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LA ANTIJURIDICIDAD
2. Antijuridicidad material
2 Con este concepto formal todavía no sabemos las razones materiales por las que una con-
ducta es declarada contraria a Derecho; de ello se ocupa el concepto de antijuridicidad
material. Pero tal concepto no es sólo una explicación del fundamento de la prohibición,
sino sobre todo una exigencia de que haya un contenido material de antijuridicidad en toda
conducta delictiva y por tanto es un límite al ius puniendi. Desde von Liszt se suele conside-
rar que el fundamento material de la antijuridicidad es la dañosidad o nocividad social de la
acción, lo que a su vez sólo sucede si ésta afecta, o sea, lesiona o pone en peligro algún bien
concepción puramente objetivista de la antijuridicidad, que olvida que ésta no puede existir
si no hay ningún desvalor de la acción, p. ej. si hay caso fortuito o riesgo permitido; por ello
habrá que precisar que la lesión o puesta en peligro sean “reprobables”. Además, tampoco
habrá antijuridicidad si por razones materiales de ponderación de intereses concurren cau-
del resultado por las que el bien jurídico deja de estar concretamente
protegido. Y por último, ambas cosas implican que la conducta ataca al propio Derecho y
no sólo al bien jurídico (perspectiva supraindividual, que ya se denota con el adjetivo “re-
Lecciones de Derecho Penal. Parte General Cap. 13
probables”, pero que queda más clara si se menciona expresamente el ataque al Derecho, al
orden jurídico).
Por tanto, antijuridicidad (penal) material 4
reprobable (y grave) de un bien jurídico protegido en concreto y del propio Derecho”1.
a) De lege ferenda
Si un tipo penal no contiene en absoluto o mínimamente lesión o peligro reprobables de 6
bienes jurídicos y del Derecho, se debe exigir la supresión de tal tipo.
En efecto, la exigencia de lesión o puesta en peligro de algún bien jurídico concreto para la antijuridicidad 7
material se opone a los denominados “delitos formales” o de pura desobediencia (pese a que a veces existen
b) De lege lata
1) Atipicidad
Si en un tipo penal normal (con antijuridicidad penal material), una conducta concreta que 8
aparentemente encaja en el mismo no presenta ab initio, de entrada antijuridicidad penal
material porque no afecta a ningún bien jurídico, o no afecta mínimamente al Derecho,
carece de relevancia jurídica (p.ej. por ser conducta socialmente adecuada), se debe apreciar
atipicidad. El tipo (positivo) es indicio de antijuridicidad; si de entrada no hay ese indicio,
atipicidad.
Esta atipicidad la aprecia el juez, o mediante una interpretación teleológica restrictiva del tipo, o bien me- 9
diante la aplicación de una causa de exclusión de la tipicidad (v. infra
basan en una interpretación teleológica restrictiva del tipo.
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por otras razones: Aunque sí hay de entrada afectación del bien jurídico, relevancia jurídica e indicio de
injusto, en el caso concreto por haber una colisión de intereses, la ponderación de intereses hace que resulte
1
Frente a esto un sector que encabeza Jakobs (cfr. su manual desde 1983), pone en primer plano el ataque,
la oposición a la vigencia segura o carácter vinculante de la norma que exige respetar bienes jurídicos, la
decepción o defraudación de las expectativas normativas imprescindibles para el funcionamiento de la vida
social; hasta el punto de que considera como “bien jurídicopenal” la propia vigencia de la norma y la garan-
a su defraudación.
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Cap. 13 Diego-M. Luzón Peña
no desvalorada y por ello se autorice la conducta (en principio) típica si está requerida para salvaguardar
intereses jurídicos preponderantes o al menos equivalentes.
12 Por eso, frente a la tesis roxiniana de que políticocriminalmente la antijuridicidad es el sector donde se
general y especial, hay que aclarar: primero, que el concepto de antijuridicidad no se debe limitar sólo,
-
de la antijuridicidad (por la lesión o peligro reprobables de bienes jurídicos importantes) con su exclusión.
Y en segundo lugar, que las necesidades e intereses de prevención general y especial operan ya, desde la
perspectiva de lo que se quiere o no prohibir y evitar a efectos preventivo-generales y especiales, dentro de
la antijuridicidad y su exclusión.
a esto, una posición crítica y reformista, que arranca de von Liszt y que hoy es mayoritaria,
sostiene que el bien jurídico es preexistente e independiente de su reconocimiento por el
Derecho positivo y consiste en un concreto interés, valor o realidad valiosa, de una persona
o de la sociedad, importante para la existencia y desenvolvimiento de éstas y que por ello
merece protección jurídica. Esta perspectiva permite limitar el ius puniendi, exigiendo que
sólo se creen tipos penales cuando se vean afectados concretos bienes jurídicos personales
o sociales, y no simplemente cuando una conducta sea inmoral o desviada respecto de las
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Lecciones de Derecho Penal. Parte General Cap. 13
pautas sociales mayoritarias, y criticar y pedir la reforma del Derecho positivo cuando la
ley haya creado tipos que realmente no protegen ningún bien jurídico concreto. También
permite interpretar restrictivamente algunos tipos penales en aquellos casos en que una in-
terpretación amplia, que admitiría su tenor literal, incluiría no sólo conductas que afectan a
un bien jurídico, sino también conductas que no afectan al mismo; en ese caso procede la
exclusión de estas últimas del ámbito de la tipicidad. Y por último, esta perspectiva puede
que merecerían protección jurídica o incluso protección jurídicopenal y sin embargo carecen
de ella, para en ese caso reclamar que efectivamente se les otorgue tal reconocimiento y pro-
tección jurídicos o incluso jurídicopenales. Todo ello no obsta a reconocer que en múltiples
tipos penales, quizás en la mayoría, efectivamente la ley ha procedido a dar protección a
auténticos bienes jurídicos merecedores de la misma.
En cualquier caso, se escoge el término bien jurídico para indicar que se designa algo más 15
amplio que el concepto de “derecho” o “derecho subjetivo”: hay bienes jurídicos que coinci-
den con derechos reconocidos por otras ramas jurídicas o incluso constitucionalmente tute-
lados, como el derecho a la vida, a la salud, a la libertad, al honor, la intimidad o el derecho
de propiedad, pero también pueden ser bienes jurídicos intereses o relaciones, individuales o
sociales que no tengan la conceptuación estricta de derechos. Fuera de esto, no hay unanimi-
A mi juicio, quizás se pueda formular un concepto amplio y general —no escorado unila-
teralmente a una sola perspectiva— de los bienes jurídicos como condiciones necesarias2 16
para el desarrollo de la vida del individuo y de la sociedad -
rrollo de la vida de la persona, tanto como individuo en su esfera más íntima, cuanto como
en sus relaciones con la sociedad). Tales condiciones pueden consistir en objetos, materiales
o inmateriales, relaciones, intereses o derechos, que en cualquier caso han de ser social-
mente valiosos y por ello dignos de protección jurídica. Y por otra parte, tales condiciones
tienen un titular concreto (titular del bien jurídico = sujeto pasivo): o bien la persona (p.ej.
su vida, libertad, intimidad o propiedad), o bien la sociedad o colectividad cuando se trata
de condiciones que afectan al desarrollo de la vida del conjunto de los ciudadanos, pudiendo
tratarse de la sociedad de un país (titular de p. ej. la salud pública, el medio ambiente o la
Derecho de gentes), o bien el Estado como organización política de la sociedad (p. ej. la
seguridad interior o exterior del Estado)3.
2
Ciertamente en una concepción menos exigente, también cabría admitir las condiciones favorecedoras,
útiles (aunque no sean estrictamente necesarias) para el desarrollo de la vida del individuo y de la sociedad.
3
Cuando se trata de bienes jurídicos colectivos, especialmente los de la sociedad o comunidad (no del Es-
tado), sobre todo cuando se van creando en las legislaciones crecientemente en las últimas décadas bienes
jurídicos un tanto indeterminados e imprecisos en su amplitud, lo que Sgubbi llamó intereses difusos, hay
en la doctrina moderna una amplia polémica sobre la admisibilidad o inadmisibilidad e ilegitimidad de los
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sobre todo de la doctrina italiana— denomina también “objeto jurídico del delito”. Así, en
el homicidio el objeto de la acción es el cuerpo humano, más concretamente un órgano vi-
tal del cuerpo, mientras que el bien jurídico es la vida como algo individual y socialmente
valioso; o en delitos patrimoniales como el hurto, el robo o los daños, el objeto de la acción
es una cosa, pero el bien jurídico lo constituyen la propiedad o la posesión como derechos
reales sobre esa cosa.
b) Función sistemática
20 La propia legislación penal —Código Penal y otras leyes penales especiales— sistematiza
la vida, contra la integridad personal, la propiedad, etc. Pero a veces esa sistematización
legal no es del todo correcta o completa, y puede perfeccionarse por la doctrina acudiendo
precisamente al criterio del bien jurídico.
c) Función interpretativa
21 Dentro de la interpretación teleológica y valorativa, el bien jurídico desempeña un impor-
hemos visto, puede excluir de la tipicidad conductas que, aunque aparentemente encajen en
el tenor literal del tipo, realmente no lesionen ni pongan en peligro el correspondiente bien
jurídico.
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CP 1944 o 368 CP 1995 es la salud pública, aunque la donación de droga a otro es en principio una forma
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atípica la donación ocasional y para su consumo de una pequeña cantidad de droga (sobre todo si no es de
las más peligrosas) a un conocido que de todos modos puede adquirirla por otro conducto, argumentando
que tal donación no es peligrosa para la salud pública.
las posiciones sobre la relación tipo/antijuridicidad se dividen entre esa concepción indicia-
ria del tipo, mayoritaria, y las posiciones menos numerosas que sostienen que el tipo supone
ya en todo caso antijuridicidad. La más correcta es la teoría de los elementos negativos del
tipo, según la cual el auténtico tipo de injusto contiene y describe toda la materia prohibida o
antijurídica, la “materia de prohibición”, para lo cual al tipo positivo, indiciario de la antiju-
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por lo que no puede ser antijurídica4: no hay injusto sin desvalor de acción, aunque se cause
un desvalor del resultado.
2º) La norma a la que se opone la conducta antijurídica no es sólo norma de valoración, sino 31
tb. norma de determinación de comportamientos, aunque general, válida frente a todos. Tal
mandato o prohibición sólo se puede infringir desobedeciéndolo directamente con dolo o in-
directamente con imprudencia (desatendiendo la norma de cuidado); por ello el Derecho no
prohíbe ni desvalora causar sin más resultados indeseables, sino que sólo prohíbe y desvalo-
ra causar evitablemente tales resultados mediante acciones humanas dolosas o imprudentes.
3º) El dolo no sólo supone un enfrentamiento más abierto al Derecho que la imprudencia,
sino que generalmente también implica una conducta objetivamente más peligrosa para el 32
bien jurídico que la imprudencia, ya que precisamente quiere o al menos acepta —sin poner
algo de su parte para evitarlo— producir el hecho típico. La imprudencia, como infracción
del deber objetivo (general) de cuidado, supone un incumplimiento, aunque menos abierto,
del Derecho y un peligro indebido y no autorizado (a nadie) para bienes jurídicos.
4º) En la fase de tentativa, inacabada o acabada, sólo el dolo uniéndose a la ejecución y a la
puesta en peligro da lugar a un fuerte desvalor y consiguiente prohibición bajo pena, ya que 33
no se castiga la “tentativa imprudente”; por tanto el dolo es elemento esencial del injusto
típico o antijuridicidad (penal) en la tentativa, por lo que lógicamente seguirá siéndolo en la
fase de consumación.
5º) En los CP que castigan o permiten castigar la tentativa inidónea o imposible el dolo es
esencial para la antijuridicidad, ya que ni siquiera hay puesta en peligro concreto (aunque 34
realmente hay peligrosidad abstracta de la acción y una ejecución parcial que nunca puede
completarse).
6º) En los tipos que sólo se castigan en forma dolosa y no admiten la comisión imprudente
(como sucede mayoritariamente en el CP español de 1995), no es que falte la culpabilidad 35
individual en un hecho típicamente antijurídico, sino que el Derecho penal no considera la
penalmente frente a nadie: no hay antijuridicidad penal ni tipo de injusto en la forma impru-
dente, sino sólo en la dolosa.
4
Argumento planteado ya por Engisch, 1930.
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Por otra parte, tampoco se puede aceptar que, de los elementos objetivos, la producción del
resultado desvalorado no forme parte de la antijuridicidad (v. infra 13/51-53).
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para la antijuridicidad. Y, aunque no sea compartible, una posición reciente considera que el
tipo de injusto, es decir el auténtico tipo que describe los elementos fundamentadores de la
antijuridicidad, se agota en el desvalor de la acción, mientras que el desvalor del resultado
—desde luego en los delitos imprudentes, pero para algunos también en los dolosos— sólo
pertenece a la punibilidad, como condición objetiva de punibilidad, y con ello al tipo legal
de delito en sentido amplio, pero no al tipo de injusto en sentido estricto.
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concreto para el bien jurídico, lo que explica la menor pena de la tentativa, o la pena generalmente inferior
injusto y operar como criterio genérico de medición de la pena conforme a la “mayor o menor gravedad del
hecho” del art. 66,1.ª CP.
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injusto o del tipo, condicionantes del tipo en sí o de tipos —autónomos o simples subtipos—
agravados o privilegiados. Por último, fuera del tipo, diversas circunstancias anímicas, mó-
viles o intenciones pueden operar como agravantes, como la premeditación (en el CP 1944,
no en el CP 1995) o los móviles de precio, recompensa o promesa, o atenuantes, como los
móviles éticos o altruistas (recogidos expresamente entre las atenuantes del art. 9 del CP
anterior hasta la reforma de 1983, que suprimió su mención, pero que ahora pueden encajar
en la atenuante analógica), por suponer respectivamente un aumento o una disminución del
desvalor subjetivo de la acción como componente del injusto.
muchos tipos en que, aun con el mismo desvalor del resultado, es decisivo el desvalor objeti-
vo de la acción por la forma o circunstancias de la ejecución (que suponen una determinada
peligrosidad, o facilidad de comisión, etc.).
Así la forma o circunstancias de la ejecución pueden ser decisivas: o para que la conducta sea típica, co-
mo en el apoderamiento de cosas del deudor para hacerse pago, que según el art. 455 sólo es realización
arbitraria del propio derecho si hay violencia, intimidación o fuerza en las cosas5; o para que haya tipos
autónomos más graves, como el asesinato por alevosía (o formas especiales de la misma como el veneno
45
lesiones agravadas del art. 148,1º y 2º por el uso de armas o instrumentos peligrosos o de ensañamiento
-
235.4 o 241.1). En sentido contrario, el menor desvalor del modo de ejecución, aun con el mismo resultado,
puede dar lugar a tipos menos graves: p. ej. la falta de coacciones leves del art. 620,2º si no hay la violencia
requerida para el delito del 172 CP. Por último, fuera del tipo el mayor desvalor objetivo de la acción por el
modo peligroso, abusivo, etc. del modo de ejecución puede dar lugar a diversas agravantes, como alevosía,
5
O en el CP 1944, tb. en el abandono de familia respecto del cónyuge (sin llegar a la falta de asistencia in-
dispensable para el sustento), que sólo era punible si se debía a abandono malicioso de hogar o a conducta
desordenada (art. 487, a diferencia del abandono de deberes frente a hijos o pupilos, que aun sin esas cir-
cunstancias era una falta del 584, 1º y 2º).
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vuelve a ser fundamental en el CP español el desvalor de la acción, ya que el hecho es delito o falta según
que haya imprudencia grave o temeraria o sólo simple o leve.
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cuando la infracción de la norma es la misma, por lo que la pena debería ser igual, o que,
pese a que ya hay plena infracción de la norma con la sola conducta peligrosa imprudente,
sólo se castigue si hay consumación (salvo en los delitos de peligro). Esta posición se basa
en que el Derecho no puede prohibir resultados ni que se causen resultados, que es algo sólo
constatable ex post y que depende del azar, sino que las prohibiciones (normas de determina-
una versión menos subjetivista— sólo se prohíben las acciones peligrosas (dolosas o impru-
dentes), es decir, que ex ante pueden causar resultados, y precisamente por su peligrosidad.
52 Estas posiciones desconocen o no conceden la debida importancia al aspecto de norma de
valoración que también tiene la norma infringida, y desde esa perspectiva está claro que el
pleno desvalor, que precisamente la norma intenta evitar que se produzca, sólo se da con el
desvalor del resultado. Pero incluso partiendo de la perspectiva de la norma de determina-
ción no se puede excluir de la antijuridicidad el desvalor del resultado.
53 Es verdad que si no hay ex ante ningún desvalor de acción porque la producción del resultado era objetiva-
mente (para cualquiera, para el hombre medio diligente) imprevisible o inevitable, o sea, si falta el dolo y la
invencible, no puede haber conducta antijurídica sino conforme a Derecho, pues no está desvalorada ni
infringe prohibición alguna, aunque ex post se produzca un desvalor del resultado. Ahora bien, es cierto
que el Derecho no puede prohibir —ni prevenir— que se causen resultados objetivamente imprevisibles
o inevitables, pero no es cierto que sólo prohíba acciones que intenten o que puedan causar resultados y
que no prohíbe causar resultados. Las normas jurídicas prohíben primariamente causar evitablemente re-
sultados mediante acciones humanas dolosas o imprudentes (esquemáticamente: se dice “prohibido matar”
y no “prohibido intentar o poder matar”), y ya secundariamente se plantean también prohibir la tentativa
o los delitos de peligro. Además, la producción o no del resultado no es obra del azar, puesto que no se
responde de cualquier resultado causado, sino sólo si hay imputación objetiva del mismo a la acción, o sea,
sólo de aquel resultado que jurídicamente sea precisamente “obra de la acción” y no del azar. Por último,
dado que la producción del resultado desvalorado (de lesión o de peligro para bienes jurídicos) es lo que
pretende evitar la norma, el desvalor de la acción —dolo o imprudencia— no está desconectado, sino que
ha de referirse precisamente al desvalor del resultado, lo que contradice la concepción del resultado como
condición objetiva de punibilidad.
2. Norma de determinación
La verdad es que en la doctrina penal nadie niega que las normas punitivas sean normas de
determinación (imperativas), sino sólo si operan de ese modo ya en el elemento del delito
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la pena pretende determinar, motivar a los ciudadanos para que se abstengan de cometer delitos. La crítica 56
fundamental contra esta concepción es que con ella no se puede explicar la antijuridicidad de las conductas
de los inimputables y en general los inculpables y se hace imposible la distinción entre antijuridicidad y cul-
pabilidad, ya que el imperativo sólo se dirige y vincula a la voluntad de quienes son capaces de conocerlo,
comprenderlo y seguirlo, pero no lo pueden infringir quienes, como los menores, los enajenados o los que
sufren un error de prohibición invencible, no están en condiciones de ello por no ser accesibles al mismo6.
Pero esta concepción es equivocada, y el error radica en concebir la norma penal como norma subjetiva de
determinación. Pues los imperativos y prohibiciones conminados penalmente, que son el medio por el que
las normas penales tratan de encauzar las conductas humanas para que respeten los bienes jurídicamente
valorados, van dirigidos a la totalidad, a la generalidad de los ciudadanos, sin distinguir entre culpables y no
culpables7, no sólo para dejar clara cuál es la conducta prohibida de modo general, sino también entre otras
cosas porque en ocasiones y en cierta medida también los inimputables se dejan determinar o motivar por
la norma penal. Pero en cualquier caso, aunque los no culpables sean sólo muy anormalmente accesibles o
que no obren de modo contrario a la misma; tales comportamientos están prohibidos para todos. Por tanto,
la norma a la que se opone el acto antijurídico es (también) norma —objetiva, general— de determina-
ción; y con tal concepto sigue siendo perfectamente posible mantener la distinción entre antijuridicidad y
culpabilidad, esencial en la moderna teoría del delito.
3. Norma de valoración
Sin embargo, como ya hemos visto (supra 1/43) la norma penal es tanto norma de deter-
minación como norma de valoración, pues aquélla —el imperativo— se basa en ésta, en
valoraciones positivas y negativas, en aprobaciones y desaprobaciones.
Es norma de valoración en un doble aspecto: primero, en cuanto que valora un determinado bien como
digno de protección jurídica y, en segundo lugar, en cuanto que desvalora en consecuencia la conducta que 57
en determinadas circunstancias ataca tal bien jurídicamente protegido y por ello también el orden jurídico;
y se desvalora no sólo la producción de una situación jurídicamente indeseable (desvalor del resultado o,
en su caso —delitos de mera conducta—, desvalor del hecho), sino también el modo de comportarse y la 58
existencia o no de conocimiento y voluntad en esa producción de la situación indeseable (desvalor —obje-
tivo y subjetivo— de la acción). Aunque sea esencial para la efectividad y carácter vinculante de la norma
6
Y en efecto, antiguamente se defendió la “concepción subjetiva de la antijuridicidad” (que parte de A.
Merkel a mediados del s. XIX), según la cual se concebía la norma penal como imperativo, entendiendo que
los imperativos jurídicos sólo se dirigen a los imputables, que serían los únicos que los pueden infringir, de
modo que los inculpables no podrían actuar antijurídicamente; y actualmente un sector minoritario sustenta
una concepción similar, sobre todo en los delitos imprudentes defendiendo la infracción del “deber subjeti-
vo de cuidado”.
7
Así Bockelmann considera que en la antijuridicidad la norma penal es también norma de determinación e
“imperativo generalizador”.
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penal la fuerza del imperativo, como éste no suele ser pura arbitrariedad, obedece normalmente a previas
prius lógico” (Mezger): prohibir una conducta presupone
lógicamente desvalorarla, desaprobarla (por las razones indicadas), y, en los delitos omisivos, ordenar una
conducta, determinar positivamente a actuar, implica que se valora esa actuación como algo positivo.
-
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nal puede operar con criterios propios y más exigentes para la antijuridicidad penal (y eso
hace tb. que ésta se rija por el principio de responsabilidad subjetiva y que según algunos,
en cambio, en otros campos del Derecho pueda haber antijuridicidad por pura responsabi-
lidad objetiva). Pero en el ámbito de la exclusión de la antijuridicidad, lógicamente lo que
es conforme a Derecho de modo general tampoco es antijurídico a efectos penales, no sólo
por la exigencia de unidad y coherencia del ordenamiento jurídico, sino para no contradecir
frontalmente el carácter de ultima ratio
en otra terminología, causas de exclusión del injusto penal, que conforme a criterios especí-
conducta sigue siendo antijurídica en algún otro sector jurídico, como el civil, administrati-
vo, constitucional, laboral, etc.
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La concurrencia de , cuando concurren los requisitos bá-
sicos pero faltan los inesenciales, produce una notable disminución del injusto (o del ilícito),
concretamente una disminución del desvalor del resultado o del desvalor de la acción según
68 CP (al igual que en las causas de inculpabilidad incompletas) con una rebaja a la pena 64
inferior en uno o dos grados.
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