantes; pero
pronto los retira, y son entonces las purificaciones de los desiertos tórridos, la
participación en la agonía y el abandono del Crucificado. Así trata Él a sus amigos, “por
eso que los tenéis tan pocos” le dijo Santa Teresa de Ávila, la seconda mamma
(segunda mamá) de Alfonso. Y su modelo San Francisco de Sales, se sintió un tiempo
“el maldito de los malditos”. Más cerca de nosotros, Teresa de Lisieux, pasó dos años
en un abandono que le arrancó esta queja: “No disponiendo más la dicha de tener fe,
me esforcé por hacer obras”; y Bernardita Subiros fue “asaltada por terrores morales”

Abandono y terrores morales, son estos los dos travesaños de la cruz que soportó
entonces Liguori.

Mientras vivió en el Colegio de los Chinos, escribe Tannoia, el Señor le privó de sus
consuelos y le redujo a una existencia árida y desolada. Ninguna devoción al
celebrar la Eucaristía: disgusto de oración. Buscaba a Dios y no lo encontraba. A esto
que me dijo el P. Fatigati, le fue necesario remar contra corriente. Repetía: “Voy a
Jesucristo y Él me rechaza; recurro a la Virgen y no me oye”. En estas tinieblas, no
obraba más que por pura fe, a fuerza de espíritu, resuelto a ser la alegría de Dios,
cuando él mismo no la tenía para él ni cielo ni infierno”.

Su celo lejos de sufrir por esta carencia, tomó nuevo empuje. ¿En dónde el “rector”
de la iglesia de los chinos, encontraba la fuerza y el tiempo para predicar los santos
ejercicios aquí y allá a lo largo de Nápoles, a las monjas, a las cofradías, y participar en
las misiones de los ilustrísimos y estar presente en las asambleas de los lunes?

“Fue bello reflexionar, dirá a Tannoia, el P. Fetigati, y habló como testigo ocular,
cuando él vivía entre nosotros, Alfonso de Liguori no perdía por nada el tiempo: o
predicaba o confesaba, o hacía oración o estudiaba.”

Su amigo encuentra allí el secreto de uno de los más grandes resortes de la actividad
prodigiosa de Alfonso: caso único en la Historia de la Iglesia, hizo desde esta época
el voto de no perder un minuto de tiempo.

Mateo Ripa deseaba para su congregación este “monstruo de trabajo”. Alfonso


también aspiraba ir a la China para esparcir entre los infieles la luz del Evangelio,
con la esperanza de entregar allí su vida por la fe. Pero su Director le aseguró, que esta
no era para él la voluntad del Señor. “Esta afirmación de Berruti lo garantiza Alfonso
mismo, en la página 26 de su cuaderno íntimo. (1730-1732):

“En cuanto al proyecto de donar mis libros a la casa de los Chinos, este fue solamente
un proyecto interior, sin intención cierta de obligarme por ello”.

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“En cuanto al juramento de ir hacia los paganos, Pagano, “por ahora no”, por
cuanto las condiciones han cambiado”.

7- EN UNA CHINA MUY PRÓXIMA

¿Qué condiciones habían cambiado? ¿Qué se había interpuesto para impedirle ir a los
paganos, al menos por el momento?
El antiguo abogado había llegado a ser uno de los miembros más considerados y más
activos de la Congregación de las Misiones Apostólicas. Era aquel a quien se le había
concedido un beneficio fundado en favor del “más meritorio”. Mientras él se preparaba
para la China, pensaba también al mismo tiempo, dar con el corazón y las fuerzas en las
misiones a lo largo del reino de Nápoles. Así descubrió la cadena de los Apeninos
napolitanos, la Lucania de relieve abrupto, lugar maldito de montes calvos y de colinas
grises arruinadas por la erosión, quebradas cenagosas empapadas en malaires,
poblaciones colocadas sobre las crestas calcáreas para huir de la pestilencia, de las
pobres tierras avaras. Lucania en fin- es necesario tener algún recurso-Lucania de la
magia, “la magia lucana.” Cristo se ha detenido en Éboli y, dice tristemente un
proverbio local, repetido e ilustrado en 1945, por el romano autobiográfico Carlos
Levi:

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“Cristo no ha llegado jamás acá, escribe Levi, en eco de este pobre pueblo, ni la razón,
ni la esperanza, ni la historia. Nada ha tocado esta tierra fuera de un conquistador, o un
enemigo o un visitante indiferente. Las estaciones se deslizan sobre las labores
pueblerinas: como hace tres mil años antes de Jesucristo. Ningún mensaje, ni humano ni
divino, ha llegado a esta pobreza tenaz. Sobre esta tierra sombría donde el mal no es un
hecho moral, sino un dolor terrestre que existe para siempre en las cosas mismas,
Cristo no ha descendido nunca. Cristo se ha detenido en Éboli”

¿Cristo no se ha detenido jamás en Eboli?

Sí y no. En estas pequeñas diócesis montañosas, la entrada masiva de los pretendientes


al sacerdocio celebratorio proporcionaba ciertamente un clero ignorante, perezoso y
jugador, bebedor, vicioso, comerciante de los sacramentos y de sortilegios. La
población está al mismo nivel: rapacidad conjugada de la naturaleza y de los barones;
aridez de la tierra, de los hombres, de los asnos y de las cabras: un rebaño humano
ignorante como sus bestias, Y entonces en lugar de la fe cristiana, una religiosidad
mágica, donde Satán tiene el primer lugar

¿Las misiones no podían entonces proporcionar el remedio? ¡Ah no! Las misiones no
se daban sino en los poblados, dejando a los campesinos en su sombrío abandono.

Siempre a la búsqueda de los sin esperanza, Alfonso se detiene hasta en los poblados
más atrasados. Descubre con estupor a estos campesinos que sufrían y morían en una
total ignorancia de Dios. Allí donde se encontraban sacerdotes, estos últimos vivían de
los beneficios locales, fundados por la comunidad para los sacerdotes del lugar, de
manera que los obispos no podían desplazarlos. Así, los parroquianos que hacían sus
Pascuas no tenían otro recurso que “contar” sus pecados a la tía o al vecino con el cual
ellos habían bebido o jugado cartas, todo el año. “Si estos pobres pecadores no tenían
misiones para abrirse a los sacerdotes extraños, escribirá Liguori en un libro destinado
a los obispos, es moralmente cierto que persistirán en sus pecados e irán a perderse”.

En una carta, que es como la fundación de los Redentoristas, el P. de Liguori escribirá


al Papa Benedicto XIV (30 de Marzo 1748)

“…Por estar dedicado durante muchos años a las santas misiones como miembro de
la Congregación de Misiones Apostólicas, erigida en la Catedral de Nápoles, el
suplicante ha constatado el gran abandono en que se encuentra el pobre pueblo,
sobretodo el de los campos, en vastas regiones de este Reino…Estos campesinos son
los más privados de socorros espirituales. Con frecuencia, en efecto, ellos no tienen a
nadie que les administre los santos sacramentos y les anuncien la Palabra de Dios. En
este punto que muchos, faltos de obreros apostólicos , mueren sin ni siquiera conocer
los primeros misterios de la fe, porque hay pocos sacerdotes que les dediquen su
tiempo al cuidado espiritual de los pobres campesinos: ellos rehúsan hacer gastos y
dedicarse a las múltiples incomodidades que es preciso soportar en este ministerio”.

43
i

El encuentro, en una convalecencia de su salud, en junio de 1730, con pastores de


Scala, en las montañas de Amalfi,-volveremos sobre esto, da a Liguori el golpe
decisivo. El pensamiento de su abandono le saca lágrimas y suplica al Señor que
suscite a alguien que tome en sus manos la suerte de estos desgraciados.

¿Y si no hay nadie más digno que él que se levante, no será esta la vocación para él,
Alfonso? Que esto lo piensen Pagano y sus consejeros espirituales.

Las conclusiones de los hombres de Dios consultados, caen firmes e idénticas: Dios
quiere esta fundación, la Iglesia la necesita; que Alfonso se encargue, sin perder más
tiempo. El dominico Fiorillo le escribe también: “si yo fuera joven, le seguiría”.

“Seguro de la voluntad de Dios, dice Tannoia, se anima y coge valor. Haciendo a Jesús
un sacrificio total de la ciudad de Nápoles, se ofrece a vivir el resto de sus días entre
los cabreros y sus chozas, a morir en medio de los pastores y campesinos.

Quien ignore el cambio radical que decide aquí Alfonso, se condena a no comprender
a Liguori como fundador, a Liguori como escritor, a Liguori como moralista. El
caballero de raza, el intelectual completo, el artista refinado, y el sacerdote buscado
por los nobles y las élites, el más reputado de los misioneros de la capital y del reino.,
hizo selección de por vida, a los treinta y cinco años, dijo adiós al “continente” de su
juventud y a su primera edad madura”. Haciendo a Jesucristo un sacrificio total de la
ciudad de Nápoles, “va a cambiar de mundo y a dedicarse a esa “China” muy
próxima, a donde Dios le llama.

En agosto de 1732, continúa todo entero al servicio de la iglesia de los chinos,


Alfonso había vuelto a vivir en el palacio paterno con el fin de poner en orden sus
asuntos, como si fuera para la muerte.

Su familia estaba desecha por su partida, que la sentía próxima y definitiva. Una
tarde, mientras descansaba, su padre entró a su cámara y se arrojó sobre el lecho y le
tuvo abrazado tres horas, tres horas atroces, repitiéndole entre lágrimas: “Hijo mío,
¿por qué me dejas?. No merezco esto de ti…No esperaba esto de ti, Fonso mio. ..
Fonso mio, no me abandones…”.

Larga agonía. “La más cruel tentación de mi vida”, confesará un día Alfonso. Que
eche de menos a su padre, a su madre, a su hermano sacerdote Cayetano, a Hércules y a
su joven esposa. Pero lo vieron partir. Su biógrafo, el P. Tannoia, escribe
solemnemente:

“El año 1732, fue fijado por Dios para el inicio del dichoso nacimiento de nuestra
Congregación. El Papa Clemente XII regía en el Vaticano y Carlos Augusto VI
gobernaba el imperio y este reino de Nápoles. Alfonso de Liguori, bendecido por los

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padres Fiorillo y Pagano montaba la montura de los pobres, a escondidas de sus
parientes y sus amigos, los más queridos, y a lomo de asno, tomó el camino de Scala”.

Tannoia describe así en la historia del advenimiento de los redentoristas, señalando


un violento contraste, el hecho, aparentemente irrisorio, ya que en él se imprime para
siempre el fin, el espíritu. La llegada al mundo de este Instituto es desde el principio
la muerte y el renacimiento de un hombre. El caballero napolitano ya no existe; un
pobre entre los pobres ve el día. Y como signo “luminoso” de esta muerte y de esta
natividad: un asno. El asno de Belén. O aquel de los Ramos, como preludio de la
Pasión.

¡Asombraos que la Congregación del Santísimo Redentor no sea la más prestigiosa de


la Iglesia! Y rogad para que, por todas partes donde ella esté ahora implantada – en
toda Europa, desde arriba hasta abajo de las dos Américas, en Oceanía, en siete países
de África, en el Sur de Asia, de Beirut a Tokio- ella guarde el espíritu de sus orígenes.

¿El espíritu de sus orígenes, es aquel el de las Capillas del Atardecer: el resultado
prioritario el de África de la “gente pobre”. Y no solamente para colar de pasada, en
una confesión general. Mucho más: para conducirles a la vida de oración y de santidad.

Es así como Alfonso va más lejos que Francisco de Sales. En el prefacio a su


Introducción a la vida devota el santo obispo de Génova constata que antes de él, los
tratados de vida espiritual “casi todos han mirado a las personas retiradas del mundo”.
Su intención es de desbancar la santidad de este “total retiro” y de instruir a aquellos
que sabe la ven en las ciudades, en los gobiernos, en la corte... al exterior, entre la
presión de los asuntos temporales”. Pero en su llamada de la pluma se dirige a un
mundo alfabetizado, casi selecto y almizclado. Alfonso, vive y se junta con la pobre
gente analfabeta, sin catecismo, abandonada. Injustamente abandonada, porque ellas y
ellos son hijos de Dios. Ellos también como a los lazzaroni de las Capillas de Nápoles,
el los recibirá, en sus misiones, y no solamente la conversión, o la simple perseverancia,
sino la santidad, por la práctica cotidiana de la oración mental en común, en la iglesia.

Serán necesarios los cambios del siglo XX comenzando por exteriorizar, en el


campo, la oración común, instruir en la iglesia, al fin de cada misión, por San Alfonso y
sus hijos a partir del año 1730.

8.- TORMENTAS SOBRE SCALA, TEMPESTAD EN NAPOLES.

Al sudeste de Nápoles, frente una de la otra, las pequeñas ciudades de Scala y Ravello
se inclinan sobre la prestigiosa Amalfi, la Divina Costiera (costa divina) y el azul
transparente del mar Tirreno.
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Scala fue la tierra natal, en estos años de 1730, de las Redentoristinas y de los
Redentoristas, mediante acontecimientos complicados, magníficos y desgarradores,
para los que nosotros no tenemos espacio de contarlos aquí.

Sin embargo, porque es necesario resumirlos, – y también porque se los ha


embrollado a placer,-repasamos honestamente los hitos indiscutibles de esta historia de
1721 a 1733. Comenzamos entonces desde atrás.

Scala, 28 de Septiembre de 1721. Postulantes reclutados en Nápoles por el P. Tomás


Falcoia, de la Congregación de los Píos Operarios, emiten allí los votos según la Regla
de la Visitación. Su número aumenta rápidamente.

Scala, 7 de Febrero de 1724: Sor María Celeste Crostarosa y sus dos hermanas,
carmelitas expulsadas de Marigliano y “recuperadas” por el P. Falcoia, visten allí el
hábito de la Visitación.

Scala, 25 de Abril de 1725. Según lo que ella escribió en su Autobiografía, el Señor


le hace comprender a María –Celeste que quiere suscitar mediante ella, un nuevo
Instituto, que “no tendrá ni fundador ni fundadora y que será “la viva memoria” de su
amor por los hombres” . Él le dicta la Regla en los días siguientes, afirma ella.

Scala, junio de 1730. Alfonso de Liguori está en convalecencia en los altos pastizales
que dominan la ciudad. El descubrimiento de los pobres cabreros de S. María dei
Monti (Santa María de los Montes) es para él la gota de agua que hace desbordar el
vaso.: luego de nueve años, ha visto mucho, mucho, a lo largo del Reino: el abandono
religioso de los campesinos. Entonces, afirman en el proceso de beatificación de
Nocera, bajo la fe del juramento, los PP. Villani y Corsano (respectivamente su
Director y Confesor) “entonces es cuando él recibe de Dios la inspiración de fundar
una Congregación de misioneros para los abandonados”. El P. Gaspar Caione
añadirá en el proceso de Santa Águeda de los Godos: “yo recibí de la boca del Siervo
de Dios que él se trasladó en seguida a Nápoles con la resolución nueva de
establecer una congregación, exclusivamente dedicada al apostolado de las almas
más abandonadas del campo, y con el fin de hablar con su Director, (P.Pagano). Así,
antes de conocer, (en junio de 1730), a Sor María Celeste Crostarosa.

Scala, Septiembre de 1730: del 6 al 14. Alfonso predica en la catedral la novena del
Crucifijo. Luego, después del 14, el retiro en el Monasterio de la Visitación. Así
encontró entonces él por primera vez a Sor María Celeste Crostarosa. Después de un
diálogo profundo, reconoció que su inspiración era de Dios y la hizo aprobar por el
obispo Mons. Guerriero, el proyecto de una nueva Orden que ella afirma, haber
recibido por revelación. Con el Obispo, fija el 13 de Mayo de 1731, día de Pentecostés,
el paso al nuevo Instituto. El 6 de agosto siguiente, el sayal negro de la Visitación fue
reemplazado por la túnica roja y el manto azul de aquellas que pronto se llamarán

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Redentoristinas. Pero nada de Regla escrita: Falcoia ha confiscado el texto de
Crostarosa, luego un segundo texto que lo hizo reescribir

Scala, 5 al 14 de Septiembre de 1731, entonces, un año después, Liguori predica de


nuevo la novena del Crucificado. Reencuentros probables, pero rápidos, con las
hermanas.

Scala, 3-4 de octubre de 1731, vigilia de la fiesta de San Francisco de Asís: María
Celeste ha tenido, ella, la visión de una Congregación de sacerdotes destinada a
“predicar el Evangelio a toda criatura”; a la cabeza: Don Alfonso de Liguori; forma
de vida, calcada sobre la Regla de las monjas-.-Alfonso estará muy conmovido y
recalcitrante de verse así empujado por la espalda “Yo seré tu primer compañero” le
dijo Juan Mazzini. Consecuentemente él escogerá libremente de estas “revelaciones;
rechazará el hábito multicolor, la vida eremítica, el horario de las hermanas, las casas
de trece:- Cristo y los doce- y el envío de dos en dos a las misiones, demasiado
calcados por demasiado materiales en la Vita apostólica. Manifestará siempre que no
se ha resuelto a la fundación, basado en luces extraordinarias, sino sobre los
principios del Evangelio. “Llevad la Buena Nueva a los pobres, a toda criatura” y sobre
las sugerencias de la obediencia. No permitirá en las Reglas de los Redentoristas,
ninguna alusión a revelaciones. En fin, en su Praxis confessarii, n.140, prescribirá, de
frente a visionarias, un sólido escepticismo. También escribirá en marzo de 1733, a
María Celeste: “Me viene muchas veces el pensamiento que todas sus revelaciones
podrían haber sido ilusiones… Luego, cuando este pensamiento me sobreviene, debes
saberlo, que yo no regulo mi conducta de acuerdo a tus revelaciones, sino de
acuerdo a la obediencia de mi Padre espiritual. De esta manera, todos tus favores
espirituales podrían ser ilusiones, yo camino seguro bajo la regla de la obediencia, y
yo no puedo equivocarme sobre mi vocación”.

Su padre espiritual, era el P. Oratoriano Pagano. Desde que dejó Nápoles, es el Pio
Operario Tomás Falcoia, antiguo superior general de su Instituto, recientemente
nombrado Obispo de Castellamare di Stabia.

Scala, 3 de noviembre de 1732. Alrededor de Alfonso se han reunido sus primeros


compañeros. Mons. Falcoia está allí, como obispo protector, experto religioso y
director personal del fundador. El grupo se prepara con intenso fervor. Se aloja en la
hostería de las Hermanas.

Scala, 6, 7, 8 de noviembre de 1732. En la pequeña iglesia del monasterio, Hermanas


y futuros misioneros, se reúnen para un solemne Triduo Eucarístico. En esta iglesia,
durante el mes precedente, fenómenos extraordinarios se habían manifestado, delante
de las monjas, en el Santísimo Sacramento expuesto: cruz sangrante, luego gloriosa,
esponja y lanza de la Pasión. Estos mismos fenómenos se manifestaron el 6,7 y 8 de
noviembre, delante de las religiosas, los Obispos de Scala y de Castellamare, los
miembros del futuro instituto y seis dignatarios eclesiásticos. Entre los nuevos testigos,

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la reacción de desconfianza es general; ella es impotente delante de la evidencia. Los
mismos aparecieron luego el día de la Presentación de la Virgen, y después, de un
terrible terremoto, los días 29, 30 de noviembre y el 1 de diciembre.

Los dos Prelados se creyeron entonces obligados a informar al Nuncio en Nápoles,


Mons. Simonnetti. El Cardenal Bancheri, Secretario de Estado, ordenará una
investigación canónica. El Papa Clemente XII pedirá las Acta Summaria que serán
enviadas por Mons. Santoro, nuevo Obispo de Scala, el 7 de febrero de 1733.
Leemos allí los testimonios, todos afirmativos, de los dos Obispos, diecinueve
monjas, cinco canónigos, aquel al final, del P. de Liguori y tres de sus compañeros.

Un largo silencio se abatirá sobre el “Hecho Eucarístico” de Scala. Demasiadas


revelaciones ofuscan, “habían ya desacreditado” la obra del Señor. Alfonso y sus hijos
se aplicaron por hacer olvidar estos fenómenos comprometedores. Mazzini, que los ha
visto, no dirá una palabra en el proceso de canonización de su padre y amigo .Tannoia
que está al tanto por los testigos sobre este asunto, no querrá saber nada. Seguirá sobre
el particular el silencio de los historiadores de Alfonso hasta el final del siglo XIX.

Esto no impide que el “Hecho” de Scala haya dado al fundador el elemento central
del escudo que fijará hacia 1743, para su Congregación: sobre tres montículos, la cruz
flanqueada por la lanza y la esponja de la pasión, teniendo como divisa: “Copiosa
apud eum Redemptio”. Con Cristo la Redención sobreabunda”. (Ps.130,
7).Notemos cómo esta divisa es un claro desmentido redentorista al “jansenismo” y al
pequeño número de elegidos.

Scala, 9 de noviembre de 1732: Redención-“Redentoristas.”. Ellos no se conocen aún


con este nombre. Los seis misioneros que se agruparon junto al altar que preside Mons.
Falcoia, en esta mañana del 9 de noviembre de 1732: Alfonso de Liguori, Juan Mazzini,
Pedro Romano, Juan Bautista di Donato, Vicente Mannarini y Silvestre Tosquez. Luego
de una larga meditación cantaron los siete la Misa del Espíritu Santo y él Te Deum de
agradecimiento, no en la Catedral de Scala, ¿qué habrían hecho en esta gran nave de dos
mil personas?, sino en el humilde oratorio de la hospedería. Este día nació la
Congregación del Santísimo Salvador, cuyo nombre Roma pronto cambiará con el de
Santísimo Redentor.

Fue una gran fiesta para toda Scala: clero, nobleza y pueblo. Verle ahí al fin, a este
Alfonso que ellos habían querido retenerle hace dos años; y ahora con él, misioneros a
su imagen; en todo caso de su escuela.

Ruda escuela de penitencia. Escuela, sobre todo, de oración. Libre aún, por el
momento, de ministerios, Alfonso “para celebrar la misa, toma horas enteras y
más”; y la prolonga en acción de gracias, se demora en oraciones y adoraciones.

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Él tiene gran necesidad de orar, gran necesidad de fuerza. La más pesada cruz, la cruz
de Cristo, no es aquella que ha escogido – cilicios, ayunos y disciplinas - sino aquella
de ellos. De quienes no debería recibir sino ayuda y amistad.

Scala, 10-15 de noviembre: Mazzini, no autorizado por su Director, no ha podido


comprometerse y ha debido regresar a Nápoles. Los otros cinco tienen asambleas
continuas bajo la dirección de Mons. Falcoia. Alfonso deseaba esta presidencia…
provisoria, pero le era necesario un obispo, por no estar “autorizado” por el obispo de la
diócesis, donde él fundaba; le era necesario también un experto en vida religiosa, y
porque él mismo no tenía ninguna experiencia. Pero los “constituyentes” no estuvieron
todos de acuerdo de esta hegemonía del obispo de Castellamare. Más grave: las
divergencias radicales se concentraron sobre la Regla y sobre el fin la nueva
Congregación. Junto a las misiones, tres querían colegios y por lo mismo su colocación
en las ciudades; la cuarta flotaba en la indecisión; Alfonso, solo él, luchaba por los
abandonados, por ellos solo, con implantación en medio de ellos. No se creía
fundador, de parte la clara voluntad de Dios, y por los pobres campesinos, a los
que el Evangelio no llegaba. Esto era para él el nuevo Instituto, y ningún otro. Ahí
estaba su vocación y no otra cosa.

Mons. Falcoia, que era desde ahora su Director espiritual y que tenía el corazón
apostólico, le sostenía. El sábado 15, Liguori anotaba en la página 66 de su Diario de
conciencia: Orden de Falcoia: “mantenerse firme por el Instituto, cualquier cosa que
vea u oiga de parte de mis compañeros. Aún si yo me quedo solo, Dios me ayudará.
Orden de no poner en duda el asunto. Hoy 15 de noviembre de 1732”.

Scala, 18 de noviembre de 1732. Falcoia regresa a su ciudad episcopal, a 12


kilómetros de allí. Y llega a la comunidad naciente el primer hermano coadjutor,
Vito Curzio... Este martes 18 de noviembre de 1732 está por marcarse en piedra
blanca.

Veinte y seis años, letrado y calígrafo, gentil hombre. Un pasado retador, irascible y
peligroso: “En las manos, en lugar del Crucifijo y el Rosario, yo tenía la pistola y el
puñal”, dirá él. Había huido de su patria, Acquaviva, para no ser arrojado en prisión y
podría ser ahorcado. En Campaña, había llegado a ser administrador de las propiedades
del marqués del Vasto, en la isla de Prócida. Estaba entonces ligado con el procurador
general del marqués. César Sportelli, amigo de Liguori e hijo espiritual de Mons.
Falcoia. En casa de él se alojaba, cuando venía a la capital. El ejemplo y las
conversaciones del abogado habían terminado por su conversión.

Luego, una mañana se había despertado fuertemente intrigado: Había tenido un sueño
extraño, dijo a Sportelli: “yo estaba debajo de una montaña abrupta. Veía a numerosos
sacerdotes emprender la ascensión, mientras que yo, resbalaba a cada intento y caía
triste y rasguñado. Cuando uno de estos sacerdotes tuvo compasión de mí, se me
aproximó y me tomó la mano: entonces me junté al grupo y subí con ellos”.

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Algunos días después, nuestros dos jóvenes habían ido juntos al Colegio de los
Chinos, se cruzaron con Alfonso. Sorpresa de Vito Curzio: “era el sacerdote que me
había tendido la mano la otra noche”.

Sportelli luego de explicarle que es el famoso misionero Don Alfonso de Liguori,


que reúne un grupo de apóstoles para evangelizar a la pobre gente, y que él Cesar, se le
va reunir. “He aquí, donde Dios me llama”, exclamó Vito Curzio.

Es tiempo de arreglar su situación y desechar cosas sin importancia de su guarda


ropa y de sus escudos y llega a Scala, este 18 de noviembre, con las manos vacías y
disponibles y el corazón listo para la ascensión a la santidad. Viene como hermano
laico de por vida, hermano coadjutor.

Scala, noviembre- diciembre de 1732. Falta de entendimiento sobre el fin y la Regla


del Instituto naciente, los “cinco comprometidos” del 9 de noviembre se ponen de
acuerdo, por lo menos, en el fervor y el celo. Los compañeros del P. de Liguori, que
no son ya del “asunto” preparan febrilmente lo que será en Tramonti, en enero-
febrero de 1733, la primera misión de la Congregación.

Hacia el 22 de noviembre, Alfonso ha vuelto a la capital. Tres semanas antes, había


ido como quien huye. Puesto el acto de fundación, es preciso arreglar su situación
frente a su obispo, a su Congregación de las Misiones Apostólicas y, participar con
más de cuarenta hermanos en la misión de la Santísima Anunciación.

Pero ¿por qué ha descendido tan pronto? La misión no comienza sino el 6 de


diciembre por la tarde. Parece ahora salvarse de Scala como se salvó de Nápoles…

Es que delante de este debacle en catástrofe, tiene ansia de retroceder, de consultar a


Pagano, de sentir el alma de Mazzini y de Sportelli, que están comprometidos.

Su encuentro con el Arzobispo es una larga lucha. Pignatelli no puede resolverse a


perder esta “voz del Espíritu Santo”. Liguori por su parte, no puede, en conciencia,
poner en duda una decisión tomada con el consejo de cuatro hombres de Dios, y con
el acuerdo, tardío pero cordial, del cardenal. Se decide que se verán.

Al Superior de los Ilustrísimos, el canónigo Julio Torni y a sus asistentes, pidió


permanecer como miembro de la Congregación y continuar beneficiándose de su
capellanía. Se le respondió: “vuestra partida para Scala ha sido mal recibida por el
conjunto de los hermanos y que será difícil que no influya en nuestra sociedad. Aquí
sobre la proposición benevolente de Torni y de su tío Gizzio, no se resquebrajó más.

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Pero no se aceptó privarse de Alfonso. Todo Nápoles había rehusado perderle. El
rumor de las revelaciones de María Celeste se había expandido rápidamente y
suscitaba en ciertos ambientes eclesiásticos, una bella tempestad:

- ¡Ha perdido la cabeza! ¡Es un visionario! ¡Está muy pagado de sí mismo! ¡El humo
de los incensarios que se le lanza de todas partes, le ha envanecido!

-Y luego, ¡visiones de viejas! ¡La Iglesia de Dios descansa ahora sobre alucinaciones! -
¡Como si las “luces” no se hubieran apagado en la Edad Media!

-Sus cohermanos de la Propaganda eran los primeros en intercambiar propuestas


hirientes. Tenían rabia de ver a Liguori, el más eminente entre ellos, oscurecerse en sus
boberías. Ellos eran los más encarnizados, contra él..

Y los hechos, debía decirse el fundador, parecen darles la razón: la comunidad de


Scala estalla antes que se sequen los cimientos. Ella rechaza el patronazgo de
Falcoia, mientras que nosotros no podemos privarnos de ella, y, por otra parte, a donde
pretenderá conducirnos este prelado autoritario que toma tan pronto los asuntos en sus
manos?

Entonces, lejos de Scala, lejos de Falcoia, pero animado por Pagano, en algún
santuario de esta capital que le tortura, nos imaginamos, a los pies de nuestra Señora de
la Merced, Alfonso pronuncia aquello que es preciso llamar “el voto de fundador”.
En la página 67 de su diario se lee: “Hoy, 28 de Noviembre de 1732, hice el voto de
no abandonar el Instituto, a no ser que Falcoia, o aquel que le suceda en la
dirección de mi alma, me dé la orden”. Y añade: “Este voto no me obliga en cuanto
a las Reglas. Fijar o cambiar las Reglas queda a mi libre decisión. Con que yo
guarde el derecho, queda a mi criterio interpretarlas o añadir otras cláusulas”.
Además, renuevo el voto de no poner en duda la vocación a la que yo me he
comprometido”

Voto histórico y de un peso inmenso. Voto esclarecedor de lo que es su conciencia de


fundador y de primer responsable del Instituto, delante de Dios y delante del mundo de
los abandonados .Permite evaluar la enorme parte de humildad, de juicio, de
obediencia libre, y de concesiones por la paz que va a inspirar, durante once años, sus
relaciones con el entrometido Direttore, Mons. Falcoia.

Scala, Diciembre de 1732. Por de pronto, esta joven Congregación, debidamente


fundada en Scala el 9 de Noviembre de 1732, no está aún establecida en ninguna parte.
Habita provisionalmente en la hostería de las hermanas. Nadie sabe en donde será el
lugar de su enraizamiento y su centro de misión. De convento no tiene nada y menos
aún de iglesia.

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Que importa eso. A doscientos metros del “campamento”, la catedral de San Lorenzo
ofrece sus amplias naves. Con pleno consentimiento del Obispo y del clero, allí es
donde irradia la misión perpetua... “Sin tardar Alfonso establece la meditación para el
pueblo, todas las mañanas; todas las tardes, la visita a Jesús Hostia y a la Virgen María;
cada jueves, sermón y exposición del Santísimo Sacramento. Cada domingo,
aprovechando que toda la población está en la ciudad aprovecha para instruirla con
predicaciones y catecismo. Funda las cofradías para los gentilhombres, para los obreros
y artesanos, chicos y chicas. El domingo, cada una recibe una instrucción. Scala se
santifica. Mons. Santoro se alegra

“Con su equipo misionero, Alfonso toma en cuenta las ciudades vecinas. Amalfi,
Conca, Ravello, Atrani, Minori, todas se benefician de su celo. Los días de fiesta
sobretodo es la movilización general; se le ve multiplicarse y recorrer a pie la región
costera…

La noticia de nuevos misioneros, se expande. Fundados por el P. de Liguori,


especialmente para atender los poblados y los rincones abandonados. Pronto las
peticiones llegan de obispos que piden misiones, y aún una fundación, en sus diócesis.
Consuelos que Alfonso agradece: Dios bendice la obra; pero faltan sujetos ¿Cómo
satisfacer las peticiones? El 22 de Diciembre de 1732, escribe a su Director Mons.
Falcoia: “El obispo de Caiazzo nos espera y cuenta los días; lo mismo el de Casano; se
nos desea también en Salerno. Es necesario sujetos bien formados, pero esto demanda
tiempo. Es necesario sobretodo el acuerdo de los espíritus. Envíenos lo más pronto a
Sportelli”.

Scala, 22 de febrero de 1733: El P. de Liguori ha dejado, antes de terminar la misión


de Tramonti, para animar la cuaresma en la catedral. Allí recibe una carta de Julio
Torni informándole de la decisión tomada en voto secreto, el lunes 23 de febrero, en la
reunión semanal de las Misiones Apostólicas:

“Por unanimidad, todos han decidido que Ud. será borrado de la Congregación y
que la capellanía será entregada a otro hermano. Este voto había sido comunicado al
Cardenal, porque él había prohibido que se hiciera nada en este asunto sin su orden
expresa…”

Yo soy el Superior de los Superiores, me dijo su Eminencia, Yo soy el primer


Superior de la Congregación: con este título (yo anulo el voto de exclusión) y
mantengo a D. Alfonso de Liguori en el número de los Hermanos: conserva
entonces Ud. la Capellanía”.

“Yo no veo qué más podría hacer para servir a sus intereses y para probar el tierno
afecto que le tengo siempre”.

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Scala, Semana Santa de 1733. Al regreso de la misión de Tramonti, los compañeros
de Alfonso, uno después del otro, bajo no sé qué pretextos, lo han abandonado
definitivamente. El Viernes Santo, como Cristo en el jardín de los Olivos, está solo,
abandonado de sus discípulos. ¿Solo? Le queda Vito Curzio, el ángel de la agonía, el
“primer” hermano de la Congregación. El 5 de Abril, cuando no, ¡esto fue Pascua!

Los desertores de Scala, se reunieron en Teano bajo la guía de Vicente Mannarini,


persuadidos de que Alfonso se les juntaría y que admitiría su proyecto de colegios y
ministerios urbanos.

Estaban empeñados en informar a Nápoles que se habían liberado de Falcoia y que


Liguori permanecía solo en la roca de Scala. ¡Y aquí es de reír y allá de llorar! Y los
rumores extravagantes, agrandarlos: y los predicadores con esto hacen coplas de
actualidad y desde lo alto de los púlpitos de la verdad: “Miren hermanos” a donde lleva
el orgullo y la presunción”

“Es el desencadenamiento de las fuerzas del mal” dice el dominicano Fiorillo.

“Dios no ha dicho la última palabra”, dijo el Cardenal. Y le rogó al canónigo Torni


que invite a Alfonso que venga a verle.

En la semana de Pascua, se lo encuentra en la casa del cardenal. Pignatelli se informa,


se apiada, se indigna de los cuentos insensatos y mentirosos. Torni, intenta, a favor de
Liguori, una maniobra para recuperarle. “Si Dios hubiera querido esta obra, dijo, no le
hubiera quitado los medios. En ninguna parte podrá hacer Ud. tanto bien como en
Nápoles. Ud. quiere consagrarse a los pobres: aquí no faltan”.

, “Señor canónigo, replica Alfonso, persuadámonos bien que todo lo sucedido es


obra del demonio. Yo no me voy a dar por vencido porque él se ha cruzado en el
camino. Mis primeros compañeros me han dejado: otros sacerdotes vendrán,
completamente celosos. Y si todo y todos me llegan a faltar, yo no faltaré aunque
me quede solo, me sacrificaré por socorrer a tantas almas abandonadas en el
campo y pueblos del reino”

Se hizo silencio. Luego el Cardenal volviéndose al canónigo, dijo:

“No es necesario abandonar por el momento Scala,… Esperemos que Dios manifieste
su voluntad. En cuanto a nosotros, dirigiéndose a Liguori, cuente con Dios, no con los
hombres; Él le ayudará”

La palabra del Cardenal Pignatelli, recorrió al punto todo Nápoles. Puso una
sordina a las burlas de los malignos.

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Scala, Mayo de 1733. Drama en el Monasterio de las Hermanas. Dominador y muy
seguro de sí, Mons. Falcoia, que se conducía como fundador, pretendía dar sus Reglas
a los misioneros y a las monjas. Para estas últimas, había modificado el texto de María
Celeste. Menospreciando al Obispo del lugar, conturbó al Monasterio. Las Hermanas
están divididas entre Falcoia y María Celeste. Heroica y digna, se empeña en observar
libremente todas las Reglas que adopte la Comunidad, pero ella rechaza firmarlas y
ponerse personalmente bajo la dirección de Falcoia. La Superiora en nombre del todo el
Capítulo le manifiesta su expulsión. Ella se va, con sus dos hermanas a primera hora
de la mañana del lunes de Pentecostés., 5 de mayo de 1733. Alfonso ausente de Scala,
no ha podido intentar hacer nada.

En 1738, María Celeste logrará al fin, fundar en Foggia “su” monasterio, siguiendo
las Reglas recibidas del Señor en Scala. Este Monasterio no pertenecerá jamás a la
Orden de las Redentoristinas. Su última religiosa morirá en 1923. El 14 de Septiembre
de 1755, San Gerardo Majella, Redentorista, dirá a sus cohermanos de Materdomini
“Sor María Celeste, en este momento, acaba de entrar en el cielo a recibir la
recompensa de su gran amor a Jesús y a María”.

Hay que añadir que San Alfonso guardó una viva y discreta amistad por aquella a
quien toda Foggia llamaba “la santa priora”. Y que él continuó llevando en su corazón
a sus hijas, por entonces bien probadas, de Scala.

9.- QUE QUIERE DECIR “FUNDAR”

Abril- Mayo de 1733. Sobre su cornisa de Scala, en la hostería desolada de las


Hermanas, El Hermano Vito Curzio está solo. Pero como el grano de trigo que está en
espiga y de cosecha. Vito se siente comunidad y Congregación: antes de ir a la oración,
al examen de conciencia, o a la comida, toca la campana como si él convocara al
mundo entero. Durante este tiempo, Alfonso, por entonces el único sacerdote de la
Congregación, está a punto de inspeccionar hacia Caiazzo, la iglesia y la casa de Villa
Liberi, en vistas de una fundación. Es de parte del uno y el otro, una pura locura…la

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locura de la primavera que espera la vida por brotar después del invierno. La locura
pascual que espera la vida después de la tumba.

La vida, acababa de dar su primer grito de victoria, en Villa Liberi precisamente. Todo
un joven sacerdote, de los alrededores, Francisco Javier Rossi, veinticinco años, todavía
en el fervor de su ordenación, había sido conquistado por el prestigio de Alfonso.

Padre, repetía al misionero, “para esta fundación, yo le ofrezco todos mis servicios,
toda mi fortuna”.

Alfonso mira al joven rico y le ama: “Don Javier, responde con una sonrisa: es Dios
mismo quien os pide: tu persona, antes que tu fortuna”.

Era pedir mucho: la santidad, la pobreza, el cansancio de Alfonso en los trabajos


apostólicos le habían extenuado. Pero, lo que suscitaba su admiración constituía
también su espanto… Por la mañana ha cometido la imprudencia de ayudarle en la misa
al P. de Liguori. Alfonso, Cristo en las manos, se ha hecho todo oración por Javier.
Este, emocionado no ha podido apartar sus ojos de este celebrante transfigurado y casi
en éxtasis. Terminada la misa, vencido por Dios, se rindió”.

“Padre, yo soy de los vuestros, acépteme”.


“No en este momento, Javier, Te concedo hoy, y lo decides mañana”.
-“Nunca, Padre, nunca me arrepentiré”

Reconfortado por este signo de Dios, Alfonso parte a la campaña de misiones con sus
“cohermanos” de la Propaganda; luego sube a Scala. Ha subido, a fines de mayo,
entre las viñas y los olivares que estallan de promesas. Respira en un vivo sentimiento
de liberación: todo está por reconstruir, pero el lugar es claro. Acaba de hacer, al fin,
comunidad-un corazón y un alma- con Vito Curzio, en una hostería que ha llegado a
ser demasiado amplia.

Retoma el ministerio local, intenso, en la catedral. Y también su querida soledad, en la


celda o en la gruta muy próxima; y sobretodo delante del Santísimo. Si celebra la misa
para el pueblo, no se excede nunca más de media hora. “No se debe cansar nunca a la
asistencia”. Pero si él está solo con Vito, en su pequeño oratorio, da libre curso a su fe,
a su corazón. Su mirada destella de alegría, y se colorea vivamente después de la
consagración. El hermano tiene entonces la orden de dejar el altar y de ir a sus
ocupaciones. Cuando regresa, muchas veces largo tiempo después, se acaba la misa y el
Padre entra en acción de gracias.

Y el Instituto quiso por medio de Liguori, exclusivamente dedicado a los pobres


abandonados, reconstruirse piedra por piedra. Pero de granito probado: Jenaro Sarnelli,
recientemente ordenado sacerdote; César Sportelli, el también anterior abogado,
hermano de corazón de Alfonso, luego de lo del palacio de justicia; bien pronto Juan

55
Mazzini, el “primer compañero” que su Director había retenido precisamente entonces.
Los Pilares, Los Santos.

Del 14 al 28 de Junio, dieron la segunda misión redentorista en toda la ciudad


próxima, Ravelo. Tres sacerdotes se habían juntado a ellos. Durante los primeros años,
Alfonso hará así un llamado a sacerdotes seculares de celo claro y probado. Falto de
sujetos al principio: pero para ampliar la Redención, valorizar su sacerdocio (¿el
primer convertido de la misión no es el misionero?) y ganarles, si es posible, a su
Congregación. ¿Es la razón por la que no enrolará a religiosos? Probablemente, los tenía
también por más formados y menos maleables, y que ellos no fueran rebeldes a los
nuevos métodos, y no se creyeran demasiado alto sobre el pobre pueblo?

Pero no se podía eternizar en la hostería de las hermanas. Y… era ya entonces muy


estrecha.

En lo alto de una viña que domina la catedral y vecina al jardín del monasterio, existe
una construcción solitaria en la que crece un bosque de castañas. Había pertenecido a
la familia Améndola. Cuando, treinta años más tarde, 1776, pase a la familia Anastasio,
se llamará con el nombre con el que la conoció Tannoia y que lo lleva hasta hoy La
casa Anastasio. Pero en septiembre de 1733, llegó a ser, por cinco años, El Hospicio
del Santísimo Salvador.

La casa Anastasio, abrigo provisional, no será jamás una casa fundada. Es, sin
embargo para los Redentoristas, como una reliquia insigne. El puñado de sus santos
fundadores vino a habitarla en Septiembre de 1733.

Esta no es un palacio, sobre todo para la Italia, donde se construye ancho y bello. Y
ahí se vivirá de miseria alegre y de santidad. La cava, la menos pequeña es convertida
en “iglesia”.

Este pañol va a llegar a ser una reliquia conmovedora, dice Tannoia: “es allí donde
Alfonso y sus compañeros pasaban en oración una parte de sus noches; o aún la noche
entera, no tomando entonces más que un poco de descanso sobre la tierra desnuda a los
pies del Santísimo Sacramento”.

Así, Scala, para Alfonso y sus “hermanos, es desde el principio el tabernáculo. Es


también el balcón sobre el mar – nido de águilas entre el cielo y la tierra – y qué tierra
ruda y bella. Ella alimentó en Alfonso la llama interior de la contemplación y del
amor. Donde mejor que Scala, hizo esta experiencia, que él comunicará, veinte años
más tarde, en su “¿Manera de Conversar familiarmente con Dios?”

“¡Mientras Ud. contemple ricas campiñas de agradables riberas de flores y frutos,


que le encantan por su belleza y su perfume, diga: ¡qué bellas cosas hiciste oh Dios

56
por mí, aquí abajo! ¿No es justo que yo te ame? ¿Y qué otras delicias me reserva a mí
en el paraíso?”.

Una rivera, un simple riachuelo, cuyas aguas corren al mar, sin que nadie las
detenga, os recordarán que vuestra alma debe buscar siempre a Dios, su único bien.

¿Escucha Ud. el cantar de las aves ? Alma mía, dirá, escucha como estas pequeñas
criaturas alaban a su Criador, y ¿tu? Póngase entonces a alabarle con actos de amor
Cuando su mirada se detiene a contemplar el mar, reflexione sobre la grandeza y la
inmensidad de Dios. Cuando contemple el cielo estrellado, grite, con Andrés Avelino:
¡un día yo habitaré en esas estrellas!

Scala es también la Grotticella. Á cincuenta pasos de la hostería, y trescientos del


Hospicio, en una roca abrupta excavada, hay una gruta poco profunda. Era el desierto,
donde, huyendo de su alojamiento exiguo, por turno, los cohermanos iban a dedicarse
a la oración y a la penitencia.

La Grotticella fue el alto lugar de espiritualidad del joven fundador; el Getsemaní de


ardientes plegarias, de cotidianas flagelaciones. Horeb de sus encuentros con Dios y
Nuestra Señora. El P. Adeodato Criscuolo (1738-1804), Redentorista, sobrino del
Vicario General, nos narra una tradición viviente de Scala, según la cual Alfonso ahí
veía a la Virgen. A esa se refiere la confidencia que recogerá, y anotará al instante, el
19 de octubre de 1786, el P. Juan Bautista Di Costanzo, su último confesor:

“El año que precedió a su muerte, después de haberle confesado, le pregunté si él no


hubiera deseado ver a la Virgen en el momento de morir, y sentirse protegido por
ella: Me respondió: “¿cómo la Santísima Virgen, vendría a ver a un miserable pecador
como yo?”.

Ella se ha dignado visitar a un gran número de sus devotos, ¿Por qué no se aparecería
a Ud. que tanto ha predicado y trabajado para su gloria? Ud. le ha amado tanto. Ud. le
ama tanto. Ella es todo amor para aquellos que la aman.”

Entonces el rostro del santo se iluminó “Escúcheme, dijo, cuando yo era joven, con
frecuencia conversaba con la Señora. Ella me aconsejaba en todos los asuntos de la
Congregación.

Y ¿qué le decía?
¡Tantas cosas, y qué bellas!
¿Qué cosas, Padre?,
Tantas cosas bellas, repetía él, y… guardó silencio.
-
Hasta en su vejez, se le oirá muchas veces acordarse de su gruta: “Mi gruta”… Cómo
quisiera reencontrarme con mi gruta”.

57
Pero mi Grotticella no detiene a nuestros misioneros. Ella los anima y “recarga” para
enviarlos. Apenas llegado, Sarnelli predica la gran novena del Crucifijo, y a mediados
de septiembre, es para todos la partida a misión. Al principio a la diócesis de Cava Dei
Tirreni. Después serán las localidades montañosas de Agérola, diócesis de Amalfi, de
la cual los pequeños agricultores eran los vecinos de los cabreros de Scala. Y Ciorani,
donde los Sarnelli quisieron una fundación. Y Caiazo, cuyo obispo Mons. Vigilante,
reclama desde hace dos años su comunidad misionera para Villa Liberi.

Pero ¿de dónde hacer surgir hombres de fuego? Y ¿cómo ordenarles sacerdotes? El
Derecho canónico y las leyes de Estado, se unieron, no sin razón, para frenar el
reclutamiento de un clero ya muy numeroso.

Es así que este pobre Sportelli no era clérigo sino por la sotana y el sobrepelliz, como
un niño de coro. No se podían recibir las Ordenes, sino con la condición de tener para
vivir, una renta segura llamada “Título de ordenación”: o sea un patrimonio familiar,
o un beneficio eclesiástico (por ejemplo: una capellanía, con la obligación de
celebrar misas); o en fin, para “los regulares “el título de pobreza”, dicho entonces “de
la mesa común)”, a quien entraba en una orden religiosa, su voto de pobreza le daba el
derecho de sentarse a la mesa común.

El título de la “mesa común”, la única senda de los pobres hacia el sacerdocio.


Luego Alfonso no podía fundar una orden religiosa. Su sobrenombre pletórico y la
mano muerta que “congelaba” sus bienes, le hubieran creado odios en el poder y en
los reformistas iluministas.

Ni el gobierno, ni la opinión pública soportaban oír hablar de nuevos conventos. El


reino y, sobretodo la capital, estaban saturados de estos nidos, muchas veces inútiles, y
sin brazos y de estos dominios de mano muerta. Liguori está bien instruido para saber
y comprender, su solo barrio Dei Vergini contaba con diecisiete monasterios de
hombres, siete de mujeres, y siete “conservatorios”... Querer hacer una nueva orden
religiosa, era contra él, una acusación mortal. Así, no podía ser problema, por el
momento, emitir los tres votos de religión. Pero era entonces imposible ordenar
jóvenes a título de “mesa común”.

Entonces ¿esperar con el corazón en la boca, sacerdotes apostólicos, formados y con


rentas de un patrimonio o de un beneficio? Era otra utopía. A partir de heroicas
excepciones, estos señores eran hijos de familia, vivían en familia, sin hacer nada.
Gente de “todo reposo” no eran grano de sembrar en los jardines del Santísimo
Salvador. No tenían ansias de venir a apretarse la cintura, llevar cilicios, soportar la
miseria y aniquilarse con predicaciones y confesiones con Liguori y Sarnelli. Por su
parte, cada familia tenía su sacerdote, como hoy una parroquia tiene su cura... La
familia era el enemigo jurado de toda partida misionera. Alfonso de esto sabía algo

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¡También él hubiera querido abrir un seminario para dar oportunidad a jóvenes,
totalmente nuevos. Captar la chispa generosa que no brota sino a esta edad.

Pero el Director Falcoia se oponía en nombre de un Derecho canónico: “ellos no


tienen título de ordenación” y Ud. no tiene profesores para darles. El fundador, doctor
en Derecho canónico, era él partidario de acogerlos, cuando menos en su primer
anhelo, dejando a hacer “fondo” a la Providencia para alimentar a estas bocas por
ahora inútiles.

Con esta confianza, humanamente loca, el 28 de febrero de 1734. Abrió en Villa


Liberi, la primera casa de su Congregación. Con él, el joven Padre Javier Rossi y un
Padre Andrés, formaron la primera comunidad misionera. El contacto pasado con la
autoridad municipal y la Cofradía del Rosario puso a su disposición el santuario de la
Annunziata, dicha así de la. A. G. P. (Ave Gratia Plena) y el pequeño alojamiento de
los capellanes, acodado al flanco izquierdo de la iglesia. Liguori pensó ya en el
noviciado y en la casa de ejercicios espirituales para sacerdotes, ordenandos, y el vio,
todo alrededor, las mieses que esperaban obreros

En efecto, desde este techo de la región, la mirada domina una corona de montículos,
bosques de encinas y de castañas. Es un conjunto de cuatro diócesis: Cápua, Caiazo,
Caserta y Piedimonti. En el gran bucle del Volturno que traza alrededor de él un
círculo lejano, el corazón de Alfonso exulta al adivinar, en los repliegues de las colinas,
los innumerables caseríos a los cuales es enviado. Allí penan, ignorantes del Dios que
les ama, leñadores, carboneros, ruteros, trabajadores, guardianas de rebaños, cuidadores
encargados de niños.

Pero el hogar de este resplandor evangélico, es Villa misma. Contra el muro exterior
de la iglesia, bajo las arcadas que sostienen la habitación de los capellanes, el Calvario
está siempre allí, erigido por Alfonso en marzo de 1734, y testimonio de la misión que
abrió su ministerio: cinco cruces de madera, representantes de los misterios dolorosos
del Rosario.

Y esto fue como en Scala, como lo será en todas las residencias Alfonsianas, la misión
permanente. Todos los días, con el pueblo: meditación por la mañana; por la tarde
Visita al Señor y a la Virgen. El jueves, exposición del Santísimo Sacramento, con
predicación. El sábado sermón de las Glorias y Misericordias de María

El Domingo por la mañana, en las misas, catecismo a los adultos a partir de la


Doctrina Cristiana de Roberto Belarmino; de pie a partir de mediodía, catecismo a los
niños, luego, reunión con instrucción para los hombres de la Cofradía del Rosario. Al
caer de la noche, celebración solemne, sermón y bendición con el Santísimo o Vía
Crucis predicado. A estos domingos de la Annunziata, se acude pronto de los lugares
de los alrededores y la iglesita no basta.

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Los hombres no blasfemaban más, no bebían más, no jugaban más, no corren más.
Los hombres en los caseríos se llamaban los unos a los otros para subir juntos a la Ave
Gratia Plena, “vamos, se decían entre ellos, a hacer oración, en la iglesia de los
Padres”. El testigo que refiere estas palabras emocionantes, es el sacerdote D. Juan
Isso, y añade: “Villa y los alrededores, eran un paraíso en la tierra”.

Pero hay necesidad de hombres. De hombres de Dios. De novicios, de quienes


quieran hacer retiro. El padre ha puesto sus miras en un pequeño castillo que cubre la
colina, detrás de la iglesia, a cien metros, bastaría ampliarlo.

Monseñor Falcoia frena: “Ud. no tiene ni lugar ni dinero...los jóvenes arden por
juntarse a Ud. pero no tienen el título de ordenación… “Extraño Director. Por una parte
ve la Congregación extenderse por el mundo entero, y por otra, .maneja su cayado
como un extinguidor para impedir las vocaciones de los jóvenes”

El fundador que tiene todavía necesidad de Falcoia, se somete y no rompe. Pone de su


parte al Obispo de Caiazo y puede seguir adelante. En mayo y junio, las construcciones
avanzan. Alfonso es arquitecto y Rossi pagador y cuestor; los dos son, y todo el país,
gentilhombres y bellas damas, meten la mano: todo es alegría y fervor”, dice Tannoia.

Y los novicios se presentan para ocupar los muros aun frescos. Unos han venido a
ver. Otros han escrito y esperan la respuesta del Padre. El manifiesta su alma de
intrépida confianza y el espíritu que creyó en sus fundaciones.

Así, he aquí una carta del 15 de julio de 1734, a un sacerdote que duda entre “dos
fundadores”, uno Don Campanello, bien “sentado” y Liguori pobre.

“Al padre Don Francisco de Viva.


- Ud. me asegura que esta obra no puede ir adelante... Yo le opongo las palabras de
Jesucristo: “A los hombres, la cosa es imposible; mas todo es posible para Dios” (Mt.
19,26). ¿Pero en qué se basa Ud.? –Sobre Dios. ¿Una empresa sobrenatural de gran
importancia fue fundada jamás sobre medios humanos? ¿Qué apoyos humanos,
dígame Ud. sostuvieron las fundaciones de San Francisco, de San juan de la Cruz, de
Sana Teresa? Ud. me dice que este sacerdote tiene más recursos humanos a su
disposición; Razón para que nosotros esperemos más de Él, porque mientras más
importante es una obra, más Jesucristo la saca de la nada y del seno de las
contradicciones, con el fin de hacerla admirar y venerar por todos como obra de Dios y
no de los hombres. ¿Hubo jamás una obra menos basada sobre medios humanos que la
predicación del Evangelio? ¡Oh Dios mío! Si Jesucristo quiere que el Instituto
termine con nosotros, ¿qué mal habría, si nosotros estuviéramos menos dedicados,
como Ud. lo ve, a hacer oración y a ayudar a las almas necesitadas?. Admitamos aún,
que se acabe antes que nosotros ¿sería para nosotros una gran vergüenza por haber
emprendido una obra que es santa y cuyo fin es ciertamente muy alto? Y cuando los
hombres nos hayan perseguido con sus blasfemias, nos habrían ganado a su causa ante

60
Jesucristo, por haber emprendido, con el fin de agradarle, una obra todo consagrada a su
gloria ?.. Sépalo bien: si nosotros no faltamos a la confianza en el presente, el Instituto
no se derrumbará, ciertamente. Una sola cosa podría arruinar esta obra: la poca
confianza en Dios y el hecho de poner nuestra esperanza en medios humanos… Dios es
todo poderoso y cubre con su protección a todos aquellos que esperan en Él. Le diré,
por otra parte, sin vuelta: si yo confío en el Instituto, es a causa de la admirable
confianza que descubro en mis compañeros. Sus progresos, su vuelo rápido en el
camino de la perfección, me causan admiración, yo le aseguro, que estoy totalmente
confundido de encontrarme en sus filas.

Ah mi querido don Francisco, ¿Hay algo que se haya hecho hasta ahora que no haya
sido hecho por El? ¿Es mío o de Dios? Luego este Dios que ha comenzado esta obra,
puede también terminarla”...

La guerra de sucesión de Polonia, que puso sobre los tronos de las Dos Sicillas-
_Nápoles y Palermo- al Rey Calos de Borbón, dio lugar, en Italia, hacia noviembre de
1734, a movimientos de tropas que volvieron difíciles los viajes y por lo mismo las
misiones. Hacia septiembre de 1734, fuera de un retiro al clero de Caiazo y dos
misiones en otoño, el P. Liguori consagra los últimos meses de 1734 a modelar su
decena de novicios, más con su ejemplo que con sus palabras.

Su bondad sonriente y entrañable no fue dulzor de píldoras. Acogió al Hermano


Javier Rendina con estas palabras, que dan el tono: “si vienes a hacerte santo, pasa la
puerta y entra. Si no, puedes regresar a Nápoles”. Javier traspasó los umbrales con
paso decidido...

Nos hemos detenido voluntariamente en la fundación de Villa. Porque ella fue la


primera de la Congregación redentorista. Pero sobretodo porque ella es el tipo de vista
del espíritu y de la manera del fundador.- típica también, por consiguiente, por lo que
serán, más allá de las circunstancias accidentales, las futuras fundaciones alfonsinas en
Ciorani (1736), en Nocera dei Pagani (1742), Deliceto (1744), Materdomini (1746)
etc… sobre las cuales no volveremos en detalle

Alfonso abre o hace abrir, toda nueva cas a con una gran misión. Tiene tres fines:
convertir los corazones a Dios, movilizar brazos entusiastas para la construcción, y más
que todo lanzar a continuación la misión permanente que él quiere sea aquella de toda
residencia redentorista. Los hermanos allí vivirán una vida comunitaria intensa de
oraciones y plegarias comunes, de trabajo intelectual, de ministerio en la iglesia y junto
a los ejercitantes, de penitencia, de alegría participada, de descanso, finalmente,
después de las campañas extenuantes, en un silencio protector y activo. Silencio
necesario también al clima de ejercicios espirituales que debe acoger y animar cada
convento. “Ermitas en casa”, dice Alfonso. Quiso a sus hijos juntos más o menos
cuatro meses por año: durante la cuaresma, después en verano, el resto del tiempo, en
equipos, con las misiones o renovaciones de las misiones junto a la pobre gente del

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campo”. “Nosotros hemos sido instituidos principalmente para dar las misiones”,
escribe el Padre a un seminarista de Caserta en julio de 1734.

10.- NO TEMAS PEQUEÑO REBAÑO (Luc 12,32)

Por decreto del 12 de diciembre de 1735, el Arzobispo de Salerno había autorizado una
fundación en Ciorani, villa y feudo de los Sarnelli. La tarde del 4 de Marzo de 1736, el
P. de Liguori con el P. Javier Rossi y el Hno. Javier Rendina, llegaron a la Villa para
abrir la misión de inauguración.
Dos contratos asegurarían el establecimiento material de los misioneros. Por una parte,
el Sacerdote Andrés Sarnelli, hermano de Javier, les asignaba para siempre una renta de
dos cientos ducados al año sobre el patrimonio del cual él era ya plenamente
propietario: una finca contigua arborizada, en el lugar dicho LA VIÑA con una
castañera colindante. Hay para vivir. Por otra parte, su padre, el viejo barón Angelo,
donaba “un bello emplazamiento con construcciones y jardín para el convento y la
iglesia; y cal, bosque y aún dinero para comenzar a construir”.

La inauguración de Ciorani, en marzo de 1736-misión y retiros cerrados,-fue como una


bella promesa de Dios. Lo fue y lo será para siempre.

Alfonso hubiera podido ser todo alegría si no le hubieran llegado malas noticias de
Villa. Durante la Cuaresma, el noviciado estaba vacío en parte. “Nosotros fuimos bien
probados, escribía, el 18 de abril a la Hermana Juana de la Cruz. “En poco tiempo,
hemos perdido cuatro sujetos, puede ser cinco. Vea si nosotros tenemos razón de orar.
Suplique a Jesús que nos saque del mundo´

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He aquí que en medio de los retiros de verano, le hizo sobresaltar una amenaza
extraña. Y ella le vino de su padre…En desgracia con los Borbones, el viejo coronel ha
mantenido desde ahora toda su influencia en las altas esferas napolitanas.
Personalmente quebrado, al fin de la carrera, manifiesta sus ambiciones sobre su hijo.
¿Es tiempo de hacer de su hijo un obispo? ¿No tiene más que cuarenta años?

“Padre mío, responde enérgicamente Alfonso el 5 de agosto, si no quiere causarme


un grave disgusto no me hable más de episcopado. En caso de que el proyecto llegue a
realizarse, estoy pronto a rehusar aún la mitra de Nápoles, para ocuparme de la gran
obra a la que Jesucristo me ha llamado. Si yo la abandono, yo me tendría casi por
condenado, porque estaría sordo al llamado de Dios que claramente me lo ha hecho
comprender. Le ruego entonces que no me hable más de esto ni a mí ni a otros. Por otra
parte, en nuestro Instituto tenemos por regla renunciar al episcopado y a todas
las dignidades”.

Siempre 1736. Un tornado destructivo amenaza Villa. Unos personajes importantes


de la región, privados por la conversión de cómplices o víctimas de sus vicios, no
pudiendo más por la rabia contra los padres, habían entregado la cantidad de 200
ducados al príncipe de Columbrano, Francisco Carafa, barón de Formicola, para que él
les librase y a todo el país de los “Ligorianos”.

Alfonso tentó una contramarcha ante el barón. Fue puesto a la puerta como un
“sucio ermita”.

Para el golpe, la audacia de los conjurados no conoció límites. Seguros del apoyo del
príncipe, llevaron sus acusaciones hasta los tribunales de la capital. Allí se conocía
mucho a Alfonso para creerles una sola palabra. Por otra parte, el P. Fiorillo se empeñó
por intervenir en lo más alto, ante sus amigos la marquesa y el marqués de
Montealegre.

Con la complicidad baronil, nuestros frenéticos recurrieron entonces a las vías de los
hechos. La mañana del 2 de Junio de 1737, el Hermano sacristán – este Andrés, o el
joven Francisco Tartaglione, atraído, casi un año antes, ¿por un sermón de Alfonso?,
el sacristán que acababa de tocar el Angelus, es asaltado por un comando de
energúmenos bajo las órdenes de uno de los ecónomos de la Annunziata. Le
arrancaron las llaves, cerraron la iglesia y le intimaron, con fuertes injurias, a largarse
lo más pronto posible, él y sus cohermanos... Luego armados hasta los dientes,
ocuparon el campanario, cercaron la iglesia y el convento para impedir que el buen
pueblo se acercase.

En la noche del 10 de junio de 1737, los Padres cerraron y dejaron AVE GRATIA
PLENA (AGP)
. Todo el pueblo estuvo en lágrimas, después el obispo de Caiazo, hasta la amargura
más grande. El corazón de Alfonso sangró largo tiempo.

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Luego vino la clausura de Scala. Situada sobre una banda abrupta entre el mar y la
montaña. La pequeña ciudad poco accesible y lejana de las campiñas populosas. Todo
lo contrario de Villa y de Ciorani. Y luego los dueños elevaron sus pretensiones
exageradamente por la iglesia y la casa de “Pontone”, entre Scala y Amalfi. Falcoia y
Liguori estuvieron de acuerdo: el miércoles 27 de agosto de 1738, los Redentoristas se
alejaron discretamente de Scala, para encontrarse todos reunidos en Ciorani.

El pequeño pueblo de Scala lloró y se indignó y rindió a sus padres el solo


homenaje que podía serles sensible: la fidelidad al Señor y a nuestra Señora. Dos
años más tarde, el P. Sabbatini, Pio Operario, concluía la misión con esta
“canonización”. “Nosotros no hemos hecho nada en Scala, no hemos encontrado
ni un solo pecado venial”.

Un capítulo se cierra en la vida de Alfonso, aquel donde, desde 1730, fue trazando el
eje de su vocación y de su Instituto. Santa María Dei Monti y sus pobres en el
abandono, después la Grotticella de sus coloquios con la Virgen… ¡“Ella me decía
tantas cosas, y qué bellas”!

María y Alfonso no serán, por otra parte los que se abandonen. Don Andrés
Gaudiello que será cura de Ciorani, manifestará este recuerdo:

“Yo era diácono cuando el P. Liguori llegó a estas tierras de Ciorani con dos
compañeros, comenzó ahí a irradiar santidad, predicando a las poblaciones , confesando
hasta después de mediodía, visitando a los enfermos, consolando a las gentes
golpeados por la prueba,. Era dulce de corazón, afable con todos, sencillo como un
niño. Entre otras virtudes, tenía una indecible devoción a María. Hubiera ´predicado sus
alabanzas noche y día, inflamaba a las gentes con su devoción y sus cantos, y con sus
muy bellas imágenes de la Virgen que pintaba y hacía imprimir, por sus folletos y sus
novenas...”

Desde 1732 en efecto, Alfonso repartía pequeñas colecciones de sus Canzoncine


Spirituali (cánticos Espirituales).Para comprender esto, a nosotros nos han llegado estos
cánticos que datan de estos años y que todavía resuenan en toda Italia: o Bella mia
Speranza, la Piú Bella Verginella, y el Delicioso NAVIDEÑO: Fermarono i cieli.

Los cielos, embargados, no se atrevieron más


A hacer oír su armonía
Cuando se puso a cantar María
Junto al pesebre de Jesús

De esta época también la famosa Plegarias a la Divina Madre para cada día de la
semana y las Coronillas (pequeñas coronas) en honor de los Dolores de María, de
Jesús Niño y de la Inmaculada.

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Son estos opúsculos, con las Máximas Eternas, que Don Andrés Gaudiello veía
distribuir a Alfonso a aquellos que sabían leer y, a los analfabetos, esas estampas de la
Señora que suscitaban la confianza, la oración y la santidad.

“Cada vez que yo iba a su cuarto, prosigue A. Gaudiello, le encontraba leyendo o


escribiendo, con la imagen de María ante sus ojos.

No digo nada de su fervor al Santísimo Sacramento: él ha querido rodearlo, noche y


día, de sus adoradores. Se le veía a él el primero, con sus cohermanos.

“Llegado a ser sacerdote y confesor, iba con él a las misiones. La primera fue a Forino
(enero de 1738). Nuestra menestra consistía en rábanos y castañas. Él no llegaba nunca
a la mesa sin haberse antes “envenenado” la boca con yerbas muy amargas. Siempre
estaba cargado de cilicios y de cadenas y caminaba encorvado y torcido. Sus
predicaciones familiares y llenas de atractivo, atraían al pueblo al temor de Dios y. a la
perfección. Tenía como la pasión de acudir a confesar a los más pobres y los menos
preparados. En suma, lo digo en verdad, de todas las formas de la caridad, sobretodo la
mirada a los pobres”.

Esta prioridad en Liguori, por los pobres, por los abandonados, es sin cesar invocada
por todos los testigos. No como un leitv motiv de sus conferencias o de sus cartas, sino
como una selección perpetuamente vivida. Como lo hizo en 1737: fue a dar las
misiones con sesenta “hermanos” de las Misiones Apostólicas, desde el 26 de octubre
hasta el 6 de noviembre, la Misión anual de Nápoles en el Espíritu Santo. Y él en ellas
ha llevado la más grande: la predica grande, el gran sermón de la tarde ¡Qué
homenaje al proscrito de ayer! ¿Pero Liguori no ha renunciado a Nápoles?

Ciertamente, y no dará paso atrás. Pero las Misiones Apostólicas le han puesto delante
este dilema: o participa con ellas, o renuncia a su capellanía. Aún un santo no
menosprecia una renta cuando tiene, de parte de Dios, una casa que construir para los
pobres. Y después, Alfonso debe mucho a su Maestro Torni, que es para él un precioso
consejero, mucho más a su tío Gizzio, que le ha enseñado a Santa Teresa y Francisco
de Sales, para jamás romper con ellos.

Dichosa Misión napolitana. Su éxito fue tal, que se debió,-cosa inaudita,- prolongar
tres días. “Sería necesario un volumen, dice Tannoia, para registrar las conversiones
que Dios hizo allí por el ministerio de Alfonso”. El cambio de los ilustrísimos en su
favor fue, en este punto, entusiasta que se intentó retenerlo para el retiro eclesiástico
de octubre de 1739. Sobre su rechazo discreto, el nuevo superior, el canónigo
Francisco Rosa, recurrió a la autoridad de Falcoia: “Toda la Congregación desea
escucharle, escribía. ¿Qué digo yo? Todo el clero. Porque él predica con un fervor
irresistible, y corrobora la Divina Palabra con el ejemplo de su vida santa”.

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Pero Alfonso volvió pronto a su mundo al de los pastores, a los cabreros, a los
trabajadores de esas tierras pobres, a los largo de las diócesis de Nola, Cava dei Tirreni,
Nocera, Amalfi, Castellamare, etc. Y sobre todo, por el momento, Salerno,
particularmente en los alrededores de Ciorani. Los ejercicios a los sacerdotes y a las
monjas están allí en el programa con el mismo derecho que las predicaciones al
pueblo: conversiones maravillosas, las Canzoncine reemplazan a las blasfemias y las
groserías; los enemigos a muerte de antes, se buscan los unos a los otros para
abrazarse: los ladrones buscan restituir; las prostitutas cambian de oficio; las
enamoradas se cortan los cabellos; los cabarets cierran, mientras se llenan las iglesias:
Un refrán se encuentra con frecuencia en Tannoia que subraya, en efecto, cuanto
importaba al Padre, que las misiones no fuesen un fuego de paja: “Como de costumbre,
establecía en sus pueblos la devoción al Vía Crucis, la meditación por la mañana
juntos, en la iglesia , la asiduidad a los sacramentos, la devoción a la Santísima Virgen
y, a la tarde, la visita al Santísimo Sacramento.

Aquí o allá, un hecho insólito confirma esta monotonía maravillosa.

Tal cura, que rechaza la misión, como a una araña las mujeres de servicio, va al
encuentro de los misioneros, y sin dejarles poner pie en tierra: dijo: “por ahora no,
regresen después de tantos meses”. “Señor Cura, replicó Liguori, después de un
momento de silencio, a vuestro querer. Pero para esa fecha, Ud. ya no estará aquí para
recibirnos”... Poco después, fresco todavía, el pastor murió repentinamente.

En Casiri, una profecía más amable: “Padre, yo amo a este joven campesino, ¿puedo
tomarle como mi marido?” pregunta Angiola Catalano, “no pienses más pequeña. Tú
te casarás en Nápoles. Tu primer niño varón entrará con los carmelitas”. “Fue mamá”,
testimonia el P. José Imparato, 57 años después, en 1797.

En Maiori, otra mamá menos feliz. Se ha asesinado a su hijo. Y no quiere perdonar.


Ella conserva los vestidos empapados en sangre, para atizar cotidianamente su
voluntad de venganza. En un sermón de Alfonso, ella capitula: atravesando toda la
iglesia llega hasta los pies del Crucifijo a depositar públicamente su odio y la ropa de
su pobre hijo.

Y este hombre que en Prati Della Cava, salta al púlpito, arranca las cuerdas con que se
martirizaba el predicador y se flagela rudamente a sí mismo.

En Pagani, la ropa del Padre ha curado un brazo de la madre Tipaldi. El rumor de


esto ha recorrido hasta la localidad vecina, Angari, en donde los misioneros se alojan en
casa de Don Lorenzo Rossi. - Encantada y caritativa, Teresa hija de casa, persuade al
Hermano coadjutor y consigue de él un par de medias teñidas con la sangre del padre.
¡Preciosa reliquia! Que no, le dice un misionero. “Es malo tributar culto a un vivo”.
Dócil y temerosa, Teresa se desprende de este objeto “supersticioso”. Lo regala al
primer mendigo venido, un enfermo con las piernas infladas por una tenaz hidropesía.

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Algunos días después, el enfermo regresa danzando: “¿Que medias me habéis
regalado, señorita? A penas me las puse, mis piernas infladas, se encontraron
curadas”.

Cada parroquia tendría su historia que contar. Termino con la más bella. Sucedió a las
puertas de Ciorani, en el pequeño barrio de Aiello, en febrero de 1738. Es preciso saber
que el P. Liguori colocaba siempre una imagen o una estatua de Nuestra Señora junto
al púlpito, así los dos predicaban juntos. Hablaba esta tarde de las grandezas y
misericordias de María. Todo fuego, lanza una mirada hacia la Señora; el éxtasis le
eleva unos palmos sobre el púlpito; un rayo parte de la mirada de la Virgen y viene a
irradiar su sien. Y Tannoia anota “Esta vez, se repitió, bajo la mirada de todos, el
encuentro entre la Madre y su hijo, lo que fue en secreto en la gruta de Scala.

Como en Villa, después en Ciorani, el Padre, con sus hijos, irradiará en sus
residencias posteriores: Deliceto y Nocera de Pagani.

Muchas veces, a pesar de que algunos llegaron llenos de promesas, las mieses eran
inmensas y los obreros pocos. Peor en 1740, dos sujetos notables:- los Padres Maiorino
y Marocco desertaron de los campos del Señor.-

¡Inconstancia humana! Dos encinas, caídas como de un rosal, por este apego a la
familia cuyas visitas, en este siglo XVIII napolitano, eran muchas veces mortales para
las mejores vocaciones. Estas crisis pasajeras, pero fatales, exigían que el grupo se
ligara con lazos más firmes. Entonces no tenían ningún voto que ligara en
conciencia; ninguna consagración total y definitiva a Dios y a los abandonados. Este no
compromiso no podía atraer las vocaciones generosas, todavía menos asegurar a las
débiles: los cohermanos del Santísimo Salvador permanecían “sin profesión”, en el
sentido religioso del término. Como así mismo, los Pio Operarios.

Entonces ¿ligarse con los votos públicos de castidad, pobreza y obediencia?


Sobretodo no. En esta primavera de 1740, los regalistas habían levantado una vaga
hostilidad contra las instituciones religiosas. Un Decreto real del 9 de abril que
repercutirá, el 23 de julio, un edicto del Marqués Cayetano Brancone, Secretario de
Estado para asuntos eclesiásticos, daba aviso secretamente a los gobernadores y
síndicos de provincias para prohibir toda fundación de iglesias o de instituciones
religiosas sin permiso explícito del rey. Si San Alfonso y sus compañeros cesaban de ser
de los “seculares”, ellos corrían el riesgo de la destrucción de la obra. Era necesario,
decía este hijo de marino, “asegurar el navío abatido por los vientos”.

Personalmente, después de casi nueve años, había hecho voto de perseverancia: “Hoy
día, 28 de noviembre de 1732, hago el voto de no dejar el Instituto” E invita a los
hermanos al mismo compromiso.

67
“Un fruto ofrecido es bienvenido, les repetía; pero dar el árbol con sus frutos, tiene otro
precio. La vida apostólica que nosotros hemos abrazado, consiste propiamente en un
adiós solemne a la casa paterna, sin retorno a su patria y a su familia. Es ahí donde hay
que dominar la carne y la sangre, si no, no puede haber ni amor a Dios ni celo de las
almas. Nosotros debemos entregarnos a Dios con una voluntad resuelta “de jamás
renunciar a seguirle”. “No es bueno para el trabajador por el reino de Dios, que el
que después de haber empuñado el arado, se reserve en su corazón el derecho de
mirar atrás y volver la espalda a Dios y a la Congregación”.

El Proyecto de Alfonso de ligar con un voto de perseverancia, encontró el acuerdo


unánime de todos los cohermanos. Como de costumbre, Liguori, rezó, consultó a los
sabios, dice Tannoia, especialmente a Falcoia, ciertamente. El Venerable P. Fiorillo
había muerto hacia el 20 de diciembre de 1737, predicando una misión en Avelino.
“Todo el mundo aprobó su propósito”

Se fijó para la realización la fiesta de Santa María Magdalena. Los tres días
precedentes fueron una ardiente velada de silencio, donde se sintió cada uno como
investido de amor. El acontecimiento tuvo lugar en el pequeño oratorio de la
Comunidad. El 21 de julio, después de haber recitado las primeras vísperas de Santa
María-Magdalena, “protectora de la Congregación”, Padres y Hermanos pronunciaron
una larga fórmula, cuyo corazón es este:

“Yo me obligo por voto a perseverar hasta la muerte, con la gracia de Dios, por los
méritos de la sangre de Jesucristo, en esta Santa Congregación del Santísimo
Salvador. Mi intención es de hacer este voto con el alistamiento y bajo la condición
expresa de no poder ser dispensado sino por el Superior mayor en ejercicio o por el
Soberano Pontífice, y por ningún otro.

Mons. Falcoia no había venido a presidir la oblación. Ciorani no era de su diócesis.


No teniendo todavía el Instituto ningún superior canónico, no hubiera podido realizarse
sino en nombre y por delegación del Arzobispo de Salerno. Pero esto hubiera sido
entonces una profesión religiosa pública; es decir un delito a los ojos del poder civil.
Este voto permanecía entonces como algo interno de la Congregación. Y una cláusula
muy meditada lo ponía fuera del alcance de toda dispensa de un obispo o de un
confesor. Al interior del Instituto este compromiso era público y firmado. En el foro
de la conciencia, ligaba también firmemente como un voto solemne emitido en las
manos del Papa.

En esta tarde del 21 de julio de 1740, la obra del Señor tomaba entonces toda la
consistencia real de un Instituto religioso. Al salir llegaba a ser un paso dramático; y al
entrar era de hoy en adelante un embarcarse de por vida, rotas todas las amarras. Una
de estas aventuras humanas y espirituales para descartar a los versátiles y tentar a los
jóvenes y a los santos.

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11. “REMAD MAR ADENTO Y ECHAD LAS REDES” ( Luc. 5,4)

Mons. Falcoia murió el sábado de Pascua, 20 de abril de 1743. En 1732, Alfonso lo


había recibido, luego de Pagano y Fiorillo, como Director personal; había querido que
como obispo su Congregación tuviera una cobertura episcopal, pero lo había
rehusado, en enero de 1735, como fundador en su diócesis, precisamente para no ser
tomado coma mariposa, en las redes de un pequeño prelado local; lo había deseado
también como experto en vida religiosa comunitaria. Pero no como –Director del
Instituto; ni como legislador de las misiones, para las cuales Liguori tenía sus ideas
bien suyas; todavía menos, como maestro de espiritualidad.

Y nadie había pensado en un tan largo e invasor “protectorado” del Obispo de


Castellamare. Dios sabe de qué inmenso peso de paciencia y de humildad el habría
enriqueci.do a sus “queridos hijos”. El hecho es que al cabo de tres años, noviembre de
1736, un silencio epistolar casi total se entrecruzó entre ellos, lo que señala un
desacuerdo profundo de los dos hombres. Desacuerdos no sobre los métodos misioneros
– Liguori lo tuvo siempre, felizmente, en su cabeza, sino sobre la espiritualidad y el
Espíritu.

Cuando Alfonso llegó a Scala, él contaba 37 años. Tenía hecha ya su


espiritualidad, en esto no le debía en nada a Crostarosa, ni a Falcoia. Simplemente se
sintió en consonancia con la primera, en disonancia con el segundo. Por su parte los
compañeros de la segunda ola que acogieron su proyecto, los firmes, son hombres de
más de treinta y santos: el los respeta demasiado para inducirles a su escuela.
Solamente, como fundador carismático de un Instituto nuevo, en la libertad que hace fi
de métodos complicados, él tiene una visión fundamental fuera de la que él no quiere
saber nada : “continuar al Salvador junto a los pobres abandonados a su
cuenta” .Permanecen con él, libremente, aquellos que participan de su espíritu. Lo que
él funda con ellos, es una comunidad misionera al servicio y en medio de los pobres
abandonados. ”Vosotros los tendréis siempre con vosotros” ( Mat 26, 11) ha dicho el
Señor.

Al contrario, ha dicho Falcoia, Jesucristo es el divino Maestro: el fin del Instituto es


copiar su vida y sus adorables virtudes.

“Para conseguir este fin hay doce Reglas con sus constituciones. Helas aquí: Fe,
Esperanza, Amor a Dios, Unión y Caridad mutuas, Pobreza, Pureza de corazón,
Obediencia, Dulzura y Humildad de corazón, Mortificación, Recogimiento, Oración,
Abnegación de sí mismo y Amor de la Cruz”.

Según Falcoia, este fin tiene dos componentes: la santificación personal y el


apostolado de los abandonados. De ahí las expresiones como: “su propio adelanto
espiritual y el bien de los habitantes del reino”, “un día de retiro por los intereses de su

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propia alma, más valor tiene que ponerse enseguida al servicio del prójimo”; “tomar el
ejemplo de Jesucristo, con el fin de ser modelos del pueblo”. Cristo tiene un doble
papel: “Maestro a quien imitar, Redentor… a quien imitar también. Vale lo mismo decir
que esto tiene dos fines. Porque su fin principal es imitar la vida y las virtudes de
nuestro Señor”. Está allí por otra parte, esencialmente, una tarea individual de cada
uno sobre “su propia alma para para su propio progreso”. El apostolado es entonces un
fin secundario, un eco de la perfección, que es copiar las virtudes de Jesucristo.

¿No es negar la diversidad del único Espíritu y la historicidad de una iglesia que no
repite a su Señor, pero lo vive ahora todos los días de otra manera? Jesucristo no es
imitable en sí mismo. El existía ayer; Él es todavía hoy para continuar su vida, y no
para recomenzar.

“Continuar la vida de Jesucristo”, he aquí la palabra de Liguori. Rechaza la


dicotomía falcoyana: vida religiosa por una parte, vida apostólica por otra; perfección
personal por un lado, santificación del mundo por otra. Rechaza todo en cuanto al
calco retrospectivo de los ejemplos y de las virtudes de Jesucristo. ”Imitación”, sea,
pero no en el sentido “de copia de virtudes”. La contemplación de Jesús, encarnado,
misionero, crucificado, eucaristía, no pone delante a un profesor, sino al Salvador.
Imitar “al Salvador” es seguirle, continuarle, comprometerse con y como él. Leamos lo
que escribirá Alfonso cuando se sienta libre:

“El único fin de esta Congregación será continuar el ejemplo de Nuestro Señor
Jesucristo proclamando a los pobres la divina Palabra, según lo que dijo El mismo”:
“Él me ha enviado a llevar a los pobres la Buena Nueva” (Luc. 4,18). Es el por qué
sus miembros se emplearán totalmente en ir a ayudar al pueblo disperso en las
campiñas y en las aldeas rurales, especialmente a los más abandonados en el plano
espiritual… Deberán entonces situar sus casas fuera de las ciudades, con el fin de
estar siempre disponibles para acudir a estos poblados… y para acoger al pobre
pueblo del campo” (Cossali, 1748).

En vez de Imitar, Alfonso prefiere seguitare esempio. No para imitar la vida y las
virtudes de Jesucristo”; ni siquiera para “seguir los ejemplos de Jesucristo”; seguitare
significa “continuar”, essempio es un singular. Entonces: Continuar el ejemplo” en
singular. El ejemplo ¿de quién? “del Salvador.”

Muerto Falcoia el 20 de abril de 1743, Alfonso convocó una Asamblea General


para el 6 de mayo. El 9 fue canónicamente elegido “Rector Mayor” es decir Superior
General, de por vida. Él Te Deum estalló. Con su voz espléndida el fundador lo cantó,
no por su promoción, sino por esta Congregación que, aún pequeña después de diez
años, llegaba al fin a su autonomía y a su desenvolvimiento adulto.

Prueba de esto lo dio inmediatamente. Tannoia explica:

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“Se había vivido hasta entonces en la Congregación sin compromiso que ligara a los
sujetos a las virtudes monásticas. Pero como la naturaleza se modifica poco a poco y
nutre sus frutos, así Alfonso había preparado a sus hermanos a una vida más santa, más
perfecta. Hasta entonces todos vivían el espíritu de pobreza y una obediencia ciega; la
distinción de “tuyo” o “mío” les era desconocida, como también esta licencia que
servía a cada uno para sus pasiones., pero no existía el menor contrato que les
prohibiera vivir de otro modo. Todo era libre y espontáneo. Solamente el espíritu
religioso tendía a debilitarse antes que a crecer, mientras que Alfonso había tenido
siempre en vista formar una comunidad apostólica – Communitá Apostolica y todo
santa. También ponía él con frecuencia de relieve ante sus compañeros, el premio que
tendrían ante la mirada de Dios, al ofrecerle, por votos, su voluntad y todos los bienes
terrestres”.

Consultado a su tiempo, Falcoia no había estado en contra. El mismo había hablado


de votos solemnes en la perspectiva, es verdad, totalmente jurídica, del título de
ordenación que ellos constituirían. Miembro él mismo de una sociedad sin votos, no
daba a la profesión religiosa la misma importancia que el fundador, por lo mismo, a
comprometerse... Y luego, dada su lentitud natural se juntaron finalmente su
impotencia y el pesimismo seniles, mientras al contrario ardía en la joven compañía
el deseo de comprometerse. La muerte del Direttore libró, al fin, la santa impaciencia
que había atizado Alfonso. El primer acto de superior General, con el consentimiento
unánime del Capítulo, fue el de realizar inmediatamente este cambio mayor: la emisión
de los tres votos privados de religión.

“Todos los Padres y Hermanos pusieron, en las manos del Superior que acababan
de elegir, los cuatro votos de obediencia, de pobreza, de castidad y de perseverancia
en la Congregación Después el Rector Mayor elegido se comprometió de la misma
manera en manos del Capítulo”. Así se expresa en el proceso verbal dirigido por el
Secretario Mazzini. Los sacerdotes comprometidos ya por su ordenación, no hicieron
el voto de castidad; pero a continuación el juramento de “perseverancia hasta la
muerte en la Congregación del Santísimo Salvador”, usaron de esta fórmula escrita
por la mano de San Alfonso:” Además, yo hago voto de pobreza según el modo y la
forma determinados por las Reglas , con el voto anexo de renunciar a toda dignidad ,
beneficio y oficio fuera de la Congregación. En fin, yo hago el voto de obediencia,
con el voto anexo de ir a las misiones, aún entre los infieles, si recibo la orden del
Soberano Pontífice o del Rector Mayor de esta Congregación”.

En este segundo voto anexo, el alma del fundador y de su joven Instituto, daba toda
su dimensión universal y acentuaba su preferencia por los abandonados: China, El
Cabo de Buena Esperanza … Desgraciadamente, cinco años más tarde, el Cardenal
Spinelli, interrogado por la Curia Romana en vista de la aprobación de la Congregación,
pedirá y obtendrá la abrogación…”pontificia”. ¿Razón? “Estos misioneros están ya
sobrecargados por el ministerio entre nuestros campesinos”. Espíritu de campanario o
todo a lo más de polígono nacional y no de misión apostólica”. Este golpe de tijeras

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no oscurecerá, en buena hora, no disminuirá, el proyecto del fundador ni el de sus
hijos.

Segunda novedad capital y liberadora: Una Asamblea del 10 de septiembre ha sido


convocada para suprimir los obstáculos que estrangulaban la entrada en la
Congregación. Falcoia había cerrado la entrada al Instituto entre el subdiaconado y los
treinta años. Fue preciso abrir las puertas de manera más amplia. Se decide que el
Rector Mayor podrá dispensar de este segundo punto y que, para los jóvenes, la edad de
admisión sería rebajada a los 19 años, sin ordenación, ciertamente.

¡Y llegan y llegan los jóvenes! Los trabajos de la nueva fundación y su construcción


han comenzado, a finales de 1742 en Nocera de Pagani, bajo la dirección del Padre
Sportelli. Una fundación que desde el principio es combatida ya por las manos
endiabladas de un grupo de terroristas. ¡Ellos han colocado dos barriles de pólvora
bajo la nueva iglesia!

Una nueva fundación ha sido solicitada para Deliceto, Diócesis de Bovino, porque los
abandonados están allí y son aún los más abandonados y los pobres más pobres. Las
señoras mismas llevan vestidos más desarrapados que los suyos. Y después, supremo
atractivo, se trata también de resucitar, a cuatro kilómetros del pueblo, bajo una selva de
verdes encinas, el convento y la iglesia, recientemente abandonados, de NUESTRA
SEÑORA DE LA CONSOLACION. El propietario es el canónigo Santiago Casati, de
la Colegiala de Deliceto.

El sábado 11 de diciembre de 1744, después de tres días de viaje bajo el frío y la


neblina, Alfonso llega a Deliceto con las Padres Cáfaro, Genovese, D’Antonio y el
estudiante Sanseverino. Apenas lanzada la misión, los asuntos son llevados a buen fin.
Entonces al ver este peregrinaje de la Consolación, Alfonso hace un gesto…”Está lejos
de todo, a un rincón del bosque”… Alfonso sonríe…”Una arrebatadora iglesia y…
Dios-¡qué bella es la Señora”!

¡Y la región abandonada!.., hace notar Casati que sabe que cuerda tocar.

Desde lo alto de la colina en donde se eleva el Santuario, se podía, en efecto,


contemplar la inmensa planicie de la Pulla con sus vastos pastizales... A llegar el
invierno, millares de hombres descendían allá desde las montañas para desde allí
custodiar los rebaños y allí permanecían por meses, sin sacerdotes. Las emociones de
Santa María Dei Monti regresaron al alma del santo. Si allí se añade la perspectiva de
hacer revivir en este rincón el culto de la Madona y los temores con ocasión de la
fundación de Pagani, se comprende que acepte sin más detalles. Ya el 9 de diciembre
escribió al P. Rossi: “todos aquí, obispo, sacerdotes, y seculares nos han recibido como
a ángeles del Paraíso”.

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Pero cada uno sabía que los ángeles no comen. Casati dona las construcciones y los
terrenos de la Madona, pero se reserva el usufructo hasta su muerte; su cohermano, el
canónigo Maffei, señor del lugar, promete un beneficio, pero esto no pasa de ser más
que una promesa; es bueno esperar que el príncipe de Castellaneta, señor del lugar,
asegure también cualquier socorro importante… pero esto no es más que un esperar…
¡.Esto no hace hervir la marmita! Es cierto que esperando esto, escribe Alfonso, aquí
se vivirá pobremente. Dios nos ayudará. ¡Alegremente! Nosotros no seremos nunca
más que pobres de por vida….Sin embargo, Dios es un gran Señor: Él no se deja vencer
en generosidad”…Ciertamente.

En Villa se había ya vivido el hambre y el frio. Esta ruinosa experiencia de Villa no


ha “convertido” al Padre de Liguori. Jugar con Dios, apasionado de los sin esperanza,
lleva esto a Deliceto. Pensad: la Congregación pone el pie en esta nueva diócesis, en
una nueva provincia, la Capitana, en las fronteras de una de las regiones las más
vastas y las más abandonadas del reino, Las Pullas. Y los Abruzos están a la puerta.

Esperando estas cosechas, el hambre se instala con los misioneros. “De esto había
mucho que soportar en todos los puntos, escribirá más tarde el P. de Liguori, pero sobre
todo por la comida. El pan era negro, hecho de una mala harina y de salvado, en donde
abundaban los gusanos, apenas se veía de vez en cuando un poco de carne; habas
cocinadas constituían las frutas y la menestra.

El P. Francisco Garzilli detalla el menú, la ropa en jirones, las cobijas transparentes,


las ventanas tapadas con papel embetunado, los tabiques separados, y el viento dueño
por dentro y por fuera, los techos caídos y la nieve sobre las camas.

Llegará pronto el joven José Landi, que añade: caminábamos con pies desnudos,
porque no teníamos nada con que reparar los zapatos… se sufría mucho en invierno,
porque Deliceto es muy frío y la nieve permanece allí hasta quince días…El agua
enfriaba las celdas y toda la casa. También nuestro Padre Don Alfonso ordenó
calentar el agua para la Comunidad. En cuanto a él, que escribía entonces la Moral,
para desentorpecer un poco las manos, se aplicaba de tiempo en tiempo un hierro
caliente colocado a un lao de la mesa. Pero jamás se aproximaba al fuego, so pretexto
de que el calor le incomodaba; era en realidad por mortificación”.

El fundador pagó esta miseria con una de las grandes penas de su vida. Corría julio
de 1745. Envió a Vito Curzio a Troia, a buscar algún socorro entre sus amigos.
Llegada la tarde, el hermano pidió hospitalidad a unos religiosos que le pusieron a la
puerta... Pasó la noche bajo las estrellas. Por la mañana, fue víctima de una fiebre
violenta, y él se arrastró a lo largo de los 30 kilómetros de regreso al convento. Ya sin
fuerzas, debió detenerse a las afueras de Deliceto y hospedarse en casa de un sacerdote
amigo. Allí permaneció cuarenta y nueve días, edificando con su paciencia a aquellos
que le cuidaban o venían a visitarle. Su confesor le preguntó un día:

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-si deseaba vivir.
-“No”, le respondió.
- ¿Entonces Ud. quiere morir?
-“Nada de eso. Yo no quiero sino lo que Dios quiere. Sin embargo, libre de escoger,
preferiría morir para estar libre del peligro de ofender a Dios y para verle en el cielo,
si me concede la gracia de ir allá”.

Antes de administrarle el Santo Viático se le preguntó si deseaba confesarse.

“No, dijo, por la gracia del Señor, no me acuerdo de ninguna falta”.

Murió el 18 de septiembre de 1745, a los treinta y nueve años de edad. “El santo ha
muerto”, se decía por toda la ciudad. Una procesión triunfal le condujo a santa María de
la Consolación. Presidiendo los funerales, Alfonso estalló muchas veces en llanto… era
dura la paga para la nueva fundación. ¡Pero qué frutos! Alfonso escribirá pronto: “En
Deliceto se dan ahora cada año muchas series de retiros a los ordenandos, a los
sacerdotes, a los laicos…De allí han partido innumerables misiones para la campiñas
de Foggia, de Áscoli, de Melfi… Lacedonia, Rochetta, Monteverde, Carbonara,
Trevico, Castello, Canossa, y tantas otras.”

Mas, he aquí que se abre otro campo.

Un día de otoño de 1745, en efecto, Mons. José Nicolai. Arzobispo de Conza,


compartiendo sus éxitos con dos santos sacerdotes de su diócesis, el arcipreste de
Contursi D. Juan Rossi, antiguo Pio Operario, y D. Francisco Margotta, rector del
Seminario.

-Lo que le falta, le dijeron, es una fundación de los misioneros del P. de Liguori.

- El lugar es el más indicado, en el corazón de mis 24 pobres parroquias: es el Santuario


de Materdomini (Madre del Señor) que domina Caposele. Hay algunas rentas, una
ermita que levantar… Don Rossi, concluyó el prelado, Ud. fue Secretario y biógrafo de
Mons. Cavallieri, vaya a encontrar a su sobrino y decídale a venir a Caposele”.

Alfonso vino, en la primavera, a predicar la misión en Caposele. El 4 de junio, todo el


clero de la región dirige a Mons. Nicolai una petición contra la fundación: tienen
miedo, como en Villa y en Pagani, que los Padres les quiten el pan de la boca…
Respuesta del arzobispo, que tiene duro carácter: el mismo día conduce a Alfonso, al
Santuario de Materdomini. Pero es él quien toma el asunto: “Fundad, le dijo. Se juzgará
a los Padres por la obra. Después se verá como se les hace vivir”.

Alfonso tenía muchas de las rentas en promesas que se pagaban con el sufrimiento
de sus hijos y la disminución del Instituto.

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“Monseñor, respondió él firmemente, yo no he venido para una fundación, sino para una
misión al servicio de su Excelencia. Mi tarea está cumplida. Yo no tengo nada más que
hacer aquí”.

Viendo fracasar todo, el viejo arcipreste Rossi se arrojó entre lágrimas a los pies del
prelado suplicándole no hacer el juego al demonio. Y la situación fue retomada.
Margotta, un cierto doctor Zeppi y el capital del santuario asumieron una renta anual de
500 ducados; Mons. Nicolai dará dos mil ducados, por una sola vez. Este sábado 4 de
junio de 1746, la fundación de Materdomini se concluyó y la misión de Caposele va a
terminar en una gloriosa apoteosis. El constructor del convento será el P. César Sportelli
y su piedra de fundación, San Gerardo Mayela.

Sin embargo, el fundador no olvidaba que sus hijos habían sido arrojados de Villa. Sus
enemigos en Nocera de Pagani, no se desarmaban y buscaban un pretexto, de hecho
la Congregación no había sido autorizada ni por el Rey ni por el Papa. Y luego sin
existencia legal, ningún derecho de poseer y una inseguridad que no podían sino
alejar a los jóvenes. Era urgente, para el fundador, atacar lo imposible: obtener el
reconocimiento real del Nuevo Instituto.

En esta “imposibilidad” no vemos más que una guerra de la religión y de la laicidad:


todo es religioso en el reino. Carlos de Borbón es un príncipe piadoso. Aquel que llegó
a ser entonces su brazo derecho, Bernardo Tanucci, ministro de la Justicia y Asuntos
extranjeros, es un cristiano profundo. En cuanto al Secretario de Estado, encargado de
los asuntos eclesiásticos es el marqués Cayetano Brancone, tiene un hermano monje que
pronto será obispo; el mismo es casi un religioso; sus relaciones con el P. de Liguori
son de total confianza y afectuosa veneración. Pero el Siglo XVIII es el siglo del
regalismo: los Estados sacuden el yugo de una Roma que por largo tiempo los tuvo bajo
su tutela. Más, ellos usurpan sobre el poder de la Iglesia, como ella usurpó sobre el
poder temporal.

En Nápoles, este regalismo es todavía más violento que en otras partes. Por reacción
contra el pretendido vasallaje del reino con respecto a la Santa Sede; y porque la
desastrosa situación económica del país se atribuye en parte a la proliferación de
iglesias y conventos. La sola ley que quedaba era la circular secreta dirigida en 1740 a
los gobernadores de las provincias que les obligaba a vigilar para que no se
construyan ninguna iglesia ni convento sin el consentimiento del Rey.

El convento de Ciorani era anterior. Pero no estaba al abrigo de un arbitrario efecto


retroactivo. Los de Pagani y luego de Deliceto, habían obtenido cada uno en 1743 y
1745, un dispaccio, (un decreto) real permitiendo construir un alojamiento “bajo la
condición expresa de que no tendría la apariencia de convento y que los sacerdotes
seculares que se agrupen estén sometidos en todo, al obispo del lugar”.

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Y con las mismas reservas la Cámara Real permitirá el 17 de junio de 1747, construir
MATERDOMINI.

Entonces, pedir la existencia legal de un nuevo Instituto, ¿no es una locura ? Y es


esto lo que viene a hacer en Nápoles a principios de junio de 1747. Alfonso de Liguori.
Comienza sus visitas y consultas ante el Gran Capellán Galiani y el cardenal Spinelli y
se acerca a su amigo Brancone, que le recibe… con golpe de maza: “Ud. quiere la
autorización para su Instituto, pues bien…yo lo quiero Obispo, Mons. Domingo Rossi
está a punto de morir en Palermo. Para sucederle yo lo he propuesto a Ud. ante su
Majestad el Rey.

¡Obispo!... y todavía de Palermo, la otra capital de las dos Sicilias! El pobre Padre
cree que va a desmayarse… por la sorpresa y el horror. El Marqués se propone
abrumarle con razones y razones humanas y divinas. Alfonso no quiere nada, no quiere
entender nada. No hace sino repetir y suplicar...

“Si Ud. me aprecia, no me hable de obispado. Yo he dejado mi casa. Y después,


desprecio los honores de este mundo”.

Duro y largo este cuerpo a cuerpo… Alfonso no se rinde, y finalmente Brancone


depone las armas.
“Le doy mi palabra, no le atormentaré más”.

Por otra parte, era apresurado el entierro de Mons. Rossi. Alfonso respira. Y se
entrega a asuntos más “serios”.

La primera etapa era redactar un compendio de las Reglas que no tenía ni el convento,
ni la vida religiosa. De acuerdo con el P. Sportelli – un abogado como él,- puso a punto
un texto tan “inofensivo” cómo les fue posible.

Antes de terminarlo se encontró brutalmente ante una pesadilla. Se había olvidado del
arzobispado de Palermo, Pero la muerte no se había olvidado de Mons. Rossi, fallecido
el 7 de julio. Si Brancone fue fiel en no proponer a su amigo, el Rey mismo no se había
olvidado del P Liguori.

“El Papa hace buenas promociones, dijo, Yo quiero hacer una mejor que las suyas”.

El marqués, interiormente, encantado, hizo llamar al interesado, y le trasmitió la


determinación del soberano... Es un trueno de rayo, pero encontró pronto el detente
eficaz.

“¿Va Ud. a obligarme a dar mal ejemplo a mis compañeros? Su Majestad parecía
apreciar mucho la obra de las Misiones: si de ella me retiro, la obra se acabará, para

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desgracia de las almas y del reino. Las iglesias no carecerán nunca de obispos, es más
difícil encontrar obreros que se fatiguen en la salvación de las almas en los pueblos
perdidos”.

Bajo el sol de julio y agosto, el Padre continúa sus idas y venidas y contramarchas-
acogido aquí, rechazado allá, convenciendo a los contrarios, suscitando apoyos. No
tiene tiempo ni para comer ni dormir. En vano. En su relación al Rey, Mons. Galiani
escribe el 22 de agosto: “La autorización aquí solicitada para las casas a erigirse en
Congregación bajo un superior propio y con Reglas particulares, mediante el Placet
real de vuestra Majestad, constituirían comunidades legales teniendo el derecho, que
no lo tienen al presente, a adquirir bienes.

No se puede negar que Don Liguori y sus compañeros trabajen hoy útilmente y con
éxito en la instrucción de los pueblos de las poblaciones más abandonadas, ni que la
vida de estos misioneros sea edificante, pero no ignora vuestra Majestad, que todas las
órdenes y Congregaciones de regulares y de sacerdotes seculares han comenzado
siendo útiles y ejemplares, pero que, insensiblemente, ellas han decaído de su fervor
primero y han llegado a ser una carga para el estado, que de esto no ha sacado ninguna
ventaja”.

Al día siguiente 23 de agosto, la SACRA REAL CÁMARA rechazó la aprobación.


El “soberano” obedeció y decretó el statu quo, recomendando a Brancone: diga al P.
de Liguori que él cuente con mi protección. Que él vea en qué otra cosa puedo darle
gusto: y lo haré”. Por dos días, al menos, el marqués no se atrevió a dar la noticia de
este fracaso al Padre. Ante este golpe Alfonso bajó la cabeza y no tuvo más que esta
palabra: “que se haga tu voluntad, oh Dios mío”. Pero no durmió la noche siguiente.

Nueva marcha en marzo de 1747, nuevo rechazo categórico. Por lo tanto en Nápoles,
un encuentro desatendido hacía repentinamente entrever el fin de la noche.

El fundador pensaba que no podía ser aprobado por la Santa Sede sin contar primero
con la aprobación del rey. Encontró en Nápoles a Mons. José María Puoti, cercano
colaborador de Benedicto XIV que le iluminó. Una Bula Pontificia, preciosa en sí
misma, provocaría también un exequatur real. “Redácteme un memorial y yo mismo lo
entregaré al Papa”.
El expediente fue depositado en las manos pontificias. Regresó para el Visto bueno
del cardenal de Nápoles. Alfonso se guardó muy bien de ir a pleitear en persona en
las instancias romanas, por temor de que una mitra le cayera sobre la cabeza. Delegó al
P. Andrés Villani y al Hno. Francisco Tartaglione.

El 25 de Febrero de 1749, por las letras apostólicas Ad Pastoralis Dignitatis fastigium


de Benedicto XIV eran aprobadas las Reglas y el Instituto del Santísimo Salvador, pero
con el título de SANTISIMO REDENTOR, porque existía ya uno de canónigos del
Santísimo Salvador.

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Ante esta noticia, en Ciorani, Alfonso se arrojó rostro en tierra en un momento de
intensa acción de gracias, hizo tocar la campana de la comunidad, luego comentó el
versículo 16 del salmo 80: “Visita esta viña Señor, y protégela, que ha sido plantada
por tu mano poderosa”.

Desgraciadamente el exequatur no la seguirá.

Algunos años más tarde, Alfonso, presente en Nápoles por asuntos, se hospedaba en el
primer piso redentorista que su hermano Hércules le había prestado en su palacio. Allí
se hospedaba el P. Margotta, que llegó a ser Redentorista y procurador de la
Congregación y el Hno. Tartaglione. El fuego se encendió en un almacén del piso bajo.
Mientras todos los ocupantes corrían por los pisos y arrojaban los enseres por las
ventanas, el Rector Mayor fue a recoger su Regla con el Breve Pontificio de
aprobación y descendió tranquilamente por la escalera: toda su riqueza estaba allí.

12.- TAL PADRE, TALES HIJOS

Cuando se presentaba un aspirante a la Congregación el P. de Liguori le preguntaba:


“¿Por qué quieres dejar el mundo para abrazar el estado religioso?”. Si la respuesta era:

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“Para asegurar mi salvación”, “No hijo mío, le respondía: tú puedes salvarte en el
mundo, tú no debes entrar entre nosotros sino para hacerte santo, y un gran santo”.

Con ocasión de las fundaciones que se le pedían de todas partes: Decía,


“podríamos tener treinta misiones en el reino de Nápoles, cincuenta en los Estados
Pontificios y doscientas en las Indias, si no somos santos, ¿a qué viene?”.
El 8 de agosto de 1754, dirigió una carta circular a sus hijos, donde dramatizará la
responsabilidad de “los fundadores” que eran ellos. Pero cada uno ¿no es fundador para
aquellos que vendrán después de él?

“Mis queridos Padres y Hermanos, la Congregación no cuenta veinte y dos años de


existencia y cinco años de aprobación canónica. Debería haber conservado su
fervor primitivo y aún haberlo acrecentado. Porque Dios, llamándonos a la
Congregación en los primeros tiempos de su existencia, ha querido hacer de nosotros
santos y salvarnos como santos. Aquel que quiera salvarse, si no es como santo, no sé
si se salvará… Entonces ¿qué hacemos nosotros?, ¿qué hemos venido a hacer en la
Congregación?, ¿si no trabajamos aquí para ser santos?

Y apostrofa a la Comunidad de Pagani en estos términos en una conferencia de


sábado: “Señores, Como Redentoristas estamos obligados a aspirar a ser santos. El
Señor nos da tantos medios para ello que no tienen ni el rey, ni el papa. No podemos
decir jamás “basta”, jamás detenernos, no podemos ser jamás mediocres en lo que sea,
sino debemos avanzar siempre, cada día mejor que el otro¸ si queremos llegar”.

Y él caminaba delante, arrastrando a su mundo de virtud en virtud.

A la base, él quería, bien entendido, la humildad. Repetía: “Allí donde hay humildad,
hay santidad; donde no hay humildad, falta todo. Donde ella falta, está Lucifer: ha
llegado un tizón del infierno.
Ah este desgraciado que humillado, ha osado decir un día: “mi reputación o mi
honor”… Alfonso, el sábado siguiente, en el capítulo, ha parecido perder la respiración
para corregir a este “blasfemo”, le ha traspasado el corazón:

“Que cada uno se guarde, en la Congregación, de pronunciar siquiera la palabra mi


honor. El honor más querido en la congregación, de un hermano del Instituto, es
amar la obediencia, es ser menospreciado y tenido como poca cosa. Ser menospreciado
como Jesucristo, tal ha sido el deseo de los santos y el que no quiera llegar a ser santo,
no podrá perseverar en la Congregación: Jesucristo mismo, para quien es cara la
Congregación, lo arrojará. El Señor no quiere que las primeras piedras de este su
edificio estén sin consistencia.

“Ser menospreciado”. El Rector Mayor para esto tomaba los medios. En primer lugar
su sotana desgarrada, su barba y sus cabellos cortados con tijera. En Calabrito se hizo

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arrojar a la puerta de la capilla por el hijo del barón del Plato: por lo que pueda pasar.
“Señor, yo le pido que salga. Ayer nos han robado un mantel. Si Ud. lo cree, puede ser
que hoy roben otro”. En la Sede de Portanova, cuando el caballero Don Alfonso de
Liguori venía a dar su voto a marqueses o duques que solicitaban su admisión, él
llegaba en su asno en medio de pomposos equipajes; la primera vez, el usier lo detuvo
en la entrada agarrándole por la brida: ¿Qué viene a hacer este campesino (¡) entre los
primeros gentilhombres de la capital? Así también, los criados le hacían hacer largas
esperas; dura prueba para quien había hecho voto de no perder tiempo, pero él la
cambiaba en plegaria. Algo mejor: prevenido un día de que todo un gentío de ricos
había venido a su sermón para disfrutar de su célebre elocuencia, se libró de esto
predicando un catecismo elemental repleto de incorrecciones gramaticales. Él que
había compuso hacia 1750, una gramática italiana que acababa de reeditar.

Alfonso temía a la vez los halagos de los éxitos y las depresiones de la impotencia.
Insistía entonces en la que garantiza en unas y otras y se encuentra ser, si se puede
decir, el camino cimero de la humildad. Luego de un capítulo semanal, tuvo esta
palabra paradoxal.

El tiempo de la enfermedad es el de gran eficacia. Es en la debilidad cuando la


potencia da su medida (2 Cor.12,9) Si alguno se flagela hasta la sangre, se agota en
las santas misiones, con celo desbordante suda días enteros , metido en un
confesonario, … el amor propio, la estima de si, el deseo de aparecer pueden ahí
encontrar su ganancia … verse apreciado de todos , tenido por santo … ya ha recibido
su recompensa ( Mat.6, 2-16). Yo digo que si un obrero apostólico no está siempre en
guardia, si no está vigilante sobre sus actos, sobre sus deseos, sobre los movimientos
de su corazón, sus fatigas, difícilmente darán fruto. Pero aquel que está enfermo... en
el abandono, incapaz de hacer nada, con la cabeza débil etc… y que soporta con
paciencia su enfermedad este está sin amor propio… y su Padre que está en los cielos
le recompensará.

La pureza de intención es una vigilancia interior. Pero comunitariamente dice


Tannoia. “Alfonso funda todo el edificio de su Congregación sobre dos bases: la
pobreza y la obediencia. Gustaba decir: si estas dos virtudes guardan su vigor, la
Congregación no fracasará jamás; todo lo contrario, su espíritu lejos de evaporarse,
ganará siempre en intensidad y fervor.

Establecido a favor de los pobres, el Instituto llegó a ser – y debe serlo siempre-
participar de su condición. Todo debe ser pobre: pobre el hábito y el equipamiento de
los cohermanos, pobres las celdas, pobres las casas”. Aunque todo respire allí
pobreza, pero no miseria, Alfonso desdeñaba el lujo” (Tannoia).

Había encargado al P. Ferrara proveer de vestidos a todas las comunidades, de suerte


que pronto se vio aparecer a ciertos misioneros mejor vestidos que otros. En 1758,
mientras Alfonso se encontraba en Nápoles, un gentil hombre de sus amigos le hizo este

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cumplimiento: “Le felicito, le dijo, porque sus padres han reemplazado con hábitos
nuevos aquellos viejos de antaño”. Esta palabra le afectó de tal manera, que sin esperar
el regresó a Nocera, le reprendió al desventurado Ferrara y le llamó a un capítulo de
importancia. Luego en una carta circular del 13 de agosto, dijo: “Las sotanas o los
manteos que estén viejos o rotos los superiores deben hacerlos remendar, mientras sea
posible. ¡Pobre Congregación! Habría que lamentar si los congregados se
avergüenzan de llevar vestidos remendados. Yo no quisiera tener que deplorar,
mientras viva, una parecida desgracia”.
Se sabe que él predicaba con el ejemplo. Él se vestía con la ropa vieja destinada a los
rechazos de trapos viejos por los sastres de los jesuitas de Nápoles y no se deshacía de
ella sino cuando la compostura era imposible. Con esta apariencia iba a las misiones,
a Nápoles y se presentaba así ante los obispos, los príncipes y hasta ante el rey. Era
necesaria, a veces, la orden expresa de su director, el P. Pablo Cáfaro, para obligarle a
cambiar. A menos que el Hermano sastre las remendara, las ponía remiendos durante
la noche o las reemplazaba por otra, un poco menos deshecha.
En sus Avisos Sobre la Vocación Religiosa, escritos para sus novicios en 1750, se lee:

“El voto de pobreza no hará del profeso un verdadero continuador de Jesucristo si


es que él no abraza también las incomodidades de la pobreza…Tomás de Kempis lo
ha dicho: “cuantos quieren ser pobres y parecerse a Jesucristo, pero sin que les falte
nada”. En el fondo, ellos ambicionan el honor y la recompensa de la pobreza, pero sin
soportar las necesarias privaciones”.

La primera pobreza, para una fraternidad evangélica, es la vida común, es decir la


participación integral.
Alfonso, escribe Tannoia, había eliminado “lo mío” y “lo tuyo”. Si amaba la pobreza,
amaba mucho más la vida común. La una y la otra juntas eran como la piedra
preciosa de su corazón. Si falla la perfecta puesta en común, es el reino de las
preocupaciones y las envidias. Al uno se le ha provisto y al otro no; aquel que está
provisto da necesariamente celo a aquel que no tiene otro tanto. Aquel que no tiene
usará las peores estrategias para proveerse de aquello que necesita.
Quería la pobreza, pero no la miseria entre sus hijos… Muchos rectores se hicieron
en realidad reprender... La caridad, repetía, mantiene la vida común y la vida común
sostiene la pobreza, si falta la caridad, todo cae”.
También cuidaba la salud: “Dios mío, escribía a un rector, estaban en invierno ¿era
tiempo de ponerse en camino? Puede Ud. Decirme, si llueve, ¿no diferiría la partida?,
yo no amo estas precipitaciones mal entendidas para las misiones. Cuando por esto un
cohermano cae enfermo, el mal es más grande que si se omitieran diez misiones…. Mi
voluntad expresa es, a la que no quiero interpretaciones, que ninguno parta jamás con
lluvia… aunque sea para predicar una misión en París.
Junto a la pobreza, para Alfonso, “otra pupila de la Congregación es la obediencia Si
la obediencia se pierde, no existe ya la casa de Dios”.

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Así, daba este Aviso a los novicios:
“Serviría de poco haber dejado lo demás: el apego a la vida, a los parientes, a las dignidades, si
se lleva y se mantiene en el convento su propia voluntad. Ahí el renunciar constituye
propiamente la abnegación, la muerte a sí mismo, la total entrega a Jesucristo. Este don del
corazón, de la voluntad, es aquel que se da por encima de todos os demás, aquel que mira a
sus hijos queridos, los religiosos. Servirían de poco todas las mortificaciones, todas las
oraciones, todas las otras renuncias, sin esta, es decir, si no se renuncia en todo y enteramente
a su propia voluntad.

“Entrega a Jesucristo”, pero entrega de adulto, en diálogo: “Yo ruego a cada uno
obedecer y no resistir a las órdenes de los superiores locales. Está permitido al sujeto
exponer sus dificultades, tiene derecho, pero yo le exijo a obrar así, a resignarse a
obedecer en el caso en que sus argumentos no sean admitidos”. (Agosto 8 de 1758).
Obediencia al último de los responsables: “recomiendo a todos sacerdotes,
estudiantes, hermanos servidores, obedecer a todo superior fijo o temporal, aunque sea
el más humilde de todos los hermanos, en todo lo que concierne al oficio que se le ha
encomendado. En este punto se reconoce a los verdaderos obedientes. Me importa
poco que se me obedezca a mí, quiero que se obedezca a los superiores locales, a los
prefectos, ministros, y a otros oficiales subalternos”. (Agosto 13 1758).
Y advierte en los Avisos a los Novicios que esta obediencia será a veces contraria:

“Para avanzar en esta virtud de la obediencia, que presupone todo lo demás, es


indispensable estar predispuesto interiormente a ejecutar lo que le repugna; listos
también a guardar la paz si ve que no se le atiende en aquello que pide o desea.
Sucederá que en el momento en que se desea la soledad para dedicarse a la oración o
al estudio, deberá, precisamente por obediencia, dedicarse a asuntos exteriores.”

Como se ve, la obediencia era para Alfonso cuestión de la voluntad de Dios, y por
tanto, de eficacia apostólica. Le parecía indispensable que cada uno vaya sin discutir a
los trabajos a donde se le envíe y cumpla sin discutir las tareas que le asigne el
superior. Es la experiencia que le hacía decir: “un barco dirigido por muchos pilotos
va al naufragio”. Y luego “si se ha escogido los ministerios, y “no se es “enviado”:
no hay ni “misión” ni “misionero”.

¿Pero es decente, por parte del Rector Mayor vitalicio proponer la obediencia? ¿Y él?

El en toda su conducta personal, tendía a depender en todo de sus directores


espirituales sucesivos: Pagano, Falcoia, Cáfaro, Villani. Su diario íntimo de esto da fe
desde el principio hasta el fin. Así en lo que concierne a su ser como individuo, no se
sentía dispensado de oponerse a los responsables subalternos. Gravemente enfermo
en Nocera en 1761, leía o se hacía leer libros espirituales. Esta fatiga no podía menos
que agravar su estado. El enfermero, P. Pascual Caprioli se atrevió a amonestarle
gentilmente:

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“Padre, nosotros debemos obedecerle cuando Ud. nos ordena. Yo soy el responsable
de los enfermos: en el estado en que Ud. está, Ud. me debe obediencia. Yo sé que Ud.
ha hecho el voto de no perder tiempo, por eso le ruego no leer ni escuchar lectura
mientras Ud. esté tan enfermo.”

El P. General bajó la cabeza y sin decir una palabra; y esto terminó con los libros tan
largo tiempo como el permiso de abrirlos. También había emitido el voto de lo más
perfecto; y eso era para él obedecer”.

Dirá un día a su médico: “a mi edad yo no puedo esperar de sus cuidados ninguna


mejoría. Yo Obedezco para hacer su voluntad. Y aquella de Dios”.

Él ermita no tiene a quien obedecer. El “misionero”, al contrario, se niega a si mismo si


no está en “misión”, entonces obedeciendo—pero en misión de apostolado. ¿Y su
obediencia? Si él no tiene el celo de Dios y de las almas, ¿dónde encontrará sentido y
ansia para su misión, y su obediencia?

“Todo sujeto en nuestra Congregación apostólica, escribió Alfonso en sus Avisos a


los Novicios, debe entonces, estar animado del más grande celo y hambriento de la
salvación de las almas. Es con este fin que entregará todos sus esfuerzos. Y cuando los
Superiores le destinen a este apostolado deberá consagrarse con cuerpo y alma. Jamás
podrá ser verdadero hijo de la Congregación si no acepta de todo corazón el trabajo
apostólico impuesto por la obediencia aunque él hubiera querido no ocuparse más
que de su alma, en el retiro y la soledad del convento.

“¿Puede haber gloria más grande para un hombre que ser cooperador de Dios (la
palabra es de San Pablo) en la obra de la salvación de las almas? Quien ama
verdaderamente a Nuestro Señor no sabrá amar el solo a Él, él se quema por llevarle
todos los corazones, y les dice con David, Conmigo glorificad al Señor y exaltemos
juntos su nombre (Salmo 34,4) Si amas verdaderamente a Dios, escribe S. Agustín,
apodérate de todas los corazones para hacerles amar a Dios.

Sin embargo el celo de Alfonso y el de sus hijos, sin excluir a nadie es, por vocación,
especializado. Siempre a los Novicios, dirige este texto mayor que retoma el papel de
los Redentoristas “Quien es llamado a la Congregación del Santísimo Redentor no
continuará jamás verdaderamente a Jesucristo, no será jamás un santo si no se dedica
a aquello a que es llamado y no tiene el espíritu del Instituto, que es salvar las almas,
las más desprovistas de socorros espirituales, como son las pobres gentes del campo.
Con esta finalidad ha venido Jesucristo que afirma “El Espíritu del Señor me ha
consagrado para llevar a los pobres la Buena Nueva ( Luc. 4,18)

Subrayamos esto “como son las pobres gentes del campo. El fundador veía más lejos
que el Reino de Nápoles: el da a “los abandonados del campo” que rodeaban de

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hecho, como ejemplo entre otros, que deberían ser siempre “los más desprovistos de
auxilios espirituales”.

También, dice Tannoia, para que no se distraiga del ministerio de las misiones,
prohíbe toda cargo fuera de la Congregación.
Estos cargos, decía, reclaman a los mejores sujetos. Aquellos se alejan de la
Congregación y cogen gusto para sus satisfacciones y su libertad.” Así¸ no sería
director en los seminarios. Ninguna ventaja en la dirección de las religiosas: Una
monja es capaz de acaparar toda la actividad de un sacerdote, sin que por otra parte
logre satisfacerla.
¡Prioridad a los más abandonados! “Mis Padres y Hermanos, nuestro Instituto nos ha dado un
deber de corazón de consagrarnos a los más abandonados. Esforcémonos entonces por
tener un corazón y un amor tierno y particular por estos necesitados de los cuales ninguno se
ocupa., Si se presentan dos misiones una en Nápoles y otra entre los boyeros del país de
Salerno y aunque no sea más numerosa, para predicar al mismo tiempo, es a los boyeros a los
que hay que atender primero y dejar la de Nápoles para más tarde, porque tal es el fin de
nuestro Instituto.”

Pero la Redención no está hecha de Rosas. “Continuar a Jesucristo “dejado a un


lado lo demás, es dedicarse a las espinas, a los azotes, a los esputos, a la pasión. “El
amor de la cruz “no es entonces un segundo fin de la Congregación, es la concreción
realista de este seguimiento de Cristo para la redención de los abandonados.: “El fin
de la congregación es de parecernos semejantes a Jesucristo humillado, pobre y
despreciado. Todas nuestras Reglas tienden a esto y ahí está nuestro fin principal. Así
quien no se mete esto en la cabeza, no solamente no progresará jamás en
santidad, sino que no hará sino retroceder y retroceder”.
El fuego central de una tal vida, no puede ser más que el amor, todos los días
renovado. Con estas palabras ardientes, Alfonso terminaba su circular del 8 de agosto
de 1758:
“Ruego a cada uno de Uds. pedir sin cesar a Jesucristo su santo amor, si no todas sus
resoluciones no servirán de gran cosa. Y para inflamar este santo amor, incendiemos
nuestro corazón con una viva llama por la pasión de Jesucristo…Si en las misiones
nosotros no suscitamos este amor a su Pasión: que vergüenza, después de esto, que en
el día del juicio, que uno de nosotros haya amado menos a Jesucristo, que lo haya
hecho una pobrecilla”.

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13.- ESPERANZA DE LOS DESESPERADOS

El martes santo, 20 de marzo de 1731, un terremoto devastó la Pulla. Foggia sola,


sobre los 15.000 habitantes, había sacado más de 3.000 muertos de entre los escombros.
La Icono Vieja, milagrosa imagen de la Virgen, había sido retirada por un sacerdote,
con peligro de su vida, de la iglesia colegial San Pedro que se hundió. Ésta muy antigua
Pintura en madera, deteriorada por el tiempo, está recubierta con una placa de plata,
salvo el oval del rostro por donde, detrás de un vidrio, no se ve más que un velo negro”.
También se llama “la Virgen de los siete velos”.

Mientras la tierra temblaba todavía y todos los edificios religiosos habían caído o
amenazaban ruina, los fógianos habían refugiado a su “Madona” en una barraca en el
bosque, en medio campo. Ellos allí la asediaban de súplicas. Luego, el jueves santo,
mientras la ciudad y la región no eran más que sangre, gritos y lágrimas, todo el pueblo
había visto, en el óvalo, la figura viviente de la Virgen. El mismo prodigio, el Viernes
Santo. El 1 de abril, luego que los sacudimientos se habían calmado, se había
conducido la venerable Icono hacia la iglesia, la menos dañada, aquella de los
capuchinos, San Juan Bautista.

Para devolver la esperanza y el valor a estas poblaciones religiosas, los obispos de las
regiones siniestradas habían llamado a las diferentes sociedades misioneras del reino.
Así fue como Alfonso, jefe de misión, por primera vez, partió con cinco cohermanos
de las Misiones Apostólicas, el 1 de diciembre de 1731, hacia el “talón de la bota”

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italiana. Misionaron sobre el Mar Jónico, la diócesis de Nardó; después sobre el
Adriático, la de Poliano, no lejos de Bari.

Hacia mediados febrero de 1732, el equipo volvió a Nápoles. Por Foggia, seguramente
con el fin de venerar a la Virgen de la “imagen viviente”. El obispo de Troia, Monseñor
Pedro Faccolli, estaba en medio de los diocesanos siniestrados, Sucesor de Monseñor
Cavallieri, tío de Alfonso, detuvo al sobrino para predicar una novena en honor de la
Virgen de los “Siete Velos”.

Luego, ¿qué pasó allí?

Cuarenta y cinco años más tarde, en vista sin duda de la coronación de la “Antigua
Imagen”, Monseñor de Liguori, obispo retirado, enviará a los canónicos de Foggia el
testimonio siguiente:

“A todos aquellos que lean esta carta, afirmamos y testificamos bajo juramento la
verdad del hecho siguiente: “Nos encontrábamos en Foggia en 1732 y predicábamos
al pueblo una serie de sermones en la iglesia de San Juan Bautista. Esta iglesia poseía
entonces un gran cuadro llamado “Antigua Imagen”, en el centro del cual se
encontraba una cobertura de forma oval recubierta por un velo negro... Luego, en
diferentes días y en diferentes formas, habíamos visto aparecer fuera de esta
cobertura, el rostro de la Santísima Virgen María. Parecía al de una joven muchacha
de trece o catorce años, tenía un velo blanco y se movía de derecha a izquierda. No
fuimos, por lo demás, solo nosotros los que contemplamos, fue el pueblo entero
reunido para el sermón que lo veía también. Ellos se encomendaban con gran fervor a
la Santísima Madre de Dios en medio de una explosión de gritos y lágrimas.

En fe lo cual, certificamos con nuestro sello el presente testimonio:

“Dado en Nocera de Pagani, el 10 de octubre de 1777, Alfonso María de Liguori,


Obispo”.

El Santo por humildad, no dijo todo. Por la tarde, una vez despedida la multitud, fue a
llevar la santa imagen al coro de la iglesia. El misionero subió sobre el altar para
examinarla más de cerca, y fue al punto arrebatado en éxtasis y contempló a placer la
más bella imagen de la tierra y del cielo. Vuelto a este mundo luego de una larga hora
de alegría y confusión, encontró este derivativo al entonar el Ave Maris Stella y al
cantar con su voz magnífica, arrastrando a una treintena de sacerdotes y de señores que
estaban presentes. Al día siguiente mandó pintar y dio sus instrucciones para el tinte y
reproducir algo de los rasgos de la Virgen admirable. La tradición cree que él mismo
haya dado los últimos retoques. Esta Virgen de Foggia se encuentra todavía en el
convento de los Redentoristas de Ciorani.

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No se han olvidado los encuentros del Padre con nuestra Señora, en la gruta de Scala, ni
su éxtasis público, en febrero de 1738, en el pequeño barrio de Aiello, vecino a Ciorani.
Un arrobamiento idéntico, con idéntico rayo de gloria y de amor, le elevará hacia la
mirada animada de la Madre de Dios, en la catedral de Amalfi, en pleno sermón de la
novena de la Asunción en 1758.

Pero entre tiempo, siempre en pleno sermón mariano, nuestra Señora de Foggia se
había manifestado de nuevo y grandiosamente. Del 1 de diciembre de 1745 en la
Epifanía de 1746, el P. Liguori, acompañado de once misioneros dio la misión de
Foggia en las tres iglesias parroquiales y en la Colegiala de la Icono Vieja. Tannoia
cuenta los “encuentros”.

“Alfonso predicaba en la Colegiata. El Santo Icono de los Siete Velos había sido
colocado sobre el altar mayor. Por la noche, mientras el magnificaba las glorias de
María, se creyó ver a un ángel antes que a un hombre. En determinado momento, se
puso a dirigir a Nuestra Señora los sentimientos de todo el pueblo. La Virgen entonces
se apareció a la multitud entera, rostro vivísimo: un rayo partiendo de ella atravesó la
iglesia y vino a iluminar el del predicador. Arrebatado en éxtasis, estaba elevado tres
palmos – 80 centímetros- por sobre el púlpito. Ante esta visión, toda la asistencia
estalló en gritos de alegría que se extendió lejos, a los alrededores. Acudieron en masa.
Cuatro mil personas o más vieron el prodigio: pueblo, sacerdotes, gentil hombres. Entre
ellos nuestro P. Domingo Corsano, entonces sacerdote de Foggia

Foggia era una ciudad donde fluía el dinero… El crédito de Alfonso puso todos los
bancos a su disposición. Las gruesas sumas afluyeron y las obras de caridad fueron
como sumergidas”. Pero según la Regla inviolable de rehusar todo regalo o
retribución, ni un carlín subió a Deliceto para apaciguar el hambre de los novicios.

“El fruto de esta misión ha sido muy superior a los otros, escribe Sportelli a Mazzini y
señala acontecimientos “extraordinarios”. Ni una palabra sin embargo, sobre el más
grande de todos: la manifestación de la Virgen y el largo arrebato de Alfonso. Es que la
tarde misma, el P. Superior había reunido a sus misioneros y bajo precepto formal de
obediencia, les había prohibido hablar mientras viva.

Pero el canónigo Garzilli y D. Corzano no eran todavía Padres del Santísimo


Salvador. Ellos hablaron, como también toda Foggia. Y apenas terminó la misión ellos
le siguieron al fundador, al noviciado de Deliceto.

¿Se encontrará en toda la historia de la Iglesia un santo al que la Madre de Dios le


haya manifestado tanto amor? ¿Se encontrará alguien que le haya rendido tanto fervor?
¿Conoce Ud. en dos mil años de cristianismo, una obra mariana –digo una “obra” y no
un “capítulo” más bello, más rico, más desbordante de esperanza, que las ¿Glorias de
María?

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En su obra San Alfonso María de Liguori (Milán 1945), por lo demás muy
recomendable, Giovanni Getto escribe que: “esta obra es abiertamente polémica-
contra una mentalidad que expresaba por ejemplo, en la Regolata Devozione de Luis
Antonio Muratori. No. La obra del Sacerdote e historiador Modenés (1672-1750)
apareció en Venecia en 1747. Luego hacía ya trece años que el P. Liguori trabajaba en
esta obra de amor y de celo que es Su Glorias de María. Si Ud. va un día a Villa, el
guía del Santuario de la Annunziata le mostrará, detrás del altar, una gran estatua de la
Virgen, que le dice: “es aquí donde San Alfonso escribió Las Glorias de María”. Es en
efecto en Villa donde se puso a este trabajo- en buena hora -en 1734, impulsado, por
cualquier otro ardor menos por la fiebre de la polémica. Y él lo explica al comienzo de
esta obra:
“Los enamorados tienen en los labios los nombres y las alabanzas de las personas que
aman. Pobre amor, entonces, de aquellos que se jactan de amar a María, y que no se
atreven a hablar o a hacerla amar. Aquellos que aman de verdad a esta amable
soberana, al contrario, proclaman sus alabanzas y quieren verla amada por el mundo
entero. En toda ocasión, en público o en privado, ellos difunden la bienaventurada llama
que les devora a ellos mismos, para abrasar todos los corazones de amor a su Reina
bien amada”.

Las Glorias que aparecieron en 1750, son entonces la obra maestra del corazón de un
hijo... Y todo, por lo mismo, de un apóstol sediento de la salvación de las almas. He
aquí, en efecto la vista y el plan de la obra:

“Nosotros Redentoristas, en nuestras misiones, tenemos por Regla jamás omitir el


sermón sobre la Santísima Virgen, y por lo mismo podemos atestiguar con toda verdad,
que frecuentemente, ninguna predicación produce tantos frutos de salvación y
arrepentimiento que este sermón sobre las misericordias de María. Digo, sobre la
misericordia de María, porque nosotros admiramos su humildad, su virginidad, pero
como somos pobres pecadores, nos acogemos tiernamente a su misericordia.

Dejando a otros desarrollar tales o tales prerrogativas de María, yo escogí


fundamentar mi pequeño libro sobre la gran misericordia y el poder de su intercesión…
Es todo el tema de la Salve Regina, esta sublime y conmovedora oración aprobada por
la Iglesia y por ella introducida en la Liturgia de las Horas: en la primera parte me
detengo a explicarla punto por punto. En la segunda, los amantes de María se
alegrarán, lo espero, al encontrar lecturas o discursos sobre sus principales fiestas y
sus virtudes, para terminar, con las prácticas de devoción más queridas por sus
servidores y las más aprobadas por la Iglesia.

El pueblo de Dios - humildes y sabios- encontrarán la luz y el fervor en las Glorias


de María. Ellas conocerán el “el más fuerte tiraje de las obras marianas de todos los
tiempos: un millar de ediciones hacia 1750” (René Laurentin).

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Se encuentra una teología diversa a la de Muratori. El P. De Liguori era el único para
poder enfrentar noblemente, al genial bibliotecario de Módena. Lo hacía en efecto
con el respeto y la moderación de los fuertes. “A L. Muratori, escribirá Alfonso, lo he
venerado siempre, fue un hombre de prestigio europeo…Pero en diversos pasajes de
sus escritos, no ha dado prueba de toda la piedad que se podía esperar de su talento”.

Para atenerse a los puntos vitales, el desacuerdo versaba sobre la Inmaculada


Concepción y sobre la Mediación Universal de María.

Era herir a Liguori en el corazón mismo de su fe. Su incomparable conocimiento de


la tradición le había llevado paradójicamente a adelantarse a las propuestas de la
Iglesia. En 1748 ya, en su Moral, había insertado dos disertaciones probando, en la
primera la Concepción Inmaculada de la Virgen, en la segunda la Infalibilidad del
Papa, cuando él se pronuncia ex Cathedra en materia de fe o de costumbres: los dos
dogmas que definieron Pio IX y Vaticano I.

Personalmente Muratori creía en la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios,


pero estimaba como una simple opinión y no una verdad de fe. El “voto de sangre”, es
decir el voto de dar eventualmente la vida por esta creencia, por lo mismo le parecía
inválido, supersticioso y suicida. ¡No se entrega la vida por una opinión!

“La Iglesia nunca celebra una fiesta por una opinión. “Lex orandi lex credendi”: “la
oración oficial expresa la fe misma”. Es el último argumento de Liguori al final de una
larga argumentación en donde es preciso entender la Fe común del pueblo de Dios
después del Concilio de Éfeso (431).

Para nuestro Doctor “celosísimo” esta fe en la Inmaculada no es más que una flor de
lujo tocada amorosamente en la corona de su Madre. El, redentorista que es y que ve
un dogma vital para el mundo rescatado. Por la gracia poderosa de salvación de
Jesucristo, esta inocencia total está sacada de nuestra humanidad como un signo y una
promesa: estas son dos premisas: la familia humana emerge progresivamente del
pecado; un día llegará, cuando, salvo rechazo obstinado, totalmente salvada y sin
mancha. Esta fe en la Inmaculada es el contrapunto luminoso de la creencia en el
pecado original, una atenuación de la negrura con la que protestantes y jansenistas
pretendían de esto tener cuenta: la naturaleza humana no es este punto corrompido del
que Dios no pueda hacer brotar una flor de total inocencia. Y este es el primer sentido
de la Spes nostra Salve: Nosotros os saludamos como nuestra esperanza”- inscrita por
Alfonso en el frontispicio de sus Glorias de María, bajo el grabado expresivo que el
mismo diseñó de aquella que es a la vez la todo Bella y la todo Buena. A partir de esta
visión dogmática de la Redención es que el fundador ha dado a la Inmaculada como
Patrona de sus “Redentoristas”.

Esta esperanza, en efecto, es más que una promesa: es una fuerza activa para el
corazón del mundo pecador. Luego de su “si” en la Encarnación, luego, sobre todo,

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de su compasión en el Calvario, la Inmaculada es nuestra Madre, nuestra vida; ella es,
de día en día, para todos y para cada uno, Medianera del perdón, de la gracia, de
todas las gracias.

María, Medianera de todas las gracias, es el segundo punto mayor donde Muratori
reduce indebidamente el corazón de Dios y la esperanza de los hombres. El desarrolla,
en su Regolata Devozione=(Devoción Regulada), un virulento requisitorio contra las
prácticas de un pietismo muchas veces aberrante.” Pero, ahí también, atacando
fuerte a aquello que pertenece a lo que él llama “devoción Indiscreta” llega a
arrancar piedras del muro que él pretende simplemente derribar. Devoción indiscreta,
escribe, aquella, que olvidando que “María no es Dios” osa afirmar que ella
“manda en el cielo”. Devoción indiscreta también aquella que pretende que “ninguna
gracia nos viene de Dios, si no es sino por las manos de María. Devoción indiscreta,
en fin, aquella que exagera el alcance del recurso a la Santísima Virgen al punto de
sostener que el “servidor de María no puede condenarse”. Con San Pablo (1
Tim.2,5), nosotros no reconocemos más que un Mediador entre Dios y los hombres:
Jesucristo.

Alfonso le responde punto por punto. Al hablar estrictamente “María en el cielo no


puede ordenar a su Hijo, pero sus oraciones son oraciones de madre”. En cuanto al
único Mediador “Una cosa es la mediación de justicia, por vía de mérito, otra la
mediación por vía de gracia, por vía de intercesión; una cosa es decir que Dios no
puede, otra decir que Dios no quiere conceder sus gracias sin la intervención de
María”. Gracias de protección, de santidad; pero desde el principio, gracia de
misericordia: “¿un pecador debe temer cuando la madre misma del Juez se ofrece
como abogada? “Recurre a María y serás salvo”.

En este sentido es preciso entender el título de Corredentora. En las Glorias De


María Alfonso la evita para no revolver las viles de Muratori que vivía todavía cuando, hacia
1748 él termina de escribir el manuscrito. Pero luego lo empelará más de veinte veces.
Sin embargo, proporciona ya en las Glorias la afirmación y la prueba mayor:

“Según San Bernardo, escribe, un hombre y una mujer habiendo cooperado a nuestra
ruina, convenía que un hombre y una mujer cooperen a nuestra redención. Y estos
fueron Jesús y su santa Madre María. Sin duda: Jesucristo satisfizo plenamente Él
solo en rescatarnos, pero el uno y la otra habiendo contribuido a nuestra pérdida, era
más que conveniente que los dos contribuyan a nuestra Redención”.

En su “Obra Dogmática contra las pretendidos reformados (1769), Alfonso explica en


qué consiste la cooperación redentora, luego de su “SI” de la Anunciación hasta aquel
del Calvario:

Nosotros llamamos a María Corredentora, no porque ella haya redimido a los


hombres juntamente con Jesucristo, sino porque siendo la madre de Jesús nuestro jefe

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(en el sentido de cabeza), y habiendo cooperado por su amor a hacernos nacer
espiritualmente a la gracia en La Iglesia, ha llegado a ser nuestra Madre, de
nosotros que somos miembros de este Jefe… Siendo la Madre del Salvador según la
carne, llegó a ser también la Madre espiritual de todos los fieles. En todo el curso de
su vida, esta sublime Virgen ha cooperado a la salvación de los hombres por un
efecto de la caridad que ella ha llevado, especialmente, sobre el monte Calvario, Ella
ha ofrecido al Padre Eterno la vida de su Hijo por nuestra Salvación. Así, la
llamamos igualmente Medianera no de justicia sino de gracia.

En suma, de rodillas en su “Si” de la Anunciación que engendra el cuerpo de Cristo,


luego de pie junto al Árbol donde pendía el fruto de su vida, la Nueva Eva coopera a
la salvación como la mujer de los orígenes había cooperado a la caída…, Inmaculada
“ella quebranta la cabeza de la serpiente” y llega a ser la “Viviente, porque Ella es la
madre de todo viviente”. (Gen.3, 15-20) por pecador que sea. Esta maternidad
universal la ejerce en su universal mediación: María, madre de Jesús, engendra a
todos los miembros de Cristo, y como verdadera Madre los alimenta, los cuida, los
educa, los levanta. Aún y sobre todo a los atrasados, los más desgraciados, los más
culpables, los más desesperados, puede ella arremangar las mangas hasta el codo
para sacar de su hueco innoble al que le implora.

“Con las Glorias de María, escribe Romeo di Maio, Alfonso hizo de Nápoles el
centro europeo el más importante de los pensamientos y debates espirituales.

“De todas las devociones a Nuestra Señora, aquella que tuvo más influjo y tomo el
más grande sentido fue relacionada con la Inmaculada Concepción. Más que por los
escritos populares o sabios… Ella fue extendida y expresada por las telas de Solimena
y su escuela, y sobre todo por las catorce Canzoncine marianas de San Alfonso. Los
versos de O bella mia Speranza. Dolce Amor mío, María (1737) están sobre todo
los libros; mientras los treinta senarios, de Sei pura, sei pia, Sei Bella, o María (1750)
son de una belleza ligera y por tanto solemne, que os eleva en un santo arrobamiento”.

91
14.-HERMANO ALFONSO MARÍA DEL SANTÍSIMO REDENTOR

En la introducción a la primera edición de sus Glorias de María el P. de Liguori


anunciaba una segunda obra: “Después del libro que Ud. lo tiene aquí, sobre la
Esperanza en María, pienso entregarles pronto otro sobre el Amor a Jesús su Hijo.
Puede ser que les agrade tanto como este”.
Para felicidad nuestra tenemos el esbozo, de la mano del Padre, en las primeras
setenta páginas de un pequeño cuaderno, formato 7 x 10 ctms. El título de proyecto:
“Jesucristo debe ser nuestra esperanza, nuestro Amor. He aquí el Plan en tres
capítulos: en el primero: El Amor del Padre Eterno al darnos a su Hijo.-en el segundo:
La Esperanza que debemos tener en Jesucristo; en el tercero: El Amor que nos trae
Jesucristo en su Encarnación,-En su Nacimiento. En su Pasión.-En el Santísimo
Sacramento.
Luego, el opúsculo de un centenar de páginas que apareció en 1751, de él no
presenta sino un elemento del proyecto-: Amor de las almas- Jesús, Amor de los
hombres, donde: Reflexiones y sentimientos sobre la Pasión de Jesucristo”. Dieciséis
capítulos, entremezclados de oraciones, que siguen el desarrollo de la Pasión. El autor
se explica en “Aviso al lector”.
“Caro amigo: en mi libro de las Glorias de María, yo te había prometido otro: Amor a
Jesucristo. Pero a continuación, a causa de mis enfermedades corporales, mi Director (P
.Pablo Cáfaro) no me lo ha permitido hacer. Justamente por esto me ha autorizado
publicar estas cortas Reflexiones sobre la Pasión. Yo había condensado la flor de esto
que tenía sobre este asunto. Guardo en mis cartones lo que concierne a la
Encarnación, y el Nacimiento del Señor, con el propósito de componer un opúsculo, si
obtengo el permiso, sobre la Novena de Navidad.
La Novena de Navidad aparecerá en 1758: Diez discursos acompañados de
meditaciones para todos los días, desde el Adviento hasta la octava de Epifanía.
Para esta fecha, las Visitas al Santísimo Sacramento, contarán su undécima edición.
La Encarnación, la Pasión, la Eucaristía: tres “momentos” de un solo movimiento, de
un misterio único: el Amor loco de Dios en Cristo Redentor. Allí está el foco central de
la teología y de la piedad de Alfonso, el todo de su vida, el eje de su Congregación
llamada a proclamar su Redención a los pequeños y a los pobres.
Cuando habla de Dios, deja habitualmente para Mons. Falcoia y al P. Sportelli la
expresión “Su Divina Majestad” opuesta a la humana Majestad, ya tan alta de Felipe II,
rey de todas las Españas; él dice “Jesucristo”. Cuando habla, se dirige con ternura a la
humanidad de Dios: “mi Jesús, mi Jesús bien amado, mi querido Jesús, o simplemente:
“mi Amor”, y aún “Mi Redentor, bien amado”. Y. Redentorista, ama firmar las cartas:
“Hermano Alfonso María del Santísimo Redentor”.

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La Encarnación, le arranca estas palabras de una ardiente familiaridad: “Yo te amo,
mi Dios Niño”,” Yo te amo, oh mi amor, mi vida, mi todo”.
La originalidad de Alfonso, es abordar este misterio de la humanidad de Dios, no a
base de especulaciones, sino a base de la experiencia humana.
Todos los niños enternecen de amor el corazón de aquellos que los ven. Cuanto más
nos amará Dios, con toda su ternura, cuando Él descubre un niñito que tiene hambre
de leche, que tiembla de frío, reducido a nada, abandonado, que llora, que gime en un
pesebre, sobre la paja”.

A esta paja humana, Alfonso prende fuego.

“¡Oh venturosa paja, más bella que las rosas y los lirios! Que dicha la tuya por
servir de cuna al Rey del cielo. Estás fresca es verdad en esta gruta, para Jesús,
aunque incapaz de calentar en esta gruta húmeda, donde está El tiritando de frío. Pero
tú eres fuego y llamas para nosotros, y tu enciendes en nuestros corazones un
incendio de amor que todas las aguas de los ríos no podrían apagar.”

El Niño de Belén crece. La ardiente mirada interior de Alfonso le sigue en su vida


oculta junto a María y a José-

“Oh dichosa Casa de Nazareth, te saludo y te venero. Vendrá un tiempo en que serás
visitada por los grandes personajes de la tierra; entonces los piadosos peregrinos te
verán en tus pobres muros, no podrán menos que derramar lágrimas de ternura
pensando en que el Rey del cielo aquí vivió casi toda su vida.

“En esta casa, pues, el Verbo Encarnado pasó su infancia y toda su juventud. ¿Cómo
vivió El? Vivió pobre y despreciado por los hombres, ejerciendo el oficio de un simple
aprendiz, y obedeciendo a María y a José. Oh Dios, qué tiernos sentimientos se tienen
pensando que, en esta pobre casa , el Hijo de Dios ha llevado una vida de servicio:
vaya a sacar agua, , o barra la casa, o recoja las virutas para el fuego, o se canse
ayudando a José en su trabajo. Oh prodigio, un Dios que barre, un Dios simple
obrero. Pensad que deberíais abrasaros de amor por un Redentor que se somete a
tales bajezas para hacerse amar de nosotros. Adoremos todos estos actos de trabajo
manual que en Jesús no tienen nada de malo, sino que son acciones divinas.
Adoremos, sobre todo, la vida oculta y despreciada por el mundo, que lleva Jesucristo
en esta casa de Narzareth, oh hombres orgullosos cómo podéis vosotros desear
aparecer y recibir honores viendo a vuestro Dios pasar treinta años de su vida en la
pobreza, en la oscuridad y en el olvido, para enseñarnos el amor de esconderse y de
vida humilde y oculta.

Pero es el Calvario la revelación suprema del amor. También focaliza la


contemplación de Alfonso. Que medita, que escribe y predica, que acoge. Alfonso
mira la cruz. Una mirada al Crucifijo que está sobre la mesa de trabajo, y que su

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secretario lo ve en constante diálogo de miradas y palabras ardientes, hacia este Cristo
torturado que le fascina desde su juventud. Al final de cada misión consagra a la Pasión
del Señor por lo menos tres días de predicación. Sus misioneros hacen todos los días
una media hora de oración sobre el mismo tema. Para alimentar sus sermones, sus
meditaciones, para liberar los pesares del corazón, ha publicado una decena de libros u
opúsculos sobre la Pasión. La Pasión, suprema revelación del amor del Padre y del
Hijo. La Pasión, triunfo de la manifestación de la misericordia y de la esperanza. La
Pasión, llamada irresistible a la conversión y al amor y a la perseverancia. Mediante
sus consideraciones, sentimientos y oraciones, Alfonso deja muchas veces escapar un
grito del ardor que le consume.

“Si, mi dulce Redentor, permíteme decirte, que tú estás loco de amor. ¿No es acaso
una locura que tu hayas querido morir por mí, por un gusano de la tierra, por un
ingrato pecador y traidor. Más si tú, Dios mío, estás loco de amor por mí, ¿cómo no
estar loco de amor por ti? ¿Después de que tú has muerto por mí, como puedo yo
pensar en otra cosa que en ti? ¿Cómo puedo yo amar otra cosa que no seas tú?

“Oh fuetes, oh espinas, oh clavos, oh cruz, oh llagas, oh dolores, oh muerte de Jesús,


me presionáis demasiado, me forzáis mucho a amar a Aquel que tanto me ha amado.
Oh Verbo Encarnado, oh Dios amante, mi alma está enamorada de ti, quisiera amarte
a tal punto de no encontrar más placer que darte gusto, oh mi dulce Señor!”.

“Todos los méritos de su Pasión están en el Santísimo Sacramento del altar que Jesús
nos lo distribuye”, escribe el P. de Liguori en la primera edición de sus Visitas al
Santísimo Sacramento.

La Eucaristía -– Sacrificio, comunión, y presencia real- había sido el polo de su vida


desde su retiro conversión de 1722. En la Introducción a sus Visitas intenta hacer
parte a sus lectores de la experiencia enriquecedora de sus diálogos con Cristo en el
Santísimo Sacramento. Y concluye: “pero ¿a qué viene invitaros?: ¡gustad y ved!”.

Cantidad de fieles gustaron y vieron que esta pequeña obra era una resonancia
estupefaciente. En vida de su autor este libro de ciento veinte páginas, conoció
cincuenta ediciones italianas, catorce ediciones francesas, siete alemanas, cuatro
flamencas. Y no de pequeños tirajes. Bruno Lanteri en una sola edición, hizo imprimir
treinta y seis mil ejemplares. Hasta ahora, totaliza en cuarenta lenguas, dos mil siete
ediciones inventariadas. Fuera de la Biblia y de la Imitación ¿qué más se puede decir?
Se puede decir, sin temor a equivocarse, que el despertar eucarístico europeo en la
segunda mitad del siglo XVIII y todo el XIX es debido a este pequeño libro,
verdadero código de la piedad alfonsiana y de la piedad católica la más auténtica.

Por otra parte, sin una sola frase de polémica, sin la menor búsqueda de erudición o de
controversia contra Antonio Arnauld y los jansenistas que alejaban a los fieles de la
Eucaristía, él es la demostración viviente de esto que puede y debe producir este

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Sacramento en las almas. Este opúsculo, con algunos bajos, fue la ofensiva la más
amplia y la más eficaz que se haya lanzado contra el jansenismo. Con el mismo golpe
identificará el nombre de Alfonso a la práctica de la visita al Santísimo Sacramento y a
nuestra Señora.

En la introducción a sus Visitas, Alfonso comienza por evocar al Sagrado Corazón de


Jesús y requerimientos a Santa Margarita María. Pues bien, las Visitas de la 24 a la 31
giran alrededor de este Divino Corazón “que tanto ha amado a los hombres” y que
reside en el tabernáculo. Es decir que para Alfonso el misterio del Redentor es a la vez
sencillo y total. Él no recorta en pedazos que van a desparramar en devociones
diferentes: Encarnación, Pasión, Eucaristía, Sagrado Corazón; diríamos más bien que
él profundiza la riqueza y de ellas diversifica los puntos de vista. Es así que todo
naturalmente, en 1758, publica en apéndice a su gran Novena de Navidad, una Novena
al Sagrado Corazón de Jesús, este Sagrado Corazón que está ya presente en sus Visitas.

Esta “Novena al Sagrado Corazón de Jesús” ha jugado un papel histórico en la


Teología y la Liturgia del culto al Sagrado Corazón. El P. de Gallifer, jesuita, luchaba
por la Institución de una fiesta especial al Sagrado corazón. Se expuso a un rechazo de
Roma, porque presentaba el corazón como el órgano de los sentimientos. Liguori
toma por su cuenta la petición al Papa Clemente XIII, de un Oficio y de una Misa
propias, pero en el que se aleja de este punto. Él no quiere tener el corazón como sede
del amor y de los sufrimientos morales, sino, por una parte, como una de las fuentes
primeras de la vida, por otra como el lugar donde se reflejan más fuertemente los
sentimientos humanos: el amor, la alegría, la pena. El corazón simboliza entonces el
amor. Honrar al Corazón, en todo su amor, y en toda lo que él ha hecho por nosotros.
He aquí entonces el fundamento de la segunda meditación:

Oh ¡Si nosotros comprendiéramos el amor que arde por nosotros en el corazón de


Jesús!... Después de habernos amado por toda la eternidad, Dios, por nuestro amor, se
hizo hombre; por nosotros escogió una vida de sufrimientos y de muerte en cruz. ¿No
es esto un exceso que eternamente llenará de estupor a los ángeles y al paraíso? Este
amor le ha conducido además, a permanecer con nosotros en el Santísimo Sacramento
como sobre un trono de amor”.

Sobre la nueva base propuesta por el P. de Liguori, la Congregación de Ritos aprobó,


el 25 de enero de 1765, la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús; y este mismo
año Alfonso, llegado a ser Obispo de Santa Águeda de los Godo, pidió y obtuvo la
autorización para celebrarla en su catedral.

No le damos el mérito exclusivo al P de Liguori, pero su aporte fue tan considerable


para la aprobación y la propagación de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús que le
valió las invectivas del órgano de vista de los jansenistas italianos, fueron los Annali
Eclesiastici de Florencia, los que escribieron de él en 1784: “Para estos pícaros
pequeños libros de piedad inepta y para los miembros de su Congregación, este obispo

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no ha podido contribuir a extender la fantástica, incoherente, farisaica y falsa,
supersticiosa y nestoriana devoción al corazón de carne de Jesucristo, devoción salida
del cerebro de la visionaria Alacoque”.

¿Alfonso estará totalmente fascinado por el Redentor que se olvidará de la Tercera


Persona de la Trinidad? ¿Cómo separar lo inseparable? En su Novena del Espíritu
Santo (1766) Comienza por hacer la unión siguiente: “Fue preciso la Pasión de
Jesucristo para merecernos el Espíritu Santo” Y subraya que la Novena del Espíritu
Santo, entre la Ascensión y Pentecostés es más que todas las otras: Es la primera en la
Historia de la Iglesia, es también la primera por la calidad de sus participantes: la
Virgen María y los Santos Apóstoles.

Se trataba, en efecto, de fundar la Iglesia a imagen de la Trinidad. Luego Dios es


Amor. “El Espíritu Santo que une entre ellos al Padre y el Verbo eterno. Es la razón por
la que este don del Amor infundido por Dios en nuestros corazones, es el don de los
dones, atribuido al Espíritu Santo (Rom 5,5)”.

Esta novena permite al santo dar calurosamente, una vez más, la visión simple y total
de su espiritualidad de amor: desapego de todo lo que no es Dios, y apego total al
Dios de Jesucristo; dicho de otro modo, hacer en su corazón y en su vida, el vacío de
todo egoísmo, de todo no amor, para dejar todo el espacio al Amor, para hacer la
plenitud al Amor, para hacer la plenitud de la divina Caridad. Así lo escribió en su
octava meditación:

“El Espíritu Santo, el amor increado, es el lazo irrompible que une al Padre y al
Verbo eterno y que nos une a Dios. Oh Caridad, oh Amor. Tus lazos son tan poderosos
que ellos pueden encadenar a Dios mismo, y une a Dios con las almas”.

Los lazos del mundo son lazos de muerte, los de Dios nos dan la vida y salvación. Nos
atraen en efecto a Dios mediante el amor, a Dios que es nuestra única y verdadera
vida.

Antes de la venida de Jesucristo, los hombres huían lejos de Dios, apegados a la


tierra, rechazaban unirse a su Creador. Pero nuestro amante Señor ha querido atraernos
a Él con los lazos del amor (Oseas 11,4). Estos lazos, estos los bien hechos, sus luces,
sus llamadas a su amor, la promesa del cielo; es sobre todo el don que nos ha hecho de
Jesús en el Sacrificio de la cruz y en Sacramento del altar; es en fin, el don del Espíritu
Santo”

Escuchemos entonces la invitación del profeta Isaías: “rompe los hierros de tu cuello,
hija cautiva de Sion (52,2). ¡Alma mía, que has sido creada para el cielo, despréndete
de los lazos de la tierra y únete a tu Dios con los lazos del amor!

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Así entonces, como San Pablo, el fundador de los redentoristas “Ha decidido no
saber otra cosa, que a Jesucristo, y Jesucristo crucificado” (1 Cor.2, 2) En su vida, en
sus enseñanzas, en su apostolado y en el de su Instituto, está plenamente, y en ningún
otro, Alfonso María del Santísimo Redentor.

15 - PARA LOS SIN ESPERANZA DE LA VIDA CRISTIANA

Evocando el episodio de Luc. 9,55 donde los apóstoles Santiago y Juan querían
hacer llover fuego del cielo sobre los samaritanos porque no quisieron recibir al Señor,
Alfonso comenta así la reprimenda del Maestro. “:Uds. no saben de qué espíritu son”
“Era decirles: Mi espíritu no es más que misericordia y dulzura: yo he venido del cielo,
no para castigar a los pecadores, sino para salvarlos, y Uds. quieren que perezcan.
¿Qué?, ¿fuego?, ¿castigos? Ah, callen no me hablen más de esto, este no es mi espíritu.
,
Es para preservar a sus hijos de este espíritu que el P. de Liguori enseñó a sus
estudiantes y después publicó su Teología Moral. Esta obra monumental le valdrá el
título de Doctor de la Iglesia. Fue escrita en favor del pequeño pueblo, pero también
para sus pastores y confesores. Va a unificar la moral de toda la Iglesia, a hacerla
sopesar hacia la benignidad, y rendirla así un alegre valor a los sin esperanza de la
vida cristiana.

En los años 1730, Alfonso de Liguori comienza su ministerio en una iglesia, que en
reacción contra el renacimiento, se ha orientado casi toda al rigorismo.

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Desde el siglo XVI se enfrentaban en efecto “dos escuelas”. Por un lado, la de
aquellos que estaban totalmente preocupados de lo absoluto de Dios: su poder, sus
derechos, su ley; para ellos Dios es todo, el hombre no es nada, no puede nada, no tiene
derecho a nada. Por otra parte, la de aquellos que querían honrar a la persona humana,
su razón, su voluntad, su libertad, sus derechos. La primera escuela es la escuela
tomista, con el santo Oficio, la mayor parte de los obispos y seminaristas. La segunda
escuela es la de los jesuitas, que quieren pagar su supresión.

Según la moral de los primeros, donde se supone la existencia de una obligación es


preciso seguir siempre la opinión la más probable y aún ir a lo más seguro, es decir
sentirse seguro, tomar el partido de la ley. Son entonces los probabilioristas, muchas
veces “tucioristas”, siempre rigoristas. Llevaban así a un cristianismo angustioso,
hasta desesperante. Hacen mentir a Jesús que dijo: “mi yugo es liviano y mi carga
ligera”. (Mat 11,30)

Alfonso ha frecuentado demasiado al Señor para reconocerle en este aspecto duro.


Ha frecuentado demasiado a los hombres para no poder amarles como Dios los ama.
Educado en el Rigorismo, se alejó progresivamente de el para entablar contra él una
lucha sin cuartel. Se empeñará durante treinta años y en quince obras y opúsculos
sucesivos.
“Cuando la obligación es dudosa, escribió en 1749, la libertad permanece entera”
Ciertamente, Dios es primero e infinitamente libre. Pero, frente a sí mismo, Él ha
querido crear un hombre a su imagen, entonces libre. Por lo demás el hombre es libre
mientras una voluntad determinada de Dios no esté claramente manifiesta a su
conciencia personal. En otros términos, la voluntad general de Dios es que el hombre,
su hijo, haga eso que le parece bueno a sí mismo, salvo los casos, en que se le pide
cumplir esto o evitar lo otro. Entonces es necesario que ante la prueba que esta ley sea
verdaderamente probable en el sentido fuerte del término. Porque desde el principio
Dios ha querido – la libertad- es libre; hasta que se pruebe lo contrario.

Sus adversarios le reprochaban citar demasiado a los partidarios de una moral benigna.
El replica con fuerza:

“Yo no he dejado de leer a los rigoristas, presto a abandonar mi punto de vista si sus razones
me hubieran convencido de la verdad. Pero en cuanto a la gente, no es suficiente, como
muchas veces es el caso, alzar el tono o ironizar, para pretender tener razón… ah, no. ¿Cómo
hubiera podido yo seguir en todo a esas gentes que pretenden que sus opiniones están más
conformes con la razón que con el Evangelio por el solo hecho que ellos son más rígidos. Y que
con frecuencia acusan a las opiniones contrarias como falsas y antievangélicas porque son
favorables a la libertad?

Por otra parte, no es necesario imponer a los hombres bajo pena de culpa grave a no ser
que la razón de esto sea evidente.

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En fin, vista la fragilidad de la naturaleza humana, no es verdad que, para el bien de las
almas, el camino más estrecho sea siempre el más seguro”.

He aquí una justicia hecha por opresores de las conciencias y de las libertades.

Pero los mismos que ven por todas partes leyes y pecados, creen que está de por medio
el honor de Dios, para mostrarse duros con los pecadores. A fue así, cuando el abogado
Alfonso de Liguori fue inscrito en el Seminario de Nápoles, habían puesto en sus manos
la Teología Moral del aviñonés Francisco Genet, publicada en francés en 1676. Cinco
Obispos la habían presentado como un necesario repulsivo contra la Moral relajada”.

En dos tomos de Advertencias, un autor valeroso había, al contrario, denunciado su


“jansenismo”. El Santo Oficio puso estas advertencias en el índice y declaró la
Teología Moral de Genet exenta de error. El Maestro del Sacro Palacio, Capizzuchi,
había dado el tono oficial al más alto nivel: ”Excelente esta Teología. Una Doctrina
sana, segura, y necesaria para la corrección delas costumbres” ¿Quién aguardaba para
poner el báculo en las manos de este pastor incorruptible? Inocencio XI nombró al
punto a canónigo teologal de Avignon; ocho años más tarde recibía la mitra de Vaison
–la Romain- El pobre conocerá después las prisiones de Luis XIV y morirá ahogado.

Ahora bien, hoy nosotros sabemos que a medida de su redacción, los volúmenes de
Genet eran sometidos al examen de Antonio Arnauld. Los jansenistas no tenían
entonces más que inciensos para este libro “santo”. Allí el confesor era invitado a la
severidad; severidad en el examen del penitente, severidad en el otorgamiento del
perdón, en el rechazo de la absolución. Antonio Arnauld había cristalizado la querella
del laxismo sobre la cuestión del rechazo de la absolución a los pecadores reincidentes,
latitudinarios, o que vivían en ocasión de recaer. También Genet cuenta treinta páginas
para comprometer al sacerdote a negar el perdón de un Dios que pide a los hombres
¡ perdonar setenta veces siete!. En cuanto a la Comunión, escribe Genet, ella exige
tales condiciones que es más conveniente alejarse de ella. ¡Como si los remedios
estuviesen reservados a los que se portan bien! Así “no se puede aconsejar a una
persona comulgar enseguida luego de haber caído en pecado mortal aunque esté
contrita y humillada” y bien entendido absuelta. Al contrario, ella debe abstenerse
durante algún tiempo por respeto a tan gran sacramento.

No había más que exportar, en beneficio del mundo cristiano todo entero, una obra
tan “saludable”. Y, fue entonces traducida al latín y editada (1702-1703) en París y
cuatro veces en Venecia, con una Dedicación al Papa Clemente XI. Aprobada por más
de 160 concilios o sínodos y fue pronto seguida en toda la Península hasta la capital
de la catolicidad.

Esta la razón por la qué encontramos a Genet en las manos de Alfonso y de los
moralistas del seminario napolitano.

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La importancia de esta situación no se nos puede escapar. Es preciso haber medido la
amplitud y la fuerza de este maremagno del rigorismo para comprender la primera
orientación moral de Alfonso, los dramas de conciencia donde él va a arrojar, el golpe
de genio que le conducirá a rechazar esta corriente, la energía, en fin, que deberá
emplear en su vida entera para hacerla reflotar eficazmente por doquier.

San Alfonso, el más grande teólogo moralista de la Iglesia, debe esta preeminencia a
su humanidad y a su santidad. A su humanidad que hizo de él un pobre entre los
pobres; a su santidad, que le hizo sentir el corazón de Dios, que es “ternura y piedad”
(Sal. 111,4).

Muchos de los moralistas, sobre todo los de su tiempo, no eran santos. Ni hombres...
sino “máquinas “de calcular” los casos de moral. Prestidigitadores de ideas abstractas,
iban sobre la cuerda floja de sus principios y de sus deducciones, los unos al extremo
exigente, los otros al laxismo.

Alfonso arrancó la teología moral de sus abstracciones profesorales., rechazó el


dejarla a merced de los enredos y del litigio, a los holgazanes de la palabra; él la
sintió como un problema de hombres vivos, especialmente de la pobre gente y de
gentes pobres. Es el encuentro con los pecadores y con los santos lo que le hizo
abandonar a Genet. Es el contacto y el amor del pueblo pequeño el que le enseñó su
moral. Una pastoral dura le tocaba personalmente porque ella maltrataba y arrojaba
en el desespero eterno a aquellos que eran ya los “condenados de la tierra”, a
aquellos que conocía mejor porque les eran próximos, a aquellos a los que los llevaba
en su corazón como una madre a sus hijos. A aquellos por los que había venido Cristo,
al que él quería “continuar”.

No se ve que Cristo rechace a la oveja sarnosa, sino al contrario, carga sobre sus
espaldas a la descarriada. A su ejemplo, Alfonso combatió sobre todo, las dilaciones
de la absolución, que eran la regla frente a los pecadores y que entrañaban un
alejamiento de los sacramentos... Escribió en su Teología Moral (III, 447):

“Ciertos confesores, ateniéndose a la rigidez, no conducen a las almas más que por
los caminos del rigor. Con un absolutismo excesivo, afirman que todos los que han
vuelto a caer van de mal en peor, si se les absuelve antes de su enmienda. Yo quisiera
preguntar a estos “maestros” que me dan la lección: ¿es que los que vuelven a caer,
enviados sin absolución y privados de la gracia del sacramento se vuelven más
fuertes y se enmiendan todos? A cuantos yo he encontrado, de estos pobres
desdichados, que porque se les había negado la absolución, han caído en el desespero
y han vivido por años perdidos y detestando los sacramentos.”

Alfonso deploraba que se prive precisamente a los débiles la fuerza del sacramento
de la Penitencia, y más todavía, que se les niegue a los enfermos el remedio de la
Eucaristía. Escribió a un sacerdote amigo:

100
“Yo no conozco nada más nefasto para las almas y para la Iglesia que el error que
se camufla bajo un así dicho rigor de perfección evangélica. Los jansenistas son
todavía más peligrosos que Calvino y Lutero, porque su trabajo de sapa se hace
menos a cielo cubierto. Tente en guardia contra Antonio Arnauld: este gentil embrollo
de santidad; a fuerza de exagerar la gran pureza y perfección que se debe tener para
acercarse a la comunión , no tiene otro fin que alejar a los fieles de este sacramento,
cuando es el único sostén de nuestra debilidad.”

La oración mental, la absolución, la comunión semanal, muchas veces diaria y la


plegaria, tal era la terapéutica de este médico de las almas para hacer de muchos
pecadores inveterados o desesperados, santos de los cuales el mismo se extasiaba.

La Teología Moral de Alfonso se expandió inmediatamente a través de Europa y


hasta China. La obra monumental, sin cesar perfeccionada, conocerá nueve ediciones
en vida del autor- de 1748 a 1785- y setenta y tres después de su muerte. Pensando
siempre en los más pobres- en especial, en los sacerdotes que habían perdido su latín-
hizo un resumen condensado en italiano en tres volúmenes que, en diversas lenguas,
conocerá 118 ediciones.

El pensamiento misericordioso de Liguori, difundido en toda la catolicidad, trajo un


golpe mortal al rigorismo. Fue introducido en Francia por el Venerable Bruno Lanteri,
obispo de Belley, y sobre todo por el futuro Cardenal Tomás Gousset (1792-1866).
Este último había hecho, en Roma, en 1830, delante de la Confesión de San Pedro, el
voto de consagrarse todo entero a la defensa y propagación de la teología ligoriana.
De hecho, en 1832, lanzó su Justificación de la teología moral del Bienaventurado
A. de Liguori. “Fue un golpe de pólvora sobre la escuela rigorista; el libro hizo gran
ruido. “Se lee en el Diccionario de Teología Católica. Gran ruido y gran fruto.

He aquí el ejemplo histórico más llamativo, donde el “Patrono de los moralistas”


convirtió al Patrono de los curas, Juan María Vianney que era cura de Ars desde hacía
catorce años, cuando apareció la ruidosa obra de Gousset. Su Padre y Maestro, el
Sacerdote Carlos Balley, antiguo canónigo de San Agustín y párroco de Ecully, le
había formado en el rigorismo agustiniano. El sermón nro. 78 sobre la absolución en
los primeros años de ministerio del cura de Ars, contiene este pasaje casi desesperante.

“Es preciso que se vea en nosotros un cambio completo para creer, sin que nosotros
no hayamos merecido la absolución; hay todo un lugar para creer que nosotros no
hayamos hecho más que un sacrilegio. Pues bien es necesario que haya algo en que se
vea este cambio después de haber recibido la absolución! ¡Dios mío, qué de sacrilegios!
Si al menos, de todas las treinta absoluciones, hubiera habido siquiera una buena… el
mundo se hubiera convertido pronto!

101
El Cura de Ars- “primera manera”- entonces se creía obligado en conciencia a
diferir mucho la absolución. Sus penitentes venidos de lejos, hacían de este hecho, la
fortuna de los hoteleros de Ars, Trevoux y Lyon, esperando por días y semanas el
perdón de Dios y de la Iglesia.. Pero he aquí, en 1832, la obra de Gousset: Justificación
de Moral de Liguori. El obispo de Belley, Mons. Devie, ferviente ligoriano, se la
recomendó a Vianney

Esto fue para él una revelación que cambió su pastoral de la penitencia. ¡Terminadas
las dilaciones de la absolución!. ¡Terminados también los bellos días de los hoteleros!.
“ En verdad, se puso a decir, ¿puedo yo ser tan severo con las gentes que vienen de tan
lejos, que hacen tantos sacrificios y que muchas veces están obligados a esconderse
¿para venir aquí?.

Entonces algunos hermanos jansenistas acusaron al santo Cura de Ars de laxismo.


Siguiendo a su obispo, llegó a ser alfonsiano. Y quiso serlo de más en más.: a partir de
1845, releía cada año los dos volúmenes en los que el cardenal Gousset acababa de
condensar la moral de San Alfonso: Teología Moral para el uso de los párrocos y
confesores.

102
16.-PARA LOS SIN ESPERANZA DE SALVACIÓN

Doctor y Doctor optimista de la moral, San Alfonso es también el Doctor de la


oración. La oración es su respuesta a la opinión milenaria de santos y teólogos,
engañados por un texto mal comprendido del Evangelio: “Muchos los llamados, pocos
los escogidos” Liguori no se atreve a cargar sobre si e ir contra esta tradición que se
cree basada en la Escritura, pero a los Sin Esperanza de Salvación les repite. Tanta
gente se condena”, entonces es cosa tan sencilla salvarse… Orad… ¡Pero entonces,…
orad¡

Encontramos allí el problema que hemos encontrado a la base de la moral. Nos


preguntamos ¿”Quién hace la ley, ¿Dios o el hombre”?... Nos ponemos ahora una
pregunta: “¿Quién hace la salvación Dios o nosotros?” Hay siempre la confrontación de
la gracia y la libertad.

En 1757, impulsado por su celo y por su inmensa experiencia de Dios y de los


hombres, el P. Liguori escribía: “Un Breve tratado sobre la necesidad de la
Oración”. Y concluía estas veinte páginas anunciando un libro sobre este tema:

“Yo espero demostrar allí claramente, decía: que la gracia de orar se da a todo el
mundo, de suerte que si alguno se pierde, no tiene excusa. Dios, en efecto, concede
universalmente a todos la gracia de orar en todo momento, sin que tenga necesidad de
otra ayuda especial. Y por esta oración, ella obtiene las ayudas más grandes para
vencer todas las tentaciones y practicar todas las virtudes. Por el momento, publico
este Pequeño Tratado. Pero no puedo poner ahí punto final sin manifestar la pena
que tengo al ver que entre los predicadores y confesores se encuentren pocos que halen
de esto; y si ellos hablan, hablan muy poco. Como de pasada. Para mí, viendo la
necesidad de la oración, digo que todos los libros espirituales a sus lectores, todos los
predicadores a sus oyentes, todos los confesores a sus penitentes, en todas las
predicaciones, en todas sus confesiones, no deberían inculcar nada más que a orar
continuamente y siempre, deberían tener en sus libros esta exhortación, esta
advertencia: orad, orad, orad y no dejéis nunca de orar: Aquel que ora se salva, el que
no ora se condena”.

Dos años después del Breve Tratado apareció en Nápoles en el libro anunciado. Su
título “El gran medio de la Oración, para obtener de Dios nuestra Salvación y
todas las gracias que necesitamos. Su éxito: tendrá tres ediciones en el año mismo de
su aparición, y será traducido en unas sesenta lenguas y totalizará, según nuestro
conocimiento y en estos días, más de 238 ediciones.

¡Desde lo alto del cielo, San Alfonso debe estar satisfecho!


Contento, sí; satisfecho, no.

103
Escribe en su introducción: “Yo he hecho aparecer diversas obras de espiritualidad.
Pero pienso no haber compuesto nada más útil que este pequeño libro en el que yo
hablo de la oración, indispensable y seguro medio para obtener la salvación eterna y
todas las gracias que necesitamos. No tengo la posibilidad, pero si la tuviera, quisiera
imprimir tantos ejemplares de este libro como fieles hay en la tierra y distribuirlos a
cada uno de ellos, con el fin de que comprendan la necesidad que tenemos todos de
orar para salvarnos”.

El Gran Medio de la Oración es tanto un tratado teológico como un libro de


espiritualidad, porque el autor quiere resolver allí el debate central de la salvación y de
la santidad, debate viejo como el cristianismo, pero hoy día muy olvidado.

La sola aventura que cuenta, es finalmente, la de nuestra salvación y de nuestra


santidad. Los dos socios son Dios y el hombre. En esta colaboración humano-divina,
durante la corta vida de cada uno de nosotros, ¿cuál es la parte de Dios y cuál es la parte
del hombre?

¿La parte de Dios? Dios es todo, nosotros no somos nada. Dios es el todopoderoso.
Esto quiere decir que nadie puede nada fuera de, El Todo depende de Él; y Él no
depende de nadie. ¿Lo imagino suspendido al buen querer de su creatura y puesto por
ella en jaque?

Pero entonces ¿la parte del hombre? El hombre es libre ¿sí o no? ¿No será un objeto
manipulado por Dios, y que estaría al más alto grado, santo o canalla, salvado o
condenado? El hombre tele comandado por Dios en sus elecciones en las que él se
cree libre, no sería digno ni de Dios ni del hombre. Y ¿qué podría entonces significar
la buena voluntad, el esfuerzo, el amor, la santidad? O al contrario, ¿el pecado, el
egoísmo, el mal?

En el siglo V, el monje irlandés Pelagio negaba que la humanidad fuese pecadora: la


naturaleza humana es buena y bella y pura: la naturaleza humana es capaz, por sus
propias fuerzas, de observar la ley de Dios; la gracia, es decir la intervención de Dios,
no está para ayudar, guiar, y-precisamente-para coronar.

San Agustín reaccionó con vigor. Se convierte en el campeón de la gracia, siempre sin
medir sus fórmulas. El hombre ha caído, dice, la falta original ha encadenado su libre
arbitrio: es incapaz de cualquier bien, el que sea. Pero la gracia de Dios es
todopoderosa, es siempre “eficaz”, es decir, ella produce infaliblemente su efecto, sin
suprimir por tanto la responsabilidad humana. ¿Cómo? Misterio… Concretamente, ante
las llamadas al bien las tentaciones al mal, te tienen, en los platillos de la balanza, por
un lado la concupiscencia para el pecado, por el otro el socorro de Dios para la virtud,
si la gracia tiene más peso, ella te determina infaliblemente hacia la virtud; si tu
concupiscencia es más pesada ella te determina irremediablemente hacia el pecado.

104
-Y ¡en este segundo caso, ¿la gracia?

- Ella era “suficiente” en sí. ¡ Es que la concupiscencia era más fuerte !. “La gracia
suficiente” es entonces aquella que no tuvo más peso. Pero es tu falta: ¿porque tu
concupiscencia es tan pesada? Todo el mal te viene entonces de tu mala naturaleza;
todo el bien viene de la “gracia eficaz”.
No, no, dirán Erasmo y los humanistas del Renacimiento: la naturaleza es buena – el
bien tiene tantos atractivos-para el hombre. ¡Seguid la naturaleza y seréis salvos¡

Lutero, monje agustino, esto lo toma con rabia y proclama el más puro agustinianismo;
Calvino lo mismo. Luego Cornelio Jansenio, en el Augustinus (todavía) enseñará que el
libre arbitrio no existe: la “gracia eficaz” hace todo para los predestinados; la gracia
“suficiente” deja a los otros para su condenación. Ni los unos ni los otros pueden nada.
Dios es el Patrón. Cristo no ha muerto por todos.

El Concilio de Trento había tenido las dos puntas de la cadena; por una parte
enseñaba, la gracia actual (el socorro de Dios) es necesaria para toda obra buena; por
otra parte el hombre está verdaderamente dotado del libre arbitrio, y por lo mismo
responsable. Pero cuáles son las relaciones entre gracia y libertad? El Concilio de esto
no tuvo nada que decir…

“La inteligencia (especulativa) es incapaz para comprender la vida, decía Bergson;


esta se deja llevar por la intuición”. Familiar de Dios, de los Evangelios, de las masas
populares, Alfonso de Liguori no se dejó llevar por los razonamientos abstractos y dio,
firme, su respuesta.

“Dios es amor, dice con San Juan. Por amor “ha creado al hombre a su imagen… y
vio que esto era bueno” (Gen.1,26-31).

-Pero el pecado sobrevino.

Ciertamente, pero no ha destruido la naturaleza del hombre ni el amor de Dios que


lleva… la imagen de Dios, no está borrada en nosotros, el proyecto de Dios, no se ha
quitado de nuestro corazón. “Dios quiere la salvación de todos los hombres” (1Tim
2,4), También “Cristo ha muerto por todos” ( 2Cor 5 14), aún por aquellos que,
hombres libres, rehúsan obstinadamente su salvación.

Dios tiene entonces prontas, para todos los hombres, las gracias necesarias para la
salvación y su santidad. Pero porque Dios quiere a los hombres libres, por eso los
adultos deben corresponder con su esfuerzo. Agustín, a quien los jansenistas han leído
con solo un ojo, escribe: “Dios no ordena nada imposible; pero cuando Él manda, Él
te pide que “hagas lo que puedas, y que pidas lo que no puedas”. Esto que puedes,
explica Alfonso, tú lo puedes con la “gracia eficaz” del Señor “sin quien no se puede
hacer nada” (Jn 15,5) ¿Esto que tú no puedes? Tú puedes siempre al menos pedir para

105
poder. Esta oración elemental, este grito hacia Dios, hacia María, es un grito fácil. Si
Dios no diera siempre a todos la “gracia suficiente” por este acto fácil, mandaría lo
imposible, paralizaría la libertad, destruiría la esperanza cristiana. No sería Padre
jamás, sino un tirano. Renunciaría a su palabra que dice: “Pedid y recibiréis” y “Todo
lo que pidáis en mi nombre, se os concederá”.

“Quien pide se salva: quien no pide se condena”. Tal es entonces el Slogan


Alfonsiano. Diez veces lo escribe y mil veces lo predica. “Todos los santos se han
salvado y santificado por la oración. Todos los condenados se han condenado por
falta de oración; si hubieran orado, ellos no se hubieran seguramente condenado. Allí
estará el colmo de su desesperación: haber podido salvarse tan fácilmente pidiendo a
Dios su socorro, y ahora, el tiempo ha pasado. ¿Quién… ha invocado a Dios y Dios
ha permanecido sordo?”

Es necesario, sin embargo, invocar a Dios. Con esto tengo siempre la gracia
suficiente. Más aún, es necesario no abusar de esta gracia, sino transformarla en
plegaria. Como la vela recoge el viento. Ahí juega la libertad, una libertad temible.

Pues bien, he aquí la propuesta: Alfonso nos hace rezar para obtener la gracia de
orar:

“Oh Dios de mi corazón… sé que me socorreréis siempre, cuando os ruegue. Pero


este es mi temor: tengo entonces miedo de fallar, de recurrir a vos, y por mi culpa
tener así la desgracia de perder vuestra gracia. Ah, por los méritos de Jesucristo,
dadme la gracia de orar, pero una gracia abundante de orar siempre y de orar bien,

Oh María, madre mía, obtenedme, por el amor que tenéis a Jesucristo, la gracia que
imploro: aquella de orar, y de jamás dejar de orar, hasta la muerte. Amén”.

¿No es acaso el Evangelio mismo? Es preciso orar y orar sin cesar (Luc.18,1)

106
17.- PARA LOS SIN ESPERANZA DE SANTIDAD

Según la mentalidad corriente, una cosa es la moral, otra la santidad. No para el P. de


Liguori moralista. Él no se contenta con navegar viendo los arrecifes de los pecados
mortales. A su gran obra de Moral él ha añadido su pastoral, la Praxis Confesarii,
(Práctica del Comfesor) donde, escribe,: su Moral estaría “mutilada e inacabada. ¿Por
qué? Lo explica en el Nro. 121:

“El confesor no puede contentarse con desarraigar los vicios; tiene también la
misión de construir y plantar sobre las naciones (Jer.1-10) las virtudes… animar a los
espirituales a ser todo de Dios. Un alma perfecta es más agradable al Señor que mil
mediocres. También cuando el confesor ve a un penitente vivir sin falta grave, debe
poner todos sus cuidados, para animarle a la perfección del Divino Amor” .

Y Alfonso luego de explicar como “el confesor prudente” introduce y les hace
progresar a sus penitentes en la oración, la transformación del corazón, la aceptación a
los quereres de Dios, los propósitos generosos. Un tercio de este “manual de
confesores” está consagrado a las ascensiones hacia la santidad, un paso después de
otro.

Es también por qué, a consecuencia de su Gran Teología Moral, pública suculentos


opúsculos para la gente de débil cultura y de bolsa de plata. Estos son pequeños
tratados de moral de la perfección bautismal.

107
En 1754, la Manera de conversar con Dios. ¿Dios os ama? Amadle vosotros… Él
está siempre cerca de vosotros. Por la mañana está ahí, para recibir de vuestros labios
una palabra de afectos de confianza, para recibir… la ofrenda de vuestra jornada: actos
de virtud, y de buenas obras, aquellas que prometéis emplear para agradarle, penas
que declaráis estar prestos a sufrir de buena voluntad para su gloria y por su amor. En
este momento, ahí mismo, os da un dulce precepto: “Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón”…En el curso de la jornada… renovadle frecuentemente la ofrenda de
vosotros mismos a Dios…: “Señor, heme aquí; haced de mi lo que os parezca, dadme
a conocer vuestra voluntad, que estoy dispuesto a cumplirla totalmente…”

En el mismo año, las Reglas del bien vivir (1754), desarrolladas luego en
Reglamento de vida (1759). Ellas hacen avanzar al fiel en medio de las tentaciones,
los sacramentos, la vida de oración, hasta las virtudes de humildad, de mortificación,
de caridad fraterna, de paciencia, de adhesión a la voluntad de Dios, “porque la
santidad consiste en amar a Dios, y amar es hacer su voluntad”

Esta Uniformidad con la Voluntad de Dios (1755) es explicada en treinta páginas de


un folleto de oro. Es el “Todo por Dios” la suma de la moral cristiana. “Porque aquel
que entrega a Dios su voluntad lo entrega todo”. Por las limosnas se le da su bien,
con las flagelaciones, la sangre; con el ayuno, el alimento; no se le da sino una
parte de lo que se tiene; pero quien le da su voluntad, le entrega todo”. Se tiene
entonces el derecho para decir a Dios: “Señor, yo soy pobre, pero te doy todo lo que
tengo: mi voluntad es tuya, no tengo más que ofrecerte”.

Cada uno de estos tres opúsculos ha conocido más de quinientas ediciones. Ellos
prepararon esta obra maestra de moral popular de la santidad que será El Arte de
amar a Jesucristo (1768), la obra maestra del obispo de Santa Águeda de los Godos.

Alfonso dio un principio “que la santidad no es un privilegio”. Todo cristiano


puede y debe pretenderla.

“Es un error creer, enseña, que Dios no nos quiere a todos perfectos. Dios quiere
que todos seamos santos (1Tes. 4,3) dice San Pablo, pero cada uno según su estado:
los religiosos como religiosos, el sacerdote como sacerdote, el hombre casado como
casado, el comerciante como comerciante, el soldado como soldado. Es cierto que
apoyándonos en Dios, llegaremos gradualmente, con constantes esfuerzos, allá donde
muchos santos han llegado”.

Conforme a esta doctrina, Alfonso quiere que sus misioneros, después de haber
predicado la conversión a los pecadores, los inicien a la vida perfecta. No dejen jamás
al pueblo que han evangelizado, sin haberle formado en las prácticas de la verdadera
piedad, las cuales fortalecen las resoluciones, hacen crecer el amor divino y aseguran
también la perseverancia. ¿La perseverancia? Es necesario más, la santidad. He aquí por

108
qué la práctica esencial a implantar al final de la misión, es la meditación cotidiana,
condición absoluta de la perfección cristiana.

Alfonso pedía entonces al pueblo lo más posible, y no tenía dificultad en enseñar a


todos, con el Santo Evangelio, que los hijos de Dios deben ser perfectos como el Padre
celestial es perfecto (Mat 5,48).

Puesto este principio, explica en qué consiste esta perfección a la que todos los
cristianos están obligados a aspirar. La definición de la santidad se impone a todos,
porque ella tiene por autor al divino Maestro. En efecto, al doctor que le preguntaba
cuál es el mandamiento, Jesús respondió: Amarás a tu Dios con todo tu corazón.

“Entonces la verdadera Santidad, concluye Alfonso, consiste en el amor a Jesucristo,


nuestro Dios, nuestro soberano Bien, nuestro Salvador. Colocar la santidad en la
austeridad de la vida, en las largas oraciones, en las grandes limosnas: es engañarse.
La santidad consiste en amar a Dios con todo el corazón.

Enseña que el arte por excelencia, es aquel que quiere que se enseñe a todos, el arte
de amar a Dios. Este arte consiste precisamente en apartar el corazón de toda criatura
y de su personalidad propia, para acercarse a Dios, a Jesús, y unirse totalmente a la
voluntad de Jesús, y que el hombre trasformado puede gritar como San Pablo: “Vivo
yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí (Gal 2,2)

Separación y acercamiento o unión, las dos palabras maestras de todo el ascetismo


ligoriano. Los dos pies para el caminar hacia la santidad.

Todas estas obras espirituales no fueron más que el desenvolvimiento de un


opúsculo que superó el riesgo de pasar inadvertido, borrado por las grandes obras que
verán el día en 1750 y después. Se trata de su Breve Práctica de la Perfección, sacada
de la Doctrina de Santa Teresa. (1743). Alfonso tiene 46 años; es un hombre hecho,
“maduro”. Su gran obra sobre la “Religiosa Santa” (1760) no será más que la
ampliación y aplicación de sus veinte páginas y según el mismo plan.

Esta Breve Práctica de la Perfección se abre por la fórmula clave de todo lo


siguiente no es más que el desarrollo concreto:

“Toda la Perfección consiste en poner en práctica sus dos cosas: el Desprendimiento


de las criaturas y la Unión con Dios. Todo está dicho en la máxima que nos ha dejado
Jesucristo: Si alguien quiere seguirme, que se renuncie a sí mismo, tome su cruz y
me siga (Mat 16,24).

Esta enseñanza es tan vieja como el Evangelio; pero la fórmula sencilla y vigorosa
señalada por él en el texto, es de factura alfonsiana. Lleva la síntesis definitiva de su
doctrina ascética.

109
Desde el principio el famoso Distacco, la separación del espíritu y del corazón.
Mejor que la “Purificación del espíritu”, caro a los intelectuales del siglo XIII, el
arranca a todo el hombre- pensamientos y sentimientos- de las realidades caducas.
Plenamente respetuoso y admirador de la creación –hombres y mundo,- no desprecia
ni la belleza, ni la riqueza, ni la grandeza, como era de moda en el siglo XVI. Pero no
reconoce mayor precio que Dios por Dios.

Entonces Desapego, de los placeres, de los bienes, de la propia estima, es decir de las
tres concupiscencias, destacado por San Juan (1 Jn 2,15-17). Usar de ellos con
moderación, conscientemente, sí; amarlos, no. No hay que engañarse en el amor. Y
detalla:

Desapego de los placeres, por lo mismo de los caprichos y del mal humor; desapego de
las amistades sensibles, desapego de la voluntad propia y de los gozos de los sentidos.
Desapego de los bienes: nada más que lo necesario; y lo más pobre y lo más vil. Y
cuando llegue a faltar: es la alegría perfecta. Desapego de la estima, salvo escándalo:
seguir adelante, huir de las alabanzas, los honores; saborear las acusaciones, los
menosprecios; y pedir a Dios la gracia de ser menospreciados por su amor.

Por su amor, precisamente: para unirse a Él, UNION. No tener más que un miedo:
el del pecado que nos separa de Él; no tener más que una voluntad : la voluntad de Dios,
Inflamar y reanimar sin cesar la unión en la oración y nutrirla en la comunión: pedirla
en la oración; vivirla conscientemente en su presencia; relanzarla en los ejercicios
espirituales y en la celebración de las fiestas: de Navidad, de la Pasión, de Pentecostés,
de la Virgen (la Pascua de Resurrección y sería hoy más señalada), y concretizar en fin,
en el amor del prójimo.

Desprendimiento y acercarse: es “la derecha y la izquierda” que psicólogos


modernos analizan en todo camino para adelante, del hombre. Es la sabiduría de los
hindúes, el camino de Buda: es desprenderse del mundo o nada que tenga
consistencia, para ir a descubrir una plenitud.

En Teresa de Ávila y Alfonso de Liguori, el desprendimiento de “es un salto hacia


adelante” hacia Cristo que es, personalmente, la Plenitud. Unión: unión con Dios, dice
Alfonso. Es el por qué su Breve Práctica termina con este aforismo de Teresa; “Que
tu deseo sea ver a Dios; que tu temor sea perderle; que tu alegría sea: todo lo que
puede conducirte a Él”. Y él comentará treinta años más tarde:

“Amar a Dios de todo corazón, conlleva dos cosas: la primera es romper todo apego
que no sea por Dios y con Dios… La segunda es la oración, por la que el santo amor
invade el corazón. Pero si el corazón no está vacío de la tierra, el amor no puede
entrar en él, porque el lugar está ocupado. Al contrario un corazón desprendido de

110
todas las criaturas se inflama al punto del fuego de un amor divino tan grande que
respira la gracia”.

Y entonces esto es la santidad. Para los cocheros de Nápoles, los cabreros de Scala, los
boyeros de los pastizales salernitanos, como para los Redentoristas o las monjas.

Y “vosotras, escribe a Sor M. Juana de la Cruz, dele todo el tiempo de que puede
disponer, absolutamente todo, a la oración, es decir para pedir sin cesar a Jesús que
os haga cumplir perfectamente su voluntad, para que Ud. sea toda de Él. Oh, que bella
se ve un alma toda de Dios, que no quiere más que a Dios, que no busca en todo sino
a D1ios”.

18. PARA LOS SIN ESPERANZA DE LA CULTURA.

Los capítulos precedentes podrían dar a pensar que Liguori, cansado, presionado por la
edad, ha cambiado el Crucifijo de predicador por el de la pluma de escritor.
Absolutamente falso. En este jubileo del medio siglo -1750,1751 se le ve con
frecuencia, sobre el terreno, a la cabeza de un equipo de sus misioneros. Un documento

111
oficial presentado al rey en 1752 da cuenta de ciento diecisiete misiones dadas por los
Redentoristas, entre 1752-1753, en catorce diócesis, además de las renovaciones
(ritornatte) (regreso para misión) y los veinticinco retiros cerrados para sacerdotes y
laicos en sus casas o en los seminarios. A partir de la Navidad de 1749, el superior está
personalmente en Sarno, Nocera de Pagani, Melfi, Rionero, de los cuales los fieles
escriben al rey, para pedir una fundación. ¡Inocentes¡ Le es preciso hacer prodigios
para contentar a los obispos sin matar a los padres. ¡Ah, que embrollo, escribe al P.
Margotta El Obispo de Sant Angelo de los Lombardos, quiere al P. Cáfaro para
predicar a su clero: el de Nocera pide dos misiones durante la cuaresma. ¡Nuestra
Señora, ayúdanos! Retiros en Ciorani, retiros en Deliceto. Los Padres están al final de
sus fuerzas.

Y para colmo de sus alegrías…En Sarno, en Latera, Alfonso y sus compañeros


misioneros ven amontonarse a los pies de la Virgen, no cirios o ramilletes de flores,
sino puñales y pistolones, bayonetas y estiletes

El secreto de estas misiones, Tannoia lo refiere al peligro de dejar: oraciones y


maceraciones, ayunos y vigilias, paciencia y bondad, fatigas y pobreza: Seguir el
ejemplo de Cristo.

Pobreza. Después de haberse dado cuenta de lo más “andrajoso” del grupo


predicador, al comienzo de estas misiones, los paisanos se decían entre sí estupefactos:
“si el cocinero predica así ¿“cómo serán los demás”? De su cargo de Superior, tenía el
privilegio de poder usar su autoridad para escoger el más pobre lecho en un reducido
cobertizo expuesto al viento y a la lluvia. En la humillación, la molestia y la penuria,
pensaba en su divino Maestro y tenía ganas de bailar. Su más célebre canto de Navidad,
entona así:

Del cielo estrellado


Desciendes, Señor,
Del frío y el hielo
Pruebas su rigor.

¿Por qué, escuchándole al Superior General, al comenzar la misión, lo tomaban


como el cocinero? A causa de su sotana, ciertamente, mucho más miserable y sin gloria
que las de sus cohermanos; a causa de su apariencia desfigurada, con su barba cortada a
golpe de tijera…pero sobre todo porque él les comprendía. En fin, un predicador que
no planeaba como las altas nubes que no dan lluvia y oscurecen al sol. Un misionero
que hablaba su lenguaje, el de todos los días, a ras de su poca comprensión, al ritmo de
su espíritu reducido a cuatro palabras. Él les entendía completamente.

Alfonso ha leído en su maestro San Francisco de Sales: “las palabras escogidas y los
períodos armoniosos son la peste de la predicación”. Él ha sido formado en la escuela
de Felipe Neri, que despreciaba los discursos académicos. A uno de sus discípulos,

112
Agustín Manni, Felipe le había hecho repetir siete veces seguidas un bello sermón
hasta despecharle para siempre. Sobre todo Alfonso había consagrado su vida a los sin
esperanza. Los más desprotegidos son los sin esperanza de la fe. Luego… y cita a San
Pablo… “la fe viene por la escucha de la palabra de Dios” (Rom.10,17). Y concluía:
“si un pecador se condena porque él no ha tenido a nadie que le predique la Palabra
de Dios, el Señor tendrá en cuenta a los sacerdotes que pudiendo hacerlo no lo
hicieron”. De ahí la entrega de su persona y de la fundación de su Congregación por
llevar el Evangelio a los sin cultura porque ellos no tienen a nadie que se la anuncien.

No un Evangelio desmirriado o de bajo precio. Es necesaria más inteligencia y


trabajo para predicar eficazmente al bajo pueblo que para romper el Pan de la palabra
a oyentes cultivados.

He aquí, las cinco Máximas de Alfonso sobre la Predicación y la Catequesis:

1.- La Ruina del mundo viene de los malos Predicadores y Confesores.


2.- Aquel que predica sin preparación, y divaga y divaga, hace más mal que bien.
3.- Se debe predicar como si se hablara con alguien en la celda.
4.- La lengua no habla más que al oído: sólo el corazón habla al corazón.
5.- Los predicadores que vuelan en discursos sublimes no dejan la menor resonancia
saludable.

En el púlpito, escribe Tannoia, “Alfonso exigía un hablar sencillo y popular, tan


popular que todo espíritu (idiota) simple, por bajo que sea, comprenda el sermón y de
él saque provecho”. Tenía palabras muy duras para aquellos que no se atuvieran:
“traidores a la Palabra de Dios”, “enemigos de Jesucristo crucificado”. Y un sábado,
dirigiéndose a la Comunidad de Pagani: “yo maldigo a los cohermanos, que
predicando, no se hacen comprender de la mayor parte de la asistencia”.

Además del estilo popular, quería que el predicador adelante a paso lento, que
alimente al auditorio como una madre a su bebé, con pequeños bocados: “es
necesario, decía, dar al pueblo tiempo para comprender, profundizar y, por así decir,
rumiar lo que ha comprendido. Las grandes olas precipitadas se deshacen en la
superficie, una lluvia fina que cae suavemente penetra la tierra”.

Esto permitía a los atrasados, “tomar el tren en marcha”, diríamos hoy día, el
campesino, el más atrasado, la más simple mujerzuela que lleguen en medio del
sermón podían coger el hilo del mismo, luego de algunas frases”.

Durante una misión, poco faltó para que el P. de Liguori no interrumpiera a un cierto
Don Cesarano que había venido a reforzar al equipo misionero. No le dio su “hasta
luego” que lo hacía, por no ser Redentorista “Ud. me ha hecho pasar una noche en
blanco, le dirá el superior al día siguiente. En las misiones es preciso predicar a la
buena, sin finuras ni sutilezas”.

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La historia es célebre del joven P. Alejandro Di Meo, erudito hasta la punta de los
dedos y que debió, un sábado, reemplazar al Padre enfermo, en el sermón sobre la
Virgen. El desdichado predicador se enredó en la historia antigua, los druidas y los
argonautas, los egipcios y las sibilas. Alfonso que, por nuestra Señora había hecho el
esfuerzo de arrastras su fiebre hasta la iglesia, supuso al principio una digresión
pasajera. Pero viendo que Alejandro no cambiaba, le envió un hermano para que se
bajara del púlpito y le impuso tres días de retiro y la privación de la misa. Di Meo lo
tomó con una preciosa humildad y llegará a ser uno de los más grandes misioneros de
la Congregación, sin perder por lo mismo, su vocación de historiador.

Otro incidente sabroso y significativo. No se olvide que Alfonso permanecía como


miembro vitalicio de las misiones Apostólicas de Nápoles. El superior D. Nicolás
Borgia- pronto Obispo de Cava y luego de Aversa, le pidió asegurarle, para la reunión
del lunes 21 de Agosto de 1747, el “sermón a los hermanos”. El joven Padre Celestino
De Robertis fue autorizado para acompañarle. Alfonso no buscó largo tiempo el
asunto: dirigiéndose a unos misioneros de los cuales algunos tomaban muy en serio su
título de Ilustrísimos, comenzó, prosiguió y terminó sobre la obligación de exponer
con sencillez frente a los humildes, el pan de la Palabra de Dios y se animó contra
aquellos que se predican a sí mismos: fuego de artificio que no lanzan más que un
poco de humo y papel quemado.

¿Ejemplo? Les dijo. El famoso capuchino Bernardo María Giacchi, muerto hacía
casi tres años, se creía el “Cicerón Napolitano” y envolvía el mensaje evangélico en
períodos redondeados y es a este a quien imitaban muchos jóvenes. Pues bien, si él se
salvó, tendrá muchas oportunidades de expiar en el purgatorio hasta el día del
juicio…” Un murmullo discreto recorrió entre las filas de los “bellos oyentes”. El
predicador ¿se dio cuenta? Estaba embebido por el fuego de su discurso y luego, tantos
pecados se habían entrado por las orejas que comenzaba a ponerse sordo. Pero una vez
en la calle, Robertis le informó de la reacción que había suscitado. ¡Admiración de
Alfonso…!

“Pero, Padre, Ud. ha dicho esto en público.


En una asamblea privada, no en público.

Borgia, encantado y animado por el bien de sus hermanos, le pidió que regresara a los
quince días y este es el exordio del 4 de septiembre:

“Algunos de entre Uds. se han chocado de mi propuesta contra el estilo ampuloso


de ciertos predicadores, en particular de mi mención contra el desdichado P. Giacchi.
Había pensado confesarme de esto pero, constatando que me faltaba completamente el
buen propósito, me he abstenido”.

114
Y redobló muchísimo más contra aquellos que llenan de flores adúlteras la Palabra
de Dios; luego abriendo el abanico, pasó a la vanidad del sacerdote, la mundanidad, la
búsqueda en el vestido, la costura. Incorregible este don Alfonso y tan simpáticamente
persuasivo que cada uno salió descontento…de si”.

La Consagración episcopal, no hizo más que acentuar en Monseñor Liguori la


conciencia de sus responsabilidades frente al pueblo bajo.

Un elocuente predicador de Nápoles pensó un día deslumbrar la catedral de Santa


Águeda de los Godos con un sermón que esperaba maravillaría al mismo Obispo.
Descendió del púlpito, de aquello que pensaba en el corazón, sin duda, a llenarse de
acción de gracias por aquello que había sobresalido. ¿Cuáles serían los parabienes del
prelado? Estos cayeron como una cuchilla: “Predicar como Ud. lo hace, es traicionar a
Jesucristo y a su pueblo”.

En su libro titulado Selva de materiales para Retiros de Sacerdotes” (1760)


SELVA, su capítulo sobre la predicación lleva una oración que se dice más larga que
páginas de citaciones y de hechos:

“Ruego a mi piadoso lector unirse a mí para hacer la oración siguiente:

“Señor Jesús, que por salvar a las almas habéis dado vuestra vida, concedednos
vuestras luces y vuestro amor a tantos sacerdotes que podrían convertir a multitud de
pecadores y santificar toda la tierra , si ellos predicaran vuestra palabra sin vanidad y
con sencillez, como vos mismo lo habéis predicado a vuestros discípulos . Más en vez
de predicaros, ellos se predican a sí mismos. También el mundo está lleno de
predicadores sin que las almas dejen de llenar el infierno. Señor, remediad este
inmenso flagelo, que por la falta de predicadores, pesa sobre vuestra iglesia.
Amén”

115
19. EL BETS-SELLER DE LOS ANALFABETOS Y DE OTROS.

Entre sus misiones y retiros, el P. de Liguori, da los cursos de Moral a sus estudiantes,
componiendo, todo para ellos, su Teología Moral ((1745), al principio en Ciorani
(1743), luego en Deliceto (1743) y por fin en Nocera dei Pagani (1751) a donde él
transfirió el Gobierno General de su Instituto.

¡Pobre Instituto! El poder napolitano ha rehusado el exequatur a la aprobación


pontificia; permanece entonces desprovisto de toda existencia legal. En Pagani, los
donantes, rodeados por una horda de locos, pretenden recuperar la casa y el terreno en
donde Sportelli levantaba la Iglesia. En Ciorani, el viejo barón Sarnelli donante del
terreno había muerto; muertos también sus dos hijos sacerdotes, el P. Jenaro y Don
Andrés, que ha donado a la Congregación su herencia personal; los hermanos
sobrevivientes han jurado apoderarse de los bienes en donde se instala la Congregación
no autorizada: sostuvieron contra Alfonso veinte años de procesos. Se juntaron a ellos,
en Deliceto, sobrinos del Canónigo Maffei para destruir y despojar a la Comunidad. En
esta situación, ¿cómo admitir a los novicios que se presentan a la puerta? ¿Qué porvenir
se les presenta? ¿Qué subsistencia les asegura en esta clandestinidad que prohíbe al
Instituto como tal, poseer y aún existir? Y ¿a dónde enviarles si no se puede fundar
nuevas casas?... Para detener una destrucción total, siempre de temer, y para ir
adelante, el P. de Liguori, en Abril de 1755, funda fuera del reino de Nápoles, en San
Angelo a Cupolo, en el Ducado de Benevento, muy próximo, pero que es un enclave
perteneciente a los Estados Pontificios.

En agosto de 1753, el director espiritual de Alfonso el P. Pablo Cáfaro, ha muerto


consumido por el celo. Alfonso mismo se siente al final cuando se abre el año de gracia
de 1754. Responde a una Carmelita de Ripacandida:

¿”Nos veremos en este mundo? Lo ignoro. Puede ser que sí, puede ser que no. Estoy
viejo y enfermo: es poco probable que yo haga así tan largos viajes. Ya casi no salgo
de la casa y la fiebre no me permite estas visitas; es preciso que yo me prepare mejor,
porque la muerte no está lejana; ayúdeme entonces a prepararme para el día de las
cuentas. Le suplico haga por mi esta plegaria: “que Jesucristo me haga conocer en

116
estos últimos días de mi vida, aquello que yo tengo que hacer para agradarle y me de
la fuerza para cumplirlo”.

De hecho, después del gran cansancio del jubileo de 1750-1751, habían terminado
para él las campañas de las misiones. A pesar de un esfuerzo sobrehumano, había
salido muy fatigado, demasiado frágil en el invierno, sujeto a frecuentes y graves
enfermedades. Los años 1752-1755 habían sido en buena parte consumidos por la
segunda edición de su Teología Moral. La tercera y la cuarta ediciones (1757-1760) le
fatigaron demasiado. Y luego tenía su Congregación creciente para amar, para servir y
para gobernar, y esto era para él la primera voluntad de Dios, la primera tarea de su
corazón.

También, hasta su elevación al episcopado en 1762, no dará más que cuatro misiones:
Benevento en Noviembre- Diciembre de 1755; Amalfi, en noviembre de 1756, en donde
predicando sobre la Virgen, será de nuevo, delante de todo el pueblo y clero,
arrebatado por el éxtasis a la pesantez humana; Salerno en Enero de 1758 y Nola en
febrero de 1759. Pero ahí, por la primera vez, el misionero se encontrará a tal punto
abatido y fatigado que su voz no podrá llenar la catedral. Se verá obligado a ceder la
cátedra al P. Blaise Amarante.

La ciudad de Nola, sin embargo, no olvidará a su gran misionero. Cuarenta años


después de su paso, se encenderá cada jueves una antorcha en alguna de las ventanas
de cada casa. Al extranjero que pregunta la razón de esta ceremonia, se le responderá
que Alfonso de Liguori la ha instituido en la misión de 1759, para agradecer a
Jesucristo del gran don que ha hecho de sí mismo a los hombres en la Santa Eucaristía.

Era tiempo,- me atrevería a decir, que esto termine. El éxito paralizaba a este hombre
de quien Dios descubría la humildad. Leía los corazones y el porvenir: los milagros se
les escapaban de las manos. La voz del pueblo no podía más que agrandarlos y
multiplicarlos. Su manto se hacía pedazos para disputárselos; y para hacer de ellos una
reliquia. Todo objeto que le había servido; no pudiendo entrar, se arremolinaban
alrededor de la iglesia donde el predicaba.

El 1755, el P. Rossi, tuvo la “imprudencia” de pedirle animara en Ciorani, el retiro de


la semana de la Pasión. Sacerdotes y laicos acudieron en tan gran número que Don
Javier tuvo que enviar cuatro emisarios por los caminos para detener las carrozas y
devolverlos a sus casas. Los retirantes se contaron como en doscientos catorce y fue
necesario ponerlos cuatro por cuarto y acomodar los colchones en los corredores. En
Nápoles, para el retiro de la ordenación de marzo… llegó a tener más de mil auditores, y
conversiones espectaculares, si, en el clero fueron numerosas.

Aún en Nápoles, en la cuaresma de 1775, predicaba el retiro al público, el más difícil


de mundo: los estudiantes de la universidad. Reunidos por millares para escucharle, dice

117
un testigo, estos corazones duros como una roca, terminaron en lágrimas y no había
bastantes sacerdotes para escucharles en confesión.

Luego, ¿Qué pasaba en Pagani mientras Alfonso predicaba en Nápoles? Vivía cerca
del convento una mujer a la que había logrado el Padre convertirla. Como esta
desgraciada había vivido en sus desórdenes, le había también señalado un subsidio
mensual para impedir que volviera a su “oficio”. Al partir para Nápoles, olvidó
encargarle al Hno. Portero que le entregar la limosna. Cuando la mujer se presentó para
recibir la acostumbrada limosna, el portero José Caputo, le dijo que Alfonso predicaba
en Nápoles, y que no la tenía., que al irse no había dejado nada para ella. Desolada, la
mujer entró a la iglesia y se puso a llorar delante del altar de la Inmaculada
Concepción. Después de haber implorado la piedad de la Virgen, iba a retirarse, cuando
ella se dio cuenta que Alfonso estaba en la puerta de la Sacristía haciéndole señas para
que se acerque. Todo dichosa, ella recibió de sus manos el socorro del que tenía
necesidad. Saliendo de la iglesia fue a reprochar al portero.

Le dijo ella, ¿Ud. que es religioso, se atreve a mentir?


Ud. está loca, querida mujer… replicó el portero… Don Alfonso está en Nápoles, como
ya se lo he dicho.
-Y yo le digo: que siendo Ud. Religioso, se atreve a contar mentiras… Él está en la iglesia
y acaba de darme esta caridad ordinaria”.

Como prueba, mostró la pieza de plata que tenía en la mano. Estupefacto, el portero
corrió a informar a los Padres Mazzini, Margota, Ferrara y muchos otros que después
de haber minuciosamente interrogado a la mendicante, le aseguraron que predicando
en Nápoles, el Padre General hacía la caridad en su convento de Pagani.

También, durante el decenio que precedió a su episcopado – 1752, 1762- El Rector


Mayor de los misioneros Redentoristas no abandonó jamás el ministerio de la Palabra,
tan feliz se sentía al predicar de Jesucristo y de María a la pobre gente. Pero
físicamente, este hombre que estaba al final de sus fuerzas, no podía más en este
ministerio tan agotador.

Luego descubrió a su vocación otro campo también muy vasto. Los imperativos de su
apostolado, le habían llevado a publicar muy tarde sus MEMORIAS ETERNAS.
(1728) y una primera colección de sus Canzoncine (1732) “cánticos que, en el
ambiente de la poesía popular del siglo XVII hasta nuestros días, son sin duda los
mejores, algunos son pequeñas obras de arte”, escribía en 1934 uno de los más grandes
especialistas de la Historia y de las letras en espiritualidad, Don José de Luca. Habían
seguido las VISITAS y unas REFLEXCIONES UTILES A LOS OBISPOS (1745);
un primer borrador de su MORAL (1748) y en fin LAS GLORIAS DE MARÍA (1750)
y las REFLEXIONES SOBRE LA PASIÓN (1751) y sin contar diversos opúsculos.
Desde luego su éxito fue inmenso y le esperaba para el autor y, desde fuera, era
evidente, cien y mil veces más por su pluma que por su palabra.

118
La idea misma de escribir para hacerse un nombre entre los escritores le habría
hecho reír hasta las lágrimas. Si había dejado Nápoles en un asno, no era para brillar,
era para iluminar, era para hacer arder al pueblo sencillo de los humildes, para
enseñarles que Dios les amaba a aquellos a quienes los hombres no amaban.

Por cuanto los pequeños eran un noventa y cinco por ciento, y no sabían leer y por
lo mismo, no podían comprender el libro que se les leía. El italiano escrito era
comprendido solo por los escritores.

Fiel a su carisma popular y a su Dios, Alfonso busca otro público y la gloria de otro.
A su editor, que le pide y recomienda su retrato para colocarlo en la portada de sus
obras, como lo hacen los autores importantes, lo rechaza obstinadamente. “¡Esto sería
una bella vergüenza y esta momia egipcia, daría al libro un motivo de reclamo! Cuáles
sean la ciencia y el rigor de sus demostraciones morales o teológicas, reduce al mínimo
el aparato científico. Así en 1759, edita una Disertación sobre la justa prohibición y
destrucción de los libros malos por la autoridad de la Iglesia. Tanucci, para quien sólo
el Rey tiene autoridad, condena al destierro al revisor real, al impresor a las galeras y
el opúsculo al fuego. Liguori logró calmarlo y esto produjo un gran triunfo de
Librería. Pero esto es otra historia. El P. Alejandro De Meo había colaborado a este
trabajo con toda clase de notas eruditas….que Alfonso no las publicó. Se le hizo un
reclamo. “Y qué… ¿respondió?, ¿quieren Uds. hacerme pasar por un sabio?

Nosotros, debidamente advertidos de una selección deliberada, de aquel mismo


caballero noble y cultivado que en 1732 había dejado Nápoles para reunirse con el
pequeño pueblo de los pobres hombres. Con un esfuerzo de pensamiento y expresión,
de los que los hombres “ilustres” se mostraron incapaces logró expresarse en un
italiano sencillo que los caballeros del sur se reencontraran. Y no solamente ellos.

Un día en que, enfermo, dictaba uno de sus libros, introdujo en una frase un término
totalmente familiar, su secretario le hizo observar y le sugirió un sinónimo de la
auténtica nobleza toscana, “muy bien, respondió Alfonso, pero, ¿La pobre gente
comprenderá su palabra elegante? Reacción de un santo, seguramente. Pero ello honra
también al escritor. No escribe para dar una página de antología, de literatura: escribe
para ser leída y comprendida del mayor número posible de lectores, sean cultivados o
ignorantes. ¿No es esto escribir?

Y por lo mismo, después de una perfecta asimilación del lenguaje del pueblo, él
tomo la pluma para el bien.

Pero entonces, ¿qué pluma? ¿En qué lengua?, ¿Para qué lectores?

Debió forjar una lengua escrita.

119
El pueblo italiano de los siglos XVIII y XIX no hablaba el italiano. Hablaba el
piamontés o el lombardo, o el veneciano o el romano, o el napolitano o el calabrés. Si,
Italia tenía una lengua literaria – el toscano- comprendida entre los intelectuales,
escrita para ellos y solo para ellos, los italianos, entre ellos, hablaban el dialecto
regional. “El toscano, dice Hugo Foscolo (1778-1827), es para los italianos, una
lengua extranjera. El Italiano es una lengua escrita, que no puede ser hablada”.

La razón principal de esto es que él ha sido copiado, a lo Renacimiento, en el solemne


período latino, ampuloso y estirado a lo Cicerón. La vivacidad del genio italiano que se
diluye en los dialectos, se encontraba metido entre hierros. Jenaro Sarnelli, Gabriel D
´Annunzio (1863-1938), Benedicto Croce (1866-1958) y tantos otros de la época, que
supieron escribir protegidos por la toga romana, estos son fastidiosos y muchas veces
insoportables

Alfonso soportó sin duda esta trompeta solemne en sus quehaceres de juventud en
los tribunales de justicia de Nápoles. Él hubiera estado sin esto miserable a los ojos
de sus iguales, pero desastroso para sus clientes. Él dejó este estilo en el vestuario del
palacio de justicia, y habló napolitano en la capillas del atardecer y creó – notad esta
palabra- un toscano escrito, ágil y popular. No un italiano vulgar e incorrecto. En 1750,
compuso para sus estudiantes, una pequeña gramática italiana de 9 capítulos: AVISOS
PARA LA LENGUA TOSCANA. Todo lo contrario: es un italiano que llegó a ser
“clásico” y que el pueblo de hoy comprende todavía muy bien. Porque en la lengua de
entonces, todavía en formación, Alfonso ha tenido el olfato de escoger las palaras las
más sencillas, las formas más agradables, palabras y formas que permanecen en la
misma virtud de las leyes de la evolución de las lenguas.

Pero este toscano popular qué habla y que escribe, que escribe para los “abandonados” de
la cultura y no para los escritores, ¿Quién le va a leer en este pueblo de analfabetos?
Sin embargo se lo lee, ya que las ediciones y las traducciones se multiplican aún en vida
de él.
Desde luego los sacerdotes, las monjas, los religiosos- numerosos, muy numerosos—no
son de “cabeza dura”. Leen a Liguori. Lo leen solos, lo leen en comunidad: o en la
iglesia a los analfabetos, para La” VIDA DEVOTA” que ellos animan mañana y tarde,
allí por donde ha pasado la Misión. El pueblo entiende las Visitas, las Glorias de
María, las Meditaciones sobre la Pasión. Ellos comprenden a Liguori, lo entienden; le
toman gusto; lo introducen en sus veladas.

Institución de la vida cotidiana, noble, burgués o campesina, a lo largo del invierno, la


vida se pasa en plegarias y lecturas. Mientras las mujeres cocinan o hilan y los hombres
fuman su pipa o reparan los utensilios, bajo la lumbre o simplemente agachados sobre
la candela, una lectora lee para todos. No es siempre el almanaque o un libro de
jardinería, de cocina o de salud, son muchas veces, catecismos, o pasajes evangélicos,
vidas de santos u obras que alimentan la fe y la oración. En el más pobre barrio, en el
más pequeño caserío, se encuentra siempre un lector: el cura, “el tío sacerdote (¿y qué

120
familia no lo tiene?), el cantor de la iglesia, o el soldado vuelto al pueblo, la mujer que
ha hecho su pensionado. Lo importante es que el texto sea sencillo, tomado de texto que
el oyente retendrá, meditándolo dentro de sí mismo como recitador oral.

La memoria popular se enriquecerá más aún con unas cincuenta canzoncine que
compone, palabra y música, a lo largo de cincuenta años, el misionero de la gente pobre.
Para apreciarle, no hay que compararle ni con Dante ni con Metastasio, él es, una vez
más, el mismo: un místico que participa sus anhelos de fe y su amor con el pueblo
sencillo del campo y sus barrios.

Liguori ha escrito para los obispos y sacerdotes, para las monjas, pero sobre todo para
la masa de aquellos que no saben leer, pero pueden comprender sus textos. Por esto
que sus ciento veinte obras totalizan la cifra record de 20.000 ediciones, en más de
setenta lenguas. Ha sido paradójicamente, desde siempre el best seller de los
analfabetos. De los analfabetos y de los otros.

En la era de las grandes Revoluciones, el historiador Daniel Rops ha escrito:

“Al considerar dos siglos más tarde, el pensamiento de San Alfonso, no se puede
menos que constatar que llevaba en si todos los grandes dones del catolicismo. Hay
muy pocos elementos de la vida religiosa tal como será practicada en el siglo XIX,
cuyas raíces no se encuentren en esta doctrina… Este hombre sabio y mesurado que
con frecuencia supo ser tan vigoroso combatiente de Cristo… ha comprendido que lo
esencial era oponer a las filosofías enemigas, una religión viviente, no tanto como
institución sino que es necesario alimentarla con una fe vivida en todas las
profundidades del ser. Y solo, en una época donde la eclesiología, aparecía tan
deficiente… ha tenido el presentimiento que para dar a la iglesia toda su fuerza, no es
suficiente defenderla como institución sino que, es necesario alimentarla en las varias
fuentes de la vida, reconstruirla como “cuerpo místico de Cristo… “Mucho más que
lo que se sabe de lo ordinario, el alma católica de los tiempos nuevos será de
espiritualidad alfonsiana”.

“Mucho más de lo que se sabe de ordinario”… porque la atmósfera que él ha creado,


y que es la nuestra, nos ha llegado a ser familiar como el aire que se respira sin tomar
conciencia, tanto va de sí. Está allí un aspecto muy positivo.

Por lo demás, aunque sea siempre pedido y reeditado, conoce hoy en día, por parte de
muchos “el purgatorio” del olvido, de la ignorancia o del menosprecio.

Este menosprecio viene en gran parte de mal uso de San Alfonso. Cada cual lo produce
a su modo de empleo. Pues bien, Liguori no soporta, casi, ser leído de seguido, porque
no ha escrito para ser leído, sino para ser meditado. Ama citar, porque es humilde y
quiere hacer oír la voz de toda la Iglesia. Por lo demás, él quiere ser denso. . En una
carta a su impresor de Venecia, Remondini, opone su enorme Teología Moral a sus

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obras ascéticas: … “Mis otras obras, es verdad que son sucintas; pero todas me han
causado mucho esfuerzo y son muy sustanciales, porque no amo la verborrea. También,
para componer estas obras, he leído centenares de obras, y de ellos he recogido la flor.
Y además, digo muchas cosas en pocas palabras, porque amo la sustancia, no las
frases huecas”.

He aquí el juego. Para aplicar las reglas; “leer poco a la vez, detenerse a meditar, a
orar, y luego pasar a la proposición siguiente. Es necesario el gusto por la oración y
aceptar de todo eso nada más que a Jesucristo”

Que nos permita además citar al moderno Don José de Luca:.

“No. Yo no quiero morir y ser inhumado en la ciudad, yo quiero morir en mi pueblo.


Que sus campanas toquen no a agonía, como a cualquiera, y que durante este tiempo,
que se lea a San Alfonso. Precisamente la, “Preparación para la muerte”.
.
¡Yo sé!, ¡yo sé!, Yo he estudiado, yo mismo, cantidad de cosas. Yo he profundizado la
historia, la filosofía,, la crítica, el arte. No he rehusado a mi espíritu ninguna de las
curiosidades que podían volverle menos indigno de la verdad. Conozco y quiero
conocer siempre más de hombres, de ciudades, de libros. Sin embargo, jamás me ha
pasado por el alma ni una sombra de desdeño o de grandeza con relación a mi
infancia de huérfano, sostenido por la tierna piedad de Alfonso y que ignoraba todo,
menos a él. Yo conozco todos los menosprecios, algunos de los que oprimen la
memoria y los libros del santo…Por lo mismo, desgraciado de mi si yo le toco. ¿Por
qué? Porque no es solamente un autor, como por ejemplo Platón o Virgilio, Dante y
Pascal, Petrarca o Shakespeare. Él es más que un autor para muchos de nosotros que
le leemos fuera de toda voracidad intelectual o delectación literaria. Nosotros que le
amamos, abrimos a San Alfonso como se toma un soplo de aire fresco en el campo,
como se come el pan en la mesa o una fruta recogida del árbol, como se bebe dos
dedos de vino en casa de un amigo o un sorbo de agua de la fuente. Ha llegado a ser
el libro de mi alma, un libro bienvenido… habla en vez de los mudos que somos
nosotros, él nos guía, pobres ciegos. Viene muchas veces a levantar nuestros brazos
cuando nuestra oración espontánea y personal declina y muere, entonces sus
palabras toman el papel nuestro, como el órgano viene dulcemente a sostener el
silencio del rito litúrgico.

No. San Alfonso no es solamente un autor, y quien lo ve sólo bajo este aspecto no lo
ve como es él. Ignora lo más bello. No se da cuenta que él ha sido para cantidad de
almas el padre más verdadero y el más amado.

122
20. “YO CASI YA NO SALGO MAS”

Desde 1755, los Redentoristas tenían un pie fuera de las tierras hostiles a los conventos,
del reino de Nápoles: la casa de Sant Ángelo de Cúpolo, en los Estados Pontificios. En

123
1761, ellos intentaron, en un tercer reino, el de Sicilia, Capital Palermo, de la cual el P.
Liguori se había escapado de ser arzobispo. La Sicilia en efecto, está frente a Nápoles,
otro trono, aunque bajo una misma “majestad”, otra corona aunque sobre la misma
cabeza, la del rey de las dos Sicilias. Es decir que, los redentoristas instalándose en
Agrigento, no estaban más seguros que en el continente. Así, también el obispo que
les llamaba. Mons. Luchessi, y les alojaba, para comenzar, en su palacio sustrayéndoles
así, al delito de fundación de convento.

Porque ellos permanecían bajo la férula de Nápoles. Y en Nápoles todo había


cambiado, y nada había cambiado.

Todo había cambiado. En Madrid, el rey Fernando VI había muerto el 10 de agosto de


1759. A falta de heredero directo, su corona volvía a su medio-hermano el Rey de
Nápoles Carlos de Borbón, desde entonces Carlos III de España. Este príncipe piadoso,
honesto y de buena voluntad no había podido recuperar a su Madrid natal para proveer
los tronos de las dos Sicilias. Su hijo mayor, Felipe, débil de mente, había sido puesto
oficialmente fuera de concurso. Lo había tomado el segundo, el futuro Carlos IV, para
asegurar la dinastía española. Es entonces, en favor del tercero, Don Fernando, que
había abdicado al reino de Nápoles y de Palermo. Había confiado a este muchacho de
nueve años a un Consejo de Regencia de nueve miembros, del cual hacía parte
Bernardo Tanucci, el hombre de confianza de Carlos de Borbón. Muerto en 1758, el
marqués Brancone, amigo del P. de Liguori, había sido reemplazado en los Asuntos
Eclesiásticos por un mejor amigo, el marqués Carlos de Marco. Por otra parte, la
santidad y el prestigio de Alfonso continuaron por subyugar a la corte y a todos los
altos magistrados. Para comenzar por Tanucci que no dejó jamás de favorecer a
Alfonso y lo tuvo siempre en veneración.

A él personalmente, No al Instituto. Y en esto, nada había cambiado. Porque Carlos III


en Madrid, continuaba gobernando las Dos Sicilias, mediante Tanucci. Luego Carlos
III y Tanuci, y sobre todo después la Regencia, mantenían la vid dura a para la Iglesia
de las Dos Sicilias. Confiscación: después de su muerte, de los bienes mobiliarios de
los obispos, abades, y otros bienes de beneficiarios, supresión de treinta y nueve
conventos; Prohibición de toda extensión de bienes de manos muertas; limitación de
eclesiásticos a diez y luego a cinco por ciento de habitantes, seculares y regulares en
conjunto; no admisión a las órdenes, sin patrimonio personal, y luego, éste increíble
descaro: será nula y no bienvenida al Reino toda bula o carta del Papa que no cuente
con el exequatur real.

Por lo mismo, el exequatur había sido y se mantenía rechazando el Breve Papal que
aprobaba a los Redentoristas.

En presencia de tales medidas, los ministros y los miembros del Consejo de regencia,
todos muy devotos, sentían de antemano ponerse roja su alma en los carbones del
infierno; pero, sabían también que todas estas disposiciones estaban de acuerdo con

124
Carlos III y no osaban oponerse. Entonces para evitar a la vez las furias reales y las
papales o divinas, les daban carta blanca a Tanucci, para que fuera él solo, quien
cargue con el pecado mortal.

Es entonces un milagro que la Congregación de Liguori existiera todavía. Un


milagro debido, desde el principio, a la singular veneración que le tenían Tanucci y los
altos magistrados. Milagro, lo sabía él fundador, que había previsto que duraría
mientras no se buscara el número sino la calidad.

“Jesucristo, no tiene necesidad de sujetos numerosos, escribía a sus hijos el 27 de


agosto de 1765, sino de sujetos que quieran hacerse santos. Suficiente que nos
queden diez, pero que amen verdaderamente a Dios”.

Gracias a Dios, le permanecían más de diez en 1752, pues el gobernaba seis casas
desde su pequeña celda de Nocera de Pagani. Para mí., en este venerable convento de
Pagani, el lugar más evocador, el más emotivo, no es la cámara donde sufrió, oró y
murió el obispo retirado, sino el del primer piso, la pequeña celda que él la santificó
durante diez años como Rector Mayor , desde 1752-1762; donde él encontró a San
Gerardo en las terribles y sublimes circunstancias. Donde redactó, memoria sobre
memoria, para defender sus casas de Ciorani, Deliceto, y toda la Congregación, contra
los Sarnelli, Maffei y consortes: en fin, donde surgieron de su corazón y de su
incansable trabajo treinta y cuatro obras y opúsculos, entre los cuales su gran Moral,
refundida y muy aumentada, trabajada científicamente, para la segunda edición en dos
tomos (1753 y 1755), enriquecida por su pastoral, la Práctica del Confesor (1755)- su
moral de la santidad en tres opúsculos que tenemos señalados – su Preparación para
la muerte (1758) que hizo en todo Nápoles el efecto de una misión; su Gran Medio de
la Oración
(1759),- Sus Novenas de Navidad y del Sagrado Corazón (1758),- La Religiosa
Santa (1760), y para los Sacerdotes La Selva (1760).- Un volumen sobre los
Ejercicios de la Misión (1760),. Diversas Disertaciones contra los Rigoristas (1755-
1762).- y su gran Instrucción y práctica del Confesor, en tres tomos, que es un
resumen de su Theologia Moralis para los sacerdotes, poco familiarizados con el latín.
Su obra de moral la más personal (1757) La tradujo enseguida al latín bajo el título de
Homo apostolicus (1759). Una obra prodigiosa.

Pero, se pensará, una obra tan temprana, de aquellas que condena, con Boileau, la ley
primera del trabajo bien hecho: “¿veinte veces sobre la materia poned vuestro trabajo?”

Juzguen Uds. Conocemos nosotros, parcialmente, el método de trabajo del Padre,


gracias a sus manuscritos y a las trescientas cartas que sus editores venecianos, los
Remondini, nos han conservado.

Alfonso dobla verticalmente una gran hoja de papel en dos partes iguales. No
redacta sino solo sobre la mitad de la derecha. El gran margen de la izquierda lo llenará

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en la relectura, con correcciones, añadiduras y un complemento de referencias. Da
luego su manuscrito a un impresor napolitano; después, sobre las pruebas, el llena
todavía de innumerables correcciones de autor. La obra, una vez impresa en un tiraje
donde el impresor encuentra su cuenta, la revisa todavía, guarda copia de sus
correcciones y se atreve al fin a confiar a la mar este ejemplar con destino a Venecia.

Es el por qué, Remondini, se queja al principio, de no ser el primer beneficiario de


estos textos. El escritor le responde el 10 de febrero de 1759:

“Ud. desearía recibir mis obras para la primera impresión. Pluguiera a Dios que
fuéramos vecinos y que el asunto pudiera cumplirse. Pero esto es imposible, porque yo
soy minucioso en mi trabajo y no estoy jamás contento de lo que he escrito. Es por las
correcciones sobre las pruebas que son siempre incontables. Una cosa es leer un libro
sobre un manuscrito y otra sobre el impreso. También tengo el gusto de someter mi
manuscrito original a numerosas revisiones y es preciso que yo haga largas y
numerosas correcciones sobre la prueba impresa. Cambio habitualmente frases
enteras; muchas veces aún ciertos pasajes y esto que cambio es casi más
considerable que lo que queda.

Se sabe también que Liguori, mientras vivía, contó con cincuenta y tres impresores
editores. Los más grandes, y no lejos, fueron los Remondini de Venecia y Basano. Con
diecisiete empresas y más de mil obreros, atendían a toda Europa, especialmente a París
y Augsbourg. Venecia era la cátedra desde donde Alfonso podía predicar al mundo
entero, el centro mundial más grande del libro. Y los Remondini encontraron el asunto
era tan bueno que le escribieron: “Aunque no tenga más que una página, envíenosla”
Entonces, ¿Qué jornadas vivía este verdugo del trabajo? ¿Este santo encontraba
todavía tiempo para orar? ¿Para dar algunos minutos a la vida fraterna? ¿Para dar unos
dos pasos afuera?
No toma de hecho, como descanso, más que el jardín de Pagani, en donde siempre
cultiva y corta flores para el Santísimo Sacramento ”Yo no salgo casi de la casa”,
escribió a finales de 1753. Durante diez años, de 1752-1762, es habitual para él la
monotonía de los días. ¡Pero qué días!
La Regla concedía seis horas y media de sueño por la noche y una hora después de
mediodía, Alfonso no tomaba de esto más que cinco. Estaba entonces de pie hora y
media antes que los otros. Acabado de despertarse, se administraba una disciplina, y se
dirigía al coro de la Comunidad. Mucho más tarde se reunía para la media hora de
oración en común. Después de las horas menores del Oficio, celebradas sin canto, con
los Padres, se dirige a su celda, en ayunas, para unas cinco horas de trabajo: asuntos del
Instituto, recepción de los cohermanos, cartas escritas o dictadas en pequeños
parágrafos claros y nervudos en donde se salta del canto del gallo al asno… y “Vivan
Jesús, María, José y Teresa”. Y después del trabajo intelectual: libros por examinar o
por escribir. Sobre su pequeña mesa de madera blanca, este Gran Crucifijo al pie del
cual ha escrito con sangre ”Jesús mío, todo por ti”, la imagen de Nuestra Señora el
Buen Consejo y el grueso pedazo de mármol que se aplica en la frente cuando le duele

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mucho la cabeza. Si un inoportuno se demora en cosas inútiles, el Padre,
levantándose, le lanza su célebre “orzu” (de pie), ¡Vamos! Ruegue a Dios por mí que
yo rogaré por Ud. y el charlatán con una bella sonrisa se encuentra en el corredor. Sea
que esté solo o en compañía, Alfonso es el mismo: de mirada, de oración, de palabras
de amor sean para Jesús o para María. Y a cada cuarto de hora, al sonido del reloj, dice
un Ave María llena de fervor.
Hacia medio día va al Oratorio, hace su preparación inmediata, una media hora y
celebra la Santa Misa. Luego de rodillas, inmóvil, con la mirada de fuego, hace su
acción de gracias durante la comida de la comunidad. A la “segunda mesa” toma en
silencio, solamente una minestra espolvoreada de áloes o de genciana, de ruda o
absintio que varía también, para no acostumbrarse a su amargura- y algunas frutas que
las sala, para no saborear el gusto. ”Yo así los digiero mejor”, explica a quien se
admira. Los lunes, miércoles, viernes y sábados, toma su festín de rodillas. Los gatos
del barrio le conocen y vienen a comer su pedazo de carne. No bebe más que agua,
esta agua que no toca jamás entre comidas, haga el calor que haga.
Cuando no ha lavado la vajilla, se junta a la comunidad en los últimos veinte minutos
de la recreación. Se habla de Dios, de misiones, de moral, y esto no impide su humor
alegre, de vez en cuando anecdótico para distraer a todo el mundo. Villani nos lo pinta
con “una mirada de paraíso… dulce, alegre, gentil”. Muchas veces, se pone al
clavicordio y enseña a sus cohermanos uno de sus cánticos espirituales que encantan al
pueblo en sus misiones. Viene enseguida la media hora de la siesta. Obliga a que sus
cohermanos la tomen, por su salud y descanso. En cuanto a él, zapatos en mano para no
disturbar el sueño, va a la iglesia para estar solo en la compañía del Señor en el
Sacramento. Hora muy corta a su amor. Al sonido de la campana, vuelve a su celda para
la lectura espiritual y la meditación de Regla,- una media hora cada una- Su vecino de
cuarto, el estudiante Lucas-Miguel De Michelis, cuenta: “Un día de Septiembre de
1759, durante la oración después de medio-día, como yo estaba alojado junto a nuestro
Padre, abrí la puerta de su cuarto, creyendo entrar en el mío. Estaba de rodillas, la
cara resplandeciente, los ojos fijos, en actitud de un santo en éxtasis. Al ruido que hice,
le vi moverse, pero sin cambiar de actitud. Yo me sentí que iba a desfallecer, y escapé
todo conmovido”.
Después de los Oficios de Vísperas y Completas, el trabajo de celda lo retoma el
Padre hasta el Angelus de la tarde, una media hora después de ponerse el sol. Son las 24
horas para la Italia de siglo XVIII. Para él y toda la Comunidad, el día siguiente
comienza, con la meditación y los Oficios de Maitines y Laudes. Su colación es
tomada de prisa: un vaso de agua, raramente más. Encuentra así una hora de trabajo
antes de ir a participar veinte minutos de recreación, las oraciones antes de ir a
acostarse, reza con los hermanos el rosario y él la prolonga para la Visita a la Virgen, el
Vía Crucis, y una larga velada de oración y de trabajo. No se acuesta sin antes
martirizarse con una severa disciplina de cuerdas, hasta la sangre, dos o tres veces por
semana. ¿Levantado, para intentar dormir, su corsé de crin bordada de puntas y las
cruces armadas de clavos que le sirven de escapulario cotidiano. Ante esta crucifixión
de día y de noche piensa en la palabra de San Pablo: “Lo que falta a la pasión de Cristo,
yo la termino en mi carne en favor de mi cuerpo que es la Iglesia”. (Col. 1, 24).

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Tal es la jornada del Rector Mayor. El cálculo es fácil: diez hora de trabajo, ocho de
oración, cinco de sueño, una de comida y recreación… ¡Oh terrible santidad!

21. MONSEÑOR DE LIGUORI MISIONERO REDENNTORISTA

En el mismo mes de junio de 1761, el P. de Liguori, anciano, enfermo, escribió dos


veces a su editor Remondini: “Espero la muerte de un día para otro”. Lo que llegó, el 2
de Marzo de 1761, fue su nombramiento al obispado de Santa Águeda de los Godos.
El correo que lo llevó, regresó con una renuncia la más firme. ”No cambiaré la
Congregación por todos los reinos del Gran Turco”, dijo. Clemente XIII no quiso
saber nada. Una fiebre se apoderó del obispo recién nombrado que lo llevó a las
puertas de la muerte. Se le administró la unción de los enfermos y el Santo Viático.
“Que no se hable más de obispado, decía, sino solo del Paraíso”.
No monseñor, Ud. soportará desde el principio un doble purgatorio: Conducirá el
báculo de Santa Águeda y permanecerá, por decisión de Roma, Rector Mayor de los
Redentoristas, asistido por un Vicario General, el P. Villani. Ellos tienen todavía
necesidad de Ud.
El Papa le convocó a Roma. En una primera audiencia, le retuvo durante una hora y
media; quiso volver a verle largamente, seis o siete veces más, un día hasta tres hora
de tiempo. Los Cardenales Orsini, Galli, Antonelli, Spinelli y otros vinieron a verle y
muchas veces a visitarle en la casa de los Pío Operarios en donde él se había
hospedado, en Santa María a los Montes. Su amigo el P. Lorenzo Ricci, General de
los Jesuitas, vino tres veces: eran hermanos de pensamiento y de miseria, bajo la
amenaza de los Borbones.
El domingo 20 de junio de 1762, en la Iglesia de Santa María sobre Minerva,
Alfonso recibió la ordenación episcopal de manos del Cardenal Rossi, Prefecto de la
Congregación del Concilio. Esta fue la jornada más dolorosa de su vida. El confesará
más tarde a su confesor haber conocido, en su existencia dos agonías: la primera
cuando al dejar el mundo, su padre largamente le había tenido en sus brazos; la
segunda cuando en Roma, fue consagrado obispo a pesar suyo.
El cargo lo ejercitará durante trece años. Sería necesario un volumen para hablar de
su episcopado. Tannoia lo consagra 419 páginas, llenas de anécdotas sabrosas y

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significativas, mientras no tiene sino 370 para los sesenta años que preceden. Nosotros
brincaremos muy lejos en el modesto propósito de estas páginas.
Monseñor de Liguori hizo su entrada en su diócesis después del medio día del ll de
julio de 1762. Su reputación había atraído a todo el pueblo hasta los rincones más
humildes. No hubo solamente carrozas que vinieran a recibirle en las fronteras entre
salvas y fuegos artificiales y el tocar de campanas. Esto jamás habían visto, es esta
multitud de pobres que acudió a pie a su encuentro y que le acompañó hasta Santa
Águeda, extasiados al verle y aclamarle como a un santo.
El imaginaba, sin duda al rezar, en las dificultades de su tarea. Lo sabía, sucedió a un
prelado viejo y enfermo, Mons. Flaminio Danza, que le legaba, dice Tannoia, “una
mortaja llena de inmundicias”. También, para cortar corto, desde el principio, a todo
compromiso, llevaba con él desde fuera, un vicario general. Don Nicolás Rubini, y un
secretario, Don Félix Verzella, “todo nuevo”, y aún rechazó, con vivo reconocimiento,
las propinas para los porteros, y todo regalo de bienvenida, venga de donde venga…
Y dio el tono desde la primera noche. Poco antes de la comida, Monseñor se dio
cuenta que Don Verzella, como mayordomo a la altura de la circunstancia, había
ordenado un banquete de entronización. Delante de este festín… irremediable, hizo
llamar a su futuro secretario: “Don Félix, le dijo, Dios os perdone. ¿Qué ha hecho
Ud.? Yo no he venido acá para tener un gran banquete. ¡Nosotros banqueteamos,
mientras los pobres mueren de hambre!
Y esto no era sino el primero de las sorpresas. Se le había preparado, en una bella
cámara, un lecho magnífico. Hizo llamar al hermano Leonardo Cicchetti: y le dijo:
Hermano, ¿dónde ha preparado mi jergón?
Monseñor, los canónigos os han preparado esta cama. En cuanto al jergón, no lo he
podido encontrar; sería preciso ir a buscarlo muy lejos.
“Que se me lo procure a cualquier precio”.
Ordenó inmediatamente traer las maletas y el jergón vacío y lo colocó sobre las tablas
desnudas. Y antes de tenderse sobre esta cruz, se administró, se entiende, una ruda y
prolongada flagelación.
Al día siguiente, haciendo, en este gran palacio, el recorrido de propietario, asignó las
mejores habitaciones a su Vicario General Rubini, a su secretario Verzella, y a sus
cohermanos P. Ángel Morone y al Hno. Francisco Antonio Romito, que debían
permanecer con él.
¿Y esta diócesis de Santa Águeda?. Puede parecer no tan despreciable, para la
época y el país en que sesenta candidatos acababan de postularse para la mitra. Con sus
240 Km2 era más extensa que la diócesis de hoy; más poblada, con treinta mil almas,
que la media de las diócesis napolitanas de entonces. Su feudo de Bagnoli le aseguraba
la renta confortable de 2.500 ducados al año. Su posición, cerca de Caserta, no lejos de
Nápoles, sobre la vía Apia, le daban una situación envidiable, para quien tenía asuntos
con los poderosos o deseaba frecuentar la corte o los mundanos.

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Pero he aquí lo más interesante para Alfonso: la diócesis estaba entonces a caballo
sobre dos provincias, con dos micro climas muy contrastantes. La zona norte, de lejos
la más vasta – que la diócesis actual, con un clima rudo, en la Provincia del Principado
Ultra, es una cubeta sobre cuyo fondo S. Águeda, está coronada por un circo de
montañas que domina, al Este, el Monte Taburno (1.394 m). La zona Sur, en la
“campaña dichosa”, es el valle risueño de Suessola, que se alarga al sol al oeste de
Arienzo su capital.; tenía entonces su iglesia colegiala San Andrés y una residencia
secundaria del obispo; pertenece hoy a la diócesis de Acerra. Expulsado, al cabo de
cinco años, por la rudeza del clima de Santa Águeda, Mons. De Liguori, tullido,
residirá nueve años en Arienzo.
Al servicio de sus treinta mil bautizados, el obispo disponía de un clero de más de
cuatrocientos miembros, de los cuales cuatro colegios de canónigos, sin contar los
sacerdotes de trece conventos “regulares”.
Preocupado como estaba de los abandonados, Alfonso hubiera pagado caro por
descentralizar, estas colonias presbiterales y proveer con algunos de ellos, a cada
aldea de la campiña y sobre todo de la montaña. Pero el clero se encerró en las familias
del lugar, para el servicio del lugar. Si se puede hablar de “servicio” ya que muchas
veces se trataba de aprovechar de las rentas de un beneficio creado por la comunidad
local o por una familia de los alrededores. Allí se empeñó inmediatamente en una lucha
de las peores este Redentorista obispo, contra su querer erigió parroquias en los
localidades lejanas, para allí asegurar la Palabra de Dios, la Eucaristía, el Catecismo,
las confesiones, la asistencia a los enfermos y a los pobres. Pero él no es más fuerte
que las leyes canónicas y económicas del tiempo. Hubiera sido necesario que estos
campesinos pobres construyesen iglesias, atendieran a los sacerdotes y les
asegurasen un beneficio.
Monseñor lo decidió y sobre el campo de trabajo, este trabajo de gran aliento fue
puesto en cantera. Apenas llegado, envió de vacaciones a los seminaristas, hizo
derribar el viejo seminario inhabitable y mientras se construía otro, según sus planos,
amobló su vasto palacio de Santa Águeda, para recibir, a su regreso, a la élite de sus
alumnos, y pidió a los otros permanecer en sus casas.
En lugar de los indeseables, se puso a buscar y recibir gratuitamente a jóvenes
pobres, pero llenos de salud moral y de talento, de los pueblos a donde ningún sacerdote
quería ir, bajo pretexto de que no era originario. Así enviará excelentes servidores a
Ducenta, Bagnoli, Cancello y otros muchos caseríos que estaban desprovistos de
servidores. Los canónigos administradores del seminario protestaron.
“Los seminarios no han sido fundados sino para ayudar a las diócesis, replicó el
obispo… Ellos están obligados a tomar a su cargo la educación de los pobres que, por
su conducta e inteligencia, dan la esperanza de que ellos estarán al servicio de sus
localidades”.
No quería externos. Estos son mercachifles de chismes y papeluchos; pero creó
dentro de sus muros una vida familiar calurosa. Irá muchas veces a alegrarlos con sus
bolsillos llenos de dulces y enviará regalos en los días de fiesta. Sabía que el buen
espíritu comienza en la cocina y toca desde el principio el estómago. El, que

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envenenaba sus comidas con hierbas amargas, tuvo esta palabra llamativa: “Lo poco
que se da, quiero que se coma con placer”… y encargó a su fino cocinero aplicar su
arte en las ollas del seminario. Venía con frecuencia a gustar los platos: el pan, el vino,
para asegurar que “estuvieran apetitosos- Por último suprimió un abuso detestable, esta
fue su palabra- “Hacer diferencias de régimen alimenticio entre profesores y alumnos.
Esto era para él asunto de amor y respeto.
“El Seminario es la pupila de mis ojos”. Nombró como Prefectos y profesores a los
mejores de sus sacerdotes”.
Ahí estaba el porvenir. De inmediato, le urgía desarraigar los abusos. Los primeros
medios a poner por obra no podían ser otros que los sobrenaturales y misericordiosos:
La Palabra de Dios.
La oración y la penitencia. El Obispo iba a poner la gracia de una gran misión para
toda la diócesis. La lanzó en la catedral, la misma tarde de su llegada. Su choque iba a
dar al clero y al pueblo el tono del episcopado misionero que se abría. El P. Maione
debió poner todo su ardor juvenil. El P. Margotta fue encargado del Gran Catecismo.
Canónigos escogidos por Alfonso, aseguraron los sentimientos de la noche, las
exhortaciones de la noche por las plazas y los barrios para convocar al pueblo a la
asamblea. El obispo tomó para si los ejercicios a los sacerdotes por la mañana, a los
notables después de mediodía, y el gran sermón por la noche. ¿Porque ´matar a un
joven? Al clero declaró: “Paso la esponja sobre todo delito o escándalo del pasado. Que
cada uno se convierta para el futuro, y comience desde ahora desde cero. Les amo a
todos y les amaré”. La multitud no pudo entrar en la catedral. Para liberar las
conciencias los sacerdotes de la ciudad fueron liberados de confesar. Para este
ministerio, Liguori convocó y alojó en su palacio a los mejores curas y confesores de
la diócesis.
Don Verzella cuenta los frutos espectaculares de la misión: “innumerables
reconciliaciones entre enemigos declarados, restituciones de gruesas sumas,
recuperación de la vida común y pacífica en muchas familias divididas o separadas,
numerosas conversiones de pecadores públicos, y mujeres de mala vida que
escandalizaban la ciudad desde hacía años y años”. Todo distinto como se ve, de
procesiones, de confesiones y de devociones; más bien la recuperación de valores
humanos y cristianos fundamentales.
Sin embargo, algunos recalcitrantes notorios se burlaban de la misión y pretendieron
continuar alentado sus escándalos. Conocieron desde el principio la espera, la paciencia,
las advertencias repetidas de su nuevo Pastor; y también, finalmente, la determinación
y firmeza. El Concilio de Trento en su sesión 24, ordenaba a los obispos, que después
de tres advertencias, los concubinarios serían arrojados de la ciudad y de la diócesis,
recurriendo, en caso de necesidad, al brazo secular. Después que él hubo multiplicado
las advertencias, las oraciones y las penitencias, Mons. Liguori se atuvo al Concilio de
Trento. Hizo una llamada a las leyes del Reino y a los agentes de justicia. Un hermano
del Archidiácono, Santiago Rainone, se convirtió con ruido y llegó a ser un animador
celoso. Su otro hermano, José, al contrario, gritando y amenazando, no escapará de la
prisión sino por la fuga y un largo exilio; mientras que su concubina expiará sus
liviandades por algunos meses entre cuatro muros. El canónigo Marcos Petti,-sí, un

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canónigo que llevaba una vida irregular y sus tres hijos ilegítimos-habían
menospreciando la ley, en la diócesis en general y al viejo obispo en particular. Sordo a
las llamadas de la misión, luego a las advertencias de Alfonso, quedará totalmente
sorprendido de ser arrestado en plena plaza de Santa Águeda, pagará su culpa como
cualquier napolitano que se permitía tener bajo su techo a la mujer de su prójimo. Al
día siguiente, se le arrojará bajo las rejas de Montefusco- donde funcionaba la Corte
de Justicia de la Región. Cierto José de Luca, clérigo de Moiano, frecuentaba más las
casas de juego que las iglesias y manejaba con más buena gana los arcabuces que el
breviario; además, tenía, desde hacía más dos años una mujer que había robado a su
marido. El Obispo escribió a su Cura, Don Tomás Aceto: “Gracias a Dios, estos dos
arrestos, están hechos y bien hechos. Diga y predique bien alto por todas partes que
esta palabra es mía, y no de otro, que yo he obtenido del Rey su encarcelamiento.
Quiero que se sepa que soy yo”.
Esta predicación hizo en algunos sacerdotes y gentilhombres, más efecto que los
sermones de la misión. En cuanto a los religiosos escandalosos, siete recibieron la orden
de abandonar la diócesis.
No olvidemos que se vivía en un régimen de cristiandad y en el que los blasfemos
eran, por ejemplo, candidatos a las galeras. El obispo obtenía que se conmutara la
pena por un simple tiempo de detención. Pero no toleraba el escándalo, impedir el
pecado, expiar el pecado eran los dos grandes deberes del Pastor responsable.
También, luego de las advertencias y abjuraciones, era la prisión o el destierro de los
libertinos notorios, plebeyos burgueses o nobles, dependiendo de las cóleras, insultos o
amenazas; la encarcelación o el destierro de las mujeres de mala vida. Se le reprochó el
arrojarlas a las diócesis vecinas. “Que cada obispo haga como yo. Respondió, no les
quedará otra cosa que corregirse”. Una buena parte de sus recursos episcopales,
pasaban por otra parte a rescatar a estas chicas caídas, a socorrerlas , sin dispensarlas
de un trabajo honesto, y aún, a veces, de encontrarles un marido. Pero, a decir de su
gran Vicario Rubini, para purificar su diócesis de los escandalosos obstinados: “no tuvo
solamente ocupados a los tribunales y a los señores; removió hasta el ministerio y la
Corte suprema”.
Mientras que la gran misión de conversión sacudía a Santa Águeda para continuar
mediante misioneros napolitanos, a través de toda la diócesis, ¿cómo se organizaba la
vida episcopal de este santo que ha hecho voto de no perder tiempo?
Con su nueva “comunidad” en este inmenso palacio, Alfonso cambió su plan de
vida, centro de interés, pero no de orden el día. Entre su flagelación de la mañana y de
la tarde, muchas veces hasta la sangre, su empleo del tiempo continuó rigurosamente
como en Pagani. Obispo, permanece el religioso misionero de ayer. El hábito mismo lo
testimonia; llevará hasta la muerte la sotana sin botones, cruzada sobre el pecho, de
simple sacerdote napolitano, el cuello blanco de la camisa doblado sobre el vestido,
llevará en la cintura el rosario de quince decenas que ha dado a sus hijos como signo
distintivo de alianza mariana. A su vestidura de siempre no ha añadido sino la cruz
“pectoral,- su pesada cruz”- y este anillo de cuatro centavos que no lo deja besar a
nadie.

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Sus horas de trabajo están primero para atender. Vienen en primer lugar sus
colaboradores, con el fin de atender los asuntos corrientes, luego los diocesanos,
sacerdotes y fieles.
No tiene conserje, ni antecámara, escribe Tannoia. Ha ordenado a sus gentes
introducir inmediatamente al primer venido, aunque sea un pie desnudo. El indigente y
el rico son recibidos sin distinción; donde más se observa que pone más amor es en
escuchar a los pequeños y en darles satisfacción.
“Terminadas las audiencias, se pone enseguida a escribir o componer… Pero si
alguno, aunque sea un mendigo, quiere verlo, deja la pluma al instante, lo recibe, y hace
lo que puede por él. Y vuelve a su trabajo. Su celdilla se reduce a su pequeña mesa. Allí
trabaja desde la mañana; allí reza, delante del Crucifijo y de Nuestra Señora del Buen
Consejo; allí expide sus asuntos y recibe a cada uno. Menos a las mujeres, a las que las
recibe en el Salón. Terminado el asunto no habiendo más que despachar, despide a su
interlocutor. Con su “De pie, vamos, no perdamos más el tiempo. O bien:
Encomiéndeme a Jesús y María”.
Por la tarde su rosario y las letanías de Nuestra Señora que él, no hace mucho tiempo
atrás, lo recitaba con el hermanos de Pagani, los recita ahora aquí en Santa Águeda, con
toda su familia episcopal y los huéspedes del obispado, cualesquiera fuesen sus rangos
y cualidades. Velaba porque todo el mundo estuviese allí, hacía llamar a los ausentes, -
Arzobispos, duques o cocheros- y no comenzaba antes de su llegada.
Aún una novedad. Después del mediodía, en el programa del Padre. La misión que
predica en la Catedral, en la primera semana, pondrá en vigor, como por todas partes, la
Vida Devota permanente: meditación cotidiana del pueblo reunido por la mañana, visita
al Santísimo Sacramento y a nuestra Señora. Al final de la jornada, por la tarde, salía
entonces Monseñor, por la ciudad, solo o acompañado por Alexis Pollio, su sirviente.
Era la hora en que él visitaba al Señor: el señor de sus enfermos,.. Luego al Señor, en el
Santísimo Sacramento, en la catedral, con los parroquianos reunidos al sonido de la
campana. Un Padre exponía la Hostia Divina, él sin reclinatorio, de rodillas sobre el
pavimento, a un lado del altar, no se levantaba sino ´para que a la asistencia participe
de sus sentimientos brillantes de adoración, de agradecimiento, de amor, su oración y
sus resoluciones. Enseñaba también sus canzoncine a la Eucaristía y a la Virgen María.
También el Obispo, durante una media hora cotidiana, personalmente en su catedral y
más tarde en Arienzo, aquello que esperaba de todo equipo pastoral después de las
misiones. Para que ellas no sean un fuego de paja.
El Episcopado no perturba las costumbres de Alfonso fuera de aquello del obispado:
Sale de visita pastoral como no hace mucho en Ciorani o Pagani para una campaña de
misiones.
Porque toda visita pastoral era para la parroquia una misión corta e intensa. El
predicaba el retiro al clero. En cada uno de estos centros de S. Águeda, Durazzano y
Frasso, reunía también a los mejores sacerdotes en Congregaciones de misioneros
diocesanos- sociedades de Perfección, de formación y de apostolado- como había
creado en sus misiones. Encontraba el tiempo para dirigirse a los notables, a las chicas,
a los chicos, agruparlos en cofradías para confiar a cada uno a un sacerdote celoso que

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les reunía todos los domingos y fiestas. Antes de Vísperas, daba el catecismo a los
niños, para darse cuenta qué sabían ellos, para prepararles a la confirmación que les
iba a conferir y porque él consideraba, que el Obispo es como el primer catequista de la
Diócesis. Enseguida, animaba a la visita al Santísimo Sacramento, a la que había
convocado a todo el pueblo y tenía entonces una ardiente predicación. Luego daba el
gran sermón de la tarde. Seguramente para la perseverancia antes de la misión que era
la visita, instauraba por todas partes el sermón del sábado, - sobre la Santísima Virgen
y la Vida Devota. El milagro de la vida de Alfonso, es el vigor inagotable que renacía,
en este hombre cargado de años,-usado, asmático y que no hacía más que una comida
por día y – qué comida- y que dormía poco y mal y extenuado por las penitencias.
Encontraba aún tiempo para preocuparse de los pobres, las viudas y las chicas en
peligro y proporcionaba también aquí camas, allá vestidos o dinero. Todos los
enfermos recibían su visita, y con frecuencia limosnas. Iba a confirmar a los niños en
los domicilios. Entrando en la casa de uno de ellos, en Airola, “mi pequeño Pascual, le
dijo, alégrate, en tres días estarás en el paraíso. Y le confirmó. El niño… parecía
mejorar…pero murió inopinadamente la tarde del tercer día.
En fin, para este abogado de Dios hacia los hombres y de los hombres hacia Dios, la
primera Pastoral que es la Palabra de Dios, la Palabra de Dios sobre todo a los
abandonados, principalmente la Palabra de Dios dada por el Obispo. Después de diez
años de episcopado, el 12 de marzo de 1772, escribirá a Mons. Pérgamo, nuevo Obispo
de Gaeta:
“El mayor bien que un Obispo puede procurar a su Diócesis, es hacer predicar allí
las misiones, infaltablemente cada tres años. Yo solamente le pediría a Ud. velar sobre
un punto, desde la llegada de los misioneros: deberá pedirles, que se predique en
todos los poblados por pequeños que sean. La costumbre de las Congregaciones es de
predicar en un barrio central, a donde ellos esperan vengan a reunirse de todas las
aldeas de los alrededores. Esperanza engañosa. Vendrán algunas personas piadosas…
pero las gentes cargadas de pecados, y por lo mismo las más necesitadas, no vendrán;
y es así como gran parte de la población, se queda sin misión.
Le recomiendo por lo mismo tenga cuidado de predicar personalmente en todos los
caseríos de la diócesis. La voz del Pastor tiene otra influencia distinta a la de los otros
predicadores”.
Apenas Obispo, Alfonso había tenido cuidado de recorrer toda la diócesis para un
primer contacto. Luego se organizó para efectuarla cada dos años., en el verano, la
Visita Pastoral oficial y profunda. Después de la primera- 1763- 1764-, con perfecto
conocimiento del estado de sus ovejas, publicó en seis ordenanzas, los Estatutos
Diocesanos que regirían a su clero. Un derecho particular completo, conciso, preciso,
exigente, redactado por un jurista experimentado que no tenía en la cabeza más que la
gloria de Dios y el “ministerio- servicio de los hombres, sobre todo de los pequeños,
para una iglesia de santos. Dieciocho cartas ¨Pastorales preparan o aplican esta carta.
El conjunto denota un Pastor asombrosamente vigilante, preocupado, informado y
firme. Estas preocupaciones, las mayores: los sacerdotes, la evangelización, el culto,
los sacramentos, los pequeños.

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Los pequeños. En Arpaia, un religioso rehusó atender al bajo pueblo y se especializó
en confesar y visitar al bello mundo. : El obispo le retiró la facultad de absolver. “ El
confesor, decía, debe tener tanto celo por una pobre mujer sucia y desarreglada
como por una princesa”
Los pequeños siempre. En 1764, una terrible hambruna se abatió sobre el Reino.
Profecía o perspicacia, en septiembre-octubre de 1763, Mons. De Liguori anunció e
hizo llenar los almacenes de su vasto palacio.
Desde noviembre de 1763, cesó la venta del pan en las panaderías. Pobres y gentes
necesitadas se dirigieron entonces al obispo. Por la Gran Sala del obispado,
desfilaban muchas veces hasta quinientas personas por día, implorando de rodillas y con
lágrimas en los ojos. “Dad, decía Alfonso a sus gentes, que cada uno regrese contento.
No hacen más que pedir lo que les pertenece”. Había escrito en sus Reflexiones útiles
al Obispo: “Que el Obispo lo comprenda bien: la iglesia no le ha provisto de rentas
para usarlas a su capricho, sino para socorrer a los pobres” y en Instrucción y
Práctica “en caso de extrema necesidad, los bienes pertenecen a todos…Es entonces
un derecho para el pobre tomar aquello del rico”.
Al mismo tiempo, Liguori renovó sus provisiones haciendo un llamado a sus
bienhechores por compras, aún a precio elevado, legumbres secas y trigo. Vendió
todos los objetos preciosos y los cubiertos de plata del obispado. Vendió sus mulas y su
carroza. Llegó el tiempo en que, como él había predicho, se veían a los famélicos
recoger las verduras de los cercos. Ante estos espectáculos se sentía morir de pena.
Hubiera querido no comer más para socorrer a estos niños. Llamó a su secretario
Verzella: “Mi don Félix, le dijo, Ud. ve que la gente muere de hambre. Nos es preciso
de hoy en adelante ahorrar, Ud. y todos los de la casa debemos aguantar el hambre”.
Y tuvo el mismo lenguaje con el Vicario General. No se les sirvió sino la menestra y
poco, muy poco, de carne hervida. El mismo no tomaba más que un poco de pan y la
menestra. Convocó a todos los superiores de los conventos de su diócesis y les pidió
reducir, ellos también, lo ordinario de la comunidad, para alimentar a los miserables.
“Estoy obligado, respondió uno de ellos, a mantener a mi familia religiosa, y dar a los
pobres lo superfluo, nada más”. Esta cruel indiferencia traspasó el corazón del Padre.
Saltó de su silla, “mantener, le dijo, con un tono imponente, ¿sabe Ud. lo que quiere
decir? Esto quiere decir que Ud. come y ¿da lo superfluo a los pobres? ¿Cuando Ud.
entró a la Religión, ofreció llevar un vida pobre y penitente y no llenarse la panza y
engordar?. ¿Cree Ud. en el Evangelio o es Ud. un turco? La algarada conturbó a este
hombre y dio un poco de alegría a los famélicos del lugar.
Y tanta pena para el fundador de los Redentoristas. Espontáneamente sus comunidades,
se habían ofrecido a participar en el régimen de lucha contra el hambre. Resultado de
todo esto: cinco jóvenes fueron atacados por la tisis. A principios de abril de 1764,
escribió a uno de ellos Donato Melaccio, que ha vomitado sangre en la misión, al final
del sermón. “Mi querido hijo, Dios sabe cuento me he apenado a la primera noticia
que recibí de su enfermedad; tal es la voluntad divina .y yo me resigno: Resígnese
también Ud. y póngase Ud. todo entero en las manos de Dios, de este Dios tan bueno.
Consuélese y después muera en la Congregación, y tenga su salvación como
asegurada…. ¿Para qué sirve entonces la vida, si no es para que muramos bien y en

135
la gracia de Dios? Esta buena muerte le está reservada, le aseguro. ¿Qué más desear?
No hay nada más bello que acabar para siempre con el peligro de pecar y perder a
Dios. Alegremente. ¡Dios quiere hacer de Ud. un elegido. Si le llama a la otra vida no
se olvide de encomendarme a la Madona… Pronto nos veremos en el puerto de la
salvación., donde amaremos a Dios sin temor de nunca ser separados. ¡Hasta vernos
en el Paraíso! Amén, Amén”
Monseñor de Liguori, no pudo hacer más que dos veces la visita a su Diócesis: en
1763-1764 y en 1765-1766. Pasó este último invierno, en octubre 65 hasta el fin de
Mayo del 66, en el clima más apacible de su pequeño palacio de Arienzo; volvió a Santa
Águeda los cuatro meses del verano, para las Visitas de la zona Norte de allí retornó a
Arienzo para el invierno… o mejor para el resto de su episcopado. Terminaron con
esto para él, los recorridos pastorales. De hoy en adelante, con la misma regularidad,
su Vicario General y hombre de su confianza, Nicolás Rubini, irá solo.
¿Es preciso lamentar este progresivo encierro que poco más, cada año, encadenó
al Obispo de Santa Águeda a su mesa de trabajo, entre el altar de su misa y el sillón de
paja donde el acoge a quien quiere hablar con él? Su pluma va a volver su pensamiento
y su corazón presente a toda su diócesis a la vez y a toda la Iglesia. No tiene en cuenta,
por otra parte, estar inmovilizado, para consagrar mucho tiempo a escribir, a atender a
sus sacerdotes y a todos los fieles. En los cinco primeros años de su episcopado,
publicó dieciséis obras u opúsculos que van a alimentar, instruir y santificar a sus
sacerdotes y por ellos a sus fieles. Comienza con un Compendio de la Fe cristiana a
leerse en el púlpito en las Misas de todas las fiestas (1762) y- muy significativo- Una
instrucción para la Oración Mental de los Niños (1762); En 176, un compendio del
Resumen de su Moral: El Confesor de las gentes del campo. Luego, por señalar sólo
las grandes obras: su admirable Vía de Salvación. Para las meditaciones de su clero, y
su apologética contra los errores de su tiempo: Verdades de la Fe (1767).
Después de 1767, el venerable Obispo, reducido desde el principio a su sillón, luego
curvado por la artrosis sobre un sillón, en su cama, escribirá todavía, en Arienzo,
veinticinco publicaciones. Anotamos los libros mayores: (1768); Teología Dogmática
(1769); Sermonario Dominical (1761); Historia de las Herejías (1772); Victoria de
los Mártires (1775) y muchas obras espirituales de las que esta maravillosa pequeña
moral de la santidad, a su parecer la más útil de sus obras: El Arte de Amar a
Jesucristo (1768.)
Estos trece años de Episcopado no lo hacen olvidar que él es el Rector Mayor de su
Congregación. Sigue todo acontecimiento importante; obra, y luego confiada al P
Villani por el capítulo general de 1764. En 1767, hace su último viaje a Nápoles, para
defender sus casas napolitanas ante la Corte Suprema. Toda la Capital está a sus pies, al
punto que los Sarnelli y Maffei rehúsan presentarse a la audiencia, seguros como están
de perder ante este tribunal sin apelación. Canallas, ellos remiten su asalto a un tiempo
más “favorable”; Así, el absceso permanece amenazante para Alfonso y su obra.
En 1773, abre una nueva casa en Scifelli, en los Estados Pontificios. Pero rechaza
una fundación en Roma. El 25 de Agosto de 1774, escribe al P. Vicario General:

136
“Si el Papa hubiera persistido en este sentimiento, yo le hubiera escrito en
términos enérgicos para hacerle cambiar su decisión, con el riesgo de tener toda la
Congregación en mi contra. ¿Qué haríamos nosotros en Roma? ¡Sería la pérdida de
nuestro Instituto, porque una vez abandonadas nuestras misiones y cambiado el fin
de nuestro Instituto, la Congregación dejaría de existir. Miles de otros en Roma
pueden hacer lo que nosotros podríamos hacer; y mientras tanto ¿qué sería de
nuestra Obra?
Nuestra Congregación está hecha para las montañas y los caseríos. Desde que
nosotros estuviéramos mezclados entre prelados, caballeros, damas o cortesanos,
adiós las misiones, adiós los campos, nos volveríamos nosotros mismos
cortesanos. Pido a Jesucristo que nos libre de semejante mal”
El Fundador, terminó por de dirigir a todos sus hijos, el 29 de julio, estas palabras,
para ellos inolvidables:
“Hermanos muy queridos: Jesucristo, estoy cierto, mira con vivo amor a esta
Congregación y la tiene como a la pupila de sus ojos. La experiencia nos lo prueba,
ya que en medio de tantas persecuciones, ha hecho como nunca de nosotros
instrumentos de su gloria, repartiendo gracias abundantes sobre las numerosas
localidades que nosotros evangelizamos.
Mi muerte está próxima. Yo no veré esto que voy a decir; pero tengo la firme
confianza que este pequeño rebaño crecerá más y más en el porvenir, no en adquirir
riquezas y honores, sino en procurar la gloria de Dios, y en hacer conocer y amar
más al Señor.
Día vendrá, podemos esperarlo, en que nos veremos todos reunidos en la mansión
eterna de donde no seremos jamás expulsados; sino que nuestra dicha será también
participada por millones de personas a las que nuestro ministerio habrá hecho
recobrar la gracia divina; ellas amarán entonces eternamente a Dios al que
estuvieron algún tiempo sin amar y su salvación nos valdrá una gloria, y una alegría
eternas. Este solo pensamiento debe estimularnos sin cesar a amar a Jesucristo, con
todas nuestras fuerzas y a hacerle amar de los demás.
No cesamos nunca de encomendaros a la Santísima Virgen, ya que Dios nos ha
dado el honor y la dicha de promover la gloria de esta Augusta Reina por donde
quiera que vayamos. Es algo que me alegra sobremanera, y tengo la firme esperanza
que esta buena Madre tendrá un cuidado especial de cada uno de nosotros; que
todos, deberemos a sus plegarias llegar a ser santos”.
Los redentoristas no hacen olvidar a Monseñor Liguori a sus caras redentoristimas
de Scala. Llegado a su Diócesis, no había encontrado más que cuatro monasterios de
religiosas; y ninguno en su ciudad episcopal. Allí les instaló con amor totalmente
paternal, antes de ser recluido en Arienzo. Ya había gastado quinientos luises de oro en
el seminario que se construía; setenta internos cuidadosamente escogidos, vivían aun en
un ala del palacio episcopal. Puso a punto, el Conservatorio de santa María de
Constantinopla para alojar ahí a sus queridas monjas de Scala, aprobadas por Roma
en 1750 bajo el título del Santísimo Redentor. Toda la población las esperó con viva
impaciencia y ellas fueron acogidas con transportes de unánime alegría. Con dos

137
compañeras, la Hermana María Rafaela de la Caridad entró solemnemente en Santa
Águeda, el domingo 29 de junio de 1766.
En 1764, Alfonso, enfermo, había rogado a Clemente XIII le descargara de su
diócesis. “Gobiérnela desde la cama”, había respondido el Papa. Clemente XIV se hizo
igualmente de los “oídos sordos: “Una oración de Monseñor Liguori será más eficaz
que si recorriera su diócesis durante cien años”. Ante Pio VI apenas elegido, Alfonso,
por la quinta vez, renunció a su episcopado. A pesar de monseñor Guido Calcagnini,
antiguo Nuncio en Nápoles, que había visto de cerca la irradiación de este impotente
indomable, el Papa cedió a las súplicas que los redentoristas habían juntado a las de su
Padre. La Dimisión de Monseñor de Liguori fue oficialmente aceptada en el Consistorio
del 17 de Julio de 1775.
“Ud. parece renacer, Monseñor, se le dijo, felicitándole.
“Se me ha quitado de las espalda el monte Taburno.
La noticia de su próxima partida se expandió como una ola de tristeza. “Es un
castigo de Dios, decía el archidiácono Raimone. No hemos apreciado a nuestro
Obispo”. El Arcipreste de Frasso, que no le había hecho fácil la vida: “Su nombre era
suficiente para gobernar la diócesis”. Y unos párrocos: “¿dónde encontraremos, de hoy
en adelante, esta bolsa siempre abierta para impedir el mal y socorrer a los
menesterosos?, se mostraban inconsolables.
Esto fue en efecto la desolación entre los pobres. Mujeres arrepentidas, muchachas
sin recursos, familias indigentes a quienes el aseguraba socorros regulares, se
mostraban inconsolables. Los enfermos y los prisioneros gemían: “No tendremos más a
Monseñor de Liguori que venga a consolarnos. Ahora ¿quién nos defenderá antes los
acreedores y los magistrados? Monseñor podía todo, porque era un santo”. El P. Ángel
Gaudini, Redentorista, encontró a un pobre campesino que le dijo, inconsolable:
“cuando íbamos a la montaña, dejábamos a nuestros niños en el palacio de Monseñor,
y estábamos seguros de que serían alimentados, ahora que él se va ¿a quién
recurriremos? Este último aspecto, de un obispo del siglo XVIII, es un asombro, es
una conmovedora cumbre de ternura pastoral y de humilde servicio.
El 27 de julio de 1775, por la mañana, mientras su palacio y su cámara son
despojados, por devoción, de todo lo que le pertenecían, él sube al carruaje, con
Villani, Romito, Alexis Pollio, rodeado de un pueblo en lágrimas: clero, notables y
pobres. Llora con ellos, los bendice y parte, llevando por toda riqueza su jergón y su
sillón de enfermo. Se detiene a medio día para la misa y la comida, en el Seminario de
Nola. Un ciego, Miguel Menichino Brancia, viene a pedir su bendición: la da y el ciego
ve.
El recibimiento en Nocera es triunfal. Clero, nobles, y todo un pueblo se han
desplazado. “Gloria Patri”…que mi cruz se ha vuelto liviana. “Estas son sus primeras
palabras. Después, postrándose ante el Santísimo Sacramento: “Gracias Dios mío, por
haberme librado de una carga tan pesada. Jesús mío, ya no podía más”. Estas palabras
oídas por los más próximos vecinos, se pierden en el jubiloso Te Deum que entona la
comunidad.

138
Al día siguiente escribe a uno de sus padres: “Por la gracia de Dios, heme aquí
nuevamente en Nocera de Pagani, descargado de mi fardo pesado: me encuentro en el
Paraíso”.

22. “¡SEÑOR, ES TIEMPO DE UNIRNOS!”

“Nocera, 30 de octubre de 1775


Muy honorable Señor (Remondini)
“Me he sentido muy dichoso al recibir su escrito. Heme aquí inmovilizado en esta
ermita, agradeciendo a Dios que me ha descargado del peso del episcopado. Ya no
podía soportar más, teniendo en cuenta mi edad y mis enfermedades, que me hacen
ver la muerte muy próxima. Me alegro de que la reimpresión de la Traducción de los
Salmos haya sido llevada a buen término. Espero que dentro de poco recibirá el
manuscrito de las Victorias de los Mártires. Por fin, heme aquí ya a punto de
terminar lo que será mi última obra, que yo os había anunciado, sobre la Conducta
admirable de la Providencia en el cumplimiento de la Salvación del hombre por
Jesucristo. Digo “última” porque mi cabeza comienza a abandonarme. También he
creído que valía la pena terminar este libro. Sin embargo, si la pasión no me ciega
(porque en general se prefiere a los últimos hijos que a los primeros) y me parece,
más que los precedentes, prometía éxito, aunque no sea sino una pequeña obra”.
Él la dedicó al Papa Pio VI. Es un “Discurso sobre la historia Universal” que nos
conduce lejos de los senderos ordinariamente combatidos por de Liguori. Y sin
embargo, permanecemos en el corazón de los misterios de Cristo y de la Iglesia, de la
cual es el centro de la Historia. Es una especie de Apologética positiva: un gran fresco
bíblico de la ciudad de Dios.
Sobre esto, ¿Alfonso va al fin a descansar? Esto no es el problema. Quiere ser un
servidor del Evangelio sorprendido por el Maestro en pleno trabajo.
“Vivo ahora retirado de mi diócesis, escribe aún a Remondini el 12 de febrero de
1776 y yo no puedo estar ocioso. He comenzado una obra más extensa sobre el juicio
particular y el juicio universal, el purgatorio, el anticristo, la resurrección, los signos
precursores del fin del tiempo, la venida de Cristo como juez, el estado de los
condenados y de los bienaventurados, el estado del mundo después del último juicio”.

139
“El trabajo es considerable, y yo estoy del todo tieso, acostado sobre un sillón,
obligado, porque esto de leer infinidad de libros, ya que la obra no tendrá más que
Teología y Sagrada Escritura. Pero será toda entera en lengua vulgar. Necesito tiempo
y salud y espero la muerte de día en día”.
Estas nueve Disertaciones teológicas y morales sobre la vida eterna aparecieron en
1776 en un volumen de 250 páginas. Es el tratado sobre la Escatología, que faltaba a la
Dogmática de Alfonso. Ellas serán el libro final de este escritor infatigable. Su celo y
su ardor le inspiraron todavía algunos pequeños tratados - una docena, luego de su
regreso a Pagani- que imprimirá con o entre sus trabajos de gran aliento.
En Mayo de 1778, Liguori reeditará el último folleto que entregará a la imprenta. ¿Es
una casualidad si estos son Recuerdos destinados a las Redentoristinas de Scala y Santa
Águeda? Lo esencial de la Vida Religiosa en cuarenta y cuatro avisos. ¿Es una
casualidad que el más desarrollado de estos avisos el N°41, que trata sobre el efecto
“de los pobres pecadores que viven lejos de Dios? No. Esto no es fortuito, porque
enviando diez ejemplares a Santa Águeda, el Padre les acompaña con estas palabras:
“Les recomiendo especialmente a todas poner en práctica el aviso N° 41, página 12;
es aconsejable orar por los pecadores, y sobre todo por los infieles y otros
infortunados que viven separados de la iglesia. La religiosa que no ruega por los
pecadores prueba que ella tiene poco amor a nuestro Señor. Aquellas que lo aman
querrán verle amado por todo el mundo. Os encomiendo entonces a los pecadores”.
Les bendigo a todas de una en una.
A las Hermanas de Scala Alfonso había guardado tanta discreción como afecto; él no
estaba allá arriba en su casa. Pero una vez Obispo, el único monasterio que fundó fue el
de las Redentoristinas de Santa Águeda. Las amaba como a hijas. Para ellas entonces la
última publicación de una pluma que cayó de sus manos. Y al centro de este
testamento: “los pobres pecadores que viven lejos de Dios”
Toda la vida, toda la obra del Padre está en esta última insistencia: “Redentoristinas,
Redentoristas”, una misma palabra, y más que una palabra: durante toda la vida:
continuar la vida del Redentor.
A continuar su vida… y su muerte. Descargado del monte Taburno, Monseñor de
Liguori fue a entrar en agonía y morir en la cruz. Y son su Instituto… y el Papa,- sus
dos amores, que serán los dos travesaños de su cruz.
Luego de su preconización episcopal, su congregación, ignorándolo él, había
solicitado a la Santa Sede conservarlo como Rector Mayor. ¡Felizmente! ¿Quién había
salvado el Instituto de las garras de los Maffei y de los Sarnelli, sino el prestigio
personal y la venida a Nápoles del santo Fundador?
Pero habían pasado trece años. Regresando a Nocera de Pagani Alfonso coronaba sus
ochenta años y “un Taburno de enfermedades”. Su Vicario y Director espiritual, el P.
Villani contaba diez años menos. Además, toda la joven generación de sus hijos no
conocían casi a Monseñor más que de nombre. Un gran nombre, de notoriedad europea
y que permanecía en Nápoles, para los suyos amenazados, un pararrayos incomparable.
Pero fuera “emperador”, papa o santo, “la vejez es un naufragio”.

140
Es verdad que este casi encorvado, que gobernó su diócesis desde su cama, ha vuelto a
tomar su Congregación con gran aliento. Funda en Frosinone (1776) y Benevento
(1777), en los Estados Pontificios, donde cuenta también, de hoy en adelante, con
cuatro casas. Y las cinco de las dos Sicilias, más amenazadas que nunca en1776,
rehacen progresivamente superficie, luego del licenciamiento de Tanucci, a lo largo de
los años (1777-1779). Gracias siempre a la veneración que tenían a Alfonso el Marqués
De Marco, Ministro de Asuntos Religiosos, y el Presidente de la Corte Suprema,
Baltazar Cito, antiguo compañero de juventud de los juegos de cartas del estudiante
Liguori.
Desde 1777, los abogados de Alfonso y algunos cohermanos se habían dado cuenta de
este cambio. Sin esperar un exequatur a la Regla aprobada por Benedicto XIV - el
clima político entre Roma y Nápoles lo hacía impensable, estimaron que era tiempo de
pedir al Rey un “Reglamento interior”. No que pudiera ser cuestión de tocar las
Constituciones y Reglas canónicas, sino sólo de crear para la Congregación, un estatuto
legal. El Gran Capellán de la Corte, Monseñor Mateo Testa, abundó en este sentido y
dejó buena esperanza. El jurista Liguori, que sabía distinguir el estatuto civil de una
obra y el estatuto religioso, puso allí las dos manos. Transcurriendo 1779, encargó
en secreto, el caso a los dos consultores generales Ángel Maione y Fabricio Cimino.
El asunto estaba en buenas manos. Monseñor Testa sabía dónde era necesario ceder a
los regalistas y él sabía cómo ejecutar bien la demanda de su viejo amigo Liguori.
Maione no tenía otra ambición. Para el lance (la jugada), tomado a juego, ellos
redactaron un Reglamento completamente nuevo. Como estaba según las normas del
Consejo de Estado, el Regolamento interiore de ella Congregazione del SS.
Redentore obteniendo sin dificultad la aprobación unánime del Consejo de Estado. Es
del 22 de enero de 1780. Después de pasar cuarenta años de rechazo, la Congregación
obtenía al fin un Estatuto legal en el Reino; la horda Maffei-Sarnelli había perdido
antes de pleitear; el porvenir de las misiones estaba asegurado. Testa y Maione podían
estar satisfechos, y sin duda lo estuvieron. No dudaron, estaban felices por Alfonso y
su Instituto.
Si él hubiera estado en condiciones de negociar él mismo este Reglamento oficial, el
fundador hubiera actuado de manera más firme. Pero él tenía ochenta y tres años; los
ojos casi oscurecidos para leer el texto escrito final y ratificado que le presentó
Maione. Se fio de Villani, casi tan inútil como él mismo: “esto va bien”. Por otra parte,
lo repetimos, él era jurista y sabía distinguir entre las Constituciones y Reglas
canónicas recibidas del Papa, y un documento civil situando al Instituto frente al Estado:
las primeras permitían vivir en las Comunidades y las misiones, el segundo permitía-
al fin- vivir.
Pero la fineza no estaba allí “la cosa del mundo la mejor parte”: un “integrista”
ambicioso se preocupó de denunciar a Alfonso ante Roma, por la sustitución con un
Reglamento Real a las Reglas de Benedicto XIV. Vivamente indispuesto por lo que él
creía ser un nuevo impedimento del Rey de Nápoles, Pio VI lo tomó muy mal. Antes
que Monseñor de Liguori hubiera tenido tiempo de explicarse, la Sagrada
Congregación de los Obispos dividió el Instituto en dos: las cinco casas de las dos
Sicilias debían ser consideradas como que nunca hubieran pertenecido a la

141
Congregación del Santísimo Redentor y se les asignó un Presidente a los cuatro
conventos de los Estados Pontificios. Este Decreto del 22 de septiembre 1780 será
confirmado .el 24 de agosto de 1781.
“Dios me basta, dijo Alfonso, no tengo necesidad más que de su gracia”. El Papa
lo quiere así; Dios sea bendito”. Y fue asaltado, además, de una terrible tentación de
desesperanza. Y decía llorando: “Es a causa de mis pecados, que Dios abandona la
Congregación. El demonio quiere arrojarme a la desesperación. Ayudadme a no
ofender a Dios”. Vuelta la paz, él volvió jubiloso los ojos al Crucifijo y Nuestra
Señora: “Gracias, Virgen María. Vos me habéis ayudado. Socórreme, Madre mía”
Jesús mi esperanza, yo no seré confundido jamás”. A cualquiera que se lamentase
delante de él sobre la situación, no obtendrá más que una respuesta: “Voluntad del
Papa, voluntad de Dios”.
Pio VI declarará, el mismo, a los enviados de Monseñor de Liguori que motivos
políticos no habían permitido “otra solución: Roma no podía perder esta situación de
asestar un golpe al Rey y al Reino de Nápoles. El golpe asestó en pleno corazón del
santo viejo y no rozó ni a Fernando IV, ni a María Carolina. Alfonso no tuvo más que
esta palabra: “desde hace seis años mi plegaria era esta: Dios mío, yo quiero lo que tú
quieres”.
Para el pobre fundador, este fue todo un golpe de gracia. ”Desde hace dos años,
escribe Tannoia, Monseñor estaba al final de sus fuerzas: esa ruptura del Instituto le
fue como un envío a la muerte. Antes de esta ruptura del Instituto llevaba el peso
natural de los años sobre un cuerpo extenuado y crucificado, luego entró en agonía y
no era más un hombre. Cesó casi de alimentarse y de dormir, su supervivencia, en
medio de tantas amarguras, pareció a todos como un milagro”. Debió renunciar a
predicar el sábado acerca de la Santísima Virgen, a pesar del voto que había hecho. En
noviembre de 1780, dirigió su última conferencia a la comunidad. Insistió sobre la
eficacia de la oración y su indispensable necesidad. Todo el mundo fue golpeado por
el calor y la abundancia que empleó. Era como la palabra final a sus hijos.
El P. Villani, elegido Coadjutor con derecho a sucesión gobierna en su nombre. El
no piensa más que en morir. Pero él desbordaba de esperanza. Repetía: Sed fieles a
Dios, y Dios será fiel a la Congregación. Las cosas se arreglarán después de mi
muerte. Dijo un día al P. José Cardone: Yo espero ver la situación restablecida antes
de cerrar mis ojos: He pedido y pido siempre a la Santísima Virgen; pero esta no es la
voluntad de Dios. Las cosas cambiarán, pero después de mi muerte”.
El santo celebró su última misa el 25 de Noviembre de 1785. “Jesús no quiere que
yo celebre más. Que su voluntad sea hecha siempre”. No estaba sino ávido de la
Eucaristía. “Dadme a Jesucristo”, suplicaba con frecuencia. Y se pasaba media
jornada entera delante del tabernáculo. ”Aquí está el Santísimo Sacramento, decía, al
criado Alexis. ¡Qué bello es! Dos lámparas brillaban día y noche delante de la Hostia
consagrada. Aquí se expone el Santísimo Sacramento. ¿Cuánto tiempo podemos estar
ante Él? Y al momento de partir “¿Cuándo volveremos a visitarle?
Más que nunca, la Virgen fue, después de Dios, su primer amor. Se hacía leer la vida
de los santos preferidos, pero sobre todo, saboreaba las lecturas sobre María.

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Leedme cualquier cosa sobre la Virgen, pedía un día al hermano. Romito cogió un
libro y leyó. Alfonso escucha entusiasmado. “Qué bello es, terminó gritando. ¿Qué
libro es? ¿Quién ha escrito estas bellas páginas”?
“Es Ud. Monseñor. ¡Son las Glorias de María!”
“Jesús mío, dijo entonces, todo emocionado. Gracias por haberme dado escribir
sobre la Madre.
En su mano el rosario reemplazó a la pluma. “Cuando estoy inseguro de mi rosario,
estoy inseguro de mi Salvación”.
Los pobres, los pequeños no se le apartaban de su pensamiento y de su corazón.
Un día, durante la comida de medio día, se detuvo emocionado. Dijo: ¿yo como? Y
los pobres?”- Alexis le aseguró: los pobres han recibido en la puerta su limosna
habitual. Calló un momento; luego, de nuevo: yo como… ¿y los pobres?
Viudo a los 29 años, Alexis Pollio había seguido a su obispo a Pagani, donde
terminará como hermano redentorista. Él había permanecido así, para Monseñor, el
“camarero” cariñoso y de confianza del cual el gran enfermo no pudo menos que
preocuparse. Uno de sus emocionantes servicios era recibir, en el vestíbulo, a los niños
enfermos llevados por sus madres y subirlos hasta el viejo obispo. Este bendijo a más
de mil imponiéndoles tiernamente sus manos sobre su cabeza y los curaba. Otra tarea
de Alexis fue la de sostenerle en brazos y luego colocarlo sobre su sillón rodante, de
una estación a la otra en el viacrucis que él hacía todos los días a lo largo del corredor
de su piso, los primeros años de pie, después sentado, expresándose muchas veces en
alta voz, como lo hacía delante del Santísimo Sacramento.
Gritos de inquietud lanzaba a veces Monseñor en su angustia. Un Padre tentó un día
calmarle; le dijo: “Ud. ha hecho tantas obras buenas”
¿Obras buenas? … ¿Qué buenas obras? Mi esperanza es Jesucristo y, después de Él la
Madona.
Y un día entregó al Hno. Romito esta especie de testamento: el 21 de Diciembre de
1785 “Yo Alfonso María de Liguori, de la Congregación del Santísimo Redentor,
confiando en la bondad de Jesucristo, muero tranquilo, seguro absolutamente, de ser
salvo por los méritos de Jesucristo y de la Santísima Virgen, con la confianza de ir
pronto a agradecerles en el paraíso”.
Ardía con frecuencia en santa impaciencia.
“Oh muerte, ¿Por qué tardas tanto tiempo? Si tú no vienes, yo no puedo ir a contemplar
a mi Dios. Oh bien amado de mi corazón .Jesús, mi amor, mi tesoro, mi todo, cuando
llegará el momento feliz, cuando, dejando la tierra, estaré eternamente unido a Vos ?.
Era el deseo de Santa Teresa de Ávila, su “segunda mamá”: “Señor, es tiempo de
unirnos”.
El 16 de julio de 1787, una fiebre intensa avisó que el fin de Monseñor estaba
próximo. En sus raros momentos de lucidez, se le oyó decir: “Heme aquí, Dios mío” o,
“Viene mi Jesús”… El 28, se le presentó una imagen de nuestra Señora, inspirada por
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Carlos Dolci (1616-1686). La miró, sus labios murmuraron, y abrió sus brazos en un
gesto de ofrenda… el 29, “Dadme a la Madona” dijo. La tomó en sus manos y rezó.
Después, el estertor de la muerte comenzó, y no le abandonó más. El 31 hacia las seis
de la tarde, mientras tenía en sus manos la imagen de la Virgen, se le vio
repentinamente inflamarse su rostro y resplandecer mientras hablaba bajo y sonreía a
la Madona.
Al día siguiente, 1 de agosto, los cohermanos llegaron, como por milagro, de todas
las casas. Se le presentaba de tiempo en tiempo el Crucifijo y él lo apretaba con amor,
sin dudar que este era siempre el mismo. Hacia medio día se le puso en las manos la
imagen de su querida Madona. Y he aquí que, sin un suspiro doloroso, en medio de sus
hijos en lágrimas y plegarias, teniendo en sus manos la imagen de la Virgen, expiró en
el Señor al son del Angelus. Había cumplido 90 años, 10 meses, y 4 días.
Antes y durante sus exequias triunfales los milagros se multiplicaron. Ocho meses más
tarde, bajo la presión del pueblo y del clero, los obispos abrieron el proceso
informativo en vista a su canonización. Pio VI dijo “He torturado a un santo” y para
reparar, dispensó de los diez años de espera exigidos antes de la introducción de la
causa ante la Santa Sede.
El 7 de mayo de 1807, apareció el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes del
Siervo de Dios. Pero el Santo Padre fue sacado de Roma y todo se retrasó diez años.
Muy pronto, sin embargo en Santa María Dei Vergini, alguien vuelve a abrir
religiosamente en la página 127, el Registro de Bautismos del año 1696. En el margen
del Acta de Bautismo de Alfonso de Liguori, una mano escribe: “Beatificado en
septiembre de 1816; luego otra: Canonizado el 26 de Mayo de 1839; y por fin una
tercera: “Declarado Doctor de la Iglesia el 23 de marzo de 1871”. No queda más
espacio para añadir: “Proclamado Patrono de Confesores y Moralistas el 26 de abril de
1950”.
Este “Hombre para los sin esperanza”,- pobres de bienes, sufrientes en el cuerpo,
ignorantes de Dios, perdidos por el pecado, despedazados por el miedo- osó - en sus
últimos días, dirigir a su Dios, como los ojos en los ojos, esta palabra atrevida y
deslumbradora: “Señor, bien sabéis, que todo lo que yo he pensado, dicho, hecho o
escrito, todo ha sido por las almas y por vuestra gloria”.

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