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J. Laplanche – El extravío biologizante de la sexualidad en Freud.

A partir del abandono por parte de Freud de la teoría de la seducción, el retorno a una
concepción puramente endógena de la sexualidad era ineluctable: el instinto anclado en la
filogénesis, aunque revocado inicialmente, no cesará de visitar al pensamiento freudiano. Tres
momentos de este extravío se pueden apuntar:

1. La teoría del apuntalamiento, que propone una sexualidad que emerge desde la
autoconservación. Muy poco explicitada por Freud, creemos que esta teoría no puede
ser salvada desde una interpretación puramente endógena. Sus contradicciones
internas, ampliamente analizadas en este trabajo, se abren sobre lo que le falta: el
clivaje de un plano propiamente sexual en lo biológico infantil, que no puede ser
concebido salvo a partir de la acción del otro.
2. .
3. Pero muy rápidamente se anuncia la última teoría de las pulsiones que colapsa estas
distinciones indispensables. Bajo el comando de Eros unificador, finalmente se
propone un retorno mítico al instinto de modo encubierto. La "pulsión de muerte"
surge, seguramente, para mantener el conflicto, pero se trata de un concepto
compositivo en el que Freud y sus sucesores se rehúsan a poner al descubierto el
retorno de la sexualidad "demoníaca". Una vez comprendida claramente su función
histórica, la de una compensación en el seno del extravío inicial, el pensamiento
psicoanalítico tiene interés en deshacerse de ella.

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¿Es el pensamiento freudiano un bello edificio? ¿Hay que aceptarlo en bloque o es


necesario elegir? Desde luego, ni lo uno ni lo otro. Yo diría: hay que conocerlo en su conjunto,
pero también es necesario ser capaz, justamente conociendo este conjunto, de descubrir en él
los falsos equilibrios, los equilibrios inestables, los desniveles, e intentar hundir el pico o el
cuchillo en las fallas.

¿Qué es, por lo tanto, "Interpretar a Freud con Freud", para retomar el título de uno de
mis artículos?

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Creo que existe cierto nivel de interpretación que permite seguir la pista, en Freud, de
algo que yo llamo, desde hace mucho tiempo, la exigencia. La exigencia es algo que está
dictado por el objeto: ni por el hombre Freud ni tampoco por la lógica. En cierto modo, como
ocurre con el método psicoanalítico, es el objeto "inconsciente" el que orienta la evolución
misma del pensamiento.
Es descubrir, cómo en un psicoanálisis, movimientos subterráneos que comandan las
recomposiciones inauguradas; es detectar, en ciertos momentos, una suerte de cripto-Freud,
recubierto por el Freud oficial.

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Introduzco la idea de extravío, la cual supone que la investigación de aquel que se


desvía está guiada por una meta que insiste.

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A partir del momento en que un pensamiento, que sigue no obstante guiado por la
exigencia de su objeto-fuente, se interna empero por algo que se asemeja a un extravío serio,
[…] se ve sometido a movimientos de recuperación destinados a integrar hechos nuevos y
reencontrar al mismo tiempo la dirección de la cima. Sin embargo, estos toman a menudo la
forma de hipótesis ad hoc, es decir, inventadas para responder a las necesidades de la causa,
en un intento de hacer concordar los hechos con una teoría que no siempre se les pliega.

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Demostrar un extravío consiste por supuesto en poner en evidencia el error, la vía


falsa, pero también en intentar mostrar sus causas, y es allí donde las cosas se complican:
ningún extravío es inocente, ninguno deja de tener una causa.

Es algo que intenté expresar por medio de una fórmula parodiando la ley de Haeckel:
"la ontogénesis recapitula la filogénesis", diciendo que la "teoréticogénesis", es decir, la
evolución misma de la teoría y sus avatares, tiende a recapitular la ontogénesis, o sea, el
destino de la sexualidad y del inconsciente en el ser humano.

Mi propio encaminamiento, que suelo describir como una espiral, con lo que indico
que vuelvo sin cesar sobre los mismos puntos, pero según una curva que intento hacer
progresar todo lo posible.

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Lo que he propuesto llamar extravío […] surgió del retroceso –cuasi obligatorio, y que
no se trata de reprochar a Freud- ante las consecuencias de la prioridad del otro, en la
constitución, […] digamos: del ser humano sexual.

El primer extravío, que intentaré denominar más precisamente, y que aparece ligado a
un biologismo de la sexualidad, encuentra su descendencia directa en Melanie Klein y sus
discípulos.

El segundo extravío […] es la reconstrucción autocentrista o ipsocentrista del ser


humano, que invadió a toda una psicología que se considera más o menos surgida del
psicoanálisis.

En fin, el tercer extravío consiste en situar lo estructural en el corazón del inconsciente,


cuya descendencia se reconocerá en el estructuralismo de Lacan.
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Mi tema presente es entonces aquel de lo que se puede llamar el biologismo de la


pulsión sexual, un extravío del lado de la biología.

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"Biologismo de la pulsión sexual". ¿Qué quiere decir? […] La sexualidad, incluso bajo
las formas que toma en el ser humano, no puede sino situarse en el cuerpo. La teoría de la
seducción, tal cual ella se anunciaba con Freud, ciertamente hacía difícil el camino. […] La
respuesta queda por ser elaborada, en la medida en que retomamos la teoría de la seducción
generalizada.

Sería necesario en todo caso sostener esto con firmeza: la seducción no es una teoría
de la encarnación del espíritu en el cuerpo. Hay, por un lado, un organismo que es montaje
biológico pero también sentido […] y, por otro lado, del lado del adulto, lo que se implanta son
mensajes ante todo somáticos, inseparables de los significantes gestuales, mímicos o sonoros,
que los portan.

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El problema no es entonces el de la relación alma-cuerpo, sino el de la articulación de


un funcionamiento sexual y de un funcionamiento autoconservativo, tanto el uno como el otro
indisolublemente psíquico y somático. Es así como en el freudismo el viejo problema del alma
y del cuerpo –yo ya lancé esta idea- no ha sido resuelto (¿quién querría resolverlo?), sino que
resulta desplazado sobre una nueva línea: precisamente, la línea de articulación constituida
por el apuntalamiento o la seducción.

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El riesgo de tomar una falsa vía a partir del abandono de la teoría de la seducción tiene
por nombre: instinto. Se pueden situar fácilmente las dos etapas de ese riesgo con las dos
teorías de las pulsiones: la primera se extiende desde los Tres ensayos de teoría sexual hasta
"Pulsiones y destinos de pulsión", es decir, de 1905 a 1915; la segunda etapa es puesta en
marcha con el descubrimiento del narcisismo y encuentra su culminación con la teoría del
"gran" dualismo pulsional, pulsiones de vida - pulsiones de muerte.

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Volvamos a la primera etapa que se extiende entre 1905 y 1915, y centrémonos en la


noción de instinto y en el hecho de que Freud elige muy rápidamente hablar de Trieb, en tanto
que el término Instinkt existe también en alemán. Con Trieb, entonces, el acento se pone en el
empuje casi ciego, demoníaco, que va a la búsqueda de la satisfacción más que hacia un fin
preestablecido.

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Si vengo de situar este término instinto es también para plantearlo como aquello que
puede constituir una especie de tentación, o de límite, de extravío o de falsa vía. Un extravío
instintual de la teoría de la sexualidad es siempre posible. Sería entonces más justo hablar de
una instintualización de lo sexual que de una biologización de lo sexual. Se podría decir que
Freud lucha constantemente contra esta posibilidad: en su caso, el retorno del instinto en la
sexualidad no se hace sino por vías apartadas, incluso en el peor momento.

Abordaré ese "peor momento", el de las llamadas pulsiones de vida y pulsiones de


muerte, al final de mi recorrido.

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Como vemos aquí, el mito de Aristófanes se aduce en apoyo de la opinión popular que
pretende que la sexualidad está predeterminada, que cada uno encuentra a su pareja según
una armonía original que debe ser restablecida. Pero, desde el comienzo, Freud anuncia, por
así decir, el color ("tenemos pleno fundamento para discernir en esas indicaciones un reflejo o
copia muy infiel de la realidad"), y todos los Tres ensayos de teoría sexual van a esforzarse por
demoler esta concepción llamada popular, adaptativa y armoniosa de la sexualidad.

Pero he aquí que a catorce años de distancia, en Más allá del principio de placer
(1919), después de haber desarrollado ampliamente su teoría de las pulsiones de vida y de las
pulsiones de muerte, Freud propone el siguiente razonamiento: toda pulsión está habitada por
la "compulsión de repetición", y tiende a restablecer un estado anterior; en lo que concierne a
la pulsión de muerte, sabemos cuál es este estado anterior: se trata del retorno a la materia
inanimada, que pone fin al desequilibrio energético creado por la aparición de la vida. Pero,
¿qué ocurre en este sentido con la pulsión de vida?

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Esas son entonces las dos circunstancias principales en las cuales Freud invoca el mito
de Aristófanes: en 1905, para estigmatizarlo en razón de quedar ligado a una opinión que
quiere destruir, la idea de una sexualidad preformada; en 1919, por el contrario, para
encontrar precisamente el origen del Eros o de las pulsiones de vida –volveré sobre estas
palabras- en una unidad originaria que bien se puede considerar narcisista.

Nos vemos de manera ejemplar ante el problema de "interpretar a Freud con Freud".
Se puede decir: Freud está en contradicción consigo mismo.

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Otro punto de vista: ha cambiado de opinión sobre la sexualidad. ¡Pero se trata


verdaderamente de un giro de 180 grados! Después de haber dicho que la sexualidad no
estaba preformada, se vuelve, en Más allá del principio de placer, a la idea de que todo estaba
dado de antemano y que no se buscaba sino volver a lo que estaba allí desde el comienzo.
Según esta interpretación aún bien superficial, Freud ha cambiado totalmente su concepción
de la sexualidad, y todo su trabajo, que había consistido en disociar la pulsión del instinto, se
diluye.

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A partir de la introducción, ya citada a propósito de Aristófanes, comienza un
desarrollo en tres capítulos, cuya secuencia podría ser considerada como una odisea del
instinto: el instinto perdido, en el primer capítulo sobre las aberraciones sexuales, luego, en el
segundo, sobre la sexualidad infantil y, al final, en el último capítulo, el instinto reencontrado
o, tal vez, porque lo que se reencuentra al final no es en modo alguno el instinto, es algo que,
de uno u otro modo, reconstruye en el ser humano un comportamiento que puede parecerse
al instinto, sin serlo.

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Todas desviaciones que destruyen en el adulto la idea de una preformación, de una


finalidad, ya que la única meta asignable a todos esos actos llamados (y con justo título)
sexuales no puede ser un fin biológico, sólo puede ser pura y simplemente el placer.

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Este libro fue retrabajado por Freud un gran número de veces. Es de 1905, pero Freud
le aporta añadidos considerables en 1910, 1915, 1920 y 1924. Pero esos añadidos van todos en
el mismo sentido, que el de disminuir, precisamente, el aspecto aberrante de la sexualidad.

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Las ediciones introducen en particular, en el segundo capítulo, lo que se llama "la


organizaciones sexuales" o "los estadios sexuales infantiles", que están estrictamente ausentes
de la edición de 1905. La idea de una sexualidad infantil ya "organizada" no viene sino
posteriormente, y a continuación de artículos sucesivos de Freud que corresponden a
investigaciones clínicas.

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En principio se introduce, con este solo término "organización", la idea de una suerte
de adecuación al fin: y aun más, cuando la serie deviene completa, ¡qué tentación e ver en
esta secuencia de estadios jerarquizados en un orden temporal –oral, anal, genital- algo que se
asemeja a una evolución a la vez preformada e integrativa! Es exactamente lo que va a ocurrir
con uno de los principales discípulos de Freud, Karl Abraham, que llevará al máximo lo que se
ha dado en llamar el "estadismo".

A partir del momento en que esta secuencia misma se presenta como ordenada, tal
que progresa hacia una etapa final llamada de objetalidad y de genitalidad; a partir del
momento en que esta secuencia ontogenética supuestamente reproduce una sucesión
filogenética… en ese caso lo que yo llamaba el instinto perdido del primer capítulo, ´solo en
apariencia se habría perdido. La sexualidad infantil aparece en la bruma, pero en realidad la
ruta la lleva indefectiblemente hacia la sexualidad adulta, conforme, esta, a la "opinión
popular". Es un finalismo que abrazan todas las tentativas de psicología genética de inspiración
psicoanalítica, cuyo padre es en particular Abraham.

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Una indicación esencial: esta adecuación a un fin domina en la medida misma en que
la teoría del desarrollo sexual se presenta como la totalidad del desarrollo humano; en la
medida en que reina en la teoría un pansexualismo, reinará en razón de ello la necesidad de
describir una génesis del acceso al objeto (a la vez perceptivo y sexual). Pero, por otra parte, y
por un retorno totalmente legítimo, ese pansexualismo que pretende ser todo, que pretende
ignorar y despreciar todo desarrollo autoconservativo, se difumina en una teoría de la pura y
simple relación. Terminaré entonces con esta afirmación: la especificidad de lo sexual sólo se
afirma cuando se refirma, en cierto modo, al menos potencialmente, la existencia de un
dominio no sexual.

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Hablaré entonces del apuntalamiento, de la falsa vía que esta noción puede abrir, y de
su indispensable reenderezamiento.

[…] se trata, si se puede decir, de un olvido "originario", puesto que la noción nunca
había adquirido relevancia ni siquiera para Freud.

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La Anlehnung, entonces, es una tentativa de enunciar cierta articulación fundamental


entre dos tipos de funcionamiento y dos modos de satisfacción. Entre un funcionamiento
sexual –que precisamente en el niño no es una función sexual, sino que anticipa la función
biológica de la sexualidad- y por otra parte un funcionamiento autoconservativo, él mismo
mucho más funcional, incluso si es parcialmente deficiente en la cría humana.

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Digamos que se trata de un concepto que nunca fue tematizado como tal por el autor:
Freud jamás escribió ni se le habría ocurrido escribir un artículo sobre el apuntalamiento.

En más de un punto, el término Anlehnung es semejante al de Nachträglichkeit, que


tiene también ese estatuto de "concepto implícito", o de "paraconcepto".

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Uno de los aspectos de mi tesis consiste en que en el momento en el cual el


apuntalamiento comenzará a tematizarse, en los años de 1910-1912, corre el riesgo de tomar
una falsa vía: es el momento en el cual la autoconservación se afirmará como una pulsión
paralela a la sexualidad, compuesta por los mismos elementos que esta.

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La autoconservación se calcará sobre la sexualidad e, inversamente, esto reactuará


sobre la pulsión sexual, abriendo la vía a una instintualización al menos virtual de la pulsión
sexual. Si se define la función según el modo de la pulsión, se corre el riesgo, inversamente, de
plegar la pulsión sobre la función, en el sentido de un funcionalismo de la sexualidad.
Esta falsa vía tomada por el apuntalamiento y en el apuntalamiento es lo que pretendo
desarrollar aquí, pero ya fue marcado como conclusión de mi exposición de Problemáticas III
sobre la sublimación: sólo la teoría de la seducción aporta la verdad del apuntalamiento.

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El examen atento de estas cuatro nociones, en sus contradicciones internas, dado que
se trata de la sexualidad humana, lleva a una misma conclusión, que se desprende también de
las observaciones reunidas en Tres ensayos.

En la Trieb sexual, todo es variable. El objeto es contingente, susceptible de todas las


sustituciones; según Freud, se puede siempre reemplazar un objeto por otro. La meta es
susceptible de intercambios, modificaciones, inhibiciones. Las fuentes, en fin, están conectadas
las unas a las otras, susceptibles de "vicariarse". En esta concepción, objeto, fuente y meta en
la pulsión sexual son, finalmente, evanescentes. Y la imagen que me viene es la del cuchillo de
Jeannot o incluso del velero del Teseo, como la cuenta Plutarco. En la época en la que escribió
su Vida de hombres ilustres, se mostraba aún en Atenas la nave de Teseo, con la cual él había
ido, siglos antes, a vencer al Minotauro en Creta. Ese verdadero monumento histórico era
evidentemente de madera, de modo que de tiempo en tiempo una pieza se pudría; se
cambiaba la pieza y así de seguido, de suerte que al final todas las piezas habían sido
reemplazadas. De tal modo, dice Plutarco, este barco de Teseo había llegado a ser para los
filósofos un gran ejemplo. ¿Si todo ha sido cambiado –se preguntaban-, es aún "el velero de
Teseo"?

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La pulsión es una especie de velero de Teseo. ¿Qué queda de la pulsión? Nada, salvo el
empuje, ese Drang que, por la semántica, es exactamente sinónimo de Trieb. Es, creo, lo que
Lacan quiso subrayar cuando sugirió el término "deriva". Ningún traductor de Freud, incluso
lacaniano, se atreverá a retraducir: "Derivas y destinos de derivas". Pero en ese juego de
palabras lacaniano que pasa por el inglés drive, afrancesado en deriva, existe esta idea de que
la pulsión es una deriva, es decir que Trieb no indica ninguna vía. La Trieb, de origen endógeno,
no indica nada, y hay que desembarazarse de ella por todos los medios. Sólo queda el empuje,
que es ciego.

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El apuntalamiento responde a un problema de origen, explícitamente situado de


manera temporal. No hay razón para renegar de las cuestiones de tiempo y cronología en
nombre de una intemporalidad cualquiera. Se trata de dar cuenta de la aparición de la
sexualidad en sus comienzos, de la sexualidad infantil, entonces.

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Se trata, en efecto, con la sexualidad infantil, de algo muy particular que se llama la
sexualidad extensa, extendida a lo pregenital –digamos más bien a lo extra-genital, para no
prejuzgar sobre una secuencia cronológica entre lo pregenital y lo que vendría después-; una
sexualidad extensa cuya enumeración conocemos hasta la saciedad: oral, anal, uretral, etc.
Pero todo, finalmente, puede ser la ocasión de algo sexual en el funcionamiento del ser
humano.

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Esta definición por parte de Freud de la sexualidad infantil merece ser reproducida por
entero, en una traducción exacta.

En primer lugar, ella "aparece en apuntalamiento sobre una de las funciones


corporales importantes para la vida"; en segundo lugar, "ella no conoce aún objeto sexual, es
autoerótica"; en tercer lugar, "su meta sexual está bajo el dominio de una zona erógena".

Encontramos todo aquí, salvo el "empuje": meta, objeto y fuente (la zona erógena).
Pero destaquemos la posición predominante dada aquí al apuntalamiento: este no es
introducido sino après-coup en 1915, pero se lo pone a la cabeza de la definición, como una
suerte de verdad – vislumbrada, podríamos decir- de la sexualidad infantil.

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Del mismo modo como la seducción es la verdad del apuntalamiento –como no ceso
de afirmar-, el apuntalamiento aparece como la verdad après-coup de los enunciados sobre el
autoerotismo y las zonas erógenas. El primer elemento, el apuntalamiento, es dinámico, define
generando, en tanto que los enunciados dos y tres plantean problemas de esencia en los que
la discusión corre el riesgo de atascarse: por una parte, el problema de lo biológico, con su
meta bajo el dominio de una zona somática (es el tercer elemento de la definición), y por otra,
el problema del objeto o de su ausencia, que abre toda la cuestión del objeto fantasmático.

Primero la cuestión de lo biológico planteada en la tercera fase: "su meta sexual está
bajo el dominio de una zona erógena"; una frase que tiene dos corolarios, muy ligados entre sí:
por una parte, el primado de la "fuente"; por otra, una discusión sobre el "placer de órgano".

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Por otro lado, esta idea de una dependencia estrecha de la meta respecto de una zona
somática sólo es verdaderamente válida para algunas pulsiones parciales, en particular ciertas
mucosas que sirven siempre de referencia, pero para algún otro placer erótico, por ejemplo, lo
que Freud llama la pulsión de mirar (Schautrieb), es evidente que la idea de una
detumescencia y una tumescencia del ojo está totalmente fuera de alcance. Probablemente no
es una detumescencia del ojo, salvo de una manera muy metafórica, lo que busca un
voyeurista. Ven ustedes cómo rápidamente se agota esta idea de una suerte de secreción de la
sexualidad por una fuente somática, o zona erógena.

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Voy ahora al otro problema, el del autoerotismo definido como ausencia de objeto: "La
sexualidad infantil no conoce aún objeto sexual, ella es autoerótica". El problema esencial se
enuncia: ¿es que no tiene objeto real sino fantasmático, o es que no tiene objeto en absoluto?
Hay que reconocer claramente que cuando nosotros decimos […] que le autoerotismo está
ligado a un fantasma, se trata de lo que querríamos hacer decir a Freud pero que no está en él.
Para Freud, autoerotismo quiere decir "absolutamente sin objeto", sea exterior al cuerpo
propio o fantaseado: sin objeto exterior, aun cuando se tratase de un objeto "exterior" en la
fantasía.

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Lo que Freud por su parte había discutido antes muy vivamente: "Sólo designamos en
general como autoerotismo los primeros dos años de vida. El onanismo de la época ulterior,
con fantasías sobre otras personas, no es ya puramente autoerótico". Por lo tanto, a partir de
que hay objeto exterior, incluso en la fantasía, ya no hay verdaderamente autoerotismo.

En 1905, sólo había fantasías en la pubertad. Aquí, Freud se remonta de un salto hacia
atrás, y admite la presencia de fantasías en el período de 3 a 5 años. Pero mantiene la idea de
que el verdadero período autoerótico es el primero, aquel donde no hay fantasía.

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Rosenstein corrobora así muy exactamente el punto de vista de Freud: a partir del
momento en el cual una fantasía engloba a otra persona, incluso si el acto se realiza en total
soledad, hay que hablar de onanismo, y no de autoerotismo.

Queda así abierta la puerta a la presencia de fantasías de 0 a 2 años, pero fantasías


que no son el efecto de relaciones exteriores en el interior del sujeto, sino que serían de origen
interno; pensamos enseguida en el ello hereditario no reprimido y en lo que esto va a devenir
en Freud después. Federn abre la puerta, se podría decir, por donde se zambullen los
kleinianos: fantasías que no tienen origen exterior sino que están allí desde el comienzo.

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El apuntalamiento. La imagen más simple es la de un diedro, o sea, la intersección de


dos planos, el de la autoconservación y el de la sexualidad; el apuntalamiento se produce
sobre la línea de intersección.

Otro modelo más dinámico es el de dos flechas, que figuran las dos mociones
pulsionales.

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Diré que hay tres interpretaciones posibles de esta articulación entre la


autoconservación y la sexualidad:

1. Una interpretación pobre, paralelista; 2. Una interpretación rica, en el sentido de


una emergencia: pero esta interpretación es contradictoria, de suerte que su dialéctica se abre
sobre 3. Una interpretación invertida del apuntalamiento.

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Esta interpretación pobre supone una suerte de paralelismo genético entre los dos
tipos de pulsiones, acerca del cual señalé antes que es muy dudoso aun a título de una
analogía descriptiva, ya que no es seguro que un mismo término (pulsión) sea adecuado para
designar a la vez la autoconservación y la sexualidad. En un modelo así, habría poca
intervención de un proceso sobre el otro, salvo en lo que concierne al desencadenamiento, es
decir, en el nivel de la "fuente". La función de autoconservación, la alimentación en este caso,
es la ocasión de una estimulación de la zona erógena, en este caso de los labios.

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Un paralelismo de este tipo es lamentable desde todos los ángulos. Va en desmedro de


la concepción de la autoconservación y de sus mecanismos complejos. En efecto, Freud no se
interesa en absoluto en la necesidad alimentaria, que no tiene su origen en los labios, ni
tampoco en el estómago, sino en toda una serie de regulaciones homeostáticas muy
complicadas. Del mismo modo, la fuente de la expulsión, de la defecación, no está
evidentemente en el ano en tanto tal, sino en mecanismos tal vez un poco más simples que
aquellos de la alimentación, y claramente descriptos en la fisiología del peristaltismo intestinal.

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Pero este paralelismo empobrece al mismo tiempo la sexualidad, dándole un modelo


demasiado cómodo como es el del chupeteo, de suerte que, si la sexualidad fuera el placer de
órgano, bastaría (lanzo esta provocación) con dosificar de modo diferencial la hormona sexual
en tal o cual zona llamada erógena y en tal otra parte determinada del cuerpo. Esto no quiere
decir que no haya zonas del cuerpo más sensibles que otras, pero conviene extender esta
virtualidad a todo revestimiento cutáneo, incluso a mecanismos anclados en el cuerpo pero
más complejos, como la visión y la actividad muscular –aquello de lo cual habla Freud a
propósito de las fuentes indirectas de la sexualidad.

Una segunda interpretación es la que salva el apuntalamiento viendo en él una suerte


de emergencia. Su visualización es nuestro esquema con la flecha de la autoconservación y esa
segunda flecha que se separa de ella progresivamente luego de haber caminado en paralelo.

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Dicho de otro modo, cada una de las pulsiones no funciona por cuenta propia.
Descripto esquemáticamente, el apuntalamiento incluye dos tiempos: un funcionamiento
conjunto y luego un momento de toma de distancia o de rebote. Es lo que Freud dice
explícitamente en otros pasajes: la sexualidad encontraba en un comienzo su satisfacción al
mismo tiempo que la alimentación, y luego se separó de esta para devenir autoerótica. El
autoerotismo sería entonces rebote, tiempo de un devenir y no tiempo originario. Insistí más
de una vez en el aplanamiento que se producirá luego en Freud cuando haga del autoerotismo
el tiempo primero del ser humano, y no ya un tiempo secundario.

Conjunción, luego emergencia, que es un desfasaje, una suerte de metabolización o de


simbolización, siguiendo las vías de toda asociación, en las cuales repito que son ineluctables –
no sólo en el pensamiento sino también en el ser viviente- las vías de la contigüidad y de la
semejanza.

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En esta famosa parábola de los orígenes, Freud se encuentra ante este dilema: dar de
inicio lugar a lo sexual, en cuyo caso no se lo deduce en absoluto (sería esta la posición
kleiniana), o no dar lugar a lo sexual, en cuyo caso no se lo deduciría jamás.

La meta, desde esta perspectiva emergentista, toma consistencia. Ya no se trata de la


simple descarga in situ del placer de órgano, sino de una metaforización y una
fantasmatización de la meta alimenticia. Si la meta alimenticia es la ingestión del alimento, la
meta sexual deviene la incorporación, derivada de la recedente, en este caso según la línea de
la similitud o de la metáfora. Ocurre del mismo modo con la meta de la analidad, en cuyo caso
la expulsión anal es la metaforización de la excreción de los excrementos.

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Salvar a Freud es intentar sacarlo del extravío mayor en esta concepción del
apuntalamiento, el de una sexualidad por prioridad endógena, que encuentra su punto de
partida en ego. En el esquema anterior, las flechas parten de la izquierda, de ego, cualquiera
que sea la manera en que se lo conciba –por ejemplo, como un organismo- y, por una especie
de truco de prestidigitador, se trata de hacer salir –o, como se dice más dignamente,
"emerger"- lo sexual de lo autoconservativo, con la salvedad de darse cuenta de que se lo ha
puesto allí desde el comienzo.

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Felizmente, en esta interpretación por la emergencia, son las grandes coordenadas


mismas (objeto, fuente y meta) las que se ven sacudidas, puestas en movimiento.

Lo que intento ahora mostrar es que no es sólo el contenido de la fuente, la meta y el


objeto el que deriva de su correspondiente en la autoconservación, sino que son las nociones
mismas de fuente, de objeto y de meta las que caducan, no sólo cada una por su cuenta sino
en su articulación con las otras.

De la ingestión a la incorporación, es decir, de lo autoconservativo a lo sexual, hay


mucho más y algo muy distinto que una psiquización, o incluso una simbolización.

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Pero he aquí que la idea de una fuente sexual localmente ligada a una función de
autoconservación caduca más aún cuando abandonamos las famosas mucosas (o sea, las
fuentes donde la descripción del apuntalamiento es más simple, más canónica). ¿Cómo
mostrar, cuando se califica de erógeno a todo el revestimiento cutáneo, cuál es la fuente
autoconservativa? Igualmente, cuando Freud afirma que todo funcionamiento orgánico puede
dar lugar a excitaciones sexuales.

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Sin entrar con Freud en el problema del masoquismo, se puede comprobar la


extensión introducida por el término "coexcitación". No se trata ya, como en el
apuntalamiento en sentido estricto, de un funcionamiento en paralelo, proveniente siempre
de ego: una agitación del organismo, de una proveniencia distinta de la del funcionamiento
autoconservativo, puede hacer surgir la excitación sexual. Vemos qué tipo de generalización de
la "fuente" se esboza. La fuente deviene agitación exógena, implantación de un cuerpo
extraño. La cuestión del origen tiende de golpe a invertirse en esta generalización, si ya no hay
nada endógeno, en el límite, que no comporte algo exógeno implantado. La fuente no es ya un
lugar del cuerpo de la cual brotarían, en vecindad, dos procesos de los cuales uno sería
autoconservativo y el otro sexual. El término mismo fuente no es ya válido si lo entendemos
como aquello de lo cual brota naturalmente algo: la sexualidad no brota de la fuente, como lo
hace el agua.

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La famosa tríada oral que Bertram Lewin intenta definir: comer – ser comido – dormir,
trae consigo algo muy distinto que un simple desfasaje de la ingestión; implica, en particular,
la situación pasiva de ser comido, una situación que quizás, en el nivel de la fantasía, es
original. La meta sexual nunca es el simple correlato de una actividad fisiológica.

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Recordemos que había dos tiempos en la descripción freudiana. Pero el primer tiempo
(en presencia del objeto) era autoconservativo y sin fantasma. El segundo tiempo (en
ausencia) era sexual y fantasmático. Lo que nos deja librados a preguntarnos cómo lo sexual
puede "llegar a" lo autoconservativo.

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Dentro de una concepción que busca salvar el apuntalamiento, vemos cómo


tambalean la fuente, la meta, y también la relación fuente-meta, ya que la meta,
supuestamente secretada por la fuente (es esta la imagen misma de la "fuente", la cual
tampoco es verdadera para el caso de la autoconservación), la meta en tanto está ligada al
fantasma, toma de golpe posición de fuente. Y el "objeto" también.

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Recupero nuestro recorrido reciente: dialectizar el apuntalamiento, hacerlo "saltar" en


la medida en que sería un cerrojo, en la medida en que corre el riesgo de ser un salvataje del
endogenismo de la pulsión sexual. Con dos interpretaciones que he recorrido rápidamente:
una interpretación que llamo "paralelista" y una interpretación "por emergencia", de la cual
intenté mostrar la última vez, respecto de los diferentes elementos (a excepción del objeto),
que no se puede salvar el apuntalamiento sin poner en cuestión no sólo el esquema de lo que
se llama autoconservación, y el de sus relaciones.

74

Si Freud pretendió que el objeto alimentario innato y preformado, el objeto de la


"pulsión oral", es el pecho, esto sin duda es falso e incompleto: el pecho es succionado, no
ingerido. Pero que sea necesario, por el contrario, como en el modelo un poco abstracto que
recordé la vez anterior, plegar la autoconservación sobre la leche, es también casi falso, y
puramente didáctico. Un modelo falso, porque pretende precisamente salvar el modelo
freudiano, que se funda en una especie de "mixto" de la autoconservación y de la sexualidad,
un esquema de la pulsión con su fuente, objeto y meta, que finalmente no se aplica bien ni a la
una ni a la otra. Este esquema es el de "Pulsiones y destinos de pulsión".

75

En consecuencia, yo no insisto en esta nueva distinción, discutible, entre pulsiones


sexuales autoeróticas y pulsiones sexuales que exigen desde el comienzo un objeto, sino en la
idea de que las pulsiones de autoconservación, pulsiones llamadas "del yo" (no entro en esta
diferencia terminológica), no podrían "nunca ser satisfechas autoeróticamente". Freud
embrolla un poco las cosas, es cierto, cuando usa la expresión "de manera autoerótica" para
pulsiones que precisamente no son… eróticas. Pero se comprende lo que quiere decir: estas
pulsiones nunca podrían ser satisfechas "auto", en sí mismas y sobre sí mismas, porque buscan
desde el comienzo un objeto. Tenemos aquí la idea indiscutible de que el funcionamiento
"autoconservativo" (pongo entre comillas esta palabra para decir que se trata sólo de una
etiqueta de conjunto) está desde el comienzo abierto al mundo exterior. Pero es esto, ese
funcionamiento no solipsista, esta abertura, lo que se cerrará en el pensamiento freudiano
cuando la autoconservación termine absorbida por el modelo sexual. […] Ya, en el nivel de la
alimentación concebida como necesidad primaria –lo único sobre lo cual sin cesar Freud y
nosotros mismos volvemos-, el objeto es tomado en un conjunto que incluye implícitamente al
otro cuerpo, no sólo como un cuerpo que aporta la leche, sino también como calor, como
anidamiento, como soporte.

76

Pero, ¿qué ocurre si intentamos abstenernos del eterno ejemplo oral? Si pretendemos
seguir esta secuencia en el nivel anal o urinario, ya que son supuestamente los tipos de
apuntalamiento que siguen a la oralidad, ¿se podría aún hablar de algo, en el nivel
autoconservativo, semejante a lo que Freud describe como una pulsión? ¿Son las heces el
objeto autoconservativo? ¿Es ese el objeto intentado por el funcionamiento excretorio? Un
objeto, por otra parte, apenas discernido en el comienzo, ya que, como sabemos, las heces del
lactante no son discernidas como algo, porque el bolo fecal unificado, solidificado, sólo llega
después. Esto es todavía más verdadero con la micción. ¿Cuál es entonces, en este caso, ese
objeto "inicial" exterior del que habla Freud? ¿Qué permanece del esquema fuente – meta –
objeto? ¡Y sin embargo fue sin duda respecto de la analidad, y sólo de ella, que apareció por
primera vez, en los Tres ensayos de 1905, la palabra apuntalamiento!

77

En todos esos casos, la idea de pulsiones de autoconservación individualizables es


totalmente ilusoria. Existen por una parte comportamientos apetitivos, abiertos inicialmente
sobre el otro biológico, el compañero adulto, el progenitor; existen –muy diferentes-
necesidades, mecanismos fisiológicos que no ponen de manera primaria al otro en juego, ni
tampoco a un "objeto".
¿Qué quedaría del apuntalamiento en lo que concierne al objeto si nos atuviéramos a
este esquema? Nada, salvo esta derivación pobre: alimento (leche) – pecho. Todo, por el
contrario, si damos ahora el paso de ir a mirar "Introducción del narcisismo".

79

La palabra se presenta entonces aquí en la expresión Anlehnungstypus der Objektwahl:


tipo anaclítico –por apuntalamiento- de elección de objeto.

Este es un interesante movimiento de après-coup. Freud descubre el apuntalamiento


en 1914, pero la noción retorna enseguida sobre el texto de Tres ensayos, cuya edición
resultará modificada. De hecho, este "apuntalamiento" del Narzissmus es a la vez parecido y
diferente de la concepción originaria.

80

Hay allí una mutación esencial: de un golpe hemos abandonado el objeto parcial –y la
interpretación paso a paso del apuntalamiento que yo intenté en vano construir-, y hemos
pasado al otro de la autoconservación; además, ni siquiera hemos permanecido en la
alimentación: "las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la protección del niño".

81

Reparen también en la actividad: no se mama de la mujer sino que la mujer nutre, y el


hombre protege; la actividad, marcada por el verbo, está del lado del otro.

82

El término más moderno "apego" vino a reemplazar, a completar, el lado de los


psicólogos, el de ternura. Existen estudios, libros, simposios sobre el apego, término hoy en
desuso, tal vez equivocadamente. En todo caso, todos estos términos nos invitan a no negar
una evidencia: el enraizamiento vital, biológico, de comportamientos animales en los cuales el
amor mismo encuentra una de sus raíces.

85

El funcionamiento de autoconservación es entonces complejo, pero incluso tomado en


su conjunto no puede ser llamado fuente de lo sexual, en el sentido de una fuente natural; no
se puede decir que de ese comportamiento de conjunto brota lo sexual.

La relación de autoconservación llama a la seducción, y de múltiples maneras. En


primer lugar, primordialmente, la autoconservación está abierta sobre el otro, ella implica al
otro. Se habla de interacción en ciertos medios psicoanalíticos, sobre todo anglosajones; la
interacción es considerada como evidente, como la respuesta a todo; es así como, cada vez
que yo propongo ¿pero no creen ustedes que lo esencial de lo sexual en el niño viene del
otro?, obtengo esta respuesta corriente: pero por supuesto, la interacción es de ambos lados.
En cambio, y pese a este abuso de la noción, estoy totalmente de acuerdo en describir la
ternura bajo el rubro de la interacción; pero con todo lo aleatorio, los agujeros, las fallas, que
podemos describir en el ser humano. Es en la interacción de la ternura donde se desliza, donde
viene a insinuarse la acción inconsciente del otro, la cara sexual inconsciente del otro.

Suponiendo que dibujemos la interacción, en el nivel de la conservación, con dos


flechas que vienen al encuentro la una de la otra, la cara inconsciente del mensaje es algo
paralelo al comportamiento del adulto.

86

Es esta parte inconsciente del mensaje del otro, vehiculizada en el comportamiento


mismo de la ternura, en esas Zärtlichkeiten; es esta parte la que viene, en su lugar de impacto
sobre el cuerpo y el comportamiento del niño, a crear el punto de partida del apuntalamiento
– si se quiere conservar esta palabra.

La relación de cuidados ofrece, propone, lugares de implantación por el hecho de que


los gestos del adulto van a vehiculizar fantasías. Implantación: empleo este término en un
sentido apenas metafórico, porque en el límite no veo por qué la fantasía y el mensaje, el
mensaje que vehiculiza una fantasía inconsciente, no se implantaría en una parte del cuerpo
tanto como en el cerebro.

87

Freud no se equivoca cuando dice que en principio todo el cuerpo es susceptible de ser
el lugar de esos mensajes tiernos, esas caricias, esos mimos. Pero, evidentemente, los lugares
del cuerpo son ante todo las zonas de pasaje, las zonas de cuidados y las de limpieza. Son
zonas absolutamente prefiguradas, predeterminadas por el funcionamiento mismo de un
organismo, y destinadas a los cuidados de la limpieza, no sólo en el ser humano, sino también
en el animal. ¿Qué ocurre entonces con esta idea de sucesión de estadios como de unan
sucesión de lugares, y de una libido que se pasearía del uno al otro, que seguiría una especie
de recorrido en zigzag sobre el cuerpo?

88

Evidentemente, hay que ser claros y no temer decir que ciertas maduraciones
fisiológicas son importantes; pero su importancia principal, desde nuestro punto de vista, está
precisamente en que polarizan la atención del adulto: sus gestos, sus mensajes, sus fantasmas.

89

Las zonas corporales llaman a los cuidados del adulto, cuidados que están presentes
desde las primeras horas, en razón de lo cual es totalmente vano pretender describir un orden
de sucesión. Desde las primeras horas de vida, las zonas anal y genital son objeto de atención.
[…] No hay que negar que se crean sucesiones, polarizaciones sucesivas. Pero incluso en lo que
se llama aprendizaje de la limpieza, a lo cual aludí hace un momento a propósito del control de
esfínteres, con un control más relajado primero, más controlado después, todos sabemos que
ese aprendizaje de la limpieza es diferente de un niño a otro, y por cierto que no se cumple en
función de la sola maduración muscular ni aún neurológica del niño, sino de la atención
vigilante que le aportan los padres. Atención vigilante del soldado, atención vigilante de la
madre. Es lo que crea las zonas erógenas.

Las zonas erógenas son entonces el objeto de cuidados embebidos de los fantasmas
principales del adulto.

90

Bonito lapsus de Freud, que nos dice todo acerca de la acción del adulto, la cual no se
conforma con presentar, aportar como servidor neutro y anónimo, el alimento al niño.

Los cuidados entonces circunscriben y relevan sobre el cuerpo las zonas erógenas,
circunscriben y relevan también sobre el cuerpo del adulto significantes, como el pecho.
Esperando que salga al fin el libro de Jacqueline Lanouzière, que desarrolla, entre otras, la idea
que todos los psicoanalistas han descuidado: ¡olvidaron que ese trataba de una zona erógena
del adulto!

91

Al apuntalamiento intenté subvertirlo, darlo vuelta a través de la seducción. Pero lo


que viró con la seducción fue también toda la estructura: insistí en ello, porque la relación
autoconservadora o tierna no podía ser descripta como simplemente pulsional siguiendo el
viejo modelo. Y aún menos la pulsión sexual, si queremos mantener este término pulsión.
Admitamos que lo conservamos: no podemos ciertamente hacerlo sin trastocar de arriba abajo
las famosas cuatro dimensiones de Freud. Y en particular, la pulsión sexual tiene una fuente
indisociablemente fantasmática e implantada en el cuerpo. Su objeto, el otro, está en el origen
de la pulsión. Su objeto-fuente (y podría decirse incluso: su objeto-fuente-meta) es lo que
resta del mensaje enigmático del otro vehiculizado en la autoconservación.

92

Intenté mostrar el sentido nuevo que podría tomar el apuntalamiento una vez
introducido en el marco de la teoría de la seducción, sin duda desplazándolo de su marco de
origen, endógeno, el de una emergencia de la pulsión sexual a partir de la autoconservación,
pero teniendo en cuenta también nuevos elementos que aparecen en la evolución del
pensamiento de Freud. En otros términos, no sólo el apuntalamiento estalla desde el interior
(he intentado indicarlo mostrando la idea de la seducción como su única interpretación
posible, como su verdad), sino que además, en este caso en Freud, un elemento nuevo viene a
ampliar la perspectiva: la aparición del tipo de elección de objeto por apuntalamiento.

93

Retomo entonces el camino de estos extravíos de la pulsión, de esta tentación una y


otra vez renovada de un biologismo endógeno, que reaparece y que se volverá aún más
presente en lo sucesivo, tentación biologizante, hasta metabiologizante.

103
Ven ustedes que este desplazamiento no existe en el pasaje citado: allí es totalmente
claro que el narcisismo secundario es el de los síntomas narcisistas, el narcisismo primario es el
de la infancia, y aquello que viene después del autoerotismo; no es entonces primero, no existe
desde el comienzo en el ser humano.

La introducción de esta noción de narcisismo es un tiempo tan fuerte, tan novedoso,


que provoca una suerte de vacilación de toda la teoría de las pulsiones.

104

Este pasaje ha sido comentado a menudo; he insistido en particular en el hecho de que


decir "las pulsiones autoeróticas existen desde el origen" constituye ya una suerte de
aplanamiento, porque en otros textos, particularmente en Tres ensayos, Freud declara
explícitamente: "La pulsión deviene autoerótica". En realidad, entonces, ese narcisismo viene
luego del autoerotismo, que él mismo viene después de un tiempo anterior, ya que el
autoerotismo como repliegue sobre el fantasma es algo que adviene.

Es para mí evidente que se trata de un primer narcisismo, pero que no es el primer


tiempo del "desarrollo" (para hablar como Freud, ya que no hay razón para rechazar ese modo
temporal de pensar).

112

La flecha del apego designa al otro del apego, pero ese otro, por su parte, no es tan
simple como el apego pretende creer (si se puede decir así): es un otro "comprometido" por su
propio inconsciente, por su "otro" interno podemos decir, de suerte que los mensajes que
envía son mensaje ellos mismos comprometidos, o enigmáticos para retomar ese término. A
fin de definir un poco esta "sexualidad erótica": se trata de una sexualidad que se constituye y
sólo se constituye en el fantasma; es una sexualidad que encuentra su origen en el
inconsciente; es una sexualidad que no está ligada, es decir que no está unificada, tanto en sus
zonas como en sus objetos, en sus realizaciones, en sus metas. Es esto lo que Freud llama con
un término obscuro en sí mismo: autoerótico. Digo oscuro en sí mismo porque el término
autoerótico no designa todo lo que esta sexualidad pretende designar.

Dibujé un esquema provisional, también con dos flechas, para indicar que, en este
caso, hay algo como un "espejo" entre ambos; un espejo (insistí en esto) que no es
forzosamente el instrumento que se llama así, la superficie reflejante como tal; ¡puede haber
"espejo" sin espejo!

Ese plano de lo total, de lo totalizante, del yo, para decirlo todo, y del objeto como tal,
se construye en principio a partir del plano I que le provee sus percepciones, sus Gestalten. En
efecto, es a través de la percepción, tanto la autopercepción del cuerpo (en particular de la
superficie corporal) como la percepción del otro como total; es, pues, gracias a algo que ocurre
en el nivel de la autoconservación y de sus funciones corporales perceptivas como "se forma"
poco a poco el yo, por precipitaciones sucesivas.

114
En todo caso, aquí la idea no es ambigua, el yo es un reservorio de libido en el sentido
en que está lleno; no es un reservorio originario, no es un recipiente que estaría allí desde
siempre –lo que el "ello" va a devenir a continuación-, es un reservorio que es llenado por otra
cosa, a partir de una fuente que es precisamente la sexualidad, y que luego puede volver a
verter el agua en diferentes dominios.

¿Cuál es la clavija de este equilibrio? Es el tiempo II. En tanto que la especificidad del
tiempo II no es vista, no es afirmada, todo corre el riesgo de derrumbarse.

115

La especificidad en su esencia: es decir que el nivel II es inseparable de la fantasía, de


la constitución del fantasma. Especificidad en su génesis, por otra parte: porque el nivel II es
indisociable del tiempo de la seducción que lo constituye; de la seducción y de todo lo que
ocurre a continuación de la seducción, en particular la represión.

Este equilibrio inestable va a deshacerse rápidamente. Como en una especie de dibujo


animado, el uno comerá a los otros dos, reabsorberá a los otros dos. ¿Cuál devorará a los
otros? Es el III.

116

La exhortación viene de Jung: ¿por qué mantener esta diferencia entre una libido
narcisista y una energía psíquica general?

117

La cuestión es al fin y al cabo muy simple, pero los argumentos en sí son muy sinuosos
y frágiles, precisamente porque Freud no acierta con el punto esencial, que es la articulación
de ambos planos. La argumentación es en principio clínica: el conflicto psíquico exige que algo
se oponga a la sexualidad, sea puesto en peligro por ella. Lo propio del conflicto psíquico es
que la sexualidad es combatida, reprimida. ¿En nombre de qué? La cuestión permanece
abierta. ¿Es la autoconservación, es decir, nuestra conservación con vida, la que se ve puesta
en peligro por el deseo sexual? Se trata de una posición que Freud sostuvo a veces, pero en la
cual no logró mantenerse. ¿O será quizás el yo el que se opone a la sexualidad? Pero en ese
caso, si es el yo quien constituye el segundo polo del conflicto psíquico, no tenemos necesidad,
para dar cuenta de esto, más que de la relación entre esos dos planos II y III, ya que el plano I
es completamente vicariado, representado, por el plano III.

118

Freud recurre, ya entonces, a argumentos que él puede considerar biológicos, pero


que son más bien de orden metabiológico, incluso mitológico. Ejemplos: 1) Algún día se
conseguirá aislar la "sustancia" sexual; por lo tanto es preciso mantener claramente la
diferencia entre sexualidad y autoconservación. 2) La pertenencia de todo ser vivo a dos linajes
celulares (estamos en plena especulación biológica), el linaje del germen y el del soma, implica
la independencia recíproca de la sexualidad (conservación de la especie) y de la conservación
del individuo. 3) Por último, last but not least, la "distinción popular entre hambre y amor".
Digo last but not least porque esta "gran distinción" popular a la cual Freud otorga tanta
importancia (que se encuentra en Schiller y en los románticos) es prestamente cambiada, ya
que, apenas cinco años después ya no será "hambre y amor", sino, como sabemos, "amor y
odio". Freud cambión un poeta-filósofo por otro, Schiller contra Empédocles.

119

He ahí todo el problema del pansexualismo; precisaré de entrada mi punto de vista


personal: el pansexualismo, antes de ser una teoría, es una realidad; dicho de otro modo,
existe un pansexualismo real antes de que haya un pansexualismo pensado y reflexionado
como tal. Ese pansexualismo real es el hecho de que en el ser humano la sexualidad está por
todas partes; en realidad, no está desde el comienzo por todas partes, pero invade todo.

El pansexualismo real es un movimiento de conquista por el cual la sexualidad


narcisista viene a retomar por su cuenta, a vicariar, como digo a veces, el plano de la
autoconservación.

122

Pero entonces se puede decir que, si ese pansexualismo metodológico corresponde


claramente a la práctica psicoanalítica, sin embargo nos hace correr un grave peligro si se lo
transpone sin precauciones a la teoría; ese peligro es… el de la desexualización. Para decirlo
con una palabra: si todo es sexual, entonces nada es sexual. "Sexual" deviene una palabra sin
consecuencias. Es con lo cual Jung juega finalmente: a esta energía se la puede por supuesto
llamar libido, pero ¿por qué no también energía psíquica?

¡Este peligro no ha desaparecido con Jung! El movimiento que lleva de la


autoconservación al pansexualismo, y del pansexualismo a la desexualización del análisis, ese
movimiento reaparece evidentemente en el psicoanálisis contemporáneo.

123

La absorción de I por II es entonces tanto más peligrosa dado que II corre el riesgo de
ser a su vez arrasada por III. En otros términos, la sexualidad, tal como Freud la descubrió al
comienzo: específicamente ligada al fantasma, funcionando según el modo del proceso
primario, según asociaciones que hacen que la histérica pueda tener una crisis de angustia o
llorar a la vista de un objeto totalmente fútil, todos los desplazamientos y condensaciones
descubiertos por Freud como el modo mismo del funcionamiento sexual, la originalidad de las
metas sexuales, la tendencia al goce orgiástico absoluto, etc.; esta sexualidad resultará, por un
tiempo, olvidada, convertida en un avatar de un funcionamiento biológico, acabado,
totalizante.

El desplazamiento del narcisismo. El narcisismo pasa a ser un estado biológico inicial, lo


que nos conduce a ese otro aspecto del extravío freudiano, la tentativa de describir una
génesis endógena del ser humano. […] Además, y en esto consiste toda la subsunción, lo que
antes se designaba autoerotismo se verá en lo sucesivo subordinado a este narcisismo inicial.

124
"El yo se encuentra originariamente, al comienzo mismo de la vida anímica, investido
pulsionalmente, y es en parte capaz de satisfacer sus pulsiones en sí mismo. Llamamos
narcisismo a ese estado, y autoerótica a la posibilidad de satisfacción".

El autoerotismo pasa a ser simplemente el tipo de satisfacción de la etapa narcisista


original. […] Es el olvido del fantasma como constitutivo del autoerotismo. A partir del
momento en que Freud se rehusó a que el autoerotismo se fundara, desde el comienzo de las
actividades sexuales del lactante, en el fantasma, desde ese momento, el repliegue del
autoerotismo estaba listo para efectuarse.

Otro signo: la aparición del término Eros como sinónimo de amor; un término que,
pese a la etimología común, va a destronar, englobar y finalmente hacer desaparecer lo
"erótico" en nombre de lo total. Amor del yo total y amor del objeto total.

Otro signo aun (son todos síntomas del mismo movimiento): la expresión pulsión de
vida, invención extraordinaria para designar, desexualizándola, la sexualidad.

125

El pansexualismo devino pan-Eros, pan-amor; y a través de este pan-Eros, lo que


despunta es una suerte de pan-vitalismo.

Está en vías de desaparecer la sexualidad fragmentada, perversa y no acabada


descripta en esos Tres ensayos (y aún en cierto modo en "Pulsiones y destinos de pulsión"), el
rol del fantasma, y el rol del inconsciente reprimido en tanto situado en los orígenes de la
pulsión.

Es imposible que Freud haya olvidado totalmente su descubrimiento, hace falta que la
sexualidad sobreviva a ese desastre… y he aquí la prosecución de mi cita del Esquema del
psicoanálisis: "… la meta de la otra pulsión es, al contrario [el antagonista de Eros], disolver
nexos y, así, destruir las cosas". He aquí el resurgimiento, la reaparición, en otro lugar, de lo
que no pudo ser englobado por el Eros narcisista: algo que se llama, como ustedes saben,
pulsión de muerte.

127

Si la sexualidad es sólo el Eros totalizador, y si esta sexualidad funciona con arreglo a


un principio de placer concebido como principio de homeostasis, por lo tanto de estabilidad,
entonces hace falta un "más allá del principio de placer", ya que se vuelve necesario un más
allá -o un más acá- del Eros totalizador.

La pulsión de muerte reafirma, por lo tanto, una fuerza de desligazón.

128

El concepto bruto de pulsión de muerte yerra los elementos esenciales. Si ustedes han
tenido la voluntad de seguirme, yerra simplemente la base de todo esto, es decir, la seducción;
yerra la fantasía como fuente de la pulsión; yerra el proceso de represión como generador de
la fantasía. Una pulsión de muerte sin represión, sin que encuentre incluso su propio origen en
el proceso de represión, yerra lo esencial de aquello que consideramos la génesis de lo
pulsional en el hombre, algo pulsional "demoníaco" que ella pretende, sin embargo, reafirmar.

129

En otros términos, se puede decir que los dos grandes modos de funcionamiento de la
sexualidad, según esos dos verdaderos principios del funcionamiento psíquico –no el principio
de placer y el principio de realidad sino el principio de ligazón y el principio de desligazón-,
esos dos grandes modos de funcionamiento del alma han devenido pulsiones, y yo diría que
incluso han devenido instintos.

130

Mi tercer punto, para afirmar que lamentablemente este surgimiento de la pulsión de


muerte es más que imperfecto, que es falaz, es el hecho de que la invención del término
"pulsión de muerte"; con toda su imprecisión y todo su romanticismo, permite ocultar las
mercancías más diversas.

Esta expresión tan bella se presta a encubrir cualquier cosa.

Otro ejemplo. La pulsión de muerte va a recubrir definitivamente, o al menos por largo


tiempo, el problema real de la agresividad, al cual nada muestra que aporte una solución, salvo
de carácter muy abstracto. […] En todo caso, es una clave (un comodín) que no se han privado
de emplear a continuación del modo que fuera.

132

Sostendría que no hay idea de la muerte en el inconsciente (lo cual puede ser una
afirmación sin consecuencia si se quiere admitir que, simplemente, no hay ideas en el
inconsciente), [Nota 26: No hay idea de "vida", por ejemplo…] pero también, más cerca de la
experiencia y de la observación, afirmará que la idea consciente de la muerte no es primaria,
es adquirida en el niño, concretamente, en la historia del individuo, y que ella es adquirida
también en la historia de la especie (Totem y tabú, y otros textos), y además que ella pasa por
la mediación de la muerte del otro, sea esta muerte la pérdida o a veces el asesinato del otro.
No es quitar su dramatismo a la idea de la muerte decir que es adquirida y mediatizada por la
muerte del otro.

133

El extravío biologizante desemboca en Freud en la oposición pulsiones de vida –


pulsiones de muerte. No es nada asombroso, entonces, que este extravío se estabilice en la
corriente psicoanalítica que ha tomado más en serio la oposición –con la salvedad de
transponerla en sexualidad/agresividad-, quiero decir la escuela de Melanie Klein.

Enumeré algunos olvidos del descubrimiento freudiano principal en esta teoría y esta
práctica kleinianas.

Otro olvido serio es la pérdida de la referencia a la autoconservación. Indicaba hace un


instante que esta pérdida de la autoconservación, en sí, no era un drama para el psicoanalista,
ya que lo propio de su práctica era ese moverse entre los planos II y III, donde la "cubeta
psicoanalítica" opera precisamente esta suerte de abstracción o de cesura con la
autoconservación. Pero esto no impide a la autoconservación existir, y tampoco impide
referirse a ella cuando se pretende tener una perspectiva de lo que es el psicoanálisis (y la
sexualidad) en el ser humano.

134

La que pierde su verdadero lugar, al fin y al cabo, en esta cupla antagonista que
constituyen el amor y la agresividad, es la sexualidad. Lo sexual, como el Eros freudiano,
deviene el amor totalizante, sintetizante. En cuanto a lo sexual desligado y desligante, tenemos
que apelar a toda nuestra buena voluntad para reconocerlo en acción allí donde se oculta en
el sistema: precisamente bajo la máscara de la destructividad, por ejemplo en la posición
paranoide, o en el objeto malo, parcial, atacante.

Este considerable cambio de perspectiva repercute en el plano metapsicológico. La


idea de apuntalamiento, por ejemplo, no tiene tampoco ya su lugar: las pulsiones están allí
desde toda la eternidad, de suerte que la génesis de lo sexual en el individuo no constituye el
problema. La seducción, y su fundamento necesario, la prioridad del otro en la constitución del
sujeto sexual, es también perfectamente ajena a un sistema en el cual el adulto-objeto sirve
sobre todo de punto de anclaje para movimientos instintuales por naturaleza endógenos en el
niño.

135

En una refundación consecuente del psicoanálisis –y una vez comprendida claramente


su función coyuntural en el edificio freudiano-, la pulsión de muerte se nos aparecerá sin duda
como una noción superflua, cuando se trate de definir tanto los "partenaires" como aquello
que está en juego en el conflicto psíquico.

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