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DOMINGO, 27 DE SEPTIEMBRE DE 2015 NOTA DE TAPA> EZEQUIEL MARTÍNEZ


ESTRADA
EZEQU I E L M A RT ÍNEZ ESTRADA LABERINTO DE PASIONES
Reconocido sobre todo como uno de
LABERINTO DE PASIONES los grandes ensayistas nacionales,
quizás el mayor, Ezequiel...
Por María Eugenia Villalonga
Reconocido sobre todo como uno de los grandes ensayistas nacionales,
OLIVERIO COELHO
quizás el mayor, Ezequiel Martínez Estrada también cultivó el cuento, desde JAQUE A LA FICCIÓN
los textos más breves de La tos y otros entretenimientos hasta nouvelles Por Violeta Serrano
muy celebradas por la crítica como Marta Riquelme o Juan Florido. Un LOS MUCHACHOS ANTIPERONISTAS
mundo de personajes grises deambulando por espacios opresivos que Por Fernando Bogado
recuerdan los climas de Kafka se despliega en todo el esplendor de su PATRICK MODIANO
negatividad en la magnífica edición de los Cuentos Completos que publicó LA COSTA VESTIDA DE AZUL
el Fondo de Cultura Económica, en la Serie del Recienvenido, dirigida por Por Augusto Munaro
Ricardo Piglia. Aquí se propone un recorrido por estas ficciones que toavía ALASDAIR GRAY
mantienen una tensión entre la autonomía y la sombra tutelar de EL ESCOCÉS ERRANTE
Por Fernando Krapp
Radiografía de la pampa.
MARCELO TOPUZIAN
SUBNOTAS LOS MUERTOS QUE VOS MATÁIS
Por María Eugenia Villalonga Por Fernando Bogado
EL BOHEMIO Y EL OFICINISTA
Por Claudio Zeiger
Cuando Ezequiel Martínez Estrada escribió, a pedido de Victoria Ocampo, su
autorretrato, destacó su afición en la infancia por las herrerías, quizás el
lugar donde adquirió esa prosa contundente, áspera y rigurosa como el
hierro cuando sale de la fragua, que “a cada martillazo aumentaba la
oscuridad”, con la que construyó una obra que se pensó a sí misma como
una denuncia de los invariantes históricos, económicos y sociales que
percibió en el Facundo de Sarmiento y en las Bases de Alberdi y con la que,
como hicieran sus admirados maestros, se propuso asimilar su imagen a la
del propio país. “Mi caso puede ser comparado con el de Lugones, por
homología y simetría. El es el autor de la grande Argentina; yo el de la pobre
Argentina.”

Incomprendido o leído a destiempo, es uno de esos escritores cuyo lugar de


enunciación pendula entre el pasado y el futuro, a pesar de lo cual, jamás
resultó indiferente para sus contemporáneos. La cantidad de premios que
obtuvo desde que empezó a publicar y los diferentes cargos que ejerció
como presidente de la SADE y de la Liga Argentina por los Derechos del
Hombre desmienten su posición de profeta en el desierto que él mismo
abonó. Sin embargo es un “recienvenido” para Ricardo Piglia, su prologuista,
en la idea de que aquellos textos que en su momento escribió, por su
densidad política y su experimentación literaria, aun nos conciernen. Los
cuentos que ahora se publican completos pertenecen, todos, a los años del
primer peronismo, al que criticó generosamente, por entender que sometía a
los trabajadores a través de los beneficios que les proveía, tanto como al
golpe del 55 que lo encontró, una vez más, enfrentado a la mayoría de los
escritores de Sur, incluida su directora, quien decidió no publicarle una carta
pública en la que fustigaba a aquellos que apoyaron la revolución libertadora.

Todas las lecturas coinciden en que la sombra tutelar de estos relatos son
los famosos ensayos con ese tono profético y apocalíptico que los
caracterizaron y que tuvieron en Radiografía de la Pampa de 1933, su
paradigma, donde exhibe el cuerpo enfermo de su patria, sus dolencias y las
causas de su fracaso, como invariantes que se repiten neuróticamente
desde sus orígenes como estado independiente. Sin embargo, no están
planteados estos textos como simple ilustración, en el plano de la ficción, de
sus hipótesis políticas, aunque resulta evidente en todos ellos la misma
visión del mundo que sostiene en sus ensayos. Mientras que estos son
guiados por un sujeto acusador y moralizante, en sus ficciones el sujeto
aparece alienado y la realidad es para él una presencia oscura e
incomprensible.

Y el vínculo con Kafka se hace manifiesto, en los procedimientos y en los


temas, reconocido por el propio autor, que varios años después escribió:
“Confieso que le debo muchísimo: el haber pasado de una credulidad
ingenua a una certeza fenomenológica de que las leyes del mundo del
espíritu son las del laberinto y no las del teorema”. La imagen de profeta
afiebrado con la que Piglia lo describe en su primer encuentro con el escritor,

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en el que vaticina el futuro del país y que resume en el gesto de las dos
manos, “de hundir a un niño en una bañadera de agua turbia” lo hermana
con aquellos personajes kafkianos como el padre de “La condena”, que
mediante una gestualidad desmesurada, como un dios irascible y castigador,
condena al hijo al suicidio.

Pero es en la construcción de universos cerrados, sobresaturados y


opresivos en los que el protagonista se despierta una mañana, cuando lo
insólito e irreparable irrumpe y destruye para siempre la armonía de un
mundo –si bien degradado, al menos conocido– y arrojándolo en la
experiencia de lo siniestro, el rasgo que lo ubica en la misma serie del
escritor checo. En el primero de los relatos, el antológico “La inundación”,
bajo la aparente forma de una parábola se advierte la configuración de un
universo en el que conviven miserablemente y a la espera de una solución
que no llega, seres desesperados y extrañados de su realidad, que toma la
forma de una pesadilla universal, la atmósfera que obsesivamente se
repetirá en todos los relatos. La iglesia de un pueblo que podríamos situar en
algún lugar de la Pampa húmeda o en ninguno, deviene isla, cuando un
diluvio que no para inunda todo el pueblo, dejando a salvo su única zona
alta. Los habitantes se hacinan dentro de sus muros, reproduciendo, en un
único espacio, las diferencias de clase que no parecen distinguirse
demasiado de las formas que adopta la lucha por la supervivencia entre los
perros que han quedado afuera. La dilación, la forma en que se representa el
infinito tanto en el espacio como en el tiempo (el procedimiento que Borges
celebra en la escritura kafkiana) condena a los personajes de Martínez
Estrada a una guerra perdida contra el dios de la imposibilidad.

LAS FICCIONES NARRATIVAS


Y es en la construcción formal de estos universos eternizados en una suerte
de maldición bíblica donde se juega la hipótesis central con la que Martínez
Estrada provocó al campo intelectual argentino: los invariantes históricos que
denuncia en sus ensayos –las figuras con las que se propuso explicar la
degradación política y social del país–, como ese acontecimiento que se
repite y se expande, pero que no se fundamenta, sino que se expone para
dar a juzgar al lector, y que son en definitiva una ficción narrativa, como bien
lo define Piglia desde el prólogo. Y en este sentido, es en el género de la
nouvelle donde su proyecto literario encontró la forma precisa para narrar la
experiencia de lo siniestro, aquello del orden de lo familiar que se vuelve
extraño, donde un atribulado protagonista teje conjeturas paranoicas sobre
las causas de la hostilidad de un mundo que se ha vuelto incomprensible y
que la forma abierta expone sin que el sentido suture jamás.

“Sábado de gloria” (uno de sus mejores relatos) es la historia de un


burócrata, un oscuro hombrecito y su angustiosa lucha por conseguir una
solicitud de licencia, el mismo día en que cambian las autoridades del
Ministerio donde trabaja afanosamente desde tiempos inmemoriales,
después de que un golpe militar derrocara dos días antes a la anterior junta
militar. La escenografía, una vez más, concentra ese universo laberíntico que
someterá al sujeto a una larga serie de dilaciones hasta despojarlo de toda
posibilidad de esperanza. “Cuando dos de ellos iban por el mismo camino
que quedaba libre entre los escritorios y las pilas de expedientes, tenían que
hacer un esfuerzo para pasar; otras veces decidían dar vueltas y encontrar
cada cual su camino como en un laberinto, porque para caminar había que
resolver antes el rompecabezas de los escritorios y las sillas.” Los espacios
abarrotados de objetos y de personajes que no parecen tener otra función
que impedir al protagonista conseguir su objetivo no dejan de apelar al
humor de los cuadros circenses, pero atravesados por un sarcasmo que
convierte la risa en gesto sardónico y que pasó inadvertido entre sus
primeros lectores. “Pasaron varios ordenanzas cargando pilas de
expedientes. Uno llevaba un legajo enorme sobre la cabeza y grandes
paquetes bajo los brazos y otros papeles en las manos.” La literatura, nos
recuerda Kafka, es sólo broma y desesperación.

EL HOMBRECITO GRIS
Y si hay una interrogación que atraviesa casi la totalidad de estos relatos es
acerca de los mecanismos del poder y sus modos de configuración de la
subjetividad. Si para la concepción foucaultiana el individuo es un efecto del
poder que atraviesa los cuerpos y lo conforma, es en la figura del
“hombrecito”, ese oficinista gris que aparecerá tanto en Kafka como en
Martínez Estrada, donde se diseña el contorno preciso de la opresión. En
“Sábado de gloria”, el protagonista, después de escuchar la voz imperativa
de su esposa recordándole las obligaciones precisas que debía cumplir la
mañana en que partirían de vacaciones, “sintió una amargura infinita en todo
el cuerpo y como si se le revelara instantáneamente la causa secreta de su
falta de suerte para ascender y de su abatimiento de vejez prematura”.
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Nada es más material, más físico, más corporal que el ejercicio del poder,
que es la guerra continuada por otros medios, concluirá Foucault, como
parece aceptar el protagonista, quien, “pensaba en el inmenso poder que
ese jovencito tenía en sus manos. Se le apareció como un semidiós elegido
para terribles empresas. Estaba atemorizado y avergonzado, sintiéndose
impotente, bajo una presión de acontecimientos que se apelmazaban en una
masa indiscernible en su estómago”. La humillación física y moral es otra de
las formas que el poder disciplinario utiliza en su modo particular de
producción de la subjetividad.

La topografía, una de las prácticas más cercanas a la filosofía política que el


postestructuralismo tomó para su análisis y que le sirvió para describir la
arquitectura de los regímenes disciplinarios es la que ilumina ciertas
metáforas espaciales definidas tanto por lo geográfico como por lo
estratégico, como la palabra “región”, del verbo dirigir (regere) o “provincia”
que no es más que territorio vencido, como nos informa Foucault en la
Microfísica del poder.

Y es en la arquitectura laberíntica e hiperbólica de los espacios diseñados en


todos sus cuentos donde se cifra uno de los temas centrales en este autor: la
imposibilidad radical del conocimiento de la realidad y la enajenación del
hombre frente a su sociedad. Como la que se percibe en los espacios que
elige para estos relatos distópicos en los que la escenografía se
sobreimprime a un mundo convertido en miniatura, que, para los que lo
habitan, tiene los contornos de un infierno, donde la saturación pareciera
perseguir el objetivo de ocupar todos los espacios hasta hacer de la
miniatura, territorio del infinito.

El Palacio Bisiesto, en “Juan Florido”, horrible hotel donde conviven en una


suerte de pandemóniun sus habitantes, aparece como la metáfora de una
ciudad que condena a sus inmigrantes a una vida de humillación y ultraje; las
ominosas oficinas ministeriales de donde pareciera que nadie puede (ni
quiere) salir; el hospital, que a fuerza de expandirse, ocupa el tamaño de una
ciudad en “Examen sin conciencia”, donde un grupo de médicos y
estudiantes reprobados se confabula para someter al protagonista a una
operación sin su consentimiento o la casa de “Marta Riquelme” (quizás el
único texto de ficción de este autor posteriormente valorado en el tiempo),
una propiedad construida fragmentariamente alrededor de un árbol añoso,
que ha crecido junto con la familia hasta alcanzar el tamaño de todo el
pueblo. Y esta singularidad de los escenarios que crecen hasta convertirse
en el todo, los convierte finalmente en islas tan desiertas como la que
encontró Robinson Crusoe después de su naufragio y a sus protagonistas,
inmersos en la más radical de las experiencias de la soledad.

“Marta Riquelme”, el relato que más ha discutido la crítica, diferente de todos


en relación con su propia obra y con la serie de la literatura argentina, se
presenta a los lectores como el prólogo de las memorias de una joven, que
el narrador se propuso publicar y para eso dedicó varios años de su vida a la
transcripción de un manuscrito que al borde de lo ilegible (y de lo
interpretable) aparece como la muestra más extrema de la obsesión literaria,
cuando la ecdótica, el arte de la edición de manuscritos antiguos, se
transforma en enfermedad incurable.

Las peripecias que sufre el editor y quienes lo acompañan en la monstruosa


empresa de recuperar por la vía de su memoria, el único manuscrito (ya que,
para sumar obstáculos, la imprenta lo perdió), el producto de tres años de
engorrosa tarea de exégesis, que incluye el debate acerca de los posibles
sentidos de un mismo término, como si su autora se hubiera propuesto
desorientar a sus probables lectores, potencian, como en una puesta en
abismo barroca, las contradictorias versiones que una u otra variante
ofrecen.

El confuso material que se entrega a los lectores no hace más que borrar o
contradecir a cada frase el proyecto inicial: publicar la biografía de Marta
Riquelme, una niña-mujer que tanto podría ser un ángel como un demonio,
de una inocencia sublime o de una perversidad extrema. Ni siquiera el
mismo narrador logra dar una única versión de los motivos que lo llevaron a
elegir este retrato de la pura ambigüedad. “La obra inédita de Marta
Riquelme –así comienza el relato– que el lector encontrará a continuación
fielmente reproducida y que por este prólogo se le presenta, ha sido escrito
por su autora con la intención de que llegara a conocimiento de muchas
personas. (...) Pero debo advertir que Marta Riquelme no es una escritora.
Hasta diría que casi no sabe escribir.” A partir de ahí comienza la narración
del accidentado derrotero del manuscrito, de la desaparición misteriosa de
los implicados en su edición, de las discusiones en torno del significado de
algunos términos, de la imposibilidad de determinar la moralidad de la
protagonista y de algunos personajes familiares, porque si hay algo que

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queda en claro es que la narración ha hecho del oximoron la matriz de su
escritura. “De ninguna manera podría yo asegurar que el texto de 1786
páginas manuscritas que forman el presente libro sea en efecto lo que
escribió su autora. Es muy posible que hayamos cometido algunos de esos
errores, tan común en los filólogos, que pueden alterar la concepción total de
la obra.”

Un texto que, sistemáticamente,


tensa los límites de lo narrable
hasta romper el pacto de lectura
que supone la fidelidad de los
hechos que se cuentan, y que no
es más que una serie de marcos
concéntricos que encierran (en
lugar de anunciar) las memorias
de una niña que, según el
narrador, tienen la intensidad de
un siglo vivido, y que,
contradiciendo la afirmación del
comienzo, concluye afirmando:
“Todo lo que sigue es
sencillamente estupendo”.

Dejando de lado el hecho de que


después no sigue nada, bien
podría ser el epígrafe de estos
extraordinarios Cuentos
Cuentos completos. Ezequiel Martínez Estrada. completos.
Fondo de Cultura Económica 527 páginas

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