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—Esta mañana, caballeros, discutimos el futuro político y económico de Eu-

ropa. Hablamos, en particular, del flujo del capital y cómo puede controlarse

mejor. Esta tarde, quiero hablarles de una economía diferente —la habitación se

oscurece y los doce se vuelven hacia una pantalla en el muro norte de la sala que

muestra la imagen de un puerto mediterráneo: barcos de contenedores y grúas de

almacenaje marítimo—. Palermo, caballeros, actualmente, es el principal punto

de entrada de cocaína a Europa, resultado de alianzas estratégicas entre los cár-

teles de droga mexicanos y la mafia siciliana.

—¿Los sicilianos no son una fuerza agotada? —pregunta un hombre robusto a

su izquierda—. Tenía la impresión de que en estos días las mafias de tierra firme

dirigían el negocio de las drogas.

—Así era. Hasta hace dieciocho meses, los cárteles trataban principalmente

con la ‘Ndrangheta de la región de Calabria, al sur de Italia. Sin embargo, hace

unos meses estalló una guerra entre los calabreses y un clan siciliano renaciente,

los Greco —un rostro aparece en la pantalla. Los ojos oscuros son fríamente

recelosos; la boca, una trampa de acero—. Salvatore Greco dedicó su vida a resu-

citar la influencia de su familia, que había perdido su posición en la estructura del

poder de la Cosa Nostra en la década de 1990 tras el asesinato del padre de Salva-

tore a manos de un miembro de la familia Matteo, la familia rival. Un cuarto de

siglo más tarde, Salvatore dio caza y asesinó a todos los Matteo sobrevivientes.

Los Greco y sus socios, los Messina, son los clanes sicilianos más ricos, pode-

rosos y temidos. Se sabe que Salvatore asesinó directamente a sesenta personas y

ordenó la muerte de varios centenares más. Actualmente, a los cincuenta y cinco

años de edad, tiene absoluto control sobre Palermo y el mercado de drogas. Sus

empresas facturan a nivel mundial unos veinte o treinta mil millones de dólares.

Caballeros, prácticamente es uno de nosotros.

Una breve onda de comicidad, o algo parecido, recorre el salón.

—El problema con Salvatore Greco no es su predilección por la tortura y el

asesinato —continúa—. Cuando los mafiosos se matan entre ellos es como un


horno que se limpia sólo. Sin embargo, en tiempos recientes, Greco ha comen-

zado a ordenar los asesinatos de miembros de la clase dirigente. Hasta ahora, su

marcador es dos jueces y cuatro magistrados supremos asesinados con carros

bomba, y una periodista investigadora que fue acribillada fuera de su apartamento

el mes pasado. La periodista estaba embarazada cuando murió.

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