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Narciso en el reflejo del coronavirus: antes, durante y después del COVID-19.

Por Fabián Acosta Arreguín

Jamás dejaré de ser un profundo agradecido, además de admirador de las personas que sin importar
a qué se dediquen, lo intentan hacer con excelencia; es decir, sabiéndose buenos en lo que hacen,
pero conscientes de que siempre se puede ser mejor. Estas personas generalmente son héroes
anónimos, ejemplos de vida y siempre dispuestos. Sin embargo, todo ese agradecimiento y
admiración, debe ser algo espontáneo, que nace de un proceso de entendimiento en cuanto a la
labor de cada uno de nosotros por hacer – o no – un lugar mejor desde cualquier punto de vista,
siempre buscando el bien mayor; jamás del reclamo narcisista por parte de quienes no terminan de
entender que tanto triunfos como derrotas, milagros y desgracias, subidas y bajadas, son producto
de multifactores en los que todos estamos inmersos, donde tanto vale el científico que se la vive en
el laboratorio como el ratón al que le hacen las pruebas; ninguno está separado jerárquicamente
porque sin el uno o el otro, nada sería posible y no importa en qué ámbito de la vida se ponga el
ejemplo.

Muchas tradiciones e incluso en la ciencia, se habla acerca de la conexión total… y no, no me refiero
a algo paranormal o esotérico, por lo menos no en este punto. Todos somos parte de un TODO que
va más allá de nuestras percepciones, las cuales, a nivel macro y micro, son bastante limitadas y
amoldadas a características muy particulares, va más allá de nuestro entendimiento (y sí, ya sé que
en estos tiempos todos nos creemos más cerca de Einstein que del mono, pero créanme, hay harto
camino entre uno y otro) dicho entendimiento, muchas veces lo tenemos ultra valorado por
distintos motivos. En una historieta zen, concluyen con algo que es tan sencillo como profundo: “La
gente piensa egoístamente que sólo se pertenecen a sí mismos. Así se comparan con otros y piensan
que están sufriendo. Pero, de hecho, cada persona es parte de la naturaleza…”. Diría que no
solamente con el “sufrimiento”, sino para cualquier sentimiento humano y desgraciadamente, los
menos plausibles como la ira, el resentimiento, el egoísmo, el despotismo y la ignorancia por
convicción, entre tantos que podemos percibir a lo largo de la historia.

Lo que me inquieta de todo esto, es la cantidad de personas que hablan desde una pared de
“civilidad”, teniendo de su lado un sinfín de actos que son causantes de la violencia normalizada en
la que vivimos. La cantidad de personas que utilizan términos como “sororidad”, “resiliencia”,
“empatía” y “tolerancia” tan populares en estos tiempos, pero que, al parecer, únicamente aplican
para aquellos que son sus cercanos, los que piensan como ellos, los que siempre están de acuerdo.

Sin importar en qué lugar del común social quieran encajar esta realidad de incongruencia y
tergiversación de ideas, es válido; como si las palabras fueran como conjuros que al ser hablados,
mágicamente transforman al que las dijo, como si nada fuera parte de un proceso que
individualmente nace desde nuestra concepción, y va dando tumbos, vueltas, retrocesos y
tropiezos, hasta el día de nuestra muerte, pero que además, se ha ido gestando históricamente en
procesos tan complejos y diversos como el Universo mismo.

A veces es gracioso, otras nostálgico y muchas triste, observar comentarios de personas que
aseguran que “en estos tiempos, se escucha más el canto de los pájaros”… siento compasión… qué
triste debe ser no notar cada día que ellos siempre están ahí, junto con la brisa de las mañanas que
refresca, junto con los rayos del Sol que van iluminando las copas de los árboles en función de qué
tanto las acaricien cada mañana, junto con esos mismos rayos de Sol que vistos a través de cristales,
pueden, de alguna forma, ser vistos en su forma más pura como partículas. Debe ser gente muy
enterrada en banalidades mundanas como los papeles y títulos “nobiliarios” como para no notar
que de vez en cuando la Luna sale a bailar con Venus, invitándonos (como Hawking) a ver – y
perdernos – en la profundidad y maravilla del Universo. Qué triste debe ser sentirse solamente
como el “Lic.”, el “Inge”, el “Doctor”, sin poder ver el milagro que cada uno de nosotros representa
por tantas cosas. Y, cuando veo que todo esto se reproduce más rápido que el virus de moda (o los
que no están tanto de moda, pero sí normalizados y que son más peligrosos), entiendo por qué el
mundo está patas arriba, tan dividido como nunca.

Hay palabras que se dijeron hace milenios, ideas que se sintetizaron antes de que existieran los
opinólogos y expertos de todo, todas estas ideas van cargadas de dosis permanentes de práctica,
reflexión, duda, fe, esperanza, pero sobre todo… amor. ¡Vaya que nos hace falta amor!

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