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El sujeto histórico

en la globalizacion
Mariano Ciafardini
Título: El sujeto histórico en la globalizacion
Autor: Mariano Ciafardini
Coedición: Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini y Universidad Nacional de Quilmes
Rector UNQ: Dr. Mario Lozano
Vicerrector UNQ: Dr. Alejandro Villar
Director CCC: Juan Carlos Junio
Edición a cargo de Javier Marín
Diseño original: DCV. Claudio Medin
Diagramación: Clara Batista
Corrección: Lucas Peralta
Foto de solapa: Juan C. Quiles / 3 Estudio
Producción: CCC–UNQ

Editado en Argentina
© de la UNQ y el CCC
© de los autores

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Hecho el depósito Ley 11.723
I.S.B.N. 978-987-3920-15-8

Ciafardini, Mariano
El sujeto histórico en la globalización / Mariano Ciafardini. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Ediciones del CCC Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini ; Quilmes :
Universidad Nacional de Quilmes, 2015.
196 p. ; 23 x 15 cm. - (Pensamiento crítico ; 13)

ISBN 978-987-3920-15-8

1. Historia. 2. Historia Social. I. Título.


CDD 306.09 .
A los millones de comunistas asesinados, desaparecidos,
torturados, encarcelados y perseguidos,
y a los que dieron su vida en la lucha por el comunismo.
Presentación
Desde hace unos años vivimos una etapa trascendental en la historia
de nuestro país. Temas que estuvieron durante mucho tiempo negados
en la mesa de las grandes discusiones nacionales pasan a ocupar lugares
centrales en la agenda pública.
En todos los ámbitos sociales, institucionales y políticos se discute
sobre los medios masivos de comunicación, la recaudación en base a la
imposición de rentas extraordinarias, cambios profundos en la formación
militar, reincorporación al patrimonio nacional de áreas estratégicas de
desarrollo, estatización de ahorros para la jubilación solidaria, institucio-
nalización de nuevas formas de relaciones interpersonales reconociendo
minorías ocultadas, reformas educativas tendientes a la recuperación de
tradiciones abandonadas, el rol de la ciencia, la tecnología y la innova-
ción en el desarrollo integrado del país, el derecho del Estado a la inter-
vención en la economía, derechos ciudadanos al acceso a la educación, a
salud y a una justicia al servicio efectivo de todos los sectores sociales,
las formas de lograr mayor seguridad sin violentar los derechos y las
garantías de los ciudadanos, entre otros temas candentes.
Esta saludable realidad, demonizada como caos por los intereses
afectados, obliga a los ciudadanos a informarse, conocer e indagar para
tener capacidad de intervención participativa e influir en la conclusiones
que resulten compatibles con las necesidades del pueblo y los ideales de
emancipación que fueron base de la fundación de nuestra patria hace más
de 200 años.
Obliga también a intelectuales, docentes, dirigentes sociales y políti-
cos a estudiar, formarse, producir para participar activamente de los de-
bates, opinar, confrontar, escuchar, generar espacios y, por fin, intervenir
en la realidad para transformarla.
Obliga a los jóvenes estudiantes y trabajadores a ponerse al día en
distintas cuestiones, a indagar en nuestra historia, a conocer el pasado
para pensar el porvenir. Conmina a las nuevas generaciones a estar pre-
paradas para asumir lo que el futuro sin duda le demandará: capacidad
de pensamiento autónomo ante discursos y saberes siempre inestables.
Nos obliga a nosotros, instituciones de la educación y la cultura, a po-

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ner al alcance de la ciudadanía obras que sirvan para pensar y reflexionar,
para correr el velo del sentido común. Obras incómodas y resistentes,
trabajos honestos y fundados que quiebren la naturalización de las injus-
ticias y ayuden a construir el bien común.
Desde la Universidad Nacional de Quilmes y el Centro Cultural de la
Cooperación Floreal Gorini asumimos el desafío en lo que nos toca. Des-
de el ámbito académico y desde la producción ligada a la investigación y
la reflexión cultural, esperamos realizar un aporte relevante por medio de
este proyecto editorial conjunto: la colección Pensamiento Crítico, que
hoy se enriquece con este nuevo título, El sujeto histórico en la globali-
zación, de Mariano Ciafardini. Este trabajo es una invitación a un debate
complejo sobre el sentido de los acontecimientos y devenires del siglo
XX que abre preguntas sobre las posibilidades del presente.
Creemos cumplir con esta publicación uno de los principales objeti-
vos de la colección: aportar a la difusión de obras que promuevan el pen-
samiento y la reflexión apoyada en la crítica, entendidos como ejercicio
de la libertad, que contribuyan a la gran tarea de consolidar lo logrado,
ubicar las carencias y operar sobre ellas y aunar esfuerzos para construir
una Argentina grande, soberana y solidaria.

Dr. Mario Lozano Juan Carlos Junio


(Rector UNQ) (Director CCC)

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Prólogo

Desde una perspectiva marxista el sujeto es, siempre, un sujeto colec-


tivo. El punto de partida antropológico acerca de que “la esencia humana
no es algo abstracto inherente a cada individuo sino que es, en realidad, el
conjunto de las relaciones sociales” (sexta tesis sobre Feuerbach) sienta las
bases para la concepción marxista de la subjetividad.
En la modernidad, este sujeto colectivo se determina a partir de la con-
tradicción fundamental de la sociedad capitalista; esto es, la contradicción
entre el capital y el trabajo. El sujeto histórico de la actual modernidad
capitalista es, por tanto, en términos marxistas, “la clase obrera”.
Esta concepción intentó ser ocultada, deformada, detractada y falseada
por la ideología de la burguesía (es decir, la clase opuesta), a lo largo del
devenir de toda esta edad histórica moderna, en la que aún permanecemos.
Durante el primer capitalismo, el capitalismo mercantil o capitalismo
salvaje (1300-1880), el ascenso de la burguesía, desde clase marginal a
clase dominante, se articuló ideológicamente: 1- con el individualismo re-
ligioso católico-protestante (cada hombre en su singularidad en contacto,
más o menos mediado, con Dios); 2- con el racionalismo subjetivista car-
tesiano, de la época de las “revoluciones burguesas” y la libertad e igual-
dad “individuales” (S. XVII y XVIII), que centraba su atención en el yo
consigo mismo; y 3- con la concepción que entendía a la sociedad como
una suma de unidades biológicas agregadas –muchedumbre, multitud–, de
inspiración cientificista-positivista, propia del momento en que la burgue-
sía identificaba a la clase obrera como su enemigo y Marx descubría su rol
de sujeto histórico (S. XIX).
En la segunda etapa del capitalismo, el imperialismo (capitalismo mo-
nopolista de estado), cuando la existencia de la clase obrera como suje-
to revolucionario mundial se hizo por demás evidente, particularmente a
partir de la Revolución Rusa y la estructuración de la URSS, las usinas
ideológicas del poder capitalista encontraron soporte teórico en la nueva
ciencia sociológica durkheimiano-weberiana, que iba a desembocar en el
funcionalismo y el estructuralismo. El sujeto era, para la ciencia burguesa,
una sociedad homogénea y ahistórica. Paralelamente a ello el irracionalismo

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filosófico (denunciado por Lukacs en El asalto a la razón), proveyó otra
veta de sofisticación teórica a la ideología burguesa a través, principalmen-
te, de la fenomenología y el existencialismo, sustentadores de un indivi-
dualismo cartesiano escéptico y agnóstico que desembocó, fácilmente, en
la subjetividad irracional-nacionalista del “espíritu del pueblo”. Ya se sabe
a quién prestó los mejores servicios esta visión borrosa de la realidad.
Por otro lado, estas vertientes filosóficas, formuladas por algunos en
clave de “izquierda”, también contribuyeron, junto con el estructuralismo
francés, a confundir el debate interno en el campo marxista, sobre todo
en los años 60 y 70. Lo más que se acercaron estas teorías de la “nueva
izquierda liberal” a la verdad de la fractura social y política de clases (que
no fue mucho) fue con las llamadas “teorías del conflicto”, cuyo inspirador
fue el “Barón” de Dahrendorf y otros, pero siempre escamoteando el sus-
trato material de la historia, de modo de convertir el conflicto político en un
mero juego de definiciones. En cierto sentido, Ernesto Laclau retoma esta
visión limitada del conflicto pero en clave tercermundista, al desarrollar
sus teorías sobre el populismo actual.
En la tercera y final etapa del capitalismo, es decir la globalización (fi-
nanciera), el posmodernismo y el multiculturalismo, que le corresponden,
han decretado la inexistencia o la muerte del sujeto y, por otro lado, los
apologistas del “destino manifiesto” quieren convencernos (básicamente
por la fuerza) de que el único sujeto es el sujeto imperial.

Breve excursus sobre el dilema idealista


de la subjetividad

Como afirma Terry Eagleton, el gran problema del sujeto burgués es el


de conciliar su libertad con su determinación: “La dualidad de Kant entre
los yoes númeno y fenómeno es en este sentido no más que la confesión de
la derrota”. (Eagelton, 1997: 138)
Lo cierto es que el planteo de la cuestión entre la “determinación” y
la “libertad” es un planteo sofístico. Habría que internarse en el debate
acerca de qué se sugiere por cada uno de estos términos y aun así podría
no salirse del campo esencialista. La libertad en grado absoluto sólo puede
concebirse a nivel de la humanidad toda. Y con esto nos referimos no solo
a los humanos vivientes hoy sino a todos los que antes vivieron también, a

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todo el proceso humano desde la primera dupla grupal “mujeres-hombres”.
Sólo este “sujeto humanidad” es libre en términos absolutos porque sólo
en él mismo están las propias causas de su condicionamiento, de sus de-
terminaciones. Es libre, a la vez que es autodeterminado y, al ser libre, es
la síntesis de todas las determinaciones. Sólo en este contexto conceptual
cabe utilizar los términos “determinación” y “libertad” en un sentido abso-
luto. Fuera de este nivel de análisis tales términos no pueden tener más que
un significado relativo e histórico. Esta es una cuestión que la dialéctica
hegeliana y marxista “resolvieron” hace ya más de cien años.
La subjetividad que ocupa al marxismo es la del “sujeto histórico”; es
decir, el sujeto social (y siempre colectivo) que materializa los cambios
en el paso de una época determinada a otra. Y este es un sujeto que no es
ni libre ni determinado. En términos dialécticos es un sujeto en tránsito
(devenir) de la determinación a la libertad en forma permanente. Seguir
insistiendo en la búsqueda de una libertad esencial en el ámbito de la au-
todeterminación individual no puede, a esta altura del debate, ser más que
una dilación, una confusión, una pérdida de tiempo que obstaculiza el de-
sarrollo teórico necesario para la verdadera liberación humana.
Con más elegancia que la nuestra, en su demoledora crítica del posmo-
dernismo, dice Eagleton:
Si fuéramos realmente capaces de despojarnos del ego centrado más que
disfrutar del acto de teorizar acerca de él, seguramente se abriría una gran
posibilidad a favor del bien político. Pero estamos atrapados, en este as-
pecto, entre dos épocas: una agonizante y otra sin poder para nacer. El
viejo yo “humanista liberal” que marcó ciertos logros importantes en su
tiempo, fue capaz de transformar el mundo pero solo al precio de la auto-
violencia, lo que a veces apenas parecía justificar el costo. El yo decons-
truido que le pisó los talones tiene aún que demostrar que lo no idéntico
puede transformar tanto como subvertir, y los prolegómenos no han sido
demasiado auspiciosos (…). Nos encontramos golpeándonos la cabeza
contra los límites habituales del lenguaje, lo que significa decir, por su-
puesto, contra los límites habituales de nuestro mundo político. (Eagel-
ton, 1997: 139-140)
Otra cuestión necesariamente previa al análisis que intentamos desa-
rrollar es la de la pretendida oposición insalvable entre la “teoría de la
praxis” y el materialismo dialéctico, que se ha venido esgrimiendo a la
par de toda la profusión teórica del posmodernismo, como un supuesto
esfuerzo por saldar cuestiones abiertas dentro del marxismo para enfrentar

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la diletancia posmoderna. Eagleton no es ajeno a ello, y en nuestro medio,
Néstor Kohan ha abordado detenidamente la cuestión. (Kohan, 2003)
En un pasaje de su trabajo Kohan nos regala este párrafo realmente
esclarecedor acerca de la cuestión del sujeto y del poder
“Realización”, producción de relaciones como resultado de la victoria en
combate. Punto de alcance de una nueva etapa en el proceso posterior
al triunfo, la construcción de un dominio estable: la paz, momento es-
tratégico de la confrontación y al mismo tiempo resultado de la victoria
previa en el enfrentamiento. Si la derrota es tal que no se visualiza en el
campo de los “observables” ninguna posibilidad de revertirla, los sujetos
sociales dominados y vencidos empiezan a otorgar consenso al vencedor
y a “olvidar” el turbio origen de la paz, autorrepresentándose la situación
posvictoria como una relación eterna, sin origen y sin futuro. Deshistori-
zar el ejercicio del poder, he ahí la clave para su reproducción. (Kohan,
2003: 194)
A partir de esta aseveración verdadera Kohan considera que el marxis-
mo sólo habla (y sólo puede hablar) desde lo filosófico-político, desde la
subjetividad inmersa en la lucha de clases y sólo en tanto esta esté inmersa
en la lucha de clases. Ese es el límite de la filosofía de la praxis. Por tanto,
hablar de naturaleza, o peor aun, de naturaleza preexistente a lo subjeti-
vo, es hacer metafísica. De allí toda su diatriba contra el DIAMAT de los
manuales soviéticos a los que opone un supuesto hegelianismo-marxismo-
gramscismo que constituiría la “filosofía de la praxis”, de la que queda
afuera incluso Engels (con todo respeto) quien se habría desviado (en un
descuido de Marx y/o aprovechando su desaparición física) hacia el mate-
rialismo positivista, naturalista o mecanicista.
No es nuestra intención ni posibilidad la de hacer aquí una exégesis
analítica de la obra de Engels ni de los contenidos de los manuales DIA-
MAT Y HISTMAT soviéticos, lo que además implicaría internarse en el la-
berinto de las distintas y cambiantes circunstancias y coyunturas histórico
políticas en lo que todo ello tuvo lugar. Cosa que Kohan no hace.
Sólo hemos de hacer una aclaración filosófica que tiene mucho que
ver con las razones de por qué el marxismo ya era superador del posmo-
dernismo filosófico (y sus “múltiples verdades”) incluso antes de que el
posmodernismo filosófico apareciera.
La “victoria” en la lucha (de clases) que el marxismo vislumbra no es
una victoria más, que daría lugar a una “nueva clase dominante” e impon-

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dría su verdad ocultando el fragor de la lucha anterior, y así sucesivamente.
El marxismo se basa en la creencia científica (ciencias sociales) de que la
victoria que ha de sobrevenir para la clase obrera es una victoria conclu-
yente, que elimina definitivamente la posibilidad de que se vuelva a erigir
sujeto dominante alguno (comunismo).
En este sentido, el marxismo abre así, como verdadera revolución teó-
rica (y no se nos confunda con althusserianos que no somos ya que en ese
aspecto compartimos muchas de las críticas que hace Kohan al “estructu-
ralismo marxista”), un campo inédito en la teoría del conocimiento que,
sin renegar de la visión clasista de la teoría de la praxis, como análisis
estratégico de la realidad que debemos revolucionar hoy, permite, a su vez
(y necesita para esa lucha ideológica), imaginar (y conocer) hacia atrás la
existencia de una realidad sin sujeto, una realidad pre-subjetiva, una “natu-
raleza material”, cuya existencia, por otra parte, las ciencias no hacen más
que confirmar permanentemente y cada vez más, y estudiar junto con estas
ciencias, la dinámica de esta realidad sin sujeto, que tiene un movimiento
propio, que resulta estar sujeto a las mismas leyes que el movimiento de
lo histórico humano (lo que no podría ser de otra forma ya que lo humano
proviene de allí y es parte de ello). Que no podríamos estar hablando de
todo esto si no fuéramos seres humanos (inmersos en lucha de clases) es
una verdad evidente cuyo señalamiento no aporta nada a la cuestión y no
puede ser esgrimida como prueba de la inexistencia de lo material presub-
jetivo ya que sería entrar en la circularidad de un silogismo que devendría,
sí, tremendamente reaccionario, idealista e inmovilizante y abiertamente
contrario a las intenciones de la “filosofía de la praxis”. Llamar a todo esto
bases del pensamiento del materialismo dialéctico nada tiene de metafí-
sico, ni de confuso, y encierra verdades que están ausentes en el análisis
de Kohan. Pero sobre todo no hay contradicción, sino todo lo contrario,
entre esta visión materialista dialéctica y el fundamento del materialismo
histórico que es la filosofía de la praxis sobre la que se basa el esclarecedor
párrafo de Kohan con el que empezamos esta reflexión.

La clase obrera

Un error muy común, en el entendimiento de que la clase obrera es el


sujeto histórico y revolucionario, radica en tomar tal afirmación en un sen-
tido esencial. La clase obrera no es una esencia. No es siquiera una cosa.

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No es un conjunto de obreros, ni todos los obreros del mundo. Ellos inte-
gran la clase obrera. Son, si se quiere, su “sustrato nuclear histórico mate-
rial”. Pero lo que hace que ellos, y cualquier otro ser humano del planeta,
constituya la Clase, en términos marxistas, es el ser víctimas, de forma di-
recta o indirecta, de la extracción de plusvalía. De este modo, todos somos
estrictamente potenciales integrantes de la clase obrera, en la medida que,
al menos indirectamente, el capital, en algún momento, extrae, de todos,
el “plusvalor” de nuestro trabajo. La clase obrera es una relación social.
La materialización de esta relación (siempre dinámica) está dada por los
que están en un momento determinado en un determinado tipo de relación
respecto de los capitalistas o del capital.
Groseramente, desde el punto de vista del análisis económico-social,
se podría decir que dentro de “la clase obrera” hay muchos que, al final
de la cuenta diaria, reciben por su trabajo algo que compensa, en mayor o
menor medida, lo que el capital les extrae, ellos son los que integran las
clases medias y los obreros calificados de los países más industrializados
y, según el estrato de clase media que ocupen, en cada momento, pueden
pasar a ser, literalmente, explotados o no por el capital aunque el capital
siempre termina por arrebatarles de alguna manera a través de los precios e
impuestos al consumo (que además es un consumo dirigido por el capital)
o de la renta crediticia o de la privación de cualquier otro bien al que estos
trabajadores tienen derechos y el capital los priva de ellos. Luego están los
que constituyen lo que podría llamarse “clase obrera de tiempo completo”;
es decir, los empleados del capital que nunca reciben, ni directa ni indirec-
tamente, lo que realmente aportan a la valorización de la mercancía, mate-
rial o inmaterial, en cuyo proceso de elaboración intervienen. Y finalmente
están los excluidos, aquellos que no pertenecen al mundo del trabajo ni del
consumo, porque el diseño que ha hecho el capital del mundo productivo
tiene la medida del grado de concentración de la riqueza y, esa medida,
particularmente en la última fase del capital, deja afuera a casi la mitad
de la humanidad. Con la globalización la movilidad entre estos estratos
sociales se ha dinamizado y complejizado abruptamente y, sobre todo, ha
aumentado exponencialmente el grupo de los excluidos y pauperizados y
se han proletarizado grandes partes de las clases medias.
Pero si se quiere recurrir a un análisis científico de la cuestión se tiene
el importante trabajo de Ellen Meiksins Wood de 1995 en el que la autora
aborda la defensa de las posiciones E.P. Thompson frente a la rigidez del
análisis althusseriano.

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En un pasaje introductorio de sus posiciones, Thompson Meiksins
Wood afirma que
La gran fuerza del concepto de clase de Thompson radica en que es capaz
de reconocer y explicar el funcionamiento de la clase en ausencia de la
conciencia de clase mientras que quienes adoptan la definición estructu-
ral que los críticos de Thompson tienen en mente no pueden demostrar
a cabalidad la eficacia de la clase en ausencia de formaciones de clase
autónomas claramente visibles y no pueden responder con eficiencia al
reclamo de que la clase no es más que un constructo teórico motivado
ideológicamente y que se ha impuesto a la evidencia histórica desde el
exterior. (Meiksins Wood, 2000: 93)
A partir de allí recurre a citas del propio Thompson en su trabajo
Eighteen-century English society: Class struggle without class? en el que
este afirma que las clases surgen y se desarrollan “a medida que los hom-
bres y mujeres viven sus relaciones productivas y experimentan sus si-
tuaciones determinadas, dentro del ‘conjunto de las relaciones sociales’,
con su cultura y expectativas heredadas, y a medida que manejan estas
experiencias en formas culturales” (Meiksins Wood, 2000: 95). Y final-
mente defiende el concepto de clase de Thompson como relación y proceso
afirmando que
El concepto de clase como relación y proceso subraya que las relaciones
objetivas con los medios de producción son importantes porque estable-
cen antagonismos y generan conflictos y luchas; que estos conflictos y
luchas forjan la experiencia social en “formas de clase” aun cuando no
se expresen en conciencia de clase o en formaciones claramente visibles.
(Meiksins Wood, 2000: 97)
En su monografía: “La mutua conformación del capital y el trabajo
desde el capitalismo maduro al capitalismo senil, y las formas sociales a
que da lugar”, Andrés Piqueras dice que
El concepto de Trabajo que aquí se utiliza como sujeto, trasciende lo some-
ramente productivo (la “esfera económica” en que el capitalismo confinó
la producción de las condiciones de la vida, en un sentido amplio). Está
hecho para designar a quienes crean la riqueza, pero sin querer con ello
decir que debemos ser designados únicamente como productores. Sin tra-
bajo no existiríamos, pero el trabajo como sujeto antagónico del Capital se
realiza y responde a muchas otras facetas del ciclo de la vida (interacción
humana, ayuda mutua, relaciones personales, placer, intercambio, creación,
entre muchas otras) y aspira, en sus versiones emancipadoras, a negarse a
sí mismo como agente imposibilitado del hacer para sí (es decir, a negarse

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como trabajo alienado y en consecuencia como trabajo en general), a través
del trabajo libre, creativo, y capaz por tanto de construir otras condiciones
de vida, otra vida. (Piqueras, 2005: 1. Las cursivas son nuestras.)
Es confrontando esta definición de trabajo que debe comprenderse la
categoría económica y política de clase obrera. No buscando en un indivi-
duo o un grupo de individuos la “naturaleza” de la clase, sino entendiendo
a la clase obrera como la manifestación del trabajo en forma antagónica al
capital.
En el capítulo denominado “Sobre el Capital y el Trabajo como sujetos
antagónicos, pero, al mismo tiempo, heterogéneos y contradictorios inter-
namente”, Piqueras define así al capital y al trabajo:
El Capital es una relación social que conlleva la expropiación del hacer,
del trabajo y de la vida de otros a partir de la apropiación de los medios
de producción sociales. Es la expropiación y el sometimiento del trabajo
vivo, esto es, de los seres humanos. Esto tiene lugar a través de una relación
de clase o de explotación (…). El Trabajo personifica la parte humana que
es expropiada de su hacer para sí misma, tanto a través de la explotación
directa como en general de su pérdida de autonomía, resultando alienada
de sus propias condiciones de vida. La dinámica general del Sistema no
responde a sus intereses ni está orientada por ella, aunque ocasionalmente
o relativamente, unas u otras partes de la misma puedan beneficiarse en
algunos aspectos. (Piqueras, 2005: 6. Las cursivas son nuestras.)
De este modo la clase obrera como encarnación del trabajo, en su rol
antagónico al capital, está, inevitablemente, en todo ser humano, al menos
en parte, aunque, por supuesto, su presencia y sus potencialidades de reali-
zación como clase para sí (es decir, su autoconciencia) se hace mucho más
evidente y tiene muchas más probabilidades de desarrollarse en aquellos
grupos humanos que viven, prácticamente durante toda su vida, de un tra-
bajo con el que aportan, en forma directa, a la formación del capital una
parte que no les es retribuida y que se denomina plusvalía.
En el siglo XX, en el que la forma paradigmática de acumulación y
control del capital fue la gran producción industrial, tanto desde su inci-
dencia económica como desde su relevancia política para la estrategia de
clase, fueron los obreros propiamente dichos, y los obreros industriales en
particular, los que constituyeron el cuerpo y la vanguardia de la clase obre-
ra en términos históricos y, por lo tanto, la vanguardia de la revolución.
Pero ello, no tiene nada que ver con el hecho de que para pertenecer a la
clase obrera haya (al menos hoy en la etapa de la globalización) que pasar,

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inevitablemente, por el trabajo concreto, asalariado, de la fábrica: “Todo
ser humano es un sitio de diferentes posiciones de clase, albergando en sí
un germen de transformación y a su vez de perpetuación o reproducción
del antagonismo de clase en sus variadas expresiones”. (Piqueras, 2005: 7).
Cierto es que Marx, a pesar de no haber desarrollado en su obra una
teoría sistemática de la clase obrera, en El Dieciocho Brumario de Luis
Bonaparte hace referencia a las circunstancias en torno a las cuales se for-
man las clases, señalando: 1) el modo de vida; 2) la propiedad o no de los
medios de producción; y 3) cierta cultura específica. Por un lado Marx está
hablando de la clase obrera que se está formando ante sus ojos en el siglo
XIX. Es la clase obrera industrial paradigmática de ese momento y de todo
el industrialismo del siglo XX y mucho se ha hablado sobre ello. Sin em-
bargo esta seudo definición no insinúa siquiera la clausura del concepto en
estos términos. Por otra parte tal alusión a la clase es, en sí misma genérica
y, de hecho, no se contrapone en absoluto con la interpretación a la que
aquí adherimos.
Lenin, situado en el corazón del proceso de formación de la clase obre-
ra industrial en Rusia y en los tiempos en que la praxis revolucionaria hacía
pie principalmente en los obreros industriales no solo en Rusia sino tam-
bién en toda Europa, señala no obstante la importancia del conocimiento
de la situación de todas las clases populares e incluso las clases medias
para el propio autoconocimiento como clase:
Quien concentre la atención de la clase obrera, su capacidad de observa-
ción y su conciencia exclusivamente o aunque sólo sea en forma prefe-
rente, en ella misma, no es un socialdemócrata; pues el conocimiento de
sí misma por parte de la clase obrera está vinculado en forma inseparable
[a la comprensión] de las relaciones entre todas las clases de la sociedad
actual. (Lenin, 1974, T I: 453)
Es decir, que aun en el momento en que la actividad revolucionaria
del sujeto histórico encarnaba principalmente en los obreros industriales
mismos su conciencia de clase para sí tenía que ver con su compresión de
la situación de todo el pueblo. Lo contario es economicismo y obrerismo.

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La clase obrera en la historia moderna

Desde esta perspectiva, la clase obrera, como sujeto histórico y revo-


lucionario casi, ha estado presente desde los comienzos de la modernidad
capitalista, al menos en potencia o como clase en formación, ya en los
movimiento campesinos del primer capitalismo, de la acumulación origi-
naria, y en el período del ascenso de la burguesía al poder, en tanto que las
luchas campesinas eran generadas por el antagonismo creciente del trabajo
campesino con el poder feudal. Precisamente, la agresividad y tendencia
a la superexplotación de los campesinos por parte de la nobleza se gene-
raba a partir de la presión que la burguesía naciente y pujante empezaba a
ejercer cada vez más sobre estas clases a través del aumento de los costos
comerciales y financieros. Es conocido que el antisemitismo de las clases
campesinas y populares (y también de los nobles) en esta etapa del desarro-
llo del capitalismo se generó a partir de la identificación del “judío” con el
prestamista. Si bien de una forma mistificada y supercheril, y con futuras
connotaciones racistas, llevaban razón los campesinos y el populacho (en
su confusión) en el sentido de sus sospechas, ya que era, efectivamente,
la nueva clase burguesa naciente la que estaba metiendo la presión eco-
nómica y financiera de la que ellos eran las principales víctimas, aunque
la identificación de la personas de religión judía con la actividad usura-
ria haya sido totalmente aleatoria y coyuntural en términos históricos. La
“clase obrera” del primer capitalismo estuvo encarnada en realidad por los
bisabuelos, abuelos y padres de los obreros nacidos en el siglo XIX y casi
todos ellos eran campesinos.
En el Imperialismo, con la industria ya desarrollada, la “clase obrera”
como sujeto histórico encarnó, como dijimos, en la clase obrera industrial
propiamente dicha. Fueron los obreros de las fábricas de Petrogrado y las
grandes ciudades rusas la fuerza principal de la Revolución de Octubre y
los que sostuvieron el esfuerzo industrial soviético y, hasta en China, con
las peculiaridades que tuvo tal proceso revolucionario, apoyado en el cam-
pesinado, fue indiscutible el papel de vanguardia de los obreros urbanos,
más allá de la ayuda imprescindible que recibiera tal movimiento revolu-
cionario del estado proletario soviético. La resistencia y la lucha de los tra-
bajadores fabriles –sobre todo de las grandes industrias– fueron la chispa
y el motor de casi todos los grandes movimientos emancipatorios del siglo
XX, aun en países de mayoría de población trabajadora campesina.

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Hoy, en la globalización, la pregunta sobre el sujeto histórico debe res-
ponderse desde un esfuerzo analítico de síntesis de este devenir de luchas
de clases, tanto de aquellas luchas que se dieron en el primer capitalismo,
como las que tuvieron lugar durante el imperialismo.
El capital ha llegado al grado máximo de su desarrollo, el dominio
de las fuerzas de producción lo tiene el capital financiero, pero con esto
deja del otro lado, es decir del lado del trabajo, en antagonismo con dicho
capital financiero híper concentrado, a la inmensa mayoría de la población
mundial. El sujeto sigue siendo “la clase obrera”, es decir la subjetividad
del mundo del trabajo, pero, de qué manera se expresa hoy, y cuáles son las
formas propias de la organización, de este gran sujeto mundial, para hacer
frente al capital, en la última y definitiva batalla, es lo que está en el centro
del debate político de la izquierda real. De ello trataremos en este ensayo.

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Introducción

Los disparos alrededor nos impiden oír bien,


pero la voz humana es diferente de los otros sonidos.
Puede hacerse oír por encima de ruidos que lo inundan todo
aunque no esté gritando, aunque sea un susurro.
Hasta el murmullo más leve silenciaría un ejército (…)
cuando dice la verdad.1

La clase obrera y el sujeto histórico

La desarticulación del poder político soviético y la irrupción de medidas


económicas neoliberales en Rusia, en la mayoría de las ex repúblicas socialis-
tas soviéticas y en los países socialistas de Europa del Este, generaron un im-
pacto ideológico y psicosocial en todo el planeta de características regresivas,
fatalistas, abrumadoramente escépticas, de profunda resignación y, peor aún,
de renegación de la historia de luchas y logros pasados, y de brutal frustración.
Esto fue así, claramente, en aquellos sectores políticos que venían más
vinculados a la lucha y al esfuerzo por generar un cambio de fondo en el
poder del capitalismo mundial, alentados por las expectativas de que el im-
perialismo sería ya la última etapa del capital en desarrollo, y por la idea de
que esa etapa estaba llegando a su fin.
Los años 60 y 70, del siglo XX, habían abonado esas expectativas con
grandes concreciones de la movilización y la lucha popular, que llevaron a
toda una generación política de izquierda a sentir que se estaba por tomar
“el cielo por asalto”.
Ya a fines de los 70 y comienzos de los 80, este gran movimiento ascen-
dente de lucha de masas y triunfos revolucionarios comenzó a evidenciar un
estancamiento, cuando no un retroceso. Particularmente, la seguidilla de gol-
pes militares fascistas en Latinoamérica (una de las regiones más encendidas
por la ola revolucionaria), el estancamiento de las luchas anticoloniales con

(1) De la película La intérprete (2005) de Sydney Pollak.

El sujeto histórico en la globalizacion | 19


tendencia socialista, en varios países de África, la confusa disputa ideológica
de los grandes partidos de izquierda de Europa Occidental, el durísimo en-
frentamiento de China con la URSS, e incluso, en un cierto momento, con
el propio Vietnam (triunfante en los 70 contra el imperialismo), y la conso-
lidación de Israel como centro permanente de operaciones del imperialismo
en Oriente Medio y, desde allí, hacia todo el mundo árabe, se convirtieron
en obstáculos insalvables para la continuidad de la movilización y organi-
zación de los movimientos populares y, principalmente, de la clase obrera
mundial, en clave revolucionaria. El desastre de Camboya (1975-1979) y la
terrible guerra entre Irán e Irak (1980-1988) completaron este escenario de
ruptura del proceso de unidad entre los pueblos y avance antiimperialista,
que había caracterizado las décadas anteriores, con el campo socialista y los
movimientos de los no alineados.
En esta situación, en la que sólo aportaron renovadas energías de cambio
el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua y los avances del Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional en el Salvador, y, en cierto
sentido, la Revolución Iraní de 1979, la caída de la mayor parte del mundo
socialista realmente existente (que revelaba el agotamiento de un proceso
revolucionario que se creía, en el mejor de los casos pujante y en el peor con
ciertos niveles de estancamiento, pero nunca ya transformado en un gran
cascarón de estado socialista, vacío de democracia de masas y fuerza prole-
taria por dentro), cayó como una catarata de agua helada sobre las sufridas
espaldas y corazones de la militancia de izquierda mundial.
Pero, el efecto no fue sólo sobre la militancia de izquierda propiamente
dicha. Todos los que luchaban por la liberación de sus países, por la justicia
social, por la recuperación y profundización de las democracias, en fin, todos
los que luchaban, de una forma u otra, contra el imperialismo y por las trans-
formaciones sociales, en pos de un mundo mejor, supieron, en ese momento,
si es que no lo habían sentido antes, que la existencia de la Unión Soviética
y del campo socialista, aun con todos los reparos que ellos mismos le venían
efectuando, había sido el gran soporte, tanto material, como en última instan-
cia ideológico, que generaba el espacio para sus propias luchas, y que jugaba
el papel de reaseguro del movimiento mundial de liberación y mostraba, en
concreto, en términos reales, que una alternativa a las estructuras del poder
económico mundial era posible.
Y, junto con ese insight, revelador ex post facto, sintieron también, para-
dójicamente, que la caída de tal reserva material y moral implicaba un serio

20 | Mariano Ciafardini
cuestionamiento a la posibilidad de que esos sueños se convirtieran, alguna
vez, en realidad, en la forma que fuera.
El impacto ideológico de esta caída del socialismo, construido a partir
de la Revolución de Octubre, tuvo un efecto ideológico-cultural devasta-
dor. En todas las mentes y las almas de las generaciones que nacían a la
vida política en los 80 y ya en los 90 dejó flotando la impronta de que las
utopías y los sueños de un mundo distinto, más allá del capitalismo y la
brutal competencia del mercado, eran simplemente una quimera.
Sobre este “campo orégano” las usinas de la globalización neoliberal
desencadenaron un bombardeo ideológico y cultural destinado a enterrar
toda esperanza de cambio estructural y fortalecer las posiciones individua-
listas, egoístas, híper-competitivas y, en última instancia, de alienación de
todos, pero en especial de la juventud.
La parte de las fuerzas intelectuales del momento que no fue direc-
tamente cooptada por la avalancha ideo informativa neoliberal, produjo,
en algunos casos, impecables críticas profundas del proceso, sin dejarse
engañar e incluyendo planteos novedosos y alentadores, siempre desde la
izquierda, recurriendo, a veces, al arsenal ideológico gramsciano, o a otras
elaboraciones teóricas, que constituyen una continuidad del marxismo. En
otros casos, se mezclaron elaboraciones teóricas de gran profundidad con
planteos erráticos, que derivaban en los pantanos del irracionalismo y el
agnosticismo, como el caso de las corrientes llamadas “post modernas”.
El tiempo, sin embargo, siempre juega a favor de la humanidad, de las
luchas de los pueblos. Y nos encontramos, hoy, con que la propia dinámica
de los hechos, no sólo nos autoriza, sino que nos impone, hacer una suerte
de balance e inflexión teórica al calor de la profunda nueva crisis del siste-
ma capitalista, que ya se revela, esta vez sí, como terminal.
En primer lugar debe decirse que hay quienes, aun en las más adver-
sas circunstancias ideológicas, que supusieron los sucesos antes aludidos,
mantuvieron la continuidad de la labor revolucionaria y la lucha por el
socialismo aun en el aislamiento, la oscuridad mediática, el ostracismo po-
lítico, la reducción de sus fuerzas a mínimos exponentes históricos, cuando
no siendo víctimas de la directa persecución y represión. En este sentido la
resistencia de la revolución cubana y sus líderes es paradigmática. Y junto
a ella, la propia de las numerosas organizaciones comunistas y socialistas
revolucionarias y de izquierda y los movimientos de liberación y por la

El sujeto histórico en la globalizacion | 21


justicia social en todo el mundo2, han sido imprescindibles, ya que sin ello
sería imposible reconocer la continuidad de una energía revolucionaria que
no es un invento circunstancial, sino la fuerza persistente de toda una épo-
ca, fuerza que está llamada a conseguir sus objetivos históricos a pesar de
las adversidades y las derrotas temporales.
En América Latina ha sido impactante el proceso de surgimiento de
gobiernos populares con tendencias de izquierda o centro izquierda, como
es también impactante su capacidad para resistir los embates de la contra-
ofensiva neoliberal que busca sus desestabilizaciones y fracasos. Como
dato, sólo el tiempo de duración de estas resistencias a los esfuerzos estra-
tégicos de EEUU por voltearlos y sustituirlos por gobiernos adictos que no
encierren sospecha alguna de posible rebelión o desviación hubiera sido
impensable en anteriores contextos posibles. Al mismo tiempo, esa resis-
tencia duradera ha sido posible en gran medida por la unidad orgánica de
estos procesos políticos entre sí, otra circunstancia inimaginable en esce-
narios de dependencia imperialista anteriores.
También hubo otros países que, luego de haber realizado inmensos es-
fuerzos y sacrificios en el siglo XX para romper las cadenas del capital y
mantener en alto las banderas del socialismo, optaron, frente a la avalancha
económica capitalista de los años 80 y 90, por ceder terreno propio, estra-
tégicamente, al capital extranjero, para apostar a un desarrollo acelerado,
imprescindible para la continuidad del proceso nacional, pero manteniendo
el control político y la estructura social construida durante aquellos años de
lucha, como lo hicieron, principalmente, China y Vietnam. También resistió
el embate neoliberal Corea del Norte. Todos ellos muestran hoy índices de
desarrollo y aumento del nivel de vida de sus pueblos –y autonomía frente
al “dictat” neoliberal y financiero de la globalización– sorprendentes.
La tesis de este ensayo es que a partir de toda esta la reserva ideológica
orgánica y política, con sus complejidades y contradicciones, va re-estruc-
turándose hoy el sujeto revolucionario de la época: el sujeto histórico en la
globalización. 
(2) En marzo de 1990 los partidos comunistas de Honduras, República Dominicana, El
Salvador y Argentina y el partido Vanguardia Popular, de Costa Rica, dieron a conocer una
“Carta Abierta a las Fuerzas Revolucionarias y Progresistas de América Latina y el Caribe”,
mostrando optimismo y esperanza en el futuro del socialismo –que llamaba la atención– en
el momento de mayor auge del neoliberalismo en el mundo. El Partido Comunista de Cuba
también participó de la redacción del instrumento, pero se abstuvo de aparecer como firmante,
en un principio, para evitar una mayor exposición ante la delicada situación internacional de
la isla, en tales circunstancias.

22 | Mariano Ciafardini
Capítulo 1

Las etapas del capitalismo

La “fórmula” del capital, según Marx, es conocida como: D-M-D’.


En ella se puede observar cómo el simple dinero, como instrumento de
cambio, se transforma, a través de la mercancía, en capital. La mercancía
incorpora valor al proceso a partir del trabajo no remunerado a su autor (el
trabajador), valor que queda inscripto en la propiedad del capital.
En realidad la fórmula más clara desplegada de todo el proceso sería
D-M-D (-P-M’)-D’, que muestra cómo, de la venta de la mercancía ob-
tenida con el dinero inicial, se obtiene un valor que se invierte, a su vez,
en la producción de más mercancía, a la que se le incorpora la plusvalía,
escamoteada al trabajador y, de la venta de ésta, se obtiene, finalmente, el
capital dinerario.
El proceso cíclico del capital se desenvuelve en tres fases (…) Primera
fase: El capitalista aparece como comprador en el mercado de mercancías
y en el mercado de trabajo, su dinero se convierte en mercancía o efec-
túa el acto de circulación D-M. Segunda fase: Consumo productivo por
parte del capitalista de las mercancías adquiridas. Actúa como productor
capitalista de mercancías; su capital recorre el proceso de producción.
El resultado es: mercancía de valor superior al de sus elementos de pro-
ducción. Tercera fase: El capitalista retorna como vendedor al mercado;
su mercancía se cambia por dinero o efectúa el acto de circulación M-D.
(Marx, 2004, T II, V 4: 29)
Si se atiende a los componentes fenoménicos de la fórmula, es decir a
las actividades que implican cada parte de la misma, se advierte que en un
primer momento, para acumular el dinero necesario, suficiente para hacer la
inversión productiva, es preciso recurrir a la compra venta mercantil, en la
que ya hay una actividad fraudulenta, en cuanto a que el mercader debe co-
brarse, por la venta de lo que se compró, más de lo que ésta costó (agregando,
por supuesto, el costo de traslado, almacenamiento y conservación, más los
gastos de manutención del comerciante y su familia), ya que si no se cobrara
este plus no se llegaría nunca al ahorro necesario para establecer la fábrica
manufacturera, que permita, ya no sólo comprar la mercancía, sino fabricarla

El sujeto histórico en la globalizacion | 23


directamente, es decir comprar mercancía compuesta por medios de produc-
ción y fuerza de trabajo. “Para que el capital pueda formarse y apoderarse
de la producción se presupone que el comercio ha alcanzado cierto estadio
de desarrollo, y por ende que también lo ha alcanzado la circulación de mer-
cancías y con ella la producción de las mismas”. (Marx, 2004, T II, V 4: 39)
Cuando Marx habla, en el tomo primero de El Capital, sobre la acu-
mulación originaria, se refiere específicamente al proceso inglés. Afirma
que los señores feudales, de la generación posterior a la “Guerra de las
Rosas”, inician el cercado de campos y apropiación de tierras comunales,
produciéndose así la gran separación de los trabajadores de los medios de
producción, ya que las grandes masas de campesinos son expulsados de las
mesnadas feudales y privados de la explotación de los terrenos comunes.
Esto lo hace esta nobleza de última generación, con una mentalidad ya ca-
pitalista, en cuanto que la finalidad es la crianza en gran escala de ganado
lanar, que encontraba un buen mercado en la desarrollada producción textil
de Flandes. Sin embargo, para que la producción capitalista de los Países
Bajos pudiera desarrollarse, al punto de provocar el inicio del desarrollo ca-
pitalista de Inglaterra, fue preciso que los comerciantes holandeses acumu-
laran el capital suficiente como para la instalación de los talleres textiles. Y
este capital se acumuló a través de la actividad comercial “pura”, trayendo
principalmente artículos suntuarios de oriente y vendiéndoselos a la deca-
dente nobleza holandesa, como lo venían haciendo, incluso desde antes, los
comerciantes venecianos y genoveses con la nobleza italiana, española y
francesa. Estos comerciantes burgueses llegaron a acumular tales ganancias
con este comercio, que pudieron, incluso, financiar a los reyes en sus costo-
sísimas campañas militares. Es decir, que antes del desarrollo de la produc-
ción manufacturera en gran escala, fue el comercio y la actividad financiera.
Así, el primer momento del capitalismo es esencialmente mercantil. Y el
segundo momento es claramente el de la producción. En este segundo mo-
mento la inicial “estafa” mercantil permanece, pero ahora se comete también
respecto del trabajador, al no pagarle la totalidad del valor que incorpora al
producto y quedarse, así, con la plusvalía (en este caso es una estafa extorsiva
ya que el trabajador las más de las veces no tiene opción) a lo que, además,
el capitalista agrega un precio diferencial que excede el costo de producción
(incluyendo la plusvalía), cosa que pueden hacer los capitalistas en momen-
tos y etapas monopólicas de la producción y dominio de los mercados.
Pero hay un tercer momento que debe agregarse a la fórmula desplega-
da del capital, que es cuando a los capitalistas monopolistas les resulta más

24 | Mariano Ciafardini
rentable que vender monopólicamente su producción, prestar las grandes
masas de dinero, propias y ajenas, a consumidores, inversores y a estados,
lo que implica una nueva mercantilización, pero ya no de mercancías pro-
piamente dichas, sino del mismo capital, en forma de dinero. La fórmula
completa quedaría entonces D M-D (PM) D’ (DR) D’’, donde DR sería el
dinero vendido como mercancía (prestado), que produce renta y, D’’, el
capital reproducido final.
Marx analiza el capital que deviene interés en la sección quinta del
Tomo III de El Capital. “El movimiento es entonces D-D-M-D’-D’” (Marx,
2004, T III, V 7: 436) El capital dinerario es entregado por un capitalista a
otro para que este lo valorice como capital en el proceso de conversión del
mismo en mercancía y vuelva a obtener un capital dinerario valorizado,
cuya ganancia la tiene que compartir con el capitalista prestador inicial. Es
decir, que ambos se reparten el plus-producto:
A este doble desembolso del dinero como capital, siendo el primero la mera
transferencia de A a B, corresponde su doble reflujo. En carácter de D’ o
como D+*D refluye desde el movimiento hacia el capitalista operante B.
Este vuelve a transferirlo luego a A, pero al mismo tiempo con una parte de
la ganancia, como capital realizado, como D+*D, siendo +D no toda la ga-
nancia sino una parte de la misma, el interés. (Marx, 2004, T III, V 7: 437)
Es importante entender que este movimiento del capital no radica en la
voluntad o la elección de los capitalistas, sino que resulta inevitable como
resultado de la competencia y de la, imprescindible, maximización de la
tasa de ganancia. Y también es importante entender que esta última forma
de ir por más en la competencia inter-capitalista, que es la obtención de
renta financiera como forma principal de la actividad capitalista total, es
la última posible para evitar la caída de la tasa de ganancia en el ciclo del
capital. Aquí dos párrafos de Marx, donde esto se intuye con claridad:
Pero nunca hay que olvidar que, en primer lugar, el dinero (…) sigue
siendo el sustrato del cual el sistema crediticio jamás podrá liberarse, con-
forme a su propia naturaleza. En segundo lugar, no hay que olvidar que
el sistema crediticio tiene como supuesto el monopolio de los medios
sociales de producción (bajo la forma de capital y propiedad de la tierra)
en manos de particulares, ni que el propio sistema de crédito es, por una
parte, una forma inmanente del modo de producción capitalista, y por la
otra una fuerza impulsora de su desarrollo hacia su forma última y supre-
ma posible. (Marx, 2004, T III, V 7: 781. Cursivas nuestras.)

El sujeto histórico en la globalizacion | 25


(…)
Hemos visto que la ganancia media del capitalista individual, o de cada
capital en particular, está determinada no por el plus-trabajo de que se
apropia ese capital en primera instancia, sino por el monto del plus-tra-
bajo global del que se apropia el capital global, y del cual cada capital
particular, en su carácter de parte proporcional del capital global, sólo
extrae sus dividendos. Ese carácter social del capital sólo se media y se
efectiviza por completo en virtud del pleno desarrollo del sistema crédito
y bancario. Por otra parte este sistema va más allá. Pone a disposición de
los capitalistas industriales y comerciales todo el capital disponible y aun
el potencial de la sociedad, que no haya sido ya activamente empleado,
de tal modo que ni el prestamista ni el usurario de este capital son sus
propietarios o productores. De ese modo deroga el carácter privado del
capital e implica en sí –pero también sólo en sí–, la derogación del propio
capital. En virtud del sistema bancario la distribución del capital queda
sustraída de las manos de los capitalistas privados y usureros en cuanto
actividad particular, en cuanto función social. Pero a causa de ello, al
mismo tiempo la banca y el crédito se convierten, a sí mismos, en el medio
más poderoso para impulsar la producción capitalista más allá de sus
propios límites y en uno de los vehículos más eficaces de las crisis y de las
estafas. (Marx, T III, V 7: 782. Las cursivas son nuestras.)
La dialéctica del análisis es extraordinaria. No sólo ve Marx el rol del
capital financiero en la nueva etapa del capitalismo que recién se avizoraba
–el imperialismo–, sino que deja sentada las bases para el análisis de la glo-
balización financiera actual, de mucho mejor modo que varios “expertos”
contemporáneos en la materia.
Desde un punto de vista dialéctico, podría decirse que la mercantili-
zación inicial es negada por la fase productiva (que genera además plus-
valía), y ésta, a su vez, negada por la fase financiera, que retorna en bucle
a la primera etapa (mercantil), pero en un estadio superior, que es el de la
venta del capital mismo, que contiene en sí el trabajo muerto en forma de
plusvalía, y que es el último grado posible de desarrollo del capital.
Hay micro-dialécticas y macro-dialécticas, y ambas están determina-
das entre sí. Si se observa con atención el proceso histórico de la moder-
nidad, la micro dialéctica del desarrollo del capital, que se aprecia en su
fórmula desplegada, se refleja, a su vez, en escala macro, en la dialéctica
integral del proceso capitalista como un todo.
Así, la primera etapa histórica del capitalismo, que se extiende aproxi-
madamente desde el 1300 hasta fines del 1800, que fue definida como

26 | Mariano Ciafardini
capitalismo salvaje o de libre competencia, y en cuyo primer período, de
1300 a 1600, se dio lo que Marx llamó la acumulación originaria, es una
etapa de claro sesgo mercantil. Se origina con el auge del comercio de
las ciudades mercantiles como Génova, Venecia, Barcelona, Amberes y
las del Mar del Norte (Liga Hanseática), continúa con el despliegue colo-
nial portugués, español y holandés, y termina con el imperio neo-colonial,
comercial, inglés. Ello no significa, por supuesto, que lo financiero y lo
productivo no hayan estado presentes en la etapa. De no haber sido así
el desarrollo del capitalismo hubiera sido imposible. Además, las finan-
zas jugaron un papel muy importante, especialmente en el primer período,
cuando la banca comercial, de aquellas mismas ciudades, financió la for-
mación de los estados nacionales, con préstamos a las monarquías para sus
guerras. Lo productivo también hizo su parte, especialmente después de las
grandes revoluciones industriales y, particularmente, en el siglo XIX. Pero
es indudable que, si debemos destacar un rasgo de este primer capitalismo,
ese es el sesgo comercial, que dio lugar a los movimientos mercantilistas
y liberales, sostenes materiales e ideológicos del poder político. Este co-
mercialismo de la primera etapa coincide, entonces, con la compra-venta
inicial de mercancías en la fórmula extendida del capital, que viéramos
anteriormente: D-M-D.
La segunda etapa del capitalismo fue la descubierta por Lenin y de-
nominada, tanto por él, como por otros, “imperialismo”. Aquí el sesgo
es indudablemente productivo o “productivista”. El actor principal del
momento fue la empresa transnacional monopólica. Mediante fuertes la-
zos con el estado nacional de origen, acumuló capital, principalmente, a
través de la alta productividad y la producción en escala. Es el momento
del invento de la línea de montaje y de la tendencia a eliminar las capaci-
dades ociosas de producción y de mano de obra. Las guerras imperialistas
son guerras industriales que definen su estrategia a partir de la capacidad
de producción armamentista. El mundo capitalista se divide entre países
imperialistas, donde están las casas matrices, y países dependientes, don-
de están las subsidiarias. También aquí vemos cómo lo productivo mo-
nopólico que niega dialécticamente lo mercantil, “libre competencista”,
coincide con el segundo tramo de la fórmula ampliada del desarrollo del
capital en la que el término D-M-D (comercio) es negado por el término
D-P-M-D’ (producción).
Finalmente, en la tercera etapa del capitalismo, que se viene desa-
rrollando desde mediados de la década de 1980. etapa en la que aún nos

El sujeto histórico en la globalizacion | 27


encontramos y en la que tanto el comercio como la producción capita-
listas crecen de manera exponencial, lo que sin embargo crece aun más,
al punto de determinar los flujos productivos y comerciales mismos, son
las finanzas y la especulación global. La globalización es paradigmáti-
camente financiera y lo financiero, en su parasitismo, es la negación de
lo productivo (de la racionalidad de la producción). De modo que esta
tercera etapa puede considerarse hegelianamente como la negación de la
negación respecto de las anteriores y, por lo tanto, la síntesis final del
ciclo. Su carácter final lo expresa, además, la decadencia y senilidad que
le imprime la propia financiarización al momento histórico, en tanto im-
plica la falta de vivacidad de trabajo real presente y el peso muerto de la
deuda que genera el gasto de valor futuro, y que depende de un trabajo
futuro para el cual no se están generando las condiciones de realización
(triple estafa). Es el término final de la fórmula D’RD’’, que no contiene
los conceptos ni de mercancía ni de producción, sino sintetizados dialéc-
ticamente como mercancía dineraria y producción a futuro, causa directa
de las “crisis y estafas”.
Esta es la manera en que se debe apreciar el final del proceso capitalista
como proceso histórico. Esta es la descripción que intentamos hacer en
nuestro trabajo anterior Globalización Tercera (y última) etapa del capita-
lismo. (Ciafardini, 2011)
La consideración de estas tres fases del capital –la fase dinero, la fase
productiva y la fase mercantil– es mencionada también por los autores del
ensayo Transnacionalización y Desnacionalización1 y tal visión etapista
del proceso histórico del capitalismo atraviesa toda esta obra imprescin-
dible para diferenciar el imperialismo de la globalización, aunque en este
último trabajo, en ningún momento se hagan explícitas estas demarcacio-
nes de las tres etapas, que sí hacemos nosotros en Globalización Tercera
(y última)...
Hay en esta interpretación una novedad respecto del marxismo y el
leninismo “clásicos”. Marx no se refirió prácticamente a etapas históricas
internas del capitalismo o de la modernidad como tales. Lenin introdujo
la noción de etapa o fase con su “descubrimiento” del imperialismo, pero
afirmó que se trataba solo de dos estadíos, de los cuales él estaba viviendo

(1) Cervantes Martínez, Rafael; Gil Chamizo, Felipe; Regalado Álvarez, Roberto y Zar-
doya Loureda, Rubén, 2000. Transnacionalización y Desnacionalización. Ensayo sobre el
capitalismo contemporáneo. Buenos Aires: Tribuna Latinoamericana.

28 | Mariano Ciafardini
el segundo, superior y (para él) último, de todo el proceso, el que, según la
visión revolucionaria de entonces, conllevaría a la extinción revolucionaria
del capitalismo.
La limitación parcial de la versión teórica de Marx fue completada,
entonces, por Lenin, que demostró la existencia de etapas reales dentro del
proceso como un todo, y las diferencias cualitativas entre las mismas, que
justificaban su distinción entre etapa superior e inferior.
La diferencia no resultaba ser academicista o “puramente” teórica, ya
que la nueva visión sobre la nueva forma de acumulación del capital, y las
institucionalidades políticas, sociales y culturales que de ellas se despren-
dían, imponía una reformulación de la estrategia revolucionaria, estrategia
que moduló políticamente todo el siglo XX.
La novedad que se introduce ahora es la de la tercera etapa, con fun-
damento empírico (que nos permite la privilegiada posición de ser testigos
de una parte trascendental del desarrollo histórico del capitalismo, pers-
pectiva de la que carecieron los padres del marxismo que nos precedieron)
y coherencia dialéctica que, “casualmente”, nos trae de la mano la tríada
histórica que, desde nuestra perspectiva, se genera.
Es obligatorio reproducir aquí algunas ideas expuestas en unos artí-
culos que no habían llegado a nuestro conocimiento cuando escribimos
Globalización Tercera (y última) etapa del capitalismo, y que hacen una
valoración de la cuestión de las etapas del capitalismo y una fundamen-
tación de los saltos cualitativos de una a otra, más completa y profunda
que la que hiciéramos nosotros en nuestro mencionado ensayo. El profesor
griego Liodakis se manifiesta sin ambages respecto del tema de la impor-
tancia de las etapas desde una visión marxista:
No es accidental que Marx no solamente distinga históricamente los su-
cesivos modos de organización social de la producción, sino que también
delimite las categorías conceptuales que constituyen una precondición
para ello, o directamente impliquen una periodización de los modos capi-
talistas de producción. (Liodakis, 2003: 2)
Liodakis, dentro del marco del mismo respeto que profesamos noso-
tros por el gran aporte leninista a la teoría de las etapas, se permite disentir
parcialmente con Lenin, en una postura que compartimos. Dice que
El concepto de Lenin es tanto teórica como históricamente limitado. Y esto
es porque, primero él se centra en la esfera de la circulación y el intercam-
bio, mientras que la extracción y la apropiación de la plusvalía en la esfera

El sujeto histórico en la globalizacion | 29


de la producción tienen un rol más determinante en la periodización del
capitalismo, sin por supuesto ignorar la dialéctica entre producción, circu-
lación y distribución. En segundo lugar, porque no explica adecuadamente
las exportaciones de capital entre los países capitalistas desarrollados (…).
Y, finalmente, porque la versión leninista del concepto de imperialismo está
esencialmente asociada con un sistema de relaciones y contradicciones en-
tre los estados nación, mientras que los más recientes desarrollos objetivos
vuelven a este tipo de teorización extremadamente problemática. Aun acep-
tando que el estado ha objetivamente jugado un rol crucial durante la etapa
imperialista del capitalismo, debe reconocerse que hoy las funciones y roles
de los estados han cambiado sustancialmente. (Liodakis, 2003: 3-4)
Liodakis define como “capitalismo totalitario” la nueva etapa, a partir
de “la necesidad de reconsiderar la periodización del capitalismo sobre el
terreno de las condiciones actuales”. Y señala que
(…) aunque las nuevas combinaciones en las formas de la extracción de la
plusvalía son importantes, se puede afirmar que lo que constituye el punto
de partida para la nueva etapa del capitalismo es la universal (tendiente a
total) subsunción no solo del trabajo sino también de la ciencia y la natu-
raleza bajo el capital. (Liodakis, 2003: 9)
Finalmente, y antes de proceder a una crítica precisa de las “falacias
metodológicas” de la obra de Hardt y Negri –Imperio–, Liodakis puntua-
liza los aspectos que considera deben tenerse en cuenta para sostener la
existencia de una tercera nueva etapa del capitalismo a partir de lo que
nosotros llamamos globalización:
• El rápido desarrollo del comercio internacional.
• La trasnacionalización de todos los circuitos del capital incluyendo
el financiero (y especulativo), que no es más que una de las tres
formas interrelacionadas del capital.
• El rápido desarrollo y profundización de la división internacional
del trabajo.
• La operacionalización global de la ley del valor, regulando el pro-
ceso transnacional de acumulación.
• La internacionalización del estado en relación con el proceso trans-
nacional de formación de clase.
• Las crecientes corrientes de emigración y los asociados flujos de
fuerza laboral.
Stavros Mavroudeas, otro profesor helénico, en cuyos trabajos se apoya
Liodakis, publica en su blog una monografía sobre las etapas del capitalis-
mo, en la que, a partir de señalar como característica de la nueva etapa del

30 | Mariano Ciafardini
capitalismo el resurgir de la forma absoluta de extracción de plusvalor y de
señalar que la periodización del capitalismo debe relevarse al nivel del modo
de producción, señala –como características del nuevo momento del capital
que hacen que merezca distinguírselo– como nueva etapa, la flexibilización-
descalificación laboral, el nuevo balance entre la plusvalía absoluta y la re-
lativa, el crecimiento de la centralización y la tercerización de actividades
periféricas, la creación de nuevas formas de dinero, la modificación en el sis-
tema bancario y las nuevas formas de intermediación financiera, la aparición
de nuevos patrones de consumo y, finalmente, “la internacionalización de los
comodities y del capital monetario, la creciente importancia de las corpora-
ciones multinacionales y multisectoriales (…) complementados con la libera-
lización del movimiento internacional del capital y la enloquecedora presión
hacia la integración económica internacional. (Mavroudeas, 2003: 18)

Lo “Objetivo” y lo “Subjetivo”

Los procesos históricos, en tanto procesos humanos, resultan algo más


complejos que lo que parecen a simple vista. Hay otro aspecto de esta pro-
cesualidad, que es parte de ella misma, y que podría llamarse, de modo de-
masiado esquemático y desactualizado tal vez (pero suficientemente claro
para introducirnos en la complejidad que se quiere abordar), aspecto sub-
jetivo de la cuestión. Lo “subjetivo”, que desde un punto de vista marxista
es, en sí mismo, la lucha de clases, es, a su vez, parte de lo “objetivo”,
en tanto y en cuanto constituye aquella misma lucha, una de las variables
fundamentales del proceso productivo y de reproducción del capital. Así
como también la objetividad de las fuerzas productivas y las relaciones de
producción residen, nada menos que, en las acciones de los sujetos. Ello
está dialécticamente claro para nosotros. Pero, a los fines expositivos, este
trabajo intenta focalizar el análisis sobre la lucha de clases y su historia, de-
jando de lado, en cierta medida, la interrelación dialéctica de este fenómeno
con el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
Vivimos hoy un momento excepcional de síntesis históricas. Las heca-
tombes económicas sociales y políticas a las que asistimos y seguiremos
asistiendo por un relativamente largo tiempo son la expresión de esa síntesis.
En concreto, se trata de que el capital, en su último momento de vida,
ha llegado a tal punto de densidad máxima por concentración, que lo lleva
a la “caída por su propio peso”.

El sujeto histórico en la globalizacion | 31


Reproducimos a continuación los cuadros ya publicados en Globaliza-
ción Tercera (y última) etapa del capitalismo. Que dan una idea esquemá-
tica de nuestra visión sobre la división del capitalismo en etapas y de estas
en períodos en ciclos dialécticos2.
Primera etapa
Capitalismo inicial (comercial)
Sujeción comercial de la periferia

3er Período
1er Período 2do Período Comercial-
Comercial - Financiero Comercial Industrial

Liberación NEO
Colonialismo de las colonias Colonia-
lismo
1100

1600

1820

1890
segunda etapa tercera etapa
Capitalismo imperialista globalizaciÓn capitalista
(industrial) (financiera)

dependencia condicionamiento
condicionamiento global neoliberal
productivo de la periferia financiero

1er Período 2do Período 3er Período 1er Período 2do Período
Imperialismo Imperialismo Imperialismo Financiero Financiero
Industrial-Comercial Industrial Industrial-Financiero Industrial
1890

1935

1965

1985

2001

2012

Pero esta “determinación objetiva”, esta caída del sistema por su propio
peso, no se da al margen del sujeto social. Que el sistema alcance su tercera
y última etapa significa también (en términos socio-políticos) que la hiper-
concentración del capital, generada por la dinámica financiera predominante
en esta última etapa, va a dejar por fuera de toda decisión, en el proceso de
producción y reproducción social, a la inmensa mayoría de la humanidad.
Con mayores o menores expectativas de supervivencia, el “resto” del 99%,

(2) También el analista Kozo Uno divide las etapas del capitalismo entre capitalismo
mercantil, capitalismo industrial y capitalismo financiero aunque desde otra óptica que la
nuestra y con diferencias cronológicas. Ver Albritton, Roberts, 1991. A japanese approach
to stages of capitalism development. New York: Macmillian.

32 | Mariano Ciafardini
que queda fuera, ve a las recesiones, las guerras y las catástrofes ecológicas
que se avecinan como las amenazas directas, que ya son, y que le vienen “de
afuera”, y a las que queda, inertemente, expuesto y en riesgo permanente3.
Es decir, que la mayoría de la población mundial vive una vida no deseada
y a la que solo se acostumbra por el efecto anestesiante y estupefaciente de
los mecanismos de alienación, propios del sistema.
Esto significa que el capital financiero hiperconcentrado ha transfor-
mado a la mayor parte de la humanidad en (al menos un potencial) sujeto
revolucionario, su “sepulturero”.
Las formas que está adquiriendo ese sujeto revolucionario en su actual
conformación son parte fundamental de la síntesis histórica y se explican
precisamente a partir del propio movimiento dialéctico de los procesos
anteriores, que son sintetizados en este movimiento final.
En este sentido son muy pertinentes estos párrafos de Piqueras:
No hace falta hacer profesión de fe materialista para darse cuenta de que
con la reestructuración de las relaciones sociales de producción, quedan
afectadas sobremanera también las formas de entender el mundo y de ubi-
carse en él: esto es, la subjetividad de los individuos y sus propias formas
de constitución como tales. Provoca, además, no sólo otras formas de ser
y de concebirse como trabajador o trabajadora, sino de concebir también
la propia realidad de las clases. Por consiguiente, las formas de existencia
de éstas y el cómo se expresan. (Piqueras, 2005: 8)
Y sigue: “Cada ‘fase’ capitalista se corresponde dialécticamente con
diferentes formas políticas de organización del Trabajo y de su expresión
como sujeto político”4. (Piqueras, 2005: 8)

(3) De hecho ha habido una profusa literatura, proveniente mayormente de los sostene-
dores de la “tercera vía”, una resignada postura socio política, frente a lo que ven como la
omnipotencia imbatible del sistema, que consideran a la sociedad actual definible como
“sociedad del riesgo”.
(4) Queremos aprovechar esta nota para hacer referencia a una reflexión que hace Pi-
queras justamente en la nota al pie de este párrafo que es explicativa de nuestra concepción
sobre la importancia de registrar las etapas del capitalismo y sus características: “Las fases
no han de ser interpretadas como compartimentos estancos, que explican todo dentro de
sí mismas, sino, al igual que las estructuras como inestables expresiones de un contínuum
de luchas de clase, verticales, horizontales y transversales. En cada una de ellas conviven
formas o expresiones que son características de otros momentos o correlaciones de fuerzas
de la relación Capital/Trabajo. Pero sería contribuir al oscurantismo reinante aceptar la

El sujeto histórico en la globalizacion | 33


De estos proceso anteriores de la subjetividad, de cómo se produce la
síntesis de los mismos en el momento actual, y de qué es lo que debemos
hacer ahora para marchar al compás y producir el devenir histórico que se
avecina, y que promete traernos un nuevo (y mucho mejor) mundo, es de
lo que vamos a tratar en primer término, para finalmente concluir en el ob-
jeto central de este estudio que es el de la constitución del sujeto histórico
revolucionario en la etapa capitalista final, la globalización. Pero, antes
que todo, una reflexión imprescindible acerca del sujeto histórico, en los
términos de la concepción marxista.

propuesta ‘autonomista’ de evitar comprender los rasgos más destacados de esa correlación
en cada momento (que es para lo que tiene valor esa periodización, como análisis retros-
pectivo, capaz al tiempo de proyectar cierta luz hacia delante)”. Exactamente así pensamos
nosotros sobre la necesidad de ver en cada momento la periodización del capitalismo aun-
que no compartamos exactamente la que Piqueras desarrolla en su trabajo.

34 | Mariano Ciafardini
Capítulo 2

El sujeto histórico
La historia es la historia humana

Marx y Engels afirmaron que estábamos viviendo la prehistoria, y que


la historia recién comenzaría cuando finalizara la lucha de clases y se esta-
bleciera la sociedad comunista, porque querían marcar el grado de irracio-
nalidad y la falta de autoconciencia de la propia humanidad en los tiempos
que estaban viviendo (y en los que nosotros seguimos aún), frente a los
muchos que se ufanaban de los “progresos de la civilización”, sin ver el
oprobio de la explotación del hombre por el hombre.
La historiografía tradicional ha considerado histórico todo aquello que
la sociedad humana desarrolló a partir de lo que se ha llamado “la civiliza-
ción”, es decir, en términos generales lo que ha ocurrido desde que existe
alguna forma de escritura rastreable. Pero lo cierto es que, si no queremos
rebajar el estatus humano de nuestros antepasados más primitivos (y no
hay motivo alguno para ello), debemos considerar que la historia comienza
con la aparición de la especie humana en el curso de ese proceso, tan vago
y de límites tan difusos, pero finalmente posibles de establecer en términos
cronológicos: el proceso de la “hominización”. La aparición del ser huma-
no es un acontecimiento de tal envergadura que merece hacer semejante
distinción cualitativa. Esa sería la celebración de la aparición de nuestra
especie. ¡¿Qué menos?!
En este sentido la historia es entonces la historia del sujeto. No hay
historia sin sujeto y no hay sujeto sin historia. La historia es la forma de
existencia del sujeto humano. Lo otro es, simplemente, tiempo que pasó,
evoluciones (y convulsiones) naturales (¿Historia de la naturaleza?).
Todas las épocas humanas tienen entonces su sujeto histórico, que es el
que las hace, las protagoniza, las crea, las cambia.
En los tiempos iniciales, a los que la antropología antigua llamaba muy
imprecisamente salvajismo, tiempos de la horda, del comunismo primitivo,
podría decirse que todos los seres humanos existentes eran, por igual, el

El sujeto histórico en la globalizacion | 35


sujeto histórico. Su lucha denodada por la supervivencia contra las fuerzas
de la naturaleza hacía, por si misma, avanzar a la especie, hacía avanzar la
historia de lo humano. Todas las acciones humanas “tiraban parejo”, para
adelante, en una inmensa cooperación progresista. No existían entonces,
(no podían existir), fuerzas humanas reaccionarias.
Cuando, en determinado momento (o en distintos momentos, en dis-
tintos territorios), la escasez de terrenos de pastoreo llevó a estas hordas,
ya desarrolladas en recursos y necesidades, a un inevitable enfrentamiento
por la subsistencia, las cosas cambiaron definitivamente y por un largo
tiempo, dando lugar a la aparición de los enfrentamientos a muerte de
seres humanos entre sí. Vivimos aún hoy en esta gran era de la violencia
intraespecífica. Pero esta Era de la Violencia no es la que funda lo humano
sino que es la segunda, la que sigue a la Era originaria y fundacional de la
“naturaleza humana”, que es la Era del Comunismo Primitivo de la horda.
En este momento se produce, entonces, un cambio de enormes dimen-
siones en la forma de la existencia humana sobre el planeta y, consecuen-
temente, en sus formas de organización social y política.
La guerra genera el enfrentamiento intraespecífico por primera vez en
la historia humana (por primera vez hombres matan y lesionan, intencio-
nalmente, a otros hombres), pero, además, y con ello, las formas de orga-
nización de los grupos humanos sufren, a raíz de esta nueva circunstancia,
modificaciones esenciales respecto de lo que era la organización comuni-
taria de la horda salvaje.
Esta edad inicial de la humanidad, la primera dentro de la gran era
de violencia podría denominarse la guerra de todos contra todos (de
todas las tribus contra todas las tribus) o, en terminología antigua, bar-
barie. Aquí el grupo humano padece jerarquizaciones internas debido al
mayor peso específico que tienen, para la supervivencia del grupo, los
hombres más fuertes y los más valiente guerreros. El sexo masculino
queda ubicado, en este contexto bélico, en un lugar privilegiado, debido
a su anatomía y fisiología estructural más fuerte y vigorosa que la de
la mujer. Como consecuencia de ello la mujer va quedando relegada
a segundo plano político y social, como todos aquellos otros que no
participan primordialmente de las contiendas bélicas (niños, ancianos,
hombres débiles, etc.).
El sujeto histórico de este momento de la humanidad son los guerre-
ros (es decir todos los hombres mayores), que impulsan, con sus victorias

36 | Mariano Ciafardini
y conquistas, el paso a la segunda edad de la era de la violencia, que es
la edad de la dominación (o edad antigua). La guerra es, de este modo
y en las circunstancias dadas, inevitable, de enfrentamiento por recursos
que aparecían escasos ante las necesidades crecientes del ser humano en
desarrollo, un elemento de progreso. Es en este sentido que el marxismo
admite que la violencia es la “partera de la historia”.
La edad antigua, siguiente a la de las guerras generalizadas es, justa-
mente, un producto de la victoria de los pueblos guerreros más desarro-
llados. Es cierto que estos pueblos victoriosos son, en principio, los más
avanzados en términos bélicos, pero es justamente la primacía de lo bélico
lo que los transforma en triunfadores y, en consecuencia, en dueños del
desarrollo tecnológico, propio y ajeno, lo que los convierte, poco a poco,
en los monopolizadores del poder y regidores de la sociedad (o al menos
de la parte más “civilizada” de la sociedad humana que es la que habita
el espacio geográfico que, ahora, después de la victoria devino territorio
propio o territorio imperial). Ellos son “el amo” de la Fenomenología del
Espíritu hegeliana. Esta nueva sociedad institucionaliza, definitivamente,
la jerarquización socio política. La explotación esclavista y servil divide
a la sociedad entre los hombres poderosos, por un lado –los amos, los se-
ñores, los patriarcas, los déspotas y sus cohortes (en las que están los jefes
militares)– y, por el otro, el resto de la sociedad, que se divide, a su vez, en
algunos pequeños sectores de hombres libres en los escenarios urbanos,
la masa esclava y servil, y la masa íntegra de mujeres cuya sumisión se
profundiza. Las etapas de esta edad antigua serían: 1) la que Marx conci-
bió como “el modo de producción asiático”; 2) la antigüedad clásica; y 3)
el feudalismo europeo occidental, como último momento, decadente, de
toda la antigüedad1.
En esta antigüedad de la dominación, particularmente en la etapa “clá-
sica” y en el feudalismo, se generaron algunas formas políticas e ideoló-
gicas que, podría decirse, que no les eran “propias”, sino que fueron, en

(1) Marx y Engels abordan esta cuestión principalmente en La ideología Alemana y lue-
go Marx en los Grundisse. Nunca se transformó en un tema central de su reflexión total lo
que no quiere decir que lo hayan tratado con ligereza. Existe un interesante descripción de
este esfuerzo teórico de ambos realizada por Eric Hobsbawm en el prólogo a la publicación
del capítulo de los Grundisse titulado “Formaciones Económicas Precapitalistas”, realizado
por Siglo XXI en 1971. Nuestro principal “aporte” a esta reflexión es que el feudalismo
europeo (o edad media) debe considerarse como una etapa más dentro de un “totum” de
la edad antigua, integrado por tres etapas: el modo de producción asiático, la antigüedad
esclavista clásica y el feudalismo medioeval.

El sujeto histórico en la globalizacion | 37


cierta forma, productos excepcionales y, si se quiere “excesivos” y ade-
lantados para esos momentos históricos, formas que serían “recuperadas”
y adoptadas por la edad siguiente (Modernidad), como por ejemplo: la
república, la democracia y ciertas religiones monoteístas derivadas del
antiguo monoteísmo judío, especialmente el cristianismo.
El rol del sujeto histórico durante la antigüedad lo desempeñan los
sujetos dominantes. Son los grandes jefes políticos y militares, los em-
peradores reyes, amos y señores feudales. Incluso los Papas durante la
llamada edad oscura y lo que se denomina la alta Edad Media (momentos
que integran lo que, en terminología marxista, constituye, propiamente,
la génesis, desarrollo y crisis del modo de producción feudal en Europa
Occidental, en el que la iglesia católica, en su forma premoderna, jugó un
papel muy importante). Ya hay en la edad antigua una distinción marcada
entre aquellos seres humanos que juegan un rol protagónico en el empuje
del proceso social hacia delante y los que tiene un rol pasivo de obedien-
cia plena y son conducidos en forma absoluta, aunque constituyan la “car-
ne de cañón” de las grandes empresas, tanto productivas como bélicas.
En la primera edad de la guerra el rol de sujeto histórico estaba ins-
cripto en los sectores que conducían a cada una de las tribus enfrentadas
entre sí , es decir, que no había grupos humanos que quedaran fuera de esa
función impulsora de la historia aunque en cada grupo se diferenciaran los
que conducían de los conducidos, en la edad antigua quedan separados los
grupos humanos que “hacen la historia” de los que asisten pasivamente a
su construcción, aunque sean la fuerza de trabajo principal de tal esfuer-
zo. Ya en la antigüedad los verdaderos sujetos históricos están dentro de
los imperios y de los reinos y no en las tribus bárbaras que los asedian, y
dentro de los imperios ese rol lo cumplen las clases dominantes, las que
dirigen y organizan la producción y la guerra y no las masas populares,
menos aún las de esclavos y siervos
Por supuesto que todo ello no implica negar la existencia de la lucha
de clases antagónicas en estos tiempos de la antigüedad. Solo que esta
lucha tiene expresiones de lo más diversas en formas directas, pero tam-
bién en formas veladas. La principal contradicción de estos imperios de
servidumbre y esclavitud, venían del acecho de los excluidos del imperio;
es decir los bárbaros, que finalmente los hicieron caer militarmente. No
eran expresiones “puras” de lucha de clases pero explicitaban contradic-
ciones entre la apropiación de recursos de los imperios a expensas de
los desalojos y la rapiña de los pueblos conquistados. También existieron

38 | Mariano Ciafardini
las expresiones “puras” como los levantamientos de esclavos y siervos,
aunque estos fueron siempre esporádicos y con fines de venganza y libe-
ración personal pero sin guía de idea revolucionaria alguna, al menos en
términos generales2.
Esto es así sólo hasta el advenimiento de la modernidad capitalista.
Contrariamente a lo sucedido en la antigüedad, en la modernidad el sujeto
histórico lo constituyen, precisamente, los oprimidos, y es por ello que en
la modernidad el sujeto histórico es a la vez un sujeto subversivo, que se
rebela: un sujeto revolucionario.
Resulta imprescindible aquí, en tanto que constituye una verdadera
síntesis clara de lo que estamos tratando de explicar acerca del sujeto re-
belde de la modernidad capitalista desde sus orígenes, la transcripción de
esta cita de H.G. Wells, escrita cuando recién despuntaba la “Revolución
de Octubre” y cuando, obviamente, las luchas de clases del siglo XX y del
XXI no habían tenido aún el despliegue y la significación que tienen hoy:
La irrupción de la gente de trabajo en la Europa Occidental en los siglos
XIV y XV fueron más serias y prolongadas que cualquier otra cosa que
haya alguna vez sucedido en la historia anteriormente (…). Ellos mos-
traron el nuevo espíritu que crecía en torno a los asuntos humanos. Un
espíritu diferente tanto de la acrítica apatía de los siervos y campesinos
de las regiones de las primeras civilizaciones como del anarquismo des-
esperanzado de los siervos y esclavos del capitalismo romano. Todas

(2) Las rebeliones de esclavos en el Imperio Medio o en el 1300 A.C. contra el faraón
Amenofis IV o las rebeliones campesinas chinas de los “Pañuelos Amarillos” o las “Casacas
Rojas”, así como los alzamientos de los Ilotas espartanos y finalmente las rebeliones de
esclavos en el imperio romano entre las que destaca la epopeya de Espartaco, son sin duda
explosiones de subjetividad del oprimido que adelantan el rol de la “clase obrera” moder-
na, pero de ninguna manera constituyen ellas a los siervos o a los esclavos en una clase
revolucionaria o en el sujeto histórico de su época, ya que no tienen ni la continuidad ni la
consistencia como para ser definidos como tales. Esto fue así en tanto que en la antigüedad
(considerando dentro de esta edad histórica tanto al modo de producción asiático, como
al esclavismo clásico greco romano y al servilismo feudal medioeval) el desarrollo de las
fuerzas productivas consolidaba la relación de dominación. De hecho el paso de la etapa de
la antigüedad clásica al feudalismo no se produce por la rebelión de los esclavos sino por
las contradicciones de clases aristocráticas contra los campesinos pequeños y medianos que
debilitan el imperio, combinado ello con la invasión de las tribus bárbaras que se encontra-
ban en un estadío de desarrollo anterior incluso al de la antigüedad. Distinto es el caso de las
luchas campesinas y obreras de la modernidad (siglo XIV en adelante) donde el desarrollo de
las FFPP agudiza el conflicto entre dominantes y dominados e impulsa la lucha de clases en
un sentido ascendente. Tal circunstancia determina que la clase dominada en la modernidad
–la clase obrera– se transforme en el verdadero sujeto histórico de la época.

El sujeto histórico en la globalizacion | 39


estas tempranas insurrecciones de los trabajadores que hemos mencio-
nado, fueron aniquiladas con mucha crueldad pero el movimiento en sí
mismo nunca se extinguió completamente. Desde ese tiempo hasta ahora
ha habido un espíritu revolucionario en los altos niveles de la pirámide
de la civilización. Ha habido fases de insurrección, fases de represión,
fases de compromiso y relativa pacificación; pero desde ese tiempo hasta
ahora la batalla nunca cesó totalmente. La veremos estallar durante la
Revolución Francesa al final del siglo dieciocho, nuevamente insurgente
en la mitad y el inicio del último cuarto del siglo diecinueve y adqui-
riendo vastas proporciones en el mundo hoy. El movimiento socialista
del siglo diecinueve fue sólo una versión de esa revuelta permanente.
(Wells, 2004: 201)

40 | Mariano Ciafardini
Capítulo 3

El sujeto en la modernidad
capitalista
En el feudalismo entraron en crisis todos los esquemas de dominación
y gobierno de la antigüedad. Para los años 1200-1300 se había llegado al
punto de dislocación y fragmentación que hicieron necesario un planteo
diferente del viejo impulso imperial centrípeto en forma absoluta. El de-
sarrollo de las fuerzas productivas y la aparición de la nueva clase de los
burgueses comerciantes y financistas imponen a las clases dominantes una
forma de articulación del poder que no se había visto antes. Los monar-
cas van entramando, con las burguesías nacientes, una alianza que, entre
avances y disrupciones, va moldeando las formas del estado moderno y las
soberanías nacionales. La jurisdicción nacional es, a la vez, el mercado in-
terno. Por eso las burguesías nacen siempre enfrenadas a las otras burgue-
sías extranjeras. La guerra interburguesa lleva en su ADN el guerrerismo
de la primera edad de la era de la violencia, como en un ricorsi dialéctico.
La modernidad capitalista que se establece, ya desde entonces, sin solu-
ción de continuidad hasta hoy, debe considerarse como una suerte de retorno
a la guerra de todos contra todos, pero en una forma que rescata cierta sus-
tancia del orden imperial. No se reproduce el viejo imperio o el gran reino
antiguo, sino varios “mini” imperios, que son los reinos modernos, posterior-
mente constituidos en Estados Nación. Todos ellos en estado de guerra o ten-
sión permanente con los otros, tal cual las primitivas tribus guerreras, pero
ejerciendo hacia su interior un poder centralizado como los viejos imperios.
Sin embargo, la situación hacia el interior de estos “países” ya no podía
reproducir la dominación absoluta explícita del imperio de la antigüedad.
El desarrollo de las mismas fuerzas productivas (y de las relaciones de pro-
ducción), que imponían el esquema universal, imponían, a su vez, hacia el
interior de las jurisdicciones nacionales, esquemas de poder distintos, obli-
gados a “respetar”, hasta un punto, las autonomías de un nuevo individuo
productivo, que ya sólo era “explotable” en el marco de ciertos espacios de
libertad (al menos ambulatoria).

El sujeto histórico en la globalizacion | 41


Esta circunstancia propia del capitalismo, que independiza relativa-
mente a los productores de los apropiadores, hace que en la modernidad el
sujeto histórico no sea ya más la clase dominante, sino la de los explotados
que, ahora sí, puede aprovechar la rendija abierta por ese estrecho margen
de libertad que las condiciones socioeconómicas obligan a concedérsele.
La Edad Moderna es capitalista, y, como tal, la escisión fundamental,
en términos de clases, es entre los dueños del capital y los trabajadores, ya
sean urbanos o rurales.
El sujeto histórico en la Edad Moderna capitalista es el que proviene
del mundo del trabajo.
Aquí hay que distinguir, en cada época, lo que es el sujeto dominante
del sujeto histórico. En la edad de la guerra el sujeto dominante y el sujeto
histórico coincidían en la comunidad tribal misma. En la antigüedad el
sujeto histórico era el mismo sujeto dominante, el amo, el señor, pero di-
ferenciado de las masas productoras y de las tribus bárbaras que quedaban
fuera del territorio imperial. Era la dinámica de esta clase, de los grandes
jerarcas y propietarios, la que impulsaba el desarrollo histórico.
En la modernidad el sujeto dominante es la burguesía, pero el sujeto
histórico es el sujeto dominado, son los trabajadores. Esto es así debido a
que la modernidad capitalista es la última edad de la violencia y domina-
ción del hombre por el hombre, por lo que el sujeto histórico es, precisa-
mente, el que debe dar lugar a una sociedad sin dominados y sin violencia
intraespecífica, un sujeto revolucionario.
La burguesía: En una visión, a nuestro parecer, demasiado esquemá-
tica de la interpretación marxista, se le asigna a la burguesía, como clase,
–en cierta etapa del desarrollo del capitalismo, esto es, en sus comienzos,
primordialmente en los tiempos de la lucha de esta clase contra la nobleza
y la aristocracia feudales– un papel revolucionario y progresista. El movi-
miento político paradigmáticamente puesto como ejemplo en este sentido
lo constituye la Revolución Francesa de 1789.
A nuestro criterio, esta afirmación merece ser revisada a fin de poder
ubicar el papel “progresista” de la burguesía como clase en el marco de un
proceso que, como el capitalista, no puede, por su propia dinámica socio
política, admitir más clases revolucionarias que las de los trabajadores.
En primer lugar, hay que hacer hincapié en el hecho de que no existe
una burguesía sino varias. La que expresa puramente el interés de clase de

42 | Mariano Ciafardini
la burguesía es siempre la gran burguesía y el papel político de esta clase
ha sido siempre, sistemáticamente, reaccionario. La pequeña y la mediana
burguesía son, en principio, comandadas por ella pero eso no significa que,
en determinadas situaciones del proceso histórico y en determinadas co-
yunturas políticas, estos sectores de la clase dominante no puedan oscilar
o pasarse, al menos momentáneamente, de bando y hasta aliarse y jugar
un papel disparador de movimientos efectivamente revolucionarios. Pero
tales movimientos revolucionarios encontrarán siempre su raison d´etre en
el alzamiento de las masas populares. A medida que avancemos en el de-
sarrollo de nuestra hipótesis planteada en este trabajo habremos de puntua-
lizar sobre estas “idas y venidas”, y reacomodamientos de estos distintos
sectores “burgueses”, que han ido acompañando a la gran burguesía en su
proyecto moderno. A lo que Marx y Engels le asignan un carácter revolu-
cionario (principalmente en El Manifiesto Comunista) es al capitalismo
y obviamente no es un carácter revolucionario político sino que lo que el
capitalismo revoluciona, según ellos, son las fuerzas productivas. Con ello,
a lo que se están refiriendo es a la dinámica del proceso capitalista y a la
velocidad con que los capitalistas en su competencia desenfrenada revo-
lucionan (debería decirse reforman) todo permanentemente y así: “todo lo
sólido se desvanece en el aire”. Esto no significa asignarle a la burguesía
como clase un papel de sujeto histórico revolucionario.
El marco de este trabajo no permite adentrarnos en los detalles del de-
bate entre Maurice Dobbs y Paul Sweezy, ni en los de Robert Brenner, con
las conclusiones de Dobbs, sobre si lo determinante en la aparición del ca-
pitalismo fueron las fuerzas endógenas de las relaciones de clase al interior
del feudalismo o la exterioridad del desarrollo del comercio y el desarrollo
de la burguesía en las ciudades. Pensamos que dichas reflexiones más que
contradictorias son complementarias y que el surgimiento del capitalismo
desde el seno del feudalismo europeo occidental no puede analizarse como
un fenómeno aislado de la dinámica histórica del mundo entero, especial-
mente de lo que sucedía en Medio Oriente y en Asia.
De todos modos, a los efectos de lo que aquí nos interesa resaltar que
es el papel revolucionario o no de la burguesía naciente ello no está nece-
sariamente vinculado en forma directa a su proceso de formación a partir
de causas endógenas o exógenas al feudalismo, sino a la cuestión acerca
de cuál fue la clase verdaderamente revolucionaria que se estructuró como
sujeto de cambio en las entrañas mismas del modo de producción antiguo
(considerando al feudalismo como la última fase de éste). En ese sentido

El sujeto histórico en la globalizacion | 43


debe quedar claro desde ya que la burguesía no se forma como clase revo-
lucionaria sino como heredera de la dominación de la nobleza feudal y que
si tiene sus contradicciones con los intereses de esta vieja clase opresora
son sólo eso, intereses contrapuestos en el marco de una misma tendencia
dominante y explotadora, por lo que concederle una energía “revoluciona-
ria” parece ser otorgarle una categoría política excesiva, en tanto que de-
bería reservarse el calificativo de revolucionario sólo a aquel sujeto social
cuyos intereses necesitan, para realizarse plenamente, la erradicación de
toda forma de dominación y explotación. Esa sería una aclaración concep-
tual importante hoy. Esa clase, en este primer momento de la formación del
capital, es, sin duda, el campesinado y el bajo artesanado de las ciudades.

44 | Mariano Ciafardini
Capítulo 4

La primera etapa
del capitalismo
La edad moderna capitalista, se divide internamente, como ya ade-
lantáramos haciendo referencia a nuestro trabajo Globalización Tercera
(y última) etapa del capitalismo, en tres etapas: el capitalismo salvaje, el
imperialismo y la globalización.
En la primera etapa, de la libre competencia, la constitución de los esta-
dos nacionales y el auge de la burguesía comercial, los actores principales
de los cambios revolucionarios, el sector social que impulsa hacia delante
al todo social es: el campesinado y las clases bajas urbanas. Son, primero,
las luchas campesinas por los derechos de los trabajadores de la tierra que
se van aliando con las clases bajas urbanas y ya, al final de la etapa, confor-
man, todos ellos, definitivamente, la clase de trabajadores urbanos de talle-
res y fábricas, como sujeto histórico principal; es decir, la “clase obrera”.

Las rebeliones campesinas

La modernidad capitalista no nace de ninguna revolución política.


Más precisamente el pasaje de la última etapa de la antigüedad –el modo
de producción feudal– hacia la primera etapa de la modernidad –el modo
de producción capitalista (con forma de acumulación predominantemente
comercial)–, no se produce por ningún hecho o serie de hechos políticos
que tengan como protagonistas a un sujeto revolucionario.
El pasaje se da, por el contrario, en una forma que podría llamarse
evolutiva, a lo largo de un proceso de transición plagado de cambios en el
desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción que
muchos llaman la “revolución feudal”1.

(1) El feudalismo es una etapa (la última) de la edad antigua. El efectivo proceso de gene-
ración del capitalismo comienza entre finales del 1200 y principios del 1300. Esta aparición

El sujeto histórico en la globalizacion | 45


El feudalismo es parte de ese todo que podemos llamar Edad Anti-
gua. Es, precisamente, la última etapa de ese largo proceso histórico. En
el feudalismo no hubo tendencia a la constitución de jurisdicciones nacio-
nales, sino a la expansión guerrera del territorio por conquista. Fue sólo
la desintegración del orden imperial romano lo que permitió que, quienes
estaban en poder material de partes del territorio, consideraran a dichas
partes como de su “propiedad”. Sin embargo, cada uno de estos “señores”
de sus tierras, que daba protección a sus vasallos y a la vez organizaba con
ellos la defensa del territorio, necesitaba tanto hacia el interior de su feudo
como para la defensa del todo europeo en el que tal feudo existía, una fe
que justificara y cementara tal orden de cosas, algo que debía estar necesa-
riamente por encima de todas las partes, pero de exclusividad europea. Tal
fe la proporcionó la iglesia católica, con sus múltiples delegados en todo

se produce a partir de una crisis en esta última etapa de la antigüedad (el feudalismo), crisis
que termina no sólo con lo feudal sino con toda la dinámica propia de la dominación antigua.
En este contexto la burguesía naciente, no adviene como ninguna clase revolucionaria sino de
la mano de su alianza con la nobleza y, particularmente, en la medida en que van adquiriendo
poder, su alianza con los reyes, siendo su interés hacer negocios con estos sectores y mantener
el orden social necesario para ello. Un “clásico” de la historiografía como es la introducción
de la obra Historia económica y social de la Edad Media (1963) de Henri Pirenne, en pasajes
trascendentales para la ciencia histórica, se señala con gran claridad que “(…) desde el punto
de vista en que debemos colocarnos aquí se ve in mediatamente que los reinos bárbaros fun-
dados en el siglo V en el suelo de la Europa Occidental, habían conservado el carácter más
patente y esencial de la civilización antigua: su carácter mediterráneo (…). Para los bárbaros
establecidos en Italia, en África, en España y en la Galia, era aún la gran vía de comunicación
con el imperio bizantino y las relaciones que mantenían con este permitían que subsistiera
una vida económica en la que es imposible no ver una prolongación directa de la antigüedad”
(p. 9). “El hecho de que la expansión islámica haya venido a cerrar este mar en el siglo VII,
tuvo por resultado necesario la rapidísima decadencia de aquella actividad. En el curso del
siglo VIII los mercaderes desaparecieron a consecuencia de la interrupción del comercio”
(p. 11). “Es absolutamente evidente que, a partir del siglo VIII, la Europa occidental volvió
al estado de región exclusivamente agrícola. La tierra fue la única fuente de subsistencia y
la única condición de la riqueza (…). En tales circunstancias, resulta imposible amparar la
soberanía del jefe del Estado. Si este subsiste en principio, desaparece de hecho. El sistema
feudal es tan solo la desintegración del poder público entre las manos de sus agentes, que por
el mismo hecho de que poseen cada uno parte del suelo se han vuelto independientes y consi-
deran las atribuciones de que están investidos como parte de su patrimonio” (p. 12-13). “Ideal
económico de la Iglesia. Su concepto del mundo se adaptó admirablemente a las condiciones
económicas de aquélla época, en la que único fundamento del orden social era la tierra. En
efecto la tierra fue dada por Dios a los hombres para ponerlos en posibilidad de vivir en este
mundo pensando en la salvación eterna. El objeto del trabajo no es enriquecerse, sino mante-
nerse en la condición en que cada cual ha nacido, hasta que de esta vida mortal pase a la vida
eterna” (p. 17). En los primero capítulos (I y II) Pirenne describe cómo con la recuperación
del Mediterráneo a partir de la cruzadas el comercio regresa y, de una forma definitiva y con
ímpetu cualitativamente mayor, genera todo el proceso de transformación evolutiva que da

46 | Mariano Ciafardini
el territorio del ex imperio romano de occidente. Es decir, que al desinte-
grarse el Imperio Romano de Occidente, se produce un inicial estado de
anarquía y cierto equilibrio entre las distintas tribus germánicas que ocu-
pan los distintos territorios. El número de estos guerreros era mucho menor
que la población estable de todas estas tierras del ex imperio, y sobre las
gentes de estos territorios tenían gran predicamento los obispos y padres
de la iglesia católica romana. De este modo, para definir la situación de
poder, los más hábiles jefes germanos fueron estableciendo alianzas con
los representantes de la iglesia, para vencer a los otros. Este fue el caso,
por ejemplo, de Clodoveo, rey de los francos entre el 486 y 487 quien así
se convierte al cristianismo. Se empieza así a estructurar la relación de
vasallaje con los colonos que se refugian bajo la protección de los nuevos
“señores de la nobleza” germánica y el régimen de propiedad de la tierra
va tomando la forma feudal. La justicia, en el feudo, la ejerce el señor. Así
Clodoveo dicta la Lex Salica en la que está consagrada la compensación,
es decir la posibilidad del arreglo entre las partes mediante el pago patri-
monial de ofensor al ofendido. Los conflictos son conflictos de poder y por
el poder. La estructura de poder es guerrera y el bandidaje o pillaje de los
largos y escabrosos caminos, entre los castillos señoriales y las aldeas y
villas, lo realizan los caballeros armados, en los tiempos en que no están

comienzo a una sociedad cualitativamente distinta, moderna, capitalista. La cita que sigue es
extensa pero su claridad respecto del verdadero papel que jugó la burguesía naciente en todo
este proceso de aparición del capitalismo lo justifica: “Las necesidades y las tendencias de
la burguesía eran tan incompatibles con la organización tradicional de la Europa occidental,
que encontraron desde un principio enconada resistencia. Estaban en pugna con el conjunto
de intereses y de ideas de una sociedad dominada desde el punto de vista material por los po-
seedores de los latifundios y, desde el punto de vista espiritual, por la Iglesia cuya aversión por
el comercio era invencible. Sería injusto atribuir como tantas veces se ha hecho, a la ‘tiranía
feudal’ o a la ‘arrogancia sacerdotal’ una oposición que por si sola se explica. Como siempre,
aquellos a quienes beneficiaba el estado de cosas imperante se esforzaron en defenderlo, no
solo porque garantizaba sus intereses sino porque además les parecía indispensable para la
conservación del orden social. Frente a esta sociedad la burguesía dista mucho de asumir
una actitud revolucionaria. No protesta ni contra la autoridad de los príncipes territoriales,
ni contra los privilegios de la nobleza, ni sobre todo, contra la Iglesia. Hasta profesa la moral
ascética de esta, que, sin embargo, contradice tan claramente su género de vida. Lo único que
trata es de conquistar su lugar y sus reivindicaciones no rebasan los límites de sus necesidades
más indispensables (…). Entre estas, la más apremiante es la necesidad de libertad. Sin liber-
tad en efecto, es decir, sin la facilidad de trasladarse de un lugar a otro, de hacer contratos de
disponer de sus bienes, facultad cuyo ejercicio excluye la servidumbre ¿cómo sería posible el
comercio? Si se reclama tal libertad es pues únicamente por las ventajas que confiere. Nada
hay más ajeno al espíritu de los burgueses que el considerarla como un derecho natural: es
tan solo, a sus ojos, un derecho útil” (pp. 43-44) –las cursivas son nuestras–.

El sujeto histórico en la globalizacion | 47


en la guerra. El pueblo, atado a la tierra, es campesino en esencia, trabaja
de sol a sol, no tiene espacio para conflictividades mayores o las resuelve
directamente entre los involucrados en el asunto. Y mucho menos tiene
tiempo ni espacio para rebelión de ningún tipo contra el status quo.
Las formas de rebelión de resistencia a un orden social, en la forma
que sea, no pueden existir si el tipo de orden de que se trata no lleva en
sí mismo la posibilidad de ser resistido, cosa que nunca sucedió en los
órdenes antiguos, incluido el feudalismo. Es interesante, en este sentido, la
siguiente reflexión de Hobsbawm:
El bandolerismo como fenómeno específico no puede existir fuera de ór-
denes económicos y políticos a los que se puede desafiar de ese modo. Por
ejemplo y esto, como veremos, es importante, en las sociedades sin estado
donde “la ley” adquiere la forma de venganzas de sangre (o de acuerdo
negociado entre los parientes de los culpables y los de las víctimas), los
que matan no son forajidos sino, por así decirlo, partes beligerantes. Sólo
se convierten en forajidos y son punibles como tales allí donde se les
juzga de acuerdo con un criterio del orden público que no es el suyo.
(Hobsbawm, 2003: 20)
Esto que después de entendido aparece como una verdad de Perogrullo,
es aplicable a la lucha de clases, en tanto que sólo pueden aparecer los levan-
tamientos populares explícitos con contenido de lucha de clases o de rebe-
lión popular antisistema, cuando el mismo sistema por su estructura de admi-
nistración del poder lo permite. Las rebeliones de esclavos, además de haber
sido cuasi excepcionales, nunca fueron para construir un sistema alternativo
más igualitario, y en el feudalismo real sólo había guerras, resistencias a las
invasiones y bandolerismo predatorio; es decir, guerrero. No había alzamien-
tos revolucionarios como fenómenos constantes. Estos son elementos de la
modernidad, que solo van apareciendo, intermitentemente, en la decadencia
final de la sociedad feudal (siglos XI a XIII), y que coincide con su último
resurgir económico, para transformarse en componentes permanentes de la
dinámica social con los comienzos del capitalismo (s. XIV a s. XVI).
Por ello, una es la situación al respecto hasta el año 1000 y otra después
del 1200. Es como si los milenaristas, movimientos religiosos que pensa-
ban en el advenimiento del fin del mundo a los mil años del nacimiento de
Cristo, hubieran tenido en parte razón, si se interpreta que lo que se consi-
deraba como mundo era el mundo feudal propiamente dicho.
Por eso la Iglesia y la religión cristiana, símbolos del consenso y el
poder por excelencia de la época, son una hasta después de Carlomagno,

48 | Mariano Ciafardini
y otra, a partir de la inquisición. Veamos dos párrafos de Paul Johnson, un
especialista en el tema:
En la edad de las Tinieblas, la iglesia había representado todo lo que era
progresista, esclarecido, y humano en Europa; como hemos visto realizó
una enorme contribución material a la resurrección de la civilización en-
tre las cenizas y a la elevación de las normas. Había creado un continente
con una imagen benigna (con todas sus imperfecciones). En el siglo XI,
incluso en el XII, la Iglesia, que ahora era esencialmente el clero, todavía
conservaba su identificación con el cambio orientado hacia el progreso.
(Johnson, 2004: 296)
(…)
En la Edad de las Tinieblas, Occidente había estado relativamente libre
de la herejía. La Iglesia se refugiaba en la tradición autoritaria de Agustín,
pero a veces surgían figuras extrañas: casi siempre laicos, que continua-
ban espontáneamente la tradición montanista (…). Este tipo de incidentes
llegó a ser más común cuando se desarrollaron las peregrinaciones de lar-
ga distancia. Los peregrinos traían de regreso ideas y cultos religiosos del
Oriente (…). El fenómeno cobró dimensiones enormes y peligrosas en el
siglo XI, a causa del rápido crecimiento de la población, la intensificación
de los viajes y la difusión de las ideas. (Johnson, 2004: 338)
Johnson diferencia, con claridad, entre la sociedad cristiana total, ese
conglomerado de feudos bajo la identidad ideológica que los distinguía del
afuera musulmán, y el tiempo de los estados (reinos) en los que la iglesia
convive con ellos, como uno más, en disputa con cada rey y, especialmen-
te, con el Sacro Emperador Romano Germánico. Más allá de las razones
culturales que exhibe Johnson queda claro que el desarrollo de las fuerzas
productivas, el comercio, los viajes y el aumento de la población (y por lo
tanto, en este caso, de la producción) están en la base de este cambio de
época que transforma incluso a la religión católica de “progresista” en, cla-
ramente, reaccionaria y símbolo del poder. El aspecto es importante porque
así se explica por qué las verdaderas luchas de clases, que se inician con los
movimiento campesinos a partir del 1200 y el 1300, tienen, muchas veces,
como enemigo, no solo a los señores y al rey sino a la religión oficial mis-
ma, y, por ello, son emparentados, por ésta, con las herejías. La herejía, el
crimen y la revolución tienen entonces unas fechas de parto común, aunque
su desarrollo sea distinto. Es más, en el momento del parto, aparecen como
mezclados entre los “fluidos y la sangre”, propios de ese acontecimiento.
En su magnífico trabajo historiográfico sobre la modernidad, Vicens
Vives describe el desarrollo de la espiritualidad y la religiosidad ya no en

El sujeto histórico en la globalizacion | 49


las elites sino en las masas en el siglo XV. “Pero esta fuerza espiritual –y
este es ya un fenómeno renacentista– tiende a concentrarse en el interior de
los individuos, a sentimentalizarse”. (Vicens Vives, 1997: 66)
No es este un fenómeno cualquiera sino que es el nacimiento de la
conciencia de masas acerca de una autovaloración, un realzamiento de la
significación de cada uno de los individuos sin importar su pobreza o mar-
ginalidad. Un culto a la dignidad de la pobreza e, inevitablemente, una
denuncia de la riqueza, empezando por la de la iglesia misma. En este
movimiento cultural (producto del desarrollo de las fuerzas productivas y
de las relaciones de producción) está la semilla de la lucha de clases, pri-
mero cuasi inconsciente y revestida de religiosidad disidente y, finalmente,
transformada en conciencia de clase en los albores del siglo XX2.

Los primeros comunistas

La aparición del capitalismo propiamente dicho, como sistema desti-


nado a expandirse (ya que prácticas capitalistas existieron en las ciudades
comerciales desde los inicios de la civilización), se anuncia ya, con algu-
nos hechos novedosos para la época, como la formación, en 1161, de una
cooperativa mercantil en Wisby, en la isla de Gotlan, en el mar Báltico.
Lo cierto es que para el 1200 ya habían tomado formas áreas comer-
ciales fuertes como lo que después fue la Hansa (Hanse) germánica cuya
influencia se extendía desde Londres y Brujas hasta Novgodov, en toda la
costa del Mar del Norte y el Báltico, y el área genovesa y veneciana con la
declinación del dominio árabe en el Mediterráneo.
La actividad de estas zonas de capitalismo tuvo por supuesto una gran
influencia sobre sus “hinterlands” y, en consecuencia, un impacto sobre
las relaciones de propiedad en el campo (Pirenne). Esta fue una época de
expansión que se extendió hasta el siglo XIV en el que se inicia la recesión
económica acompañada por dos grandes desastres: la peste bubónica y la
guerra de los cien años.

(2) Vicens i Vives lo advierte con claridad: “El choque de esta formidable ola de renova-
ción espiritual con la realidad social y eclesiástica, provoca en determinados espíritus y en
ciertas clases sociales la floración de corrientes religiosas disgregadoras (…) Así se origina
el socialismo cristiano, que teñirá de sangre los campos alemanes durante las sublevaciones
agrarias antes y después de la reforma luterana, y del cual sacarán los revolucionarios sus
programas emancipadores” (pp. 66-67).

50 | Mariano Ciafardini
Si se quisiera encontrar un punto de inflexión (que en términos rea-
les no existe como punto) entre el viejo mundo feudal y el nuevo mun-
do moderno capitalista, entendemos que debería ser este. No sólo por el
desarrollo que han adquirido ya a mediados del 1300 el comercio y las
finanzas como sistema entrelazado por toda Europa occidental y central,
sino porque, al calor de estos cambios económicos y las grandes tragedias
antes mencionados, se advierten ya profundos contrastes ideológicos entre
la ideología oficial universal cristiana romana, la feligresía y las masas
populares, que denotan que los cambios que se están operando no son sólo
económicos, sino sociales y, en consecuencia, también políticos.
El cristianismo católico, que había sido el fundamento ideológico del
feudalismo contra la “otredad” musulmana, y el sustento del poder polí-
tico nobiliario y de las monarquías feudales, empieza a crujir a partir de
los cambios culturales que impone el capitalismo naciente. No es sólo el
ateísmo una manifestación de ello, sino la aparición de numerosas sectas
cristianas, muchas de las que conllevan en su prédica gérmenes de ideas
comunitarias o más precisamente comunistas.
Siguiendo a Wells es necesario advertir el rol ideológico del catolicis-
mo en este momento del nacimiento del capital y su impacto en la sociedad
feudal en descomposición. El cristianismo, cuya única voz oficial era la
iglesia católica a través de sus clérigos, representaba la “Zeitgeist” dentro
de la cual sucedía todo lo que pudiera suceder en la época. Es decir que
tanto los sectores del poder –los ricos del capitalismo asociados con los
príncipes más poderosos–, como los trabajadores pobres –eventualmente
asociados con algún noble en decadencia– se iban a expresar en términos
de su propia interpretación del dogma.
Las nuevas situaciones para las clases poderosas se expresarían como
reforma, por dentro o por fuera del dogma católico. Por dentro la reforma
tuvo su expresión más inteligente en el movimiento jesuítico y la creación
de la compañía a manos de Loyola. El jesuitismo fue la contracara de la
inquisición dominica, una versión populista ilustrada que intentó diferen-
ciarse del ultraconservadurismo de Inocencio III y Gregorio VII. Por fuera
el protestantismo de Lutero y sus príncipes modernos.
Para las clases bajas la expresión fue la herejía, o su propia versión de
la reforma protestante, lo que en última instancia era la misma cosa.
Ya entre 1209 y 1229 se da la cruzada contra los albigenses (secta de
los Cátaros encabezada por la baja nobleza del Languedoc, que criticaba

El sujeto histórico en la globalizacion | 51


el apego a los bienes materiales), a través de una operación conjunta del
poder papal romano, de Inocencio III, creador de la inquisición, y el rey
francés capeto, Luis VIII.
En 1323 el Papa Juan XXII declara herética la tesis acerca de la pobre-
za absoluta de Cristo sostenida por los espiritualistas de Francisco de Asís.
Nombres como los de Duns Scotto, Guillermo de Occam, Marsilio de
Padua, Nicolás de Cusa y el propio Roger Bacon, dan una idea de los cues-
tionamientos de la doctrina oficial de la iglesia y de la crisis ideológica que se
vivía y Tomás de Aquino había realizado el intento de conciliar la racionali-
dad aristotélica con la doctrina cristiana. Ya en el 1400, a partir de una suerte
de neoplatonismo, surgen las ideas humanistas de Juan Pico de la Mirándola
que continuarán Tomás Moro, en su Utopía (esa isla proto comunista inspi-
rada en La República de Platón), Campanella y Erasmo de Rotterdam.
Pero el cisma no se da sólo entre la iglesia oficial y en ciertos referentes
espirituales o filosóficos. Hay otro proceso, de corte netamente político,
que comienza a desarrollarse al ritmo del naciente capitalismo, que es el
de la formación de los estados-nación. Las monarquías unipersonales, con
jurisdicción sobre un determinado territorio lindante con otro reino, co-
mienzan a aparecer como el modelo político de la época, y ello también
genera las inevitables crisis con el poder seudo imperial del Papa, que va
quedando relegado a su alianza con los restos del imperio romano cataliza-
dos en el Sacro Imperio Romano Germánico.
El rey francés suprime en 1307 la orden de los templarios y traslada en
1309 la sede papal a Avignon.
De esta manera tenemos un escenario de capitalismo comercial-finan-
ciero en vigoroso desarrollo y formación de estados nacionales en los que el
monarca comienza a apoyarse más y más en las burguesías, que pueden fi-
nanciarle sus campañas militares hacia afuera y las de ley y orden dentro del
reino; campañas que, por otra parte, los burgueses necesitan para apoderarse
con exclusividad de los mercados internos e ir a la captura de otros, más allá
de las fronteras. Estado nacional es sinónimo de mercado nacional.
Las dos clases que salen perdiendo en este proceso de transformación
son la de los nobles y la de los campesinos. Los nobles están destinados
a desaparecer y los campesinos no pueden desaparecer, porque son los
únicos que producen riqueza legítima necesaria para la consolidación del
poder real y la acumulación originaria burguesa.

52 | Mariano Ciafardini
He ahí la primera manifestación del sujeto histórico de la modernidad:
los campesinos en permanente rebelión contra los efectos de la alianza
monárquico-burguesa y eventualmente nobiliaria3. Sobre esta alianza da
cuenta Marx en una de sus primeras obras:
En la historia de la burguesía debemos diferenciar dos fases: en la primera
se constituye como clase bajo el régimen del feudalismo y de la monar-
quía absoluta; en la segunda la burguesía constituida ya como clase de-
rroca al feudalismo y a la monarquía para transformar a la vieja sociedad
en una sociedad burguesa. La primera de estas fases fue más prolongada
y requirió mayores esfuerzos. También la burguesía comenzó su lucha
con coaliciones parciales contra los señores feudales. (Marx, 1987: 116)
No es la burguesía, entonces, el sujeto revolucionario en la temprana
época de la modernidad, sino el campesinado. Ni lo será tampoco más
adelante cuando comiencen las mal llamadas “revoluciones burguesas”
que, como veremos no son más que verdaderas rebeliones populares, o al
menos situaciones de descontentos generalizados de la población, aprove-
chados por la burguesía para dar sus golpes de mano y encaramarse defini-
tivamente en el poder político directo, para lo que ya no necesitaban más la
figura, inicialmente funcional, del monarca4.
Tan temprano como en 1291, a poco de la cruzada contra los Cáta-
ros, la expansión de los Hausburgo choca contra los campesinos de Uri

(3) En este punto es procedente una cita de Meiksins Wood en cuanto a que “la lucha de
clases precede a la clase, tanto en el sentido de que las formaciones de clase presuponen una
experiencia de conflicto y lucha derivada de las relaciones de producción como en el senti-
do de que hay conflictos y luchas estructurados ‘de manera clasista’ aun en las sociedades
que todavía no presentan formaciones conscientes de clase”. (Op. Cit.: P. 98)
(4) Profunda es la reflexión de Slavoj Zizek en este sentido cuando afirma: “En sus iró-
nicos comentarios sobre la revolución francesa, Marx opone el entusiasmo revolucionario
al ‘efecto de la mañana siguiente’: el resultado real del sublime estallido revolucionario al
acontecimiento de libertas, igualdad y hermandad, es el miserable universo utilitario ego-
tista de los cálculos del mercado (…). Sin embargo no deberíamos simplificar a Marx (…).
En el estallido revolucionario como acontecimiento brilla otra dimensión utópica, dimensión
de la emancipación universal, que precisamente es el exceso traicionado por la realidad del
mercado que se impone ‘el día siguiente’ como tal ese exceso no es simplemente abolido,
descartado por irrelevante, sino más bien traspuesto al estado virtual para seguir acechando el
imaginario emancipatorio como sueño que espera para ser realizado (Violencia en Acto, 2005.
Buenos Aires: Paidos). Nosotros agregaríamos que ese imaginario emancipatorio que luego
se realiza el octubre del 17 en manos de la clase obrera rusa debe su existencia a los excesos
de la producción política no de la burguesía, ni siquiera de la pequeña burguesía, sino los del
campesinado y especialmente los artesanos y pobres urbanos. Ellos son los artífices de la parte
de “revolución” que despunta la revolución francesa abortada por el golpe de estado burgués.

El sujeto histórico en la globalizacion | 53


y Schwiys, futuro territorio de Suiza, epopeya que dio lugar al personaje
literario de Guillermo Tell. En 1297 se produce una rebelión en Flandes,
contra el rey de Francia, que da lugar a la llamada “Batalla de las espuelas
de oro”, en Courtrai.
Pero el comienzo efectivo del proceso moderno y de los enfrentamientos
de clase que les son inherentes puede fecharse en el siglo XIV. Según Postan
(…) la gran época de crianza del capitalismo inglés tuvo lugar en las
primeras fases de la guerra de los Cien Años, cuando las exigencias de
las finanzas reales, los nuevos experimentos impositivos las empresas es-
peculativas con la lana, el hundimiento de las finanzas italianas y el surgir
de la nueva industria textil se combinaron para dar a luz una nueva raza
de financieros de guerra y especuladores comerciales, proveedores de los
ejércitos y monopolistas de la lana. (Postan, 2007: 165-166)
Este cambio de época no fue sereno en cuanto a las catástrofes “natura-
les”, que asolaron a la población europea, principalmente a los más pobres:
la gran hambruna de 1315 a 1317, la peste negra entre 1347 y 1353, y
también las políticas, como las luchas civiles en Italia, la anarquía de Ale-
mania y, fundamentalmente, la Guerra de los Cien Años. Pero ninguno de
estos acontecimientos tuvo como protagonista principal a la burguesía, ni
se desencadenó a partir de ninguna actitud revolucionaria de la nueva clase
de los comerciantes. El hambre y la peste fueron determinados por, además
de los factores climáticos y epidemiológicos, la situación de pauperismo e
indigencia que la crisis del feudalismo y el surgimiento del capitalismo ge-
neraban en los amplios sectores campesinos y en los trabajadores urbanos.
Aquí la burguesía solo fue, en el caso de la peste, un agente de transmisión
fundamental si se considera que el virus llegó en los barcos mercantes que
venían de oriente. Las guerras y las luchas políticas entre sectores del po-
der también se desencadenaron como producto de la crisis del esquema de
poder feudal y por las tensiones internas dentro de cada reino o principado,
en las cuales la cuestión social del campesinado era un factor determinan-
te. Aquí la burguesía, lejos de ser perjudicada, precisamente se benefició,
como lo consigna con toda claridad la cita anterior de Postan.
Sobre la importancia de las circunstancias materiales que coincidieron
para alumbrar la nueva época que se destaca por la insurrección comunista
popular, recurrimos nuevamente a Wells:
Las divisiones entre los Husitas se debieron en gran parte a la deriva de
los sectores más extremos hacia el comunismo primitivo que alarmó a los
más ricos e influyentes nobles checos. Tendencias similares aparecieron

54 | Mariano Ciafardini
entre los wycliffitas ingleses. Parecían seguir naturalmente las doctrinas
de la igualdad humana, la hermandad que emerge siempre que se intenta
ir hacia atrás, a los fundamentos del cristianismo. El desarrollo de tales
ideas fue en gran medida estimulado por la tremenda desgracia que barrió
el mundo y conmovió los fundamentos de la sociedad, una peste de una
virulencia nunca vista. Era llamada la muerte negra (…). Fue desde este
desastre que la guerra campesina del siglo catorce se expandió. Había
falta de mano de obra y de bienes y los ricos abades y monjes propietarios
de la mayor parte de la tierra y los nobles y los ricos mercaderes eran
demasiado ignorantes de las leyes económicas para entender que no de-
bían presionar a los trabajadores en estos tiempos de sufrimiento. (Wells,
2004:198-199)
En este mismo sentido Pirenne, al referirse a las consecuencias socio-
políticas de esta crisis, afirma:
Estas desgracias agravaron indiscutiblemente las perturbaciones sociales
por las que el siglo XIV contrasta tan violentamente con el anterior, más,
la causa principal, se debe buscar en la propia organización económica.
Se había llegado al grado que su funcionamiento provocaba un descon-
tento que se manifestaba a la vez en las poblaciones urbanas y en las
rurales. (Pirenne, 1963:142)
El trabajo de Pirenne, respecto de esta situación y a las sublevaciones
campesinas que se generan, es de una importancia manifiesta, puesto que,
a la vez que el afamado historiador belga se cuida permanentemente de no
conceder a la interpretación marxista espacio explícito alguno, al adentrar-
se en la descripción de los hechos, no hace más que demostrar, con detalle,
cómo es el proceso material el que está en la base de todos estos aconte-
cimientos. Con la particularidad, de gran utilidad para nuestra tesis, de
remarcar la actitud revolucionaria del campesinado y los pobres, y las po-
siciones contrarrevolucionarias de las demás clases, incluida la burguesía.
Así respecto de los levantamientos de Flandes de 1323 a 1328 señala que
El espíritu independiente de los robustos campesinos de aquel territorio
(…) se excita en la lucha hasta el punto en que consideraron a todos los
ricos y a la misma Iglesia como sus enemigos naturales. Bastaba que una
persona viviera de la renta del suelo para que se volviera sospechosa.
(Pirenne, 1963:143)
Este pasaje muestra especialmente la complejidad de la situación de la
que el propio Pirenne queda inmerso:
La historia de Ypres, como la de Gante y Brujas, está llena de luchas san-
grientas en las que los proletarios de la industria textil peleaban con los

El sujeto histórico en la globalizacion | 55


que “tenían algo que perder”(…). Los bataneros, a quienes los tejedores
pretendían fijar o, mejor dicho, reducir los salarios, los trataban como
enemigos y, para escapar a su dominación, sostenían la causa de la “gente
buena”. En cuanto a los pequeños gremios todos detestaban a los “horri-
bles tejedores”, que trastornaban su trabajo perjudicando su negocio y cu-
yas aspiraciones comunistas, los asustaban, al mismo tiempo que llenaban
de espanto al príncipe y a la nobleza. (Pirenne, 1963:149)
En el mismo contexto, ya comenzada la Guerra de los Cien Años, se
produce en Francia, en 1358, la Grand Jacquerie5. Esta revuelta campesina
está ligada a la caída del precio de los cereales, y particularmente también,
por las consecuencias de la guerra de los Cien Años.
Con relación a la sublevación de los cardadores de lana (ciompi) que
tuvo lugar en Florencia en 1379, Pirenne –relacionándola con la sublevación
de Flandes– señala que “no sería exagerado decir que en la margen del Es-
calda, lo mismo que en la del Arno, los revolucionarios quisieron imponer a
sus adversarios la dictadura del proletariado” (Pirenne, 1963:150). Cierto es
que el levantamiento de los Ciompi es urbano. La depreciación de la moneda
que usaban los artesanos les dificultaba el acceso a la moneda de oro (Florín)
que era la que realmente valía. Al ser de carácter urbano el levantamiento se
entremezcló con las disputas de las distintas facciones del patriciado.
En Inglaterra, en 1381, Wat Tyler y John Ball encabezan las rebelio-
nes campesinas de los Lolardos y Begardos. Por la implementación del
impuesto “poll tax” a los campesinos para financiar la guerra de los Cien
Años. También las compara Pirenne con los levantamientote de Flandes
porque son obra común del pueblo de las villas y del de los campos.
El misticismo de los Lollards contribuyó de seguro, también, a provocar
odio hacia los gentleman opresores, que no existían “en el tiempo en que
Eva hilaba y Adán cultivaba”. Como cincuenta años antes, en Flandes,
hubo vagas aspiraciones comunistas entre los insurrectos, que dieron a la
crisis la apariencia de un movimiento dirigido contra la sociedad estable-
cida. (Pirenne, 1963:150)

(5) Las jacqueries son los levantamientos campesinos de Francia desde el Medioevo a la
Revolución Francesa y toma su nombre de la crónica que hizo Jean Froissart de la primera
de ellas (la grand jacquerie) ya que éste denominaba a los campesinos Jacques Bonhomme,
un estereotipo que recibía su nombre de la vestimenta “jacque”, de uso difundido en el
campo pobre francés.

56 | Mariano Ciafardini
En 1382 se producen sublevaciones campesinas en toda Francia; en
1383 se producen rebeliones de campesinos y artesanos en Portugal, que
son primero encabezadas y después traicionadas por la burguesía comer-
cial portuguesa.
Juan Huss, después de su ejecución en 1419, se convierte en el hé-
roe de Bohemia y los Husitas descargan su odio contra los germanos. Se
produce la primera “defenestración” de Praga. De ellos se desprenden lo
Taboritas Juan Siska y Andreas Prokop, grupo más radical integrado por
ciudadanos y campesinos que anuncian el milenio cristiano y proponen la
organización comunista de la sociedad.
En 1520 tienen lugar rebeliones campesinas en Austria, Polonia y Ru-
sia, el mismo año que aparece el manifiesto de Lutero bajo la influencia del
propios Huss.
En 1522 Lutero se ve obligado a apaciguar las manifestaciones que
suscitó su propio movimiento en Wittemberg, en donde Karl Stadt lleva
a cabo, durante la ausencia de Lutero, reformas drásticas en el clero y las
órdenes.
Estas reformas y el movimiento de los Husitas de Bohemia influyen
grandemente sobre Thomas Mûnser y Nicolás Storch. Emerge la cuestión
social que estaba debajo.
En 1524 se inicia la guerra de los campesinos en Waldshut y Schûlin-
gen, donde ya comienza la prédica colectivista de Mûnzer.
Frente al cariz que toman los acontecimientos, Lutero, de parte de los
príncipes, condena a los campesinos como “asesinos y saqueadores”, y
llama a exterminarlos, como “perros rabiosos”, lo que es acometido por
la Liga Suaba.
Finalmente en 1555 con la paz de Los Augsburgo se consagra jurídi-
camente la escisión religiosa frente a la que se alzará el Concilio de Tren-
to, que se inicia en 1545. El enfrentamiento religioso se consuma con la
Guerra de los Treinta Años que va desde la segunda defenestración de Pra-
ga en 1618, en que la nobleza checa expulsa a los consejeros imperiales
católicos, hasta la paz de Westfalia (Mûnster) en 1648. A partir de allí el
cristianismo, que, como catolicismo, todavía arrastraba rémoras formales
que resultaban más funcionales a una aristocracia nobiliaria en decadencia,
queda “perfeccionado” con la “versión” protestante ad hoc a la burguesía,
que se consolidaba en todas partes como la clase de la época. De todos mo-

El sujeto histórico en la globalizacion | 57


dos el catolicismo no tardó en adecuarse a los nuevos tiempos hasta llegar
a ser tan compatible con la vida burguesa como su hermano bastardo.
En su trabajo La guerra campesina en Alemania, Engels intenta una
comparación entre la revolución campesina de 1525 y las revoluciones eu-
ropeas de 1848. Así podemos leer: “El paralelo entre la revolución alemana
de 1525 y la revolución de 1848-1849 saltaba demasiado a la vista para que
yo pudiese renunciar por completo a él”. (Marx; Engels, 1987: 169)
Que la burguesía juega un papel reaccionario en estos movimientos,
predominantemente campesinos del siglo XVI, como en los predominan-
temente proletarios del siglo XIX, Engels lo advierte claramente e incluso
distingue el rol de cada capa burguesa:
Nuestros grandes burgueses de 1870 actúan exactamente igual a como
obraron en 1525 los habitantes medios de los Burgos. En cuanto a los pe-
queños burgueses, a los artesanos y a los tenderos, siguen siendo siempre
los mismos. Esperan poder trepar a las filas de la gran burguesía y temen
ser precipitados a las del proletariado. Entre la esperanza y el temor, trata-
rán de salvar su precioso pellejo durante la lucha, y después de la victoria
se adherirán al vencedor. Tal es su naturaleza. (Marx; Engels, 1987: 172)
También tiene un párrafo para lo que él y Marx llamaron lumpenpro-
letariado:
En los países civilizados el número de vagabundos jamás había sido ma-
yor que en la primera mitad del siglo XVI. Una parte de estos vagabundos
se alistaba en el ejército en tiempo de guerra, otros pedían limosnas por
las carreteras, los restantes se ganaban su vida mísera realizando trabajos
como jornaleros y en otros oficios que no estaban reglamentados por los
gremios. Estas tres partes intervinieron en la guerra campesina: la primera
en los ejércitos de los príncipes que aniquilaron a los campesinos, la se-
gunda en las conjuraciones y en los grupos de campesinos armados donde
su influencia desmoralizadora se manifiesta a cada momento, la tercera
en las luchas entre los partidos en las ciudades. Por lo demás no se debe
olvidar que una gran parte de esta clase y sobre todo los que vivían en las
ciudades conservaban una base de honestidad campesina y se hallaban
muy lejos de la venalidad y degeneración de nuestro lumpenproletariado
civilizado. (Marx; Engels, 1987: 186)
A partir de aquí, Engels deja en claro cuál es el comportamiento de la
burguesía, junto y no en contra de otras clases dominantes, a pesar de las
contradicciones que existieran entre ellas: “Todas estas clases excepto la
última, oprimían a la gran masa de la nación: los campesinos. El campesino

58 | Mariano Ciafardini
soportaba el peso íntegro de todo el edificio social: príncipes, funcionarios,
nobleza, frailes, patricios y burgueses”6. Esto explica por otra parte el fra-
caso de los alzamientos en términos generales:
Mientras se les oponía el poder organizado de los príncipes, de la nobleza
y de las ciudades unidas, los campesinos no fueron capaces de lanzarse
solos a una revolución. Su única posibilidad de vencer hubieses sido me-
diante una alianza con otras clases; ¿pero cómo unirse con ellas si todas
los explotaban con igual saña? (Marx; Engels, 1987: 188)
Queda en claro, entonces, que la única posición de sujeto histórico
revolucionario era la de los campesinos apoyados intermitentemente por la
“oposición plebeya”. Todo lo demás, incluidos los distintos sectores bur-
gueses, eran parte de la reacción.
Este campesinado, que es de este modo el sujeto revolucionario, expre-
sa a su vez una ideología de la revolución, con las características propias
del nivel del discurso ideológico de la época y con las contradicciones
propias de un movimiento con una “compleja composición de clases y
subclases”, como era el movimiento campesino alemán del siglo XVI.
El campesinado se movía, entonces, fundamentalmente contra las trabas
feudales que en gran medida permanecían a pesar del impacto del desarrollo
de las relaciones capitalistas, y a veces articulándose aquellas trabas con es-
tas relaciones en perjuicio de los trabajadores rurales. De este modo la lucha
campesina y el centro de sus reivindicaciones se dirigían contra las estructu-
ras feudales resilientes. Aquí es donde resulta preciso este párrafo de Engels:
Es evidente que, dadas las circunstancias, todo ataque general contra el
feudalismo era, antes que nada, un ataque contra la Iglesia, y que todas
las doctrinas revolucionarias sociales y políticas eran necesariamente y,
al mismo tiempo, herejías teológicas. Para poder atacar el orden social
existente había que despojarlo primero de su aureola de santidad. La
oposición revolucionaria contra el feudalismo (…) según las circunstan-
cias aparece como misticismo, herejía abierta o insurrección armada. En
cuanto al misticismo es bien sabido hasta qué punto dependían de él los
reformadores del siglo XVI. También Mûnzer le debe mucho. Por una
parte las herejías expresaban la reacción de los pastores patriarcales de

(6) Op. Cit. La excepción que menciona Engels al decir “excepto la última” es lo que
llama “la oposición plebeya” compuesta por “burgueses venidos a menos y de una multi-
tud de vecinos excluidos del derecho de ciudadanía: oficiales, jornaleros y los numerosos
brotes de lumpenproletariado que se encuentran hasta en etapas inferiores del desarrollo
urbano” (p. 186).

El sujeto histórico en la globalizacion | 59


los Alpes contra el feudalismo invasor (los valdenses); por otra la oposi-
ción al feudalismo por parte de las ciudades emancipadas (los albigenses,
Arnoldo de Bescia, etc.); finalmente la insurrección directa de los cam-
pesinos (John Ball, el maestro húngaro de Picardía, etc. (Marx; Engels,
1987: 191)
Engels distingue, no obstante, dos tipos de herejías:
La herejía de las ciudades –que es la verdadera herejía oficial de la Edad
Media– se dirigía principalmente contra el clero, al que atacaba por su
riqueza y posición política. De igual modo que la burguesía de nuestros
días pide un gouvernement à bon marché, un gobierno barato, los bur-
gueses de la Edad Media pedían una Èglise à bon marché, una Iglesia
barata. Reaccionaria en su forma, como toda herejía que sólo ve la de-
generación en la evolución de la Iglesia y el dogma, la herejía burguesa
exigió la restauración de la sencillez de la Iglesia cristiana primitiva y la
abolición del sacerdocio profesional (…). También vemos en el sur de
Francia, como en Inglaterra y Bohemia que la mayor parte de la pequeña
nobleza se unió a las ciudades en la lucha contra el clero y en las herejías,
fenómenos que se explican por la dependencia de la pequeña nobleza
con respecto a las ciudades y por su comunidad de intereses frente a los
príncipes y prelados (…). La herejía que expresaba en forma directa las
exigencias de plebeyos y campesinos, y que casi siempre acompañaba
una insurrección, era de carácter muy diferente. Aunque hacía suyas to-
das las reivindicaciones de la herejía burguesa en relación con el clero, el
papado y la restauración de la Iglesia cristiana primitiva, iba mucho más
allá. Exigía la instauración de la igualdad cristiana entre los miembros de
la comunidad y el reconocimiento de esta igualdad como norma también
para el mundo burgués7. (Marx; Engels, 1987: 190-192)
La extensión de la cita es necesaria ya que la transcripción de estos
párrafos muestra con claridad el carácter de clase de las herejías y da fun-
damento a su explicación posterior en el texto acerca del oportunismo (bur-
gués) de Lutero, lo limitado (a los intereses de la burguesía) de su movi-
miento y su explicable antagonismo con los representantes del verdadero
movimiento revolucionario (campesino y plebeyo) como Thomas Mûnser.
Mûnser es, por otra parte, para Engels, el modelo más acabado de la
ideología revolucionaria de la época, del movimiento campesino que juega
el rol que jugaría posteriormente el proletariado:

(7) Cuando Engels menciona la Edad Media se refiere preferentemente a la baja Edad
Media (después del 1200) que nosotros consideramos ya como el primer período de la edad
moderna capitalista)

60 | Mariano Ciafardini
Solo en las doctrinas de Tomas Mûnser, estos brotes de comunismo, ex-
presan las aspiraciones de una verdadera fracción de la sociedad. Fue el
primero en formularlas con cierto carácter definido, y a partir de él han
sido observadas en todos los grandes movimientos populares, hasta que se
fundieron en forma gradual en el moderno movimiento proletario. (Marx;
Engels, 1987: 193)
Todas estas luchas campesinas fracasan en la medida en que no exis-
tían las condiciones económicas políticas y sociales para su triunfo, aunque
sí para su generación. Su verdadero triunfo es preparar el terreno para que
otro tipo de movimiento campesino se empezara a articular con otro tipo de
movimiento plebeyo de las ciudades. Estos nuevos movimientos tampoco
van a lograr coronarse con el arribo al poder para la consecución de sus in-
tereses de clase, pero van a tener la potencialidad necesaria como para que
una burguesía comercial, ya desarrollada, se encarame en ellos y logre el
final desplazamiento no sólo de la nobleza sino de la realeza (sus antiguos
socios), y rompa, para siempre, todo vestigio de estructura feudal. De es-
tas revoluciones plebeyo-campesinas transformadas (o traicionadas como)
“revoluciones burguesas”, es de lo que vamos a tratar a continuación.

Las “revoluciones” burguesas

En el prólogo a la edición inglesa de Del socialismo utópico al Socia-


lismo Científico (1892) Engels vuelve sobre la idea, de alguna manera ya
insinuada en varias oportunidades anteriores por él y Marx, acerca del ca-
rácter revolucionario de la burguesía. “Cuando Europa salió del Medioevo,
la clase media en ascenso de las ciudades era su elemento revolucionario
(…)”. Aunque en seguida agrega:
Pero el grito de guerra lanzado por las universidades y los hombres de
negocios de las ciudades tenía inevitablemente que encontrar, como en
efecto encontró una fuerte resonancia entre las masas del campo, entre
los campesinos, que en todas partes estaban empeñados en una dura lucha
contra sus señores feudales eclesiásticos y seculares, lucha en la que se
ventilaba su existencia. (Engels, 2012: 110)
Y continúa:
En el calvinismo encontró, acabada su teoría de lucha, la segunda gran in-
surrección de la burguesía. Esta insurrección se produjo en Inglaterra. La
puso en marcha la burguesía de las ciudades, pero fueron los campesinos
medios (la yeomanry) de los distritos rurales los que arrancaron el triun-

El sujeto histórico en la globalizacion | 61


fo. Cosa singular en las tres grandes “revoluciones burguesas” son los
campesinos los que suministran las tropas de combate, y ellos también,
precisamente, la clase, que, después del alcanzar el triunfo, sale arruinada
infaliblemente por las consecuencias económicas de ese triunfo (…). En
todo caso, sin la intervención de esa yeomanry y del elemento plebeyo de
las ciudades, la burguesía nunca hubiera podido conducir la lucha hasta
su final victorioso ni llevado al cadalso a Carlos I. (Engels, 2012: 111. Las
cursivas son nuestras.)
Con relación a la “segunda gran insurrección de la burguesía” y a las
“tres grandes revoluciones burguesas” a las que se refiere Engels resulta
importante, para entender tales adjetivaciones, la ponencia presentada por
Perry Anderson en el encuentro “Marx e la Storia” en octubre de 1983, en
San Marino.
Lo primero que señala Anderson es que la noción de revolución bur-
guesa es uno de los elementos más problemáticos y controvertidos de la
historiografía marxista del siglo XX y puntualiza que
(…) la noción de “revolución burguesa” –que, posteriormente los mar-
xistas han aplicado a aquellos acontecimientos– apenas podemos encon-
trarla en los trabajos de Marx. Al menos formulada exactamente en estos
términos y a tutte lettere. No la hallaremos, por ejemplo, en el Manifiesto
del Partido Comunista, el texto en el que más que en ningún otro espera-
ríamos encontrarla. (Anderson, 1984: 2)
Explica que la noción tal como se usa hoy tuvo su cuño en el debate de
los marxistas rusos –especialmente Plejanov y Lenin– en sus discusiones
con los Narodniks y con fines exclusivamente tácticos y estratégicos.
A partir de un complejo análisis que no viene al caso examinar aquí
Anderson nos dice:
(…) recordemos la constante intervención y actuación de las masas po-
pulares –campesinos, trabajadores a domicilio, artesanos y obreros– en
todas estas revoluciones. Basta pensar en la función de detonador que
en la Revuelta de los Países Bajos, tuvieron los grandes tumultos popu-
lares iconoclastas; en la explosión del movimiento de los Levellers en la
Guerra Civil inglesa; en la insurrección de los campesinos y de los sans-
culottes en la Revolución Francesa.
(…)
Por ello estas primeras “revoluciones burguesas” se caracterizaron por su
gran turbulencia social espontánea, por la irrupción desde debajo de las
masas populares en la vida política sin que las instituciones mostrasen
una capacidad efectiva de control de la situación. A medida que estos pro-

62 | Mariano Ciafardini
cesos revolucionarios avanzaban se iban radicalizando políticamente en
el plano ideológico casi todos los valores ideales de libertades burguesas
nacieron precisamente al calor de estas insurrecciones y fueron forjados
sobre todo en la época de las revoluciones inglesa, americana y francesa.
(Anderson, 1984: 7-8)
Nosotros agregaríamos a este párrafo la revolución de los Países Bajos,
que termina de consumarse luego de 80 años. Es decir, que las pretendidas
“revoluciones burguesas” están impropiamente denominados como tales,
ya que, lo que tuvieron de revolucionario fue, precisamente, en razón de
una sobredeterminación, por utilizar el término althusseriano que toma An-
derson en sus análisis, pero no por arriba sino por abajo. Lo revolucionario
lo puso el pueblo: a) en los levantamientos y sublevaciones populares hasta
el 1500 esencialmente el campesinado pobre; b) a partir de la revolución
holandesa, principalmente la plebe de las ciudades o como excepción en la
revolución inglesa el campesinado acomodado (yeomanry); y c) como ve-
remos más adelante, a partir de la consolidación del poder burgués, en las
revueltas ciudadanas que van desde 1830 en adelante en Europa, y la nueva
clase obrera, ya conformada junto a su alter ego, la burguesía industrial.
En este entendimiento, la burguesía, o las burguesías, en momento alguno
jugaron un papel político efectivamente revolucionario que autorice a con-
siderar que hayan sido, de alguna manera, dignas de considerarse sujeto
histórico del proceso, si asimilamos sujeto histórico a sujeto revoluciona-
rio, como consideramos que no puede ser de otro modo, en el capitalismo.
En un pasaje de su Historia General Moderna, Vicens Vives muestra
con agudeza de análisis las diferencias cualitativas entre la actuación del
sujeto histórico campesino/popular tanto en el primer período, como en
el segundo y la consecuente potencialidad de su accionar al sumarse a la
escena su nuevo “aliado”, la burguesía:
La revuelta religiosa (1517 y 1566), obedeció en ambos casos a una in-
surrección de las conciencias, estimulada por presiones económicas, so-
ciales y políticas. Pero en ninguno de los dos momentos –a excepción de
Holanda– el movimiento respondió a unas líneas precisas. Hubo algo de
confuso en su planteamiento y desarrollo. En cambio en 1640-1650, lo
que pretenden los revolucionaros sorprende por su uniformidad y conci-
sión: derechos individuales, fiscalización de los presupuestos públicos,
abolición de los monopolios del estado, intervención del país en la le-
gislación. Tal fue el programa anunciado en Londres, Amsterdam, París
y Barcelona. Esta unanimidad descansa en la simultánea presión de la
monarquía absoluta en los países de occidente, y es lógico que las mismas

El sujeto histórico en la globalizacion | 63


causas desencadenasen los mismos efectos. Pero el hecho indudable es
que la protesta no sobrevino hasta que apareció en la escena histórica
una clase social capaz de darse cuenta de los designios de la monarquía
y de oponerles un valladar, levantando frente a los de aquélla, los suyos
propios. Esta clase social es la burguesía. No la burguesía de tipo nacional
confabulada con los intereses de la realeza desde el Renacimiento, sino
la burguesía en sentido estricto (…) empieza a comprender el papel his-
tórico que le está reservado, en mayor grado en los países en que, como
Holanda e Inglaterra, se sabe dueña del dinero. (Vicens Vives, 1969: 375)
El establecimiento de fechas para marcar el paso de un período a otro
dentro del curso histórico siempre es algo arbitrario, ya que los grandes
momentos de la historia se solapan y se discontinúan por ciertos espacios
de tiempo. Hay acontecimientos que son propios del período siguiente que
se producen, como un anuncio, en las postrimerías del período anterior, y
acontecimientos propios del período que se suceden, como resabios, en los
comienzos del período siguiente.
En nuestro trabajo Globalización, Tercera (y última) etapa del capita-
lismo señalamos que se da a mediados del siglo XVII el punto aproximado
de inflexión entre el primer período de la etapa del capitalismo “salvaje”,
período de la “acumulación originaria” (1300-1650), con el segundo que
resulta ser un período de despliegue comercial intenso (1650-1815).
En lo que respecta a la dinámica propia del sujeto histórico a mediados
del 1600 son aquellos tiempos de las guerras religiosas y particularmente
de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Según el propio Engels:
Las guerras religiosas que siguieron y por fin la Guerra de los Treinta
Años con sus incesantes devastaciones y matanzas en masa fueron para
los campesinos un golpe mucho más duro que la guerra campesina. Sobre
todo la Guerra de los Treinta Años que aniquiló la mayor parte de las fuer-
zas productivas de la agricultura y que destruyó numerosas ciudades, fue
la causa de la miseria verdaderamente espantosa en que durante mucho
tiempo tuvieron que vivir los campesinos, plebeyos y burgueses arruina-
dos. (Engels, 2012: 243)
Estas guerras pueden considerarse, entonces, como la reacción defi-
nitiva de la burguesía y la nobleza contra el movimiento revolucionario
campesino, y cierran definitivamente ese intento que aun frustrado deja
sembrada la semilla para otro tipo de levantamientos populares propios
del período segundo, movimientos que van a tener una consecuencia muy
distinta a los sanguinariamente derrotados en el primero.

64 | Mariano Ciafardini
La apertura de la ruta del Atlántico permite un desarrollo de la burgue-
sía comercial a una escala nunca vista, ni siquiera en los momentos más
prósperos de Génova, Venecia o Amberes. El poder que acumula la nueva
clase de los comerciantes de las ciudades, principalmente de las ciudades
portuarias, genera un escenario político distinto del que había sido paradig-
mático durante el primer capitalismo comercial-financiero de la acumula-
ción originaria. Las posibilidades políticas de la burguesía aumentan a tal
punto que, en determinadas circunstancias, se haya ya en condiciones de
pelear por el poder rivalizando con la propia monarquía.
Nuestra hipótesis es que todos estos golpes de mano políticos de la
burguesía, que terminaron denominándose “revoluciones burguesas”, ca-
balgaron, en todos los casos, sobre la indignación y el hartazgo de las ma-
sas populares, principalmente los pobres de las ciudades, la pequeña bur-
guesía y el artesanado, acompañados a veces por campesinos, que fueron
la verdadera fuerza motor de estos cambios. Cambios que, en lo que a los
intereses de estas clases respecta, quedaron siempre a mitad de camino,
ya que, al encumbrarse la alta burguesía en la cresta de estos movimientos
revolucionarios, graduó el cambio hasta el punto suficiente en que su inte-
rés particular, es decir el desplazamiento de la nobleza y la monarquía y el
acaparamiento total por su parte de los espacios de poder político, estuvo
satisfecho. Llegado el movimiento a este punto se procedió siempre a “cal-
mar” y “sosegar” a los revoltosos e instaurar un nuevo status quo.
Este movimiento se da, particularmente, a través de tres grandes episo-
dios: la Revolución en los Países Bajos de 1566, la Revolución Inglesa de
1642-1689 y la Revolución Francesa de 1789.

La Revolución en los Países Bajos

Aunque el egoísmo de la historiografía inglesa y francesa la ha man-


tenido en un segundo plano es, sin dudas, la revolución holandesa el hito
inicial de todo este proceso.
Así dice Wells que “la ruptura de las Netherlands con el absolutismo
monárquico fue el comienzo de una serie de conflictos similares a lo largo
de los siglos XVI y XVII”. (Wells, 2004: 250)
Se podría decir que tiene un lugar adelantada a la época, ya que la con-
solidación de la gran burguesía europea como detentadora real del poder

El sujeto histórico en la globalizacion | 65


político, aun detrás de los mascarones de príncipes y monarcas absolutos,
se puede considerar, como un rasgo general en Europa, recién a partir de la
finalización de la Guerra de los Treinta Años. Sin embargo, este adelanto
de la revolución en los Países Bajos se puede explicar porque, con la aper-
tura de la ruta del Atlántico y la navegación hacia las Indias Orientales, el
desarrollo de la burguesía, en las numerosas y próximas entre sí ciudades
de los Países Bajos, había adquirido, ya a mediados del siglo XVI, una
envergadura que las distinguía del resto de las otras grandes ciudades co-
merciales europeas, aunque también influyeron factores políticos, propios
del proceso histórico de formación de estos estados, su fragmentación, el
poder de las milicias de las ciudades, y el enfrentamiento de las noblezas
locales entre sí y con el emperador, entre otros. De todos modos 1570 no
es más que una fecha aproximada del comienzo de una lucha que según
los historiadores duró 80 años para terminar recién a mediados del 1600.
Para entender el rol que jugaron las clases bajas en el corazón de las
revueltas políticas y sociales que terminaron en la ascensión al poder por
parte de la burguesía es importante detenerse en este párrafo de Smit:
La milicia, dominada en número por la clase artesana media inferior, era
un instrumento tanto de una clase en particular, como del gobierno de la
ciudad. Pero las repetidas recesiones económicas, aun cuando fueran oca-
sionales, constituían para los artesanos un golpe casi tan duro como para
los rebeldes trabajadores no cualificados. Por lo general, los artesanos y
los obreros cualificados se afanaban por acentuar las diferencias entre su
status y el de los “proletarios” y por sofocar los levantamientos de éstos;
pero en diversas ocasiones durante el siglo XVI se negaron a respaldar
las medidas represivas, viéndose entonces el gobierno de la ciudad en
peligro. Las revueltas urbanas de 1566, 1572 y 1576/78 hallaron vía libre
gracias a la deserción de la milicia, que se componía de artesanos y obre-
ros cualificados. (Smit, citado en Elliot, 1984: 40)
Según Van der Wee, citado por el propio Smit,
Existía una clase media artesana en crecimiento y un número cada vez
menor de obreros industriales; todos ellos disfrutaban de pleno empleo
y la pobreza decrecía. La súbita recesión económica de los años 1560-69
arrebató a las clases medias esta prosperidad sin precedentes y las empujó
a adoptar una postura radical, desde la cual proporcionaron después una
ayuda masiva primero para la reforma y más tarde para la revolución.
(Smit, citado en Elliot, 1984: 49)
El mismo Smit que dubita acerca de las causas determinantes de la
revolución holandesa afirma con toda claridad que

66 | Mariano Ciafardini
En el caso de la población de las ciudades el efecto de los factores eco-
nómicos y sociales sobre el comportamiento era mucho más visible (…).
Los artesanos podían unirse a los obreros no cualificados en sus estallidos
hostiles, o bien negarse a cooperar con individuos de “status” inferior. Sin
embargo la espantosa recesión de 1560-69 estrechó los lazos entre las cla-
ses bajas y la burguesía media conforme fueron aumentando los agravios de
todas ellas contra el gobierno. Los frecuentes actos de violencia y el pillaje
en el campo por bandas organizadas de obreros industriales eran clara ex-
presión de la hostilidad frente al gobierno. (Smit, citado en Elliot, 1984: 53)
Sea como fuere es imposible entender la capacidad de resistencia y la
victoria final de los neerladeses sobre las tropas de Felipe II, al mando del
sanguinario Alba sin el levantamiento popular decidido a llegar a las últi-
mas consecuencias. Así lo describe Wells al referirse al asedio de Alkmaar
(1573) por las tropas españolas: “Nunca en la reciente historia de Harlem,
ha sido un ataque recibido con tanta bravura. Toda persona viviente estaba
en los muros”. (Wells, 2004: 252. La traducción es nuestra.)
Es evidente que las clases altas como lo dice Wells “se pusieron ellas
mismas” al frente de lo que ya era un levantamiento popular, con motivos
propios para levantarse por la persecución religiosa de la que era víctima
como lo habían sido los campesinos alemanes unos años antes.

La Revolución Inglesa

La Revolución Inglesa de 1646 fue un proceso altamente complejo que


atravesó por distintas etapas –antes y después de esa fecha– y en la que se
cruzaron diferentes intereses de clase, religiosos y políticos. Pero dos cues-
tiones fundamentales relacionadas con este acontecimiento son innegables:
1) La clase que sale triunfante y beneficiada por el gran cambio político que
se produce fue la alta burguesía inglesa y la “city” financiera londinense, y
2) el derrocamiento de la monarquía (y su reinstauración en términos poco
más que decorativos) no habría sido posible sin la participación plebeya,
tanto en los distintos y múltiples levantamientos populares de la época como
en su adhesión y alistamiento en las filas de los ejércitos parlamentarios.
El propio alejamiento del Rey de la capital que da comienzo a la gue-
rra civil entre la monarquía y el parlamento se desencadena a partir del
levantamiento en armas del pueblo de Londres incitado por la corporación
de los bateleros. (Pirenne, 1961)

El sujeto histórico en la globalizacion | 67


La sociedad feudal inglesa se basaba como todas en una estructura
jerárquica agrícola muy estática basada en vínculos de vasallaje y servi-
dumbre. Sin embargo en los intersticios del esquema feudal se movían
miles de personas libres denominadas “sin amo” que, al no tener sujeción
a señorío alguno, vagaban de pueblo en pueblo comerciando, haciendo
pequeñas labores temporales o dedicadas al pillaje y la mendicidad. Todos
ellos detestaban el statu quo y la injusticia de la que eran víctimas, aun-
que las más de las veces la atribuían a las autoridades locales más que al
propio rey, al que, a veces, consideraban como un protector. Por otra parte
las tradiciones heréticas fueron ya desde los tiempos de los Lolardos y los
anabaptistas muy fuertes entre la población inglesa, lo que, por otra parte,
le permitió al puritanismo burgués abrirse camino más fácilmente que en
el continente. Estas herejías populares no carecían de una fuerte dosis de
ideología igualitaria y justiciera propia del cristianismo primitivo y gene-
raron una tradición que iba a impregnar a las masas inglesas creando el
ambiente propicio para los levantamientos de 1640 y el triunfo final de
Cromwell sobre Carlos I en 1649.
Entre los grupos sociales de base popular que más activamente participa-
ron de la revolución se encuentran los llamados “niveladores” y los “verda-
deros niveladores” o “cavadores”, muchos de los cuales fueron la fuerza de
choque de la “new model army” de Cromwell y terminaron siendo reprimi-
dos por él mismo, una vez asegurado el triunfo revolucionario, en la medida
en que la burguesía lo necesitaba para monopolizar el poder político.
Así, se produce una reacción de diversos grupos dentro del parlamento.
Eran los llamados “independientes” que, ante el patrón de las reformas por
parte de los puritanos –pues los intereses económicos de la “gentry” ya
estaban resueltos–, deciden enfrentarse de forma clara para intentar llegar
a las reformas sociales y políticas que reivindicaban buena parte del pueblo
y sobre todo, los niveles medios-bajos del ejército.
El principal movimiento organizado fueron los “Levellers”, literal-
mente “los que nivelan”. Los Levellers fueron sin duda el grupo más re-
presentativo del ala “izquierdista” del parlamento.
Sus principales cabezas visibles fueron John Lilburne y Wiliam
Walwyn. Socialmente representaban sobre todo a los artesanos y pequeños
comerciantes, así como también campesinos con propiedades. Son preci-
samente estos estratos sociales (medios-bajos) los que formaban el grueso
de los ejércitos parlamentarios.

68 | Mariano Ciafardini
El movimiento nivelador empezó de una forma clara al final de la pri-
mera guerra civil (1648), cuando muchos mandos medios del ejército veían
cómo se negociaba con el prisionero Rey Carlos de forma secreta. En el
parlamento surgieron voces contrarias a que el peso de la revolución lo lle-
vasen los puritanos-presbiterianos-conservadores, que retrasaban las refor-
mas o las maquillaban para ajustarse a sus intereses económicos (grandes
propietarios). La ejecución del rey no hizo más que aumentar el malestar,
ante los impedimentos a la progresiva democratización de la sociedad. Lil-
burne y otros, considerados hasta entonces “independientes”, reclamaban
reformas claras y contundentes. Sin embargo, sólo se les concedió la abo-
lición de la Cámara de los Lores y la proclamación de la república (Com-
monwealth), sin ninguna concesión de reforma económica o política.
En el ejército la respuesta fue más contundente. Se crearon Consejos
de soldados que pedían democracia (sufragio universal), abolición de la
censura y reformas económicas y sociales a favor de los pobres. Los repre-
sentantes de los Consejos se dedicaban a difundir el mensaje revoluciona-
rio y la coordinación con otros grupos y Consejos. También criticaban el
poder de los generales, que controlaban el ejército a favor del parlamento
e impedían que los soldados llevaran y expandieran la revolución, incluso
presentaron un documento que explicaba claramente sus objetivos, es el
llamado “Pacto del Pueblo”, una auténtica declaración constitucional que
fue rechazada por Cromwell. Las conspiraciones continuaron durante los
años 1648 y 1649, se creaban consejos de soldados en casi todos los regi-
mientos e incluso se desobedecían las órdenes de movilización a Irlanda.
Pronto los agitadores del ejército fueron licenciados, apresados o in-
cluso ejecutados. Los representantes en el Parlamento fueron detenidos
(Walwyn, Overton y Lilburne), descabezando el movimiento casi en su
totalidad. Aun así, varios regimientos continuaron la lucha y se sublevaron.
Más tarde, en la batalla de Burford, los regimientos amotinados son derro-
tados por el ejército fiel a Cromwell y Fairfax.
Con la derrota de los Niveladores, el parlamento puritano había dejado
totalmente desarticulada y desmovilizada a la clase “media” de comer-
ciantes y pequeños propietarios. En este nuevo ambiente surgió un nuevo
grupo más radical que representaba a las clases menos favorecidas (campe-
sinos sin tierras y desheredados de las ciudades) que se enfrentará al poder
presbiteriano. Se autoproclamaron los “verdaderos niveladores”, y en su
ideología se daba un paso muy importante hacia la verdadera justicia al
rechazar el elemento más importante de desigualdad: la propiedad.

El sujeto histórico en la globalizacion | 69


Al igual que en el resto de ideologías, la interpretación de la Biblia
en su forma más social e igualitaria, fue una importante aportación e ins-
piración de los movimientos radicales y sectarios, convirtiéndose en el
principal “manual revolucionario”. Todo esto a pesar de la cada vez más
clara tendencia hacia el anticlericalismo y ateísmo, sin embargo, el anal-
fabetismo general, así como el atraso de la Historia y las Ciencias hacían
casi inviable una doctrina basada en el ateísmo, era mucho más viable y
sencillo querer cambiar el mundo con un Dios revolucionario.
Un domingo de abril de 1649 se reúnen en la Colina de St. George un
grupo de jornaleros sin tierra. Su intención era la de crear un ejemplo de
propiedad comunal. Comenzaron a “cavar” las tierras baldías (de aquí su
sobre nombre de “cavadores”), y así hacer frente, además, a la demanda
de alimentos de los más pobres, de allí su denominación de “Diggers”.
La zona estaba a las afueras de Londres, y se había caracterizado du-
rante la guerra como una región de “radicales”. De esta zona era Winstan-
ley, que se convirtió en el verdadero inspirador y creador de la doctrina
de los “verdaderos niveladores”, según dice, en una visión se le orde-
naba “dar a conocer que la tierra podía convertirse en un tesoro común
de subsistencia de toda la humanidad, sin acepción de personas”. Pronto
familias enteras se asentaron en el lugar, lo que asustó sobremanera a los
terratenientes de la región, así como al párroco, que temía el ambiente
anticlerical que inspiraba su movimiento.
Con este miedo, a que se extendiera tal modelo de explotación co-
munal, los denunciaron a los tribunales y les hostigaron con un boicot y
bloqueo económico.
Un año después de empezar a trabajar las tierras, los campesinos fue-
ron expulsados tras la decisión del tribunal, sus chozas fueron quemadas y
la colonia dispersada.
Y así acabó una de las primeras experiencias registradas históricamen-
te de colectivización.
Este movimiento de creación de nuevas comunidades se extendió
por el sur y centro de Inglaterra, pero todas fueron desmanteladas al
poco tiempo. Aun así, contribuyeron a la toma de conciencia de clase a
otros grupos radicales o sectarios, como los cuáqueros y hombres de la
“Quinta Monarquía”.

70 | Mariano Ciafardini
El movimiento radical se dio sobre todo en el ejército, en donde se em-
pezaron a reivindicar teorías comunistas y límites a las propiedades desde
mediados de la década de los 40. En 1649 un folleto anónimo, Tyranipocrit
discovered, demanda la igualdad de bienes y tierras, educar a todos los
niños por igual y repartir las riquezas para “que de este modo los jóvenes
y capaces puedan trabajar, y los ancianos y débiles puedan descansar”.
Apelaba también al republicanismo pues: “Dios hizo a los hombres, y el
demonio a los reyes”.
Algunos regimientos del ala radical de los Niveladores pedían directa-
mente el sufragio universal y expandieron estas ideas entre muchas zonas
campesinas, incitando a la movilización frente a los cercamientos de las
tierras de los terratenientes.
Así, la acción de los Niveladores “no oficiales” llegó más lejos que los
dirigentes del parlamento.
Respecto a la propiedad de la tierra, Winstanley hace referencias con-
tinuas a la antigua formación de la humanidad y consideraba a Jesucristo
como el primer “nivelador”, llevando sus ideas hasta su hostilidad hacia la
propiedad privada como tal.
En el The Law of Freedom habla claramente de la creación de una re-
pública comunista, entendiendo este comunismo como modelo de propie-
dad comunal, y no exactamente como lo plantearía Marx doscientos años
más tarde de forma científica, aunque con coincidencias muy evidentes y
curiosas. Así, con la propiedad comunal de la tierra ya no habría compra-
ventas ni de tierras ni del trabajo.
Estas aspiraciones igualitarias y verdaderamente revolucionarias de los
“Levellers” y los “Diggers” las encuentra Thompson en los orígenes de la
formación de la clase obrera inglesa repitiéndose en las ideas de la London
Corresponding Society de fines del 1700. (Thompson, 1966)
Un trabajo de imprescindible consulta para el análisis de estos eventos
revolucionarios es el de Barrington Moore Jr. Aunque es un estudio de
sociología política que tiene por finalidad la comparación de los procesos
de modernización de indistintos países para identificar la raíces del totali-
tarismo del siglo XX con cuyas conclusiones no estamos necesariamente
de acuerdo en un todo, realiza un pormenorizado análisis de los hechos de
los que queremos ocuparnos aquí con pasajes profundamente ilustrativos
en relación a nuestras hipótesis.

El sujeto histórico en la globalizacion | 71


Ya al atender los antecedentes históricos de la revolución inglesa Moo-
re, citando a Semenov, afirma que
Existieron tres levantamientos principales en los que los campesinos to-
maron parte:1) El “Pilgrimage of Grace” en 1536-1537, un movimien-
to principalmente feudal y antimonárquico en el que los campesinos se
levantaron junto con sus señores; 2) Los de Devonshire y Cornwall en
1549, áreas económicamente atrasadas; y 3) En el área de Norfolk en el
mismo año donde hay evidencias de una conexión con los cercamientos.
Trevor -Roper, “Gentry”, 40, se refieren a las revueltas de los campesinos
de Midland in 1607 como las “últimas rebeliones puramente campesinas
en Inglaterra”, donde los términos Igualadores y Cavadores aparecieron.
Estas también estaban claramente dirigidas contra los cercamientos. (Ba-
rrington Moore, 1991: 13)
La masa de campesinos más pobres que se venía alzando hasta ese
momento contra la ley burguesa de los cercamientos de campos va a ser
expulsada del ámbito rural precisamente como producto de la implementa-
ción del parcelamiento y, a partir de allí, no va a jugar un papel político de
mayor relevancia. Sin embargo, en los últimos movimientos campesinos
de este tipo ya aparecen los gérmenes de los movimientos de Igualadores
y principalmente Cavadores, que se van a transformar en la vanguardia de
los reclamos populares en el momento mismo de la revolución, pero apo-
yados ya no por masas campesinas sino por la plebe de las ciudades, los
“hombres sin amo” y la soldadesca de Cromwell.

La Revolución Francesa

Si en la guerra civil inglesa y la revolución puritana el papel de las


fuerzas verdaderamente revolucionarias populares y el aprovechamiento de
estas por parte de la burguesía para dar sus golpes de mano –no se advierten
con claridad sino sólo cuando se profundiza el examen de los hechos más
trascendentales–, en el caso de la Revolución Francesa de 1789 los mismos
hechos trascendentales son una muestra evidente de la lucha de clases, el
papel revolucionario de las masas populares urbanas, el papel reaccionario
del gran parte del campesinado y el encaramamiento burgués en la cresta de
la ola revolucionaria para quedarse finalmente con la victoria.
La Revolución Francesa es, en este sentido, no la primera de una serie de
“revoluciones burguesas” como la presenta Hobsbawm (Las revoluciones

72 | Mariano Ciafardini
burguesas, 1995), sino la última de la serie de movimientos revolucionarios
y populares aprovechados por la burguesía e iniciados con el levantamiento
de los Países Bajos a fines del 1500. Con ella se completa el diseño burgués
de Europa que la Restauración, no sólo no va a modificar, sino que va a
consolidar. De allí en adelante los movimientos revolucionarios y el papel
que ha de jugar en ellos la burguesía van a ser cualitativamente diferentes.
Como afirma Moore, citando a de Tocqueville, la revolución terminó
el trabajo que los Borbones ya habían empezado. Es decir que la burguesía
no era una clase desplazada del poder en Francia ni mucho menos, sino
aquella que regía las directrices del poder económico y con ello de gran
parte del poder político desde los tiempos en que el Rey Sol afirmaba ser
la personificación del estado. Ministros como Colbert y Turgot no hicie-
ron más que implementar las reformas necesarias para el plan económico
burgués, y la nobleza hacía tiempo que asistía, desde la vida confortable,
entre sus “chateaux” y Versalles, al espectáculo decadente de su propia
desaparición.
Sin embargo, las formas feudales del aparato estatal y en el campo
habían sido preservadas en gran parte por las monarquías absolutas y esto
era lo que la burguesía francesa necesitaba destruir a paso acelerado para
poder competir con la inglesa en igualdad de condiciones.
Para destruir estas viejas formas y mecanismo rápidamente la burguesía
aprovecha el descontento popular que venía manifestándose en el campo
durante todo el siglo XVII y lo que había transcurrido del XVIII pero que en
1789 tuvo como conclusión el levantamiento de los pobres de las ciudades.
Cada vez que la burguesía se amilanaba y desesperaba ante el temor
del contragolpe realista aparecía el pueblo de la ciudad para llevar la revo-
lución un poco más allá. Hubo de este tipo tres momentos paradigmáticos:
uno el de la toma de la Bastilla, con las tropas rondando París; otro el le-
vantamiento de las Tullerías en agosto de 1792 que llevó a la decapitación
del rey; y tercero el levantamiento del 31 de mayo de 1793 que terminó con
el encumbramiento de Robespierre y la implantación del “terror”.
El campesinado que había estado en los orígenes del descontento y las
revueltas se comportó confusa y contradictoriamente y en muchos casos
formó parte de movimientos reaccionarios como en “La Vendeé”. Los que
estuvieron siempre detrás del impulso del proceso revolucionario fueron
siempre los “sans culottes” y los que extendieron la revolución a toda Fran-
cia fueron los pobres de las ciudades. Después de todo La Marsellesa no

El sujeto histórico en la globalizacion | 73


llama a levantarse al pueblo en general, ni a los campesinos, sino a los ciu-
dadanos, término que en ese entonces se refería principalmente al habitante
de la ciudad, y los que la entonaron por primera vez no fueron campesinos,
ni burgueses, sino los ciudadanos reclutados en Marsella marchando hacia
París en ayuda de sus compañeros en lucha.
La revolución, tal como estaba planeada por la burguesía, de ninguna
manera podía encontrarse con los intereses de los campesinos, sobre todo
de la gran masa campesina artesanos y trabajadores pobres de las ciuda-
des. Claro que estos querían ir más lejos. Figuradamente, se podría decir
que lo que hizo la burguesía fue utilizar a los pobres de las ciudades como
acelerador y a los pobres del campo como freno. Y así pudo dejar a la
“revolución” estacionada justo donde la quería y en el tiempo que quería.
El análisis, pretendidamente marxista de Comninel sobre la revolu-
ción francesa es de suma importancia ya que muestra los errores de inter-
pretación cometidos tanto por los liberales revisionistas (Cobban), como
por los marxistas “ortodoxos” (Soboul); los de la “interpretación social”
(Lefebvre); los althusserianos y los antialthusserianos como Brenner y
Thompson entre otros, marcando la necesidad de un re-pensamiento de
la Revolución Francesa que la saque de ese lugar fundacional burgués en
que, de una forma u otra, tanto marxistas como no marxistas la han pues-
to, y asignarle el valor real de un conflicto entre clases dominantes que no
varía sustancialmente el esquema de poder ya existente (Comninel, 1999).
Sin embargo, el mismo Comninel, ante este desafío, comete el error de
entender que lo anteriormente existente era la hegemonía nobiliaria y que
la burguesía habría fracaso en su intento de transformación efectiva en
su favor de las relaciones económicas, cosa que logrará recién, años más
tarde, en el siglo XIX.
Nuestra coincidencia y discrepancia con Comninel radica en que en-
tendemos que efectivamente la Revolución Francesa transcurre en medio
de un conflicto entre clases propietarias y que su resultado final no alte-
ra sustancialmente el esquema de relaciones sociales existente. Pero estas
relaciones existentes eran ya definitivamente capitalistas. Quien tenía la
verdadera hegemonía cuando las revueltas comienzan era ya la gran bur-
guesía francesa. Es decir, la “revolución de las relaciones de producción”
ya estaba hecha y había sido producto de un largo proceso evolutivo que
se profundiza incluso en los reinados de Luis XIV y Luis XV. Que la bur-
guesía francesa haya querido parecerse a la nobleza y detentar títulos y
honores (noblesse de robe) y que gran parte de la nobleza francesa se haya

74 | Mariano Ciafardini
ido aburguesando y convirtiéndose en propietaria en los términos capita-
listas es algo que tal vez oscurezca las apariencias pero de ningún modo
puede ocultar este proceso de transformación que cualquier análisis socio
económico hace saltar a la vista. Lo que hace la burguesía en términos
de poder político real se parece más a un golpe de estado que a una revo-
lución verdadera. Eso sí, para este “coup d’etat”, la burguesía se apoya
necesariamente en las energías auténticamente revolucionarias del pueblo.
La burguesía francesa le escamotea la revolución a los “sans culottes” y al
campesinado más radicalizado.
Estas poderosas energías revolucionarias que en Francia habían alcan-
zado una fuerza inusitada son las que resultan captadas por una parte de la
intelectualidad francesa y de otros países y dan como expresión romántica
y excesiva el pensamiento más avanzado de la Ilustración que fue tomado
después como bandera simbólica por la burguesía mundial en un movi-
miento perverso que mostró –y sigue mostrando hasta nuestros días– como
valor supuesto de la sociedad burguesa, lo que no fue y nunca será. Porque
los valores de la ilustración, en su pureza, no son valores de la burguesía
sino del pueblo y del proletariado naciente.
De alguna manera estas correlaciones de fuerzas o energías campearon
en las tres grandes “revoluciones burguesas” –la holandesa, la inglesa y la
francesa–, porque eran las únicas formas políticas en que podían converger
las fuerzas productivas y las relaciones de producción de la época, pero
sólo en esta última se expresaron con tanta claridad. Con un agregado: los
excesos que pudo cometer el proletariado naciente de las ciudades en este
“tire y afloje”, de aceleradas y frenadas se constituyeron como un antece-
dente notable de las ideas y los movimientos proletarios del ciclo inmedia-
to siguiente que ahora vamos a ver. De hecho un líder y teórico de los “sans
culottes” como “Graco” Babeuf, ha sido considerado el primer comunista.

Las revoluciones proletarias

Si en el primer período de esta etapa originaria del capitalismo el cam-


pesinado había intentado, a través de sus sectores más avanzados, suble-
varse contra la dominación feudal y real, asociada a su vez con la burguesía
y, en el segundo momento, fue la propia burguesía la que aprovechó los
levantamientos de los pobres de las ciudades y la confusa situación de
los campesinos para consolidarse en los gobiernos políticos de los países

El sujeto histórico en la globalizacion | 75


que acababan de formarse, en este tercer período, en un giro que no puede
ser visto más que como una negación de la negación, son los pobres de
la ciudad transformados ya muchos de ellos en obreros y, finalmente, en
obreros industriales, los que se levantan directamente contra la burguesía
dominante para disputarle el manejo de la sociedad toda. El gran drama
del proletariado, en este período de la lucha obrera y popular, es no poder
lograr la necesaria alianza con el campesinado, lo que lo llevó, inexorable-
mente, a su derrota, en todos los intentos, pero, también, al desarrollo de la
contradicción de clase al nivel superior de toda la primera etapa capitalista.
En este sentido, el título que elige Hobsbawm para su trabajo sobre la
época –Las revoluciones burguesas– no hace más que confundir. No sólo
engloba en una misma dinámica revolucionaria a los movimientos econó-
micos y tecnológicos –que generaron la Revolución Industrial, principal-
mente en Inglaterra– con movimientos claramente políticos, como fueron
la Revolución Francesa y los movimientos revolucionarios de 1820 y 1830
en adelante en Europa continental, lo que complica metodológicamente el
análisis dialéctico de los sucesos sino que también envuelve, bajo la misma
denominación general, a la revolución de 1789 con las posteriores revuel-
tas de masas del siglo XIX, cuando existen diferencias cualitativas que las
diferencian y que hacen necesario separar el tratamiento de ambos fenóme-
nos incluyendo a la primera dentro del análisis conjunto de la de los Países
Bajos de 1581 y la inglesa de 1648 y a las otras (de 1830 en adelante) junto
con la Comuna de París de 1871.
Además, como en parte ya vimos, el accionar de la burguesía en todos
estos movimientos no tiene nada de revolucionario ya que todos los levanta-
mientos revolucionarios son esencialmente populares hasta 1789, dirigidos
contra el “stablishment” de gobiernos capitaneados por las monarquías abso-
lutas, con complicidad de la misma burguesía (aunque estos levantamientos
son aprovechados por las burguesías para dar sus golpes de estado que le
permiten desplazar definitivamente al rey y a la nobleza del poder político
directo) y después de esa fecha, como veremos, son revoluciones proletarias
que se dirigen claramente contra la burguesía que hegemoniza el poder polí-
tico aunque la misma burguesía al lograr empantanar y finalmente derrocar
estos movimientos obreros y populares consiguiera finalmente consolidarse
más aun en el poder político. La única “revolución” que se le puede atribuir
al comando de la burguesía y que Hobsbawm incluye asistémicamente en su
clasificación es la llamada “Revolución Industrial”, que obviamente no es
una revolución política y que merece otro tipo de contexto analítico.

76 | Mariano Ciafardini
Sin embargo, en el contenido de su obra, Hobsbawm da argumentos
importantes a favor más de nuestra posición que de la que parece anunciar
el título escogido por él.
Con relación a la esencia popular del histórico levantamiento francés y
de su aprovechamiento por la burguesía, Hobsbawm nos dice claramente que
(…) en 1788 y en 1789 una mayor convulsión en el reino, una campaña de
propaganda electoral, daba a la desesperación del pueblo una perspectiva
política al introducir en sus mentes la tremenda y sísmica idea de liberarse
de la opresión y de la tiranía de los ricos. Un pueblo encrespado respalda-
ba a los diputados del tercer estado. (Hobsbawm, 1995: 117)
Está claro que sin el “pueblo encrespado” los diputados del tercer Esta-
do no hubieran llegado muy lejos. Y más adelante se afirma:
La única alternativa frente al radicalismo burgués (…) eran los “sans cu-
lottes”, un movimiento informe y principalmente urbano de pobres tra-
bajadores, artesanos, tenderos, operarios, pequeños empresarios, etc. Los
“sans culottes” estaban organizados, sobre todo en las “secciones” de Pa-
rís y en los clubs políticos locales, y proporcionaban la principal fuerza de
choque de la revolución –los manifestantes más ruidosos, los amotinados,
los constructores de barricadas–. A través de periodistas como Marat y
Hebert, a través de oradores locales, también formulaban una política,
tras la cual existía una idea social apenas definida y contradictoria, en
la que se combinaba el respeto a la pequeña propiedad con la más feroz
hostilidad a los ricos, el trabajo garantizado por el gobierno, salarios y
seguridad social para el pobre, en resumen, una extremada democracia
igualitaria y libertaria, localizada y directa. (Hobsbawm, 1995: 121)
La referencia, en ambos párrafos, al rico como enemigo del levanta-
miento popular, deja en claro que podía ser tanto el noble, como el burgués.
Ya hicimos referencia a la forma en que la burguesía “reguló” los tiempos
de la revolución y la detuvo (con Napoleón) en el momento preciso.
Los movimientos revolucionarios y políticos populares del siglo XIX
en Europa son de otro carácter. La clase obrera, ya en formación, no con-
funde al enemigo ni a los aliados, aunque pueda aceptar que se le adhieran,
momentánea y fugazmente, sectores de la pequeña burguesía, y hasta de la
burguesía media, en los comienzos de los alzamientos.
En el capítulo VI, en que aborda las revoluciones europeas pos-napo-
leónicas, Hobsbawm –aunque en forma indirecta– realiza un par de re-
flexiones que evidencian su constatación, al menos en cierto sentido, de
la autonomización de las clases populares y el claro enfrentamiento de

El sujeto histórico en la globalizacion | 77


clases antagónicas, en términos marxistas, en todos estos movimientos.
Refiriéndose al tradicional frente común de todos los que se oponían a la
monarquía absoluta, a la iglesia y a la aristocracia, que habría campeado
en todos los movimientos políticos anteriores a 1815, dice: “la historia
del período 1815-1848 es la de la desintegración de aquel frente unido”.
(Hobsbawm, 1995: 209)
Y más adelante, dos reflexiones que evidencian esta nueva época de
luchas:
Las revoluciones de 1830 cambiaron la situación enteramente (…) De
aquí se siguieron dos resultados principales. El primero fue que la políti-
ca y la revolución de masas sobre el modelo de 1789 se hicieron posibles
otra vez (…). El segundo resultado fue que, con el progreso del capi-
talismo, “el pueblo” y “el trabajador pobre” –es decir los hombres que
levantaban las barricadas– se identificaron cada vez más con el nuevo
proletariado industrial como “la clase trabajadora”. Por tanto un movi-
miento revolucionario proletario-socialista empezó su existencia. (Hobs-
bawm, 1995: 213-214)
Y la otra, muy elocuente y descriptiva:
El descontento urbano era universal en Occidente. Un movimiento
proletario y socialista se advertía claramente en los países de la doble
revolución (…). En Inglaterra surgió hacia 1830 y adquirió la madura
forma de un movimiento de masas de trabajadores pobres (…). El vasto
movimiento a favor de la “Carta del Pueblo”, que alcanzó su cima en
1839-1842, fue su realización más formidable (…). Los militantes fran-
ceses del “movimiento de la clase trabajadora” en 1830-1848 eran, en
su mayor parte, anticuados artesanos y jornaleros urbanos, procedentes
de los centros de la tradicional industria doméstica, como las sederías
de Lyon (…). Francia poseía la poderosa tradición, políticamente muy
desarrollada, del ala izquierda jacobina y “babista”, una gran parte de
la cual se hizo comunista después de 1830. Su caudillo más formidable
fue Augusto Blanqui (1805-1881), discípulo de Buonarroti. (Hobsbawm,
1995: 222-224)
Fue en 1831 cuando Pierre Leroux acuño el término “socialismo”; y
términos como “lucha de clases” y “dictadura del proletariado” son de
cuño blanquista.
En Inglaterra, la clase trabajadora, ya influida por las ideas socialistas,
apareció antes que en ningún otro lugar de Europa, ya en la época de la
restauración y, aun antes, desde los tiempos de Thomas Paine a finales del
siglo anterior.

78 | Mariano Ciafardini
El proceso de ideologización proletaria y radical de los trabajadores in-
gleses, de mano de líderes populares (provenientes de la burguesía), como
William Cobbet o Henry Hunt es descripto con detalle por E.P. Thompson
en La formación de la clase obrera inglesa (1966), en los capítulos 15 y 16
titulados “Demagogos y Mártires” y “Conciencia de Clase”.
Por otro lado, Engels, en 1945, realiza una descripción minuciosa de la
situación de la clase obrera en Inglaterra (tal el nombre de su obra) señalando
con claridad que
(…) la guerra social ha estallado ya en Inglaterra. No pasa una semana,
no pasa casi un día, sin que aquí o allá no ocurra un paro; ora a causa de
la disminución de los salarios; ora por haberse negado el aumento, ora
por la ocupación de los knobsticks, ora por el rechazo de la abolición de
abusos o malos reglamentos, ora por nuevas máquinas y ora, en fin, por
otros cientos y cientos de causas. (Engels, 1974: 218)
Por lo que respecta a Francia, la diferencia de intereses entre el pro-
letariado y la burguesía, que no se cansó de traicionar una y mil veces los
precarios acuerdos de hecho que se dieron en los distintos levantamientos,
son puntualmente analizados por Marx en La lucha de clases en Francia
de 1848 a 1850 y El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.
Sobre las diferencias cualitativas entre las revoluciones del período
anterior y las de este tercer período de la primera etapa del capitalismo,
señala Marx con claridad en la segunda de las obras mencionadas:
Las revoluciones burguesas como las del siglo XVIII avanzan arrollado-
ramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hom-
bres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el
espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan en-
seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad antes
de haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su período
impetuoso y agresivo. En cambio las revoluciones proletarias, como las
del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen
continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía termi-
nado para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de
las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros
intentos, parece que solo derriban a su adversario para que este saque
de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a
ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus
propios fines hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás
y las circunstancias mismas gritan ¡Hic Rhodus, hic salta!, ¡Aquí está la
rosa, baila aquí!. (Marx, 1995: 217)

El sujeto histórico en la globalizacion | 79


Marx identifica, incluso, la diferencia entre las “revoluciones burgue-
sas”, hasta el siglo XVIII, con las proletarias del siglo XIX, en las dinámi-
cas internas de las mismas:
En la primera Revolución Francesa a la dominación de los constitucio-
nales les sigue la dominación de los girondinos y a la dominación de
los girondinos la de los jacobinos (…). La revolución se mueve en este
sentido ascensional. En la revolución de 1848 es al revés. El partido pro-
letario aparece como apéndice del pequeño burgués-democrático. Este lo
traiciona y contribuye a su derrota el 16 de abril, el 15 de mayo y en las
jornadas de junio. A su vez el partido democrático se apoya sobre los
hombros del republicano-burgués (…). Cada partido da coces al que em-
puja hacia delante y se apoya por delante en el partido que impulsa para
atrás. (Marx, 1995: 237)
En la introducción a la edición de 1895 de La lucha de clases en Fran-
cia de 1848 a 1850, Engels señala que
Lo que da, además, a nuestra obra una importancia especialísima es la
circunstancia de que en ella se proclama por vez primera la fórmula en
la que unánimemente los partidos obreros de todos los países del mundo
condensan su demanda de una transformación económica: la apropiación
de los medios de producción por la sociedad. (Marx, 1995: 64)
Y, apenas más adelante:
(…) cuando el levantamiento de París encontró su eco en las insurrec-
ciones victoriosas de Viena, Milán y Berlín; cuando toda Europa, hasta
la frontera rusa, se vio arrastrada al movimiento; cuando más tarde, en
junio, se libró en París entre el proletariado y la burguesía, la primera gran
batalla por el poder; cuando hasta la victoria de su propia clase sacudió a
la burguesía de todos los países de tal manera que se apresuró a echarse de
nuevo en los brazos de la reacción monárquico-feudal que acababa de ser
abatida, no podía caber para nosotros ninguna duda, en las circunstancias
de entonces, de que había comenzado el gran combate decisivo y de que
este combate habría de llevarse a término en un solo período revoluciona-
rio largo y lleno de vicisitudes, pero que solo podía acabara con la victoria
definitiva del proletariado. (Marx, 1995: 65)
Las luchas de una clase obrera autonomizada en Alemania son anali-
zadas también por Engels, quien, respecto a los levantamientos de 1849,
señala:
En todos los casos, las verdaderas fuerzas combativas de los insurrectos,
las que empuñaron primero las armas y dieron la batalla a las tropas, eran
los obreros de las ciudades. Parte de la población más pobre del campo,

80 | Mariano Ciafardini
los jornaleros y los pequeños campesinos se adherían a ellos por lo gene-
ral después que estallaba el conflicto.
(…)
La clase obrera participó en esta insurrección como lo hubiera hecho en
otra cualquiera que le permitiera eliminar algunos de los obstáculos en su
camino hacia la dominación política y la revolución social o, al menos
que obligara a las clases sociales más influyentes, pero menos valientes,
a seguir un rumbo más decidido y revolucionario del que habían segui-
do hasta entonces. La clase obrera empuñó las armas con pleno conoci-
miento de que esa lucha por sus fines inmediatos no era la suya; pero se
atuvo a la única política acertada para ella: no permitir a ninguna clase
encumbrarse a costa suya (como había hecho la burguesía en 1848) si no
le dejaba, al menos, el campo libre para la lucha por sus propios intereses;
en todo caso aspiraba a provocar una crisis a raíz de la cual la nación
fuese resuelta e inconteniblemente encausada por la senda revolucionaria.
(Engels, 1976: 141-142)
La estrategia autónoma de las clases subalternas está aquí claramente
puesta en evidencia en comparación con el rol de ariete primero y “furgón
de cola” después que jugó el pueblo en las revoluciones “burguesas” de los
siglos XVII y XVIII.
Todo este ascenso de las luchas de la clase iba a concluir en la gesta de
1871 de La Comuna de París.
Veamos algunas de las frases más trascendentes de Marx sobre la Comuna:
(…) la Comuna era esencialmente un gobierno de la clase obrera, fruto de
la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma po-
lítica al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación
económica del trabajo (…). El viejo mundo se retorció en convulsiones
de rabia ante el espectáculo de la bandera roja, símbolo de la República
del Trabajo, ondeando sobre el Hôtel de Ville (…). La Comuna era, pues,
la representación de todos los elementos sanos de la sociedad francesa y,
por consiguiente, el auténtico gobierno nacional. Pero, al mismo tiempo,
como gobierno obrero y como campeón intrépido de la emancipación del
trabajo, era un gobierno internacional en el pleno sentido de la palabra.
(Marx, 1975: 41-47)
Federico Engels, en la introducción al trabajo de Marx, realiza una
serie de descripciones y análisis que resumen todo el proceso de aparición
definitiva de la clase obrera en los dos últimos tercios del siglo XIX:
Gracias al desarrollo económico y político de Francia desde 1789, la
situación en París desde hace cincuenta años ha sido tal que no podía

El sujeto histórico en la globalizacion | 81


estallar en esta ciudad ninguna revolución que no asumiese en seguida
un carácter proletario, es decir, sin que el proletariado, que había com-
prado la victoria con su sangre, presentase sus propias reivindicaciones
después del triunfo conseguido (…). Así sucedió por primera vez en
1848. Los burgueses liberales de la oposición parlamentaria celebraban
banquetes abogando por una reforma electoral que había de garantizar
la supremacía de su partido. Viéndose cada vez más obligado a apelar al
pueblo en la lucha que sostenían contra el gobierno, no tenían más reme-
dio que tolerar que los sectores radicales y republicanos de la burguesía y
de la pequeña burguesía tomasen poco a poco la delantera. Pero detrás de
estos sectores estaban los obreros revolucionarios que desde 1830 habían
adquirido mucho más independencia política de la que los burgueses e
incluso los republicanos se imaginaban.
(…)
Últimamente, las palabras “dictadura del proletariado” han vuelto a sumir
en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien caballeros ¿queréis
saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡He
ahí la dictadura del proletariado! (Engels, 1987: 79-80,95)
Que este tipo de revoluciones no solo no eran una continuidad de las
“revoluciones burguesas” sucedidas hasta el siglo XVIII, sino un salto cua-
litativo respecto de ellas, lo deja entrever la crítica de Lenin a ciertos erro-
res de La Comuna justamente por no advertir estas diferencias:
La idea de patriotismo tuvo su origen en la gran Revolución del siglo
XVIII; embargó la mente de los socialistas de la Comuna y Blanqui,
por ejemplo, que era sin duda alguna un revolucionario y un ferviente
defensor del socialismo, no halló para su periódico mejor título que el
clamor burgués “¡La patria está en peligro!”. La combinación de estas
tareas contradictorias –el patriotismo y el socialismo– fue el error fatal
de los socialistas franceses. Ya en setiembre de 1870 en el Manifiesto de
la Internacional, Marx puso en guardia al proletariado francés contra el
peligro de dejarse llevar por el entusiasmo de una falsa idea nacional;
desde los tiempos de la Gran Revolución se habían operado profundos
cambios; las contradicciones de clase se habían agudizado, y si entonces,
la lucha contra toda la reacción europea unía a toda la nación revolu-
cionaria, ahora el proletariado ya no podía fundir sus intereses con los
intereses de otras clases hostiles a él; que sea la burguesía quien cargue
con la responsabilidad de la humillación nacional; la misión del proleta-
riado era luchar por la emancipación socialista del trabajo del yugo de la
burguesía. (Lenin, 1974: 97)
La clase obrera se había autonomizado definitivamente. Sus intereses ya
aparecerían desde entonces y para siempre enfrentados a los de la burguesía

82 | Mariano Ciafardini
y ya había empezado a recorrer el camino de sus luchas reivindicativas y
revolucionarias gracias al marxismo consciente de sí y de su tarea históri-
ca. Había además construido, simultáneamente, su organización política, la
Liga de los Comunistas y, finalmente, la primera Asociación Internacional
de los Trabajadores. Este era un partido político internacional, único, de
todos los comunistas del mundo. Este tipo de organización respondía a la
táctica de la lucha de la clases correspondiente a esa etapa histórica del
capitalismo (en la que se terminó de conformar, de armar ideológicamente
y de organizar políticamente). Así diría Marx:
En realidad, nuestra Asociación no es más que el lazo internacional que
une a los obreros más avanzados de los diversos países del mundo civi-
lizado. Donde quiera que la lucha de clases alcance cierta consistencia,
sean cuales fueren las formas y las condiciones en que el hecho se pro-
duzca, es lógico que los miembros de nuestra Asociación aparezcan a la
vanguardia. (Marx, 1975: 71)
Es decir, que el partido existía –a nivel internacional– como una gran
organización, flexible y dinámica, dispuesta a encabezar las luchas que
se darían, obviamente, en ámbitos locales “sean cuales fueren las formas
y las condiciones en que el hecho se produzca”. Por otra parte todo he-
cho revolucionario “que se produzca”, en cualquier lado que fuera, estaba
destinado a tener, como todas las revoluciones proletarias del siglo XIX y
particularmente La Comuna, proyección internacional y destino socialista.
Este punto de desarrollo de la clase y de sus tácticas estrategias y for-
mas de organización iban a sufrir un cambio cualitativo al abrirse la nueva
etapa del capitalismo que, en lo que a las luchas obreras se refiere, se inau-
gura con la Revolución de Octubre.
Esto parece haberlo previsto Marx en su carta a Kugelman del 17 de
abril de 1871 cuando le dice que
La lucha de la clase obrera contra la clase capitalista y su Estado ha entra-
do, con la lucha que tiene lugar en París en una nueva fase. Cualesquiera
sean los resultados inmediatos, se ha conquistado un nuevo punto de par-
tida de una importancia histórica universal. (Marx, 1975: 103)

El sujeto histórico en la globalizacion | 83


Capítulo 5

El Imperialismo
y la clase obrera
La hegemonía ideológica de la burguesía se expresa hoy a un doble ni-
vel. Ella desacredita y ridiculiza, como sinónimo de fantasiosidad, toda
perspectiva de sociedad post capitalista, de sociedad no fundada sobre
la explotación. En cambio sobre el plano del balance histórico, resultan
sinónimo de barbarie y de crimen los momentos o períodos en los cuales
el dominio de la burguesía fue derrumbado o corrió graves peligros. Es
decir, que la clase dominante consolida su dominio privando a las clases
subalternas, no sólo de la perspectiva de futuro, sino también de su pasa-
do. Las clases subalternas son llamadas a aceptar o sufrir su condición,
por el hecho de que toda vez que intentaron modificarla, habrían origi-
nado solo un montón de horrores y carnicerías. (Losurdo, 2007: 71-72)
Estas palabras de Losurdo deben ser tenidas muy en cuenta cuando se
analiza la historia del movimiento revolucionario en el siglo XX y, sobre
todo, cuando se saca un balance sobre su gran creación: la Unión de las
Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Dos párrafos de Hobsbawm nos darán el pie inicial para el análisis de
las formas en que desplegó la clase obrera su estrategia de lucha contra el
capitalismo en esta segunda etapa del sistema capitalista moderno denomi-
nada Imperialismo:
Parecía evidente que el viejo mundo estaba destinado a desaparecer
(…). La humanidad necesitaba una alternativa que ya existía en 1914.
Los partidos socialistas que se apoyaban en las clases trabajadoras y se
inspiraban en la convicción de la inevitabilidad histórica de su victoria,
encarnaban esa alternativa en la mayor parte de los países europeos. Pa-
recía que sólo hacía falta una señal para que los pueblos se levantaran a
sustituir el capitalismo por el socialismo, transformando los sufrimientos
sin sentido de la guerra mundial en un acontecimiento de carácter más
positivo (…). Fue la revolución rusa (…) la que lanzó esa señal al mundo
(…). No es una mera coincidencia que la historia del siglo XX, según ha
sido delimitada en este libro coincida con el ciclo vital del estado surgido
de la revolución de octubre.

El sujeto histórico en la globalizacion | 85


(…)
Durante una gran parte del siglo XX, el comunismo soviético pretendió
ser un sistema alternativo y superior al capitalismo, destinado por la his-
toria a superarlo. Y durante una gran parte del período, incluso muchos
de quienes negaban esa superioridad albergaron serios temores de que
resultara vencedor. Al mismo tiempo desde la revolución de octubre, la
política internacional ha de entenderse (…) como la lucha secular de las
fuerzas del viejo orden contra la revolución social, a la que se asociaba a
la Unión Soviética y el comunismo internacional que se suponía que la
encarnaban y dirigían. (Hobsbawm, 1998: 63-64)
En primer lugar, de estas ideas de Hobsbawm, que es uno de los prin-
cipales historiadores de izquierda del siglo XX, surge, con claridad, la en-
vergadura que tuvo la revolución bolchevique de 1917, en relación al lapso
que va desde comienzos del siglo XX hasta la década de los ochenta.
Hobsbawm adopta, de hecho, una visión periodicista de la historia mo-
derna, a partir de los distintos tomos en que separa el análisis y los títulos
que escoge para cada uno de ellos: La era de la revolución, 1789-1848; La
era del capital, 1848-1875; La era del imperio, 1875-1914; y La historia
del siglo XX (siglo corto, 1914-1989). Nosotros, como Lenin, preferimos
hablar de etapas y, tal como lo expusimos en Globalización tercera (y úl-
tima) etapa del capitalismo, estas etapas son tres: la del capitalismo de la
libre competencia (capitalismo salvaje), la del imperialismo (capitalismo
monopolista de estado), y la de la globalización (financiera). No es, de to-
dos modos, la intención aquí debatir esta cuestión con Hobsbawm, quien,
por otra parte tampoco se explaya sobre el asunto.
Lo importante es notar que estamos de acuerdo con él en cuanto a que
el siglo XX configura una etapa entera del movimiento del proceso his-
tórico del capitalismo y que, esa etapa, debe considerarse que termina en
los años 80 –coincidiendo con la caída de la URSS y el campo socialista
europeo–, pero con la aclaración de que entendemos que el comienzo de
esta etapa no se encuentra en el año 1914, sino a finales del siglo XIX en la
“gran depresión” de 1870-1880, tal como lo consideraron Lenin, Hobson,
Hilferding, Rosa Luxemburg y, entre otros, Kautsky, al describir el surgi-
miento de un capitalismo de nuevo tipo: el imperialismo.
La segunda reflexión, para la que nos da pie el escrito de Hobsbawm,
es que la estrategia del sujeto histórico –de la clase obrera ya conformada
como tal en toda Europa y los EEUU y con desarrollos incipientes, pero
promisorios, en el resto del mundo– sufre un cambio cualitativo en su

86 | Mariano Ciafardini
estructuración interna, en su dinámica, en sus formas de organización y
en sus formas de expresión.
Este cambio se da a partir de un período de transición que se inicia con
la degradación, casi imperceptible al principio, de las ideas contenidas en
los instrumentos estratégicos de la lucha obrera: el partido internacional de
los comunistas, la Liga de los Comunistas de Marx y Engels y la Prime-
ra Internacional. Estas ideas estratégicas correctas, que resultaron el alma
mater de estos instrumentos, fueron quedando olvidadas o degenerando a
partir de su dilución dentro de las concepciones de unas socialdemocracias
enredadas en los tejidos políticos internos (principalmente electoralistas)
de cada nación europea. Estos enredos y compromisos llevan a la social-
democracia a permanentes esfuerzos teóricos por justificar situaciones
oportunistas, de coyuntura, casi tolerables al principio, pero que terminan
desbarrancando en el fabianismo, la claudicación de Bernstein y, finalmen-
te, la traición “nacional guerrerista”, ante el avecinamiento de la Primera
Guerra Mundial. Nombres como los de Bernstein y Kautsky representan la
pérdida de la brújula revolucionaria por derecha y los del conde húngaro
Bakunin, los de la pérdida de la brújula por izquierda1.
Este proceso de transición va dejando en un margen a los verdaderos
articuladores de la estrategia de lucha obrera por el socialismo, que se au-
tomarginan o son marginados de los crecientes partidos socialistas. Pero
el tiempo de transición terminal y la nueva estrategia de la lucha del pro-
letariado contra el capital se establece a partir de una “explosión nuclear”
de ideología obrera (es decir marxista), concentrada en Rusia, que no solo
incinerará en un instante estructuras seculares de dominación feudal y re-
cientemente aparecidas del capitalismo en Rusia, sino que irradiará, desde
entonces y durante casi todo el siglo, la radiación revolucionaria al resto
del mundo. Esa fue obviamente la revolución bolchevique del 10 de no-
viembre de 1917, conocida como Revolución de Octubre.
Las divergencias que puedan existir en la izquierda sobre cuál fue la
estrategia revolucionaria real de la clase obrera y los pueblos oprimidos
durante esta segunda etapa del capitalismo, denominada imperialismo, van
a tener como sustento la mayor o menor dimensión que se le conceda a este

(1) Por concederle al anarquismo una intencionalidad de cambio social aunque lleve en
su ADN la impronta de la acción que conduce a la nada; es decir, a ningún tipo real de cambio
verdadero. O sea, a la misma posición conservadora o reformista de la propia derecha disfra-
zada de ultra-revolucionarismo, como si fuera en un giro de 360 grados.

El sujeto histórico en la globalizacion | 87


hecho y a la importancia de la sustentabilidad de su creación: la Unión de
las Repúblicas Socialistas Soviéticas, como el primer estado nacional en
el que se abolió la propiedad privada de los medios de producción, se ins-
tauró la dictadura del proletariado y se intentó sistemáticamente la cons-
trucción de una sociedad socialista sin permitir que sea la acumulación de
riquezas materiales la que terminara, en última instancia, en ser la base
del poder político real en la nación.
Este episodio conmovió hasta las entrañas a una humanidad que, hasta
ese momento, había decidido siempre las cuestiones de poder en paralelo
con los dominios de riquezas y posesiones materiales, no sólo durante los
cuatrocientos años de capitalismo anteriores sino también durante los ocho
o diez mil años anteriores al capitalismo, a través de las distintas formas
de estado antiguas que asumió el poder milenariamente. Como se ve, no
era un simple acontecimiento o un cambio más entre tantos –y algunos tan
grandes– que ha sufrido el desarrollo humano. Y lo más contundente de
este novísimo planteo de forma de organización socio política humana no
fue que se haya proclamado en un acto revolucionario o durante algunos
meses de lucha, sino que se haya sustentado durante casi un siglo, resistien-
do las peores agresiones de que puede haber sido víctima una colectividad
nacional. No somos conscientes todavía de la profundidad del trauma que
generó esta presencia en la “estructura de la personalidad” del capitalismo
y en la de todo el espíritu humano (que se sostiene en la visión antropo-
lógica reaccionaria de que el hombre fue, es y será, por siempre, lobo del
hombre, por razones que hacen a su naturaleza individual y social). Este
espíritu ancestral de esa inmensa parte del inconsciente colectivo humano,
se retorció en silencio durante toda la existencia del socialismo realmente
existente y tuvo recién un respiro breve con la caída de gran parte de esta
construcción en los años 90. Pero el trauma ya no ha de superarlo jamás.
La creación de este primer estado de los históricamente sometidos,
condicionó efectivamente toda la política del siglo XX, lo que llevó a Mos-
he Lewin a titular su libro El siglo Soviético (Lewin, 2006) y, al propio
Hobsbawm, a hacer coincidir su historia del siglo XX prácticamente con la
duración de la URSS.
Asimismo, la revolución de octubre y la aparición de la URSS estable-
cieron, estructuraron y condujeron la estrategia internacional de la lucha
de la clase obrera, tomada como un movimiento internacional, y deter-
minaron, indirectamente, todos los movimientos de liberación y sociales

88 | Mariano Ciafardini
en general que se desarrollaron hasta los años 80. De una u otra forma,
bajo el paraguas de este constructo social, político y económico que fue
la URSS, seguida, paulatinamente, de todos los países “comunistas”, que
sólo pudieron surgir a expensas de su previa existencia, pudieron tener las
luchas obreras, populares y de liberación del siglo XX la envergadura que
tuvieron y legar el legado que dejaron.

El sujeto histórico en la globalizacion | 89


Capítulo 6

Tres períodos del imperialismo y


tres momentos de la
lucha obrera
Como ya lo afirmáramos en Globalización Tercera (y última) etapa del
capitalismo desde nuestro punto de vista las etapas del capitalismo son di-
visibles en períodos (tres). En el caso de esta segunda etapa –denominada
imperialismo–, en la que intentamos analizar el rol del sujeto histórico, los
períodos internos son: el que va desde el inicio del imperialismo (1870-
1880) hasta la gran crisis del 1929-1932; el que va desde el desarrollo del
New Deal y los movimientos fascistas hasta el fin de los “años dorados del
capitalismo” (1950-1960); y el que llega hasta el comienzo de la globaliza-
ción, a mediados de los años 80.
En cada uno de estos lapsos la clase obrera, constituida plenamente
como el sujeto revolucionario, desarrolló sus formas de lucha y su influen-
cia revolucionaria adecuando su movimiento táctico estratégico a nivel
mundial en tres diferentes formas, de acuerdo al período que fuera. Es lo
que nos proponemos analizar en este capítulo.

Primer Imperialismo

Como también señalamos en Globalización Tercera (y última)...:


Este primer imperialismo es todavía morfológicamente multipolar, es el
inicio de una carrera en la que no se vislumbran aún claramente los ga-
nadores aunque ya hay evidentes candidatos a la hegemonía (…). Esta es
una carrera por los mercados nacionales y extraterritoriales en los cuales
vender el excedente de la ultra-producción. Todo ello va a tener su primer
gran cimbronazo en la guerra de 1914 y su anunciado final en la crisis de
1929. (Ciafardini, 2011: 96)

El sujeto histórico en la globalizacion | 91


Los estados capitalistas más desarrollados de Europa y de los EEUU
actuaban representando los intereses de sus burguesías nacionales, ya car-
telizadas por ramas de la producción y con intereses, fundamentalmente, no
tanto en la competencia interna entre estos carteles de distintas ramas, sino
en la competencia con los trust o cárteles de las naciones vecinas, por el am-
plio mercado de un mundo que iniciaba su incipiente desarrollo capitalista,
comercial e industrial. El objetivo de cada estado nacional puede resumirse
entonces en la necesidad de fortalecer y consolidar su unión interna y desa-
rrollar su agresividad externa. Este objetivo era, como no podía ser de otro
modo, diametralmente opuesto a los intereses del proletariado, ya que, en lo
interno, abogaba por la conciliación y alianza de clases a fin de evitar todo
conflicto que desgaste la potencialidad nacional y, en lo externo, renegaba
de cualquier marco internacionalista que permitiera la confraternización de
los pueblos y los obreros de los distintos países y evitara la guerra, en la que
la clase era, por supuesto, la carne de cañón. La más clara demostración de
la inviabilidad de esta confraternización universal fue el triste y corto papel
que jugó la Sociedad de la Naciones, en lo internacional, por un lado; y el no
menos triste y ya patético rol que jugaron los partidos socialdemócratas en la
política interna de cada uno de los países imperialistas, por otro.
La estrategia que habían intentado Marx y Engels y su Primera Interna-
cional era la de una centralización, un comando único de las luchas obreras
en los distintos lugares del mundo, idea que tuvo siempre, como opositor,
a Bakunin (a cuyo ingreso a la organización, dicho sea de paso, se opuso el
propio Marx, hasta su ruptura en 1972).
Esta estrategia de un partido único internacional que comandara todas
las secciones, era la consumación práctica del espíritu universalista que
habían tenido todas las insurrecciones, levantamientos y revoluciones pro-
tagonizadas, primero por los campesinos y, luego, por los obreros en los
cuatrocientos años anteriores a la Comuna de París. Y fue la Comuna de
París la primera vez en que uno de estos movimientos logra el acceso al
poder real, conquistando el manejo de una estructura estatal significativa,
como era la de una de las ciudades más importantes del mundo, durante un
tiempo relativo, sin ser aplastado antes de conseguirlo y sin que ese acceso
al poder le haya sido escamoteado por sectores de la burguesía, como su-
cedió en las anteriores revoluciones denominadas “burguesas” como, fun-
damentalmente, la de 1789.
La Comuna fue, en realidad, el punto culminante, final, de ese desarro-
llo organizativo, de este tipo de estrategia que estaba destinada a sucumbir

92 | Mariano Ciafardini
con el gran cambio de época que se avecinaba, con el desarrollo del capi-
talismo monopolista, que se inicia a fines del siglo XIX.
El propio Marx parece advertirlo cuando, luego de la disolución en
Nueva York de la Internacional, en 1876, empieza a convencerse de que
el manejo centralizado internacional era, en esas condiciones, muy difícil
y que habría que dejar que el peso central de la organización de la lucha
recayera en cada partido y en su propio país.
Esto representaba, sin embargo, la generación de una tensión irresolu-
ble, en términos de estrategia socialista, ya que el internacionalismo, que
le es inherente, corría el grave riesgo (que se transformó posteriormente en
dramática realidad) de quedar disuelto bajo las fuertes y complejas dinámi-
cas que imponía el paradigma del estado nación capitalista.
Es particularmente Engels el que debe lidiar, en sus últimos años, con
esta contradicción irresoluble en esas condiciones y, de allí, las pocas pro-
puestas concretas en relación a la cuestión política que se generan hasta su
muerte en agosto de 1895.
Efectivamente el primer y principal efecto que genera el desarrollo del
imperialismo en los países capitalistas más avanzados es poner la cuestión
nacional a la orden del día. Esto impacta en las masas obreras, en las que
se generan sentimientos nacionalistas ante lo que los partidos socialistas se
vieron inermes y terminaron claudicando, lo que da forma política oportu-
nista a las socialdemocracias de la Segunda Internacional.
Este desabarranque ideológico lo presintió el propio Marx, en su crítica
al Programa de Gotha y a las influencias lasalleaneas en dicho documento,
aunque sin advertir (cosa que por otra parte era imposible con los elemen-
tos que contaba entonces) que el proceso de degeneración de los partidos
socialistas iba a estar condicionado por esta transición a una nueva etapa
del modo capitalista de producción, que determinaría, a su vez, un fortale-
cimiento del rol del estado nación.
La transición entre la estrategia de la Primera Internacional y la que
termina estableciendo la Tercera en su VI Congreso, es lo que se lleva gran
parte de las energías revolucionarias de la clase, durante este primer perío-
do del imperialismo en el que se establece definitivamente la concentración
de energías revolucionarias en Rusia, con la toma del poder y el triunfo en
la guerra civil, el mantenimiento del estado revolucionario y el comienzo
de la solidaridad obrera internacional para con la revolución rusa.

El sujeto histórico en la globalizacion | 93


En todo este proceso que va desde la post Comuna hasta la decisión de
establecer como primacía del movimiento obrero universal el garantizar la
sustentabilidad de la URSS, para desde allí proyectar, en la medida de las
posibilidades reales, la revolución al resto del mundo, tienen un papel pre-
dominante y determinante las figuras de Lenin y, finalmente, la de Stalin.
Esto tiene un impacto sobre la propia doctrina marxista, ya que, como lo
señala Hobsbawm refiriéndose a la influencia del marxismo sobre intelec-
tuales y obreros, a partir de la bolchevización
(…) la versión que les atrajo mayoritariamente fue la asociada a los par-
tidos comunistas y a la URSS, que estaba disponible a través de la publi-
cación de “los clásicos” (ahora incluyendo a Lenin y a Stalin, así como a
Plekhanov) traducidos. Ahora existía una versión internacional estandari-
zada del marxismo, sistemáticamente ejemplificada por la sección sobre
“Materialismo Histórico y Dialéctico” en la “Historia del PCUS (b)”: cur-
so breve de 1938. (Hobsbawm, 2011: 268)
La elaboración marxista fue desde entonces un fenómeno paradójico
que “Era nacional y no importado en la medida en que se produjo en cada
país independientemente de las influencias externas, excepto las del comu-
nismo oficial. Al mismo tiempo y por esta misma razón, adoptó de manera
abrumadora una forma uniforme y estandarizada”. (Hobsbawm, 2011: 269)
Es Lenin el que empieza a advertir, cada vez con mayor claridad, el
desbarranque de las socialdemocracias europeas, principalmente la más
poderosa –la de Alemania– en la pendiente del oportunismo, y cómo la
no constatación, por parte de sus dirigentes, del significado real del ad-
venimiento de la nueva etapa del capitalismo –el imperialismo– les iba
haciendo entrar, paulatinamente, en la claudicante posición evolucionista y
electoralista. Lenin descubre lo patético del intento de Kautsky de conciliar
la estrategia interna, democratista, del partido con la aparición del impe-
rialismo, en el que el dirigente socialdemócrata cree ver, inauditamente, un
esquema de paz mundial duradera. Cuando con el comienzo de la Primera
Guerra Mundial la mayoría de estos partidos socialdemócratas adopta la
posición del “social patriotismo”, llegan a niveles de perversión teórica (y
práctica) jamás antes alcanzados en el seno del movimiento de izquierda,
como lo fue el esfuerzo por retorcer el concepto de internacionalismo de
modo que se pudiera, desde la izquierda, llegar a un apoyo al esfuerzo
bélico de cada país (que obviamente enfrentaba a las clases obreras y a los
propios socialdemócratas de unos y otros). Lenin, a pesar de las prediccio-
nes y advertencias que venía haciendo, no lo podía creer. Llegó a pensar

94 | Mariano Ciafardini
que la noticia del apoyo de la socialdemocracia alemana al esfuerzo bélico
aparecida en el Vorwarths era un invento de la inteligencia zarista para
confundir al pueblo ruso.

La ruptura con la socialdemocracia y la aparición


de los partidos comunistas

“Los economistas quieren que los obreros permanezcan en la sociedad


tal como está constituida y tal como ellos la describen y la refrendan en
sus manuales. Los socialista quieren que los obreros dejen en paz a la vieja
sociedad para poder entrar mejor en la nueva sociedad que ellos les tienen
preparada con tanta previsión” (Marx, 1987: 115). Con este párrafo, en
medio de su debate con Proudhon, Marx da cuenta ya, en la primera mitad
de 1847, que la socialdemocracia en formación llevaba ínsita la semilla del
pensamiento burgués, más aun, de esa variedad del pensamiento que se
constituiría en una herramienta política formidable del capitalismo desa-
rrollado en la forma subsiguiente que se avecinaba: el imperialismo.
Marx y Engels –como explica Lenin en su artículo sobre Carlos Marx–
elaboraron la teoría y la táctica del comunismo para el momento que ellos
vivían (segunda mitad del siglo XIX) como una síntesis de todas las luchas
anteriores que cristalizaban en la lucha de la clase obrera ya formada como
clase en sí y en el proceso de tomar autoconciencia de clase. En 1847 se
incorporan a una sociedad secreta –la Liga de los Comunistas– para la que
escriben al año siguiente un documento que, al salir de esa clandestini-
dad, aparece como fantasmal: El Manifiesto Comunista. Posteriormente,
en 1864, al fundarse en Londres la I Internacional, Marx se convierte en
su “Alma Mater” y se disuelve cerca de diez años más tarde en Nueva
York. En esos tiempos, la estrategia de la Liga y la I Internacional fue la
de esperar el momento insurreccional apropiado para la explosión de la
revolución en algún punto de Europa y su expansión simultánea al resto de
Europa y los EEUU, que se consideraban (y eran) el núcleo total del mun-
do capitalista. Una revolución en esa extensión implicaba el dominio del
comunismo en el mundo entero. Con la conclusión de la I Internacional,
después de los episodios fraccionarios de Bakunin y Cia., Marx y Engels
consideraron todo lo anterior como una etapa concluida.
La explosión de la revolución internacional no había ocurrido, pero los
partidos socialistas y las organizaciones obreras se estaban desarrollando

El sujeto histórico en la globalizacion | 95


de forma antes inimaginable en todos estos países que, en su conjunto,
formaban el mundo capitalista realmente existente.
Es allí donde comienza la preocupación de Marx y Engels por la línea
de cada partido nacional y particularmente por la del alemán, que era el que
exhibía el mayor crecimiento y fortaleza. La intención y concreción de una
unificación del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán de Bebel y Liebk-
necht, filomarxistas con quienes Marx mantuvo correspondencia por cierto
tiempo, con la Asociación General de Obreros Alemanes, comandada por
Fernando Lassalle, un demócrata que venía de coquetear con Bismark y
se oponía claramente a las ideas marxista de la revolución y la lucha de
clases, eran ya de por sí un motivo de alta preocupación por el futuro de la
“organización obrera alemana”. El pensamiento de Marx al respecto está
claramente expuesto en la crítica al denominado Programa de Gotha, en el
que se plasmó dicha unión.
El mundo estaba cambiando, ya no era posible el partido único comu-
nista mundial que apoyara la insurrección donde ésta se produjese, sino
que había que construir partidos marxistas país por país. La tarea debían
emprenderla supuestamente los partidos socialistas y el alemán en primer
lugar ya que era visto como el partido socialista de referencia mundial.
Pero este partido, como ya lo habían hecho los Cartistas ingleses, iba a trai-
cionar el legado y a convertirse, él mismo, como todos los otros partidos
socialdemócratas, en el instrumento político del imperialismo, en alternan-
cia con su “alter ego”, el fascismo.
El gran problema de los partidos socialdemócratas y particularmente
del alemán fue el nacionalismo. La época que se avecinaba era la del impe-
rialismo. Ello implicaba la alianza y total consustanciación de los monopo-
lios nacionales con el estado nación correspondiente para salir a la guerra
por el resto del mundo. Los principales anotados en esta competencia eran
Inglaterra, EEUU, Francia y Alemania. Alemania exactamente en el último
lugar, ya que los anteriores se habían adelantado a conseguir sus “espacios
vitales” mientras ella, tardíamente unificada, quedaba reducida a su expan-
sión continental propia o a una eventual alianza con Austria. Los alemanes
se consideraban, entonces, víctimas de los otros imperialismos adelantados
y esto caló hondo en el espíritu del pueblo. La línea correcta de un partido
socialista verdadero, es decir de un partido comunista, debía ser la de de-
nuncia, por igual, a todo el imperialismo, sea el país que fuera, incluso el
propio y, junto con ello, la denuncia del neocolonialismo y las estrategias
de dependencia hacia los países del tercer mundo. Pero para un partido

96 | Mariano Ciafardini
que a partir del lassallismo estaba empeñado en ganar elecciones con el
crecimiento de las afiliaciones y el voto popular o desde la acumulación
de bancas en el congreso, el “espíritu del pueblo” era algo imprescindible.
Como muy bien lo explica Erik Van Ree, la idea del socialismo en un solo
país, como tal, no es un producto posterior a la Revolución Rusa, sino que
tiene orígenes en la socialdemocracia alemana. (Van Ree, 2010)
Claro que este socialismo en un solo país no era visto como una imposi-
ción por el aislamiento producto de la lucha de clases a nivel internacional,
como el que tuvo que afrontar e inventar Stalin y la dirigencia bolchevique
de la URSS, sino como un proyecto “pacífico” y evolucionista. La dirigencia
del partido socialdemócrata alemán en la que convivieron en distintas épocas
Bebel, Kautsky, Bernstein, Dûhring, Rodbertus, Schaffe, Vollmar, Reinhard
Jansen, Schippel, Calwer, Hildebrand, Bloch, Ebert y Noske, entre muchos
otros, veía la “posibilidad” y la “necesidad de que Alemania se transformara
en un país socialista autosuficiente, pensando que ello no sólo podía hacerse
justo en la época en que la interdependencia económica se acrecentaba, sino
que, además, era la única posibilidad para el desarrollo real del socialismo.
Y que, con ello, la productividad de tal país sería tan incomparablemente
superior a la de los otros países capitalista que estos se verían “obligados” a
transformarse en socialistas por el puro efecto de la competitividad. Tal era
el desvarío del socialismo en los tiempos en que Marx y Engels ya habían
fallecido y Lenin no era todavía una figura prominente del movimiento co-
munista internacional. Pero eso no es todo, a partir de esta premisa, varios de
estos dirigentes apoyaron la idea de la expansión colonialista alemana para
poder lograr el objetivo, ya que esta autosuficiencia y autoabastecimiento
económico no podía lograse sin la materia prima de la colonias.
Arguyendo que el imperialismo era el precursor históricamente necesario
e imprescindible de la revolución y el socialismo, que los capitalistas ale-
manes representaban el interés general, al desafiar al monopolio industrial
y la supremacía marítima de Gran Bretaña y que la oposición de los socia-
listas a la guerra y al imperialismo era inútil, utópica y no marxista, estos
escritores le brindaron poderoso soporte a la causa del expansionismo
guillermino. (Fletcher, 1984: 39)
Si Lenin hubiera estado más al tanto de la profundidad con que estas
ideas habían calado en la socialdemocracia alemana no le hubiera parecido
falso el titular de Worwarts que anunciaba el apoyo de los socialistas a la
guerra mundial. Estos mismos “socialistas” asesinaron a Rosa Luxemburg
y a Liebknekch (h) en 1919.

El sujeto histórico en la globalizacion | 97


Las predicciones de Lenin habían sido ciertas. El imperialismo era ine-
vitablemente belicista y las posiciones de los socialdemócratas era catas-
tróficas para la izquierda y para la clase. Pero Lenin advierte algo más: la
catástrofe bélica podía abrir una oportunidad revolucionaria en Rusia.
Este camino tiene como hito inicial las conferencias de Zimmerwald
(1915) y Kienthal (1916). Es allí donde empieza a generarse en el colec-
tivo del partido, a partir de la ideas que Lenin venía amasando desde sus
disputas con Luxemburg en 1913, la posibilidad de la realización concreta
de la revolución en un primer país, que incluso podía no ser uno de los
europeos desarrollados, con la esperanza inicial de que, a partir de allí, se
propagara al resto de Europa y del mundo. El comienzo de la Primera Gue-
rra Mundial y la adopción de la posición “social patriota” de los partidos
socialdemócratas de varios países de Europa, particularmente el alemán, le
permite a Lenin advertir la imposibilidad de que vaya a ser ese país donde
comience el “foco revolucionario”, sino precisamente Rusia. Esta visión
se transforma en la posición oficial del grupo denominado Izquierda Zim-
merwaldiana, que él conduce, para finalmente hacerse patrimonio de todo
el sector bolchevique.
Este es el gran cambio respecto de la idea implícita en la Primera In-
ternacional de que el movimiento revolucionario estaba a punto de estallar,
simultáneamente, en varios países, principalmente los más avanzados de
Europa, para convertirse de inmediato en una revolución mundial. Esta
diferencia no era sutil y estaba determinada por un cambio de época del
sistema capitalista, que solo Lenin advirtió, en un principio en toda su di-
mensión política, y que plasmo en El Imperialismo fase superior del capi-
talismo (1916).
A medida que los acontecimientos se van desarrollando y sobre todo
después de la Revolución de Febrero de 1917 en Rusia, Lenin va encon-
trando más eco entre sus seguidores respecto de la posibilidad real de la
revolución en Rusia, particularmente en Trotsky y algunos otros.
Pero, por supuesto, que, tanto él como todos los demás, veían en la po-
sible revolución rusa el camino de inicio de la revolución mundial a corto,
o, a más tardar, mediano plazo.
A partir de la conquista del poder real en Rusia y la formación de la
URSS, se da entonces, frente al “retraso” de la revolución en algún otro
país, particularmente a partir del fracaso de los intentos en Alemania y en
algunos otros países de Europa del Este y de la derrota del Ejército Rojo

98 | Mariano Ciafardini
en Polonia, un proceso de aguda y profunda reflexión, con marchas y con-
tramarchas en la cúpula revolucionaria, que va desembocando, cada vez
más, en la convicción de que de lo que se trataría era, de allí en adelante,
de resistir desde el único estado obrero en el mundo frente a las múltiples
e ininterrumpidas acechanzas externas e internas, a la espera del retorno de
condiciones revolucionarias en Europa o algún otro lugar. Más allá de las
interminables disputas entre los trotskistas y estalinistas o de las más diver-
sas interpretaciones que se han hechos en favor de unas u otras posiciones
de los distintos momentos del proceso revolucionario, pasando por la paz
de Brest, la guerra civil, la represión del levantamiento de Kronstadt, las
últimas directrices de Lenin y su testamento, lo que demuestra la implaca-
ble prueba de los hechos es que no existieron en el resto del mundo en ese
momento las condiciones –al menos subjetivas– para irradiar la revolución
aunque más no sea a un grupo de países u otra región más allá de la URSS.
El aislamiento era patente y el seguir apostando a “la revolución en Ale-
mania” implicaba un riesgo mortal para un proceso que, si quería subsistir,
debía cambiar el rumbo político y enfilarse a consolidar un régimen férreo,
sólido, sin fisuras, con un liderazgo centralizado incuestionable y con todo
el pueblo detrás lo más organizado posible. Se trataba de eso: mantener
vivo, aunque con una vitalidad forzada, a ese nacimiento prematuro de la
revolución, esperando que aun así jugara un papel positivo en el avance de
la clase obrera y los pueblos a nivel mundial (cosa que logró) y que produ-
cido en algún tiempo no muy lejano la expansión mundial de la revolución
se pudiera ya sumar a ella el niño prematuro soviético y recuperar toda
su vitalidad (cosa que no logró), o suicidar la revolución en ese momento
en un acto heroico de voluntarismo revolucionario universal estrellándose
contra el poderío del imperialismo y dejando las cosas como un testimo-
nio más de la voluntad de liberación de los pueblos, como en el caso de
la Comuna de París. Ninguna de las dos opciones era desde ya gratuita ni
consistía en transitar un “camino de rosas”. La mayoría de los líderes, el
partido y, en última instancia la misma clase obrera rusa y el pueblo todo,
optaron por el primer camino: la reformulación del rumbo y la consolida-
ción del socialismo en la madre patria rusa.
Es esta reformulación a partir de la propia realidad, de la estrategia
revolucionaria de la clase obrera rusa y mundial, la que comienza a de-
sarrollar Lenin en sus últimos trabajos y que se vislumbra a partir de me-
didas como la propia NEP. Este necesario cambio en la estrategia será
comprendido por Stalin. Con relación a Trotsky habrá que decir que o no

El sujeto histórico en la globalizacion | 99


lo comprendió o su egocentrismo lo llevó a querer disputarle a Stalin el
manejo de esa nueva estrategia desde el comando de la URSS y perdió en
esa batalla interna y personalista por el poder. Lo cierto que para ponerse
al frente del nuevo período de lucha de la clase obrera mundial, un período
de mucho menor glamour revolucionario, de grandes sacrificios, peligros
y de endurecimiento político tanto hacia adentro como hacia fuera, surgió
la figura de quien, por sus características personales no exentas también
de alto grado de personalismo, pero complementado con una dureza infi-
nitamente mayor a la Trotsky. Ese fue Iosiff Vissarionovich Dzhugasvili,
alias Stalin (hombre de acero). Además Stalin había sido, de los líderes del
movimiento revolucionario, el que más permaneció siempre luchando en
la clandestinidad en el territorio ruso. Conocía más a Rusia y a las repúbli-
cas soviéticas que a su corazón; sentía hacia dentro y siempre había tenido
cierta displicencia hacia los revolucionarios que hacían la revolución desde
el exilio, sobre todo el europeo occidental. Si el populismo iba a ser la ma-
nera de lograr la cohesión de la nación rusa en versión socialista, Stalin era
el hombre indicado para el liderazgo.
En el II Congreso de la Internacional (1920) Lenin empieza a dar
muestras de atención a la cuestión de los tiempos. A esa altura acababa de
escribir Izquierdismo enfermedad infantil del comunismo. La resolución
redactada en gran parte por Lenin dirá: “La tarea actual de los Partidos
Comunistas consistirá en acelerar la revolución sin provocarla por medios
artificiales antes de que se haya podido realizar la preparación adecuada”
(Jamandreu, 2007:11). Le rondaba el fantasma de Alemania y Hungría.
En el III Congreso de la Internacional (junio-julio de 1921 en Moscú)
frente al reflujo revolucionario aparecen las ansiedades del ultraizquierdis-
mo, contra lo que deben luchar los principales dirigentes de la revolución.
Su salida es la necesidad de retomar, con más intensidad, la acción de
masas antes de proponerse el asalto al poder. Eso da la idea de que seguía
en pie el convencimiento de que se trataría solo de un momento de pasa-
jero reflujo que habría de ser aprovechado para acumular fuerzas para la
toma del poder político, que se seguía viendo “a la vuelta de la esquina”.
De hecho, en el IV Congreso (1923), todavía se mantiene la estrategia del
frente único de la izquierda y la propuesta de gobierno obrero contra los
intentos de coalición de la burguesía. Aquí ya nos vemos privados del pen-
samiento genial de Lenin, que se hallaba ya disminuido por su enfermedad
y marginado de la vida política. Muy difícilmente hubiera dejado de hacer
importantes y tal vez históricas afirmaciones sobre la situación, con dos

100 | Mariano Ciafardini


años más sin que aparecieran indicios claros de posibilidad de extensión
de la ola revolucionaria. No se caracterizaba justamente por no ver la reali-
dad cuando ésta se le ponía de manifiesto. Ya con la imposición de la NEP
había dado muestras de ello.
Justamente la NEP de Lenin está íntimamente relacionada con las
características que habrá de ir adoptando el PCUS, particularmente en el
perfil de sus cuadros medios, ya más concentrados en la administración
interna y el fortalecimiento económico, que en mantener la mirada puesta
en las posibilidades de exportación de la revolución.
Más allá de las especulaciones sobre cuál haya sido la posición final
del Lenin lúcido respecto de quién debía heredarlo en la conducción del
partido, lo cierto es que aparentemente en sus últimas decisiones sobre la
cuestión se iba inclinando más y más hacia el derrotero que después siguió
Stalin. Héléne Carrere, sovietóloga francesa insospechable de stalinista
dice, en su obra sobre el jefe de la Revolución de Octubre, lo siguiente:
Lenin sabe ya que Rusia es la única que mantiene la llama revolucionaria.
Desde este momento sin decirlo explícitamente, acepta las consecuencias
de esa comprobación. Encerrada la revolución en un solo país, este debe
adueñarse de los medios de sobrevivir. Por ello hay que privilegiar el
Estado. En lo sucesivo, Lenin va a consagrarse a aquél, fortaleciéndolo
y garantizando su seguridad en todos los ámbitos. De allí en más lo que
hará prevalecer en sus demandas internas y frente al mundo exterior es
su papel de jefe de Estado. Se comprende entonces que sea menos visi-
ble dentro del Komintern. No porque se desinterese de él sino porque
este va a dejar de ser un verdadero partido mundial de la revolución para
transformarse en un multiplicador del interés nacional del Estado de los
soviets. Un último intento revolucionarios esbozado en Alemania en mar-
zo de 1921, más aventurerista que meditado, y que fracasa. Terminará de
convencer a Lenin de la necesidad de poner todos sus esfuerzos, todos los
esfuerzos comunistas, al servicio del Estado de los soviets (…). Hay que
volver a dar a éste un espacio, un peso humano, recursos que la revolu-
ción le hizo perder. (Carrére d’Encausse, 1999: 387)
En el V Congreso de la Internacional (1924) se continúa sosteniendo
la táctica del frente único, ahora agudizada por el desarrollo del fascismo,
que se toma como rasgo de descomposición del capitalismo. “Cuanto más
se descompone la sociedad burguesa y todos los partidos burgueses, sobre
todo la socialdemocracia, toman un carácter más o menos fascista (…). El
fascismo y la socialdemocracia son las dos caras de un único instrumento
de la dictadura del gran capital”. (Jamandreu, 2007: 22)

El sujeto histórico en la globalizacion | 101


Es en este momento en que Stalin denuncia ya al “trotskismo” como
una corriente contrarrevolucionaria, porque siembra desconfianza en las
filas del bolchevismo en momentos extremadamente delicados y porque la
teoría de la Revolución Permanente se convierte, en situaciones como esas,
en una teoría de la “desesperanza permanente”. La discusión proseguirá.
En el año 1928, cuando se celebra el VI Congreso y Trotsky es deportado a
Alma Ata (Kazajtan), la esperanza de la multiplicación de la revolución en
el resto de Europa continúa, lo que será estimulado por la crisis mundial de
1929. Desde tal posición se comienza a ver a la socialdemocracia europea
ya casi como la puerta de entrada del fascismo y se desarrolla el concepto
de “social fascismo”.
Va a ser recién en 1935 en oportunidad del VII Congreso de la Interna-
cional cuando queda prácticamente definida la nueva estrategia del PCUS
que será, inevitablemente, la de todos los Partidos Comunistas del mundo
y, por ende, la del movimiento revolucionario y la clase obrera mundial. El
socialismo se continuaría construyendo en un sólo país, con el que además
había que cerrar filas y extremar la solidaridad mundial, ante el terrible
peligro de la invasión fascista. En este sentido debe aclararse que la deno-
minación de tal estrategia como de “construcción del socialismo en un solo
país” es confusa, en tanto y en cuanto se trataba de construir el socialismo
en todos los países que se pudiera pero sin arriesgar lo ya conseguido. Si el
objetivo fundamental de no perder terreno en la defensa de la URSS –que
esta no se debilitara en su autonomía y su soberanía– condicionaba la ac-
tuación de los otros partidos y movimientos revolucionarios, en sus estra-
tegias de toma del poder en el resto del mundo, ello era una consecuencia
no deseada, un daño colateral que se asumía ante la prioridad para el mo-
vimiento revolucionario mundial de lograr la supervivencia de la URSS.
De hecho en los lugares en que se pudo avanzar revolucionariamente sin
hipotecar el poder ya adquirido en la URSS (y luego en los países del Este
Europeo) así se hizo. De ello fue ejemplo principal la Revolución China,
más allá de las idas y venidas de los apoyos iniciales de Stalin a dicho pro-
ceso revolucionario. Lo mismo ocurrió luego con Cuba y Vietnam.
Al no haber logrado la revolución, lo que Marx y Lenin habían conside-
rado su objetivo primordial, a saber, “dar la señal para una revolución de
los trabajadores de Occidente, con el fin de que ambas se complementa-
sen” (prefacio ed. rusa del Manifiesto Comunista), las tareas principales
y dominantes de los bolcheviques eran y habían de ser el desarrollo eco-
nómico y cultural de un país atrasado y empobrecido, con el objetivo de
crear la condiciones tanto de supervivencia contra ataques foráneos como

102 | Mariano Ciafardini


para la construcción del socialismo en un país aislado aunque gigantesco.
(Hobsbawm, 2011: 290)
Las siguientes páginas del mismo Hobsbawm son una perfecta síntesis
de la nueva línea política para la lucha revolucionaria del proletariado que
culmina sancionándose en este VII Congreso como producto del desarrollo
de todos los debates que arrancaran desde el Congreso de Zimmerwald,
más allá de las cambiantes perspectivas que fueron incidiendo en el ánimo
de los protagonistas, a medida que se desarrollaron tantos y tan cruciales
acontecimientos, entre ellos, nada más ni nada menos, que la revolución
de octubre (debates principalmente entre Lenin, Trotsky y Stalin). Así nos
dice Hobsbawm
Lo que sí fue difícil para los comunistas educados en el período de la
“bolchevización” y de la “clase contra clase” fue imaginar la nueva línea
en términos distintos a los puramente tácticos como una concesión tem-
poral, a una situación temporal, después de la cual las viejas luchas se
reanudarían; o como una especie de disfraz. El séptimo congreso Mundial
del Komintern da fe de la novedad (para los comunistas) de la nueva línea
mediante la insistencia de que no era una ruptura con la vieja sino sim-
plemente la adaptación a una coyuntura política específica, así como por
supuesto la corrección de los “errores” evitables del pasado (…). Sin em-
bargo por más cautelosa y provisionalmente que se formulase, la nueva lí-
nea pretendía claramente ser algo más que un interín táctico. Concebía un
modelo de transición al socialismo distinto de la toma de poder mediante
la insurrección –incluso según el informe de Ercoli (seudónimo de Pal-
miro Togliatti, Secretario General del PC Italiano n.a.) una posible transi-
ción pacífica, imaginaba formas transicionales de régimen que no fueran
idénticas a la dictadura del proletariado como en el concepto de “una
nueva democracia” o de la “democracia del pueblo”–. Además implicaba
una política comunista que no fuera sustancialmente una extensión de la
lucha de clases entre proletarios y capitalistas, con tantas “alianzas de
clases” como fueran necesarias y posibles, y que, por consiguiente, deri-
vase directamente de la estructura económica del capitalismo. Imaginaba
o suponía una política que fuera autónoma y diseñada para alcanzar el
liderazgo o la hegemonía de la clase trabajadora sobre la nación entera.
(Hobsbawm, 2011: 309)
Esa va ser la prioridad hasta los años 60 y va a marcar la estrategia de la
clase obrera de todo lo que será el segundo período del imperialismo. Aún
el esfuerzo por el mantenimiento del poder en la República Española se
hará a partir de la formación de un frente popular, que es ahora el modelo
de alianza estratégico propio del período.

El sujeto histórico en la globalizacion | 103


El primer período del imperialismo enmarca entonces la gran transfor-
mación de la subjetividad del agente revolucionario, la clase obrera ya con-
formada e internacionalizada. Se toma conciencia de que el capitalismo ha
cambiado su forma por la Imperialismo y esto obliga a cambiar las tácticas
pero también las estrategias. Se advierte, primero, que la revolución no ha-
bría de seguir un camino lineal cuasi evolutivo electoralista hasta la toma
de poder por crecimiento aritmético de los afiliados a partidos electoralis-
tas, pero además se llega a la conclusión de que el hecho revolucionario
“inicial” ni siquiera se habría de producir en la Europa desarrollada. A par-
tir de allí sobreviene el hecho revolucionario más importante de la historia.
El sujeto revolucionario toma el poder, sustentablemente, por primera vez
en la historia de la humanidad. Y poco a poco se va advirtiendo que los
tiempos de la revolución mundial no son los hasta ese entonces previstos,
y que ello impone empezar a formular nuevas tácticas y nuevas estrategias
para el período que sigue. El sujeto histórico se da cuenta de que, así como
era inevitable que la revolución se diera sólo cuándo y dónde estuvieran
dadas las condiciones para ello, más allá de los deseos y presunciones de
los revolucionarios, así también era de imposible que se expandiera y mul-
tiplicara cuándo y dónde ellos quisieran, sólo por mera voluntad.
No se trata de hacer una defensa de Stalin o del estalinismo, sino de
hacer una defensa de la URSS y su derrotero durante el siglo XX, como
creación máxima del marxismo en ese momento histórico. Afirmar que una
clara e indiscutible creación del marxismo, como lo fueron la revolución
de octubre y todas sus consecuencias, haya devenido en un engendro de-
leznable y comparable al nazismo y seguir pretendiendo que el marxismo
sirva de base teórica para la construcción de una nueva sociedad, resulta
ser una extravagante síntesis que algunos seudo marxistas de hoy pretenden
sostener. Si la URSS (inimaginable sin el marxismo-leninismo como mo-
tor de su creación) fue un engendro negativo para la humanidad o incluso
si fue una creación neutra o tibiamente positiva pero con altísimos costos
que no la justificaban (y cuando hablamos de URSS es imposible desgajar
de ese todo su núcleo central que es el periodo estalinista, en el que se con-
solidó, derrotó a los nazis y se desarrollo en forma antes inimaginable para
sociedad alguna), habría que tirar el marxismo (y el leninismo) a la basura.
La continuidad del movimiento que toma el poder en octubre (cosa que
obsesionaba a Lenin que contaba los días de duración del poder soviético
hasta que superó la duración de la Comuna) y el desarrollo asombroso de
la URSS (básicamente en los tiempos de Stalin) que la llevó de ser una

104 | Mariano Ciafardini


región de sistema seudo feudal en crisis y a punto de ser presa de los neoco-
lonialismos Francés, Británico y seguramente otros, a transformarse en la
segunda potencia mundial, que hizo frente a todo el sistema imperialista
mundial y lo obligó a abstenerse de intervenir, e incluso a retroceder, en
cientos de oportunidades no sólo en Rusia sino en los más diversos lugares
del planeta, es lo que hizo que el marxismo y el pensamiento de Marx, En-
gels y Lenin haya tenido la difusión y el rango de pensamiento líder y de
avanzada que tuvo, y que todavía hoy tiene en el mundo. Sin ello, estos tres
pensadores serían sólo unos nombres más en una larga lista de utópicos de
otros tiempos, desconocidos para muchos. Ni qué decir de Trotsky.
Pensamos que hay que hacer justamente lo contrario: reivindicar el
marxismo y reivindicar a la URSS (con el período estalinista incluido).
Pero para dar respuestas al respecto nos vamos a limitar a recomendar la
lectura de Doménico Losurdo en tres obras fundamentales: ¿Fuga de la
Historia? La revolución rusa y la revolución china (2007); Stalin. Historia
crítica de una leyenda negra (2008) y; La lucha de clases. Una historia
política y filosófica (2013).
Una afirmación de este autor puede resumir en forma incompleta su
pensamiento: “el ‘estalinismo’ no es el resultado en primer lugar ni de la
sed de poder de un individuo ni de una ideología, sino más bien del estado
de excepción permanente que invade Rusia a partir de 1914”. (Losurdo,
2008: 144)
Para hacer una contextualización históricamente científica del proceso
estalinista y para su compresión filosófico-política, solicitamos remitirse a
Slavoj Zizek (tampoco sospechable de estalinista, sino todo lo contrario),
en A propósito de Lenin, principalmente el capitulo intitulado “La grande-
za interna del estalinismo”, del que nos vamos a permitir una cita que no es
tan extensa como parece si se tiene en cuenta todo lo que sintetiza:
El juego ridículo de oponer un Brecht “disidente” al comunismo estalinis-
ta no tiene razón de ser: Brecht es el último artista “estalinista”, él no era
grande a pesar de su estalinismo sino debido a él ¿Realmente necesitamos
pruebas? Hacia fines de los años treinta Brecht conmocionó a los invita-
dos de una fiesta en Nueva York, afirmando sobre un acusado en los jui-
cios públicos de Moscú: “cuanto más inocentes son, más merecen ser fu-
silados”. Esta declaración debe ser tomada muy en serio, y no como la de
un desvergonzado perverso: su premisa subyacente es que, en una lucha
histórica concreta, la actitud de presunta “inocencia” (“no quiero ensuciar
mis manos involucrándome en la lucha, apenas quiero llevar una vida

El sujeto histórico en la globalizacion | 105


modesta y honrada”) encarna la culpa mayor. En nuestro mundo no hacer
nada no es sin consecuencias, tiene ya un significado: significa decir “sí” a
las relaciones existentes de dominación. Este es el porqué, a propósito de
los juicios de Moscú, Brecht –admitiendo que los métodos de prosecución
no eran muy gentiles– se hizo la pregunta: ¿Es posible imaginar que un
comunista honrado y sincero, que mantenía sus dudas sobre la política
de industrialización rápida de Stalin, efectivamente terminara buscando la
ayuda de los servicios secretos extranjeros y comprometiéndose en com-
plots terroristas contra la dirección estalinista? Su respuesta fue “sí”, y pro-
puso una reconstrucción detallada de su razonamiento. (Zizek, 2004: 48)
Toda la obra de Zizek está atravesada por esta cuestión. Por la legitimi-
dad de la dictadura del proletariado como explosión máxima de la demo-
cracia en un momento concreto (y, por lo tanto, no ideal). Su idea podría
también sintetizarse en la primera frase de uno de los discursos de Robes-
pierre, que Zizek cita en Robespierre. Virtud y Terror (2010): “Ciudadano
¿queréis una revolución sin revolución?”.
Sentado nuestro parecer al respecto queremos entonces abordar una
cuestión que creemos fundamental para entender la estrategia de la clase
obrera y los pueblos en su lucha contra el imperialismo, como un movi-
miento único e internacionalmente coherente, aunque no haya sido expre-
sado así por sus máximos teóricos marxistas sino solo fragmentariamente
o con silencios u omisiones que expresaban más enfrentamientos y descon-
fianzas personales o recelos basados en el entendimiento limitado de lo que
estaba pasando a nivel universal.
Esta estrategia consistió en defender lo logrado, fundamentalmente el
estado soviético, y subordinar a esa defensa el resto de la lucha contra el
capitalismo, la que se transformaba entonces no ya en proseguir el intento
estéril de propagar la llama revolucionaria como un incendio sin solución
de continuidad al resto del mundo, estrategia que los revolucionarios bien
entendidos dieron por definitivamente desechable después de la “no ocu-
rrencia” de la revolución en Alemania.
Esto significaba entonces desechar la tendencia a la “Revolución Perma-
nente” y afirmar la tendencia a la “guerra de posiciones”. Y ello se da tanto
en el plano internacional como en el nacional, en el que destacaba la lucha de
cada Partido Comunista o frente de izquierda hegemonizado por los partidos
miembros de la Tercera Internacional primero y del Komintern después.
Esta línea teórica fue desarrollada principalmente por Antonio Gram-
sci y era el correlato, para los partidos comunistas de los países capitalistas,

106 | Mariano Ciafardini


de la estrategia que conducía Stalin a nivel nacional en la URSS y a nivel in-
ternacional a través de la influencia del PCUS sobre todo el movimiento co-
munista internacional. Allí la relación entre el gramscismo y el estalinismo
es perfectamente coherente, más allá de las diferencias personales entre los
actores individuales representantes de estas corrientes que de ninguna mane-
ra pueden opacar la claridad de la consistencia de una formulación política,
que fue la que efectivamente guió al movimiento comunista internacional en
la práctica concreta y, a través de ella, a todos los movimientos de izquierda
y populares que disputaron espacios reales de poder al capitalismo durante
todo el siglo XX, incluido el proceso revolucionario de la China Popular.
Este emparentamiento de la formulación política gramsciana con la es-
trategia estalinista puede apreciarse de singular manera si sometemos a exé-
gesis un texto que no habla tanto de la relación de Gramsci con Stalin, sino
con Trotsky. El texto a analizar intenta afirmar que las visiones de Gramsci y
Trotsky se conformaban mutuamente más de lo que parece y es justamente,
remarcando el contrasentido que tiene tal afirmación y lo forzado que apare-
ce el intento de vincular a tan opuestas formulaciones teórico políticas, que
veremos aparecer con claridad nuestra posición al respecto.
En el número 19 de la revista Estrategia Internacional, correspondiente
a enero del 2003, Emilio Albamonte y Manolo Romano emprenden la inevi-
tablemente infructuosa tarea teórica de “rescatar” a Gramsci desde el pensa-
miento trotskista. Sin embargo, a poco andar no pueden más que reconocer
que Gramsci tenía mucho más que ver con el supuesto eclecticismo (según
Trotsky) del programa elaborado por Bujarin para la internacional Comu-
nista: “Y Gramsci no se aparta del programa de la Internacional Comunista
cuando en ella se impone esta concepción (…). Su ubicación era, preeminen-
temente, desde la óptica privilegiada de la revolución nacional italiana y en
conciliación centrista con la política de la IC”. (Albamonte, 2003: 3)
Siguen con un párrafo del que podemos extraer muy interesantes conclu-
siones, no solo sobre Gramsci, sino también sobre Trotsky (y el trotskismo):
Gramsci cae en un fatalismo basado en absolutizar el retroceso parcial de
las fuerzas revolucionarias y transforma el “equilibrio inestable” alcanza-
do por el capitalismo en los años 20 en “algo más” que eso: en un retra-
so en “la disposición de las fuerzas subjetivas” que alimenta su “criterio
metodológico” de interpretar el período alrededor de la posibilidad que el
capitalismo se sobreviva, sin guerra, y supere la “fase catastrófica” dando
lugar a un período de “revoluciones pasivas”. Por el contrario, Trotsky,
sobre la base de un pronóstico político de una nueva fase catastrófica,

El sujeto histórico en la globalizacion | 107


se disponía a combatir para cambiar el curso de la política de la IC, no
sólo a “formar minorías”, aunque ese haya sido el resultado de su lucha.
Gramsci, evidentemente condicionado por los años de cárcel y aislamien-
to, parece razonar según una óptica de conservar el triunfo obtenido en la
Unión Soviética, ya que temía el peligro de ruptura de la alianza obrero
campesina y la propia unidad del partido ruso. (Albamonte, 2003: 39)
Es decir, que según la propia confesión del pensamiento trotskista ela-
borado y sofisticado, Gramsci ve con claridad la situación de peligro para
la URSS y las debilidades del movimiento de masas y la clase obrera en
el resto del mundo, mientras Trotsky seguía viendo al capitalismo en una
“fase catastrófica” e insistía en la salida desde la URSS, de destacamentos
ideológicos, logísticos y hasta militantes, a abonar el lanzamiento de todos
los partidos comunistas y demás fuerzas de izquierda que los acompañaran
a una guerra de posiciones, pero también (y tal vez principalmente) de
movimientos, en todos los terrenos del globo.
Pero aunque esta no haya sido la intención de nuestros autores trots-
kistas, lo que queda en claro en este párrafo, para el sentido común de un
análisis racional que además cuenta hoy con la retrospectiva histórica, es
que el que tenía razón era Gramsci y no Trotsky; que no había tal “fase
catastrófica del capitalismo”, de hecho el capitalismo como sistema no su-
frió ninguna catástrofe ya que la propia guerra fue para él mismo una gran
oportunidad de desarrollo. Gramsci no razonaba condicionado por su “ais-
lamiento” sino con la profundidad de un enfoque verdaderamente marxista
y leninista y compartía los mismos temores que Stalin y el estalinismo en
cuanto a los riesgos para “la alianza obrero campesina”, “la propia unidad
del partido ruso” y la revolución a nivel mundial.
Otro párrafo elocuente (contra su sentido intencional) de nuestros autores:
Gramsci parte, consecuentemente, de que la “fórmula cuarentiochesca de
la revolución permanente es desarrollada y superada en la ciencia política
por la fórmula de la hegemonía civil”. Y en base a esto sostiene que “en el
arte de la política pasa lo mismo que en el arte militar: la guerra de movi-
miento se transforma en guerra de posición y puede decirse que un estado
ganará una guerra en la medida que prepare minuciosamente para ello en
tiempo de paz. La sólida estructura de la democracia moderna, tanto como
organizaciones del estado como, en cuanto, complejos de asociaciones
en la sociedad civil, son para el arte de la política lo que las trincheras y
las fortificaciones permanentes del frente son para la guerra de posición.
Convierten el elemento del movimiento que solía ser el todo de la guerra
en algo meramente parcial”. El punto aquí es que todo lo ambiguo que

108 | Mariano Ciafardini


puede tener la fórmula “posicionista” de Gramsci ha sido tomado por el
reformismo, ya sea estalinista o socialdemócrata, para justificar una estra-
tegia kautskiana, de “guerra de desgaste”, de ocupación de “trincheras”
sin movimientos de maniobra, de inserción en los espacios en el régimen
burgués sin insurrección ni asalto al poder, lo cual es una monstruosa
caricatura del pensamiento del comunista italiano. (Albamonte, 2003: 3)
Por más que se intente retorcer el sentido de las frases de Gramsci, que
además son explícitamente citadas, está claro que el comunista italiano cri-
tica la fórmula de la “Revolución Permanente” por anacrónica e inadecua-
da para los tiempos nuevos en los que el sujeto revolucionario debe actuar
con la cautela propia del “posicionismo”. Y esto fue perfectamente inter-
pretado por “reformismo stalinista” que entendió claramente que lo mons-
truoso y caricaturesco era lanzarse a la insurrección y a la toma del poder
en aquellos espacios geográficos donde sólo estaban dadas las condiciones
para la “inserción en los espacios en el régimen burgués”, teniendo en con-
sideración el nuevo y acertado concepto gramsciano de “hegemonía civil”.

Marx, Lenin, Trotsky, Gramsci, Stalin y Mao

Sobre lo que pensaron estos seis hombres acerca de la estrategia y la


táctica para hacer la revolución comunista se han escrito mares de tinta. So-
bre sus contradicciones personales y sobre las contradicciones entre ellos;
sobre sus similitudes y sus coherencias, y sobre todo se han hecho miles de
afirmaciones sobre quiénes tenían razón y quiénes estaban profundamente
equivocados y hasta fueron traidores a la causa de la revolución.
Nuestra visión es la de que todos ellos se equivocaron en algunos mo-
mentos y todos ellos tuvieron cuotas importantes de razón en otros acerca
de esta cuestión táctico-estratégica.
Lo cierto es que todos ellos piensan y actúan en el medio de una bisa-
gra histórica, un gran cambio de época: el paso de la primera etapa del ca-
pitalismo (de libre competencia o más precisamente salvaje competencia)
a la segunda etapa (imperialismo o capitalismo monopolista de estado).
Marx no alcanza a vivir en la segunda etapa. Su visión de la estrategia
revolucionaria junto con la Engels viene enmarcada en el contexto de la
primera etapa. En esta primera etapa desde sus comienzos a partir de la
crisis feudal y la acumulación originaria la estrategia de la revolución fue
prácticamente la falta de estrategia. Movimientos espontáneos de campesi-

El sujeto histórico en la globalizacion | 109


nos, artesanos y obreros que reaccionaban ante los abusos del poder de los
nobles y de los capitalistas iniciaban revueltas con la intención de genera-
lizarlas y llevarlas hasta la revolución universal (que en esos momentos era
prácticamente como decir europea). Estos programas revolucionarios eran
programas comunistas, contrarios a la propiedad privada y abogaban por
una democracia participativa directa. Esto se ve desde las rebeliones heré-
ticas hasta los levantamientos como el de la Revolución Francesa, donde
el objetivo de líderes verdaderamente populares como Hebert o “Graco”
Babeuf, apuntaban hacia la idea de llevar las ideas más avanzadas de la
ilustración a sus últimas consecuencias que eran el socialismo y el comu-
nismo. Todas estas revueltas fracasaron o, como en el caso de la Revolu-
ción Francesa, fueron abortadas por el control burgués. Ya en el siglo XIX,
ese espíritu estratégico de la revolución por rebelión generalizada y es-
pontanea sigue campeando el clima político revolucionario. Allí es donde
Marx y Engels producen los primeros análisis políticos coyunturales mar-
xistas, fundamentalmente en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte y
La lucha de clases en Francia. En el clima de las revoluciones de 1848 y
los comentarios de Engels y Marx posteriores a la Comuna de 1971, no
hay demasiadas ideas sobre la cuestión del partido y sus relaciones con las
masas. No es época de partidos de masas. Se podría decir que la idea ex-
plícita pero principalmente implícita sobre la táctica es la de la “revolución
permanente” y “el gobierno obrero”. Debían tratar de aprovecharse todas
las posibilidades para el levantamiento obrero y popular sin alianzas o con
acuerdos muy coyunturales con la pequeña burguesía y, una vez tomado el
poder, aplicar la dictadura del proletariado con el gobierno obrero. Al decir
de Engels si se quiere saber qué es la dictadura del proletariado ahí se la
tiene en la Comuna de París.
La Revolución Rusa del octubre de 1917 podría decirse que está a ca-
ballo del cambio de época entre esas sociedades “fluidas” a la espera del
llamamiento revolucionario con burguesías todavía débiles y confundidas,
cual era la situación en Rusia y sociedades orgánicas más duras, con bur-
guesías desarrolladas y partidos socialistas de masas conformados dentro
de los cuales ya emergía disidencias con la propuesta de un partido revolu-
cionario cuasi militar férreamente organizado. Todo lo que se había forma-
do al calor del espíritu y la realidad política no rusa sino europea occidental
y, principalmente, alemana.
La primera revolución comunista triunfante se da entonces a partir de
la tendencia cuarentiochesca (nosotros diríamos la tendencia de todo el pri-

110 | Mariano Ciafardini


mer capitalismo) en un ámbito que presenta todavía condiciones peculiares,
mezcla de la Europa de la Revolución Francesa con el feudalismo oriental,
pero en una Europa que ya es del segundo capitalismo; es decir, imperialista.
La Revolución Rusa se hace inicialmente con la estrategia de la re-
volución permanente y el gobierno obrero propio de la seudo estrategia
de los siglos anteriores, y principalmente la de la Comuna del París. Es
conocida la preocupación de Lenin por durar aunque sea algunos días más
que la comuna.
Se podía decir, si se quiere figuradamente, que en ese momento, todos
ellos, salvo Marx y Engels, que ya habían fallecido, eran “trotskistas”, in-
cluso Stalin. Por eso Lenin hablaba de Trotsky como uno de los mejores
bolcheviques y Gramsci era el del Ordine Nuevo y el de los consejos obre-
ros de fábrica de Turín, sin haber iniciado su distanciamiento con Bordiga.
Sin embargo a partir de esos años se manifiesta definitivamente el cam-
bio abismal entre una época y otra. El imperialismo, en los países más
industrializados de Europa Occidental y ahora también en Estados Unidos,
se consolida, se desarrolla y empieza a establecer el nuevo mapa mundial
que comienza a delinearse con la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
También se comienza a consolidar el gobierno soviético. Es el primer go-
bierno no capitalista y que no está basado en ninguna de las formas de
explotación del hombre por el hombre que se consolida en toda la historia
de la humanidad. El cambio era fenomenal.
La idea de la revolución como emergente en algún punto del mundo
capitalista en tanto simple punto de partida para su inmediata irrigación
universal, empieza a aparecer como terriblemente problemática. ¿Por qué?
porque la revolución comunista, por su propia naturaleza, está siempre
destinada a la extensión permanente y a la universalidad. El socialismo
verdadero (no socialdemócrata) como paso al comunismo, es inconcebible
si no impregna todo el sistema humano y si no hegemoniza el gobierno
mundial. El desarrollo pleno de sus principios de igualdad y democracia
profunda no pueden subsistir en estado de guerra permanente con un siste-
ma capitalista paralelo mucho tiempo.
Sin embargo la realidad es siempre la única verdad. Y lo cierto es que
los tiempos se alargaban y la extensión de la revolución no se sucedía.
Se estaba a punto de perder el control del gobierno de la nueva Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas en plena guerra civil contra los blancos.

El sujeto histórico en la globalizacion | 111


El 21 de marzo de 1921 Lenin y el Partido Bolchevique decretan la Nue-
va Política Económica. En este punto crítico comienza el estallido de la vieja
estrategia de la revolución permanente y los consejos obreros trotskistas.
Ninguno de los actores nombrados era plenamente consciente de lo
que estaba empezando a suceder. Se mezclaban las viejas ideas con atisbos
de novedades que había que ir introduciendo, aunque contradijeran la es-
trategia y los principios puros del socialismo y el comunismo triunfantes
en el mundo. Era el aborto de la revolución permanente (en el sentido trots-
kista del término). Pero un aborto para salvar a la madre; es decir, al logro
histórico fenomenal de hacer subsistir un gobierno de nuevo tipo y una
construcción social que nunca antes se había visto en la historia humana.
Una señal fundamental de que el comunismo no era una mera utopía no
realizable en el mundo real, sino algo de una fuerza ideológica magnífica.
No se puede afirmar con absoluta certeza que Lenin haya empezado a
ser cada vez más consciente de que este era un nuevo camino estratégico
y se haya convencido de que había que profundizarlo, aunque hay serios
indicios de ello. Lo cierto es que a partir del mismo año 1921 la salud
mental de Lenin comienza a debilitarse por una arterioesclerosis cerebral,
nada menos que el órgano del pensamiento. El 3 de abril de 1922 Stalin
es nombrado Secretario General del Partido Comunista de la URSS. El 26
de mayo de ese mismo año, mientras descansaba en casa de Gorki, Lenin
sufrió una hemiplejía que le produjo una parálisis del lado derecho y la pér-
dida del habla. A partir de allí, aunque tuvo momentos de mucha lucidez,
desentrañar qué era lo que veía o dejaba de ver el gran líder revolucionario
en medio de una maraña tan compleja de acontecimientos, urgencias y
cambios, es pura especulación.
En 1923 fracasa un intento de revolución en Alemania, originado a raíz
de la ocupación francesa del Ruhr. Trotsky escribió largo y tendido sobre el
episodio, achacando la derrota al cambio de estrategia que percibía, sobre
todo en la dirección de la Internacional Comunista, lo que en ese entonces
era lo mismo que decir en el gobierno soviético, el que ya estaba, en ese
punto, totalmente controlado por Stalin y sus adherentes. Y tenía razón.
La estrategia de la revolución permanente había ya sido dejada de lado
no solo por Stalin, sino por el consenso más general de los comunistas
en todos lados, consciente o inconscientemente. La presencia de la URSS
era de tamaña importancia para la estrategia comunista internacional, y
las amenazas contra ella eran de tal magnitud, que parecía cada vez más
evidente que todo debía estar puesto al servicio de ese objetivo, al menos

112 | Mariano Ciafardini


por el momento. En enero de 1926 Stalin escribe el artículo “Cuestiones
del Leninismo”, en el que se ocupaba de los principales obstáculos para la
creación del socialismo en un solo país, al tiempo que criticaba a la oposi-
ción. Al menos en la URSS la realidad era la única verdad.
Pero qué significaba esto entonces para el resto de los movimientos y
partidos comunistas en el resto del mundo y principalmente los de Europa
Occidental en plena crisis.
Aquí es donde Gramsci aparece en todo su esplendor. Primero durante
el ascenso de Mussolini, ya alejado de las posiciones ultras de Bordiga.
Después, ya detenido, en los Cuadernos de la cárcel. El gran revoluciona-
rio italiano comprende el cambio de época y el impacto que el mismo ha de
tener en la estrategia revolucionaria del siglo XX, una estrategia condena-
da a ser inevitablemente posibilista si se la compara con la aspiración a la
revolución comunista mundial inmediata propiciada por el trotskismo. Esa
estrategia trotskista fue correctamente descripta por Gramsci como “cua-
rentiochesca”, lo que indica su plena conciencia del cambio de estrategia
a raíz del cambio de época. La guerra de posiciones frente a la de movi-
mientos, la cuestión de la hegemonía y las políticas de alianzas, que ella
implicaban para los partidos comunistas o de izquierda que no estuvieran
en el poder, empalmaban (sin que ni Gramsci ni Stalin lo reconocieran
explícitamente) con la idea de socialismo en un solo país, o lo que vendría
después como corolario de ello: socialismo “país por país”, en algunas po-
cas regiones del mundo menos desarrollado pero extensamente pobladas.
Más allá de las críticas de Gramsci a Stalin por el trato que este le
daba a la “oposición de izquierda” y de las críticas de cierto stalinismo
a Gramsci por considerarlo “reformista” (sobre todo en el período de la
línea de “Clase contra clase” dictada por la Komintern), lo cierto es que
la estrategia de lucha de clases de Gramsci a partir de la identificación del
bloque histórico en cada país y, a partir de ello, el diseño de la guerra de po-
siciones, estrategia correcta para la época, era, en realidad, el complemento
“natural” de la estrategia estalinista de defensa a ultranza del statu quo
soviético, también correcta para la época. Ambas posturas daban cuenta
de una comprensión cabal del férreo marco nacional que condicionaba la
lucha de clases en cada país y se proyectaba a la arena internacional. Esta
misma cuestión había desconcertado a Lenin en el momento del “social-
patrioterismo” de las socialdemocracias europeas frente al desenlace de la
Primera Guerra Mundial. Esa misma cuestión es la que estaba en la base
de la elección forzada de la construcción del socialismo en un solo país

El sujeto histórico en la globalizacion | 113


(o mejor dicho país por país), que asumió el estalinismo y que tuvo como
consecuencia inevitable el “estado de excepción permanente” en que vivió
la URSS desde el momento mismo de la revolución hasta su desmembra-
miento. También consecuencia de ello fue el enfrentamiento “a muerte”
con los sectores “izquierdistas” identificados mayormente con Trotsky. El
nuevo esquema estratégico era entonces preservar a la URSS y adecuar las
políticas de los partidos revolucionarios en el resto del mundo, lo que sólo
se podía hacer mediante una estrategia de posicionamientos y alianzas que
permitieran medir los tiempos y las oportunidades de acuerdo no sólo a la
correlación de fuerzas interna en cada país, sino a la correlación de fuerzas
internacionales y los momentos por los que estuviera atravesando la URSS
y en aquellos momentos en los que todo ello coincidiera lanzarse a la toma
del poder. Claro que esto no se pudo hacer demasiado prolijamente, pero
en general fue lo que ocurrió.
La Revolución China se da después de una larga y sangrienta espera,
en 1949. Después se producen otras revoluciones socialistas, como la co-
reana, la cubana y la vietnamita. No se puede decir que estas revoluciones
hayan tenido lugar cuidándose de respetar “la estrategia internacional de la
URSS” o hayan esperado para estallar las “conveniencias geopolíticas” de
la URSS. Pero sí que el “paraguas” soviético jugó un papel determinante
para sus sustentabilidad a partir de la toma del poder. Ninguna de estas
revoluciones tuvo nunca la intención de ser el nuevo punto de partida de la
revolución permanente, destinada a extenderse universalmente. De todos
modos y como no podía ser de otra manera, en el complejo desarrollo del
proceso histórico mundial hubo especiales tensiones en este sentido prin-
cipalmente con China y, en menor medida, con Cuba. Las tensiones con
China en este sentido llegaron incluso a un punto de enfrentamiento cuasi
militar y costó bastante tiempo a partir de la rehabilitación de Deng Xiao
Ping para restablecer las relaciones de países “camaradas”.
Finalmente, como todo esto estaba dentro del posibilismo histórico y
la contradicción fundamental entre el socialismo y su confinamiento terri-
torial fue algo dado e inevitable. Las cosas terminaron como terminaron;
es decir, en el agotamiento de ese esquema revolucionario. Ello finalmente
no hizo que todo el esfuerzo se perdiera definitivamente sino que, como
veremos más adelantes, luego de profundos retrocesos iniciales con poste-
rioridad a la crisis de 1989 dio paso a un escenario totalmente distinto: el
devenir esta tercera etapa del capitalismo; esto es, la del capital financiero
globalizado en la que hoy estamos.

114 | Mariano Ciafardini


El único que siguió con su soliloquio “cuarentiochesco” fue Trotsky
que nunca se resignó a ese punto medio y posibilista. La historia no le dio
la razón en ese momento pero su afirmación fundamentalista de que la
revolución, para ser tal, debe ser permanente y universal pueden llegar a
tener vigencia hoy aunque no exactamente en la visión “cuarentiochesca”,
sino como síntesis de las dos estrategias anteriores del sujeto histórico.

Segundo periodo del Imperialismo: el fascismo,


los frentes populares y la posguerra

Una de las circunstancias que permitió el acaecimiento de la Revolu-


ción de Octubre, y que había sido una de las causas cuya ausencia condenó
a la Comuna de París, fue el apoyo campesino al levantamiento obrero-
ciudadano de los soviets, en parte por la creciente oposición del campesi-
nado a la guerra y, en parte, por sus demandas insatisfechas de pan y tierra.
Esto debe tenerse muy en cuenta cuando se analizan los avatares de la gran
revolución, ya que ella no sigue los parámetros inicialmente imaginados
por los marxistas de la época, en cuanto a la composición del sujeto princi-
pal del movimiento revolucionario y a las características del tipo de poder
posible de estructurar en el nuevo estado socialista.
Si Lenin es quien advierte, con genialidad, el salto de una etapa a otra
del capitalismo, y que el advenimiento del imperialismo obligaba a cambiar
la táctica y abría la posibilidad de la revolución en un país no desarrollado,
antes que en la deseada Alemania (que los padres del marxismo habían
señalado como posible epicentro), Stalin termina de comprender que la
revolución en Alemania o en cualquier otro país de la Europa desarrollada
y del mundo, habría de tardar en llegar, y que eso implicaba una inevitable
nueva “vuelta de tuerca” a la nueva estrategia revolucionaria, que consistía
básicamente en sostener y fortalecer a la Unión Soviética, en un esquema
internacional de naciones (capitalistas), como primer paso, irrenunciable,
de una corriente revolucionaria mundial, que habría de desplegarse, en al-
gún momento, y por tramos, desde allí, o bajo su cobertura. Esto, que fue
lo que realmente sucedió en la historia concreta del movimiento revolucio-
nario mundial, lo vio Stalin y no lo vio Trotsky ni muchos otros que fueron
siendo eliminados (política y/o físicamente) por el estalinismo, ya que esa
estrategia, única realmente posible, implicaba cerrar filas detrás de un único
liderazgo, suspender la “libertad de crítica” y pasar a un permanente estado

El sujeto histórico en la globalizacion | 115


de excepción. De allí en más, todo el esfuerzo del capitalismo mundial
estaría centrado principalmente en hacer fracasar, como sea, a la URSS.
La estrategia significaba, por otra parte, atraer toda la energía negativa del
capitalismo a un solo polo y, con eso, permitir que, en los intersticios de la
conflictiva mundial, se fueran filtrando otras revoluciones, en los eslabones
más débiles de la cadena imperialista. Ello exigía un esfuerzo de guerra
permanente tan grande que no daba espacios para ningún tipo de gesto
libertario, desde la mínima disidencia se podía abrir una inmensa grieta en
un sistema sometido a semejante tensión.
A la par de esta transformación estratégica se conformó un sector polí-
tico de izquierda que no terminó de comprender la necesidad del cambio,
lo que lo llevó a posiciones erráticas. En este sentido es descriptivo nue-
vamente Hobsbawm cuando, luego de señalar que hubo ultraizquierdistas
que en pleno ascenso del fascismo se resistieron a apoyar a Etiopia contra
la invasión italiana argumentando que Haile Selassie era un emperador
feudal, afirma que
(…) el elemento radical tomó la deriva utópica de negar cualquier con-
tradicción entre antifascismo y revolución proletaria inmediata. Incluso
aquellos que no rechazaban el amplio frente antifascista en conjunto como
una traición innecesaria a la revolución (como hacía Trotsky, confundido
por su hostilidad hacia el Komintern estalinista, que era el principal de-
fensor de dicho frente) abogaron por su conversión en una insurrección en
el momento oportuno –1936 en Francia, 1944/45 en Francia e Italia– y la
reclamaron en España en 1936. (Hobsbawm, 2011: 279)
Debe decirse que esta posición errada de Trotsky contrasta con su acer-
tado llamado a la unidad entre el Partido Comunista y el Socialista alemán
en 1932 ante el avance del nazismo. Su advertencia fue, en ese entonces,
desoída por los comunistas, ya enrolados en las líneas estalinistas, quienes
abrigaban la sospecha de que la estrategia trotskista estuviese en sintonía con
ciertas acciones del propio imperialismo. Lo cierto es que una cosa era no
ver la necesidad de la unidad antifacista en 1932, y otra era no verla en 1942.
Los brutales extremos a los que llegaba la decisión del mundo capi-
talista de eliminar del mapa mundial a la URSS y la (en contrapartida),
necesariamente no menos brutal, decisión soviética de impedirlo y resistir
“cueste lo que cueste”, tomó cuerpo con el advenimiento del fascismo y la
ofensiva bélica nazi, finalmente derrotada en las batallas de Moscú, Sta-
lingrado, Kursk y la resistencia al sitio de Leningrado. Difícilmente en la
historia bélica de la humanidad se puedan encontrar ejemplos de ataques

116 | Mariano Ciafardini


tan atroces y resistencias tan heroicas por parte, no solo de las fuerzas mi-
litares de la defensa, sino de todo el cuerpo social asediado.
Para entender esto hay que comprender que el fascismo y el nazismo
son fenómenos que el propio capitalismo engendró como anticuerpo contra
el avance del comunismo. Y que la Segunda Guerra Mundial fue más que
una guerra inter-imperialista, como lo había sido claramente la primera,
una guerra contra la Unión Soviética y el comunismo, más allá de que en
la contienda terminaran de resolverse, definitivamente, cuestiones relacio-
nadas con la hegemonía de los EEUU en el mundo capitalista, su alianza
con Inglaterra y la subordinación de los capitalismos japonés y alemán a la
nueva estrategia imperialista mundial. Esta estrategia se desplegaría plena-
mente durante la Guerra Fría y el último período imperialista entre los 60 y
los 80, que culminó, precisamente, con la caída de la URSS.
La década de 1930 es la de la definitiva conformación de las formas
políticas paradigmáticas del capitalismo imperialista: La socialdemocracia
y el fascismo. El modelo de la socialdemocracia, particularmente en rela-
ción a sus programas de gobierno y económicos, va a ser principalmente
el del New Deal estadounidense, instalado sobre las estructuras políticas
de la socialdemocracia europea, construida sobre los caparazones vacíos
de ideología que había dejado el giro perverso de las socialdemocracias
inicialmente cuasi-marxistas.
El laborismo británico es un ejemplo paradigmático de todo ello y el
gran teórico de la economía imperialista es un liberal: Keynes. Por supues-
to este era el modelo para los países que iban ganando (e iban finalmente a
ganar) este enfrentamiento entre potencias imperialistas. Los que iban per-
diendo esta competencia por la hegemonía mundial recurrieron a lo que,
podría llamarse, una socialdemocracia terrorista: el fascismo. Pero ambas
formaciones políticas tiene muchos puntos en común, y el principal es que,
detrás de ellas, están los intereses del gran capital monopolista de la nación
imperialista que se trate.
Esta bifrontalidad la ejercitaba también el imperialismo en la políti-
ca internacional. Cada país imperialista tenía hacia los otros gran recelo
y, especialmente entre Alemania y la alianza EEUU-Inglaterra, había una
actitud de total hostilidad, ya que se estaba dirimiendo quién sería el país
imperialista hegemónico (en realidad esto ya se había decidido en la Pri-
mera Guerra Mundial pero la burguesía alemana renegaba de su papel de
segundona y soñaba con revertir la situación y pasar al frente, sobre todo

El sujeto histórico en la globalizacion | 117


cuando advirtió que los planes que le reservaban las otras potencias para
ella no era el de segundo lugar sino el de cuarto o quinto).
Paralelamente, a medida que iba pasando el tiempo y la Rusia Sovié-
tica no sólo no se derrumbaba sino que, cada vez más, acumulaba mayor
poderío y generaba un contagioso entusiasmo por todo el mundo con su re-
volución, todos estos países imperialistas fueron cerrando filas contra ella.
Esto generó una situación muy particular con el advenimiento del fas-
cismo y su llegada al poder en Alemania. Por un lado estaba la intención de
EEUU e Inglaterra de mantener a Alemania relegada en la distribución del
poder mundial, pero por otro el fascismo alemán (y en otros países de Euro-
pa) aparecía como una herramienta indispensable para acabar con las posi-
bilidades de la revolución comunista en Europa y hasta como un útil instru-
mento para fracturar la Revolución Rusa. Sobre todo, desde el punto de vista
norteamericano, que tenía muy poco que perder y mucho que ganar en una
nueva guerra, con escenarios de destrucción bien distantes de su territorio.
Por eso, la Segunda Guerra Mundial fue, como dice Hobsbawm, una
guerra internacional y civil al mismo tiempo. Internacional, desde el punto
de vista que fue una guerra entre naciones capitalistas que luchaban por su
predominio en el mercado mundial y por la nación soviética que luchaba
por defender su país y su revolución, que, para el caso, eran inseparables;
y, civil, en cuanto que en todos los países hubo un enfrentamiento entre
quienes estaban a favor y en contra del fascismo (Pettain-De Gaulle), por
un lado, y entre quienes estaban a favor y en contra del socialismo (maquis,
partisanos, fascistas franceses e italianos), por otro.
Es interesante en este sentido este párrafo de Hobsbawm:
Y había (especialmente en Inglaterra y Francia) además, al final de todo,
la duda acerca de si, en caso de que fuera imposible mantener el statu quo,
no era mejor el fascismo que la solución alternativa: la revolución social
y el bolchevismo. Si sólo hubiera existido la versión italiana del fascis-
mo, pocos políticos conservadores o moderados habrían vacilado. Incluso
Winston Churchill era pro italiano. (Hobsbawm, 1999: 161)
Todo ello dio lugar a la complejidad de las alianzas (internacionales y
nacionales) que además fueron cambiantes y se hicieron pedazos termina-
da la guerra.
La forma que adoptó la estrategia de protección de la URSS “tout
court” y la adecuación de las tácticas de los demás partidos comunistas
y obreros del mundo detrás de ese objetivo fue la política de los frentes

118 | Mariano Ciafardini


populares. Su difusor principal, fronteras afuera de la URSS, fue el búlgaro
Jorge Dimitrov, que había sido uno de los dirigentes de la fallida revolución
búlgara de 1923. Dimitrov se había ganado el reconocimiento, en el campo
revolucionario a partir de su famosa autodefensa ante los tribunales nazis,
con la que consiguió su absolución. A partir de ahí se radicó definitivamente
en la URSS, siendo elegido secretario general de la Komintern en 1934.
Con las victorias de la URSS, bajo comando estalinista, a partir de
1942 la preocupación en las potencias occidentales en relación al aumento
del poderío internacional comunista empieza a crecer y la preocupación
por la contención del nazismo se va trasladando hacia la preocupación por
avanzar más rápidamente que la URSS, particularmente en el terreno euro-
peo. En lo que sería un adelanto de la batalla ideológica y propagandística
de la guerra fría, las usina de propaganda empiezan a difundir la idea del
peligro comunista, aun antes de finalizada la guerra, y cuando el peligro
nazi no había desparecido todavía en el frente oriental. Es por esto que, en
el año 43, Stalin propone la disolución de la Internacional: “La disolución
de la Internacional Comunista es sabia y oportuna (…) porque deja en
evidencia la demagogia de los hitlerianos que afirman que Moscú trata de
inmiscuirse en la vida de otras naciones para bolchevizarlas (…). Ahora
hemos puesto fin a esa calumnia”. (Hobsbawm, 1999: 33)
Faltaban dos años todavía para la finalización de la guerra y para el
“descubrimiento” de la dimensión exacta de los horrores del nazismo. La
prédica nazi era todavía la de una potencia que aún luchaba, como los
otros, por el dominio del mundo o, al menos, por la posibilidad de compar-
tir este domino con otros países capitalistas, en igualdad de condiciones.
Para la defensa de la URSS era imprescindible que los aliados mantuvieran
y aumentaran sus energías en la derrota de Hitler. Es decir, que la primacía
de la protección de la URSS estaba plenamente vigente y la necesidad de
aceptar la “tregua” con el capital que estuviera dispuesto, a su vez, a respe-
tar la autonomía del país comunista, cobraba una total actualidad.
Al finalizar la guerra, se presenta una situación geopolítica mundial ex-
cepcional, sin precedentes en la historia moderna. Un país comunista, que
había inaugurado, por primera vez en la historia humana, un tipo de orga-
nización social sin propiedad o el apoderamiento privado de los principales
medios de producción, había logrado mantener este status político hacía ya
casi 30 años, y soportado la más grande agresión bélica de todos los tiempos
a nación alguna. Ese país salía victorioso de la contienda y lograba imponer,
o ayudar a imponer, el mismo sistema a una serie de países limítrofes, que

El sujeto histórico en la globalizacion | 119


eran, antes, parte de la Europa capitalista, entre ellos la mitad de la nación
alemana. Consolidaba además sus fronteras orientales, la más extensa de
las cuales la compartía con China, inmenso y populosísimo país en el que
se desarrollaba, a su vez, un impetuoso avance de otro movimiento revolu-
cionario comunista.
Frente a todo ello, y como contrapartida, la URSS estaba devastada,
y su aparato productivo, contando principalmente el factor humano, es-
taba prácticamente destruido. Ningún otro colectivo humano en toda la
historia de la humanidad sufrió, nunca antes, tamaña pérdida de vidas y
destrucción material (ni siquiera la derrotada Alemania), y tampoco ningún
otro se recompuso tanto y tan rápidamente. Esto debería hacer reflexionar
más sobre el significado del “experimento” soviético y sus potencialidades
cualitativamente diferentes de todo otro proceso humano en la historia. El
proceso de la Revolución Rusa y la construcción de la Unión Soviética
torció (al menos momentáneamente) el rumbo que seguía la humanidad
desde hacía milenios, al hacer posible la construcción y la reconstrucción
de un extensísimo país habitado por cientos de millones, con un patrón de
redistribución de riqueza sustancialmente más igualitario que aquél en el
que se habían basado, y se seguían basando, todos los regímenes político
económicos desde la existencia de las sociedades organizadas en formas de
estados. Y lo logró aislada y asediada por un entorno mundial de ese tipo
de regímenes que la hostigó sin reparar en gastos, esfuerzos y medios dis-
ponibles. Más allá de los errores cometidos en este proceso, que en muchos
casos aumentaron los costos que le infligía el asedio externo e interno, del
desgaste final, producto, en definitiva, de la inviabilidad de un régimen de
esas características, en forma aislada, en un mundo que no acompaña, y de
la consecuente decadencia burocrática que llevó a su implosión, la expe-
riencia de la URSS ha dejado impreso en el imaginario colectivo mundial,
en forma irreversible, la idea de que un mundo sin explotación del hombre
por el hombre es posible en términos reales y no una mera utopía.
La otra potencia vencedora, EEUU, era el paradigma del capitalismo y,
a diferencia de lo sucedido en la URSS, su economía se había potenciado
inmensamente durante la guerra, dejando definitivamente atrás los efectos de
la gran crisis de los años 30. Esta potencia había puesto bajo su protección
a Europa Occidental y al Japón y había incorporado a su inmenso poderío
militar la bomba atómica, cosa que, por el momento, era la única poseedora.
Esta situación de empate precario a nivel del tablero mundial impuso al
movimiento obrero mundial la continuidad de la estrategia de consolidación

120 | Mariano Ciafardini


del socialismo en los espacios ganados (centralmente la URSS y ahora los
países socialistas del este europeo), como objetivo principal, sin posponer
la lucha contra el capitalismo en el resto del mundo, pero de forma de no
llevar a la URSS a una situación de tener que enfrentar otro conflicto bélico
de gran escala, al menos en el corto plazo. Esto complicó, sustancialmente,
la posición política de los comunistas en los países de Europa Occidental y
Japón, en la medida que eran estos territorios sobre los que el imperialismo
ponía la mayor atención y el mayor cuidado, frente al avance ideológico
del comunismo.
Esta situación de equilibrio precario y la necesidad de poner todos los
esfuerzos en la reconstrucción del país y los territorios agregados al mundo
del socialismo real, hizo que la conducción de la URSS tuviera que hacer
un difícil equilibrio frente a situaciones de especial tensión en la inmediata
posguerra. La primera situación que se presentó fue la del desarrollo de la
Revolución China, en 1949; luego, la guerra de Corea, en 1950; y, final-
mente, las tensiones con la política adoptada por el gobierno de Yugoslavia
bajo el liderazgo de Tito.
De todos modos las luchas obreras en el resto del mundo alentadas por
el triunfo contra el fascismo, comenzaron a desarrollarse con nuevo ímpetu
y con dispares resultados.
Aquí vale la pena detenerse en una reflexión sobre la revolución de
octubre. Como dice Zizek, siguiendo a Badiou, la Revolución de Octu-
bre es un verdadero “acontecimiento”, en el sentido de un acontecer de
la verdad y esto hay que defenderlo ante los izquierdistas “tontos” y los
derechistas “pícaros”. Y todo acontecimiento verdadero es negado de tres
formas: por su negación pura, su copia fraudulenta perversa y su sacraliza-
ción metafísica. Según Zizek, con quien coincidimos en esto, la primera de
las negaciones (traiciones) al acontecimiento verdadero de la Revolución
Rusa de 1917 fue la de la socialdemocracia que trató de restarle importan-
cia (solo una perturbación, justificada pero exagerada en la reacción); la
segunda, la falaz escenificación fascista nacional-socialista; y la tercera,
el estalinismo. Sin embargo, creemos que esta última forma de negación
debe aclararse, ya que no lo hace Zizek (2001). Ella no fue llevada a cabo
por Stalin ni sus partidarios, que en ningún momento plantearon que esa
era la forma final del proceso revolucionario ni ha sido planteada por nin-
guna teoría desde la izquierda, ya que tampoco los partidos comunistas (a
quienes puede sospecharse de pro estalinistas) afirmaron nunca que ese era
el modelo definitivo del comunismo o del socialismo, sino un momento

El sujeto histórico en la globalizacion | 121


importantísimo y necesario, pero siempre temporal. Los que se encargaron
de afirmar la forma del estalinismo como pretendido paradigma definitivo
del socialismo (y hacer creer falsamente que eso era lo que establecía el
marxismo “ortodoxo” y lo que pensaban los comunistas) fueron la derecha
conservadora a través de sus medios y su propaganda y del juego que, en
este sentido le hicieron y le siguen haciendo, los grupos de ultraizquierda,
trotskistas, maoístas y posmodernistas, actualmente. Es decir, que los tres
grandes vilipendiadores del gran acontecimiento político del siglo XX fue-
ron la socialdemocracia como negación hipócrita desde el discurso políti-
co liberal, el fascismo como negación por perversión y los conservadores
como negadores a través de la crítica mentirosa y confusa del máximo
producto de la revolución que fue la supervivencia durante 70 años de un
proyecto político alternativo real (aunque estuviera destinado a agotarse).

La caída del neocolonialismo y las luchas


de la clase obrera en los distintos países

Simultáneamente se iniciaron las luchas contra los restos del neocolo-


nialismo que había subsistido a la crisis del 29 y a la guerra en las zonas
más subdesarrolladas de Asia y África.
El derrumbe del mundo neocolonial, constituido principalmente por
colonias de Inglaterra y Francia en primer término y luego por las de Ho-
landa y Portugal, se produjo a raíz del debilitamiento ostensible en que
quedaron estas dos primeras potencias después de la conflagración. Así
la independencia de la India se consolidó en 1947 y la de los protectora-
dos franceses Siria y Líbano en 1945, también la Indonesia holandesa se
independizó en 1948. La mayoría de los gobiernos que surgidos de estos
procesos independentistas, con algunas deshonrosas excepciones, mostra-
ron fuertes rasgos de nacionalismo y antiimperialismo. Hubo casos para-
digmáticos como el Egipto de Gamal Abdel Nasser y la revolución de los
oficiales libres en 1952, que terminó siendo un aliado de la URSS y el de la
colonia francesa de Vietnam que, con Ho Chi Min al frente de un gobierno
comunista, derrotó primero a los franceses y luego a los propios EEUU,
con la ayuda de la URSS y China. No pueden caber dudas que la existencia
y fortalecimiento en ese momento de la URSS, el nuevo campo de países
socialistas en el este europeo y el surgimiento y desarrollo de la Revolu-
ción China tuvieron una influencia imprescindible, tanto en las voluntades

122 | Mariano Ciafardini


independentistas, como en los rumbos antiimperialistas de estas nuevas
naciones. Lo mismo sucedió con las colonias africanas. Ello fue más claro
aún en las décadas de los años 60 y 70 con el derrumbe del imperio neoco-
lonial portugués.
La vinculación de las luchas obreras contra la fuerza del capital y de los
movimientos populares por la liberación nacional con la política externa
de la URSS no quedó nunca formalizada en términos expresos, principal-
mente en el primer caso, pero, sin duda, las tres acciones (países socialis-
tas-movimientos de liberación nacional-lucha de la clase obrera mundial)
tenían entre sí una sinergia particular y, de algún modo u otro, unas condi-
cionaban a las otras, dentro de lo que debe considerarse, de allí en más, la
estrategia mundial del sujeto revolucionario en la lucha de clases, hasta
el final del imperialismo.

Los años dorados del imperialismo

La Segunda Guerra Mundial forma parte del mismo período histórico


del imperialismo que los llamados “años dorados”; es decir, el boom del
nivel de vida norteamericano de la posguerra hasta mediados de los años
60. Todo ello constituye este segundo período del imperialismo, caracte-
rizado por el impresionante desarrollo industrial de los EEUU durante los
años de la guerra, y de Europa Occidental y los EEUU durante los años 50.
En política internacional esa época se conoció como (primera) guerra fría.
Fuera de los dos bloques, capitalista y socialista, los hechos de relevan-
cia favorables al bloque socialista fueron los siguientes: la consumación de
la Revolución China, en 1949; la adquisición de la tecnología nuclear por
parte de la Unión Soviética, cuatro años después de EE UU, en ese mismo
año; y su impresionante desarrollo científico e industrial, que le permitió po-
ner en órbita espacial, por primera vez, a un ser vivo, la perra Laika, en 1957,
y, también por primera vez, a un ser humano, el astronauta Yuri Gagarin,
en 1961. Para el bloque occidental las buenas noticias fueron muchas: el
impresionante desarrollo industrial y comercial de los EEUU; el gran de-
sarrollo de Europa Occidental, con el Plan Marshall, que se convirtió en un
mecanismo de obturación de las aspiraciones de los partidos comunistas de
llegar al poder por la vía electoral; y la contención del intento del gobierno
revolucionario de Corea del Norte de hacerse con el poder en todo el país,

El sujeto histórico en la globalizacion | 123


logrando mantener dividida a Corea en dos países, con el límite en el parale-
lo 38, y, el que, tal vez, pueda considerarse el mayor logro, teniendo en cuen-
ta las potencialidades revolucionarias que se podrían haber desatado, cual es
el de haber logrado mantener, a lo que luego se llamaría el tercer mundo, en
una situación de estabilidad política, si bien no absolutamente pronorteame-
ricana, por lo menos sí neutral, o no formando parte del bloque comunista.
Es importante ver con claridad cuál fue la situación del desarrollo de
las fuerzas productivas para poder realizar a partir de allí un análisis po-
lítico correcto de la correlación de fuerzas y las posibilidades reales de la
expansión revolucionaria en el período.
Dice Hobsbawm, refiriéndose al período de posguerra, que
Para los Estados Unidos, que dominaron la economía mundial tras el fin
de la Segunda Guerra Mundial, no fue tan revolucionario, sino que, ape-
nas supuso la prolongación de la expansión de los años de la guerra, que,
como ya hemos visto, fueron de una benevolencia excepcional, para con
el país; no sufrieron daño alguno, su PNB aumentó en dos tercios (…).
Y acabaron la guerra con casi dos tercios de la producción industrial del
mundo.
(…)
Resulta ahora evidente que la edad de oro correspondió básicamente a los
países capitalistas desarrollados, que, a lo largo de esa época representa-
ban alrededor de tres cuartas partes de la producción mundial y más del
80 por ciento de las exportaciones de productos elaborados (…) en los
años sesenta se hizo evidente que era el capitalismo, más que el socialis-
mo, el que se estaba abriendo camino. (Hobsbawm, 1998: 261-262)
En este impresionante desarrollo industrial y comercial, es donde hay
que buscar la clave de la relativa estabilidad y apaciguamiento del movi-
miento obrero y los sectores populares, no sólo de los países capitalistas
desarrollados incluido Japón, sino del mundo subdesarrollado, donde el
derrame industrialista alcanzó para absorber y contener a las grandes ma-
sas campesinas, afluentes de los interiores profundos de esos países, au-
mentadas por la explosión demográfica, a partir de los años 40.
Recién a finales de este periodo (1955), se constituye, en la conferencia
de Bandung, el movimiento de los no alineados, que, a más de su hetero-
geneidad y la tibieza y generalidad de sus planteos iniciales, podía llegar
a servir para destruir los restos de neocolonialismo y garantizar la neutra-
lidad, pero, de ninguna manera, inclinaba la balanza del poder mundial a
favor de la URSS o del campo socialista.

124 | Mariano Ciafardini


¿Qué sucedía mientras tanto en el bloque socialista?

Nuevamente Hobsbawm es quien mejor describe esta situación:


Los motivos fundamentales de separación de los dos “campos” eran sin
duda políticos. Como hemos visto después de la revolución de octubre la
Rusia soviética veía en el capitalismo al enemigo que había que derrocar
lo antes posible mediante la revolución universal. Pero la revolución no
se produjo y la Rusia de los soviets quedó aislada, rodeada por el mundo
capitalista, muchos de cuyos gobiernos más poderosos deseaban impedir
la consolidación de ese centro mundial de la subversión y eliminarlo
lo antes posible. El mero hecho de que la URSS no obtuviera recono-
cimiento diplomático de su existencia por parte de los Estados Unidos
hasta 1933, demuestra su condición inicial al margen de la ley. Además,
incluso cuando Lenin, siempre realista, estuvo dispuesto, y hasta ansioso
para hacer las mayores concesiones imaginables a los inversores extran-
jeros, a cambio de su contribución al desarrollo económico de Rusia, se
encontró con que nadie aceptaba su oferta. Así pues la joven URSS se vio
obligada emprender un desarrollo autárquico, prácticamente aislada del
resto de la economía mundial. (Hobsbawm, 1998: 374)
Tal aislamiento, para lo único que parece haberle servido económica-
mente, fue para evitar las consecuencias de la crisis del 29. Fuera de esto
sigue Hobsbawm:
(…) su existencia formó un sub-universo autónomo y en gran medida
autosuficiente política y económicamente. Sus relaciones con el resto de
la economía mundial, capitalista o dominada por el capitalismo de los
países desarrollados, eran muy escasas. Incluso en el momento culmi-
nante de la expansión del comercio mundial, de la edad de oro, sólo alre-
dedor de un 4 por 100 de las exportaciones de las economías de mercado
desarrolladas iban a parar a las “economías planificadas”. (Hobsbawm,
1998: 375)
En estas condiciones se desarrolló, paralelamente, otro proceso revolu-
cionario, de peso mundial, que agregaba inmenso territorio y población al
campo socialista real en la milenaria tierra de los mandarines.
El proceso revolucionario chino tuvo características muy diferentes
de las del ruso. La primer gran diferencia, que no debe soslayarse nunca,
es la de que, cuando se desatan con mayor vigor las fuerzas revolucio-
narias en China y llegan finalmente a la toma del poder, en 1949, la Re-
volución Rusa ya se había hecho hacía tiempo, se había consolidado, se
había desarrollado y servía de importantísima cobertura para cualquier

El sujeto histórico en la globalizacion | 125


proceso revolucionario que se generase en el mundo. Es decir, hay una
Revolución Rusa que es madre y otras revoluciones, entre ellas la china,
que son hijas.
La segunda gran diferencia es el proceso histórico de dos pueblos
distintos. La Rusia zarista imperial había sido una potencia soberbia, que
discutía el poder con las potencias occidentales, y que, a inicios del siglo
XIX, estaba desarrollando un importante proceso de industrialización (más
allá de ciertas situaciones humillantes particulares como la derrota en la
guerra ruso-japonesa y la que venía sufriendo a manos de los alemanes en
el frente oriental en la Primera Guerra Mundial, que fueron precisamente
elementos que coadyuvaron al levantamiento revolucionarios de 1917).
China venía de ser un altanero imperio milenario pero sometido, ya
secularmente, a la humillación por parte de occidente, situación que se
había agravado, desde hacía casi un siglo, a partir de la guerra del opio
(1840-1842), con pérdidas territoriales muchas de ellas limítrofes, a manos
de la propia Rusia, y situaciones que la habían transformado en una semi
colonia. En algunos aspectos se equiparaba a muchos países del luego lla-
mado tercer mundo.
Su desarrollo industrial era, comparativamente, casi insignificante, y
su burguesía muy poco desarrollada. El predominio demográfico y social
del elemento campesino era, a principios del siglo XX, se podría decir,
determinante, en términos sociales y políticos, lo que no fue, exactamente
así, en Rusia, a pesar del gran peso que jugó la masa campesina, tanto en la
revolución misma como en el proceso político posterior.
De este modo, la revolución burguesa de 1911, encabezada por Sun
Yat Sen, y proseguida, en 1919, por Chiang Kai Shek, no es comparable al
movimiento burgués que tuvo por líder a Kerensky en Rusia, no sólo por
la breve duración de éste, que, justamente, estuvo determinado por estas
diferencias, sino por dos circunstancias que van a ser las que irán determi-
nando la distancia creciente entre China y la URSS, a partir del momento
mismo de la asunción de Mao al poder total, en Tiananmen, el 1 de octubre
de 1949. Una circunstancia diferenciadora es el sentido nacionalista del
pueblo chino, por esta historia de humillaciones y, además, porque, al ser
China un territorio tan feudalizado, en la inevitable autonomización de los
mandarinazos, en los que se sustentó el imperio, a diferencia de la prác-
ticamente indiscutida centralización zarista sobre el territorio de Rusia, la
exaltación del sentimiento sinoista, de pertenencia a un único imperio, fue

126 | Mariano Ciafardini


siempre una herramienta también necesaria para conservar la integridad
del mismo. La otra circunstancia es que, a pesar de ser comparativamente
pequeña la burguesía china que encabezó la revolución, también era pe-
queña la clase obrera china, que se sumó, por lo que, esta burguesía, pudo
liderar a grandes sectores del campesinado, casi sin interferencias (el Par-
tido Comunista Chino se creó recién en 1921), lo que hizo posible su vic-
toria revolucionaria y su consolidación en el poder hasta la década del 30.
Esta burguesía, recién siente la presión de la organización de clase a
fines de la década de 1920 y, de allí, la brutal represión que Chian desata
contra los comunistas, precisamente, en el centro obrero más de desarro-
llado de Shangai, sobrepasando los límites de la “condición humana”. Ello
determina la “larga marcha” (en realidad la larga retirada) de los comunis-
tas hacia la norteña Yenan. La larga marcha fue el punto donde la revolu-
ción, inicialmente obrera, de Shangai se convierte en resistencia primero y,
luego, en inicio revolucionario campesino, liderado por Mao. Es decir que
cuando se abre un nuevo escenario, con la ocupación por parte del fascismo
japonés de gran parte de China, prolegómeno de la Segunda Guerra Mun-
dial, la alianza que realiza Mao con el burgués Kuomingtang de Chian, la
realiza al frente de un partido comunista que ya lideraba, en ese entonces,
un Ejército Popular Revolucionario predominantemente campesino.
Estas son las dos fuerzas que quedan enfrentadas cuando termina la
ocupación japonesa, con la derrota final nipona, en la Segunda Guerra
Mundial en 1945.
Es en ese momento en que la URSS intenta incorporar a la nueva China
dentro de la estrategia del movimiento comunista por ella liderado, propo-
niendo una forma de gobierno similar a las democracias populares, de fu-
siones de partidos, de los países del este europeo. Y es, precisamente aquí,
donde afloran las diferencias entre dos proceso revolucionarios, diferen-
cias que no eran más que la evidencia de la debilidad y la falta de condicio-
nes objetivas internacionales favorables para el triunfo de una revolución
socialista-comunista mundial. Ello era imposible de ver en ese entonces,
pero se puede advertir ahora en la perspectiva histórica. En el mismo mo-
mento que el mundo alternativo revolucionario socialista real llegaba casi
a su máxima expresión demográfica y territorial, en términos formales,
afloraban las diferencias que evidenciaban la insuficiencia, intrínseca, de
las condiciones objetivas y subjetivas, para su plena realización mundial,
en esa época histórica.

El sujeto histórico en la globalizacion | 127


Mao, desoyendo el consejo de unidad, se lanza a la lucha contra el
Kuomingtang. Es, obviamente, aun así, apoyado por los soviéticos, y ven-
ce a Chian, que se retira a Taiwán.
En el primer momento de la revolución en el poder, la imperiosa e inevi-
table (debido al atraso general del país), tendencia industrialista, hace que el
proceso económico chino se recueste sobre la Unión Soviética. Son tiempos
de hermandad de los dos partidos, el chino y el soviético. Con gran ayuda de
la URSS, China consiguió que las principales producciones agropecuarias
e industriales superaran los niveles máximos alcanzados antes de la guerra.
Con los efectos del extraordinario restablecimiento mostrado por la
economía y el control monetario financiero a partir de la creación del Ban-
co Popular de China se elaboró el primer plan quinquenal de inspiración
soviética para el período 1953-1957. Este plan arrojó resultados que tarda-
rían casi veinticinco años en volverse a lograr.
La estrategia de la primacía de salvaguarda de la URSS como prioridad
estratégica permanecerá (hasta su caída en 1989), aunque, a partir de los
años 60, el condicionamiento de las estrategias de los otros partidos y movi-
mientos revolucionarios a tal urgencia se hará cada vez más laxo o indirecto
ya que la propia fortaleza de la URSS, a la salida de la guerra, y, particular-
mente al calor de su impresionante reconstrucción acelerada, va ir dando,
cada vez más, amplio margen para el despliegue revolucionario, en el marco
de la entonces desatada guerra fría. Paradójicamente, mientras el podero-
so paraguas soviético amparaba, a su resguardo, el andamiento de procesos
revolucionarios, en todo el tercer mundo, y luchas obreras y sociales, en el
primero, su energía económica y política empieza a desgastarse y a sufrir
cada vez más desventajas técnicas y económicas, frente a un capitalismo
que, a partir de un período de declive y crisis, comenzaba el camino de su
última reconversión del industrialismo al financierismo, que se desplegará
totalmente en su última etapa ahora conocida como globalización.

Tercer imperialismo

El desarrollo de las fuerzas productivas, principalmente a partir de


los “años dorados”, le permitió al capitalismo disponer de ingentes masas
de dinero que pudieron ser prestadas a los países en desarrollo y termi-
narían generando la crisis de la deuda externa de los 80. Mientras tanto,
la gran maniobra financiera permitió el desarrollo de la competitividad

128 | Mariano Ciafardini


de las industrias de países como EEUU, pero principalmente Alemania
y Japón, generándose un mercado mundial de producción y consumo a
precios inaccesibles para la baja productividad de la industria y el campo
de la URSS y los países socialistas de Europa del Este.
Ello le permitió principalmente a los EEUU proseguir en una impre-
sionante inversión armamentística, que la URSS, obligada a no quedarse
atrás, pagó, en parte, con el retraso de la modernización de su parque in-
dustrial y del sistema de producción agraria.
En este mismo período, la inercia en el tercer mundo de la ola revolu-
cionaria, que se generó a partir de la derrota del nazismo, la recomposición
de la URSS y la revolución China, era impactante.
El período se inaugura con la Revolución Cubana de 1959 y sigue con
el inicio de la guerra de los EEUU contra la revolución vietnamita.
Es decir, que el comienzo de este nuevo período del imperialismo
coincide con el gobierno de Kennedy-Johnson que intenta infructuosa-
mente revertir la situación de estancamiento con un nuevo y tardío im-
pulso keynesiano.
La forma de acumulación del capital imperialista estaba lista para dar
una nueva vuelta de tuerca. Ya no se trataba de intentar reeditar el New
Deal, sino de poner más atención a cuestiones financieras y monetarias.
Esa vuelta de tuerca la va a dar Nixon a partir de 1971.
Es este entonces un período en el que, mientras la URSS comienza a
debilitarse, en comparación con el desarrollo capitalista, hay un auge de
lucha de masas contra el imperialismo y, finalmente, un ambiente cultural
contestatario contra toda forma de expresión del poder; lo segundo más en
las ciudades del primer mundo, lo primero más en los países del tercero.
Cuando muere Stalin, y Jruschov hace la crítica (en gran medida falaz)
de quien había sido el líder del proceso revolucionario más importante de
la historia de la humanidad, durante los años más complejos y difíciles del
mismo, se presenta, podríamos decir en forma figurada, la última oportuni-
dad para que se haga la “revolución en Alemania”.
Habíamos visto que el drama de la revolución comunista había sido el
que se haya visto confinada a un solo país, cuando su “naturaleza” era inter-
nacional. Esta era una malformación congénita sólo superable si ese destino
mundial, en algún momento, más temprano que tarde, se hubiera abierto
como posibilidad real. El tiempo pasó, la puerta no se abrió. La anexión

El sujeto histórico en la globalizacion | 129


al campo socialista de las repúblicas democráticas de Europa del Este no
tuvo ese alcance, ya que sus revoluciones habían sido producto más de la
desestructuración del poder burgués, a partir de la brutalidad de la guerra y
del fascismo y del acuerdo de reparto geopolítico de influencias en Yalta.
La URSS había dado muestra de la potencialidad del socialismo verda-
dero más allá de lo imaginable, pero la malformación de nacimiento seguía
sin encontrar su antídoto y el propio desarrollo de las fuerzas productivas
clamaban por la internacionalización de la economía socialista. Hubiera
sido necesario, entonces, que en los 60, o a más tardar en los 80, se hiciera
la revolución en alguno de los países capitalistas más desarrollados. Ya ni
siquiera hubiera sido suficiente en, la ahora pobre, Alemania, devastada
y dividida. Hubiera sido necesario, tal vez, en que EEUU, o toda Europa
Occidental y Japón, virasen al socialismo, para que la economía soviética
pudiera dar el salto a la globalización de la economía socialista mundial,
mandato que estaba en su ADN.
Pero esto no fue así. Es decir, que cuando nos preguntamos por qué,
después de tantos logros, comienza un declive en el sistema socialista so-
viético y, con él, en el de todos los países socialistas del mundo, no tenemos
que mirar tanto a URSS como al resto del mundo capitalista desarrollado,
en el que la clase obrera y los pueblos no pudieron, porque no estaban
dadas las condiciones, virar al socialismo real y acompañar el rumbo que
marcaba el país de la revolución de octubre.
Por otra parte, ya en ese estado de desarrollo de la economía y de la
tecnología, las economías nacionales, ya fueran comunistas o capitalistas,
estaban para globalizarse o morir. La cuestión era en qué claves se iba a
hacer la globalización y eso no dependía fundamentalmente de la URSS.
El tiempo develó la incógnita.
Tampoco para el sistema mundial dominante iba a ser fácil pasar de un
período a otro. Justamente el salto de período histórico es el producto de la
necesidad de sortear dificultades emergentes.
Después de los años dorados la economía capitalista entra en una ten-
dencia al amesetamiento. Y, como se sabe, en el movimiento social todo
lo que no avanza retrocede, o al menos empieza a generar consecuencias
desagradables y disfuncionales.
Se debe afirmar que la estrategia marxista del siglo XX dio sus frutos
(posibles en ese contexto). La URSS resistió a todos los asedios internos y

130 | Mariano Ciafardini


externos de entreguerras y al ataque furibundo del nazismo, se repuso de
una situación de “tierra arrasada” y se transformó en una potencia mun-
dial (no sólo en el aspecto bélico) de una manera que sólo es explicable a
partir del sistema económico político que la constituía y, a partir de todo
ello, se abrieron los espacios políticos para la generación de revoluciones
comunistas como las china, coreana, vietnamita, cubana, camboyana, los
proceso anticoloniales y de liberación de Egipto, Etiopia, Angola, Congo,
las luchas de los movimientos sociales, la experiencia del socialismo en
Chile y la posibilidad de existencia e influencia política de los partidos
comunistas, y de muchos movimientos de izquierda, en todo el mundo.
Ninguno de todos estos procesos y fenómenos políticos hubiera sido
posible o, de serlo, hubiera tenido el alcance que tuvo sin la existencia de
la URSS como potencia vencedora del nazismo y altamente competitiva,
en la posguerra, en términos económicos y políticos relativos, con respecto
a los EEUU y sus aliados. Esto demuestra que la estrategia central de la
lucha real del movimiento obrero contra el capitalismo pasó, durante la
etapa del imperialismo, por la Revolución Rusa y sus sostenimiento inicial
(primer período), la centralidad de la URSS y la articulación de las luchas
obreras del mundo con su sustentabilidad (segundo período), y un esfuerzo
excepcional, aunque insuficiente para sacar a la URSS de su aislamiento
internacional, como necesidad vital para todo el movimiento revoluciona-
rio, esfuerzo que, pese a sus logros, fracasó en su intento central y terminó
con la caída de la URSS en 1989, con lo que se modificó sustancialmente
el mapa político mundial.
La paradoja soviética tuvo un punto de inflexión en los años 1956-1957
en los que coexistieron el lanzamiento del Sputnik, primer satélite artificial
de la historia y el discurso contra el culto a la personalidad y la crítica a
Stalin. Los términos eran contradictorios. El Sputnik (que era además la
demostración práctica de que la URSS podía alcanzar con proyectiles cual-
quier parte del mundo) hablaba del progreso extraordinario de la primera
sociedad comunista sustentable del mundo y el discurso criticaba a quien
había sido su principal arquitecto. En realidad, se trataba del momento cul-
minante de un desarrollo que proseguiría, pero cada vez con más lentitud,
porque ya había alcanzado sus límites. Esos límites estaban precisamente
en la insuficiente capacidad de la clase obrera mundial para acompañar a la
URSS, con revoluciones en los países capitalistas desarrollados. Con ello,
los movimientos revolucionarios que incorporaron, de allí en más, territo-
rios al campo socialista, incluidos los de los países del este de Europa no

El sujeto histórico en la globalizacion | 131


fueron, en términos económicos, un aporte al desarrollo soviético, sino,
más bien, un lastre a su economía. Este punto de culminación, con todo el
esplendor pero con un futuro incierto por delante, es lo que expresaba esta
contradicción, en los hechos entre el discurso y el satélite.
Uno de los que intuyó tal vez con mayor perspicacia esta situación fue
Mao Tse Tung.
En el mismo momento en que se sella el acuerdo que lleva al comu-
nismo del siglo XX a su máxima expresión, es decir en el encuentro entre
Mao y Stalin, a poco de la Revolución China en 1949, se advierten ya
las primeras diferencias entre estos líderes, que serán el comienzo de un
camino de alejamiento, a partir de los distintos enfoques de cada proceso
revolucionario. Ello, a su vez, será uno de los síntomas más evidentes de
la falta de correlación de fuerzas favorables, a nivel estratégico global, del
movimiento comunista internacional frente al sistema capitalista. El invo-
lucramiento de China, en forma directa (a diferencia del apoyo logístico
que brindó la URSS a Corea del Norte), un involucramiento que costó la
vida a un millón de chinos, entre ellos el primogénito de Mao, también fue
visto por la dirigencia China como un acuerdo desigual entre las dos “gran-
des hermanas comunistas”, como ellos consideraban esa alianza. Pero fue
en 1965, con lo inicios de la “Revolución Cultural”, cuando Mao, ante la
presencia del periodista norteamericano Edgar Snow, hace los primeros
comentarios que denotan cierta intención de iniciar un aflojamiento de la
tensión de las relaciones entre EEUU y China. Esta nueva visión que exte-
riorizaba Mao, además de las implicancias diplomáticas que tenía, implica-
ba inevitablemente la exteriorización formal de un punto de vista antagóni-
co a la estrategia de la revolución mundial que se venía estableciendo bajo
–y desde– el paraguas soviético. Aquella pretensión, de no ser hija sino
hermana de la Revolución de Octubre, que sostenían los chinos respecto
de su revolución, planteaba ya el inicio de un debate sobre la forma de
ganar la batalla contra el capitalismo. A partir de allí, las consideraciones
de la política exterior china hacia la URSS fueron del tipo geopolítico y
con acento en los diferendos limítrofes más que como socios de un único
emprendimiento.
En plena revolución cultural el término “revisionista” se puso de moda
en China, y fue el epíteto que pronosticó la caída política, y a veces la pri-
sión y aun la perdida de la vida, de muchos altos dirigentes, incluso de los
pioneros de la larga marcha, insospechables de traición alguna, como Deng
Xiapong, Lui Shoqui y Peng Dehuai. La terminología fue usada también

132 | Mariano Ciafardini


en las relaciones exteriores, y el título de “revisionistas soviéticos” fue
el que mereció la URSS, que ya empezó a ser comparada como amenaza
similar a la de los EEUU.
En este contexto se sucede la histórica visita de Nixon a Mao, articula-
da por Zhou en Lai y Kissinger.
Este encuentro, de dos antagonistas de clase, en el medio de la gue-
rra fría, tiene una única explicación posible en términos del materialismo
histórico: es el acercamiento de dos procesos históricos que atraviesan un
momento de decadencia.
El capitalismo en su forma imperialista estaba llegando a su fin. Se
encontraba, desde la liberación del dólar y del respaldo en el oro, en su
último período, en el que las fuerzas industriales se sostenían cada vez más
en la valorización financiera de sus activos. El mundo del trabajo capitalis-
ta estaba en una crisis cultural, como consecuencia de esta transfiguración
económica, y las contradicciones entre el complejo militar industrial y el
capitalismo aperturista norteamericanos llegaban a su clímax. En Esta-
dos Unidos habían asesinado a John Kennedy, a Bob Kennedy y a Martin
Luther King; había fracasado en la invasión a Cuba en Bahía de Cochinos;
se estaba perdiendo la guerra de Vietnam; Nixon sería el primer presidente
echado por corrupción; y Ford y Carter estarían al frente de dos gestiones
lamentables en términos de las pretensiones hegemónicas norteamerica-
nas. Esta debilidad permitía el avance de la izquierda en Europa y, sobre
todo, en el tercer mundo, que, además, venía de un proceso profundo de
descolonización. ¿Pero entonces China se acercaba a EEUU y se distan-
ciaba de la URSS cuando se estaba por producir la revolución mundial?
En realidad la URSS estaba en un momento extraño y paradojal. Mien-
tras había podido recuperarse de la devastación de la guerra, como sólo
podría haberlo hecho una sociedad socialista y, con ello, había demostra-
do la superioridad de un sistema sobre el otro, había un escollo que ya
no podía sortear: el de existir tanto tiempo en un mundo cuya parte más
desarrollada, en términos de fuerzas productivas, era capitalista. Esto no
lo podía resistir ya más la URSS, ni China, ni ningún país socialista. Lo
que sucedía en el tercer mundo, particularmente en todos aquellos lugares
donde recién se estaba levantando la ola revolucionaria, como Asia, África
y América Latina, principalmente, es que esto no era percibido, ya que
el mundo de los grandes países socialistas, principalmente la URSS, se
veía, por fuera, y en las apariencias internas, aún intacto. Era como esos

El sujeto histórico en la globalizacion | 133


carros de los parques de diversiones que se encuentran en lo más alto de
la cuesta, que es lo mismo que estar a punto de iniciar el descenso. Pero
lo cierto es que la crisis del capitalismo, que en realidad era crisis de la
etapa imperialista productivista, estaba golpeando e iba a golpear aun más,
al mundo socialista real, basado en lo económico y en sus relaciones eco-
nómica internacionales, precisamente en una perspectiva industrialista de
tipo fordista y keynessiana, con el modelo de los estados benefactores,
propia de la etapa del capital en la que había nacido. De este modo, el
mundo socialista también estaba en decadencia y, como ya dijimos, una
de las expresiones más crudas de esta decadencia era la imposibilidad del
entendimiento y la estrategia conjunta de China y la URSS, cuando más
la necesitaban. La URSS, como no podía ser de otra manera, era la que
más comprendía esta situación (de hecho, ella misma estaba empeñada en
la detente armamentista desde finalizada la guerra mundial) y la que más
paciencia tuvo en tratar de evitar la ruptura. El oportunismo internacional
de una China sumida internamente en la Revolución Cultural; es decir, el
marasmo ideológico, dio como resultado la reactualización de las estrate-
gias del viejo imperio del medio, al más puro estilo westfaliano. De este
modo la situación desembocó en el patético escenario (más para China que
para la URSS) del régimen de Pol Pot en Camboya, en 1976, la invasión
de Camboya por parte de Vietnam, en 1978, y la invasión de Vietnam por
parte de China en 1979.
En el momento de la invasión China a Vietnam ya estaba Deng rehabi-
litado y en el poder y la ruptura con la URSS era total. Ambos países, por
otra parte, enfrentaban tremendos desafíos económicos sin que estuviera
demasiado en claro cómo iban a hacer para resolverlo, tanto separados
como hipotéticamente juntos.
Mientras todo esto acontecía en el silencio y la soterraneidad que les es
propia, comparada con el bullicio superestructural, las fuerzas productivas
de la humanidad lograban, particularmente en los ámbitos de desarrollo
capitalista más concentrado, un avance sorprendente en lo más sofisticado
de la revolución tecnológica aplicada a la organización empresarial, en las
comunicaciones “on line” y en el transporte de cargas.
El Japón había tenido una impresionante performance de desarrollo
en los 70 aplicando la línea de montaje, pero luchando siempre contra la
“debilidad” japonesa productiva principal, la falta de espacio y de materias
primas, que impactaban fundamentalmente en la posibilidad de generar
stocks importantes. El desarrollo exponencial de la producción hizo que

134 | Mariano Ciafardini


los japoneses hicieran de esta necesidad una virtud, y es allí entonces, don-
de se desarrollan las técnicas de la producción “toyotista”, que reemplaza
al fordismo y, más aun, la fabricación de partes y piezas en forma indepen-
diente de las líneas de ensamblaje (“outsorcing”) y la confluencia de com-
ponentes al ensamblaje en el momento de su producción sin inventarios
intermedios (“just in time”). Con ello el transporte y la distribución pasan
a ser parte de la función de la producción, englobados en una logística
que no puede fallar. Para que estos sistemas pudiesen funcionar desarrolla-
ron el concepto de mejoramiento continuo (“Total Quality Management”).
Ello hubiera sido imposible sin el aporte de la informática y la robótica
desarrolladas, pioneramente, desde los 60 y 70, en el Silicon Valley de San
Francisco, con epicentro en la ciudad de San José. La escala no debía so-
portarse ya tanto en el stock, sino en el abastecimiento de materias primas
y en la distribución en mercados globales, lo que se logró desarrollando la
industria naval de los super-cargueros y la “revolución de los containers”.
Todo ello llevó al hecho económicamente revolucionario de que no impor-
tara ya tanto en el costo la radicación de la empresa y su proximidad con
el mercado. Las empresas, en términos capitalistas, convenía instalarlas
donde la mano de obra reuniera las siguientes condiciones combinadas:
más bajos salarios, mejor cualificación, mayor orden político social. Y ello
cambió el mapa geopolítico de la producción y el comercio mundial.
Esto implicaba que gran cantidad del parque industrial de los países de-
sarrollados se trasladaría a tierras lejanas (se empezó con Taiwan, se siguió
con Corea del Sur y se terminó con China, Vietnam, Malasia, India, etc.).
Pero ello implicaba que los principales mercados mundiales de consumo,
que eran precisamente la población de aquellos países más desarrollados,
debían evitar la recesión que implicaría la pérdida de puestos de trabajo y
la disminución de las exportaciones. El gran solucionador de la paradoja
fue el sistema financiero, que pasó, poco a poco, a una escala que lo trans-
formó en el determinante de toda la economía (y la política) mundial.
Esto salvó al capitalismo, que se reinventó en su nueva (y última) eta-
pa, y puso a los países socialistas en una encrucijada: o se adecuaban a
las nuevas circunstancias (para lo cual debían darse determinadas condi-
ciones), o resistían dentro de sus ya viejos esquemas (opción solo posible
para países chicos y muy cohesionados ideológica y socialmente) o caían
en forma desordenada en los esquemas capitalistas neoliberales. China y
Vietnam se pudieron adaptar; Cuba y Corea del Norte pudieron subsistir;
la URSS y los países socialistas del este europeo, cayeron.

El sujeto histórico en la globalizacion | 135


Resulta muy significativo el hecho de que en 1989, cuando todo el
sistema soviético se derrumbaba, Gorvachov estaba de visita, totalmente
reconciliatoria, en China. Esta vez solicitando, y no ofreciendo, ayuda y
Deng, quien lo recibía ya, ahora, amistosamente y muy preocupado por el
destino de China y de todo el socialismo, estuviera jaqueado por los inci-
dente de la plaza de Tiananmen, que se producían justo en ese momento.

136 | Mariano Ciafardini


Capítulo 7

El sujeto revolucionario
en la globalización
Como adelantáramos, al calor del desarrollo científico técnico, que ha-
bía venido produciéndose en el capitalismo, sobre todo a partir de las tec-
nologías informáticas y de la comunicación, se da el gran salto cualitativo
de la etapa capitalista imperialista a la etapa capitalista de la globalización.
Esta nueva etapa no va a tener ya como base el industrialismo, sino la renta
financiera, posible en escalas inimaginables a partir de las nuevas tecno-
logías de comunicación y transporte que permiten rediseñar la producción
y el comercio a escala mundial de acuerdo a la conveniencia de los flujos
financieros y bursátiles globales.
La globalización, como tercera fase de la modernidad capitalista, es un
proceso que trastocó sustancialmente las estructuras objetivas y subjetivas
de la fase anterior –el imperialismo– tanto como éste había trastocado las
de la primera; es decir, las del capitalismo inicial (de libre competencia o
“salvaje”).
Así como el monopolio imperialista productivista negó dialécticamen-
te (dentro de la unidad del mismo modo de producción) la forma paradig-
máticamente mercantil de acumulación de libre competencia, el financie-
rismo de la globalización aparece como la negación de la negación.
A partir de la década de los setenta, la baja de la tasa general de ganan-
cia industrial, sobre todo en los Estados Unidos, acentúa la tendencia
del capital a moverse de las formas productiva y mercantil a la forma
dineraria, y conduce a la acumulación de una inmensa masa de dinero
sin capacidad de encontrar salida en la esfera de la producción de bienes
y servicios. La capacidad productiva potencial sobrepasa con creces la
capacidad de absorción del mercado. Con la aceleración de la circulación
monetaria, la expansión desmedida del crédito destinado a funciones im-
productivas, la proliferación de acciones, obligaciones y toda clase de
valores falsos, la interconexión transnacional de las bolsas como medio
de concentración del capital y el crecimiento incesante de la deuda de
los estados y de sus déficits económicos –en especial, del propio estado

El sujeto histórico en la globalizacion | 137


norteamericano–, se crean las condiciones para una transformación de-
finitiva de la relación histórica existente entre el proceso de producción
y la especulación financiera de manera que, en lo sucesivo, la suerte del
imperialismo quedaría ligada a la dominación del capital ficticio –simple
título para la reclamación de dinero– y a la presión asfixiante de este sobre
el capital productivo. La especulación se convierte en la forma dominante
de la reproducción del capital transnacional con su permanente amenaza
de derrumbe crediticio y de depresión, sus concomitantes fluctuaciones
desestabilizadoras de los precios de las materias primas y los productos
agrícolas e industriales, de las monedas, del nivel de vida de la población
y de la estabilidad política de los Estados. (Cervantes Martínez, et. al.,
2000: 185-186)
Una publicación que refiere con precisión y amplitud la dimensión y
calidad de estos cambios, al menos desde el punto de vista económico, es
El largo camino a la crisis de Enrique Arceo. A ella haremos especial refe-
rencia principalmente por dos razones: una porque es un autor de nuestro
medio y, en segundo lugar, porque Arceo expresa explícitamente, en con-
trario de la tesis que sostenemos, que no comparte la idea de que la globa-
lización sea una etapa distinta del imperialismo cuando en el contenido del
trabajo no hace más que demostrar que sí lo es.
Ya en la introducción, Arceo adelanta que
El presente trabajo procura analizar desde la óptica enunciada las trans-
formaciones experimentadas por la economía mundial desde mediados de
los años setenta y el conjunto de contradicciones que se expresan en la
actual crisis y en la paulatina desaparición de las condiciones que hicie-
ron posible el modo de acumulación dominante desde los años ochenta.
(Arceo, 2011: 20)
Explica que “los rasgos centrales de la nueva fase” se encuentran en
la naturaleza de la crisis que puso fin a la edad de oro y en la forma que
se adoptó para salir de allí, y que “el nuevo bloque de clases dominante”
impuso transformaciones en el centro y la periferia. Y agrega que
Finalmente tras el examen de los cambios estructurales en el centro y la
periferia, y de la conformación de una nueva división del trabajo en la que
juegan un rol estratégico empresas profundamente distintas a las multina-
cionales de los años setenta habrá de abordar el conjunto del movimiento
de la economía mundial. (Arceo, 2011: 20)
Es decir que, de entrada, da la pauta inequívoca de que se va a ocupar
de un cambio de época y de su contraste con la anterior.

138 | Mariano Ciafardini


En el primer capítulo, al hablar del nuevo modo de acumulación, Ar-
ceo explica que “El modo de acumulación en el nivel mundial ha estado
signado por el predominio del capital financiero y el sustento, en este, de la
expansión de la potencia hegemónica” (Arceo, 2011: 34), y que
(…) estos “errores” [de política monetaria] reflejan la firme hegemonía
ejercida por el capital financiero sobre el conjunto del bloque de clases
dominante, y la muy limitada autonomía del estado respecto a la fracción
hegemónica refleja una relación de fuerzas sociales en la que se asentó un
modo de acumulación en escala mundial conducido por el capital finan-
ciero. (Arceo, 2011: 39. Las cursivas son nuestras.)
Es decir, que la “nueva fase” tiene además un rasgo determinante en
cuanto al modo de acumulación, distinto a las etapas anteriores, y éste es la
hegemonía del capital financiero.
Al momento de abordar la forma específica en que el capital financiero
se impone al productivo, Arceo expone con gran claridad que
El objetivo es, en realidad, independizar en la mayor medida posible los
rendimientos de la propiedad, en tanto que título financiero, de la suerte
del capital productivo específico que ha dado origen al título y genera el
beneficio, y permitir así la máxima diversificación del riesgo. Esto supone
a su vez para el capital productivo la exigencia de adoptar una estrategia
centrada en la maximización de la tasa de ganancia en el corto plazo.
(Arceo, 2011: 98)
Y, más adelante:
En la empresa multinacional de los años setenta, el proceso de produc-
ción, distribución y venta del producto tiene lugar básicamente en cada
espacio nacional. El capital es extranjero, pero “el trabajador colectivo”
son los obreros locales, que permanecen insertos en sus organizaciones
sindicales, las que desarrollan sus reivindicaciones con independencia
del carácter nacional o extranjero del capital. En cambio, ahora el obrero
colectivo realiza un proceso de producción fragmentado, indistintos espa-
cios nacionales, lo cual dificulta su organización y capacidad de enfrenta-
miento con el capital trasnacional, y lo somete a la constante amenaza del
traslado de la inversión a otro país. (Arceo, 2011: 118)
Estos párrafos dejan ver con claridad que el capital productivo, aun de
las empresas transnacionales, está dominado por la “voluntad” del capital
financiero, que es el verdadero propietario de las mismas. Además Arceo
muestra cómo el margen de maniobra del capital y las empresas de las que es
propietario difiere radicalmente del de las “viejas” multinacionales de los 70.

El sujeto histórico en la globalizacion | 139


El Sujeto revolucionario hoy

Esto adquiere particular importancia a la hora de reflexionar sobre el


sujeto histórico en la globalización y sus estrategias de lucha.
En la época del imperialismo, el capital, en su movimiento industria-
lizador ascendente, tuvo el espacio político necesario para incorporar a su
proyecto a importantes sectores sociales de la mediana burguesía e incluso
de la llamada “aristocracia obrera”, en los países centrales, y de la gran
burguesía nacional, en los países dependientes. Con ello, se formaron blo-
ques hegemónicos que garantizaron la gobernabilidad del proyecto impe-
rialista a nivel mundial. La clase obrera, en términos marxistas, es decir el
sujeto histórico revolucionario, quedó constituido, entonces, por los pro-
yectos nacionales socialistas reales, cuyo pilar fundamental fue la URSS,
y por los movimientos populares que, en los casos de los países dependien-
tes, que habían tenido un incipiente desarrollo industrial, se constituyeron
en torno a la clase obrera industrial y, en los que no, se armaron en torno
a los sectores más avanzados de las burguesías urbanas y del campesina-
do. Esa fue “la clase” en la etapa del imperialismo que, en muchos casos,
coincidió con el obrero “genuino” de las grandes o pequeñas fábricas y
en otros casos no coincidió exactamente con él. Esta situación fue la que
hizo creer, erróneamente, a muchos marxistas de los países dependientes
o de los países imperialistas que el término “clase obrera”, en el sentido
del sujeto del materialismo histórico, se reducía, “naturalmente”, a los que
desempeñaban el oficio de trabajador fabril explotado por un patrón bur-
gués. En algunos casos –de pequeñas sectas trotskistas– se pretendió, in-
cluso, que elementos provenientes de las capas medias se emplearan como
obreros en las fábricas para “obrerizarlos” y crear, artificialmente, lo que
“natura non daba”.
La clase revolucionaria se forma dialécticamente en un proceso de re-
sistencia al proyecto capitalista que la niega. Esto es, que la clase se da
en un movimiento de negación de la negación en el plano de los intereses
“objetivos”, de acuerdo al lugar en que determinado individuo o grupo
humano está “puesto” por el modo de producción y por el modo de acu-
mulación capitalista en un momento determinado. Esto es lo que crea la
potencialidad de que la clase “en sí”, pueda pasar a ser “clase para sí”.
Está claro que hay personas que, aun estando puestas, objetivamente, en un
lugar en el que podrían beneficiarse económicamente acompañando el pro-
yecto del capital, “saltan”, de todos modos, a la clase obrera por procesos

140 | Mariano Ciafardini


ideológicos personales, pero, las mayores potencialidades de que este salto
ideológico se dé está en aquellos grupos que ocupan, objetivamente, la
posición negada por el proyecto hegemónico y que, por lo tanto, no tienen
“destino” en él (o tienen un mal destino).
En la primera etapa del capitalismo fueron, inicialmente, los campesi-
nos y los pequeños artesanos y aprendices de las ciudades, los que “que-
daron puestos” en el extremo opuesto del proyecto capitalista naciente y
los que primero sintieron sus efectos negativos. Hasta los integrantes de la
nobleza, la gran desplazada por el capitalismo, tenían la salida personal de
la reconversión y el aprovechamiento lucrativo de la ola mercantil. Por eso
se puede decir que estos campesinos eran clase obrera en potencia, incluso
en términos biológicos, ya que sus descendientes fueron los que formaron
corporalmente la clase obrera del siglo XIX y después en el XX. En el
imperialismo, las grandes masas de obreros fabriles, exceptuando, como
ya vimos, a los sectores bien pagos de los obreros industriales en los países
imperialistas, que compusieron las masas electorales de la socialdemocra-
cia, fueron las que quedaron puestas del otro lado del capital. Estas masas,
junto con las campesinas, lograron, en ciertos países, tomar el poder y
constituir “estados obreros” que lideraron el proceso revolucionario en esa
etapa y, en los otros países, llevaron adelante luchas de liberación e inde-
pendencia antiimperialista y anticolonialistas, que dejaron para siempre
su marca en el curso histórico. De algunas de esas luchas, precisamente,
somos hoy herederos los latinoamericanos.
En la globalización, tercera y última etapa del capital, que sintetiza
las dos anteriores, el proceso de acumulación, principalmente en su forma
financiera, ha llegado a un grado tal que “pone” del otro lado, sin destino
(o con mal destino) a la casi totalidad de la humanidad. Hoy todos (o casi
todos) somos “clase obrera”, incluidas, por supuesto, las grandes masas
de obreros industriales, y no industriales, pero ahora no sólo de los países
periféricos o emergentes, sino los de los países centrales también. Lo que
hace por primera vez posible (potencialmente) la gran acudida al llamado
del manifiesto de 1848.
En este mismo sentido, en el capítulo denominado “Los efectos de la
trasnacionalización sobre los bloque de clase dominantes y los Estados
nacionales” (sic) Arceo nos dice entre otras importantes reflexiones que
El estado deja, en este contexto, de ser expresión del dominio de una
burguesía fuertemente cohesionada en términos nacionales y los aparatos

El sujeto histórico en la globalizacion | 141


de estado ligados a la internacionalización del capital y en especial a la
gestión de la moneda y la circulación internacional del capital asumen
creciente importancia, condicionando los grados de libertad del accionar
del estado en su conjunto. (Arceo, 2011: 244)
Y más adelante:
El capital trasnacionalizado ha logrado imponer a los estados limitaciones
en cuanto a su capacidad de coerción sobre el capital, al lograr consa-
grar una política de libre cambio que ha acarreado la exacerbación de
la competencia en nivel mundial y el desmantelamiento de las políticas
de desarrollo de los estados periféricos (…). Estas transformaciones han
posibilitado la reconstitución de la tasa de ganancia. (Arceo, 2011: 246)
Más allá de que nuestro autor hace hincapié en la diferenciación entre
centro y periferia, manteniendo una línea de interpretación histórica brau-
deliana y wallersteriana, de la mano de Giovanni Arrighi, no puede negarse
que la autonomía del capital financiero trasnacionalizado y su poder ha
impactado también sobre los estados centrales (cosa que el mismo Arceo
reconoce en varios pasajes) y que aun el “hegemón”, como denomina a
EEUU, con un claro sesgo gramsciano en clave de política internacional,
no ha podido controlar a dichas fuerzas como propias, en la forma en que
los capitales monopólicos del imperialismo del siglo XX se fundían con el
proyecto del estado nación al que pertenecían.
También en este mismo sentido son concluyentes los análisis del influ-
yente editorialista Nathan Gardels, autor junto con Nicolás Berggruen, de
Intelligent Governance for the 21st Century: A Middle Way Between West
and East, insospechables de marxistas o siquiera de progresistas. En un
artículo del 17 de enero de 2013 en el diario español El País, quien, comen-
tando una publicación de Kishore Mahbubani, sobre la post-hegemonía
del momento actual mundial, llega a decir que “EEUU ni siquiera pudo
controlar a las firmas financieras que instigaron esta crisis mundial”. Basta
con ver la impotencia gubernamental del ejecutivo y el parlamento nor-
teamericanos para salir del atolladero de endeudamiento + recesión, para
terminar de convencerse.
Pero lo que aquí nos interesa es destacar los cambios en la forma de
acumulación paradigmática de la etapa (financiera) del capital, apoyados en
el desarrollo científico técnico, la aceleración de la dinámica y los tiempos
(la cuasi simultaneidad) de los procesos de transformación económicos,
políticos y sociales, que justifican la denominación de “globalización”. Y
particularmente mostrar cómo estos cambios transformaron también las

142 | Mariano Ciafardini


estrategias de lucha de la clase obrera y los pueblos del mundo por su li-
beración y por la racionalidad de la producción y reproducción de la vida,
al producir el cambio en los términos del enfrentamiento objetivo entre los
intereses del capital concentrado y los del resto de la humanidad.
La estratagema edificada al calor de las luchas del siglo XX y del pri-
mer acceso al poder real en forma sustentable por un gobierno de la clase
en Rusia que, como vimos, implicó sintéticamente el ir sumando espacios
geográficos al campo socialista, sin retroceder en lo ganado, aunque ello
significara la transacción (y la estabilización del impulso revolucionario
durante largo tiempo) con las fuerzas del imperialismo, se derrumbó junto
con la caída del modelo soviético, que en ese esfuerzo había dejado toda
su energía revolucionaria y renovadora, y se había ido convirtiendo en un
sistema altamente burocrático e ineficiente.
Pero ello, de ninguna manera, fue el fin de la historia, que continuó y con-
tinúa en forma de lucha de clases hoy más evidentemente que nunca. Aunque
si marcó el inicio de un cambio fundamental y definitivo en la estrategia de la
lucha de clases de las grandes masas de la población global, lucha que, luego
de atravesar un breve inmovilismo inicial por el desconcierto de la gran trans-
formación, empezó a estructurarse nuevamente, en formas altamente com-
plejas, a través de lo que, pueden considerarse ya, los dos períodos iniciales
de la etapa final del capitalismo: la primera y la segunda globalización.

Primer período de la globalización (1985-2003)

El primer período de la globalización que se extendió desde sus inicios


a mediados de la década de los 80 hasta, aproximadamente, el 2002-2003,
se caracterizó desde el lado del capital por la gran transformación en la
división internacional del trabajo, la apropiación de los activos nacionales
por las grandes corporaciones transnacionales (privatizaciones), la exclu-
sión de grandes masas del circuito económico laboral y la gran concentra-
ción del capital industrial y principalmente financiero.
Al respecto dice Arceo:
Desde entonces (años 80 del siglo XX) y hasta comienzos de los años dos
mil, Estados Unidos creció más que la economía mundial en su conjun-
to, lo cual aumentó su peso en la misma y ello estuvo ligado a un modo
de acumulación en escala mundial en el cual realizaba una contribución

El sujeto histórico en la globalizacion | 143


decisiva a la expansión de la demanda global, ya que el impacto de su
crecimiento sobre el comercio mundial se veía potenciado por su déficit
externo, cuya contrapartida era un excedente de los países exportadores
de manufacturas que se canalizaba, fundamentalmente, a la financiación
de la propia expansión norteamericana. (Arceo, 2011: 14)
Es decir, que este primer período de la etapa globalizadora podría ro-
tularse como el período norteamericano, en el que se llegó a pensar que el
siglo XXI sería “el siglo de los EEUU”.
La excitación procapitalista fue tal que se desvarió con conceptos tan
erráticos como el fin de la historia o el fin de las ideologías, los que lle-
garon a ser parte de trabajos teóricos de una superficialidad asombrosa
transformados en Best Sellers y vendidos por millones.
El desarrollo de las comunicaciones, además del impacto que tuvo en
la dinámica de las fuerzas productivas, incidió de manera nunca antes vista
en la difusión de las ideas, y el neoliberalismo y el individualismo pa-
radigmáticos del momento encontraron en las formas combinadas de la
televisión, la telefonía e internet, controladas, por supuesto, por los gran-
des grupos monopólicos de la información, un vehículo de esparcimiento
global inmediato de toda la imaginería (y la mentira) política, económica,
social y cultural, de un capitalismo que no podía ya más, a esta altura, que
generar productos ideológicos decadentes.
Los EEUU pasaron, a partir de la guerra de las galaxias, de Reagan al
primer plano en el poderío militar mundial, pero además, enviando gran
parte de su parque industrial a otras regiones, de costos comparativos me-
nores y, a partir de una política crediticia agresiva, desarrollaron un marea
de consumo y movimiento económico nunca antes vista, lo que, por otro
lado, tuvo la contrapartida de que pasaran, ya ahora, a ser un país netamen-
te deudor. El mismo camino siguió Europa, como ladero del que aparecía
como el indiscutido “hegemón” mundial, con un avance total de la derecha
neoliberal en los gobiernos de todos los países del bloque atlántico.
La URSS y los países socialistas de Europa del Este se derrumbaron
y pasaron a constituir la periferia de este sistema capitalista neoliberal de
forma abrupta y desordenada con altos costos sociales.
En Medio Oriente y África se fortaleció la presencia de Israel y los go-
biernos empezaron, en general, a tratar de ser funcionales al nuevo esquema
mundial.

144 | Mariano Ciafardini


Desde el lado del sujeto histórico, en este período se inicia la transfor-
mación del sujeto revolucionario del siglo XX en el nuevo sujeto histórico:
el de la globalización. Sujeto que está destinado a dar la última batalla con-
tra el sistema y a impulsar su transformación definitiva en un sistema so-
cialista, cooperativista, comunitario, colectivista y, finalmente, comunista.
Esta gran metamorfosis subjetiva debió darse a partir de la desarti-
culación del sujeto antiimperialista y socialista anterior, y en medio del
exitismo pro capitalista y el triunfalismo del belicismo norteamericano y
europeo occidental. Además la profusión mediática, y de grandes tiradas
editoriales, de la apología del sistema y los pronósticos acerca de su eterni-
dad, o al menos de su duración secular, cayeron como un lodazal sobre las
inteligencias progresistas y de izquierda, lo que hizo que muchas de ellas
capitularan o derivaran en salidas erráticas y confusas, que no hicieron más
que redundar en el pesimismo generalizado con relación a las posibilidades
de un cambio de sistema, lo que aparecía, en ese momento, casi como una
locura. Algunos de los ejemplos más demostrativos de estas salidas erráti-
cas, al menos de los más famosos, fueron Cambiar el mundo sin tomar el
poder de John Holloway e Imperio de Michael Hardt y Tony Negri. Ello
no quiere decir que en estas teorizaciones no puedan hallarse elementos
valiosos para el análisis de la globalización, pero llevan a una profunda
confusión respecto de lo más importante: la táctica y la estrategia de lucha
contra el capitalismo hoy.
La constitución de un nuevo sujeto histórico no podía darse, de nin-
guna manera, a partir de un corte definitivo y un nuevo inicio respecto de
la fuerza acumulada a partir de las luchas anteriores, desde los comienzos
mismos de la modernidad y particularmente de las llevadas adelante en el
período anterior, el imperialismo del siglo XX. El sujeto empezó a cons-
tituirse en una forma cualitativamente nueva, pero a partir de retomar, de
nueva manera, lo que habían dejado las luchas anteriores.
Así, en el continente latinoamericano y el Caribe, el proceso revo-
lucionario cubano se mantuvo, a partir de un esfuerzo inédito para una
comunidad de la región, en tanto que la globalización hizo sentir al país
su condición insular de una manera oprobiosa, agudizándose su aislamien-
to económico y continuando el bloqueo que se venía manteniendo desde
los años 60, el que se agravó sustancialmente, sobre todo con la falta de
energía, al cortarse el suministro petrolero de la URSS. Cuba inició así lo
que se llamó el “período especial”, en el que las privaciones que sufrió
la sociedad cubana llegaron al extremo de considerar la evacuación de

El sujeto histórico en la globalizacion | 145


algunas ciudades por la imposibilidad de traer el alimento desde las zonas
rurales para abastecerlas. Esa resistencia, manteniendo la luz encendida de
los principios del socialismo, iba a dar sus frutos al contribuir a encender
la llama política del tremendo movimiento político revolucionario que se
dio después en la región.
Las luchas de los movimientos antiimperialistas y por la liberación na-
cional del siglo XX fueron retomadas por partidos y movimientos políticos
en Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, Uruguay, El Salvador,
Nicaragua, y el resto de los países ya no, ahora, en el escenario de un mun-
do bipolar y bajo el paraguas de un campo socialista que ya no existe, sino
en forma autónoma y por cuenta de cada partido y movimiento, lo que puso
inmediatamente de manifiesto la necesidad del acompañamiento mutuo y
la unidad regional de esos procesos, frente a la ciclópea tarea del enfren-
tamiento a la globalización neoliberal mundial y al brutal desequilibrio
militar ante el poderío de las fuerzas armadas los EEUU.
En otros países, como China y Vietnam, se mantuvo y se desarrolló la
plataforma política y el desarrollo social y cultural logrados con el socialis-
mo en la etapa anterior, lo que les iba a permitir, poco después, aprovechar
ventajas económica comparativas con el mundo desarrollado, atrayendo
inversión extranjera y comenzando un período de desarrollo nacional nun-
ca antes visto en la historia de la humanidad.
El mundo árabe y África sufrieron los embates más brutales de la glo-
balización, tanto en lo económico, como en lo militar. Sin embargo, lo
que quedaba de los movimientos independentistas anticolonialistas y de
liberación nacional se mantuvo vigente y, en casos emblemáticos, como la
revolución iraní y el gobierno sudafricano de Mandela, estos movimiento
se han mantenido en el poder político desafiando los embates del imperio.
La forma en que este nuevo sujeto histórico revolucionario de los tiem-
pos de la globalización se fue constituyendo fue diversa. En América La-
tina, como se dijo, se produjeron importantes levantamiento sociales de
resistencia como fue el Caracazo venezolano contra el gobierno de Carlos
Andrés Pérez en 1989; el levantamiento del Ejercito Zapatista de Libera-
ción Nacional en 1994 durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari,
justo cuando Méjico firmaba el Tratado de Libre Comercio con EEUU;
la creación del Foro de San Pablo, por parte de los partidos de izquierda
y progresistas de América Latina, en 1990, que además coincidía con el
crecimiento exponencial del Partido de los Trabajadores, de Luis Ignacio

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Lula Da Silva, en Brasil; el movimiento de los “Sin Tierra” también en
Brasil; y miles de movimiento sociales de protesta y antiglobalización que
se generalizaron en todo el mundo durante estos años entre las que se des-
tacan la llamada “batalla de Seattle”, en 1999, del movimiento contra las
cumbres de la OMC y la formación del Foro Social Mundial en 2001. El
2001 fue también el año de la crisis en Argentina y de la gran movilización
popular, al grito de “que se vayan todos”, que abrió el proceso político para
la llegada al gobierno de Néstor Kirchner.

China

Como dijimos anteriormente, China había quedado ya, desde fines de


la década de los 70, tras la muerte de Mao y Zhou En Lai, en una posición
particular en el plano internacional, alejada y encontrada con la URSS,
pero manteniendo su estructura socialista, era vista con buenos ojos por
EEUU desde la visita de Nixon en 1972, como una complicación para
las estrategias internacionales de su principal adversario. Esto hizo que
al comenzar la globalización y, fundamentalmente, al desestructurarse la
URSS y el campo socialista del este de Europa, pudiera escapar a las lisas
y llanas imposiciones del gran capital transnacional y llegar a acuerdos
con él. Estos acuerdos, que beneficiaban al gran capital porque le permitía
llevar adelante con mayor fluidez su estrategia de cambio en la división
internacional del trabajo y la relocalización de los nodos productores de
mercancías, también fue aprovechada por el gobierno y el partido chinos
para lograr mantener el control del Estado y la continuidad de un proceso
de desarrollo industrial imprescindible para el país más habitado y con
mayor pobreza de la tierra.
Por otro lado, cuando a comienzo de los años 80 la URSS ya se debatía
en lo que iba a ser su batalla final contra los embates del imperialismo tri-
lateralizado y, particularmente, contra la carrera armamentista, a la que la
obligaban los EEUU, batalla de la que iba a salir derrotada definitivamente
en los comienzos de la década siguiente, la China, que había dejado Mao
y que ahora conducía Deng Xiaoping, había quedado posicionada en muy
distinta ubicación en el gran juego geopolítico internacional.
China no sólo no había tenido que cargar sobre sus hombros el lideraz-
go del mundo comunista contra el imperialismo, con el coste de convertir-
se en el blanco principal, como la URSS, sino que, al haber abandonado e

El sujeto histórico en la globalizacion | 147


incluso enfrentado a la URSS, en los momentos cruciales de esta lucha, se
ganó con ello la simpatía (y el interés geopolítico) de los EEUU. Y, luego de
la, años antes inimaginable, visita de un presidente norteamericano a China,
más inimaginable aun siendo este el republicano Nixon, y al calor del im-
pulso sistemático de la recomposición de la relaciones entre ambos países
que realizó el inefable Kissinger1, se fue convirtiendo en una base confiable
para la estrategia política de los EEUU en el marco de la guerra fría.
Ahora bien, terminada la guerra fría, adviene la globalización, y el
cambio de todas las relaciones internacionales es abismal. La lectura que
hace el Partido Comunista Chino de la nueva situación, inspirados en el
pragmatismo de Deng, no puede ser más acertada y (hay que decirlo) más
coherente con el materialismo histórico. Las protestas pro capitalistas de
la plaza de Tiananmen que terminaron en la masacre del 4 de junio de
1989, coincidiendo con la inoportuna visita de Mijail Gorbachov, para
entonces ya símbolo de lo que no debía hacer un país comunista para adap-
tarse a los nuevos tiempos, terminaron de suturar las grietas teóricas de
un partido que había tenido ya demasiadas idas y venidas desde la “larga
marcha” hasta entonces, pasando por el “gran salto” y la “revolución cul-
tural” de la que fuera víctima el mismo Deng (con el costo de la invalidez
de su propio hijo). Es evidente que la revolución socialista china había de-
jado un capital en experiencias y cuadros verdaderamente marxistas, que
aparecieron en el momento preciso. Sin hacerlo explícito, la dirección del
Partido Comunista Chino (tal vez como reflejo de una sensación existente
en toda la sociedad china) “comprendió” el salto de etapa y la necesidad
de abandonar enfoques y estrategias que habían sido propias de la eta-
pa anterior, más allá de lo acertado o no del comportamiento del partido
chino con relación a aquellas ya pasadas estrategias. Sin demasiadas au-
tocríticas sobre el pasado, ni desarrollos teóricos sobre el nuevo presente,
y luchando contra sus contradicciones internas y, particularmente, contra
una tendencia, aún vigente, que se encandilaba intermitentemente con los
brillos (cada vez menores) del neoliberalismo, el PCCH supo entender que
lo que definía el paso de bando de una nación del socialismo al capitalis-
mo ya no era el hecho de que se realizaran en ella inversiones capitalistas
foráneas, en tanto que en la globalización prescindir de ello era práctica-
mente imposible para nación alguna, sino que, de lo que se trataba, era de

(1) En su libro China Henry Kissinger deja ver con claridad todas sus intenciones a lo largo
de su extensa acción como emisario de los capitales norteamericanos en el país asiático.

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no perder el control de la planificación, por parte del Estado, del curso del
desarrollo económico, a manos de la dinámica impuesta por los grandes
grupos financieros internacionales.
Comprendido ello, y advertida, además, la existencia de una brecha
de necesidad del propio capital, otrora imperialista, de radicar los nodos
de la producción industrial en los países de menor coste, por imposición
de aquella propia dinámica financiera, el gobierno chino abrió las puertas
a la inversión extranjera directa (IED o FDI), generándose una revolución
productiva y una creación monumental de clase obrera, a la par de la reduc-
ción proporcional de la pobreza en el campo.
Queda claro que todo ello no habría podido darse si el propio movimien-
to globalizador no hubiera tenido como uno de sus componentes esenciales
la necesidad de buscar mercados laborales con determinadas características,
a las que el mercado chino se ajustó especialmente, superando a todos los
otros, específicamente, por su dimensión. Mano de obra barata, relativamen-
te culta o fácil de capacitar, en un clima de orden y respeto de la legalidad
imperante, y cientos de millones de personas disponibles solo en China.
En realidad ni bien llegado Deng al poder se inició un proceso de refor-
mas. Sin embargo, estas deben considerarse no como el comienzo del ciclo
de crecimiento imparable e impresionante de China sino como el último
momento de la China de Mao que se reponía de la Revolución Cultural.
Esta verdadera NEP china no hubiera ido muy lejos (sin convertir a China
en un país realmente capitalista) si no hubiese sido por la irrupción de la
globalización. De allí que aunque parezca una continuidad hubo, en reali-
dad, una ruptura con la tendencia, y el inicio de una nueva fase, para la que
China se encontraba en el lugar y el momento indicado para transformarse
en uno de los actores centrales de la misma.
De todos modos, en el primer período de la globalización, China, bajo
la presidencia de Jian, si bien realiza una proeza económica de grandes
dimensiones, no llega todavía a transformarse en el país que iba a ser de-
terminante para que quede establecido el carácter multipolar o dispolar de
la globalización.
Algunos teóricos de izquierda que no supieron concebir el salto de
etapas del capitalismo, consideraron que ello suponía la transformación
de China al capitalismo. Sin embargo, el tiempo demostró que, con este
proceder, China no sólo no entraba atada de pies y manos a la globali-
zación neoliberal, ni se transformaba en otro títere de los designios del

El sujeto histórico en la globalizacion | 149


capital financiero internacional, sino que se convertía, cada vez más, en un
obstáculo para el desarrollo de tales fuerzas imperiales mundiales. Esto, por
supuesto, lo vio antes la derecha que aquellos teóricos de la izquierda que
se quedaron en los 60, y los EEUU, particularmente su sector político más
retrógrado. Así, no tardaron en incluir a China entre sus preocupaciones
geopolíticas y, desde entonces, seguir haciendo todo lo que estuviera a su
alcance para intentar desviar al gigante asiático hacia el redil del mundo ca-
pitalista hiperdesarrollado y globalizado o, al menos, para frenar su desarro-
llo autónomo. La más evidente de las estrategias ha sido la de imponerle la
revalorización automática de su moneda, el renminbi, para ponerlo en situa-
ción externa desventajosa frente a las exportaciones del mundo neoliberal.
La China de Deng, en los primeros años de la globalización, sufrió un
cierto desdén por parte de los EEUU, que trató de intimarla a la apertura
indiscriminada hacia el mundo neoliberal que estaba en construcción. Esto
comenzó cuando se produjeron los episodios de Tiananmen en 1989, el
mismo año en que se le concede el premio Nobel de la paz al Dalai Lama.
Al día siguiente a estos hechos el físico disidente chino Fang Lizhi y su
esposa pidieron asilo en la embajada estadounidense en Beijin. Comienzan
los entredichos entre China y EEUU con relación al estrecho de Taiwán.
Estas se iban a prologar durante los mandatos de Jian Zemin en China y Bill
Clinton en EEUU, hasta bastante tiempo después, al punto que durante la
guerra de Kosovo en mayo de 1999 una bomba estadounidense destruyó la
embajada china en Belgrado. Que la tensión era provocada por los EEUU
queda en claro si se lee con atención el siguiente párrafo de Kissinger:
Ningún presidente estadounidense de la década de 1970 se habría arries-
gado a enfrentarse con China mientras el peligro estratégico de la Unión
Soviética se cernía sobre el horizonte. No obstante desde los Estados Uni-
dos, la desintegración de la Unión Soviética se veía como una especie de
triunfo permanente y universal de los valores democráticos. Existía un
sentimiento bipartidista según el cual había quedado desbancada la “his-
toria” tradicional: aliados y adversarios avanzaban de forma inexorable
hacia la democracia parlamentaria multipartidista y hacia los mercados
abiertos (instituciones que, según la perspectiva estadounidense, estaban
estrechamente vinculadas) iba a apartarse cualquier obstáculo que se in-
terpusiera en ese camino. (Kissinger, 2012: 473)
En este preciso momento se da la primer gran paradoja de la globaliza-
ción que muestra a la vez, la distinta dinámica que, en términos económi-
cos y políticos, habrá de tener la nueva etapa: El necesario desplazamiento

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del taller mundial productivo a zonas de mayor eficiencia en términos de
costos, que exigía el rediseño financiero de la nueva etapa del capital, en-
contró sólo un país que podía brindarle completamente las tres variables
necesarias para ese propósito: masividad de mano de obra disponible, bajos
costos salariales comparativos y estabilidad social y política. Ese país era
la China comunista y la propia paradoja exigía que esa estabilidad social
y política existente en China y puesta en duda con los acontecimientos de
Tiananmen. Era necesario mantenerla y, para esa tarea, era imprescindible
la continuidad de Deng y del Partido Comunista Chino. Esto le dio al ré-
gimen político chino una fortaleza de la que no pudieron gozar los otros
procesos comunistas que venían del siglo XX.
Deng y los líderes del partido parecen haber advertido claramente la
nueva situación cuando decide defenestrar a Zhao Ziyang y reemplazarlo
por Jian Zemin. El primero parecía condescendiente con los disturbios,
como si ello fuera parte de un tránsito hacia el capitalismo; el segundo ha-
bía sofocado disturbios similares en Shangai sin utilizar la represión total,
entendiendo que no se trataba de un simple tránsito hacia un mayor grado
de capitalismo en forma socialdemócrata en China sino de una nueva estra-
tegia revolucionaria ante una nueva e inédita situación mundial.
Con el control total del Estado por el partido y del desorden social por
el Estado y con base en las primeras reformas de la seudo NEP que se ve-
nía impulsando desde el 78, se inicia la nueva etapa con la famosa gira de
Deng por el sur en 1992 y la asunción de Jian como premier. Se reforman y
desarrollan las empresas estatales chinas y sobre todo se admite por prime-
ra vez la inversión extranjera directa en determinadas zonas del país, con
lo que China empieza a recibir en casa al taller mundial (y a apropiarse de
la tecnología que lo acompaña).
Todo esto produce un desarrollo del PBI chino nunca visto antes en tan
corto tiempo en ningún país, pero en una forma autónoma de la globaliza-
ción mundial, lo que le permite salir prácticamente indemne de la crisis de
sus vecinos, los tigres asiáticos, en 1997 y 1998, crisis que puso en alerta a
todo el mundo capitalista.
En el trabajo de Moneta y Cesarín que analiza, entre otros temas, el
desarrollo de la economía china y su impacto en América Latina. Se ha-
cen varias referencias a los distintos momentos de este desarrollo y a sus
diferencias cualitativas y, a partir de una visión de conjunto de los diversos
puntos de vista allí expuestos, puede concluirse que, según estos autores, el

El sujeto histórico en la globalizacion | 151


desarrollo del capital en China pasó por dos períodos sucesivos hasta ahora,
desde el inicio de la globalización. El primero comienza aproximadamente
en los noventa y consiste, fundamentalmente, en la conversión de China en
el “taller del mundo”. Esto se da a partir de la profundización de la flexibi-
lización para la entrada de capitales extranjeros a China con la correspon-
diente ampliación de las zonas de radicación, pero también está conectado
con la situación mundial:
(…) los flujos de inversión hacia China pasaron de la fase de crecimiento
lento a la de crecimiento rápido, sin haber experimentado las consecuen-
cias de la contracción global de 1991; el punto es importante pues per-
mite comprender post facto tanto el éxito de las políticas de la reforma
económica china como el impacto internacional de dicho éxito. En efecto,
durante 1992-1996, la economía china experimentó un boom inusitado de
IED; podríamos vincular esa expansión de las inversiones directas a los
problemas estructurales presentes tanto en las economías desarrolladas
como en las economías en desarrollo de la región asiática del Pacífico
(las cuales terminaron exteriorizándose con la crisis asiática de 1997).
En efecto, el éxito de las políticas económicas hacía de China un destino
sustitutivo para las IED. (Ramírez Bonilla, en Moneta et. al., 2012: 472)
Y es el mismo Ramírez Bonilla el que se encarga de precisar que tal
desarrollo en China no es producto de un movimiento inevitable y contra-
rio a los intereses del Estado y el gobierno chinos, sino que obedece a una
decisión autónoma, no controlada por las fuerzas de la globalización finan-
ciera internacional, y es parte de una estrategia de defensa de la soberanía
y profundización del desarrollo en un marco socialista:
Sin duda alguna los dirigentes chinos han aprendido las lecciones deri-
vadas de la historia nacional: en el pasado los tratados desiguales sustra-
jeron espacios territoriales claves (…) a la soberanía del estado chino;
en la actualidad, las regulaciones sobre la implantación sectorial de las
inversiones directas buscan evitar transferir la propiedad del suelo y/o
las condiciones generales de la producción a extranjeros que, en un mo-
mento dado, pudieran recurrir a sus respectivos estados nacionales para
reivindicar derechos sobre recursos productivos considerados de interés
nacional por el estado chino (…). Estamos ante un estado que detenta la
propiedad del suelo y sus recursos pero que cede el usufructo privado de
ellos. (Ramírez Bonilla, en Moneta et. al., 2012: 478)
Muchos de los análisis relevantes sobre el desarrollo del “fenómeno
chino”, tanto en sus aspectos económicos, como políticos y sociales, han
tenido una visión que podríamos llamar “lineal” y en ascenso desde una

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fecha que ronda entre 1978 y que habría avanzado, sin solución de conti-
nuidad, hasta nuestros días.
Esto coincide de alguna manera con aquellas visiones (también ma-
yoritarias) sobre la globalización que, como señalamos en Globalización
Tercera (y última) etapa del capitalismo, suponen su comienzo ya desde
los años 70. Esquemáticamente estas visiones se verían así:

IMPERIALISMO
globalizaciÓn

1970 1978 2013

Ambos puntos de vista resultan a nuestro juicio incorrectos, y no per-


miten sacar conclusiones certeras, con real proyección de futuro, ni del
proceso chino ni de la globalización.
La globalización, como venimos diciendo y tal como lo expusimos
en Globalización Tercera (y última) etapa del capitalismo, no es, ni más
ni menos, que la tercera etapa del capitalismo, que surge después de la
segunda: “el imperialismo”. El imperialismo se extendió desde, aproxima-
damente, la década final del siglo XIX hasta el impulso neoliberal de los
gobiernos de Margaret Thatcher, en Inglaterra, y Ronald Reagan, en EEUU
y la subsecuente caída del muro de Berlín y de la URSS. Todo esto toma
forma, prácticamente, en el último lustro del siglo XX.
A su vez, el imperialismo, como todas las etapas del capitalismo, tiene
tres períodos internos: el de su asentamiento, el de su auge y el de su decli-
ve. El primer período, que va desde el comienzo del imperialismo (1890)
hasta la crisis del 30-40, es de un sesgo marcadamente comercial sobre
la base del industrialismo que es común en toda la etapa. Es decir, es un
período industrial-comercial. Esto explica en parte el enfrentamiento in-
terimperialista por los mercados, para los productos de sus industrias mo-
nopolistas crecientes. En el eslabón más débil de esta cadena de capitalis-
mos nacionales nace la Unión Soviética a partir de la Revolución Rusa de
noviembre de 1917. En China se dan las primeras luchas por la república
y la autonomía nacional, con los movimientos revolucionarios de 1911 y
el triunfo de Sun Yat Sen y el Kuomintang. En América Latina y el Caribe
se produce el avance del imperialismo norteamericano sobre las áreas de

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otras potencias europeas neocolonialistas e imperialistas. En particular
contra el imperio británico. Y comienzan a desarrollarse los partidos de
izquierda, el movimiento obrero y los movimientos por la liberación de
los países del yugo de cualquier imperialismo. El hecho paradigmático es
la revolución mexicana de 1910; las luchas de Martí, Sandino y Farabun-
do Martí; la época de Mariátegui, Prestes; y los mártires de la “Semana
Trágica” y la “Patagonia Rebelde” en Argentina. Todas estas luchas ad-
quieren vertiginosos desarrollos al calor de la Revolución de Octubre y la
Tercera Internacional.
El segundo período del imperialismo es el del auge mayor del capitalis-
mo imperialista en su explosión industrial. Es un período que podría carac-
terizarse económicamente como industrial-industrial. En los países capita-
listas que se vislumbran como triunfadores en la carrera interimperialista, se
desarrollan las socialdemocracias y en lo que se vislumbran como rezaga-
dos, se desarrollan los fascismos. La Segunda Guerra Mundial los enfrenta,
pero enfrenta también al nazismo como punta de lanza del capitalismo con
la URSS, que también adquiere un desarrollo industrial impresionante.
Se produce la Revolución China en 1949 como consecuencia del esce-
nario que plantean los últimos años de la guerra. Se da una alianza funda-
mental para China con la URSS y un gran desarrollo de ambas. Sin embar-
go, el capitalismo también asiste a un desarrollo industrial impresionante
en la posguerra. Como continuidad del “New Deal” roostveliano, se asiste
a los llamados “años dorados” del estado benefactor. En Europa campea el
“Plan Marshall”. EEUU pretende avanzar en Asia. China y la URSS actúan
juntas tanto en la guerra de Corea como en la posterior de Vietnam.
En América Latina, el dominio norteamericano se consolida y se pro-
ducen resistencias al imperialismo en todos los países. Se dan grandes mo-
vimientos y gobiernos populistas desarrollistas –como el Apra de Haya de
la Torre, o los gobiernos de Getulio Vargas, en Brasil, y de Juan Perón, en
Argentina– gobiernos cuyos líderes provienen, paradójicamente, de la in-
fluencia que habían tenido ciertas ideas fascistas en la región, en el período
anterior. Ya finalizando el período, triunfa la Revolución Cubana en 1959.
En el tercer período del imperialismo –el de su declive– el mismo tiene
un sesgo financiero, y esto es lo que ha llevado a muchos analistas a con-
fundir este último período, que es todavía tiempo de imperialismo, con el
comienzo de la globalización, una etapa cualitativamente distinta y que
empieza quince años después.

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El tercer período del imperialismo comienza con la crisis del dólar y
su desvinculación definitiva del patrón oro en el gobierno de Nixon. El in-
dustrialismo entra en recesión. El precio del petróleo registra un aumento
brutal. EEUU pierde la guerra de Vietnam y asiste a intensos disturbios in-
ternos. Nixon es echado de su cargo y los presidentes que lo siguen –Ford
y Carter– realizan gestiones mediocres. En un principio, en la transición
entre los dos períodos, a fines de los 60, la humanidad parece asistir a un
auge revolucionario, particularmente en todo el tercer mundo. Sin embar-
go, promediando los 70, empieza el declive económico de la URSS, se
agudizan las diferencias entre esta y China, y se profundiza el izquierdismo
en China con el gran salto adelante y la Revolución Cultural.
Es en este momento donde queremos remarcar nuestras diferencias con
los análisis mayoritarios. Todavía no se ha iniciado la globalización. Recién
en 1979 va a asumir Thatcher, y sus políticas neoliberales se van a consoli-
dar a fines de su primer mandato. El mundo vivía todavía en el imperialis-
mo; es decir, dentro del esquema de mundo desarrollado (primer mundo)
imperialista-mundo subdesarrollado (tercer mundo) dependiente, y un se-
gundo mundo en el que se ponía a la URSS y al campo socialista. China
cabalgaba entre el tercer y el segundo mundo. Pero, a partir de comienzos
de los 60, como ya lo señaláramos, fue profundizando sus desacuerdos con
la URSS y tratando de ubicarse a la cabeza del tercer mundo, campo en el
que fue considerando, cada vez más, a la URSS como un competidor. Los
fracasos económicos que se siguieron dando, primero en China y luego en
ambas naciones, a partir de mediados de los setenta, incentivaron las pre-
siones nacionalistas y China, como parte de su estrategia, se acercó diplo-
máticamente a los EEUU. Nixon vista China en 1970. En 1976 muere Mao
y en 1978 se produce la rehabilitación definitiva de Deng Xiao Ping. En
su primer momento Deng prosigue con las políticas propias de una China
que jugaba aún en el terreno del imperialismo; es decir, el escenario en el
que la contradicción principal seguía todavía siendo país imperialista-país
dependiente, con una ligera alianza por conveniencia con los EEUU, para
utilizarla en la disputa interna dentro del campo socialista que mantenía
con la URSS. En esas condiciones China, al mando de Deng, llega incluso,
como lo señaláramos, a invadir a la victoriosa Vietnam en 1979.
Es cierto que en este momento empiezan las reformas económicas en
China, sin embargo, estas primeras reformas pueden considerarse más
como una reedición de la “nóvaya ekonomichéskaya polítika” leninista
(adecuada al momento que vivía China a fines de los 70), que un programa

El sujeto histórico en la globalizacion | 155


que vislumbrara el futuro que después tuvo, ya que ese futuro requería de
otras condiciones, externas a China, y que sólo se produciría con los cam-
bios fenomenales de fines de los 80 y principios de los noventa (que no
eran predecibles en ese momento). De hecho las primeras medidas fueron
muy similares a las de la NEP soviética, tanto respecto del campo como de
la industria, con la diferencia de cierta apertura externa, que era propia del
momento de desarrollo del comercio exterior mundial y estaba abonada
por la relativa confianza que surgía de la nueva relación de amistad preca-
ria con EEUU. La mayoría de las primeras inversiones externas en China
provinieron de capitales de chinos del exterior. Así, Moneta y Cesarin des-
criben este proceso inicial de reformas:
(…) graduales avances consistentes en la producción de bienes de con-
sumo (en gran medida en factorías militares) por parte de grandes y me-
dianas firmas estatales, con el objeto de satisfacer la emergente demanda
interna. De esta forma las EEs fueron utilizadas como instrumentos ge-
neradores de la primera revolución del consumo mediante la producción
de heladeras, lavadoras y máquinas de coser que sirvieron para mejorar la
calidad de vida de un país con bajo nivel de urbanización y cuyo epicentro
era la economía rural (…). Al mismo tiempo la flexibilización de proce-
dimientos y regulaciones aplicables al ingreso de inversión externa (IE)
posibilitó el arribo de firmas extranjeras (FIEs) ansiosas por acceder a
ventajas de localización geográfica en enclaves como las Zonas Económi-
cas Especiales (ZEE) abiertas en el sur del país y abaratar costos de pro-
ducción gracias a los bajos costos laborales. (Moneta; Cesarín, 2012: 33)
De las cuatro modernizaciones propuestas por Deng y aprobadas en la
III Sesión Plenaria del XI Comité Central efectuada desde el 18 al 22 de
diciembre de 1978 la primera corresponde a agricultura, y le siguen indus-
tria, ciencia y técnica y defensa. También en la NEP soviética los primeros
“pasos atrás” se dieron en el campo. Los cambios fundamentales en China
a partir del 78 se dieron en la eliminación de las comunas agrícolas que
terminan de desaparecer en 1982. Esto fue la base del desarrollo industrial.
Así lo señala Kissinger:
Dichos cambios tuvieron unos resultados espectaculares. Entre 1978 –año
en el que se promulgaron las primeras reformas económicas– y 1984 se
duplicaron los ingresos de los campesinos. El sector privado, empujado
por la renovación de los incentivos económicos particulares se disparó y
pasó a alcanzar casi un 50 por ciento de la producción industrial bruta en
una economía básicamente dirigida por decreto gubernamental. (Kissin-
ger, 2012: 416)

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Los resultados de la NEP china llegaron a su máximo (y a su extenua-
ción) en el año 1988.
Con el sistema de dos precios se abrieron las vías a la corrupción y al
nepotismo. El cambio hacia la economía de mercado había dado alas a
la corrupción, al menos durante un período intermedio (…). El propio
mercado creó también su descontento (…). En el ámbito popular la refor-
ma económica había abierto expectativas a los chinos sobre el aumento
del nivel de vida y de las libertades personales, aunque al mismo tiem-
po creaba tensiones y malestar que muchos creían que solo podía solu-
cionarse con un sistema político más abierto y participativo. (Kissinger,
2012: 421-422)
Ello desembocó en los trágicos sucesos de Tiananmen de junio de 1989.
La imagen para el mundo fue la foto tomada el 5 de junio de un estudiante
adolescente deteniendo el avance de un tanque con su sola humanidad. En
ese momento ya habían muerto cientos o miles, la cifra real nunca se supo.
La “reconciliación” entre la República Popular China y la Unión Soviética
comenzaba a perfilarse nuevamente.
Un informe de 1985 de la CIA decía que China “maniobraba en triángu-
lo”, estableciendo unos vínculos más estrechos con la Unión Soviética
a través de una serie de reuniones de alto nivel y de intercambio entre
partidos comunistas de nivel y frecuencia protocolarias que no se habían
producido desde la ruptura entre chinos y soviéticos. El análisis precisaba
que los dirigentes chinos volvían a referirse a sus homólogos soviéticos
llamándolos “camaradas” y que calificaban de socialista (en oposición a
“revisionista”) a la Unión Soviética. Los altos mandos chinos y soviéti-
cos celebraban importantes consultas sobre control armamentístico –algo
impensable durante los veinte años anteriores– y durante una visita de una
semana que efectuó el vice primer ministro Yao Yilin a Moscú, las dos
partes firmaron un acuerdo ejemplar sobre comercio bilateral y coopera-
ción económica. (Kissinger, 2012: 407)
Mientras tanto, EEUU había avanzado sobre medio oriente, con apoyo
del estado de Israel, y en África subsahariana, con base en la racista Sud-
áfrica. En Europa se fortalecía la OTAN y las socialdemocracias tenían
cada vez más problemas de sustentabilidad. La ayuda de la URSS a los
movimientos de liberación, tanto en Asia, como en Medio Oriente y Áfri-
ca, se hacía cada vez más difícil, por sus propios problemas económicos y
políticos internos.
En América Latina, Cuba estaba cada vez más aislada, ante la con-
traofensiva estadounidense que había regado de dictaduras militares el

El sujeto histórico en la globalizacion | 157


continente, especialmente el cono sur, a través del plan Cóndor, y las eco-
nomías latinoamericanas estaban cada vez más endeudadas y paralizadas,
en lo que, después, se llamó la década perdida.
Otro proceso parecido al chino, que también se inicia en aquel momen-
to, es el de la República Socialista de Vietnam. También la revolución viet-
namita tiene su estrategia durante el imperialismo (bastante más acertada
que la china, dicho sea de paso) y su cambio de estrategia al advenimiento
de la globalización.
Distinto es el caso de las experiencias socialistas de los países que in-
tegraron la URSS y de los que se adscribieron al campo socialista europeo
después de la Segunda Guerra Mundial. En todos ellos la transición estra-
tégica de China o Vietnam no fue posible.
Más allá del trabajo de zapa de la inteligencia de los países de la OTAN,
particularmente de la CIA norteamericana, los levantamientos populares
de Alemania del Este en 1953; Hungría, en 1956; y Checoslovaquia, en
1968, eran, de algún modo, síntomas de la contradicción insalvable en la
que se hallaban la URSS y el socialismo de Europa del Este, como bloque
que debía soportar todo el peso de la guerra fría, frente a un exitoso adver-
sario, que había llevado la producción capitalista a niveles inimaginables,
y proporcionado una ayuda económica a la Europa del otro lado de la “cor-
tina de hierro”, con el Plan Marshall, diseñado, precisamente, a efectos de
emular con el socialismo comunista. El gran desarrollo industrial soviético
había permitido aguantar el embate, pero, precisamente a partir de los años
70, lo que había sido un campo de batallas y de tensiones ideológicas de lu-
cha revolucionaria y contrarrevolucionaria, entró en un letargo decadente,
acompasando el ritmo de este último momento de la guerra fría, en la que
las fuerzas de los principales contendientes, EEUU y la URSS, entraban en
una crisis, de la que sólo iba a salir triunfante el primero.
El período Brezhneviano en la URSS fue el del congelamiento de un
gigante, en el que se fue produciendo el vaciamiento ideológico de las con-
ducciones burocráticas que, al final del período, ya funcionaban como islas
administrativas, autogestionadas, en un mar de circuitos ilegales y de mer-
cado negro, pero manteniendo en los sustancial el estado de bienestar, que,
incluso, llegó en este período a sus mejores niveles históricos. El principio
del fin no tuvo su epicentro entonces en Moscú o en Leningrado sino en
Varsovia, y en los astilleros “Lenin” del Gdansk, entre 1980 y 1981. El pre-
mio Nobel de la Paz fue, oportunamente, otorgado, en 1983 al líder de este

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levantamiento: el obrero Lech Walessa y, de allí en más, los levantamien-
tos y el crecimiento del sindicato Solidaridad fueron incontrolables para el
gobierno comunista polaco y las fuerzas del Pacto de Varsovia. El muro de
Berlín (y con él el gobierno comunista de Erich Honecker) cayó en 1989.
En marzo de 1991, se realizó un referéndum y el 78 % de la población de
la URSS votó por la continuidad de la unión. Sin embargo, en Belovezha,
Yeltsin y los presidentes de Ucrania y Bielorusia la disolvieron de forma
ilegal el 8 de diciembre de ese año. Finalmente, el 21 de ese mismo mes
de diciembre, en Alma Ata (el lugar del primer destierro de Trotsky), los
representantes de casi todas las repúblicas ratificaron la disolución. A partir
de allí el gobierno de Yeltsin, entre 1991 y 1999, permitió el desembarco de
las políticas neoliberales en Rusia, lo que la sumió en una crisis que ha sido
evaluada como peor que la sufrió EEUU entre 1929-1933.
Por otro lado, tanto en Rusia como en el resto de las repúblicas sovié-
ticas y en los países ex socialistas de Europa del Este, el avance político
inicial de los sectores más proclives al neoliberalismo y determinados exa-
bruptos económicos, particularmente a partir de finales del gobierno de
Gorbachov, que terminaron en un saqueo de grandes activos del Estado,
permitieron a la prensa mundial del capital transnacional montar un show
sobre la “revolución” liberal, que habría venido a liberar a esos pueblos
del yugo opresivo de la dictadura socialista. Sin embargo, está comproba-
do, y pudo verse con mayor claridad pasada la polvareda del desembarco
neoliberal en esos países, que la mayoría de esos pueblos no acogieron con
ningún agrado tales reformas, sobre todo en Rusia, donde causó un abrupto
descenso del nivel de vida de la población en general, pero tampoco en
otros países. No hubo ninguna reacción social demasiado importante, más
allá del derrumbamiento de estatuas por ciertos grupos sociales y el cambio
de algunos nombres de calles y ciudades, por los gobiernos neoliberales
entrantes, como el de Yeltsin. No hubo ninguna reacción social o política
contra el pasado socialista, ni juicios por crímenes cometidos en aquellos
tiempos, las FFAA y las policías siguieron gozando del mayor respeto por
parte de la población y los partidos comunistas no se diluyeron sino que
permanecieron actuando políticamente, salvo algunos casos en que fueron
ilegalizados por gobiernos de ultraderecha.
Es más, aunque en muchos casos se han debilitado y llegado a casi
una mínima expresión, en casi ningún lugar del mundo desaparecieron los
partidos comunistas, que habían seguido la estrategia de defensa irrestric-
ta de URSS –urbi et orbi– durante el siglo XX. Y, a partir de ese primer

El sujeto histórico en la globalizacion | 159


momento de extrema debilidad de varias de estas agrupaciones políticas,
todas ellas han crecido política y numéricamente.
La subsistencia en semejantes circunstancias históricas de todo este
frente partidario aun disminuido y desarticulado, pero resistente al avasa-
llamiento del nuevo imperialismo neoliberal sobre los pueblos, fue posible
solo gracias a la herencia ideológica, al capital histórico, que legaron las
luchas del siglo XX y, particularmente, al hecho de haberse logrado, en
aquel momento, la edificación de países socialistas, que alcanzaran ini-
maginables niveles de desarrollo bajo las balas, las bombas, el acecho y el
aislamiento constante por parte del capital imperialista.
La ideología de la clase obrera, viviente en todos estos procesos y re-
sistencias, ha sido la que desempeñó el papel unificador de esas luchas, de
modo que pasaran a mayores, y más masivos, niveles de expresión, en el
período siguiente: el segundo período de la globalización.

Segundo período de la globalización

Si hay un evento que emerge como significante del cambio del primer al
segundo período de la globalización, es el brutal ataque el 11 de septiembre
de 2001 a las torres del WTC, en la ciudad de Nueva York, mediante el es-
trellamiento de dos aviones comerciales contra ellas y, supuestamente, otro
contra, nada más ni nada menos, que el Pentágono. Más allá de que estos
hechos hayan sido perpetrados por organizaciones totalmente autónomas
del gobierno de los EEUU o que los servicios de inteligencia de esta nación
hayan tenido algo (o todo) de parte en ellos2, lo cierto es que los mismos
marcan el comienzo de la alteración de la tranquila marcha de la estrategia
política del neoliberalismo hacia la dominación mundial. Después replica-
rían otros atentados en Madrid (2004) y Londres (2005). Esta mancha en
la vulnerabilidad del núcleo de la metrópoli de la globalización, sólo pudo
producirse a partir de profundos desencuentros en el seno mismo de las
fuerzas globalizantes financieras mundiales. Y si esto no fue así, la coin-
cidencia es terrible, pues es precisamente en ese momento en que se frac-
tura el frente interno de las fuerzas globalizadoras, lo que produce el salto
del primer período de transformación del esquema productivo mundial a

(2) Posición que sostiene Thierry Meyssan en La terrible Impostura http://es.wikipedia.


org/wiki/Especial:FuentesDeLibros/8497340582

160 | Mariano Ciafardini


imagen y semejanza del sistema financiero, al segundo período puramente
financiero, de obtención exponencial de renta, que termina llevando final-
mente, al final del propio período, al estallido de la burbujas y a la crisis
dentro de la que hoy estamos.
El segundo período de la globalización puede darse por inaugurado
entonces, simbólicamente, con la caída de las torres gemelas en la ciu-
dad de Nueva York, a partir del atentado del 11 de septiembre de 2001.
Decimos simbólicamente dado que el salto de un período a otro no se da
por un hecho determinado ni obedece, particularmente, a hechos políticos
determinados, sino a saltos en la propia forma de acumulación del capital,
lo que, obviamente, tiene consecuencias directas en los hechos políticos y
sociales más relevantes del momento.
El capitalismo mundial comandado por su núcleo de acumulación cen-
tral y los grandes grupos financieros globales, manejando, como títeres, a
los gobiernos estadounidenses y a los propios de los países europeos más
desarrollados, advierten, como ya dijéramos, el riesgo que le genera tanto
el rumbo autónomo de China, como la autonomía de las revoluciones iraní
y sudafricana. Del mismo modo el reagrupamiento regional sudamericano
y latinoamericano, en clave antineoliberal y el inicio de la “era Putin” en
Rusia con marcado acento en la recuperación de la soberanía y el rol autó-
nomo internacional de la segunda potencia militar del planeta se le alzan
como obstáculos a sus designios de dominación unipolar. Por otro lado, el
hipercosumo, desarrollado por el esquema económico global, planteado
en los países centrales, requiere cada vez más de energía, cuya provisión
comienza a hacerse deficitaria.
Esto determina la estrategia del nuevo período, el período financiero
puro de la globalización en el que la renta financiera alcanza niveles histó-
ricos a los que jamás había llegado, y se convierte en movimientos conta-
bles que superan en varias veces a los valores de la economía real.
La ficción económica financiera conllevó a un alto grado de irraciona-
lidad en las decisiones políticas, y fue así como se generó la idea de iniciar
una marcha militar hacia los países proveedores de petróleo, que no se
habían alineado todavía en el Asia central, camino a Irán y parte del círculo
geoestratégico que rodea a China.
La irracionalidad comienza desde la preparación del motivo o la ex-
cusa para desatar la campaña militar, primero contra Afganistán y luego
contra Irak, que es precisamente como dijéramos, un atentado que hasta el

El sujeto histórico en la globalizacion | 161


momento se sospecha que fue perpetrado con participación de los propios
servicios de inteligencia norteamericanos.
Sin embargo, la paradoja de la globalización sigue operando en este
período y a pesar de todo el despliegue de las FFAA conjuntas de los nor-
teamericanos y los europeos occidentales quedan empantanados en estos
dos objetivos y se ven obligados, cada vez más por la propia dinámica de
la economía capitalista mundial, a permitir el desarrollo chino y de muchos
países emergentes, incluidos países del antiguo bloque soviético que em-
piezan a caminar por una senda de autonomía como la propia Rusia, con
las presidencias de Putin.
La región Latinoamericana y del Caribe con crecimiento sostenido de
casi todas sus naciones empieza a marchar hacia la integración soñada por
los libertadores; una integración no gestionada por las fuerzas del capital
sino por las del trabajo, la cooperación y el proyecto de la Patria Grande, que
se va haciendo realidad en la Alba, la Unasur, la Celac y el nuevo Mercosur.
En Asia, la ya analizada emergencia impresionante de China y los ejes
de resistencia que se fueron creando a las estrategias militaristas e imperia-
listas del capital, a partir de los nuevos rumbos de Rusia y las alianzas de
la Asean, el grupo de cooperación de Shangai y finalmente la interacción
de varios de ellos con Sudáfrica y Brasil, a través de los BRICS, fueron
conformando también un territorio de autodeterminación y soberanía fren-
te a las fuerzas del imperio. La lucha de los pueblos árabes y las jóvenes
repúblicas africanas continua, empalmando con su anterior lucha antico-
lonial llevada a cabo gloriosamente en el siglo XX, bajo el paraguas del
socialismo soviético y chino. Mientras tanto, en las otrora soberbias urbes
del mundo desarrollado se instala la crisis y se empiezan a notar ya los
indicios de una sublevación a las ideas y los valores con los que el capital
logró contener y adormecer durante tantos años a los trabajadores, en la
esperanza engañosa de la eternización de un falso estado de bienestar.
Este segundo período de la globalización coincide con el momento en
que se produce un cambio muy importante en la política y la economía chinas
al decidirse alrededor de los años 1999 y 2001 la estrategia de “salir al exte-
rior” (go out policy). Ello fue posible por el volumen y desarrollo que habían
adquirido las empresas chinas y su apropiación de tecnología. En esto, con
alguna diferencia en las fechas también lo confirma Ramírez Bonilla
(…) la posición financiera de China se caracteriza por el doble desfase
existente entre la función como destino y la función como origen de

162 | Mariano Ciafardini


inversiones directas. En términos temporales, el auge de China como un
destino privilegiado de la IED comenzó en 1992, mientras que el auge
como origen de inversiones directas tan solo se produjo a partir de 2005.
Ese año, en efecto, las inversiones directas de origen chino superaron, por
primera vez, los 10.000 millones de dólares, al alcanzar un total de 12.261
millones de dólares (…). Ahora bien, en 2007 las exportaciones globales
de inversiones directas, habían alcanzado un máximo histórico de 2.175
billones de dólares. (Ramírez Bonilla, en Moneta et. al., 2012: 487)
Este aumento de la inversión global hacia el exterior no redujo la recep-
ción de inversiones hacia el interior, sino que se mantuvieron bastante propor-
cionales como lo deja ver el gráfico siguiente en el que además se aprecian
los cambios económicos y financieros producidos en China según las etapas
y periodos de desarrollo del capitalismo que hemos venido puntualizando.

3ER IMPERIALISMO 1RA globalizaciÓn 2DA globalizaciÓn

120000 1985 2001


CRISIS
Millones de dólares, a precios corrientes

eeuu
1000
CRISIS
eeuu
DENG TIAN’ANMEN
80000
HU
jintao
60000
JIANG
zemin
40000

20000

0
1971

2000

2005
1970

1972
1973
1974
1975
1976
1977
1978
1979
1980
1981
1982
1983
1984

1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998

2001
2002
2003
2004

2006
2007
2008
2009
2010
1985

1999

Global hacia el interior Global hacia el exterior Hacia China Desde China

Fuente: Elaboración propia con datos del BM

Es interesante ver cómo un analista como Ramírez Bonilla que no es-


cribe su artículo como alabanza a la política y la economías chinas sino,
más bien, como advertencia del resguardo que tendrían que tomar las na-
ciones latinoamericanas frente a su expansión, reconozca claramente las
contradicciones propias de este proceso que hemos señalado como parado-
jas de la globalización:

El sujeto histórico en la globalizacion | 163


En términos sistémicos globales, la acelerada expansión económica y co-
mercial de China tiende a subvertir el orden económico internacional de
la posguerra fría. La pérdida progresiva de relevancia de las economías
capitalistas más importantes se ha expresado esporádicamente en reac-
ciones políticas antichinas de parte de los gobiernos correspondientes. En
parte, el malestar generado entre estas élites gubernamentales por el as-
censo económico fulgurante de China tiende a ser disipado por el auxilio
financiero que les presta el gobierno chino. (Ramírez Bonilla, en Moneta
et. al., 2012: 490)
De todos lo certeros análisis que realiza Ramírez Bonilla saca la tam-
bién acertada conclusión de que “(…) podemos concluir que en la política
económica exterior en general y, en particular, en la política de inversiones
directas, tiene un mayor peso la dimensión política que la dimensión eco-
nómica”. (Ramírez Bonilla, en Moneta et. al., 2012: 490)
Con ello nuestro autor pretende abonar su suspicacia respecto del pe-
ligro que podría presentar la estrategia China a las economías latinoameri-
canas que, por otra parte, considera marginales en términos de importancia
para dicha estrategia.
Este segundo período de la última etapa del capitalismo termina con
la implosión de la gran burbuja financiera que formó el capital parasitario
en su momento de mayor auge histórico. La crisis empezó entre los años
2007 y 2008 y sus efectos se mantienen hasta la actualidad (2013). Nunca
el capitalismo estuvo sumido sistémicamente en una crisis tan larga, lo que
no es más que otra señal de que la crisis es terminal. Sin embargo, lo más
indicativo de esta terminalidad, está en el análisis materialista de la situa-
ción actual del capital. La obra de los cubanos Cervantes Martínez, Gil
Chamizo, Regalado Álvarez y Zardoya Loureda que venimos citando nos
ofrece en este sentido unos pasajes por demás claros al respecto:
No son precisamente las políticas monetaristas (…) las que estimulan el
éxodo de los capitales de la esfera productiva. En realidad estas políticas
derivan de la necesidad orgánica de la especulación financiera para el ca-
pital transnacional (…) la acción de la ley de la tendencia decreciente de
la cuota de ganancia desestimula la inversión productiva (…). Las poten-
cialidades del capital que no se realizan en la producción demandan una
forma parasitaria de realización: engullirse una parte cada vez mayor de
lo producido, a través de una redistribución especulativa de las ganancias.
El capitalismo transnacional acentúa la tendencia del capital a subsistir a
través de la autofagia que progresivamente se convierte en una condición
de vida para él; su reproducción tiene lugar sobre la base de la absorción

164 | Mariano Ciafardini


de la economía que produce valores por la economía que no los produce.
El capital transnacional no sólo se realiza a través de la explotación di-
recta del trabajo vivo, sino también y en medida creciente, de la redistri-
bución del trabajo muerto, el cual por esta vía, acentúa su dominio sobre
el primero; no sólo se apropia de plusvalía fresca, de nuevos valores, sino
también de la riqueza acumulada. Su voracidad no sólo se vuelca sobre
la esfera productiva, sino también sobre la masa de valores creados por la
humanidad en su historia. Es un círculo vicioso: la especulación financie-
ra devora las posibilidades de reproducción productiva del capital, lo cual
a su vez, contribuye a un mayor incremento de la especulación financiera.
(Cervantes Martínez, et. al., 2000:187)

Tercer período de la globalización (2013-…)

La resolución del XVIII Congreso Nacional del Partido Comunista


Chino del 14 de noviembre de 2012 reza:
Manteniendo en alto la gran bandera del socialismo con peculiaridades
chinas y tomando como guía el marxismo-leninismo, el pensamiento de
Mao Zedong, la teoría de Deng Xiaoping, el importante pensamiento de la
triple representatividad y la concepción científica del desarrollo, el infor-
me ha analizado la evolución y el cambio de la situación interna y externa.
Más allá de las formalidades del discurso los conceptos de “marxismo-
leninismo” y “concepción científica del desarrollo”, por otro lado totalmente
concordantes entre sí, establecidos en un documento de ese rango por el
partido que conduce a la, en muchos aspectos, segunda potencia mundial y la
única de las grandes que se mueve en sentido ascendente, no puede dejar de
tener connotaciones de alta trascendencia en el análisis de la época.
Por ello los términos “marxismo-leninismo” y “concepción científica
del desarrollo” no son ornamentos retóricos de la resolución del PCCH,
sino que denotan la vigencia de una tendencia revolucionaria que no sólo
no se ha agotado, sino que ha sabido mantenerse y reformularse a la vez
que reactualizaba –consciente o inconscientemente– la teoría marxista en
un sentido materialista y dialéctico.
Eso no quiere decir que en la sociedad china y en el propio Partido
Comunista Chino no convivan otras tendencias regresivas que se van ex-
presando con mayor o menor fuerza de acuerdo a la circunstancias, pero es
un ejemplo muy clarificador de cómo el salto de etapa del imperialismo a
la globalización encontró a cada país y región del globo en una situación

El sujeto histórico en la globalizacion | 165


distinta y cómo las fuerzas verdaderamente democráticas y progresistas
han venido sacando provecho de ello.

imperialismo globalizaciÓn

1 Período
er
2 Período
do
3 Período
er
1er 2do
Comienzo Auge Crisis Período Período

Crisis, Nuevo proceso social,


pauperización económico y político
Larga Surgimiento y
y Revolución chino en la globalización
Marcha consolidación
de la Revolución Cultural
NEP
y recupe-
ración

1880 1890 1900 1910 1920 1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990 2000 2010
1991
Jian
1917 1949 1978
Revolución Revolución DENG 1989
Rusa MAO Tian’anmen

Otro ámbito mundial donde las fuerzas progresistas y de izquierda han


captado el signo de la época es América del Sur.
Sudamérica está dando pasos trascendentales en el camino de la autode-
fensa de su soberanía y autonomía frente a los dictados de la globalización
neoliberal. Nunca como antes en la historia se ha avanzado tanto en la unidad
sudamericana (y latinoamericana) con rumbo a la defensa de los verdaderos
intereses de nuestros pueblos. La constitución de la Unasur y dentro de ella
del Consejo de Defensa Suramericano y ahora del Consejo Económico y
Financiero y el debate sobre la creación del Banco del Sur, son hitos históri-
cos que marcan una clara posición ideológica frente al imperialismo globa-
lizador y que entusiasman a millones. La profundización de la unidad y del
rumbo acometido es la gran contribución que hacen hoy los partidos de la
izquierda socialistas, comunistas y los movimientos sociales revolucionarios
de América del Sur al esfuerzo mundial por una nueva sociedad. Es difícil
terminar este último punto porque los acontecimientos históricos que dan
cuenta de la crisis del sistema financiero occidental manejado por las “cities”
del capitalismo mundial y la aparición de alternativas que empujan hacia un
final abierto, se suceden vertiginosamente ya ahora en tiempo real. El último
que podemos constatar es la creación del Banco Asiático de Infraestructura
e Inversión propuesto por China que amenaza con ser alternativa al Fondo
Monetario Internacional y al Banco Mundial.

166 | Mariano Ciafardini


Manotazos de ahogado

Ante los primeros síntomas de la crisis general del sistema capitalista


financiarizado que comenzaron fuerte en el 2008 y se vienen extendiendo
hasta el 2014, la gran “estrategia” de los sectores globalizantes del capita-
lismo financiero más desarrollado ha empezado a reproducir sus manifes-
taciones teóricas urgentes que en estas circunstancias terminales no pueden
ser más que relatos de evidente fantasiosidad y rayano esquematismo sim-
plón, aunque, como es propio de los ingentes recursos materiales y comu-
nicativos con los que cuenta, están elaborados de una forma sofisticada y
con abundante información.
Uno de los productos más acabados de esta manifestación ideológica des-
esperada es el libro de Nicolás Berggruen y Nathan Gardels Gobernanza inte-
ligente para el siglo XXI (2013), editado por Polity Oress Ltada (Cambridge).
Berggruen es presidente del instituto que lleva su nombre radicado en
Santa Mónica, California, lugar que, según ellos mismos lo definen, sería
una suerte de “máxima avanzadilla” mundial del “occidente democrático”,
nacido en la antigua Grecia. Gardels es “advisor” de dicha fundación de-
dicada a examinar y proponer las formas de la futura gobernanza global.
La referencia geográfica no es de importancia menor, ya que es el sitio de
radicación de las primeras y más grandes empresas de tecnología cibernética
y de la comunicación, motores y materiales esenciales del salto del capitalis-
mo a la globalización, que han constituido las bases de las fuerzas producti-
vas sobre la que se ha montado la financiarización de la economía mundial.
La ONG de Berggruen ha formado varios consejos: en el año 2011
creó el Consejo del Siglo 21, “como una suerte de G20 en las sombras”,
integrado entre otros por Ernesto Zedillo; Felipe González; Gerard Sheder;
Fernando Enrique Cardozo; el chino Zheng Bijian, asesor de Deng; Georg
Yeo, de Singapur; los fundadores del G 20, Larry Sumers y el canadiense
Paul Martin; el capitalista chino Erik x Li; el inefable Francis Fukuyma;
el crítico tibio de la globalización, Joshep Stiglits; y los emperadores de
Silicon Valley; Eric Schimdt, de Google; Chad Hurley, de You Tube; Jack
Dorsey de Twitter; también Pascla Lamy de la Organización Mundial de
Comercio; y los economistas Raguram Rajam y Nouriel Roubini. Larry
Sumers fue, además de inventor de la burbuja norteamericana, asesor de
Clinton y ahora de Obama. Un equipito neokeynesiano duro, que no viene
a cuestionar la globalización sino a “salvarla”.

El sujeto histórico en la globalizacion | 167


Para el área europea han formado otro consejo con el siguiente equi-
po: Marek Belka, ex primer ministro de Polonia; Tony Blair, ex primer
ministro del Reino Unido; Juan Luis Cebrian, consejero delegado de El
País/Prisa (España); Rodrigo Rato, ex director ejecutivo del FMI (Espa-
ña); Jacques Delors, ex presidente de la Comisión Europea (Francia); Fe-
lipe González; Ottmar Issing, ex miembro de la junta directiva del Banco
Central Europeo (Alemania); Jackob Kellenberger, ex ministro de Asuntos
Exteriores de Suiza; Alain Mic, “intelectual emprendedor” francés; Mario
Monti, economista, ex Comisario Europeo y primer ministro de Italia; Ro-
mano Prodi, ex primer ministro de Italia; Gerhard Shroeder, ex canciller
alemán; Matti Van Hannene, ex primer ministro de Finlandia; y Guy Ber-
hofsatadt, ex primer ministro de Bélgica. El grupo es “nutrido” también
por Antony Guiddens, Nouriel Roubini, Michael Spence y Joshep Stiglits.
Lo más granado de una especie de conjunción de tercera vía y neokey-
nesianismo duro con algunas excepciones no encasillables.
Los autores del libro confiesan inconscientemente la urgencia de la ela-
boración del relato que se proponen. Afirman: “la observación heterodoxa
que hemos de hacer en este libro es que, como hemos podido comprobarlo
en el caso de los mercados financieros, la democracia occidental no tiene
mayor capacidad de corregirse a sí misma que el sistema chino” (Berg-
gruen; Gardels, 2013: 42). Es decir, que toda esta estrategia se les ocurrió
después del cimbronazo de la crisis financiera que los sacó de su embota-
miento triunfalista, momento hasta el que no registraron, salvo excepciones
parciales y erráticas, ninguna capacidad de anticipación a lo que vendría.
La confesión del fracaso de la globalización es más explícita en uno de
los prólogos del libro a cargo de Ernesto Zedillo Ponce de León, expresi-
dente de México y gran aplicador del acuerdo de libre comercio con EEUU
que tantos desastres acarreó y sigue acarreando para su país, principal per-
dedor del acuerdo. El ahora devenido profesor de Yale y asesor de grupos
privados internacionales, dice en el prólogo que
Los compromisos establecidos en la Declaración del Milenio y en el Con-
senso de Monterrey no han sido cumplidos cabalmente. Este incumpli-
miento ayuda a explicar el hecho de que los llamados Objetivos de Desa-
rrollo del Milenio establecidos para el 2015, tal como van las tendencias,
no vayan a alcanzarse en muchos países a pesar de que el crecimiento de
sus economías ha sido más alto de lo que se preveía a principios de la
década pasada. (Berggruen; Gardels, 2013: 24)

168 | Mariano Ciafardini


Zedillo es consciente de que estas declaraciones de las Naciones Uni-
das que reflejaron una mezcla de soberbia neoliberal con una buena cuota
de hipocresía y cinismo, están mostrando a esta altura su esencia de mero
relato engañoso y que es necesario ir por otro que permita seguir dilatando
las transformaciones de fondo del sistema mundial mientras sus asesorados
siguen acumulando riquezas en detrimento de los objetivos declamados.
Pero veamos qué es lo que ofrecen Berggruen y Gardels como proyec-
to de “gobernanza” global superador.
En el lenguaje que utilizan se nota la “avanzadilla” de Silicon Valley.
Sugieren que hemos estado hasta ahora en la globalización 1.0 y que de-
bemos pasar a la 2.0. La globalización 1.0 para la que reservan el mote de
“neoliberal” dirigida por EEUU, habría difundido la riqueza globalmente
aunque reconoce que “de forma desigual”. La receta para pasar de esta a la
2.0 arranca con una generalización abstracta y ambigua como pocas: “Solo
podemos salir de esta parálisis general recalibrando las coordenadas de
los sistemas políticos para establecer una buena gobernanza”. (Berggruen;
Gardels, 2013: 55)
Tal “recalibración de coordenadas” resulta ser una pueril mezcla de
ciertas “virtudes” de la democracia liberal occidental con elementos del
“mandarinato” chino que ellos creen encontrar en la forma de gobierno
de la China actual y que suponen que es producto de las ideas confusianas
del imperio medio. En este sentido terminan proponiendo una democracia
representativa meritocrática y tecnocrática con participación (en los térmi-
nos en que ellos entienden la participación) a nivel comunal y con amplia
difusión de las tecnología web 2.0; es decir, la interconectividad virtual
para la función de monitoreo y propuestas. No es posible pedirle al capi-
talismo en su fase terminal que tenga proyectos verdaderos. Lo más que
puede producir son cosas como esta es decir eclecticismos superficiales y
previsibles que para nada se hacen cargo de los verdaderos y graves pro-
blemas que acechan hoy a la humanidad precisamente por la crisis a la que
la arrastra el sistema económico y político del capitalismo en su fase ter-
minal. El resto que hacen las usinas y think tanks de los grupos financieros
internacionales son pergeñar estrategias para la sustentabilidad del poder
por el poder mismo y la concentración de riqueza de manera compulsiva
que ya no responden a ningún proyecto con visas de razonabilidad o míni-
mas pretensiones de consenso explícito de las masas.

El sujeto histórico en la globalizacion | 169


Sin embargo estas últimas propuestas de “un mundo nuevo” capitalista,
por destinadas al fracaso que estén, deberían hacer reflexionar a la izquier-
da y a todos los que aspiran a la construcción de un verdadero mundo nue-
vo sobre la necesidad de tener un proyecto real, explícitamente formulado
(al menos en sus grandes líneas) del mundo que queremos, de la forma en
que pensamos se deben desempeñar el consumo y por tanto la producción,
en ese nuevo mundo para que la existencia y la reproducción de lo humano
sea sustentable y protegiendo al planeta. Un proyecto que explique además
cuáles serían las formas de organización de las economías globales y loca-
les y las formas de organización política para hacer viables y sustentable
dicho modelo.
Es difícil que las naciones, aun aquellas que juegan hoy un papel alter-
nativo (o que intenta ser alternativo) a la globalización neoliberal puedan
explicitar ideas respecto de este modelo global ya que están inmersas en
juegos políticos internos e internacionales que las limitan en relación a es-
tas posibilidades por lo contradictorio que podrían resultar algunas pautas
de este nuevo proyecto del nuevo mundo con las medidas que se ven hoy
obligadas a tomar en la coyuntura. Pero sí es obligación de los partidos
políticos y las organizaciones progresistas y de izquierda, antiimperialis-
tas y antiglobalizadoras de hacerlo y de hacerlo ya, dado que ese modelo
devendría un instrumento fundamental para la lucha ideológica en el ca-
mino de la construcción del sujeto histórico actual. Incluso los partidos de
gobierno ya que es necesario diferenciar los niveles del ideario político y
el horizonte utópico y la gestión política concreta de la coyuntura actual.
Esas, como diría Mao, no son contradicciones fundamentales. Pero son
cuestiones que atañen a nuestra propuesta, que es lo que vamos a abordar
en el siguiente capítulo.

170 | Mariano Ciafardini


Capítulo 8

Un nuevo y siempre el mismo


sujeto histórico y revolucionario
Francois Houtart escribió en el año 2006 una monografía sobre “Los
movimientos sociales y la construcción de un nuevo sujeto histórico”1. Su
punto de vista nos interesa desde el momento que reconoce “saltos histó-
ricos” en el desarrollo del capitalismo y, simultáneas, metamorfosis en el
sujeto “revolucionarizante” del sistema.
Houtart ve un primer salto histórico “cuando el capitalismo construye,
después de cuatro siglos de existencia, las bases materiales de su reproduc-
ción que son la división del trabajo y la industrialización. Nace el proleta-
riado como sujeto potencial, a partir de la contradicción entre el capital y
el trabajo” (2006: 436). De alguna manera coincidimos con lo expresado
por Houtart, si se considera que este sujeto proletariado nace en, y viene
actuando bajo formas proto proletarias, en los cuatro siglos anteriores. Así
lo expusimos anteriormente.
Sigue Houtart diciendo: “Evidentemente, la historia de la clase obrera
como sujeto histórico no fue lineal. Existió el paso del movimiento al par-
tido político y del plano nacional al plano internacional, pero también se
registraron éxitos y fracasos, victorias y recuperaciones” (2006: 436). Si
en esta sencilla frase consideramos incluida toda la experiencia y la trans-
formación que sufrió el sujeto histórico “clase obrera” en el siglo XX, que
describimos al comienzo de este trabajo, podemos seguir coincidiendo.
Y finalmente acordaríamos también con Houtart en lo que denomina
nuevo salto del capitalismo (y del sujeto):
El sujeto social se amplifica. Las nuevas tecnologías extienden la base
material de su reproducción: la informática y la comunicación, que le
dan una dimensión realmente global. El capital necesita una acumulación
acelerada para responder al tamaño de las inversiones en tecnologías cada

(1) bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/campus/marxis/P4C3Houtart.pdf

El sujeto histórico en la globalizacion | 171


vez más sofisticadas, cubrir los gastos de una concentración creciente y
atender las exigencias del capital financiero (…). Empezó la fase neo-
liberal del desarrollo del capitalismo llamada también el Consenso de
Washington (…). Asistimos también a una búsqueda de nuevas fronteras
de acumulación frente a las crisis tanto del capital productivo como del
capital financiero (…). El resultado es que ahora todos los grupos hu-
manos sin excepción están sometidos a la ley del valor, no solamente
la clase obrera asalariada (subsunción real) (…) bajo otros mecanismos
financieros (precio de las materias primas o de los productos agrícolas,
servicio de la deuda externa, paraísos fiscales, etc.) o jurídicos (las nor-
mas del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organi-
zación Mundial del Comercio) todo esto significando una subsunción
formal. (2006: 436-437)
Hemos transcripto la mayor parte de este largo párrafo de Houtart pues
saltando algunos detalles expresa nuestro pensamiento como se puede
comprobar contrastándolo con nuestro relato en los textos precedentes.
En el párrafo siguiente vamos también a coincidir con reflexiones que
consideramos de profundo contenido materialista y expresiones claras del
materialismo histórico aplicado al análisis del capitalismo desarrollado
(aunque el autor no reconozca estos anclajes teóricos) y vamos también a
disentir en las conclusiones concretas que Houtart saca del mismo análisis:
Por todas estas razones, el nuevo sujeto histórico se extiende al conjunto
de los grupos sociales sometidos, tanto aquellos que forman parte de la
subsunción real (representados por los llamados “antiguo movimientos
sociales”) como los que integrarían el grupo de los subsumidos formal-
mente (“nuevos movimientos sociales”). El nuevo sujeto histórico a cons-
truir será popular y plural, es decir, constituido por una multiplicidad de
actores y no por la “multitud” de la cual hablan Michael Hardt y Antonio
Negri (2002) (…). Este sujeto será democrático, no solamente por su meta
sino por el proceso mismo de su construcción. Será también multipolar ya
que se desarrollará en los diferentes continentes y en las diversas regiones
del mundo. Se tratará de un sujeto en el sentido pleno de la palabra, inclu-
yendo la subjetividad redescubierta abarcando a todos los seres humanos.
(2006: 437-438)
La definición es buena, pero es incompleta, más aun, le falta lo funda-
mental de la nueva estructuración del sujeto histórico de la globalización.

172 | Mariano Ciafardini


Conclusiones

En la globalización el sujeto histórico es una síntesis dialéctica de los


sujetos históricos de las dos etapas anteriores; es decir, es la masa trabaja-
dora en general rural y urbana, aquella masa provenientes del ámbito rural
que no encuentran cabidas definitivas en las ciudades, los sectores obreros,
medios, empleados y excluidos. En ese sentido los nuevos movimientos
sociales que se han generado a raíz de las urgencias discriminantes y ex-
cluyentes de la globalización en los últimos 20 años representan en gran
parte intereses de estas amplias masas. Pero también los representan las
organizaciones políticas de izquierda que se formaron a lo largo de la etapa
imperialista anterior, es decir los partidos de izquierda que encarnaron la
conducción de los intereses de la clase obrera y el pueblo en las luchas
contra el imperialismo que todavía existen y actúan políticamente y tienen
sobre esas masas una dispar influencia tanto directa, como indirecta. Todos
ellos en su unidad no solo nacional, sino a niveles regionales e internacio-
nales, son la conducción colectiva de esta forma de expresión actual del
sujeto histórico movilizada y organizada desde abajo. Pero esta es aún sólo
una parte del sujeto revolucionario actual.
Aquí hay que señalar que el sujeto histórico revolucionario en la glo-
balización tiene dos movimientos en paralelo.
La otra dimensión del sujeto se manifiesta en forma de procesos políti-
cos nacionales en bloques, como América Latina o el África Subsahariana,
o la estrategia de grandes países como Rusia, China y sus subregiones o
comunidades religiosas como el mundo árabe y también con las luchas
crecientes de la clase obrera y los pueblos de Europa y EEUU. A ello nos
referimos anteriormente.
En la actualidad el sujeto histórico ha empezado a ocupar posiciones
de poder político de relevancia mundial, y está ocupando espacios de go-
bierno. Esto es lo verdaderamente nuevo. El motor del sujeto histórico
revolucionario en el capitalismo terminal son directamente gobiernos po-
pulares o mejor dicho la articulación entre estos gobiernos, cada vez más
numerosos, y sus pueblos. Se está construyendo una representatividad ver-
dadera que reemplaza a la fantasía de la democracia liberal. Esta es una
forma de organización política totalmente novedosa para el sujeto político

El sujeto histórico en la globalizacion | 173


revolucionario. Solo se había expresado en el siglo XX en aquellos lugares
donde triunfó la revolución socialista o los gobiernos de liberación nacio-
nal, pero ya vimos que los primeros quedaron aislados del resto del mundo
como gobiernos, y los segundos fueron de duración efímera. Hoy uno de
estos gobiernos es una potencia económica mundial en ascenso con claras
perspectivas de desbancar del podio económico mundial a los países ca-
pitalistas más desarrollados como lo es China y otros gobiernos populares
como los latinoamericanos desarrollan una tendencia a la integración nun-
ca antes vista y se consolidan ya en décadas de estabilidad gubernamental
amenazando en convertirse en una región-nación también en ascenso.
Todos ellos juntos representan la ideología del trabajo de la clase obre-
ra del mundo de la producción y la reproducción social frente al de la
especulación irracional y la puesta en riesgo de la propia vida del planeta
de capitalismo terminal.
El sujeto histórico es ahora necesariamente universalista y regionalis-
ta, debe incluir a los partidos de izquierda comunistas y revolucionarios
porque son los portadores del capital histórico y político de las luchas más
importantes del siglo XX y los principales actores en los intentos reales
de construcción de socialismo hasta ahora. Son los encargados de hacer la
autocrítica y la síntesis de esas experiencias sin las cuales es imposible di-
señar el futuro socialismo y la estrategia política actual, deben estar otros
partidos de izquierda que compartan los términos generales de esta visión.
La conducción debe ser colectiva a nivel internacional y debe interpelar al
más amplio espectro social, sin prioridades, desde los sectores excluidos,
trabajadores del campo y la ciudad, clase obrera industrial, profesionales,
estudiantes, científicos, pequeños y medianos comerciantes, clases me-
dias, funcionarios, militares, policías, deportistas, artistas, trabajadores
de la cultura, de la educación, de la salud y de los servicios públicos y
empleados en general, en contra de los grandes grupos de concentración
capitalista financiera y sus operadores nacionales e internacionales.
Para la izquierda revolucionaria, los socialistas que intentan forjar un
nuevo mundo y los partidos comunistas herederos de la Liga de los Comu-
nistas de Marx y Engels y del partido de Lenin, forjado en la Revolución
de Octubre, la actual situación de crisis profunda y general del capitalismo
significa una enorme responsabilidad.
La verdadera izquierda fue solidaria con la Revolución de Octubre y
con la construcción del socialismo, con la lucha contra el nazismo, en la
que dejaron la vida en primera fila los mejores cuadros del PCUS; con

174 | Mariano Ciafardini


la Revolución China y la construcción del socialismo en China; con el
Partido Comunista de Ho Chi Min en Vietnam y con su heroica lucha
contra la agresión imperialista; con el Partido Comunista de Cuba, pro-
tagonista de la revolución cubana, con Fidel y el Che a la cabeza, y con
la inclaudicable resistencia del pueblo cubano hasta nuestros días. Estos
partidos y movimientos lucharon en todas las batallas contra el fascismo,
el imperialismo y el terrorismo de estado, en cada uno de sus países. La
izquierda y los movimientos de liberación nacional que lucharon contra el
colonialismo y el neocolonialismo, el racismo y apartheid.
Esa izquierda revolucionaria de todo el mundo, frente a la gran derrota
que significó la implosión del socialismo en la URSS y el campo socialista
y la avalancha neoliberal ha sabido mantener, en la más cruel adversidad
ideológica, las banderas, los símbolos, el capital histórico y político del mo-
vimiento internacional por la paz el socialismo y la liberación de los pueblos
en los duros años de los 80 los 90 y el inicio del presente siglo. Todos estos
partidos y organizaciones que tuvieron el honor de estar al frente de estos
procesos, y los nuevos partidos socialistas y de izquierda que se han sumado
más recientemente a este movimiento, tienen, ahora, en este momento his-
tórico trascendente, la obligación política de aportar teórica y prácticamente
a la lucha final contra el capitalismo senil y decadente que propone, en su
último estertor, arrastrar al mundo a su propia muerte.
Nosotros creemos que para ello es imprescindible avanzar en el desa-
rrollo del marxismo y de otras elaboraciones teóricas que finalmente van
en el mismo sentido, a modo de sintetizar las experiencias pasadas y brin-
dar al movimiento de masas mundial, que ya despierta, herramientas que
sean el pilar de la unidad y la perspectiva común, indispensable para la
construcción de la nueva sociedad.
Es decir que los partidos de izquierda principalmente los partidos co-
munistas y los partidos socialistas y populares revolucionarios deben for-
mar un núcleo político único mundial con una propuesta de cambio radical
hacia un modelo de mundo que termine con la lucha de clases y la domi-
nación y desde allí interpelar a todos los sectores sociales con excepción
de los que están comprometidos objetivamente con el mantenimiento del
status quo y la regresión reaccionaria.
En este sentido resulta de primordial importancia teórica la caracteri-
zación internacionalista de la época que nos toca vivir, cuyo nombre se ha
vulgarizado como el de globalización neoliberal.

El sujeto histórico en la globalizacion | 175


Creemos que esta caracterización tiene tanta importancia como la tuvo
la caracterización de imperialismo que hicieron Lenin y otros a comienzos
del siglo XX, para señalar un cambio cualitativo de las formas de acumu-
lación del capital, lo que proponía nuevas estrategias y formas de lucha,
frente a lo que había sido el capitalismo salvaje, de libre competencia,
hasta el siglo XIX.
Obviamente, la globalización no es sólo el avance las comunicaciones
y de la forma de acumular, difundir y procesar información, junto con un
gran aceleramiento del comercio mundial, como ha querido hacerlo ver
la derecha mundial a través de sus medios de información ultra-masivos,
destacando en abstracto solamente algunas características del avance tec-
nológico de la época.
La globalización es una forma de capitalismo ultra-depredador, que ha
aumentado gigantescamente la brecha entre ricos y pobres y destruido la
mayor parte de las redes estatales de bienestar social, y que pone en riesgo
serio e inminente el equilibrio ecológico del planeta.
Pero esos son algunos de sus aspectos más evidentemente nocivos. En
términos históricos, la globalización es una forma nueva de acumulación
del capital en la que se prioriza la renta financiera y esto ha tenido una
enormidad de consecuencias y cambios en las formas políticas y cultura-
les, ideológicas y sociales que implican una agudización de la alienación,
la despolitización, la anomia y la conflictividad, expresadas de diversas
maneras a nivel mundial.
Es importante, pensamos, ver este salto cualitativo del imperialismo
a la globalización, como una nueva etapa del capitalismo, en tanto esto
nos permite reflexionar sobre la necesidad de readecuar, aggiornar y, sobre
todo, sintetizar las formas de lucha contra el viejo capitalismo nonocen-
tista, y las llevadas a cabo contra el imperialismo durante el siglo XX, en
nuevas formas estratégicas actuales que, tomando lo mejor de todas ellas
y articulándolas dialécticamente, se constituyan en las herramientas ideo-
lógicas y prácticas eficaces para evitar la catástrofe final, y comenzar la
construcción de la nueva sociedad mundial.
Creemos que es indispensable, entonces, caracterizar a esta época
como una etapa senil, decadente y, por lo tanto, final de todo el proceso
capitalista. A esta consideración se llega a través del análisis marxista –del
pasado y del presente– del sistema capitalista, mediante una visión dialéc-
tica de todo este proceso.

176 | Mariano Ciafardini


Está claro que hay una gran diferencia entre considerar que objetiva-
mente el sistema está acabado y se aproxima la hora de su derrota, a con-
siderar que tenemos capitalismo “para rato” y que hay que prepararse para
luchar y resistir en su seno por décadas.
Esto debe ser puesto sobre la mesa del debate, no como un mero juego
teórico, sino como cuestión fundamental a partir de la cual diseñar las estra-
tegias locales y sobre todo internacionales de los partidos comunistas hoy.
Nuestro aporte en este aspecto es la tesis de que el capitalismo, luego
de que se desarrollara inicialmente como capitalismo de libre competencia,
desde la acumulación originaria hasta el siglo XIX, sufrió un salto cuali-
tativo en la forma de acumulación del capital, que se hace a partir de allí a
través de las empresas monopólicas transnacionales, como correctamente
lo señaló Lenin. Y que luego, a partir de los años 80, sufre una nueva trans-
formación, mediante la que se transforma en un nuevo tipo de capitalismo,
que sintetiza las peores cualidades de explotación y depredación de los dos
anteriores. Pero esta fase es, en la triada dialéctica de afirmación, negación
y negación de la negación, la fase final. Ello lo hemos desarrollado en un
trabajo de análisis un tanto más extenso y profundo que estas líneas1. Pero
lo que queremos dejar aquí claro es que esta consideración, de globaliza-
ción como fase final, debe llevar y lleva, inmediatamente, a la pregunta
acerca del sujeto histórico.
Cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto Comunista dejaron en
claro que la burguesía había creado a su sepulturero: el proletariado Este es
el sujeto histórico que tiene como tarea derribar el capitalismo y construir
la nueva sociedad socialista. En tiempos de Marx y Engels el centro de la
estrategia estuvo puesto en la lucha por la conciencia de la clase obrera, la
creación de su partido, y su movilización desde las reivindicaciones inme-
diatas a la lucha política.
Durante el imperialismo esta lucha se profundizó en cantidad y cali-
dad, pero se sumó otro actor político central a la lucha revolucionaria, que
fue el primer estado socialista y luego el campo socialista mundial, frente
a los que el imperialismo planteó formas de guerras –calientes y frías–
que marcaron el escenario político internacional durante toda la etapa, ha-
ciendo indispensable coordinar la lucha entre los movimientos obreros, el

(1) Ver Ciafardini, Mariano Globalización Tercera (y última) etapa del capitalismo. Bue-
nos Aires 2011 Ed. Luxemburg.

El sujeto histórico en la globalizacion | 177


campo socialista y los movimientos populares de liberación nacional. Esa
lucha consiguió importantísimos éxitos y avances pudo frenar al fascismo,
terminar con el colonialismo y el neocolonialismo, le puso límites al desa-
rrollo del imperialismo en el mundo y dejó llamas de revolución encendi-
das como la gloriosa revolución cubana.
Hoy aquel campo socialista ya no está y la lucha del movimiento obrero
ha sumado a múltiples y variados actores: movimientos sociales, la lucha
de las mujeres, las luchas de las minorías, la lucha de los pueblos árabes y
africanos por su liberación, la lucha por la diversidad cultural y religiosa,
la lucha por la preservación del medio ambiente, las luchas incluso de las
capas medias, pequeños productores y comerciantes que ven confluir sus
intereses con los de los demás sectores populares, etc. Pero también exis-
ten países socialistas que se han mantenido frente al asedio imperialista
como Cuba, y Corea del Norte, y experiencias como China y Vietnam, que
intentan construir el desarrollo en el marco de sus particulares circunstan-
cias y desafíos de desarrollo, y países en los que se desarrollan procesos de
oposición a la globalización neoliberal y que buscan unirse regionalmente
para salir de ella o evitar sus efectos destructivos, como Venezuela, Ecua-
dor, Bolivia y todo el proceso latinoamericano.
Ahora se suman a todo ello los movimientos de jóvenes desocupados
y sin futuro en los países capitalistas centrales que empieza a despuntar en
expresiones políticas.
Todo esto configura una masa diversa de energía revolucionaria en la
que la clase obrera industrial propiamente dicha tiene su parte, pero que
se extiende mucho más allá de ella, en multiplicidad de manifestaciones
dinámicas y complejas.

¿Qué hacer?

En la actualidad globalizada del capitalismo moderno, la versión “ofi-


cial” de la democracia sistémica es la de la democracia neoliberal im-
puesta, si es necesario, por la fuerza. Pero el sistema está cada vez menos
posibilitado de imponer su lógica de gobierno correspondiente a esta su,
última, etapa senil y decadente.
Frente a esta estrategia del poder de los grupos financiero-monopóli-
cos internacionales los pueblos alzan hoy su nueva estrategia popular. Así

178 | Mariano Ciafardini


pueden caracterizarse todos los gobiernos y movimientos latinoamericanos
que son hoy la principal preocupación del imperio en la región. Pero tam-
bién lo son las formas políticas antiglobalizadoras que se estructuran en
otras partes del mundo como en Rusia y China. En ese mismo sentido aun
estos podrían considerarse gobiernos populistas.
Pero este “populismo” no tiene nada que ver con los populismos del
siglo XX, ni aun en Latinoamérica aunque existan significantes que se
mantengan en el tiempo. El populismo actual es más tributario de las revo-
luciones socialistas y comunistas y de las luchas de los pueblos contra el
colonialismo y por la liberación nacional (todas ellas de carácter marxista)
del siglo pasado que de cualquier otra manifestación política de aquella
época o de épocas anteriores.
Los “populismos” actuales intentan recoger el legado de los wiclifis-
tas; los husitas; los de Thomas Munstser; los Diggers; los Sans Culottes;
los comuneros; los revolucionarios de octubre del 17 y de la guerra con-
tra el fascismo y las brigadas internacionales de la España republicana;
de la Larga Marcha; de la construcción del socialismo en la URSS, Euro-
pa del Este, China y Corea; de la Sierra Maestra y la resistencia cubana;
de los luchadores por la liberación colonial y nacional como Lumumba,
Ben Bela, Aghostino Neto, Mandela; los guerrilleros vietnamitas de Ho
Chi Min; la lucha contra el franquismo; la revolución de los claveles de
Portugal, etc.
Decimos que intentan recoger (y que lo deben hacer) ya que esta nueva
formación del sujeto revolucionario en los tiempos de la globalización,
está en la mitad de su camino. De la profundización de sus proyectos y
de un avance sustantivo en la articulación regional e internacional de los
mismos depende su propia subsistencia como tales.
Ernesto Laclau en Contingencia, Hegemonía, Universalidad (2000)
aborda la cuestión del populismo partiendo de su reflexión acerca de la “he-
gemonía” gramsciana, veinte años antes, en Hegemonía y estrategia socia-
lista (2004), que escribiera junto con Chantal Mouffe. Allí establece con
claridad sus puntos de partida no marxistas (y podría decirse antimarxistas)
ante lo que él considera que son los postulados básicos del marxismo.
Pero su descripción más acabada de las formas del sujeto de la política
las desarrolla Laclau en su trabajo La Razón Populista escrito en 2005. Allí
escribe en los comentarios finales la fórmula que mejor resume el por qué
de su visión antihegeliana y antimarxista:

El sujeto histórico en la globalizacion | 179


La historia no es un avance continuo infinito, sino una sucesión disconti-
nua de formaciones hegemónicas que no puede ser ordenada de acuerdo
con ninguna narrativa universal que trascienda su historicidad contingen-
te. Los ‘pueblos’ son sólo formaciones sociales reales, que resisten su
inscripción en cualquier tipo de teleología hegeliana. (Laclau, 2005: 281)
Hay un punto de contacto (contingente) entre nuestra visión y la de
Laclau. Él señala que el populismo como “construcción de una cadena de
equivalencias a partir de una dispersión de demandas fragmentadas y su
unificación en torno a posiciones populares que operan como significantes
vacíos (…) puede ser profundamente democrática”. Nosotros agregaría-
mos que, hoy, en el marco de la globalización, ese populismo, es, no sólo
profundamente democrático, sino más aun, potencialmente revolucionario.
Pero ello es así no porque esté en la “naturaleza” de esta dinámica
articuladora de formación de sujetos políticos, porque tal naturaleza no
existe. Es así porque esa dinámica particular y contingente está inscripta
en un universal, también contingente, en el que opera necesariamente con
ese carácter.
Es cierta y muy interesante la recurrencia (por otra parte obligada) a
Claude Lefort que hace Laclau en torno a la “revolución democrática”.
Pero la revolución democrática es un sino de toda la modernidad capitalista
que se origina además en los territorios mismos del absolutismo. Y esa in-
vención democrática tiene distintas expresiones según cuál sea la etapa del
capitalismo de la que estemos hablando. En la primera etapa de formación
del capitalismo, que va desde la acumulación originaria temprana hasta la
consolidación industrial del siglo XIX, la democracia se presenta como
forma de representación elitista que escamotea la “verdadera” represen-
tación. En la etapa del imperialismo la “democracia moderno-capitalista”
se presenta bajo la forma de ciertos populismos socialdemócratas, o social
cristianos que de alguna manera también se estructuran sobre “cadenas de
equivalencias” y que tiene como alternativa sistémica a los fascismos que
son socialdemocracias o socialcristianismos terroristas (nazismo alemán,
fascismo italiano, militarismo japonés y franquismo español). En Latino-
américa, el varguismo, el cardenismo y el peronismo, fueron una versión
de estas expresiones capitalistas en clave tercermundista de la época del
imperialismo. Todas estas formas de gobierno, liderazgos y movimientos
políticos pueden ser (y lo fueron en diversos momentos) calificadas de
populismos, solo que en ese momento su inscripción en el contexto global
general les determinaba un rol reaccionario o, a lo sumo, particularmente

180 | Mariano Ciafardini


en las versiones tercermundistas, de “barrera” contra el avance de las ideas
de izquierda en la clase obrera y las masas populares. En el último momen-
to del imperialismo (1960-1985) el único de estos movimientos populistas
latinoamericanos subsistente –el peronismo– sufre, luego de ser derroca-
do por la fuerza en 1955, una transmutación en fracciones opuestas de
derecha y de izquierda, y, a partir de allí, todo su sector de resistencia de
izquierda juega un claro rol antiimperialista.
Como un sino de la época el debate sobre el sujeto histórico y revo-
lucionario ha sido uno de los más postergados por las fuerzas políticas
que encaran en términos reales las acciones de avanzadas que conducen
al cambio estructural del sistema. Se hace revolución pero no se habla
de revolución; es más se evita hablar de ella. Los textos marxistas y de
izquierda han desarrollado una profunda y profusa crítica del sistema en
sus últimos estadios, de la senilidad y la decadencia de la globalización; de
su terminalidad y de la terminalidad del capitalismo todo, en tanto proceso
que no tiene ya más nada que ofrecer al desarrollo humano. En eso han
sido fecundos y creativos. Pero muy poco se dice de hacia dónde vamos,
qué estamos construyendo, cuáles son los próximos pasos a dar y, sobre
todo, en qué tiempos.
Acá es donde este nuevo sujeto histórico debe encontrarse con la pro-
fundidad de la ideología de la clase obrera para que sus esfuerzos sean
realmente conducentes y no se desangren en esterilidades o martirios va-
cuos, o sean reciclados reconvertidos o destruidos por el propio poder del
establishment capitalista financiero mundial.
Se podría adelantar como hipótesis teórica a desarrollar que en la ten-
sión entre el sujeto “en sí” y el sujeto “para sí” hegeliano y marxista hay
también una dinámica dialéctica que lo ha llevado desde el actuar revo-
lucionariamente sin mayor conciencia de su rol histórico (o sin una auto-
conciencia verdadera del mismo) a través de los movimientos comunistas
heréticos y de las rebeliones campesinas y de los pobres de las ciudades.
Este movimiento llega a la autoconciencia plena con el marxismo y adop-
ción leninista por los partidos y movimientos revolucionarios del siglo XX
que implicó inevitablemente una brecha nunca cerrada a tiempo entre la
clase obrera en sí y la clase obrera para sí, que fue la tragedia ideológica de
los tiempos del imperialismo. Hoy finalmente en un ricorsi dialéctico en
el “sí” y el “para sí” han estrechado la brecha hasta hacerla imperceptible.
Ello significa que hoy se “es clase obrera” solo si se actúa revoluciona-
riamente como tal. Pero esto habilita a que todos los que estamos en una

El sujeto histórico en la globalizacion | 181


relación de sometimiento por el capital financiero global (es decir el 99%
de la humanidad) somos clase obrera (si actuamos revolucionariamente).
La posibilidad de la unidad de movimientos-partidos-gobiernos y alianzas
regionales para actuar en conjunto esta como nunca antes al alcance de la
mano, si se logra esta unidad es necesariamente revolucionaria en sí y para
sí y no puede conducir más que a la derrota del capitalismo y de toda otra
opción clasista de sociedad.
Acá entonces se encuentra centralmente ubicado el rol de los partidos
y organizaciones de izquierda hoy, como fuerzas políticas locales y como
movimiento internacional: en esa provisión de ideas y acciones de apoyo
y/o liderazgo que contribuyan a la orientación general y a la final confluen-
cia política de todos estos esfuerzos, en medio de la complejísima situación
sociopolítica que plantea este fin de época de la modernidad capitalista.
Sólo con un objetivo político común (que incluya la diversidad de in-
tereses y expectativas) es posible que todas esas energías de cambio y esas
luchas puedan alzarse en el rol de sujeto histórico, que evite la barbarie y
construya el futuro.
Ese objetivo común no está suficientemente claro aún entre todas estas
fuerzas, al menos en la medida que lo exigen las circunstancias y es la res-
ponsabilidad máxima de nuestros partidos y organizaciones aportar a esta
determinación. Pero para ello se necesitan dos cosas:
1) Los propios partidos deben tener en claro cuál es ese objetivo co-
mún y avanzar todo lo posible en el desarrollo del proyecto y el
modelo socialista-comunista.
2) Se debe conocer y comprender más profundamente cuáles son las
necesidades intereses y demandas de los diversos movimientos y
actores políticos que constituyen el material con el que se habrá
debe seguir construyendo el sujeto revolucionario.
Creemos que lo primero nos habrá de exigir, inevitablemente, volver a
las experiencias del pasado revolucionario y recuperar dialécticamente las
experiencias socialistas de las etapas anteriores, desde las luchas obreras,
la Comuna de París y toda la experiencia del socialismo real y de la lucha
anti imperialista y anticolonialista del siglo XX. Sin la recuperación positi-
va de estas experiencias (y por supuesto de las enseñanzas que nos dejaron
los errores cometidos) que fueron el fruto del intento del desarrollo del pro-
grama marxista y revolucionario en la práctica real, en el pasado histórico

182 | Mariano Ciafardini


reciente, resultaría imposible emprender la construcción del nuevo tipo de
sociedad, en tanto son estas experiencias los únicos elementos disponibles,
en términos concretos, para la construcción del modelo a futuro.
Cualquier cosa que intentara evitarlos o desecharlos desbarrancaría,
inevitablemente, en una utopía idealista irrealizable y, por tanto, funcional
a la persistencia del sistema de dominación actual.

Programa Mundial

Con relación al conocimiento real de las múltiples necesidades y es-


peranzas de las masas diversificadas, yuxtapuestas y dinámicas, deben ha-
cerse los mayores esfuerzos de comprenderlas. Sobre todo, compartir sus
reivindicaciones y sus luchas, cuando aparecen justas y sinérgicas con el
movimiento revolucionario en general, y no contrapuestas a los intereses
legítimos de otras minorías o sectores sociales. Asimismo, se deben encon-
trar los elementos sinérgicos y potenciadores que hay en ellas para la lucha
por y la construcción del socialismo y el comunismo futuro.
Del mismo modo que las luchas campesinas empiezan –en el 1300– a
tener un carácter anticapitalista ya que se enfrentaban, más que a las rela-
ciones feudales, a los cambios que surgían de la intersección de esas rela-
ciones con la influencia creciente que tenía el capitalismo naciente sobre
el campo, y de la misma manera que esas luchas inconscientemente anti-
capitalistas (en un escenario de nacimiento del capitalismo) terminarían
aportando a la construcción de la clase obrera anticapitalista del siglo XIX
a partir del propio desarrollo del capitalismo como sistema, hoy las luchas
contra la globalización y, con ello, contra todo el capitalismo (contra toda
sociedad de clases) empiezan con movimientos sociales que, como aque-
llas luchas campesinas iniciales, no saben bien qué oponer al capitalismo
pero se oponen a él en su totalidad y plantean una sociedad distintas. Pero
al igual que lo que sucedió con las luchas campesinas de la primera etapa
del capitalismo que cristalizaron con la clase obrera nonocentista, las lu-
chas de estos movimientos sociales y de los pueblos y gobiernos que van
en un sentido antiglobalización neoliberal solo cristalizaran definitivamen-
te cuando la clase obrera organizada, particularmente la ligada a los nodos
centrales de la producción mundial, se acople a esas luchas e imponga la
necesidad de un proyecto alternativo mundial concreto.

El sujeto histórico en la globalizacion | 183


Las bases de la nueva gestión política y económica

La propia dinámica económica de la globalización neoliberal es la que


genera su sepulturero y el propio de todo el capitalismo y de toda la socie-
dad de clases antagónicas. La globalización neoliberal financiera tiene una
tendencia a la hiperconcentración del capital que arroja a la pobreza y al
atraso a las grandes masas del mundo. En reacción contra ello han surgido
gobiernos populares, algunos de signo marxista, continuadores de un pro-
ceso socialista que viene desde el siglo XX, y otros nuevos, que recuperan
la tradición de las luchas y los intentos de gobiernos populares y socialistas
del siglo XX, como en el proceso latinoamericano. Estos gobiernos tienen
como bandera fundamental la defensa de la población; es decir, del mer-
cado interno para revertir la tendencia centrípeta del neoliberalismo. En
ese esfuerzo han tomado conciencia de que la empresa sólo es posible si
se apuesta a una regionalización, ya que tienen como karma el aislamiento
que sufrió el socialismo en su primer intento de consolidación en el siglo
XX y la propia economía globalizada hace imposible una salida estricta-
mente nacionalista. Esto da como resultado el fortalecimiento del mercado
interno y el regionalismo y el internacionalismo. Ello, de por sí, impone
necesariamente como correlato en la política interna una mayor democrati-
zación y una descentralización que, a su vez, implica el desplazamiento de
los cotos feudales de la política y la corrupción. Estas tendencias no sólo
son posibles, sino necesarias y aun más inevitables en la dinámica históri-
ca actual del proceso de desarrollo humano mundial. Ni Marx, ni Engels,
ni Lenin teorizaron demasiado profundamente sobre las características de
la dictadura del proletariado como estadio inevitable de la revolución so-
cialista y comunista. Lo más demostrativo de sus expresiones fue aquella
significativa exclamación de Engels en la introducción a La Guerra Civil
en Francia, ya citada pero que amerita ser repetida respecto de la Comuna
de París que rezaba: “Últimamente, las palabras ‘dictadura del proletaria-
do’ han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues
bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la
Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!”.
Si se ve retrospectivamente el proceso de desarrollo humano hacia el
socialismo, se puede advertir que el acierto sobre el pronóstico de la inevi-
tablidad de la dictadura proletaria se confirmó en las experiencias revo-
lucionarias y socialistas del siglo XX, las que no podrían haberse imple-
mentado, y sobre todo sustentado, sin la centralización y el autoritarismo,

184 | Mariano Ciafardini


especialmente en los momentos de la amenaza de agresión y el esfuerzo
bélico. Podría decirse que ese estadío ya fue superado por el proceso mun-
dial hacia el socialismo y el comunismo y hoy el escenario y la correlación
de fuerzas en la última batalla de la lucha de clases que se está librando no
solo permite sino que exige profundizar la democracia, la descentraliza-
ción y la autogestión, y esto se empieza a notar en los ejemplos que hemos
dado al analizar el proceso latinoamericano y el asiático.
Solo la superación de la “weltanschauung vigesimista” del marxismo,
que implica un necesario desarrollo teórico del materialismo histórico
que permita su aplicación a las actuales circunstancias (e inevitablemente
implique ciertas reinterpretaciones de las etapas anteriores del desarrollo
histórico) permitirá el avance de la idea de transformación mundial como
nuevo contexto teórico indispensable para la práctica revolucionaria del
siglo XXI, a partir de una teoría renovada como síntesis justa de las prác-
ticas anteriores.
En Globalización tercera y última etapa del capitalismo usamos como
epígrafe una frase de la introducción al libro Etapas del desarrollo del ca-
pitalismo de Robert Albritton, et. al., que reza:
No existe una labor más urgente en los comienzos del nuevo milenio que
producir un conocimiento profundo sobre la economía política del capita-
lismo, conocimiento no sólo del desarrollo del capitalismo en coyuntura
actual, sino del pasado del capitalismo y de su posible trayectoria al futu-
ro. (Albritton, 1991: 12)
La reflexión evoca, en cierta forma, al Capital de Marx, escrito como
un análisis profundo del sistema que intentaba derrocar y cuyo final veía
próximo. En términos coyunturales Marx se equivocó, todavía faltaban dos
etapas más, al menos de desarrollo de la edad capitalista. Pero en términos
históricos tenía razón: las contradicciones internas del capitalismo no pue-
den llevarlo más que a su ruina. ¿No es acaso esa ruina la que vivimos en
esta etapa parasitaria, depredadora, alienante y sin rumbo? Ello, entre otras
cosas, nos ha animado a definir esa etapa como “la última”.
Desde el advenimiento de la globalización, en especial a partir del pri-
mer triunfo considerable del neoliberalismo al derrotar Margaret Thatcher
la huelga minera británica en 1975 y ya, finalmente, con la caída del muro
de Berlín, primero, y el desplome-caída de la URSS, al calor del exitismo
procapitalista, proliferaron las ideas del fin de la historia (de la lucha de
clases) y de la eternidad del capitalismo. Ello fue posible además por el

El sujeto histórico en la globalizacion | 185


gran desarrollo mediático-editorial y la defensiva absoluta en que se en-
contró el movimiento de intelectuales marxistas de todo el mundo.
En esas circunstancias desde sectores del estructuralismo y post es-
tructuralismo, particularmente francés, y desde muchas otras diversas co-
rrientes la mayoría de ellas denominadas pos modernas, se desarrollaron
sofisticadas teorías que desde puntos de arranque teóricos –en su mayoría
pre hegelianos y pre marxistas– sostuvieron y sostienen aun hoy –en contra
de lo que constituyen ideas vigentes centrales del marxismo– la inconve-
niencia de los “grandes relatos” y la inexistencia del “sujeto histórico”.
En cuanto a lo primero, si bien ello no es objeto central de debate en
este trabajo debe decirse que la propia afirmación de que los grandes re-
latos son imposibles, equivocados erróneos y/o nefastos, es en sí un gran
relato. Efectivamente, afirmar que la existencia humana no transcurre en
una sucesión histórica de devenir o de desarrollo, o que ello no tiene una
racionalidad que pueda discernirse con el logos actual o que es imposible
de conocer, o más aun que no es posible hablar de una “existencia huma-
na”, es una forma tan totalitaria como cualquier otra de interpretación de la
realidad. Es decir, que la negación teórica de los grandes relatos es más que
un oxímoron, una afirmación de lo que se pretende negar.
Si el argumento es que en el nombre de una verdad contenida en “gran-
des relatos” se han cometido muchas brutales injusticias en la historia de
la humanidad, habría que decir que abandonando la búsqueda de la verdad
de algún relato abarcador de los grandes tiempos de la humanidad (supo-
niendo que esto era la causa de las injusticias) no se ha logrado que las
injusticias desaparezcan. De hecho, la idea del “fin de la historia” que ob-
viamente anula la posibilidad de intentar nuevos grandes relatos proviene
del corazón del capitalismo neoliberal globalizado, es festejada por este y
es precisamente este sistema y sus sostenedores los que más injusticias co-
metieron en el pasado y siguen cometiendo hoy, más allá de la existencias
o no de los grandes relatos.
En cuanto a la inexistencia o inhallabilidad del sujeto, afirmación que
se condice con la contradictoria anterior, ello se ha ensayado desde dis-
tintos ángulos que encuentran sus fuentes en Nietzsche, Heidegger, o en
un regreso a la concepción del sujeto trascendental kantiana forzada para
hacerla encajar en las actuales circunstancias, e, incluso, en algunas con-
cepciones althusserianas de los años 70.

186 | Mariano Ciafardini


No vamos a analizar aquí esas posiciones porque ello supera el mar-
co de este trabajo (no filosófico) y nuestras propias posibilidades teóricas,
pero al igual que en el caso anterior debemos decir que el presupuesto de
la inexistencia de un sujeto colectivo histórico nos llevaría a la intrascen-
dencia de tratar el tema de la revolución. Es obvio que desde nuestro punto
de vista ello es inadmisible ya que el objeto de este trabajo es aportar a la
constitución del sujeto histórico para que la revolución se haga.
A la cuestión de la inexistencia del sujeto se suma otra confusión teó-
rica respecto de la existencia o no de la “clase obrera” y de su rol como
“sujeto histórico revolucionario”. Una de las circunstancias materiales que
echó alguna cuota de realismo a los sostenedores de esta mentira fue sin
duda el movimiento globalizador de tres direcciones: 1) el aumento de
trabajo intelectual, a través del ciberespacio y el trabajo relacionado con
los servicios; 2) el desplazamiento de la masa de trabajadores manuales
directamente involucrados en la producción fabril al sudeste asiático; y 3)
la concentración del poder político mundial en torno a núcleos más finan-
cieros que productivos.
De todos modos ya hemos señalado cuál es el concepto de “sujeto his-
tórico” y “clase obrera” para el marxismo. Desde allí queda perfectamente
clara la inevitabilidad de su existencia al menos hasta que se supere la
sociedad de clases.
La metamorfosis de las formas de acumulación del capital han influi-
do, como hemos visto, en las formas y dinámicas de la clase obrera como
sujeto histórico y así como en el imperialismo esta estuvo constituida por
el mundo socialista con la URSS como motor central, los movimientos de
trabajadores de los países desarrollados y los movimientos de liberación
nacional del tercer mundo, hoy podemos hablar también de tres corrientes
que encarnan la estrategia de la clase aun insuficientemente coordinados
entre sí: a) Los gobiernos sustentados en movimientos populares antineoli-
berales y antiimperialistas que buscan la integración en bloques regionales
(esto se viene dando en América del Sur y Central pero también es de espe-
rarse que despunte en África y en el mundo Árabe; b) la lucha de los pue-
blos de los países desarrollados que, entre marchas y contramarchas y no
sin contradicciones, está emergiendo en Europa Occidental, pero también
habrá de hacerlo en EEUU; y c) el posicionamiento geoestratégico de gran-
des países continentales como Rusia y China que también han de avanzar a
partir de sus contradicciones internas y conformando bloque mundiales de
poder como el Grupo de Cooperación de Shangai.

El sujeto histórico en la globalizacion | 187


No se trata de identificar ni al actual proceso chino, ni a la Rusia de
Putin con el de la Unión Soviética y el resto de los países socialistas en el
siglo XX, ya que la “esencia” de tales procesos no podría estar más lejos.
Tampoco existe hoy un movimiento de liberación nacional extendido por
el tercer mundo, ni se puede esperar un despliegue de las luchas de los
obreros industriales o no de los países desarrollados como era la expec-
tativa en el anterior escenario. La situación actual –si se quiere y siempre
salvando las distancias– se parece más a la de la revolución industrial del
siglo XIX que generaba expresiones de levantamientos insurreccionales o
anticapitalistas en formas menos estructuradas por todas partes del planeta
y de las más diversas formas. Sin embargo, el proceso actual –momento
final de la lucha del sujeto por su emancipación– no deja de ser una síntesis
de sus dos momentos anteriores y, si bien las dinámicas de la lucha y de
la oposición al capitalismo adquieren las más diversas formas, todas ellas
van confluyendo en estos tres torrentes mencionados en el párrafo anterior.
Si este es el sujeto histórico de la gran transformación mundial está
claro que el rol de los partidos marxistas, de la izquierda socialista y comu-
nistas es hacer el mayor esfuerzo en la articulación de este proceso mundial
como estrategas teórico-ideológicos y poleas de transmisión entre lo global
y lo local para aceitar la dialéctica de un proceso que ya se ve, esta vez sí,
como irreversible.
Este trabajo comienza por la elaboración de un plan mundial de arti-
culación del gobierno y la organización mundial. La imaginación de una
administración supranacional de articulación de regiones y sus líneas di-
rectrices en lo productivo, lo cultural y la organización de la vida en gene-
ral, en base al consenso de todos los sectores, las regiones y las localidades.
Lo productivo debe ser entendido no como simple desarrollo cuantita-
tivo y aumento lineal de la capacidad tecnológica, sino como una armoni-
zación de la producción para cubrir necesidades del desarrollo de lo huma-
no de modo colectivo y en continua revisión de las pautas de consumo y
la sustentabilidad ecológica del planeta; y lo cultural como la convivencia,
persistencia y desarrollo de las distintas culturas en armonía con los obje-
tivos de supervivencia.
Lo vida como la síncresis de los conceptos del buen vivir, el vivir bien,
el desarrollo humano sustentable y otras concepciones que apuntan al bien-
estar colectivo y para todos.

188 | Mariano Ciafardini


A partir de ello es necesario diseñar un plan mundial que tenga en
cuenta las necesidades básicas más insuficientemente atendidas hoy y la
protección de los sistemas vitales de conservación y reproducción de la
naturaleza como bio sistema. Esto debe hacerse con la participación equi-
librada de equipos prestigiosos de científicos y técnicos de todos los países
y su sumisión a múltiples y permanentes debates públicos.
Uno de los primeros pasos para hacer viable la implementación de este
plan debe ser el de regular en un acuerdo político mundial el movimien-
to del capital financiero internacional de modo que se pueda desarrollar
lo tecnológico-productivo equitativamente distribuido en todas las áreas
del globo, privilegiando las capacidades naturales, geográficas e histórico-
culturales de cada región.
A su vez y en relación con ello debe establecerse una fórmula mundial
de regulación armónica de la masa monetaria y los valores de la moneda
o las monedas, de modo que la cuestión monetaria no se convierta en un
obstáculo para la distribución del capital financiero estipulada.
Estos son principios posibles de una necesaria propuesta concreta de
nueva organización mundial de la vida en torno a la cual debería potenciar-
se la estructuración del sujeto histórico a nivel mundial como movimiento
orientador y articulador de los destacamentos nacionales de luchadores por
la paz, la liberación de las naciones, el desarrollo igualitario y armónico,
el respeto a los derechos humanos y la profundización de la democracia.

El sujeto histórico en la globalizacion | 189


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INDICE

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Capítulo 1: Las etapas del capitalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
Capítulo 2: El sujeto histórico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Capítulo 3: El sujeto en la modernidad capitalista . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
Capítulo 4: La primera etapa del capitalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
Capítulo 5: El Imperialismo y la clase obrera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
Capítulo 6: Tres períodos del imperialismo y tres momentos
de la lucha obrera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
Capítulo 7: El sujeto revolucionario en la globalización . . . . . . . . . . . . 137
Capítulo 8: Un nuevo y siempre el mismo sujeto histórico
y revolucionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191

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