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Sistema respiratorio:

literatura y pandemia
The Respiratory System: Literature and Pandemic
Sistema respiratório: literatura e pandemia

Javier Guerrero
P R I N C E T O N U N I V E R S I T Y, E S TA D O S U N I D O S

PhD, New York University. Su trabajo plantea intersecciones entre cultura visual,
sexualidad y cuerpo con especial énfasis en la enfermedad y el archivo. Es
autor de Tecnologías del cuerpo. Exhibicionismo y visualidad en América Latina
(Iberoamericana - Vervuert, 2014), y editor de diversos volúmenes y libros,
entre los que se encuentran: Relatos enfermos (Conaculta, 2015), Vulgaridad
Capital (Taller de Letras, 2015) y Biopolíticas de la visualidad en la necrópolis
contemporánea (Cuadernos de Literatura, 2019). Asimismo, es coeditor de Cuerpos
enfermos/Contagios culturales (Estudios, 2011), Excesos del cuerpo. Relatos de
contagio y enfermedad en América Latina (Eterna Cadencia, 2009/2012) y del
libro A máquina Pinochet e outros ensaios (e-galáxia, 2017), antología de artículos
y ensayos de la escritora chilena Diamela Eltit. También es autor de la novela
Balnearios de Etiopía (Eterna Cadencia, 2010). Actualmente, prepara dos nuevos
libros: Synthetic Skin: On Dolls and Miniature Cultures y La impertinencia de
los ojos: oscuridad, opacidad, ceguera. Correo electrónico: jg17@princeton.edu

Artículo de reflexión

Esta es una versión pre-print del artículo que será publicado en el número 47 de Cuadernos de Literatura

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Sistema respiratorio: literatura y pandemia


Resumen Abstract Resumo


El presente trabajo This article is a twofold O presente trabalho propõe
propone una doble consideration of the art/ uma dupla reflexão sobre
reflexión sobre el vector politics vector at its o vetor arte/política a
arte/política a propósito intersection with the body, propósito da intersecção
de la intersección entre illness, literature, and entre corpo, doença,
cuerpo, enfermedad, death in the framework literatura e morte no
literatura y muerte en el of the current covid-19 contexto da pandemia
marco de la pandemia del pandemic. The article recente de Covid-19. O
covid-19. El artículo se focuses on two recent artigo se concentra na
centra en la superposición instances of the inability sobreposição de dois
de dos acontecimientos to breathe: the murder of acontecimentos recentes
recientes que parecen George Floyd in the United que parecem coincidir
coincidir en el cese de States and the death of na interrupção do ato de
la acción de respirar: thousands of carriers of respirar: o assassinato de
el asesinato de George coronavirus worldwide. George Floyd nos Estados
Floyd en Estados Unidos I use this superposition Unidos e a morte de
y la muerte de miles de to establish a relationship milhares de portadores do
portadores del actual between literature and atual coronavírus. A partir
coronavirus. A partir de illness in two literary desta conjuntura, estabeleço
esta coyuntura, establezco responses to imminent uma reflexão ao redor da
una reflexión en torno a la death and the application literatura e da doença em
literatura y la enfermedad of the state of exception duas respostas literárias
en dos respuestas literarias to life itself: hiv-positive à iminência da morte e
a la inminencia de la literature in Latin America à exceção sobre a vida:
muerte y la excepción and the anticipatory a escrita soropositiva na
sobre la vida: la escritura literature of Chilean América Latina e a literatura
seropositiva en América writer Diamela Eltit. antecipatória da escritora
Latina y la literatura chilena Diamela Eltit.
Keywords: aesthetics,
anticipatoria de la escritora
politics, body, illness, hiv- Palavras chave: estética,
chilena Diamela Eltit.
positive literature, aids, hiv, política, corpo, doença,
Palabras clave: estética, covid-19, George Floyd, literatura soropositiva,
política, cuerpo, Diamela Eltit. aids, hiv, covid-19, George
enfermedad, literatura Floyd, Diamela Eltit.
seropositiva, sida, vih,
covid-19, George Floyd,
Diamela Eltit.

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Desde el comienzo de la cuarentena global, los más celebrados filóso-


fos y pensadores del planeta han intentado interpretar los signos políticos
de la pandemia. Giorgio Agamben inauguró la serie al hacer énfasis en
el estado de excepción y las nuevas conspiraciones del Estado que, en
su opinión, marcaron la respuesta italiana al virus. Agamben minimizó
los efectos adversos del covid-19 al compararlo con la gripe estacionaria,
sin dar cuenta de las notables diferencias en su curso e historia. Jean-Luc
Nancy le respondió con un texto breve en el que destacó no solo el error
en el que incurre el filósofo italiano, sino también su fallida respuesta a los
desafíos de la medicina y la salud pública: por ejemplo, el propio trasplan-
te de corazón al que se sometió hace años Nancy. El filósofo francés afirmó
que, si hubiera seguido las recomendaciones de Agamben, probablemente
estaría muerto. Poco después, otros pensadores han intentado descifrar el
unívoco signo del virus. Slavoj Žižek pronosticaba la agonía del capitalis-
mo global, mientras que Byung-Chul Han vaticinaba la importación de los
sofisticados sistemas de vigilancia asiáticos por parte de Occidente tras el
éxito de China en combatir el coronavirus. Pese a las drásticas diferencias
de interpretación, la repuesta a la pandemia por parte del pensamiento
crítico occidental ha seguido un mismo paradigma: fijar en un signo polí-
tico exclusivo la acción global del virus. Han y Žižek, o un poco más tarde
Judith Butler y Paul B Preciado (“Aprendiendo”), como si se tratara de un
pronóstico bursátil, han apostado por la singularización de la acción viral.
Poco tiempo ha pasado, y muchos de estos textos ya no responden
al complejo entramado que perpetra la pandemia. Muchos de ellos han
envejecido aceleradamente o resultan anacrónicos de manera prematu-
ra. El virus da para todo. Es decir, su elasticidad política ha permitido
escenificar una amplia gama de posiciones estadales, comunitarias y de
opinión pública, pese a su condición global y su escurridizo movimiento
transfronterizo.

1.
La pandemia ha sido utilizada para postergar o desmovilizar movimientos
que exigen reivindicaciones sociales impostergables. El caso de Chile
resulta paradigmático, ya que las acciones del gobierno han intentado
neutralizar el estallido social y esconder los actos de lesa humanidad per-
petrados por el Estado. La pérdida de los ojos de jóvenes manifestantes
causada por el ejercicio de una violencia desmedida continúa impune. Sin
embargo, el virus también ha expuesto con crudeza el fracaso del capita-

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lismo global y de la democracia liberal y ha servido para que comunidades


enteras denuncien la injusticia endémica del sistema. La política y la po-
liticidad del virus dependen de su necesaria activación local. Pese a su
naturaleza global, o viral si se quiere, las particularidades se han tornado
hoy en día más que relevantes.
En Estados Unidos, una asociación crítica entre pandemia y des-
igualdad ha cambiado el curso del debate y la opinión pública. El covid-19
demuestra su desigual acción en portadores provenientes de sectores mino-
ritarios: afroamericanos y latinos. Los porcentajes de infectados aumentan
de manera desproporcionada en estas poblaciones. No obstante, encuentro
que en su semiología ha radicado la clave de su activación política. Es decir,
como sabemos, el covid-19 afecta el sistema respiratorio central, y se torna
letal en un porcentaje considerable de portadores. La falla respiratoria,
sin embargo, ha logrado enlazarse con una contundente frase emitida por
George Floyd en Minnesota, muerto a causa de la tortura y el linchamiento
por parte de la policía: “No puedo respirar” [“I can’t breathe”]. Como si
en el sistema respiratorio se hubieran unido pandemia y violencia policial:
la politicidad del virus se halla en una misma respiración.
El grito de Floyd en medio de la cuarentena ha logrado, en cortísimo
tiempo, producir un movimiento nacional o, quizá, mundial, que nunca
antes se había manifestado con tal contundencia. Ni siquiera frente a casos
muy similares como el de Eric Garner, quien en 2014 pronunció en Broo-
klyn la misma frase de Floyd tras ser sometido violentamente y asesinado
por un policía blanco; o ante otros asesinatos de jóvenes afroamericanos
acontecidos en los últimos quince años en los Estados Unidos, como los
de Breeanna Taylor, liquidada en su propia casa en Kentucky, Trevon Mar-
tin, ajusticiado cuando sacaba una bolsa de caramelos de un bolsillo en
Florida y Sean Bell, cuyo carro fue traspasado por cincuenta balas cuando
salía de su despedida de soltero en Nueva York. El sistema respiratorio ha
condensado el estado irrespirable del presente.

2.
La capacidad del virus de habitar cualquier cuerpo –independientemente
de su raza, etnia o género–, pero su especial propensión sobre los cuerpos
más vulnerables, logra extender la violencia sistemática que sufren a diario
las poblaciones afroamericanas, hispanas o de otras minorías en el mundo
postindustrial. Las protestas desencadenadas por el asesinato de Floyd no
están marcadas por partidos, ni organizaciones específicas fuera de algu-

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nos movimientos que han excedido su condición de estructura cerrada,


como Black Lives Matter. Esto puede notarse en un breve análisis visual
de las manifestaciones. Cajas de pizza o de zapatos sirven de letreros o
pancartas improvisadas para grupos multigeneracionales y multiétnicos
cuyo reclamo espontáneo ha impulsado cambios rápidos y en ocasiones
inmediatos en políticas locales e iniciativas legislativas. Su acontecimiento
ha concientizado la necesaria revisión de la policía, su desfinanciamiento
o, incluso, su abolición. Naturalmente, no se trata de proclamar la victoria
de las ideas progresistas o antirracistas, tampoco de declarar el fin de la
injusticia racial o el cambio de dirección del mundo. Por el contario, la
pandemia ha acentuado la desigualdad, ha aumentado las ganancias de
las grandes corporaciones –la obscena cifra del uno porciento–, mientras
ha devastado pequeñas y medianas empresas. Pero ningún otro aconte-
cimiento similar había expuesto con tanta precisión la filosa continuidad
entre salud pública, necropolítica y racismo como la trágica muerte de
Floyd, ocurrida en el marco de la pandemia.
Sin embargo, la urgencia del virus y su capacidad de desacelerar el
mundo ha minimizado la atención sobre otras formas de violencia o epide-
mias urgentes. Durante el confinamiento, en varios países se ha reportado
un aumento en el maltrato infantil o en la violencia doméstica y de género.
De igual modo, en Estados Unidos la pandemia ha eclipsado el interés
público en otras epidemias ya declaradas como emergencia nacional. Por
ejemplo, la crisis de los opiáceos en este país produce una relación asimé-
trica que expone lo antes afirmado: la venta de fentanilo o painkillers ha
enriquecido desproporcionadamente a la industria farmacéutica, que es y
seguirá siendo toda una potencia mundial, mientras extermina y arrasa las
clases trabajadoras o las poblaciones más vulnerables (migrantes, afroa-
mericanas, latinas y blancas pobres). Aunque recientemente la epidemia
se ha extendido a las clases medias, y en especial a la población blanca de
los suburbios, entre 2000 y 2014, de acuerdo con cifras oficiales del Centro
para la Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC,
según sus siglas en inglés) ha muerto casi medio millón de personas a
causa de sobredosis de opiáceos. Esto genera un promedio de 78 muertes
diarias en un período de cuatro años y el descrecimiento de la expectativa
de vida en los Estados Unidos por primera vez desde 1993 (Center for
Behavioral Health Statistics and Quality).

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3.
¿Pero quiénes son los muertos de la pandemia del covid-19? ¿Cómo
exponer las miles de vidas y cuerpos que se han quebrado durante este
tiempo? Marianne Hirsch llama la atención sobre una paradoja que ha
marcado el relato visual de la actual crisis y destaca que frente a la capa-
cidad microscópica de visualizar el “enemigo invisible” o a la fascinación
fotográfica por las metrópolis despobladas o clausuradas, se produce una
invisibilización de los cuerpos que han perecido a causa del virus. Pese
a la proliferación de algunos proyectos fotográficos puntuales, como el
del fotógrafo argentino Julio Pantoja o el de la artista británica Heather
Glazzard, no se han materializado hasta el momento imágenes icónicas
representativas de la pandemia (Hirsch).
La muerte ha sido totalmente desplazada y enmascarada. Como ha
propuesto Claudio Lomnitz, en Estados Unidos y Europa, el siglo xx se
ha caracterizado por un férreo rechazo de la muerte (20). En este caso, el
virus parece potenciar la fragilidad de la vida; pero el padecimiento de los
enfermos se ha sustituido por la publicación de estadísticas de muertes re-
gistradas en sitios como Worldometer o el Coronavirus Resource Center
de Johns Hopkins University. Sin embargo, el asesinato de George Floyd
ante las cámaras ha sustituido y potenciado los cuerpos seropositivos del
coronavirus que Hirsch echaba en falta. Los ocho minutos y cuarenta y
seis segundos que duró su homicidio, documentado por los dispositivos
móviles del presente –como también sucedió en el caso de Philando Cas-
tille, una vez más en Minnesota– fijan una imagen que derriba cualquier
separación entre violencia policial, racismo y pandemia.
Sea como fuere, y más allá del asesinato de Floyd, nada o casi nada
parecen decir los filósofos y pensadores del presente acerca de la muerte.
Al respecto, aunque mucho se ha opinado y escrito hasta el momento so-
bre la pandemia, me interesa destacar un artículo que en mi opinión toca
la zona más álgida del curso viral. Frente a la crisis de interpretación que
ha demostrado la repuesta al covid-19, Rita Segato acude a la exterioridad
cartesiana y los errores del especismo para llamar la atención sobre cómo
el virus viene a fijar nuestra impostergable mortalidad. Es decir, pensar que
dominamos la naturaleza y que, por lo tanto, estamos fuera de ella, consti-
tuye un lugar de omnipotencia que ha definido la condición destructiva del
animal humano. En este sentido, Segato formula una pregunta provocado-
ra: “Quién tendrá entonces la permisión de narrarlo a futuro, para usar la
expresión de Edward Said, o quién detendrá el derecho a narrar, usando

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aquí las palabras de Homi Bhabha?” (énfasis de la autora). La antropóloga


abre la interrogante sobre qué redes de significaciones, discursos o relatos
serán capaces de perforar el desafío que instala la pandemia para entonces
señalar las políticas que definirán el mundo del incierto porvenir.
Me pregunto: ¿cómo la máquina de producir relatos que decidimos
llamar literatura entabla relación con el virus?, ¿cómo pensar en conjunto li-
teratura y pandemia?, ¿cómo puede, hoy en día, la literatura responder ante
una crisis que tiene la capacidad de cambiar, mutar, si se quiere, de una manera
tan dinámica y abrumadora?, ¿en qué sentido la escritura puede aún resultar
desafiante y enlazar situaciones que parecerían inconexas, como ha sucedido
con los movimientos sociales tramados sobre el asesinato de George Floyd en
plena pandemia, de cara a la incertidumbre de sus masivas repercusiones?
Dos intervenciones contemporáneas han sido fundamentales para
restituir la politicidad de la literatura y el arte. La primera de ellas la
constituye precisamente otro virus, el vih/sida, y la literatura seropositiva
latinoamericana; mientras que la segunda aborda la Escena de avanzada,
movimiento artístico que tuvo lugar durante la dictadura chilena, y el tra-
bajo más reciente de la escritora Diamela Eltit.

4.
La respuesta artística ante la epidemia del sida y vih ha fijado las inequívocas
relaciones entre enfermedad y política. En Latinoamérica, escritores como
Pedro Lemebel, Mario Bellatin, Fernando Vallejo, Daniel Link, Reinaldo Are-
nas, Severo Sarduy, Néstor Perlongher, Caio Fernando Abreu, Ángel Lozada;
artistas visuales como Giuseppe Campuzano, Roberto Obregón, las Yeguas
del Apocalipsis, Liliana Maresca; activistas como Víctor Hugo Robles, el
Che de los Gays; o cineastas como Anahí Berneri, para nombrar solo a unos
pocos, han sabido localizar críticamente los signos más complejos u ocultos
del virus. Pedro Lemebel, por ejemplo, captura las geopolíticas del sida, y
no solamente cuando entiende el virus como arma letal teledirigida desde el
norte, capaz de inocular la lógica neoliberal en los cuerpos muertosdehambre,
o cuando hace del sida un sofisticado bisturí que permite la reinvención del
cuerpo y la reasignación del sexo. El principal propósito de su libro Loco
afán (1997) comprende la capacidad de estos cuerpos sudacas de “devolver-
le el sida” al primer mundo. En Salón de belleza (1994), Bellatin escribe un
espacio cosmético que desafía el biopoder, cuando pasa a ser un laboratorio
experimental en el que se discute la materialidad del cuerpo. El moridero de
la novela suspende todo el entramado del farmacopoder (Preciado, Testo)

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para narrar la transformación de cuerpos marcados, lo cual paradójicamente


extiende la vida del narrador. Por su parte, Daniel Link logra acoplar cuerpo
enfermo y nuevas constituciones electrónicas del género, sexual y literario.
A propósito de una coincidencia, el comienzo del Internet y la epidemia del
sida, La ansiedad (2004) ocupa ese preciso momento en el que virus y la
electrificación de la vida generan una apertura proclive a discutir las más
estrechas figuras del humanismo y el Estado. Los cuerpos de la novela de
Link están suspendidos en un limbo que les otorga, entonces, la posibilidad
de desmontar las certezas del género y el cuerpo.
En un encuentro virtual que moderé con el escritor Mario Bellatin
durante la cuarentena, a propósito de un semanario doctoral sobre cuerpo
sexuado y materialidad que imparto en la Universidad de Princeton, el
escritor mexicano proponía replantear las ideas en relación al vih como
enfermedad crónica. El virus aún se desarrolla como enfermedad aguda
capaz de amenazar con la muerte y, en efecto, cobra vidas a diario. La
discontinuidad de la letalidad del virus depende de medicamentos solo dis-
ponibles para un grupo restringido. Como se ha discutido con respecto del
covid-19, que por cierto recuerda los debates mantenidos a propósito del
ah1n1, el acceso a las probables vacunas, a la vacunación o a tratamientos,
sin duda, en poco tiempo pondrá en evidencia las geopolíticas sanitarias y
la desigualdad que hoy se discute en las calles de los Estados Unidos.
Por lo tanto, este es también un momento en el que resulta necesario
pensar la muerte, en un sentido similar al que articulaba el texto de Sega-
to. La literatura del vih ha invitado a tocar la materialidad que constituye
morir; a escribir los diarios, papeles y crónicas del sidario latinoamericano.
En este sentido, una de las más profundas reflexiones de nuestro corpus
viral se produce en el libro de Severo Sarduy, El cristo de la Rue Jacob
(1987). El escritor cubano no solo produce una arqueología de la piel, al
trazar las cicatrices que componen la historia de su propio cuerpo: del om-
bligo a la marca que ha dejado la remoción de una verruga en el pie. Sarduy
despliega una somatopoética para discutir su materialidad más allá de la
muerte. La mortalidad de Severo administra la materialidad para producir,
si se quiere, una sobrevida que paradójicamente se presenta como no ser.
Sarduy nos convoca a pensar nuestra mortalidad como metamorfosis. La
“seducción discreta del no ser” se vuelve reposo hondo y radical, un jero-
glífico a palpar. Como dice uno de los fragmentos del libro citado:
La muerte, entonces, era eso: una proximidad a la vez familiar e inútil, la
cercanía afectuosa de lo incomprensible. Letargo diferente: ni la euforia

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sonámbula del alcohol, poblada de imágenes y arqueos, ni el tajante coste


barbitúrico, ni la instantánea ausencia del goce, del vacío, ni del olvido;
sino la seducción discreta del no ser, el magnetismo blando de lo infor-
mulado y no manifiesto, como si el cuerpo cediera a una facilidad o a
una pereza. O se dejara ir, a la vez fascinado e indolente, hacia un reposo
cada vez más radical y hondo, obnubilado ante una blancura insulta, un
alejamiento o una gratitud. (98-99)

Severo Sarduy ajusta cuentas con la vida desde un más allá que marca
el libro como uno de sus últimos soportes materiales.

5.
Cuando Nathalie Bouzaglo y yo nos embarcamos en la producción del volumen
Excesos del cuerpo. Relatos de contagio y enfermedad en América Latina (2009),
intentamos desorientar las metáforas que dominaban su semiología literaria.
Pensamos en cómo la condición anómala y frágil del cuerpo podía convertirse en
potencia productiva. La espesura de las poéticas de los once escritores convoca-
dos al que sería nuestro laboratorio de contagio nos permitió intervenir el campo
literario e incidir en la fijeza de la enfermedad, sus poéticas y políticas. Después
de publicar el libro, otras escrituras han inquietado las tecnologías lectoras más
instaladas y propagadas de enfermedades tan estigmatizantes y culturalmente
señaladas como el alzheimer, la demencia senil, o incluso aquellas dolencias o
anomalías que definen el cuerpo como enfermo. Por ejemplo, tanto las argentinas
Tamara Kamenszain y Sylvia Molloy, con El eco de mi madre (2010) y Desarticu-
laciones (2011), respectivamente, como la poeta venezolana Jacqueline Goldberg,
con El cuarto de los temblores (2018), ponen en crisis el recinto hospitalario y
producen una poética que excede la oposición binaria salud-enfermedad, a la vez
que descontinúan –como ha formulado Florencia Garramuño – ideas de perte-
nencia, especificidad y autonomía adjudicadas a la literatura (23).
Ricardo Piglia, por su parte, incide en cómo la enfermedad impacta
la materialidad de la escritura y sus formas. Su decisión de escribir con los
ojos Los casos del comisario Croce (2019), una vez que la esclerosis lateral
amiotrófica afectó su movilidad, le posibilitó destituir la enfermedad como
obstáculo e incorporarla a la tecnología que ha impactado la historia de la
escritura y sus máquinas. Sin poder dictar los textos a su asistente, Piglia
sumó una nueva máquina a aquellas sobre las que ya había reflexionado
en ensayos y conferencias: “la máquina de escribir con un rollo de papel
continuo que usaba Kerouac, pasando por la grabadora con la que Puig

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registraba los diálogos con personajes cotidianos que luego transcribía


textualmente en las novelas, hasta llegar a la computadora con la que los
escritores contemporáneos copian y pegan textos” (Gemetto). Finalizo
esta breve secuencia con el brasileño Glauco Mattoso, quien ha sido el
escritor que ha interrogado con mayor radicalidad la relación entre ceguera
y escritura. Su pérdida de la visión y su condición de fetichista ha enla-
zado la erótica y la dimensión táctil con la materialidad literaria. Incluso,
su revisión impacta la categoría de autor: su propio nombre reescribe los
significantes del portador de una anomalía proclive a usurpar su agencia.
Preservar nuestras vidas constituye el propósito principal del pre-
sente. Todas las medidas necesarias para salvaguardar la vida en nuestras
casas, geriátricos, penitenciarías u hospitales son urgentes e imposterga-
bles. Pero el corpus literario del sida y el vih ha permitido explorar cómo
el sujeto marcado por su inminente mortalidad, su muerte anunciada y
proclamada, resulta capaz de narrar después de morir. Incluso, ya es posi-
ble señalar las coincidencias y repeticiones frente a la respuesta del virus,
entre los años ochenta y el presente. Por ejemplo, el uso de la mascarilla ha
seguido un curso parecido al del condón, que en los tiempos más letales
del sida movilizó a movimientos como el Act Up para intervenir en la esfe-
ra pública a fin de que el Estado legislara sobre los laboratorios, impulsara
la producción de nuevos fármacos y promoviera la pedagogía necesaria
para protegerse del virus. La película francesa BMP (Beats per Minute)
(2017) de Robin Campillo recuerda la histórica incursión de los activistas,
aunque no sin enfatizar la potencia política de los restos materiales de los
cuerpos caídos: de su sangre a sus cenizas.

6.
Una segunda intervención que considero importante pensar a propósito de la
relación entre política y estética, la constituye la Escena de avanzada chilena.
Nelly Richard ha propuesto que a pesar de que el vector arte/política condense
las principales claves de lectura de la historia del arte latinoamericano, el poten-
cial emancipador del nuevo arte político estaría en la capacidad de la obra de
problematizar la relación entre imagen y mirada. El espectador se siente llamado
a “desensamblar y reensamblar críticamente sus materiales contradiciendo así la
idea prefijada de un relato ya listo” (13). Muchos de los artistas que integraron la
neovanguardia en Chile en el tránsito entre la dictadura de Pinochet y el modelo
de rearticulación nacional que le sucedió, como Raúl Zurita, Paz Errázuriz, Lotty

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Rosenfeld, Carlos Altamirano o Diamela Eltit, han continuado elaborando la


relación entre arte y política a propósito de la politicidad de la mirada.
En esta parte final de la presente reflexión quiero acercarme breve-
mente al trabajo de quien considero el escritor más importante de Chile:
Diamela Eltit. Desde muy temprano, Eltit ha ocupado el desajuste que
constituye la deriva neoliberal del Estado. Desde Lumpérica (1983) y Mano
de Obra (2002) hasta Jamás el fuego nunca (2011), Impuesto a la carne
(2007), Fuerzas especiales (2013) y Sumar (2018), sus novelas han discutido
con amplitud la expropiación de la vida, el fin de la utopía y las nuevas
materialidades que transforman al cuerpo en arma de guerra, que lo hacen
frágil extensión del fracaso de la izquierda y su sectarismo; así como el
enseñoramiento de la violencia de Estado, el sistema neoliberal, el pacto
transicional y la hegemonía de la lógica corporativa.
Pese a que el trabajo literario de Eltit producido bajo la dictadura ha
provocado un sostenido interés dentro y fuera de Chile, considero que el
impacto de sus más recientes novelas activa de manera más inquietante la
relación entre literatura y política. Esto ha permitido inscribir de manera
pública la capacidad de la autora de anticipar el futuro. Es decir, sobre la
novelística de Diamela Eltit se ha instalado un principio al que podríamos
referirnos como profético. Esto se relaciona con la idea de que sus más
recientes novelas sean capaces de predecir o vaticinar el futuro inmediato:
del estallido social chileno de finales del 2019 a la pandemia del coronavirus
actual. El confinamiento de Jamás el fuego nunca, la vida sitiada y metal-
pornográfica de Fuerzas especiales, o la gran marcha de los oprimidos y los
cuerpos precarizados de Sumar anticipan los grandes movimientos socia-
les de Chile y otros rincones del mundo. E incluso, las vidas bicentenarias
de una madre e hija que ocupan un mismo cuerpo luego de convertirse en
materia prima de explotación para el sistema sanitario de Impuesto a la
carne, establecen una continuidad entre los virus que pululan en el recinto
hospitalario y la muy viral sociedad del espectáculo actual.
Me propongo aquí desechar la dimensión mágica como poética, para
asentar que la literatura de Eltit perpetra una aguda lectura del presente.
La escritora chilena lee con atención las maneras en que la catástrofe pla-
netaria o la precarización de la vida contemporánea contienen el germen
que explotará más adelante, en el porvenir más inmediato aunque insospe-
chado. De acuerdo con sus propias palabras, Eltit inscribe su trabajo en la figura
tránsfuga de la comunidad okupa: “mi deseo se funda en una especie de literatura
‘okupa’ que se aloje y se desaloje en lo abandonado, en lo transitorio, y que sobrevi-

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va apelando a un flujo de baja intensidad en perpetuo movimiento. Quiero decir, sin


un anclaje estable ni al mercado ni al estado” (Réplicas 380). Como los movimientos
okupas que proliferaron a raíz de la crisis mundial del 2008, la literatura de Eltit
ocupa aquellos espacios que ya han sido abandonados tras el desvanecimiento y
fin de su apoteosis. La okupación, entonces, da cuenta del fracaso del sistema, de su
intrínseca condición excluyente, de la dominación del primer mundo como reali-
dad originaria: “Gestar, en ese espacio, pertenece a una economía del derrame y del
exceso que desemboca en un desatar de energías incontrolables y subversivas, esa
suerte de liberación que se traduce éticamente con el advenimiento de una criatura
que es un libro” (Réplicas 314). En este sentido, ante el abandono de la literatura
que han escenificado las clases dirigentes, toda vez que ella ha dejado de significar
un capital material o simbólico relevante –a diferencia, por ejemplo, de las artes
visuales–, este desarreglo okupa que exhiben los libros de Diamela Eltit reinstala la
tensión que le permite al virus anidar anticipada y críticamente.

7.
El 9 de junio de 2020, Gwenn Carr, la madre de Eric Gardner, acudió al sepelio de
George Floyd en Houston. Como antes consigné, Garner pronunció la misma frase
de Floyd, “I can’t breathe”, al ser asesinado cinco años atrás en Brooklyn. Carr relató
que cuando por primera vez vio el video en el que Floyd clamaba por su madre, pese
a que la misma había muerto hacía dos años, sintió que su hijo le hablaba desde la
tumba: “I could hear Eric’s death echoing from the grave” (“2 Black Mothers”).
Sostener la politicidad de la literatura pese a que ella no constituye un espacio
privilegiado de inscripción del horror resulta un problema a discutir. La literatura no
necesariamente es un vehículo de ideas de justicia y equidad. Como sabemos, se trata
de un dispositivo capaz de ser cooptado por cualquier ideología o posición política.
Tanto ella como las artes visuales, el cine o la música han sido históricamente ocupa-
das por agendas totalitarias y genocidas. No obstante, la baja vigilancia a la que está
sometido el quehacer literario –a diferencia de tantos dispositivos e instituciones del
presente–, abre la posibilidad de producir intersecciones, okupaciones, que puedan
sintonizar la respiración de estos tiempos. Porque el estruendoso grito ahogado de
George Floyd y la parálisis respiratoria que han experimentado decenas de miles de
cuerpos a causa de la pandemia apuntan a un mismo sistema.

Philadelphia, 11 de junio de 2020

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Obras citadas
“2 Black mothers who have lost sons in police custody speak out:
‘My heart was crushed’”. Today.com. Web. June 2, 2020.
Agamben, Giorgio. “L’invenzione di un’epidemia”.
Quodlibet. Web. 26 de febrero de 2020.
Bellatin, Mario. Salón de belleza. Lima: Jaime Campodónico Editor, 1994. Impreso.
Bouzaglo, Nathalie y Javier Guerrero, eds. Excesos del cuerpo. Relatos de contagio y
enfermedad en América Latina. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2009. Impreso.
Butler, Judith. “Capitalism Has its Limits”. Verso. Web. 30 de marzo de 2020.
Campillo, Robin, dir. BMP (Beats per Minute). Les Films de Pierre. DVD.
Center for Behavioral Health Statistics and Quality. Key substance use and mental health
indicators in the United States: Results from the 2015 National Survey on Drug Use
and Health (HHS Publication No. SMA 16-4984, NSDUH Series H-51). Web. 2016.
Eltit, Diamela. Fuerzas especiales. Santiago de Chile:
Editorial Planeta Chilena, 2013. Impreso.
_____. Impuesto a la carne. Santiago, Chile: Seix Barral, 2007. Impreso.
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