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Presentado a:
Con relación al proyecto, esta estructura analítica permitió que todos los integrantes del
proyecto, así como sus interlocutores, tuvieran una misma comprensión de los objetivos,
propósitos y alcances. Este marco, permitió establecer un lenguaje compartido, basado en
un entendimiento común de aquello que se debía lograr y cómo interpretar sus resultados.
De esta manera, cada componente estratégico podía hacerse evidente en el momento
pertinente de cada taller, y la información suministrada por las comunidades, tenía forma
de ubicarse para ser relevante y no desperdiciarse.
Desde el entendimiento de la cultura del conflicto, frente al componente de Entornos para
la Convivencia, se encontró cómo en las localidades se configuran los ambientes para la
convivencia, o, por ausencia, se definen las características de espacio que favorecen la
apropiación por redes delincuenciales o dañinas.
Para poner un ejemplo, se detectaron zonas en los que la falta de intervención decidida por
parte de entes distritales encargados de velar por el espacio público, el mantenimiento de
los andenes, o del mobiliario urbano, hacían que la ciudadanía dejara de frecuentarlos,
espacios que eran llenados por organizaciones delincuenciales o redes dañinas que
aprovechan el abandono para obtener provecho en actividades que afectan la convivencia,
y se hacen propicias para la comisión de delitos.
En el sentido contrario, se podían encontrar zonas que habían sido intervenidas con luces
de alumbrado público, pintura, mantenimiento de la malla vial, efectividad en la remoción
de basuras y escombros, y, por esta vía, se había logrado incidir positivamente en la
apropiación del espacio público por parte de los vecinos, restando espacio a los actores
dañinos.
Ahora bien, siguiendo en el mismo eje de cultura del conflicto, el componente de Cultura
Ciudadana pone la lupa en cómo se comporta la gente. Allí se indaga por aspectos que no
dependen de la actuación estatal, en la misma lógica material que en el componente de
entornos para la convivencia. Así, son constitutivas de la cultura ciudadana las normas
sociales, las creencias, las identidades, el sentido de pertenencia, así como los conflictos
con las expectativas e intereses que desatan al respecto.
Lo anterior quiere decir que, por ejemplo, ante un espacio frente al cual el Estado cumple
en su rol de recolección de basuras, en el que las personas siguen disponiendo
inadecuadamente de sus residuos, sin hacer un correcto uso de los contenedores de
basura, y por fuera de los horarios de recolección, la responsabilidad de los problemas de
convivencia no es atribuible al Estado, sino a las mismas costumbres y pautas de conducta
comunitarias. Lo cual exige una intervención distinta.
En el componente de Entornos, el camino a seguir puede ser el de la exigibilidad frente a
las entidades que no cumplen con su competencia en el mantenimiento del espacio público,
mientras que en el componente de Cultura Ciudadana, el proceso debe apelar a que la
ciudadanía realice un proceso reflexivo frente a las pautas que le dictan cómo disponer sus
residuos, analizando críticamente el hecho de que los causantes de los conflictos en el
espacio público son ellos mismos, y cambiando ellos sus actitudes frente a los desperdicios
y su adecuado manejo, pueden transformar el conflicto.
Ahora, en función del eje de gestión del conflicto, el componente de Herramientas
Jurídicas, sostiene que el derecho, en sede de administración de justicia, propone que el
manejo de la conflictividad se realice a través de procedimiento normatizados, mediante los
cuales las autoridades legales puedan dirimir y tomar decisiones. Por lo tanto, cuando los
conflictos e intereses en juego están relacionados con la convivencia en la ciudad, la rama
del derecho que pretende regular desde lo estatal es el derecho de policía.
En este nivel se sitúan las normas, los procedimientos y el poder, las funciones y las
actividades que la policía pondrá en marcha en caso de ocasionarse situaciones contrarias
a la convivencia, en relación con los conflictos, que se encuentran en el Código Nacional
de Policía y Convivencia.
En este orden de ideas, se indagó por la aplicación o no de las disposiciones del Código en
las localidades para entender si el código es usado como canal de regulación de los
conflictos, y en el escenario de no ser la herramienta a activar, entender las razones que
llevan a no hacer uso de él.
En todo caso, ante la ocurrencia de situaciones de conflicto, las comunidades cuentan con
sus mecanismos, normas, autoridades y procedimientos para producir su propia regulación.
Es este el objeto del componente de Prácticas y Saberes Comunitarios para la gestión
de los conflictos.
Estas herramientas para la gestión del conflicto no cuentan con el poder coactivo del
Estado, al no estar necesariamente consagradas en normas jurídicas, pero sí cuentan con
formas de eficacia derivadas del peso de la costumbre, de la presión y/o sanciones sociales.
El hecho de no ser herramientas jurídicas, no significa que sean menos eficaces. De hecho,
para cierto tipo de situaciones, suelen ser más eficaces que las jurídicas, más económicas,
y producir decisiones más sostenibles en el tiempo.
Por lo tanto, desde este componente se identifican cuáles son el conjunto de prácticas y
saberes comunitarios que existen y que se han puesto en marcha para intervenir los
conflictos y mejorar la convivencia. También se reconocen las limitaciones o dificultades
que han existido para ejecutarlas o, por el contrario, los comportamientos e imaginarios que
generan o agudizan los conflictos. Implica Así mismo se identifican los actores, los
liderazgos y los niveles de participación comunitaria.
Para poner un ejemplo, considérese un conflicto por humedad en una copropiedad. Puede
recurrirse al inspector de policía o puede recurrirse a un pastor de una iglesia evangélica.
Ante el caso de que las personas involucradas compartan la misma fe, el pastor actuará
como autoridad comunitaria, porque cuenta con la legitimidad, la credibilidad, el respecto,
el reconocimiento y, en ocasiones, la cercanía a las partes, lo que les producirá confianza
y empatía. El pastor además hablará desde la palabra de Dios, interpretada como un
referente normativo común, que arrojará enseñanzas a manera de parábola y señalará una
decisión frente al conflicto. Es altamente que el conflicto se resuelva satisfaciendo las
necesidades de ambas partes, y ellas actuarán convencidas de que están comportándose
como les dicta su identidad comunitaria. Puede que, adicionalmente, reafirmen sus lazos
interpersonales y su relación de vecindad mejore.
Sin embargo, ante partes que no comparten un vínculo comunitario, y que, probablemente
no tengan más forma de relacionarse que ante la ocurrencia del conflicto en sí mismo, es
posible acudir ante una autoridad de la copropiedad que actúa como mediador buscando
que haya sujeción a las normas que para este efecto les resultan comunes: el reglamento
de propiedad horizontal. En caso de no resolverse adecuadamente la situación, puede
acudirse al inspector de policía, quién, una vez efectuado su procedimiento, puede decidir
la aplicación de una medida correctiva consistente en la reparación de los daños materiales
a quién encuentre responsable.
Este procedimiento resuelve el mismo conflicto, pero no apela al sentido de pertenencia
comunitario de las partes, sino al interés del derecho de proteger la propiedad de los daños
que terceras personas le puedan infligir. El factor de eficacia reside en la amenaza de uso
de la sanción a la parte que incurra en responsabilidad, y la decisión será sostenible toda
vez que el poder del derecho positivo esté presente en la relación.
En ambos casos se observa que la gestión de los conflictos evita que la situación se escale
hasta derivar en una afectación grave y agresiva, sino que se regula oportunamente y
contribuye a que los lazos de convivencia no se deterioren.
Ahora, como lo muestra el marco analítico del proyecto, la intervención de los conflictos
produce convivencia, y la forma en la que se resuelven los conflictos, permite entender las
características de la convivencia en la ciudad. Sin embargo, la apuesta del proyecto radica
en que, así como en la matriz, los componentes no estén aislados. Para ello, el componente
de Agendas Locales se propone que las actuaciones provenientes de Estado o de
Comunidad sean interpretadas como complementarias y no como excluyentes.
Como resultado de los talleres, se hizo visible el hecho de que en las comunidades no hay
conflictos ni problemáticas tan inéditas que no cuenten con algún grado de actuación para
darle respuesta. Ya hay antecedentes de intentos por resolver la situación que han sido
eficaces o que, quizá no han logrado generar el impacto propuesto.
Es así como en este componente se analiza la manera en la que se pueden conectar los
recursos institucionales y comunitarios para el logro de resultados sinérgicos, de tal manera
que se produzcan innovaciones o aplicaciones eficaces de estrategias locales de gestión
de la convivencia, susceptibles de ser incorporadas en el diseño o implementación de
políticas de convivencia y seguridad.
Resumiendo lo dicho hasta ahora, el marco analítico es el esqueleto que asigna sentido al
proyecto, lo dota de dirección y establece un alcance realista a sus propósitos. En la medida
en la que los equipos territoriales y docentes del proyecto, así como los interlocutores
distritales y locales, han podido ubicarse en este marco, la Universidad y la Secretaría han
establecido una relación de la mayor importancia para el devenir de políticas públicas de
ciudad que no renuncian al potencial de lo pedagógico en clave de una convivencia que
educa en y para el conflicto.