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#NotitasDeDios

¿Qué significa recibir al Espíritu Santo? (Jn 20, 19-23)

Hemos celebrado la Pascua del Señor hace cincuenta días, es decir, la victoria, el triunfo, la gloria de Jesús sobre
la muerte, pero que esta muerte no tiene dominio en Él, ni en los que nos llamamos cristianos. Que la Vida en
todas sus dimensiones es la que tiene la última palabra y que el pecado por muy abundante que sea, sobreabunda
la gracia en su plenitud (Rm 5, 20); por eso llegar a la festividad de Pentecostés (Hech 20, 6), es conmemorar la
efusión del Espíritu Santo, la edificación de la Iglesia y la presencia de Dios en medio de nosotros que nunca nos
abandona.

En el Evangelio de Juan, se muestra como los discípulos estaban encerrados por miedo. (Jn 20, 19). Esto es lo
que nos pasa a nosotros muchas veces, cuando el miedo nos interpela. Encerramos nuestro “ser de cristianos”
por miedo, cobardías, vergüenzas, temores hasta incluso incertidumbres… por lo que puedan decirnos los demás
sobre nuestra vida o profesión cristiana. Pero Jesús, conociendo el corazón del hombre, se presenta en medio de
los discípulos y lo primero que hace es donar su Espíritu Santo, a través de su soplo de vida, para una misión
concreta y esperanzadora. Después de recibirle, se les ve llenos de valor, alegría, paz, fe, confianza, seguridad y
proclamando el mensaje proféticamente en plena calle, abiertos al mundo y a las consecuencias que esto implica.
Después de ser bautizados con el Espíritu Santo son hombres llenos de fuerza y de coraje.

Esta donación del Espíritu del Resucitado, nos debe ayudar a ser valientes, a no dejarnos vencer por el miedo,
porque el miedo paraliza, estanca, corroe y pudre nuestras vidas; a salir de nuestras propias cobardías e
inseguridades; a salir de nuestro acomodamiento pastoral que ocasiona una Iglesia paralizada; a dejar atrás los
pensamientos retrógrados que no dejan avanzar y ser una iglesia en salida, joven y renovada; a morir al hombre
viejo, cansado, y enfermo por el pecado para ser otro Cristo, otro Adán nuevo. A dejar de pensar egoístamente
en nosotros, queriendo acaparar riquezas, poderes, fama, lujos, moda y así pensar en el prójimo que sufre, que
espera una sonrisa, una mano amiga, una caridad, ser escuchado y comprendido. A renunciar a nuestra vida y
gastarnos por el evangelio, por la vocación que hemos sido llamados cada uno en el estado de vida laical, religioso
o consagrado, y como consecuencia responder con fidelidad, compromiso y entrega total a la misión
encomendada por Dios. Por eso desde este momento, Jesús nos invita a vivir siendo libres y a generar en otros
libertad.

Ya no cabe entonces, lugar para condenar, ni juzgar. Ahora toca dar una palabra de aliento liberadora y mostrar
al mundo que Cristo está vivo y que su Espíritu está en nosotros, obrando y edificando eficazmente, a pesar de
nuestras vidas monótonas, agobiadas, y desesperadas en este valle de lágrimas. Porque de aquí pasamos de estar
arrinconados por el miedo, a abrir puertas y salir a la calle llevando el Evangelio con nuestra propia vida
transformada o Cristianizada , ayudados sí; por la fuerza del Espíritu. Porque como refiere el Papa Francisco:
“sin el Espíritu no somos cristianos, no existe la Iglesia ni su misión. Sin Él vivimos una doble vida: cristianos en
palabras, “mundanos” en hechos”.

Puesto que, el Espíritu “no revoluciona la vida a nuestro alrededor, pero cambia nuestro corazón; no nos libera
de repente de los problemas, pero nos hace libres por dentro para afrontarlos; no nos da todo inmediatamente,
sino que nos hace caminar con confianza, haciendo que no nos cansemos jamás de la vida”(Francisco P.P).

Y finalmente “El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos de Roma, dice: «Los que se dejan llevar por el Espíritu
de Dios, esos son hijos de Dios. Porque han recibido no un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un
espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba, Padre!» (Rm 8,14-15).

Que María, madre de la Misericordia, Esposa de Dios Espíritu Santo, nos ayude a abrir nuestras vidas al Espíritu.
Que nos de la fuerza para comprometernos a vivir nuestra fe con convicción, a mantener la esperanza en los
momentos de dificultad, angustia y dolor. A evitar quedar clavados mirando a las nubes o esperando grandes
signos. Que nuestro mayor signo sea el creer y confiar que el Espíritu Santo está en y con nosotros y que su gozo
eterno llene nuestras vidas.
Que así sea.

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