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SACHAMAMA

Existen muchas leyendas ancestrales en la selva peruana, entre ellas, la Sachamama que es
una boa gigantesca que vive desde hace siglos en las profundidades de la selva, casi siempre
en letargo, ya no necesita esforzarse para cazar pues tiene unos gigantescos ojos brillantes con
el poder de hipnotizar, no interesa si es de día o de noche pues cualquier criatura viva que
pase en frente de ella cae en su encantamiento y voluntariamente ingresa a la oscuridad de
sus fauces que siempre están abiertas.

En los pueblos de la selva, la caza es una actividad común en que hombres experimentados
ingresan a lo más profundo de los bosques en busca de presas como venados, sajinos, monos,
entre otros. Uno de estos cazadores no había tenido mucha suerte con las presas y ya tenía
más de una semana en el lugar que eligió para cazar.

Quiso tentar a la suerte e ingreso aún más en lo profundo de la selva, todo iba bien hasta que
se desencadena una tormenta de rayos, truenos y lluvia torrencial; armado con su escopeta y
un machete, busca refugio entre los árboles y en la oscuridad, y en eso encuentra un árbol
viejo caído de gran tamaño cubierto de musgo que atravesaba de palmo a palmo la trocha. Su
experiencia de cazador le hizo saber que era el lugar perfecto para levantar una choza
temporal para protegerse, así que cogiendo ramas y hojas anchas y utilizando un lado del
tronco como pared se construyó su refugio cuidando de dejar suficiente espacio para su
equipo al igual que una fogata. Cuando termino la pequeña choza, acomodo todo y clavo el
machete en el árbol caído, pero de pronto un inesperado temblor remeció la selva
desarmando el tambo haciendo que todo caiga al suelo al igual que el machete.

Volvió a armar su refugio y paso la noche sin cerrar los ojos, al amanecer ceso la tormenta y
pensó -ahora si voy a descansar-, y prendió una fogata que le ayudaría a calentarse y preparar
su comida. La fogata agarro calor y calentó las piedras que la rodeaban al igual que al tronco y
se acomodó para descansar cuando un nuevo temblor sacudió la selva destruyendo lo poco
que quedaba de su refugio y levantando mucho fango mientras que el tronco se movió
apagando el fuego.

El hombre estaba preocupado por toda la mala suerte que le estaba tocando en esa semana,
así que solo descanso esperando que avanzara un poco la mañana para proseguir su cacería,
asustado por los fuertes temblores, ya que en la selva estos no son comunes. Y es así que
mientras esperaba le dio curiosidad el árbol en el cual se recostaba, mirando sin darle mucha
importancia los dos extremos del tronco que se perdían en la espesura, de pronto su
curiosidad creció y quiso saber que tan largo era el árbol ya que su diámetro era casi el doble
de su estatura. Siguió hacia uno de los lados entrando entre los arbustos y se dio cuenta que se
dirigía hacia la que había sido la parte superior pues el diámetro iba disminuyendo haciendo
más delgado el tronco, al llegar al final casi se muere de la impresión pues había cerros de
huesos diseminados por doquier en un claro gigante de la selva, los huesos más recientes eran
los que se encontraban cerca al cazador mientras que los más lejanos parecían muy antiguos y
ennegrecidos por el tiempo.

El miedo lo empezó a invadir y decidió ir al otro extremo del viejo tronco caído, con una
mezcla de miedo, horror y curiosidad paso por su refugio y volvió a ingresar entre los
arbustos, calculo que era un árbol de más de 60 metros de longitud, con un diámetro que se
hacía cada vez más grande conforme avanzaba, pero cuando estaba casi al final del otro lado
vio delante de el a un animal.
Era un venado y estaba en un claro, justo donde terminaba la base del tronco, por un
momento olvido todo el miedo y su instinto de cazador le dijo que si no aprovechaba ese
momento no llevaría nada a casa, sin embargo, algo estaba mal, no había arbusto que lo
ocultaran del venado y estaba muy cerca al animal, pero este lo miraba con los ojos fijos, sin
temerle.

Apuntó, pero no pudo disparar pues el venado, ya a unos pasos de él, cambio de dirección
para ir directo a la base del árbol hasta desaparecer de la vista de su vista. Una sombra de
miedo creció dentro de él haciéndose cada segundo más grande conforme las ideas anteriores
volvían a ocupar su lugar y avanzó pues también la letal curiosidad había vuelto.

En un instante se dio cuenta estaba en el peor lugar del mundo, cuando reconoció una
gigantesca cabeza de serpiente con las fauces abiertas, unos ojos que brillaban muy fuerte,
unos cuernos pequeños para su cabeza sobre los ojos, que según había escuchado, les crece a
algunas boas cuando alcanzan la vejez haciendo que la vista se vuelva irreal y demoniaca,
siempre mirando hacia el claro, atrayendo a cuanto ser cruce y alimentándose así por siglos,
pues ya no pueden moverse con la misma velocidad de antes.

El cazador retrocedió y temblando de miedo se dirigió a su refugio, cogió sus cojas y salió
caminando como alma que lleva el diablo hasta llegar a su pueblo, comprendió que la suerte si
estuvo de su lado tres veces ese día, primero cuando clavo el machete, la Sachamama se
movió por el dolor pues atravesó al parecer su gruesa piel pero el cazador no se dio cuenta del
aviso, la segunda fue cuando el fuego molesto el costado de la gran boa y el tercero fue el
venado que llego minutos antes que él a la vista de la Sachamama.

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