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Lenarduzzi, Zulma (organizadora). Figuras de la madre y fondos de lo materno.

Subjetividad y poder en situaciones de incesto paterno filial. Buenos Aires: Librería


de Mujeres Editoras, 2010.

CAPÍTULO I
APROXIMACIONES TEÓRICAS
1. ACERCA DEL TABÚ DEL INCESTO
1.1 La prohibición del incesto como posibilidad cultural y social
“La prohibición del incesto es ante todo una exigencia civilizadora de la sociedad,
que tiene que defenderse de la concentración en la familia, de intereses que le son
necesarios para la constitución de unidades sociales más elevadas y actúa por tanto, en
todos, y especialmente en el adolescente, para desatar o aflojar los lazos contraídos en la
niñez con la familia”. (Freud, 1983: 90) (pp. 23-24)
En la contradicción a una prohibición del incesto por vía natural, la tendencia
incestuosa natural es defendida por Freud. Para él, explícitamente, la tendencia al incesto
es constitutiva de todo sujeto. El deseo incestuoso es esencialmente un rasgo infantil,
propio de la manera como el sujeto logra su primer objeto de amor en las figuras de su
madre o su hermana. (p. 24)
Por otra parte, desde una mirada antropológica, Lévi-Strauss (1991) entiende esta
regla como la expresión misma de lo social, de la cultura. Partiendo de este hecho,
postula que las causas de la prohibición del incesto son sociológicas. La prohibición del
incesto es la única regla social con carácter universal. Ubica al hombre como ser biológico
y ser social; distinguiendo lo biológico en las actitudes espontáneas y universales las
que comparte con todos los hombres, y lo social, en la sujeción a una normatividad que
se distingue por la relatividad y particularidad. La prohibición del incesto en el hombre es
la única regla que no cumple con los postulados de ser norma relativa y particular. No
debe verse tanto como la oposición a casarse con la madre, la hermana o la hija sino
como la obligación social de entregar a dichas mujeres a otra persona. (p.24)
En sus palabras: “La prohibición del incesto no tiene origen puramente cultural, ni
puramente natural, y tampoco es un compuesto de elementos tomados en parte de la
naturaleza y en parte de la cultura. Constituye el movimiento fundamental gracias al cual,
por el cual, pero sobre todo en el cual, se cumple el pasaje de la naturaleza a la cultura”
(Lévi-Strauss, 1991: 58). Esto quiere decir, que antes de la prohibición del incesto no
existe la sociedad y que sin dicha prohibición no se daría la cultura. (p. 24)
La justificación de la prohibición del incesto, señala este autor, viene dada por la
necesidad de alianza; alianza que impone la naturaleza, dejando a la cultura la definición
de su modalidad. Alianza que se consuma con el matrimonio exogámico y no por su
importancia erótica, sino económica. El matrimonio que no infríngela norma que prohíbe el
incesto es la institución que permite “la circulación total y continua de los bienes del grupo:
sus mujeres y sus hijas”. (Lévi-Strauss, 1991: 556) (pp. 24-25)
Este matrimonio en contraposición al incestuoso, es el que permite mantener al
grupo como grupo, sin fraccionarlo, proporcionando el medio para relacionar a los
hombres entre sí, sobreponiendo a los vínculos naturales los vínculos de la alianza social;
es la manifestación del esfuerzo por mantener una mayor cohesión, solidaridad y
articulación de grupo. Al existir dos formas de distribuir el capital, la primera mediante el
negocio mercantil y la segunda mediante el matrimonio, es fácil entonces imaginar cómo,
ante la escasez de unos y la abundancia de otras, las mujeres se tornan en factor
equilibrante para que los recursos naturales estén al alcance de todos nuevamente. (p.
25)
La constitución de sistemas de parentesco posibilita la salida exogámica y funda el
orden simbólico dado que los sistemas de alianza instauran la diferencia. Para Lévi
Strauss las hermanas y la madre no se diferencian de otras mujeres, excepto que se las
codifique, esto es, que se las denomine como tales. (Méndez, en Calmels y Méndez,
2007) (p. 25)
De acuerdo a los planteos de Méndez u en lo que respecta al psicoanálisis, la autora
refiere a la interpretación freudiana sobre el mito de Edipo como una versión que amputa
el contexto histórico de su emergencia y las restantes versiones que coexistirían con él.
“Este mito… muestra que en la cultura no hay manera de saber quiénes son los
progenitores, salvo que exista un dispositivo explícito que dé cuenta de esto”. (Méndez,
en Calmels y Méndez, 2007: 19) (p. 25)
Asimismo, Freud universaliza el parricidio acudiendo al mito de Darwin acerca del
paso del mono al hombre. La universalización del complejo de Edipo, tiene como correlato
un tipo de familia considerada como núcleo fundante de la sociedad que es una forma de
familia, esto es, la familia nuclear, desconociendo la función de diferentes sistemas de
alianza. (Méndez y Alonso, en Calmels y Méndez, 2007) (p. 25)
En la reflexión sobre la familia y el parentesco o sobre aspectos a ellos vinculados,
la importancia central de este tabú radica en que distinguiendo conceptualmente entre
compañeras/os permitidos y prohibidos destruye la alternativa de una manifestación
natural de la sexualidad, circunscribiéndola a normas y “transformándola en un
instrumento de creación de vínculos sociales”. (Durham, en Neufeld, Grimberg, Tiscornia
y Wallace, 1998: 65) (p. 26)
Si se parte de la concepción de que la vida social se organiza a través de reglas
culturalmente elaboradas, los grupos sociales concretos pueden ser entendidos en tanto
construcciones sociales de carácter específico, utilizados como modelos culturales en pro
de la resolución de problemas de la vida colectiva. (p. 26)
Para Greertz (1997) estos patrones culturales operan en forma simultánea: como
modelos de y como modelos para el comportamiento social. Por esto son
representaciones de ordenamientos presentes en la vida social y ordenamientos para la
vida colectiva. En este doble sentido, esos modelos son mutables y construcciones
sintéticas en las que jamás cabe por entero la realidad social. (pp. 26-27)
De manera que la existencia de excepciones innumerables no necesariamente
significa la impugnación de la regla, sino que puede representar una aplicación maleable
para viabilizar soluciones de problemas diversos. Ciertamente las reglas culturales
modelan el comportamiento, pero no lo determinan en modo absoluto. En la prohibición
del incesto aparece presente con mayor fuerza su origen social más que natural,
constituyendo una norma universal mas no una ley, que permite la socialización de
mujeres y varones. Norma, porque es instituida de común acuerdo por la humanidad, y no
ley, dado que no se puede asegurar su origen natural. (Durham, en Neufeld, Grimberg,
Tiscornia y Wallace, 1998) (p. 27)
1.2. El incesto en las coordenadas contemporáneas
Cabe pues interpretar tal mito sobre el incesto en su faz encubridora ya que coagula
el cuerpo infantil, en la persistencia de un legado hecho a fuerza de mordazas y
obliteraciones. El estudio de Banchs (2005) restituye en este sentido, la posibilidad de
distinguir dos etapas en la historia del incesto: una de negación que se extiende desde
los tiempos de Freud hasta fines de la década del 70 y la otra de redescubrimiento,
gracias a la acción de movimientos feministas y la consecuente inauguración de lugares
de atención para víctimas de violencia y violación. (p. 29)
De este modo podría prolongarse la tesis de esta autora, en el sentido que el incesto
del padre contra la/el niña/o dejaría al descubierto una forma precaria, paleolítica, del
contrato sexual original, imponiendo un contrato de denominación entre dos socios
desiguales, el que estaría regulado por el secreto y por la violencia contra uno de ellos.
Contrato expresado en la práctica sexual, definido por lo sexual y que humilla a un/a
niño/a que transita una etapa fundamental en la constitución de su subjetividad. (p. 31)

CAPÍTULO II Lenarduzzi, Zulma (organizadora). Figuras de la madre y fondos de lo


materno. Subjetividad y poder en situaciones de incesto paterno filial. Buenos
Aires: Librería de Mujeres Editoras, 2010.

SUBJETIVIDADES E INCESTO
1. SOBRE LA CATEGORÍA “MATERNIDAD”
1.1. La maternidad en controversia: aproximaciones históricas
Se suele presuponer que la maternidad constituye algo natural como si se tratará de
una especie de instinto que se manifiesta de modo espontáneo. Se suele afirmar además
que la misma es una cuestión que viene “ya dada” por el sólo hecho de “ser mujer”. (p.
45)
La inscripción histórica y social de la maternidad corresponde a una práctica que no
es unívoca y ha transitado vicisitudes en su lucha por imponerse. De manera que la
maternidad no puede entenderse desde la única noción compartida a lo largo de la
historia sino que es preciso rastrear los modos en que ha sido comprendida y ejercida. (p.
45)
No obstante, desde los preceptos de la teología cristiana, pasando por el proyecto
estipulado por Rousseau para “Sofía”, hasta ciertas posturas arraigadas en la Psicología y
la Sociología, el lugar subordinado de las mujeres y la esencialización y naturalización de
la maternidad se acoplan en ecos que repiten con distintos argumentos el mismo sonido.
(p. 45)
En efecto, el largo reinado de la autoridad paternal y marital encuentra justificaciones
en la teología cristiana. Badinter (1981) refiere a tres actos del Génesis que caracterizan
la imagen de la mujer como sumisa, pasiva, débil, culpable y dominada:
 la creación de la mujer desde la costilla del hombre, una vez que no había
encontrado la compañera adecuada en ninguna especie;
 la mujer que cede a la tentación e invita al pecado al hombre para hacerle
semejante a Dios;
 las maldiciones contra Eva: “Agravaré tus trabajos y tu preñez, y parirás con dolor”.
“La pasión te llevará hacia tu esposo y él te dominará”. (Génesis 3, versículo 16, La
Biblia Latinoamericana: 55) (p. 46)
Otro texto Bíblico que a través de la historia marcó un hito en la condición femenina
fue la Epístola a los Efesios de San Pablo que enaltecía la igualdad entre el hombre y la
mujer, lo cual no excluía la jerarquía. El mando le corresponde al hombre por haber sido
creado en primer lugar: “El hombre debe amar a su mujer como Cristo a su Iglesia, y la
mujer debe comportarse como la Iglesia respecto de Cristo”. (Efesios 5, versículo 22, La
Biblia Latinoamericana: 388) (p. 46)
Se pueden visualizar varios rasgos de la teología cristiana en nuestra cultura, trama
dentro de la cual las/os sujetos desarrollamos nuestra vida cotidiana. “Sabemos que los
valores de la cultura dan identidad a los sujetos, y en nuestra cultura occidental,
judeocristiana, los valores prevalecientes se transmiten a través de la organización social
en familias. Es así que cada familia interpreta y transmite los valores culturales
predominantes con una mayor o menor semejanza con ellos, de acuerdo con la
pertenencia a distintos sectores sociales”. (Mesterman, 1989 citado por Sanz y Molina,
1999: 42) (p. 46)
De modo que según la tradición cristiana reforzada por otras instituciones, es el
varón quien introduce las reglas y sanciones erigiéndose en autoridad de las niñas y
niños, y de la mujer. (p. 46)
Autores como Donzelot (1998), Chodorow (1984), Fernandez (1994) no hacen sino
coincidir en que la maternidad requirió un dispositivo de disciplinamiento montando sobre
un rol social que fue impuesto. “Una tendencia importante de la literatura feminista se
centra (junto con los psicosociólogos) en el role-training o el aprendizaje cognitivo de un
rol determinado”. (Chodorow, 1984: 52) (p. 47)
Aunque el matrimonio y la adultez eran durante la organización feudal co-extensivos
con la crianza de los hijos, la maternidad no dominaba la vía de las mujeres. Éstas
desempeñaban sus responsabilidades maternales junto a un amplio espectro de otros
trabajos productivos. (p. 48)
La casa era la unidad productiva central de la sociedad: marido y mujer con hijos
propios y ajenos, constituían una unidad productiva o cooperativa de producción. Los
niños se integraban muy pronto en el trabajo adulto y los hombres se ocupaban del
entrenamiento de los niños para la vida productiva. (p. 48)
Las responsabilidades productivas de las mujeres incluían el cuidado de los niños y
el entrenamiento extensivo de las niñas, hijas, sirvientas, aprendizas, en distintos trabajos.
De manera que desempeñaban responsabilidades productivas y reproductivas, tal como
lo habían hecho en la mayor parte de las sociedades conocidas. (p. 48)
Durante los siglos XIX y XX, la fertilidad y la mortalidad infantil decrecen con un
aumento de la longevidad. Los niños comenzaron a pasar gran parte de su tiempo en las
escuelas, es decir, que la unidad productiva donde el aprendizaje del rol estaba
garantizado por la familia es reemplazado por el sistema educativo. (p.48)
Al desarrollo del capitalismo y la industrialización, le correspondió un desarrollo
intensivo de la producción fuera del hogar. La comida, el vestido y otras necesidades de
los miembros de la familia que antes eran cubiertas por el trabajo productivo de las
mujeres, comenzó a realizarse masivamente en las fábricas. (p. 48)
En términos de circunscripción de la tarea doméstica, quedó para la mujer el
refinamiento de su aparato subjetivo al servicio del cuidado y protección de la cría. La
producción fuera de la casa se identificó desde entonces como trabajo propiamente tal. Si
casa y trabajo eran antaño una misma cosa, a partir de la organización social capitalista
se diferencian como espacios separados. (p. 48)
Este cambio en la organización de la producción está correlacionado con complejas
transformaciones de largo alcance en la familia y en la vida de las mujeres. Esto es, la
familia disminuye su rol en la producción material a la vez que pierde gran parte de su
protagonismo en la educación, en la formación religiosa y en el cuidado de los enfermos y
ancianos. Se convierte en una esfera privada personal de la vida social, en una institución
esencialmente relacional y personal. (p. 49)
El papel social de la mujer se circunscribe a un rol de cuidado y protección de los
niños y hombres, esto es, un rol social relacional y personal que es la maternidad. (p. 49)
En este aspecto, las ideas que Juan Jacobo Rousseau (1712 - 1778) expone en su
obra maestra “Emilio o la educación”, se erigen en un basamento sólido que impregna los
supuestos y creencias más arraigados. El programa de libertad e independencia pensado
para Emilio se contrapone al de Sofía, atrapada en un proyecto de determinismo natural,
cuyas premisas consisten en agradar al hombre y darle hijos en el marco del matrimonio y
la intimidad familiar. (Iglesias, en Rousseau, 1982) (p. 49)
Se trata de una propuesta de un deber ser que define a la mujer desde tres
fundaciones: complemento, diferenciándola del hombre; ella es pasiva y débil, y él es
activo y fuerte; placer hacia los demás inicialmente hacia el hombre y luego a sus hijos; y
madre del hombre. Funciones que son inherentes, dada la naturaleza femenina, a la luz
de los rasgos e ideas de la burguesía. (p. 49)
De las tres funciones se desprenden ejes que impregnan ciertas justificaciones en
relación a las situaciones de incesto:

 La superioridad de los designios divinos, acorde a los prejuicios de la época,


asemejan el poder de un dios a los del hombre varón. Así lo expresa Rousseau
(1982): “El ser supremo ha querido en todo honor a la especie humana
concediendo al hombre inclinaciones ilimitadas, le ha dado al mismo tiempo la ley
que regula, a fin de que sea libre para ordenarse a sí mismo, entregándose a las
pasiones inmoderadas, ha juntado a éstas la razón para gobernarlas; entregando a
la mujer a deseos ilimitados, ha agregado a estos deseos el pudor para
contenerlos”. (p. 413) El hombre varón, dada su naturaleza, no puede contenerse
ante sus impulsos, estableciendo su propia ley. Esta argumentación justifica y
sostiene discursos de seducción de la niña y de descontrol varonil, entre las más
conocidas.
 Una educación de las mujeres donde el aprendizaje se centra en comprender la
predisposición natural de las mujeres a la dependencia. En palabras del autor: “…
la rigidez de los deberes relativos a los dos sexos no es ni puede ser la misma.
Cuando la mujer se queja de la injusta desigualdad en que la ha puesto el hombre,
ella comete un error, la desigualdad no es una institución humana o al menos no es
la obra del prejuicio, sino de la razón”. (Rousseau, 1982: 412) La dependencia
emocional, psicológica y socioeconómica de las mujeres-madres se transmite
como designio y allí no tiene lugar la interpretación.
 La preponderancia de establecer un encierro simbólico dentro de la familia con la
misión de sostener los lazos familiares, desde el amor maternal: “El amor femenino
tiene como modelo y fundamento el amor maternal. Sin que ella sepa, en sus
impulsos ciegos el instinto de maternidad domina todo lo demás… porque desde la
cuna la mujer es madre, enloquecida de maternidad”. (Rousseau, 1982: 412) (pp.
49-50)
Estas justificaciones parecen inscribirse en el presente cuando de la maternidad se
trata, y adherirse a los discursos y prácticas de victimarios, mujeres-madres y víctimas de
incesto, así como de las /os profesionales intervinientes desde distintas instituciones de la
sociedad. (p. 50)
1.2. Las maternidades: entre pasado y presente
El amor maternal ha sido entendido como una cuestión instintiva que se corresponde
con el orden de la naturaleza, con implicaciones referidas a supuestas actitudes
universales, necesarias e indefectibles y, por lo tanto, a-históricas. (pp. 50-51)
Badinter (1981) sostiene que “… siempre pensamos que el amor de la madre por su
hijo es tan poderoso y tan generalizado que algo debe haber sacado de la naturaleza.
Hemos cambiado de vocabulario, pero no de ilusiones.” (p.13) (p. 51)
Sin embargo, el amor tiene un carácter contingente. El amor maternal entonces,
constituye un sentimiento “incierto, frágil, e imperfecto”. (Badinter, 1981: 14) (p. 51)
La autora fundamenta que la madre es un personaje “relativo”, ya que se concibe en
relación al padre y a los/as hijos/as, además de “tridimensional”, es decir, es una mujer
específica dotada de aspiraciones propias. (p. 51)
Un breve e incompleto recorrido histórico permite descentrar las más preciadas
nociones y valorizaciones acerca de la maternidad, que son aquellas que se asientan en
el imaginario de “madre burguesa”. (p. 51)
Siguiendo a Badinter (1981), si consideramos el Antiguo Régimen como un punto de
referencia, podemos apreciar que se fortalece la autoridad paterna para fundamentar a la
monarquía absoluta y mantener una sociedad jerarquizada, donde la virtud primordial era
la obediencia. (p. 51)
Los matrimonios de la época son matrimonios por conveniencia, en los cuales la
“dote” de las mujeres juega un papel fundamental, en tanto obliga al casamiento con una
persona de la misma condición social. (p. 51)
El amor no es un valor familiar y social, antes bien se asocia con la idea de
pasividad pérdida de la razón y fugacidad, y con la conciencia de su carácter
contingente. (p. 51)
Asimismo, la condición del niño, remite más bien a la idea de un ser insignificante,
sin especialidad. (p. 51)
Se constata cierta indiferencia e insensibilidad materna, a través de varias señales:
el abandono de bebés moribundos y la ausencia del dolor ante la muerte de las/os
hijas/os; la predilección por los hijos varones quienes se crían con sus madres en la
primera infancia, mientras que los/as otros/as son entregados/as a nodrizas; la negativa
de las madres a dar el pecho, justificada en argumentos referidos a la salud , a la estética,
al orden social como rasgo de distinción, y al orden moral en tanto gesto falto de pudor.
(p. 52)
Otra figura de mujeres se perfilaba en la época, las preciosas y las mujeres sabias,
quienes supieron desarrollar una vida social refinada y una vida cultural sin precedentes.
Las “preciosas” eran hostiles al matrimonio y a la maternidad, cultivaban el espíritu y
dominaban los sentidos (se refugiaban en el ascetismo), subvirtiendo los valores sociales
de su tiempo. Les interesaba especialmente la educación intelectual. Sus hijas fueron
sabias. Pudieron acceder a la autonomía intelectual, considerando el saber como medio
de emancipación. (p. 52)
Sin embargo, las libertades de estas mujeres de posición social y económica
acomodada, tuvieron costos en sus hijas/os, en tres actos de “abandono”: la entrega a la
nodriza; el retorno a la casa y la crianza a cargo de una gobernanta o un preceptor; la
partida hacia el convento (para las niñas) o hacia la pensión y colegios (para los niños).
(p. 52)
En esta época más que de amor maternal en las clases acomodadas, se trataba de
“un sentido del deber” hacia las/os hijas/os, de acuerdo con los valores dominantes. (p.
52)
Pero a fines del siglo XVIII, se produce una revolución de las mentalidades,
sufriendo la imagen de la madre una transformación de gran envergadura, anclada en el
mito de instinto maternal. El amor maternal aparece entonces como un concepto nuevo,
exaltándolo como “valor simultáneamente natural y social, favorable a la especie y a la
sociedad…”. (Badinter, 1981: 117) (p. 52-53)
El nuevo imperativo estará ligado a la supervivencia de los niños cobrando
relevancia la primera etapa de la infancia. (p. 53)
Asimismo, los alegatos a favor del niño se edificaron sobre las bases del discurso
económico que defendía la importancia de la población en las naciones, y especialmente
la centralidad de los niños como valor de mercancía y como fuerza productiva. (p. 53)
Estos discursos crearon a la “nueva/buena madre”. Dice Badinter (1981): “La nueva
madre…invierte todos sus deseos de poder en la persona de sus hijos. Preocupada por
su futuro, limitará voluntariamente su fecundidad… Por ellos se olvidará de calcular su
tiempo, y no escatimará ningún esfuerzo, porque siente que sus hijos son parte integrante
de ella misma…” (p. 175) (p. 53)
La maternidad se convierte entonces en un baluarte para las mujeres burguesas en
el transcurso del siglo XIX. Será una función connotada de ideal, la “vocación maternal”
de carácter ilimitadamente abnegado, que se compara con la santidad de la Virgen María.
(p. 53)
El siglo XX por su parte, promoverá a la madre como la gran responsable de la
felicidad de sus hijas/os a través del psicoanálisis, que define los rasgos característicos de
la “mujer normal”, esto es, la “madre normalmente abnegada”, pasiva y masoquista, que
encuentra placer en la relación con sus hijas/os, pero también de la “anormal”, es decir, la
“mala madre” como excepción patológica a la norma, en quienes se ha descargado el
sentimiento de culpabilidad. (Badinter, 1981) (p. 53)
El mito mujer = madre (Fernández, 1994) se perfila entonces como una operación de
violencia simbólica, que produce efectividad a través de las ilusiones de naturalidad y
atemporalidad. (p. 54)
En efecto, de las mujeres de todas las clases sociales se espera hoy, que alimenten
física y espiritualmente a hijos y maridos. (p. 54)
En la medida que el ejercicio maternal de las mujeres dejó de cruzarse con otros
trabajos, se fue convirtiendo en algo aislado y exclusivo en un marco familiar
fundamentalmente concebido como entidad nuclear. (p. 54)
Turner (1989) aporta la necesaria relación entre autoridad masculina, propiedad y
familia. Al igual que Engels (2004) en su obra “El origen de la familia, la propiedad privada
y el estado”, presentó una visión evolucionaria del desarrollo de la familia: “La necesidad
de controlar a las mujeres en un sistema de patriarcado es un efecto de la necesidad de
controlar la propiedad bajo la primogenitura”. (Engels, en Turner, 1989: 184) (p. 54)
Rara vez estos hogares contenían más de una pareja casada con sus hijos y allí
puede verse el sello de la industrialización capitalista, la que separa del espacio familiar a
los hijos mayores, a los abuelos y a otros miembros sin parentesco. (p. 54)
Las madres biológicas han tenido por ejercer una responsabilidad más exclusiva en
el cuidado infantil, justamente cuando los componentes biológicos del ejercicio maternal
han disminuido: las madres tienen ahora menos hijos y hay biberones. (p. 54)
Es decir que, pese a que ha decrecido la relación cantidad de hijos/ demanda de
nutrición mediante el pecho materno, no ha decrecido la presión social hacia el rol social
maternal. En ello han contribuido, la psicología posfreudiana y ciertas corrientes de la
sociología, proponiendo nuevas racionalizaciones que permiten idealizar y reforzar el rol
social de las mujeres. Destacando al mismo tiempo, la importancia crucial de la relación
madre-hijo en el desarrollo de la/del niña/o. En este sentido seguimos la línea de
pensamiento de Nari (2004) cuando plantea que la “maternización” de las mujeres, es
decir, la progresiva confusión entre mujer y madre, feminidad y maternidad se fue
construyendo y extendiendo gradualmente en distintos planos de la vida social. (pp. 54-
55)
Esa impronta ha sido racionalmente sostenida a partir de posicionamientos
ideológicos y políticos. Las mujeres han quedado capturadas en el ejercicio social de una
maternidad que no permite fisuras a la hora de responsabilizarlas por los cuidados y
desarrollo de la/del niña/o. (p. 55)
La influencia paterna y otros sistemas de la vida social quedan al margen de la
consideración del carácter de “buena madre”: las bondades de la crianza son atribuidas a
las madres y las dificultades de la crianza también son conferidas a las madres. (p. 55)
Si hoy podemos visualizar con claridad mayor el ejercicio maternal femenino, es
porque ya no está inserto en un espectro amplio de actividades y relaciones humanas. En
la actualidad se yergue aislado con toda su intensidad emocional y significado, con su
índole central en la vida y en la definición social de las mujeres. (p. 55)
Puede sostenerse que la actual reproducción del ejercicio de la maternidad sucede
mediante procesos psicológicos inducidos estructural y socialmente. No se trata de un
producto de la biología ni de un entrenamiento social intencional, sino que se reproduce
cíclicamente en las mujeres: las mujeres en cuanto madres, producen hijas con capacidad
y deseos de ejercer de madres. (p. 55)
Tanto esa capacidad como esa necesidad, forman parte y se desarrollan en la
relación misma madre-hija. En un sentido inverso: las mujeres en cuanto tales (madres) y
los hombres en cuanto tales (no madres), producen hijos cuyas capacidades y
necesidades maternales han sido sistemáticamente recortadas y reprimidas. (pp. 55-56)
Esto prepara a los hombres para un rol ulterior menos afectivo en las familias y para
una participación más protagónica en el mundo extrafamiliar del trabajo y la vida pública.
(p. 56)
La división sexual y familiar del trabajo por la cual son las mujeres quienes ejercen la
maternidad y se comprometen mucho más en relaciones interpersonales y afectivas,
produce en hijas e hijos una separación de las habilidades psicológicas llevándolos a
reproducir dicha división sexual. (p. 56)

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