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EL GRITO DE LA GRULLA

SAMUEL ALONSO OMEÑACA

PRÓLOGO

Entre 1.939 y 1.945, hubo una terrible guerra en la que estuvieron implicados muchos países. Se la recuerda como
la segunda guerra mundial. Como en todas las guerras, ciento de miles de militares y civiles murieron en los dos bandos
enfrentados. Unos vencieron y otros fueron vencidos, pero todos perdimos un poco. Por eso esperamos que no se repita.

Japón combatía en uno de los bandos. Era una potencia económica y militar. Con su afán imperialista quiso ser más
grande y fuerte invadiendo otros territorios como China, Filipinas o Nueva Guinea. Frente a Japón, estaban los países aliados
-Estados Unidos, Inglaterra…

El final de la guerra vino precedido por el lanzamiento de dos bombas atómicas en las ciudades japonesas de
Hiroshima y Nagasaki. Fue uno de los mayores desastres de la humanidad. Estas ciudades quedaron destrozadas, murieron
más de 100.000 personas y otras tantas resultaron heridas.

La historia que les voy a contar de desarrollar allí, en Nagasaki, en aquella fecha.

CAPÍTULO 1

JUNICHIRO

Anoche soñé que mil grullas volaban por el cielo de mi habitación. Soñé que sus grandes y puntiagudas alas me
abanicaban y que sus picos habían enmudecido y ya no graznaban ruidosas como siempre.

- Cuando sea mayor, quiero ser piloto como papá -dije en el desayuno.
- Sí, Junichiro -contestó mamá.

Le di un beso en la mejilla y salí corriendo a la calle. Puse los brazos en cruz y rugiendo el sonido de los motores, corrí
por las calles de Nagasaki. El avión iba de lado a lado de la calle, sorteando los árboles, disparando y bombardeándole todo.
De camino ametrallé, con la boca, a la vendedora de fruta que me gritó como todas las mañanas, también a un perro que
se cruzó en la acera. Evitaba las farolas y giraba en torno a los semáforos. La caza pasó rosando junto a la casa de comidas
en la persecución de un enemigo y al doblar la esquina vi que otros aviones venían a mi encuentro. Entre ellos estaba Noriaki,
mi mejor amigo, que me hizo un saludo militar. A mí me gusta jugar con él, porque es el más fuerte y valiente de todos
nosotros. Él sí que será un gran piloto.

Entre todos formamos una escuadrilla y velozmente, en ve como las grullas, llegamos al patio del colegio.
Allí nos colocamos en fila, los más pequeños delante, los mayores detrás, Cuando suena la sirena de entrada, resignados,
bajamos los brazos y caminamos en silencio, cada uno a su clase.

Este año, desde el primer día de curso me siento con Noriaki y antes de que llegue el maestro siempre hablamos de la
guerra. Comentamos lo que hemos escuchado en la radio o lo que hemos escuchado en la radio o lo que hemos oído en la
calle. Cuando llega el maestro todos se callan, nosotros también.

- Hoy vamos a hablar de las grullas. Seguro que las han visto en alguna ocasión. Son esas aves zancudas que tienen
el plumaje gris -el maestro hablaba despacio y moviendo sus arrugadas manos-, salvo la cabeza y la garganta que
son negras y la coronilla roja. Vuelan siempre en grandes grupos a gran altura formando ves…

Entonces me distraje pensando en grullas que yo había visto cuando era pequeño. Vi las grullas por primera vez cuando
viajamos a Arasaki. Era otoño y fuimos al paraíso de las grullas, al centro de la isla de Kyushu. Fuimos papá, que es piloto,
mamá, que ahora con la guerra trabaja en una fábrica, y yo. Por entonces, tenía cinco años y solo recuerdo algunas cosas.

Recuerdo que nos acercamos muy despacio, a escondidas, por entre los árboles y esperamos. Recuerdo que pasó poco
tiempo y escuchamos un potente grito que nos hizo desviar la mirada hacia el cielo. Unos segundos después aparecieron
cientos de grullas que volaban sobre nuestras cabezas. Rompían el silencio de la laguna con su enérgico “gruu”. Las grullas
llevaban el cuello estirado y agitaban fuertemente las alas.

Me dieron miedo, lo juro, me dieron miedo aquellos animales tan grandes. Las vi bajar despacio, planeando junto a la
laguna, mientras me abrazaba a papá. Hundían el pico en el agua y orgullosas levantaban la cabeza tragando algún bicho.
Miraban de reojo como si supiesen que las estábamos observando.

Allí estuvimos varias horas viéndolas comer y volar, bailar y pelear. Después nos fuimos a casa.

Recuerdo que ese fue el primer día que vi grullas: grullas aturdidas, grullas ruidosas, amarradas al suelo por una sola
pata; grullas grises que dan miedo, grullas estrepitosas, grullas orgullosas. Grullas que viajan, grullas que vuelan para ver el
mundo desde el infinito.

- Papá, ¿por qué las grullas tienen el cogote rojo?

CAPITULO 2

EL COGOTE ROJO

Cuentan que Keisai y su padre estuvieron, durante varias semanas, construyendo un gran barrilete en forma de pez para
el día de los niños. Mientras el padre preparaba las varillas y ataba el bastidor, Keisai se dedicó a decorar la tela. Pintó unos
grandes ojos negros para que lo miraran desde el cielo y, de diferentes colores, todas y cada una de las escamas. Las había
rojas, azules, blancas y marrones, violetas y doradas. Era un pez multicolor.

Por fin llegó el quinto día del quinto mes, el día de los niños en Japón. Aquel día Keisai y su padre se levantaron bastante
temprano y fueron al campo para volar el barrilete. Fueron los primeros en llegar y en notar la brisa fresca de la mañana.
Era un día propicio para que aquella carpa gigante surcara el espacio infinito.

Desplegaron el barrilete y bien sujeto por las manos de Keisai fue tomando altura. El niño soltaba cuerda poco a poco
mientras veía cómo bailaba movido por el viento. Un viento suave que se tornaba, a veces, esquivo y que requería toda la
atención de Keisai. El barrilete subió tan alto que, incluso, podía rozar las nubes, susurrarles que era un día de fiesta y que
su dueño, Keisai, había construido el barrilete más hermoso.

Pero acertó a pasar por allí una grulla. Una grulla rezagada, perdida del resto del grupo. Volaba ausente. Tan despistada
que sin darse cuenta se metió en la boca del pez volador y se enredó entre sus cuerdas. El barrilete, con el nuevo inquilino,
comenzó a desplazarse enloquecido de un sitio a otro, a volar con movimientos torpes e imprecisos. Hasta que dando giros
fue a caer al suelo por el peso de la grulla.

Cuando Keisai recogió el barrilete se llevó una sorpresa. Encontró en el interior a la grulla que, en la caída, estaba
malherida, había perdido alguna de sus plumas y, además, tenía rota un ala.

Llevaron la grulla a casa y muchos fueron los cuidados y el cariño que pusieron Keisai y su padre para curarla. Colocaron
en el ala herida unas cañas de bambú a modo de cabestrillo y la ataron para que quedara inmovilizada.

Todos los días Keisai recocía insectos y gusanos para que su grulla estuviera bien alimentada. Después de comer,
permanecía allí con ella acariciando sus plumas. Keisai sabía que estaba triste sin su familia, sin sus amigos, por eso la
consolaba y le decía con tiernas palabras que pronto, muy pronto, podría volar.

Pasaron los días. La grulla se curó de sus heridas y Keisai quiso saber si podía volar. La llevó al campo y la dejó suelta. La
grulla se marchó corriendo, tomó velocidad, pero por mucho que intentó no pudo elevarse más de un metro. Saltaba y
palmeaba con sus alas, pero estaba tan débil que fue incapaz de volar.

Keisai regresó muy preocupado a su casa. Pesó que jamás podría volar. Por un lado, le alegraba porque se había
encariñado con la grulla, entonces seguiría con ellos, como su mascota. Pero también le entristecía saber que la grulla no
sería feliz así, sin su familia, y sobre todo sin poder volar de un lugar a otro.

Aquella noche, keisai no pudo dormir pensando en la grulla; la imaginaba envejeciendo y muriendo de pena en su casa.

Pero al día siguiente le dijo a su padre que tenía una solución, que sabía cómo hacer que la grulla volara. Podían subirla
al barrilete y hacerla volar.

Montaron a la grulla en el barrilete y, soltando la cuerda, comenzó a ascender. Cuando estuvo a suficiente altura, Keisai
hizo que el barrilete girase con brusquedad y la grulla quedó en el aire. Extendió las alas y con un suave aleteo consiguió
mantenerse volando. Pero estaba tan débil que apenas pudo planear hasta ponerse de nuevo en el suelo.

Lo volvieron a intentar de nuevo un día y otro, y la grulla se mantenía cada vez más tiempo en el aire. Hasta que,
transcurrida una semana, la grulla aguantó mucho tiempo volando, incluso desde el suelo fue capaz de alzar el vuelo.

Aquel día, keisai se puso muy contento. Se acercó a la grulla y con lágrimas en los ojos le dio un beso y se despidió, pues
sabía que era el último día que iban a estar juntos. Además, coincidía con la llegada de otras grullas que, como todos los
años, volvían a la isla para pasar el invierno.

Keisai vio cómo la grulla se alejaba sin mirar atrás. Majestuosamente impulsaba sus alas, estiraba el cuello y gritaba
mientras se acercaba a las otras. Toda la banda desapareció buscando los campos de arroz y las lagunas.
Pasó algún tiempo y Kaisai, que casi había olvidado a la grulla, decidió volar su barrilete, aquel pez volador comedor de
grullas. Fe con su padre al campo y allí lo soltaron. Aquel día había mucho viento y el barrilete giraba y giraba sin parar,
subía y bajaba manejando por las firmes manos de Keisai. Llegó una ráfaga muy fuerte de viento y se llevó el barrilete. Keisai
no pudo hacer otra cosa que gritar y ver cómo su carpa multicolor se marchaba incontrolada por el cielo.

Pero descubrió cómo una mancha gris iba tras ella. Esa mancha era una grulla, la grulla que él había cuidado durante
meses. Keisai vio cómo la grulla seguía el zigzagueante ascenso del barrilete. Ambos se alejaron de la tierra hasta
desaparecer en la profundidad del firmamento.

Alcanzaron la oscuridad del universo y desde allí, sorteando las estrellas, llegaron junto al ardiente sol. En aquel
momento, cuando el barrilete iba a quemarse, la grulla hizo un último esfuerzo y lo agarró con el pico, pero no pudo evitar
rozar con la cabeza el sol, y este la quemó. Solo tuvo que dejarse caer y planear hasta llegar junto que Keisai, que la esperaba
dando saltos de alegría. Había recuperado su barrilete y, además, volvía a estar cerca de su gran amiga a quien dio las
gracias.

Kesai comprobó que tenía la cabeza roja de la quemazón del sol. La grulla marchó, Kaisai le dijo adiós con las manos, y
nunca más supo de ella.

Algunos aseguran que desde entonces todas las grullas tienen la cabeza de color rojo como la amiga de Keisai.

CAPITULO 3

ORI – ZURU

- Las grullas viven en el continente -la voz del maestro me hizo volver a la realidad- y vienen a pasar el invierno a
Japón huyendo del frío; por eso, en otoño las vemos pasar volando a gran altura camino a Arasaki. Allí es donde
podemos verlas al atardecer, en grandes grupos, en los dormideros, junto a las lagunas.

EL maestro guardó unos minutos de silencio y repartió papeles blancos a todos los alumnos.

- Ahora vamos a jugar con el papel -dijo sosteniendo uno con forma cuadrada en la mano-. Con el papel podemos
conocer la belleza y, además, ejercitar los dedos. La destreza doblando papel y la inteligencia avanzan dando las
mismas zancadas. Quien con cuidado trata el papel, sabe reflexionar y meditar sobre la vida con paz y cautela.

“El origami -papiroflexia- es el arte de plegar papel. Ori es doblar y gami papel. El ori-zuru es la técnica de realizar grullas
con papel, y esta es la figura que vamos a elaborar. La grulla, en Japón, es símbolo de la vida, mil años de vida. Quien hace
una grulla de papel tiene una inmensa fortuna. Doblar una grulla representa mil años de vida y doblar mil grullas alargan la
vida un millón, La grulla es el amor, la amistad, la esperanza, la bondad… o lo que es lo mismo, los buenos sentimientos”.
“Se llevan como presente a los enfermos, dobladas cuidadosamente, para que se recuperen pronto. En los cumpleaños
se regalas para desear que se cumplan muchos más años. Y cuando uno dobla una grulla para sí mismo es por algún anhelo
personal, pidiendo un deseo”.

“Cuando uno dobla una grulla para sí mismo es por algún anhelo personal, pidiendo un deseo” resonó en mis oídos y
pensé: “Las grullas que yo vi son como aviones de guerra. Aviones ruidosos, estrepitosos, que surcan el cielo. Quiero ser
piloto y volar como las grullas de un sitio a otro. Pero sobre todo quiero que papá vuelva pronto, que esté con nosotros, con
mamá y conmigo”.

- Haré dos grullas -le dije susurrando a Noriaki.


- ¿Qué deseos vas a pedir?
- Tomaremos la hoja cuadrada de papel -continuó el maestro- y la doblaremos como en el dibujo del pizarrón.

“Primero, doblaremos las diagonales y los centros del papel por las líeneas de rayas. Todos estos dobleces tienen que
quedar bien marcados con la uña”.

“Después, abriremos el papel”.

“Finalmente, llevaremos la esquina 2 y 4 sobre la esquina 1, con lo que también la esquina 3 quedará sobre la esquina
1, como en el dibujo”.

CAPITULO 4

EL DESCAMPADO

Desde que el maestro nos dijo que las grullas venían de Japón en otoño, Noriaki y yo vamos todos los días al barrio alto
después de las clases. Subimos por el barranco, saltamos el muro de piedra y allí, en el descampado, nos recostamos en la
hierba y contemplamos el cielo esperando a que pasen grullas. Como no pasan, nos entretenemos mirando las nubes y
jugando a adivinar animales entre sus formas. Vemos elefantes y tortugas gigantes, algún que otro león, muchas ovejas y
vacas paciendo, y caracoles caminando lentamente. Pero estos son de verdad.

Cuando uno de nosotros dice las palabras mágicas “oigo ruido”, cerramos los ojos y concentrados intentamos saber por
dónde van a aparecer. Algunas veces, nos confundimos con los ruidos de los barcos o con las sirenas de las fábricas, pero
casi siempre acertamos y, entonces, vemos pasar formaciones enteras de cazas que llegan desde el mar. Bandadas de Ceros
que vuelan sobre nuestras cabezas y a los que nosotros gritamos. Corremos por el descampado haciéndoles señas con las
manos.

Hasta veinte Ceros llegamos a contar en una ocasión. Pasaron tan cerca que casi nos dejaron sordos. Otra vez vimos
pasar a los nuevos “Shiden”.

- Seguro que en uno de esos Shiden va Kisué Muto -comentó Junichiro.


- Ha dicho mi hermano que Muto es el mejor piloto del mundo. Se enfrentó a cuatro aviones africanos, los derribó
en menos de un minuto, y además logró escapar.

El hermano de Noriaki se entera de todo, se pasa casi todo el día escuchando la radio y leyendo los periódicos. Está
esperando que lo llamen a filas. Después le cuenta todo a Noriaki, y este se hace el sabiondo. Pero yo también me entero
de cosas, me las cuenta papá en sus cartas, me cuenta todo lo que sucede cuando vuela, los ataques a los americanos o
cómo son los nuevos aviones. Lo que pasa es que las cartas tardan mucho en llegar.

- ¿Sabes, Noriaki? Han tomado a un americano en Shikoku. Por lo visto se estropeó su avión y tuvo que saltar en
paracaídas. Dicen que es negro.
- Yo nunca he visto a ningún negro.
- Ni yo tampoco. Dicen que, además, huele mal y que tiene los ojos llenos de sangre.
- Como que es una bestia, cómo los va a tener.
- Lo tienen encerrado en el almacén comunitario y creo que lo van a fusilar.
- ¡Claro! Es un enemigo -digo enfadado Noriaki- ¿Quieres que siga matando? Oye, ¿y el avión?
- EL avión se estrelló en un bosque con otros pilotos. Han aparecido totalmente quemados. El negro fue el único que
se salvó porque pudo saltar a tiempo.
- Junichito, ¿te imaginas que nos encontramos a un soldado negro que ha caído en paracaídas?

Noriaki siempre está con esas cosas, le gusta hacerse el valiente. Tardé en contestar.

- Yo no quiero encontrarme a ninguno, ni blanco ni negro, me moriría de miedo.


- Tú tienen miedo hasta de las grullas. ¡Qué piloto vas a ser! Anda, vámonos, que se está haciendo tarde.

Estaba anocheciendo. Saltamos el muro de piedra, bajamos el barranco y nos despedimos. Entonces empecé a sentir
miedo, pero hasta que no doblé la esquina no salí corriendo, no quería que me viera Noriaki. Corrí sin mirar atrás, sin hacer
caso a los ruidos y a las sombras; no quería encontrarme a ningún soldado negro en aquellas calles vacías. Allí estaba mamá,
como siempre, a oscuras.

CAPITULO 5

LAS CARTAS

Un día al abrir el buzón encontré una carta. Era de mi papá y me alegré. Hacía varios meses que esperábamos noticias
suyas. Desde que embarcó no sabíamos nada de él.

Entré corriendo a casa y se la di a mamá. Cuando abrió la carta, vimos que había dos hojas, como siempre, una para ella
y otra para mí. Yo fui a mi habitación y mamá se quedó leyendo, sentada en el tatami.

Querido Junichiro:

He leído tu carta esta mañana. Como sabes, recibimos las cartas con bastantes semanas de retraso. Me ha gustado
mucho la grulla de papel que me has enviado. La tengo colgada del techo, encima de la cama. Cuando me acuesto la veo
volar mecida por el aire que entra por la ventana. Como las grullas de Arasaki, ¿te acuerdas? Parece que estira el cuello y
sacude alas. Pero sin hacer ruido, esta grulla vuela en silencio sin hacer “gruu”.

Decías en tu carta que me la enviabas para darme suerte. Sé que me la dará, porque voy a necesitarla.

Entonces escuché llorar a mamá. Ella siempre se pone muy triste leyendo las cartas. Me acerqué muy despacio y
escondido tras la puerta la miré. Vi cómo sus lágrimas caían por sus mejillas. Vi, también, cómo abrazaba aquella carta
poniéndola junto a su pecho. Cerró los ojos y estuvo quieta unos minutos, supongo que pensando, recordando a papá. Sin
decir una palabra regresé a mi habitación y seguí leyendo.
Mañana tengo que volar con mi Cero. Tenemos que defender Okinawa de los americanos. Están muy cerca, pero en la
isla hay más de 2.000 aparatos esperando. Ya he preparado mi traje de ceremonia y en mi pañuelo he escrito tu nombre.

Junichiro, eres ya casi un hombre. Quiero que te portes bien, que estudies mucho en la escuela y que aprendas mucho.
Si quieres ser piloto tienes que estar preparado.

Pero sobre todo te pido una cosa, cuida de mamá, obedécele siempre y quiérela mucho.

Un beso muy fuerte de tu padre.

Durante la cena, ninguno de los dos, ni mamá ni yo, dijimos nada. Ella tenía los ojos como si fueran cristales, brillaban
por haber llorado. Mamá lo que quiere es que la guerra se acabe. Yo también, para estar los tres como antes.

Aquella noche me fui un poco antes a mi habitación, quería dejar sola a mamá con su tristeza. Me acosté y la oí encender
la linterna. Después leí un cuento que había traído del colegio.

CAPITULO 6

LA MUJER Y LA GRULLA

Érase una vez un hombre muy pobre que vivía en Japón. Se llamaba Kikuchi y era tan pobre que solo comía el poco arroz
que daban sus tierras, y con eso se conformaba. Vivía solo en una pequeña cabaña que él mismo había construido.

Un día de invierno en el que la nieve cubría los caminos y el frío era muy intenso, encontró una grulla herida junto a un
árbol. Kikuchi la recogió y envolviéndola con su carpa la llevó a su casa. Allí la curó y días más tarde la llevó al campo y la
dejó en libertad.

Al invierno siguiente, cuando la nieve volvía a cubrir los caminos y el frío era tal vez más intenso, Kikuchi escuchó unos
golpes en la puerta de la cabaña. Cuando abrió, vio que era una mujer quien llamaba,

- Entra y acércate a la chimenea, tendrás frío y hambre.

Mientras la mujer calentaba sus manos y pies junto al fuego, Kikuchi le preparó comida y cama.

- Si no tienes adónde ir -dijo Kikuchi-, puedes quedarte aquí cuanto tiempo sea necesario. Todo el invierno si es preciso.
Solo tengo esta humilde casa y este poco arroz, pero podemos compartirlo.
- Me quedaré hasta que la nieve desaparezca -contestó la mujer-, después seguiré mi camino.

A la mañana siguiente, cuando Kikuchi se levantó, la mujer lo estaba esperando con un trozo de tela en las manos. Una
tela que tenía el brillo de la seda y el taco de terciopelo.

- Es un regalo para ti, Kikuchi. Puedes venderla y con el dinero que te den podrás comer cuando no tengas arroz.
Ese mismo día, Kikuchi fue a la ciudad y se acercó al mercado para vender la tela. Con lo que sacase de la venta compraría
pescado y fruta. Cuando estaba en el mercado, acertó a pasar un mercader y vio que la tela era especial, que tenía brillo de
la seda y el tacto del terciopelo. Era la tela más hermosa que había visto en su vida. El mercader vio, sorprendido, que estaba
tejida con plumas.

- Te compro la tela -dijo el mercader admirado por la calidad de la tela- y te compraré toda la que tengas, siempre y
cuando sea como esta. Te puedes hacer muy rico.

Kikuchi volvió a su casa muy contento. Con el dinero que le había dado el mercader había podido comprar más frutas y
pescado del que había imaginado. Pero, también, se alegró pensando en las palabras del mercader: “te puedes hacer rico”.

Por la noche, después de cenar los manjares que había comprado, Kikuchi le dijo a la mujer:

- Cuando llegaste no traías nada entre las manos, ¿de dónde sacaste la tela?
- La tejí durante la noche, mientras dormías -contestó la mujer.
- Y, ¿podrías tejer un poco más de tela para mí? -preguntó Kikuchi con ojos de avaricia-. Podría venderla y construirme
otra casa mejor y, además, no pasaría hambre.
- Te has portado muy bien conmigo. Tejeré para ti hasta que me vaya, hasta que la nieve desaparezca. Solo te pongo
una condición: no podrás verme nunca tejer.
- De acuerdo, si es lo que quieres, nunca te miraré mientras hagas la tela.

Durante nueve días la mujer tejió más tela para Kikuchi. Este la vendió en el mercado y ganó mucho dinero. Pero el
invierno acababa y la nieve se marchaba derretida hacia el río.

Poco a poco la bondad de Kikuchi se tornó en avaricia. Como llegaba la fecha en que la mujer se iba a marchar quiso
saber cómo tejía, a pesar de la condición.

Por la noche, la casa quedó en silencio. Kikuchi bajó las escaleras y cuando llegó a la habitación de la mujer se agachó y
miró por la cerradura. No vio a la mujer, sino una grulla que tejía sus propias plumas. Se volvió a su cuarto preocupado.
Había roto promesa.

A la mañana siguiente, la nieve había desaparecido de los caminos. Kikuchi encontró un trozo de tela sobre la mesa, un
trozo muy pequeño. Llamó a la mujer, pero esta no contestó. Miró por toda la casa, buscó por todos los rincones, y no la
encontró. Tampoco la vio en la calle, ni tras los árboles y las rocas. Miró entonces al cielo y vio que una grulla se alejaba.

CAPITULO 7

EXISTEN O NO

- Tenemos que doblar -siguió el maestro con su explicación de cómo hacer la grulla- por las líneas de rayas las
esquinas 6 y 7 hasta el centro. Y después, doblaremos la esquina 5.

“Por el doblez que se ha realizado llevaremos hacia arriba la esquina 3. Al mismo tiempo, debemos presionar las
esquinas 6 y 7 hasta el doblez del centro, todo eso con mucho cuidado y sin hacer arrugas en el papel”.

“Una vez que lo hayamos hecho, daremos la vuelta a la figura y repetiremos los mismos pasos en la cara de atrás”.

“Concluido esto, encontraremos la figura que llamamos forma de ave, porque partiendo de ella podemos realizar
diferentes figuras, entre ellas muchas de pájaros”.

- Noraki -susurré-, leí un cuento que trataba de una mujer que era una grulla.
- ¿Y qué? ¿No creas que existen?
- Yo creo que sí. Se aparecen a las personas que son buenas y que las han ayudado.
- No seas tonto -dijo Noriaki-. Esas son cosas de cuentos. ¿Has visto alguna?
- No, pero existen.
- Igual tu madre es una grulla y por las noches vuela por el cielo -dijo cambiando la voz y moviendo los brazos-. No
digas tonterías, te crees todo, son cuentos y basta.

Y levantando la mano preguntó:

- Maestro, dice Junichiro que hay mujeres-grulla, ¿verdad que solo existen en los cuentos?
- Pues tiene razón Junichiro -respondió el maestro-. Existen mujeres-grulla. Muchos campesinos cuentan que junto
a las orillas de los lagos y de los ríos han visto, por las noches, a mujeres bañarse desnudas en el agua y que al notar
que alguien se acercaba se han convertido en grullas y han salido volando. Cuentan que cuando tienen forma de
mujer se dedican a hacer el bien y ayudar a los que lo necesitan. Ese es su secreto, nadie tiene que saber que en
realidad son grullas. Si alguien se entera huyen volando y no se las vuelve a ver. Pero… vamos a seguir con nuestra
grulla de papel…
- ¿Lo ves?
- Cállate, lo ha dicho para no perder el tiempo, que te lo crees todo.

CAPITULO 8

KAMIKAZES EN OKINAWA

Yo hice dos grullas de papel. Una siempre la llevo en el bolsillo. La otra se la mandé a papá en la última carta. Le escribí
que tenía muchas ganas de que terminara la guerra para poder estar juntos, para verlo todos los días. Sé que eso es difícil
porque el emperador quiere que todos los hombres luchen por Japón. En Nagasaki solo se ven por la calle niños, viejos y
mujeres cuando salen de las fábricas; los hombres están en la guerra. El hermano de Noriaki pronto tendrá que acudir, ya
tiene dieciséis años. A mí todavía me quedan cinco años y medio. Yo quiero ser piloto como papá.

Ayer en el descampado, hablamos de los bombardeos; cada vez son más frecuentes en Nagasaki. Suenan las sirenas y
todos corremos a los refujios. Allí hay un silencio terrible, nadie habla, todos tenemos miedo y huele mal. Pero ayer, cuando
sonaron las sirenas, no hicimos caso a la advertencia y nos quedamos en el descampado. Nos escondimos detrás del muro
y vimos cómo corrían todos. Desde lo alto podemos ver sin ser vistos. Sé que mi madre se habrá preocupado y me regañará,
no me importa.

Todo fue una falsa alarma y no vimos a los aviones enemigos bombardear la ciudad como la semana pasada cuando
destrozaron los astilleros y la escuela naval.

Hablamos de los pilotos suicidas, de los Kamikazes.

- Cada vez se presentan más voluntarios -comentó Noriaki-. Los Kamikazes son más valientes. Un barco por un avión,
un montón de enemigos muertos por uno solo de los nuestros.
- Mi madre no dice lo mismo -dije-. Ella piensa que son muertes inútiles, como la guerra.

Los Kamikazes llevan un traje de ceremonia y en la cabeza un pañuelo con la bandera, y con versos y palabras escritas
en él.

- Los Kamikazes están ahora en la isla de Okinawa.


- Mi padre me había escrito una carta. Está en Okinawa. Pero no me cuenta nada de que haya Kamikazes.
- Seguro que es uno de ellos, de habrá presentado voluntario…

Entonces cambiamos de tema porque pasaron por allí unas grullas.

- Igual son mujeres-grullas -le dije-. Me encantan las grullas. A ellas no les importa si hay o no guerras, vienen todos
los inviernos. No les importa en qué país están; no son chinas ni japonesas, no son de ningún sitio y son de todos.
No tienen banderas, tampoco emperador, y viven felices. Las grullas son libres. A mí me gustaría ser como las
grullas; quiero volar como ellas, ir de un sitio a otro, por eso quiero ser piloto.
- Sí, un niño-grullo para ayudar a la gente y después desaparecer volando… Déjate de tonterías -dijo Noriaki riéndose
de mí.

Al bajar a la ciudad de la gente ya regresaba a sus casas. Nos despedimos y me fui a buscar a mamá. La encontré cerca
de casa y cuando me preguntó dónde había estado le mentí. Le dije que había estado en el refugio de la estación y me creyó.

Después, ya en casa, le pregunté si papá se había presentado como kamikaze. No dijo nada, pero vi sus ojos. Era
suficiente.

CAPITULO 9

MAMÁ

Cuando llego a casa, mamá siempre está a oscuras en la sala, sentada en el tatami tomando el té y leyendo las cartas
de papá junto a una pequeña linterna.

Un día, sin que ella se enterase, leí sus cartas. A mamá no le cuenta lo que hace en el avión, ni lo que pasa en la guerra;
papá le cuenta otras cosas. Le llama paloma y amor, le habla de suspiros, de sueños, de paseos por la playa. Papá le escribe
palabras bonitas, le dice que tiene la piel como la seda, que sus besos son como la mermelada, que sus ojos son pequeñas
almendras, que su pelo es una catarata de luz.

Tengo ganas

de abrazarte, de sentirte cerca,

de sentir tu aliento, de jugar con tus manos,

entre tus brazos, de olerte, melocotón de verano.

La desea todos los días, quiere verla todos los días.

Miro las nubes,

Te veo, miro las olas

del mar,

te reflejan,

oigo tu ausencia.

Le habla del grillo de otoño, de la lluvia de primavera, de los fuegos artificiales, del crepúsculo de las cerezas, de los ojos
de la libélula, de la flor de té, de los días lentos, de la luna en naciente, de la voz del viento, de las lágrimas del ruiseñor, del
aroma del ciruelo, de crisantemos y de sauces, de mariposas, de peces plateados, de rocío, de la nieve, como los viejos
haikus:

Tienes los pies fríos,

yo los beso

y se quedan marcadas mis palabras.

Yo no entendí nada, creo que esto es lo que llaman amor. Mamá entonces llora, en silencio, junto a la linterna.

CAPITULO 10

ACABAMOS LA GRULLA
- Tenemos que hacer un pliegue en la punta 2, tanto delante como detrás, y después otro en la punta 4 para hacer
la cola -siguió el maestro enseñándonos a hacer la grulla de papel.

“Hagan esto con cuidado, con mucha delicadeza. La punta 2, la doblaremos hacia arriba formando el cuello. En la 4,
tenemos que hacer pliegues delante y detrás presionando la esquina que está bajo las alas 1 y 3”.

“Finalmente, para completar la cabeza y el pico, realizaremos dos pliegues en la punta 2… Bajaremos las alas, puntas 1
y 3, y… ¡A volar!”

Terminó el maestro su explicación y con una grulla de papel en la mano esperó a que todos hubiéramos terminado.

- Ahora ya saben hacer grullas de papel -concluyó-. Y recuerden que quien pliega una grulla tiene una inmensa
fortuna…

Yo esperaba el final en silencio, y por fin dijo:

- …cuando uno dobla una grulla para sí mismo es por algún anhelo personal, pidiendo un deseo.

Aquel día, terminaron las clases. Por orden ministerial y hasta que la guerra no terminara, las escuelas permanecerían
cerradas.

Norasaki y yo nos pusimos muy contentos porque así podríamos estar todo el día en la calle jugando. Podríamos ir al
descampado para ver aviones y grullas.

CAPITULO 11

EN EL REFUGIO

Mamá lleva varios días sin hablar, se enfada por cualquier cosa. Pasa el día escuchando la radio en un rincón:

- Nuestros valientes soldados han desplegado El Crisantemo Flotante, un ataque masivo de kamikazes. Setecientos
aviones japoneses han hundido tres destructores y dos transportes de munición, y han causado cuantiosos daños
en un acorazado y en un portaaviones. Más de la mitad de nuestros aparatos iban gobernados por los señores del
aire, los voluntarios kamikazes que han dado su vida por nuestra patria y nuestro emperador. Okinawa resiste…

Casi todos los días suenan las sirenas y tenemos que ir al refugio. Hoy mamá no ha querido ir. Tal vez tenga la culpa el
telegrama que han traído esta mañana. Se ha negado a enseñármelo y lo ha escondido. Para mí que eran noticias del frente.
Tal vez papá esté herido, quizá muerto.

No ha querido ir al refugio, ha dicho que ya todo le da igual, lo único que quiere es que se acabe la guerra, la maldita
guerra, y vivir en paz como antes. Aunque esto último va a ser difícil.

En el refugio estaba Noriaki y nos hemos sentado juntos, como en la escuela, apoyados en la columna.

- Creo que nosotros estamos perdiendo la guerra.


- Pues la radio no dice lo mismo -contesté enojado.

Hace días que no vamos al descampado para ver grullas o aviones o nubes porque nos han advertido que es peligroso.

- Eres tonto, qué va a decir la radio. Los americanos están cada vez más cerca. Cada día hay más bombardeos y
además dicen que han muerto más de siete mil soldados.
- Noriaki, ¿qué va a pasar con nosotros? ¿Nos harán prisioneros y nos matarán como al soldado negro?
- A los niños no les va a pasar nada, y a los viejos tampoco, solo a los soldados que capturen. Los meterán en la cárcel
hasta que el emperador se rinda.

Guardamos silencio unos minutos y luego le dije:


- Noriaki, creo que mi padre está muerto.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque esta mañana ha llegado un telegrama y mamá no me lo ha querido enseñar. Además, no ha querido venir
al refugio.
- Estará cansada. Mi madre también está cansada de esta guerra. ¡Bah!, seguro que era otra cosa lo que ponía en el
telegrama, no pienses en eso.

Hemos escuchado las bombas sobre nuestras cabezas. Hemos contado más de treinta explosiones. Espero que mamá
esté bien.

Al salir, había una gran nube de humo y de polvo. Me temblaban las piernas y no podía ver nada. Me despedí de Noriaki
hasta la próxima alarma y corrí hasta casa. Cuando la vi en pie me puse muy contento.

CAPITULO 12

LA GRULLA DE LA TABERNA

Hace muchos años, en una pequeña ciudad había una taberna. Era conocida en todos los rincones, no solo por la calidad
de los productos que allí se consumían, sino también por la amabilidad de su sueño. Siempre estaba llena de gente que se
reunía allí para beber y conversar.

Una noche de invierno entró en la taberna un anciano con aspecto de eremita, aterido de frío.

Al verlo, el dueño le ofreció un vaso de sake para que se calentara.

- No tengo con qué pagar -respondió el anciano.


- Este se lo invita la casa. Hace mucho frío fuera y le vendrá bien para calentar el cuerpo.

Le ofreció además un pequeño aperitivo que el anciano aceptó gustoso, pues tenía bastante hambre.

Al día siguiente, volvió el anciano a la taberna y ocurrió lo mismo. El dueño le invitó sake y le dio de comer sin exigir nada
a cambio.

Así ocurrió día tras día durante una semana. El anciano era buen conversador y animaba las veladas nocturnas con sus
historias. Pero transcurrido ese tiempo, lo invitó a sentarse a la mesa.

- Sigo sin tener dinero con el que pagar -dijo el anciano.

Volvió a estar otra semana y al dueño de la taberna no le importó. Pero llegado el día en que tenía que marcharse, el
anciano le dijo:

- Has sido muy amable conmigo, te pagaré con lo único que puedo hacerlo.

Tomó un carbón del fuego y pintó en la pared una grulla volando.

- Cuando venga gente a la taberna, diles que miren a la grulla fijamente y se llevarán una sorpresa: la verán mover
las alas.

Y diciendo esto, el anciano se volvió a marchar.

La taberna comenzó a tener fama. De muchos lugares de Japón se acercaban para ver a la grulla volar. Tanto fue así
que el dueño de la taberna se hizo inmensamente rico.

Pasaron otros dos años y fiel a su cita volvió el anciano a la taberna. Mucho se alegró el dueño. Al comprobar lo bien
que andaba el negocio, el anciano se reconfortó porque su deuda estaba más que saldada. El dueño le acercó a la mesa,
como en otras ocasiones, una taza de sake y un plato de comida. Pero el anciano haciendo caso omiso, sacó de su bolsillo
una pequeña flauta. Entonces, la hizo sonar acercándose a la grulla pintada en la pared y esta comenzó a moverse.

Movió las alas y el pico y las patas hasta que cobró vida, y volando salió de la taberna ante el desconcierto de todos.

El anciano se marchó de la taberna y nadie supo nada más de él.

CAPITULO 13

LA BOMBA

En casa me dedico a leer cuentos, es lo único que se puede hacer, mamá no me deja salir de casa desde que papá murió.

Hace tres días lanzaron una bomba en Hiroshima que destrozó la ciudad. Dicen que los muertos se amontonan por
todos los rincones, están en las calles, entre los escombros de las casas, bajo los árboles, por todos los sitios. Ha sido la
bomba más potente que jamás se ha utilizado.

Ahora todos tenemos miedo. Creo que Noriaki también, aunque ya no lo veo. La radio habla del emperador y del consejo
supremo de la dirección de la guerra, de reuniones y rendiciones, habla de la paz.

Yo leo y juego con mi grulla de papel. La llevo en el bolsillo y la hago volar por toda la casa. Echo de menos las nubes, el
“gruu” de las grullas y sobre todo a Noriaki.

Tengo miedo a los americanos. Están muy cerca. Tengo miedo a las bombas, a que lancen alguna como en Hiroshima.

Mamá ya no habla, llora todo el día, me besa y me abraza muy fuerte. Echo de menos a papá.

No tenemos apenas comida y los mercados están cerrados.

Cuando llega la noche rezamos.

Están sonando las sirenas. Oímos el rugido de los aviones cada vez más cerca.

Oí una explosión.

Las ventanas se abrieron.

Hace un calor terrible.

He apretado los puños y mi grulla se ha arrugado.


CAPITULO 14

DORMIR

Anoche soñé que mil grullas volaban por el cielo de mi habitación. Soñé que sus grandes y puntiagudas alas me
abanicaban y que sus picos habían enmudecido y ya no graznaban ruidosas como siempre.

He abierto los ojos. Me duele todo el cuerpo. No sé dónde estoy, parece un hospital. Debo llevar varias horas aquí. Solo
recuerdo el ruido seco de la explosión y de los cristales rotos.

No sé tampoco dónde está mamá.

Al mirar al techo mi sueño se ha hecho realidad: hay miles de grullas volando. Miles de grullas silenciosas, de papel, que
mecen, que bailan con el viento.

Veo pasar gente que lleva brazaletes blancos. Son médicos y enfermeros transportando camillas.

He abierto la mano y algo ha caído al suelo, creo que ha sido mi grulla de papel, después me he dormido.

EPÍLOGO

Cuando los periodistas internacionales visitaron, acabada la guerra, los hospitales de Hiroshima y Nagasaki, encontraron
miles de heridos por la explosión y la onda expansiva de la bomba atómica. Pero se llevaron una sorpresa: colgadas del
techo había cientos de grullas de papel. Habían llegado a todos los rincones de Japón y estaban colocadas como amuletos
de la buena suerte. La grulla, en Japón, es el símbolo de la vida y se lleva a los enfermos para desearles pronta curación.

Doblar una grulla representa mil años de vida y doblar mil grullas alarga la vida un millón.

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