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Un caso de estudio de Proyecto autonómico en materia de Política

Exterior de Venezuela: El caso de Arístides Calvani durante los años de


1969-1974

Como muy bien afirmó el profesor Owen John Jaramillo, en la presentación del
programa del curso sobre Fenomenología del Poder, que dicto durante el primer semestre
año 2018, en el Curso de Doctorado de Ciencias Políticas de la UCV, que fue la base para
redactar este breve ensayo “….Entendida la fenomenología como el cuerpo de
conocimientos que relaciona entre sí distintas observaciones empíricas de los fenómenos,
hechos y acontecimientos, además de su relación con el ambiente en que estos se
desarrollan; es preciso también apreciar cómo influye el Poder en los mismos y como estos
fenómenos, hechos y acontecimientos condicionan su ejercicio.

Siendo algo intrínseco a la vida humana, el poder es un fenómeno que ha tenido


diversas formas a lo largo de la historia, particularmente la de occidente, donde es necesario
aprehenderlo desde distintas dimensiones para “rescatar el humanismo que fue eclipsado
por el dominio técnico de ese poder”.

El fenómeno del poder recorre toda la historia del ser humano. El poder es real y
fenomenológico, se puede describir, medir, pesar, contemporizar; por ello se dice que “la
fenomenología del poder parece ciertamente deudora de la idea en que se sustenta la
fenomenología de Hegel”, vale decir, una historia de la razón, de la conciencia humana. El
poder, al igual que la libertad, son esencialmente fenómenos históricos, con el entendido de
que la filosofía del poder de los tiempos modernos tiene sus raíces culturales y sus
motivaciones ideológicas en el mundo de los siglos XV y XVI, por lo que hay que asumir
que el poder debe ser explicado tomando en cuenta su devenir histórico y sus estructuras
culturales concretas ya que la política entendida como “el poder, como la voluntad del
hombre, es un fenómeno factico.…”

En ese sentido, sobre este interesante tema, este trabajo, este ensayo pretende como
objetivo general por un lado, revisar las relaciones internacionales y los proyectos
autonomistas en materia de desarrollo de la implementación del caso concreto de política
exterior en su aportes al desarrollo intelectual y del estado del arte, estudiando un caso
particular de política exterior autonomista, como fue la ejecutada por el Dr. Arístides
Calvani, Canciller, durante el período presidencial de Rafael Caldera durante los años de
1969-1974. Para ello, en ese aspecto, nos apoyaremos en los aportes y desarrollos, teóricos
de Juan Carlos Puig y Helio Jaguaribe, principales elaboradores del autonomismo, quienes
fueron contemporáneos del actor a analizar: Arístides Calvani y los desarrollos e intérpretes
posteriores de académicos sobre está teoría; como Arlene Tickner, José Briceño Ruiz, Raúl
Meza entre otros, quienes trabajaron y analizaron el desarrollo de una política exterior
autonomista, desde el punto de vista académico, y aunque los aportes teóricos de Puig y
Jaguaribe, no analizaron el caso Venezuela, desde mi punto de vista puede considerarse

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como el desarrollo, formulación e implementación, de la politica exterior que ejecuto el
canciller Calvani, como un caso de estudio concreto de política exterior autonomista a
finales de los sesenta e inicios de los setenta, cuando está inicia su despliegue teórico a
través de los autores citados. Analizaremos, un marco teórico que nos da la pista para
ubicarnos en el tema, luego el concepto de autonomía y finalmente, en ese sentido, los
principales planteamientos del Canciller Calvani, para luego dar unas reflexiones finales.

En efecto, Calvani fue un actor político que ejercicio el cargo de Ministro de


Relaciones Exteriores, durante los años de 1969 hasta el año de 1974 y como tal, ejercicio
el poder de una unidad administrativa del estado venezolano, en este caso la cartera de
Relaciones Exteriores y pudo ejercer un poder relacional con sus pares de relaciones
exteriores durante su gestión como canciller, si se quiere ejerció un soft power en su gestión
que busco por una parte, ejercerlo en el área de influencia natural de Venezuela, el Caribe y
Centroamérica y además buscó, la promoción del comercio exterior venezolano, lo que es
la exportaciones no tradicionales, la cooperación y la integración, como núcleo de la
política exterior de aquél tiempo, ejerciéndola en una estructura internacional cada vez más
compleja e interdependiente.

Así las cosas, primero, quién fue este individuo o actor, que le toco ejercer el cargo
de Ministro de Relaciones Exteriores. Conviene en ese mismo sentido, describir para las
nuevas generaciones quién fue someramente Arístides Calvani. En efecto, para las nuevas
generaciones es algo lejano en el tiempo si se piensa que su ejecutoria fue hace más hace
más de 45 años, tuvo una gran formación académica e intelectual, primero en el Colegio
San Ignacio de Loyola, en Caracas, donde cursa sus estudios de primaria y secundaria,
posteriormente, culmina sus estudios de Derecho en la UCV, de donde será por muchos
años profesor en la Facultad de Derecho de la UCV y la Universidad Católica Andrés
Bello, se inicia en la actividad docente en las cátedra de Introducción a la lógica en 1946,
cuando inicia su carrera como profesor y luego, en Introducción al Derecho y Filosofía del
Derecho, que serán la cátedras que dictará en los años 60. Funda, las Escuela de Ciencias
Sociales de la UCAB, además, el IFEDEC, del cual será su Presidente-Director desde 1962
hasta 1969, y que desde 1986 lleva su nombre. Participó en la creación de la Central
Latinoamericana de Trabajadores. Fue Secretario General de la Organización Demócrata
Cristiana de América, cargo que ejercerá al momento de su muerte.

Calvani fue un excelso intelectual, agudo, denso y con convicciones fuertes y


congruentes, dejo una obra escrita en filosofía, relaciones internacionales, participación
popular, socialcristianismo, comercio exterior, entre otros temas. Entre otros textos para su
estudio están: Apuntes para la Formación Política donde hay varios escritos de él sobre:
Valores fundamentales de la Democracia Cristiana, El Estado y la
Internacionalización, Sujeto de la formación: El Hombre, Naturaleza y fines de las
sociedades intermedias, El Socialcristianismo renovado, Organización Social y
participación, Introducción al marxismo, El marxismo-leninismo, El Concepto
marxista de la revolución, La guerra revolucionaria y el problema de la violencia entre

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otros. Publicó, también en la Revista SIC del Centro Gumilla, varios artículos. En la
Universidad Simón Bolívar participo en el Seminario Sobre Seguridad y Defensa Nacional
con una ponencia titulada La Seguridad, defensa, y valores de la persona, en marzo de
1980. Redactó un excelente ensayo para la colección de la Fundación Mendoza Venezuela
Moderna-Medio Siglo de Historia 1926-1976, un trabajo sobre la Política Internacional
de Venezuela en el último medio siglo, su ensayo más importante y testimonio de análisis
de la política exterior de Venezuela, de los primeros 70 años, del siglo XX, hechos por un
actor de primera mano, escrito casi tres años después de haber sido ministro, lo que le
permitió madurar en el legado de su obra como Canciller y lo que había sido la política
internacional hasta ese momento en Venezuela.

En el Ministerio de Relaciones Exteriores, está a disposición de los politólogos e


internacionalistas, en fin, en los interesados en la materia el acervo documental de su
gestión como ministro que para los entendidos (políticos e intelectuales), es una de las más
eficaces y brillantes en los anales de la diplomacia venezolana de cualquier época. Están
por una parte, los libros Amarrillo del año 1969 hasta el año 1974, un libro que herede de
mi padre intitulado “Una selección de su discursos” como Canciller donde se encuentran
piezas de análisis realmente interesantes del acontecer internacional en su dimensión
jurídica, política o económica internacional, como por ejemplo su discurso en el II
Congreso de Exportadores del 20 de marzo de 1972 patrocinado por la AVEX, la
Conferencia a nivel Ministerial del Grupo de los 77 del 2 de septiembre de 1971, en la
Tercera Conferencia de la UNCTAD el 18 de abril de 1972, Clausura de la Conferencia
de Tlatelolco de 23 de febrero de 1973 en México, entre otros brillantes discursos y
conferencias dictadas.

Por otra parte, están también, recogidos en dos extraordinarios volúmenes de gran
valor documental como son: Venezuela en las Naciones Unidas 1945-1985, donde están
registrados las intervenciones de Arístides Calvani en las Sesiones de Naciones Unidas de
aquellos años, donde se puede plasmar su visión sobre los asuntos mundiales del momento
y el basamento de la política exterior de ese quinquenio y se puede ver su gran formación
intelectual. En ese mismo aspecto, esta también registrado en el texto Venezuela en el
Consejo de Seguridad, una intervención del Doctor Calvani, el 16 de marzo de 1973,
relativa al examen de medidas para el mantenimiento y fortalecimiento de la paz y la
seguridad internacionales en América Latina, en una sesión especial del Consejo de
Seguridad que se celebró en la ciudad de Panamá en ese año, cuando se reunió por primera
vez en este lado del continente este organismo de la ONU, donde esta reflejado el problema
de la paz y el desarrollo en su pensamiento.

Para la época que Calvani era Canciller, el Ministerio era un organismo público, de
tamaño modesto y pequeño, sí se le compara con las dimensiones organizacionales que ha
adquirido hoy en día, por una parte, estaba estructurado el Ministerio de aquella época de
una Consultoría Juridica, una Dirección de Cooperación Internacional, una Oficina de
Asesoría de Relaciones Económicas internacionales, adscrita al Despacho del Ministro,

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además de dos grandes Direcciones de carácter sectorial; una de Relaciones Políticas y
otra, de Relaciones Administrativas, de donde dependían hacia abajo las direcciones de
línea, entre otras: la de Organismos Especializados, Dirección de Protocolo, Dirección de
Consulados, Dirección de Fronteras, Dirección de Información Exterior, y el recién creado
Instituto de Comercio Exterior, que fue un motor eficaz de la formulación e
implementación de la política de exportaciones no-tradicionales, como lo atestigua entre
otras, su participación en II Congreso de Exportadores, organizado por la AVEX, el 20 de
marzo del año 1972.

El otro aspecto innovador, fue, la política de acercamiento al Caribe en general y en


particular al oriental e islas del Caribe Británico, teniendo como base de operaciones
diplomáticas-consulares el Consulado Ad-honorem en la isla de Santa Lucia, con
circunscripción en: Antigua, Dominica, Grenada, San Cristóbal-Nevis, Anguila, San
Vicente, Monsetserrat y las Islas Británicas, además de la Embajadas en Trinidad y Tobago,
Jamaica, Barbados operativas en aquel momento, que hacían actividad política-diplomática
en esos países. Hay un serio y sistemático intercambio de visitas y cooperación
internacional, entre los primeros ministros y el Canciller Calvani, en esos años
mutuamente, que están registrados en los libros Amarrillo de la época. Calvani aprecio la
realidad internacional con realismo, no se dejó llevar por un idealismo romántico, creyó en
la interdependencia y eso se plasma en sus diversas intervenciones que invito a releer hoy a
más de 45 años de su ejecutoria eficaz como Canciller, digno héroe civil de la Venezuela
del siglo XX, por ello invito a los jóvenes a estudiar con seriedad su obra, como gran
Ministro de la primera administración del Presidente Caldera

Marco Teórico
Conviene a este respecto señalar que, las políticas exteriores de América Latina
siempre han buscado, dentro de sus estrategias, una mayor autonomía de las grandes
potencias, teniendo en cuenta tanto las constricciones estructurales del momento como la
situación doméstica. Esta estrategia se relaciona con el problema histórico del subdesarrollo
del continente en la medida en que este último responde a la dependencia económica y
política de la región (Puig, 1980; Bernal-Meza, 2005; Colacrai, 1992.). Esta búsqueda de
autonomía se agudizó en el siglo XX toda vez que se consolidó la hegemonía
norteamericana en la región, en el marco de la confrontación Este-Oeste propia de la
Guerra Fría y debido a los problemas Norte-Sur que se derivaron (Rusell-Tokatlian, 2000).
Estas estrategias han seguido una serie de aristas en función de, por una parte, aspectos
empíricos, tales como las constantes y los cambios en la estructura internacional como
variable independiente (Puig, 1980, 1984)1 y sus procesos asociados; y, por otra, su
teorización respecto a la definición de autonomía dentro de contextos históricos
determinados. Por ello, podemos, señalar que buena parte de la reflexión internacional
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latinoamericana, original, se encuadra con la propuesta política derivada de esta teoría
(Bologna, 2008).

De tal manera, en general, todo estado-nación “para ser autónomo requiere: contar
con un autodesarrollo; una autoconciencia de que se actúa con referencia a metas y
propósitos propios; y una libertad de acción frente a los condicionamientos externos”
(Tokatlián y Carvajal, 1995, p. 8), de allí su dificultad y complejidad de concretarla en
políticas exteriores, puesto que todo régimen internacional conformado por estados-
naciones está sujeto a hegemones (repartidores supremos) y Estados marginales
(recipiendarios) del que se deriva un juego que trae como resultado un mayor o menor
margen de autonomía que afecta las estrategias de los respectivos estados
(fundamentalmente el proyecto nacional, modelo de desarrollo y las vinculaciones
internacionales) (Puig, 1980, 1984; Bologna, 2008). Una de las acepciones de autonomía la
identifica con el derecho de un Gobierno a ser independiente de estructuras de autoridad
externas, del que se desprende el principio de no intervención o la libertad de actuar sin la
intromisión en los asuntos domésticos por parte de autoridad externa alguna (Rusell y
Tokatlián, 2000, p. 161). Es la que se denomina visión clásica —westafaliana—
predominante de la autonomía en América Latina (Bernal-Mesa, 2005). También se
desprende de ella el principio de autodeterminación de los pueblos, propia del proceso de
descolonización que emergió a mediados de siglo pasado. No obstante, en la actualidad,
marcada por nuevos debates en torno a la seguridad humana (García y Rodrigo, 2008), este
principio (de “no injerencia”) rivaliza con el de “responsabilidad de proteger” y el principio
de “seguridad colectiva”, dando cuenta de cambios del sistema internacional en el contexto
de posguerra fría que inciden notoriamente en la reconceptualización en curso de las
estrategias de autonomía presentes en la región. Otra de sus acepciones se refiere a la
autonomía como una capacidad obtenida en un tiempo determinado por parte del estado-
nación. De esta manera, esta le permite articular y alcanzar metas políticas en forma
independiente, ya sea en el ámbito doméstico o internacional (Colacrai, 1992; Rusell y
Tokatlian, 2000). Esta capacidad le permite tomar decisiones sin interferencias ni
constreñimientos del exterior ni el interior (Rusell y Tokatlian, 2000, p. 162), pero siempre
se tienen en cuenta los condicionamientos objetivos del mundo real (Puig, 1980). Una
tercera la señala como uno de los intereses nacionales de los Estados (los otros dos serían la
supervivencia y el bienestar económico) (Rusell y Tokatlian, 2000, p. 162). Según Wendt
(2005), estos intereses de todo Estado son poderes causales que los predisponen a actuar de
cierta manera. Su contenido, relevancia y jerarquía dependen del contexto político y
cultural dentro del que se formula la política exterior.

El cambio de este marco para la acción, tras el fin de la Guerra Fría, estaría dado por
las siguientes características: la globalización neoliberal y el consenso o convergencia
respecto a sus reformas; la crisis del socialismo y, en general, los relatos; la integración más
pragmática y selectiva en el marco del regionalismo abierto y la democratización de la

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mano de la protección de los derechos humanos y su proyección en los mecanismos
regionales de integración a través de la denominada cláusula democrática (Tokatlián y
Rusell, 2000, p. 166). Pese a este optimismo, el comienzo del nuevo siglo encuentra a
América Latina sumida en una crisis tanto de sus procesos de integración como del modelo
de democracia liberal. De esta crisis, conjeturamos, se desprende una redefinición de las
agendas exteriores y del significado de autonomía. A su vez, el anterior marco para la
acción, previo a las reformas neoliberales, se caracterizaba por una tendencia relativamente
endógena de las estrategias económicas marcada por el modelo Industrialización por
Sustitución de Importaciones (ISI), el regionalismo cerrado, el pensamiento dependentista
de la CEPAL y el desarrollismo fundamentalmente esbozado en Brasil a fines de los
sesenta (Bernal-Meza, 2004). Destacaba también la influencia de la Guerra Fría en el
funcionamiento del sistema internacional, marcado por los países no alineados y la
preeminencia de una matriz sociopolítica nacional popular y de estado céntrico (Garretón,
1999; O’Donnell, 2000). Con todo, el objetivo de este trabajo es analizar una estrategia de
autonomía en particular, el caso de la política exterior ejecutada por Arístides Calvani,
dentro del marco de la guerra fría, dentro del contexto regional de aquellos años en
América Latina desde la perspectiva de tres marcos sucesivos para la acción. Identificamos
así, tres tipos de autonomía una tradicional asociada al desarrollismo, una autonomía
relacional asociada al neoliberalismo, y una que emerge ahora en respuesta a la crisis
neoliberal, que retoma teorizaciones esbozadas en los marcos anteriores, cuales podrían ser
iniciativas de un estudio posterior.

Debe señalarse, que, la idea de autonomía que esboza Calvani en ese sentido, se
proyectaba en las políticas exteriores desde dos objetivos: una agenda vinculada a la
descolonización y la paz, desde 1960 a 1971, y otra económica vinculada a la reforma del
sistema económico internacional en 1970 a partir de la conferencia de Luzaka (Bernal-
Meza, 2005).

Autonomía desde la teoría de la dependencia. Desde la teoría de la dependencia,


preocupada más por variables domésticas, (Lechini, 2009, p. 63), las estrategias de
autonomía planteaban terminar con el deterioro de los términos de intercambio, propios de
las relaciones centro-periferia, transformando la estructura económica internacional.
O’Donnell y Link argumentaban que la dominación podía ser superada, y así alcanzar
niveles de autonomía, por medio de la transformación radical del sistema interno de
dominación y la instauración del socialismo (Bernal-Meza, 2005, p. 204, 205; Tokatlián y
Carvajal, 1995, p. 13). La revolución cubana, la vía chilena al socialismo y la adhesión de
algunos países al Grupo de no Alineados fueron procesos guiados por estrategias de
autonomía tradicional. Desde mediados del siglo XX y con frecuencia, las políticas
exteriores de América Latina se centran en el surgimiento del imperialismo norteamericano
y la respuesta ideológica desde una izquierda latinoamericanista y autonomista. Con todo,
las relaciones internacionales presentes en Latinoamérica durante la segunda mitad del
siglo XX estuvieron estrechamente relacionadas con un contexto económico internacional
de asimetría con el mundo desarrollado.

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De este modo, esto conllevó a que la dimensión clave de las relaciones
internacionales de los países de América Latina fuera el desarrollo económico por ello todo
el discurso económico internacional de Calvani de aquellos años en la UNTACD,
Comercio exterior (Tomassini, 1989; Lechini, 2009). En concreto, se vinculan estrategias
de desarrollo e inserción internacional y política exterior tendiente a la autonomía.

Surge así, y se desarrolla plenamente tras inicio de Guerra Fría, la explicación sobre
la naturaleza del funcionamiento del sistema económico mundial y su incidencia en la
respuesta de los actores internacionales de la región, centrada desde la teoría de la
dependencia. Esta teoría permitía comprender los mecanismos a través de los cuales las
estrategias convergentes entre segmentos capitalistas presentes en los países desarrollados y
en los países subdesarrollados, conseguían perpetuar situaciones de dependencia económica
y subordinación política (Bernal-Meza, 2005; Calduch, 2000). A partir de la década del 70,
el debate alcanza mayor complejidad en torno a debates acerca de las opciones de políticas
exteriores menos dependientes de los intereses nacionales de la potencia hegemónica.
Desde una perspectiva realista —liderada por Juan Carlos Puig y Helio Jaguaribe— se
comienza a teorizar en torno a “optimizar la inserción latinoamericana en el sistema
internacional y reducir la vulnerabilidad de los estados débiles”, he aquí el inicio de la
política exterior del pluralismo ideológico, la justicia social internacional y el bien común
internacional (Lechini, 2009, p. 64).

La influencia realista en el replanteamiento de la autonomía. En efecto, los


esfuerzos de Puig (1980, 1984, 1987) por plantear una propuesta realista de la autonomía
enfatizaban, por un lado, la constatación de un mundo de intereses contrapuestos entre
estados poderosos y Estados débiles y dependientes, los cuales requerían de una mayor
autonomía para alcanzar su proyecto de desarrollo, pero teniendo en cuenta las
constricciones estructurales propias de un mundo bipolar. Destacaba también la existencia
de un juego de suma cero entre estados dominantes y dominados, a superar vía políticas de
autonomía. Seguidamente, destacaba la existencia de repartidores supremos —élites
transnacionales y estados hegemónicos— que se imponían a la elites de los países débiles;
y, particularmente, se detenía en la funcionalidad de estas élites periféricas para optar por
caminos de dependencia o de autonomía, según si aceptan (o no) llevar adelante la máxima
capacidad de decisión propia (nacional) posible de alcanzar y la viabilidad o decisión de
estas élites a emprender el camino de la autonomía (Bernal-Meza, 2013, p. 10).

En primer lugar, el análisis del autonomismo se realiza en el contexto del debate


actual sobre las contribuciones a la teoría de las relaciones internacionales de los países que
se ubican fuera del núcleo central en el cual se ha desarrollado la disciplina (primariamente
Estados Unidos, seguido de Gran Bretaña y Europa Occidental). En otras palabras, se
señala que la división norte-sur está vigente en la disciplina. En este contexto, en el trabajo
se destaca la originalidad teórica de las propuestas latinoamericanas sobre autonomía, es
decir, se parte de la premisa que tanto Puig como Jaguaribe, intentaron construir una
contribución teórica propia en cuanto a la organización del sistema internacional y su

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funcionamiento. La originalidad del pensamiento autonomista la convierte motu proprio en
una contribución del sur a los debates teóricos de la disciplina, a una contribución
autóctona. Como señala Arlene Tickner, el concepto de autonomía “ofrece una óptica
distinta para pensar sobre política exterior y política internacional que aquellas disponibles
en las corrientes principales de las relaciones internacionales” (Tickner, 2014, 75). Este es
un aspecto significativo que debe ser evaluado en el marco del debate actual sobre la
existencia de contribuciones de la periferia a la teoría de las relaciones internacionales.

En segundo lugar, como señala Mohamed Ayoob, las teorías de las relaciones
internacionales, sin importar lo refinadas o complejas que puedan ser, desarrollan sus
premisas de sus contextos históricos y geográficos. “Casi todos los paradigmas de las
relaciones internacionales son, en el análisis final, los productos de las percepciones de los
teóricos de lo que ellos ven a su alrededor. Estas percepciones son, a su vez, moldeadas por
las experiencias de los teóricos, y las teorías, por lo tanto, se vuelven prisioneras del tiempo
y el espacio (Ayoob, 1998, 32). Esto es un argumento válido cuando se analiza el
autonomismo. Su construcción teórica no puede estar separada del contexto histórico,
político e intelectual de América Latina, en la cual surgieron y, por ello, es indisputable que
el realismo político, el pensamiento de la Cepal, la Escuela de la Dependencia o incluso los
iniciales aportes de la Escuela de la Interdependencia influyeron en Puig y Jaguaribe.

Por otra parte, en tercer lugar, se evalúa no solo la originalidad de las propuestas
autonomistas, sino también la vigencia de sus categorías explicativas. El tema es relevante
pues Puig y Jaguaribe desarrollaron sus ideas en el contexto de la Guerra Fría y una de las
críticas mayores al autonomismo es que su poder explicativo es limitado para entender el
mundo globalizado posterior al fin del conflicto Este-Oeste. Desde el fin del comunismo
existiría “un nuevo contexto para la acción”, que hace que la noción tradicional de
autonomía sea anacrónica (Russell y Tokatlian, 2002, 175). En este trabajo se problematiza
este asunto, señalando que algunas categorías autonomistas están vigentes
independientemente de su contexto temporal. En consecuencia, aunque hayan surgido en la
Guerra Fría, aún tienen valor explicativo, pues describen estructuras internacionales que no
solo existen en la actualidad, sino que existían antes de la misma Guerra Fría, por ello tan
vigente las ideas formuladas y ejecutadas por Calvani, en aquel momento.

Sin embargo, tres de los temas centrales del mismo merecen ser discutidos, pues
ayudan a la compresión del autonomismo latinoamericano como aporte en las discusiones
teóricas de las relaciones internacionales. En primer lugar, se ha objetado que en la
disciplina ha predominado una metodología positivista que se basa en una rigurosa
distinción entre el sujeto y el objeto, y en generalizaciones en forma de hipótesis que deben
ser empíricamente verificables. Bajo este predominio positivista, se ha establecido una
división del trabajo en la disciplina, en el marco de la cual correspondería al centro
establecer los límites de las relaciones internacionales, es decir, definir qué es “lo
internacional”. Igualmente, se atribuiría una “función disciplinar” al fijar los parámetros de
lo que se considera científico o no en la disciplina. Arlene J. Tickner, acudiendo a los

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argumentos de Patrick Thaddeus Jackson, objeta la ambición del mainstream de catalogar
lo que es científico y lo que no lo es, pues esto implica una función de “disciplinar en la
disciplina” que se han atribuido las corrientes principales. Jackson (2011) establece cuatro
tipos ideales de producción científica, que califica como neopositivista, realismo crítico,
analítico y reflectivistas. En estas diversas tradiciones, las relaciones entre el objeto y el
sujeto también varían. En el positivismo y el realismo crítico se acepta el dualismo entre
mente y mundo, mientras las tradiciones analíticas y reflectivistas aceptan que existe un
monismo entre el investigador y el mundo que investiga.

En segundo lugar, se discute si lo producido en los países del Sur Global, aunque se
describa como teoría, no es más que una serie de conceptos y definiciones “prestadas” de
las teorías dominantes y usadas para resolver problemas específicos (Tickner, 2013, 637).
Se debate, entonces, si en el sur solo se “mimetizan” los conceptos emanados en el centro
(Acharya, 2013, 623). Mimetizar (o mimicry, en inglés) es un concepto desarrollado por las
teorías poscoloniales, en particular Homi K. Bhabha, quien lo define como “el deseo de ser
otro, reformado y reconocible, como sujeto de diferencia que es casi lo mismo, pero no
exactamente” (Bhabha, 1994, 86). Sin embargo, en el debate reciente de las relaciones
internacionales, mimetizar se usa en el sentido de emulación o imitación (Acharya, 2013,
623) o simplemente de una importación acrítica de las teorías del centro. Por ello
analizaremos el tema de la hibridización.

Con base en el análisis, para Nederveen Pieterse, la hibridación se presenta de


varias formas, lo que permite construir un continuum de hibridaciones. Puede existir un
tipo de hibridación que se inclina hacia el centro, adopta el canon y mimetiza la hegemonía,
pero también puede existir, en el otro extremo, una hibridación que diluye el canon, invierte
lo actual y subvierte el centro. Según los componentes de la mezcla, la hibridación puede
ser entonces diferenciada. Por un lado, una hibridación asimilacionista, en la cual
predomina el centro y, por el otro, una hibridación que desdibuja o desestabiliza el canon y
sus categorías (Nederveen Pieterse, 2009, 79-80). Papastergiadis destaca este aspecto de
transgresión que pueda tener la hibridación, al señalar que “en la medida en que el proceso
de formación de identidad se basa en la premisa de una frontera exclusiva entre ‘nosotros’ y
‘ellos’, lo híbrido, que nace de la transgresión de esta frontera, figura como una forma de
peligro, pérdida y degeneración” (Papastergiadis, 2000, 174). También se destaca que la
hibridación se puede inscribir y reproducir en la hegemonía y relaciones de dominación. En
consecuencia, cuando se hace referencia a procesos de hibridación, se deben considerar los
términos y las condiciones de la mezcla, así como la forma de evitar que la hegemonía no
sea simplemente reproducida, sino reconfigurada en la hibridación (Nederveen Pieterse,
2012, 80). El tercer tema del debate actual en las relaciones internacionales discute si
muchas de las categorías generadas por enfoques como el realismo o el liberalismo sirven
para entender o explicar las relaciones internaciones de los países del Sur Global (véase
Neuman, 1998b). En este contexto, se cuestiona, por ejemplo, si el concepto de “soberanía”
es aplicable al continente africano o si los países del Sur Global perciben las relaciones
internacionales solo en términos de agentes que interactúan en un sistema que se caracteriza

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por la anarquía y, en consecuencia, están mayormente preocupados de cuestiones de
seguridad. Para los países del sur, temas como el desarrollo económico son
extremadamente relevantes, aunque no ocupe un lugar central en la agenda en los debates
paradigmáticos realizados en los países del centro. Estos tres temas del debate centro vs.
periferia en la disciplina, son cruciales en la compresión de las discusiones sobre los
aportes latinoamericanos en los debates sobre las relaciones internacionales, y, en
particular, en el caso concreto de las contribuciones en torno a la idea de autonomía.
Algunos cuestionamientos surgen de forma inmediata: ¿Se pueden considerar las
propuestas de Puig y Jaguaribe como teorías? ¿Discutir la condición de teoría de la
autonomía, se trata de una cuestión realmente epistemológica o de una función disciplinar?
Por otro lado, ¿es la autonomía, como lo plantea Arlene Tickner, un claro ejemplo de
hibridación en la producción científica en la periferia en la disciplina de las relaciones
internacionales? Desde nuestro punto de vista creemos que sí. Estas interrogantes exceden
este trabajo que podrían responderse en próximas investigaciones.

En ese aspecto, el denominado mainstream o las corrientes principales no solo se


han atribuido la condición de conocimiento científico, sino que también cumplen la función
de determinar qué es lo internacional y qué se considera una teoría para analizar aquello
que se considera internacional. En este sentido, son las corrientes principales las que
definen las fronteras de la disciplina y lo que se discute en ella: poder, conflicto, regímenes
internacionales, interdependencia. La autonomía no es una categoría considerada, lo que es
lógico, pues Estados Unidos o Gran Bretaña disponen de un amplio margen de maniobra en
el sistema internacional para estar preocupados por su autonomía. Su mayor preocupación
es cómo tratar con las amenazas que emergen en un contexto de anarquía o cómo crear
regímenes internacionales que ayuden a mitigar esa anarquía.

Por ello, el conocimiento que se desarrolla se ocupa por otros temas: el desarrollo
económico, el papel de las empresas transnacionales en sus economías, la defensa de la
democracia, el fortalecimiento del derecho internacional o la promoción de la justicia
internacional. En otras palabras, en la agenda del Sur Global, el poder es apenas un tema de
la agenda. Esto ya implica un choque con los enfoques dominantes, en cuyo marco
explicativo estos asuntos son excluidos o, en el mejor de los casos, ubicados en la periferia,
por ser irrelevantes o propios de otras disciplinas como la economía o el derecho. En
consecuencia, la producción teórica que emerge para explicar esos procesos del Sur Global,
en general, y en América Latina, en particular (el estructuralismo de la Cepal y Raúl
Prebisch, la teoría de la dependencia o la Escuela de la Autonomía), es cuestionada y se le
considera que no es parte de la disciplina, ya sea porque son una doctrina (no una teoría en
términos positivistas) carente de generalizaciones empíricamente demostrables o por
ocuparse de asuntos que no son realmente “internacionales” (el desarrollo económico o la
autonomía), según el estándar de las corrientes principales. En su función de “disciplinar la
disciplina” se objeta, entonces, el carácter de teoría de las propuestas de Puig o Jaguaribe.

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Como se puede ver la primera cuestión, el poder en las relaciones internacionales,
resulta controvertida, pues como señala Luis Dallanegra Pedrazza, las relaciones
internacionales poseen “una visión totalizadora” y contemplan “no solo la mirada desde el
‘poder’, sino también desde la carencia del mismo, las características y el funcionamiento
del sistema mundial, las posibilidades que tienen sus miembros de actuar en función de sus
propios intereses y la perspectiva desde la que uno se ubica para comprender el
funcionamiento del sistema” (Dallanegra Pedraza, 2009, 4).

En segundo lugar, es cierto que la construcción de un campo científico que llegue a


una instancia paradigmática debe estar acompañada por la construcción de términos
teóricos y abstractos. Sin embargo, como señala Jackson (discutido en la sección previa),
esa es una forma entre varias de generar conocimiento en la disciplina. Tomassini,
aceptando una taxonomía propuesta por Stanley Hoffmann, afirma que existen al menos
tres formas de teorización: la normativa, que se propone prescribir cómo debería ser el
sistema internacional; la empírica, que se orienta a analizar el comportamiento político de
los distintos actores, y la práctica, que está interesada en contribuir al diseño de fórmulas
para la acción (Tomassini, 1980, 550).

Se debe recordar que la obra de Puig y Jaguaribe sobre la autonomía se desarrolla en


las décadas de 1970 y 1980, (período en que Calvani es Canciller) un período en el cual las
relaciones internacionales adquirían un creciente estatus académico en América Latina y
surgían varios centros académicos dedicados al estudio de los asuntos mundiales. Se
buscaba un estudio “científico” de las relaciones internacionales, lo que se quería hacer a
través del estudio sistemático, analítico, crítico y empírico de dichas relaciones” (Perina,
1985, 11). Las propuestas de Puig y Jaguaribe no estuvieron al margen de ese movimiento,
pues su dimensión teórica fue vital en la construcción de la disciplina en la región, pero no
dejaron de estar influidas por lo que Arlene Tickner (2008) describe como la “primacía de
lo práctico”. La experiencia política de Puig y Jaguaribe hacía inevitable que muchas de sus
propuestas combinasen un esfuerzo de realizar un análisis científico con la búsqueda de
influir en la política práctica, que hace que el autonomismo sea más bien un enfoque
analítico o reflectivista, en las líneas propuestas por Thaddeus Jackson. Así, por ejemplo,
Puig se planteaba como un componente de su marco explicativo lo que denominaba
“iusnaturalismo ideal sustancial”, que tomaba del pensamiento de Rafael Caldera y Werner
Goldschmidt. En este enfoque se formulan “principios de hondo contenido y (se) justifica la
crítica del orden existente, el enjuiciamiento de las normas y conductas internacionales
(subrayado mío).

Por ello, es más correcto analizar el autonomismo en el contexto del tercer debate,
marcado por la crítica al realismo por la denominada, en ese entonces, “interdependencia
compleja”, pues aunque Puig utiliza la categoría poder, rechaza un enfoque del sistema
internacional solo centrado en la lucha por el poder (Puig, 1980), lo que evidencia una
coincidencia con la visión de un mundo complejo más allá de la lucha por el poder que
planteaban autores como Nye Jr. y Keohane, para el cual el tema del desarrollo y las

11
asimetrías era importante, como argumentaba el estructuralismo cepalista. Es cierto que
Puig cita a Morton Kaplan, pero lo hace para validar su crítica a lo que describe como
“características atomistas del sistema internacional”, como lo hace también cuando
examina las consecuencias de la aparición de los análisis de proceso decisorio, que atacaron
al corazón del mainstream que consideraba al Estado como un actor único y racional.

Cabe mencionar, que en las propuestas autonomistas se adopta esta posición. Esto
no implica que el Estado no fue una variable importante en el análisis autonomista. En el
caso de Puig, el Estado era una variable crucial, pero se analizaba desde una perspectiva un
poco distante de la visión realista o neorrealista. En particular, rechazaba la noción
soberanista que parte de la premisa de que todos los Estados soberanos, por el hecho de ser
independientes, poseen autonomía. Puig realiza una lectura crítica al argumentar que existe
una asimetría en el sistema internacional en cuanto a la autonomía, pues mientras en los
países del centro la soberanía y la autonomía van juntas, en la periferia solo algunos
Estados pueden llegar a la autonomía. Por lo tanto, es válido afirmar que el desarrollo de la
Escuela de la Autonomía se produce en el contexto en el que existía un movimiento
regional para fomentar enfoques propios en la interpretación de los asuntos mundiales que,
consciente o inconscientemente, significaban un reto a la función disciplinar de las teorías
del centro. Esto aconteció de diversas maneras, que van desde la ruptura propuesta por la
Escuela de la Dependencia a los enfoques más moderados de la Escuela de la Autonomía.

Es necesario hacer notar que, en el estudio del desarrollo de la disciplina de las


relaciones internacionales en América Latina, el concepto de hibridación ha sido utilizado
por Arlene Tickner, quien considera que los enfoques autonomistas de Puig y Jaguaribe
establecieron un puente entre la Escuela de la Dependencia y los dos enfoques dominantes
en el centro en la época: el realismo y la interdependencia. Para Tickner, el autonomismo
sería un ejemplo de hibridización de conocimiento que, en su opinión, “ilustra la
complejidad de los procesos de transporte, asimilación y transformación que implica el
intercambio de conocimiento entre el centro y la periferia” (Tickner, 2011, 27). Como
señala la misma Tickner, la autonomía se produce a partir de la articulación y mezcla de
ideas provenientes del mainstream, pero también de un encuentro con propuestas de la
periferia. Para entender bien este argumento, resulta conveniente analizar cómo las ideas
del centro y la periferia se mezclaron en el autonomismo.

Son bastante cuestionables las perspectivas que asimilan al autonomismo con


realismo clásico de Morgenthau o con el neorrealismo de Kenneth Waltz. En particular, la
asociación con el realismo clásico ha sido utilizada, especialmente en la década de 1990,
para argumentar que el autonomismo se relaciona con una perspectiva vetusta de las
relaciones internacionales, frente a la aparición de otras corrientes que se consideraban más
actuales, como la interdependencia compleja y el institucionalismo neoliberal, que
influyeron en las escuelas encabezadas por Carlos Escudé y Roberto Russell (Corigliano,
2009), o enfoques constructivistas, feministas o posestructuralistas más recientes.
Dallanegra (2009, 129 y ss.) asevera que Puig tenía una cosmovisión realista de fines, no de

12
medios. Como enseñan los manuales de relaciones internacionales, el realismo surgió en la
última posguerra en torno a los conceptos de Estado, interés nacional y el equilibrio de
poder que, en palabras de Luciano Tomassini, constituyeron la base de las relaciones
internacionales y dieron lugar a la escuela o modelo interpretativo realista (Tomassini,
1980, 326). Un primer elemento a comparar es la unidad de análisis. En el pensamiento de
Puig, el Estado no se concibe como actor único y racional, sino que en su seno los grupos
de presión o las élites se disputan su control y son estos los que delinean las diversas
formas de inserción (dependencia paracolonial, dependencia racionalizada, autonomía
heterodoxa y autonomía secesionista). Cada una de estas categorías se definen por el rol
que le asignan las élites a su Estado en el sistema internacional, ya sea por no poseer un
proyecto propio y, por lo tanto, estar subordinado a la gran potencia (dependencia
paracolonial), por poseer un proyecto, aunque sea dependiente (dependencia racionalizada),
si tiene uno autonomista (autonomista heterodoxo), o si plantea uno que lleve a una ruptura
estratégica (autonomía secesionista) (Puig, 1984b).

Por ello, a diferencia del realismo clásico, el autonomismo fija el interés nacional
en la base material o ideacional de las élites para conservar sus beneficios y poderes en el
Estado-nación, y no con un carácter permanente y atemporal como en aquel. En el caso de
Jaguaribe, aunque las élites no aparecen en su marco analítico, de forma similar que en
Puig, sí son un factor necesario para conseguir un elemento que es crucial en el logro de la
autonomía: la viabilidad nacional. La capacidad de un Estado de lograr una inserción
autónoma en el sistema internacional estratificado depende, en gran medida, de “un
compromiso explícito de las élites con un proyecto nacional” (Vigevani, 2014). Se puede
inferir, entonces, que en Jaguaribe, en la medida en que las élites apoyasen un proyecto
nacional, el Estado tendría una mayor posibilidad de inserción autónoma en el sistema
internacional, y viceversa. En consecuencia, la imagen del Estado unitario, que en su
actuación global responde simplemente a los constreñimientos que impone la anarquía del
sistema internacional, no es la utilizada por Jaguaribe en su marco explicativo. El segundo
elemento que se debe comparar es la problemática de estudio. Si bien el autonomismo se
preocupa por algunos temas propios de la tradición realista, como la lucha por el poder, una
variable importante en Puig, esta cuestión no excluye que su análisis aborde otras como,
por ejemplo, las económicas. Un breve examen de las características de sus categorías
permite observar cómo poder y economía están interrelacionadas en la obra de Puig. Como
ya se ha señalado, los diferentes tipos de élites propuestos por Puig (dos dependentistas y
dos autonomistas) están definidos por la forma de vinculación con la(s) potencia(s)
hegemónica(s), pero no son analizados solo en términos políticos, sino también
económicos. Por ejemplo, el modelo de dependencia racionalizada, que —según Puig—
estuvo vigente entre mediados del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial, está
determinado por la presencia del modelo agroexportador, que es una variable económica y
no política (Simonoff, 2012). Jaguaribe, por su parte, considera que la viabilidad nacional
de un país depende, para un determinado momento histórico, de la medida en que disponga
de un mínimo crítico de recursos humanos y naturales, incluida la capacidad de intercambio

13
internacional. Este mínimo crítico está condicionado por las exigencias tecnológicas de la
época, por el grado de integración sociocultural del país respectivo y por el nivel moral y
educativo de su población. La capacidad de un país para lograr el estatus de autonomía, que
es un objetivo político-estratégico, depende —entonces— de variables socioculturales,
económicas y tecnológicas (Jaguaribe 1968, 1979). El elemento económico es tan
importante para Jaguaribe, que establece una forma de autonomía que describe como
sectorial, que es la que se ejerce en el ámbito económico, en virtud de determinadas
ventajas comparativas, como es el caso de Arabia Saudita o Venezuela, debido a sus
recursos petroleros (Jaguaribe, 1979).

Por consiguiente, para Puig está claro que la cooperación e integración entre los
países periféricos no son solo posibles, sino incluso necesaria, como se evidencian en sus
escritos sobre integración solidaria (Puig, 1986). Por ello, Puig apoyó iniciativas como el
SELA o la OPEP como mecanismos para incrementar la autonomía desde espacios de
cooperación latinoamericana o sur-sur. El carácter suma cero de la autonomía se plantea,
entonces, en las relaciones con los repartidores supremos e inferiores. Así, Puig argumenta
que “salvo casos límites o atípicos, el logro de una mayor autonomía supone, en el corto
plazo, un juego estratégico suma cero en el cual alguien gana lo que otro pierde” (Puig,
1986, 51). La antigua potencia pierde, el antiguo cliente gana; blanco o negro; no siempre
son opciones extremas, existen variaciones menos tajantes que permiten la cooperación
(por ejemplo, cuando están en juego los intereses del bloque y no solo los de la potencia
dominante). Yendo más allá de eso, Dallanegra sostiene que el proceso de suma cero no es
la única forma de acumulación de poder, puede construir poder sobre sí mismo. El propio
Puig parece argumentar que esta situación suma cero puede modificarse, pues al proceso de
autonomización se puede introducir el factor de retroalimentación, “que llevará al perdedor
a evaluar las ventajas del nuevo cuadro de situación”. Para Puig este último factor es “algo
que los latinoamericanos no hemos comprendido demasiado” (Puig, 1986, 51). Por ello, es
lícito preguntarse si la autonomía, en vez de percibirse como basada en una lógica suma
cero, debería basarse en un modelo de motivación mixta. En este modelo, los intereses de
los jugadores no son ni totalmente coincidentes ni totalmente opuestos, y el objetivo es
obtener el equilibrio (véase Colman, 1982). Las otras influencias en el pensamiento sobre la
autonomía provienen de América Latina: las propuestas de la Cepal y la Escuela de la
Dependencia.

Como es ampliamente conocido, la Cepal identifica la causa de la brecha entre el


centro y la periferia en una desigual distribución del progreso técnico en estas dos esferas
de la economía mundial, lo que deriva en un deterioro de los términos del intercambio de la
periferia. En el marco de la especialización productiva, pero a diferencia de las teorías
clásicas, los precios de los productos de alto valor agregado tuvieron una mayor elasticidad-
precio que la de los precios agrícolas, y ello contribuyó al aumento de la brecha comercial
entre países desarrollados y subdesarrollados. El camino a seguir para salir de esta situación
era la transformación productiva, que se lograría a través de tres medios: la
industrialización con sustitución de importaciones, la integración regional y la defensa de

14
los precios internacionales de las materias primas. La sustitución de importaciones es una
primera etapa de esta estrategia, aunque Prebisch reconoce que era un proceso complejo,
que requería ser complementado a través de dos formas del proceso de acumulación con la
utilización de las divisas resultantes del comercio exterior y la incorporación de capitales
extranjeros, en la medida en que no afectasen la capacidad decisoria de la nación y hubiese
control estatal. Esto permitiría un grado mayor de industrialización, en particular en la
producción de bienes intermedios, de capital y de consumo durable. El impulso de la
integración regional se proponía favorecer los intercambios recíprocos, a través de la
formación de un mercado común latinoamericano que promoviese la exportación de
manufacturas propias. La creación de instrumentos para defender los precios de los
productos primarios se realiza a través de dos vías: la defensa individual de ellos para poner
fin a estas distorsiones y la colectiva, impulsando acuerdos de estabilización e impugnación
de las teorías neoclásicas que sostienen esta situación de inequidad. Mientras las dos
primeras propuestas son desarrolladas por Prebisch como secretario ejecutivo de la Cepal
en la década de 1950, la tercera la plantea en su gestión como secretario general de la
Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo (UNTACD), en los
años sesenta del siglo XX. Este programa de acción sufrió algunas modificaciones en la
década de 1970, cuando se plantearon acciones como “evitar el endeudamiento excesivo” y
“buscar la complementariedad entre la industrialización sustitutiva y la expansión de las
exportaciones industriales”, es decir, la promoción de las exportaciones. Al construir sus
ideas autonomistas, Puig cuestionó el marco teórico propuesto por la Cepal, pues en él no
existía una discusión del paradigma capitalista: la búsqueda de alternativas es al interior de
este sistema. Al respecto, Puig puntualiza que este programa no tiene nada “que signifique
el cuestionamiento al propio régimen [capitalista], que es el generador de la injusticia”
(Puig, 1984b, I, 15). Resulta al menos curiosa esta crítica de Puig, pues sus propuestas de
autonomía tampoco significaron un cuestionamiento de fondo del capitalismo. La verdad es
que a pesar de su compleja relación con la Cepal, esta sí influyó en Puig, en particular en su
visión asimétrica del sistema internacional. En el caso de Jaguaribe, la influencia de la
Cepal es importante debido a la conexión con el desarrollismo brasileño con el cual
Jaguaribe fue un miembro prominente.

Según Cristóbal Kay, existen tres corrientes distintas en la Escuela de la


Dependencia: una marxista, o neomarxista, en realidad; una estructuralista y una versión
crítica dentro del pensamiento de Cepal (Kay, 1998,103).

Pero, por otra parte, aunque Puig no negaba la validez de la categoría dependencia
para explicar la realidad latinoamericana, su objeción primaria era que se la concibiese
como una categoría omnicomprensiva, que explicase todos los procesos políticos de la
región, fuesen internos o externos. En un trabajo publicado en 1971, señalaba al respecto:
“Creemos, en efecto, que la dependencia constituye una categoría, pero de ninguna manera
totalitaria. Junto con ella deben manejarse otros entes de captación racional, tales como la
marginalidad y el subdesarrollo” (Puig, 1971, 60). En otras palabras, Puig acepta que en el
sistema internacional existen relaciones de dependencia, aunque su forma de abordar esta

15
es distinta que en la Escuela de la Dependencia. Según Puig, las relaciones de dependencia
están caracterizadas por dos elementos o factores. El primero de ellos, que denomina
formal, se refiere a la existencia de un repartidor supremo; mientras que el segundo, que
describe como sustancial, se relaciona con las ordenanzas que emite el repartidor supremo
(Puig, 1971, 60).

Sin embargo, la periferia tenía posibilidades de superar su situación de dependencia


mediante una estrategia de “autonomización”. Es decir, Puig presenta una visión distinta
al dependentismo, que excluye las posibilidades de progreso de la periferia en el orden
capitalista. Igualmente, Puig rechazaba el “externalismo”, es decir, la tendencia a
culpar de los problemas de la región solo a una potencia externa o a factores
internacionales. No se trataba de obviar la importancia de estos factores, sino de dejar
de considerarlos como las únicas causas de los problemas de un país, ya que esto
conducía a una suerte de actitud de resignación para no realizar intentos para
modificar una realidad que le pueda ser adversa (subrayado mío). Jaguaribe, por su
parte, también utilizó la categoría dependencia en sus trabajos de fines de la década de 1960
e inicios de los años 1970. Así, en el trabajo “Dependencia y autonomía en América
Latina”, publicado en 1969, Jaguaribe utiliza ampliamente la categoría dependencia en su
marco explicativo, al punto de establecer como formas potenciales de organización de la
región el “desarrollo dependiente”, la “dependencia satelizante”, la “dependencia quisling”
y la “dependencia coercitiva” (Jaguaribe, 1969, 70). Sin embargo, ya en ese mismo artículo,
Jaguaribe realiza una crítica a la categoría dependencia y presenta a la “autonomía” como
una alternativa para América Latina”. Sin embargo, Jaguaribe fue crítico de la forma como
la dependencia era entendida por las corrientes principales de esta escuela de pensamiento.
Por ejemplo, objetaba que la dependencia existiese solo en las relaciones norte-sur, pues
existían países dependientes de Estados Unidos, en el bloque occidental, y de la Unión
Soviética, en el antiguo bloque comunista.

Se observa, entonces, que aunque el dependentismo influyó en Puig y Jaguaribe,


ambos fueron críticos de aspectos relevantes de este enfoque. Algo similar ocurre en la
vinculación de Puig con la Cepal, lo que fue mucho menor en el caso de Jaguaribe, debido
a las fuertes interacciones entre el desarrollismo brasileño y el estructuralismo cepalista.

Por tal razón, en el caso de las doctrinas del centro, en particular el realismo y la
interdependencia, tanto Puig como Jaguaribe desarrollan buena parte de su producción
teórica autonomista en el marco del tercer debate entre el realismo/neorrealismo vs. la
interdependencia/neoliberalismo, y es por ello que aunque otorguen un valor importante al
Estado y las relaciones de poder en su marco explicativo, también reconocen el papel de
actores no estatales y de la creciente interdependencia en las relaciones internacionales.
Tickner asevera que esta diversidad de fuentes que inspiran el autonomismo lo convierte en
un ejemplo de hibridez o hibridación. En palabras de esta autora, esta fusión de conceptos
de la teoría estructuralista-cepalina, de la dependencia, el realismo y la interdependencia,
contribuyó a crear un modelo latinoamericano híbrido, que se convierte en fundamental en

16
el análisis de los asuntos globales en la región (Tickner, 2003, 331). Sin embargo, el riesgo
de la categoría hibridez es que cuando se utilice para explicar el desarrollo teórico de las
relaciones internacionales en el Sur Global termine privilegiando las ideas del norte. En ese
caso, se estaría más frente a una mimetización de las narrativas del norte que a una
hibridación, aunque esta idea de por sí sea polémica, como se explicó en la sección anterior
de este trabajo. La hibridez no es, en realidad, un encuentro de tradiciones opuestas del
centro y la periferia que se mimetizan, sino el encuentro de ideas de las corrientes del
centro hegemónico en la disciplina (realismo, interdependencia), con ideas del sur
periférico (del cepalismo y el dependentismo), que son cuestionadas en el centro. Es,
entonces, el encuentro de ideas que en muchos aspectos se oponen. En este sentido, si la
autonomía es una forma de hibridación, no es asimilacionista, sino que lo es en la forma
que plantea Nederveen Pieterse, es decir, es un híbrido que diluye el canon, lo invierte y, de
alguna forma, lo subvierte. La teoría de la autonomía puede ser híbrida, pues toma
elementos del realismo, la interdependencia o el dependentismo, pero lo hace para
criticarlos, no para validar su aplicación, y a partir de ellos construir nuevas propuestas.

Por ejemplo, Puig supo tomar de las teorías cepalinas y dependentistas sus
fortalezas, y también tomar en cuenta sus debilidades. Muchos de estos elementos están
presentes en las teorías de la autonomía de Jaguaribe y Puig: cambiar la situación de
dependencia, remover los condicionantes internos, promover el acceso de las grandes
mayorías al dominio del Estado. Pero se diferencian de aquella cuando la reducen a un
medio y no a un fin; para ellos no es más que un instrumento de potencialidades ilimitadas
para la ruptura del sistema. Aunque Puig y Jaguaribe, por ejemplo, considerasen lo acertado
de estos análisis, la propuesta de una salida por fuera del capitalismo se convertía en una
opción descorazonadora y nihilista. En palabras de Puig: “No cabe duda de que tales
asimetrías existen; de lo que se trata es de superarlas mediante maniobras estratégicas que
se basen en un diagnóstico político acertado” (Puig, 1984b, 49).

Por ello, como apunta Bernal Meza: “Puig supo escapar de un enfoque que —por su
visión cíclica de la historia, que consideraba al conflicto como algo recurrente y
suprahistórico— aparecía funcional a los intereses de aquellos Estados en posesión de un
potencial de destrucción masiva, que fundamentaba la impermeabilidad intrabloques, para
transitar nuevas perspectivas teóricas aptas para fundamentar estrategias autonomizantes”
(Bernal Meza, 1989, 237). Algo similar ocurre con la posible influencia del realismo. Al
igual que los realistas, tanto Puig como Jaguaribe se preocupan por el poder. No obstante,
lo conciben de forma algo distinta al realismo, pues Puig (1980), por ejemplo, objeta la
concepción del poder basada en la simple fuerza material. De igual manera, la idea de un
sistema internacional solo formado por Estados es rechazada por Puig (1980), ya que
acogiendo los planteamientos de la interdependencia, acepta que existe una diversidad de
actores transnacionales, intergubernamentales y transgubernamentales, que interactúan a
escala global. Puig no niega la importancia del poder como variable y del Estado como
actor internacional, pero no las considera elementos suficientes para describir el orden
global. En cambio, Puig sí objeta la idea de anarquía, aspecto en el cual coincide con

17
Jaguaribe. El régimen internacional de Puig o la estratificación internacional de Jaguaribe
son un rechazo al mundo anárquico del realismo e implican un mundo jerárquico en el cual
los países del Sur Global tienen una posición subordinada. Al plantear la necesidad de un
proceso de autonomización, que no solo se basa en las capacidades materiales y que no solo
es impulsado por el Estado, el autonomismo rompe el canon realista, se aleja de este y
adquiere personalidad propia.

Concepto de Autonomía
Para reflexionar sobre el concepto de autonomía es necesario analizar cuáles son los
significados que adquiere en la obra de Puig y Jaguaribe. La autonomía jaguaribeana parte
por considerar las limitaciones de la Escuela de la Dependencia, que permiten a Jaguaribe
pensar que para salir de una “impotente marginación”, la región podía avanzar en una
propuesta más modesta, pero más efectiva: la autonomía periférica (Drekonja Kornat, 1981,
13). En el análisis de la propuesta de Jaguaribe es interesante su concepto de construcción
de política exterior, que se erige a partir de “una ecuación de optimización, en el ámbito
internacional, de los principales intereses de un país, teniendo en cuenta sus condiciones
internas y externas, y los medios de acción de que dispone” (Jaguaribe, 1974, 104). Según
Jaguaribe, para una adecuada ubicación del modelo de inserción internacional, es necesaria
“la selección objetiva del modelo más adecuado para un país [...] [que] requerirá, en
consecuencia, un análisis preliminar histórico-estructural del país en cuestión, a fin de
poder determinar objetivamente sus principales rasgos y tendencias estructurales”
(Jaguaribe, 1973, 85). Si bien inicialmente el autor brasileño centra su análisis en claves
explicativas “realistas”, por el fuerte énfasis en las capacidades de defensa, a lo largo de su
obra este aspecto se presenta más equilibrado con aportes del área social, la economía y la
cultura. Para Jaguaribe existen dos tipos de relaciones constitutivas del orden mundial de
posguerra: 1) entre las superpotencias que determinan el sistema internacional por su
oscilación entre fases de cooperación y de conflicto; 2) entre el centro y la periferia, que
existe en los todos sistemas imperiales, aunque puede haber diferencias de acuerdo a cada
período histórico (Jaguaribe, 1979, 94). Los países de la periferia pueden alcanzar la
autonomía. Existen dos órdenes para determinar los requisitos para la existencia de
autonomía: habilitatorios y ejecutorios. Existen dos condiciones habilitatorias para analizar
el funcionamiento de la autonomía: la viabilidad nacional y la permisividad internacional.
“El concepto de viabilidad nacional es esencialmente histórico y relativo. Lo determina,
fundamentalmente, la relación existente entre los recursos humanos y naturales de que
dispone una nación en un momento dado, y el nivel de la tecnología existente en ese
momento” (Jaguaribe, 1973, 113). Lo original de la propuesta de Jaguaribe está en el grado
de cohesión interna, como un elemento básico de la viabilidad, ya que:

Esta cohesión tiende a aumentar con el desarrollo global, en la medida en que este hace
que aumenten no solo el ingreso absoluto y per cápita, sino también todos los otros
indicadores económicos, sociales, culturales y políticos del desarrollo, con el
correspondiente aumento de la participación en todos los planos [...] Las relaciones
existentes entre las masas y las élites son susceptibles de convertirse en un conflicto que

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se autoperpetúa y en una decreciente cooperación. El carácter dual de la sociedad divide
en dos a la nación y socava la lealtad subjetiva de los sectores en conflicto hacia la
sociedad nacional en conjunto. En esta forma, la vialidad nacional se ve minada por el
desmembramiento interno (Jaguaribe, 1973, 113-114).

El segundo elemento habilitatorio, la permisividad internacional, es “la medida en que,


dadas la situación geopolítica de un país y sus relaciones internacionales, este país dispone
de condiciones para neutralizar el riesgo proveniente de terceros países, dotados de
suficiente capacidad para ejercer sobre él formas eficaces de coacción” (Jaguaribe, 1979,
93). El orden ejecutorio está constituido por las alternativas que deben emprender los
Estados periféricos candidatos a la autonomía, ya sea porque “a) consiguen una
satisfactoria autonomía técnico empresarial en lo interno, o b) compensatoriamente, logran
disponer de condiciones favorables en sus relaciones con el centro imperial, en especial por
identificaciones de orden étnico-cultural” (Jaguaribe, 1973, 128). Las relaciones entre estas
dos alternativas son las que conjugan la existencia de diversos niveles de
autodeterminación. Para Jaguaribe (1979, 91-92), estos niveles son: la primacía general, la
primacía regional, la autonomía y el nivel de dependencia. La primacía general “se
caracteriza por la combinación de la inexpugnabilidad del territorio propio con el ejercicio
de una preponderancia mundial generalizada, que solo está contenida en forma efectiva en
las áreas de inmediata hegemonía de una potencia dotada de primacía regional” (Jaguaribe,
1979, 92). A este nivel estuvo primero, únicamente, Estados Unidos desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial hasta los años sesenta, cuando se produjo la paridad estratégica
con la Unión Soviética. En tercer lugar aparece la autonomía, la cual “sin asegurar la
inexpugnabilidad del territorio propio, se caracteriza por el hecho de que los titulares
disponen de medios para imponer severas penalidades, materiales y morales, a un eventual
agresor” (Jaguaribe, 1979, 93). Además, en ella se dispone de “un margen bastante amplio
de autodeterminación en la condición de sus negocios internos y de una apreciable
capacidad de actuación internacional independiente” (Jaguaribe, 1979, 93). El último nivel
es el de dependencia, que “incluye a la gran mayoría de los países del mundo. En él se
encuentran los países que no disponen de requisitos para ubicarse en niveles más altos.
Tales países, a excepción de algunos remanentes coloniales, poseen nominalmente la
condición de Estados soberanos, dotados de órganos propios de gobierno y acreditados
como interlocutores independientes ante otros Estados y organismos internacionales”
(Jaguaribe, 1979, 93).Uno de los rasgos salientes de estos niveles es que “no son estables y
permanentes”, sino absolutamente dinámicos (Jaguaribe, 1979, 96). Particularmente, en el
caso de los países latinoamericanos, existen además tres elementos básicos para conseguir
un Estado más autónomo.

Por ello, la autonomía puiguiana partió de la observación de que eran necesarios


análisis que apuntaran a comprender al sistema internacional “estructuralmente, mediante la
selección de variables relevantes y significativas”6 y que permitiesen, “por lo menos,
delinear las tendencias relevantes profundas y apreciar los errores y aciertos en función del
logro de una mayor autonomía para el país” (Puig, 1984b, I, 91). Para Puig, en el sistema

19
internacional existen condiciones asimétricas y un complejo (e inestable) equilibrio de
poder, creado por una división de funciones: los repartidores supremos, que toman las
decisiones macro y vigilan su cumplimiento; los repartidores inferiores, que son los
gobiernos que siguen las decisiones macro, pero con algunos márgenes de maniobra y
ajustes de ellas, y los recipiendarios, que es el resto de la población del planeta (Puig, 1980,
145).

Hasta ahora, el régimen internacional se articulaba según los siguientes criterios: la


posesión de armas de destrucción masiva, la impermeabilidad interbloque, la
autonomización intrabloque, la ruptura estratégica, la permeabilidad extrabloque y la
prohibición del uso de la fuerza para las potencias medianas y pequeñas. La posesión de
armas de destrucción masiva era el criterio que ordenaba el sistema internacional. Las
naciones poseedoras de armas nucleares están en el centro de las decisiones. La
impermeabilidad interbloque era el acuerdo entre las superpotencias, que todo lo que ocurre
dentro de su área no se verá influido por el otro. La autonomización es el aumento de la
“libertad de acción” por parte de los socios menores de la coalición, proceso en el cual
los actores nacionales ajustan sus intenciones a una ecuación entre el nivel actual de la
autonomía y de su alcance potencial. La ruptura estratégica es cuando el Estado
periférico decide cortar lazos con el gran poder. La permeabilidad extrabloque es
comprender el proceso de descolonización y el surgimiento de nuevos Estados y la
disputa entre las superpotencias por su dominio. La prohibición del uso de la fuerza
para potencias medianas y pequeñas depende de los criterios del bloque y el interés de
las superpotencias. Si está de acuerdo, está autorizado. Si no, está prohibido (Puig,
1984b, I, 39-110). Además de estos criterios, en Puig se establecen categorías de
dependencia y autonomía:

* Dependencia paracolonial: las élites que conducen un Estado periférico se


consideran un apéndice político, económico e ideológico de la metrópoli.

* Dependencia racionalizada: las élites tienen un proyecto nacional, pero dependiente


del centro.

*Autonomía heterodoxa: la élite autonomista no cruza los intereses estratégicos de la


gran potencia, pero sus expectativas y proyectos pueden, o no, coincidir con los deseos
de la metrópoli. En su accionar toma en cuenta cuando están en juego los intereses de
la metrópoli o del bloque. Aquí efectivamente, se puede ubicar la política exterior
ejecutada por el canciller Calvani en esos años.

* Autonomía secesionista: Es la ruptura con la potencia hegemónica. No es


recomendable, ya que implica una superación de las capacidades nacionales, causando
problemas de política interior y exterior (Puig, 1984, I, 74-79). (Subrayado mío)

Como se observa, el rol de las élites resulta fundamental en este proceso, pero como
ha notado Raúl Bernal Meza, el tránsito de la “dependencia” a la “autonomía” podría

20
producirse solo en la medida en que los países avancen en materia de viabilidad nacional”
(Bernal Meza, 2013). Este último concepto desarrollado por Jaguaribe resulta el elemento
articulador de ambas concepciones, además de que son dinámicos y no estáticos. Ahora
bien, algunas de estas premisas suelen ser rechazadas. Por ejemplo, la idea de un proceso de
autonomización (y la autonomía en sí) se suelen asociar a prácticas aislacionistas.
Autonomía sería casi sinónimo de aislacionismo. Sin embargo, esto es bastante discutible.
En la noción de autonomía de Puig y Jaguaribe se promueven políticas proactivas para
aprovechar la permisibilidad del sistema internacional. En este sentido, en el autonomismo
no se descarta una inserción en el mundo (como en el plano económico tampoco lo descarta
el estructuralismo cepalista), pero no se trata de cualquier inserción que permita
incrementar los márgenes de maniobra de los países de sur. Así, se puede argumentar que
no puede existir autonomía sin inserción, pero puede haber inserción sin autonomía y era
justamente esto último lo que Puig y Jaguaribe rechazaban. Se argumenta, entonces, que el
proceso de globalización no permite al Sur Global optar, sino que termina por aceptar las
normas emanadas de los centros de poder mundial y, por ello, se alega que, en vez de
políticas autonomizantes (y, en esta narrativa, aislacionistas), lo que se debe hacer es
participar en la construcción de regímenes internacionales (o si se prefiere la expresión de
mayor uso en las décadas recientes, en la gobernanza global). No obstante, en el
autonomismo clásico de Puig y Jaguaribe esto siempre estuvo presente. El caso de Puig es
relevante, pues debido a su trayectoria como especialista en derecho internacional público,
siempre asoció su idea de autonomía con la construcción de un orden jurídico global. No
obstante, para Puig el sur debía ser actor en la construcción de ese orden global y no simple
receptor de normas, como se expresa, por ejemplo, en su apoyo a las propuestas de nuevo
orden económico internacional en boga en la década de 1970.

Para los autonomistas, el funcionamiento del sistema internacional, a diferencia de


la percepción realista, se basa, por un lado, en la existencia de una división de tareas y, por
otra, en la existencia de un régimen que guía su actividad. El funcionamiento del régimen
internacional, “como en cualquier grupo humano —macro o micro—”, posee una división
de funciones “y criterios supremos de reparto —impuestos, aceptados o surgidos
espontáneamente— que rigen las conductas de quienes integran el grupo, en este caso, la
comunidad internacional” (Puig, 1986, 54). El primero de esos elementos, la división de
funciones, llevó a Puig, influenciado por Werner Goldschmidt, a caracterizar a los actores
internacionales en tres grupos: los repartidores supremos, los repartidores inferiores y los
recipendiarios (Puig, 1980, 141). Esta normatización del régimen internacional realizada
por Puig se puede identificar como una forma de funcionamiento del sistema que se articula
según ciertos criterios que lo alejan de la percepción del estado de naturaleza. Como ya se
indicó, estos lineamientos son la posesión de armas de destrucción masiva, la
impermeabilidad interbloque, la autonomización intrabloque, la ruptura estratégica, la
permeabilidad extrabloque y la prohibición del uso de la fuerza para las potencias medianas
y pequeñas. Estas premisas merecen ser reconsideradas, pues Puig las elaboró para
describir más la dimensión del conflicto Este-Oeste del sistema internacional, ya no

21
existente. Es necesario problematizar estas premisas para adaptarlas a un sistema
internacional signado mayormente por la división Norte-Sur. La posesión de armas
nucleares es un rasgo central de la explicación del sistema internacional, en la cual
coinciden Puig y Jaguaribe. Era “un criterio supremo de reparto de carácter dinámico”, ya
que le garantizaba lo que Jaguaribe denominaba la inexpugnabilidad territorial, pero
también tenía otra dimensión, pues al permitir a los repartidores supremos promover
tratados de desnuclearización, le reconocía el derecho de diseñar una “forma de gobierno”
del mundo bipolar (Puig, 1984b, I, 40-41).

Esto por otra parte, se relaciona más con una relación de subordinación de un orden
Norte-Sur que con el conflicto Este-Oeste, ya que ambas superpotencias se encargan de
impedir su proliferación que diluye su poder. Los aportes de Puig y Jaguaribe continúan
siendo útiles para explicar las relaciones Norte-Sur. Ahora bien, buena parte de esas
relaciones en la época de la Guerra Fría estaban de alguna forma condicionadas por
el conflicto Este-Oeste, y ello explica la idea de impermeabilidad de bloques en el
marco explicativo de Puig. Por ello, es legítimo preguntarse si debido al fin del
conflicto Este-Oeste, la categoría impermeabilidad de bloque tiene relevancia. ¿Si no
existe un conflicto Este-Oeste, no hay bloques ni impermeabilidad de bloques? La
respuesta es que aún cuando en el mundo de la post Guerra Fría no existen bloques
rígidos, sí “bloques flexibles”, Estados Unidos y la OTAN, y por otro lado, China,
Rusia y el grupo Shanghai, o los Brics, por el otro. También es válido preguntarse:
¿en una relación Norte-Sur (que es la que existe en la actualidad) la condición de
repartidor supremo la puede otorgar solo la posesión de armas nucleares? ¿No existen
otros factores que en el mundo post Guerra Fría son necesarios para ser repartidor
supremo?

Por ello, para la teoría autonomista surge como una derivación de la teoría de la
dependencia, según la cual el desarrollo del capitalismo se explicaba a través del binomio
centro-periferia. El mundo podía dividirse en países centrales o desarrollados que bajo la
lógica del capitalismo hacían que los países periféricos o subdesarrollados dependan de
ellos. Los teóricos de la dependencia fueron los que constituyeron un primer aporte a la
realidad latinoamericana de la Guerra Fría hecho desde la periferia. Entre los años sesenta y
ochenta surgieron entonces, en América Latina diversos estudios para entender el contexto
de la segunda posguerra. En esta parte del trabajo analizamos las investigaciones del
argentino Juan Carlos Puig y el brasileño Helio Jaguaribe, quienes, en el marco de la
Guerra Fría, realizaron un interesante aporte teórico que se conoce con el nombre de
perspectiva autonomista.

Ambos intelectuales examinaron por separado el papel que los países de América
Latina tenían en el mundo bipolar y cuáles eran las pautas que los mismos debían seguir
para llevar a cabo políticas autónomas en materia de política exterior. Puig y Jaguaribe
reconocieron los avances que los estudios cepalinos realizaron al encontrar las causas de las
asimetrías económicas a nivel internacional, ambos coincidieron en considerar inadecuadas

22
las soluciones que planteaban. El remedio para la “enfermedad de la desigualdad” dependía
de la buena voluntad de los países centrales en ayudar económicamente a los países
subdesarrollados o en vías de desarrollo. En la praxis esta creencia se tradujo en la fallida
“Alianza para el Progreso” promovida a principios de los años sesenta por el entonces
presidente estadounidense Kennedy. Sin embargo, estas posibles soluciones no iban al quid
de la cuestión. Parafraseando a Puig no cuestionaban el propio régimen que causaba la
desigualdad y la injusticia Ambos autores planteaban el postulado de que las soluciones al
problema de la dependencia debían surgir desde un nuevo posicionamiento de los países
latinoamericanos frente al mundo: las políticas a seguir tenían que priorizar la búsqueda de
la autonomía. Puig definió el concepto de autonomía desde la visión de Oscar Alberto
Grondona, entendida ésta como la capacidad de la Nación para optar, decidir y obrar por sí
misma.

Por esto, para ser autónomos los países latinoamericanos debían dejar de regir su
política exterior a través de modelos teóricos decimonónicos que los llevaban a aceptar las
imposiciones ideológicas de los países centrales. Por el contrario, debían aceptar su lugar
como periferia y desde allí actuar a favor de los intereses nacionales y regionales. Al calor
de la guerra fría, el tercer mundo se convirtió en un territorio en disputa, y los países
latinoamericanos como parte de él tenían, por tanto, que comenzar a tomar decisiones
autonómicas en materia de política exterior. Esto le otorgaría a Latinoamérica un
reposicionamiento en el mundo. Así y contrariamente a lo que se pensaba, la bipolaridad no
impedía el desarrollo de la autonomía de los pueblos. A la propuesta de Puig, Jaguaribe
agrega la necesidad de crear lazos de cooperación en tres planos principales: político,
económico y científico-tecnológico.

23
Calvani, Autonomía y principios éticos-Políticos
En esta sección del trabajo describiremos y analizaremos, los principios éticos
políticos que le dan fundamento a la política exterior ejecutada en los años 1969-1974, y
porque, la política exterior aplicada por Arístides Calvani se ubica en este enfoque
autonomista y daremos unas conclusiones finales.

Para ello, se presentan los factores centrales en torno a los cuales se estructuró una
política exterior de orientación autonomista -implementación de un modelo de desarrollo
nacional; restricción a la injerencia de actores externos en los procesos de toma de decisión;
profundización de los vínculos regionales; y diversificación de las relaciones externas, estos
fueron los objetivos específicos que se llevó a cabo para esos años. La viabilidad de estado
y la compresión de las élites funcionales (políticas, económicas privadas) que tenían los
recursos mínimos para actuar bajo estas premisas del momento. Es una política exterior
autónoma de carácter heterodoxo, como lo hemos visto arriba.

El contexto histórico-político de finales de los años 60, desde el punto de vista


internacional, está marcado por la guerra fría y el inicio, tenue de la política de détente, de
la distensión que marca la administración de Richard Nixon, que busca un equilibrio de los
poderes con la otra superpotencia la URSS, en aquel entonces, el cual le permitirá a países
de dimensión media en el ámbito internacional desarrollar una política exterior con un
mayor campo y margen de actuación internacional. En ese sentido, el modelo de
democracia representativa representaba una excepción en América Latina y concretamente
en Suramérica, por el efecto de la guerra fría a nivel global, la influencia de la revolución
cubana a nivel hemisférico. Por esto, Venezuela se identifica como un país occidental y de
múltiples identidades (andino, amazónico, caribeño, suramericano) además, la misma
implementación de esta política exterior, se da dentro de un contexto interno del
afianzamiento progresivo del experimento democrático venezolano iniciado en 1958, la
etapa final de la insurrección armada y la política de pacificación y crecimiento sostenido
de la economía nacional como queda palpable en los informes económicos del Banco
Central de la época. Por consiguiente, se reformula la política exterior, y se rompe con la
Doctrina Betancourt, que de acuerdo a los nuevos decisores políticos en la nueva coyuntura
que tenía el país, no es el más adecuado, pero, mantienen sin embargo, inalterables los
principios de la acción internacional en sus ejes generales a saber, autodeterminación de los
pueblos, no intervención entre otros países, se mantienen entonces los principios
permanentes de política o de acción internacional del país, adicionándole unos nuevos que
van a repercutir en el desarrollo internacional del país como son los que se analizan a
continuación:

“… el Gobierno ha encaminado su política exterior hacia el logro de los siguientes objetivos


básicos:

24
2.1 la celosa defensa de los interese nacionales

2.2 El fortalecimiento de nuestros vínculos con los países con los cuales mantenemos
relaciones diplomáticas.

2.3 La reanudación de relaciones diplomáticas con aquellos países con los cuales se hallaban
suspendidas y el establecimiento de nuevas relaciones con los países cuyo intercambio
diplomáticos con el nuestro ofrece posibilidades de mutuo beneficio.

2.4 El aprovechamiento de todas las oportunidades de las puedan derivarse ventajas


efectivas para la Nación venezolana y,

2.5 En fin, el desarrollo y la tecnificación de nuestro servicio exterior para que, por su intermedio,
sea posible alcanzar estas ambiciosas metas…”1
Esto unido a nuevos principios que van a nutrir el
desarrollo e implementación de la política exterior de este quinquenio de carácter
autonomista a saber: el pluralismo ideológico, la justicia social internacional, el Bien
Común Internacional, el nacionalismo democrático y la solidaridad pluralista, que van a ser
parte del nuevo corpus éticos-político de estos años, que van a marcar la política exterior
estos años.

Por tal razón, dejemos que sea el propio Arístides Calvani, que nos conceptualice
estos nuevos conceptos internacionales novedosos y que van estar en la formulación de esta
política autonomista influida por el iusnaturalismo en la cual se formaron tanto él como
Rafael Caldera, como juristas y que también va a influir a los estudiosos de ella, como
Puig, fundamentalmente y a Helio Jaguaribe. Hay una renovación dentro de la continuidad
de la política exterior y estos son los nuevos principios enraizados en la postura
autonomista de la época que van a analizar los referidos intelectuales, pero sin embargo,
que no tomarán el caso venezolano como caso de estudio de la lectura que se ha hecho de la
obra de ellos, porque sus preocupaciones teóricas están volcadas al estudio del sur y no los
países del norte, el caso venezolano en el momento de la gestión de Arístides Calvani
esbozará los siguientes principios saber:

Con respecto a la justicia internacional Calvani expresa lo siguiente: “

… Toda acción tiene que tener un principio que la inspire y la oriente. En consecuencia en el
plano internacional, es necesario tener un valor, es decir un principio hacia el cual nuestra
conducta se encamine y que sirva de orientación a la misma. Ese principio es de la Justicia
Social Internacional, proclama con ardorosa convicción por nuestro Presiente de la República
en múltiples foros internacionales. Si creemos que existe una comunidad internacional si
realmente sostenemos que todos los hombres formamos una gran sociedad y que esa gran
sociedad tiene el derecho de existir y prosperara, es indispensable que en nombre de ella se
exijan cargas y responsabilidades correspondientes a las posibilidades, a la fortaleza, al grado
de desarrollo y de riqueza de algunos pueblos en relación a otros. Este principio es aplicable,
por lo demás, entre notros, países en vías de desarrollo. Entre nosotros también los que más
tienen y poseen más obligaciones deben soportar. Mal podríamos reclamar contra la injusticia

1
Ministerio de Relaciones Exteriores. Introducción. Memoria Libro Amarrillo. 1970. p. G

25
de las grandes potencias si practicáramos entre nosotros los mismos actos injustos que les
reprochamos…”2

Este concepto lo va a reforzar con su visión de lo que significan la ayuda


internacional que no es una limosna y el papel de las inversiones extranjeras deben estar
orientadas al complemento de la idea de desarrollo del hombre y el respecto a los estados y
la no utilización ellas como instrumento de poder que abuse de ellas, por lo que significa
las transmisión de conocimiento, capital y tecnología.

El Bien Común Internacional, Calvani, lo define en base, a que el hombre no está


solo, la sociedad le garantiza su plenitud y perfección., hay obligaciones con la comunidad
en donde desenvuelve su vida, por ello el hombre se consagra a la obra colectiva, al bien
común, ese decir, el bien del conjunto de los individuos considerados como un todo, la
sociedad es un todo porque unifica la acción de sus miembros para el bien general, es así
como un conjunto de condiciones sociales que permiten a la persona humana el pleno
desarrollo de todas sus facultades y la realización de su perfección individual y social. Esta
es la noción del bien común considerada desde el punto de vista de un Estado. Así las
cosas, el Bien Común Internacional

“…exige el aporte de todos los pueblos del mundo. A la realización de ese Bien Común
Universal deben adaptarse las estructuras internacionales. La adaptación requiere superar la
concepción errónea y nociva de los egoísmos nacionales por unas concepciones de
soberanía y del patriotismo animadas por la solidaridad entre los pueblos y actualizadas a la
luz de los valores de la justicia Social Internacional. Debemos pasar, pues, de un orden
internacional basado en acuerdos bilaterales entre gobiernos a uno que, a través de
convenios multilaterales, sea capaz de plasmar instituciones creadas por los pueblos.
Debemos pasar, por tanto, del ámbito de las autarquías nacionales la creación de la sociedad
supranacional, a través de sucesivos procesos de integración...”.3

El otro principio es el del pluralismo ideológico que lo explica de la


siguiente manera:

“… Ahora bien la diversidad de regímenes y sistemas económico-sociales


imperantes en los diversos estados, por una parte, y, por la otra, la necesidad de establecer
condiciones de seguridad jurídica en beneficio de la paz, han generado una nueva fase de las
relaciones entre los pueblos que denominamos “pluralismo ideológico”. Este fluye como
corolario de los principios antes mencionados y es, dentro de esta perspectiva, como puede
ser rectamente interpretado.

El Pluralismo ideológico implica, pues, la coexistencia de distintas formas de concebir la


escala de valores con arreglo a la cual una sociedad se estructura y organiza. Por su origen y
fundamento, si queremos ser consecuentes, el pluralismo ideológico, en el plano
internacional, supone, pues,-debería al menos suponer- la aplicación del mismo principio
nacional, con el consiguiente derecho a disentir.

2
Ministerio de Relaciones Exteriores. Introducción. Memoria Libro Amarrillo.1974. p.K
3
Ministerio de Relaciones Exteriores. Venezuela en las Naciones Unidas 1945- 1986. pp 265-266

26
Invocar el pluralismo ideológico en el plano internacional y negarlo en el nacional, revela
una grave inconsecuencia. En, efecto, se reclama en el orden internacional el mismo derecho
que se rechaza en el orden interno…”4.

El otro principio es el nacionalismo democrático, Calvani lo define no como un


nacionalismo presuntuoso y arrogante, que conduce al aislamiento, sino, por el contrario

“… el que identifica con la decisión indeclinable de defender por todos los


medios los legítimos intereses del país, tanto espirituales como materiales; de preservar sus
tradiciones; de salvaguardar sus derechos; de impedir que intereses foráneos de
cualquier naturaleza, pretendan prevalecer sobre los auténticamente nuestros. El
nacionalismo concebido de esta manera, no es sino el fruto del desarrollo y la madurez
política y así tienen que entenderlo las demás naciones, pues todas lo practican- o
intentan practicarlo- en igual sentido, como expresión y consecuencia de su soberanía.
Como a los individuos, a las Naciones no puede reprochárseles que defiendan aquello que
les pertenece, ni pueden prestarse a interpretaciones equívocas los esfuerzos que se realicen
para alcanzar ese legítimo propósito…”5

El último principio es la solidaridad pluralista, que en palabras de Calvani,..


“supone pues, en cambio un sistema de “convivencia” donde no basta “tolerarse” distintos,
sino, donde es necesario “quererse” distintos para poder realizar las metas históricas
comunes que están por encima de nuestras diferencias contingentes del momento. En otras
términos, sacrificamos nuestras diferencias actuales- que son contingentes- en aras de un
futuro para el cual todos debemos unirnos- que es permanente-…”6.

En estos años, el desarrollo de estos principios se materializo entre otros aspectos en


los eventos que llevaron a la reapertura de nuestras relaciones diplomáticas con la URSS,
con los países del bloque socialista y con países de América Latina, con los cuales se
habían roto las relaciones políticas-diplomáticas. Debe señalarse igualmente, que visto la
interrupción que tuvieron algunos procesos democráticos en algunos países del hemisferio a
inicios de los años sesenta ( Argentina, Brasil, Perú entre otros) con base a la Doctrina
Betancourt, que para estos momentos que se planteaba la solidaridad pluralista y el
pluralismo ideológico, no tenían sentido mantener estas relaciones en un ssupenso, en un
paréntesis de no mantener, de no tener relaciones diplomáticas con estas naciones, así las
cosas, estas ideas novedosas que se planteaban estaban cónsonas con la idea de
autonomismo que imperaba en América Latina y que estudiaron Puig y Jaguaribe en
aquellos años.

Calvani, bajo esta circunstancia, va a hablar de una creciente interdependencia


compleja, integración, cooperación, promoción de exportaciones y fortalecimiento de
comercio exterior venezolano, en foros tan importantes como el de la Comisión Especial de

4
Ministerio de Relaciones Exteriores. Introducción. Memoria Libro Amarrillo. Año 1974. p.L
5
Ministerio de Relaciones Exteriores. Introducción. Memoria Libro Amarrillo. Año 1973. p. F

6
Ministerio de Relaciones Exteriores. Introducción. Memoria Libro Amarrillo. Año 1974. p.M

27
Coordinación Latinoamericana (CECLA) en Buenos Aires el 28 de Julio de 1970,
Conferencia a Nivel Ministerial del Grupo de los 77, en Lima Perú el 2 de noviembre de
1971, en la Tercera Asamblea General de la UNCTAD en Santiago de Chile el 18 de abril
de 1972, la Conferencia en la clausura del II Congreso de Exportadores en Caracas, el 20 de
mayo de 1972, en la IV Reunión de Cancilleres de los Países Miembros del Acuerdo de
Cartagena en Lima, el 2 de Agosto de 1973, en la Promulgación de la Ley Aprobatoria del
acuerdo de Integración Subregional Andino en Caracas, el 26 en septiembre de 1973, donde
tenía la perspectiva de visualizar la asimetría en las relaciones internacionales, tanto en su
vertiente política, como en la vertiente económica-comercial y en el Foro Jurídico de la
Integración en Caracas el 29 de octubre de 1973, donde por cierto participan como
observadores algunos profesores del Instituto de Estudios Políticos según relata el recién
fallecido intelectual y académico, venezolano el Dr. Humberto Njaim, donde se puede ver
el talante de armonizar posiciones y criterios, de un juego suma cero a de ganar y ganar
todos los sectores involucrados en la inserción del país en el Acuerdo de
Cartagena(empresarios, trabajadores, empresas etc) entre los diferentes sectores socio-
políticos y los grupos de interés, existen en el seno del sistema político venezolano de aquél
instante, por ello, tanto el Presidente Rafael Caldera como su canciller Arístides Calvani,
vista la integración de Venezuela, al Pacto Andino y las resistencias que este generó en el
sector empresarial en aquel entonces busco acercar posiciones y ver los beneficio de la
integración al bloque andino que iniciaba sus primeros pasos en esos años. 7

Estas ideas de integración y promoción del comercio exterior, van hacer claves en la
política que se va ejecutar en esa época: visitas bilaterales a los países centroamericanos en
1969 a Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa Rica y Nicaragua. También, a los países
del Caribe español como República Dominicana, se apoyo decididamente el ingreso de
Jamaica a la OEA y posteriormente, el Primer Ministro de la Isla Michael Manley visitará
Venezuela el 28 de marzo de 1973. Se visitaron entre otras, las islas del Caribe anglo-
parlante como Trinidad y Tobago, Barbados, Santa Lucia, Dominica y Grenada, área
natural de la presencia venezolana. Visita a Venezuela del primer Ministro de Santa Lucia
John Compton, el 10 de agosto de 1973

A nivel sudamericano, debe resaltarse la visita que realiza en 1971 al Brasil entre
los días 17 y 20 de mayo, donde se entrevista con el Presidente de la época Ernesto
Garrastazu Médici y el canciller Embajador Mario Gibson Barbosa, con lo que dentro de un
plano de pluralismo ideológico quedan abiertas los caminos de cooperación y
estrechamiento de las relaciones entre ambos países, dentro del marco de una política
exterior autónoma que busca la cooperación y el afianzamiento de las relaciones bilaterales,
con la idea que Venezuela no puede asilarse ni desvincularse de las relaciones con el vasto
mundo latinoamericano, esto se va reforzar con la firma del Convenio Andrés Bello, en
enero de 1970, importante acuerdo de carácter educativo, que hoy cobra gran importancia
7
NJAIM, Humberto. Lecciones Republicanas de Rafael Caldera. Discurso en ocasión en el Homenaje de la
Academia venezolana de la Lengua y la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, el 24 de enero de 2012.
Caracas.

28
vista la creciente ola migratoria venezolana, que busca nuevos horizontes y con este
convenio, la acreditación de estudios secundarios y universitarios, puede facilitarse.

Como ya lo señalamos, el comercio exterior y la promoción de exportaciones es


clave en la ejecución de esta política pública autonomista, al tiempo histórico transcurrido
observamos los frutos de su ejecutoria exterior, pero no se ha profundizado en un tema que
lo apasionó a la par de la preocupación política del contexto donde actuó: las exportaciones
no tradicionales.

Calvani, claramente, observó que para realizar los principios de solidaridad y


pluralismo ideológico, bien común internacional y justicia social internacional, había que
hacer un viraje en política exterior, esta modificación va unida a las necesidades del país de
abrir campo a sus exportaciones en otros mercados como extensión de la presencia
venezolana en materia de bienes, servicios, asistencia tecnológica, sobre todo dirigido hacia
la región estados-nación independientes con lo que los principios se entrelazaban con la
práctica, ya que Venezuela debía buscar un modus vivendi con estos países en base no sólo
a principios, direcciones y directrices, en política sino que había que buscar nuevos
mercados, consolidar los existentes, conquistarlos con el objetivo de compartir intereses
mutuamente beneficiosos para ambas partes.

A partir de esto, Calvani vio que una política de exportaciones debía contar con
infraestructura de transporte (problema todavía hoy presente), canales de comercialización
adecuados para poder colocar oportunamente los distintos bienes y servicios que el país
por facilitación de políticas económicas adecuadas (fiscal, cambiaria, de subsidio, de
incentivos). Esta además, debía contar con una política fiscal competitiva que el permitiese
colocar a los exportadores venezolanos, las exportaciones de bienes y servicios
manufacturados en los mercados externos.

Por eso, la figura en aquél entonces de los incentivos para estimular y premiar las
colocaciones en el exterior y además, el financiamiento (se crea en esos años el Instituto de
Comercio Exterior, se promulga la Ley de Financiamiento de las Exportaciones FINEXPO)
que se necesitaba para crear una tradición, costumbre exportadora de proyectos que
requerían del Estados para éstos pudieran competir adecuadamente en la licitaciones
internacionales con posibilidades de ganarlas.

Gerencialmente Calvani, supo además conciliar y unificar los criterios en el país (


elite empresarial exportadora, agrícola, pecuaria, industrial y la incipiente de servicios) de
la necesidad de tener una política de exportaciones, primero porque las funciones de
coordinador y de seguir las políticas ejecutadas era una labor diaria de trabajo, que las
efectuaba a través del comité interministerial para el comercio exterior y segundo, porque
comprendió que el papel del sector privado a través de su organismo representativo AVEX
(Asociación Venezolana de Exportadores fundada en 1962) era necesario por lo tanto
mantener un canal de comunicación, consulta y coordinación era importante (lo que hoy se
denomina sinergia pública-privada) para articular estrategias en negociaciones

29
internacionales o en eventos como ferias o exposiciones, para la consecución de los
objetivos del país no sólo desde el punto de vista comercial, sino político, era fundamental
por ello, en ese sentido, en el II Congreso de Exportadores el 20 de mayo de 1972,
manifestó lo siguiente..

“…Con relación al comercio exterior, es imprescindible que Venezuela, tome conciencia de


los que significa el poder político de negociación. Hasta ahora, el comercio exterior no se ha
hecho bajo el signo de una política internacional de comercio exterior, sino bajo el signo de
una política económica de vender hacia afuera. Son dos cosas distintas.

Ahora bien, para que una política de vender hacia afuera sea realmente una proyección del
país como tal, necesita ser una política de comercio exterior. En otros términos, se precisa
que el comercio exterior que se realiza por diversos canales, represente una unidad dentro de
la política internacional venezolana.

Como Ustedes saben, existe un Comité Interministerial para el Comercio Exterior, el


COICICOM, presidido por quien les habla. Aunque ustedes también lo saben, quiero
manifestar una vez más, al respecto la voluntad firme y constante del Gobierno Nacional
para colaborar y cooperar con ustedes en la tarea de desarrollo armónico de nuestro
comercio exterior. Ustedes saben, señores de la Asociación Venezolana de Exportadores,
que las puertas de la Cancillería han estado, están y estarán siempre abiertas de par en par
para ustedes. Todos estamos a su disposición.

No quiero olvidar el destacar la función que en este momento nos brinda el Instituto de
Comercio Exterior, instituto autónomo adscrito a la Cancillería, integrado por un grupo de
jóvenes a tono con la época, que desean hacer algo y poner en función su imaginación
creadora. Este Instituto, con su equipo, también está a la disposición de ustedes.

Por último, quiero decirles que así como yo creo y confío absolutamente en ustedes, tengan
también ustedes fe y confianza en el Gobierno Nacional. El Comercio exterior no se
estructura si esa confianza mutua entre el sector privado y el sector oficial. Es en base a esa
confianza que podemos seguir adelante…”8.

Un claro ejemplo de esta cooperación con las islas del Caribe oriental esta la
apertura de una empresa mixta de capitales venezolanos en la Isla de santa Lucia y de esa
isla, de papel cartón, con el fin de colocar ese producto en esas islas del caribe oriental (San
Vicente, Barbados, Grenada)9.

Como observamos, el proceso de estimular el comercio exterior va de la mano de la


integración que es un proceso de integración económica, comercial e industrial, ambas
políticas se complementan, y por ello, Calvani en su gestión como Canciller le dio
prioridad, ya que ambos procesos se complementaban, en medidas y mecanismos que
ayudaban a incentivar y promocionar nuevas exportaciones en nuestros mercados naturales,
sino también integrarnos en aras de una integración integral, que ayudara a los objetivos de
desarrollo de nuestros países en vías de desarrollo, visto que los términos de intercambio
8
CALVANI, Arístides Selección de Discursos. Ministerio de Relaciones Exteriores. 1974 pp.190-191
9
Ibidem

30
eran desfavorables en nuestra relación con los países desarrollados y la integración con
nuestros mercados naturales era una opción viable para lograr mayores ratios de desarrollo,
tal como lo postulaba las ideas principales de los autonomistas en aquél entonces.

Reflexiones Finales
1. El desarrollo intelectual, teórico de estas ideas surge en el marco debate del tercer debate
de las relaciones internacionales que se está dando en aquel momento (realismo-
neorealismo) a finales de los años sesenta.

2. Como concepto y categoría, es un producto teórico propio de América Latina, que ha


sido estudiado por Juan Carlos Puig y Helio Jaguaribe, por lo tanto es una contribución
autóctona de esta región al debate intelectual de las relaciones internacionales en esta
región del mundo. Como afirman los cepalista aun cuando la región importa conocimiento
foráneo hay antecedentes de producción teórica propia, una de ellos la cepalista y el otro la
dependencia y agregan, los estudiosos como Puig y Jaguaribe, el autonomismo, que en el
caso venezolano y es lo que hemos intentado demostrar en este trabajo una idea novedosa
dentro de la ejecución de la política exterior de Venezuela, que tendrá gran repercusión en
lso años siguientes( Como queda plasmado en la política exterior que se va a ejecutar en
mayor intensidad, el próximo Presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez y su política
tercermundista, y que el análisis de esa política, rebasa los límites de este trabajo). La
autonomía no solo se veía como factor indispensable para el desarrollo económico, algo
que la dependencia ya había recalcado, sino el concepto también empezó a vincularse con
la política exterior de la región. Desde el exterior la autonomía se empezó a considerara
como un mecanismo regional para salvaguardar contra los efectos más negativos de la
dependencia.

Y además, desde el interior, esta se vio como un instrumento para afirmar los
intereses regionales en el sistema internacional, de allí toda la literatura, conceptos que
produjo Cancilleres como Arístides Calvani, en temas como la integración, el desarrollo, la
paz, las exportaciones no tradicionales, se enmarca dentro de esa novedosa escuela
autonómica. Si se quiere esta teoría es un puente conceptual entre la escuela de la
dependencia y las dos teorías dominantes de la época, en las relaciones internacionales en
Estados Unidos el realismo clásico (Morgenthau, 1968) y la interdependencia (Keohane y
Nye, 1977). Por ello, puede considerarse un ejemplo de hibridización de conocimiento de
gran interés precisamente porque ilustra la complejidad de los procesos de transporte,
asimilación y transformación que implica el intercambio de conocimiento entre centro y
periferia.

3. Si se quiere es un producto híbrido de la discusión intelectual que se da entre la escuela


cepalista, los dependentistas no marxistas, y los realistas. Se puede decir que es un
conocimiento producido por académicos latinoamericanos que va tener una influencia

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importante en la acción internacional de América Latina en los años setenta y ochenta y que
va a generar el desarrollo de proyectos de investigación como por ejemplo el Programa de
Estudios Comparados sobre Relaciones Internacionales de América Latina (RIAL),
coordinado por el Politólogo Heraldo Muñoz, donde entre otros, han participado en los
años 80 y 90 académicos como el venezolano el Dr. Carlos Romero, en que las relaciones
internacionales no debían centrarse solo en el tema del poder, el cual es uno de sus
aspectos, por otra parte, la disciplina debía pensarse en términos de cientificismo práctico, y
no solamente en lo teórico y lo abstracto, el tema del método influyó poco en la región, al
contrario de otras áreas geográficas, el sistema internacional, estaba compuesto además de
los estados, por actores no gubernamentales, actores individuales, empresas trasnacionales,
era conveniente ampliar la agenda de investigación. El autonomismo sin coordinarse con el
RIAL, ayudo al avance crítico de esa agenda además fuertemente impregnada por las ideas
de justicia social internacional.10

4. El concepto de poder va ser una de las variables a tomar en cuenta por Calvani, pero
no va ser el determinante, lo importante para él va ser su uso, como soft poder, como
instrumento de negociación, persuasión, sobre todo, en las negociaciones económicas
Internancionales que va a iniciar el país, en esos años (ingreso al Acuerdo de Cartagena, en
la promoción y búsqueda de nuevos mercados para las exportaciones no tradicionales como
lo vimos supra en su discurso ante el gremio de exportadores).

5. Mas que un realista, podemos describir el pensamiento internacional o su visión de los


asuntos mundiales de Calvani, de interdependencia compleja, pero que no deja de analizar
las realidades concretas del mundo internacional, sus constreñimientos, su aspecto
complejo y de la interacción a nivel interno entre las diferentes élites o actores socio-
políticos en la conformación de los intereses del país. Tiene un enfoque propio que viene de
ese iusnaturalismo sustancial desarrollado por intelectuales venidos del mundo
democratacristiano (Justicia social internacional, Bien Común Internacional, Pluralismo
ideológico y nacionalismo democrático).

6. La Política hacia el Caribe en lo fundamental fue, un reflejo de los que se hizo con base a
la cooperación e integración de Venezuela hacia el caribe oriental.11 . Ejes de una política
autónoma e independiente, donde se entrelazaba y retroalimentaba, para así proyectar y
ejecutar proyectos nacionales, novedosos de inserción internacional de carácter
autonómico., definida esta como la máxima capacidad de decisión propia que se puede
tener, tomando en cuenta los condicionamientos del mundo real. Es decir, las naciones
periféricas pudiesen neutralizar el accionar hegemónico de terceros países, siempre y
cuando se partiera de una adecuada compresión de la estructura internacional, de su
funcionamiento para poder desentrañar los reales condicionamientos que se desprendían de
la misma.

10
Briceño Ruiz, José y Simonoff, Alejandro. La Escuela de la Autonomía, América Latina y la Teoría de las
Relaciones Internancionales. Revista Estudios Internacionales N° 186 2017.
11
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