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De Roberto Esposito en esta biblioteca ‘Bios. Biopolitica y filosofia Communitas, Origen y destino de la comunidad Immunitas. Proteccién y negacién de Ie vida Tercera persona Politica de la vida y filosofia de lo impersonal Roberto Esposito Amorrortu editores Buenos Aires - Madrid vida, 0 esa vida-lengua, era algo que compartian to- dos y cada uno de aquellos que, preseindiendo de sus distintas proveniencias, la hablaban y sélo asf sobre~ vivian, En su absoluta impersonalidad, ella era vida- con, la tinica convivencia posible, mientras duraba. Pero también vida-contra aquello que desde todos la- dos la asediaba intentando convertirla literalmente ‘en humor resistencia a la muerte, cuando no s6lo la vi- da humana, sino también la vida animal, habia cedi- do ya a su presién, 2, Persona, hombre, cosa 41, No hubo que esperar siquiera el final de la gue- ra para que se difundiera la percepeién de un nexo muy estrecho entre la absoluta heterogeneidad del nazismo y su uso mortéfero de la categoria de constitutiva dela categoria de pessone waeue en la calificacién «animal de la otra parte desi repre la cual la persona ejeree su dominio: «si und Se ao Toncepeién politica depende, antes que nada, dela a cveraci6n de la persona humana —argument2 ‘Maritain—, al mismo tiempo debe tener en cuenta Gque-esa persona esa de un animal dotade de razén,¥ ques inmensa la parte de animalidad en ef propor- ae os Hlay que atender al vineulo constitutive de cittbos térininos de la relacién: uno es necesario pare air jentificacién por contraste del otro. El hombre persona justamente porque mantiene Biene dominio repre su naturaleza animal, y a condicién de que lo sona. ‘No puede pasar inadvertida, a esta altura, cierta conenion oon aquelia oposicién entre dos vidas, Ht elacional y la otra vegetativa, que Bichat establecié wea los origenes de esa urdimbre biopolitia que PENS so deconstruyé y luego anulé la idea de persona Salvo que en aquel caso —y cada ver més, fo 1580 dela gee ya tanatopolitica que hemos reconstrudo en for- «na detallada— prevalecia la parte vegetative, 1 mianto aintensidad y duracién, por sobre la interrela- Glonal, mientras que ahora la relacion apareve Ve" cone favor de Ta parte racional y voluntatia, dest= rade al domainio de la parte animal. En ambos Para: 2,1, Maritain, dri del wore ela legge natorae, op PE 52, 130 Gignac hombre pode ua pate inal ene on nae Pero ahora, segiin tuna con- cepién qu be errr tanta noise emo ala justracién, el hombre es tal —es decir, persona— see pete en eondiiongs de gobernar, de domi , su propia vida animal. Y esto, afiade I ‘ vale tanto para el cuery seual oma sana el > ;po individual como para exer socal al ue tebién atraiesa una iieenaue separa ln zona san, goberada por Iran ya ral decir, insana eiracinah sue a inno ya ts a propio nazismo, segiin la in- jue efectiia Maritain, no hizo otra que deencadenar ein mens anima sore ‘ade mensién personal, de una manera ue ahora hay aoe comet one. oput, hombre —el hombre indi- vidual y le humanidad entera—tiene que volver a su- Jotar au propo animal, es aia br que onsite el fndo oscar del qe persona hun sale in lez, evitanlo tanto la utSpica presuncién de ese animal no existe —de que el hi teramente humano—: Sea ee ieramente como el riesgo de convertirse en Bn lo que ae respecta a los puntos que he sefiala aa qn ia poli nad vend dab leche on or es ot di re ops na satan vce eR Hr nin, que ali a an Zenit uc alien als hombres em fan pean wre aTa violencia, sin retener mr la voles 2 de él mas que la 9. No hay que sorprend que sorprenderse en demasia por la sin- gular contigiiidad léxica que estas expresiones cont Did, pag. 54, 131 Ee guran entre el «personalismo» de Maritain y el «ani- malismo» de la concepcién biopolitica contra 1a cual, sin embargo, aquel pretende reaccionar. Desde una perspectiva hermenéutica que mira hacia atrds, ca- paz de captar, bajo las grietas superficiales, los estra- tos geologicos profundos en los que estas se abren, re- sulta evidente que el punto de partida de ambos es un elemento de larga data: la definicién aristotélica del hombre como animal racional. Al igual que, en otro contexto y con otro propésito, también Heidegger lo hizo notar,2” una vez establecido este presupuesto no es posible optar entre dos perspectives en tiltima ins- tancia especulares: o se tiende, como la biofilosofia de- cimonénica, a absorber la vida humana en la animal, alo largo de una parabola que el nazismo llevé a su extremo, o bien se establece entre ellas una relacién asimétrica que somete una parte, la animal, al domi- nio incondicionado de la otra, sobre la base de su pre- liminar caracterizacin racional y voluntaria. Desde este punto de vista genealégico 0, mejor, arqueolégico, cabe del mismo modo afirmar que la biopolitica atra- pa en sus mecanismos de imposicién incluso a la tra- dicién personalista que pretende hacerle frente, oque la antigua dinastia de la persona incorpora a su pro- pio régimen de sentido el dispositivo bioy mo que se orienta a derribarlo. Por otra parte, en un enfrentamiento de larga da- ta, si el formalismo universalista de la concepcién de- mocrattica es incompatible, en el plano tedrico, con 1a. deformalizacién biopolitica, no ocurre otro tanto con el liberalismo, verdadero vencedor del doble choque ‘epocal con el nazismo y con el comunismo. En efecto, Jan, 1995, pags. 42 y sigs 132 como lo demostrs el propio Foucault,” segiin un veo- tor interpretative mucho mas productivo que la gas- tada dicotomfa entre totalitarismo y liberaldemocra- cia,” la perspectiva liberal, bien diferenciada a su vez de la demoerética, lejos de contraponerse al horizonte biopolitico, constituye su espectfica escansiGn inter- na. Desde luego, bajo ningiin concepto se ha de desdi- bujar el limite, muy definido, que separa a la biotana- topolitica de Estado nazi de la biopolitica individual de tipo liberal, que representa una evidente inversién de aquella.®° La primera se basa en una restriccién cada vez més integral de la libertad, en tanto que la segunda se orienta a su creciente expansién —aunque siempre dentro del mismo imperativo, que es el de la admninistracién productiva de la vida: en el primer ca- 50, en favor del cuerpo racial del pueblo elegido, y en. el segundo, en favor del sujeto individual que se la apropia—. No obstante esta diferencia en si capital, y dentro de ella, lo que sobrepone o entrecruza ambos ejes de perspectiva en un léxico conceptual no del todo disfmil es la animalizacién, o la cosificacién, de una zona de Io humano respecto de otra que se le contra~ pone y alla vez se le superpone. Cierto es que en el ca- s0 dela cultura liberal —a diferencia del nazismo—Ia Ifnea de demareacién entre animal y hombre se sittia dentro del individuo, no entre pueblos jerarquizados desde el punto de vista racial; pero ello no impide, © incluso contribuye a poner de relieve, una analogia de Véase especialmente M. Foucault, Naizeance de la biopolitique ‘Turin, 2002, pag. 50) 138 razonamiento en la relacién que asi se instituye entre el cuerpo ¥ la cosa: a partir de una concepcién instra- mental de la vida —sea en funcién del Estado 0 del in- dividuo soberano—, la condicién de uno tiende a des- lizarse hacia la de Ja otra. Ahora bien, en contra de lo que se supuso al condicionar la definicién de los de- rechos humanos al lenguaje de la persona, esto no ha Jogrado bloquear esa deriva. Y no lo ha logrado, como Jo demostramos al ampliar el éngulo de perspectiva, por el sencillo motivo de que justamente ese lenguaje esel que la producia, en la medida en que, identifican- do un micleo extracorporal —definido en términos de voluntad y razén— dentro del hombre, no podia sino terminar empujando al cuerpo hacia una dimensién, animal o vegetal, lindante con la esfera de la cosa. ‘Como hemos sefialado a propésito de Maritain, la categoria a través de la cual se ha aleanzado este re- sultado es la de soberanta in se ipsum. Pero en breve se le aproximé, y luego se le superpuso, en una clave ‘més tipicamente liberal, la de propiedad: la persona ¢s tal, el hombre tiene caracteristicas de persona, cuando se muestra propietario de si mismo, segtin tuna tradicién que se remonta a Locke y a Mill. Si para el primero «cada cual tiene (...) la propiedad de su persona: sobre esta nadie tiene derecho alguno exeep- to éln,51 para el segundo «el tinico aspecto de la con- ducta por el que se es responsable ante la sociedad es el que concierne a los demés. Respecto dela parte que atafie sélo a s{ mismo, la independencia del individuo es, de derecho, absoluta. Sobre si mismo, sobre su pro- pio cuerpo y sobre su propia mente el individuo es s0- berano».®? Ya aqui el cuerpo —sobre el cual la persona 51.4, Locke, Two treatises of government, Cambridge, 1910 ttradue- cidntaliana: Trattato sul governo, Roma, 1982, pés. ‘Londres, 1859 [traduecién Luberta, Milén, 2000, pg. 681 134. ejerce su dominio propietario— es pensado come cosa, cosa corpérea 0 cuerpo reificado. Esto significa que el dispositivo de la persona, dentro del propio indivi funciona a la vez en el sentido de la personalizaci —en cuanto a su parte racional— y en el sentido dela despersonalizacién, en cuanto a la parte animal, esto es, corpérea. En definitiva, sélo una no-persona, una materia viviente no personal, puede dar lugar, como objeto de su propio sujeto, a alguna cosa como una persona, asf como, a la inversa, la persona es tal size duce a.cosa aquello de lo cual se destaca por su propio estatus racional-espiritual. Este proceso de desper- sonalizacién del cuerpo —opuesto y complementario respeeto de aquel, biopolitico, de corporizacién de la persona— es comiin a concepciones manifiestamente distintas, como la catélica y la liberal, que inseriben ‘su propuesta en el léxico categorial de la persona. Y ‘por tanto, necesariamente, también en el de la cosa, dado que no s6lo no hay una sin la otra, sino que una produce a la otra. Es lamativo que en el debate ac- tual sobre bioética pase inadvertido, justamente, el punto de entrecruzamiento que vincula a un tinico pre- supuesto conceptual alineaciones ideolégicas que pa- recen ubicarse en frentes opuestos. Tanto quienes arrogan para s{la disponibilidad de su propio cuerpo —para mejorarlo, administrarlo, modificarlo, o incla- 30 alguilarlo, venderlo, eliminarlo— como quienes lo declaran no disponible porque es propiedad intangi- le de Dios, del Estado o de la Naturaleza, deben pre- suponer su conversin en cosa. Sélo en cuanto la vida humana es reeonducida por anticipado a la categoria de res extra commercium, unos la declaran sagrada y otros la califican. Si asi no fuera, si el cuerpo no estu- viera ya cosificado, no habria lugar a discutir de quign es propiedad, dado que é! mismo seria sujeto —sin duda impersonal— de autodeterminacién. 10. Segiin la doctrina clasica del derecho civil, el cuerpo humano no es juridicamente confundible con la cosa. Punto de partida de esa distineién sigue sien- do la summa divisio romana entre persone y res: s6l0 de estas tiltimas pueden apropiarse las primeras. Pues bien, al ser sustrato indistinguible de la perso- na, el cuerpo no puede pertenecer a nadie. No puede pertenecer a otros, y tampoco al sujeto con el que coin- cide en la dimensién del ser y no en Ia del tener —el cuerpo no es algo que se posee, sino aquello que se es—, Por esta razén, como reza el Digesto, «dominus membrorum suorum nemo videtur». Sin embargo, el mismo derecho que separa al cuerpo humano de la co- sa abre mas de un pasaje entre los dos ambitos asi de~ finidos —en primer lugar, al reconocer entidades que, aun sin ser cosas, tampoco cabe calificar como perso- nas—, Basta con pensar en el estatus incierto de em- briones, gametos, évulos, y también en los fetos abor- tados, que se asimilan a desechos hospitalarios, y en los cadéveres.®° Los complejos problemas juridicos que origina la definicién de todos ellos son la mas cla- ra demostracién de la oscilacién de rango ontolégico a a que su propia naturaleza los somete: {A quien roba embriones se lo acusa de hurto, como si se apropiara de cosas ajenas, o de rapto, como si secuestrara perso- nas? {Qué es realmente el delito de profanacién de ca- déveres: un atentado contra la persona que éV/ello era, 0 contra la cosa en que se ha transformado? {En qué preciso instante se declara cadaver a un cuerpo y per- sona a un feto? {Qué era antes, y qué seré después, del segmento finito de la vida personal? ;Puede decir- se que ese ser surge del estado de cosa y a ese estado regresa? {O bien lo que precede y lo que sigue al ser 5 Sobre Ia relacion entre cuerpo, persona y cosa ef I, Arnaux, Les droite de Tétre humatn eur son corps, Burdeos, 1924, pgs. 79 y sigs. 136 persona no es nunca una mera cosa, sino una atin-no- persona 0 una ya-no-mds-persona, situada a mitad del trayecto que va de la cosa a la persona y de la per- sona ala cosa?’ Aste primer orden de problemas se agrega otro, no menos prefiado de insalvables aporias. Si, desde el punto de vista juridico, el cuerpo entero es diferente de Ia cosa, hasta el punto de ser inapropiable por el sujeto mismo que lo habita, ¢vale esto también para sus partes individuales? Para algunas de ellas, como excrementos, secreciones, ufias, dientes, cabellos, ‘una vez separadas del cuerpo, la asimilacién a las res derelictae o nullius no esté en discusién. Pero respec- to de los érganos 0 tejidos quiringicamente amputa- dos el razonamiento es mas complejo. {De quién es el apéndice o el rifién tras su extirpacién: del cirujano, de cualquiera que se lo apropie, del paciente? La cues- tién, insignificante en apariencia, ha dado lugar a disputas juridicas que en algunos casos han desembo- cado en procesos, como cuando un equipo médico ven- dié a una firma farmacéutica la vesicula biliar que ex- trajo a un enfermo portador de una rarisima composi- cién sanguinea, Jo cual la hacfa utilizable para la ela- doracién de determinados farmacos. Aun sin tomar en consideracién la sentencia, pronunciada por una Corte de California en favor del paciente y en contra del hospital, que debié resarcirlo, lo que estaba «filo- séficamente> en juego no era sino el estatus de ese dr- gano y, por lo tanto, a través de este, el del entero ‘cuerpo humano del cual formaba parte. Que su pro- piedad —pues de esto se trataba— se adjudicara al enfermo, a los médicos 0 a la multinacional farmacéu- tica no cambiaba la opcién ontolégica basica de enten- der una parte del cuerpo como cosa apropiable. Una vez admitido y certificado por una sentencia, ese pre- supuesto no puede menos que valer para todos los 137 otros casos andlogos: de hecho, si una persona es pro- pietaria de cada parte de su cuerpo, también lo seré del conjunto de ellas.* Pero, si es asi, si desde el pun- to de vista juridico se reconduce el cuerpo al régimen de la cosa, del cual lo diferenciaba tedricamente la doctrina civil clésica, entonces su legitimo propietario puede disponer de él como de cualquier otro bien 0 co- ‘mo de un esclavo, Bertrand Lemennicier argumenta al respecto: «Cada cual es propietario de sf mismo. Esta nocién de derecho, que consiste en una apropia- cin del propio cuerpo, es coherente. El cuerpo huma- no es un objeto entre otros; su propietario esta perfec- tamente identifieado. La nocién es universalizable: todo ser humano, potencial o no, todo espiritu incor- porado en una méquina, biolégica ono, es beneficiario de un derecho de propiedad sobre esta maquina, por- que es su ocupante o tiene posesién de ella».3° Mas adelante, para defender esa titularidad contra quien pudiera amenazarla, nuevas leyes pusieron como condicién para la cesién de érganos, de un cuerpo vivo ‘o muerto, el consentimiento explicito del interesado, prohibiendo toda forma de remuneracién a cambio, Pero precisamente de este modo se corroboré de ma- ta la reificacién del cuerpo, aunque sin el legar a sus tiltimas consecuencias: el 6rga- no cedido es una cosa porque, a diferencia de una per- sona, puede donarse, pero a la vez no lo es porque, a diferencia de todo otro objeto, no puede venderse. Elotro umbral mévil que al mismo tiempo marca ite y el trinsito entre el régimen del viviente y el, bro deB. Edelman, La personne pags. 289-204. corps humain: propriété de tat ou proprié. , 1991, pag. U8. WCE B. Edelman, La personne on danger, op. et, pags. 305-22. 138 Bs sabido que se pueden patentar las invenciones ar- tificiales, no los productos naturales, entre los cuales esta incluida Ia vida en todas sus formas: humana, animal y vegetal. Del mismo modo, no es posible apro- piarse de las res communes, como el aire, los rios, las montaiias: no puede patentarse algo ya dado en lana turaleza. No obstante, aqui también, como ya ocurrié con los érganos trasplantados, la légica del mercado y el desarrollo biotecnolégico modifican de manera ra- dical los protocolos juridicos anteriores, al tiempo que el derecho rearticula de continuo los limites entre lo natural y lo artificial, esto es, una vez mas, entre cosa y no-cosa. En el breve perfodo de algunos decenios —desde lo que se dio en llamar Planct Act hasta las mas recientes sentencias— se ha permitido primero el patentamiento de simientes vegetales modificadas, mds tarde el de microorganismos unicelulares tam- bién manipulades, posteriormente el de animales transgénicos, hasta llegar a rozar la naturaleza hu- mana, Ahora bien: més alld de las problemétticas a que da lugar cada uno de estos casos, le que nos con- cierne desde el punto de vista conceptual es, por una parte, la direceién general que delinean, de lo natural alo artificial, es decir, la progresiva cosificacion de la vida, y, por la otra, la modalidad earacteristica de ese proceso, que consiste siempre en transferir determi- nado producto de una categoria a la otra, mediante una apertura y una redefinicién de su delimitacién ontolégica, Asi, lo que era considerado vegetal fue asi- milado en determinado momento a lo mineral, lo ani- mal a lo vegetal, hasta redueir a lo animal una zona liminar de lo humano. De este modo, se han sobrepa- sado los limites que daban proteccién juridica a los diversos géneros, justamente en virtud de su diferen- cia presupuesta —en un comienzo articulada y luego desmontada por el derecho—. En este permanente 139 pasaje de lo humano a lo animal, de lo animal a lo ve- getal y de lo vegetal a lo mineral se abrié el pasaje ge- neral del hombre hacia la cosa, que marca la tenden- cia universal de nuestro tiempo. Nila diferencia entre ser animado y ser inanimado ni aquella entre natural y artificial han soportado la presién conjunta de técni- de indistincién, la antigua divisio romana encuentra ala vez su desmentida y su consecuencia, Sila identi- dad de la persona se obtiene, en negativo, de la cosa —de su no-ser cosa—, la cosa esta destinada a eon- vertirse en el espacio en permanente expansién de todo aquello que la persona diferencia y aleja de sf misma, 11. El vineulo romano entre persona y reificacién del cuerpo es central en la bioética liberal. Desde lue- g0, para enfocarlo hay que activar una mirada sagital capaz deidentificar detr4s o leer dentro dela evidente discontinuidad entre «antiguos» y «modernos», entre el objetivismo de los primeros y el subjetivismo de los segundes, el vinculo metafisico entre una concepcién, como la romana, orientada a definir relaciones abs- tractas y una modalidad, intensamente biopol destinada a corroer toda mediacién entre derecho y vida biol6gica. Ese vinculo, como hemos sefialado re- petidas veces, esta definido por el dispositivo de la persona. Sometido él también a las inflexiones e in- versiones semanticas que hemos resefiado, su funcién fandamental sigue siendo la separacién presupuesta, dentro del ser humano, entre un componente natural, corpéreo, meramente biolégico, y otro trascendental, constituido de manera alternativa en centro de impu- tacién juridica, racional, moral. Ahora bien, la estra- tegia argumentativa de esa rama de la bioética con- tempordnea que se autodefine como liberal —en con- 140 flicto con la catélica—*" reside precisamente en am- pliar cada vez mas la separaci6n original, establecida en la codificacién romana, entre homo y persona: no s6lo no todos los seres humanos pueden aspirar a la calificacién de persona, sino que no todas las personas son seres humanos. Tanto Hugo Engelhardt como Pe- ter Singer, considerados los méximos ‘esa corriente, insisten en ambos pr dos entre si por la distancia ontolégica, descontada, entre vida personal y vida bi valorizada la idea de cuerpo como sustra guible de la persona, esta se torna o vuelve a ser una denominacién condicionada a la presencia de una se- rie de atributos —razén, voluntad, sentido moral— que no todos los seres humanos poseen o que poseen sélo en parte, Justamente la presencia o la medida de estos «indicadores de humanidad», como los define Singer, divide a quienes comtinmente denominamos chombres» en dos grandes categorias bien diferencia- das: aquellos que podemos considerar meros «miem- bros de la especie Homo sapiens» y aquellos quemere- cen el apelativo de «personas» verdaderas.** Desde luego, entre ambas categorias, consideradas en su pureza tipologica —mera 2o¢ por un lado y bios dotado del maximo valor por el otro—, hay una serie de grados intermedios que van de una a otra confor- me a umbrales de personalidad crecientes 0 deere- cientes, segtin el punto de observacién. En todo caso, ya se parta del inicio 0 del final de la vida, la persona ‘en cuanto tal ocupa tan sélo su franja central, la de los ‘hombres adultos y saludables, antes y después de la 57 Acerca de la relacion entre las diversas bioéticas, resulta stil la én de G. Fernero, Bioetica cattlica e bicetice la 141 cual se extiende la tierra de nadie de la no-persona (el feto), la cuasi-persona (el infante), la semi-persona (el viejo ya no valido mental o fisicamente), la ya-no- més-persona (el enfermo en estado vegetativo) y, por ‘iltimo, la anti-persona (el tonto, al que Singer ubica, respecto del hombre inteligente, en la misma relacién que la que existe entre el animal y el hombre normal, incluso con una evidente preferencia hacia el animal). Aesta categorizacién, por as{ decir, estatica de las di- ferentes clases de seres vivientes se afiade después otra, dindmica, definida por el pasaje de una condi- cign a la otra. Tal es el caso de lo que Engelhardt lla- ma «persona potenciab» (potential person), es decir, aquel que, aungue destinado a alcanzar el mundo de Jas personas, al menos hasta que sea expulsado de él por vejez o enfermedad incurable, es ain alien iuris ¥ esta, por consiguiente, in potestate de sus padres. ‘Aqui salta a la vista la referencia al derecho romano, en particular a las dos figuras «de trénsito» entre per- sona y cosa —la manumissio y la mancipatio—, no sélo por lo que coneierne al euadro general que asi se define, sino también por observaciones precisas como a de Gayo: «Segxin pone de relieve Gayo en sus Insti- tuciones —sostiene Engelhardt, “si capturamos un animal salvaje, un pajaro o un pez, lo que de esa ma- nera capturamos pasa enseguida a ser nuestro, y est obligado a permanecer como tal hasta tanto se man- tenga bajo nuestro control’>.*® Si esto vale para el animal capturado y esclavizado, vale asimismo para un hijo neonato y para un padre mental o fisicamente irrecuperable, ambos sometidos al poder absoluto de Itos, los cuales ejercen sobre ellos 1 de la emano» del antiguo pater familias. Podrén mantenerlos con vida y cuidar de ellos, o bien restituirlos a la muerte sobre la base de céleulos precisos de indole médica y econémica: «Hoy Jos padres pueden elegir entre hacer vivir o eliminar a su prole sélo en el caso en que una eventual anomalia sea detectada durante el embarazo, No existe ningtin motivo légico para limitar la facultad decisoria de los padres sélo a este tipo de anomalfas».*° Por lo demas, siempre dentro de la experiencia juridiea romana, re- cordemos que los padres de hijos deformes 0 mons- truosos estaban exceptuados de la prohibicién de dar muerte a los nifios menores de tres afios. ¥ cuando la relaciGn entre la presunta calidad de su vida y el costo que su cuidado requeriria sea juzgada como antieco- némica, los propios familiares podrén decidir poner fin a la vida de un anciano irreversiblemente enfermo ‘y,por consiguiente, fuera del émbito dela persona, oa la de un nifio defectuoso (defective child), que atin no ha entrado en él: «Los neonates no estan en condicio- nes de verse a si mismos como seres capaces o no de tener un futuro y, por ende, no pueden desear conti- nuar con vida. Por el mismo motivo, si un derecho a la vida debe basarse en la capacidad de querer conti- nuar viviendo o en la capacidad de verse a sf mismo ‘como sujeto mental continuo, un neonato no puede tener un derecho a la vida». Que estos textos, expresién de un frente cultural ‘en modo alguno limitado, despojan de sentido ala no- cién de derechos humanos, al revelar su antinomia constitutiva, es hasta demasiado evidente. Pero ain més significativo se revela el papel determinante que cumple en este despojo la maquina «decisoria» de la persona. Ella es la que, desde el punto de vista juridi- ©. Singer, Seriti su una vita etica, op. cit, pig. 211. © Bid, pg. 182 148 co, separa a la vida de s{ misma, hace de la vida el te- rreno de una decisién previa entre aquello que debe vivir y aquello que, por el contrario, puede morir, por- que es una mera cosa en manos de quienes, dado su estatus ontolégico superior, son los tnicos calificados para disponer de ella. Que Singer sienta la necesidad de diferenciar su concepcién de la «vida digna de ser vivida» respecto de aquella, tristemente conocida, de los manuales eugenésicos nazis, resulta sintoma- tico de una contigiiidad que advierten incluso aque- los autores que se esfuerzan en negarla con argu: mentos que no hacen mas que confirmarla: también Jos nazis afirmaban, exactamente como ellos, que la «no dignidad» no se definia desde el punto de vista de Ja sociedad, sino desde el de los propios candidatos a la climinacién —precisamente por su condicién deno- personas, sub-personas o anti-personas—. Aunque Jas intenciones conscientes de los bioéticos liberales estén muy alejadas de las de los masacradores nazis, 0 tengan origen en rigurosos protocolos morales, no elimina una afinidad seméntica inconsc’ cuanto radicada en un vector conceptual de muy ga data, resistente a los choques y vueleos que suftié a Jo largo del tiempo. Desde este éngulo, en el cual has- ta los opuestos recuperan un originario punto de tan- gencia, la abstracci6n formal del derecho romano pa- rece revertir en la inmediatez concreta del poder bio- politico. Examinadas a lo largo de un tinico eje proble- maitico —definido por el dispositivo de la persona—, Ifneas que a primera vista parecian divergir se unen por el lado de su contrario: personalizacién y desper- sonalizacién no son, en suma, sino corrientes diver- gentes de un mismo proceso, cuya génesis es antigua pero cuyos efectos distan mucho de haberse agotado. * Did, pigs. 220-7, 144 12. En los afios treinta del siglo pasado, Simone Weil comprendié con absoluta claridad los resultados antindmicos de esa implicacién. Al ubicar la experien- cia romana en los origenes del nazismo, con una radi- calidad que puede parecer sectaria, Weil se refiere de modo expreso al poder performativo de una tradicién juridica orientada desde un principio a transformar a Jos hombres en cosas: -Ensalzar a la antigua Roma. por habernos transmitido la noci6n de derecho es par- ticularmente escandaloso. Porque si se examina qué era esa nocién en el origen, a fin de determinar su es- pecie, se ve que la propiedad estaba definida por el de- recho de usar y abusar. ¥, en realidad, la mayor parte de esas cosas sobre las que todo propietario tenia de- echo de uso y abuso eran seres humanos».*8 Por esta raz6n, a contrapelo de la opinién dominante y en di- recta polémica con las tesis de Maritain acerca de la primacia de los derechos respecto de las obligaciones, Weil denuncia en forma tajante el nexo soberano en- tre derecho y persona: La nocién de derecho arrastra naturalmente tras de si ‘a causa de su mediocridad misma, a la de persona, porqu el derecho guarda relacién con las cosas personales. Esta si- tuadoen este e afiadiera la palabra «persona» ala palabra «derech; ‘implica ol derocho de la persona a aquello que se denomina su propia realizacién, se comete- ria un mal ain més grave. La autora atribuye el motivo de este rechazo a una doble dependencia: de la persona respecto de la colec- tividad y del derecho respecto de la fuerza. En cuanto 88, Well, La personne e cen Borite de Londres et dernitres rsona-e il sero, en Oltre ‘euldado de R. Esposi 145 ala primera, su necesidad deriva de la natural ten- dencia de la persona a buscar la proteccién de sus pro- pias prerrogativas en un orden social que termina inevitablemente por oprimirla, Por su parte, la impli- cacién entre derecho y fuerza surge de la aplicacicn de una misma medida a situaciones diversas y a sujetos dotados de diferente poder. Cuando ello ocurre —es decir, casi siempre—, lo que garantiza o impone una reparticién fatalmente inicua no puede ser otra cosa que la fuerza: «La nocién de derecho esta ligada alas de divisién, intereambio, cantidad. Tiene algo de co- mercial. Evoca de por si el proceso, la arenga. El de- recho no se sostiene més que con el tono de la reivindi- cacién; y cuando se adopta ese tono, la fuerza no esta lejos, viene inmediatamente después para confirmar- lo, pues de otro modo resultaria ridiculo».* Desde es- ta perspectiva, los que parecian dos diferentes impul- 50s a la autonegacién —de la persona en funcién de lo colectivo y del derecho en relacién con la fuerza— se manifiestan ahora como lados complementarios de ‘una tinica deriva inmunitaria dirigida ala salvaguar- da de un privilegio amenazado por aquellos que estan, excluidos de él. Lo que Weil capta, vinculando su raiz, con el dispositive excluyente d« persona, es el ca- récter de por sf particularista, al mismo tiempo pri- vado y privativo, del derecho. Este, para tener senti- do, para distinguirse del mero hecho, no puede sino proteger a determinada categoria de personas res- pecto de todos aquellos que no forman parte de ella, ‘Una vez que se ha hecho de é un atributo o predicado de sujetos convertidos en tales por determinadas ca- racteristicas sociales, politicas, raciales, el derecho termina por coincidir con la linea de separacién que los aleja y contrapone respecto de aquellos que estén © Bid, pag. 1. 146 privados de esas caracteristicas. Imaginar que cabe extender a todos los mismos privilegios —concluye Weil— seria «una especie de reivindicacién a la vez absurda y baja; absurda, porque el privilegio es desi- gual por definicién; baja, porque no merece la pena que se lo desee>.“* Hasta aqui la deconstruccién de un paradigma que, no obstante sus cambios de registro léxico y a través de ellos, encierra a la integra civilizacién oeci- dental en una érbita signada por el principio de la dis- criminacién. Con todo, Weil no se limita a esto—a le- vantar la cortina retérica que recubre el terrible dis- positive de la persona—, sino que inaugura un vector de argumentacién potencialmente alternativo, Si la categoria de persona es el cauce por el que ha discu- rrido un ininterrumpido poder de separacién y de su- bordinacién entre los hombres, la tinica posibilidad de sustraerse a esa coaccién consiste en convertirla por inversién en la modalidad de lo impersonal: «Lo sa- grado, lejos de ser la persona, es aquello que en el ser humano es impersonal. Todo lo impersonal en el hom- bre es sagrado, y tan sélo ello».*" Por consiguiente, sélo a ello le corresponde —y sélo a través de ello es dado— exigir justicia, concepto que Weil diferencia radicalmente del derecho. Asi como el derecho es pro- pio de la persona, la justicia concierne a lo imperso- nal, lo anénimo: aquello que, al carecer de nombre, es- t4 antes 0 después del sujeto personal, sin coincidir nunca con él, con sus pretendidos atributos metafisi- cos, éticos, juridicos. Para dar a entender mejor a qué se refiere con esta enigmatica expresién, Weil emplea un ejemplo de inmediata evidencia: Si un nifio yerra en.una suma, cl error surge de su persona. Siel eéleu- Ibid, pig 78. © Bid, pag. 68. 147 oes exacto, esto significa que ella esta ausente, que él adhiere al orden impersonal de las cosas: “La perfeccién es impersonal. La persona en nosotros 05 la parte del error y del pecado. Todo el esfuerzo de los misti- ‘cos se dirigié siempre a lograr que no hubiera més en su. ‘alma ninguna parte que dijera «yon. Pero la parte del alina que dice «nosotros» es infinitamente mds peligrosa.4? Se ha de dirigir ahora la atencién a la segunda mi- tad de la cita. Lo que hay que rechazar de la persona es aquello que dice «yo» 0 «nosotros» —mejor atin, el hilo légico que, en la modalidad gramatical de la pri- mera persona, vincula la autoconciencia individual con a colectiva—. Ala inversa, lo impersonal es aque- Mo que bloquea este pasaje, conserva el pronombre en singular, a cubierto del deslizamiento autoprotector y ala vez autodestructivo hacia lo general. Esto signi- fica que Weil no establece entre persona ¢ impersonal una relacién puramente contrastiva. Lo impersonal no es tan s6lo lo opuesto de la persona —su negacién directa—, sino algo, dela persona oen Ja persona, que interrumpe el mecanismo inmunitario que introduce al yo en el cfrculo a la vez inclusivo y excluyente del nosotros. Un punto, o un estrato, que impide el transi- to natural desde el desdoblamiento individual —aque- Tlo que denominamos «autoconciencia», «autoafir- macién»-—hacia el redoblamiento colectivo, el recono- cimiento social. Weil no explica qué es este modo de ser que esté més allé, o més acd, de la primera persona. En cual- quier caso, lo introduce en un horizonte seméntico, que ella define como mistico, al que no es oportuno hacer ahora objeto de andlisis directo.” Lo que im- Bid, pag. 70. 4 Acerca delitinerario general de S. Wetl —también respecto de la rolacion entre vida bioligia y vida sobrenatural—, véase el reciente 148 porta de la nocién de impersonal es el nexo que em- pieza a esbozarse con la nocién, en apariencia contra- puesta, de individual. Sélo desactivando el dispositive de la persona se podr por fin pensar al ser humano en cuanto tal, por aquello que tiene de mds tinieo pe- ro ala vez de més en eomiin con todo otro: «Cada uno de los que han penetrado en la esfera de lo impersonal ha encontrado una responsabilidad hacia todos los seres humanos: la de proteger en ellos no la persona, sino todo lo que la persona encierra en cuanto a fragi- Jes posibilidades de pasaje hacia lo impersonal». La necesidad que Weil plantea es la de romper el nexo constitutivo entre derecho y propio, convertir el par- ticularismo de la forma juridica en la figura, conscien- temente aporética, de «derecho comin» —de todos y de cada uno—. Allo alude la intencién de resta- blecer, en contra del personalismo, la primacia de las obligaciones por sobre los derechos: la obligacién de cada uno, sumada a la de todo otro, corresponde en un cémputo global al derecho de la entera comunidad humana. Sélo la comunidad —pensada en su signi- ficado més radical— puede reconstruir la conexién entre derecho y hombre, cortada por la antigua espa- da de la persona. Pero, ie6mo puede hacerlo —en la modalidad de lo impersonal—sin perder ese elemen- to individual que sigue estando implicito en la idea de persona? ,Cémo puede neutralizar su poder exclu- yente, custodiando a la ver. el impulso relacional que hace de la persona algo diferente del individuo aisla- do? {Bxiste, en suma, una persona no personal 0 una no-persona en la persona? Sin legar a brindar una respuesta exhaustiva a esta pregunta —la misma 0, agudo e innovador, de A. Putino, Un'intima estraneita, Roma, 508, Weil, La persona ei sacro,op cit, pég. 2 49 que ha dado origen al libro entero—, el proximo capi- tulo presentard una serie de momentos 0 movimien- tos de pensamiento en los que ella, en cada caso, es formulada de distinta manera. 150 3, Tercera persona 1. No-persona En un articulo muy conocido —aunque poco inves- tigado en todas sus posibles implicaciones—, el gran linguista francés Emile Benveniste traza una clara distincién entre los dos primeros pronombres perso- nales y el tercero, Pese a la simetria superficial que parece vincular a los tres términos en un Gnieo para digma, el pronombre «él se diferencia en forma radi- cal de ios pronombres «yo» y «ti, hasta tal punto que cabe definir a aquel por el contraste con estos: no sdlo €Lno es lo mismo que yo y +8, sino que es lo que estos ‘no son: no meramente su reverso, sino algo irreducti- ble a la diada indisoluble que conforman. Para com- prender esta heterogeneidad esencial hay que partir de Jas caracteristieas que vinculan en una tinica tipo- logia bipolar a las dos primeras personas. En princi- pio, estas tienen una dimensién exelusivamente dis- cursiva: antes que referirse a una realidad exterior, a un hecho objetivo de cualquier especie, adquieren sentido sélo dentro del acto de habla que las profiere: «Yo significa la persona que enuncia la actual situa- cién de discurso que contiene al yo». De ello deriva la otra cualidad espeeifica que caracteriza a la primera y ala segunda persona: su unicidad. Tanto el yo que 118, Benveniste, La nature des pronoms (1956), en Problémes de lin- 1866 [traduecién italiana: La natura dei ‘pronomi, en Preblemi di linguistica generale, Mild, 1971, pag. 302, 151

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