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Sin importar la edad del mexicano, éste tiende a encerrarse. Es preservado y no agrada del
contacto visual con quienes le rodean, cuidadoso de su intimidad y alejado del mundo y de
los demás, aplaude la idea de ser un macho y lo define como alguien que no se “raja”, esto
aunado a la consideración de la mujer como el sexo débil e inferior.
Para la cultura mexicana, la muerte es más que sólo el fin de la vida. Refleja la manera en
que vivimos y, por lo tanto, se busca morir de una manera digna, en lugar de violenta y sin
sentido. Nuestros ancestros vieron la muerte de diversas formas, pero hoy en día el
mexicano ha encontrado una manera única de celebrarla que caracteriza su cultura.
Se ve a la muerte como una nueva vida, dos caras de una misma realidad y, a su vez,
carente de significado. Una persona extranjera puede sentir un miedo inevitable a la muerte,
incluso al simple hecho de mencionarla. Pero el mexicano la celebra, la festeja, la acaricia e
incluso, hace chistes sobre ella.
¿Por qué el mexicano es indiferente ante la muerte? Quizá porque lo es también ante la
vida. Día a día se vive una vida sin sentido, sin valor, sin significado. Una vida que ha
hecho que el mexicano le pierda el miedo a todo, incluso a la misma muerte. Morir se ha
vuelto incluso deseable en un país lleno de dolor.
Se han escrito obras y poemas que proponen que a la muerte no se va, se regresa. Se vuelve
a la vida antes de la vida, la vida antes de la muerte, un limbo. Sin embargo, el mexicano no
se entrega totalmente a la muerte, ya que esto significa “abrirse”. Puede adularla y
abrazarla, pero difícilmente entregarse, ya que esto implica un sacrificio. Esto señala que a
pesar de que el mexicano mantiene una estrecha relación con la muerte, esta relación es
carente de sentido y no engendradora. Y sí, durante las celebraciones, la fiesta y la
borrachera el mexicano se abre, lo hace hasta desgarrarse ya que vive inmerso en sí mismo.