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en la globalizacion
Mariano Ciafardini
Título: El sujeto histórico en la globalizacion
Autor: Mariano Ciafardini
Coedición: Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini y Universidad Nacional de Quilmes
Rector UNQ: Dr. Mario Lozano
Vicerrector UNQ: Dr. Alejandro Villar
Director CCC: Juan Carlos Junio
Edición a cargo de Javier Marín
Diseño original: DCV. Claudio Medin
Diagramación: Clara Batista
Corrección: Lucas Peralta
Foto de solapa: Juan C. Quiles / 3 Estudio
Producción: CCC–UNQ
Editado en Argentina
© de la UNQ y el CCC
© de los autores
Ciafardini, Mariano
El sujeto histórico en la globalización / Mariano Ciafardini. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Ediciones del CCC Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini ; Quilmes :
Universidad Nacional de Quilmes, 2015.
196 p. ; 23 x 15 cm. - (Pensamiento crítico ; 13)
ISBN 978-987-3920-15-8
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Prólogo
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todo el proceso humano desde la primera dupla grupal “mujeres-hombres”.
Sólo este “sujeto humanidad” es libre en términos absolutos porque sólo
en él mismo están las propias causas de su condicionamiento, de sus de-
terminaciones. Es libre, a la vez que es autodeterminado y, al ser libre, es
la síntesis de todas las determinaciones. Sólo en este contexto conceptual
cabe utilizar los términos “determinación” y “libertad” en un sentido abso-
luto. Fuera de este nivel de análisis tales términos no pueden tener más que
un significado relativo e histórico. Esta es una cuestión que la dialéctica
hegeliana y marxista “resolvieron” hace ya más de cien años.
La subjetividad que ocupa al marxismo es la del “sujeto histórico”; es
decir, el sujeto social (y siempre colectivo) que materializa los cambios
en el paso de una época determinada a otra. Y este es un sujeto que no es
ni libre ni determinado. En términos dialécticos es un sujeto en tránsito
(devenir) de la determinación a la libertad en forma permanente. Seguir
insistiendo en la búsqueda de una libertad esencial en el ámbito de la au-
todeterminación individual no puede, a esta altura del debate, ser más que
una dilación, una confusión, una pérdida de tiempo que obstaculiza el de-
sarrollo teórico necesario para la verdadera liberación humana.
Con más elegancia que la nuestra, en su demoledora crítica del posmo-
dernismo, dice Eagleton:
Si fuéramos realmente capaces de despojarnos del ego centrado más que
disfrutar del acto de teorizar acerca de él, seguramente se abriría una gran
posibilidad a favor del bien político. Pero estamos atrapados, en este as-
pecto, entre dos épocas: una agonizante y otra sin poder para nacer. El
viejo yo “humanista liberal” que marcó ciertos logros importantes en su
tiempo, fue capaz de transformar el mundo pero solo al precio de la auto-
violencia, lo que a veces apenas parecía justificar el costo. El yo decons-
truido que le pisó los talones tiene aún que demostrar que lo no idéntico
puede transformar tanto como subvertir, y los prolegómenos no han sido
demasiado auspiciosos (…). Nos encontramos golpeándonos la cabeza
contra los límites habituales del lenguaje, lo que significa decir, por su-
puesto, contra los límites habituales de nuestro mundo político. (Eagel-
ton, 1997: 139-140)
Otra cuestión necesariamente previa al análisis que intentamos desa-
rrollar es la de la pretendida oposición insalvable entre la “teoría de la
praxis” y el materialismo dialéctico, que se ha venido esgrimiendo a la
par de toda la profusión teórica del posmodernismo, como un supuesto
esfuerzo por saldar cuestiones abiertas dentro del marxismo para enfrentar
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dría su verdad ocultando el fragor de la lucha anterior, y así sucesivamente.
El marxismo se basa en la creencia científica (ciencias sociales) de que la
victoria que ha de sobrevenir para la clase obrera es una victoria conclu-
yente, que elimina definitivamente la posibilidad de que se vuelva a erigir
sujeto dominante alguno (comunismo).
En este sentido, el marxismo abre así, como verdadera revolución teó-
rica (y no se nos confunda con althusserianos que no somos ya que en ese
aspecto compartimos muchas de las críticas que hace Kohan al “estructu-
ralismo marxista”), un campo inédito en la teoría del conocimiento que,
sin renegar de la visión clasista de la teoría de la praxis, como análisis
estratégico de la realidad que debemos revolucionar hoy, permite, a su vez
(y necesita para esa lucha ideológica), imaginar (y conocer) hacia atrás la
existencia de una realidad sin sujeto, una realidad pre-subjetiva, una “natu-
raleza material”, cuya existencia, por otra parte, las ciencias no hacen más
que confirmar permanentemente y cada vez más, y estudiar junto con estas
ciencias, la dinámica de esta realidad sin sujeto, que tiene un movimiento
propio, que resulta estar sujeto a las mismas leyes que el movimiento de
lo histórico humano (lo que no podría ser de otra forma ya que lo humano
proviene de allí y es parte de ello). Que no podríamos estar hablando de
todo esto si no fuéramos seres humanos (inmersos en lucha de clases) es
una verdad evidente cuyo señalamiento no aporta nada a la cuestión y no
puede ser esgrimida como prueba de la inexistencia de lo material presub-
jetivo ya que sería entrar en la circularidad de un silogismo que devendría,
sí, tremendamente reaccionario, idealista e inmovilizante y abiertamente
contrario a las intenciones de la “filosofía de la praxis”. Llamar a todo esto
bases del pensamiento del materialismo dialéctico nada tiene de metafí-
sico, ni de confuso, y encierra verdades que están ausentes en el análisis
de Kohan. Pero sobre todo no hay contradicción, sino todo lo contrario,
entre esta visión materialista dialéctica y el fundamento del materialismo
histórico que es la filosofía de la praxis sobre la que se basa el esclarecedor
párrafo de Kohan con el que empezamos esta reflexión.
La clase obrera
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En un pasaje introductorio de sus posiciones, Thompson Meiksins
Wood afirma que
La gran fuerza del concepto de clase de Thompson radica en que es capaz
de reconocer y explicar el funcionamiento de la clase en ausencia de la
conciencia de clase mientras que quienes adoptan la definición estructu-
ral que los críticos de Thompson tienen en mente no pueden demostrar
a cabalidad la eficacia de la clase en ausencia de formaciones de clase
autónomas claramente visibles y no pueden responder con eficiencia al
reclamo de que la clase no es más que un constructo teórico motivado
ideológicamente y que se ha impuesto a la evidencia histórica desde el
exterior. (Meiksins Wood, 2000: 93)
A partir de allí recurre a citas del propio Thompson en su trabajo
Eighteen-century English society: Class struggle without class? en el que
este afirma que las clases surgen y se desarrollan “a medida que los hom-
bres y mujeres viven sus relaciones productivas y experimentan sus si-
tuaciones determinadas, dentro del ‘conjunto de las relaciones sociales’,
con su cultura y expectativas heredadas, y a medida que manejan estas
experiencias en formas culturales” (Meiksins Wood, 2000: 95). Y final-
mente defiende el concepto de clase de Thompson como relación y proceso
afirmando que
El concepto de clase como relación y proceso subraya que las relaciones
objetivas con los medios de producción son importantes porque estable-
cen antagonismos y generan conflictos y luchas; que estos conflictos y
luchas forjan la experiencia social en “formas de clase” aun cuando no
se expresen en conciencia de clase o en formaciones claramente visibles.
(Meiksins Wood, 2000: 97)
En su monografía: “La mutua conformación del capital y el trabajo
desde el capitalismo maduro al capitalismo senil, y las formas sociales a
que da lugar”, Andrés Piqueras dice que
El concepto de Trabajo que aquí se utiliza como sujeto, trasciende lo some-
ramente productivo (la “esfera económica” en que el capitalismo confinó
la producción de las condiciones de la vida, en un sentido amplio). Está
hecho para designar a quienes crean la riqueza, pero sin querer con ello
decir que debemos ser designados únicamente como productores. Sin tra-
bajo no existiríamos, pero el trabajo como sujeto antagónico del Capital se
realiza y responde a muchas otras facetas del ciclo de la vida (interacción
humana, ayuda mutua, relaciones personales, placer, intercambio, creación,
entre muchas otras) y aspira, en sus versiones emancipadoras, a negarse a
sí mismo como agente imposibilitado del hacer para sí (es decir, a negarse
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inevitablemente, por el trabajo concreto, asalariado, de la fábrica: “Todo
ser humano es un sitio de diferentes posiciones de clase, albergando en sí
un germen de transformación y a su vez de perpetuación o reproducción
del antagonismo de clase en sus variadas expresiones”. (Piqueras, 2005: 7).
Cierto es que Marx, a pesar de no haber desarrollado en su obra una
teoría sistemática de la clase obrera, en El Dieciocho Brumario de Luis
Bonaparte hace referencia a las circunstancias en torno a las cuales se for-
man las clases, señalando: 1) el modo de vida; 2) la propiedad o no de los
medios de producción; y 3) cierta cultura específica. Por un lado Marx está
hablando de la clase obrera que se está formando ante sus ojos en el siglo
XIX. Es la clase obrera industrial paradigmática de ese momento y de todo
el industrialismo del siglo XX y mucho se ha hablado sobre ello. Sin em-
bargo esta seudo definición no insinúa siquiera la clausura del concepto en
estos términos. Por otra parte tal alusión a la clase es, en sí misma genérica
y, de hecho, no se contrapone en absoluto con la interpretación a la que
aquí adherimos.
Lenin, situado en el corazón del proceso de formación de la clase obre-
ra industrial en Rusia y en los tiempos en que la praxis revolucionaria hacía
pie principalmente en los obreros industriales no solo en Rusia sino tam-
bién en toda Europa, señala no obstante la importancia del conocimiento
de la situación de todas las clases populares e incluso las clases medias
para el propio autoconocimiento como clase:
Quien concentre la atención de la clase obrera, su capacidad de observa-
ción y su conciencia exclusivamente o aunque sólo sea en forma prefe-
rente, en ella misma, no es un socialdemócrata; pues el conocimiento de
sí misma por parte de la clase obrera está vinculado en forma inseparable
[a la comprensión] de las relaciones entre todas las clases de la sociedad
actual. (Lenin, 1974, T I: 453)
Es decir, que aun en el momento en que la actividad revolucionaria
del sujeto histórico encarnaba principalmente en los obreros industriales
mismos su conciencia de clase para sí tenía que ver con su compresión de
la situación de todo el pueblo. Lo contario es economicismo y obrerismo.
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Hoy, en la globalización, la pregunta sobre el sujeto histórico debe res-
ponderse desde un esfuerzo analítico de síntesis de este devenir de luchas
de clases, tanto de aquellas luchas que se dieron en el primer capitalismo,
como las que tuvieron lugar durante el imperialismo.
El capital ha llegado al grado máximo de su desarrollo, el dominio
de las fuerzas de producción lo tiene el capital financiero, pero con esto
deja del otro lado, es decir del lado del trabajo, en antagonismo con dicho
capital financiero híper concentrado, a la inmensa mayoría de la población
mundial. El sujeto sigue siendo “la clase obrera”, es decir la subjetividad
del mundo del trabajo, pero, de qué manera se expresa hoy, y cuáles son las
formas propias de la organización, de este gran sujeto mundial, para hacer
frente al capital, en la última y definitiva batalla, es lo que está en el centro
del debate político de la izquierda real. De ello trataremos en este ensayo.
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cuestionamiento a la posibilidad de que esos sueños se convirtieran, alguna
vez, en realidad, en la forma que fuera.
El impacto ideológico de esta caída del socialismo, construido a partir
de la Revolución de Octubre, tuvo un efecto ideológico-cultural devasta-
dor. En todas las mentes y las almas de las generaciones que nacían a la
vida política en los 80 y ya en los 90 dejó flotando la impronta de que las
utopías y los sueños de un mundo distinto, más allá del capitalismo y la
brutal competencia del mercado, eran simplemente una quimera.
Sobre este “campo orégano” las usinas de la globalización neoliberal
desencadenaron un bombardeo ideológico y cultural destinado a enterrar
toda esperanza de cambio estructural y fortalecer las posiciones individua-
listas, egoístas, híper-competitivas y, en última instancia, de alienación de
todos, pero en especial de la juventud.
La parte de las fuerzas intelectuales del momento que no fue direc-
tamente cooptada por la avalancha ideo informativa neoliberal, produjo,
en algunos casos, impecables críticas profundas del proceso, sin dejarse
engañar e incluyendo planteos novedosos y alentadores, siempre desde la
izquierda, recurriendo, a veces, al arsenal ideológico gramsciano, o a otras
elaboraciones teóricas, que constituyen una continuidad del marxismo. En
otros casos, se mezclaron elaboraciones teóricas de gran profundidad con
planteos erráticos, que derivaban en los pantanos del irracionalismo y el
agnosticismo, como el caso de las corrientes llamadas “post modernas”.
El tiempo, sin embargo, siempre juega a favor de la humanidad, de las
luchas de los pueblos. Y nos encontramos, hoy, con que la propia dinámica
de los hechos, no sólo nos autoriza, sino que nos impone, hacer una suerte
de balance e inflexión teórica al calor de la profunda nueva crisis del siste-
ma capitalista, que ya se revela, esta vez sí, como terminal.
En primer lugar debe decirse que hay quienes, aun en las más adver-
sas circunstancias ideológicas, que supusieron los sucesos antes aludidos,
mantuvieron la continuidad de la labor revolucionaria y la lucha por el
socialismo aun en el aislamiento, la oscuridad mediática, el ostracismo po-
lítico, la reducción de sus fuerzas a mínimos exponentes históricos, cuando
no siendo víctimas de la directa persecución y represión. En este sentido la
resistencia de la revolución cubana y sus líderes es paradigmática. Y junto
a ella, la propia de las numerosas organizaciones comunistas y socialistas
revolucionarias y de izquierda y los movimientos de liberación y por la
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Capítulo 1
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rentable que vender monopólicamente su producción, prestar las grandes
masas de dinero, propias y ajenas, a consumidores, inversores y a estados,
lo que implica una nueva mercantilización, pero ya no de mercancías pro-
piamente dichas, sino del mismo capital, en forma de dinero. La fórmula
completa quedaría entonces D M-D (PM) D’ (DR) D’’, donde DR sería el
dinero vendido como mercancía (prestado), que produce renta y, D’’, el
capital reproducido final.
Marx analiza el capital que deviene interés en la sección quinta del
Tomo III de El Capital. “El movimiento es entonces D-D-M-D’-D’” (Marx,
2004, T III, V 7: 436) El capital dinerario es entregado por un capitalista a
otro para que este lo valorice como capital en el proceso de conversión del
mismo en mercancía y vuelva a obtener un capital dinerario valorizado,
cuya ganancia la tiene que compartir con el capitalista prestador inicial. Es
decir, que ambos se reparten el plus-producto:
A este doble desembolso del dinero como capital, siendo el primero la mera
transferencia de A a B, corresponde su doble reflujo. En carácter de D’ o
como D+*D refluye desde el movimiento hacia el capitalista operante B.
Este vuelve a transferirlo luego a A, pero al mismo tiempo con una parte de
la ganancia, como capital realizado, como D+*D, siendo +D no toda la ga-
nancia sino una parte de la misma, el interés. (Marx, 2004, T III, V 7: 437)
Es importante entender que este movimiento del capital no radica en la
voluntad o la elección de los capitalistas, sino que resulta inevitable como
resultado de la competencia y de la, imprescindible, maximización de la
tasa de ganancia. Y también es importante entender que esta última forma
de ir por más en la competencia inter-capitalista, que es la obtención de
renta financiera como forma principal de la actividad capitalista total, es
la última posible para evitar la caída de la tasa de ganancia en el ciclo del
capital. Aquí dos párrafos de Marx, donde esto se intuye con claridad:
Pero nunca hay que olvidar que, en primer lugar, el dinero (…) sigue
siendo el sustrato del cual el sistema crediticio jamás podrá liberarse, con-
forme a su propia naturaleza. En segundo lugar, no hay que olvidar que
el sistema crediticio tiene como supuesto el monopolio de los medios
sociales de producción (bajo la forma de capital y propiedad de la tierra)
en manos de particulares, ni que el propio sistema de crédito es, por una
parte, una forma inmanente del modo de producción capitalista, y por la
otra una fuerza impulsora de su desarrollo hacia su forma última y supre-
ma posible. (Marx, 2004, T III, V 7: 781. Cursivas nuestras.)
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capitalismo salvaje o de libre competencia, y en cuyo primer período, de
1300 a 1600, se dio lo que Marx llamó la acumulación originaria, es una
etapa de claro sesgo mercantil. Se origina con el auge del comercio de
las ciudades mercantiles como Génova, Venecia, Barcelona, Amberes y
las del Mar del Norte (Liga Hanseática), continúa con el despliegue colo-
nial portugués, español y holandés, y termina con el imperio neo-colonial,
comercial, inglés. Ello no significa, por supuesto, que lo financiero y lo
productivo no hayan estado presentes en la etapa. De no haber sido así
el desarrollo del capitalismo hubiera sido imposible. Además, las finan-
zas jugaron un papel muy importante, especialmente en el primer período,
cuando la banca comercial, de aquellas mismas ciudades, financió la for-
mación de los estados nacionales, con préstamos a las monarquías para sus
guerras. Lo productivo también hizo su parte, especialmente después de las
grandes revoluciones industriales y, particularmente, en el siglo XIX. Pero
es indudable que, si debemos destacar un rasgo de este primer capitalismo,
ese es el sesgo comercial, que dio lugar a los movimientos mercantilistas
y liberales, sostenes materiales e ideológicos del poder político. Este co-
mercialismo de la primera etapa coincide, entonces, con la compra-venta
inicial de mercancías en la fórmula extendida del capital, que viéramos
anteriormente: D-M-D.
La segunda etapa del capitalismo fue la descubierta por Lenin y de-
nominada, tanto por él, como por otros, “imperialismo”. Aquí el sesgo
es indudablemente productivo o “productivista”. El actor principal del
momento fue la empresa transnacional monopólica. Mediante fuertes la-
zos con el estado nacional de origen, acumuló capital, principalmente, a
través de la alta productividad y la producción en escala. Es el momento
del invento de la línea de montaje y de la tendencia a eliminar las capaci-
dades ociosas de producción y de mano de obra. Las guerras imperialistas
son guerras industriales que definen su estrategia a partir de la capacidad
de producción armamentista. El mundo capitalista se divide entre países
imperialistas, donde están las casas matrices, y países dependientes, don-
de están las subsidiarias. También aquí vemos cómo lo productivo mo-
nopólico que niega dialécticamente lo mercantil, “libre competencista”,
coincide con el segundo tramo de la fórmula ampliada del desarrollo del
capital en la que el término D-M-D (comercio) es negado por el término
D-P-M-D’ (producción).
Finalmente, en la tercera etapa del capitalismo, que se viene desa-
rrollando desde mediados de la década de 1980. etapa en la que aún nos
(1) Cervantes Martínez, Rafael; Gil Chamizo, Felipe; Regalado Álvarez, Roberto y Zar-
doya Loureda, Rubén, 2000. Transnacionalización y Desnacionalización. Ensayo sobre el
capitalismo contemporáneo. Buenos Aires: Tribuna Latinoamericana.
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el segundo, superior y (para él) último, de todo el proceso, el que, según la
visión revolucionaria de entonces, conllevaría a la extinción revolucionaria
del capitalismo.
La limitación parcial de la versión teórica de Marx fue completada,
entonces, por Lenin, que demostró la existencia de etapas reales dentro del
proceso como un todo, y las diferencias cualitativas entre las mismas, que
justificaban su distinción entre etapa superior e inferior.
La diferencia no resultaba ser academicista o “puramente” teórica, ya
que la nueva visión sobre la nueva forma de acumulación del capital, y las
institucionalidades políticas, sociales y culturales que de ellas se despren-
dían, imponía una reformulación de la estrategia revolucionaria, estrategia
que moduló políticamente todo el siglo XX.
La novedad que se introduce ahora es la de la tercera etapa, con fun-
damento empírico (que nos permite la privilegiada posición de ser testigos
de una parte trascendental del desarrollo histórico del capitalismo, pers-
pectiva de la que carecieron los padres del marxismo que nos precedieron)
y coherencia dialéctica que, “casualmente”, nos trae de la mano la tríada
histórica que, desde nuestra perspectiva, se genera.
Es obligatorio reproducir aquí algunas ideas expuestas en unos artí-
culos que no habían llegado a nuestro conocimiento cuando escribimos
Globalización Tercera (y última) etapa del capitalismo, y que hacen una
valoración de la cuestión de las etapas del capitalismo y una fundamen-
tación de los saltos cualitativos de una a otra, más completa y profunda
que la que hiciéramos nosotros en nuestro mencionado ensayo. El profesor
griego Liodakis se manifiesta sin ambages respecto del tema de la impor-
tancia de las etapas desde una visión marxista:
No es accidental que Marx no solamente distinga históricamente los su-
cesivos modos de organización social de la producción, sino que también
delimite las categorías conceptuales que constituyen una precondición
para ello, o directamente impliquen una periodización de los modos capi-
talistas de producción. (Liodakis, 2003: 2)
Liodakis, dentro del marco del mismo respeto que profesamos noso-
tros por el gran aporte leninista a la teoría de las etapas, se permite disentir
parcialmente con Lenin, en una postura que compartimos. Dice que
El concepto de Lenin es tanto teórica como históricamente limitado. Y esto
es porque, primero él se centra en la esfera de la circulación y el intercam-
bio, mientras que la extracción y la apropiación de la plusvalía en la esfera
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capitalismo el resurgir de la forma absoluta de extracción de plusvalor y de
señalar que la periodización del capitalismo debe relevarse al nivel del modo
de producción, señala –como características del nuevo momento del capital
que hacen que merezca distinguírselo– como nueva etapa, la flexibilización-
descalificación laboral, el nuevo balance entre la plusvalía absoluta y la re-
lativa, el crecimiento de la centralización y la tercerización de actividades
periféricas, la creación de nuevas formas de dinero, la modificación en el sis-
tema bancario y las nuevas formas de intermediación financiera, la aparición
de nuevos patrones de consumo y, finalmente, “la internacionalización de los
comodities y del capital monetario, la creciente importancia de las corpora-
ciones multinacionales y multisectoriales (…) complementados con la libera-
lización del movimiento internacional del capital y la enloquecedora presión
hacia la integración económica internacional. (Mavroudeas, 2003: 18)
Lo “Objetivo” y lo “Subjetivo”
3er Período
1er Período 2do Período Comercial-
Comercial - Financiero Comercial Industrial
Liberación NEO
Colonialismo de las colonias Colonia-
lismo
1100
1600
1820
1890
segunda etapa tercera etapa
Capitalismo imperialista globalizaciÓn capitalista
(industrial) (financiera)
dependencia condicionamiento
condicionamiento global neoliberal
productivo de la periferia financiero
1er Período 2do Período 3er Período 1er Período 2do Período
Imperialismo Imperialismo Imperialismo Financiero Financiero
Industrial-Comercial Industrial Industrial-Financiero Industrial
1890
1935
1965
1985
2001
2012
Pero esta “determinación objetiva”, esta caída del sistema por su propio
peso, no se da al margen del sujeto social. Que el sistema alcance su tercera
y última etapa significa también (en términos socio-políticos) que la hiper-
concentración del capital, generada por la dinámica financiera predominante
en esta última etapa, va a dejar por fuera de toda decisión, en el proceso de
producción y reproducción social, a la inmensa mayoría de la humanidad.
Con mayores o menores expectativas de supervivencia, el “resto” del 99%,
(2) También el analista Kozo Uno divide las etapas del capitalismo entre capitalismo
mercantil, capitalismo industrial y capitalismo financiero aunque desde otra óptica que la
nuestra y con diferencias cronológicas. Ver Albritton, Roberts, 1991. A japanese approach
to stages of capitalism development. New York: Macmillian.
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que queda fuera, ve a las recesiones, las guerras y las catástrofes ecológicas
que se avecinan como las amenazas directas, que ya son, y que le vienen “de
afuera”, y a las que queda, inertemente, expuesto y en riesgo permanente3.
Es decir, que la mayoría de la población mundial vive una vida no deseada
y a la que solo se acostumbra por el efecto anestesiante y estupefaciente de
los mecanismos de alienación, propios del sistema.
Esto significa que el capital financiero hiperconcentrado ha transfor-
mado a la mayor parte de la humanidad en (al menos un potencial) sujeto
revolucionario, su “sepulturero”.
Las formas que está adquiriendo ese sujeto revolucionario en su actual
conformación son parte fundamental de la síntesis histórica y se explican
precisamente a partir del propio movimiento dialéctico de los procesos
anteriores, que son sintetizados en este movimiento final.
En este sentido son muy pertinentes estos párrafos de Piqueras:
No hace falta hacer profesión de fe materialista para darse cuenta de que
con la reestructuración de las relaciones sociales de producción, quedan
afectadas sobremanera también las formas de entender el mundo y de ubi-
carse en él: esto es, la subjetividad de los individuos y sus propias formas
de constitución como tales. Provoca, además, no sólo otras formas de ser
y de concebirse como trabajador o trabajadora, sino de concebir también
la propia realidad de las clases. Por consiguiente, las formas de existencia
de éstas y el cómo se expresan. (Piqueras, 2005: 8)
Y sigue: “Cada ‘fase’ capitalista se corresponde dialécticamente con
diferentes formas políticas de organización del Trabajo y de su expresión
como sujeto político”4. (Piqueras, 2005: 8)
(3) De hecho ha habido una profusa literatura, proveniente mayormente de los sostene-
dores de la “tercera vía”, una resignada postura socio política, frente a lo que ven como la
omnipotencia imbatible del sistema, que consideran a la sociedad actual definible como
“sociedad del riesgo”.
(4) Queremos aprovechar esta nota para hacer referencia a una reflexión que hace Pi-
queras justamente en la nota al pie de este párrafo que es explicativa de nuestra concepción
sobre la importancia de registrar las etapas del capitalismo y sus características: “Las fases
no han de ser interpretadas como compartimentos estancos, que explican todo dentro de
sí mismas, sino, al igual que las estructuras como inestables expresiones de un contínuum
de luchas de clase, verticales, horizontales y transversales. En cada una de ellas conviven
formas o expresiones que son características de otros momentos o correlaciones de fuerzas
de la relación Capital/Trabajo. Pero sería contribuir al oscurantismo reinante aceptar la
propuesta ‘autonomista’ de evitar comprender los rasgos más destacados de esa correlación
en cada momento (que es para lo que tiene valor esa periodización, como análisis retros-
pectivo, capaz al tiempo de proyectar cierta luz hacia delante)”. Exactamente así pensamos
nosotros sobre la necesidad de ver en cada momento la periodización del capitalismo aun-
que no compartamos exactamente la que Piqueras desarrolla en su trabajo.
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Capítulo 2
El sujeto histórico
La historia es la historia humana
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y conquistas, el paso a la segunda edad de la era de la violencia, que es
la edad de la dominación (o edad antigua). La guerra es, de este modo
y en las circunstancias dadas, inevitable, de enfrentamiento por recursos
que aparecían escasos ante las necesidades crecientes del ser humano en
desarrollo, un elemento de progreso. Es en este sentido que el marxismo
admite que la violencia es la “partera de la historia”.
La edad antigua, siguiente a la de las guerras generalizadas es, justa-
mente, un producto de la victoria de los pueblos guerreros más desarro-
llados. Es cierto que estos pueblos victoriosos son, en principio, los más
avanzados en términos bélicos, pero es justamente la primacía de lo bélico
lo que los transforma en triunfadores y, en consecuencia, en dueños del
desarrollo tecnológico, propio y ajeno, lo que los convierte, poco a poco,
en los monopolizadores del poder y regidores de la sociedad (o al menos
de la parte más “civilizada” de la sociedad humana que es la que habita
el espacio geográfico que, ahora, después de la victoria devino territorio
propio o territorio imperial). Ellos son “el amo” de la Fenomenología del
Espíritu hegeliana. Esta nueva sociedad institucionaliza, definitivamente,
la jerarquización socio política. La explotación esclavista y servil divide
a la sociedad entre los hombres poderosos, por un lado –los amos, los se-
ñores, los patriarcas, los déspotas y sus cohortes (en las que están los jefes
militares)– y, por el otro, el resto de la sociedad, que se divide, a su vez, en
algunos pequeños sectores de hombres libres en los escenarios urbanos,
la masa esclava y servil, y la masa íntegra de mujeres cuya sumisión se
profundiza. Las etapas de esta edad antigua serían: 1) la que Marx conci-
bió como “el modo de producción asiático”; 2) la antigüedad clásica; y 3)
el feudalismo europeo occidental, como último momento, decadente, de
toda la antigüedad1.
En esta antigüedad de la dominación, particularmente en la etapa “clá-
sica” y en el feudalismo, se generaron algunas formas políticas e ideoló-
gicas que, podría decirse, que no les eran “propias”, sino que fueron, en
(1) Marx y Engels abordan esta cuestión principalmente en La ideología Alemana y lue-
go Marx en los Grundisse. Nunca se transformó en un tema central de su reflexión total lo
que no quiere decir que lo hayan tratado con ligereza. Existe un interesante descripción de
este esfuerzo teórico de ambos realizada por Eric Hobsbawm en el prólogo a la publicación
del capítulo de los Grundisse titulado “Formaciones Económicas Precapitalistas”, realizado
por Siglo XXI en 1971. Nuestro principal “aporte” a esta reflexión es que el feudalismo
europeo (o edad media) debe considerarse como una etapa más dentro de un “totum” de
la edad antigua, integrado por tres etapas: el modo de producción asiático, la antigüedad
esclavista clásica y el feudalismo medioeval.
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las expresiones “puras” como los levantamientos de esclavos y siervos,
aunque estos fueron siempre esporádicos y con fines de venganza y libe-
ración personal pero sin guía de idea revolucionaria alguna, al menos en
términos generales2.
Esto es así sólo hasta el advenimiento de la modernidad capitalista.
Contrariamente a lo sucedido en la antigüedad, en la modernidad el sujeto
histórico lo constituyen, precisamente, los oprimidos, y es por ello que en
la modernidad el sujeto histórico es a la vez un sujeto subversivo, que se
rebela: un sujeto revolucionario.
Resulta imprescindible aquí, en tanto que constituye una verdadera
síntesis clara de lo que estamos tratando de explicar acerca del sujeto re-
belde de la modernidad capitalista desde sus orígenes, la transcripción de
esta cita de H.G. Wells, escrita cuando recién despuntaba la “Revolución
de Octubre” y cuando, obviamente, las luchas de clases del siglo XX y del
XXI no habían tenido aún el despliegue y la significación que tienen hoy:
La irrupción de la gente de trabajo en la Europa Occidental en los siglos
XIV y XV fueron más serias y prolongadas que cualquier otra cosa que
haya alguna vez sucedido en la historia anteriormente (…). Ellos mos-
traron el nuevo espíritu que crecía en torno a los asuntos humanos. Un
espíritu diferente tanto de la acrítica apatía de los siervos y campesinos
de las regiones de las primeras civilizaciones como del anarquismo des-
esperanzado de los siervos y esclavos del capitalismo romano. Todas
(2) Las rebeliones de esclavos en el Imperio Medio o en el 1300 A.C. contra el faraón
Amenofis IV o las rebeliones campesinas chinas de los “Pañuelos Amarillos” o las “Casacas
Rojas”, así como los alzamientos de los Ilotas espartanos y finalmente las rebeliones de
esclavos en el imperio romano entre las que destaca la epopeya de Espartaco, son sin duda
explosiones de subjetividad del oprimido que adelantan el rol de la “clase obrera” moder-
na, pero de ninguna manera constituyen ellas a los siervos o a los esclavos en una clase
revolucionaria o en el sujeto histórico de su época, ya que no tienen ni la continuidad ni la
consistencia como para ser definidos como tales. Esto fue así en tanto que en la antigüedad
(considerando dentro de esta edad histórica tanto al modo de producción asiático, como
al esclavismo clásico greco romano y al servilismo feudal medioeval) el desarrollo de las
fuerzas productivas consolidaba la relación de dominación. De hecho el paso de la etapa de
la antigüedad clásica al feudalismo no se produce por la rebelión de los esclavos sino por
las contradicciones de clases aristocráticas contra los campesinos pequeños y medianos que
debilitan el imperio, combinado ello con la invasión de las tribus bárbaras que se encontra-
ban en un estadío de desarrollo anterior incluso al de la antigüedad. Distinto es el caso de las
luchas campesinas y obreras de la modernidad (siglo XIV en adelante) donde el desarrollo de
las FFPP agudiza el conflicto entre dominantes y dominados e impulsa la lucha de clases en
un sentido ascendente. Tal circunstancia determina que la clase dominada en la modernidad
–la clase obrera– se transforme en el verdadero sujeto histórico de la época.
40 | Mariano Ciafardini
Capítulo 3
El sujeto en la modernidad
capitalista
En el feudalismo entraron en crisis todos los esquemas de dominación
y gobierno de la antigüedad. Para los años 1200-1300 se había llegado al
punto de dislocación y fragmentación que hicieron necesario un planteo
diferente del viejo impulso imperial centrípeto en forma absoluta. El de-
sarrollo de las fuerzas productivas y la aparición de la nueva clase de los
burgueses comerciantes y financistas imponen a las clases dominantes una
forma de articulación del poder que no se había visto antes. Los monar-
cas van entramando, con las burguesías nacientes, una alianza que, entre
avances y disrupciones, va moldeando las formas del estado moderno y las
soberanías nacionales. La jurisdicción nacional es, a la vez, el mercado in-
terno. Por eso las burguesías nacen siempre enfrenadas a las otras burgue-
sías extranjeras. La guerra interburguesa lleva en su ADN el guerrerismo
de la primera edad de la era de la violencia, como en un ricorsi dialéctico.
La modernidad capitalista que se establece, ya desde entonces, sin solu-
ción de continuidad hasta hoy, debe considerarse como una suerte de retorno
a la guerra de todos contra todos, pero en una forma que rescata cierta sus-
tancia del orden imperial. No se reproduce el viejo imperio o el gran reino
antiguo, sino varios “mini” imperios, que son los reinos modernos, posterior-
mente constituidos en Estados Nación. Todos ellos en estado de guerra o ten-
sión permanente con los otros, tal cual las primitivas tribus guerreras, pero
ejerciendo hacia su interior un poder centralizado como los viejos imperios.
Sin embargo, la situación hacia el interior de estos “países” ya no podía
reproducir la dominación absoluta explícita del imperio de la antigüedad.
El desarrollo de las mismas fuerzas productivas (y de las relaciones de pro-
ducción), que imponían el esquema universal, imponían, a su vez, hacia el
interior de las jurisdicciones nacionales, esquemas de poder distintos, obli-
gados a “respetar”, hasta un punto, las autonomías de un nuevo individuo
productivo, que ya sólo era “explotable” en el marco de ciertos espacios de
libertad (al menos ambulatoria).
42 | Mariano Ciafardini
la burguesía es siempre la gran burguesía y el papel político de esta clase
ha sido siempre, sistemáticamente, reaccionario. La pequeña y la mediana
burguesía son, en principio, comandadas por ella pero eso no significa que,
en determinadas situaciones del proceso histórico y en determinadas co-
yunturas políticas, estos sectores de la clase dominante no puedan oscilar
o pasarse, al menos momentáneamente, de bando y hasta aliarse y jugar
un papel disparador de movimientos efectivamente revolucionarios. Pero
tales movimientos revolucionarios encontrarán siempre su raison d´etre en
el alzamiento de las masas populares. A medida que avancemos en el de-
sarrollo de nuestra hipótesis planteada en este trabajo habremos de puntua-
lizar sobre estas “idas y venidas”, y reacomodamientos de estos distintos
sectores “burgueses”, que han ido acompañando a la gran burguesía en su
proyecto moderno. A lo que Marx y Engels le asignan un carácter revolu-
cionario (principalmente en El Manifiesto Comunista) es al capitalismo
y obviamente no es un carácter revolucionario político sino que lo que el
capitalismo revoluciona, según ellos, son las fuerzas productivas. Con ello,
a lo que se están refiriendo es a la dinámica del proceso capitalista y a la
velocidad con que los capitalistas en su competencia desenfrenada revo-
lucionan (debería decirse reforman) todo permanentemente y así: “todo lo
sólido se desvanece en el aire”. Esto no significa asignarle a la burguesía
como clase un papel de sujeto histórico revolucionario.
El marco de este trabajo no permite adentrarnos en los detalles del de-
bate entre Maurice Dobbs y Paul Sweezy, ni en los de Robert Brenner, con
las conclusiones de Dobbs, sobre si lo determinante en la aparición del ca-
pitalismo fueron las fuerzas endógenas de las relaciones de clase al interior
del feudalismo o la exterioridad del desarrollo del comercio y el desarrollo
de la burguesía en las ciudades. Pensamos que dichas reflexiones más que
contradictorias son complementarias y que el surgimiento del capitalismo
desde el seno del feudalismo europeo occidental no puede analizarse como
un fenómeno aislado de la dinámica histórica del mundo entero, especial-
mente de lo que sucedía en Medio Oriente y en Asia.
De todos modos, a los efectos de lo que aquí nos interesa resaltar que
es el papel revolucionario o no de la burguesía naciente ello no está nece-
sariamente vinculado en forma directa a su proceso de formación a partir
de causas endógenas o exógenas al feudalismo, sino a la cuestión acerca
de cuál fue la clase verdaderamente revolucionaria que se estructuró como
sujeto de cambio en las entrañas mismas del modo de producción antiguo
(considerando al feudalismo como la última fase de éste). En ese sentido
44 | Mariano Ciafardini
Capítulo 4
La primera etapa
del capitalismo
La edad moderna capitalista, se divide internamente, como ya ade-
lantáramos haciendo referencia a nuestro trabajo Globalización Tercera
(y última) etapa del capitalismo, en tres etapas: el capitalismo salvaje, el
imperialismo y la globalización.
En la primera etapa, de la libre competencia, la constitución de los esta-
dos nacionales y el auge de la burguesía comercial, los actores principales
de los cambios revolucionarios, el sector social que impulsa hacia delante
al todo social es: el campesinado y las clases bajas urbanas. Son, primero,
las luchas campesinas por los derechos de los trabajadores de la tierra que
se van aliando con las clases bajas urbanas y ya, al final de la etapa, confor-
man, todos ellos, definitivamente, la clase de trabajadores urbanos de talle-
res y fábricas, como sujeto histórico principal; es decir, la “clase obrera”.
(1) El feudalismo es una etapa (la última) de la edad antigua. El efectivo proceso de gene-
ración del capitalismo comienza entre finales del 1200 y principios del 1300. Esta aparición
se produce a partir de una crisis en esta última etapa de la antigüedad (el feudalismo), crisis
que termina no sólo con lo feudal sino con toda la dinámica propia de la dominación antigua.
En este contexto la burguesía naciente, no adviene como ninguna clase revolucionaria sino de
la mano de su alianza con la nobleza y, particularmente, en la medida en que van adquiriendo
poder, su alianza con los reyes, siendo su interés hacer negocios con estos sectores y mantener
el orden social necesario para ello. Un “clásico” de la historiografía como es la introducción
de la obra Historia económica y social de la Edad Media (1963) de Henri Pirenne, en pasajes
trascendentales para la ciencia histórica, se señala con gran claridad que “(…) desde el punto
de vista en que debemos colocarnos aquí se ve in mediatamente que los reinos bárbaros fun-
dados en el siglo V en el suelo de la Europa Occidental, habían conservado el carácter más
patente y esencial de la civilización antigua: su carácter mediterráneo (…). Para los bárbaros
establecidos en Italia, en África, en España y en la Galia, era aún la gran vía de comunicación
con el imperio bizantino y las relaciones que mantenían con este permitían que subsistiera
una vida económica en la que es imposible no ver una prolongación directa de la antigüedad”
(p. 9). “El hecho de que la expansión islámica haya venido a cerrar este mar en el siglo VII,
tuvo por resultado necesario la rapidísima decadencia de aquella actividad. En el curso del
siglo VIII los mercaderes desaparecieron a consecuencia de la interrupción del comercio”
(p. 11). “Es absolutamente evidente que, a partir del siglo VIII, la Europa occidental volvió
al estado de región exclusivamente agrícola. La tierra fue la única fuente de subsistencia y
la única condición de la riqueza (…). En tales circunstancias, resulta imposible amparar la
soberanía del jefe del Estado. Si este subsiste en principio, desaparece de hecho. El sistema
feudal es tan solo la desintegración del poder público entre las manos de sus agentes, que por
el mismo hecho de que poseen cada uno parte del suelo se han vuelto independientes y consi-
deran las atribuciones de que están investidos como parte de su patrimonio” (p. 12-13). “Ideal
económico de la Iglesia. Su concepto del mundo se adaptó admirablemente a las condiciones
económicas de aquélla época, en la que único fundamento del orden social era la tierra. En
efecto la tierra fue dada por Dios a los hombres para ponerlos en posibilidad de vivir en este
mundo pensando en la salvación eterna. El objeto del trabajo no es enriquecerse, sino mante-
nerse en la condición en que cada cual ha nacido, hasta que de esta vida mortal pase a la vida
eterna” (p. 17). En los primero capítulos (I y II) Pirenne describe cómo con la recuperación
del Mediterráneo a partir de la cruzadas el comercio regresa y, de una forma definitiva y con
ímpetu cualitativamente mayor, genera todo el proceso de transformación evolutiva que da
46 | Mariano Ciafardini
el territorio del ex imperio romano de occidente. Es decir, que al desinte-
grarse el Imperio Romano de Occidente, se produce un inicial estado de
anarquía y cierto equilibrio entre las distintas tribus germánicas que ocu-
pan los distintos territorios. El número de estos guerreros era mucho menor
que la población estable de todas estas tierras del ex imperio, y sobre las
gentes de estos territorios tenían gran predicamento los obispos y padres
de la iglesia católica romana. De este modo, para definir la situación de
poder, los más hábiles jefes germanos fueron estableciendo alianzas con
los representantes de la iglesia, para vencer a los otros. Este fue el caso,
por ejemplo, de Clodoveo, rey de los francos entre el 486 y 487 quien así
se convierte al cristianismo. Se empieza así a estructurar la relación de
vasallaje con los colonos que se refugian bajo la protección de los nuevos
“señores de la nobleza” germánica y el régimen de propiedad de la tierra
va tomando la forma feudal. La justicia, en el feudo, la ejerce el señor. Así
Clodoveo dicta la Lex Salica en la que está consagrada la compensación,
es decir la posibilidad del arreglo entre las partes mediante el pago patri-
monial de ofensor al ofendido. Los conflictos son conflictos de poder y por
el poder. La estructura de poder es guerrera y el bandidaje o pillaje de los
largos y escabrosos caminos, entre los castillos señoriales y las aldeas y
villas, lo realizan los caballeros armados, en los tiempos en que no están
comienzo a una sociedad cualitativamente distinta, moderna, capitalista. La cita que sigue es
extensa pero su claridad respecto del verdadero papel que jugó la burguesía naciente en todo
este proceso de aparición del capitalismo lo justifica: “Las necesidades y las tendencias de
la burguesía eran tan incompatibles con la organización tradicional de la Europa occidental,
que encontraron desde un principio enconada resistencia. Estaban en pugna con el conjunto
de intereses y de ideas de una sociedad dominada desde el punto de vista material por los po-
seedores de los latifundios y, desde el punto de vista espiritual, por la Iglesia cuya aversión por
el comercio era invencible. Sería injusto atribuir como tantas veces se ha hecho, a la ‘tiranía
feudal’ o a la ‘arrogancia sacerdotal’ una oposición que por si sola se explica. Como siempre,
aquellos a quienes beneficiaba el estado de cosas imperante se esforzaron en defenderlo, no
solo porque garantizaba sus intereses sino porque además les parecía indispensable para la
conservación del orden social. Frente a esta sociedad la burguesía dista mucho de asumir
una actitud revolucionaria. No protesta ni contra la autoridad de los príncipes territoriales,
ni contra los privilegios de la nobleza, ni sobre todo, contra la Iglesia. Hasta profesa la moral
ascética de esta, que, sin embargo, contradice tan claramente su género de vida. Lo único que
trata es de conquistar su lugar y sus reivindicaciones no rebasan los límites de sus necesidades
más indispensables (…). Entre estas, la más apremiante es la necesidad de libertad. Sin liber-
tad en efecto, es decir, sin la facilidad de trasladarse de un lugar a otro, de hacer contratos de
disponer de sus bienes, facultad cuyo ejercicio excluye la servidumbre ¿cómo sería posible el
comercio? Si se reclama tal libertad es pues únicamente por las ventajas que confiere. Nada
hay más ajeno al espíritu de los burgueses que el considerarla como un derecho natural: es
tan solo, a sus ojos, un derecho útil” (pp. 43-44) –las cursivas son nuestras–.
48 | Mariano Ciafardini
y otra, a partir de la inquisición. Veamos dos párrafos de Paul Johnson, un
especialista en el tema:
En la edad de las Tinieblas, la iglesia había representado todo lo que era
progresista, esclarecido, y humano en Europa; como hemos visto realizó
una enorme contribución material a la resurrección de la civilización en-
tre las cenizas y a la elevación de las normas. Había creado un continente
con una imagen benigna (con todas sus imperfecciones). En el siglo XI,
incluso en el XII, la Iglesia, que ahora era esencialmente el clero, todavía
conservaba su identificación con el cambio orientado hacia el progreso.
(Johnson, 2004: 296)
(…)
En la Edad de las Tinieblas, Occidente había estado relativamente libre
de la herejía. La Iglesia se refugiaba en la tradición autoritaria de Agustín,
pero a veces surgían figuras extrañas: casi siempre laicos, que continua-
ban espontáneamente la tradición montanista (…). Este tipo de incidentes
llegó a ser más común cuando se desarrollaron las peregrinaciones de lar-
ga distancia. Los peregrinos traían de regreso ideas y cultos religiosos del
Oriente (…). El fenómeno cobró dimensiones enormes y peligrosas en el
siglo XI, a causa del rápido crecimiento de la población, la intensificación
de los viajes y la difusión de las ideas. (Johnson, 2004: 338)
Johnson diferencia, con claridad, entre la sociedad cristiana total, ese
conglomerado de feudos bajo la identidad ideológica que los distinguía del
afuera musulmán, y el tiempo de los estados (reinos) en los que la iglesia
convive con ellos, como uno más, en disputa con cada rey y, especialmen-
te, con el Sacro Emperador Romano Germánico. Más allá de las razones
culturales que exhibe Johnson queda claro que el desarrollo de las fuerzas
productivas, el comercio, los viajes y el aumento de la población (y por lo
tanto, en este caso, de la producción) están en la base de este cambio de
época que transforma incluso a la religión católica de “progresista” en, cla-
ramente, reaccionaria y símbolo del poder. El aspecto es importante porque
así se explica por qué las verdaderas luchas de clases, que se inician con los
movimiento campesinos a partir del 1200 y el 1300, tienen, muchas veces,
como enemigo, no solo a los señores y al rey sino a la religión oficial mis-
ma, y, por ello, son emparentados, por ésta, con las herejías. La herejía, el
crimen y la revolución tienen entonces unas fechas de parto común, aunque
su desarrollo sea distinto. Es más, en el momento del parto, aparecen como
mezclados entre los “fluidos y la sangre”, propios de ese acontecimiento.
En su magnífico trabajo historiográfico sobre la modernidad, Vicens
Vives describe el desarrollo de la espiritualidad y la religiosidad ya no en
(2) Vicens i Vives lo advierte con claridad: “El choque de esta formidable ola de renova-
ción espiritual con la realidad social y eclesiástica, provoca en determinados espíritus y en
ciertas clases sociales la floración de corrientes religiosas disgregadoras (…) Así se origina
el socialismo cristiano, que teñirá de sangre los campos alemanes durante las sublevaciones
agrarias antes y después de la reforma luterana, y del cual sacarán los revolucionarios sus
programas emancipadores” (pp. 66-67).
50 | Mariano Ciafardini
Si se quisiera encontrar un punto de inflexión (que en términos rea-
les no existe como punto) entre el viejo mundo feudal y el nuevo mun-
do moderno capitalista, entendemos que debería ser este. No sólo por el
desarrollo que han adquirido ya a mediados del 1300 el comercio y las
finanzas como sistema entrelazado por toda Europa occidental y central,
sino porque, al calor de estos cambios económicos y las grandes tragedias
antes mencionados, se advierten ya profundos contrastes ideológicos entre
la ideología oficial universal cristiana romana, la feligresía y las masas
populares, que denotan que los cambios que se están operando no son sólo
económicos, sino sociales y, en consecuencia, también políticos.
El cristianismo católico, que había sido el fundamento ideológico del
feudalismo contra la “otredad” musulmana, y el sustento del poder polí-
tico nobiliario y de las monarquías feudales, empieza a crujir a partir de
los cambios culturales que impone el capitalismo naciente. No es sólo el
ateísmo una manifestación de ello, sino la aparición de numerosas sectas
cristianas, muchas de las que conllevan en su prédica gérmenes de ideas
comunitarias o más precisamente comunistas.
Siguiendo a Wells es necesario advertir el rol ideológico del catolicis-
mo en este momento del nacimiento del capital y su impacto en la sociedad
feudal en descomposición. El cristianismo, cuya única voz oficial era la
iglesia católica a través de sus clérigos, representaba la “Zeitgeist” dentro
de la cual sucedía todo lo que pudiera suceder en la época. Es decir que
tanto los sectores del poder –los ricos del capitalismo asociados con los
príncipes más poderosos–, como los trabajadores pobres –eventualmente
asociados con algún noble en decadencia– se iban a expresar en términos
de su propia interpretación del dogma.
Las nuevas situaciones para las clases poderosas se expresarían como
reforma, por dentro o por fuera del dogma católico. Por dentro la reforma
tuvo su expresión más inteligente en el movimiento jesuítico y la creación
de la compañía a manos de Loyola. El jesuitismo fue la contracara de la
inquisición dominica, una versión populista ilustrada que intentó diferen-
ciarse del ultraconservadurismo de Inocencio III y Gregorio VII. Por fuera
el protestantismo de Lutero y sus príncipes modernos.
Para las clases bajas la expresión fue la herejía, o su propia versión de
la reforma protestante, lo que en última instancia era la misma cosa.
Ya entre 1209 y 1229 se da la cruzada contra los albigenses (secta de
los Cátaros encabezada por la baja nobleza del Languedoc, que criticaba
52 | Mariano Ciafardini
He ahí la primera manifestación del sujeto histórico de la modernidad:
los campesinos en permanente rebelión contra los efectos de la alianza
monárquico-burguesa y eventualmente nobiliaria3. Sobre esta alianza da
cuenta Marx en una de sus primeras obras:
En la historia de la burguesía debemos diferenciar dos fases: en la primera
se constituye como clase bajo el régimen del feudalismo y de la monar-
quía absoluta; en la segunda la burguesía constituida ya como clase de-
rroca al feudalismo y a la monarquía para transformar a la vieja sociedad
en una sociedad burguesa. La primera de estas fases fue más prolongada
y requirió mayores esfuerzos. También la burguesía comenzó su lucha
con coaliciones parciales contra los señores feudales. (Marx, 1987: 116)
No es la burguesía, entonces, el sujeto revolucionario en la temprana
época de la modernidad, sino el campesinado. Ni lo será tampoco más
adelante cuando comiencen las mal llamadas “revoluciones burguesas”
que, como veremos no son más que verdaderas rebeliones populares, o al
menos situaciones de descontentos generalizados de la población, aprove-
chados por la burguesía para dar sus golpes de mano y encaramarse defini-
tivamente en el poder político directo, para lo que ya no necesitaban más la
figura, inicialmente funcional, del monarca4.
Tan temprano como en 1291, a poco de la cruzada contra los Cáta-
ros, la expansión de los Hausburgo choca contra los campesinos de Uri
(3) En este punto es procedente una cita de Meiksins Wood en cuanto a que “la lucha de
clases precede a la clase, tanto en el sentido de que las formaciones de clase presuponen una
experiencia de conflicto y lucha derivada de las relaciones de producción como en el senti-
do de que hay conflictos y luchas estructurados ‘de manera clasista’ aun en las sociedades
que todavía no presentan formaciones conscientes de clase”. (Op. Cit.: P. 98)
(4) Profunda es la reflexión de Slavoj Zizek en este sentido cuando afirma: “En sus iró-
nicos comentarios sobre la revolución francesa, Marx opone el entusiasmo revolucionario
al ‘efecto de la mañana siguiente’: el resultado real del sublime estallido revolucionario al
acontecimiento de libertas, igualdad y hermandad, es el miserable universo utilitario ego-
tista de los cálculos del mercado (…). Sin embargo no deberíamos simplificar a Marx (…).
En el estallido revolucionario como acontecimiento brilla otra dimensión utópica, dimensión
de la emancipación universal, que precisamente es el exceso traicionado por la realidad del
mercado que se impone ‘el día siguiente’ como tal ese exceso no es simplemente abolido,
descartado por irrelevante, sino más bien traspuesto al estado virtual para seguir acechando el
imaginario emancipatorio como sueño que espera para ser realizado (Violencia en Acto, 2005.
Buenos Aires: Paidos). Nosotros agregaríamos que ese imaginario emancipatorio que luego
se realiza el octubre del 17 en manos de la clase obrera rusa debe su existencia a los excesos
de la producción política no de la burguesía, ni siquiera de la pequeña burguesía, sino los del
campesinado y especialmente los artesanos y pobres urbanos. Ellos son los artífices de la parte
de “revolución” que despunta la revolución francesa abortada por el golpe de estado burgués.
54 | Mariano Ciafardini
entre los wycliffitas ingleses. Parecían seguir naturalmente las doctrinas
de la igualdad humana, la hermandad que emerge siempre que se intenta
ir hacia atrás, a los fundamentos del cristianismo. El desarrollo de tales
ideas fue en gran medida estimulado por la tremenda desgracia que barrió
el mundo y conmovió los fundamentos de la sociedad, una peste de una
virulencia nunca vista. Era llamada la muerte negra (…). Fue desde este
desastre que la guerra campesina del siglo catorce se expandió. Había
falta de mano de obra y de bienes y los ricos abades y monjes propietarios
de la mayor parte de la tierra y los nobles y los ricos mercaderes eran
demasiado ignorantes de las leyes económicas para entender que no de-
bían presionar a los trabajadores en estos tiempos de sufrimiento. (Wells,
2004:198-199)
En este mismo sentido Pirenne, al referirse a las consecuencias socio-
políticas de esta crisis, afirma:
Estas desgracias agravaron indiscutiblemente las perturbaciones sociales
por las que el siglo XIV contrasta tan violentamente con el anterior, más,
la causa principal, se debe buscar en la propia organización económica.
Se había llegado al grado que su funcionamiento provocaba un descon-
tento que se manifestaba a la vez en las poblaciones urbanas y en las
rurales. (Pirenne, 1963:142)
El trabajo de Pirenne, respecto de esta situación y a las sublevaciones
campesinas que se generan, es de una importancia manifiesta, puesto que,
a la vez que el afamado historiador belga se cuida permanentemente de no
conceder a la interpretación marxista espacio explícito alguno, al adentrar-
se en la descripción de los hechos, no hace más que demostrar, con detalle,
cómo es el proceso material el que está en la base de todos estos aconte-
cimientos. Con la particularidad, de gran utilidad para nuestra tesis, de
remarcar la actitud revolucionaria del campesinado y los pobres, y las po-
siciones contrarrevolucionarias de las demás clases, incluida la burguesía.
Así respecto de los levantamientos de Flandes de 1323 a 1328 señala que
El espíritu independiente de los robustos campesinos de aquel territorio
(…) se excita en la lucha hasta el punto en que consideraron a todos los
ricos y a la misma Iglesia como sus enemigos naturales. Bastaba que una
persona viviera de la renta del suelo para que se volviera sospechosa.
(Pirenne, 1963:143)
Este pasaje muestra especialmente la complejidad de la situación de la
que el propio Pirenne queda inmerso:
La historia de Ypres, como la de Gante y Brujas, está llena de luchas san-
grientas en las que los proletarios de la industria textil peleaban con los
(5) Las jacqueries son los levantamientos campesinos de Francia desde el Medioevo a la
Revolución Francesa y toma su nombre de la crónica que hizo Jean Froissart de la primera
de ellas (la grand jacquerie) ya que éste denominaba a los campesinos Jacques Bonhomme,
un estereotipo que recibía su nombre de la vestimenta “jacque”, de uso difundido en el
campo pobre francés.
56 | Mariano Ciafardini
En 1382 se producen sublevaciones campesinas en toda Francia; en
1383 se producen rebeliones de campesinos y artesanos en Portugal, que
son primero encabezadas y después traicionadas por la burguesía comer-
cial portuguesa.
Juan Huss, después de su ejecución en 1419, se convierte en el hé-
roe de Bohemia y los Husitas descargan su odio contra los germanos. Se
produce la primera “defenestración” de Praga. De ellos se desprenden lo
Taboritas Juan Siska y Andreas Prokop, grupo más radical integrado por
ciudadanos y campesinos que anuncian el milenio cristiano y proponen la
organización comunista de la sociedad.
En 1520 tienen lugar rebeliones campesinas en Austria, Polonia y Ru-
sia, el mismo año que aparece el manifiesto de Lutero bajo la influencia del
propios Huss.
En 1522 Lutero se ve obligado a apaciguar las manifestaciones que
suscitó su propio movimiento en Wittemberg, en donde Karl Stadt lleva
a cabo, durante la ausencia de Lutero, reformas drásticas en el clero y las
órdenes.
Estas reformas y el movimiento de los Husitas de Bohemia influyen
grandemente sobre Thomas Mûnser y Nicolás Storch. Emerge la cuestión
social que estaba debajo.
En 1524 se inicia la guerra de los campesinos en Waldshut y Schûlin-
gen, donde ya comienza la prédica colectivista de Mûnzer.
Frente al cariz que toman los acontecimientos, Lutero, de parte de los
príncipes, condena a los campesinos como “asesinos y saqueadores”, y
llama a exterminarlos, como “perros rabiosos”, lo que es acometido por
la Liga Suaba.
Finalmente en 1555 con la paz de Los Augsburgo se consagra jurídi-
camente la escisión religiosa frente a la que se alzará el Concilio de Tren-
to, que se inicia en 1545. El enfrentamiento religioso se consuma con la
Guerra de los Treinta Años que va desde la segunda defenestración de Pra-
ga en 1618, en que la nobleza checa expulsa a los consejeros imperiales
católicos, hasta la paz de Westfalia (Mûnster) en 1648. A partir de allí el
cristianismo, que, como catolicismo, todavía arrastraba rémoras formales
que resultaban más funcionales a una aristocracia nobiliaria en decadencia,
queda “perfeccionado” con la “versión” protestante ad hoc a la burguesía,
que se consolidaba en todas partes como la clase de la época. De todos mo-
58 | Mariano Ciafardini
soportaba el peso íntegro de todo el edificio social: príncipes, funcionarios,
nobleza, frailes, patricios y burgueses”6. Esto explica por otra parte el fra-
caso de los alzamientos en términos generales:
Mientras se les oponía el poder organizado de los príncipes, de la nobleza
y de las ciudades unidas, los campesinos no fueron capaces de lanzarse
solos a una revolución. Su única posibilidad de vencer hubieses sido me-
diante una alianza con otras clases; ¿pero cómo unirse con ellas si todas
los explotaban con igual saña? (Marx; Engels, 1987: 188)
Queda en claro, entonces, que la única posición de sujeto histórico
revolucionario era la de los campesinos apoyados intermitentemente por la
“oposición plebeya”. Todo lo demás, incluidos los distintos sectores bur-
gueses, eran parte de la reacción.
Este campesinado, que es de este modo el sujeto revolucionario, expre-
sa a su vez una ideología de la revolución, con las características propias
del nivel del discurso ideológico de la época y con las contradicciones
propias de un movimiento con una “compleja composición de clases y
subclases”, como era el movimiento campesino alemán del siglo XVI.
El campesinado se movía, entonces, fundamentalmente contra las trabas
feudales que en gran medida permanecían a pesar del impacto del desarrollo
de las relaciones capitalistas, y a veces articulándose aquellas trabas con es-
tas relaciones en perjuicio de los trabajadores rurales. De este modo la lucha
campesina y el centro de sus reivindicaciones se dirigían contra las estructu-
ras feudales resilientes. Aquí es donde resulta preciso este párrafo de Engels:
Es evidente que, dadas las circunstancias, todo ataque general contra el
feudalismo era, antes que nada, un ataque contra la Iglesia, y que todas
las doctrinas revolucionarias sociales y políticas eran necesariamente y,
al mismo tiempo, herejías teológicas. Para poder atacar el orden social
existente había que despojarlo primero de su aureola de santidad. La
oposición revolucionaria contra el feudalismo (…) según las circunstan-
cias aparece como misticismo, herejía abierta o insurrección armada. En
cuanto al misticismo es bien sabido hasta qué punto dependían de él los
reformadores del siglo XVI. También Mûnzer le debe mucho. Por una
parte las herejías expresaban la reacción de los pastores patriarcales de
(6) Op. Cit. La excepción que menciona Engels al decir “excepto la última” es lo que
llama “la oposición plebeya” compuesta por “burgueses venidos a menos y de una multi-
tud de vecinos excluidos del derecho de ciudadanía: oficiales, jornaleros y los numerosos
brotes de lumpenproletariado que se encuentran hasta en etapas inferiores del desarrollo
urbano” (p. 186).
(7) Cuando Engels menciona la Edad Media se refiere preferentemente a la baja Edad
Media (después del 1200) que nosotros consideramos ya como el primer período de la edad
moderna capitalista)
60 | Mariano Ciafardini
Solo en las doctrinas de Tomas Mûnser, estos brotes de comunismo, ex-
presan las aspiraciones de una verdadera fracción de la sociedad. Fue el
primero en formularlas con cierto carácter definido, y a partir de él han
sido observadas en todos los grandes movimientos populares, hasta que se
fundieron en forma gradual en el moderno movimiento proletario. (Marx;
Engels, 1987: 193)
Todas estas luchas campesinas fracasan en la medida en que no exis-
tían las condiciones económicas políticas y sociales para su triunfo, aunque
sí para su generación. Su verdadero triunfo es preparar el terreno para que
otro tipo de movimiento campesino se empezara a articular con otro tipo de
movimiento plebeyo de las ciudades. Estos nuevos movimientos tampoco
van a lograr coronarse con el arribo al poder para la consecución de sus in-
tereses de clase, pero van a tener la potencialidad necesaria como para que
una burguesía comercial, ya desarrollada, se encarame en ellos y logre el
final desplazamiento no sólo de la nobleza sino de la realeza (sus antiguos
socios), y rompa, para siempre, todo vestigio de estructura feudal. De es-
tas revoluciones plebeyo-campesinas transformadas (o traicionadas como)
“revoluciones burguesas”, es de lo que vamos a tratar a continuación.
62 | Mariano Ciafardini
cesos revolucionarios avanzaban se iban radicalizando políticamente en
el plano ideológico casi todos los valores ideales de libertades burguesas
nacieron precisamente al calor de estas insurrecciones y fueron forjados
sobre todo en la época de las revoluciones inglesa, americana y francesa.
(Anderson, 1984: 7-8)
Nosotros agregaríamos a este párrafo la revolución de los Países Bajos,
que termina de consumarse luego de 80 años. Es decir, que las pretendidas
“revoluciones burguesas” están impropiamente denominados como tales,
ya que, lo que tuvieron de revolucionario fue, precisamente, en razón de
una sobredeterminación, por utilizar el término althusseriano que toma An-
derson en sus análisis, pero no por arriba sino por abajo. Lo revolucionario
lo puso el pueblo: a) en los levantamientos y sublevaciones populares hasta
el 1500 esencialmente el campesinado pobre; b) a partir de la revolución
holandesa, principalmente la plebe de las ciudades o como excepción en la
revolución inglesa el campesinado acomodado (yeomanry); y c) como ve-
remos más adelante, a partir de la consolidación del poder burgués, en las
revueltas ciudadanas que van desde 1830 en adelante en Europa, y la nueva
clase obrera, ya conformada junto a su alter ego, la burguesía industrial.
En este entendimiento, la burguesía, o las burguesías, en momento alguno
jugaron un papel político efectivamente revolucionario que autorice a con-
siderar que hayan sido, de alguna manera, dignas de considerarse sujeto
histórico del proceso, si asimilamos sujeto histórico a sujeto revoluciona-
rio, como consideramos que no puede ser de otro modo, en el capitalismo.
En un pasaje de su Historia General Moderna, Vicens Vives muestra
con agudeza de análisis las diferencias cualitativas entre la actuación del
sujeto histórico campesino/popular tanto en el primer período, como en
el segundo y la consecuente potencialidad de su accionar al sumarse a la
escena su nuevo “aliado”, la burguesía:
La revuelta religiosa (1517 y 1566), obedeció en ambos casos a una in-
surrección de las conciencias, estimulada por presiones económicas, so-
ciales y políticas. Pero en ninguno de los dos momentos –a excepción de
Holanda– el movimiento respondió a unas líneas precisas. Hubo algo de
confuso en su planteamiento y desarrollo. En cambio en 1640-1650, lo
que pretenden los revolucionaros sorprende por su uniformidad y conci-
sión: derechos individuales, fiscalización de los presupuestos públicos,
abolición de los monopolios del estado, intervención del país en la le-
gislación. Tal fue el programa anunciado en Londres, Amsterdam, París
y Barcelona. Esta unanimidad descansa en la simultánea presión de la
monarquía absoluta en los países de occidente, y es lógico que las mismas
64 | Mariano Ciafardini
La apertura de la ruta del Atlántico permite un desarrollo de la burgue-
sía comercial a una escala nunca vista, ni siquiera en los momentos más
prósperos de Génova, Venecia o Amberes. El poder que acumula la nueva
clase de los comerciantes de las ciudades, principalmente de las ciudades
portuarias, genera un escenario político distinto del que había sido paradig-
mático durante el primer capitalismo comercial-financiero de la acumula-
ción originaria. Las posibilidades políticas de la burguesía aumentan a tal
punto que, en determinadas circunstancias, se haya ya en condiciones de
pelear por el poder rivalizando con la propia monarquía.
Nuestra hipótesis es que todos estos golpes de mano políticos de la
burguesía, que terminaron denominándose “revoluciones burguesas”, ca-
balgaron, en todos los casos, sobre la indignación y el hartazgo de las ma-
sas populares, principalmente los pobres de las ciudades, la pequeña bur-
guesía y el artesanado, acompañados a veces por campesinos, que fueron
la verdadera fuerza motor de estos cambios. Cambios que, en lo que a los
intereses de estas clases respecta, quedaron siempre a mitad de camino,
ya que, al encumbrarse la alta burguesía en la cresta de estos movimientos
revolucionarios, graduó el cambio hasta el punto suficiente en que su inte-
rés particular, es decir el desplazamiento de la nobleza y la monarquía y el
acaparamiento total por su parte de los espacios de poder político, estuvo
satisfecho. Llegado el movimiento a este punto se procedió siempre a “cal-
mar” y “sosegar” a los revoltosos e instaurar un nuevo status quo.
Este movimiento se da, particularmente, a través de tres grandes episo-
dios: la Revolución en los Países Bajos de 1566, la Revolución Inglesa de
1642-1689 y la Revolución Francesa de 1789.
66 | Mariano Ciafardini
En el caso de la población de las ciudades el efecto de los factores eco-
nómicos y sociales sobre el comportamiento era mucho más visible (…).
Los artesanos podían unirse a los obreros no cualificados en sus estallidos
hostiles, o bien negarse a cooperar con individuos de “status” inferior. Sin
embargo la espantosa recesión de 1560-69 estrechó los lazos entre las cla-
ses bajas y la burguesía media conforme fueron aumentando los agravios de
todas ellas contra el gobierno. Los frecuentes actos de violencia y el pillaje
en el campo por bandas organizadas de obreros industriales eran clara ex-
presión de la hostilidad frente al gobierno. (Smit, citado en Elliot, 1984: 53)
Sea como fuere es imposible entender la capacidad de resistencia y la
victoria final de los neerladeses sobre las tropas de Felipe II, al mando del
sanguinario Alba sin el levantamiento popular decidido a llegar a las últi-
mas consecuencias. Así lo describe Wells al referirse al asedio de Alkmaar
(1573) por las tropas españolas: “Nunca en la reciente historia de Harlem,
ha sido un ataque recibido con tanta bravura. Toda persona viviente estaba
en los muros”. (Wells, 2004: 252. La traducción es nuestra.)
Es evidente que las clases altas como lo dice Wells “se pusieron ellas
mismas” al frente de lo que ya era un levantamiento popular, con motivos
propios para levantarse por la persecución religiosa de la que era víctima
como lo habían sido los campesinos alemanes unos años antes.
La Revolución Inglesa
68 | Mariano Ciafardini
El movimiento nivelador empezó de una forma clara al final de la pri-
mera guerra civil (1648), cuando muchos mandos medios del ejército veían
cómo se negociaba con el prisionero Rey Carlos de forma secreta. En el
parlamento surgieron voces contrarias a que el peso de la revolución lo lle-
vasen los puritanos-presbiterianos-conservadores, que retrasaban las refor-
mas o las maquillaban para ajustarse a sus intereses económicos (grandes
propietarios). La ejecución del rey no hizo más que aumentar el malestar,
ante los impedimentos a la progresiva democratización de la sociedad. Lil-
burne y otros, considerados hasta entonces “independientes”, reclamaban
reformas claras y contundentes. Sin embargo, sólo se les concedió la abo-
lición de la Cámara de los Lores y la proclamación de la república (Com-
monwealth), sin ninguna concesión de reforma económica o política.
En el ejército la respuesta fue más contundente. Se crearon Consejos
de soldados que pedían democracia (sufragio universal), abolición de la
censura y reformas económicas y sociales a favor de los pobres. Los repre-
sentantes de los Consejos se dedicaban a difundir el mensaje revoluciona-
rio y la coordinación con otros grupos y Consejos. También criticaban el
poder de los generales, que controlaban el ejército a favor del parlamento
e impedían que los soldados llevaran y expandieran la revolución, incluso
presentaron un documento que explicaba claramente sus objetivos, es el
llamado “Pacto del Pueblo”, una auténtica declaración constitucional que
fue rechazada por Cromwell. Las conspiraciones continuaron durante los
años 1648 y 1649, se creaban consejos de soldados en casi todos los regi-
mientos e incluso se desobedecían las órdenes de movilización a Irlanda.
Pronto los agitadores del ejército fueron licenciados, apresados o in-
cluso ejecutados. Los representantes en el Parlamento fueron detenidos
(Walwyn, Overton y Lilburne), descabezando el movimiento casi en su
totalidad. Aun así, varios regimientos continuaron la lucha y se sublevaron.
Más tarde, en la batalla de Burford, los regimientos amotinados son derro-
tados por el ejército fiel a Cromwell y Fairfax.
Con la derrota de los Niveladores, el parlamento puritano había dejado
totalmente desarticulada y desmovilizada a la clase “media” de comer-
ciantes y pequeños propietarios. En este nuevo ambiente surgió un nuevo
grupo más radical que representaba a las clases menos favorecidas (campe-
sinos sin tierras y desheredados de las ciudades) que se enfrentará al poder
presbiteriano. Se autoproclamaron los “verdaderos niveladores”, y en su
ideología se daba un paso muy importante hacia la verdadera justicia al
rechazar el elemento más importante de desigualdad: la propiedad.
70 | Mariano Ciafardini
El movimiento radical se dio sobre todo en el ejército, en donde se em-
pezaron a reivindicar teorías comunistas y límites a las propiedades desde
mediados de la década de los 40. En 1649 un folleto anónimo, Tyranipocrit
discovered, demanda la igualdad de bienes y tierras, educar a todos los
niños por igual y repartir las riquezas para “que de este modo los jóvenes
y capaces puedan trabajar, y los ancianos y débiles puedan descansar”.
Apelaba también al republicanismo pues: “Dios hizo a los hombres, y el
demonio a los reyes”.
Algunos regimientos del ala radical de los Niveladores pedían directa-
mente el sufragio universal y expandieron estas ideas entre muchas zonas
campesinas, incitando a la movilización frente a los cercamientos de las
tierras de los terratenientes.
Así, la acción de los Niveladores “no oficiales” llegó más lejos que los
dirigentes del parlamento.
Respecto a la propiedad de la tierra, Winstanley hace referencias con-
tinuas a la antigua formación de la humanidad y consideraba a Jesucristo
como el primer “nivelador”, llevando sus ideas hasta su hostilidad hacia la
propiedad privada como tal.
En el The Law of Freedom habla claramente de la creación de una re-
pública comunista, entendiendo este comunismo como modelo de propie-
dad comunal, y no exactamente como lo plantearía Marx doscientos años
más tarde de forma científica, aunque con coincidencias muy evidentes y
curiosas. Así, con la propiedad comunal de la tierra ya no habría compra-
ventas ni de tierras ni del trabajo.
Estas aspiraciones igualitarias y verdaderamente revolucionarias de los
“Levellers” y los “Diggers” las encuentra Thompson en los orígenes de la
formación de la clase obrera inglesa repitiéndose en las ideas de la London
Corresponding Society de fines del 1700. (Thompson, 1966)
Un trabajo de imprescindible consulta para el análisis de estos eventos
revolucionarios es el de Barrington Moore Jr. Aunque es un estudio de
sociología política que tiene por finalidad la comparación de los procesos
de modernización de indistintos países para identificar la raíces del totali-
tarismo del siglo XX con cuyas conclusiones no estamos necesariamente
de acuerdo en un todo, realiza un pormenorizado análisis de los hechos de
los que queremos ocuparnos aquí con pasajes profundamente ilustrativos
en relación a nuestras hipótesis.
La Revolución Francesa
72 | Mariano Ciafardini
burguesas, 1995), sino la última de la serie de movimientos revolucionarios
y populares aprovechados por la burguesía e iniciados con el levantamiento
de los Países Bajos a fines del 1500. Con ella se completa el diseño burgués
de Europa que la Restauración, no sólo no va a modificar, sino que va a
consolidar. De allí en adelante los movimientos revolucionarios y el papel
que ha de jugar en ellos la burguesía van a ser cualitativamente diferentes.
Como afirma Moore, citando a de Tocqueville, la revolución terminó
el trabajo que los Borbones ya habían empezado. Es decir que la burguesía
no era una clase desplazada del poder en Francia ni mucho menos, sino
aquella que regía las directrices del poder económico y con ello de gran
parte del poder político desde los tiempos en que el Rey Sol afirmaba ser
la personificación del estado. Ministros como Colbert y Turgot no hicie-
ron más que implementar las reformas necesarias para el plan económico
burgués, y la nobleza hacía tiempo que asistía, desde la vida confortable,
entre sus “chateaux” y Versalles, al espectáculo decadente de su propia
desaparición.
Sin embargo, las formas feudales del aparato estatal y en el campo
habían sido preservadas en gran parte por las monarquías absolutas y esto
era lo que la burguesía francesa necesitaba destruir a paso acelerado para
poder competir con la inglesa en igualdad de condiciones.
Para destruir estas viejas formas y mecanismo rápidamente la burguesía
aprovecha el descontento popular que venía manifestándose en el campo
durante todo el siglo XVII y lo que había transcurrido del XVIII pero que en
1789 tuvo como conclusión el levantamiento de los pobres de las ciudades.
Cada vez que la burguesía se amilanaba y desesperaba ante el temor
del contragolpe realista aparecía el pueblo de la ciudad para llevar la revo-
lución un poco más allá. Hubo de este tipo tres momentos paradigmáticos:
uno el de la toma de la Bastilla, con las tropas rondando París; otro el le-
vantamiento de las Tullerías en agosto de 1792 que llevó a la decapitación
del rey; y tercero el levantamiento del 31 de mayo de 1793 que terminó con
el encumbramiento de Robespierre y la implantación del “terror”.
El campesinado que había estado en los orígenes del descontento y las
revueltas se comportó confusa y contradictoriamente y en muchos casos
formó parte de movimientos reaccionarios como en “La Vendeé”. Los que
estuvieron siempre detrás del impulso del proceso revolucionario fueron
siempre los “sans culottes” y los que extendieron la revolución a toda Fran-
cia fueron los pobres de las ciudades. Después de todo La Marsellesa no
74 | Mariano Ciafardini
ido aburguesando y convirtiéndose en propietaria en los términos capita-
listas es algo que tal vez oscurezca las apariencias pero de ningún modo
puede ocultar este proceso de transformación que cualquier análisis socio
económico hace saltar a la vista. Lo que hace la burguesía en términos
de poder político real se parece más a un golpe de estado que a una revo-
lución verdadera. Eso sí, para este “coup d’etat”, la burguesía se apoya
necesariamente en las energías auténticamente revolucionarias del pueblo.
La burguesía francesa le escamotea la revolución a los “sans culottes” y al
campesinado más radicalizado.
Estas poderosas energías revolucionarias que en Francia habían alcan-
zado una fuerza inusitada son las que resultan captadas por una parte de la
intelectualidad francesa y de otros países y dan como expresión romántica
y excesiva el pensamiento más avanzado de la Ilustración que fue tomado
después como bandera simbólica por la burguesía mundial en un movi-
miento perverso que mostró –y sigue mostrando hasta nuestros días– como
valor supuesto de la sociedad burguesa, lo que no fue y nunca será. Porque
los valores de la ilustración, en su pureza, no son valores de la burguesía
sino del pueblo y del proletariado naciente.
De alguna manera estas correlaciones de fuerzas o energías campearon
en las tres grandes “revoluciones burguesas” –la holandesa, la inglesa y la
francesa–, porque eran las únicas formas políticas en que podían converger
las fuerzas productivas y las relaciones de producción de la época, pero
sólo en esta última se expresaron con tanta claridad. Con un agregado: los
excesos que pudo cometer el proletariado naciente de las ciudades en este
“tire y afloje”, de aceleradas y frenadas se constituyeron como un antece-
dente notable de las ideas y los movimientos proletarios del ciclo inmedia-
to siguiente que ahora vamos a ver. De hecho un líder y teórico de los “sans
culottes” como “Graco” Babeuf, ha sido considerado el primer comunista.
76 | Mariano Ciafardini
Sin embargo, en el contenido de su obra, Hobsbawm da argumentos
importantes a favor más de nuestra posición que de la que parece anunciar
el título escogido por él.
Con relación a la esencia popular del histórico levantamiento francés y
de su aprovechamiento por la burguesía, Hobsbawm nos dice claramente que
(…) en 1788 y en 1789 una mayor convulsión en el reino, una campaña de
propaganda electoral, daba a la desesperación del pueblo una perspectiva
política al introducir en sus mentes la tremenda y sísmica idea de liberarse
de la opresión y de la tiranía de los ricos. Un pueblo encrespado respalda-
ba a los diputados del tercer estado. (Hobsbawm, 1995: 117)
Está claro que sin el “pueblo encrespado” los diputados del tercer Esta-
do no hubieran llegado muy lejos. Y más adelante se afirma:
La única alternativa frente al radicalismo burgués (…) eran los “sans cu-
lottes”, un movimiento informe y principalmente urbano de pobres tra-
bajadores, artesanos, tenderos, operarios, pequeños empresarios, etc. Los
“sans culottes” estaban organizados, sobre todo en las “secciones” de Pa-
rís y en los clubs políticos locales, y proporcionaban la principal fuerza de
choque de la revolución –los manifestantes más ruidosos, los amotinados,
los constructores de barricadas–. A través de periodistas como Marat y
Hebert, a través de oradores locales, también formulaban una política,
tras la cual existía una idea social apenas definida y contradictoria, en
la que se combinaba el respeto a la pequeña propiedad con la más feroz
hostilidad a los ricos, el trabajo garantizado por el gobierno, salarios y
seguridad social para el pobre, en resumen, una extremada democracia
igualitaria y libertaria, localizada y directa. (Hobsbawm, 1995: 121)
La referencia, en ambos párrafos, al rico como enemigo del levanta-
miento popular, deja en claro que podía ser tanto el noble, como el burgués.
Ya hicimos referencia a la forma en que la burguesía “reguló” los tiempos
de la revolución y la detuvo (con Napoleón) en el momento preciso.
Los movimientos revolucionarios y políticos populares del siglo XIX
en Europa son de otro carácter. La clase obrera, ya en formación, no con-
funde al enemigo ni a los aliados, aunque pueda aceptar que se le adhieran,
momentánea y fugazmente, sectores de la pequeña burguesía, y hasta de la
burguesía media, en los comienzos de los alzamientos.
En el capítulo VI, en que aborda las revoluciones europeas pos-napo-
leónicas, Hobsbawm –aunque en forma indirecta– realiza un par de re-
flexiones que evidencian su constatación, al menos en cierto sentido, de
la autonomización de las clases populares y el claro enfrentamiento de
78 | Mariano Ciafardini
El proceso de ideologización proletaria y radical de los trabajadores in-
gleses, de mano de líderes populares (provenientes de la burguesía), como
William Cobbet o Henry Hunt es descripto con detalle por E.P. Thompson
en La formación de la clase obrera inglesa (1966), en los capítulos 15 y 16
titulados “Demagogos y Mártires” y “Conciencia de Clase”.
Por otro lado, Engels, en 1945, realiza una descripción minuciosa de la
situación de la clase obrera en Inglaterra (tal el nombre de su obra) señalando
con claridad que
(…) la guerra social ha estallado ya en Inglaterra. No pasa una semana,
no pasa casi un día, sin que aquí o allá no ocurra un paro; ora a causa de
la disminución de los salarios; ora por haberse negado el aumento, ora
por la ocupación de los knobsticks, ora por el rechazo de la abolición de
abusos o malos reglamentos, ora por nuevas máquinas y ora, en fin, por
otros cientos y cientos de causas. (Engels, 1974: 218)
Por lo que respecta a Francia, la diferencia de intereses entre el pro-
letariado y la burguesía, que no se cansó de traicionar una y mil veces los
precarios acuerdos de hecho que se dieron en los distintos levantamientos,
son puntualmente analizados por Marx en La lucha de clases en Francia
de 1848 a 1850 y El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.
Sobre las diferencias cualitativas entre las revoluciones del período
anterior y las de este tercer período de la primera etapa del capitalismo,
señala Marx con claridad en la segunda de las obras mencionadas:
Las revoluciones burguesas como las del siglo XVIII avanzan arrollado-
ramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hom-
bres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el
espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan en-
seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad antes
de haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su período
impetuoso y agresivo. En cambio las revoluciones proletarias, como las
del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen
continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía termi-
nado para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de
las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros
intentos, parece que solo derriban a su adversario para que este saque
de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a
ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus
propios fines hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás
y las circunstancias mismas gritan ¡Hic Rhodus, hic salta!, ¡Aquí está la
rosa, baila aquí!. (Marx, 1995: 217)
80 | Mariano Ciafardini
los jornaleros y los pequeños campesinos se adherían a ellos por lo gene-
ral después que estallaba el conflicto.
(…)
La clase obrera participó en esta insurrección como lo hubiera hecho en
otra cualquiera que le permitiera eliminar algunos de los obstáculos en su
camino hacia la dominación política y la revolución social o, al menos
que obligara a las clases sociales más influyentes, pero menos valientes,
a seguir un rumbo más decidido y revolucionario del que habían segui-
do hasta entonces. La clase obrera empuñó las armas con pleno conoci-
miento de que esa lucha por sus fines inmediatos no era la suya; pero se
atuvo a la única política acertada para ella: no permitir a ninguna clase
encumbrarse a costa suya (como había hecho la burguesía en 1848) si no
le dejaba, al menos, el campo libre para la lucha por sus propios intereses;
en todo caso aspiraba a provocar una crisis a raíz de la cual la nación
fuese resuelta e inconteniblemente encausada por la senda revolucionaria.
(Engels, 1976: 141-142)
La estrategia autónoma de las clases subalternas está aquí claramente
puesta en evidencia en comparación con el rol de ariete primero y “furgón
de cola” después que jugó el pueblo en las revoluciones “burguesas” de los
siglos XVII y XVIII.
Todo este ascenso de las luchas de la clase iba a concluir en la gesta de
1871 de La Comuna de París.
Veamos algunas de las frases más trascendentes de Marx sobre la Comuna:
(…) la Comuna era esencialmente un gobierno de la clase obrera, fruto de
la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma po-
lítica al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación
económica del trabajo (…). El viejo mundo se retorció en convulsiones
de rabia ante el espectáculo de la bandera roja, símbolo de la República
del Trabajo, ondeando sobre el Hôtel de Ville (…). La Comuna era, pues,
la representación de todos los elementos sanos de la sociedad francesa y,
por consiguiente, el auténtico gobierno nacional. Pero, al mismo tiempo,
como gobierno obrero y como campeón intrépido de la emancipación del
trabajo, era un gobierno internacional en el pleno sentido de la palabra.
(Marx, 1975: 41-47)
Federico Engels, en la introducción al trabajo de Marx, realiza una
serie de descripciones y análisis que resumen todo el proceso de aparición
definitiva de la clase obrera en los dos últimos tercios del siglo XIX:
Gracias al desarrollo económico y político de Francia desde 1789, la
situación en París desde hace cincuenta años ha sido tal que no podía
82 | Mariano Ciafardini
y ya había empezado a recorrer el camino de sus luchas reivindicativas y
revolucionarias gracias al marxismo consciente de sí y de su tarea históri-
ca. Había además construido, simultáneamente, su organización política, la
Liga de los Comunistas y, finalmente, la primera Asociación Internacional
de los Trabajadores. Este era un partido político internacional, único, de
todos los comunistas del mundo. Este tipo de organización respondía a la
táctica de la lucha de la clases correspondiente a esa etapa histórica del
capitalismo (en la que se terminó de conformar, de armar ideológicamente
y de organizar políticamente). Así diría Marx:
En realidad, nuestra Asociación no es más que el lazo internacional que
une a los obreros más avanzados de los diversos países del mundo civi-
lizado. Donde quiera que la lucha de clases alcance cierta consistencia,
sean cuales fueren las formas y las condiciones en que el hecho se pro-
duzca, es lógico que los miembros de nuestra Asociación aparezcan a la
vanguardia. (Marx, 1975: 71)
Es decir, que el partido existía –a nivel internacional– como una gran
organización, flexible y dinámica, dispuesta a encabezar las luchas que
se darían, obviamente, en ámbitos locales “sean cuales fueren las formas
y las condiciones en que el hecho se produzca”. Por otra parte todo he-
cho revolucionario “que se produzca”, en cualquier lado que fuera, estaba
destinado a tener, como todas las revoluciones proletarias del siglo XIX y
particularmente La Comuna, proyección internacional y destino socialista.
Este punto de desarrollo de la clase y de sus tácticas estrategias y for-
mas de organización iban a sufrir un cambio cualitativo al abrirse la nueva
etapa del capitalismo que, en lo que a las luchas obreras se refiere, se inau-
gura con la Revolución de Octubre.
Esto parece haberlo previsto Marx en su carta a Kugelman del 17 de
abril de 1871 cuando le dice que
La lucha de la clase obrera contra la clase capitalista y su Estado ha entra-
do, con la lucha que tiene lugar en París en una nueva fase. Cualesquiera
sean los resultados inmediatos, se ha conquistado un nuevo punto de par-
tida de una importancia histórica universal. (Marx, 1975: 103)
El Imperialismo
y la clase obrera
La hegemonía ideológica de la burguesía se expresa hoy a un doble ni-
vel. Ella desacredita y ridiculiza, como sinónimo de fantasiosidad, toda
perspectiva de sociedad post capitalista, de sociedad no fundada sobre
la explotación. En cambio sobre el plano del balance histórico, resultan
sinónimo de barbarie y de crimen los momentos o períodos en los cuales
el dominio de la burguesía fue derrumbado o corrió graves peligros. Es
decir, que la clase dominante consolida su dominio privando a las clases
subalternas, no sólo de la perspectiva de futuro, sino también de su pasa-
do. Las clases subalternas son llamadas a aceptar o sufrir su condición,
por el hecho de que toda vez que intentaron modificarla, habrían origi-
nado solo un montón de horrores y carnicerías. (Losurdo, 2007: 71-72)
Estas palabras de Losurdo deben ser tenidas muy en cuenta cuando se
analiza la historia del movimiento revolucionario en el siglo XX y, sobre
todo, cuando se saca un balance sobre su gran creación: la Unión de las
Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Dos párrafos de Hobsbawm nos darán el pie inicial para el análisis de
las formas en que desplegó la clase obrera su estrategia de lucha contra el
capitalismo en esta segunda etapa del sistema capitalista moderno denomi-
nada Imperialismo:
Parecía evidente que el viejo mundo estaba destinado a desaparecer
(…). La humanidad necesitaba una alternativa que ya existía en 1914.
Los partidos socialistas que se apoyaban en las clases trabajadoras y se
inspiraban en la convicción de la inevitabilidad histórica de su victoria,
encarnaban esa alternativa en la mayor parte de los países europeos. Pa-
recía que sólo hacía falta una señal para que los pueblos se levantaran a
sustituir el capitalismo por el socialismo, transformando los sufrimientos
sin sentido de la guerra mundial en un acontecimiento de carácter más
positivo (…). Fue la revolución rusa (…) la que lanzó esa señal al mundo
(…). No es una mera coincidencia que la historia del siglo XX, según ha
sido delimitada en este libro coincida con el ciclo vital del estado surgido
de la revolución de octubre.
86 | Mariano Ciafardini
estructuración interna, en su dinámica, en sus formas de organización y
en sus formas de expresión.
Este cambio se da a partir de un período de transición que se inicia con
la degradación, casi imperceptible al principio, de las ideas contenidas en
los instrumentos estratégicos de la lucha obrera: el partido internacional de
los comunistas, la Liga de los Comunistas de Marx y Engels y la Prime-
ra Internacional. Estas ideas estratégicas correctas, que resultaron el alma
mater de estos instrumentos, fueron quedando olvidadas o degenerando a
partir de su dilución dentro de las concepciones de unas socialdemocracias
enredadas en los tejidos políticos internos (principalmente electoralistas)
de cada nación europea. Estos enredos y compromisos llevan a la social-
democracia a permanentes esfuerzos teóricos por justificar situaciones
oportunistas, de coyuntura, casi tolerables al principio, pero que terminan
desbarrancando en el fabianismo, la claudicación de Bernstein y, finalmen-
te, la traición “nacional guerrerista”, ante el avecinamiento de la Primera
Guerra Mundial. Nombres como los de Bernstein y Kautsky representan la
pérdida de la brújula revolucionaria por derecha y los del conde húngaro
Bakunin, los de la pérdida de la brújula por izquierda1.
Este proceso de transición va dejando en un margen a los verdaderos
articuladores de la estrategia de lucha obrera por el socialismo, que se au-
tomarginan o son marginados de los crecientes partidos socialistas. Pero
el tiempo de transición terminal y la nueva estrategia de la lucha del pro-
letariado contra el capital se establece a partir de una “explosión nuclear”
de ideología obrera (es decir marxista), concentrada en Rusia, que no solo
incinerará en un instante estructuras seculares de dominación feudal y re-
cientemente aparecidas del capitalismo en Rusia, sino que irradiará, desde
entonces y durante casi todo el siglo, la radiación revolucionaria al resto
del mundo. Esa fue obviamente la revolución bolchevique del 10 de no-
viembre de 1917, conocida como Revolución de Octubre.
Las divergencias que puedan existir en la izquierda sobre cuál fue la
estrategia revolucionaria real de la clase obrera y los pueblos oprimidos
durante esta segunda etapa del capitalismo, denominada imperialismo, van
a tener como sustento la mayor o menor dimensión que se le conceda a este
(1) Por concederle al anarquismo una intencionalidad de cambio social aunque lleve en
su ADN la impronta de la acción que conduce a la nada; es decir, a ningún tipo real de cambio
verdadero. O sea, a la misma posición conservadora o reformista de la propia derecha disfra-
zada de ultra-revolucionarismo, como si fuera en un giro de 360 grados.
88 | Mariano Ciafardini
en general que se desarrollaron hasta los años 80. De una u otra forma,
bajo el paraguas de este constructo social, político y económico que fue
la URSS, seguida, paulatinamente, de todos los países “comunistas”, que
sólo pudieron surgir a expensas de su previa existencia, pudieron tener las
luchas obreras, populares y de liberación del siglo XX la envergadura que
tuvieron y legar el legado que dejaron.
Primer Imperialismo
92 | Mariano Ciafardini
con el gran cambio de época que se avecinaba, con el desarrollo del capi-
talismo monopolista, que se inicia a fines del siglo XIX.
El propio Marx parece advertirlo cuando, luego de la disolución en
Nueva York de la Internacional, en 1876, empieza a convencerse de que
el manejo centralizado internacional era, en esas condiciones, muy difícil
y que habría que dejar que el peso central de la organización de la lucha
recayera en cada partido y en su propio país.
Esto representaba, sin embargo, la generación de una tensión irresolu-
ble, en términos de estrategia socialista, ya que el internacionalismo, que
le es inherente, corría el grave riesgo (que se transformó posteriormente en
dramática realidad) de quedar disuelto bajo las fuertes y complejas dinámi-
cas que imponía el paradigma del estado nación capitalista.
Es particularmente Engels el que debe lidiar, en sus últimos años, con
esta contradicción irresoluble en esas condiciones y, de allí, las pocas pro-
puestas concretas en relación a la cuestión política que se generan hasta su
muerte en agosto de 1895.
Efectivamente el primer y principal efecto que genera el desarrollo del
imperialismo en los países capitalistas más avanzados es poner la cuestión
nacional a la orden del día. Esto impacta en las masas obreras, en las que
se generan sentimientos nacionalistas ante lo que los partidos socialistas se
vieron inermes y terminaron claudicando, lo que da forma política oportu-
nista a las socialdemocracias de la Segunda Internacional.
Este desabarranque ideológico lo presintió el propio Marx, en su crítica
al Programa de Gotha y a las influencias lasalleaneas en dicho documento,
aunque sin advertir (cosa que por otra parte era imposible con los elemen-
tos que contaba entonces) que el proceso de degeneración de los partidos
socialistas iba a estar condicionado por esta transición a una nueva etapa
del modo capitalista de producción, que determinaría, a su vez, un fortale-
cimiento del rol del estado nación.
La transición entre la estrategia de la Primera Internacional y la que
termina estableciendo la Tercera en su VI Congreso, es lo que se lleva gran
parte de las energías revolucionarias de la clase, durante este primer perío-
do del imperialismo en el que se establece definitivamente la concentración
de energías revolucionarias en Rusia, con la toma del poder y el triunfo en
la guerra civil, el mantenimiento del estado revolucionario y el comienzo
de la solidaridad obrera internacional para con la revolución rusa.
94 | Mariano Ciafardini
que la noticia del apoyo de la socialdemocracia alemana al esfuerzo bélico
aparecida en el Vorwarths era un invento de la inteligencia zarista para
confundir al pueblo ruso.
96 | Mariano Ciafardini
que a partir del lassallismo estaba empeñado en ganar elecciones con el
crecimiento de las afiliaciones y el voto popular o desde la acumulación
de bancas en el congreso, el “espíritu del pueblo” era algo imprescindible.
Como muy bien lo explica Erik Van Ree, la idea del socialismo en un solo
país, como tal, no es un producto posterior a la Revolución Rusa, sino que
tiene orígenes en la socialdemocracia alemana. (Van Ree, 2010)
Claro que este socialismo en un solo país no era visto como una imposi-
ción por el aislamiento producto de la lucha de clases a nivel internacional,
como el que tuvo que afrontar e inventar Stalin y la dirigencia bolchevique
de la URSS, sino como un proyecto “pacífico” y evolucionista. La dirigencia
del partido socialdemócrata alemán en la que convivieron en distintas épocas
Bebel, Kautsky, Bernstein, Dûhring, Rodbertus, Schaffe, Vollmar, Reinhard
Jansen, Schippel, Calwer, Hildebrand, Bloch, Ebert y Noske, entre muchos
otros, veía la “posibilidad” y la “necesidad de que Alemania se transformara
en un país socialista autosuficiente, pensando que ello no sólo podía hacerse
justo en la época en que la interdependencia económica se acrecentaba, sino
que, además, era la única posibilidad para el desarrollo real del socialismo.
Y que, con ello, la productividad de tal país sería tan incomparablemente
superior a la de los otros países capitalista que estos se verían “obligados” a
transformarse en socialistas por el puro efecto de la competitividad. Tal era
el desvarío del socialismo en los tiempos en que Marx y Engels ya habían
fallecido y Lenin no era todavía una figura prominente del movimiento co-
munista internacional. Pero eso no es todo, a partir de esta premisa, varios de
estos dirigentes apoyaron la idea de la expansión colonialista alemana para
poder lograr el objetivo, ya que esta autosuficiencia y autoabastecimiento
económico no podía lograse sin la materia prima de la colonias.
Arguyendo que el imperialismo era el precursor históricamente necesario
e imprescindible de la revolución y el socialismo, que los capitalistas ale-
manes representaban el interés general, al desafiar al monopolio industrial
y la supremacía marítima de Gran Bretaña y que la oposición de los socia-
listas a la guerra y al imperialismo era inútil, utópica y no marxista, estos
escritores le brindaron poderoso soporte a la causa del expansionismo
guillermino. (Fletcher, 1984: 39)
Si Lenin hubiera estado más al tanto de la profundidad con que estas
ideas habían calado en la socialdemocracia alemana no le hubiera parecido
falso el titular de Worwarts que anunciaba el apoyo de los socialistas a la
guerra mundial. Estos mismos “socialistas” asesinaron a Rosa Luxemburg
y a Liebknekch (h) en 1919.
98 | Mariano Ciafardini
en Polonia, un proceso de aguda y profunda reflexión, con marchas y con-
tramarchas en la cúpula revolucionaria, que va desembocando, cada vez
más, en la convicción de que de lo que se trataría era, de allí en adelante,
de resistir desde el único estado obrero en el mundo frente a las múltiples
e ininterrumpidas acechanzas externas e internas, a la espera del retorno de
condiciones revolucionarias en Europa o algún otro lugar. Más allá de las
interminables disputas entre los trotskistas y estalinistas o de las más diver-
sas interpretaciones que se han hechos en favor de unas u otras posiciones
de los distintos momentos del proceso revolucionario, pasando por la paz
de Brest, la guerra civil, la represión del levantamiento de Kronstadt, las
últimas directrices de Lenin y su testamento, lo que demuestra la implaca-
ble prueba de los hechos es que no existieron en el resto del mundo en ese
momento las condiciones –al menos subjetivas– para irradiar la revolución
aunque más no sea a un grupo de países u otra región más allá de la URSS.
El aislamiento era patente y el seguir apostando a “la revolución en Ale-
mania” implicaba un riesgo mortal para un proceso que, si quería subsistir,
debía cambiar el rumbo político y enfilarse a consolidar un régimen férreo,
sólido, sin fisuras, con un liderazgo centralizado incuestionable y con todo
el pueblo detrás lo más organizado posible. Se trataba de eso: mantener
vivo, aunque con una vitalidad forzada, a ese nacimiento prematuro de la
revolución, esperando que aun así jugara un papel positivo en el avance de
la clase obrera y los pueblos a nivel mundial (cosa que logró) y que produ-
cido en algún tiempo no muy lejano la expansión mundial de la revolución
se pudiera ya sumar a ella el niño prematuro soviético y recuperar toda
su vitalidad (cosa que no logró), o suicidar la revolución en ese momento
en un acto heroico de voluntarismo revolucionario universal estrellándose
contra el poderío del imperialismo y dejando las cosas como un testimo-
nio más de la voluntad de liberación de los pueblos, como en el caso de
la Comuna de París. Ninguna de las dos opciones era desde ya gratuita ni
consistía en transitar un “camino de rosas”. La mayoría de los líderes, el
partido y, en última instancia la misma clase obrera rusa y el pueblo todo,
optaron por el primer camino: la reformulación del rumbo y la consolida-
ción del socialismo en la madre patria rusa.
Es esta reformulación a partir de la propia realidad, de la estrategia
revolucionaria de la clase obrera rusa y mundial, la que comienza a de-
sarrollar Lenin en sus últimos trabajos y que se vislumbra a partir de me-
didas como la propia NEP. Este necesario cambio en la estrategia será
comprendido por Stalin. Con relación a Trotsky habrá que decir que o no
Tercer imperialismo
El sujeto revolucionario
en la globalización
Como adelantáramos, al calor del desarrollo científico técnico, que ha-
bía venido produciéndose en el capitalismo, sobre todo a partir de las tec-
nologías informáticas y de la comunicación, se da el gran salto cualitativo
de la etapa capitalista imperialista a la etapa capitalista de la globalización.
Esta nueva etapa no va a tener ya como base el industrialismo, sino la renta
financiera, posible en escalas inimaginables a partir de las nuevas tecno-
logías de comunicación y transporte que permiten rediseñar la producción
y el comercio a escala mundial de acuerdo a la conveniencia de los flujos
financieros y bursátiles globales.
La globalización, como tercera fase de la modernidad capitalista, es un
proceso que trastocó sustancialmente las estructuras objetivas y subjetivas
de la fase anterior –el imperialismo– tanto como éste había trastocado las
de la primera; es decir, las del capitalismo inicial (de libre competencia o
“salvaje”).
Así como el monopolio imperialista productivista negó dialécticamen-
te (dentro de la unidad del mismo modo de producción) la forma paradig-
máticamente mercantil de acumulación de libre competencia, el financie-
rismo de la globalización aparece como la negación de la negación.
A partir de la década de los setenta, la baja de la tasa general de ganan-
cia industrial, sobre todo en los Estados Unidos, acentúa la tendencia
del capital a moverse de las formas productiva y mercantil a la forma
dineraria, y conduce a la acumulación de una inmensa masa de dinero
sin capacidad de encontrar salida en la esfera de la producción de bienes
y servicios. La capacidad productiva potencial sobrepasa con creces la
capacidad de absorción del mercado. Con la aceleración de la circulación
monetaria, la expansión desmedida del crédito destinado a funciones im-
productivas, la proliferación de acciones, obligaciones y toda clase de
valores falsos, la interconexión transnacional de las bolsas como medio
de concentración del capital y el crecimiento incesante de la deuda de
los estados y de sus déficits económicos –en especial, del propio estado
China
(1) En su libro China Henry Kissinger deja ver con claridad todas sus intenciones a lo largo
de su extensa acción como emisario de los capitales norteamericanos en el país asiático.
IMPERIALISMO
globalizaciÓn
Si hay un evento que emerge como significante del cambio del primer al
segundo período de la globalización, es el brutal ataque el 11 de septiembre
de 2001 a las torres del WTC, en la ciudad de Nueva York, mediante el es-
trellamiento de dos aviones comerciales contra ellas y, supuestamente, otro
contra, nada más ni nada menos, que el Pentágono. Más allá de que estos
hechos hayan sido perpetrados por organizaciones totalmente autónomas
del gobierno de los EEUU o que los servicios de inteligencia de esta nación
hayan tenido algo (o todo) de parte en ellos2, lo cierto es que los mismos
marcan el comienzo de la alteración de la tranquila marcha de la estrategia
política del neoliberalismo hacia la dominación mundial. Después replica-
rían otros atentados en Madrid (2004) y Londres (2005). Esta mancha en
la vulnerabilidad del núcleo de la metrópoli de la globalización, sólo pudo
producirse a partir de profundos desencuentros en el seno mismo de las
fuerzas globalizantes financieras mundiales. Y si esto no fue así, la coin-
cidencia es terrible, pues es precisamente en ese momento en que se frac-
tura el frente interno de las fuerzas globalizadoras, lo que produce el salto
del primer período de transformación del esquema productivo mundial a
eeuu
1000
CRISIS
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DENG TIAN’ANMEN
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2010
1985
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Global hacia el interior Global hacia el exterior Hacia China Desde China
imperialismo globalizaciÓn
1 Período
er
2 Período
do
3 Período
er
1er 2do
Comienzo Auge Crisis Período Período
1880 1890 1900 1910 1920 1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990 2000 2010
1991
Jian
1917 1949 1978
Revolución Revolución DENG 1989
Rusa MAO Tian’anmen
(1) bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/campus/marxis/P4C3Houtart.pdf
(1) Ver Ciafardini, Mariano Globalización Tercera (y última) etapa del capitalismo. Bue-
nos Aires 2011 Ed. Luxemburg.
¿Qué hacer?
Programa Mundial
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Capítulo 1: Las etapas del capitalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
Capítulo 2: El sujeto histórico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Capítulo 3: El sujeto en la modernidad capitalista . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
Capítulo 4: La primera etapa del capitalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
Capítulo 5: El Imperialismo y la clase obrera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
Capítulo 6: Tres períodos del imperialismo y tres momentos
de la lucha obrera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
Capítulo 7: El sujeto revolucionario en la globalización . . . . . . . . . . . . 137
Capítulo 8: Un nuevo y siempre el mismo sujeto histórico
y revolucionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191