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CANCIÓN

Un potro nacía bajo las hojas de bronce. Un hombre puso bayas amargas en nuestras
manos. Extranjero. Que pasaba. Y he aquí que llegan rumores de otras provincias; a mi
gusto... «Yo te saludo, hija mía, bajo el mayor de los árboles del año.»

Pues el sol entra en León, y el extranjero puso el dedo en la boca de los muertos.
Extranjera. Que reía. Y nos habla de una hierba. ¡Ah, cuántos vientos en las
provincias! ¡Cuánta facilidad en nuestras rutas, que me deleita la trompeta y la ágil
pluma en el escándalo del ala! «Alma mía, niña grande, tenías maneras que no eran
nuestras.»

Un potro nació bajo las hojas de bronce. Un hombre puso bayas amargas en
nuestras manos. Extranjero. Que pasaba. Y he aquí gran ruido en un árbol de
bronce. ¡Betún y rosas, don del canto! ¡Truenos y flautas en las alcobas! ¡Ah,
cuánta facilidad en nuestras rutas! ¡Ah, qué de historias en un año! ¡Y el
extranjero, a sus anchas por los caminos de la tierra!...

Estableciéndome con honor, durante tres grandes estaciones, yo auguro la bondad del
suelo donde he fundado mi ley.

Las armas y el mar son bellas de mañana. La tierra sin almendras, entregada a
nuestros caballos, nos ofrece este cielo incorruptible. Y al sol no se le nombra pero su
fuerza reina entre nosotros y el mar en la mañana, como una presunción del espíritu.

¡Potencia, tú cantabas en nuestras rutas nocturnas!... En la imagen pura de la mañana,


¿qué sabemos del sueño, nuestro primogénito? ¡Por otro año entre vosotros! ¡Dueño
del grano, dueño de la sal, y la cosa pública sobre justas balanzas.
No llamaré a la gente de la otra orilla. No trazaré los grandes distritos de la ciudad
sobre las laderas, con polvos de coral. Pero intento vivir entre vosotros.

¡Ante el umbral de las tiendas toda


gloria! Mi fuerza entre vosotros, y la idea pura,
como una sal, da audiencia a la luz del día.
*

...Ahora bien, yo frecuentaba la ciudad de vuestros sueños, y en los desiertos mercados


establecía ese comercio puro de mi alma invisible y frecuente entre vosotros, como un
fuego de espinas en el viento.

¡Potencia, tú cantabas en nuestras rutas espléndidas!... «En el deleite de la sal, todas


son lanzas del espíritu... ¡Avivaré con sal las bocas muertas del deseo!

El que para saciar la sed no ha bebido el agua de las arenas en un casco,


le ofrezco poco crédito en el comercio del alma...» (Y al sol no se le nombra, mas su
potencia está entre nosotros.)

Hombres, gentes polvorientas y de toda condición; gente de negocios y holganza,


gente de las fronteras y de más allá de ellas; oh, gentes intrascendentes en la
memoria de estos sitios, gente de valles y mesetas y de las más altas pendientes del
mundo que termina en nuestras riberas; husmeadores de signos, de semillas,
confesores de vientos del Oeste; seguidores de pistas, de estaciones; levantadores de
campamentos en el vientecillo del alba; oh buscadores de agua en la corteza del
mundo, oh buscadores, oh encontradores de motivos para irse a otros lugares,
no traficáis con sal más pura cuando, por la mañana, en un presagio de reinos y
aguas muertas
suspendidas sobre las humaredas del
mundo, los tambores del exilio despiertan en las
fronteras
la eternidad que bosteza sobre las arenas.

...Con traje puro entre vosotros. Por otro


año entre vosotros. «Mi gloria está en los mares,
mi fuerza entre vosotros!

Se da a nuestro destino este viento de otras playas, y el esplendor de un siglo


altivo en el fiel de la balanza, llevando a otros lugares semillas del tiempo...»
¡Matemática suspendida en los bancos de sal!

¡En el punto sensible de mi frente, donde el poema se establece, inscribo este canto de
todo un pueblo, el más ebrio de todos, en los talleres donde se construyen carenas in-
mortales!
II

En los países frecuentados hay los silencios más hondos, en los países
frecuentados por los grillos a mediodía.

Yo marcho, vosotros marcháis en un país


de altas laderas cubiertas de melisa, donde se pone
a secar la ropa de los Grandes.

Saltamos sobre el traje de la Reina, todo de


encaje, con dos cintas oscuras. (¡Ah,
qué bien sabe manchar el
traje en el lugar de las axilas el ácido cuerpo de mujer!)

Saltamos sobre el traje de su Hija, todo de encaje, con dos cintas de color vivo.
(¡Ah, la lengua del lagarto, qué bien sabe atrapar las hormigas en el lugar de las
axilas!)
Y quizá aún no haya terminado el día, cuando ya el hombre arda en deseos
por la mujer y por su hija.

¡Sabia risa de los muertos, que nos pelen


esos frutos! ¿Y cómo, acaso no hay más gracia en el mundo
bajo la rosa silvestre?

De ese lado del mundo, sobre las aguas, llega


un inmenso mal violeta. Se alza el viento. Viento del mar
¡Y la ropa vuela,
como un sacerdote hecho pedazos!...

III

A la cosecha de cebada va el hombre. No sé qué poderoso habló sobre mi techo. Y he


aquí que esos Reyes se han sentado a mi puerta. Y el Embajador come en la mesa de
los Reyes (¡Que se les alimente con mi grano!) El verificador de pesas y medidas
desciende por los ríos enfáticos con toda clase de insectos y briznas de paja en la
barba.

¡Vamos, Sol, nos has dejado perplejos! ¡Tales mentiras nos has dicho!...
Provocador de pleitos, de discordias, nutrido de insultos y de escándalos, ¡oh
Contradecidor! ¡Haz estallar la almendra de mi ojo! Mi corazón pía de gozo bajo
la magnificencia de la cal; el pájaro canta: «¡Oh, ancianidad...!»; los ríos en sus
lechos, como gritos de mujeres, y este mundo es más bello que una piel de carnero
teñida de rojo.

¡Ah, más amplia es la historia de estas ramas sobre nuestros muros, y el agua más pura
que en sueños; gracias, gracias le sean dadas por no ser sólo un sueño! ¡Mi alma está
llena de engaño, como el mar ágil y fuerte, bajo la vocación de la elocuencia! El olor
penetrante me circunda. Y la duda se alza sobre la realidad de las cosas. ¡ Pero si un
hombre gusta de su propia tristeza, que se le exponga en el día, y mi consejo es que se
le mate, porque si no habrá una rebelión)

Mejor, decidle: te advertimos, ¡retórico!, que nuestras ganancias son incalculables.


¡Los mares engañosos de los Estrechos no han conocido jueces más austeros! Y el
hombre entusiasmado por el vino, de corazón bravío y zumbante como un pastel de
moscas negras, se pone a decir estas cosas: «...Rosas, delicia de púrpura, la tierra
vasta a mis deseos, y
¿quién le pondrá límites esta noche?... La violencia está en el corazón del sabio; y
¿quién le pondrá límites esta noche?... Y tal, hijo de cual, hombre pobre, alcanza
a dominar los signos y los sueños.

«Trazad las rutas por donde parta la gente de todas las razas, mostrando ese color
amarillo del talón: los príncipes, los ministros, los capitanes de voz amigdalina; los
que han hecho grandes cosas y los que ven en sueños esto o aquéllo... El sacerdote
ha presentado sus leyes contra el deseo de las mujeres por las bestias. El gramático
elige el sitio para sus discusiones al aire libre. El sastre cuelga de un añoso árbol
un traje nuevo de bello terciopelo. Y el hombre enfermo de gonorrea lava su ropa
en el agua pura. Se arroja al fuego la silla del enclenque y el olor llega hasta el
remero que está en su banco, y le resulta deleitable».

A la cosecha de la cebada marcha el hombre. El olor penetrante me envuelve, y el agua


más pura que en Jabal hace un ruido de otras épocas... En el día más largo del año
calvo, alquilando la tierra con herbaje, no sé qué poderoso ha seguido mis pasos. Y he
aquí que los muertos, bajo la arena,

el orín y la sal de la tierra, son tratados como el zurrón del grano dado a los pájaros.
Y mi alma, mi alma vela ruidosamente ante las puertas de la muerte. Pero decid al
Príncipe que calle: tendido en el extremo de la lanza, en medio de nosotros, este
cráneo de caballo!

IV

Así marchan las cosas y tengo a bien decirlo. Fundación de la ciudad. Piedra y
bronce. Los fuegos de espinos en el alma desnudaban esas enormes
piedras verdes y aceitosas como pavimentos de templos, de letrinas;
y el navegante en el mar, atraído por nuestras humaredas, vio que la tierra había
cambiado de imagen, aun en las alturas (grandes quemazones de hierba, vistas de
mar adentro, y esos trabajos de captación de aguas vivas en la montaña).

Así fue fundada la ciudad, y puesta a la mañana bajo las labiales de un nombre
puro. ¡Los campamentos se pierden de las colinas! Y nosotros, que estamos
allá, en las galerías de madera, la cabeza descubierta y los pies desnudos en el
frescor del mundo,
¿de qué tenemos que reírnos, pero de qué tenemos que reírnos, en nuestro sitio,
por el desembarco de mujeres y mulas?

¿Y qué decir desde el alba de toda esa gente que viene a velas desplegadas?
¡Llegada de harinas!... Y los navíos, más altos que Ilion bajo el pavo real
blanco del cielo, habiendo franqueado la barra, se detienen
en ese punto muerto donde flota un asno muerto. (Se trata de juzgar a ese río
pálido, sin destino, de color de saltamonte aplastado en su savia.)

¡En el fresco estrépito de la otra orilla, los herreros son maestros de sus fuegos! Los
chasquidos del látigo descargan en las nuevas calles, carradas de males en potencia.
¡Oh, mulas, nuestra tiniebla bajo el sable de cobre! Cuatro cabezas reacias al nudo del
puño, forman un vivo corimbo en el azul. Los fundadores de asilos se detienen bajo un
árbol y comienzan a pensar en la elección de los terrenos. Me enseñan el sentido y
objeto de las construcciones: frente ornado, frente liso; galerías de laterita, vestíbulo
de piedra negra y piscina de clara sombra para las bibliotecas; construcciones muy
frescas para los productos farmacéuticos. Y luego llegan los banque-

ros que silban en sus llaves. Y ya por las calles un hombre cantaba solo; y de esos
que peinan en su frente la cifra de sus dioses. (¡Eterno crepitar de insectos en ese
barrio de detritos!)

...Y no es este el lugar para contaros nuestra alianza con la gente de la otra orilla;
agua ofrecida en odres; préstamo de caballos para los trabajos del puerto y los
príncipes pagados en moneda de peces. (Una niña, triste como la muerte de los monos,
hermana mayor de gran hermosura, nos ofrecía una codorniz en un zapato de satín
rosa.)

...¡Soledad! Huevo azul que pone un gran pájaro marino, y las bayas en la mañana,
henchidas de limones de oro...! ¡Fue ayer! ¡El pájaro voló!

Mañana las fiestas, los gritos, las avenidas plantadas de árboles de vaina y los
encargados de la limpieza de las calles, arrastrando a la aurora grandes pedazos
de palmas muertas, restos de alas gigantes... Mañana las fiestas, la elección de
magistrados del puerto, los ejercicios de vocalización en los suburbios, y bajo la
tibia incubación de la tormenta,
la ciudad amarilla con un casco de sombra, con sus calzones de muchachas en
las ventanas.

...En la tercera luna, los que velaban en las crestas de las colinas levantaron
sus tiendas.

Se quemó un cuerpo de mujer en las arenas. Y un hombre avanzó hacia la entrada


del desierto —profesión de su padre: mercader de frascos.

V
Para mi alma, mezclada a problemas lejanos, cien fuegos de ciudades avivados por el
ladrar de perros...

¡Soledad! Nuestros partidarios extravagantes elogiaban nuestras costumbres, mas


nuestros pensamientos acampaban ya entre otros muros.

«No he dicho a nadie que espere... Os odio a todos, con dulzura... Y ¿qué decir del
canto que sacáis de nosotros?»
Duque de un pueblo de imágenes que hay que conducir a los Mares Muertos. ¿Dónde
encontrar el agua nocturna que lavará nuestros ojos?

¡Soledad!... Compañías de estrellas pasan en


los límites del mundo, anexándose en las cocinas
un astro doméstico.

Los Reyes Confederados del cielo desatan la guerra sobre mi tejado y, dueños de las
alturas, establecen allí su campamento.

¡Que yo sólo vaya con las brisas nocturnas, entre los príncipes panfletarios, en
medio de la lluvia de las Biélides!...

¡Alma unida en silencio al betún de los muertos! ¡Nuestros párpados cosidos con
agujas! ¡Loada sea la espera bajo nuestras pestañas!

¡La noche da su leche, debéis estar alertas! Y que un dedo de miel recorra los
labios del pródigo: «...Fruto de mujer, Oh mujer de Saba...!

Traicionando el alma menos sobria y asaltado por las puras pestilencias nocturnas,
me opondré en pensamiento a la actividad del sueño; iré con las ocas salvajes en el
indefinido olor de la mañana...!
—Ah!..., cuando la estrella anochecía en la barriada de los sirvientes, ¿sabíamos
ya que tantas nuevas lanzas
perseguían en el desierto los silicatos del Verano? «Aurora tú contabas...»
¡Abluciones en las orillas de los mares muertos!

Los que han dormido desnudos en la estación inmensa en masa sobre la tierra —
se levantan en masas y gritan ¡que este mundo está insano!... El anciano par-
padea en la luz amarilla; la mujer despereza, tirándose los dedos;
y el potro pringoso mete el hocico peludo en la mano del niño, que aún no piensa en
pincharle un ojo...

«¡Soledad! No he dicho a nadie que espere...


Iré allá, cuando me plazca —y el extranjero, arropado con sus nuevos
pensamientos, logra aún partidarios mediante el silencio: su ojo está lleno de
saliva,

y no hay sustancia de hombre en él. Y la tierra en sus granos alados, como un


poeta en sus meditaciones, viaja...

VI

Todopoderosos en nuestros dilatados gobiernos militares, con nuestras perfumadas


doncellas vestidas con tejidos de brisas;
colocamos en las alturas nuestras trampas para la felicidad.

Abundancia y bienestar, ¡Felicidad! También, por largo tiempo, nuestros vasos en los
que el hielo podía cantar como Memmon...

Y en el ángulo de las terrazas, en un entrecruzarse de reflejos, grandes platos de


oro llevados por las sirvientas, cegaban el tedio de las arenas en los confines del
mundo.

Vino después un año de vientos del oeste, y en nuestros techos asegurados con piedras
negras, toda una teoría de Telas vivas entregadas a la delicia del viento marino. Los
caballeros a lo largo de los cabos, atacados por águilas luminosas, nutriendo con las
lanzas las catástrofes puras del buen tiempo, publican una crónica ardiente, acerca de
los mares...
¡En verdad, una historia para hombres, canto de fuerza para hombres, como el
vibrar del viento del mar en un árbol de hierro...! ...Leyes promulgadas en otras
riberas, y alianzas logradas por mujeres, en el seno de pueblos disolutos; grandes
países vendidos en almonedas bajo la inflación solar; las altas mesetas pacificadas y
las provincias puestas en venta, en el olor solemne de las rosas...

Aquellos que al nacer no han sentido esa brasa ¿qué hacen entre nosotros?
¿Acaso es posible que tengan algún comercio con los vivos?

«Es asunto vuestro, no mío, el dominar la ausencia...» Para los que estábamos allá,
provocábamos en las fronteras accidentes extraordinarios y llevábamos la acción
hasta el límite de nuestras fuerzas; nuestros goces con vosotros fue un goce
verdadero...

«Conozco esa raza establecida en las laderas... Jinetes sin caballos, de labores
agrícolas.

Acudid a decirles: ¡Un inmenso peligro nos espera… Acciones innumerables e


inconmensurables, voluntades potentes y disipadoras, y el poder del hom-

bre logrado como uva en la vid... Acudid a decirles claramente: nuestros hábitos de
violencia, nuestros caballos sobrios y veloces sobre la semilla de la rebelión, nuestros
cascos rozados por el furor del día... En los países agotados en los que hay que
cambiar las costumbres y organizar tantas familias como redada de pájaros silbadores
nos reconoceréis por nuestro modo de actuar: juntadores de pueblos bajo vastos
cobertizos; lectores de bulas en alta voz, y bajo el imperio de nuestra ley veinte pueblos
que hablan todas las lenguas...

«Y ya conocéis la historia de sus gustos: los capitanes pobres en rutas inmortales; los
notables llegando en grupos a saludarnos; toda la población viril del año con sus
dioses sobre unos palos, y los príncipes destronados en las arenas del norte, con sus
hijas reiterándonos su acatamiento, y el Amo que dice: yo tengo fe en mi suerte...

«O si no les contaréis las cosas de la paz: en los países enfermos de bienestar, olor de
foro y de mujeres núbiles, monedas amarillas, timbre puro, manoseadas bajo las
palmeras, y los pueblos que caminan sobre fuertes especies —dotaciones militares,
gran tráfico de influencias a través de las fronteras, el homenaje de un poderoso vecino
sentado

a la sombra de sus hijas y los mensajes cambiados en laminillas de oro, los tratados de
amistad y límites, los acuerdos entre pueblos para la construcción de diques de riberas
y los tributos recaudados en los países entusiastas! (Construcción de cisternas, de
granjas, edificas para la caballería —los embaldosados de un azul intenso y los
caminos de ladrillo rosa —el amplio despliegue de telas, los dulces de rosas con miel
y el potro nacido en los bagajes del ejército —el amplio despliegue de telas y en el
cristal de nuestros sueños, el mar que oxida las espadas; y una noche, el descenso en
las provincias marítimas, hacia nuestras tierras de ocio y hacia nuestras doncellas
perfumadas que apaciguarán de un soplo esos tejidos...) »

—Así, frecuentemente, nuestros umbrales eran acosados por singular destino, y


sobre los pasos precipitados del día, de este lado del mundo, el más vasto, donde el
poder se exila cada noche, ¡una viudez de laureles!
Pero al anochecer, en las manos de las hijas de nuestras mujeres, un olor de violetas y
arcillas nos visitaba en nuestros proyectos de permanencia y fortuna
y los vientos calmos se alojaban en el fondo de los golfos desérticos.

VII

No habitaremos siempre estas tierras amarillas, nuestra delicia...

El verano, más vasto que el imperio, cuelga en las mesas del espacio varias
graduaciones de climas.

La tierra vasta, en su superficie, hace girar repleta su pálida brasa bajo las cenizas.
Color de azufre, de miel, color de cosas inmortales, toda la tierra con pastizales se
incendia con la paja del invierno anterior —y de la esponja verde de un solo árbol, el
cielo saca su jugo violeta.

¡Lugar de rocas de mica! No hay ni un solo grano puro en las barbas del viento. Y la
luz es como aceite. Desde la hendidura de los párpados, me uno al filo de las cimas;
cede la piedra con manchas extrañas que semejan branquias y de los enjambres de
silencio en las colmenas de luz; y mi corazón se preocupa por una familia de
acridios...
Camellos quietos en la esquila, llenos de cicatrices
malvas, que las colinas avancen bajo los
bienes del cielo agrario —que caminen en silencio
sobre las pálidas incandescencias de las llanuras,
y se arrodillen finalmente en la humareda
de los sueños, allí donde los pueblos se extinguen
entre el polvo muerto de la tierra.

Esas son las grandes líneas calmas que se hunden en el azul de los viñedos
improbables. En más de un sitio la tierra madura el violeta de las tormentas, y
esas humaredas de arena que se elevan en los cauces de los ríos muertos cual
colgajos de siglos en viaje…

En voz más baja para los muertos, en voz más baja en el día. Tanta dulzura del
corazón del hombre ¿es posible que no logre encontrar su

medida?

«...¡Yo te hablo, alma mía, —alma entenebrecida por el olor de un caballo!» Y


algunos grandes pájaros terrestres, navegando en el Oeste son buen remedio de
nuestros pájaros marinos.

Al oriente de un cielo tan pálido como un lugar sagrado sellado con la ropa
de un ciego,

calmas nubes se forman, en las que giran los cánceres del alcanfor y el cuerno...
¡Humaredas que un viento nos disputa...! ¡Toda la tierra espera con su barba de
insectos, la tierra concibe maravillas!
Y a mediodía, cuando el enebro hace estallar

los simientos de las tumbas, el hombre cierra los párpados y refresca su nuca en las
edades. Cabalgata de sueños en vez de polvos muertos. ¡Oh vanas rutas que despeina
un viento que llega hasta nosotros! ¿Dónde encontrar, dónde encontrar los guerreros
que cuidarán los ríos en sus bodas?

Al rumor de las crecientes que invaden la tierra, toda la sal terrestre se estremece
en los sueños.

Y de pronto, ¡Ah!, de pronto, ¡Ah, ¿qué quieren de


nosotros esas voces? ¡Levantad un pueblo de
espejos sobre el osario de los ríos, y que apelen luego ante la sucesión de los siglos...!
¡Erigid monumentos a mi gloria, erigid monumentos al silencio, y como guardianes de
esos sitios, cabalgatas de verde bronce, en las vastas calzadas... (La sombra de un gran
pájaro me pasa por la cara.)

VIII

Leyes sobre la venta de los jumentos. Leyes errantes. También nosotros. (Color de
hombres.) Acompañábamos las altas trombas en viaje, clépsidras en marcha sobre la
tierra, y los chubascos solemnes de sustancia maravillosa, entretejida de polvo e
insectos, perseguían a nuestro pueblo en las arenas, como un impuesto de capitación.
(¡De acuerdo con nuestros corazones fue consumida la ausencia!)

No es que la etapa fuera estéril: al paso de los animales sin acoplamiento (nuestros
caballos puros ante los ojos de los mayores), muchas cosas fueron realizadas en las
tinieblas del espíritu —muchas cosas agradables en las fronteras del espíritu —
grandes historias de seleucidas en el silbido de las Frondas, y la tierra entregada a las
explicaciones...

Otra cosa: esas sombras —las prevaricaciones del cielo contra la tierra... ¿Jinetes
entre tales familias humanas, donde el odio cantaba a veces como un abejaruco,
levantaremos el látigo sobre las castradas palabras de la dicha? —Hombre,
calcula tu peso en trigo.

Un país como este, no es mío. ¿Qué me ha dado el mundo,


además de este ondular de yerbas?

...Hasta el sitio llamado del Árbol Seco:


y el relámpago famélico me asigna estas provincias
del Oeste.

Pero más allá están los mayores ocios,


un gran país de pastizales sin memoria, el año sin vínculos
y sin aniversarios, sazonado de auroras y de
fuegos. (Sacrificio en la mañana de un corazón de
cordero negro.)

Caminos del mundo, alguien os sigue. Autoridad


sobre todos los signos de la tierra.
¡Oh viajero en el viento amarillo, gusto del
alma!... ¡Y dices que la semilla del cocculus indio
posee virtudes embriagadoras! ¡Que la
muelan!

Un gran principio de violencia regía nuestros hábitos.


IX
Después de tanto tiempo de caminar hacia el oeste, ¿qué sabíamos de las cosas
perecederas?... Y súbitamente, a nuestros pies, las primeras humaredas.

—¡Mujeres jóvenes! Y la naturaleza de un país de ellas perfumado.

«....Te anuncio épocas de gran calor y viudas que gritan la desaparición de sus
muertos.

Los que envejecen en la práctica y culto del silencio sentados en las alturas contemplan
las arenas y la exaltación de la luz en las radas foráneas; mas el placer renace en el
flanco de las mujeres, y en nuestros cuerpos de mujer hay como un fermentar de negras
uvas y no hay tregua con nosotras» «...Te anuncio tiempos de gran bonanza y felicidad
de hojas en nuestros sueños.

Los que conocen las fuentes están con nosotros en este exilio; los que conocen las
fuentes quizás nos digan a la noche
qué manos exprimirán la viña de nuestros flancos y llenarán nuestros cuerpos de
saliva?

(Y la mujer se acuesta con el hombre sobre la yerba; se levanta, ordena las líneas
de su cuerpo y el grillo vuela con su ala azul)».

«...Te anuncio épocas de gran calor,


y la noche exprime también su goce del flanco de las
mujeres, entre el ladrar de los perros.

Pero el extranjero vive en su tienda,


honrado con la leche y las frutas. Se le ofrece agua fresca
para lavar su boca, su rostro y su sexo.

A la noche le llevan grandes mujeres estériles

(¡Ah, más nocturnas de día!) Y quizás satisfaga también en mí su goce. (No sé


cuáles sean sus costumbres en el trato con mujeres)».

«...Te anuncio tiempos de gran bonanza y felicidad de manantiales en nuestros


sueños.
Abre mi boca a la luz, como panal de miel entre
las rocas, y si hay alguna falla en mí, que se
me expulse; de lo contrario,
déjame que entre en la tienda, que entre desnuda
junto al cántaro, en la tienda,
y compañera del ángulo de la tumba, me verás
largo tiempo enmudecida bajo el árbol hembra de mis venas... Un lecho de ruegos
en la tienda, la estrella verde en el cántaro, y que yo esté bajo tu fuerza, ninguna
sirvienta en la tienda, salvo el cántaro de agua fresca! (Yo sé salir antes del día sin
despertar la verde estrella, el grillo en el umbral y el ladrido de todos los perros de
la tierra.

Te anuncio épocas de gran bonanza y felicidad de noches en nuestros párpados


perecederos... ¡Pero aún es de día!».

—Y de pie, sobre el filo resplandeciente del día, en el umbral de un gran país


más casto que la muerte,
las muchachas orinaban entreabriendo la tela pintada de sus trajes.

Escoge un gran sombrero de ala ablandada. El ojo retrocede un siglo en las


provincias del alma.
A través de las puertas de tiza viva se ven las cosas de la llanura: cosas llenas de vida,
¡Oh!, cosas excelentes;

sacrificios de potros sobre las tumbas de los


niños, purificación de viudas entre las rosas y
reunión de pájaros verdes en los patios, en homenaje
a los ancianos;
¡muchas cosas sobre la tierra para ver y oír,
cosas que están vivas en nosotros!
celebración de fiestas al aire libre, en el aniversario
de los grandes árboles y ceremonias públicas
en honor de una charca, consagración de
piedras negras, perfectamente esféricas; descubrimiento
de fuentes en lugares muertos, consagración
de telas, al extremo de palos, cerca de
los desfiladeros, y violentas aclamaciones al pie
de las murallas, por la mutilación de adultos en
ofrenda del sol, o por la exhibición de sábanas nupciales!

Y muchas otras cosas que están al alcance


de nuestros ojos: el cuidado de los animales
en las barriadas, el movimiento de la multitud
ante los esquiladores, poceros y castradores;
la especulación en la época de las cosechas y el
secado de los pastos, con la horquilla, sobre los
tejados; la construcción de murallas de tierra cocida
y rosada, los secadores de carne en las terrazas,
las galerías para los sacerdotes, las capitanías;
los patios inmensos del veterinario; el trabajo
en el cuidado de los senderos de montañas
y los tortuosos caminos en los desfiladeros;
la fundación de hospicios en lugares despoblados;
las escrituras a la llegada de las caravanas
y el licenciamiento de las escoltas en el barrio
de los cambistas; las popularidades nacientes
bajo los cobertizos, ante las ollas de fritura;
el protesto de los títulos de crédito; el exterminio
de bestias albinas, de gusanos blancos
bajo la tierra, los fuegos de zarzales y espinas
en los sitios manchados por la muerte; la fabricación
de buen pan de cebada y césamo, de trigo
y las humaredas de los hombres en todas partes...
¡Ahí, hombres de toda condición, con sus usos
y costumbres; comedores de insectos, de frutos
de agua; portadores de emplastos; de riquezas!
el agricultor y el noble en su cabalgadura,
y el que hace las acupunturas y el vendedor de sal;
el que cobra el derecho de peaje, el herrero;
vendedores de azúcar, de canela, de copas de metal blanco
y lámparas de cuernos; el que hace un traje de
cuero, sandalias de madera y botones en forma
de aceitunas; el que transmite a la tierra sus virtudes;
y el hombre sin oficio: hombre del halcón,
hombre de la flauta, hombre de las abejas;
el que goza con el timbre de su propia voz,
el que se dedica a contemplar una piedra verde;
quien enciende, para propio deleite, un fuego de certezas

sobre el techo de su casa, quien hace en el suelo un lecho de hojas aromáticas, quien se
acuesta y reposa, quien piensa en los diseños de cerámica verde para los estanques de
aguas vivas; y el que ha hecho grandes viajes y sueña con partir nuevamente; el que ha
vivido en país de grandes
lluvias; el que juega a los dados, a la taba y al cubilete, o el que ha extendido en el
suelo sus tablas de cálculo; el que tiene ideas personales sobre el uso de una
calabaza, el que arrastra un águila muerta, con una carga de ramas sobre la huella
de sus pasos (y la pluma se regala, no se vende, para guarnecer de plumas a las
flechas) el que recolecta el polen en una vasija de madera (y mi goce, dice, está en
ese color amarillo); el que come buñuelos, gusanos de palmas y frambuesas; el que le
agrada el sabor del estragón; el que sueña con un pimiento, o sino aun el que mastica
una resina fósil, el que acerca un caracol al oído; el que espía el perfume de un genio
en las grietas recientes de la piedra; el que piensa en un cuerpo de mujer, hombre
libidinoso; el que ve su alma en el reflejo de una hoja de espada; el hombre versado
en ciencias, en onomástica, el hombre que tiene influencia en los consejos, el que
nombra las fuentes, el que ofrece sitiales

bajo los árboles y lanas teñidas para los sabios, y en las encrucijadas hace colocar
grandes vasos de bronce para calmar la sed; mejor, el que nada hace; tal hombre y
el que tiene sus hábitos ¡y tantos otros más! Los cazadores de codornices en los
repliegues del terreno; los que recogen en los matorrales los huevos salpicados de
verdes, los que descienden de su caballo para recoger cosas, ágatas, una piedra de
color azul pálido que se talla a la entrada de los barrios
(En forma de estuche, de tabaqueras y broche,
o de bolas
para que los paralíticos las hagan girar entre
los dedos); los que silbando pintan al aire libre
pequeños cofres; el hombre del bastón de marfil,
el hombre de la silla de paja de palma,
el ermitaño adornado con manos de mujer y el guerrero
licenciado que ha clavado su lanza en el umbral
para atar en ella a un mono... ¡Ah! todo género
de hombres, con sus usos y costumbres y de
repente, con su ropaje nocturnal, aparece el Decidor
de Cuentos, que supera todo problema de
preeminencia y se coloca al pie del terebinto...
¡Oh, genealogista del lugar! ¿Cuántas historias de familias y filiaciones hay? — Y que
el
muerto domine al vivo, como está escrito en las tablas del legista, si no he visto
todas las cosas

en su sombra y de acuerdo con el mérito de su época:


los depósitos de libros y anales, el cuarto
del astrólogo y la belleza de un sitio de
sepulturas, de los templos antiquísimos
bajo las palmeras, habitados por una mula y tres gallinas
blancas —y más allá del círculo de mi ojo,
muchas secretas acciones en marcha; campamentos
que se levantan por motivos que ignoro,
la insolencia de los pueblos en las colinas y el cruce
de los ríos mediante odres; los jinetes portadores
de alianzas, la emboscada en los viñedos;
el pillaje en los desfiladeros y las marchas a campo
traviesa para raptar a una mujer; las discusiones
y las conspiraciones; el acoplamiento de animales
en el bosque ante los ojos de los niños y la
convalescencia de los profetas al fondo de los
establos de bueyes, las conversaciones mudas de los
hombres bajo un árbol...

Pero, sobre las acciones de los hombres en la tierra, muchos signos en viaje,
muchas semillas viajando y bajo el pan ácimo del buen tiempo en un gran soplo de
la tierra, toda la pluma de las mieses...!
hasta que llegue la hora del crepúsculo, en que la estrella femenina, cosa
pura, apostada en las alturas del cielo...

Tierra arable del sueño. ¿Quién habla de construir? He visto la tierra distribuida en
vastos espacios y mi pensamiento no está lejos del navegante.

CANCIÓN

Mi caballo detenido bajo el árbol lleno de tórtolas, doy un silbido tan puro que no hay
promesas de riberas que cumplan esos ríos. (Las hojas vivientes en la mañana son
imagen de la gloria.)

Y no es que un hombre no esté triste, si se levanta antes del alba y manteniéndose


prudente en el trato con un árbol antiquísimo, y apoyado el mentón a la última estrella,
ve en el fondo del cielo en ayunas, grandes y puras cosas que se truecan en placer...

Mi caballo detenido bajo el árbol que arrulla, doy un silbido aun más puro... Y paz
para aquéllos que van a morir y no han visto ese día. Pero se han tenido noticias de mi
hermano el poeta. Escribió nuevamente algo muy dulce. Y algunos lo han sabido...

EXILIO

Puertas abiertas sobre las arenas, puertas abiertas sobre el exilio,

Las llaves a las gentes del faro, y el astro sometido al suplicio de la rueda en la
piedra del umbral:

Mi huésped, déjame tu casa de vidrio en las arenas...

El Verano de yeso aguza sus hierros de lanza en nuestras llagas,

Yo elijo un sitio flagrante y nulo como el osario de las estaciones,

Y, sobre todas las arenas de este mundo, el espíritu de dios humeante


abandona su cama de amianto.
Los espasmos del relámpago son para el encantamiento de los príncipes en Táuride.

VIENTOS

Cuando la violencia hubo renovado el lecho de los hombres en la tierra,

Un árbol antiquísimo, de hojas resecas, retomó el hilo de sus máximas...

Y otro árbol de alto rango subía ya grandes Indias subterráneas,

con su hoja magnética y su cargamento de frutos nuevos.

ESCRITO EN LA PUERTA

Tengo una piel color de tabaco rojo o de mulo,

tengo un sombrero de médula de saúco cubierto de tela blanca.

Mi orgullo es que mi hija sea muy bella cuando mande a las negras,

mi alegría, que descubra un brazo muy blanco entre las negras gallinas;

y que no se avergüence de mi mejilla ruda bajo la barba, cuando regreso


enlodado.

*
Y primero le doy mi foete, mi calabaza y mi sombrero.

Sonriente me absuelve de mi faz


chorreante; y lleva a su rostro mis manos grasientas
de haber
experimentado la almendra de cacao, el grano de café.
Y después me ofrece un susurrante pañuelo de cabeza; y mi traje de lana; agua
pura para enjuagar mis dientes de silencioso:

y el agua de mi cubeta está ahí; y oigo el agua de la fuente en la casa del agua.

Un hombre es duro, su hija es dulce.

Que siempre esté presente


a su regreso en el más alto escalón de la casa blanca, y al librar al
caballo de la presión de sus rodillas,
olvidaré la fiebre que tira toda la piel del rostro hacia adentro.

Amo también mis perros, la llamada de mi


caballo más fino,
y ver, al final de la recta alameda, salir mi gato
de la casa en compañía de la mona… todas cosas suficientes para no envidiar
las velas de los veleros
que percibo a la altura del techo
de hierro sobre el mar como un cielo.

CANCIÓN DEL PRESUNTO

Honro a los vivos, tengo rostro entre vosotros.


Y el uno habla a mi derecha entre el rumor de
su alma
y el otro remonta los caminos, el caballero se apoya en su lanza para
beber. (Sacad a la sombra, en su umbral, la silla pintada del anciano.)
*
Honro a los vivos, tengo gracia entre vosotros. Decid a las mujeres que
nutran, que nutran sobre la tierra ese delgado hilo de humo...
Y el hombre marcha en sueños y se encamina
hacia el mar
y el humo se levanta en el extremo de los promontorios.
*
Honro a los vivos, prisa tengo entre vosotros. Perros, ¡zus!, mis perros, os
silbamos... Y la casa cargada de honores y el año
amarillo entre las hojas son poca cosa al corazón del hombre si en ello
sueña:
todos los caminos del mundo nos comen en la mano.

ELOGIOS

...Oh, ¡tengo razón para elogiar!

Mi frente bajo manos amarillas,


mi frente, ¿recuerdas los nocturnos sudores,
la medianoche vana de fiebre y sabor de cisterna
y las flores del alba azul danzando sobre los grillos de la
mañana
y la hora mediodía más sonora que un mosquito, y las
flechas lanzadas por el mar de colores...?

Oh, tengo razón. ¡Tengo razón para elogiar!

Había en el muelle altos navíos musicales. Había promontorios de campeche; frutos de


bosques que estallaban. Pero ¿qué
han hecho de los altos navíos musicales que
había en el muelle?

¡Palmeras! Entonces
un mar más crédulo y frecuentado de invisibles partidas,
escalonado como un cielo bajo vergeles,
se atragantaba de frutos de oro, de peces violetas
y de pájaros. Entonces, perfumes más afables,
penetrando las cimas más fastuosas,
expandían ese soplo de otra edad,
y por el solo artificio del canelero del jardín de mi
padre —Oh ficciones!
glorioso de escamas y armaduras un mundo turbio
deliraba.

(...Oh tengo razón para elogiar! Oh generosa fábula,


Oh mesa
de abundancia!)

XVIII

Ahora dejadme ir solo.

Saldré, pues tengo mi tarea: un insecto me espera para negociar. Me regocijo


con su ojo grueso, de facetas: anguloso, imprevisto, como el fruto del ciprés.

O bien tengo una alianza con las piedras de azules vetas: dejadme así, vosotros,
sentado, en la amistad de mis rodillas.

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