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A partir del abandono por parte de Freud de la teoría de la seducción, el retorno a una
concepción puramente endógena de la sexualidad era ineluctable: el instinto anclado en la
filogénesis, aunque revocado inicialmente, no cesará de visitar al pensamiento freudiano. Tres
momentos de este extravío se pueden apuntar:
1. La teoría del apuntalamiento, que propone una sexualidad que emerge desde la
autoconservación. Muy poco explicitada por Freud, creemos que esta teoría no puede
ser salvada desde una interpretación puramente endógena. Sus contradicciones
internas, ampliamente analizadas en este trabajo, se abren sobre lo que le falta: el
clivaje de un plano propiamente sexual en lo biológico infantil, que no puede ser
concebido salvo a partir de la acción del otro.
2. .
3. Pero muy rápidamente se anuncia la última teoría de las pulsiones que colapsa estas
distinciones indispensables. Bajo el comando de Eros unificador, finalmente se
propone un retorno mítico al instinto de modo encubierto. La "pulsión de muerte"
surge, seguramente, para mantener el conflicto, pero se trata de un concepto
compositivo en el que Freud y sus sucesores se rehúsan a poner al descubierto el
retorno de la sexualidad "demoníaca". Una vez comprendida claramente su función
histórica, la de una compensación en el seno del extravío inicial, el pensamiento
psicoanalítico tiene interés en deshacerse de ella.
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¿Qué es, por lo tanto, "Interpretar a Freud con Freud", para retomar el título de uno de
mis artículos?
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Creo que existe cierto nivel de interpretación que permite seguir la pista, en Freud, de
algo que yo llamo, desde hace mucho tiempo, la exigencia. La exigencia es algo que está
dictado por el objeto: ni por el hombre Freud ni tampoco por la lógica. En cierto modo, como
ocurre con el método psicoanalítico, es el objeto "inconsciente" el que orienta la evolución
misma del pensamiento.
Es descubrir, cómo en un psicoanálisis, movimientos subterráneos que comandan las
recomposiciones inauguradas; es detectar, en ciertos momentos, una suerte de cripto-Freud,
recubierto por el Freud oficial.
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A partir del momento en que un pensamiento, que sigue no obstante guiado por la
exigencia de su objeto-fuente, se interna empero por algo que se asemeja a un extravío serio,
[…] se ve sometido a movimientos de recuperación destinados a integrar hechos nuevos y
reencontrar al mismo tiempo la dirección de la cima. Sin embargo, estos toman a menudo la
forma de hipótesis ad hoc, es decir, inventadas para responder a las necesidades de la causa,
en un intento de hacer concordar los hechos con una teoría que no siempre se les pliega.
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Es algo que intenté expresar por medio de una fórmula parodiando la ley de Haeckel:
"la ontogénesis recapitula la filogénesis", diciendo que la "teoréticogénesis", es decir, la
evolución misma de la teoría y sus avatares, tiende a recapitular la ontogénesis, o sea, el
destino de la sexualidad y del inconsciente en el ser humano.
Mi propio encaminamiento, que suelo describir como una espiral, con lo que indico
que vuelvo sin cesar sobre los mismos puntos, pero según una curva que intento hacer
progresar todo lo posible.
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Lo que he propuesto llamar extravío […] surgió del retroceso –cuasi obligatorio, y que
no se trata de reprochar a Freud- ante las consecuencias de la prioridad del otro, en la
constitución, […] digamos: del ser humano sexual.
El primer extravío, que intentaré denominar más precisamente, y que aparece ligado a
un biologismo de la sexualidad, encuentra su descendencia directa en Melanie Klein y sus
discípulos.
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"Biologismo de la pulsión sexual". ¿Qué quiere decir? […] La sexualidad, incluso bajo
las formas que toma en el ser humano, no puede sino situarse en el cuerpo. La teoría de la
seducción, tal cual ella se anunciaba con Freud, ciertamente hacía difícil el camino. […] La
respuesta queda por ser elaborada, en la medida en que retomamos la teoría de la seducción
generalizada.
Sería necesario en todo caso sostener esto con firmeza: la seducción no es una teoría
de la encarnación del espíritu en el cuerpo. Hay, por un lado, un organismo que es montaje
biológico pero también sentido […] y, por otro lado, del lado del adulto, lo que se implanta son
mensajes ante todo somáticos, inseparables de los significantes gestuales, mímicos o sonoros,
que los portan.
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El riesgo de tomar una falsa vía a partir del abandono de la teoría de la seducción tiene
por nombre: instinto. Se pueden situar fácilmente las dos etapas de ese riesgo con las dos
teorías de las pulsiones: la primera se extiende desde los Tres ensayos de teoría sexual hasta
"Pulsiones y destinos de pulsión", es decir, de 1905 a 1915; la segunda etapa es puesta en
marcha con el descubrimiento del narcisismo y encuentra su culminación con la teoría del
"gran" dualismo pulsional, pulsiones de vida - pulsiones de muerte.
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Si vengo de situar este término instinto es también para plantearlo como aquello que
puede constituir una especie de tentación, o de límite, de extravío o de falsa vía. Un extravío
instintual de la teoría de la sexualidad es siempre posible. Sería entonces más justo hablar de
una instintualización de lo sexual que de una biologización de lo sexual. Se podría decir que
Freud lucha constantemente contra esta posibilidad: en su caso, el retorno del instinto en la
sexualidad no se hace sino por vías apartadas, incluso en el peor momento.
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Como vemos aquí, el mito de Aristófanes se aduce en apoyo de la opinión popular que
pretende que la sexualidad está predeterminada, que cada uno encuentra a su pareja según
una armonía original que debe ser restablecida. Pero, desde el comienzo, Freud anuncia, por
así decir, el color ("tenemos pleno fundamento para discernir en esas indicaciones un reflejo o
copia muy infiel de la realidad"), y todos los Tres ensayos de teoría sexual van a esforzarse por
demoler esta concepción llamada popular, adaptativa y armoniosa de la sexualidad.
Pero he aquí que a catorce años de distancia, en Más allá del principio de placer
(1919), después de haber desarrollado ampliamente su teoría de las pulsiones de vida y de las
pulsiones de muerte, Freud propone el siguiente razonamiento: toda pulsión está habitada por
la "compulsión de repetición", y tiende a restablecer un estado anterior; en lo que concierne a
la pulsión de muerte, sabemos cuál es este estado anterior: se trata del retorno a la materia
inanimada, que pone fin al desequilibrio energético creado por la aparición de la vida. Pero,
¿qué ocurre en este sentido con la pulsión de vida?
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Esas son entonces las dos circunstancias principales en las cuales Freud invoca el mito
de Aristófanes: en 1905, para estigmatizarlo en razón de quedar ligado a una opinión que
quiere destruir, la idea de una sexualidad preformada; en 1919, por el contrario, para
encontrar precisamente el origen del Eros o de las pulsiones de vida –volveré sobre estas
palabras- en una unidad originaria que bien se puede considerar narcisista.
Nos vemos de manera ejemplar ante el problema de "interpretar a Freud con Freud".
Se puede decir: Freud está en contradicción consigo mismo.
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A partir de la introducción, ya citada a propósito de Aristófanes, comienza un
desarrollo en tres capítulos, cuya secuencia podría ser considerada como una odisea del
instinto: el instinto perdido, en el primer capítulo sobre las aberraciones sexuales, luego, en el
segundo, sobre la sexualidad infantil y, al final, en el último capítulo, el instinto reencontrado
o, tal vez, porque lo que se reencuentra al final no es en modo alguno el instinto, es algo que,
de uno u otro modo, reconstruye en el ser humano un comportamiento que puede parecerse
al instinto, sin serlo.
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Este libro fue retrabajado por Freud un gran número de veces. Es de 1905, pero Freud
le aporta añadidos considerables en 1910, 1915, 1920 y 1924. Pero esos añadidos van todos en
el mismo sentido, que el de disminuir, precisamente, el aspecto aberrante de la sexualidad.
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En principio se introduce, con este solo término "organización", la idea de una suerte
de adecuación al fin: y aun más, cuando la serie deviene completa, ¡qué tentación e ver en
esta secuencia de estadios jerarquizados en un orden temporal –oral, anal, genital- algo que se
asemeja a una evolución a la vez preformada e integrativa! Es exactamente lo que va a ocurrir
con uno de los principales discípulos de Freud, Karl Abraham, que llevará al máximo lo que se
ha dado en llamar el "estadismo".
A partir del momento en que esta secuencia misma se presenta como ordenada, tal
que progresa hacia una etapa final llamada de objetalidad y de genitalidad; a partir del
momento en que esta secuencia ontogenética supuestamente reproduce una sucesión
filogenética… en ese caso lo que yo llamaba el instinto perdido del primer capítulo, ´solo en
apariencia se habría perdido. La sexualidad infantil aparece en la bruma, pero en realidad la
ruta la lleva indefectiblemente hacia la sexualidad adulta, conforme, esta, a la "opinión
popular". Es un finalismo que abrazan todas las tentativas de psicología genética de inspiración
psicoanalítica, cuyo padre es en particular Abraham.
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Una indicación esencial: esta adecuación a un fin domina en la medida misma en que
la teoría del desarrollo sexual se presenta como la totalidad del desarrollo humano; en la
medida en que reina en la teoría un pansexualismo, reinará en razón de ello la necesidad de
describir una génesis del acceso al objeto (a la vez perceptivo y sexual). Pero, por otra parte, y
por un retorno totalmente legítimo, ese pansexualismo que pretende ser todo, que pretende
ignorar y despreciar todo desarrollo autoconservativo, se difumina en una teoría de la pura y
simple relación. Terminaré entonces con esta afirmación: la especificidad de lo sexual sólo se
afirma cuando se refirma, en cierto modo, al menos potencialmente, la existencia de un
dominio no sexual.
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Hablaré entonces del apuntalamiento, de la falsa vía que esta noción puede abrir, y de
su indispensable reenderezamiento.
[…] se trata, si se puede decir, de un olvido "originario", puesto que la noción nunca
había adquirido relevancia ni siquiera para Freud.
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Digamos que se trata de un concepto que nunca fue tematizado como tal por el autor:
Freud jamás escribió ni se le habría ocurrido escribir un artículo sobre el apuntalamiento.
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El examen atento de estas cuatro nociones, en sus contradicciones internas, dado que
se trata de la sexualidad humana, lleva a una misma conclusión, que se desprende también de
las observaciones reunidas en Tres ensayos.
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La pulsión es una especie de velero de Teseo. ¿Qué queda de la pulsión? Nada, salvo el
empuje, ese Drang que, por la semántica, es exactamente sinónimo de Trieb. Es, creo, lo que
Lacan quiso subrayar cuando sugirió el término "deriva". Ningún traductor de Freud, incluso
lacaniano, se atreverá a retraducir: "Derivas y destinos de derivas". Pero en ese juego de
palabras lacaniano que pasa por el inglés drive, afrancesado en deriva, existe esta idea de que
la pulsión es una deriva, es decir que Trieb no indica ninguna vía. La Trieb, de origen endógeno,
no indica nada, y hay que desembarazarse de ella por todos los medios. Sólo queda el empuje,
que es ciego.
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Se trata, en efecto, con la sexualidad infantil, de algo muy particular que se llama la
sexualidad extensa, extendida a lo pregenital –digamos más bien a lo extra-genital, para no
prejuzgar sobre una secuencia cronológica entre lo pregenital y lo que vendría después-; una
sexualidad extensa cuya enumeración conocemos hasta la saciedad: oral, anal, uretral, etc.
Pero todo, finalmente, puede ser la ocasión de algo sexual en el funcionamiento del ser
humano.
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Esta definición por parte de Freud de la sexualidad infantil merece ser reproducida por
entero, en una traducción exacta.
Encontramos todo aquí, salvo el "empuje": meta, objeto y fuente (la zona erógena).
Pero destaquemos la posición predominante dada aquí al apuntalamiento: este no es
introducido sino après-coup en 1915, pero se lo pone a la cabeza de la definición, como una
suerte de verdad – vislumbrada, podríamos decir- de la sexualidad infantil.
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Del mismo modo como la seducción es la verdad del apuntalamiento –como no ceso
de afirmar-, el apuntalamiento aparece como la verdad après-coup de los enunciados sobre el
autoerotismo y las zonas erógenas. El primer elemento, el apuntalamiento, es dinámico, define
generando, en tanto que los enunciados dos y tres plantean problemas de esencia en los que
la discusión corre el riesgo de atascarse: por una parte, el problema de lo biológico, con su
meta bajo el dominio de una zona somática (es el tercer elemento de la definición), y por otra,
el problema del objeto o de su ausencia, que abre toda la cuestión del objeto fantasmático.
Primero la cuestión de lo biológico planteada en la tercera fase: "su meta sexual está
bajo el dominio de una zona erógena"; una frase que tiene dos corolarios, muy ligados entre sí:
por una parte, el primado de la "fuente"; por otra, una discusión sobre el "placer de órgano".
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Por otro lado, esta idea de una dependencia estrecha de la meta respecto de una zona
somática sólo es verdaderamente válida para algunas pulsiones parciales, en particular ciertas
mucosas que sirven siempre de referencia, pero para algún otro placer erótico, por ejemplo, lo
que Freud llama la pulsión de mirar (Schautrieb), es evidente que la idea de una
detumescencia y una tumescencia del ojo está totalmente fuera de alcance. Probablemente no
es una detumescencia del ojo, salvo de una manera muy metafórica, lo que busca un
voyeurista. Ven ustedes cómo rápidamente se agota esta idea de una suerte de secreción de la
sexualidad por una fuente somática, o zona erógena.
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Voy ahora al otro problema, el del autoerotismo definido como ausencia de objeto: "La
sexualidad infantil no conoce aún objeto sexual, ella es autoerótica". El problema esencial se
enuncia: ¿es que no tiene objeto real sino fantasmático, o es que no tiene objeto en absoluto?
Hay que reconocer claramente que cuando nosotros decimos […] que le autoerotismo está
ligado a un fantasma, se trata de lo que querríamos hacer decir a Freud pero que no está en él.
Para Freud, autoerotismo quiere decir "absolutamente sin objeto", sea exterior al cuerpo
propio o fantaseado: sin objeto exterior, aun cuando se tratase de un objeto "exterior" en la
fantasía.
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Lo que Freud por su parte había discutido antes muy vivamente: "Sólo designamos en
general como autoerotismo los primeros dos años de vida. El onanismo de la época ulterior,
con fantasías sobre otras personas, no es ya puramente autoerótico". Por lo tanto, a partir de
que hay objeto exterior, incluso en la fantasía, ya no hay verdaderamente autoerotismo.
En 1905, sólo había fantasías en la pubertad. Aquí, Freud se remonta de un salto hacia
atrás, y admite la presencia de fantasías en el período de 3 a 5 años. Pero mantiene la idea de
que el verdadero período autoerótico es el primero, aquel donde no hay fantasía.
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Rosenstein corrobora así muy exactamente el punto de vista de Freud: a partir del
momento en el cual una fantasía engloba a otra persona, incluso si el acto se realiza en total
soledad, hay que hablar de onanismo, y no de autoerotismo.
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Otro modelo más dinámico es el de dos flechas, que figuran las dos mociones
pulsionales.
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Esta interpretación pobre supone una suerte de paralelismo genético entre los dos
tipos de pulsiones, acerca del cual señalé antes que es muy dudoso aun a título de una
analogía descriptiva, ya que no es seguro que un mismo término (pulsión) sea adecuado para
designar a la vez la autoconservación y la sexualidad. En un modelo así, habría poca
intervención de un proceso sobre el otro, salvo en lo que concierne al desencadenamiento, es
decir, en el nivel de la "fuente". La función de autoconservación, la alimentación en este caso,
es la ocasión de una estimulación de la zona erógena, en este caso de los labios.
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Dicho de otro modo, cada una de las pulsiones no funciona por cuenta propia.
Descripto esquemáticamente, el apuntalamiento incluye dos tiempos: un funcionamiento
conjunto y luego un momento de toma de distancia o de rebote. Es lo que Freud dice
explícitamente en otros pasajes: la sexualidad encontraba en un comienzo su satisfacción al
mismo tiempo que la alimentación, y luego se separó de esta para devenir autoerótica. El
autoerotismo sería entonces rebote, tiempo de un devenir y no tiempo originario. Insistí más
de una vez en el aplanamiento que se producirá luego en Freud cuando haga del autoerotismo
el tiempo primero del ser humano, y no ya un tiempo secundario.
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En esta famosa parábola de los orígenes, Freud se encuentra ante este dilema: dar de
inicio lugar a lo sexual, en cuyo caso no se lo deduce en absoluto (sería esta la posición
kleiniana), o no dar lugar a lo sexual, en cuyo caso no se lo deduciría jamás.
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Salvar a Freud es intentar sacarlo del extravío mayor en esta concepción del
apuntalamiento, el de una sexualidad por prioridad endógena, que encuentra su punto de
partida en ego. En el esquema anterior, las flechas parten de la izquierda, de ego, cualquiera
que sea la manera en que se lo conciba –por ejemplo, como un organismo- y, por una especie
de truco de prestidigitador, se trata de hacer salir –o, como se dice más dignamente,
"emerger"- lo sexual de lo autoconservativo, con la salvedad de darse cuenta de que se lo ha
puesto allí desde el comienzo.
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Pero he aquí que la idea de una fuente sexual localmente ligada a una función de
autoconservación caduca más aún cuando abandonamos las famosas mucosas (o sea, las
fuentes donde la descripción del apuntalamiento es más simple, más canónica). ¿Cómo
mostrar, cuando se califica de erógeno a todo el revestimiento cutáneo, cuál es la fuente
autoconservativa? Igualmente, cuando Freud afirma que todo funcionamiento orgánico puede
dar lugar a excitaciones sexuales.
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La famosa tríada oral que Bertram Lewin intenta definir: comer – ser comido – dormir,
trae consigo algo muy distinto que un simple desfasaje de la ingestión; implica, en particular,
la situación pasiva de ser comido, una situación que quizás, en el nivel de la fantasía, es
original. La meta sexual nunca es el simple correlato de una actividad fisiológica.
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Recordemos que había dos tiempos en la descripción freudiana. Pero el primer tiempo
(en presencia del objeto) era autoconservativo y sin fantasma. El segundo tiempo (en
ausencia) era sexual y fantasmático. Lo que nos deja librados a preguntarnos cómo lo sexual
puede "llegar a" lo autoconservativo.
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Pero, ¿qué ocurre si intentamos abstenernos del eterno ejemplo oral? Si pretendemos
seguir esta secuencia en el nivel anal o urinario, ya que son supuestamente los tipos de
apuntalamiento que siguen a la oralidad, ¿se podría aún hablar de algo, en el nivel
autoconservativo, semejante a lo que Freud describe como una pulsión? ¿Son las heces el
objeto autoconservativo? ¿Es ese el objeto intentado por el funcionamiento excretorio? Un
objeto, por otra parte, apenas discernido en el comienzo, ya que, como sabemos, las heces del
lactante no son discernidas como algo, porque el bolo fecal unificado, solidificado, sólo llega
después. Esto es todavía más verdadero con la micción. ¿Cuál es entonces, en este caso, ese
objeto "inicial" exterior del que habla Freud? ¿Qué permanece del esquema fuente – meta –
objeto? ¡Y sin embargo fue sin duda respecto de la analidad, y sólo de ella, que apareció por
primera vez, en los Tres ensayos de 1905, la palabra apuntalamiento!
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Hay allí una mutación esencial: de un golpe hemos abandonado el objeto parcial –y la
interpretación paso a paso del apuntalamiento que yo intenté en vano construir-, y hemos
pasado al otro de la autoconservación; además, ni siquiera hemos permanecido en la
alimentación: "las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la protección del niño".
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Freud no se equivoca cuando dice que en principio todo el cuerpo es susceptible de ser
el lugar de esos mensajes tiernos, esas caricias, esos mimos. Pero, evidentemente, los lugares
del cuerpo son ante todo las zonas de pasaje, las zonas de cuidados y las de limpieza. Son
zonas absolutamente prefiguradas, predeterminadas por el funcionamiento mismo de un
organismo, y destinadas a los cuidados de la limpieza, no sólo en el ser humano, sino también
en el animal. ¿Qué ocurre entonces con esta idea de sucesión de estadios como de unan
sucesión de lugares, y de una libido que se pasearía del uno al otro, que seguiría una especie
de recorrido en zigzag sobre el cuerpo?
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Evidentemente, hay que ser claros y no temer decir que ciertas maduraciones
fisiológicas son importantes; pero su importancia principal, desde nuestro punto de vista, está
precisamente en que polarizan la atención del adulto: sus gestos, sus mensajes, sus fantasmas.
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Las zonas corporales llaman a los cuidados del adulto, cuidados que están presentes
desde las primeras horas, en razón de lo cual es totalmente vano pretender describir un orden
de sucesión. Desde las primeras horas de vida, las zonas anal y genital son objeto de atención.
[…] No hay que negar que se crean sucesiones, polarizaciones sucesivas. Pero incluso en lo que
se llama aprendizaje de la limpieza, a lo cual aludí hace un momento a propósito del control de
esfínteres, con un control más relajado primero, más controlado después, todos sabemos que
ese aprendizaje de la limpieza es diferente de un niño a otro, y por cierto que no se cumple en
función de la sola maduración muscular ni aún neurológica del niño, sino de la atención
vigilante que le aportan los padres. Atención vigilante del soldado, atención vigilante de la
madre. Es lo que crea las zonas erógenas.
Las zonas erógenas son entonces el objeto de cuidados embebidos de los fantasmas
principales del adulto.
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Bonito lapsus de Freud, que nos dice todo acerca de la acción del adulto, la cual no se
conforma con presentar, aportar como servidor neutro y anónimo, el alimento al niño.
Los cuidados entonces circunscriben y relevan sobre el cuerpo las zonas erógenas,
circunscriben y relevan también sobre el cuerpo del adulto significantes, como el pecho.
Esperando que salga al fin el libro de Jacqueline Lanouzière, que desarrolla, entre otras, la idea
que todos los psicoanalistas han descuidado: ¡olvidaron que ese trataba de una zona erógena
del adulto!
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Intenté mostrar el sentido nuevo que podría tomar el apuntalamiento una vez
introducido en el marco de la teoría de la seducción, sin duda desplazándolo de su marco de
origen, endógeno, el de una emergencia de la pulsión sexual a partir de la autoconservación,
pero teniendo en cuenta también nuevos elementos que aparecen en la evolución del
pensamiento de Freud. En otros términos, no sólo el apuntalamiento estalla desde el interior
(he intentado indicarlo mostrando la idea de la seducción como su única interpretación
posible, como su verdad), sino que además, en este caso en Freud, un elemento nuevo viene a
ampliar la perspectiva: la aparición del tipo de elección de objeto por apuntalamiento.
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Ven ustedes que este desplazamiento no existe en el pasaje citado: allí es totalmente
claro que el narcisismo secundario es el de los síntomas narcisistas, el narcisismo primario es el
de la infancia, y aquello que viene después del autoerotismo; no es entonces primero, no existe
desde el comienzo en el ser humano.
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La flecha del apego designa al otro del apego, pero ese otro, por su parte, no es tan
simple como el apego pretende creer (si se puede decir así): es un otro "comprometido" por su
propio inconsciente, por su "otro" interno podemos decir, de suerte que los mensajes que
envía son mensaje ellos mismos comprometidos, o enigmáticos para retomar ese término. A
fin de definir un poco esta "sexualidad erótica": se trata de una sexualidad que se constituye y
sólo se constituye en el fantasma; es una sexualidad que encuentra su origen en el
inconsciente; es una sexualidad que no está ligada, es decir que no está unificada, tanto en sus
zonas como en sus objetos, en sus realizaciones, en sus metas. Es esto lo que Freud llama con
un término obscuro en sí mismo: autoerótico. Digo oscuro en sí mismo porque el término
autoerótico no designa todo lo que esta sexualidad pretende designar.
Dibujé un esquema provisional, también con dos flechas, para indicar que, en este
caso, hay algo como un "espejo" entre ambos; un espejo (insistí en esto) que no es
forzosamente el instrumento que se llama así, la superficie reflejante como tal; ¡puede haber
"espejo" sin espejo!
Ese plano de lo total, de lo totalizante, del yo, para decirlo todo, y del objeto como tal,
se construye en principio a partir del plano I que le provee sus percepciones, sus Gestalten. En
efecto, es a través de la percepción, tanto la autopercepción del cuerpo (en particular de la
superficie corporal) como la percepción del otro como total; es, pues, gracias a algo que ocurre
en el nivel de la autoconservación y de sus funciones corporales perceptivas como "se forma"
poco a poco el yo, por precipitaciones sucesivas.
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En todo caso, aquí la idea no es ambigua, el yo es un reservorio de libido en el sentido
en que está lleno; no es un reservorio originario, no es un recipiente que estaría allí desde
siempre –lo que el "ello" va a devenir a continuación-, es un reservorio que es llenado por otra
cosa, a partir de una fuente que es precisamente la sexualidad, y que luego puede volver a
verter el agua en diferentes dominios.
¿Cuál es la clavija de este equilibrio? Es el tiempo II. En tanto que la especificidad del
tiempo II no es vista, no es afirmada, todo corre el riesgo de derrumbarse.
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La exhortación viene de Jung: ¿por qué mantener esta diferencia entre una libido
narcisista y una energía psíquica general?
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La cuestión es al fin y al cabo muy simple, pero los argumentos en sí son muy sinuosos
y frágiles, precisamente porque Freud no acierta con el punto esencial, que es la articulación
de ambos planos. La argumentación es en principio clínica: el conflicto psíquico exige que algo
se oponga a la sexualidad, sea puesto en peligro por ella. Lo propio del conflicto psíquico es
que la sexualidad es combatida, reprimida. ¿En nombre de qué? La cuestión permanece
abierta. ¿Es la autoconservación, es decir, nuestra conservación con vida, la que se ve puesta
en peligro por el deseo sexual? Se trata de una posición que Freud sostuvo a veces, pero en la
cual no logró mantenerse. ¿O será quizás el yo el que se opone a la sexualidad? Pero en ese
caso, si es el yo quien constituye el segundo polo del conflicto psíquico, no tenemos necesidad,
para dar cuenta de esto, más que de la relación entre esos dos planos II y III, ya que el plano I
es completamente vicariado, representado, por el plano III.
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La absorción de I por II es entonces tanto más peligrosa dado que II corre el riesgo de
ser a su vez arrasada por III. En otros términos, la sexualidad, tal como Freud la descubrió al
comienzo: específicamente ligada al fantasma, funcionando según el modo del proceso
primario, según asociaciones que hacen que la histérica pueda tener una crisis de angustia o
llorar a la vista de un objeto totalmente fútil, todos los desplazamientos y condensaciones
descubiertos por Freud como el modo mismo del funcionamiento sexual, la originalidad de las
metas sexuales, la tendencia al goce orgiástico absoluto, etc.; esta sexualidad resultará, por un
tiempo, olvidada, convertida en un avatar de un funcionamiento biológico, acabado,
totalizante.
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"El yo se encuentra originariamente, al comienzo mismo de la vida anímica, investido
pulsionalmente, y es en parte capaz de satisfacer sus pulsiones en sí mismo. Llamamos
narcisismo a ese estado, y autoerótica a la posibilidad de satisfacción".
Otro signo: la aparición del término Eros como sinónimo de amor; un término que,
pese a la etimología común, va a destronar, englobar y finalmente hacer desaparecer lo
"erótico" en nombre de lo total. Amor del yo total y amor del objeto total.
Otro signo aun (son todos síntomas del mismo movimiento): la expresión pulsión de
vida, invención extraordinaria para designar, desexualizándola, la sexualidad.
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Es imposible que Freud haya olvidado totalmente su descubrimiento, hace falta que la
sexualidad sobreviva a ese desastre… y he aquí la prosecución de mi cita del Esquema del
psicoanálisis: "… la meta de la otra pulsión es, al contrario [el antagonista de Eros], disolver
nexos y, así, destruir las cosas". He aquí el resurgimiento, la reaparición, en otro lugar, de lo
que no pudo ser englobado por el Eros narcisista: algo que se llama, como ustedes saben,
pulsión de muerte.
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El concepto bruto de pulsión de muerte yerra los elementos esenciales. Si ustedes han
tenido la voluntad de seguirme, yerra simplemente la base de todo esto, es decir, la seducción;
yerra la fantasía como fuente de la pulsión; yerra el proceso de represión como generador de
la fantasía. Una pulsión de muerte sin represión, sin que encuentre incluso su propio origen en
el proceso de represión, yerra lo esencial de aquello que consideramos la génesis de lo
pulsional en el hombre, algo pulsional "demoníaco" que ella pretende, sin embargo, reafirmar.
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En otros términos, se puede decir que los dos grandes modos de funcionamiento de la
sexualidad, según esos dos verdaderos principios del funcionamiento psíquico –no el principio
de placer y el principio de realidad sino el principio de ligazón y el principio de desligazón-,
esos dos grandes modos de funcionamiento del alma han devenido pulsiones, y yo diría que
incluso han devenido instintos.
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Sostendría que no hay idea de la muerte en el inconsciente (lo cual puede ser una
afirmación sin consecuencia si se quiere admitir que, simplemente, no hay ideas en el
inconsciente), [Nota 26: No hay idea de "vida", por ejemplo…] pero también, más cerca de la
experiencia y de la observación, afirmará que la idea consciente de la muerte no es primaria,
es adquirida en el niño, concretamente, en la historia del individuo, y que ella es adquirida
también en la historia de la especie (Totem y tabú, y otros textos), y además que ella pasa por
la mediación de la muerte del otro, sea esta muerte la pérdida o a veces el asesinato del otro.
No es quitar su dramatismo a la idea de la muerte decir que es adquirida y mediatizada por la
muerte del otro.
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Enumeré algunos olvidos del descubrimiento freudiano principal en esta teoría y esta
práctica kleinianas.
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La que pierde su verdadero lugar, al fin y al cabo, en esta cupla antagonista que
constituyen el amor y la agresividad, es la sexualidad. Lo sexual, como el Eros freudiano,
deviene el amor totalizante, sintetizante. En cuanto a lo sexual desligado y desligante, tenemos
que apelar a toda nuestra buena voluntad para reconocerlo en acción allí donde se oculta en
el sistema: precisamente bajo la máscara de la destructividad, por ejemplo en la posición
paranoide, o en el objeto malo, parcial, atacante.
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