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1. LA INCREENCIA:
Refiere al rechazo, expresado de formas diversas, en la fe en un Dios distinto
del hombre y de la naturaleza. Todas las formas de increencia están
relacionadas con el ateísmo. El ateísmo puede ser teórico o práctico.
Ateísmo teórico: incluye no sólo especulaciones, sino manifestaciones
lingüísticas tanto comunes como académicas. Puede ser negativo –
ignorancia de Dios-, o positivo –negación de la existencia de Dios-. /
Entre el ateísmo negativo y el positivo está el indiferentismo (desinterés
respecto al problema de Dios.
-Postualtorio: la no existencia de Dios aparece como una consecuencia
necesaria de la exigencia de emancipación del hombre.
-Escéptico: se pone en discusión no sólo la posibilidad, sino también la
imposibilidad de un conocimiento de Dios.
-Agnóstico: se niega la cognoscibilidad racional de Dios.
Ateísmo práctico: actuar que responde a la convicción atea. Es un
ateísmo existencial, que excluye de la propia vida toda referencia a Dios.
ATEÍSMO:
1. TEÓRICO:
I. Negativo
II. Indiferentismo
III. Positivo: categórico-doctrinal / postulatorio / escéptico /
agnóstico
2. PRÁCTICO
2. ORÍGENES DE LA INCREENCIA:
Ateísmo en el período precristiano y cristiano:
Civilización grecorromana: existió un ateísmo de tipo religioso-
político, La crítica al culto oficial de la polis o del imperio, podía hacer a
un sujeto merecedor del título de ateo. (Sócrates, no negaba la divinidad,
sino que su enseñanza se apartaba de los dioses de Atenas). Ateo no era
el que negaba a Dios, sino el que se comportaba de un modo ilegal e
injusto.
Culturas del Asia meridional: la diversidad de categorías de
representación y pensamiento hace difícil hacerse cargo sobre las
manifestaciones de ateísmo.
Es difícil encontrar un ateísmo radical que niegue toda forma de lo
divino.
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I. La crítica a la revelación;
II. La crítica a la religión y a la revelación. Esta es la estrictamente atea.
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del espíritu humano. Hay que creer en la encarnación del Espíritu eterno.
Hegel desarrolla un panlogismo que desemboca en un panteísmo.
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pan y el vino son sacramentos por sí mismos. «¡Por eso, sagrado sea para
nosotros el pan, sagrado el vino, pero sagrada también el agua!”
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-El Concilio daba una respuesta al monismo hegeliano, cuya deriva atea se veía
patente en los discípulos de la izquierda hegeliana. (El hegelianismo tiene como
presupuesto una cierta noción panteísta derivada de la filosofía de B.Spinoza).
-El CVI trató de encontrar un terreno de diálogo con el ateísmo en la
argumentación lógico-racional. Con la definición de la posibilidad de un
conocimiento natural de Dios por medio de la razón, se daba una base
argumentativa de cara al ateo.
CONCILIO VATICANO II: GS. Tras la descripción de las formas de ateísmo,
el concilio realiza un juicio capital sobre el ateísmo. Añade que los creyentes
tienen en esto su responsabilidad, porque el ateísmo surge también como
reacción crítica contra las religiones, y en algunos lugares, especialmente contra
la religión cristiana. El CVII reconoce la responsabilidad moral del ateísmo,
pero no atribuye sus causas sólo al pecado, sino también a la realidad social
compleja.
-La doctrina atea es rechazada por la Iglesia.
-GS aborda especialmente el ateísmo sistemático. Dos sistemas ateos se recogen:
I. El ateísmo que es resultado de una comprensión absoluta de la libertad:
ateísmo occidental;
II. El ateísmo materialista, con el cual se refiere al marxismo y comunismo.
-La respuesta cristiana al ateísmo en el CVII tiene semejanza con el CVI. El
CVII propone una antropología fundada filosófica y teológicamente. La
autonomía humana es superada teológicamente al fundar la esencia del hombre
sobre la trascendencia de Dios, gracias a la cual la dignidad humana permanece
sustraída a una intervención arbitraria del hombre.
PABLO VI: instituyó el Secretariado para los no creyentes, que devino en el
Consejo Pontificio para el diálogo con los no-creyentes, y que se fundió con el
Consejo Pontificio para la Cultura.
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Henri de Lubac: “No es cierto que el hombre no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo que es cierto es
que, sin Dios no puede, a fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre.”
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M. Heidegger: “¿Por qué hay ser en lugar de nada?”
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B. Pascal: “El hombre supera al hombre.”
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1. LA CREDIBILIDAD DE LA REVELACIÓN.
CREDIBILIDAD: propiedad de la revelación por la que es digna de ser creída. La
fe es un acto coherente con la racionalidad. Credibilidad (carácter objetivo) y
racionabilidad (carácter subjetivo) de la fe son dos elementos que van separados.
El planteamiento sistemático de la credibilidad no aparece hasta la Edad Moderna, y lo
hace como una propiedad de la revelación misma.
AT:
“ôt”: designa un signo visible, objeto de percepción, que lleva al conocimiento de la
realidad que significa. Los LXX lo traducen por “semeion”, y en la Vulgata es el
“signum”.
-En 18 casos va asociado con “mofet”, para designar los signos y prodigios.
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Card. Müller: la revelación en la autoapertura histórico-salvífica de Dios.
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J.Burggraf: Durante algún tiempo, las razones para creer han sido buscadas en argumentos
externos a Jesucristo, por ejemplo en los milagros y profecías. Pero se ha visto cada vez con
más claridad que este modo de argumentar no es suficiente. Si alguien nos dice, por ejemplo,
que una persona pagana o atea, en algún país lejano, está realizando grandes milagros, ¿lo
creemos? ¿O pensamos más bien que se trata de alucinaciones, ignorancia de los espectadores,
trucos mágicos, fraude? Estamos probablemente más inclinados a aceptar un milagro si la
persona que actúa es cristiana, ya que Dios muestra su omnipotencia, a veces, a través de los
hombres. Pero entonces aceptamos la noticia no por el milagro en sí, sino por nuestra fe en Dios
y por la supuesta unión del protagonista con Dios. Por eso, afirma Lewis, el «gran milagro»,
el milagro central afirmado por el cristianismo es la Encarnación. «La credibilidad de
cada milagro en particular depende de su relación al Gran Milagro; toda discusión de los
milagros separada de él es fútil».
Tipos de signos:
Clasificación de Peirce:
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LEWIS:
4. RACIONABILIDAD DE LA FE.
MAURICE BLONDEL:
Propuso la “apologética de la inmanencia”- “apologética integral”: se trataba
de sustituir la razón analítica explícita de la apologética anterior por una razón
sintética implícita.
-Esta apologética buscaba ocuparse de la génesis de la fe, de la conversión
concreta, y no sólo de una justificación teórica de la fe. Se buscaba mostrar la
“necesidad para nosotros” de la revelación divina.
El método apologético debe atender sobre todo al sujeto: se renuncia a
considerar un objeto de forma aislada.
La apologética se enfrenta al desafío de referirse al objeto de fe presentándolo
en una relación esencial con el sujeto.
Afirma Blondel: hay que estar atentos para no identificar, para no subordinar lo
real a lo “objetivo”, porque no son ni significan lo mismo. Lo inteligible es real,
pero lo real es mucho más que lo inteligible. La realidad va mucho más allá de
lo que de ella se pueda pensar.
La apologética debe tratar de conocer lo que determina interiormente la fe, lo
cual siempre va más allá de las simples razones teóricas. Blondel la demomina:
“RAZÓN IMPLÍCITA SINTÉNTICA”.
El “para el hombre” de la revelación, se corresponde con una constitución del
sujeto en la que queda plasmada una necesidad de la revelación, de forma que
solamente si el sujeto accede a ella encuentra el sentido de su ser.
La revelación es una verdad que debe ser aceptada por la fe, una verdad
portadora de sentido. Por otro lado, se debe insistir en la gratuidad de la llamada
de Dios a la comunión con Él y de la propia revelación divina.
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I. Apertura a lo divino:
En el hombre se da una apertura ontológica a Dios, que
pertenece a la estructura fundamental de su ser.
K. Rahner, por ejemplo, se interroga acerca de las condiciones
de posibilidad de la comprensión y de la aceptación de la
propuesta cristiana, y encuentra la respuesta en la estructura
antropológica que permite al hombre acoger una eventual
revelación de Dios.
La constitución ontológica del ser humano consiste en ser
originariamente espíritu finito, que se abre al mundo a través de
la sensibilidad.
El hombre es el ente que desde el centro de su mismo ser está
con el oído atento a una posible revelación de Dios en la
historia humana mediante la palabra.
La teoría rahneriana es un intento de integrar la acción de Dios
y la respuesta humana a partir de la convicción de que al
espíritu humano no puede advenirle nada que no esté
apriorísticamente, de una forma u otra, en él.
CRÍTICA: todo hombre, por el mero hecho de serlo, ya sería
cristiano.
II. Apertura del espíritu en la afirmación y en la negación:
La apertura del hombre a Dios se manifiesta existencialmente
de una doble forma:
o Experiencia de afirmación que apunta a una plenitud.
La afirmación del bien, la belleza, la paz… que el
hombre experimenta de modo limitado y finito, pero
que siempre va acompañada de la aspiración a un
bien…duraderos, eternos.
o Experiencia de la limitación, de la finitud y de la
debilidad que abren a la pregunta por la explicación de
las cosas, por una realidad última que sirva como
trasfondo, como horizonte de comprensión.
Tanto la afirmación como la negación ponen en evidencia que
lo mundano y lo humano carecen de autosuficiencia. Cabe una
actitud nihilista, o una explicación de las cosas que vaya más
allá de las mismas.
También cabe no conformarse con la mera afirmación de lo que
se experimenta y buscar algo más allá de sí.
III. Condición religiosa del hombre:
Es consecuencia natural de su apertura a lo divino. El hombre
religioso busca activamente relacionarse con la divinidad que
está ahí y se da a conocer a quien sinceramente desea
encontrarla.
La religiosidad es una preparación para acceder a la fe
cristiana. El hombre aspira a una relación personal con Dios.
Está el peligro de que la religiosidad humana se encierre en sí
misma, considerándose autosuficiente y excluyendo una
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9. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS.
Es el núcleo de la predicación de los apóstoles después de la Pascua. La misión de los
12 consiste en ser testigos de la resurrección.
Creer en Xto. significa creer, además, en su resurrección de entre los muertos. Es éste
un misterio de fe, que da sentido a la muerte de Jesús en la Cruz. La muerte tenía un
significado salvífico.
La resurrección es también signo de su misión divina, garantía de nuestra fe en É. La
resurrección no es sólo un misterio, es también un acontecimiento, que tiene una
dimensión histórica. No es la fe la que genera la resurrección, sino al revés, la
resurrección la que sirve de apoyo a la fe. “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra
predicación, vana es nuestra fe.”
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-Los apóstoles hablan de la resurrección de Jesús como de una realidad en la que creen y, al
mismo tiempo, como de un motivo por el que creen: por una parte, ellos se presentan como
“martyres anastaseos”, enviados por el resucitado a dar a todas las gentes testimonio
autorizado. Además, consideran que la resurrección es una razón definitiva para creer.
-El griego neotestamentario expresa el concepto “resurgir” con dos verbos: “egheiró” y
“anistémi”. El primero significa despertar y hacer que se levante (solo transitivo); el segundo,
hacer que se levante, hacer que se ponga de pie (transitivo), o también alzarse, surgir, resurgir
(intransitivo). La resurrección de Jesús está expresada con el transitivo de los dos verbos (=Dios
le ha despertado y le ha hecho resurgir), la pasiva del primero (=fe despertado, resucitado) o el
intransitivo del segundo (=resurgió). La imagen sugiere la idea de la salida de la condición de la
muerte, que es el sueño, y la idea del abandono de la posición de muerte para volver a la
posición erecta de la vida (menos cierta es la idea de abandono de la tumba). El vocabulario
neotestamentario da a entender que no se puede encerrar la resurrección en el ámbito de lo
numinoso y lo trascendente, negándole contacto con la historia real. Los dos verbos griegos
anteriores expresan dos experiencias comunes de la humanidad, la de levantase y la de
despertar. Estos verbos se usan en el NT para indicar procesos naturales, en el sentido común y
cotidiano. Debe entenderse la resurrección como un hecho que, a pesar de ser misterioso,
presenta sustanciales puntos de contacto con los acontecimientos cotidianos.
-La resurrección también es un signo, el propio Jesús lo indicó, al compararse con Jonás. Fue un
signo en primer lugar para los apóstoles. Como en todos los otros signos bíblicos, la experiencia
pascual fue una experiencia de fe, no sólo porque conducía a la fe, sino también porque la
ejercitaba: sólo en la fe era posible tener la experiencia del Resucitado, porque tal experiencia
suponía actuar la fe en Él, al menos, como Enviado de Dios para salvar a los hombres. Con
razón se ha dicho que los Apóstoles “tras la resurrección, vieron a Cristo viviente con una fe
que tenía ojos (oculata fides).” Santo Tomás de Aquino.
-En la continuidad del Jesús pascual con el Jesús terreno, los Apóstoles percibían la unidad
profunda que unía la cruz y la Resurrección: eran dos cars de una misma moneda, dos acciones
de un mismo proceso llevado hasta el final por el amor.
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Cfr. S.Th., q.53, ad.2
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JOSEPH RATZINGER.
Jesús no es alguien que haya regresado a la vida biológica normal y que
después, según las leyes de la biología, deba morir nuevamente cualquier otro
día.
Jesús no es una fantasma, un «espíritu». Lo cual significa: no es uno que, en
realidad, pertenece al mundo de los muertos, aunque éstos puedan de algún
modo manifestarse en el mundo de la vida.
Los encuentros con el Resucitado son también algo muy diferente de las
experiencias místicas, en las que el espíritu humano viene por un momento
elevado por encima de sí mismo y percibe el mundo de lo divino y lo eterno,
para volver después al horizonte normal de su existencia. La experiencia
mística es una superación momentánea del ámbito del alma y de sus facultades
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primicia de los que durmieron... del mismo modo que en Adán mueren todos,
así todos revivirán en Cristo».
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VÍA HISTÓRICA
La sucesión apostólica no es simplemente un hecho susceptible de investigación
histórica, sino que tiene un profundo significado teológico, sobre todo por su relación
con la tradición.
San Ireneo sienta el principio siguiente: en la recta tradición apostólica de la fe en la
Iglesia no cuentan las tradiciones incontroladas e incontrolables, sino las tradiciones de
las iglesias fundadas por los Apóstoles. La sucesión ininterrumpida de los obispos en
esas iglesias a partir de los Apóstoles, es decir, los obispos como sucesores de los
Apóstoles, salvaguardan la verdad de su doctrina. La sucesión en el episcopado
garantiza, la continuidad e identidad de la tradición. Los gnósticos, en cambio, no
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pueden apelar a esta conexión con los Apóstoles, porque no están en la línea de la
sucesión apostólica, lo cual es señal de la falta de autenticidad de su doctrina.
El vínculo histórico de la tradición entre Cristo y la Iglesia lo realizan los Apóstoles. La
Iglesia anuncia el Evangelio de Cristo porque sigue el testimonio apostólico. Esto se
comprueba porque existe la sucesión apostólica, es decir, una cadena históricamente
verificable que va desde los Apóstoles hasta sus últimos sucesores, que son los obispos
que ocupan las sedes apostolicae.
La apostolicidad de la Iglesia significa la identidad de los procesos eclesiales
(enseñanza, culto, servicio: martyría, leitourgía, diakoníá) que se ha conservado
continuamente en la Iglesia desde los Apóstoles.
VIA NOTARUM.
Se fue formulando a partir del siglo XVI.
Jesús, al fundar su Iglesia, la dotó de unas propiedades que servirían como criterio
identificador de la Iglesia que Cristo quiso, y al mismo tiempo distinguirían a la
verdadera Iglesia de las demás. Estas notas, según la argumentación, sólo se
realizaban plenamente en la Iglesia católica romana.
Las notas eran aquellas propiedades que resultan idóneas para servir como signos
distintivos en una demostración apologética racional.
Las notas se fueron distinguiendo de las propiedades (cualidades esenciales) y de los
signos. Debían reunir cuatro condiciones:
1. Ser más fácilmente recognoscible que la misma Iglesia (notiores Ecclesia);
2. Ser fácilmente accesibles a todos, incluso a los más rudos (obviae ómnibus,
etiam rudioribus);
3. Convenir solamente a la Iglesia(propriae);
4. No ser separables de la Iglesia (inseparabiles ab Ecclesia). El número de notas
fue variando.
Se trataba entonces de demostrar que Cristo había dotado a su Iglesia de cuatro notas:
unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad. Esto constituía la quaestio iuris. Venía
a continuación la prueba de que tales signos distintivos sólo se encuentran en la Iglesia
católica (quaestio facti). La conclusión era que la Iglesia católica era la única Iglesia de
Cristo.
Limitaciones de esta argumentación:
o El carácter escatológico de la Iglesia. La Iglesia es realmente una, santa, y
católica, pero de una manera parcial. Esas propiedades de la Iglesia se dan en
ella de un modo limitado, por lo que, al mismo tiempo que expresan la realidad
de la Iglesia, le señalan también una meta a alcanzar: sólo en la escatología, la
Iglesia será plenamente una, santa y católica (la apostolicidad se sitúa en otro
orden).
o El segundo principio teológico tiene que ver con una correcta visión de las otras
propuestas eclesiales. También en otras iglesias y confesiones cristianas se
dan en algún grado, al menos, la unidad, la santidad y la catolicidad. En
otras, es innegable que hay una auténtica apostolicidad.
o La verdadera Iglesia de Cristo se entiende entonces como una realidad que, en
algún sentido, va más allá de las concreciones confesionales.
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VÍA EMPÍRICA.
En los albores del Concilio Vaticano I, fue formulada por el Cardenal Dechamps a
través de su «método de la Providencia». Según Dechamps es necesario distinguir
dos hechos: el «hecho interior», representado por el deseo del hombre de vivir como es
debido, deseo que no puede llevarse a término sin la iluminación divina sobre su fin
último; y el «hecho exterior» que es la plasmación histórica de esa ayuda divina. La
Iglesia es el hecho exterior en el que el hombre encuentra satisfacción a sus
inquietudes y certeza de su origen divino.
La vía empírica se basa en el convencimiento de que, para llegar al origen divino de la
Iglesia, no es necesario el análisis crítico de los documentos históricos del siglo I, sino
que basta contemplar a la Iglesia como un hecho presente y obvio. La unidad,
perdurabilidad, universalidad y santidad de la Iglesia manifiestan que es un «milagro
subsistente» o, como se diría más tarde, un «milagro moral».
“SUBSISTIT IN”
Por la historia del concilio sabemos que en el texto inicial aparecía el término “est” que
fue posteriormente sustituido por “subsistit”. El cambio muestra una intención precisa,
la de evitar una presentación excluyente de la Iglesia respecto a las demás
confesiones cristianas. El concilio no ha querido identificar materialmente a la Iglesia
de Cristo con la Iglesia católica.
Ciertamente, como ha señalado la Declaración Dominus Iesus, «existe una continuidad
histórica —radicada en la sucesión apostólica— entre la Iglesia fundada por Cristo y la
Iglesia católica» (n. 16). Debe afirmarse, en consecuencia, que «existe, una única
Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el Sucesor de
Pedro y por los Obispos en comunión con él» (n. 17)
El subsistir de LG 8 no significa que la Iglesia católica no sea la única Iglesia de Cristo,
sino que ella misma no agota la eclesialidad: «Fuera de la comunidad católica —
afirma Juan Pablo II en la Encíclica Ut unum sint— no existe el vacío eclesial».
Por un lado, «la Iglesia católica afirma que, durante los dos mil años de su historia, ha
permanecido en la unidad con todos los bienes de los que Dios quiere dotar a su
Iglesia»,9. Pero esa conciencia va acompañada de la seguridad de que la Iglesia será
plenamente fiel a Cristo en el momento de la recapitulación final. Mientras tanto, en la
Iglesia la presencia del elemento humano que le es consustancial puede oscurecer la
imagen de Cristo que ella debe ser, por lo que la no identificación material entre la
Iglesia de Cristo y la Iglesia católica abre un espacio de libertad que no difumina a la
Iglesia, pero, en cambio, permite reconocer la real presencia de Cristo en los elementos
de santificación y de verdad que se hallan presentes fuera de su estructura.
Una vez afirmado que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica, es posible
referirse a la verdadera Iglesia de Cristo no sólo como aquella que ya es, sino también
como aquella que está llamada a ser.
Si la hay, hay que afirmar que la Iglesia de Cristo es la Iglesia católica, y viceversa. Si no la hay, no habrá
tampoco entre la iglesia de Cristo y cualquier otra iglesia cristiana. Y entonces, o bien la iglesia se
identifica con el conjunto de las iglesias y comunidades cristianas existentes, o bien es una realidad
puramente espiritual, o bien no existe hoy día. 38
Ninguna de estas alternativas es aceptable. La Iglesia de Cristo es una tanto en su dimensión espiritual
como en su dimensión visible. Se debe afirmar que la identidad entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia
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LA IGLESIA ES SANTA.
Al insistir en el carácter de signo de la Iglesia se evita, por un lado, una alteración o
desorden en las magnitudes que entran a formar parte de ella (se evita concretamente un
hiperdesarrollo de lo institucional), así como la posible deriva eclesiocéntrica.
La Iglesia es signo en la medida en que conduce y trasparenta a Cristo. El signo
pleno de la actuación y salvación de Dios en la historia es Cristo, mientras que la
Iglesia es signo de Cristo, y por eso, signo de la salvación. Ese planteamiento exige
por tanto que, al tratar de la Iglesia, quede siempre sobreentendida su esencial
referencia a Cristo.
En el orden del conocimiento hay una mutua relación entre Cristo y la Iglesia, e incluso
es posible defender una precedencia de esta última: el acceso a Jesús tiene lugar en la
comunidad que lo entrega.
La Iglesia participa de la significatividad de Cristo, pero se trata de un signo diferente.
Cristo, en cuanto signo de la revelación y de la salvación de Dios, es plenamente
expresivo, porque su significatividad no depende de algo ajeno a Él, sino que es la
irradiación de su amor, de su poder, de su sabiduría y de su santidad como Hijo del
Padre. A partir de las manifestaciones concretas se puede pasar directamente a la fuente
de la que proceden. En el caso de la Iglesia, en cambio, los signos que en ella se
encuentran son expresión no sólo de su carácter de «creatura Verbi», de obra de
Dios, sino también de realidad humana, histórica, con toda la ambigüedad que
caracteriza a estas realidades.
En todo caso, una primera condición para captar el modo como la Iglesia y su historia
son signo de la presencia y de la acción de Dios, es considerar a la Iglesia en su
totalidad, tomando en cuenta el conjunto más que los elementos aislados. Si se hace
así, los diversos elementos y aspectos se muestran formando un todo, una unidad de
cuya razón de ser y de cuyo origen no dan suficientemente razón ninguna causa
puramente humana. Esto no supone que los signos concretos carezcan de valor. Lo
concreto puede tener una significación fuerte, pero al mismo tiempo está más expuesto
a la ambigüedad en la interpretación que de ello se pueda hacer.
Como ya se ha visto al tratar de la fundación de la Iglesia, la acción de Jesús en
relación con ella no es separable de la acción del Espíritu Santo en Pentecostés. En
realidad, la vida de Jesús y la efusión del Espíritu no pueden ser consideradas como dos
momentos sucesivos, sino que constituyen la única acción. A lo largo de la historia, la
presencia de Cristo en la Iglesia tiene lugar por medio de su Espíritu. De este modo, el
descentramiento eclesiológico del que se ha hablado, con la consiguiente
concentración cristológica, se ve completado por la prolongación y especificación
de esta última en la dimensión pneumatológica que es esencial a la Iglesia que
peregrina en este mundo.
La Iglesia tal como es, como «fenómeno vivo exterior» usando la terminología de Drey,
tiene su lugar necesariamente en el concreto devenir histórico en el que existe y se
construye precisamente como Iglesia de Cristo. En ese progresivo hacerse de la Iglesia
es fundamental la presencia del Espíritu Santo, cuya acción sobre ella, queda
significada en las realizaciones concretas e históricas. En este sentido, la Iglesia debe
ser signo de esa acción del Espíritu Santo.
En Cristo no existe, ni puede existir, el pecado, y todo en Él es expresión de su ser
enviado por el Padre. Aun con todo ello, ni siquiera Cristo escapó a una interpretación
negativa, e incluso diabólica, de su misión. En el caso de la Iglesia hay que tener en
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cuenta que está constituida por la acción de Dios e inseparablemente por la acción
humana necesariamente contingente. En este punto es esencial acudir a la noción de la
Iglesia como sacramento.
no es tan fácil trazar la línea divisoria entre lo esencial y lo accidental25. Iglesia como
sacramento significa, entonces, que hay una única realidad humano-divina. A partir de
aquí, si en cuanto constituida por hombres, la Iglesia tiene en su seno el resultado de la
acción humana, incluida la de quienes tienen la responsabilidad de guiarla, se plantea de
nuevo la pregunta: ¿es posible apreciar en ella, como un signo, la obra del Espíritu
Santo?
LA SANTIDAD DE LA IGLESIA.
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paso más para examinar cómo esa santidad es un signo de credibilidad. En cuanto
signo, la santidad de la Iglesia debe manifestarse con claridad de modo que muestre a
todos la presencia de la fuente de la santidad que es la realidad y la acción de Dios. Sin
pretender explicar esta cuestión de modo exhaustivo, se puede afirmar que la santidad
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