Sei sulla pagina 1di 149

La complejidad de la rebeldía

Reinaldo Suárez Suárez


y
Oscar Puig Corral

Premio Memoria 2007


Colección Testimonios
Ediciones La Memoria
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau

La Habana, 2010
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau
Ediciones La Memoria
Director: Víctor Casaus
Coordinadora: María Santucho
Editora-Jefa: Vivian Núñez

Edición: Norma Padilla Ceballos


Diseño de cubierta: Katia Hernández
Emplane: Caridad Sanabia de León

© Reinaldo Suárez Suárez y Oscar Puig Corral, 2010


© Sobre la presente edición:
Ediciones La Memoria
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2010

ISBN: 978-959-

Ediciones La Memoria
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau
Calle de la Muralla No. 63, la Habana Vieja,
Ciudad de La Habana, Cuba
centropablo@cubarte.cult.cu

www.centropablo.cult.cu
A Miriam y Cristóbal,
desde el amor de su hijo.
A Bertha Perera,
por la ayuda y el cariño.

Prestancia de la memoria

Toda ciudad, provincia, región, territorio, nación y patria se forman y conforman con múltiples
elementos que en el tiempo informan la verdad, a veces discutible, de su historia. Todo ello si el
olvido no destruye el testimonio, y este dictado, con su componente aseverativo, parece sostener
la aventura del libro que comienza y tiene el lector en sus manos.
La responsabilidad del presentador se extiende más allá del conocimiento y estas líneas sólo
aspiran a ofrecer unas pocas aproximaciones a la aventura de los autores en su logrado empeño
de organizar memoria y tiempo de un proceso que alcanza años actuales, anteriores y futuros
que necesariamente han de ser conocidos.
Desde el prólogo introductorio, encabezado por la pregunta «por qué», los autores ofrecen
razones válidas para justificar sus investigaciones, indagaciones y reflexiones interrogatorias
respecto al protagonista de estos hechos. Pero vale la pena subrayar que al mismo tiempo el
protagonismo sobrepasa y va más allá de Enzo Infante para arrojar luz sobre personajes, hechos,
acontecimientos que afectan e influyen a todo el proceso motivo de este trabajo.
Así la memoria reclamada y ejercida como recordatorio inteligente ayuda a comprender lo
multitudinario de los hechos narrados.
Desde la ciudad de Santiago de Cuba se avanza a sitios que con anterioridad acogieran, desde su
nacimiento, al personaje central de estos capítulos de la historia y vida recientes. Pero Santiago
de Cuba, ciudad heroína por muchas razones, constituye el núcleo expansivo, motor irradiante
de estos comentarios. Y la memoria va más allá de una supuesta sorpresa.
Las preguntas y sus consecutivas y coherentes respuestas conducen a la construcción y
comprensión de un primer panorama urbano que para Enzo Infante, igual que para muchos otros
coetáneos, aunque, desde luego, cada uno reaccionando a su manera, según su personalidad y su
carácter respectivos, condicionó aquel presente y la posterior conducta que acompañara y
acompaña la vida de los habitantes de dicho entorno.
Estas palabras llevan a la descripción de la ciudad, su vida, la organización social, económica,
escolar, cultural y a explicar la rebeldía de las criaturas de la época.
Se adelanta que hay una versión rebelde de la rebeldía. Y esto llega por las sucesivas respuestas
del interrogado, en su discurso «coloquial, fluido, seguro de sí mismo, enérgico…»
La familia, los diferentes barrios, las escuelas, sus maestros, compañeros están siempre
presentes en un lúcido esfuerzo por no soslayar a nadie o a casi nadie que de una forma u otra
coincidieran en el espacio y tiempo que ocupan al luchador clandestino, quien por medio de las
entrevistas de los autores se propone no ceder al olvido o al desconocimiento.
Ellos, los investigadores, ofrecen desde el inicio cinco razones contundentes para la elaboración
del texto. Y cumplen con el postulado.
Ya desde el primer momento en que el lector, y en este caso el prologuista, se enfrenta, se
enfrentan, con las remembranzas, se adquiere la seguridad de que, independientemente de
contradicciones aclaradas y expuestas, el transcurso y devenir de esta vida valen la pena ser
repetidas, conocidas, valoradas a la vez correcta y amorosamente.
No se soslaya ningún momento de la trayectoria de Enzo Infante. Los instantes de confusión y
reconocimiento debidos, quizá, a la primera inmadurez de la criatura son superados por el
compromiso y entrega constantes y permanentes que este hombre ha hecho y mantiene en el
curso de su vida.
Es cierto y por lo tanto necesario, que muchos actos, algunos aparentemente menores y
colaterales de la historia, no han sido estudiados y subrayados con la intensidad y frecuencia que
hubiera podido arrojar más entendimiento y comprensión al proceso histórico que Cuba ha
vivido y que vive en sus antecedentes y sus consecuencias.
Por lo tanto, los pasajes afirmativos y dubitativos se conjugan en este libro por la vía resultante
de la remembranza y las respuestas a preguntas inteligentes que denotan un conocimiento previo
por parte de los autores y un hábil manejo de tácticas y estrategias que conducen a la
iluminación de zonas no totalmente exploradas o conocidas de la historia.
Se habla de dudas, de incomprensiones, que tal vez denotan momentos de tristezas, algo de
desencanto, pero jamás de in-tención alguna por abandonar la lucha, el afán libertario y de
justicia, y el compromiso que el entrevistado ha mantenido y mantiene con sus principios.
Cuando Enzo Infante, a partir de las preguntas, aborda momentos difíciles lo hace con precisión
y nitidez que no eluden lo que para él ha sido verdad, conflicto, voluntad y esfuerzo por
mantenerse en la actitud que asumió desde el principio. Este principio desde sus inicios está
pleno de principios en algo más que un juego de palabras. Y este libro demuestra cómo alguien
puede ocupar espacios disímiles más allá del brillo y la resonancia momentáneos sin traicionar
una conducta que tiene a la vez soportes históricos y sostén ético y moral.
Ello demuestra lo necesario y útil de libros como este. Labor que al luchar contra cualquier
descuido o displicencia aporta, entrañablemente, más comprensión y conocimiento de los
elementos que constituyen la Patria.
Si fuera posible detenerse sólo en algunas secciones del libro el lector estaría enfrentándose a un
conflicto selectivo. Porque hay momentos de la historia de la lucha clandestina contra la tiranía
de Fulgencio Batista en los cuales Enzo Infante al haber desempeñado un rol protagónico aporta
datos, nombres, actitudes, que llevan al lector a profundizar, indagar, aclararse más todavía,
puntos de vista e interpretaciones que resultan imprescindibles para el manejo más exacto de la
historia y el destino de la Patria.
A lo largo del libro surgen pensamientos y posturas que facilitan e ilustran el entendimiento de
aquellos años tan convulsos, tan cargados de riesgos y peligros y en los cuales la voluntad y la
esperanza servían de motor y sostén a todas aquellas criaturas que entregaban lo mejor de sí
mismas sin dejar de ser lo que eran. Pero siempre con un sentido revelador de lo que era para
ellos mismos misión ineludible. No importaban las muchas contradicciones y dificultades que
surgían casi a cada paso del proceso.
Se habla en estas páginas de una característica que puede resultar reveladora en la trayectoria
del personaje estudiado. Su subjetividad santiaguera. El improvisado prologuista no puede
menos que recordar un verso puesto que se trata de la ciudad, núcleo heroico. La ciudad
heroína. «Es Santiago de Cuba, no os asombréis de nada».
Porque a lo largo de todo este coloquio mostrado en el libro podemos observar esa
confrontación de objetividad con subjetividad. Confrontación vencida por Enzo Infante y, como
se dice en entrelíneas y abiertamente, adjetivada por el detalle santiaguero; que no borra ningún
otro espacio insular, pero que comparte la postura de muchos o casi todos los luchadores por la
libertad. No importa, no importaba el sitio geográfico ocupado por entonces. Objetividad
contrapuesta a subjetividad. Y ello condujo a la permanencia en el afán, en la lucha, en la batalla
que condujera al triunfo.
El libro cumple su cometido. Evitar el olvido. Insistir en la función, en los actos de muchos. En
el pasado que fue presente en varios instantes determinantes y decisivos y en el futuro que
haciéndose está justificado por aquellos tiempos pretéritos y por la acción trascendente o
discreta de todos y cada uno de los evocados.
Como los grandes nombres que aparecen frecuentemente en este libro; no hay que insistir en
ellos al redactar estas líneas de presentación y prólogo; los actores y el personaje a quien se
dedica esta investigación han hecho hincapié a lo largo de estas páginas de su compromiso con
la historia y el devenir del territorio, de la Patria. Los nombres están ahí, acompañan, se les
siente. Su paso, su vigor, sus lecciones.
La lectura ha de obligar a la reflexión y el pensamiento a la vez que puede auxiliar en el
reconocimiento colectivo a una nación que pudo superar dificultades e incomprensiones para
lograr su cometido.
Versión rebelde de la rebeldía es posible reiterar. Pero también insistir en la permanencia y en la
formulación de una historia que Enzo Infante y sus entrevistadores demuestran que pertenece a
toda la ciudadanía y por lo mismo está sostenida de una forma trascendente por la divisa
martiana «con todos y para el bien de todos». Desde luego que este concepto de todos y para
todos varía según el momento histórico, y en sus palabras, en sus gestos, en sus acciones, Enzo
Infante Uribazo lo demuestra. Y al expresarlo aclara y quizás contradice lo que abarca la frase
martiana. Cuando fue imprescindible una decisión el ser humano, la criatura, el individuo, se
elevó sobre los demás para constituir una vanguardia admirable que sin dejar de ser cada uno,
único, representaba a todos y luchaba por el bien de todos.
Ahora este libro recuerda, nos trae a la memoria por la memoria los hechos que sostienen ya la
Historia con mayúscula. HISTORIA.
Esta lección en su discreción y humildad constituye una clase que cumple las palabras de Enzo
Infante y naturalmente su decursar y actitud en los hechos y ante los hechos de la vida que no
sólo le ha tocado vivir sino que ha sabido asumir con dignidad.
Termina la presentación intentando mantener nombres, hechos, conductas que aportan prestigio
y admiración a una época prolongada en el tiempo y que la memoria en su prestancia se afana
en salvar.
CÉSAR LÓPEZ
¿Por qué rescatar la memoria
de Enzo Infante?

Todo libro tiene su justificación, esto es: las razones que nos determinaron para la realización de
esta obra y que podemos expresar en pocas palabras, las imprescindibles. Son solamente
aquellas ideas que en su acomodo ilustran al lector acerca de la necesidad, oportunidad y
utilidad de esta investigación, y la posibilidad y urgencia de que esfuerzos de esta naturaleza se
produzcan en beneficio de la memoria colectiva y la historiografía nacional.

En el balcón temporal que representa el año 2009, a cincuenta años de algunos de los
principales acontecimientos en la historia de la Revolución Cubana, obtener el testimonio de
Enzo Infante Uribazo (Quemado de Birama, Victoria de Las Tunas, Oriente, 30 de octubre de
1930) sobre las interioridades y complejidades de lo que vivió, es más que una necesidad, un
privilegio. Bastan cinco razones, interrelacionadas, para la plena probanza de la afirmación.
Primero. Enzo Infante perteneció al grupo de maestros formados en la fundadora Escuela
Normal que se sumó a la lucha insurreccional integrando, desde su creación, Acción Revolucio-
naria Oriental (posteriormente Acción Nacional Revolucionaria) e incorporándose, junto con
Frank País García, al Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Por su labor en el recién fundado
Colegio de Maestros Normales y Equiparados, dispuso de materiales de impresión que le
facilitaron extraordinariamente la misión asignada a su célula revolucionaria de realizar
actividades propagandísticas, hasta que luego de intervenir como jefe de un comando en las
acciones del 30 de Noviembre de 1956, fue designado responsable provincial de Propaganda.
Segundo. A finales de 1957, Enzo fue nombrado coordinador del Movimiento Revolucionario
26 de Julio en Camagüey, y en febrero de 1958 responsable nacional de Propaganda y,
consecuentemente, miembro de la Dirección Nacional del Movimiento. Fue en tal condición que
participó del selecto equipo de dirigentes clandestinos que preparó y desencadenó la Huelga
General del 9 de abril, cuyo inmediato, sangriento y peligroso fracaso determinó que se
convocara una reunión que definiría un cambio de dirección estratégica en la lucha contra la
dictadura de Fulgencio Batista. La responsabilidad le permitió acercarse desde su subjetividad
«santiaguera» a las complejidades de la insurrección en La Habana.
Tercero. Enzo Infante, Bruno, es un sujeto historiográfico excepcional. En Cuba es, junto con
Fidel Castro, el único sobreviviente de la histórica reunión de la Dirección Nacional del
Movimiento 26 de Julio y otros dirigentes revolucionarios, el 3 de mayo de 1958, en El Alto de
Mompié. De los participantes ya han muerto René Ramos Latour, Daniel (1958); Ernesto Gue-
vara de la Serna, Che (1967); Celia Sánchez Manduley, Aly (1980); Haydée Santamaría
Cuadrado, Carín (1980); Faustino Pérez Hernández, Ariel (1992); Luis María Buch Rodríguez,
Mejías (2000); Marcelo Fernández Font, Zoilo (2005); Vilma Espín Guillois, Débora (2007) y
Antonio Torres Chadebau, Ángel (¿?). Otro participante, David Salvador Manso, Mario, residía
en Estados Unidos e ignoramos su suerte. De aquella «reunión tremenda», como la calificó
Marcelo Fernández antes de morir 1 –o «reunión decisiva»2 para el Che Guevara–, sucede como
con la reunión de La Mejorana entre Antonio Maceo, Máximo Gómez y José Martí en mayo de
1895: ignoramos muchos aspectos de sus contenidos y complejidades. Siguen siendo un gran
misterio y pasto para las más disímiles especulaciones y conjeturas.
Cuarto. Después de la reunión de El Alto de Mompié –cuando se concentra el mando de la
insurrección en el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde y líder del Movimiento 26 de Julio,
doctor Fidel Castro Ruz– a Enzo Infante se le nombra delegado provincial en La Habana,
subordinándose directamente al delegado nacional de Acción, comandante Delio Gómez Ochoa.
Esta responsabilidad la desempeñó Enzo hasta julio de 1958, cuando fue detenido por las
fuerzas represivas de la dictadura. Frente a los interrogatorios y las diversas evidencias
inculpatorias que formulaban contra Bruno –su nombre de guerra–, él asumió su real identidad y
realizó maniobras evasivas o justificativas, que fruto de coincidencias y casualidades terminaron
por configurar la percepción de que era responsable del apresamiento de varios combatientes
clandestinos, algunos de los cuales estaban relacionados con él. La opinión de que se había
convertido en «traidor» se expandió de inmediato entre sus compañeros de lucha, tanto
clandestinos como presos. Tras semanas de incomunicación y luego de su presentación pública
y reclusión ordinaria en el Castillo de El Príncipe, comenzó para él un viacrucis doloroso y
lesivo: la singular y extendida lucha contra el estigma que le enajenó amigos, reconocimientos y
prestigios ganados.
Quinto. Tras el triunfo de la Revolución, Enzo participó de las transformaciones desde dos
sectores claves: los ministerios de Educación y Trabajo, donde ocupó cargos de importancia.
No es necesario acumular más razones para justificar la valía de este testimonio histórico,
articulado como una secuencia biográfica. Por supuesto, se trata de una versión rebelde de la
rebeldía, con las subjetividades inevitables que incorpora un protagonista de los hechos que se
narran.
Estructurar y construir el texto que se pone a la consideración del lector representó un
considerable esfuerzo, porque no se siguió un orden riguroso durante las entrevistas, sino que
los temas fluyeron libremente, y las respuestas, en lo esencial, transitaron abiertamente por
determinación del testimoniante: Enzo es coloquial, fluido, seguro de sí mismo, enérgico. Y
desde el primer minuto –tras la incitación hace cuatro años a salvar la memoria de lo que
aconteció en la etapa insurreccional contra Fulgencio Batista– aceptó adentrarse en la empresa.
Cada conversación fue transcrita y ordenada con un criterio lógico-temático –cronológico en la
medida de lo posible– y sometido a revisión por el protagonista. Así, una y otra vez, hasta
configurar el libro. Los autores, por nuestra parte, hemos actuado como intermediarios activos
entre el combatiente y el lector. Asumimos el papel convencidos de la urgencia de obrar contra
la desmemoria.
Hay un hecho incontestable: la generación que produjo el huracán sobre azúcar que ha sido la
Revolución, se está extinguiendo biológicamente sin dejar registro de su protagonismo
individual y colectivo.
A estas alturas del tiempo, varios cientos de combatientes clandestinos y de guerrilleros han
muerto sin dejar memoria de los acontecimientos en los que participaron. Aún sigue ocurriendo,
indefectible y lamentablemente. Seguirá ocurriendo en los próximos años hasta que se advierta
un día que queda «el último guerrillero», o «el último combatiente clandestino», o casos en los
que se reúnen ambas condiciones. De la misma manera que hace casi dos décadas asistimos al
sepelio del «último mambí». Es un proceso natural. Cuando eso ocurra, los historiadores
tendrán que reconstruir y pensar el pasado con la documentación y los testimonios que se hayan
salvado. Entonces ya no contaremos con los interlocutores vivenciales, de ahí que aboguemos
por la urgencia del rescate testimonial que aún pueda quedar al alcance de los investigadores.
Con la reconstrucción que nos propusimos con esta entrevista biográfica, nos queda la
satisfacción de haber contribuido a salvar un testimonio singular e importante, que puede ayudar
a comprender y explicar el laberinto que representa la Revolución Cubana, probablemente el
proceso político-social más hondo de la historia americana.
El libro quizás pudiera ser alentador de esfuerzos similares. Es por ello que, convencidos del
peligro de la ya creciente pérdida de memoria histórica, los autores aunamos fuerzas para el
proyecto. Uno de nosotros, Oscar Puig, era estudiante universitario en la Escuela de Derecho de
la Universidad de Oriente, y el otro, Reinaldo Suárez, su profesor, y pese a que significaba una
sustracción fundamental de la zona temática en que se mueven nuestras inquietudes
investigativas, en las que hubo que hacer un alto y un desplazamiento frecuente, costoso y largo
–hasta La Habana, donde reside Enzo Infante–, decidimos contribuir a enriquecer el patrimonio
colectivo. Si lo anotamos en esta introducción es porque la experiencia podría reproducirse en
muchos espacios académicos cubanos, con el consiguiente beneficio común y colectivo.
Justamente, rescatar una memoria de extraordinario valor historiográfico fue la razón de fondo
que nos movió al esfuerzo, aunque estábamos enterados y conscientes de las limitaciones y
riesgos consustanciales al testimonio histórico. Con la robustez que aún conservan sus recuerdos
y la claridad y lucidez de sus exposiciones, Enzo Infante facilitó extraordinariamente la labor de
los entrevistadores, que hemos respetado en todo momento sus opiniones, incluso cuando
podíamos poner en tela de juicio la exactitud de algunas afirmaciones, o no coincidir con las
conclusiones. Este no es un libro pensado para aportar conclusiones propias, sino para salvar su
versión de los hechos y de las personas y su entendimiento del proceso revolucionario cubano,
al que tan accidentadamente se integró.
Enzo propicia un acercamiento sui géneris a la complejidad humana, regional e ideológica de
quienes hicieron la insurrección y la revolución. De sus limitaciones, diferencias y
desconfianzas, especialmente de las propias. Y deja bien clara una conclusión más de una vez
escuchada y compartida por los autores: cómo la capacidad nucleadora de Fidel Castro fue
determinante para unir a los revolucionarios cubanos, incluso a los del Movimiento 26 de Julio.
Superando discrepancias coyunturales o antagonismos personales, Fidel, en la convocatoria y
movilización de servicio a la causa revolucionaria, unió a quienes querían un cambio profundo
de la sociedad cubana –Enzo Infante Urivazo entre ellos–, o a quienes sin tenerlo como una
pretensión política, estaban en posibilidades de movilizarse para un proyecto transformador.
Los entrevistadores queremos dejar constancia precisa de nuestro reconocimiento –y profundo
agradecimiento– al Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau por su persistente y sólido
empeño de rescate testimonial. Su labor fecunda, visible y reconocida, estimuladora y
movilizadora –nosotros somos prueba–, acrecerá su importancia con la inundación de los años
transcurridos, por transcurrir.
LOS AUTORES
Santiago de Cuba, junio de 2009
1
De la niñez a la Escuela Normal
de Oriente

ENTREVISTADORES: ¿Usted es oriental?


ENZO: Soy oriental, nací en El Quemado de Birama, un territorio que formaba parte del
municipio Victoria de Las Tunas, en la desembocadura del río Cauto. Allí el río se bifurca y
forma dos ciénagas: en la margen izquierda está la ciénaga del Buey, que pertenecía a
Manzanillo, y en la margen derecha la de Birama, de donde toma nombre el lugar donde yo
nací. O sea, yo nací en un punto cenagoso de la desembocadura del río Cauto que hoy pertenece
a la provincia de Las Tunas, pero que entonces era de la provincia de Oriente.

ENTREVISTADORES: Hoy la orientalidad cubana es un campo lleno de connotaciones, algunas


contradictorias. En su época de juventud, ¿qué significaba ser oriental? ¿Esto marcó su vida?
ENZO: En primer lugar, Oriente es una región natural especial. Allí están los grupos
montañosos más importantes del país, que le confieren una belleza paisajística impresionante.
En Oriente están también el río más largo y el más caudaloso: el Cauto y el Toa,
respectivamente, y aunque uno crea que ese aspecto no es importante, nosotros los orientales
tomamos muy en serio las maravillas de la naturaleza que guarda esa parte del país. Por allá los
españoles iniciaron la conquista y colonización. Fue la primera tierra que pisó un conquistador,
también se fundaron allá las primeras villas, y desde allí partieron los primeros caminos hacia el
occidente de la Isla. En Oriente empezaron las primeras luchas por la independencia. Fue el
escenario principal de la guerra, de los combates más famosos, de donde surgieron no solo los
patricios que iniciaron la lucha, sino también el núcleo principal de la armada de cubanos que
posteriormente continuó peleando, sobre todo por su estrecho vínculo con el pueblo, por su
humildad y sencillez, quienes se convirtieron en los dirigentes de la guerra. En toda la región
oriental surgieron contingentes de combatientes prestigiosos que llenaron de heroísmo las
páginas de nuestra historia, en Holguín, Victoria de Las Tunas, Bayamo, Manzanillo, Guantá-
namo y Santiago de Cuba. Allí se dio la más valiente respuesta a la Paz del Zanjón: la Protesta
de Baraguá, protagonizada por Antonio Maceo. De Oriente partió la invasión al occidente de
Cuba.
Fue Oriente también el escenario principal de la primera intervención del imperialismo en la
guerra entre Cuba y España. Fue en aquella región donde se desarrolló lo que la historia
denomina como la «batalla naval de Santiago de Cuba», pero que yo prefiero llamar la «masacre
naval de Santiago de Cuba», pues la escuadra española del almirante Cervera no pudo ofrecer la
más mínima resistencia a las poderosas naves norteamericanas. Fue Santiago testigo también de
una de las bajezas y desvergüenzas más grandes de la historia universal, cuando los
norteamericanos se apoderaron de la ciudad y no permitieron la entrada de los mambises, sin
cuya ayuda no hubiera sido posible que los norteños se apuntaran esa victoria. En ese mismo
lugar se firmó la rendición de las fuerzas españolas, bajo la sombra del conocido Árbol de la
Paz.
Todas esas cosas le conferían a Oriente una tradición muy grande de luchas y eventos épicos.
Uno vivía orgulloso de eso, como me imagino que los oriundos de otros lugares deben también
enorgullecerse de las raíces de sus zonas. Aunque los orientales contábamos con toda esa
historia, siempre fuimos un poco regionalistas, porque La Habana era la capital, la ciudad más
atendida, más cuidada, el rostro del país para los visitantes, y Oriente recibía menos atención de
los gobernantes. Eso por decir algo menos ofensivo, porque en realidad la región oriental estaba
totalmente desatendida y a nadie le importaba lo que pasaba allá. Esa zona siempre fue de gente
muy esforzada, trabajadora y muy rebelde. ¡Acuérdate también de que por allá se produjo el
Movimiento de los Independientes de Color cuando vieron frustradas sus aspiraciones de
mejoras después de lograda la independencia!
Por demás, Oriente era una zona potencial y efectivamente muy rica, gracias al desarrollo de
las industrias del azúcar, el café, la minería y la actividad portuaria.
Todo eso te influenciaba desde la niñez, ayudado por el papel de la escuela pública que te lo
transmitía desde que entrabas al aula, de una forma que tú te maravillabas y te enorgullecías de
vivir en esa zona. Pero no solo la escuela, la propia familia y hasta la sociedad te impregnaban
ese halo patriótico regional. En cualquier lugar de Oriente tú te encontrabas con un descendiente
de algún mambí. Fíjate que solamente de Santiago salieron 26 generales de las guerras de
independencia, con el lugar cimero para la familia Maceo-Grajales; pero Holguín es la tierra de
Calixto García y otros generales; en Las Tunas, Vicente García y otros; en lo que hoy es
Granma, Carlos Manuel de Céspedes, Perucho Figueredo y una retahíla impresionante de
generales, entre muchos que harían una lista interminable. Por todo eso uno sentía una sana
vanidad que me parece que ha marcado siempre a los orientales de todos los tiempos. A mí, en
particular.

ENTREVISTADORES: Nuestra generación creció llamando solamente Las Tunas a lo que en su


época era Victoria de Las Tunas. ¿Qué justificó el cambio?
ENZO: Mira, a Victoria de Las Tunas se le llamó así porque los mambises la atacaron en 1869
y no pudieron tomarla, y a partir de entonces los españoles comenzaron a llamarla de esa forma.
No obstante, en 1876 los cubanos lograron tomarla, pero no le cambiaron el nombre, con lo cual
permaneció así, hasta que se realizó la última división político-administrativa, cien años
después, en 1976, en la que se decide ponerle Las Tunas al territorio que en mi niñez era un
municipio y que ahora es una provincia, con parte de la antigua provincia de Camagüey.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo su familia se estableció allí?


ENZO: Antes de llegar a Victoria de Las Tunas, mi padre trabajaba en Santiago de Cuba como
contador en el almacén de unos catalanes. Trabajaba por el día y en las noches estudiaba
contabilidad en el Colegio Juan Bautista Sagarra, propiedad de don Luis María Buch Rodríguez.
Él era amigo de mi familia, y cuando mi abuelo murió, mi padre –quien aún era muy joven–, fue
admitido de forma gratuita en el colegio del viejo Buch, como un modo de ayudar en algo a mi
familia. Con el tiempo mi padre se hizo contador y se granjeó el respeto de los dueños, al
extremo de que esos catalanes le ofrecieron que cuando ellos regresaran a Cataluña lo dejarían
de gerente. Pero pasaron unos años y ni ellos regresaban a su tierra y mucho menos lo ponían al
frente de los negocios, y entonces mi padre determina abrirse camino por sus propios medios.
Ahí es cuando decide irse para Victoria de Las Tunas, y abre una tienda en un lugar conocido
como Cuatro Lugares, cerca de Puerto Padre. Al parecer los negocios le fueron bien, porque allí
mismo abrió otra tienda y una carnicería, e incluso abrió otro establecimiento en Victoria de Las
Tunas, que era para vender ropa y se llamaba La Nueva Francia. Entonces el precio del azúcar
en el mercado mundial se disparó hasta cifras que nunca se habían visto y mi padre vio en el
negocio de la caña de azúcar un jugoso filón que le podría reportar ganancias aún mayores que
el comercio, y tomó una decisión que después le traería amarguísimas reconvenciones: hipotecó
todas sus propiedades en el banco y resolvió fomentar una colonia de cien caballerías de caña en
la zona de Birama. La siembra fue buena, el cañaveral crecía a buen ritmo y al parecer la jugada
le saldría a pedir de boca, pero cuando estaba a punto de cortar la caña, el precio del dulce cayó
drásticamente, con lo cual mi padre quedó totalmente arruinado. ¡Fíjate que ni siquiera cortó la
caña!

ENTREVISTADORES: ¿Qué hizo ante esa tragedia?


ENZO: Después de un lógico período de lamentaciones y sinsabores, él intentó ganar algo de
dinero dedicándose a tener «ganado a piso».
ENTREVISTADORES: ¿«Ganado a piso»?
ENZO: Cuando un individuo poseía una cantidad cualquiera de cabezas de ganado, pero no
tenía tierras donde mantenerlas pastando ni lugar para situarles agua, entonces hacía un contrato
con alguien que tuviera tierras ociosas y a esa persona que daba sus tierras para el ganado ajeno
se le pagaba una equis cantidad, por lo general 50 centavos al año por cada res. Además, el
dueño del terreno donde se ponían las reses tenía el derecho de ordeñar las vacas para quedarse
con la leche y con esta generalmente elaborar queso para venderlo. Así lo hizo mi padre. El
terreno que se dedicó en principio a la caña, se convirtió después en un terreno para pastos de
«ganado a piso». En aquella misma tierra que era una sabana inmensa, papá construyó una casa
de madera y techo de zinc montada en pilotes, en la que yo nací el 30 de octubre de 1930.
Paralelamente, por esa época también empezó a trabajar como pesador de caña en el tiempo
de zafra en el Central Jobabo. Consiguió ese trabajo por su amistad con los hermanos Fausto y
José Ferrer, de Victoria de Las Tunas, que fueron quienes lo conectaron con la gente del central
para que empezara allí. Mi padre estuvo allí hasta la muerte de mi madre. Después se dedicó a
talar bosques en terrenos que pertenecían al Central Jobabo por una participación en las
ganancias de la venta de la madera. Así fue hasta el año 1944 en que triunfó en las elecciones
Ramón Grau San Martín. Mi papá era amigo desde la época del machadato de un grupo de
compañeros que fueron auténticos, y luego ortodoxos, entre los que estaba José Hernández
Cruz, Pepillo, electo alcalde de Victoria de Las Tunas cuando triunfó Grau San Martín. Pepillo
Hernández quiso que mi padre fuera a trabajar con él como contador del Ayuntamiento, y así lo
hizo. Como a Eugenio Cusidó, otro amigo, lo nombraron administrador de la Zona Fiscal, y no
sabía nada de cuentas, habló con Pepillo y se llevó a mi papá a trabajar como tesorero pagador
de veteranos de la Zona Fiscal. Ahí estuvo hasta su muerte, en 1949.

ENTREVISTADORES: Normalmente las familias campesinas eran numerosas por su larga


descendencia. ¿La suya era una excepción o se mantuvo fiel a esa costumbre?
ENZO: Mis padres tuvieron siete hijos. El mayor, Rafael (Puchete) –quien tuvo una
significación especial en mi vida–, Melba, Alda Leyla (a la que le decimos Cuca), Roberto,
Renaldo, yo que soy el sexto en el orden, y el más pequeño, Miguelito. Allí en El Quemado de
Birama nacimos Miguelito y yo, el resto nació en otros lugares: en Victoria de Las Tunas y
Manatí. Mi mamá murió cuando yo tenía 5 años. Y Dolores, una tía (hermana de mi mamá), nos
recogió y nos crió en Victoria de Las Tunas hasta que tuvimos cierta edad de madurez en
nuestra infancia –en mi caso 10 años–, y nos fueron mandando para Santiago porque mi padre
era de allá, tenía su familia en esa ciudad, pero nosotros no conocíamos esa parte de la familia.

ENTREVISTADORES: Usted tiene una mezcla bastante común en Cuba, de europeo y africano,
¿cómo le llegó el mestizaje?
ENZO: Ah, lo que pasa es que mi papá era blanco rubio, y mi mamá era una mulata linda y
hermosa que lo volvió loco. En aquella época de prejuicios no se casaron nunca. Él vivió con mi
madre, que fue la mujer que siempre quiso y con la que tuvo sus hijos, pero desvinculado de su
familia de Santiago.
Nosotros éramos gente pobre y en aquel entonces en Victoria de Las Tunas no había escuela
pública más allá del cuarto grado. Había dos opciones: o pagar una escuela privada o ir a
estudiar a Holguín, y nosotros no podíamos hacer ninguna de las dos cosas. Entonces mi papá
tomó una decisión salomónica: cuando nosotros fuimos terminando el cuarto grado en la escuela
pública en Victoria de Las Tunas, nos fue mandando para casa de unas hermanas que eran
maestras y vivían en Santiago. Yo me alegré siempre de que eso ocurriera, porque en casa de mi
tía no solo estábamos nosotros, también estaban otros sobrinos, hijos de otros tíos: éramos como
diez o doce muchachos metidos allí, en esa edad conflictiva. Ahí llegó un momento en que
estábamos mis primos José, Nené y Rosi, todos mis hermanos y yo, y a veces iban otros dos
primos míos. Saca la cuenta para que veas la multitud de muchachos. Eso es divertido en esa
edad, aunque pueda suponer una verdadera tormenta para quien deba manejarlo.
ENTREVISTADORES: ¿Quién sostenía económicamente la casa?
ENZO: Aquello era terrible. Un día se comía bien, otro regular y otro nada más comíamos los
muchachos. Allí trabajaba mi tía Rosita, que era directora de una de las escuelas del Centro
Escolar Spencer, y mi tía Magdalena Infante, Nena, profesora de artes manuales de la Escuela
Municipal de Bellas Artes. Pero el trabajo de Nena era condicionado al alcalde que gobernara: si
era amigo de la familia, trabajaba; si no era amigo, pues quedaba cesante, y entonces solo
trabajaba Rosita, y pasábamos más trabajo, si es que eso era posible. Mi tía Rosita, además,
fabricaba flores artificiales de papel crepé que nosotros salíamos a vender, y Nena arreglaba
muñecas rotas con un preparado elaborado por ella misma a base de una pasta hecha con cola,
blanco de España y papel mojado. Mi papá ayudaba con lo que podía, y cuando podía, sobre
todo mandaba alimentos que fueran duraderos. Yo recuerdo que mandaba pan de hogaza y
muchas latas de carne y dulces en conserva. Aunque cuando caían en la casa nosotros no les
dábamos tiempo a que se echaran a perder. Pero realmente pasamos mucha necesidad, porque
no era nada fácil en aquel tiempo, es que éramos muchos y el dinero que entraba en la casa no
alcanzaba. A la sazón, el único «entretenimiento» que teníamos era ser malacabezas, y vivíamos
haciendo travesuras y locuras de muchachos. Como éramos tantos, llegaba un momento en que
resultábamos insoportables.
Entonces mi tía Rosita, para poder tranquilizarnos un poco, nos cogía en la noche y nos ponía
un libro de historia en la mano. ¡Eran maestras y tenían en la casa muchos libros! Había uno en
particular que yo hace tiempo que lo estoy buscando –para ver si se hace ahora uno similar de
los héroes de esta etapa de la Revolución–, que se llamaba La comunidad cívica y el ciudadano,
y otro titulado Nuestra Patria, en el cual estaban los símbolos patrios: el Himno, la bandera, el
escudo, su origen y otros temas muy interesantes. En La comunidad cívica y el ciudadano había
una constelación de patriotas de las guerras del 68 y del 95 pintados a plumilla por un artista
plástico muy bueno de aquella época, Hernández Giró, con una síntesis biográfica al pie de cada
imagen. Entonces a nosotros nos ponían a leer aquel libro y hacíamos competencia entre todos
para ver quién sabía más de aquello, y así fuimos aprendiendo, fuimos conociendo a aquellos
patriotas. Además, mis tías se habían formado como maestras en la primera etapa de la
República y todavía conservaban aquel halo patriótico de las luchas del 68 y del 95, porque
empezaron a trabajar a principios de siglo XX y aquellas tradiciones estaban frescas y nos las
transmitían.
También había un tío, Gabriel, que estaba casado con Herminia Rodríguez del Prado,
descendiente ella de don Silverio del Prado –uno de los patricios de aquella época– y tía del
revolucionario Léster Rodríguez. Las Rodríguez del Prado eran tres hermanas: Argentina,
Cachita y Miñita, la esposa de mi tío. Ellas también eran maestras y nos contaban que habían
conocido a Martí cuando estuvo en Santo Domingo. Todas esas cosas fueron influyendo y
creando en nosotros un sentido patriótico, de amor a la patria y a la libertad. Esa fue una
formación familiar y un poco de Santiago de Cuba de manera general, porque estoy seguro de
que nosotros no fuimos los únicos que estuvimos sujetos a esa tradición, pues en aquella época
casi todos los muchachos santiagueros estaban vinculados a ella. ¡Ese ambiente se respiraba en
las escuelas y hasta en los barrios!
Mis tías maestras fueron las que pusieron en mis manos los primeros libros de historia,
además de las conversaciones con la familia todas las noches durante años. Eso hizo que a mí
me gustara mucho la historia y despertara en mí el interés por saber más. Entre los primeros
libros que yo leí estaba Mis primeros 30 años, del general Manuel Piedra, y yo me encantaba
leyendo aquello, al punto que aún hoy le hago los cuentos de lo que yo leía en aquella época a
uno de mis nietos, entre ellos uno al que le llamo Manolito Piedra, y a él le encanta.

ENTREVISTADORES: Esta es la formación básica, inicial, pero ¿cuál fue la experiencia en los
estudios subsiguientes?
ENZO: Yo fui alumno de la Escuela Anexa a la Normal de Oriente, y nunca se me olvida mi
maestra Asela Franco, que nos llevaba a pie hasta la Plaza de Marte y nos explicaba sobre el
origen de todas las estatuas y todo lo que había allí. Nos llevaba también al cementerio a ver las
tumbas de los héroes, al Paseo de Martí a ver la estatua de José Maceo, a la Alameda de
Michelsen tradicionalmente cada 27 de noviembre para rendir homenaje a los estudiantes
fusilados en 1871, al Parque San Juan a ver el Árbol de la Paz, al Museo Bacardí, y entonces
realizábamos todas esas actividades de tipo patriótico que se hacían en las escuelas, que nos
iban formando una vocación por la historia y por la libertad. Participábamos también en
concursos patrióticos, y en uno de esos me gané una vez una medalla en un concurso sobre José
Martí, que me la dieron en el Teatro Aguilera. Estaba en la Primaria Superior ya cuando eso.
En fin, por una parte estaba la influencia de mi familia y la influencia de la escuela pública
santiaguera. Algún día habrá que reconocer el papel que jugó la escuela pública en los
posteriores acontecimientos que estremecerían al país.

ENTREVISTADORES: ¿Podría definir mejor esta afirmación?


ENZO: Yo estudié en Santiago en una época que llamaría privilegiada. En las escuelas
públicas de la ciudad había un ambiente de tradiciones históricas, de actividades culturales y
patrióticas en las que uno como estudiante participaba y se iba impregnando de todo eso. Esas
condiciones, a mi modo de ver, no se dieron en ninguna otra ciudad del país, y es que Santiago
contaba en aquellos años con un profesorado en todos los niveles de enseñanza de una calidad y
un prestigio reconocidos en todo el país. Además de sus condiciones intelectuales, los maestros
santiagueros contribuyeron con sus ideas a formar en la conciencia de nosotros –niños en
aquella época– ese espíritu de lucha y rebeldía que ellos habían visto y sentido de cerca en años
anteriores.

ENTREVISTADORES: La figura emblemática del maestro o maestra pública merece un


monumento equivalente al que han merecido nuestros próceres. ¿Coincide con esta afirmación?
ENZO: Definitivamente. Reitero que el magisterio santiaguero de esa etapa jugó un papel
fundamental en el arraigo de la nacionalidad y el patriotismo. Eso tuvo mucho peso en la
sociedad. Es que había maestros que eran instituciones que la población respetaba y admiraba.
Puedo mencionar a muchos y siempre se me va a quedar alguno: el señor Delgado, director de la
Escuela número 6 de varones; el señor José Romero Rodríguez, director de la Escuela Mixta
número 2 de Primaria Superior donde yo estudié; María Luisa Muñoz, directora de la Escuela
Primaria Superior de Señoritas; Berta Parra y Cayita Araújo, directora de la Escuela número 5;
las hermanas Argentina y Herminia Rodríguez del Prado; mi tía Rosita Infante, en el Centro
Escolar Spencer; la familia Miyares Bermúdez y Josefa Pruna. ¡Todos maestros muy
prestigiosos! ¡Y muchos otros! Es decir, había tradición de buenos maestros y buenos directores
de escuela en Santiago.
En el Instituto de Segunda Enseñanza pasaba igual, había un claustro muy bueno, todos eran
profesores de mucha calidad. Recuerdo a José Borges Badell, profesor de matemáticas; Pedro
Roig Fernández Rubio, profesor de historia; Emilio Catasús Rodríguez, profesor de inglés; el
doctor Figuerola, profesor de educación física; el doctor Rizo, de matemáticas; el doctor Riverí;
los profesores Raúl Gutiérrez Serrano y Roberto García Ibáñez, entre otros. Tanta era la
reputación del profesorado del Instituto que cuando se abrió la Universidad de Oriente, los
primeros profesores fueron del Instituto y algunos de la Escuela de Comercio. Estaba también
un hombre del que no he hablado, el profesor Francisco Ibarra Martínez, Pancho, director de la
escuela privada Juan Bautista Sagarra. Pancho Ibarra no solo era un excelente profesor y
director, sino que fue una figura destacada dentro de la sociedad santiaguera, miembro de
Acción Ciudadana, del Club Rotario, de la Academia de Historia y presidente del Patronato Pro
una Tumba Digna del Apóstol.
En la Normal también tuve excelentes profesores, recuerdo particularmente al profesor de
historia, doctor Leonardo Griñán Peralta; al arquitecto Rodulfo Ibarra, padre de Jorge Ibarra; la
doctora Hortensia Mirabal; Carlos Martínez Anaya, médico que impartía anatomía, pero era
muy aficionado a la literatura y la gramática; Rodolfo Hernández Giró, profesor de pintura y
dibujo y auspiciador de las actividades de teatro.
Yo estudié en la Escuela Superior Mixta número 2 de varones, que le llamaban Escuela
Superior de Romero. El señor José Romero Rodríguez era el director de la escuela, y había
además un grupo de profesores muy buenos: Natalia Bordes, Santiago Salomón, Pedro Morlá,
Evangelina Barrios, Ceferino Álvarez y Evangelina Miyares, Eva, que impartía geografía,
historia y cívica, y todas las semanas había competencia de esas asignaturas, y junto a los
conocimientos había un ambiente de superación y de amor por las cosas patrióticas.

ENTREVISTADORES: ¿Cuál es la influencia familiar?


ENZO: En mi caso, por un lado estaba la formación que viene un poco de familia, heredada del
mambisado que todavía tenía influencia en aquella generación, y por otro lado estuvo la
enseñanza de mi hermano mayor Rafael, Puchete. Él era una gente de unas inquietudes
tremendas, ya con 14 años trabajaba en una panadería de un tío mío en Las Tunas como
empleado: despachaba y repartía pan, ayudaba en cualquier cosa en la panadería. Y resulta que
se hizo amigo de unos comunistas, de unos miembros del Partido Unión Revolucionaria
Comunista –eso fue por los años treinta, exactamente creo que en el año 1938– y de acuerdo con
ellos organizó el sindicato de panaderos de allí de la panadería. Eso fue suficiente para que lo
cogieran y lo largaran para Santiago, y entonces se fue para allá con un cuarto o quinto grado.
Mis tías lo ayudaron y también lo ayudó mucho Max Figueroa Araújo –el hermano de María
Antonia–, quien lo preparó en cuestión de seis o siete meses para ingresar en el Instituto. Y
Puchete, ya en el Instituto de Segunda Enseñanza, tuvo vínculos con buenos compañeros de
aquella época de los años cuarenta, gente inquieta. Él fue compañero de Alfredo Yabur, Gerardo
Arrazola, Rodolfo Puente Ferro, de Erasmo Gómez y de Justico Salas, el hijo de Justo Salas,
alcalde de Santiago. Toda esa gente estudiaban juntos y se llevaban bien y había mucha política
en el ambiente, y él, que tenía sus inquietudes políticas, pues mantenía su rebeldía. Puchete
después se hizo ortodoxo con Chibás, fue chibasista, y a partir de entonces se convirtió para mí
en una suerte de guía en cuestiones políticas.
Él hizo algo que nos ayudó mucho. Nosotros teníamos un círculo de estudios semanal en mi
casa, para el cual Puchete compraba la revista Bohemia –ya el miércoles o jueves que salía el
número semanal–, y como nosotros éramos tanta gente nos reunía por la noche y nos leía la
sección En Cuba. Él estaba más politizado que nosotros, se sabía la vida y milagros de todo el
mundo y nos explicaba los acontecimientos. Por eso nosotros de política nacional sabíamos más
que cualquier gente de la calle, porque estábamos instruidos y atentos, y discutíamos de política
nacional por el estudio de la sección En Cuba. Digo esto porque uno tenía inquietudes políticas,
algún conocimiento histórico, pero no una formación político-ideológica de estudios de filosofía
ni nada por el estilo.
En cuanto a mis estudios, yo examiné en la Escuela Normal para ingresar después de haber
terminado la Superior en el año 1945 y me quedé sin plaza. Fui al Instituto, hice primer año por
la noche, pues por el día había que trabajar para comer. Yo lo hacía en una quincalla llamada El
Refugio (en Enramadas, casi esquina a Reloj y propiedad de Rolando Soria), por cinco pesos al
mes y la comida. Al próximo año volví a examinarme, pero en esa ocasión me preparé para no
fallar. La preparación la hice con Zaida Videau. Los hermanos Videau eran unos maestros muy
buenos que tenían una academia de repaso en Santiago, eran una gente de muy buena
formación. Recuerdo que eran Zaida, Silvia, Senén –que estudiaba ciencias físico-matemáticas–,
otro que era ingeniero, y Rubén, que estudió en la Normal y estaba recién graduado. Pero Zaida
era la dueña de la academia y con quien nosotros estudiábamos. Digo esto para que aprecien la
influencia de aquella interacción familiar y de la impronta que tuvo la enseñanza extracurricular
de la historia sobre nosotros, en nuestras vidas.
Mi tía Nena me enseñó una poesía que hacía referencia a la batalla naval de Santiago de Cuba
y decía: «…Adiós Oquendo, Vizcaya, María Teresa, Colón…», decía algo más sobre Cervera,
lo cierto es que había unos versos populares que relataban la batalla naval de Santiago. Y me
hicieron una pregunta sobre ese tema en el examen de ingreso a la Normal y la contesté bien por
la poesía que mi tía me había enseñado. Esa es una muestra de la influencia que tuvo en mí la
historia aprendida en el seno de la familia.

ENTREVISTADORES: Estrada Palma, por ser el primer presidente republicano, tiene un lugar
simbólico, al menos en la memoria histórica nacional. ¿Qué visión se les daba a ustedes cuando
niños sobre él?
ENZO: Bueno, la escuela presentaba a «don Tomás» como el patricio, el mambí, el primer
presidente, hombre honrado que fue incapaz de robar un centavo, muy austero. Pero además, a
mí su persona me llegaba de cerca, pues él estaba emparentado con unos familiares de nosotros.
Yo tenía una parienta lejana (prima de mi abuelo paterno) llamada Panchita Infante Guardiola, a
su vez parienta de «don Tomás», que era Estrada Palma Guardiola. Por eso en mi familia era
aún más exaltada la figura de este hombre. Pero ese tratamiento en la enseñanza pública era
lógico, pues con la burguesía en el poder y con la ayuda americana, se intentó crear esa imagen
pura y limpia de Estrada Palma y de todos los que como él entregaron el país a los yanquis.
Muchos años después es que yo empiezo a saber quién fue en realidad ese señor, y pude llegar a
la conclusión de que fue un gran farsante, que incluso se involucró con los americanos en las
gestiones para que el Ejército Libertador los apoyara. Es decir, «don Tomás» se hacía pasar por
abanderado de las ideas de Martí, cuando en realidad él representaba la negación de todo el
pensamiento martiano. Considero que bastante respeto se ha tenido con su figura al conservar en
el Cementerio de Santa Ifigenia su tumba monumental al lado de la de José Martí. Para mí no
fue más que un gran hipócrita y un traidor.

ENTREVISTADORES: Entre los patriotas cubanos, ¿quiénes lo impactaron o influyeron más?


ENZO: En primer lugar, Martí. También Carlos Manuel de Céspedes, Máximo Gómez, los
hermanos Antonio y José Maceo. Sobre todo José Maceo, pues el esposo de mi tía Paquita
Infante, Ernesto Veranes, había estado alzado en la guerra del 95 con él y nos contaba sus
hazañas. Habría que incluir a Guillermón Moncada, a quien acostumbraban reverenciar y
recordar todos los años un grupo de mujeres santiagueras de mi barrio, entre ellas las hermanas
Portuondo Hardy, que vivían a dos casas de la mía y me invitaban siempre al acto que
celebraban en el parque de La Placita que lleva su nombre, en la esquina de Moncada y
Trinidad. En esta lista incorporo a Serafín Sánchez y Ramón Leocadio Bonachea. Estos fueron
los hombres que fundamentalmente yo admiré desde que tuve conocimiento de sus proezas.
A mí me pasaba algo curioso. Cuando yo leía u oía hablar de alguno de estos héroes, me
preguntaba si algún día yo tendría oportunidad de hacer algo como ellos, y quizás eso era cosa
de muchachos, pero siempre soñé con hacer alguna heroicidad de aquellas para ver si se podía
cambiar la situación que vivíamos día a día.

ENTREVISTADORES: ¿Qué situación?


ENZO: En esos tiempos tú te veías limitado en tus actos y sobre todo sin ninguna perspectiva
de cambio. Y uno como muchacho sufría todo eso, a pesar de que Santiago tenía sus
características propias de ser una ciudad en la que todo el mundo era unido, solidario, y el
pueblo hablaba como uno solo, y en la que los carnavales unían a todo el mundo, al blanquito de
Vista Alegre con el negrito de Los Hoyos. Así y todo existían marcadas diferencias. Por
ejemplo, el Club San Carlos era para blancos ricos, el Club Aponte para negros y la Luz de
Oriente para mulatos claros, y había lugares por los que no se podía ni pasar porque eran muy
exclusivos y excluyentes, como el Club Vista Alegre, Punta Gorda, Club Náutico y La Socapa.
Yo jugué basketball en el Club Náutico porque allí necesitaban un muchacho que jugara en el
equipo del campeonato de menores de 19 años. Y Rodulfo Ibarra –profesor mío en la Normal–
habló allí para que me dejaran jugar, y accedieron haciéndome solamente socio deportivo, sin
derecho a todas las facilidades del centro, pues yo no podía ser socio general, primero porque no
tenía dinero y segundo porque no era blanco. Entonces, todas esas cosas le impactaban a uno,
que en un principio no entendía por qué existían esas diferencias, y que te molestaban. Yo
siempre quise acabar con esas cosas, pero no tenía ni idea de qué hacer. Soñaba con poder
fajarme como Maceo, o poder escribir como Martí, pero ni lo uno ni lo otro.

ENTREVISTADORES: ¿Puede abundar sobre el tema discriminatorio de la población negra?


ENZO: Mira, los negros en Santiago constituían una masa considerable de población, en su
inmensa mayoría marginados, quienes por regla se agrupaban en el barrio de Moncada, que
geográficamente estaba aproximadamente entre Trinidad y San Germán, hasta Martí, y desde la
calle Reloj hacia abajo. Aquella era una zona donde las cuarterías eran normales y donde la
pobreza y la marginalidad eran cosa común.
Sin embargo, no existía racismo entre esos negros, y había un vínculo entre blancos y negros
en Santiago que según me contaban mis tías venía desde la guerra contra España, porque esa
lucha contra los españoles unió a blancos y negros, incluso un negro como Antonio Maceo
dirigió a todos los blanquitos de Santiago. Todo eso creó un ambiente en el que no había
diferencias sobresalientes, pero que además todos los años se unían blancos y negros en los
carnavales, porque en la conga arrollaban negros y blancos por igual.

ENTREVISTADORES: Pero había espacios exclusivos para negros, como los había para blancos.
Y el ambiente del barrio Moncada es muy distinto a donde estaban las «clases vivas» de Vista
Alegre y los demás barrios residenciales de la burguesía blanca.
ENZO: Claro. Esto que yo estoy diciendo no significa que no existiera discriminación. Ningún
mulato o negro podía entrar a un club de blancos, ni siquiera a los más sencillos, como el Club
Náutico. Entonces los negros se agruparon en dos instituciones propias: el Club Aponte, que
reunía a los negros más prietos, y la Luz de Oriente, que era para los negros más claros y los
mulatos. Quiere decir que ellos mismos se fueron dividiendo, los más oscuros para un lado y los
más claros para otro. Pero repito, los blancos y los negros eran unidos, lo digo por mi
experiencia personal. Yo viví en el barrio Moncada, y allí todos nos conocíamos y nos
llevábamos bien, sin ningún problema.
2
Las luchas magisteriales y el Colegio
de Maestros

ENTREVISTADORES: Usted proviene de un sector profesional muy activo, que suele intervenir
mucho en los procesos sociales, en todas partes. En su caso, ¿qué le hizo vincularse a las luchas
magisteriales?
ENZO: Yo siempre fui un muchacho inquieto, siempre tuve ganas de cambiar las cosas y desde
que entré en la Normal fui dirigente estudiantil, fui delegado de curso y vicepresidente de la
Asociación de Estudiantes de la escuela. En el último año me presenté a las elecciones para la
presidencia, pero no resulté ganador. El que venció fue Miguel Matute Peña, un compañero que
tenía muchas más condiciones de dirigente que yo.
Por la época en que yo estudiaba en la Escuela Normal había muchas divisiones y
antagonismos entre los maestros por las oportunidades de trabajo: se peleaban los maestros
normalistas con los de kindergarten y estos con los de educación física, cada uno defendiendo
sus intereses. No había en ese momento ninguna unión entre las especialidades que impartían
clases en las escuelas. Entonces resulta que en una ocasión, profesores de la Escuela Normal
abrieron en esta un cursillo de preparación, en el verano, para maestros de educación física. En
eso estuvieron los profesores Esteban Téllez y Carmen Pérez Acosta, entre otros, y nosotros
comenzamos a protestar en contra de aquella iniciativa, pues no concebíamos a maestros
normalistas preparando a profesores de educación física, y menos en la propia Normal. Yo me
erigí en abanderado de aquella pelea que surgió de la Asociación de Estudiantes, pero cuando la
cosa se puso fea, me dejaron solo y eso me costó enemistades y animadversión con algunos
profesores.
Después de aquel incidente con los maestros, yo terminé la Normal, y Paquito Gutiérrez,
dirigente del Colegio de Maestros que me conocía por aquel desagradable hecho, me llama un
día y me propone entrar al Colegio, porque según él me veía madera de dirigente y consideraba
que desde ahí yo podría exigir con más fuerza.
En el año 1951 se celebró el Primer Congreso Nacional Constituyente del Colegio de
Maestros Normales y Equiparados, pues antes de la puesta en vigor de una ley que estipulaba
que los profesionales no universitarios se organizaran por títulos según sus especialidades, los
maestros estaban muy divididos porque existían varias asociaciones: la Asociación Educacional
de Cuba, el Colegio de Maestros de Cuba, la Asociación de Maestros Católicos, entre otros.
Yo estaba al tanto de esas cosas por mis tías, que llegaron a formar parte de la Dirección de
alguna de esas asociaciones en Santiago, y además porque era cobrador de la Asociación
Educacional de Cuba en Santiago, donde mi tía Rosita era dirigente. Ese trabajo no solo me
permitió conocer a casi todo el magisterio santiaguero, sino conocer cada recoveco de la ciudad,
que debíamos recorrer mi hermano Renaldo y yo todos los meses.
Paquito Gutiérrez habló conmigo en los días previos a la celebración del congreso y me
comentó que se pensaba crear un colegio único donde se unirían todos los maestros del país que
poseyeran el título de Maestros Normalistas, además me preguntó si me interesaría ir como
delegado. Yo, por supuesto, le contesté que sí, y así fue que participé como delegado por
Santiago de Cuba. El evento se celebró en Ceiba del Agua y duró varios días. Ahí conocí a
muchos maestros: a Raúl Ferrer y Manuel Padrón Naranjo, ambos maestros comunistas de La
Habana; a Hubert Matos, quien vino como delegado por Manzanillo; a José Fuertes Jiménez, los
hermanos Peralta, Roberto Noy Bolaños, de Las Villas, y a Ricardo González Tejo, de
Matanzas, y muchos más. De todos ellos, unos cuantos se unieron a la lucha con el tiempo, no
solo a la magisterial, sino a la revolucionaria.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo se crea el Colegio de Maestros en Santiago de Cuba?


ENZO: Después que se terminó el congreso, se comenzaron a crear los colegios en todas las
provincias y municipios, y Santiago no fue una excepción. La primera directiva la constituyeron
los maestros más prestigiosos. El primer decano fue Pancho Ibarra, y la tesorera, Emelitina
Antonetti. Al principio yo no estuve vinculado a la Dirección. Bueno, el tiempo fue pasando y el
Colegio de Maestros no se sentía en Santiago, no tenía vida social, ni política, ni cultural
alguna, y el propio Paquito Gutiérrez me sugiere que los jóvenes nos organizáramos para darle
impulso al Colegio. A mí me pareció buena la idea y hablé con Héctor Ferrán Toirac –joven
profesor de la Escuela Primaria Superior Anexa a la Normal y que trabajaba en la Academia
Minerva, propiedad del señor Milanés–, para que fuera nuestro candidato al decanato del
Colegio de Maestros. Cuando los maestros más viejos se enteraron de aquello, se produjo el
normal choque entre lo nuevo y lo viejo, y empezaron a decir que nosotros queríamos el
Colegio para beneficiarnos personalmente, y comenzaron a sembrar la desconfianza, cuando
realmente lo que nosotros pretendíamos era que el Colegio jugara su papel como institución
profesional: que tuviera un local, defendiera a los maestros, atendiera las cuestiones
profesionales relacionadas con el magisterio y la escuela pública cubana. En fin, que en
Santiago de Cuba todo el mundo se enterara que había una institución integrada por maestros y
que esta respondía a sus intereses. El caso fue que cuando llegaron las elecciones ya se había lo-
grado un consenso con los maestros que temían el cambio y se decide presentar una sola
candidatura en la que Emelitina Antonetti iba como decana y Ferrán de vicedecano, con la
condición de que cuando Emelitina se retirara, subiría Ferrán al decanato. Eso a nosotros nos
pareció conveniente, pues en ese período de tiempo podíamos borrar la desconfianza y ganarnos
el respeto del que en ese momento, honestamente, no gozábamos plenamente.
Cuando se produce el cambio, yo que era primer vocal, paso a vicedecano. El primer logro fue
conseguir que se usara el dinero que había en el banco, fruto de los aportes de las cuotas
mensuales de los maestros, para comprar una casa que funcionara como sede y local social. Así
es como se compra la casa que está en San Jerónimo número 463 y allí se instaló el Colegio de
Maestros de Santiago de Cuba.
Al llegar a la Dirección, comenzamos a impulsar nuestras ideas, que se fueron trasladando a
otros lugares con la ayuda de valiosos compañeros. Eso propició que pudiéramos dirigir no solo
el Colegio de Maestros en Santiago, sino también el Consejo Directivo Provincial de Oriente,
pues teníamos compañeros que compartían nuestras ideas en toda la provincia. También
comenzamos a propiciar una serie de actividades no solo vinculadas a la vida magisterial, sino
de carácter social y cultural, pues en definitiva esa había sido una de las razones por las que nos
lanzamos a la lucha para conquistar el Colegio. Allí ensayaba el Coro Polifónico de Santiago,
hacíamos actividades culturales los sábados, nos acostumbramos a conmemorar las fechas
patrióticas, contratamos a un abogado que representaba los intereses legales de nuestros
maestros y sus familiares, es decir, le dimos vida y peso en Santiago al Colegio de Maestros.
Eso lo logramos en gran medida por el impulso que le dimos los jóvenes, apoyados en algunos
prestigiosos profesores que nos respaldaron sin ser de nuestra generación ni haber compartido
en un principio nuestras ideas.
El Colegio de Maestros se convirtió en cuna de maestros que serían, con el paso de unos
pocos años, grandes personalidades de la cultura santiaguera y nacional en unos casos, y en
otros, de jóvenes que lucharían por la libertad de la nación. Llegaron a ser dirigentes del
Colegio: Héctor Ferrán, José Nivaldo Causse –quien trabajaría conmigo por años–, Agustín País
–hermano de Frank y Josué–, José Tey, Pepito –valioso luchador y amigo–, Wilfredo Alonso
Garrido, Eudes Pevida Llanos, Angélica Miyares Bermúdez, María Antonieta Martínez Anaya,
Gloria Gutiérrez, Gloria Rodríguez, María (Macusa) Rodríguez, Francisco Delgado, Bienvenido
Pérez Moncada, Segismundo Oliú Cordero, entre otros valiosísimos maestros. Esa fue una etapa
de mi vida que me enseñó mucho.

ENTREVISTADORES: Después de graduarse de la Normal, ¿qué ejercicio magisterial tuvo?


ENZO: Yo terminé la Escuela Normal, me hice maestro en el año 1950 y empecé a trabajar en
la Colonia Infantil de El Caney, allá detrás de El Viso. La directora era Carlota Pérez de
Manduley, una persona muy recta y muy justa. Esa era una institución donde hijos de familias
pobres ingresaban por tres meses: los alimentaban, les daban clases y a los tres meses los
liberaban para que entrara otro grupo. Entonces yo empecé a trabajar allí de auxiliar de maestro,
en el cargo que ocupaba mi hermano Renaldo, quien lo dejó para irse a trabajar al Colegio
Dolores. En ese tiempo había maestros que daban clases y otros que auxiliábamos, que éramos
los que atendíamos a los muchachos en el tiempo del recreo escolar: los llevábamos al baño, al
comedor, al deporte y los cuidábamos por la noche mientras dormían. Yo ingresé en aquel
centro como maestro auxiliar y estuve allí como cinco o seis meses. Después, mi hermano
Renaldo me avisó que estaban buscando en el Colegio Dolores un maestro para segundo grado,
que iban a crear un nuevo grado, y me preguntó si a mí me interesaba. ¡Imagínate, yo trabajaba
fuera de Santiago! Y me quedaba de noche cuidando muchachos, y el Colegio Dolores daba más
posibilidades, porque normalmente con lo que me pagaban allá no alcanzaba y uno tenía que
andar buscando muchachos para repasarlos. Entonces dije que sí y me aceptaron en Dolores.
Lo primero que me preguntó el padre Vázquez, quien atendía a los docentes, fue que si yo
estaba bautizado. Yo dije que sí. Esa misma tarde busqué a mi primo Francisco Infante
Goderich y a mi tía Rosita Infante y me bauticé en la Iglesia de La Trinidad, que estaba frente a
la casa donde vivía. Yo no estaba bautizado realmente, pues mi padre decía que esas eran
decisiones que la gente tomaba cuando era adulta, que eso no se le podía imponer a los
muchachos. Que cuando la gente fuera grande, si querían profesar alguna religión o no, ya eso
era un problema de ellos. Bueno, yo me tuve que bautizar para poder trabajar en el Colegio
Dolores, pues por aquella época yo pertenecía, al igual que otros jóvenes santiagueros, a la
Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad (AJEF), en la Logia Luis María Buch.
Nosotros vivíamos en esa época en Trinidad número 662, frente al curato de la Iglesia de La
Trinidad, y allí mismo me bautizaron. Mi primo fue mi padrino y mi tía mi madrina.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo se manejaba el tema de la religión en la educación cubana de


entonces? ¿Había laicismo?
ENZO: La escuela pública cubana era laica por la Constitución, pero no se negaba la
posibilidad de que las escuelas privadas fueran religiosas, por tanto había escuelas privadas
laicas y otras religiosas como el Colegio Don Bosco, la Escuela María Inmaculada, la Escuela
Sagrado Corazón de Jesús, el Colegio La Salle y el Colegio Dolores. Pero lo que sí debe quedar
claro es que la escuela pública no impulsaba la práctica de ninguna religión. El tema religioso
no se tocaba en las clases de las escuelas públicas, pero en las escuelas privadas religiosas, ese
era el tema constante.
En Dolores trabajé hasta el año 1953. Por ese entonces ya yo estaba de dirigente en el Colegio
de Maestros y un día le planteamos mi hermano y yo al padre García, tesorero y pagador de la
escuela, que nosotros considerábamos que trabajábamos igual que los demás maestros, y el
hecho de que nosotros no nos hubiéramos casado no quería decir que el trabajo fuera diferente y
que no entendíamos por qué a los maestros casados les pagaban 90 pesos y a nosotros 72, y que
a igual trabajo, igual salario. El padre García nos dijo: «Sí, sí, yo les voy a dar respuesta, cómo
no, no se preocupen…»
Y cuando se terminó el curso nos pagó las vacaciones y nos dijo que no nos necesitaban más.
Y entonces pasamos las de Caín. Imagínate, sin trabajo y sin otra posibilidad de ingresos.
Yo había ido a las pruebas de oposiciones en el año 1951 y logré un buen lugar en el escalafón
de los varones para la ubicación laboral, pero como tenía trabajo no estaba apurado por irme a
escoger cualquier escuela. ¡Yo estaba en Santiago, en un colegio privado! No ganaba lo mismo
que un maestro, que eran 112 pesos, pero ganaba 72, ¡que eran 72 pesos!, más los repasos
particulares que daba. Entonces, cuando me quedé sin trabajo, me dediqué a esperar a ver si
aparecía una cosa que me conviniera, pues con la ubicación en el escalafón que tenía no debía
demorar mucho. Eso dependía de si aparecía una vacante en alguna escuela, y resultó que
Francisco Gutiérrez Alfonso, Paquito, maestro de la Escuela Nocturna número 4 de varones
(estaba en Calle 6, entre Garzón y Escario, en el Reparto Santa Bárbara), consiguió que lo
nombraran como profesor de matemáticas de la Escuela Normal y dejó vacante su aula con
carácter provisional. Su nombramiento era también interino, y entonces a mí me correspondía su
plaza, porque yo era el maestro varón que mejor lugar tenía en el escalafón preferente para
trabajar en una escuela nocturna de varones. Pero resulta que pusieron a una mujer y tuve que
echar tremendo pleito. Tuve la suerte de contar con la ayuda de una persona muy preparada,
muy conocedora de los reglamentos, el señor Miyares (que vivía en Enramadas, al lado de la
panadería El Sol), padre de una muchacha condiscípula mía en la Escuela Anexa y en la Escuela
Superior, Rosario Miyares, Charito. Su padre era secretario de la Junta de Educación de El
Caney y se sabía todos los reglamentos, y cuando me llevaron con él me dijo: «Usted no se
preocupe, que usted tiene derecho, eso es suyo».
Y me elaboró un escrito de reclamación con todas las formalidades, que yo presenté a la Junta
de Educación de Santiago de Cuba, la que al parecer tenía algún interés en mantener a la
persona designada, y declaró sin lugar mi solicitud. Entonces Miyares me dijo que hiciera otra
reclamación al Ministerio de Educación, y él me ayudó a elaborarla y me la legalizó un primo
mío, Guillermo Infante Antúnez. Él era abogado y trabajaba con su hermano Hatuey en
Enramadas, en un bufete que ellos tenían al lado de La Francia. Guillermo me oficializó aquel
documento y lo presentamos al Ministerio de Educación, que falló a mi favor, y ocupé mi plaza
como me correspondía por derecho.
Yo no sé por cuál razón como a los dos meses de estar trabajando me volvieron a retirar y
pusieron de nuevo a la misma mujer, en contra de la decisión del Ministerio de Educación.
Estando en la Junta de Educación, discutiendo otra vez con el secretario –un individuo de
apellido Granda que era tremendo sinvergüenza y andaba en veinte chanchullos– y cuando la
discusión estaba subiendo de tono, se me acercó un joven alto, blanco, con espejuelos, para
preguntarme qué me pasaba. Yo le explico el problema, de cómo me habían quitado
descaradamente mi puesto y todo eso, y el joven me dice: «Yo soy el hijo de Andrés Rivero
Agüero, ministro de Educación. Vaya a verme a La Habana, que allí resolveremos su
problema».

ENTREVISTADORES: ¿Le inspiró confianza el hecho de que el hijo del ministro de Educación se
interesara personalmente en su caso?
ENZO: En ese momento no me interesó si lo que él quería hacer era campaña política o
simplemente un acto de justicia, yo no pensaba en nada de eso. Lo único que realmente yo
quería era recuperar el puesto que me pertenecía y por eso arranqué, vine para La Habana,
llegué al Ministerio, localicé al hijo de Rivero Agüero y él me llevó a la Consultoría Jurídica de
allí. Habló con los abogados –recuerdo que uno de ellos era el doctor Silió– y efectivamente,
estos dijeron que sí, que yo tenía razón. Me instruyeron que regresara a Santiago, que ellos
mandarían las conclusiones. Como a los quince días llegó a la Junta de Educación una
resolución definitiva declarando que yo era el único que tenía derecho, y volví al puesto. Eso
fue entre 1953 y 1954, y comencé a trabajar en la Escuela Nocturna número 4 en el aula de 5to.
y 6to. grados, que me pertenecía.
Paralelamente, unos meses después de nuestro despido del Colegio Dolores, mi hermano y yo
decidimos poner una academia privada para repasar y dar clases, en colaboración con las
hermanas Ena y Caridad Enrich, y a ese colegio le pusimos Desiderio Fajardo.

ENTREVISTADORES: ¿Por qué el nombre Desiderio Fajardo?


ENZO: Ah, porque Desiderio Fajardo Ortiz era un maestro y periodista prestigioso santiaguero
al que le decían El Cautivo, una figura muy reconocida en Santiago y que además era primo de
mi abuelita paterna, Magdalena Uribazo Fajardo. A él le decían El Cautivo porque era paralítico
y andaba en una silla de ruedas. Como nosotros sabíamos de ese nexo familiar, decidimos usar
su nombre para nuestra escuela.
Este colegio jugó un destacado papel en la formación de un grupo de maestros que se
incorporarían paulatinamente a la lucha contra la dictadura. Al principio lo ubicamos en la calle
Cuartel de Pardo número 373, entre Bayamo y San Jerónimo. Pero aquello costaba mucho, solo
por la casa nos cobraban 70 pesos mensuales y al principio nada más que teníamos seis o siete
alumnos, por eso no pudimos pagar el alquiler y el dueño nos quitó la casa. Después
conseguimos que nos alquilaran una casa más pequeña, en el propio Cuartel de Pardo número
311, entre Trinidad y San Germán (allí hay una tarja conmemorativa) y trasladamos el colegio
para allá. Primero pasamos mucho trabajo. ¡Imagínate, era mucha la competencia! Y en ese
trabajo de lo primero que tenías que hacerte era de prestigio, y ese prestigio como único se
ganaba era teniendo alumnos que aprobaran e ingresaran en los centros donde se presentaban.
Después empezaron a conocernos y a reconocer la calidad nuestra como maestros, y
despegamos, porque nos conseguimos alumnos que preparábamos para ingresar en la Escuela de
Comercio, en la Escuela Normal, en el Instituto de Segunda Enseñanza, y nos fuimos haciendo
de determinado crédito. Ya en el año 1956 nosotros no teníamos problemas, logramos mantener
una academia consolidada, con prestigio, y yo seguía trabajando como maestro en la Escuela
Nocturna y como dirigente del Colegio de Maestros en Santiago.

ENTREVISTADORES: Pero en 1956 usted comienza a dirigir otra escuela, ¿no?


ENZO: La Escuela Úrsula Céspedes pertenecía a los hermanos Laviste, pero habían fracasado
en su intento de hacerla prosperar. Ellos, que me conocían del Colegio de Maestros y sabían
además del éxito que habíamos tenido mi hermano y yo con nuestro Colegio Desiderio Fajardo,
decidieron darme la oportunidad de dirigirla para ver si la levantaba. Mi hermano se quedó en la
academia de nosotros y yo me fui a la Úrsula Céspedes, que quedaba en la esquina de San
Germán y Corona. Había pertenecido originalmente a dos maestros, Josefita Fernández y
Segismundo Oliú. Ambos habían estudiado durante el machadato y habían sido compañeros del
dirigente estudiantil normalista Floro Pérez, asesinado por el esbirro Arsenio Ortiz, y eran de los
maestros que siempre nos apoyaban en nuestras luchas magisteriales. Fue así como me fui a esa
escuela.

ENTREVISTADORES: ¿Y el Colegio de Maestros?


ENZO: En el Colegio de Maestros empecé como primer vocal, después fui secretario general y
acabé siendo decano. Por aquella época en nuestro colegio se reunían, el primer domingo de
cada mes, un grupo de compañeros que formábamos el Círculo Literario Heredia. Éramos un
grupo con inquietudes culturales, literarias, artísticas e incluso políticas. Allí entre otros iban mi
hermano Renaldo –que era uno de los dirigentes del Círculo–, Pepe Cala, las hermanas Bertha,
Lourdes y Enma Sagué, Iraida Rodríguez y su padre Ramón Rodríguez, Pepito Tey, Jorge
Socías, Raúl Pomares, Dora Varona Gil, Pura del Prado, Rodolfo Hernández Giró, Guillermo
Orozco, Nidia Sarabia, Gloria Castañeda, Osana Garrástegui, Adolfo Llauradó, Carlos Amat y
Elvio Corona Junquera, quien escribía unos versos muy bonitos, al estilo de los de Nicolás
Guillén.

ENTREVISTADORES: ¿El Círculo Literario Heredia llegó a ser reco-nocido entre la


intelectualidad santiaguera?
ENZO: Sí, llegó a ser muy prestigioso y reconocido. Entre otras cosas por la capacidad de
convocatoria y movilización intelectual que llegó a tener. Nosotros recibimos allí con frecuencia
al eminente profesor universitario José Antonio Portuondo, quien casi siempre impartía
conferencias. También asistían los españoles Juan Chabás y José Luis Gálvez de los Huertos,
profesores ambos de la Universidad de Oriente. En el Círculo, además de actividades literarias,
se propiciaba el montaje de obras teatrales que eran interpretadas por los propios miembros. Por
allí pasaron quienes serían grandes actores, como Pomares, Socías y Llauradó. El Círculo
propició además la presencia de importantes figuras como Nicolás Guillén, quien fue recibido
en el Colegio de Maestros; Eusebia Cosme, quien estuvo en el Instituto Barrios, y Dalia Íñiguez,
famosa poetisa, también visitó el Círculo en una ocasión.

ENTREVISTADORES: ¿Se hablaba sobre política?


ENZO: En medio de todas esas actividades culturales siempre había espacio para hablar de
política, y a pesar de que ese no era el objetivo del Círculo, siempre se tocaba el tema, sobre
todo porque la mayoría de los integrantes éramos jóvenes con muchas inquietudes y
preocupaciones sociales y políticas. Casi todos los miembros éramos maestros. Esta fue una
institución muy modesta, pero que contribuyó al desarrollo cultural de la ciudad y en la cual
además comenzaron a expresarse compañeros que después se incorporaron a la lucha.

ENTREVISTADORES: Cuando Batista produjo el golpe de Estado, el 10 de marzo de 1952, ¿qué


reacción tuvo el Colegio de Maestros?
ENZO: Mira, nosotros no reaccionamos como Colegio de Maestros. Para esa fecha aún
estábamos en esa etapa en la que no éramos mayoría en la Dirección. Individualmente sí
reaccionamos.
En esa época mi hermano Renaldo, Jorge Ferrán, Augusto Pila, otros compañeros maestros y
yo éramos profesores del Colegio Dolores de los jesuitas, y los hijos de Laureano Ibarra –
abogado y político santiaguero– eran alumnos de allí. Yo era profesor de Carlos, que estaba en
segundo grado, y Renaldo era profesor de su hermano Laureano, que estaba en tercero. Ese
lunes 10 de marzo llegó a media mañana la mamá de los Ibarra a llevárselos, y por ella es que
nos enteramos que Batista ha dado el golpe de Estado. Ahí mismo se suspendieron las clases,
los maestros nos reunimos y bajamos por Aguilera hasta el Parque Céspedes, donde empezó a
concentrarse la gente. Allí se hizo un mitin en el que hablaron Laureano Ibarra, Luis Conte
Agüero, entre otros políticos. Después de eso la gente decidió ir para el cuartel a apoyar al
coronel Álvarez Margolles, jefe del Regimiento número 1 Antonio Maceo, de la Guardia Rural,
que hasta ese momento estaba del lado del presidente depuesto, Carlos Prío Socarrás. Recuerdo
que cuando íbamos subiendo por Aguilera, a la altura del correo, vimos bajar por la entrada que
tenía en Enramadas, un camión cargado de soldados. Y al llegar a la Plaza de Marte ya los
guardias estaban desplegados con armas emplazadas, y nuestro grupo se fue disolviendo poco a
poco. Realmente nosotros íbamos en son de protesta, pero no pensábamos hacer nada más.

ENTREVISTADORES: El 26 de julio de 1953, Fidel Castro intentó desencadenar la insurrección,


atacando simultáneamente las guarniciones de Santiago de Cuba y Bayamo. En verdad, con su
audacia sorprendió a tirios y troyanos. ¿Cómo conoció del hecho? ¿Qué pensó? y ¿cómo
reaccionó en ese momento?
ENZO: Ese día yo estaba durmiendo en mi casa en Trinidad y empezamos a oír los disparos.
Recuerdo que nos subimos al techo, pero no pudimos ver nada, y como a media mañana
comenzamos a ver un movimiento extraño de militares por un hospital de socorro que había en
la esquina de Moncada y Trinidad. Al principio el comentario era que los soldados del cuartel se
habían fajado entre ellos, pero por la tarde se empieza a escuchar que habían sido unos
muchachos que habían atacado el cuartel. Al otro día, Renaldo va a casa de las hermanas
Enrich, compañeras de estudio que vivían en Garzón –donde actualmente están los edificios de
18 plantas–, y allí le cuentan lo que pasó y le confirman lo que habíamos oído, que fueron unos
jóvenes que vinieron de La Habana para asaltar el Cuartel Moncada. Eso fue en principio todo
lo que yo conocí.

ENTREVISTADORES: ¿Hasta ese momento no se había vinculado usted a ninguna actividad


revolucionaria en Santiago?
ENZO: En esa época, en Santiago existían organizaciones que decían ser revolucionarias, pero
la realidad era otra. A mí en una ocasión, Orlando Benítez y Temístocles Fuentes –que me
conocían de mis tiempos como dirigente estudiantil de la Normal– me invitaron a participar en
actividades contra Batista e incluso me llegaron a citar para un parquecito que estaba detrás de
la escuela José Alemán, por Carretera del Morro. Allí me volvieron a hablar sobre la situación
del país, la necesidad de «tumbar» a Batista y sobre la posibilidad de desarrollar una lucha
armada. Y cuando yo les pregunté sobre quién estaba dirigiendo esas actividades, me dijeron
que la gente de Prío, los auténticos. Ahí mismo les respondí que si era con esa gente, que
entonces conmigo no contaran, pues no me interesaba, porque yo siempre tuve claro que con
esos blandengues no se llegaba a ningún lado.

ENTREVISTADORES: Esa afirmación suya afecta a un hombre que gozó en su momento de


prestigio y ascendencia política en los medios suyos: Temístocles Fuentes. En un momento
determinado él tuvo un extraordinario protagonismo, parece ser un fenómeno muy local de
Santiago.
ENZO: Temístocles se proyecta en Santiago en dos dimensiones, primero como dirigente
estudiantil y después como dirigente antibatistiano. Él tenía un crédito y un prestigio alcanzados
durante la lucha estudiantil, ganados en parte por la consecución de un nuevo edificio, con
instrumentos y todo, para la Escuela de Artes y Oficios, pero además él fue de los que organizó
la Federación Local de Centros de Segunda Enseñanza. Después se vinculó a la política
auténtica y eso le restó algo de influencia. Pero cuando se produce el golpe de Estado, él asume
una posición vertical ante los sucesos de marzo y es quien primero nuclea a los estudiantes para
conspirar y para combatir, y estaba al frente de todas las manifestaciones.

ENTREVISTADORES: ¿A qué se debe entonces que se haya eclipsado del ámbito revolucionario?
ENZO: Después del asalto al Cuartel Moncada se van decantando los campos, entre los que
estaban con Prío –que significaba volver al pasado– y de los que querían luchar por algo nuevo.
Creo en primer lugar que el asalto al Moncada fue ese llamado de alerta a la conciencia
nacional. Y Temístocles era la expresión, en aquel grupo de estudiantes luchadores, de vínculos
con el pasado priísta, cosa que demostró al ayudar a Prío y optar por volver al pasado con los
auténticos. Se produce entonces la ruptura de Frank y de otros compañeros con Temístocles,
pues estos veían la lucha desde una óptica distinta, nueva, que rompía con las viejas y
anquilosadas fórmulas que habían propuesto por años los auténticos. Después él se va para
Santo Domingo y se vincula a las expediciones de Trujillo y Prío. Ya a esas alturas él estaba
desvinculado de la lucha en Santiago por haber tomado otro camino. Y cuando triunfa la
Revolución, él no está ya en Cuba, pero regresa.

ENTREVISTADORES: ¿Qué suerte corrió?


ENZO: Al principio estuvo bien, pero después, al seguir vinculado a Prío, tuvo problemas y
creo que estuvo hasta preso. Luego la Revolución, con esa grandeza que pocos entienden, se
ocupó de él, lo reincorporaron, y se unió al trabajo hasta su muerte, que ocurrió siendo
relativamente joven, producto de un ataque de asma.
3
Conspirador clandestino

ENTREVISTADORES: Se suele identificar la generación del Centenario con el grupo de


revolucionarios que nucleados por Fidel Castro asaltaron en julio de 1953 los cuarteles
Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. ¿Comparte esta apreciación?
ENZO: Para mí la generación del Centenario la integra el contingente de jóvenes que se
vinculó al asalto del Moncada. Yo nunca me he considerado miembro de la generación del
Centenario, en el sentido de que no soy de los miembros originales de ese movimiento. Lo que
sucedió fue que los acontecimientos que dieron origen al nombre de ese núcleo, me permitieron
al cabo de muy poco tiempo unirme a ellos. Pero reitero: muy justamente el título de generación
del Centenario les corresponde exclusivamente a los moncadistas, que fueron los que en el año
del Centenario del Apóstol asumieron esa actitud digna. Los que nos incorporamos después
somos sus seguidores, aunque estuviéramos, desde el punto de vista de la edad, enmarcados en
la misma generación biológica. ¿Ustedes no concuerdan conmigo?

ENTREVISTADORES: No, no concordamos. Nos parece un concepto reduccionista, que incluso


opera contradictoriamente con algunos elementos aportados por usted. Fue enero de 1953 la
fecha de conmemoración del Centenario de Martí, en con-secuencia, quienes en ese entorno se
proyectaron en contra de la dictadura cívico-militar instaurada unos meses antes –con
independencia de las banderas organizativas y participativas a las que se integraron–, deben ser
comprendidos dentro de ese grupo de rebeldes generacionales. Inclusive desde otra perspectiva
cultural e ideológica, podrían tenerse como parte de esa generación a quienes hastiados del
mangoneo político auténtico e inyectados por el Martí revolucionario, estaban listos para alzar
un camino radical en la historia de Cuba. En verdad no compartimos el criterio de conceptuar
limitadamente como del Centenario martiano solo a quienes protagonizaron la gesta del 26 de
Julio e intentaron insurreccionar el país. Ellos, fruto de su audacia rebelde, son el elemento más
visible y movilizador de aquella generación. En nuestro concepto usted integra la generación del
Centenario. De todos modos, no es una idea es-trecha o cerrada, sino, en todo caso, campo
abierto al análisis. Una de las cosas que nos llama la atención en la historiografía cubana, es que
en el proceso de identificación de paradigmas esenciales a su generación revolucionaria hay
referentes que han sido parcialmente preteridos. Por ejemplo, Antonio Guiteras. ¿Qué influencia
tuvo Guiteras en ustedes?
ENZO: Él era un paradigma, el hombre a imitar. Incluso nosotros, los estudiantes de la Escuela
Normal, recibimos esa influencia de forma más directa, porque en la biblioteca trabajaba una
compañera, Rafaela Tornés Carulla, que había sido amiga de Guiteras, participó en su grupo
conspirativo, lo escondió en su casa. Y ella nos contaba todo eso y nos hablaba de él como
ahora nosotros les hablamos de Frank País a los muchachos.
De Guiteras yo siempre tuve el criterio de que era un hombre valiente, decidido,
revolucionario y radical. Él era para los jóvenes de mi época la expresión del antiimperialista
que se enfrentaba a todo sin temor, porque no tembló cuando siendo secretario de Gobernación
afectó importantes intereses norteamericanos. Guiteras representó el continuador del valor de
los años gloriosos del mambisado y ejerció una influencia muy grande en nosotros, que nos
sirvió para la lucha posterior.

ENTREVISTADORES: ¿En qué momento se incorpora usted a la conspiración contra la dictadura


de Fulgencio Batista?
ENZO: Un domingo de octubre de 1954, durante una reunión del Círculo Literario Heredia, me
preguntó Pepe Cala –quien sabía de mis opiniones políticas– si yo estaba realmente dispuesto a
hacer algo contra Batista. Yo le respondí que sí, y me invitó a una reunión de su grupo que se
realizaría el lunes, en horas de la noche, en la calle Madre Vieja número 7, entre Garzón y
Escario. Allí había un taller de reparación de colchones y bastidores (detrás del Teatro
Capitolio) que tenía un exiliado dominicano de apellido Ferrer, el cual era enemigo de Trujillo.

ENTREVISTADORES: Cuando Pepe Cala le propone «hacer algo», ¿usted sabía a lo que se
refería?
ENZO: No te voy a decir que yo sabía exactamente en lo que andaba Pepe Cala, pero sí sabía
que era algo importante y que te-nía que ver con la lucha contra Batista, por eso es que cuando
él me dice aquello, yo, que hacía rato estaba loco por meterme en serio en esas cosas, no lo dudé
ni un momento. Y ese lunes por la noche, como a las ocho, pedí permiso en la Escuela
Nocturna, salí antes de tiempo y me fui para allá. En esa reunión estaban Pepe Cala, Alfonsito
Verdaguer, Carlos Iglesias (Nicaragua), Elías Rosales, Lorenzo Reina, Emilio Lamelas y Luis
Paiba –un primo de Pepe que sigue viviendo en Santiago. Estando allí reunidos, llegó Frank
País. Recuerdo que iba vestido con un pantalón oscuro y un jacket azul de dos tonos, oscuro por
fuera y claro por dentro. Y cuando me vio, me dijo: «Maestro, qué bueno que estés aquí».

ENTREVISTADORES: En ese momento, ¿qué impresión le causó Frank País?


ENZO: Yo conocía a Frank de la Escuela Normal, pero no habíamos tenido ninguna relación.
Yo sabía que él era dirigente estudiantil, que participaba en manifestaciones. Era un muchacho
destacado que había creado en la Escuela Normal una organización con Pedro García Lupiáñez,
Armando Colomé (Chichito) y Pepito Tey. Ellos crearon un grupito de gente revolucionaria que
nombraron BREN (Bloque Revolucionario Estudiantil Normalista). Entonces yo sabía más o
menos lo que hacía, pero nunca había hablado con él. Y cuando me dijo que se alegraba de
verme allí para mí eso fue emotivo, y después cuando nos empezó a hablar sobre las ideas que
tenía, sobre las posibilidades que había en Santiago de hacer algo que derrocara a Batista, me
impresioné mucho, sobre todo por la forma en que él hablaba: lo hacía con una seguridad y una
firmeza increíbles, con unos modales delicados pero firmes y con un brillo especial en la
mirada. Desde ese momento supe que sería para siempre un seguidor de Frank, pasara lo que
pasara.
Yo conocía algunas de las actividades que él desarrollaba por una tradición que existía en la
Escuela Normal. Los maestros que se graduaban allí y trabajaban en Santiago, generalmente
seguían vinculados a la Escuela porque iban a hacer deporte. Cuando yo terminaba mi trabajo en
el Colegio Dolores, me iba a la Escuela Normal a jugar basketball hasta tres veces en la semana,
y eso me mantenía al tanto de las actividades de Frank y su gente.
Entonces, volviendo a la reunión, Frank sacó como tres o cuatro pistolas que llevaba y nos dio
una clase de arme y desarme, de cómo llenar los cargadores y descargarlos en distintas
posiciones, incluso de espalda, de cómo era el mecanismo interno del arma, cómo se ponía y se
quitaba el seguro. En eso estuvimos como dos horas. Al final parece que quiso probar a la gente,
porque dijo que necesitaba dos voluntarios para realizar una acción. Todos dimos el paso al
frente, pero era para probarnos, en realidad en ese momento no se hizo ninguna acción.
Pasados varios días de aquel encuentro, Frank pasó cerca del mediodía por el Colegio
Desiderio Fajardo que nosotros habíamos establecido, pues él salía de su trabajo en el Colegio
El Salvador a las once de la mañana para ir a almorzar a su casa y en ese tránsito pasó por mi
escuela para decirme que quería hablar conmigo. Nos vimos luego, y me dijo que si yo quería
participar de verdad en esas cosas podía crear una célula de maestros, porque como dirigente
tenía posibilidades de reunirlos, de saber cómo pensaban. Le dije que sí.
A partir de entonces, por indicación de Frank, me separé del grupo de Pepe Cala, que fue con
quien empecé, y comienzo a trabajar directamente con él. Frank me empieza a dar un
tratamiento diferenciado, me indica cómo seleccionar a la gente, cómo hacerles pruebas, cómo
prepararlos. Es decir, me da una preparación que me permitía hacer el trabajo de captación y
organización, formando un grupo. Me llevó una pistola y me dijo que comenzara a darle
entrenamiento a la gente que ya había reclutado.
En nuestro grupo empezaron Carlos Sarabia (Pancito), Fulvio Almenares, Eugenio Aguilera –
con los que jugaba basketball casi todos los días en la Escuela Normal. También incorporamos
a Arturo Duque de Estrada, Clemente Caballero, Miguel Deulofeu Ramos, Jorge Manfugás
Lavique, José Ángel Mustelier y los hermanos Aguilera, que eran tres: Jerjes, que era el
maestro, y Euclides y Franklin que no lo eran, pero nosotros los conocíamos porque siempre
estaban por la Escuela y sabíamos cómo pensaban. Estuvo también José Nivaldo Causse,
maestro y compañero mío de la Dirección del Colegio de Maestros, además de mi hermano
Puchete que era mi segundo, e incorporamos a Ángel Luis Carmenate, vecino del barrio –al que
le decíamos Negrito– y a un primo de él, Humberto Castillo, que por mediación suya se unió a
nosotros.

ENTREVISTADORES: ¿Perteneció desde su fundación a lo que se conoció como Acción


Revolucionaria Oriental?
ENZO: Sí, porque yo me vinculo a Frank desde octubre de 1954, y en ese momento él estaba
preparando unas acciones para interrumpir las elecciones de noviembre. Para mi participación
en eso, él quedó en avisarme, pero no lo hizo. Al poco tiempo pasó por el Colegio Desiderio
Fajardo y hablamos muchísimo sobre varios temas. Él me contó sobre la gesta del Moncada,
sobre los compañeros caídos, y yo noté la admiración que él sentía por Fidel y por la forma en
que había organizado las acciones del 26 de Julio. Él estaba obsesionado con esa capacidad de
organización y con el hecho de que no solo Fidel había sido el organizador, sino que se había
puesto al frente de sus hombres y se había arriesgado junto a sus hombres. Pero Frank decía que
los moncadistas estaban presos, y por eso surge la idea de crear una organización que fuera
haciendo lo que hizo Fidel, ir reuniendo a los hombres, prepararlos para la lucha y tenerlos
listos para el momento en que Fidel saliera libre y ocupara su lugar en la Dirección. Porque
Frank siempre respetó mucho a los moncadistas y consideró que debían estar en la vanguardia
revolucionaria.
Y estando yo trabajando ya en la Escuela Úrsula Céspedes, es que Frank se aparece con un
folleto para imprimirlo, pues allí teníamos mimeógrafo. Ese folleto era una declaración de
Acción Revolucionaria Oriental (ARO), recién construida. Esa tarea de impresión del folleto de
ARO la cumplimos entre Duque de Estrada, que vivía cerca (en San Fermín número 356), José
Ángel Mustelier, el propio Frank y yo. Cuando estuvieron terminados, Frank se los llevó y él
mismo los distribuyó.
Ya en el año 1955, Frank se reúne con nosotros y nos comunica que había que cambiarle el
nombre a la organización porque se habían hecho contactos con José Antonio Echeverría, con
Fructuoso Rodríguez y Juan Nuiry –gente de la FEU de La Habana– y además con un dirigente
estudiantil camagüeyano, Jesús Suárez Gayol –que después cayó con el Che en Bolivia. El caso
era que había que cambiarle el nombre, pues ya rebasaba los límites de Oriente, y ahora se iba a
llamar Acción Revolucionaria Nacional (ARN).
Entonces Frank hizo un dibujo que identificara la organización, fue algo así como una mujer
vestida con una bandera y al fondo las siglas ARN, algo así, y lo imprimimos ahí mismo en la
escuela. Debo señalar la importancia que nos reportó tener esas posibilidades de contar con un
lugar donde imprimir nuestra propaganda. Además del mimeógrafo de la Escuela Úrsula
Céspedes, disponíamos del que estaba en el Colegio de Maestros, del cual yo era secretario
general, y eso me daba posibilidad de utilizar ese equipo.
Entonces, mandé a hacer con Pastor –el carpintero que tenía un taller en la calle Trinidad al
lado de la iglesia– una cajita de cedro de más de 15 pulgadas de largo, por 7 de ancho y 5 de
fon-do, con su tapa con bisagras a la que le pusimos un cristal nevado y por dentro le instalamos
un bombillo que nos servía para calcar documentos y gráficos. Y entonces con los estiletes
calcábamos en los esténciles cualquier cosa que nos interesara: dibujos de una granada con sus
componentes, una pistola y sus piezas, un M-1 con sus partes, un petardo confeccionado con un
cartucho de dinamita, la mecha y el fulminante, o lo que fuera. Cuando Frank –que era quien los
dibujaba al principio– terminaba con esa parte, nosotros los imprimíamos en cualquiera de los
dos lugares que teníamos para eso. Al principio la tarea de distribuirlos la realizaba Frank solo.
Luego, cuando el número de grupos aumentó, se hacía otra cosa: se imprimía una cantidad para
cada célula, y entonces se le entregaba ese material a cada jefe de grupo, por lo que tuve
necesidad de conocerlos y de relacionarme con ellos.

ENTREVISTADORES: ¿Además de la propaganda ustedes realizaban otras tareas?


ENZO: Eso fue creando condiciones entre nosotros hasta que nos dimos cuenta de que
podíamos ocuparnos de nuestra preparación para la acción, sin descuidar la propaganda, por lo
que nuestro grupo no solo cumplía con sus tareas de acción, sino que era el encargado de la
impresión y la distribución de todos los materiales propagandísticos.
Todos los grupos tenían que estar preparados. Y nosotros, después de encargarnos de esas
cosas por un tiempo, comenzamos a hacer algunas prácticas de tiro con fusiles de calibre
reducido y por orientación de Frank, quien nos llevó e instruyó. Íbamos a un tiro al blanco que
había en la calle Barracones, en la parte baja de la ciudad, cerca de la Alameda. Allí
establecimos un sistema para que no fuéramos todos juntos, por aquello de no llamar mucho la
atención. Entonces iban dos o tres primero, después iba el resto, y así hacíamos.
También practicábamos en una finquita llamada El Palmar, que era de Luis Felipe Rosell, en
el kilómetro diez y medio de la Carretera Central. Hasta allá íbamos en la máquina del papá de
Alfonsito Verdaguer, un Buick del 48 de color rojo oscuro o vino, manejado por este. Nos
íbamos cuatro o cinco compañeros en horas del mediodía y allá disparábamos con calibre 22.
Más adelante practicamos también en El Cristo, en la finca de Roberto (Beto) Maceira. Allá
tirábamos con un fusil de mayor calibre, creo que con un Springfield. Esos fueron los lugares
donde hicimos prácticas de tiro con mayor frecuencia.
Estando ya en ARN se lleva a cabo la acción del Club de Cazadores. Yo no tuve participación
en eso. Ahí intervinieron Frank, Emilio Lamelas, Alfonsito Verdaguer, Lorenzo Reina y
Emiliano Díaz Fontaine, Nano. Pero por el vínculo que yo tenía con Alfonsito, con Pepe Cala y
con toda esa gente, ellos me tenían al tanto de algunas cosas, a pesar de que ya yo tenía una
célula independiente.
Tras la amnistía y con la salida de Fidel y los moncadistas del presidio, meses después Frank
nos informa que le habían propuesto incorporarse al Movimiento 26 de Julio como responsable
provincial de Acción.

ENTREVISTADORES: Conocemos esa rama de la lucha como Acción y Sabotaje. ¿En esa época
era solamente Acción?
ENZO: Yo no recuerdo haber oído hablar de sabotaje en la organización que teníamos al
principio. Mi célula era de Acción y se ocupaba a la vez de las tareas de Propaganda, por lo que
Frank puso a mi grupo a disposición de Gloria Cuadras, quien era por ese tiempo la responsable
de Propaganda del Movimiento 26 de Julio en Oriente. Lo cierto es que cuando nos
comenzamos a organizar, no se decía nada de sabotaje, aunque si te pones a pensar, muchas de
las acciones que ejecutamos constituían también sabotajes. Pero la palabra Sabotaje pasó a
formar parte del Frente de Acción después. Es cierto también que cuando se crea el Movimiento
26 de Julio, eso pasa al Frente Bélico, aunque nosotros seguíamos llamándolo Acción.
Continuando con la incorporación de Frank al Movimiento, cuando le hacen la propuesta, él
nos pide nuestra opinión, como hizo con los demás jefes de células, para ver si estábamos de
acuerdo y qué pensábamos al respecto.
Déjame decirte que independientemente del impacto que causó en mí la acción de Fidel y los
moncadistas, lo que más influyó en mí en ese sentido fueron la actitud y las prédicas de Frank.
Él llegó a decirme un día: «El único hombre al que yo sigo en este país, en la Revolución, es a
Fidel Castro, porque demostró que está dispuesto a morirse ahí, al frente de sus hombres…»
Esto demuestra que Frank tenía muy claro en su pensamiento que Fidel y los compañeros del
Moncada eran gente muy respetable, y formaban un grupo a los que se podía y debía seguir en
la lucha revolucionaria. No obstante, cuando a él le plantean lo de la incorporación al
Movimiento 26 de Julio, él nos pide nuestra opinión. Yo tengo entendido que a todos los que
consultó le dieron su aprobación. A pesar de eso la incorporación de Frank no fue inmediata,
algo pasaba con él que hacía demorar su unión al Movimiento. Yo creo que la razón era que
Frank pretendía, aunque él perteneciera al Movimiento 26 de Julio, seguir realizando las
acciones que él determinara con el objetivo de buscar armas, organizar y preparar hombres,
porque lo que él no quería era someterse a una dirección en la que no pudiera hacer nada, él
quería seguir actuando en ese sentido como hasta el momento, a pesar de estar ahora en una
organización de mayor envergadura.

ENTREVISTADORES: ¿No era un acto de cierto desconocimiento a una autoridad superior?


ENZO: Mira, cualquier persona que no conociera a Frank podría considerar esa actitud como
petulante o indisciplinada, pero nada más alejado de la realidad. Lo que sucedía con Frank es
que era un hombre de un espíritu superior, extraordinario, muy analítico, previsor e inteligente.
Yo no he conocido a nadie, salvo a Fidel Castro, que me haya impresionado tanto en mi vida
como Frank País. Él era una gente con una tranquilidad increíble, muy seguro, y a la vez tenía
una autoridad tremenda que te empujaba a obedecerlo en todo y a creer en todo lo que él te de-
cía. Entonces yo me imagino lo difícil que debía resultarle someterse a una dirección donde
quizás no todo el mundo pudiera ser como él en cuanto al sentido de la discreción y la
disciplina. Además de eso, Frank tenía un hondo sentido de la previsión –confiaba y
desconfiaba, creía y no creía a la vez–, siempre pensaba en la posibilidad de que algo pasara y
era sumamente cuidadoso al tomar una decisión importante. Tomaba todas las precauciones
necesarias, en eso se parecía mucho a Fidel.
Quizás esa es una de las razones por las que se demora la incorporación de Frank a la
Dirección Provincial del Movimiento 26 de Julio. Además, a la salida de la cárcel, Fidel hizo
unas declaraciones en las que decía que estaba dispuesto a participar en la lucha cívica, y dio a
entender que se iba a enrolar en la vida política, apartándose del camino insurreccional. Esto, al
parecer, no fue muy bien entendido por Frank y Pepito, quienes se mostraron cautelosos. Claro,
los que conocían bien a Fidel sabían que todo formaba parte de una estrategia para desinformar
al enemigo y poder trabajar con relativa tranquilidad. El caso es que unos días antes del asalto
que realizan Frank y Pepito con unos compañeros a la estación de policía de El Caney, se realiza
una reunión en casa del papá de Pedro Miret (por Dos Bocas, más allá de Boniato), donde
intervienen Pedrito Miret, Léster Rodríguez y Frank. Al parecer Pedro Miret no fue todo lo
explícito que Frank deseaba y no llegaron a ningún acuerdo.
Pasado un tiempo se produce un segundo encuentro en el mismo lugar, donde al parecer Pedro
Miret le esbozó a Frank los planes con más claridad y le ratificó asimismo amplias facultades
para organizar el Frente Bélico en la provincia y continuar desarrollando las actividades
correspondientes. Posteriormente, en la casa de Tony Alomá (Heredia, esquina a San Miguel) se
celebró una reunión a la que asistieron Pedro Miret, Carlos Iglesias Fonseca (Nicaragua), Pepe
Cala, Orlando Carvajal, Emiliano (Nano) Díaz, Carlos Díaz, Jorge Sotús, Ignacio Alomá, Léster
Rodríguez, Frank, Pepito Tey y yo. Allí se explicó que había una propuesta de la Dirección del
Movimiento 26 de Julio de que Frank pasara a ser su jefe de Acción en la provincia de Oriente y
que nosotros pasáramos a formar parte del aparato de Acción que él dirigiría. Que yo recuerde,
todos estuvimos de acuerdo. Además, Pedro Miret aclaró que Frank y su grupo no estarían
limitados de participar en las actividades revolucionarias que venían desarrollando, y es a partir
de ese momento que pasamos oficialmente al Movimiento 26 de Julio. Las actividades que
realizamos después de eso fueron prácticamente las mismas: nos citaron unas cuantas veces para
una hora determinada en un lugar preciso, otras veces para recibir armas, pero en fin, nada
ocurrió. Yo no sé, pero creo que era para probarnos.
Durante los meses que siguieron del año 1955, tuve la oportunidad de acompañar a Frank a
Guantánamo, junto con Fulvio Almenares, cuando se fue a constituir el Movimiento 26 de Julio
en aquella ciudad. Recuerdo que tomamos un ómnibus en la plaza de Dolores, un viernes al
mediodía de finales del mes de septiembre. Fuimos hasta El Manguito, de allí tomamos un tren
hasta Yerba de Guinea y finalmente un auto hasta Guantánamo, adonde llegamos al oscurecer,
después de andar en el auto por un terraplén polvoriento, pues no había carretera asfaltada. Nos
bajamos en casa de Enrique Soto, a quien Frank entregó un pequeño maletín con unos cartuchos
de dinamita que habíamos traído de Santiago, y pernoctamos allí. Después de la comida, Frank
y Enrique salieron para su reunión, y Fulvio y yo nos quedamos en la casa. Al día siguiente,
sábado, regresé temprano en avión a Santiago, pues tenía una reunión en el Colegio de Maestros
del Consejo Directivo Provincial de Oriente, del cual yo era miembro. Frank estuvo de acuerdo
con que yo regresara para participar de dicha reunión, mientras él y Fulvio permanecían en
Guantánamo.
En otra ocasión posterior, Frank me envió a Las Tunas, pues él sabía que yo era originario de
allá, para que hiciera una exploración con las personas de confianza y viera su disposición de
incorporarse al Movimiento 26 de Julio, y para que entregara una carta a Josué Fernández –hijo
del pastor de la Iglesia Bautista, quien era su amigo– y de paso hablara con él de mi misión. Así
lo hice y al regresar informé lo que había averiguado. Transcurrido algún tiempo de esa visita,
Frank me invitó a regresar a Las Tunas, a constituir el Movimiento.
Nos fuimos un sábado por la mañana, bien temprano, en un Chevrolet negro de 1948 que
había comprado Félix Rodríguez Pérez, hermano de Léster. En esa oportunidad fuimos Frank,
Léster, Pepito Tey, Jorge Sotús, quien iba manejando, y yo. Llegamos pasadas las diez de la
mañana a la casa de mi tía Dolores Fuentes Callava (en la calle Gonzalo de Quesada número
84), donde almorzamos. Después, como a las dos de la tarde, Frank, Léster, Pepito y Sotús
fueron a la reunión, mientras yo me quedaba en la casa. Cerca de las cinco regresaron y
partimos de regreso. Paramos a la entrada de Holguín en una instalación donde había una torre
transmisora de radio, junto a la Carretera Central, en la cual trabajaba Enrique Subirats, a quien
Frank conocía. Allí permanecimos algo más de media hora, tomamos café y luego seguimos
para Santiago, adonde llegamos cerca de las nueve de la noche.

ENTREVISTADORES: ¿Qué otras actividades desarrollaron por esa época?


ENZO: Bueno, ya a finales del año, Frank me dice que había que imprimir diez mil ejemplares
de un papelito con una frase: «1956, seremos libres o mártires». Eso se imprimió en el Colegio
de Maestros, y nos encargamos José Ángel Mustelier, mi hermano Puchete y yo. Se distribuyó
entre los jefes de células, que lo movieron rápidamente, y el 31 de diciembre se lanzó en lugares
donde se celebraban fiestas por el fin de año. Yo recuerdo que Frank los llevó a Guantánamo y
Emilio Lamelas a Las Tunas. Posteriormente, el 23 de marzo de 1956, en horas de la noche,
pintamos varias calles con la identificación M-26-7. Ese día cayó tremendo aguacero y eso nos
ayudó porque no había personas circulando. Para la tarea le di participación a Eugenio Aguilera
Frutos, pues quería probarlo, y juntos escribimos paredes en la zona que nos asignaron, en las
calles San Jerónimo, San Francisco, San Germán, San Félix, San Bartolomé, Trinidad,
Carnicería, Cuartel de Pardos, Calvario y Reloj.
Aguilera resultó ser muy decidido y también cedió su casa para celebrar reuniones. Me
acuerdo de una que se realizó, convocada por Frank con compañeros de Acción de los
municipios de la provincia. Estuvieron Manuel Echavarría, de Manzanillo; Ramón Paz, de
Bayamo; René Ramos Latour, de Nicaro, entre otros. Primero llegaron al Colegio Desiderio
Fajardo y de ahí, como me había indicado Frank, les di la dirección de la casa de Eugenio, que
estaba en Enramadas, entre Cuartel de Pardos y San Agustín.
Aparte de esas actividades, los miembros de mi célula cotizábamos mensualmente. Desde que
estábamos en ARN entregábamos la cotización a Arturo Duque de Estrada, quien era el tesorero
del aparato de Acción de nosotros. Después me enteré de que por designación de Frank, Arturo
era el encargado de llevar el control de cada una de las células originales, con los nombres y
datos de cada uno de los integrantes, además del trabajo de la tesorería. Arturo, antes de morir,
me enseñó un día todos esos papeles –en uno de los cuales aparecía mi célula–, y era increíble el
trabajo meticuloso que había realizado y una prueba de la compartimentación que existía en el
Movimiento, ya que nadie sabía de ese trabajo de Arturo.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo funcionaba la compartimentación?


ENZO: Bueno, al principio yo no sabía quién era miembro o no del Movimiento. Yo conocía a
Pepe Cala –que fue quien me reclutó–, después conocí a Alfonsito Verdaguer y a Emilio La-
melas, que eran del grupo de Cala y participaron junto con Frank en la acción del Club de
Cazadores. Yo suponía que Pepito Tey estaba también en eso porque siempre andaba con Frank,
pero no tenía la certeza, y en aquel tiempo no se debía preguntar nada. Posteriormente, mediante
la distribución de la propaganda y de que se fueron haciendo reuniones, conocí a la mayoría de
los jefes de grupo: Emiliano Díaz Fontaine, Nano; Carlos Iglesias Fonseca, Nicaragua; Ignacio
Alomá; José Álvarez Alemán, Nene; Jorge Sotús y Pepito Tey –a quien conocía desde la
Escuela Normal–, entre otros. Después conocí a otros compañeros que estaban incorporados
también a la lucha, como Agustín (Tin) Navarrete y Félix Pena. Pero el trabajo en esos días
debía ser muy cuidadoso, y las orientaciones bien precisas: cada jefe de grupo debía tener una o
dos casas para hacer reuniones, recibir correspondencia de forma segura y esconder armas y
hombres. Y todo eso había que hacerlo con la más absoluta discreción y dentro de la célula de
cada uno. Yo hablaba con alguien para conseguir una casa y eso no lo sabía nadie más, porque
el sistema establecido por Frank suponía que la gente conociera solo lo necesario y partiendo
del principio de que interviniera el menor número de compañeros posible. Es cierto que llegó un
momento, próximo al 30 de Noviembre, en que casi todos los responsables nos conocíamos.
Pero lo que sí fue casi absoluto es el hecho de que los miembros de un grupo casi nunca
conocieron a los miembros de otras células hasta el momento de realizar acciones conjuntas.

ENTREVISTADORES: ¿En aquellos meses participó en alguna acción armada?


ENZO: Sí, en el año 1956, creo que fue el 19 de abril. En uno de mis recorridos diarios, cuando
salía a las once de la mañana del Colegio Desiderio Fajardo hacia el Colegio de Maestros, Frank
me intercepta en la calle Cuartel de Pardos, esquina San Jerónimo, en una máquina, y me cita
para una reunión urgente a la 1:30 de la tarde en el taller de Nene Álvarez, en la calle Julián del
Casal. Cuando llegué ya estaban casi todos los jefes de células, recuerdo a Pepito, Sotús, Nano,
Carvajal, Pepe Cala y Carlos Díaz. Allí Frank planteó bastante molesto que con motivo del
juicio seguido a los estudiantes Andrés Feliú Savigne y Eduardo Sorribes Pagán, los cuerpos
represivos de la tiranía habían abusado de los estudiantes en las afueras de la Audiencia,
atropellando e hiriendo a varios compañeros, entre ellos a Francisco (Paquito) Cruz, Luis
Argelio González Pantoja, Faustino Valcárcel Rodríguez y Lorenzo León Drago. Dijo además
que eso no se podía permitir más y que por tanto había que hacer algo que le demostrara a la
tiranía que en Santiago no podían reprimir a los estudiantes impunemente, que la época de la
represión indiscriminada e impune se había terminado y que cada vez que algún compañero de
la oposición resultara herido, el Movimiento 26 de Julio respondería con violencia.
Él mismo propuso algo que fue aceptado por unanimidad: saldrían tres máquinas con
compañeros armados esa misma noche para dispararle a cualquier miembro de la fuerza pública
que viéramos en la calle. Cada grupo realizaría una sola acción y se retiraría. Frank nos orientó
que fuéramos temprano al tiro al blanco para hacer varios disparos, por si había algún incidente
ya tuviéramos la justificación de la procedencia de la pólvora en nuestras manos. Dio un número
de teléfono al que había que llamar en caso de que alguien resultara herido y recuerdo que en
tono muy enérgico nos dijo: «Nadie puede hablar si cae preso…»
Eso nunca se me ha olvidado, sobre todo por lo que pasó esa misma noche.
La mayoría fue allá, a Barracones. Cuando llegué me encontré con Carlos Díaz Fontaine,
quien me dijo que saldríamos juntos a cumplir la misión. Yo le aclaré que era Nano, su
hermano, el que lo haría. Después todos nos concentramos en los puntos acordados. Yo fui para
el Paseo Martí, entre Calvario y Callejuela, casi frente al Teatro Maceo, en unos banquitos. Y
cuando llegué ya estaban Emiliano (Nano) Díaz, Amaro Iglesias –esposo de Gloria Cuadras– y
Frank. Nano se fue a buscar la máquina, que según la orientación se le debía quitar a algún
chofer de alquiler, y cuando regresó lo hizo con Walfrido Álvarez, el hermano de Nene, que
venía manejando. Ellos traían todas las armas que serían distribuidas a los tres grupos en otro
punto, por la carretera que va a la fábrica de cemento.
Cuando regresaron nos recogieron a Frank y a mí, pues Amaro no fue por decisión de Frank, y
allí mismo se decidió que el lugar para entregar las armas después de las acciones sería la casa
de la familia País García (en San Bartolomé), donde estarían esperando sus hermanos Josué y
Agustín. Nos fuimos entonces para el punto de reunión en la carretera de Punta Gorda, donde se
le entregaron las armas a los demás grupos. De allí partimos ya con las misiones asignadas.
La mía –yo iba en el lado izquierdo de la parte de atrás de la máquina– era cuidar al chofer,
que era Walfrido, y guiar el recorrido. La tarea de Nano –también detrás pero a la derecha–,
cuidar a Frank, que iba delante al lado del chofer. Nosotros subimos por todo Trocha y luego
por Corona. En la esquina con Santa Rita, que era la esquina próxima a la estación donde los
policías solían tomar el ómnibus, había varios de ellos parados, y allí mismo Frank disparó.
Cayó un sargento y se formó el tiroteo, del cual escapamos ilesos.
De ahí, como mi trabajo también era guiar al chofer, le dije a Walfrido que siguiera por
Corona para bajar Enramadas. Pero al llegar a la esquina de Aguilera nos tirotearon e intercam-
biamos disparos con unos policías. Frank ripostó con la ametralladora Thompson que portaba, y
por entre Nano y yo desbarató el cristal trasero de la máquina. De ahí seguimos hasta
Enramadas y doblamos hacia la izquierda para coger Padre Pico a la derecha y seguir hasta la
Iglesia de San Francisco, y luego volver a entrar a Corona hasta Trinidad y llegar por esta hasta
San Bartolomé, a casa de Frank, pues ya se había realizado la acción.
En ese momento a Frank se le ocurrió ir hasta la casa del comandante Izquierdo, que vivía a
dos cuadras de la mía (en San Agustín entre San Francisco y San Jerónimo), para tirotear a la
escolta que permanecía en su casa. Yo, por supuesto, me negué, recordándole que él había dicho
que cada comando realizaría una sola acción y se retiraría, y además por razones de seguridad,
pues en caso de hacer aquello, entonces yo me vería imposibilitado de regresar a mi casa. Traté
de que comprendiera eso, pero él continuaba empecinado. El hecho fue que me dijo que estaba
bien, que me bajara, y así lo hice.
Mientras ellos continuaban en el auto por Trinidad hasta Calvario, yo lo hago a pie, y cuando
intento llegar a mi casa por toda Trinidad hacia Cuartel de Pardos, sin haber llegado todavía a
Calvario, siento el tiroteo. Tuve que retroceder y meterme en casa de mis tías, que vivían en
Trinidad entre Moncada y Calvario. Ahí me vi obligado a pasar la noche porque continuaron
escuchándose las sirenas de los patrulleros y hasta disparos lejanos durante algún tiempo, y lo
mejor era quedarme tranquilito en ese lugar hasta el otro día. Por la mañana mi hermano
Puchete, al ver que yo no había llegado, fue a casa de mis tías con Jesús –el hermano menor de
Pepe Cala–, que estaba intentando avisarle a Frank que Pepe estaba herido, pero al parecer bien,
en casa de una hermana que vivía por La Risueña. Al mediodía regresé para mi escuela, donde
vivía, pues no era conveniente que después del incidente de la noche anterior yo me
desapareciera del colegio, sobre todo cuando no era mi costumbre hacerlo. Además, me acordé
que ese día por la tarde tenía que repasar al hermano del capitán Labastida, que era alumno mío.

ENTREVISTADORES: ¿Del capitán Agustín Labastida, el jefe de la Inteligencia del Ejército en


esta zona?
ENZO: Exactamente. Jorge Labastida, hermano del Agustín Labastida, jefe del Servicio de
Inteligencia Regimental (SIR).
Jorge era cabo tipógrafo de la imprenta del Cuartel Moncada y quería ingresar a la Escuela de
Cadetes. Un día pasó por nuestra escuela preguntando si nosotros preparábamos estudiantes
para exámenes de ingreso a otras escuelas. Yo le respondí que me trajera el programa de
estudios, y cuando lo trajo vimos que era un programa que no llegaba al bachillerato y
comenzamos a prepararlo en matemáticas, español, inglés y física. Bueno, cuando ese día yo lo
estaba repasando, por la cabeza ni le pasaba que su maestro era uno de los que había participado
en las acciones del día anterior.
El caso es que el hermano era el que le pagaba las clases, yo le cobraba veinte pesos
mensuales por una hora de clases, tres veces por semana, y Agustín Labastida hacía que yo
fuera al Moncada a cobrar el dinero para averiguar cómo iba Jorge en las clases. Todas esas
cosas las conocía Frank y las apoyaba, porque consideraba que tener la posibilidad de entrar al
Moncada y a las oficinas del SIR era muy provechoso para nosotros. Por supuesto, todo eso yo
lo hacía extremando las precauciones, pues sabía que me estaba metiendo en la boca del lobo y
que si caía no salía vivo, máxime cuando ya nos habíamos enterado de que habían capturado
con vida y después asesinado a Carlos Díaz y a Orlando Carvajal, cuyo silencio permitió que los
demás compañeros siguiéramos sin problemas en la lucha.
Por esos días tomé la medida de no dormir en mi casa, y lo hacía en la de Teresa Hernández
Álvarez y de Digna, su madre, compañeras de toda nuestra confianza, y aunque ellas no
realizaban todavía ninguna actividad específica, sabían de nuestra lucha y nos prestaban
colaboración. Teresa después tuvo un papel extraordinario en la lucha insurreccional en el
Frente de Propaganda. Trabajó conmigo primero y después con Causse. Y luego de mi
detención en La Habana –adonde había venido a trabajar conmigo por mi orientación, pues ella
estaba muy perseguida en Santiago–, se alzó en el Segundo Frente hasta el final de la guerra.
Cuando pasaron unos días la situación se normalizó y volvimos a la cotidianeidad. Frank pasó
por mi casa para darme noticias de Pepe Cala, al que habían herido en un brazo, y él mismo se
ocupó de todo. Me contó que lo llevaron de La Risueña, donde estaba escondido, para la finca
de Luis Felipe Rosell y que mandaron a buscar un médico, que después supe era el doctor Pedro
Suárez Solar, que lo curaba allí mismo. Fíjate si Frank era un jefe comprometido con su gente,
que después Pepe Cala me contó que no se separó de su lado hasta que estuvo recuperado y
fuera de peligro, pues la herida era grave y había perdido mucha sangre. Eso demuestra la
calidad humana y el espíritu de hermandad y sacrificio que tenía Frank.
Antes de esto que les he contado, con mi hermano Puchete y Luis Martínez Guillén, Pichón,
en el carro de distribución de la Lechería Galloso en que ambos trabajaban, participé en el
traslado de dinamita, mechas y fulminantes del cuarto donde vivía Emilio Lamelas (en Paseo de
Martí y San Ricardo) a la quincalla de la tía de Alfonsito Verdaguer.

ENTREVISTADORES: Morir, y que no sea un mero ofrecimiento de la suerte o de la edad, sino


una posibilidad real, casi que cotidiana como consecuencia de la lucha, debe ser angustioso, o
por lo menos un dilema. En aquellas circunstancias, ¿qué impresión le causó la muerte de
Carlos Díaz y Orlando Carvajal? ¿Pensaba en la posibilidad real de morir?
ENZO: Mira, cuando yo estaba en medio de todo aquello no pensaba en la posibilidad de morir
y a la vez no consideraba la muerte como algo que me ocurriría. Es quizás difícil de entender,
pero lo que pasa es que en ese momento tú en lo único que piensas es en cumplir las
indicaciones para que no pase nada. Cuando yo me entero de la muerte de Carlitos y Carvajal,
pensé que me podía haber pasado a mí, porque cuando nos reunimos en casa de Nene Álvarez,
Frank dijo que no se podía hablar, que pasara lo que pasara no se podía hablar. Entonces yo
deduzco que a ellos los capturaron heridos, los interrogaron y como no hablaron, pues los
mataron. Aquello me hizo comprender de golpe que en el camino de la Revolución uno podía
morir, porque hasta ese momento todos estábamos dispuestos a luchar, pero aún no estábamos
conscientes, al menos yo, de que realmente podía tocarme la muerte.

ENTREVISTADORES: En junio de 1956 se detecta el robo de unas armas por dos miembros del
Movimiento 26 de Julio, Manuel Sosa y Pedro Otaño, que las tenían a su cuidado. Ambos
fueron juzgados y ejecutados. ¿Tuvo conocimiento de esos hechos?
ENZO: Yo acostumbraba a ir a casa de Frank todos los días, alrededor de las doce del
mediodía, pues salía de mi escuela a las once, pasaba por el Colegio de Maestros y después por
su casa para ver si había alguna orientación. Y ese día cuando llegué, noté que el ambiente
estaba alterado y los ánimos caldeados. Josué salió del cuarto alteradísimo y Frank se veía
visiblemente molesto, al punto de que cuando me vio, preguntó si yo tenía algo que decirle, y
cuando le respondí que no, dijo que podía irme. Aquello me extrañó, pues nunca me había
tratado así, pero de todas formas me fui con preocupación, pues infería que algo ocurría y que
no tenía que ser de mi conocimiento o incumbencia. Al otro día escucho algunos rumores, se
decía que habían aparecido unos muertos y que los había matado la gente del Movimiento 26 de
Julio. Al principio yo no entendí muy bien, pero sí supuse que la discusión en casa de Frank
tenía que ver con eso. Después, con el tiempo, supe qué fue lo que pasó, y que Nicaragua, Nene
Álvarez y Sotús habían participado con Frank en la captura y ajusticiamiento de los culpables de
aquella falta grave.
ENTREVISTADORES: ¿Volvieron a ejecutar combatientes que produjeran hechos iguales o
similares?
ENZO: Que yo sepa no, porque generalmente cuando alguien cometía una indisciplina que
indicara que no se le podía tener confianza, lo que se hacía era separarlo inmediatamente de las
filas nuestras.

ENTREVISTADORES: Meses antes del hecho comentado, en abril de 1956, un grupo de militares
de academia organizó una conspiración contra la dictadura, que fracasa. Entre los principales
arrestados y organizadores estaban el coronel Ramón Barquín López, el comandante Enrique
Borbonet Gómez y el teniente José Ramón Fernández. ¿Ustedes tuvieron conocimiento previo
del plan de estos oficiales?
ENZO: Por esos días, Frank convocó una reunión en La Placita de Crombet, porque se decía
que los auténticos iban a realizar una acción contra Batista, creo que fue cuando lo del asalto al
Cuartel Goicuría de Matanzas. La idea de Frank era aprovecharse de la situación y si había
oportunidad capturar algunas armas que se decía iban a entregar. Pero el nexo entre el
Movimiento 26 de Julio y la Conspiración de los Puros, como se denominó aquella rebelión, fue
posterior. Recuerdo que Frank me mandó con Pepito Tey a ver a un militar que había sido
trasladado de Matanzas para Santiago a raíz de aquello y al parecer este militar ciertamente
estaba comprometido, a pesar de que no había pruebas en su contra y por eso solo había sido
trasladado y no detenido. Ese encuentro se celebró en una casa del Reparto Sueño, cercana al
Cuartel Moncada. Quien realmente habló fue Pepito, y al parecer esa relación dio sus frutos,
pues el militar colaboró en el suministro de parque, sobre todo.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo se concibió y ejecutó la incautación de las armas de los auténticos?


ENZO: Mira, en esa acción yo no participo, y lo que conocí fue en parte por Pepe Cala, y tras
el triunfo, por Léster Rodríguez.
Ese fue un golpe calculado por Frank con una precisión y una astucia increíbles. Los
auténticos esperaban un cargamento de armas que entraría cerca de Santiago y le piden
colaboración a Léster Rodríguez, coordinador provincial del Movimiento 26 de Julio, quien
durante su exilio en México tuvo relaciones con algunos de los dirigentes auténticos, y cuando
se lo informa a Frank y a Pepito, enseguida dicen que sí, pero sobre la base de que nos
entregaran la mitad de las armas. Los auténticos aceptaron, pues no les quedaba otra salida, y el
Movimiento entra en ese trasiego de las armas. Ahí participaron Pepito, Léster, Otto Parellada,
Luis Felipe Rosell, Nicaragua, David Figueredo y Frank. Entonces el golpe fue que la mitad de
las armas de los auténticos eran para el Movimiento. Pero una mitad estaba en poder de
Figueredo como supuesto auténtico, y la otra mitad en manos de El Cojo Parladé. La parte de
Figueredo pasó a nosotros por su vinculación con el Movimiento 26 de Julio, más la parte que
habíamos exigido por ayudarlos. En resumen, nosotros nos quedamos con más de la mitad del
cargamento completo. Esas armas se trasladaron: una parte para la finca de Luis Felipe Rosell,
otra para la casa de Tony Alomá, y otra, a cargo de Nene Álvarez, se guardó en un almacén de
madera que estaba a la entrada de Yarayó, por el Paseo Martí.
Después Frank pidió gente de todos los grupos para comenzar a limpiar las armas y el parque
que se oxidaron y luego comenzó a distribuirlas. Eso fue un trabajo lento en el que nos cogió
desde agosto de 1956 –cuando lo del viaje de Frank a México para entrevistarse con Fidel,
quien había estado preso como un mes–, hasta octubre del mismo año.
Yo estaba al tanto del viaje, pues Frank utilizaba a una prima mía pintora, Rosa Infante Moya,
para hacer dibujos de la propaganda sobre preparación armada y para que hiciera otros que él le
llevaba como bocetos. En esa ocasión, él le llevó a Rosi, como todos la llamamos, unos diseños
de monogramas y de uniformes para que ella los perfeccionara y les diera color, pues él quería
llevárselos a Fidel. Yo conocía que viajaría, porque él mismo me lo había dicho, pero no sabía
ni la fecha en que se iba ni cuándo regresaría.
Cuando él regresa lo veo en su casa, donde me muestra un uniforme verde olivo que había
traído. Vino muy contento, pues Fidel lo nombró responsable nacional de Acción Bélica del
Movimiento 26 de Julio, cargo que llevaba Pedo Miret hasta que Fidel lo manda a buscar a
México, y entonces Frank es designado para sustituirlo. Esa designación de Frank hizo que él no
trabajara más como maestro, pues dijo que el tiempo que le quedara de vida lo dedicaría por
entero a la Revolución.

4
El 30 de Noviembre en Santiago

ENTREVISTADORES: ¿Esa designación como responsable nacional de Acción Bélica hizo


cambiar el trabajo de Frank?
ENZO: A partir de su designación, toda la actividad de Frank se encaminó a perfeccionar los
grupos de Acción, especialmente en toda la provincia de Oriente, para preparar la llegada de
Fidel. Cuando en octubre realizó su segundo viaje a México, con la apreciación de que no
existían condiciones en el país para un serio apoyo a la expedición, intentó convencer a Fidel de
la necesidad de posponer el desembarco con vistas a ganar en preparación y organización de la
gente. Cuando regresó, trajo las orientaciones finales y la decisión de Fidel, contraria a su
propuesta, de realizar el desembarco ese año, convencido por la razones alegadas por el jefe del
Movimiento.

ENTREVISTADORES: ¿La negativa de Fidel contrarió a Frank?


ENZO: Creo que no, porque él viene convencido de que lo dicho por Fidel era lo más
conveniente, y que era mejor cumplir la palabra empeñada y venir ese año que arriesgarse a una
delación y perder la expedición, como le pasó a José Martí en 1895 cuando lo de la Fernandina.
Nosotros, por orientación suya, comenzamos a mover algunas armas. Mi hermano Puchete –
que por aquel entonces era encargado de un edificio de apartamentos de la familia Rousseau-
Bueno (en la calle Santo Tomás, entre Enramadas y Aguilera) y además trabajaba como
empleado en la tienda de regalos finos El Carrusel, en el mismo edificio, ambos propiedad de
esa familia–, por orden de Frank recibió un fusil M-1, una subametralladora Thompson y una
pistola, para que aprovechara el horario de almuerzo en que la tienda cerraba y allí mismo les
diera entrenamiento a algunos combatientes que él mandaría. En El Carrusel recibieron
preparación Octavio Louit Venzant, Cabrera, y Demetrio Montseny, Villa, ambos de
Guantánamo, y gente de Bayamo, de Mayarí, de Holguín, de Las Tunas y de otras localidades.
Cuando Frank se va al segundo viaje, deja instrucciones con Pepito Tey de que se lleven para
esa tienda todas las armas que estaban guardadas en su casa y que trasladamos Agustín País y
yo a pie para entregárselas a Puchete. Yo no sé qué cantidad eran, pues estaban envueltas en
paquetes de papel de estraza y amarradas, pero recuerdo que esas mismas armas fueron
repartidas a los diversos comandos el 29 de noviembre, en vísperas del alzamiento de Santiago
de Cuba.
Después que Frank regresa, se cita para una reunión el sábado 10 de noviembre por la
mañana, en casa de Emiliano Corrales, que vivía en los altos del Club Lido. Asistieron José
Álvarez Alemán (Nene), Pepe Cala, Pepito Tey, Léster Rodríguez, Ignacio Alomá, Enrique
Ermus, Otto Parellada, Agustín Navarrete, Jorge Sotús, Félix Pena, Emiliano Díaz Fontaine
(Nano), Taras Domitro –quien por entonces ya acompañaba a Frank como chofer–, el propio
Frank y yo.
Ahí él explicó las instrucciones que traía y la idea de Fidel de crear una insurrección general
en la población para apoyar a los expedicionarios cuando hubieran desembarcado. Además
explicó que se había calculado el tiempo que demorarían en llegar –basado en los nudos que por
hora haría el yate y la distancia a recorrer– y que se había determinado como momento de la
llegada el amanecer del quinto día después de la salida.

ENTREVISTADORES: En esa reunión es que se adopta la decisión de producir el levantamiento


general sin esperar las noticias del desembarco del Granma, tal y como estaba acordado con
Fidel. ¿Qué se dijo en la reunión que condujo a esta decisión?
ENZO: Bueno, en ese momento se formó una discusión tremenda, pues un compañero planteó
la posibilidad de que Fidel no llegara ese día y nos embarcara. Léster Rodríguez, movido como
por un resorte, se paró bruscamente diciendo que si Fidel dijo que llegaba ese día, lo haría, y
que él no embarcaba a nadie. Aquel planteamiento y el tono en que fue expresado daban por
sentada la seguridad de la llegada de Fidel en el día por él señalado. Otro motivo de discusión
fue la orientación de Fidel de que las acciones se realizaran después del desembarco y no antes.
Ahí la gente empezó a decir que si las acciones eran previstas de esa manera, quien primero se
enteraría del desembarco sería el Ejército y tomaría medidas que disminuirían nuestras
posibilidades de ayuda efectiva. Y alguien, que no recuerdo quién fue, propuso hacer coincidir
las acciones en su apoyo en el espacio de tiempo en que supuestamente Fidel desembarcaría,
que debía ser entre las cinco y las ocho de la mañana del quinto día después de la partida.
Es por eso que se mandan a vigilar los puntos donde se efectuarían las acciones, para ver
cómo era el movimiento de efectivos de la fuerza pública entre las cinco y las ocho de la
mañana. A tal efecto, Frank informó la creación de un Comité Militar –integrado por Léster
Rodríguez, Pepito Tey y él– que se encargaría de preparar el plan general, y por separado, con
cada jefe de grupo, asignar a cada cual su misión. Esto último se haría en una reunión que se
efectuaría en casa de Arturo Duque de Estrada, previa citación.
Se explicó además que el levantamiento que se pretendía, debía ser una insurrección popular,
donde las calles se bloquearan y el pueblo saliera y las ocupara. Para tener una idea de lo que se
debía hacer, Pepito leyó un capítulo de un libro de Jean Valtin, titulado La noche quedó atrás,
donde se narraba la frustrada insurrección realizada por los comunistas alemanes, dirigidos por
Ernest Thaëlmann en la ciudad de Hamburgo en octubre de 1923, y se describía cómo levantar
barricadas, tomar posiciones y esas cosas. Por supuesto, salvando la distancia y considerando
las diferentes circunstancias. Esa era la intención, producir un levantamiento popular en
Santiago de Cuba para que el Ejército viniera hacia nosotros y así darles tiempo a los
expedicionarios para que desembarcaran y penetraran en el territorio nacional, pues se suponía
que ambos hechos coincidirían en el tiempo.

ENTREVISTADORES: ¿Cuál fue su misión para el alzamiento del 30 de Noviembre?


ENZO: A mí me citan para la casa de Duque de Estrada, como a los demás jefes. Me dicen que
la misión de mi grupo sería tomar la Ferretería Dolores –frente a la plaza del mismo nombre–,
ocupar las armas allí existentes y trasladarlas al cuartel general, y además debía tomar y
custodiar la casa donde radicaría el cuartel general, que sería la de la familia Rousseau-Bueno
(en Santa Lucía, esquina a San Félix). Eso se facilitaba, pues mi hermano Puchete era empleado
de confianza de esa familia, tenía llave de la casa y podía entrar a cualquier hora sin ninguna
dificultad.
Cuando Frank decidió buscar una casa en un lugar céntrico para establecer el cuartel general,
pensó en la casa de los Rousseau-Bueno y habló con Puchete para conocer su opinión y si creía
que se le podía plantear el asunto a Suzette Bueno, la esposa del señor Rousseau, pues él sabía
que ella nos ayudaba. Ella permitió que guardáramos en su casa un mimeógrafo conseguido por
Pepito Tey y acogió por dos días a un compañero que fue perseguido después del
ajusticiamiento de Sosa y Otaño. También contaba el hecho de que Suzette conocía a Pepito por
ser maestro de uno de sus hijos en el Colegio La Salle y repasarlo en su casa. Ella también
colaboró junto con su mamá, Concepción Ramsden, en la protección y ayuda a los moncadistas,
además de realizar aportes económicos al Movimiento 26 de Julio.
Se me orientó que debía seleccionar a la gente que participaría en esa acción. Recuerdo que
Frank me dijo que para esa tarea escogiera preferiblemente a gente que no estuviera casada y no
tuviera hijos, por aquello de la posibilidad de morir luchando y entonces dejar desamparada a
una familia. Esa es una prueba más de la enorme condición humana de Frank, quien aun bajo
aquellas dificilísimas condiciones de lucha, se preocupaba por esas cuestiones. Así lo hice, y
salvo Causse –un negro fuerte y muy valiente, como lo demostró en múltiples ocasiones–, el
resto éramos solteros y ninguna persona dependía de nosotros.
Me dieron la libertad de proponerle al Comité Militar cómo realizaría la acción, para que ellos
la aprobaran o hicieran alguna sugerencia. Recuerdo que seleccioné a Causse, al Negrito
Carmenate, a Eugenio Aguilera, a Humberto Castillo y a Fallo Camacho –quien actuaría de
chofer– para que participaran conmigo en el asalto a la ferretería. Nos dedicamos entonces
durante tres días a observar el movimiento de autos por esa zona y de la policía. En el informe
que le presenté al Comité Militar expliqué que aproximadamente a las seis de la mañana las
patrullas que habían hecho la guardia nocturna regresaban a la estación de policía y al Cuartel
Moncada, y que a las siete ya no había policías en las calles. Además expliqué el movimiento de
unos ómnibus y carros que salían temprano para Songo-La Maya desde Aguilera –frente al
parque y la iglesia– y también les hablé de los serenos que cuidaban los comercios de la calle
Enramadas, cuántos eran, a la hora en que se iban y el rumbo que tomaban. Nosotros dimos la
idea de hacer la acción a las siete de la mañana, que al final fue aprobada.
La única pregunta que me hizo Frank fue cómo tenía pensado entrar a la ferretería, y yo, con
mi mentalidad clandestina, que aún pensaba hacerlo todo escondido, le respondo: «Bueno, me
busco un diamante con el que rompo el cristal y con una pata de cabra retiro el recubrimiento de
malla que tiene el vidrio detrás».
Y Frank, con ese sentido del humor que a veces tenía –no con todo el mundo–, me dice:
«Coño, chico, eso no es guerra, así parece que eres un ladrón. Así no se hace escándalo.
Olvídate del diamante, tú coges la pata de cabra y dale un golpetazo al cristal y rómpelo todo
adentro, para que haga bastante bulla y todo el mundo se entere de que ya estamos en guerra…»
La cosa fue que el día 29 de noviembre, encontrándome en la tienda El Carrusel en la
distribución de las armas, Frank me dice que vaya a la ferretería a ver a Reinerio Jiménez Lage
–compañero del grupo de Nano Díaz que trabajaba allí–, quien me daría un croquis del almacén
y me indicaría lo que me debía llevar y dónde estaban las armas, municiones y avituallamientos
de guerra con los que pensábamos ayudar a los expedicionarios. Así lo hice. Reinerio me pasó a
la trastienda de la ferretería y me explicó ante un pequeño croquis dibujado a lápiz en un papel,
las armas que debíamos llevarnos. Recuerdo que cuando salí de allí, fui con Eugenio Aguilera
hasta un rastro de materiales de hierro para la construcción que había en la calle Padre Pico
entre Aguilera y Heredia, frente a la Plaza de Mercado, y compré una pata de cabra en $ 1.50.
Todo lo que me había explicado Reinerio, yo lo analicé por la noche, cuando ya estábamos
acuartelados con los que íbamos a participar, sin revelar en ningún momento la fuente. Yo había
decidido, con la aprobación del Comité Militar, que Causse y Humberto (el primo de Negrito)
que eran los más fornidos, se metieran a la ferretería y sacaran los paquetes, y a ellos dos les
expliqué lo que me dijo Reinerio de la ubicación de las cosas que debían llevarse. Pero resulta
que después me enteré que Reinerio y Nano habían entrado a la armería de la ferretería antes de
las seis de la mañana del día 30 y se habían llevado las escopetas que se suponía yo me debía
llevar. No me di cuenta hasta que llegamos al cuartel general, pues cuando entró mi gente lo que
sacaron fueron unos fusilitos de perles, mochilas, cananas y otras cosas que no servían de
mucho, y ahí la gente me cayó encima y me criticó porque decían que el asalto no había
reportado los beneficios que se esperaban.
Pero yo había hecho un plan que los superiores aprobaron y ese plan consistía en que la
esquina de Aguilera y Calvario la iban a defender Negrito y Agustín País.

ENTREVISTADORES: ¿Agustín formaba parte originalmente de su grupo?


ENZO: No, pero unos días antes le pidió a Frank incorporarse a mi grupo, pues todos éramos
maestros y como también él lo era, pues quería estar con nosotros. Frank me lo planteó y yo
estuve completamente de acuerdo. Creo que Frank lo autorizó para reforzarnos un poco, pues
Agustín era un muchacho valiente y lo demostró cuando le cayó a tiros a un guardia que intentó
bajarse de una guagua en los momentos del asalto. Entonces, la esquina de Heredia y Calvario la
defenderíamos Eugenio Aguilera y yo. Y Taras Domitro que fue el chofer designado, se
quedaría con el motor de la máquina encendido y el maletero abierto frente a la ferretería para
guardar las cosas que se sacarían de la tienda. Y resulta que mi grupo no encontró lo que
buscaba, pero en realidad no teníamos la culpa. Después se aclaró la cosa. De la entrada al
cuartel general se ocuparía mi hermano Puchete, que le daría paso primero a Frank y a los
miembros de la Dirección, y después al resto de los compañeros, que de allí partiríamos a
realizar las acciones asignadas.

ENTREVISTADORES: Tenemos entendido que en los días previos al 30 de Noviembre usted hace
un viaje sorpresivo a Las Tunas, su tierra. ¿A qué se debió?
ENZO: El martes 27 de noviembre, como a las doce del día, Frank me localiza en el Colegio
de Maestros y me dice que debo ir a Las Tunas con la misión de llevarle a la Dirección del
Movimiento de allá las instrucciones finales. Consistían en que como no había posibilidades de
entregarles arma ninguna, debían resolver las cosas que pudieran con sus propios recursos,
como volar puentes, tumbar postes telefónicos y eléctricos, y paralizar o interrumpir el tráfico
para impedir el movimiento del Ejército. Además, debía informarles la fecha y hora
establecidas, que serían el día 30 a las siete de la mañana.
Salí en un ómnibus Santiago-Habana que cogí a la una de la tarde en la estación que estaba en
Carmen y Carnicería, para lo que Frank me entregó el boletín que ya había comprado. Recuerdo
que llegué ese mismo día al atardecer, localicé a José Rodríguez, Pepe –quien era el
coordinador–, y este a los demás compañeros, que a su vez avisaron a los de otros lugares
vinculados a Las Tunas. Y celebramos una reunión al día siguiente por la mañana en una casa
que estaba en la Carretera Central, frente a un lugar conocido como El Cuartelón de las 28
Columnas.
La casa pertenecía al locutor de radio Antonio Cusidó y allí estuvieron gente de Puerto Padre,
de la misma Tunas y de Jobabo. Les transmití las indicaciones con el máximo de detalles que
pude, pero siempre recordándoles que el objetivo debía ser paralizar los pueblos e inmovilizar al
Ejército batistiano para apoyar a Fidel. Cuando terminé la reunión me fui para la casa de mi
familia (recuerden que yo soy de allá) y ya ellos me habían gestionado el pasaje de regreso con
Rafael Catalá, el agente de Santiago-Habana. Y el mismo día 28, como a las siete de la noche,
embarqué en el ómnibus de regreso para Santiago. Llegué en la madrugada del 29, y cuando
llego a la casa, Puchete me informa que Frank ha dado la orden de acuartelar a mi grupo para las
siete de la mañana de ese mismo día en la tienda El Carrusel, y que él se había ocupado de citar.
Bueno, como a las siete de la mañana del día 29, encontrándonos Puchete y yo allí,
comenzaron a llegar los compañeros de mi grupo. Al poco rato llegó Frank con Taras Domitro y
nos dio la misión de distribuir las armas que quedaban allí por una lista que tenía Frank y que él
personalmente supervisaría. Se distribuyeron las armas sin problemas y antes de las once de la
mañana llegó Armando Hart. Entonces Frank me dijo que había que imprimir un documento
que me daría Hart. En ese entonces yo no sabía quién era Armando. Frank me lo había
presentado unos días antes como un compañero más, pero yo no sabía ni su nombre ni lo que
hacía en el Movimiento, y yo no preguntaba.
El caso es que Hart me dio un documento y me dijo que había que sacarle diez mil copias y
había que tenerlas listas para la mañana siguiente, que las Brigadas Estudiantiles las
distribuirían. Para esa tarea designé a José Ángel Mustelier y a José Nivaldo Causse, quienes
con dinero que me dio Frank compraron papel, tinta y los esténciles y se fueron para el Colegio
de Maestros para hacer el trabajo en el mimeógrafo de allí. Pero resulta que como a las cuatro
de la tarde me vienen a ver porque había un compañero que se había enterado de lo que estaban
haciendo y se opuso a que se usara el Colegio de Maestros para eso.
Cuando se lo dije a Frank, él enseguida –con esa chispa proverbial que tenía– me dijo que no
importaba, que si lo que le molestaba a ese compañero era que hiciéramos eso allí, pues
nosotros nos llevábamos el mimeógrafo para otro lugar y resuelto el problema. Y efectivamente,
fuimos en el Dodge rojo en que se movía, bajamos el equipo, lo montamos en el auto junto con
el resto de los materiales y se lo llevaron todo para una casita que Pepe Cala había alquilado en
Santa Lucía, cerca de Trocha, para mudarse cuando se casara el 4 de diciembre. Ahí se pasaron
Causse y José Ángel hasta las once de la noche imprimiendo la proclama, y cuando terminaron
ya no era posible regresar el equipo al Colegio y se dejó allí. Causse quedó incorporado al
acuartelamiento y a José Ángel lo mandé a su casa en reserva.
Durante el día, una parte de mi grupo se había ido con Frank para Punta Gorda a rellenar con
dinamita y ponerle fulminante y mecha a una caja de cascos de granada que habían traído desde
Guantánamo esa misma mañana. En eso estuvieron hasta bien entrada la tarde, casi de noche.
Participaron Hermes Clemente Caballero, Carlos Sarabia Hernández, Jorge Manfugás Lavigne y
los hermanos Euclides y Franklin Aguilera. Una vez de regreso, los autoricé para que fueran a
comer algo y finalmente nos acuartelamos en nuestra casa, en el Colegio Desiderio Fajardo.
Cuando terminamos con todas las tareas asignadas por Frank para ese día, mi hermano y yo, ya
de noche, cogimos nuestras armas y uniformes, los metimos en unos sacos de yute y los
llevamos para la casa de las hermanas Martínez Anaya: María Antonieta y Dulce, quienes
vivían en Santa Lucía y San Félix, frente a la casa de Rousseau y Suzette. Ellas eran maestras y
María Antonieta formaba parte de la Dirección del Colegio de Maestros. Ellas conocían de
nuestra actividad revolucionaria y nos guardaron el saco con todo aquello, sin problemas.
Después nos fuimos para el colegio nuestro (en Cuartel de Pardos número 311, entre Trinidad
y San Germán), donde pasamos la noche con los demás compañeros, y como a las cinco y pico
de la mañana repasamos el plan y nos dispusimos a irnos de dos en dos para el cuartel general.
El primero en salir fue Puchete –porque tenía que abrir la casa–, después Manfugás con Sarabia,
Negrito con su primo, y así fueron saliendo todos hasta que nos fuimos de últimos Miguelito
Deulofeu y yo. Cuando vamos bajando San Germán, nos paró una patrulla de la policía.
¡Imagínate, dos jóvenes juntos y a esa hora! Era una mala señal. Pero no, por fortuna creyeron
lo que les dijimos: que nosotros teníamos una escuela cerca y que íbamos a comprar pan a la
panadería que había entre Reloj y San Germán.
Ellos se fueron y nosotros por si acaso compramos pan y dimos una vuelta por si nos seguían.
Fuimos de los últimos en llegar. Ya allí estaban Frank, Armando Hart, Haydée Santamaría,
Gloria Cuadras, Ramón Álvarez, María Antonia Figueroa y Baudilio Castellanos, todos ellos de
la Dirección del Movimiento. También estaban Asela y Vilma –que no eran de la Dirección–,
junto a otro grupo de compañeros. Vilma se encargaba, entre otras cosas, de las medicinas y los
botiquines. Mi grupo completo quedó así: Taras Domitro –incorporado como chofer por Frank–,
Agustín País, Puchete, Negrito Carmenate, Humberto Castillo, José Nivaldo Causse, Eugenio
Aguilera, Jorge Manfugás, los hermanos Euclides y Franklin Aguilera, Carlos Sarabia, Miguel
Deulofeu y yo. Creo que no se me queda nadie. Esos fueron los que participaron conmigo en el
asalto a la Ferretería Dolores y en la custodia del cuartel general, que eran las acciones en que
nos correspondió participar aquel viernes 30 de Noviembre.

ENTREVISTADORES: Usted conoció personalmente a Pepito Tey, a Tony Alomá y a Otto


Parellada, compañeros todos caídos en las acciones del 30 del Noviembre. ¿Puede
caracterizarlos?
ENZO: De los tres, al que más conocí fue a Pepito Tey, después a Tony Alomá, y luego a Otto
Parellada, que fue con el que menos relación tuve de los tres. Yo sabía quién era, conocía de sus
actividades, pero no tuve la oportunidad de tratarlo personalmente. Yo estaba en el cuartel
general cuando llegó un compañero de apellido Pérez Silva (al que le decían Papín), del grupo
de Casto Amador, que fue quien trajo la noticia de la caída de Pepito. Yo no puedo describirte la
reacción de Frank en ese momento porque él se tragaba lo que sentía, y en su condición de jefe
no demostraba fácilmente sus sentimientos. Después fue que él expresó todo el dolor que le
causó aquella muerte de un amigo tan querido para él. En varios documentos lo dejó escrito,
nunca se acostumbró a su pérdida.
Yo vi a Pepito el 29 de noviembre por la noche en El Carrusel. Él llegó cuando ya habíamos
distribuido las armas y preguntó por Frank, que andaba esa noche de un lado para otro
supervisando todos los detalles. Recuerdo que Pepito iba vestido todo de blanco, y cuando le
dije que Frank no estaba, me dijo: «Bueno, si lo ves, dile que necesito hablar con él». Aún
recuerdo la forma en que me miró, lo hizo como si se estuviera despidiendo. Nosotros éramos
compañeros desde la Escuela Normal, jugábamos basketball juntos, fiestábamos, compartíamos
y nos respetábamos mutuamente. Él fue dirigente también en el Colegio de Maestros, formó
parte del Círculo Literario Heredia, y eso posibilitó que nuestros vínculos se estrecharan. Sentí
mucho su muerte, porque además de perder a un luchador y jefe muy valioso, yo perdí a un
amigo.

ENTREVISTADORES: ¿Y Tony?
ENZO: Yo conocía menos a Tony. Él era un muchacho de La Placita, un tipo serio, pero muy
simpático y de buenas relaciones humanas. Comencé a relacionarme más con él cuando se
empieza a usar su casa para reuniones. Incluso la reunión donde pasamos a formar parte del M-
26-7 se hizo en su casa. Ambos sabíamos en qué andaba cada uno, pero no trabajamos juntos ni
siquiera en los días previos al 30 de Noviembre, cuando en su casa había un arsenal importante
que fue distribuido entre otros comandos distintos a los que se equiparon con las armas que
estaban en El Carrusel. La noticia de su muerte también la trajo Pérez Silva y resultó igualmente
dolorosa.

ENTREVISTADORES: ¿Y Otto?
ENZO: Pérez Silva no sabía nada de la muerte de Otto, y yo salí del cuartel general antes de
que llegara esa noticia, me enteré en la tarde de ese mismo día. Esas tres muertes fueron muy
dolorosas e irreparables para el Movimiento 26 de Julio, pues además de ser luchadores de
valía, probados ya en el fuego de la acción, eran muy buenos compañeros de todos los que
participábamos en aquellos acontecimientos libertarios.
5
Responsable de la propaganda

ENTREVISTADORES: Después del alzamiento, ¿volvió a participar en el Frente de Acción?


ENZO: No, yo en el Frente de Acción participé hasta ese día. Frank planteó que nos fuéramos
para el monte con Fidel, pues él sabía que ese era el plan suyo: desembarcar e internarse en la
Sierra Maestra. Yo me negué, pues por mi cabeza no pasó irme en ese momento para el monte.
Entonces él me dijo que estaba bien, que les dijera a mis compañeros que él trataría de irse y
que aquellos que lo quisieran acompañar que lo hicieran, y los que no, pues podían dejar el
lugar. A mí me dijo que regresara al Colegio de Maestros, que ahí me localizaría cuando fuera
necesario.
Puchete y yo nos escondimos en casa de Teresa Hernández, en la calle Rey Pelayo entre
Clarín y San Agustín. Nos pasamos ahí el resto del día 30 y el primero y 2 de diciembre
escuchando rumores e informaciones de todo tipo. El día 2 por la noche se dice que Fidel había
desembarcado, pero que lo habían matado, y en los días siguientes, que sí había logrado llegar a
la Sierra Maestra. En fin, había una atmósfera de incertidumbre general que no se despejó ni
siquiera cuando salimos el día 3.
Ese mismo día en casa de Teresa, mi hermano Renaldo me dijo que Frank había estado
buscándome por el Colegio de Maestros y me había dejado un mensaje para que lo viera. Debo
decirte que después del 30 de Noviembre yo seguí andando por Santiago sin ningún problema y
sin que nadie se imaginara que había participado en el levantamiento. Pero no fue así para
Puchete, quien por ser persona de confianza de los Rousseau-Bueno y conocido de las
empleadas de la casa, tuvo que esconderse un buen tiempo como precaución, aunque nunca
intentaron detenerlo.

ENTREVISTADORES: ¿Cuándo vuelve a encontrarse con Frank?


ENZO: A Frank lo volví a ver en casa de Vilma, creo que el 4 o 5 de diciembre. Me citó para
una reunión que se celebró unos días después en la casa de las hermanas Atala Medina (en la
calle Santa Rita, entre Santo Tomás y Corona), donde había estado instalado un botiquín para el
30 de Noviembre.

ENTREVISTADORES: ¿Quiénes asisten a esa reunión?


ENZO: Ahí estuvimos todos los jefes de Acción: Félix Pena, Agustín Navarrete, Nene Álvarez,
Nano Díaz, Jorge Sotús, Ignacio Alomá, Enrique Ermus, Frank y yo. Los únicos que faltaban
eran Nicaragua, Pepe Cala y Pepito Tey, caído heroicamente en el ataque a la estación de la
policía, en la Loma del Intendente. Pepe Cala había sido detenido, al igual que Léster
Rodríguez.

ENTREVISTADORES: Hagamos un paréntesis para caracterizar a Jorge Sotús.


ENZO: Yo no puedo calificar a Jorge Sotús como un aventurero, pero sí como una persona que
no tenía conciencia política suficiente para comprender que lo que estaba haciendo era relevante
históricamente. Él se involucraba en las cosas de Acción, pienso yo porque era lo que le
garantizaba estar en algo emocionante. Nunca lo vi preocupado por el futuro, ni por el desenlace
de nuestra lucha, que era en definitiva la lucha en la que él participaba también. Pero eso no
quiere decir que él fuera un aventurero.
Fue el jefe de la toma de la Policía Marítima el 30 de Noviembre. Frank lo designó jefe del
destacamento de refuerzo y estuvo en la Sierra Maestra hasta que Fidel personalmente lo mandó
para el llano a ayudar en el envío de armas para allá. Para eso fue al extranjero y se unió a
Léster Rodríguez, cuando este era el máximo responsable de esta vital tarea, y por tanto
participó con Léster en lo del Pacto de Miami.1 Después que Fidel rompe con el Pacto de
Miami, ellos estuvieron haciendo unas gestiones en Costa Rica para traer una expedición de
armas, y allá hubo una persona que al parecer quiso engañarlos, y le dieron muerte. Sotús fue de
los que participó en el ajusticiamiento.

ENTREVISTADORES: ¿Sotús participó en las ejecuciones de Otaño y Sosa?


ENZO: Sí, junto a Nicaragua, Nene Álvarez y Frank País.
Todo eso le daba a Sotús cierto hálito de «tipo guapo», que hacía suponer que él tendría una
fuerte participación en los hechos del 30 de Noviembre, como efectivamente ocurrió. Porque la
acción más vigorosa y más efectiva que se hizo en esa fecha fue la que él dirigió: la toma de la
Policía Marítima. Esa fue la única con éxito real, y en medio de un combate. Porque yo dirigí el
asalto a la ferretería, pero lo único que hicimos fue llegar, coger las armas, y el único disparo
que se hizo fue por Agustín País, a un guardia que intentó bajarse de un ómnibus.
El asalto a la Policía Nacional el 30 de Noviembre –que era la acción más dura– no triunfó,
pero la de Sotús, sí. Y eso le confirió un grado de fama de hombre valiente y audaz, que en mi
opinión fue lo que determinó a Frank para designarlo jefe del primer refuerzo que manda a la
Sierra Maestra. Y en eso Frank seguía a Fidel: las responsabilidades y las jefaturas –poder
mandar a un grupo de hombres–, los compañeros tenían que ganárselas demostrando en la
práctica de lo que eran capaces, con suficiente prestigio y autoridad. Y Sotús alcanzó ese mando
por las acciones en las que había participado.
Entonces Sotús sube de jefe del refuerzo y creo que Nano Díaz de segundo, porque ese era
otro que se había ganado un prestigio tremendo: también participó en los atentados de abril de
1956, y en el 30 de Noviembre con su ametralladora. Creo que a Nano lo define con claridad
Furry [Abelardo Colomé Ibarra] en el libro Secretos de generales, al conceptuarlo como un
«tipo duro».
Yo no estoy seguro de la composición organizativa del refuerzo, pero sí estoy seguro de que
Sotús iba de jefe y que Nano es-taba también entre los jefes, que incluso mandaba a Félix Pena.
Pena no tenía el historial participativo en acciones de Nano, y no porque no hubiera demostrado
su valentía.
Frank era muy cuidadoso en eso, a la hora de designar al jefe de algo: él valoraba mucho qué
había hecho antes esa persona en la que él pensaba, por eso es que él designa a Nicaragua como
su segundo, por el trabajo organizativo desarrollado por este y por su participación en acciones.
Esa es la misma razón por la que manda a Sotús como jefe del refuerzo.

ENTREVISTADORES: ¿Cree que el entorno familiar influyó en la personalidad rebelde de Sotús?


ENZO: Me parece que sí. Sotús era un muchacho con muchos problemas en su familia. A
pesar de que tenían dinero, lo hacían trabajar en un almacén. Quizás por eso era muy rebelde, y
siempre estaba fajado con todo el mundo, es decir, que tenía serios problemas en su
comportamiento. Pienso que la forma en que fue criado lo hizo comportarse como un rebelde en
la calle. Por eso él tuvo más de una discusión con Frank. Porque Sotús era muy fresco y muy
bocón, y eso Frank no lo soportaba, pues donde él estuviera se hacía lo que él decía y punto, y a
Sotús no le gustaba que le dieran órdenes.
Antes de que Frank realizara su primer viaje a México, me pregunta que a quién yo
consideraba que se podía dejar en su lugar, cosa que después me enteré le preguntó al resto de
los compañeros. Yo le dije que a Pepito, porque nosotros lo veíamos como el sustituto natural
de Frank, siempre andaban juntos, se compenetraban muy bien, a pesar de tener caracteres tan
diferentes, lo que los convertía en dos caras de una misma moneda. Muchos años después, en
una conversación con el difunto Pepe Cala, este me cuenta que Frank le preguntó que si él con-
sideraba a Sotús capaz de asumir su lugar mientras él estuviera de viaje. Y Pepe le dijo que no,
puesto que Sotús tendría muchos problemas con la gente por su carácter y su forma. Eso es para
que tengan una idea del criterio que se tenía de Sotús.
Cuando Frank viene, Sotús es de los que se encargan junto con Pepito de localizar y adquirir
la tela para los uniformes del levantamiento y encontrar a las personas que se encargarían de su
confección. Las medidas para el mío las tomó él mismo y me enseñó cómo tomárselas a los de
mi grupo. El 30 de Noviembre yo presencié una discusión entre Frank y Sotús, porque este
último –al llegar con las armas del asalto a la Policía Marítima– estaba bastante alterado, pues
no se sabía nada de la llegada de Fidel. Y Frank lo tuvo que llamar a capítulo. Después lo vi en
la reunión que se hizo posterior al levantamiento, en la que Frank designó a Nicaragua como su
segundo y a mí al Frente de Propaganda. En esa oportunidad lo vi tranquilo y calmado.
Cuando triunfa la Revolución, yo no veo a Sotús porque estoy en La Habana, pero sé de sus
andanzas, porque él fue de la gente que en Santiago estuvo contra la unidad de las fuerzas
revolucionarias. Ese grupo a la larga se vinculó a la cosa de Hubert Matos, y Sotús también. Por
eso estuvo preso un tiempo, y no sé si se escapó o salió en libertad, pero se fue para Estados
Unidos. Luego me enteré de que estuvo involucrado en actividades contrarrevolucionarias. Y en
Miami –según me dijeron–, preparando una lancha artillada, se electrocutó y murió. Esa es toda
la información que tengo de Jorge Sotús.

ENTREVISTADORES: ¿Qué suerte corrió cada jefe de Acción después del levantamiento?
ENZO: Según lo que yo recuerdo, Jorge Sotús fue designado para dirigir el grupo de refuerzo
para la Sierra. Emiliano Díaz Fontaine, Nano, también fue seleccionado para integrar ese grupo,
al igual que Enrique Ermus y Félix Pena. Nene Álvarez e Ignacio Alomá se quedaron en
Santiago, junto con Nicaragua, quien fue designado por Frank como su segundo, cargo en el que
se desempeñó hasta que cae preso en abril o mayo de 1957. Luis Clergé se quedó en Santiago
con su grupito, que había sido incorporado al de Pepe Cala antes del levantamiento. José (Pepe)
Cala estuvo preso hasta que salió absuelto en el juicio y Frank lo incorpora a trabajar como una
especie de ayudante suyo para el trabajo en los municipios. Agustín Navarrete quedó en Santia-
go trabajando en Acción, junto con Agustín País. Casto Amador cayó preso y fue condenado.
Bueno, yo seguí en la ciudad, ocupando a partir de ese momento la jefatura del Frente de
Propaganda. Creo que no se me queda ninguno de los que participó como jefe de algún grupo en
las acciones del 30 de Noviembre.

ENTREVISTADORES: Félix Pena es una figura polémica, que tuvo encontronazos con Frank.
¿Qué justiprecio le merece?
ENZO: Yo de Félix no tengo mucho que decir, porque en cuestiones de trabajo solo
coincidimos ocasionalmente. Sabía de su dirigencia en la Escuela de Comercio, y que era muy
valiente, salía al frente en todas las manifestaciones estudiantiles, era el prototipo del líder
estudiantil que le salía al frente a la policía en cualquier momento. Él es de los que inicia el
trabajo conspirativo en Santiago que comenzó por los estudiantes, junto con Temístocles
Fuentes, Orlando Benítez, Frank País, Pepito Tey y otros que eran dirigentes en los centros de
Segunda Enseñanza. Eso desde fecha tan temprana como octubre de 1952. Pena sigue con Frank
y los demás hasta que se decide crear Acción Revolucionaria Oriental, con el criterio de
organizar grupos de acción que se desvincularan de cualquier otra cosa que no fuera la
preparación de la guerra.
Cuando eso ocurre, las ideas de Frank y de Pena comienzan a separarse, pues este último
sostenía que el frente estudiantil era un centro de agitación política que se debía mantener con
todas sus actividades. Y Frank no decía lo contrario, pero consideraba que los elementos de los
nuevos grupos de acción se debían apartar de la vida pública, de manifestaciones en las calles,
para trabajar en la clandestinidad. Pero además Pena no era un desconocido. Él funda el Bloque
Estudiantil Martiano enseguida que empezó la conspiración en la ciudad, y el Bloque ganó
adeptos en todos los centros de Segunda Enseñanza. Frank entendía que si Pena no se ajustaba a
la nueva forma de lucha, pues no lo quería colaborando, además de que pensaba que toda esa
actitud suya tenía que ver con el interés de destacarse para sobresalir y luego escalar como una
figura política pública.
El caso es que cuando se van a crear las Brigadas Estudiantiles del Movimiento 26 de Julio,
todo el mundo pensaba que era Pena la persona idónea para dirigirlas. Pero Frank no estuvo de
acuerdo. Según mi criterio, por esa diferencia de concepción de la lucha. Y a Frank nadie le
ganaba en tozudez cuando tenía un criterio bien pensado y razonado. Esto a pesar de que Josué,
Pepito y Léster apoyaban la jefatura de Pena en las Brigadas.
El 27 de noviembre de 1955, en la Universidad de Oriente se realiza una manifestación
liderada por Félix Pena y sus adeptos, en la que queman una guagua, y para esa acción a Frank
le habían pedido prestada una pistola que en la huida se había extraviado, y que felizmente
encontraron cuando viraron a buscarla. Después de eso es que Frank accede a que Pena se haga
cargo de las Brigadas, pero bajo su supervisión y control. En Santiago, no sé si por ese control
directo de Frank, o por la labor de Pena, las Brigadas se convirtieron en el segundo escalón en el
aparato armado.
A Pena lo vi en dos reuniones importantes: la primera antes del 30 de Noviembre en la casa de
Emiliano Corrales –adonde Frank, después de su viaje a México, trae las últimas orientaciones–,
y la segunda –después del alzamiento–, en la casa de las Atala Medina, para reorganizar el
trabajo del Movimiento.
Pena se va en el primer refuerzo para la Sierra, cruza con Raúl Castro para el Segundo Frente
y regresa a Santiago después del triunfo. Nosotros no nos vimos porque nunca tuvimos una
relación estrecha. Coincidimos en la lucha en Santiago, pero nunca trabajamos juntos. Luego
supe que había tenido problemas por aquel juicio celebrado a los pilotos en febrero de 1959, a
los que absolvió. Yo lo supe porque Augusto Martínez Sánchez, ministro de Defensa Nacional –
con el que yo trabajaba–, debió ir a Santiago a rehacer el juicio. Al parecer los abogados de la
defensa convencieron a Pena –que presidió el Tribunal Revolucionario–, sobre todo un profesor
de la Escuela de Comercio que defendió la tesis de que no se podía probar la participación
individual de cada uno de los acusados en los bombardeos porque no se contaba con las pruebas
suficientes, por no existir los medios para alcanzarlas.

ENTREVISTADORES: ¿Por qué Félix Pena preside el Tribunal Revolucionario?


ENZO: Porque él es un comandante del Ejército Rebelde de tremendo prestigio, que se ganó
los grados sobre la base de sacrificios y de esfuerzos personales. En el Primer Frente fue herido
en el combate de El Uvero, estuvo con el Che recuperándose y después estuvo en la vanguardia
de Fidel, antes de cruzar con Raúl para el Segundo Frente, ya con los grados de capitán.
Además, Pena conocía a Fidel desde que este sale amnistiado en 1955, ocasión en que Pena y
Temístocles lo esperan en La Habana para hacerle una entrevista para la revista Mercurio, de la
Escuela de Comercio. Era lógico que presidiera uno de los Tribunales Revolucionarios, al igual
que otros jefes rebeldes.
A mí lo que me parece es que Pena debió consultar con la máxima Dirección de la Revolución
esa decisión de no condenar a ninguno de los pilotos acusados. Después de eso, a Pena se le vio
apartado, hasta que me enteré que se había suicidado. Yo creo que eso tuvo que ver con su
incapacidad para comprender y asimilar la decisión que se adoptó después de ese incidente, de
mandarlo al extranjero en calidad de agregado militar.
Creo que de alguna manera la Dirección revolucionaria le hizo ver que aquello había estado
mal. Incluso, no hace mucho me enteré que Raúl lo había querido mandar de agregado militar
para Alemania. Al parecer, él no entendió esa forma que la Revolución le ofrecía para que
saliera un poco del ámbito público y pudiera reflexionar, y poco después se mató.
De Pena creo lo mismo que de todos los compañeros que lucharon, a los que siempre
consideré sagrados. Para mí todo el que participó en cualquier actividad, por muy pequeña que
esta fuese, merece el respeto y el reconocimiento, siempre que no haya traicionado. Y Pena
entra en ese grupo de combatientes sagrados para mí. Por eso es lamentable que haya tomado la
decisión de acabar con su vida.

ENTREVISTADORES: Volvamos con la reunión, ¿qué se acordó allí?


ENZO: Allí Frank dijo que Nicaragua sería su segundo, y que yo pasaba de Acción a ser
responsable de Propaganda. Se habló de la forma de controlar el dinero que se recaudara, las
armas, los víveres y todo lo que pudiera servirles a Fidel y a los demás expedicionarios que –
según Frank nos informó– estaban en la Sierra, pero en precarias condiciones y bajo constante
hostigamiento. Frank planteó la necesidad de organizar toda la ayuda que venía en esos
momentos del pueblo, que estaba aportando ya de forma masiva a la causa. Además, se habló
del control de los combatientes santiagueros escondidos para comenzar su reorganización bajo
la responsabilidad de sus jefes, pues la lucha continuaba.

ENTREVISTADORES: ¿Usted no participó de ningún análisis que hiciera el Movimiento en


Santiago sobre el levantamiento del 30 de Noviembre?
ENZO: Mira, después del 30 yo me escondí. Y como dos días después, Frank realiza una
reunión en una casa de la calle Trinidad, en la que yo no participo porque no me pudieron
localizar. De ese encuentro me enteré después y por tanto no sé lo que se trató allí. Al menos en
la primera reunión en la que yo participo después del alzamiento no se trató ese asunto, ni en
ninguna de las siguientes. Puedo decir entonces, en lo que a mí respecta, que no se hizo ningún
análisis de los resultados, exceptuando quizás esa reunión en la que yo no estuve, y por tanto no
sé si se habló de eso.

ENTREVISTADORES: ¿Qué justifica que se le nombre responsable de Propaganda? ¿El trabajo


abarcaba la provincia de Oriente o solo lo realizó en Santiago de Cuba?
ENZO: Mi grupo originalmente se dedicó a esas cuestiones, y en aquellos momentos
disponíamos de algunos recursos, sobre todo de dos mimeógrafos donde reproducir lo que
hiciera falta. De hecho teníamos montado un pequeño aparato de impresión y distribución de
estos materiales, conocíamos cómo funcionaba esa actividad. Y casi sin darme cuenta la
responsabilidad de todo lo referente a la propaganda derivó hacia mí. Por lo que cuando se
celebra la reunión, esa designación que hace Frank lo único que hizo fue oficializarme en esa
responsabilidad, porque en la práctica ya la realizaba. Solo que ahora respondería por ella ante
la Jefatura del Movimiento. Además, nosotros no éramos solo un grupo de impresión de
propaganda general, sino de toda la documentación organizativa del Movimiento. Ese mismo
trabajo propició que yo me acercara más a Armando Hart, que atendía la propaganda junto a
Frank por aquellos días. Parece que Frank pensó en eso desde antes, porque cuando Pepito Tey
recibió de los auténticos un mimeógrafo eléctrico Gestetner que ellos temieron guardar, él me
dijo que lo recogiera en casa de Pepito y me hiciera cargo de él.
A partir de ese momento me dediqué por completo a la cuestión de organizar el aparato de
Propaganda, trabajando en Oriente hasta noviembre del año 1957 y después en Propaganda
Nacional desde febrero de 1958 hasta la Huelga General del 9 de abril.

ENTREVISTADORES: ¿De dónde viene Bruno como su nombre de guerra?


ENZO: En los días posteriores al 30 de Noviembre estábamos un grupo de compañeros en el
Colegio de Maestros, y allí estaba Armando Hart. Ese fue el período en que él estuvo muy
relacionado con las cuestiones propagandísticas e iba con frecuencia al Colegio. Allí mismo
decidimos ponernos pseudónimos, nombres falsos para que nadie supiera nuestros verdaderos
nombres. Armando me puso a mí Bruno, no sé por qué, y ya él tenía como nombre de guerra el
de Jacinto.

ENTREVISTADORES: ¿Frank estaba presente?


ENZO: No, ya Frank estaba clandestino, el que se movía libremente aún era Armando, igual
que Haydée Santamaría.

ENTREVISTADORES: ¿Cuál era la actividad real de Armando Hart?


ENZO: Él funcionaba como un organizador de muchas cosas. Mira, Armando estuvo en
labores organizativas en la Propaganda, en la Resistencia Cívica, en el Movimiento Obrero y en
el Frente Estudiantil, en sus inicios. Después que Frank y él determinaron los aspectos generales
de organización, quien se encargaba de ponerlos en práctica era Armando, con excepción de lo
referente a Acción y la atención a la Sierra Maestra.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo se articuló el Movimiento Estudiantil?


ENZO: Este se comenzó a gestar a través de un grupo de compañeros de la Universidad de
Oriente vinculados a Pepito Tey y después a mí por la Propaganda. Ahí estaban Machi
Fontanils, Willy Hodges y José Luis Gálvez, Papito, entre otros. Ellos empezaron su trabajo con
la propaganda en el sector estudiantil, pero cuando se decide crear un Frente Estudiantil del 26
de Julio, lo asumen sin problemas. Por otro lado, Armando Hart estuvo en relaciones con
Joaquín Méndez Cominche, dirigente estudiantil de la Escuela de Comercio y miembro, con
Félix Pena, de las Brigadas Juveniles. Pero todo eso del FEN no cristalizó sino hasta después de
la muerte de Frank, cuando Méndez Cominche no estaba ya en Santiago.
Recuerdo que una vez –por indicación de Armando– Marcelo Fernández y yo nos reunimos en
casa de Bertha, mi novia (en calle 6 de Santa Bárbara), y trabajamos en la elaboración de un
documento con las orientaciones de lo que debía ser el FEN. Este en definitiva se organizó en
las provincias. Y salvo en Oriente, la tarea de organizarlo se le asignó a la Resistencia Cívica.
En La Habana designaron a Elvirita Díaz Vallina, de la Universidad. En Santa Clara estaba
Armando Choi, dirigente de Segunda Enseñanza, y en Oriente estuvieron los compañeros de la
Universidad que les mencioné.

ENTREVISTADORES: ¿Cuál fue su vínculo con el Movimiento Estudiantil?


ENZO: Yo me acerqué a esa actividad porque además de que los compañeros que lo inician
estaban vinculados a la propaganda, yo voy después del 13 de marzo de 1957 –por indicación de
Armando Hart– a una reunión con los dirigentes estudiantiles de Santiago para proponer que se
cerraran todos los centros de Segunda Enseñanza. Voy a ese encuentro –que se celebró en el
Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago– con los dirigentes de los centros, designado por el
Movimiento 26 de Julio para plantear nuestra posición de que deben cerrar los centros
secundarios después del asalto al Palacio Presidencial. Hay que reconocer que los dirigentes
estudiantiles aceptaron nuestra posición y después de aquel encuentro se acabaron las clases en
los centros secundarios de Santiago. Luego seguí en contacto con aquel grupo, pues yo les
entregaba propaganda para que la distribuyeran entre los estudiantes de sus planteles, hasta que
se creó el FEN.

ENTREVISTADORES: Una digresión: usted ha mencionado recurrentemente a un compañero, José


(Pepe) Cala Benavides. ¿Pudiera hablarnos de él con más detalle?
ENZO: Yo a Pepe lo quiero mucho, pues fue quien me vinculó a la lucha con el grupo que
dirigía Frank. Él trabajaba en la PREUI Radio, que era una institución radiotelegráfica que
prestaba servicios de emisión de mensajes mediante ese sistema de transmisiones de ondas de
radio y telegrafía. Estaba ubicada en Corona y Aguilera, un lugar céntrico y de mucha actividad
comercial. También estudiaba en la Escuela de Radiotelegrafía, en la calle San Basilio esquina a
Carnicería, exactamente en la casa del padre de Duque de Estrada, lo cual yo nunca entendí muy
bien.
Por aquellos días él iba con frecuencia a la Escuela de Comercio, donde había un foco de
antibatistianismo y de rebeldía que se palpaba entre los estudiantes, y Pepe no era ajeno a ello.
Además, a él le interesaba el arte y la literatura, y se vincula desde sus inicios al Círculo
Literario Heredia, una especie de reunión cultural, como ya expliqué, que hacíamos el primer
domingo de cada mes. Pepe se había enamorado de Bertica Sagué, que era miembro y asidua
visitante en nuestro Círculo, bien en el Instituto Barrios, propiedad de su hermano Miguel Ángel
Sagué, o en el Colegio Desiderio Fajardo. Y fue en ese marco propicio en el que Pepe –al ver
que mis hermanos y yo éramos oposicionistas– nos propuso participar en la lucha. Es por eso
que yo participo, invitado por él, en una reunión que resultó dirigida por Frank.
A partir de entonces y a pesar de que yo tenía un grupo independiente, sigo manteniendo una
relación de amistad y de cierta indiscreción con Pepe, sin llegar a revelar actividades
importantes. Y yo digo indiscreción por el hecho de que un jefe de grupo no tenía por qué
conocer las acciones o las tareas asignadas a otro, y eso entre Pepe y yo era violado.
Pero así como él me reclutó a mí y luego Frank me independizó, igualmente pasó con otros
combatientes, como Nicaragua, y otros más. Por eso es que yo digo que Pepe fue el gran
reclutador de compañeros, que los llevaba con Frank, y luego este a la mayoría de aquellos los
puso a trabajar al frente de grupos. Eso habla mucho de la capacidad que poseía Pepe a la hora
de captar gente para la lucha.
Él participó el día de los atentados en el grupo que tuvo problemas –el de Carlos Díaz,
Orlando Carvajal y Nene Álvarez–, donde resultó herido de gravedad, pues recibió un disparo
de Springfield que le alcanzó un brazo, el costado y perdió mucha sangre. Tuvo que caminar
muchísimo en esas condiciones hasta que llegó a casa de unos familiares y se pudo esconder.
Después de eso, él siempre andaba con mangas largas para que no se le viera la cicatriz, pero
con muy buen ánimo y muy entusiasta y dispuesto a trabajar. Luego vino el levantamiento del
30 de Noviembre, donde él debía participar en una parte del bloqueo al Cuartel Moncada.
Recuerdo que el día 29 no teníamos lugar donde guardar el mimeógrafo en el que se iba a
imprimir la propaganda que se lanzaría al día siguiente, y él me dio la llave de la casa donde se
acuartelaría con su gente, que era la casa que él había alquilado y preparado con anterioridad
para casarse el 4 de diciembre e irse a vivir allí.
El hecho fue que él se enteró por Héctor Delfín –un compañero del grupo de Otto Parellada
que tenía a su padre y a un hermano en el Ejército batistiano– que ya las fuerzas enemigas
tenían conocimiento de que se iba a hacer algo grande en Santiago. Y Pepe salió a buscar a
Frank y a Pepito para informárselo. Creo que vio a Pepito, y este le dijo que de todas formas se
iba a hacer la acción. Él no pudo ver a Frank porque ya estaba en Punta Gorda y hasta allá él no
podía llegar.
Entonces estuvo esperando a Frank en el cuartel general, acompañado por Luis Clergé, hasta
cerca de las seis de la mañana, hora en que decidió ir a su casa a buscar a su gente. Pero cuando
llegó ya los miembros de su grupo, como no lo vieron, se habían ido, y el caso es que el grupo
de Pepe se desperdigó. Como no pudo ver a Frank y al llegar a su casa ya su gente estaba
perdida, decidió irse a trabajar. Para esa época él laboraba en la refinería, y allá lo fue a buscar
la policía, porque al parecer hubo un chivatazo de alguien que vio movimiento en su casa y
avisó a la policía. Entraron, cogieron el mimeógrafo, todos los papeles y lo buscaron para
detenerlo. Y en el SIR lo que le hicieron fue mucho. ¡Imagínate que le cogieron la casa llena de
propaganda! ¡Debía ser un jefe grande!

ENTREVISTADORES: ¿Lo torturaron?


ENZO: Sí, pero él se defendió diciendo que eso era cosa de Frank y de Pepito. En definitiva,
uno estaba en la calle, clandestino, y el otro muerto. Es decir, que él hizo sus declaraciones
dirigidas a admitir las cosas que eran evidentes, como lo de la propaganda ocupada, pero sin
delatar a nadie, y los únicos nombres que menciona son los de Frank y Pepito, que eran hombres
buscados por la policía desde antes del 30 de Noviembre.
Él estuvo preso hasta que en el juicio salió en libertad. Y cuando sale, Frank me pregunta qué
creía yo que se podía hacer con Pepe, porque para esa fecha ya el refuerzo se había ido y él
estaba sin gente. Entonces Frank decidió mandarlo de delegado de coordinación del
Movimiento a Manzanillo y a Bayamo, donde había algunos problemas, y allá estuvo.

ENTREVISTADORES: ¿En qué fecha?


ENZO: Él estuvo allá desde finales de mayo o principios de junio hasta que mataron a Frank,
cuando regresa a Santiago, recoge a Bertica, su esposa, y decide irse para el extranjero.
ENTREVISTADORES: ¿Para dónde?
ENZO: Creo que se fue a Estados Unidos, porque él tenía muy buenas relaciones con Léster
Rodríguez, que estaba allá. Y cuando Pepe regresa a Cuba después del triunfo, se vincula a
Léster, con el cual trabaja.
Eso es lo que sé de Pepe. Reitero que él fue un oficial reclutador –como yo le decía a él–,
porque la mayoría de los compañeros que él captó, luego formaron grupos independientes. Y de
él yo tengo un excelente criterio, no solo por eso, sino por su disposición y su entrega a la causa
revolucionaria. Yo a él lo considero como uno de los compañeros originales, que fue quien me
llevó a mí a la lucha.1

ENTREVISTADORES: ¿Podría explicar con la mayor exactitud posible cómo se organizó el


trabajo de la propaganda cuando la asumió, digamos, «oficialmente»?
ENZO: Mira, el equipo al inicio era muy pequeño: mi hermano Puchete y Leonel Duharte
Mena, conocido como Chano –compañero nuestro del grupo de Pepe Cala–, eran los impresores
en el mimeógrafo situado en casa de Teresa Hernández. El Colegio de Maestros no se podía
utilizar, pues el mimeógrafo fue ocupado por la policía en la casa de Pepe Cala junto con las
proclamas que no llegaron a distribuirse. No obstante, la policía no llegó a determinar la
procedencia del equipo y demoramos varios días en reponerlo a la institución. Reunimos los 300
pesos entre maestros que simpatizaban con la causa y 100 pesos que me dio Frank, y logramos
comprar uno idéntico en el mismo lugar, una casa de venta de equipos de oficina situada en la
calle Enramadas, casi frente al Correo, donde se desempeñaba como gerente Rodolfo
Rodríguez, que había sido compañero mío en la Escuela Anexa a la Escuela Normal y teníamos
cierta amistad. Yo lo abordé, le dije la verdad y le pedí ayuda para que el nuevo mimeógrafo
apareciera en caso necesario como el comprado originalmente. Él estuvo de acuerdo y nunca
tuvimos problemas con eso, pues pasó como si nunca hubiera faltado ese equipo en el Colegio
de Maestros. Además, allí solo conocíamos de eso un pequeño grupo de comprometidos.

ENTREVISTADORES: Hasta ahora solo ha hablado de la impresión, pero su grupo no se ocupaba


únicamente de esa parte del trabajo. ¿Qué más hacían?
ENZO: Efectivamente, la propaganda no solo implicaba un acto de impresión. Primero
debíamos redactarla, después imprimirla y finalmente circularla. Así fue desarrollándose el
grupo. Al principio eran Frank o Armando los que nos daban los materiales, luego nos daban las
orientaciones de lo que había que divulgar, y para esto se creó un equipo de redactores del que
formaron parte mi hermano Renaldo, Helvio Corona Junquera, Jorge Manfugás e Hilario Peña.
Renaldo estuvo vinculado a ese trabajo desde los días posteriores al golpe de Estado, cuando un
grupo de ortodoxos entre los que estaban María Antonia Figueroa, Enrique Rubio Llerena,
Enrique Canto, Gerardo Abascal, Enrique Soto Tió, Nilda Ferrer, Cayita Araújo, Angélica
Miyares y él, editaban y distribuían una hoja impresa con el nombre Más luz, de contenido
antibatistiano. Después se incorporaron como redactores Helvio Corona Junquera, Jorge
Manfugás e Hilario Peña. Los redactores debían pasar ellos mismos los materiales a los
esténciles, en máquinas de escribir situadas en distintos lugares: la casa de los hermanos
Sarabia, maestros (en la calle Bayamo, esquina a Reloj); la casa donde vivían las hermanas
Magalis y Bertha Fernández Cachasín, también maestras (en Moncada, entre Trinidad y San
Germán); donde solía escribir Renaldo, el Colegio de Maestros (en San Jerónimo 463, entre
Calvario y Carnicería); donde José Ángel pasaba e imprimía los materiales de organización de
Frank, la peletería La Bomba; donde trabajaba Helvio Corona (en Aguilera y Cuartel de Pardos)
y la imprenta de la familia Díaz Cominche (en San Félix, entre San Francisco y San Jerónimo),
donde escribían Jorge Manfugás e Hilario Peña, y donde resultaron detenidos in fraganti.
La distribución siguió como antes, comenzando por los grupos de acción y continuando con
otros compañeros del Movimiento hasta alcanzar a los obreros, profesionales, estudiantes, la
Resistencia Cívica y el pueblo en general. De esa distribución se ocuparon desde el comienzo
Leonel Duharte y Teresa Hernández. Luego se incorporaron otros compañeros como Machi
Fontanils y Willy Hodges, estudiantes universitarios que se ocuparon del sector estudiantil;
Evelio Goderich, en el sector obrero; Gabriel Vidal y Bertha Fernández Cuervo, Flavia, se
ocuparon de la distribución en la Resistencia Cívica. No puedo olvidar a un grupo de
conductoras de ómnibus urbanos de las empresas La Oriental y Autobuses Modelo, que se
convirtieron en un tremendo apoyo para la distribución en toda la ciudad. Entre ellas las
principales eran Doila Noa Ramírez –esposa de Alberto Vázquez, Vazquecito–, y Zoila América
Fernández Álvarez.
La mayor parte de la distribución se hacía a través del Colegio de Maestros, adonde acudían a
buscarla los responsables, y otra parte se situaba en lugares acordados, en paquetes envueltos en
inofensivos papeles de regalo. En eso fue valiosa la colaboración de los dependientes de la
librería La Moderna (situada en San Félix y Carmen), entre los que recuerdo a Ricardo Cuesta
Reina, Joaquín San Miguel y Eduardo Díaz, pues ellos garantizaban la adquisición masiva de
los materiales de impresión y empaquetado como si fueran destinados al Colegio de Maestros.
Realmente en este lugar radicaba la Jefatura de Propaganda. Allí trabajaban José Nivaldo
Causse, como segundo mío, y Miguel Deulofeu como responsable de la ciudad. El responsable
de impresión en el local del Colegio de Maestros era José Ángel Mustelier, asistido por Julio
Quiala, Wilfredo Alonso Garrido, Clemente Caballero, Ariel Lavigne, Eudaldo Lavigne, Eudes
Pevida y otros maestros y dirigentes del Colegio. El encargado inicialmente de adquirir los
materiales fue José Ángel, pero después mi hermano Roberto los recogía en la librería y los
llevaba a la oficina de contabilidad de Valeriano Pérez, donde él trabajaba (sita en Carmen entre
San Félix y San Bartolomé), y desde allí eran trasladados a los lugares de impresión. El mi-
meógrafo que teníamos en casa de Teresa lo llevamos para la vivienda de la familia Verdaguer
Soto: Alfonsito, Bertica, Esthercita y su mamá (en la calle I, número 103, en el Reparto Sueño),
donde permaneció un tiempo hasta que lo trasladamos a casa de Lourdes Solé y Carlos Nuviola
(al final de calle K, también en Sueño), donde Puchete y Chano hacían la impresión.
Desde el mismo mes de diciembre y por orientaciones de Frank, establecimos relaciones con
Isabel Valdés y Antonio Ronda, Ñico, de la empresa Miguel y Bacardí (situada en el Paseo
Martí esquina a Carnicería), donde había una máquina Multilith 1250 –llamada «la pequeña
gigante», de impresión indirecta–, lo que permitía reproducir documentos y fotos originales.
Este equipo era operado por Ñico y otro compañero que no era del Movimiento 26 de Julio, y
por esa razón no podía ser usado más que cuando Ñico podía quedarse solo de noche. Ahí se
tiraron documentos escritos de puño y letra por Fidel, y el periódico Revolución que hicimos en
agosto de 1957 en homenaje a Frank, tras su muerte.
Ante las dificultades existentes para usar ese equipo y motivado por la detección de la
imprenta clandestina donde se tiraba Revolución, en La Habana, circunstancias en las que
Carlos Franqui, responsable nacional de Propaganda, fue detenido en marzo de 1957, mes en el
que también fue detenido en Santiago el propio Frank, este decidió en junio, después de salir de
prisión, comprar un equipo de impresión propio para el Movimiento para hacer en él la
propaganda nacional. Entonces viajamos a La Habana, por esta razón, Alonso (Bebo) Hidalgo y
yo, acompañados por Thelma Bornot y Frank Carbonell, quien iba como chofer en el auto de
Orlando Fernández Montes de Oca. Así logramos adquirir tres máquinas de impresión, una tipo
1250 –similar a la usada en la empresa Miguel y Bacardí– y dos tipo 750, una que se emplearía
en Vanguardia Obrera –periódico que comenzaba a editar el Movimiento para los trabajadores–
y la otra se dejaría de reserva, por si había algún contratiempo. Estas compras se hicieron por
mediación de unos amigos de Bebo (Carlos y Lázaro) que tenían un taller de impresión en la
calle Santa Martha, casi esquina a Lindero, y ellos se encargaron de desarmar los equipos y
enviarlo todo a Santiago, donde llegaron en el mes de septiembre.
En el grupo de propaganda jugó un importantísimo papel el compañero Emilio Lamelas –
técnico de reparación de equipos de oficina de la Casa Vázquez–, vinculado a nosotros desde los
inicios de ARO con Frank y Pepe Cala. Emilio era quien reparaba y daba mantenimiento a los
mimeógrafos y máquinas de escribir que empleábamos en nuestro trabajo.
Al principio el traslado de los medios y la propaganda impresa se hacía en un viejo Chrysler
del año 1946, de color verde, al que le decíamos El Avispón y por el que yo había pagado 300
pe-sos en mensualidades de 30 pesos. Después se compró un Plymouth de 1948, también de
color verde, que manejaba José Nivaldo Causse. La distribución también se apoyó en un
«panel» de reparto de la tienda de víveres finos La Primera Caridad y en el auto del gerente de
esta, Orlando Fernández Montes de Oca. Colaboraron también choferes de alquiler que pertene-
cían al Movimiento 26 de Julio. Entre otros, el viejo Quintas (de la piquera de San Pedro y San
Jerónimo) y Pedro Ivonet (de la Plaza de Marte), descendiente del dirigente de igual nombre de
los Independientes de Color, asesinado en 1912 por la zona de Alto Songo, cuando el
alzamiento de los integrantes de ese partido político.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo llegaba la propaganda a los municipios y a otras provincias?


ENZO: Se enviaba por expreso del ferrocarril a una parte de los municipios, bajo un nombre
falso conocido por uno de los trabajadores de los ferrocarriles, el cual se encargaba de recogerla
y entregarla. Otra parte la llevaban choferes de los ómnibus La Cubana que salían desde la Plaza
de Marte, frente a la tienda de víveres La Primera Caridad, de la que era gerente, como ya
mencioné, Orlando Fernández Montes de Oca –también financiero de Propaganda–, que había
reclutado a varios de esos conductores para la tarea.
Por disposición de Frank, la Sección de Propaganda tenía su economía propia. Recibíamos
una cantidad de bonos que debíamos vender y con ese dinero se sufragaban los gastos, y
Orlando era el financiero que se encargaba de contabilizar los gastos y los ingresos.
A los lugares donde había mimeógrafo se les hacía llegar solo el esténcil, ya picado –igual al
que se imprimía en Santiago– para que lo reprodujeran. Los compañeros holguineros Manuel
Angulo y Enrique Subirats solían ir semanalmente a recoger su propaganda. A Baracoa se
enviaba por medio de goletas que salían del puerto santiaguero, dirigidas a Clara Lambert,
maestra que era la responsable allá.
Frank decidió crear una transmisión de radio clandestina, para lo que contamos con una
pequeña planta de onda corta parecida a un radio portátil, que fabricó y nos entregó el
compañero Benigno Despaigne, amigo y compañero de Frank de la Iglesia Bautista. En esta
tarea participaron mi hermano Renaldo –quien escribía lo que se decía, y a veces también lo
leía– y Miguelito Deulofeu, Carlos Sarabia, Jorge Manfugás, Machi Fontanils, Armando
Silveira e Hilario Peña. Las transmisiones se hacían en onda corta y banda de 40 metros desde
diferentes casas, pero siempre a las once de la mañana.
Para organizar el envío y las coordinaciones con los municipios, viajé a Manzanillo, donde
Enrique (Quique) Escalona estaba de responsable. A Guantánamo y Caimanera, donde coordiné
con Carlos Olivares y Luis (Toto) Lara, respectivamente. A Bayamo, donde se encontraba el
locutor Ercilio Navarro Coello. A Las Tunas, donde estaba Abelardo Cordero. A Santa Rita,
cuyo responsable era Eduardo Fernández. A Contramaestre, donde estaba Antonio Fernández.
Asimismo fui a San Luis, Banes y a otros lugares. A Palma Soriano lo llevaba Lourdes Solé,
quien iba todos los domingos a ver a su padre, trabajador del central.
También entre las tareas que realizábamos estaba la impresión de los documentos que Frank
circulaba a todas las instancias del Movimiento. Él nos daba el manuscrito e indicaba el número
de ejemplares a imprimir, los que después entregábamos, incluido el esténcil, a Arturo Duque
para su distribución y archivo. El impresor de estos documentos restringidos era José Ángel
Mustelier.
Por indicaciones de Frank teníamos un lugar donde se guardaban copias de toda la propaganda
abierta que imprimía y distribuía el Movimiento desde Santiago de Cuba. El Archivo, como lo
llamábamos, se estableció en la casa de Olegario Causse –tío de Nivaldo–, quien era albañil y
construyó un espacio adecua-do debajo del fogón de su casa. Ese lugar solo era conocido por
Nivaldo y por mí, y usado exclusivamente para guardar documentos. Tras el triunfo, Causse
entregó al Museo de la Revolución los documentos que se habían conservado en ese lugar.
6
Muertes especialmente dolorosas

ENTREVISTADORES: Se ha hablado mucho de la represión y de la persecución a las que eran


sometidos los combatientes clan-destinos en el llano, sin embargo consideramos que las
caracterizaciones que se han hecho son insuficientes para comprender los fallos estructurales
que tenía el sistema represivo batistiano.
ENZO: A decir verdad, en Santiago la persecución era muy aparatosa. Tú veías en las calles a
elementos de la Marina, el Ejército y la Policía patrullando, y eso era permanente. Y desde ese
punto de vista era espectacular el despliegue de fuerzas, pero no era nada inteligente, ni efectiva.
Si hubieran sido inteligentes y los servicios de inteligencia hubieran trabajado de verdad,
habrían hecho más daño del que hicieron. No eran investigadores que ataran cabos y pensaran
un poco. Ellos se dedicaban a coger a alguien in fraganti, o a esperar un «chivatazo», entonces
iban y con una cantidad de efectivos impresionantes, apresaban al que fuera y lo mataban. Por
eso yo digo que en Santiago si no te cogían en algo, o no te veían en algún movimiento extraño,
tú no tenías problemas, porque el pueblo te protegía, te abría una puerta, te disfrazaba, ¡era
increíble aquello!
Yo he dicho en otras ocasiones que por mi trabajo pude visitar casi todo el país, y el único
lugar donde existía un mecanismo que parecía congeniado entre los combatientes y el pueblo en
masa, era en Santiago.
Pero fíjate, voy a poner un ejemplo del mal trabajo que hacía la policía. Si ellos hubieran
trabajado un poquito nada más, hubieran desarticulado el movimiento propagandístico creado
por nosotros. Mira, eso era nada más averiguar cuáles eran los lugares de la ciudad donde era
materialmente posible imprimir, y vigilarlos, luego buscar de dónde podía salir el papel y demás
materiales que se usaban para los miles de volantes que semanalmente inundaban Santiago.
Fácilmente habrían ido a las librerías, que en aquel entonces eran los lugares donde se podía
conseguir papel en grandes cantidades. Pero no hicieron nada de eso, porque ellos no concebían
el trabajo investigativo como una vía para acabar con nosotros. Preferían coger a alguien y
acabar a golpes con él, para asustar y dar escarmiento.

ENTREVISTADORES: ¿Cuáles eran los esbirros más temidos en la ciudad de Santiago?


ENZO: Bueno, se hablaba mucho de Mano Negra, del cabo Caso, del teniente Heredia, del
sargento Yánez, del capitán Agustín Labastida –jefe por un tiempo del tenebroso Servicio de
Inteligencia Regimental–, que fueron militares que conforme iban asesinando, su miedo a los
revolucionarios aumentaba y eso los impulsaba a seguir cometiendo sus atrocidades. Yo conocí
personalmente a Yánez porque estaba casado, siendo cabo, con la hermana de una maestra
compañera mía, y cuando el asalto al Moncada le mataron a un hermano, y eso lo volvió un
represor terrible. Como dije en otro momento, también conocí a Agustín Labastida, jefe del SIR,
a cuyo hermano Jorge yo repasaba para ingresar en la escuela de cadetes de Managua. Un papel
tristemente célebre jugaron los miembros de ese cuerpo especial a las órdenes de Labastida, que
eran los especialistas en métodos de interrogación y obtención de confesiones, a los que se
incorporaron elementos de la Policía y la Marina.

ENTREVISTADORES: ¿Y Los Tigres de Masferrer?


ENZO: Ellos eran lo que actualmente son las bandas paramilitares: un grupo de civiles con
intereses comunes que se agrupan, organizan, arman, se defienden y atacan. Rolando Masferrer
Rojas, quien había sido en su juventud miembro del Partido Comunista y destacado combatiente
de la Guerra Civil Española, abogado de profesión, después que regresa a Cuba se enrola en la
vida política en una organización liderada por él y llamada Movimiento Socialista
Revolucionario (MSR), y se involucra en las actividades gansteriles de la época de Grau San
Martín, ganando fama de tipo guapo. Cuando Batista da el golpe de Estado, Masferrer funde sus
intereses con los de él, poniendo sus pandilleros al servicio del dictador, y comienza a
defenderlo. Cuando se inicia la guerra con Fidel y se crea un estado de enfrentamiento armado
directo, Masferrer organiza grupos de militantes del partido al que pertenecía –el Partido Unión
Radical–, principalmente en la provincia de Oriente, y en Santiago los distribuye por distintos
barrios, viviendo en casas –armados hasta los dientes como si estuvieran en campamentos–, o
formando parte de guarniciones militares. Ellos participaban activamente en la persecución y la
represión de los revolucionarios.
Esos grupos se convirtieron en verdaderos terroristas y mercenarios, pues no respondían a
nadie más que a Masferrer, quien era el que les pagaba. Las bandas estaban dirigidas
principalmente por individuos que como Masferrer habían sido comunistas, como Octavio
Muñoz, o miembros del MSR, y por tanto tenían conocimientos políticos que los ayudaban a la
persecución de los revolucionarios, pero también por presidiarios –algunos sin haber terminado
de cumplir su condena– que eran indultados por gestiones de él, quien era Senador de la
República. Además, poseían y editaban un periódico en Santiago, en la calle Santa Lucía, entre
las de Calvario y Reloj. Y como colofón, se autodenominaron como Los Tigres, para dar a
entender que ellos eran los más fuertes, sanguinarios, y que eran intocables.
Un masferrerista conocido como El Tenientico logró infiltrarse en un grupo del Movimiento
26 de Julio dirigido por Roberto Lamelas Font, a quien entregó junto con Joel Jordán, y ambos
fueron salvajemente torturados, asesinados y lanzados sus cadáveres en los alrededores de
Santiago. En los meses finales de la guerra, los masferreristas se dedicaron a la extorsión y
asesinato de comerciantes, o personas que consideraban que poseían dinero, como los casos de
Cuco Dávila –dueño del Bar Central– y el dueño del Bar Fito, también a Ramón Griñán –dueño
de una posada–, entre otros.

ENTREVISTADORES: ¿Qué diferencia existía entre la represión en Santiago de Cuba y en La


Habana?
ENZO: En Santiago la represión estaba atenuada por el apoyo que brindaba el pueblo, además
de que por ser una ciudad más pequeña, se conocía mejor el terreno y se tenían muy localizadas
las instalaciones militares: el Cuartel Moncada, la Estación de la Policía Nacional –que se
estableció en el Gobierno Provincial después que se quemó el 30 de Noviembre la de la Loma
del Intendente– y la Estación de la Policía Marítima. Eran solo esos tres puntos, que aunque
algo distantes, no controlaban de manera sistemática áreas específicas de la ciudad.
En La Habana la situación era otra. Aquí había 19 estaciones de policía, cada una de las cuales
controlaba un área determinada. Pero ese control se ejercía de forma realmente efectiva, pues
cada jefe de estación tenía el control de los «boliteros», las prostitutas, los drogadictos, y
además contaba con el apoyo de una red de informantes que lo mantenían al tanto de todo lo que
pasaba en la zona bajo su mando. Por eso el trabajo represivo resultaba más efectivo que en
Oriente. Además, la población no tenía la misma actitud. Aquí en La Habana la población
estaba muy temerosa, y si no estaban comprometidos con la causa, generalmente no te
ayudaban.
La represión en la capital llegó a ser sofisticada en cuanto a los métodos de tortura. En
Santiago el caso más dramático del que yo tengo conocimiento, que fuera salvajemente
torturado, fue el de Cuqui Bosch, al que le hicieron barbaridades. Generalmente en Oriente si te
cogían en algo, te mataban. Y si la familia se movía rápido y movilizaba a los medios
informativos, a la Iglesia y a las instituciones cívicas, era probable que no te mataran. Pero en
La Habana podías estar un mes en una estación cogiendo golpes de todos los colores, y si al
final no conseguían ninguna información, pues te sacaban y te mataban, o te presentaban a los
tribunales. Pienso que aquí la represión estuvo más organizada que en Oriente, por esa división
de la que hablaba y porque en cada una de las estaciones inclusive había un grupo especial que
nada más se dedicaba a la represión y la tortura.
Además, en Santiago los militares sentían temor, pues sabían que los revolucionarios
ajusticiaban a cualquiera. En La Habana se sentían impunes e intocables. Por eso yo puedo decir
con toda propiedad que el trabajo revolucionario en La Habana era mucho más difícil y
arriesgado que en Santiago. Yo aquí tuve que buscarme donde vivir, para encontrar una casa de
huéspedes después de mucho trabajo. Allá no, pues yo tenía siete u ocho lugares en los que, con
plena confianza, iba y me podía esconder.

ENTREVISTADORES: A partir de la liberación de Frank País y de decenas de compañeros


acusados por los sucesos del 30 de Noviembre y a causa del desembarco del Granma, se
desencadenan días muy amargos, de extrema represión y muertes especial-mente dolorosas para
el Movimiento 26 de Julio. ¿Qué hizo en aquellos meses, digamos entre mayo y junio de 1957?
ENZO: Mira, cuando se crea la Resistencia Cívica en Santiago, quien se ocupa de eso es
Armando Hart. Recuerdo que él decía que nosotros éramos la vanguardia, representábamos a la
Revolución. Pero por ser jóvenes, muchos desconfiaban y temían que no fuéramos capaces de
dirigir el país. Y por eso debíamos incorporar a la lucha a todos los sectores que tuvieran
diferencias con Batista –para atraerlos a nuestras posiciones y quitárselos como posibles
aliados–, y para eso debíamos ganarnos la confianza de todo el pueblo. Ese es uno de los
propósitos originales del Movimiento de Resistencia Cívica: incorporar al camino
revolucionario a las capas sociales que estaban en desacuerdo con el régimen, pero que no
estaban plenamente identificadas con nosotros. Recuerdo que Armando hablaba de la necesidad
de restar y reducir cada vez más el apoyo que podían prestar sectores sociales a la tiranía y
acercarlos a nosotros para que apoyaran la Revolución. Él decía que nosotros éramos, ya sin
discusión, los rectores del proceso en el que estábamos y que esos sectores profesionales y de
clase media –generalmente agrupados en las llamadas instituciones cívicas–, aunque
simpatizaban con nosotros, necesitaban de un mecanismo que los ayudara a definirse
abiertamente a nuestro lado. Para mí esa fue la esencia del Movimiento de Resistencia Cívica.
La Resistencia Cívica la organiza y atiende Armando Hart y la integran inicialmente como
directivos, el doctor Ángel María Santos Buch, José Aguilera Maceira, Gerardo Abascal, Emilio
Catasús, Enrique Canto y otros compañeros. Pero llega un momento que Armando tiene que irse
para La Habana por la prisión de Faustino y momentáneamente lo sustituye Haydée Santamaría,
Yeyé, quien también se va para La Habana. Entonces es cuando Frank me manda a trabajar con
Resistencia Cívica.
Frank, que no quería tener contacto directo con la gente de Resistencia Cívica –porque él
decía que a la larga esa gente daría problemas–, entonces me manda a mí como nexo entre
Resistencia Cívica y el Movimiento 26 de Julio. Nos reuníamos allá en el Reparto Vista Alegre
en la casa de Catasús, o en el laboratorio de Santos Buch. Les trasladaba las necesidades que
teníamos y las orientaciones de Frank. Cuando Frank me manda a relacionarme con la
Resistencia Cívica, me dice que aunque reconoce la ayuda que puedan prestar, él no quería
hablar mucho con ellos, pues no sabía si en el futuro habría problemas con alguno. El caso es
que Frank sentía un cierto rechazo por la gente de la burguesía, en parte por un problema
familiar. Él tenía una hermana mayor, Sara País (hija de su padre), que estaba casada con el
señor Molina, un acomodado profesor. Ellos tenían una buena posición económica y vivían en
Vista Alegre. Sara había tenido alguna contradicción con doña Rosario, por el casamiento de
esta con el reverendo Francisco País, y esto contribuyó al rechazo que Frank sentía por la gente
rica. Yo vi bien claro que él no tenía afinidad con esa gente, en el fondo motivado por la forma
humilde en que fue criado en un barrio pobre y por su pensamiento y su acción, más afines con
las personas desposeídas.
Posteriormente se comienzan a crear los grupos de Resistencia Cívica en otras provincias,
bajo la dirección de un comité gestor en Santiago de Cuba. Como parte de esas relaciones y en
representación del Movimiento, yo voy a Santa Clara el viernes 28 de junio, con José Antonio
Aguilera Maceira y Emilio Catasús Rodríguez, para la fundación del Movimiento de Resistencia
Cívica en la provincia de Las Villas. La reunión se celebró el sábado 29 en casa de Alfredo Pino
Puebla, un familiar de Margot Machado, y cuando terminamos, Aguilera y Catasús regresan a
Santiago, pero yo me quedo en Las Tunas el domingo 30, cumpliendo indicaciones de Frank
para informarme sobre el funcionamiento del Movimiento allí.
Ya antes, a principios del mes, yo había estado en Las Tunas como culminación de un
recorrido por Contramaestre, Baire, Bayamo y Banes, que Frank me había ordenado hacer para
ver cómo andaba el funcionamiento de la propaganda y del Movimiento en general. En algunos
casos me indicó tareas específicas.
Recuerdo que estuve en Bayamo, donde la Dirección Municipal –al frente de la cual estaba
Bikin Guilarte– tenía problemas con Orlando Lara, jefe de un grupo de acción, debido a las
incomprensiones de Lara sobre las reiteradas instrucciones del coordinador de no realizar
acciones en la ciudad y sus alrededores. Lara era fogoso y activo, y quería llevar a cabo todas
las acciones que concebía para combatir la tiranía. Pero Bayamo estaba en el centro de las vías
de abastecimiento y relaciones del llano con la guerrilla, y muchas veces era recomendable que
se mantuviera en calma para poder pasar sin dificultades la ayuda, o bien efectuar el tránsito de
alguien. Guilarte realmente no tenía que informarle a Lara de cuanto movimiento se fuera a
hacer por la zona, solo debía instruirlo de no realizar acciones en aras de mantener esta
tranquilidad cuando fuera necesario. Yo debía hablar con Guilarte para propiciar una entrevista
con Orlando Lara y explicarle a este –a nombre de la Dirección del Movimiento– la situación
para tratar de conseguir su comprensión y disciplina respecto a la dirección de Guilarte.
Efectuamos el encuentro y Lara al parecer comprendió, pero insistió en la conveniencia de
realizar un mayor número de acciones, pues según él, tenía que estar aguantando a sus
compañeros de grupo. A la larga, Lara acabó alzándose en la zona del Cauto, más adelante.
En Guantánamo me reuní con Carlos Olivares Sánchez, a cargo de la propaganda. El
encuentro lo efectuamos en una casa de la calle Aguilera. En Caimanera vi a Luis Lara, Toto, en
el estudio fotográfico donde trabajaba, y coordiné con un empleado de la tienda de ropas El
Machetazo, de apellido Plá, el envío de la propaganda dentro de los bultos que mandaba un
hermano suyo que trabajaba con nosotros, desde la casa matriz en Santiago de Cuba, hasta
Caimanera.
A Banes fui específicamente a verificar, en el embarcadero de Samá –en la costa norte de ese
pueblo–, la presencia de solo dos marineros en la custodia del puesto de la Marina, así como el
movimiento y condiciones generales del lugar, por donde –según informes del jefe de Acción en
Banes, Iraís Aris Argüelles– era posible introducir armas por medio de unas goletas que hacían
el tráfico de ganado bovino, frutas y otras cosas entre Las Bahamas y Samá. Esta verificación
debía hacerse sin que nadie –ni el jefe de Acción de Banes– lo supiera, y así lo hice. En El
Avispón verde fui acompañado por Leonel Duharte a recorrer los lugares. Ya en Banes, localicé
a Aldo Alonso Cabrera –compañero dirigente del Colegio de Maestros– y le dije que quería ir a
conocer Samá, pues me habían dicho que allí se comían buenos camarones frescos. Aldo invitó
a dos compañeras, fuimos a Samá, comimos unos camarones, que en verdad estaban excelentes
y los acompañamos con cerveza bien fría. La información que le habían dado a Frank era
exacta. Solo había dos marineros, en una pequeña caseta, custodiando el puesto naval que estaba
frente al muelle donde atracaban las goletas, que en el momento de nuestra visita eran solo tres.
De Banes pasé por Holguín. Allí vi a Enrique Subirats en la torre de transmisión de la estación
Radio Angulo, donde él trabajaba, en las afueras de la ciudad. Verificamos la llegada y
distribución de la propaganda, que se hacía por los ómnibus interprovinciales La Cubana, y
seguimos para Victoria de Las Tunas. Estando allá me encontré con Abelardo Cordero –
responsable de Propaganda–, en la farmacia del doctor Carbonell, lugar donde trabajaba. Luego,
como a las tres de la tarde, con mi hermano Miguel, Chano y yo decidimos ir a Manatí a
explorar a unas amistades de mi tía que según decían estaban interesadas en ayudar al
Movimiento 26 de Julio. El pretexto para ir era visitar al esposo de mi tía, Adolfo Caunedo,
maestro panadero en la panadería del departamento comercial del ingenio.
El viaje se frustró. Cuando abandonamos la Carretera Central y accedimos al camino vecinal
que conducía a Manatí, cercano al cruce de Bartle, y avanzamos unos metros, hallamos un
camión volcado en medio de la vía con las gomas hacia arriba y las traseras dando vueltas
todavía. Paramos, nos acercamos a pie al camión y vimos a dos personas dentro de la cabina, al
parecer sin conocimiento. Miguelito mi hermano, que era estudiante de Medicina, los reconoció
y dijo que el chofer al parecer estaba muerto y que no lo tocáramos, pero el otro daba señales de
vida. Lo sacamos del camión y lo llevamos cargado hasta la máquina nuestra, lo pusimos en el
asiento trasero, viramos y regresamos a Tunas con la intención de llevarlo hasta la clínica del
doctor Plasencia, situada a la entrada del pueblo y al lado derecho de la carretera, después de
pasar el puente sobre el río Hórmigo. Cuando estábamos próximos al puente –en la curva que
hacía la carretera–, aceleré para pasar un automóvil que iba delante del mío, y cuando estaba en
esta operación apareció un ómnibus que avanzaba en sentido contrario, en medio de la curva.
Para evitar el choque con el ómnibus aceleré todo lo que pude y pasé a la senda derecha delante
del auto, al cual logré pasar, pero el corte brusco que hice obligó al chofer de ese auto a frenar
para evitar un accidente.
Yo seguí hasta la clínica, donde bajamos al herido, y cuando lo entregábamos llegó el auto
que había pasado. Sus integrantes resultaron ser el jefe y otros miembros del servicio represivo
de la Capitanía de la Guardia Rural, quienes dispusieron mi traslado y el del automóvil que
manejaba hacia el cuartel –acusado de intento de atentado–, hasta que ellos regresaran, pues
estaban de fiesta. En el momento de confusión inicial dije a Chano y Miguelito que no se
identificaran conmigo allí y se fueran a buscar ayuda.
Más de dos horas estuve retenido en el cuartel a pesar de haberle explicado en detalle al
capitán lo que había sucedido, pero el problema era con el teniente jefe del SIR de la Capitanía.
Y el capitán, un hombre relativamente joven, blanco, de aspecto sereno y amigable, no quería
decidir nada sin oír a su subalterno.
Por fin, cerca de las seis de la tarde llegó Eduardo Calderón –vecino y amigo de mi familia–,
quien por su trabajo de financiero tenía buenas relaciones con las autoridades policiales
militares y judiciales. Habló con el capitán, le explicó lo ocurrido y se responsabilizó con
nuestra conducta, ajena por completo a propósito político alguno. El capitán autorizó que nos
fuéramos, pero exigió a Calderón que abandonáramos la ciudad de inmediato. Así lo hicimos, y
cuando el teniente del SIR fue a buscarnos, ya nosotros estábamos en Holguín tomando café en
casa de Enrique Subirats. Así concluyó el recorrido que hice en la primera quincena de junio.

ENTREVISTADORES: Su viaje a Santa Clara coincide con la muerte de Josué País y sus dos
compañeros de acción. ¿Cómo se enteró de sus muertes?
ENZO: Al día siguiente, lunes primero de junio, voy a casa de Eduardo Calderón a saludarlo, y
él me dice que por radio informaron que han matado a Josué País y a otros compañeros en un
enfrentamiento con la policía en Santiago, el día anterior. Esa misma tarde regresé y llegué por
la noche. Al otro día fui a ver a Frank, que estaba en la casa de Avelino García, en Reloj esquina
a Santa Rosa. Le di el pésame, le informé del viaje y conversamos un rato. Con él me enteré de
los detalles.
Ese día todo salió mal: fracasó el intento de apertura del Segundo Frente, falló la bomba de
tiempo colocada por Agustín País para sabotear el mitin de Masferrer en el Parque Céspedes, y
lo único que se iba a hacer era la frustrada acción en la que cayó Josué. Por eso es que, en una
carta a Fidel, Frank le menciona aquel día como «nuestra Fernandina», porque todo se vino
abajo y a cada minuto llegaban malas noticias, la peor sin dudas, la muerte de Josué País,
Salvador Pascual y Floro Bistel.
Recuerdo que cuando yo le confirmé a Frank la información que tenía sobre lo de las goletas
en Samá, él me mandó a sacar los pasaportes de mi hermano Puchete y el mío para que cuando
él me avisara fuéramos con otros compañeros a traer unas armas. Frank murió el 30 de julio sin
haberme dado el aviso del viaje a Bahamas. Daniel (René Ramos Latour) nunca me dijo nada,
por lo que supongo que no conocía los planes de Frank en ese sentido, o decidió designar a otras
personas para la misión.

ENTREVISTADORES: ¿Era amigo de Josué?


ENZO: Yo con Josué no tuve mucho roce, él era más joven que yo y por tanto de otro grupo.
Lo que nos unía era la actividad revolucionaria. Con quien más afinidad yo tenía era con Frank,
y con Agustín. Pero eso no importaba, él era un compañero muy valioso, un joven intrépido,
audaz, valiente hasta la temeridad, era un tipo «echado para adelante», y además era hermano de
Frank.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo estaba Frank cuando lo vio?


ENZO: Sumamente triste, se le notaba derrumbado, como si le hubieran dado un mazazo. Para
mí fue un momento muy difícil. Yo dije que le di el pésame, pero en realidad solo atiné a darle
un abrazo, y nada más. Y a trabajar.

ENTREVISTADORES: ¿Cree que después de la muerte de Josué, Frank se mostró más arriesgado,
es decir, menos precavido para salvar su vida?
ENZO: Yo lo que pienso es que Frank no pensó nunca en salvar su vida. Él era precavido
como todo combatiente, pero siempre estuvo consciente del peligro que corría y no andaba
evitándolo. Creo que él siempre consideró la posibilidad de caer en la lucha. En una ocasión él
decide terminar una relación con una joven que le reclamaba porque él casi no pasaba tiempo
con ella, y él le dice en una carta: «…es mejor que sea así, porque yo sé lo que vendrá…», y
cuando baja de la Sierra Maestra la primera vez, Vilma estaba muy entusiasmada con el
ambiente allá arriba y con la posibilidad de alzarse, y Frank le dijo: «No, Vilma, a nosotros nos
toca sacrificarnos…»
Él estaba consciente de que su vida iba a ser sacrificada por la victoria, y nunca temió por ello.
Y cuando tú estabas a su lado en situaciones tensas, lo veías con un aplomo y una serenidad
increíbles, los problemas los enfrentaba con mucha tranquilidad.

ENTREVISTADORES: El 30 de julio, un mes después de la muerte de Josué, asesinan a Frank País


junto a su compañero Raúl Pujol. ¿Cómo vivió ese fatídico día?
ENZO: Recuerdo que Frank me llamó al Colegio de Maestros el sábado 28 para que lo viera al
día siguiente en una casa de Vista Alegre. Fui y allí estaban su novia América Domitro y
Agustín Navarrete. Conversamos un rato sobre la propaganda y no me dijo que pensaba
moverse de allí. Realmente él no tenía que decirme nada a mí, pues cuando necesitaba verme
me localizaba, además, ¡él era el rey de la discreción! El lunes 30 Frank me llamó al mediodía al
Colegio de Maestros. De eso me entero después, porque ese día era de pago a los maestros –lo
cual se hacía en nuestro local–, y como le debía dinero a las once mil vírgenes, decidí no ir. Me
lo dijo después Candelaria Rivero, Candita, que era una conserje de toda mi confianza y además
conocía la voz de Frank. Bueno, ese día yo estaba en la tienda La Primera Caridad, frente a
Plaza de Marte, con Orlando Fernández Montes de Oca. Y estando allí, Orlando recibió una
llamada de su madre (ella vivía por el Callejón del Muro), diciendo que había oído un tiroteo y
se estaba comentando que habían matado a Frank por esa zona, cerca de su casa.
Le digo a Orlando que no podía ser cierto porque el día antes yo lo había dejado en otro lugar,
pero me acuerdo que en San Germán, casi junto al Callejón del Muro, vivía Raúl Pujol y que en
su casa Frank solía esconderse. Decidimos ir para allá para ver qué ocurría. Bajamos por San
Germán en un «panelito» de la tienda, donde se repartían mandados a domicilio, y cuando
llegamos a la esquina de San Germán y Corona nos topamos con un marinero que no nos dejaba
pasar. No sirvió de nada el pretexto de que la madre de Orlando estaba enferma y necesitábamos
llevarla al hospital. No pudimos seguir. De ahí fuimos para casa de Duque de Estrada (en San
Fermín, entre Trinidad y San Germán) y en la puerta estaba Sonia Martínez, su cuñada, que en
cuanto nos vio llegar nos comentó lo mismo: que se rumoraba sobre la muerte de Frank, pero
que no había certeza de nada, pues la fuerza pública había tomado los alrededores y no
permitían acercarse a nadie.
Entonces decidimos ir para el Colegio Desiderio Fajardo, y cuando llegamos a Trinidad y
Calle Nueva, oímos que la gente está diciendo que por radio han dado la noticia de la muerte de
Frank. Ese fue un momento terrible, todo el mundo se quedó aturdido y sin saber qué hacer. Al
otro día por la mañana fui a casa de Miguel Ángel, el papá de Duque de Estrada (en San Basilio
y Carnicería), y allí me encontré con Vilma, Daniel, creo que Taras, y con Tin Navarrete. Tin
estaba muy impresionado, pues él había estado con Frank acompañándolo hasta el día antes, en
que por indicación suya se separaron. Al parecer, el hecho de que él se quedara solo, obedece a
una decisión lógica: estaba muy perseguido en esos días, y para no llamar mucho la atención
decide quedarse solo para moverse con más facilidad. Esa es mi idea. La cosa es que cuando
llegué, le pregunté a Vilma y a Daniel, al que veíamos como el segundo de Frank, que cuáles
eran las orientaciones. Vilma me respondió que ellos consideraban que la Dirección del
Movimiento 26 de Julio no debía participar en el velorio de Frank, pero que si yo quería, podía
ir, pues yo era maestro igual que él, no era conocido como dirigente del Movimiento y no
levantaría sospechas.
De allí fui para la casa de América Domitro en la calle Heredia –donde estaba tendido Frank–,
le di el pésame a doña Rosario, a América, estuve un rato y después del mediodía fui para la
casa de unos tíos que vivían en San Francisco, entre Calvario y Carnicería. Allí me quedé toda
la tarde y la noche. Cuando se terminó el entierro, salí a la calle y percibí el malestar general
que había en el pueblo, todos estaban muy alterados con el asesinato de Frank y Pujol. Al otro
día nos reunimos de nuevo en casa del papá de Duque de Estrada, y allí todos los que estábamos
coincidimos en que Daniel sustituyera a Frank como jefe de Acción, pues era el compañero que
desde hacía un tiempo había trabajado más cerca de él, especialmente en el intento de apertura
del Segundo Frente en Miranda –del cual Daniel sería el jefe– y en lo relacionado con el
suministro a la Sierra Maestra. Además, conocía los detalles de este trabajo en el Movimiento.
Ese día la gente del pueblo no fue a trabajar y nosotros decidimos alentar y apoyar ese ambiente
de huelga que se creó de forma espontánea.

ENTREVISTADORES: ¿Qué hicieron ustedes para alentar a la huelga?


ENZO: Decidimos hacer un número especial del periódico Revolución dedicado por entero a
Frank. Nosotros en Santiago no hacíamos ese periódico, pues era el órgano nacional, lo que
sacábamos era un Boletín Informativo, que después se convirtió en Sierra Maestra. Ese número
especial fue el único que hicimos en Santiago. Lo tiró Ñico Ronda en la empresa Miguel y
Bacardí, y lo preparamos Helvio Corona, Renaldo y yo. Contenía datos biográficos, la poesía
que le hizo a Josué, fragmentos de cartas, documentos suyos, fotos del entierro y otros
materiales.
De lo que yo me entero después es que a Frank no lo entierran el 31, sino que lo dejan en
depósito y lo entierran el primero de agosto. Tampoco sabía que le habían hecho una mascarilla
mortuoria entre Sonia Martínez –que fue quien compró el yeso en el Ten Cent de la calle
Enramadas– y Zoila Maidique, profesora de dibujo de la Universidad de Oriente. Esa mascarilla
estuvo guardada mucho tiempo en la casa de Miguel Ángel Duque de Estrada, padre de Arturo.

ENTREVISTADORES: ¿Qué significó para ustedes la muerte de Frank?


ENZO: Esa es una pregunta difícil de responder. Yo no lo podía creer, a pesar de que ya
habíamos perdido compañeros en la lucha, ese dolor de perder a Frank cuando más lo
necesitábamos y cuando más ideas tenía, fue algo muy duro para todos y para la Revolución.
Para mí, su muerte solo es comparable con la muerte del Che, diez años más tarde.
Frank no solo era el jefe, sino que era el compañero que siempre te escuchaba con atención
cualquier problema que tuvieras. A pesar de ser menor que muchos de los que trabajábamos con
él, todos lo respetábamos y reconocíamos su liderazgo. Cuando supimos la noticia de su muerte,
nadie coordinaba pensamientos, ni atinaba a hacer nada. Fue Vilma la que sobreponiéndose al
dolor se irguió por sobre todos y dirigió el proceso de rescate del cadáver por doña Rosario y su
traslado primero a la casa de San Bartolomé y luego a la de América. Yo siempre he
considerado que la actuación de Vilma en aquellas trágicas circunstancias la hizo crecer como
dirigente revolucionaria, y desde entonces me sentí más vinculado a ella.
Vilma era una persona muy especial, una estudiante universitaria que venía de una familia que
aunque no era rica, sí tenía una posición desahogada. A pesar de eso era una muchacha sencilla
y amigable. Yo no tenía relación personal con ella, pero la conocía porque yo era dirigente del
Colegio de Maestros, que quedaba a dos casas de la suya, y en el trayecto siempre la veía.
Después me entero que fue de las jóvenes que en la Universidad se opusieron a Batista desde
los primeros días posteriores al golpe de Estado y que fue de las que se solidarizó con los
moncadistas, e incluso llegó a atender a unos heridos. Para ese entonces, Vilma era una joven
con una actitud abiertamente vertical en contra del gobierno y con amplia proyección
revolucionaria. Sabía que era amiga de Frank y de Pepito porque ellos la visitaban, igual que a
Nilsa su hermana, pero todavía no tenía relación alguna con ella. Yo empecé a vincularme con
Vilma en el 56, a su regreso de un curso que pasó en Estados Unidos. Su actividad
revolucionaria estuvo muy vinculada a Frank País, y este le dio la misión de atender a Haydée y
Armando y organizar los botiquines de primeros auxilios para el 30 de Noviembre, junto al
proyecto de difusión de una arenga radial que se transmitiría el día del alzamiento. Ella cumplió
con esa tarea. Luego estuvo en el cuartel general con Asela de los Santos, donde estableció uno
de los botiquines, mostrando una actitud muy valiente y decidida.
Después del alzamiento, su casa se vuelve el centro de la actividad revolucionaria. Allí Frank
recibe a la gente y reorganiza el trabajo, y la labor de Vilma aumenta. Luego que Frank cae
preso, mi relación con ella en ese período no es igual, porque a Frank lo sustituye –como jefe de
Acción– Carlos Iglesias Fonseca, Nicaragua, y este no siempre despachaba en casa de Vilma,
sino que usaba la casa de Nuria García, la novia de Taras Domitro, que era al lado, y yo no
recuerdo la relación entre Vilma y Nicaragua de la misma forma que la de Frank con ella.
Unos días antes de su muerte, Frank me informa sobre su idea de designar a Vilma como
coordinadora de la provincia y me pide mi opinión. Yo le dije que me parecía bien, pues ella era
una luchadora recia que podía cumplir cualquier misión que se le encomendara, y aunque
existían ciertos prejuicios en cuanto a las mujeres en las tareas de dirección, en definitiva Frank
designó a Vilma en esa responsabilidad. Después cae Frank, y eso provoca en ella –en mi
opinión– su mayoría de edad como dirigente revolucionaria al asumir un papel extraordinario en
los acontecimientos de esos días. A partir de ahí, mi vínculo con ella crece.

ENTREVISTADORES: Enzo, tras la liberación de Frank en mayo de 1957, ¿el Movimiento 26 de


Julio en Santiago adoptó algún mecanismo especial o alguna medida extraordinaria para
protegerlo?
ENZO: No, y ese fue un grave error nuestro. Personalmente he pensado muchas veces que
nosotros nos descuidamos en eso. A cada cual le preocupaba la suerte que corriera Frank, pero
no supimos traducir esa preocupación en un mecanismo efectivo que garantizara su vida.
Nosotros podíamos haberlo sacado por un tiempo de Santiago, en esos momentos existía la
posibilidad de hacerlo. Estaba la finca de Luis Felipe Rosell, que era un lugar seguro y alejado
de la ciudad, o la de Juan José Otero, igual. Y había otros sitios que lo podían haber alejado de
ese cerco férreo, interno, que se montó sobre él en la ciudad.
Pero es que Frank era muy tozudo, cuando él tomaba una decisión no había quien lo
contradijera, y él había decidido quedarse en Santiago y afrontar cualquier peligro. Además, yo
creo que su salida de la casa de Avelino García (en Reloj y Santa Rosa), a pesar de que hubo
cerca una escaramuza de registro, fue un poco precipitada. Esa fue la mejor casa de seguridad en
que estuvo Frank escondido.
ENTREVISTADORES: ¿A quién pertenecía esa casa?
ENZO: A un matrimonio de amigos de Enrique Canto, y ahí estuvo Frank casi dos meses sin
tener problemas. Conjuntamente con el hecho de que los dueños eran personas de confianza,
discretos y que nunca levantaron sospechas en el barrio, las características de la vivienda eran
excelentes. En realidad eran dos casas, una daba a Reloj y la otra a Santa Rosa, y se unían por el
patio en una especie de tapia que daba posibilidades de escape. Pero el hecho de que en la
cuadra hubieran hecho un registro, alarmó tanto a Frank como al matrimonio y a los
compañeros del Movimiento. Él decide irse, y a partir de ahí no está seguro en más ningún
lugar. Primero se va para la casa de Raúl Pujol y de esta a la de Luis Felipe en el jardín Los
Ángeles. Luego va para Vista Alegre, que es donde yo lo veo. De ahí sale porque se corrió la
noticia de que los sanguinarios masferreristas lo tenían localizado en Vista Alegre, y eso puso
muy nerviosa a la señora de la casa, que estaba embarazada. Entonces Frank, que era muy
sensible, decide llamar a Raúl Pujol para alojarse en su casa, ya que él se sentía tranquilo en esa
casa, aunque realmente era muy insegura, no ofrecía buenas vías alternativas de escape en caso
de apuro. Por otro lado, había estado «quemada» y la habían dejado «refrescar» un tiempo, pero
de todas formas Frank se sentía tranquilo estando allí.

ENTREVISTADORES: ¿Frank no tenía escolta de seguridad?


ENZO: No. Nunca. Él no lo hubiera permitido.

ENTREVISTADORES: Cuando murió, ¿ustedes se sintieron responsables por no haberlo cuidado


lo suficiente?
ENZO: Claro, yo creo que nuestra incapacidad para no prever lo que podía pasar, contribuyó a
que lo mataran. Pero con Frank pasaba algo difícil de creer, tú pensabas que él era invulnerable.
Cuando estabas a su lado, quien se sentía escoltado y protegido era uno. Además, las cosas más
peligrosas las hacía solo, o cuando más, con la gente imprescindible.

ENTREVISTADORES: ¿Agustín Navarrete acompañó a Frank hasta que lo mataron?


ENZO: Tin estaba clandestino en Santiago y era el jefe de Acción en la ciudad. Desde la
partida de Léster para el extranjero, Tin pasa a ocupar el lugar de este, junto a Frank, y
permanecen ambos escondidos en las mismas casas. Primero en la de Avelino García, luego en
la de Raúl Pujol, también en el jardín Los Ángeles de Luis Felipe Rosell, y en la casa de Vista
Alegre. El estar juntos suponía la posibilidad de defenderse en caso necesario, pero no significa
que Tin fuera el escolta de Frank. Por eso, cuando yo veo a Frank en Vista Alegre, Navarrete
estaba con él. Cuando se separan y Frank se va para la casa de Raúl, Navarrete se refugia en la
del papá de Duque de Estrada. Eso explica que el día que mataron a Frank no lo acompañara y
no corriera, eventualmente, la misma suerte.
7
La dimensión de Frank País

ENTREVISTADORES: Varias obras fuera del país, escritas principalmente por enemigos de la
Revolución Cubana, se han esforzado por confrontar a Frank País con Fidel Castro. Sin rodeos:
¿Frank participó en algún intento para limitar o condicionar la proyección política de Fidel?
ENZO: No lo creo. Yo sí sé que hubo gente dándole vueltas a Frank pensando que él no se
daba cuenta, pero él era más listo que todos ellos. Frank los escuchaba, pero él tenía una opinión
formada, y nunca, lo puedo decir con absoluta certeza, participó en nada contra Fidel.
El hecho de que le expresara a Fidel de forma directa sus opiniones y criterios, no significa en
modo alguno que él quisiera limitar su accionar político, por el contrario, era una prueba de su
capacidad para ser honesto. Y el hecho de participar en la comisión que elaboró un proyecto de
programa para el Movimiento, y que estuviera al tanto y alentara la elaboración de la Tesis
Económica que redactaban Regino Botti y otros economistas e intelectuales para el Movimiento
26 de Julio, tampoco puede interpretarse en ese sentido. Pienso que más bien forman parte del
proceso de formación política de Frank. No existe ninguna evidencia, oral o escrita, que pueda
decir lo contrario. Incluso hay una carta de Carlos Franqui –uno al que sí le preocupaba el
supuesto caudillismo de Fidel– en la que él afirma que si hay dos personas que no le temen al
radicalismo en la Revolución son Frank País y Armando Hart. Frank era un hombre grande, y
como tal, supo percatarse del papel que Fidel jugaría en la Revolución. Las tres ocasiones en
que pudieron encontrarse y hablar, les acercaron e identificaron plenamente.
La relación Fidel-Frank era fluida y armoniosa. Lo que pasó fue que algunos compañeros del
llano tenían concepciones equivocadas respecto al papel que jugaría el Ejército Rebelde y sobre
la figura de Fidel Castro. La relación entre ellos era increíble. Frank admiraba y respetaba
enormemente a Fidel, al que veía no solo como el jefe militar, sino como el continuador de la
obra de José Martí, lo cual apunta en muchas ocasiones. Fidel también sentía gran respeto y
confianza por Frank, y lo consideraba como pieza clave para lograr la victoria. Esto último lo
pueden comprobar en dos momentos: cuando llega el primer refuerzo de hombres y armas a la
Sierra Maestra preparado por Frank y Celia, Fidel exclama que él sabía que Frank no le fallaría,
y cuando lo asesinan, él dice que la tiranía no sabía el carácter y la integridad que habían
matado. Estos dos momentos te dan la medida de lo que él significaba para Fidel.
Frank le informaba a Fidel como jefe todas las cuestiones fundamentales y así lo mantenía
informado de lo que ocurría en las ciudades y fuera del país, y en ese sentido Fidel daba sus
opiniones, orientaba y hacía recomendaciones, pero nunca discutiendo ni contrariándose entre
ellos, pues ambos tenían muy claro que lo que hacían era superior a ellos mismos y por tanto
debían entregarse totalmente a la causa.
Frank fue una persona que nos educó a nosotros en primer lugar en el respeto y la admiración
a Fidel, a Abel y a todos los asaltantes y a la proeza del Moncada. Él decía que para ganarse el
derecho a dirigir la Revolución, había que hacer lo que Fidel hizo: organizar centenares de
hombres en el occidente del país y llevarlos hasta Santiago de Cuba, sin que nadie se percatara,
así como concebir y desarrollar ese plan sin una sola delación en momentos en que la dictadura
utilizaba cualquier método para encontrar a los «revoltosos». Frank decía que ese fue el ejemplo
más grande de trabajo clandestino y compartimentado. Pero lo admiraba, además, porque fue un
jefe que no solo organizó, preparó e impartió órdenes, sino que estuvo allí, en la primera línea
de fuego y corrió los mismos riesgos que todos los hombres bajo su mando.

ENTREVISTADORES: ¿Cree que en eso influyó la formación martiana y religiosa de Frank?


ENZO: Por supuesto, él era muy martiano, seguía de forma casi ciega las prédicas de José
Martí, lo leía con una devoción increíble. Además, él era bautista, muy apegado a los principios
de la Biblia, entonces su formación patriótica se complementaba con una visión muy humanista
de las cosas, muy comprometida. Hay incluso una carta suya para una muchacha llamada Ruth
Gaínza, escrita en los días posteriores al 26 de Julio, donde él le dice que hubiera querido
conocer del hecho para haber participado, y además le confiesa que él entró el propio 26 por la
noche al Moncada y vio la sangre, los muertos y todos los salvajismos que se cometieron.
¡Fíjate la clase de arrojo que tenía Frank que en fecha tan reciente como la primera quincena de
agosto, él publica un artículo en la imprenta de Pinillos titulado «Asesinato», donde denuncia
todas aquellas atrocidades y se identifica aún más con Fidel y con el hecho del Moncada!
Lo que pasó fue que cuando Fidel sale de la cárcel después de la amnistía, hace unas
declaraciones públicas donde da a entender que él va a participar de la vida política, elecciones
y esas cosas, declaraciones que después se demostró eran una cortina de humo para desinformar.
Pero Frank y Pepito, que aún no son calibrados suficientemente en cuanto a su inobjetable
decisión de entregar la vida por la Revolución en cualquier momento, parece que no entendieron
aquellas declaraciones, motivados quizás por el repudio que sentían ambos hacia todo ese
negocio de partidos políticos tradicionales, alianzas electorales y esas cosas que ellos ni
compartían ni seguían. Porque ellos rechazaban ese camino, pues estaban convencidos de que
esa forma no era la correcta, y lo que había que hacer era seguir la lucha armada a toda costa.
Incluso, en Santiago hubo un intento de Luis Conte Agüero para incorporar a los jóvenes
revolucionarios al movimiento político, y en una reunión celebrada en San Pedro del Mar, en la
que estuvieron entre otros Alberto Muguercia, Jorge Ibarra, Pepito Tey, Josué y Frank País, este
último le dijo cuatro disparates a Conte Agüero. Eso yo lo conozco por el testimonio de Jorge
Ibarra, quien estuvo en la reunión. Entonces, al Fidel hacer aquellas declaraciones a los medios,
parece que no les cayeron bien a Frank y a Pepito, y hubo en ese momento algo de
incomprensión por parte de ellos. Creo que fue el único momento en que Frank no concordó con
Fidel en algo, pero felizmente todo quedó claro después.
Hay una cuestión que uno tiene que comprender, aún hoy es difícil seguir en su totalidad a
Frank, porque él era una gente de actuaciones y de ideas muy compartimentadas, incluso hasta
en sus relaciones con sus compañeros. Porque lo que él hablaba contigo no lo hablaba con el
otro, la participación que le daba a alguien no te la daba a ti, y era capaz de cultivar relaciones
con una diversidad enorme de personas para distintas cosas que solo él conocía en su totalidad.
Todos los días aparece un elemento nuevo de Frank que indica su increíble capacidad
conspirativa y su talento para mantener compartimentadas las cosas para que solo las conocieran
las personas que él deseara. ¡Imagínate que había un compañero en Caimanera (Gustavo Moll)
que fue de los primeros en irse en el refuerzo mandado por Frank para la Sierra Maestra, y los
responsables de Acción en Guantánamo se enteraron que Moll tenía un fusil guardado cuando
Frank lo fue a buscar y les informó de la partida de ese compañero para la Sierra!

ENTREVISTADORES: La capacidad conspirativa es un punto de contacto entre Frank y Fidel.


ENZO: Uno de tantos. Imagínate que yo me enteré no hace mucho que Frank estuvo haciendo
desde 1956 vínculos con campesinos de la zona de Yateras y de Imías –donde después se
estableció el Segundo Frente Oriental– para entablar relaciones, localizar una tienda e indagar
los mecanismos para abastecerse, con vistas a si algún día había que alzarse. Y eso lo conocía
solamente la gente que participó con él en esas averiguaciones.
Por eso es que yo les digo que hay cosas que demuestran que él era un gran conspirador. Hay
cartas suyas donde habla de que no podía confiar en todo el mundo. Incluso, hay algo que él
llevaba como un dolor, que yo no he podido identificar plenamente pero que está relacionado
con la adquisición de las armas de los auténticos: al parecer hubo compañeros que no confiaron
suficientemente en él en aquellas circunstancias, por aquello de que estaba colaborando con los
auténticos. Pero lo que no entendieron quienes lo criticaron, es que Frank estaba obsesionado
con la idea de buscar armas para la lucha, no importaba de dónde salieran, pero sin hacer ningún
compromiso político. En definitiva, eso fue lo que hizo, conseguir armas para el Movimiento.
Desafortunadamente hubo malas interpretaciones y a Frank aquello al parecer nunca se le
olvidó. Él entendía que la procedencia de las armas no entrañaba un compromiso político con
nadie, pues en nuestras manos servirían para combatir a Batista y hacer la Revolución que
preconizaba Fidel.

ENTREVISTADORES: Esto es similar al vínculo de Fidel con Carlos Prío para garantizar el
reinicio de la lucha en 1956, y que entre sus consecuencias devino la desarticulación de la
Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio radicada en Cuba.
ENZO: Para julio de 1956, Fidel estaba tratando de unir a todas las fuerzas revolucionarias en
México, y en consecuencia con esa idea unitaria y en la búsqueda de recursos para armar la
expedición, se produce un acercamiento táctico y necesario con los auténticos, que en ningún
momento implicó la firma o el compromiso político del Movimiento 26 de Julio con ese grupo o
sector opuesto al régimen batistiano. Fidel informó de esto a la Dirección Nacional del
Movimiento en Cuba –por conducto de Carlos Franqui–, y esta celebró una reunión en La
Habana el 28 de julio de 1956 en la cual se discutió el asunto, y hubo compañeros que no
estuvieron de acuerdo con esa decisión, por considerar que constituía una claudicación de los
principios que el Movimiento defendía.

ENTREVISTADORES: ¿Qué opinión le mereció a usted este hecho?


ENZO: Yo no era miembro de la Dirección en aquella época, pero creo que Fidel debía
cumplir con la palabra de que en 1956 seríamos libres o mártires, aunque eso implicara contar
con los recursos de Prío y de todos los auténticos que aparecieran para apoyar la expedición.
Pero lo que mucha gente no entendía es que a veces había que usar tácticas flexibles, y hasta
producir rodeos para ciertas cosas, en momentos determinados y con objetivos precisos, sin que
eso significara claudicar en los principios y objetivos de la Revolución. Al parecer, eso no fue
interpretado así y dio lugar a que en la Dirección Nacional algunos expusieran criterios
discordantes, y como consecuencia de esto Fidel priorizó la unidad entre las fuerzas políticas
que pretendían derrocar a Batista como un objetivo del Movimiento en ese momento. Además,
de hecho reorganizó aquella dirección: mandó a buscar a México a una parte de sus miembros y
dividió el país en tres regiones –Occidente, Centro y Oriente–, responsabilizando a Aldo
Santamaría para Occidente, a Santiago Riera en el Centro, y a Frank País en Oriente y como
coordinador general de las tres regiones. Esta división se correspondía con los trabajos que se
desarrollaban para apoyar el desembarco en las tres principales zonas montañosas del país:
Oriente, Las Villas y Pinar del Río. Desde entonces la Dirección Nacional en Cuba, en la
práctica, sería dirigida por Frank País.

ENTREVISTADORES: Las críticas a que fue sometido Frank por la operación de las armas de los
auténticos, o por los atentados a los militares, ¿llegaron a perturbarlo?
ENZO: Creo que lo preocuparon bastante. Sobre eso hablamos en varias oportunidades. A
veces, cuando terminaba en su escuela a las cuatro de la tarde, atravesaba por Sueño y llegaba
hasta mi casa en Cuartel de Pardos, tomaba café y después bajaba por Trinidad, San Germán o
por Habana, porque se le hacía camino hasta su casa en San Bartolomé. En esas ocasiones que
me visitaba, llegaba hasta la cocina buscando café claro y pan para merendar, y ahí se sentaba a
esperar que yo terminara de atender a algún alumno –que normalmente yo tenía a esa hora–, y
conversábamos. Una vez yo estaba repasando al hermano del capitán Agustín Labastida (Jorge)
y Frank entró, se tomó su café como de costumbre, me dijo algo y se fue. Después Jorge La-
bastida me preguntó que si yo sabía quién era él. Yo le dije que sí, que era un compañero
maestro que se quería ir para Estados Unidos y estaba repasando inglés conmigo. Al parecer,
Jorge lo había reconocido, y por eso me preguntó aquello.
Después de los atentados del 19 de abril de 1956, yo comienzo a notar a Frank algo
atribulado. Él no era una persona que hablara mucho, pero los que estábamos cerca de él,
habíamos aprendido a saber cuando tenía algún problema por la forma en que se comportaba.
Entonces, aquello me estaba preocupando, y un día le pregunté qué le pasaba. Me dijo que esa
misma noche iba a tener una reunión y que le preocupaba el ánimo de los compañeros porque:
«hay gente que cuando la cosa se pone dura, se acobardan». Fueron sus palabras exactas,
dándome a entender que a raíz de los atentados hubo gente que se asustó ante la posibilidad real,
latente, de morir. Porque hay gente que está con la Revolución, pero cuando llega la hora de
matar o de arriesgarse, entonces no se comportan de la misma forma. Después ya no lo vi con
esa preocupación y no le pregunté nada más, porque yo le tenía mucho respeto, y si él no me
decía, yo no averiguaba.
Además, a Frank le preocupaban otras cuestiones, más bien de carácter personal, pero que
estaban vinculadas con el proceso que dirigía. Él sentía que había gente en la Dirección que al
parecer no confiaban suficientemente en él y no creían en su capacidad de mando ni de
organización, quizás por su juventud o por su carácter aparentemente demasiado tranquilo. Eso
sí lo tenía un poco contrariado, pues su vida era la Revolución, y él no concebía que hubiera
gente que no creyera suficientemente en su sentido de la responsabilidad, en la capacidad de
saber lo que tenía que hacer, o en su disposición de entregar la vida sin la menor vacilación en
cualquier momento.

ENTREVISTADORES: Frank pasa por un momento amargo con la muerte del policía en el ataque
a la estación de El Caney. Por lo que se ha escrito, eso le trae un fuerte encontronazo con la
madre y serias dubitaciones.
ENZO: Después de eso estuvieron reunidos en la casa de Tony Alomá –según me contó Léster
Rodríguez–, Frank, Pepito y él. Porque Frank estaba pensando en salir un tiempo del país,
porque la mamá y la hermana le insistían mucho en que así lo hiciera. Incluso la hermana estaba
dispuesta a pagarle el pasaje a Estados Unidos para que saliera de la tensa situación en la que
estaba sumido en Santiago. Y él estaba sumamente agobiado por eso, pues no quería irse, pero
tenía la presión constante de doña Rosario y del resto de la familia. Y Léster me cuenta que
Pepito le dijo: «No te preocupes, Frank, ninguna madre quiere que le maten a sus hijos, eso es
normal, si tú quieres vas y vienes, como hice yo».
Porque Pepito había pasado por algo similar: lo habían ido a buscar a su casa, y como no
estaba se habían llevado preso a su padre y le habían dicho a este que si su hijo no se iba, ellos
se lo mataban. Entonces la familia se aterrorizó y lo obligaron a pedir permiso en la Universidad
de Oriente para que viajara a Estados Unidos, donde estuvo como dos meses. No aguantó más y
regresó. Y aquel viaje lo radicalizó aún más. Pepito era proletario, había sido obrero –
comprendía lo que era la explotación del obrero–, y aquel viaje lo hizo comprender aún más el
papel de explotadora que ejercía la sociedad norteamericana. En definitiva, Frank no se fue, y se
quedó en medio de un volcán en erupción.

ENTREVISTADORES: Pero las dificultades con la madre también tenían un componente ético,
religioso, por el asunto de dar muerte a un ser humano.
ENZO: Es cierto, pero eso él llegó a resolverlo con la madre. Frank era una persona que
dominaba la Biblia, y entre él y Josué buscaron en el texto bíblico un pasaje que explicaba
cuando se podía matar a alguien en medio de una lucha o de una guerra, y se lo leyó a la mamá.
Y aunque no la convenció, al menos le buscó una justificación sagrada a su decisión de matar
cuando fuera necesario para preservar la continuidad de la Revolución.

ENTREVISTADORES: ¿Qué proyección político-ideológica tenía Frank?


ENZO: Frank era una mentalidad en proceso de desarrollo acelerado. Era una persona
sumamente honrada, valiente y muy apasionado por la justicia. Con un origen humilde y una
modestia soportada por la ideología que profesaba, pero no conforme. Él era pobre, pero nunca
pasó hambre ni anduvo con ropas remendadas, y esa situación él la llevaba con dignidad. Nunca
tuvo afinidad con la gente rica y se vinculaba con facilidad a la gente pobre, a los trabajadores y
a los jóvenes sin posibilidades económicas, en los que encontraba sus iguales.
Frank se hizo martiano desde niño y eso es muy importante al hablar de él. Tuvo unos
profesores que lo indujeron a leer a Martí y se volvió un seguidor ferviente de su prédica.
Conocía y dominaba bastante bien la historia de Cuba. Muchas veces hablamos sobre las
guerras de independencia, la intervención de los estadounidenses en Cuba, del gobierno de
Gerardo Machado, de Antonio Guiteras y de otros temas históricos, entre ellos la frustración de
la generación del 30 y la corrupción de muchos de sus miembros, como Carlos Prío y otros.
Recuerdo que decía que la corrupción constituía una traición y era un peligro que debía evitar la
Revolución.
Es cierto que su pensamiento estuvo muy influido desde el principio por todo lo que de
humano contiene la Biblia, eso influía en su sentido de la justicia, la igualdad, la fraternidad y la
solidaridad. Pero la lucha lo fue templando, y se dio cuenta –sin dejar de ser bautista y sin
renegar de esas ideas– que la lucha revolucionaria era algo duro y que la muerte estaba siempre
latente. Por eso a él no le tembló la mano cuando debió dar muerte a alguien para alcanzar la
victoria, que significaba la posibilidad real de hacer justicia. Hay una carta suya a raíz de la
muerte de Josué, su hermano querido, donde dice: «Tenemos que llegar para hacer justicia…»
Pero sobre todo, se preocupaba porque los compañeros que ejecutaban acciones en las que había
posibilidades de matar, estuvieran convencidos que lo estaban haciendo por necesidad de una
causa justa, pero que en el futuro esa no podía ser una línea de conducta, pues se convertirían en
asesinos, iguales a los que ellos combatían en ese momento.
Todo eso da la posibilidad de suponer que él hubiera comprendido y abrazado sin dificultad el
socialismo. Incluso, en el año 1957, en un escrito suyo expresa que al Movimiento 26 de Julio
había que ponerlo en contacto con las teorías sociales más modernas, por lo que es correcto
suponer que él conocía algo de las ideas socialistas, y hasta donde las conocía, las compartía.
Sobre todo por la carga de justicia social que estas entrañaban. Además, Frank tenía una
capacidad increíble para prever lo que pudiera pasar. En una ocasión él tuvo problemas con su
novia, Elia Frómeta, y decide terminar con ella –porque al parecer ella no entendía que la
actividad revolucionaria le ocupara todo el tiempo en detrimento de sus relaciones personales– y
en una carta él le dice que era mejor así, porque «yo sé lo que vendrá después…» Es decir, él
presentía la posibilidad de su muerte como algo real. Porque él tenía esa capacidad innata en los
hombres de su talla de poder ver un poco más allá que los demás. Y eso le permitía prever los
cambios sociales que acarrearía construir una Cuba nueva. Figúrense ustedes que en cierta
ocasión –a mediados de 1956, antes del 30 de Noviembre– Frank y yo conversábamos en la
esquina del Templo Bautista (en la acera de Enramadas y Carnicería) cuando por la acera del
frente, junto al edificio donde se encontraban las oficinas de Obras Públicas, pasó Luis Randich,
ex condiscípulo suyo que pertenecía ya entonces a la policía secreta. Frank levantó la vista, lo
siguió con la mirada y cuando dobló en la esquina me pregunta: «¿Tú crees que este nos pueda
hacer daño algún día?» Yo le respondí que a lo mejor, y no hablamos más del tema.
Aproximadamente un año después, Randich identificó a Frank ante Salas Cañizares en San
Germán y Rastro, y participó de su asesinato en el Callejón del Muro.

ENTREVISTADORES: ¿Qué ideas tenía Frank acerca de la línea de pensamiento de Fidel en


cuanto a la estrategia trazada por él para la dirección de la Revolución durante la etapa in-
surreccional?
ENZO: Fidel siempre tuvo la idea de formar un contingente político-militar para conducir la
Revolución. Esa idea se ve mucho más clara después de Mompié, cuando el Ejército
Revolucionario del Movimiento 26 de Julio, consolidado y convertido en Ejército Rebelde, es
ya, sin discusión, el núcleo central de la vanguardia revolucionaria, que estará donde él esté.
Cuando él se va para México a preparar la expedición, ese contingente que lo sigue y se prepara
junto a él, es el germen de lo que sería el ejército de cuadros políticos-militares que él siempre
pensó formar, forjados en la guerra, listos al sacrificio. Porque él siempre dijo que la primera
condición de un revolucionario es la disposición de dar su vida por la Revolución.
Eso lo entendía Frank a la perfección, pero no todos lo comprendían cabalmente. Yo recuerdo
que en una ocasión Frank me dijo: «Tú vas a ver que cuando empiece la guerra, quienes vamos
a mandar seremos los militares…»
Y yo me preguntaba: ¿quiénes son los militares? Ah, pues los miembros del Ejército
Revolucionario liderado por Fidel y los del aparato de Acción que nos uniformaríamos para
identificarnos y desarrollar nuestras acciones, en apoyo y coordinación con aquellos. A partir de
ese comentario que él me hace, yo comienzo a pensar que Frank tiene que haber hablado mucho
con Fidel sobre la importancia y el papel que debería jugar el aparato militar en la conducción
de la Revolución. Por eso es que él no se deja llevar por las diferentes posiciones encontradas
entre la Sierra y el Llano, pues entendía perfectamente que lo fundamental era ayudar al
sostenimiento, supervivencia y desarrollo de la guerrilla comandada por Fidel en la Sierra
Maestra, sin que eso fuera en detrimento del desarrollo del resto del Movimiento en el llano.
Después que Frank regresa de su último viaje a México, viene convencido de que los
elementos armados serían los que asumirían el choque frontal, directo con el enemigo, y en
consecuencia, la conducción de la guerra. Por eso él uniforma a los combatientes de Santiago
para distinguirlos, identificarlos y hacerlos sentirse parte de aquel ejército que desembarcaría y
se internaría en la Sierra Maestra, como símbolo de identidad entre ambas fuerzas, convencido
de que el mando de todos los rebeldes lo tenía Fidel. Una muestra de ese criterio tú la tienes en
el refuerzo que él envía a principios de 1957: esos fueron hombres que pelearon en el llano en
apoyo al desembarco y que él preparó, organizó, armó y uniformó previamente para
mandárselos a Fidel a la Sierra Maestra.

ENTREVISTADORES: ¿Qué significado tiene la expresión de Frank «quienes van a dirigir la


Revolución son los militares»?
ENZO: Frank era consciente de que el dirigente revolucionario debía estar en la primera línea
de combate, y él consideraba como el elemento fundamental a los combatientes armados que
estaban en lucha frontal contra Batista, que no eran otros que los miembros del Ejército Rebelde
y los compañeros de Acción en las ciudades. Pero según su criterio, estos no formaban un grupo
con el mismo grado de organización, de preparación y de disciplina que el que tenían los
guerrilleros de la Sierra. Por eso es que yo pienso que él consideraba, desde el punto de vista
político, a los miembros de nuestro Ejército como los futuros dirigentes revolucionarios.

ENTREVISTADORES: Esa forma de pensar lo acerca a Maceo y a Gómez, y no a Martí.


ENZO: En ese sentido, sí.

ENTREVISTADORES: Y lo acerca a Fidel y no a otros dirigentes dentro del Movimiento 26 de


Julio.
ENZO: Lo que pasa es que él era una gente de acción. Ahora a Frank le ponderan su apego por
la música y por la cultura, y eso está muy bien, es cierto. Pero él era un hombre netamente
preparado para la acción, en el sentido de su radicalismo revolucionario, que no necesariamente
tiene que estar en contradicción con su gran sensibilidad humana.

ENTREVISTADORES: Una de las cosas que impresiona de Frank País es su capacidad de


organización político-militar, que se vuelve a revelar especialmente después que sale de la
prisión en mayo de 1957. Es el hombre que conspira políticamente con Fidel para unir a
sectores de la oposición y comprometerlos a trabajar a favor de los intereses revolucionarios.
ENZO: Mira, yo pienso que Frank es desde antes del desembarco del Granma un complemento
de Fidel. Este es el máximo dirigente político-militar del Movimiento 26 de Julio, obligado por
las circunstancias a realizar sus tareas fuera de Cuba durante un tiempo y después desde la
Sierra Maestra. Y Frank es el organizador clandestino dentro del país. Hasta el momento la
personalidad de Frank no era la de un líder de masas, sino la del dirigente de una organización
que se preparaba de forma secreta para realizar acciones efectivas como parte de la insurrección
general contra la tiranía. Su trabajo era aglutinar y preparar hombres para la lucha –en silencio–,
y por eso, y por sus otras condiciones personales, la gente lo respetaba. Aún no había tenido
necesidad de desarrollar su posible faceta de movilizador de masas, ni como figura política
pública.
Por el contrario, la participación de Fidel en la vida política era distinta. Era el líder que lo
mismo concebía y sistematizaba las ideas sobre las que organizaría y realizaría la lucha contra la
tiranía, que dirigía una acción armada, pronunciaba un discurso improvisado, o polemizaba
mediante artículos periodísticos, y eso le otorga una dimensión política pública mayor. Porque
la de Frank es clandestina, en secreto. Y yo creo que en ese sentido se complementan. Pero
cuando Frank sale de la cárcel en mayo de 1957, yo noto en él mucha más preocupación y
dedicación para buscar e incorporar más abiertamente a la gente que podía ayudar a la
insurrección. Ya él no piensa y trabaja únicamente en la acción, sino también en la
incorporación de fuerzas que antes no estaban vinculadas a la acción, como los obreros y los
elementos que forman la Resistencia Cívica. Lo cierto es que su papel como dirigente político
crece y pasa a ser el brazo derecho de Fidel y de la Revolución fuera de la Sierra Maestra.

ENTREVISTADORES: En otro sentido, ¿qué relaciones estableció Frank País con los funcionarios
estadounidenses en Oriente?
ENZO: Por la condición de jefe o ejecutivo único, Frank País tiene que atender una serie de
cuestiones de carácter político que se desarrollan en el país, y que Fidel no puede hacer desde la
Sierra Maestra. Creo que el nexo con el Consulado americano empezó por medio de María
Antonia Figueroa, pues ella tenía muchos vínculos con los ortodoxos desde antes de pertenecer
al Movimiento 26 de Julio: con Gerardo Abascal, Enrique Canto y un grupo, ortodoxos todos,
que tienen relaciones con el Consulado de Estados Unidos y con la Universidad de Oriente,
pues el rector de la Universidad tenía excelentes relaciones con el cónsul. Y además, Max
Figueroa, el hermano de María Antonia, era uno de los directivos universitarios. Entonces, yo
pienso que por esa vía pudo estar la relación de ella con los funcionarios del Consulado
estadounidense.
Ese nexo propició la salida de Léster Rodríguez de Cuba por la Base Naval de Guantánamo, y
hasta ese momento, esas relaciones eran vistas con un sentido distinto. Es así hasta que el cónsul
–seguramente siguiendo instrucciones– comienza a indagar sobre cuestiones que solo le
interesaban al Movimiento 26 de Julio.
En esa época ocurrió un incidente que afectó las relaciones que el Movimiento 26 de Julio de
Guantánamo logró establecer clandestinamente con personas de la base yanqui, mediante las
cuales funcionaba un mecanismo de traslado de armas y parque desde Miami hasta Santiago de
Cuba. Para ello se utilizaban autos de uso que se compraban allá con el supuesto objetivo de
venderlos aquí, pero que en realidad servían para ocultar armas y parque que se acomodaban en
distintas partes de su estructura, las que luego eran desmontadas en Cuba. En una ocasión, en
junio de 1957, en uno de esos autos venía un militar norteamericano, de los que en la base
colaboraban, acompañado de Thelma Bornot Pubillones –militante del Movimiento 26 de Julio,
quien trabajaba en la base–, y a la salida de Holguín el auto sufrió un accidente y parte del
cargamento que portaba fue detectado por el Ejército de la tiranía, que informó de los hechos a
las autoridades norteamericanas de la Base Naval. Por este motivo fueron detenidos el
americano y Thelma Bornot por las autoridades de la base, e interrogados por agentes del FBI
[Oficina Federal de Investigación]. Como consecuencia, se interrumpió esta vía de
abastecimiento y Thelma tuvo que abandonar definitivamente Guantánamo y pasar a trabajar en
la Organización, en Santiago de Cuba. Desde ese momento las autoridades yanquis se
mantuvieron en constante alerta, pues se estaban realizando actividades desconocidas por ellos
en sus propias instalaciones. De ahí yo saco la conclusión de que ellos quisieron estrechar
vínculos con el Movimiento 26 de Julio para estar al tanto de lo que ocurría. Incluso Frank,
poco antes de morir, le expresa en una carta a Fidel que estaba cansado de la insistencia del
cónsul en querer entrevistarse con él, lo que había ocurrido en una ocasión anteriormente.

ENTREVISTADORES: ¿Estuvo usted involucrado en algo de eso?


ENZO: Estando yo en Camagüey, en diciembre de 1957 fui a Santiago en una ocasión a
informar, y Armando me indicó ir al Consulado para que oyera al cónsul, que reiteradamente
pedía entrevistarse con alguien del Movimiento 26 de Julio. El encuentro fue con el vicecónsul.
En cuanto comenzamos a conversar, me percaté de que las sospechas de Frank no eran infun-
dadas, pues tenía interés en todo: quería saber quién yo era, qué hacía, dónde, quién me pagaba,
y un montón de cosas más. Me pidió que le informara en qué podía ayudarnos. Yo le dije que
era miembro del Movimiento 26 de Julio, que había sido designado para verlo y escuchar lo que
quería plantear y que informaría sobre la entrevista. Tan pronto terminé, me fui directo a ver a
Armando, le conté la conversación y mi impresión de que estaban haciendo averiguaciones para
saber a toda costa los pasos que dábamos, en lo que Armando coincidió conmigo. Lo que sí te
puedo asegurar es que mientras Frank vivió, desconfió del interés del Consulado por acercarse
al Movimiento 26 de Julio, pero convencido de apoyar cualquier mecanismo para
aprovecharnos de ellos y obtener recursos en la Base Naval. Sin ninguna otra finalidad.

8
Camagüey

ENTREVISTADORES: Siendo responsable de Propaganda en Oriente, a finales de 1957 a usted lo


designan como coordinador del Movimiento en Camagüey. ¿Qué condicionó su designación?
ENZO: Para responder eso debo, por fuerza, hacer un recuento de los hechos acaecidos en
Camagüey antes de mi llegada. Con el objetivo de incorporarse a la expedición de Fidel Castro
en México, salieron tres luchadores que tuvieron el protagonismo necesario para comandar con
autoridad, junto al doctor Raúl García Peláez, la lucha en la provincia: Cándido González,
Reinaldo Benítez y Calixto Morales, todos fundadores de la organización. Esto determinó que
García Peláez quedara como coordinador provincial. Desde antes de la salida de Cándido, im-
portantes elementos del Partido Ortodoxo que desde el principio habían asumido
responsabilidades al frente del Movimiento, terminaron la colaboración. El cerco sobre García
Peláez, constantemente perseguido, hizo aún más difícil el trabajo organizativo en la provincia.
Los máximos dirigentes del Movimiento 26 de Julio en el país, en numerosas ocasiones
visitaron la provincia para indicar personalmente la reorganización del trabajo. Allí estuvieron
Armando Hart, Faustino Pérez, Pedro Miret, Antonio (Ñico) López, entre otros. En mayo de
1956 García Peláez asiste a una reunión en La Habana, donde plantea los problemas existentes,
y de ese encuentro salió el compromiso de Armando Hart, como miembro de la Dirección
Nacional, de apoyar a la Dirección Provincial con elementos que él conocía del Movimiento
Nacional Revolucionario (MNR) en la provincia. Semanas después fue enviado Mario Hidalgo
Barrios para unir a estos miembros del MNR a las fuerzas del Movimiento.

ENTREVISTADORES: ¿Quiénes se incorporan?


ENZO: En este primer momento se incorporan Joaquín Agramonte Molina, José (Chicho)
Sánchez Castellanos, Badith Saker Saker, Enrique Latorre Martín, Argimiro Socarrás, Léster
Delgado, entre otros. Luego de esto y debido a la situación de García Peláez, que fue arrestado
en dos ocasiones, se decide internamente que Joaquín Agramonte lo sustituyera en la
coordinación del Movimiento. Este nombramiento interino no fue hecho oficialmente por la
Dirección Nacional sino semanas después, lo cual hizo pensar a muchos combatientes, inclusive
a dirigentes de otros frentes, que el máximo jefe en la provincia continuaba siendo García
Peláez. Después del 30 de Noviembre de 1956, García Peláez fue perseguido aún con mayor
empeño y decide salir al extranjero. Las labores de apoyo al 30 de Noviembre y al desembarco
del Granma no pudieron ser cumplidas cabalmente por el Movimiento en la provincia. Razones
de índole material y de dirección concurrieron para que al llegar el año nuevo de 1957 el trabajo
clandestino estuviera seriamente comprometido y surgiera lo que se dio en llamar «El 26 y
medio».

ENTREVISTADORES: ¿Qué respuesta se dio ante esta nueva situación?


ENZO: Frank País decide enviar a la provincia a dos experimentados luchadores, Octavio
Louit Venzant, Cabrera, y a Alonso (Bebo) Hidalgo Barrios, para que ayudaran a reorganizar el
trabajo. La llegada de ambos posibilitó que gracias al trabajo esforzado y sostenido de los
compañeros de Camagüey y al apoyo directo brindado por la Dirección Nacional, el
Movimiento recuperara su capacidad de lucha y el espíritu de combate. En esta etapa se
reorganizó el aparato de Acción, se desarrollaron acciones de sabotaje a objetivos económicos,
se inició la organización obrera y del Movimiento de Resistencia Cívica, además de permitir la
estructuración de un ejecutivo relativamente sólido que se extendió a los municipios.
Pero después de la terrible pérdida que significó la muerte de Frank y del fracaso de la huelga
espontánea surgida tras su caída, así como del levantamiento cienfueguero del 5 de septiembre,
el trabajo cayó nuevamente en crisis. El encarcelamiento de más de 30 revolucionarios, entre
ellos Jaime Vega y Alberto Pila, de la Dirección Provincial, y coordinadores de municipios
como Eliecer Betancourt, de Santa Cruz del Sur, y Azórides Cedeño, de Guáimaro, generó más
problemas. Algunos de los detenidos hicieron confesiones, posibilitando que la policía capturara
armas, municiones y otros medios. En estas condiciones, Joaquín Agramonte, constantemente
perseguido, contacta con Faustino Pérez, y este lo autoriza a que se traslade a La Habana. Antes
de partir, designa provisionalmente a José (Chicho) Sánchez como coordinador hasta que la
Dirección Nacional designara a otro compañero. En esta situación, la Dirección en Camagüey
quedó prácticamente acéfala.

ENTREVISTADORES: ¿Entonces es que lo nombran?


ENZO: Yo me desempeñaba como responsable provincial de Propaganda en Oriente y
colaboraba con Armando Hart en cuestiones de organización. Después de los últimos problemas
con las detenciones y la salida de Agramonte hacia La Habana, Armando me cita a la casa de
los Ruiz Bravo –donde se escondía en Santiago– para explicarme en presencia de Haydée la
grave situación existente en Camagüey y que era necesario que yo fuera una semana allá para
tratar de obtener la mayor cantidad de información posible sobre las condiciones reales en las
que se podía basar una ulterior reestructuración del Movimiento en dicha provincia.

ENTREVISTADORES: ¿Cuáles fueron las indicaciones de Armando?


ENZO: Él me indicó que mi contacto sería un compañero llamado Badith Saker, Badito, que se
encargaría de conectarme con todos los elementos revolucionarios. Además me dio una serie de
instrucciones sobre alguna gente que se habían separado de la Dirección por discrepancias y que
se habían unido bajo lo que ellos llamaban «El 26 y medio». Ahí estaban Alfredito Álvarez
Mola, Mario Herrero Toscazo, y como jefe, Jorge Enrique Mendoza Reboredo.
Mis instrucciones eran bien claras: tratar de limar asperezas y unir a todo el mundo por un
mismo objetivo, alcanzar la derrota de la tiranía. Armando también me dijo que podía contar
con un grupo de intelectuales camagüeyanos que él conocía del MNR: los hermanos François y
Carlos Varona Duque de Estrada y un abogado de apellido Silva que trabajaba con ellos en el
mismo bufete. Pero me advirtió que tuviera cuidado, porque algunos de esos compañeros –
intelectuales supuestamente de izquierda– tenían sus ideas y podían tratar de influir en mí sobre
cuestiones de dirección, sin que su participación en la lucha les hubiera ganado con suficiencia
ese derecho.
Efectivamente, cuando empiezo a trabajar con ellos, me percato de que Carlos tenía unos
criterios medio raros sobre la dirección de la Revolución y sobre la dirección de la economía. Y
ahí fue cuando yo empecé a tener conocimiento de la preocupación de alguna gente por el
programa futuro del Movimiento y por la Tesis Económica, cosas sobre las cuales yo
personalmente nunca había escuchado ninguna discusión, pues para mí la cosa estaba clara: el
contenido de La historia me absolverá, los Manifiestos 1 y 2 del Movimiento 26 de Julio al
Pueblo de Cuba, y lo que dijera Fidel. Como Frank jamás discrepó de eso, y para mí él era el
primer fidelista, yo seguía esa misma línea.

ENTREVISTADORES: ¿Recuerda con exactitud la fecha en la que llega a Camagüey?


ENZO: Llegué por avión en la tarde del 23 de noviembre de 1957, el mismo día que
ajusticiaron en Holguín al coronel Fermín Cowley Gallegos. Recuerdo que Chicho Sánchez –
quien me recibió en el aeropuerto– me dio la noticia, y ese mismo día me encontré en una casa
de la calle San Martín, en el número 764, con Badith Saker, que vivía allí con sus hermanos
Gloria, Salomé y Rafull. Badith se encargó de citar a todas las personas comprometidas para
una reunión que efectuamos en la casa de César Selema, en la que se encontraron Léster
Delgado, Milton Urra, Carlos Hernández, Octavio Louit, Armando Pérez, responsable en
Florida, entre otros. Pude percatarme con rapidez de que a pesar de la situación organizativa y
de dirección, existían condiciones para impulsar la labor revolucionaria. Al menos lo más
importante –los hombres dispuestos– no faltaba, aunque la mayoría todavía no había
desarrollado la experiencia requerida para las tareas de acción en las ciudades, en particular bajo
condiciones de extraordinario hostigamiento enemigo. Como en ese momento mi orientación
era solo la de recabar información y de evaluar, así lo hice y después de una semana regresé a
Santiago para informar.
Al rendir mi informe, en este caso a Hart y a Daniel (René Ramos Latour), estos deciden que
yo regresara y me hiciera cargo de la coordinación del Movimiento. Armando me repitió las
indicaciones: evitar todo roce con el grupo del llamado «26 y medio», tratar de unirlos, reforzar
el trabajo organizativo y comenzar a rehacer el trabajo en el Frente de Acción, tarea para la cual
sería enviado con posterioridad un compañero de experiencia para que me ayudara.

ENTREVISTADORES: ¿A quién enviaron a cubrir el Frente de Acción?


ENZO: En la primera semana de diciembre llegó Agustín Navarrete, Tin, que había sido jefe de
Acción en Santiago y poseía experiencia en este tipo de lucha en las ciudades. Él vino
acompañado de su esposa, Virginia Amador, y del compañero Eduardo Céspedes. Ya en la
ciudad, Navarrete incorporó a Manolito Céspedes, compañero santiaguero que había tenido que
salir de esta ciudad debido a la persecución de que era objeto por unos elementos masferreristas
que lograron detectar sus funciones en el Movimiento.
El Frente de Acción se reorganizó rápidamente bajo la dirección de Tin Navarrete. Para la
residencia y labores de dirección del aparato de Acción, Badith Saker alquiló una casa en el
reparto Jayamá, en la calle Clavel número 20. Allí fueron a vivir Navarrete, su esposa y
Eduardo, y luego se incorporaron también Manolito y Pedro Léster Delgado, este último, jefe de
Acción en el municipio cabecera. Esta casa se convirtió de hecho en el puesto de mando de la
Organización y sirvió también de escondite para nuestro pequeño arsenal, que era abastecido de
dinamita desde Santiago de Cuba mediante un auto al que le habíamos dividido el tanque de la
gasolina y en uno de los compartimentos creados se trasladaban los explosivos. Ese auto solía
ser manejado por Anita Céspedes.

ENTREVISTADORES: ¿Quiénes formaban el ejecutivo del Movimiento en esa fecha?


ENZO: Bueno, dentro de la Dirección Provincial yo quedé como coordinador, y estuvo
integrada además por Agustín (Tin) Navarrete como jefe de Acción, Carlos Hernández en
Propaganda, César Selema en Finanzas, Octavio Louit en el Frente Obrero y Agustín (Tin)
Tomé en Resistencia Cívica. Por esos días celebré mi primera reunión con Alfredo Álvarez
Mola y Mario Herrero Toscazo. Les informé sobre la reorganización y proyecciones de trabajo,
y quedamos en apoyarnos mutuamente y en que yo los pondría también en contacto con Tin
Navarrete. A partir de entonces los mantenía informados y ellos nos proporcionaron algunas
armas que entregaron a Tin. Ese período de trabajo fue de constantes reuniones, visitas a los
municipios y de un acelerado entrenamiento por parte de Navarrete de las nuevas formas de
lucha, entre ellas la quema de caña, por ser Camagüey una fuerte productora de azúcar. La
quema se hacía con unas peloticas de ping-pong que se rellenaban con clorato y azúcar, se
tiraban y como a los quince minutos la mezcla ardía, produciendo la quema de la caña. En esta
etapa participaron activamente Agustín Navarrete, Léster Delgado, Manolito Céspedes, Milton
Urra, Badith Saker, Alfredito Álvarez, Mario Herrero, Chicho Sánchez, Homero Guasch, Héctor
Carmona, Rodolfo Ramírez Esquivel, Adulfo Cedrón, Rogelio Aróstegui, Carlos Hernández,
Domingo López, Carmen Tejeiro, entre otros compañeros. Carmen en particular desempeñó un
extraordinario papel al funcionar como enlace entre la Dirección de la provincia y las distintas
jefaturas de los municipios. Se logró volver al ritmo de impresión y distribución de material
propagandístico. Se integró un equipo de propaganda del que participaron, además de Carlos
Hernández, su esposa Lourdes Puig, Bellita, y François Varona, el doctor José Silva y mi
hermano Rafael Infante, Puchete, a quien hice venir de Oriente. Aumentaron las recaudaciones,
el trabajo de la Resistencia Cívica se fortaleció con la designación de Papi Agüero como
responsable municipal y la incorporación del doctor Acosta (cuñado de los Varona). Además, el
sector obrero se reimpulsó bajo la acertada dirección de Octavio Louit y Carlos Palacios,
quienes contaron con la colaboración de Heriberto Hernández (del sector de la medicina), Henry
Martínez (dirigente telefónico) y de Alfredito Álvarez y Mario Herrero (ambos del sector
bancario).
Para la revisión del trabajo del Movimiento en la provincia, visité con Agustín Tomé Agero
los municipios de Guáimaro y Santa Cruz del Sur, así como el Central Elia, y con Carlos
Hernández los municipios de Florida, Ciego de Ávila y Morón. Hernández era viajante de
laboratorios farmacéuticos y por esto tenía que trasladarse con frecuencia, y yo lo hacía con él
con la cobertura de ser su ayudante. Carlos tenía junto con su esposa una pequeña farmacia en la
ciudad de Camagüey, la que era utilizada para actividades del Movimiento. En estos recorridos
solía mantener contactos de orientación con los coordinadores y otros responsables de los
municipios, entre ellos con Armando Pérez, el doctor Florido y Manuel Alepuz en Florida; el
doctor Manzor, en Morón; Mario Rivero, Ezequiel Rosado y el doctor Sirven, en Ciego de
Ávila, y en Jatibonico con un compañero al que llamaban Eddy, cuyo nombre no recuerdo, al
que veía en una bodega situada en la Carretera Central, dentro del pueblo.

ENTREVISTADORES: ¿Qué acciones preparó el Frente de Acción dirigido por Tin Navarrete para
terminar el año 1957?
ENZO: Entre las misiones especiales se encontraban sabotear las plantaciones e instalaciones
dedicadas a la zafra azucarera, derribar postes y destruir registros eléctricos, así como
obstaculizar los festejos de Nochebuena y Pascuas. Además, efectuar reuniones con los
responsables de Acción de los municipios y entrenarlos en el uso de las peloticas incendiarias.
El 31 de diciembre se prepararon dos comandos: el dirigido por Agustín Navarrete –del que
formó parte Manolito Céspedes–, con la misión de destruir plantaciones cañeras en las afueras
de la ciudad, tras lo cual debían entrar en la ciudad efectuando disparos al aire y retirarse hacia
el puesto de mando, en el número 20 de la calle Clavel. Una vez allí, Agustín aguardaría por el
grupo que comandaba Pedro Léster Delgado, y formado además por Rodolfo Ramírez Esquivel,
Alfredo Sarduy y Domingo López Loyola, con la tarea de ajusticiar al sargento Trujillo, un
connotado esbirro. Este partió a su objetivo y al no encontrar a Trujillo, el grupo de Léster
decide buscar a algún esbirro de la policía que mereciera ser ajusticiado. Es en esa búsqueda que
su vehículo, un Pontiac verde cremita y vino, propiedad de Rodolfo Ramírez, es visto por una
patrulla en la ciudad, y al comprobar la policía que se trataba de uno de los autos circulados,
comienza una lenta persecución. Pedro Léster advierte que lo siguen y decide atraer al patrullero
hacia una zona conocida como Los Coquitos para tenderle una emboscada. En el tiroteo que se
arma es herido de gravedad Rodolfo y recibe también heridas serias Sarduy. Logran retirarse,
pero Sarduy es apresado, y cuando Pedro Léster intenta detener un vehículo, no se percata de
que es una patrulla que había respondido al llamado de la primera que los persiguió. Se arma un
segundo tiroteo en el que son acribillados Domingo y Rodolfo y detenido más tarde Pedro
Léster.

ENTREVISTADORES: ¿Qué hicieron ustedes ante estos hechos?


ENZO: Bueno, mientras esto pasaba, yo me encontraba escondido en una casa de la calle 7
número 130, entre Braulio Peña y Cornelio Porro, en el Reparto Garrido. Era la casa de Víctor
Gispert Ortega (hermano de Rafael, el esposo de mi prima Alejandrina Cancio), donde yo
pernoctaba. Al escuchar los disparos, fui hasta la casa de Carmen Tejeiro para ver si ella sabía
algo, y una vez allí, llamó Milton Urra para decir que Pedro Léster estaba preso y que habían
matado a Rodolfo y a Domingo. En ese momento no supe nada de Sarduy. Entonces localicé a
Badith Saker, Chicho Sánchez y a Milton Urra, y decidí salir con ellos hacia la casa del Reparto
Jayamá para avisarle a Agustín –pues era de suponer que desconociera la situación– e intentar la
evacuación de todos los medios posibles de nuestro puesto de mando. Así lo hicimos, y cuando
analicé con Navarrete la situación, decidimos que lo mejor era abandonar la casa de inmediato y
trasladar las armas y documentos que pudieran comprometer el trabajo. Como no disponíamos
de otro refugio en Camagüey, le orienté a Tin que fuera hasta Ciego de Ávila –donde podía
esconderse con su esposa en la clínica del doctor Sirven–, y Manolito fue para un escondite
conocido por él. Tin colocó unas escopetas, dinamita, pelotas incendiarias, clorato y otros
medios en el maletero de la máquina y partió con su esposa Virginia Amador para Ciego de
Ávila, donde debía permanecer hasta que yo le informara sobre el curso de los acontecimientos.
Por otro lado, Chicho Sánchez guardó en su auto dos rifles Winchester 44 y otros medios para
trasladarlos a lugar seguro. Terminada la recogida, abandonamos el lugar, pues era de esperarse
que los cuerpos represivos aparecieran en cualquier momento, ya que el auto de Rodolfo
Ramírez –identificado en la persecución– acostumbraba permanecer parqueado junto a la casa
durante el día. El primero de enero efectuamos una reunión urgente en casa de Carmen Tejeiro,
en la que Badito contó que lo habían estado buscando en su domicilio por la madrugada, al
descubrir que la casa de Jayamá había sido alquilada por él, y por la mañana habían ido a la
quincalla y se habían llevado preso a su hermano Rafull. En esta ocasión encargué a los
hermanos Varona Duque de Estrada la asistencia legal de Pedro Léster y de Sarduy, orienté a
Badito que se escondiera hasta mi regreso y decidí ir a Santiago para informar de lo ocurrido.

ENTREVISTADORES: ¿Qué hizo en Santiago?


ENZO: El día 2 de enero me reuní con Vilma Espín, Haydée Santamaría y Daniel, les informé
de los acontecimientos y recibí la indicación de regresar y tratar de rehacer el trabajo, ahora
extremando las medidas de precaución. Tin Navarrete, quien había continuado viaje, se quedó
en La Habana por indicaciones de Daniel. A mi vuelta a Camagüey me dediqué a reorganizar el
Frente de Acción, cuya dirección pasó a manos de José González, El Gago, con la orientación
de continuar con sabotajes a objetivos económicos, quema de ómnibus y búsqueda de armas en
la ciudad.
En los primeros días de enero el Movimiento sufrió en el municipio de Florida otro golpe muy
fuerte: fueron detenidos cerca de 30 compañeros, entre ellos el coordinador Armando Pérez
Ruiz, lo que me hizo reorganizar el ejecutivo en ese municipio. Lo sustituyó el doctor
Arquímedes Cosío Rivero como coordinador y Felipe Pérez Sánchez como jefe de Acción.
ENTREVISTADORES: Poco después termina su trabajo en Camagüey. ¿Qué pasó?
ENZO: En los primeros días de enero arrestan a Armando Hart, a Tony Buch, a Javier Pazos y
al campesino que les había servido de guía –un hombre de apellido Vallejo–, cuando bajaban de
la Sierra Maestra. Yo me enteré en Camagüey de la detención por François Varona, quien lo
escuchó por una emisora radial norteamericana la noche anterior. Eso era una mala señal, pues
si en los medios cubanos no se decía nada, podría significar que querrían silenciar aquello para
asesinarlos a todos, como tantas veces ocurrió.
Tomé el primer vuelo para Santiago y me encontré con Haydée en casa de los Ruiz Bravo (en
la calle Santo Tomás, entre Trinidad y San Germán). Ella estaba deshecha, a tal punto que
quería ir a ver a Chaviano para pedir que no mataran a Hart. Yo traté de calmarla y de explicarle
que eso era una locura y que lejos de ayudar a Armando y al resto de los compañeros, eso podría
empeorar las cosas, pues ella también sería apresada. Ese mismo día –cosa que yo desconocía
por completo–, Daniel formó un comando en el que estaban Carlos Chaín, Eduardo Mesa,
Belarmino Castilla y Miguel Ángel Manals, junto a otros compañeros, para que asaltaran una
estación de radio –que resultó ser Radio Santiago– y dieran la noticia de la detención de
Armando y sus compañeros. Se movilizó a la opinión pública nacional e internacional para
evitar lo peor, y se logró que el padre de Javier, Felipe Pazos, llamara desde el extranjero
pidiendo garantías para la vida de su hijo. Sin embargo, para Armando la orden de Batista fue
matarlo simulando un combate. Solo la creciente ola de protestas populares, los medios
movilizados, así como la denuncia hecha también por Faustino en una emisora radial nacional y
la de los compañeros de Santiago, lograron salvarle la vida. Entonces yo regreso para
Camagüey. A fines de ese mismo mes, me mandan a buscar a Santiago para participar de una
reunión de la Dirección Nacional, donde se analizaría la situación de la Coordinación Nacional
después del arresto de Armando. Por aquella época la Dirección Nacional ampliada incluía a los
coordinadores provinciales junto a los responsables nacionales de frentes. En esa oportunidad,
Haydée plantea que Marcelo Fernández, responsable nacional de Propaganda, ocupe el cargo de
Armando y que yo ocupe el de Marcelo. Por esa razón yo salgo de Camagüey.

ENTREVISTADORES: ¿Quién lo sustituye en Camagüey?


ENZO: Como coordinador fue nombrado el compañero Carlos Chaín Soler –recién liberado,
después de cumplir condena en el Presidio Modelo de Isla de Pinos–, que colaboraba con Daniel
en la organización de las Milicias del Movimiento. Antes de marcharme para La Habana, en la
segunda quincena de febrero me reuní con Chaín en Camagüey y le pasé toda la información y
le expliqué la situación del trabajo en la provincia.

ENTREVISTADORES: ¿Qué le dejó el trabajo conspirativo en la provincia de Camagüey?


ENZO: Siempre recuerdo la acogida favorable que recibí de todos. Incluso la actividad diáfana
de Alfredito Álvarez Mola y Mario Herrero, quienes llegaron a demostrarme gran confianza al
ponerme al tanto de los contactos que sostenían directamente con la Sierra Maestra –donde ya
se encontraba Jorge Enrique Mendoza–, muestra de lo cual fue haber recibido a través de
Alfredito una nota enviada para mí por Armando Hart desde la Sierra y que trajo un mensajero
de la Comandancia General. Por aquella época Alfredito y Mario exploraban la posibilidad de
establecer un grupo de compañeros por la zona norte de Nuevitas, en los límites con Las Tunas,
cuyas ideas compartieron conmigo.
Nosotros desarrollamos el trabajo en Camagüey bajo difíciles condiciones, constantemente
perseguidos, prácticamente sin armas ni medios, en momentos en que los cuerpos represivos
recrudecían sus métodos para obtener confesiones y reprimir a los revolucionarios. Y estuvimos
muy poco tiempo, algo más de dos meses. No es mucho, en realidad, pero tengo la convicción
de que Camagüey, en lo personal, me fortaleció como luchador y confirmó mi apreciación
inicial del potencial de lucha de los camagüeyanos, y como revolucionario me dejó gratos
recuerdos y excelentes compañeros, muchos de los cuales, desgraciadamente, no están
físicamente con nosotros.

9
Responsable nacional de Propaganda

ENTREVISTADORES: Cuando lo nombran responsable nacional de Propaganda, ¿cómo estaba


estructurada la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio?
ENZO: De acuerdo con la estructura propuesta por Frank en carta a Alejandro (Fidel) de fecha
7 de julio de 1957 y que estaba vigente, los coordinadores provinciales formaban parte de la
Dirección Nacional ampliada. Hasta ese momento, solo estaba integrada por el coordinador
nacional, un responsable nacional de Acción, uno de Finanzas, uno Obrero, uno de Propaganda
y uno de Resistencia Cívica.

ENTREVISTADORES: ¿Y el Frente Estudiantil?


ENZO: No, el responsable del FEN (Frente Estudiantil Nacional) no formaba parte de la
Dirección Nacional, pues el Frente siempre funcionó aparte, orientado por el coordinador.
Entonces, cuando había reunión de la Dirección Nacional ampliada, los seis coordinadores
provinciales eran citados para que participaran, de acuerdo con la estructura propuesta a Fidel
por Frank y que se mantuvo vigente después de su muerte, pues Armando la aplicó cuando
asumió la Coordinación Nacional.
En esta reunión de la que hablé, Haydée me propone para que sustituya a Marcelo en el cargo
de responsable nacional de Propaganda, frente que radicaba en La Habana. Por esa razón es que
comienzo a trabajar en la capital, junto con Faustino Pérez –quien era el coordinador de la
provincia–, con Arnol Rodríguez –responsable de Propaganda en La Habana– y con Manuel
Suzarte –financiero de la provincia. También estaban otros compañeros, con algunos había
trabajado y a otros solamente los conocía: Taras Domitro, Oscar Lucero y Octavio Louit
Venzant, Cabrera, quien trabajaba en el Frente Obrero con David Salvador y Ñico Torres. A
Octavio lo conocía desde que se inició el trabajo en el Frente Obrero, que se hizo desde Oriente
a Occidente. En algunas ocasiones coincidimos en el mismo lugar. Por ejemplo, Cabrera fue
responsable obrero de Camagüey mientras yo trabajaba allí, hasta que él se tuvo que ir para
Santa Clara.

ENTREVISTADORES: ¿Llegó a tener mucha relación con Haydée Santamaría?


ENZO: Yo tuve oportunidad de relacionarme con ella. La conocí cuando lo de la carta que le
llevé, por indicación de Frank, a una tal María que resultó ser ella, a principios del año 1956.
Cuando Armando y Haydée van a Santiago, en una ocasión voy bajando San Germán, y entre
San Bartolomé y San Félix había una escuela de monjas –La Inmaculada–, y frente a ese colegio
estaban ellos dos y Frank. Recuerdo que saludé a Frank y él me presentó a María y a Jacinto,
nombres de guerra de Armando y Haydée. El 30 de Noviembre la volví a ver en el cuartel
general, siempre haciendo algo, ayudando en lo que fuera, y no se me olvida que mandó a hervir
huevos y preparó un batido de fruta bomba.
Después del levantamiento, la vuelvo a ver en casa de Vilma, cuando Frank me manda a
buscar como a los tres o cuatro días. Pero la veo porque está allí, no porque hablara conmigo o
algo parecido. Yo comienzo a tener más relación con ella a raíz de una mayor cercanía de
trabajo entre Armando y Frank después del 30 de Noviembre, cuando los dos están en la
reorganización del Movimiento, la propaganda y el Frente Obrero. Entonces yo, que estaba en
lo de la propaganda, veo más seguido a Haydée, que acompañaba a Armando a todas esas cosas.
En ocasión de la prisión de Faustino, hacia mayo, el Movimiento en La Habana se queda medio
desarmado, y Armando viene con ella a trabajar. En esa oportunidad él también es detenido y
ella logra escapar, y se queda en La Habana hasta después de la muerte de Frank.
La volví a ver con Armando –que se había escapado de la cárcel–, con motivo de una reunión
convocada por Marcelo Fernández para organizar la propaganda, pues él había sido designado
por Fidel como responsable nacional. Ese encuentro fue un domingo, después del 5 de
septiembre, y se efectuó en el apartamento de un ingeniero –compañero del Movimiento 26 de
Julio–, en un edificio de la calle 11, en El Vedado. Ahí conversamos de muchas cosas, de Frank,
del 5 de septiembre, de la propaganda. Y después de eso, cuando ellos dos regresan a Santiago,
yo la veo más, pues además de atender la propaganda, comienzo a ayudar a Armando en la
organización del Frente Estudiantil Nacional, la Resistencia Cívica y el Movimiento Obrero.
Ya en noviembre, un día Armando me manda a buscar y me informa que se ha decidido que
un compañero camagüeyano que estaba en la Sierra Maestra y que tenía serios problemas en la
columna, bajara y viniera a trabajar conmigo, para atender la propaganda obrera, pero me dice
que lo controle de cerca, porque le gustaba actuar un poco por la libre, y Haydée me dice que
además era comunista, porque ella al parecer no era muy amiga de los comunistas. Se trataba de
Calixto Morales Hernández, que fue coordinador en Florida hasta que se fue para México con su
primo Cándido y con Reinaldo Benítez, para prepararse y venir en el Granma.
En casa de los Ruiz Bravo a mí me dicen que él me localizaría en el Colegio de Maestros, y
cuando me fue a ver, a los pocos días comenzamos a trabajar. Pero no había pasado mucho
tiempo y, en los días previos a lo del Pacto de Miami, Armando me cita y me habla de la
situación caótica que había en Camagüey. Me dice que era necesario que yo fuera allá para
tratar de conocer bien lo que ocurría. Volví a la semana, informé y Armando me dijo que tenía
que volver para ayudar a reorganizar el trabajo. Yo pienso que Haydée participó de esa decisión,
pues ella estaba presente y asintió ese criterio. Regresé a Santiago en enero cuando detienen a
Armando. Como ya les relaté anteriormente, yo me encontré a Haydée destruida. Nunca la había
visto así: estaba agobiada, aturdida, desesperada, todo eso junto. Cuando ella me vio, recuerdo
que me dijo: «¡Ay, Bruno, primero Boris y Abel, y ahora Armando!»
Porque ya se ha dicho que pensábamos que a Armando lo iban a matar, y para ella fue
recordar lo que había sufrido con Boris Luis Santa Coloma y con su querido hermano Abel. Por
suerte, todo se resolvió felizmente y Armando pudo salvar su vida. A mí me parece que Haydée
no habría soportado perderlo.
Después de eso la vuelvo a ver en la reunión de la Dirección Nacional, a fines de enero,
porque como Armando estaba preso había que buscar alguien que lo sustituyera, y para hacer
esos movimientos se efectuó esa reunión. Allí Haydée propuso a Marcelo para que ocupara el
cargo de coordinador general, que era la responsabilidad de Armando, y a mí me propone para
que me encargara de la Propaganda Nacional, que era el cargo de Marcelo. En esa reunión
participaron, según mi memoria, Haydée, Faustino, Vilma, Daniel, Marcelo, José Aguilera Ma-
ceira, creo que David Salvador, y yo.

ENTREVISTADORES: ¿Qué argumentó Haydée en la reunión para sostener su propuesta?


ENZO: Ella dijo que yo había sido responsable de Propaganda en Oriente al lado de Frank y
que mi trabajo había sido muy bueno, que yo conocía ese sector del trabajo y que podría
desempeñarme bien. Haydée tenía mucha autoridad entre los compañeros, todo el mundo
escuchaba y respetaba lo que ella decía. Porque en esa época había una especie de jerarquía
entre los combatientes, y en el escalón más alto estaban los moncadistas, y el hecho de que ella
fuera mujer y se la hubiera jugado como los hombres que asaltaron el cuartel, le daba mucha
más autoridad. Cuando vengo para La Habana, me entero que ella se ha ido para la Sierra
Maestra por orden de Fidel, yo pienso que para protegerla, y cuando subo para la reunión de
Mompié, ella estaba allá, aunque no la vi a mi llegada a Las Vegas de Jibacoa.

ENTREVISTADORES: ¿Le sorprendió su designación al frente de la Propaganda Nacional?


ENZO: Sí. Yo fui un responsable nacional de Propaganda algo en precario. Tenía
conocimiento de toda la propaganda en Oriente, porque la organicé desde la base –pero no era
ni periodista ni escritor–, yo era un organizador que había creado un equipo de redactores que
eran los que plasmaban las orientaciones que yo recibía. A mí me decían de qué debía tratar el
material y yo lo transmitía a los que escribían, y luego revisaba lo que se imprimía. Al menos,
así se hizo en Oriente. Recuerden que en el momento de mi designación, yo me encontraba
trabajando al frente del Movimiento en Camagüey, y como el Frente de Propaganda radicaba en
La Habana, tuve que venir sin conocer nada de aquí.
Al principio pasamos mucho trabajo. ¡Imagínate, no sabíamos cómo se movía la propaganda
aquí, ni dónde estaban los lugares, ni los contactos, ni la gente de nosotros! Arnol Rodríguez era
el responsable propagandístico aquí y él tenía establecido su sistema de trabajo, apoyado en un
grupo de compañeros entre los que recuerdo a Bonifacio Hernández, El Boni; Jorge Reyes,
Alejo; Ángel Fernández Vila, Horacio; Ernesto Vera y Vicente Báez, que atendía la propaganda
obrera. Realmente yo no quería interferir en sus labores, así que cuando él me expuso algunas
ideas y me dio algunos consejos sobre la situación de La Habana, yo lo escuché muy atento,
aunque traté de formar mi trabajo y mi vida lo más parecido posible a como lo teníamos en
Santiago.
Todos los que vinimos de Oriente –mis hermanos Puchete y Renaldo, Leonel Duharte y
Teresa Hernández– vivíamos en casas de huéspedes. La última en que estuve me la recomendó
Arnol –estaba al lado de la Escuela de Medicina en la calle 25–, la dueña se llamaba Josefa.
Pero hubo un problema que después trajo consecuencias graves: la casa era un refugio de
revolucionarios y yo no lo sabía. La única persona que conocía de mis actividades era Josefa,
quien era de confianza, y yo le dije a ella que iba a pasar como un vendedor de textos escolares.
Entonces cuando me cogen preso, yo di mi dirección y arrestan a todos los que vivían allí, y
después es que me entero que todos andaban en lo mismo.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo llega a La Habana y qué situación se encuentra al llegar aquí?


ENZO: Cuando a mí me designan en el cargo, yo traje conmigo a mis hermanos Puchete y
Renaldo, ambos con experiencia en el trabajo de propaganda en Oriente. Puchete había estado
conmigo en Camagüey y yo lo había incorporado a esas actividades con los compañeros de allí,
y Renaldo, con su experiencia en la redacción, realizaría aquí en La Habana la misma función.
Al llegar tuvimos que buscar dónde vivir por nuestra cuenta. Al principio estuve unos días en
una casa de huéspedes en Masón y Valle, propiedad de un señor llamado Santiago, cuyos
apellidos no recuerdo. Yo fui a esa casa con la recomendación de Wilfredo Alonso Garrido,
maestro y compañero del grupo de impresión propagandística y también dirigente del Colegio
de Maestros en Santiago de Cuba. Después pasé a la casa de Juan Luis Caveda Ramírez,
maestro y estudiante de Arquitectura, de quien yo era amigo desde que estudiábamos juntos en
la Escuela Normal y el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago. Caveda, en su propósito de
hacerse arquitecto, había venido para acá con su mamá. Trabajó como maestro sustituto y se
hizo delineante, profesión que desempeñaba para sostenerse a la vez que estudiaba Arquitectura.
Nosotros habíamos conservado vínculos de amistad, y cada vez que yo venía a La Habana nos
veíamos y conversábamos. Caveda estaba vinculado a los compañeros del Directorio
Revolucionario de la Escuela de Arquitectura y sabía que yo pertenecía al Movimiento 26 de
Julio, mas no conocía mis actividades ni mis responsabilidades dentro de este. Yo le planteé que
si podía alojarme en su casa y aceptó, y permanecí allí hasta la huelga del 9 de abril. También
estuvo en esa casa mi hermano Puchete. Renaldo, por su parte, se alojó en la casa de Jorge
Socías, compañero del Círculo Literario Heredia de Santiago y amigo nuestro, quien se había
abierto camino como artista con la ayuda de Félix B. Caignet.
Para La Habana vinimos primero Renaldo y yo con Frank Carbonel manejando un Chrysler
que se rompió a la salida de Las Tunas y que vendimos en el cuartel de esa ciudad a un guajiro
que le gustó, por 300 pesos. Allí tomamos un ómnibus y al llegar nos hospedamos en el Hotel
Vanderbilt –en Masón y Neptuno–, desde donde localicé a Marcelo Fernández, quien acudió al
lugar, conversamos y convinimos en que nos ubicáramos por nuestros medios. También
acordamos que compraría otro auto, a plazos, para el trabajo que yo realizaría, aportando como
entrada el importe del que había vendido en Tunas. Puchete vino después, por ómnibus.

ENTREVISTADORES: ¿Cuáles fueron sus primeras tareas al frente de la Propaganda Nacional?


ENZO: Al comenzar a trabajar como responsable nacional de Propaganda, viajamos Marcelo y
yo de La Habana a Oriente en un Chevrolet del 54 de dos puertas, recién adquirido, para
distribuir el periódico Revolución, y así él aprovechaba el viaje y visitaba a los coordinadores
provinciales.
En mayo de 1957, Haydée y Marcelo habían ido a la Sierra Maestra acompañando a unos
periodistas norteamericanos. Él sabía inglés e iba como traductor, y estando allá arriba le pide a
Fidel quedarse. Fidel le dijo que no podía quedarse porque él era más necesario en el llano, y le
encomienda ocuparse de la Propaganda Nacional, vacante por la prisión de Carlos Franqui. Pero
le dice que vaya a Santiago para que Frank le hiciera el nombramiento.

ENTREVISTADORES: ¿Qué nombramiento?


ENZO: El de responsable nacional de Propaganda, porque entonces en las ciudades todas esas
decisiones –aunque fueran tomadas por, o en concierto con Fidel– las tenía que firmar Frank
como ejecutivo de la Dirección Nacional del Movimiento fuera de la Sierra Maestra. En medio
de los trámites de su nueva responsabilidad, Marcelo no puede resolver todas las cosas y lo que
logra conseguir es un mimeógrafo eléctrico como el que teníamos en el Colegio de Maestros. Y
lo único que puede comenzar a tirar ahí es el periódico Sierra Maestra, pues él decía que había
acordado con Fidel que todos los periódicos provinciales se llamaran así y que Revolución debía
llamarse solamente el de carácter nacional.
Bueno, cuando nosotros adquirimos por fin esos equipos en La Habana, los compañeros que
nos ayudaron a comprarlos se ocuparon también de desarmarlos, empaquetarlos y enviárnoslos
a la Universidad de Oriente de forma segura. Eso fue antes de la muerte de Frank, y es a partir
de esas relaciones que logro conocer a Marcelo, porque en el tiempo del que estoy hablando, yo
aún era responsable de Propaganda en Oriente y no me había ido para Camagüey.
Marcelo era una persona muy tratable, delicado e inteligente, y reunía a la vez una
determinación y una fuerza que lo impulsaba a hacer las cosas más imprevistas. Parecía estar
afectado también por el temor a un supuesto caudillismo de Fidel. No obstante, él y yo llegamos
a ser excelentes compañeros y a tener las mejores relaciones de trabajo, desde la primera
reunión del Frente de Propaganda que él convoca en La Habana, en la primera quincena de
septiembre de 1957.
En esa ocasión pude ver a Armando por primera vez después de su fuga, y a Haydée, un
domingo al mediodía en el apartamento de un ingeniero –cuyo nombre no recuerdo– que vivía
en la calle 11 en El Vedado, cerca del edificio López Serrano, que hoy forma parte del Instituto
de Retinosis Pigmentaria. Conversamos de la situación del Movimiento, de Frank y de los suce-
sos de Cienfuegos que hacía unos días habían ocurrido, y Armando me dijo que iría para
Santiago a hacerse cargo de la Coordinación allá. Después de esta primera reunión, yo comienzo
a venir con frecuencia a la capital, y en ocasiones conversaba con Marcelo y Faustino sobre
algunas cosas que me preocupaban.
ENTREVISTADORES: ¿En qué sentido?
ENZO: Mira, en esos momentos la mayor discrepancia eran las quejas de los compañeros de la
Sierra Maestra sobre las armas que llegaban del extranjero, y ellos creían que se estaban
destinando demasiadas a la lucha en las ciudades, debilitando el envío de estos equipos a la
guerrilla, que consideraban debían ser priorizados en ese aspecto.
Se habían establecido varios mecanismos en el exterior para la entrada al país de las armas, y
esa actividad estaba dirigida por Léster Rodríguez y Jorge Sotús, a los que se había unido
Alonso (Bebo) Hidalgo. Ellos a su vez contaban con un grupo de compañeras que introducían
armas y parque en Cuba, entre las cuales estaban Asela de los Santos, Ángeles Montes de Oca,
Marcia y Anita Céspedes y las hermanas Ruiz Bravo, quienes viajaban a Miami y venían con
sus faldones cargados. En aquella época las muchachas usaban unas faldas anchas con vuelos y
tachones a las que llamaban paradoras, y debajo de estas, las compañeras transportaban en
enaguas, armas cortas, parque y lo que fuera.
Posteriormente se creó un sistema en La Habana a través de la compañía Autos Latour –que
era una empresa ubicada en la calle Zanja dedicada a la importación de autos de uso para la
venta– y en las puertas, gomas y forros de los asientos venían armas, parque y todo lo que se
pudiera mandar.
Taras Domitro, Roberto, había sido designado por Daniel (Ramos Latour) como Cuartel
Maestre de las Milicias del Movimiento 26 de Julio y destacado en La Habana para que al arribo
de esos materiales se repartieran entre las provincias. Porque la idea del Movimiento en esos
días era fortalecer las Milicias para que se convirtieran en un complemento del Ejército Rebelde
en el llano, y llegado el momento, pudieran dar un golpe definitivo a la tiranía, en apoyo a la
huelga en las ciudades. Taras era el encargado de enviar a Santiago, a la ferretería de los
hermanos Juan y René León Forquemín (que estaba en la calle Cristina esquina a Trocha), el
armamento destinado a Oriente, por medio del ferrocarril, como si fueran efectos de ferretería.
Uno de los que pensaba que se debía destinar la mayor cantidad posible de armas al llano y
sobre todo a La Habana era Faustino, porque déjame decirte que hasta eso fue un problema:
¿quién se quedaba con más armas? ¿Oriente o La Habana? Yo creo que en el caso particular de
Faustino, primaba la idea de la importancia que se le daba a la capital como punto neurálgico a
la hora de una huelga general.

ENTREVISTADORES: ¿Obedecía esto a una manifestación de regionalismo?


ENZO: Yo creo que más bien fue un problema de concepción. La gente que dirigió la huelga
en La Habana, entre los que me tengo que incluir, no tuvimos la capacidad para prever ciertas
situaciones que después se dieron y que con un análisis más profundo podían haber sido mejor
valoradas. Además, en la capital las cosas no funcionaban igual que en Santiago, aquí las cosas
se hacían un tanto independientes de la Sierra Maestra y del mando y conocimiento de Fidel. Al
menos eso creía yo. Luego, en Mompié, Fidel me demostró estar más enterado de todo lo que
pasaba y dejaba de pasar en cualquier parte del llano.
Realmente primaron consideraciones del lugar donde debía decidirse la caída del régimen. Y
tanto Faustino como los demás dirigentes capitalinos estimaban que era decisivo apoyar la
huelga con la mayor cantidad de acciones armadas y sabotajes posibles. Eso, analizado en la
tranquilidad de estos tiempos, constituyó uno de nuestros mayores errores. Yo provenía de
Acción y estaba en la ciudad, y también pensaba que la mejor forma de tumbar a Batista era
hostigarlo a bombazos y con la acción armada directa de las Milicias contra las fuerzas de la
tiranía. Lo cual te digo, en mi opinión, contribuyó a crear un ambiente desfavorable en la
mentalidad de los trabajadores, pues ellos pensaban entonces que no tendrían que ser el centro
del sacrificio ni correr los más grandes riesgos en la huelga, ya que iban a contar con un
dispositivo armado que los respaldaría al extremo de servir de justificación a la no asistencia al
trabajo y que sería el que controlaría paso a paso la situación que se crearía en el país. Además
de enfrentar los peligros mayores frente a las fuerzas batistianas que le saldrían al paso a la
huelga. Eso, en mi opinión, fue un factor que contribuyó en gran medida al fracaso de la Huelga
General.
En medio de esos trajines, Faustino me dice que va a Santiago, que lo han mandado a buscar y
que me quede por él en La Habana. Yo me quedo y me entero entonces por Arnol que no es a
Santiago adonde ha ido Faustino, sino a la Sierra Maestra para participar en una reunión de la
Dirección Nacional.
Yo me puse a pensar cuál sería la razón para que Faustino me hubiera mentido así, para que le
hubiera confiado a Arnol el verdadero destino de su viaje, y a mí me había desinformado, lo
cual demostraba que no era cuestión de discreción –eso lo hubiera aceptado–, sino de confianza.
Pero al final creí entenderlo: realmente llevábamos poco tiempo trabajando juntos y quizás no
confiaba plenamente en mí. Además, seguramente él debía conocer que luego de la muerte de
Frank –cuando Marcelo había estado en Santiago con la idea de proponerlo para el lugar de
Frank– yo le había respondido que era muy fácil dirigir desde La Habana, que a mí no me
importaba si era Faustino o cualquier otro, pero consideraba que el que fuera a sustituir a Frank
lo tenía que hacer desde Santiago. Al final se decidió designar a Daniel y ahí murió aquello, al
menos eso pensaba yo.
El caso fue que a mí me disgustó mucho el comportamiento de Faustino, pues si yo formaba
parte de la Dirección Nacional, lo más lógico es que estuviese presente en la reunión que se
celebraría. Pero bueno, al fin y al cabo eso también formaba parte del fragor de la lucha
clandestina.
Cuando Faustino regresa de la Sierra Maestra, trae un documento de 21 puntos, al que le
adiciona uno más. Yo que soy responsable de Propaganda, veo aquello y me llama la atención, y
le pregunto. Pero Faustino me dice que él había sido facultado para hacer cambios en ese
documento y por eso adiciona el otro punto. Esa es la razón por la cual circuló ese documento
con 21 puntos desde Matanzas hasta Oriente y en la capital salió con 22. Yo creo que en la
mentalidad de Faustino en aquella época influyeron mucho las relaciones con elementos de la
burguesía y de la Resistencia Cívica.

ENTREVISTADORES: Por ejemplo.


ENZO: Dos nombres me vienen enseguida a la mente: Luis Buch y Manuel Ray. Ambos
determinaron en gran medida el curso de los acontecimientos antes de la huelga, pues sus
opiniones eran tomadas muy en cuenta por la Dirección del Movimiento 26 de Julio en La
Habana. En el caso de Buch, él solía tener información de la situación diplomática, se movía en
sectores afines a la Embajada americana y por eso disponía de esa información. Y Ray, como
jefe de la Resistencia Cívica, se codeaba constantemente con la gente de negocios, los ricos
propietarios: ese era el mundo de la Resistencia Cívica de Ray.
A eso súmale la obstinada posición de David Salvador de negar la entrada a los comunistas en
los Comités de Huelga, y puedes entender cuál era el ambiente aquí. Yo no creo que ellos hayan
actuado malintencionadamente, solo que estaban en un mundo distinto al que uno estaba
acostumbrado, se movían entre la gente rica –que poseía lujos y comodidades–, y todas esas
cosas influyen en la mente de los hombres y condicionan un tanto la situación.

ENTREVISTADORES: Hay un hecho que llama la atención, y es que la convocatoria a la Huelga


General la firman Fidel y Faustino, pese a que René Ramos Latour está presente. ¿Eso no
generó criterios o dificultades en la Dirección Nacional?
ENZO: Hay una cosa que debe quedar clara. Daniel (René Ramos Latour) es el sustituto de
Frank en la jefatura de Acción, pero no podía ser su sustituto como jefe del Movimiento en el
llano, cargo que se había ganado Frank con la designación y el respaldo de Fidel. Y puede haber
quien piense que al Daniel trabajar al lado de Frank en las cosas de Acción y en el suministro a
la Sierra, y luego sustituirlo en ese frente, él también heredaba todo el prestigio y la autoridad de
Frank, y eso no es así. Porque ni el prestigio ni la autoridad se asumen, sino que se ganan.
Entonces, ¿quién tenía, a la muerte de Frank, más prestigio entre los luchadores del llano? Pues,
Faustino.
Recuerda que él es fundador del Movimiento, miembro constitutivo de su Dirección Nacional,
fue financiero nacional, organizador en Las Villas, Matanzas y La Habana. Fidel lo manda a
buscar a México y lo pone al frente de un campamento de combatientes que se entrenaban para
venir a Cuba, viene en el Granma con el grado de capitán, es de los que se salvan en Alegría de
Pío y permanece junto a Fidel hasta que son encontrados por Guillermo García, y después de
eso Fidel lo manda al llano para ayudar a reestructurar el Movimiento en La Habana. Entonces,
la autoridad y la jerarquía de Faustino dentro del Movimiento son mucho mayores que las de
Daniel. A pesar de que Daniel era un compañero esforzado, valiente e inteligente, nunca alcanzó
el prestigio de Frank. Daniel realmente no tenía la autoridad y la jerarquía histórica dentro de la
Dirección Nacional de otros dirigentes como Haydée, Armando o el propio Faustino. Él era
fundador del Movimiento en Nicaro –en la zona norte de Oriente–, formó parte del grupo de
refuerzo que Frank manda para la Sierra en marzo del 57 y estuvo allá hasta mayo, cuando Fidel
lo manda a trabajar con Frank para el suministro a la guerrilla de unas armas salvadas del asalto
al Palacio Presidencial que estaban en Santiago, e incluso lo sugiere como posible jefe del
Segundo Frente que Frank preparaba. A pesar de haber sustituido a Frank como jefe nacional de
Acción y haber trabajado con dedicación, su personalidad y jerarquía dentro del Movimiento
nunca llegaron a ser como las de aquel. El compañero de más autoridad en el llano después de
Frank, era Faustino. Ese es mi criterio, a la hora de explicarme la razón que llevó a Fidel a
preferir a Faustino por encima de Daniel cuando se firmó la convocatoria a la Huelga General.

ENTREVISTADORES: ¿Qué ocurre con los Comités de Huelga?


ENZO: Ese fue otro problema.
En los días finales de marzo, Fidel manda un documento con la orientación de abrir los
Comités de Huelga creados por la Dirección Obrera del Movimiento, para darles participación
en ellos a miembros de otras organizaciones que desearan participar en la huelga. El Frente
Obrero Nacional (FON) había sido el resultado del trabajo del Movimiento durante más de un
año, en un proceso que se inició creando un comité gestor nacional y comités gestores obreros
del Movimiento 26 de Julio en las provincias y municipios, los cuales crearon secciones obreras
en cada centro de trabajo y sector de la industria. Al final, la dirección gestora nacional y las
direcciones gestoras provinciales crearon el FON. Pero existía la orientación de origen que una
vez concluido este trabajo, se llamaría a otros sectores revolucionarios ajenos al Movimiento 26
de Julio a formar parte, a integrarse a los organismos creados y dirigidos por el Movimiento en
las distintas instancias para apoyar a la Revolución y llevar a cabo la Huelga General por todos
los trabajadores para dar al traste con la tiranía.
Resulta que los dirigentes del movimiento obrero, entre los que estaban David Salvador
(Mario), Antonio (Ñico) Torres y Conrado Bécquer, eran totalmente opuestos a los comunistas
–por múltiples razones– y por tanto se negaron rotundamente a darles participación en la lucha
obrera a los miembros del Partido Socialista Popular (Comunista) y a sus seguidores,
excluyéndolos totalmente de las tareas del FON.
En la comunicación mandada por Fidel se expresaba bien claro que se le debía dar entrada a
todo el que quisiera colaborar y participar en las tareas organizativas y de realización de la
huelga, sin excluir a nadie ni cosa parecida. Entonces Faustino convocó a una reunión y planteó
la orientación de Fidel de abrir los Comités de Huelga a todo el mundo, y David Salvador dijo
que los Comités ya estaban hechos, que no había tiempo de reorganizarlos y que él no estaba
dispuesto a echar para atrás el trabajo. Sencillamente no quiso cumplir la indicación de Fidel.
En esa oportunidad a mí me llamó poderosamente la atención el hecho de que Faustino no se
impusiera, porque si él era el centro de la coordinación en el llano –en pleno acuerdo con Fidel–
, debió haberse impuesto, sobre todo porque era una disposición directa de la Sierra Maestra. La
actitud de David me pareció una falta de respeto hacia la autoridad que representaba Faustino,
un luchador con historia, quien se había ganado el lugar que ocupaba.
Por lo menos para mí estaba bien clara la orientación de Fidel: que las promociones en el
Movimiento se harían sobre la base de los sacrificios y los esfuerzos personales, y no se
concebía un jefe que no fuera capaz de hacer cumplir lo que ordenaba. Sin lugar a dudas,
Faustino era ese tipo de jefe. Pero en este caso, en vez de imponerse, Faustino decidió reunirse
por su cuenta con los comunistas para coordinar su participación en el FON. Yo consideré que
aquello, lejos de aliviar las tensiones ya existentes, solo crearía más divisiones en el mando y
confusiones entre la gente de los Comités de Huelga. El documento enviado por Fidel debía ser
reproducido y circulado, lo que se hizo después de la reunión por el aparato de propaganda
provincial de La Habana en los días anteriores a la huelga, no así por la propaganda obrera.

ENTREVISTADORES: Hablando de esas diferencias con los comunistas, ¿qué pensaba usted de
ellos en aquella época?
ENZO: Yo los respetaba por ser luchadores, por sus ideas, porque arrostraban sacrificios y
limitaciones sin par –por lo menos a los que conocía–, pero no compartía sus ideas de lucha de
masas pacífica, la lucha electoral y su crítica a la violencia, que en el caso nuestro iba
directamente contra nuestra forma de lucha para derrocar a la tiranía. Me parecía que por la vía
que ellos preconizaban nunca se iba a tumbar a Batista.
En lo personal yo no tenía problemas con los comunistas, ya estaba acostumbrado a trabajar
con ellos. Además, Frank consideraba la opinión de los comunistas como válida y autorizada,
pues según él, ellos tenían práctica de lucha y emitían criterios serios que merecían ser
atendidos. Yo conocía a algunos miembros del Partido Socialista Popular (PSP) en Santiago,
como Oscar Ortiz, y a Oscar yo le daba semanalmente propaganda de la que hacíamos. Y Frank
siempre me decía que debía indagar por la opinión de ellos sobre todo nuestro trabajo. Él decía
que eso era importante, porque los comunistas tenían experiencia en la lucha revolucionaria.
También me reuní en una ocasión con Félix Arias y Fidel Domenech y en otra con Ortiz, su
esposa María Núñez y con Luis Mariano Ávalos, dirigente comunista en Santiago. Ahí
intercambiamos ideas. Ellos me hablaron sobre sus experiencias, pero mi mayor interés era
saber qué pensaban sobre lo que hacía el Movimiento. En Santiago había dos conocidos
maestros comunistas, Alberto del Batti y María Luisa Carmona, que fueron cesanteados por sus
ideas, y el Colegio les prestó apoyo y ayuda en su justa reclamación, poniendo al abogado de la
institución y a José Nivaldo Causse –miembros del ejecutivo– para llevar a cabo su defensa.
En los días antes de la huelga tuve un encuentro con un maestro comunista que yo conocía
desde la constitución del Colegio de Maestros en Ceiba del Agua, Manuel Padrón Naranjo.
Conversamos, siempre en un marco de respeto mutuo, por la forma de lucha que defendía cada
uno, que en definitiva perseguía el mismo fin. Yo con los comunistas no tenía ninguna otra
desavenencia.
Después conocí y entendí el porqué de los problemas de David Salvador con los comunistas:
él había sido miembro del Partido, pero había tenido diferencias y lo habían separado de sus
filas, y eso lo volvió un anticomunista visceral.

ENTREVISTADORES: Que usted conozca, ¿cuáles son los comunistas que se vinculan al
Movimiento 26 de Julio durante su etapa de trabajo en Oriente?
ENZO: Bueno, el primero con el que tuve contacto fue con el maestro Oscar Ortiz, del que yo
había oído hablar en la Escuela Normal, porque en ese centro existía la costumbre de hablar
siempre de los que se habían destacado y Oscar era uno de esos antiguos alumnos que había
descollado por su inteligencia. Y lo conocí en una ocasión en que –después del 30 de
Noviembre– llevé a Armando en mi máquina a una reunión en la calle Aguilera, con una
persona que yo no supe quién era, pero que después Armando en su libro Aldabonazo dice que
sostuvo por esa fecha una entrevista con Carlos Rafael Rodríguez, y el hecho de que fuese
Oscar el hombre que yo vi ese día, me hace suponer que fue también el que arregló el encuentro.
Y después nos volvimos a ver, porque Frank estaba interesado en que les diéramos propaganda
a los compañeros del PSP y les pidiéramos su opinión.

ENTREVISTADORES: ¿Por qué ese interés de Frank?


ENZO: Reitero que él decía que los comunistas eran luchadores con experiencia, y que a
nosotros nos convenía oír sus criterios sobre nuestra lucha.

ENTREVISTADORES: ¿Eso se hizo en varias ocasiones?


ENZO: Sí. A partir de entonces yo sostuve encuentros periódicos con Oscar, quien iba a buscar
su paquetico de propaganda al Colegio de Maestros, o en su defecto me decía que se la dejara en
un lugar –en aquella época yo no sabía que era un centro comunista–, que era la tintorería Los
Bohemios, en Calvario esquina a San Germán. Luego me enteré de que ese lugar funcionaba,
además de tintorería, como una especie de comedor para los dirigentes profesionales del PSP, y
Oscar era uno de ellos. Yo nunca noté nada extraño en esa tintorería, a pesar de que era la que
usaba porque era cerquita de mi casa, y todos los que trabajaban allí eran comunistas. Pero
como ellos, unos cuantos más por mi barrio, que tú ni te lo imaginabas.
Mira, al lado de la tintorería había una barbería, propiedad de un señor al que le decían
Mongo, y tanto él como sus hijos eran comunistas. En el zaguán siempre estaba un negro
zapatero –cuyo nombre nunca supe– que se la pasaba discutiendo de temas políticos, tanto
nacionales como internacionales, y yo siempre me preguntaba que cómo era posible que un
zapatero remendón, sin al parecer tener estudios, pudiera dar esos criterios que dejaban a todo el
mundo boquiabiertos. Después me enteré de que ese hombre era miembro del PSP. Y había un
hombre que era distribuidor del periódico Oriente, de apellido Cotilla, que siempre estaba
hablando con Cheché y El Cojo (hermanos limpiabotas que tenían su sillón en Trinidad y
Calvario), y él era el encargado de distribuir la propaganda del Partido.

ENTREVISTADORES: Y de la propaganda que ustedes le entregaban a Oscar por indicación de


Frank, ¿qué decían los comunistas?
ENZO: Recuerdo que el único elemento con el que ellos no estaban de acuerdo, era el método
que empleábamos en nuestra lucha: los atentados, las bombas y los ajusticiamientos. Ellos
consideraban que por la violencia armada no se resolvería el problema, y que lo realmente
válido era organizar a las masas y a los trabajadores, pero sin usar la fuerza.

ENTREVISTADORES: ¿Frank hizo algún comentario al respecto?


ENZO: No. Él me escuchaba cuando yo transmitía ese pensamiento de los comunistas, pero no
decía nada. Además, nosotros estábamos claros de que nuestra forma de lucha era la correcta,
por tanto, lo único que podíamos hacer era intentar convencerlos a ellos de eso, pero nada más.

ENTREVISTADORES: ¿Ustedes desarrollaron alguna actividad de conjunto?


ENZO: En el mes de junio de 1957, Frank me dice que había que coordinar unas acciones
contra los carnavales, en el aspecto propagandístico, y contra algunos centros culturales y
sociales. Y para eso me manda a ver a unos compañeros de la Juventud Socialista, que
resultaron ser Félix Arias y Fidel Domenech. Coordinamos organizar la propaganda que se
distribuiría en la ciudad y en las sociedades donde se debían efectuar fiestas que nosotros
pretendíamos impedir, pues como Santiago estaba en guerra, no estaba en condiciones de estar
haciendo carnavales mientras Batista gobernara el país. Yo participé en la reunión inicial y
después Causse se mantuvo en contacto con ellos e informándome de lo que hacían.

ENTREVISTADORES: ¿La relación suya con los comunistas cambió después de la muerte de
Frank?
ENZO: Después de la caída de Frank yo continué por un tiempo dándole propaganda a Oscar y
conversando con él, y eso lo hice hasta que vine para La Habana. Incluso durante mi etapa de
trabajo en Camagüey, cuando iba a Santiago siempre buscaba a Oscar y hablábamos un buen
rato.
10
Apreciaciones críticas de un momento crítico

ENTREVISTADORES: Continuando con el tema, ¿qué pasó después de ese encuentro entre
Faustino y los comunistas?
ENZO: Bueno, después del problema aquel, hubo otra reunión, pues en aquellas semanas
previas a la huelga hubo muchos encuentros. En esta oportunidad estuvieron Luis Buch, el
reverendo Fernández Cevallos, Arnol Rodríguez, Octavio Louit, Manolo Suzarte, David
Salvador, Manuel Ray y yo. Se celebró en el apartamento del ingeniero que vivía en la calle 11
en El Vedado –cerca del edificio López Serrano–, lugar donde había visto en septiembre de
1957 a Armando Hart. En esa oportunidad se habló sobre las posibilidades reales de llevar a
efecto la huelga y sobre la necesidad, una vez que triunfara esta, de constituir un gobierno
provisional.
En esos momentos había un gran entusiasmo, la gente de Resistencia Cívica estaba
embulladísima al igual que la gente de la burguesía, que tenían pensado hasta ir al Palacio
Presidencial para exigir la renuncia de Batista. Se habían unido a Resistencia Cívica los
miembros del Colegio Médico, el Colegio de Abogados y el Conjunto de Instituciones Cubanas,
muy confiados todos en la victoria de la huelga.
En esas condiciones había que tener muy en cuenta la posibilidad de tomar el poder, y es
entonces que se habla de formar un posible gobierno. Ya se había planteado que Manuel Urrutia
era el candidato del Movimiento 26 de Julio para la Presidencia de la República, para el cargo
de primer ministro se pensaba en José Miró Cardona, como ministro de Obras Públicas a
Manuel Ray, y como ministro de Gobernación a Luis Buch. Esos son los nombres que yo
recuerdo. Estaban pensados para ocupar los principales cargos, si llegábamos a tomar el poder
en La Habana gracias a la acción huelguística.
En aquella reunión no se mencionó a Fidel para nada. Lo más lógico hubiera sido que si se
pensaba en la posibilidad de tomar el poder y de crear un gobierno del carácter que fuera en La
Habana, lo más lógico, repito, era que se pensara en la gente de la Sierra Maestra, y sobre todo
en Fidel, quien en definitiva había sido el iniciador y el líder de toda esta historia. Entonces yo
le pregunto a Faustino: «¿Y Fidel?»
Él me responde: «No, no, Fidel se queda allá en la Sierra a ver qué pasa…»
Yo tengo que confesar que en aquel momento eso a mí no me gustó para nada, tanto es así que
pocos días antes de realizarse la huelga fui a Santiago, vi a Vilma y le conté todo aquello. Le
comenté mi desacuerdo y mi preocupación con esas cosas. Ella me escuchó pacientemente, y
cuando yo le digo que no regresaba para La Habana por no encontrarme conforme con las cosas
que estaban pasando, ella me dice que ahora era cuando yo más falta hacía allá y me orienta que
regrese.

ENTREVISTADORES: ¿Esa fue una sugerencia o una exigencia?


ENZO: Eso fue a título de compañeros de lucha, para nada constituyó una exigencia o una
orden, ella me dijo lo que pensaba. A mí me pareció correcto y así lo hice. Además, Vilma era
miembro de la Dirección Nacional, que estaba integrada para ese entonces por los responsables
nacionales de cada frente y por los coordinadores provinciales. Entonces ella era una luchadora
de experiencia y con capacidad suficiente como para emitir sus criterios en un marco de
confianza y respeto, sobre todo cuando nosotros llevábamos años de conocernos y luchar juntos.
Vilma fue para mí de gran ayuda durante mi estancia en La Habana. Ella me dio cartas para
compañeros de la capital para que me ayudaran. Y después de la huelga, en los días en que el
Movimiento andaba «patas arriba» y no teníamos casi recursos, ella me mandó con Thelma
Bornot cuatro mil pesos que Raúl Castro había enviado desde el Segundo Frente para ayudar al
Movimiento en La Habana.
Después del triunfo la vi en Santiago, en casa de los Ruiz Bravo. Allí estaba con Raúl, y
conversamos bastante. En esa ocasión ella me pregunta acerca de mis objetivos, yo le respondí
que haría lo que me mandaran. Y días después me llama para decirme que fuera a ver al
comandante Manuel Piñeiro, Barba Roja, para que me hiciera cargo del Departamento de
Educación del Ejército Rebelde en Oriente, cuya dirección había sido desempeñada por Asela
de los Santos en el Segundo Frente durante la guerra, y como ella había pasado a la Superin-
tendencia Provincial de Escuelas, se necesitaba alguien para el puesto, y me designan a mí.
Luego seguí viendo a Vilma, manteniéndola informada de todas mis actividades, y cada vez
que tenía un problema iba a verla, porque teníamos confianza para eso.

ENTREVISTADORES: Volviendo al asunto del conocimiento o no por parte de Fidel sobre la


conformación de un eventual gobierno post Batista –aunque esto pudiera ser una apreciación
muy subjetiva de su parte–, con Fidel debió abordarse el tema del eventual derrocamiento de la
dictadura y su sustitución por un gobierno revolucionario provisional. Era notorio que Fidel no
quería integrarse a ese ejecutivo, del que sí deseaba ser su fiscalizador. Algo así hizo en su
momento Tony Guiteras en 1933. Por otro lado, casi un año después –en 1959– Fidel se quedará
de fiscalizador de un gobierno que articula decisivamente y en el cual Urrutia es el presidente,
Miró Cardona funge como primer ministro, Manuel Ray es ministro de Obras Públicas y Luis
Buch, ministro de la Presidencia. Entonces, ¿por qué no pensar que Faustino procedía en plena
consonancia con Fidel, o respondiendo a sus directrices? Ahora, en lo que respecta a su regreso
a La Habana, tras encontrarse con Vilma en Santiago, ¿qué hizo usted?
ENZO: En ese momento, cuando Vilma me dijo aquello, yo lo repensé y me di cuenta de que
ella tenía toda la razón, por eso regresé. Y una vez en La Habana, me incorporé al Comité
Nacional de Huelga que se había creado al efecto y que de acuerdo con el esquema planteado
por Frank –que se mantenía vigente– debía estar integrado por los responsables de los frentes de
lucha. Ese Comité fue integrado en La Habana por Faustino, Marcelo, David Salvador, Ray por
Resistencia Cívica y yo por Propaganda, pues por Acción no estuvo nadie, porque la dirección
de ese frente seguía radicando en Santiago bajo el mando de Daniel.
Entonces comenzamos a celebrar varias reuniones con los diversos frentes por separado. En el
caso de Acción pasó lo de siempre: la gente se empezó a quejar de que no había suficientes
armas y se pensó incluso en posponer la huelga hasta esperar que llegara una expedición que
debía entrar por Pinar del Río, la cual llegó efectivamente el mismo día 9 en el barco El Corojo.
Pero al final se decidió aprovechar el ambiente que había, ya que todo el mundo esperaba la
huelga. Posponerla podía originar un decaimiento de ese estado en las masas, y al final no se
pospuso.
Marcelo fue a Santiago y se reunió con Daniel, Vilma y con alguien más, y trajo algunas
propuestas de fecha: entre ellas la de Semana Santa, y después de muchas discusiones se decidió
que el día 9 de abril se convocaría a la huelga.
El exceso en la compartimentación y el temor a que la tiranía pudiera enterarse de la fecha, si
se hacía la convocatoria previamente y se circulaba entre los Comités de Huelga, nos llevó al
error de hacer el llamamiento sorpresivo. Tampoco tuvimos en cuenta que esta forma de
convocatoria podía dar lugar a dudas y vacilaciones, incluso a suspicacias de que fuera una
trampa del gobierno, como ocurrió en la época de Machado, con un falso llamado que generó
entonces una brutal represión.
El caso es que se pensaba convocar al paro por radio, mediante una grabación en discos con el
llamamiento, y ya se habían distribuido esos discos por todo el país. Con José (Pepín) Heredia –
responsable del Frente Estudiantil– mandé el de Santiago, y con él mismo, el de Camagüey; el
de Matanzas lo llevó Manolito Suzarte; el de Las Villas, Thelma Bornot; de La Habana y Pinar
del Río se ocupó Arnol Rodríguez, quien además se encargó de las grabaciones con los
compañeros del Movimiento 26 de Julio en las estaciones de radio nacionales, entre ellos
Wilfredo Rodríguez Cárdenas, cuya voz era la que se oiría.
El día 8 de abril por la noche se convocó a una reunión final en el domicilio de Willy
Mendoza, en la calle Primera del Reparto Miramar. Allí conocí a José Miró Cardona, al
periodista Jules Dubois y a Marcelo Plá, un jefe de Acción que debía tomar con su grupo la
armería de la Habana Vieja. Estuvieron además Luis Buch, Marcelo Fernández, Manuel Ray,
David Salvador, Faustino Pérez, el reverendo Raúl Fernández Cevallos y otros compañeros,
algunos conocidos y otros que yo no sabía quiénes eran.

ENTREVISTADORES: ¿Qué hacían allí Miró Cardona y Dubois?


ENZO: La impresión que me dio a mí, en el caso de Miró y otros personajes, es que ellos
fueron como a una reunión política importante. Estaban de simples espectadores esperando el
gran acontecimiento que para ellos –quienes no tenían nada que ver con el Movimiento 26 de
Julio– significaría la huelga, y que podía colocarlos en el poder. Todavía yo no conocía que
Dubois era un agente secreto de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, 1 y pensaba que
era importante que estuviera en La Habana para que pudiera reportar lo que ocurriría durante la
huelga. Lo veía como el periodista famoso que quería acreditarse la noticia de un importante
acontecimiento. Esas cosas a mí me impresionaron mucho, pero es que ese era el ambiente en
que se movía la Dirección del Movimiento 26 de Julio en La Habana.
Déjame contar algo que puede ayudar a comprender el tipo de cosas que pasaban en la capital:
días antes de la huelga, asistí a un despacho con Faustino en la casa de Julio Rayneri (en la calle
13 esquina a 6, en El Vedado), y allí me encontré a un sargento mayor del Cuartel Moncada, de
apellido Lugo, que era ayudante del general Martín Díaz Tamayo. Yo conocía a Lugo de
Santiago, porque él se pelaba en Cuesta Abajo, la misma barbería a la que yo iba, e imagínate
cuál no sería mi sorpresa y mi temor cuando me lo encuentro sentado y muy tranquilo, vestido
de civil, conversando con Faustino Pérez en una de las casas secretas del Movimiento. Y cuando
él se va, yo enseguida le pregunto a Faustino si él sabía quién era ese hombre –no fuera a ser
una trampa–, y me respondió muy calmado que sí, que era el ayudante de Díaz Tamayo y que
había venido a traerle un recado del General en el sentido de que apoyaría la huelga si esta se
sostenía por 72 horas. Cuando Faustino me responde aquello, yo me puse a pensar y a
preguntarme si esas cosas que pasaban en La Habana estaban habladas con Fidel, o si al menos
las conocía.1

ENTREVISTADORES: ¿Pudiera expresar con la mayor cantidad de detalles posibles qué criterios
tenía en aquel momento sobre Faustino?
ENZO: Realmente yo no tenía todos los conocimientos sobre quién era Faustino. Yo sabía que
había pertenecido al MNR (Movimiento Nacional Revolucionario), porque cuando me vinculo
con Frank, quienes estaban dirigiendo el MNR –con su líder Rafael García Bárcena preso– eran
Faustino y Armando. Después me enteré en la cárcel que había elementos de Acción de La
Habana que no aprobaban algunos criterios que habían expresado ellos sobre Fidel después del
Moncada. Pero cuando Fidel crea el Movimiento 26 de Julio, él está por encima de eso, pues lo
que quiere es la unidad de todos los verdaderos revolucionarios y atrae a la gente del MNR, y
con ellos a Faustino y a Armando, que luego juegan un papel importante. Armando en la
Propaganda y en Organización, y Faustino también en Organización y en Finanzas, incluso él
después se va para México y viene en el Granma como expedicionario. Posteriormente Fidel lo
manda para La Habana, y antes de hacerlo, Faustino viaja primero a Santiago para informarles a
Frank, Armando, Haydée y a los demás dirigentes, la situación y necesidades de la guerrilla y
las orientaciones de Fidel.
Entonces Faustino regresa a La Habana junto a Frank, con quien estuvo unos cuantos días
reorganizando la actividad revolucionaria en Pinar del Río, La Habana y Matanzas. Frank deja a
Faustino instalado como jefe del Movimiento en La Habana, donde tiene que soportar de todo
en una situación muy difícil, desde incomprensiones e insubordinaciones de algunos elementos
polémicos hasta una detención muy temprana en marzo de 1957, y tienen que venir Haydée y
Armando a hacerse cargo de la situación. En honor a la verdad, siempre fue un problema
controlar las cosas y la gente de La Habana.
Realmente el único que logra encaminarlas y unir a todos después de su libertad en julio de
1957 y luego de la muerte de Frank, hasta la huelga de abril de 1958, es Faustino, quien poco a
poco logró ser acatado por los principales dirigentes de Acción de La Habana como Sergio
González (El Curita), Gerardo Abreu Fontán, Arístides Viera, los hermanos Ameijeiras, Mar-
celo Salado, Cheché Alfonso, Oscar Lucero y otros compañeros.

ENTREVISTADORES: ¿Por qué no se nombra a Faustino como jefe del Movimiento en el llano
después de la muerte de Frank?
ENZO: Después de la muerte de Frank hay una corriente –de la que creo participaba Fidel–
con la idea de que sea Faustino quien lo sustituya, pero realmente el hombre que era
prácticamente su segundo en Acción y se había vuelto casi insustituible para las cuestiones de
suministros de armas, uniformes, alimentos y demás pertrechos para la Sierra Maestra era
Daniel, desde Santiago, porque Celia era la vía fundamental en la zona de Manzanillo.
Lo cierto es que después que Faustino sale de la prisión del Castillo de El Príncipe, a los
pocos días Frank muere, y entonces Marcelo Fernández, a la sazón responsable nacional de
Propaganda, va a Santiago para sondear la opinión sobre aquella posible designación. Recuerdo
que hablé con él sobre ese asunto en la casa de Arturo Duque –una mañana en la que fue
acompañado por Osmany Cienfuegos, quien fungía como su chofer– y le expresé mi opinión de
que quien resultara designado debía permanecer en Santiago, pues la Sierra Maestra estaba allí
cerca. Pero resulta que uno o dos días después de la caída de Frank se realizó una reunión en la
casa del papá de Duque de Estrada (en San Basilio y Carnicería), en la cual participamos Vilma,
Daniel, Agustín Navarrete, creo que Taras Domitro, y yo, para discutir sobre la necesidad de
designar provisionalmente a un compañero como sustituto de Frank. Y todos pensamos en
Daniel, de modo de garantizar la continuidad de los suministros a la Sierra Maestra y los planes
de Acción que Frank dirigía. Para eso nos apoyamos en que él venía trabajando con Frank y co-
nocía muy bien todo el trabajo, además de que Frank había insistido mucho en que cada
responsable de frente tenía que ir preparando a alguien que lo sustituyera, si algo le pasaba,
porque la actividad tenía que seguir.
Nosotros veíamos en Daniel a ese segundo que podía continuar el trabajo con la Sierra,
además de la proximidad que él tenía con el resto de los compañeros, por lo que pensábamos
que podía y debía asumir la jefatura nacional de Acción, aunque lógicamente no significaba que
asumiera todo lo que Frank atendía como ejecutivo único o principal de la Dirección del
Movimiento 26 de Julio fuera de la Sierra Maestra. En aquel momento –aunque nosotros no
contamos con nadie– creíamos que si Daniel había estado con Fidel en la Sierra Maestra y él
mismo lo había mandado a trabajar con Frank, entonces no encontraría inconvenientes en
nuestra decisión, que era provisional, aunque no hubiese sido tomada en la forma correcta.
Después de aquello es que aparece Marcelo diciendo que en La Habana se ha pensado que
quien debe sustituir a Frank es Faustino. Y objetivamente a nosotros –los compañeros de
Santiago– no nos preocupaba que fuera Faustino o Daniel. Pero sí que quien fuera designado al
final, tenía que venir para Santiago, porque la Sierra estaba allí y La Habana muy lejos. Y si era
Faustino, debía entonces afrontar los problemas y resolver las situaciones desde aquí. Porque
siempre vimos en Frank, después del alzamiento, su preocupación y apoyo constantes para
garantizar la existencia de Fidel y de la guerrilla, y nosotros estimamos que el que fuera a
ocupar ese lugar debía estar cerca de la Sierra, haciendo lo mismo que Frank.
Además, no lo voy a negar, en aquellos momentos yo en lo personal rechazaba –si se quiere
por cuestiones regionalistas– la idea de que trasladaran la jefatura de Acción para La Habana. Al
final, la decisión sobre la designación de Daniel la tomaron los dirigentes del llano, que eran
Haydée, Armando, Faustino y Marcelo, que cuando lo conocieron, apreciaron que en realidad
tenía posibilidades para sustituir a Frank como jefe nacional de Acción. Yo creo que esa
decisión fue lo mejor que pudo pasar: él conocía el trabajo, el aspecto organizativo, sabía de
todas las precauciones y dominaba los detalles del aseguramiento del llano a la Sierra, y eso era
lo más importante y la tarea principal a la que Frank se dedicó hasta su muerte.
ENTREVISTADORES: Sobre la acción armada para derrocar a la tiranía, ¿qué pensaba Faustino?
ENZO: Eso yo no lo sé. Lo cierto es que Faustino, al parecer, no estaba convencido del
decisivo papel que jugaría el Ejército Rebelde. Probablemente creía que este era un elemento
más que permitía mantener el pulso revolucionario bastante alto, pero que la acción decisiva
sería en las ciudades, a través de la huelga.
Fidel siempre consideró al ejército que se estaba formando en la Sierra Maestra y a los
combatientes armados como el aparato político-militar que lograría la victoria con el apoyo del
pueblo. Eso lo piensa desde el Moncada, lo reafirma estando preso, cuando está en México
también, e incluso no dudó de eso ni en los primeros días de la Sierra Maestra, cuando alguna
gente pensaba que no eran más que unos pocos locos que simbolizaban solo la idea de la lucha
armada. Por eso en Mompié, él lo dice muy claro: el Ejército Rebelde es el que va a derrotar a la
tiranía y todo el mundo se tiene que subordinar a este. Esa es su línea de pensamiento,
invariable y firme desde el 26 de Julio de 1953. A pesar de eso, algunos compañeros no
comprenden esa idea, por eso es que cuando estaban creando aquel gobierno provisional,
Faustino me dice aquello que a mí me chocó tanto: «Fidel se queda allá en la Sierra a ver qué
pasa…»

ENTREVISTADORES: ¿Considera usted que Fidel no creyera en la posibilidad de triunfo de la


huelga, y por otro lado, que con él no se discutiera la integración eventual de un gobierno?
ENZO: Si Fidel creía en el triunfo de la huelga, eso no lo sé, porque yo no estuve en la reunión
de la Dirección Nacional que se celebró en marzo en la Sierra Maestra, donde se analizó la
convocatoria a huelga y se aprobó el manifiesto de los 21 puntos, firmado por Fidel y Faustino.
Al parecer Fidel no estaba muy convencido, pero los compañeros del llano, involucrados
directamente en la preparación de las condiciones para el llamamiento a la Huelga General
insistieron en que estas existían, y Fidel aceptó el planteamiento. En Mompié, él sí se refirió a
esto.
Ahora, sobre si él conocía de ese gobierno que se proyectaba organizar, no lo creo, aunque ya
el Movimiento 26 de Julio, con su aprobación, había proclamado a Manuel Urrutia como
presidente de un gobierno provisional revolucionario. Más bien, creo que fue una iniciativa de
Faustino, quien actuaba con gran autoridad a nombre del Movimiento 26 de Julio, y el propio
hecho de haber firmado junto a Fidel el llamamiento a la huelga, lo destacaba como el principal
dirigente en el llano y como segundo en la Dirección del Movimiento, y además reconocido por
otros elementos insurreccionales opuestos a la tiranía. Para que tengas una idea de este
reconocimiento, el intento del 5 de septiembre para derrocar a Batista –al que estaban
vinculados no solo los marineros de Cayo Loco, sino la gente de Prío y de Justo Carrillo, con
todos los elementos antibatistianos del Ejército, la Policía, la Marina y la Fuerza Aérea–, fue
coordinado finalmente en La Habana por Faustino a nombre del Movimiento 26 de Julio, con la
participación también de Armando, Haydée y otros compañeros, y con el conocimiento general
de Fidel, quien había sido informado por Frank desde sus contactos iniciales con el grupo de
marinos que promovió ese movimiento.

ENTREVISTADORES: ¿Frank tuvo participación en ese proceso conspirativo?


ENZO: Al principio sí, porque a Santiago a él lo va a ver Orlando Fernández Saborit, uno de
los compañeros del grupo que se hacía llamar Los 7 de la Osa Mayor, por ser sus integrantes
siete compañeros de estudios de la misma promoción que se graduó en 1952 en la Academia
Naval. Cuando Saborit habla con Frank, le dice que ellos son solo una parte de un movimiento
revolucionario renovador dentro de la Marina de Guerra, pero no le da todos los detalles de la
envergadura de ese movimiento que al parecer era nada más de la Marina, pero que después se
amplió a otros cuerpos armados que se unieron a lo que fueron los hechos del 5 de septiembre,
desde distintas posiciones ideológicas e intereses políticos. Ese movimiento de marinos rebeldes
en Cienfuegos databa desde el mismo año 1952. Incluso el 28 de mayo de 1957 hubo un intento
de levantamiento en la base de Cayo Loco. Y en aquella ocasión en Cienfuegos se hallaban
Haydée y Javier Pazos, esperando el levantamiento para unirse a los marinos con compañeros
de Acción del Movimiento de distintos municipios de la provincia de Las Villas –acuartelados
en una casa–, varios de los cuales cayeron presos. Coincidentemente, ese mismo día Fidel atacó
el cuartel de El Uvero.

11
Huelga General del 9 de abril

ENTREVISTADORES: ¿Cuál fue su intervención en la Huelga General del 9 de abril?


ENZO: Al final de la reunión del 8 de abril en la casa de Willy Mendoza, Faustino dio la
orientación de que a las diez de la mañana del siguiente día, 9 de abril (en la calle 14, número
104, entre 13 y 15, en El Vedado, donde vivían unas ancianitas), se acuartelaría el Comité
Nacional de Huelga, y ese lugar funcionaría como Estado Mayor.
Recuerdo que a partir de las diez de la mañana estuvimos allí Faustino, Ray, Buch, Marcelo y
yo, porque David Salvador y la Dirección Obrera lo hicieron en otro lugar. También pasaron por
allí Arnol Rodríguez, que radicaba en un puesto de propaganda instalado en la casa de Piedad
Ferrer, en la calle Línea; Sergio Sanjenís, quien coordinaba las acciones en La Habana e
informó el estado de las mismas, y Enmita Montenegro, una de las choferes de Faustino que ese
mismo día por la tarde lo sacó de una situación peligrosa, en medio de un tiroteo que Faustino
provocó al atacar un ómnibus que circulaba por la calle Línea, cuando él había salido para ver
cómo estaba la ciudad.
Estando allí, todas las noticias que nos llegaban eran desalentadoras. Al parecer, todo había
fracasado. El llamado se hizo a las once de la mañana, hora en que pocas personas oían el radio.
Hubo bombas que no estallaron, los asaltantes de la armería de la Habana Vieja se tuvieron que
replegar sin lograr su objetivo, la policía en la calle reprimía con violencia, y ya en la noche no
había revolucionarios en la calle, pues las fuerzas de la tiranía tenían el control total. En medio
de todo aquello, la noticia de la muerte de Marcelo Salado fue una de las peores cosas de la
huelga, pues perdimos a uno de nuestros más valiosos compañeros.
Como a las once de la noche se retiró Manuel Ray, y permanecimos en el lugar Faustino,
Marcelo, Buch y yo, hasta el otro día. A media mañana decidimos retirarnos también y
mantenernos en contacto.

ENTREVISTADORES: ¿Y sus hermanos?


ENZO: Mis hermanos Puchete y Renaldo se acuartelaron en un centro de impresión que
establecimos en la calle Condesa (detrás de la Quinta Estación de la Policía Nacional), en un
pequeño apartamento del último piso de un edificio, donde vivían dos hermanos ex marineros
cuyos nombres no recuerdo. Estos hermanos estaban vinculados a los hermanos Luis y Jorge
Lebredo, quienes pertenecieron al MNR. Jorge llevó papel, tinta, esténciles y una máquina de
escribir del colegio de su hermano y desde el día 9 por la mañana permanecieron en el local
hasta el día 10, cuando se dispuso la desmovilización ante el fracaso de la huelga. Tenían
contacto telefónico con el puesto de mando de la propaganda provincial, establecido por Arnol
en la casa de Piedad Ferrer. Entre los que recuerdo, integraban ese equipo Rafael Infante,
Renaldo Infante, Jorge Lebredo, Leslie Rodríguez Aguilera y los ex marineros, cuyos nombres
como ya dije lamentablemente no recuerdo.
ENTREVISTADORES: ¿Qué pasó en los días siguientes al fracaso de la huelga?
ENZO: Terminada la huelga, nos pasamos varios días tratando de calmar a los compañeros
para que se cuidaran y escondieran las armas, porque era una locura tener a la gente en la calle.
Después de la huelga hubo algunas reuniones. Yo sostuve una para analizar la propaganda de
Resistencia Cívica, en un apartamento de la calle Industria, cerca de Neptuno, donde estuvo el
periodista Carlos Lechuga. Luego participé de otra en un edificio de la calle 19 de Mayo, entre
Ayestarán y Amézaga, próximo a donde estuvo la Escuela de Periodismo. En esta reunión Taras
Domitro propuso tomar el edificio del hotel Havana Hilton y acuartelarnos allí, pero se llegó a
la conclusión de que eso realmente sería inmolarse por gusto, pues sería solo un show
publicitario que no iba a «tumbar» a Batista.
Faustino estaba muy sufrido por el fracaso de la huelga y sobre todo por los compañeros que
habían caído en las acciones de ese día en la ciudad de La Habana, en especial por la muerte de
Marcelo Salado.
En esas circunstancias yo decido viajar a Santiago, y Faustino me dice que sí, pues Marcelo
Fernández también iba allá para discutir con Vilma y Daniel el informe que él había elaborado
acerca del resultado de la huelga y que ya habíamos visto Faustino, Ray, David Salvador y yo,
para presentarlo a Fidel.

ENTREVISTADORES: Tenemos entendido que Daniel –jefe nacional de Acción– ese día 9 de
abril, en lugar de utilizar las mejores armas para producir la paralización de Santiago de Cuba,
sale de la ciudad, ataca un cuartel de relativa importancia –el de Boniato– y se interna en las
montañas, sin participar de la huelga. ¿Qué problemas trajo consigo esa decisión y cómo
manejó el asunto la Dirección Nacional?
ENZO: Chico, realmente yo no sé cómo él tomó esa decisión y con quién la discutió, pues yo
no estaba en Santiago por esos días. En Santiago estaban Vilma y José Aguilera Maceira, el de
Resistencia Cívica, y no sé si lo habló con ellos. Tampoco sé si él conversó eso con Faustino o
con Marcelo, ya fuera por teléfono, o si se los informó de alguna otra forma. Lo que yo tengo
entendido es que Daniel decide sacar de Santiago a un grupo importante de milicianos armados
y atacar el cuartelito de Boniato el día 9 de abril para apoyar la huelga con esa acción, además
de interrumpir con otras fuerzas la Carretera Central, entre El Cobre y Santiago, y después
mantenerse alzado en la zona de la Gran Piedra, donde ya había unos compañeros autorizados
por él.

ENTREVISTADORES: ¿Pero no hubo ninguna reunión de la Dirección Nacional para mandar a


buscar a Daniel y que se reincorporara?
ENZO: Mira, Daniel toma la decisión de atacar el cuartelito de Boniato como una acción de
apoyo a la huelga, y usó para eso a los mejores hombres y las mejores armas que había en
Santiago, lo cual –en mi opinión– disminuyó el potencial del Frente de Acción en la ciudad.
Según pude conocer después por Agustín Navarrete, a Daniel le informaron la situación creada
en Santiago, de control por parte de las fuerzas de la tiranía, que dificultarían sobremanera las
acciones de las Milicias y decidió recorrer personalmente la ciudad para corroborarlo. Entonces,
convencido de la veracidad de lo que le habían informado, ellos deciden actuar en la periferia
con el golpe al cuartel de Boniato y la interrupción de las comunicaciones por la Carretera
Central (entre El Cobre y Santiago) y presionar así a las fuerzas de la tiranía desde afuera. Por
eso es que él se lleva a los hombres y toma las armas, ataca el cuartel y después se alza en la
Gran Piedra, donde ya se encontraba un grupo incipiente de combatientes.
Cuando llego a Santiago, vamos Marcelo y yo a ver a Vilma –que estaba escondida en el
número 664 de la calle Trinidad, en la casa de la familia O’Fallon– y en ese encuentro
concluimos que esa decisión de Daniel de alzarse no podía ser tomada a la ligera, ya que él tenía
responsabilidades que cumplir en el Frente de Acción de la Dirección Nacional, y se decide que
Marcelo Fernández, como coordinador, fuera en nombre del Movimiento a convencerlo para
que bajara. Cuando Marcelo llega allá arriba el 15 de abril, deciden que Belarmino Castilla Mas
–jefe de Acción en Santiago– se quede al frente de la columna, puesto que de todas formas esa
era una fuerza de compañeros fogueados en la lucha armada clandestina y no era lógico que
bajaran, pues ya se habían «quemado» y no podían regresar a Santiago, y por tanto se decide
también que Daniel baje.
En aquella reunión con Vilma –antes de que se decidiera enviar a alguien para convencer a
Daniel que bajara–, Marcelo lee el informe que ha elaborado acerca del resultado de la huelga,
con el que Faustino ha estado de acuerdo, también yo, y finalmente Vilma. Solo faltaba la
opinión de Daniel, y entonces es que Marcelo nos comunica su disposición para subir a la Sierra
Maestra a comunicarle a Fidel el resultado de la huelga conforme a ese informe. Vilma lo
aprueba, pero propone que yo lo acompañe, y esa es la razón por la que yo subo a la Sierra.

ENTREVISTADORES: ¿Por dónde subieron?


ENZO: Bueno, nosotros fuimos por avión desde Santiago hasta Manzanillo, y en el aeropuerto
nos recogió un compañero en un jeep que nos trasladó hasta la ciudad. No recuerdo si nos
quedamos y almorzamos en casa de Guerra Matos, o en la del médico René Vallejo, donde
pasado el mediodía de nuevo nos recogieron en jeep unos compañeros que tenían relaciones en
una arrocera por Yara. Fuimos hasta la misma arrocera y allí nos bajamos. En ese lugar había
unas familias que colaboraban con los guerrilleros, y es con uno de los hijos de una de esas
familias –que vivía en la referida arrocera, un muchacho al que llamaban Millo y que estaba
alzado– que tomamos otro jeep que iba manejando el teniente José Argibay, Pepito. Ambos
habían ido a recogernos y con ellos llegamos a Las Vegas de Jibacoa. Realmente no sé por
dónde subimos, porque era la primera vez que yo estaba por esos lugares, lo único que sé es que
llegamos de noche. En realidad fuimos en dos jeeps. En uno iban Marcelo, Argibay, Millo y yo;
y en el otro las personas que nos llevaron a la arrocera y que en Las Vegas de Jibacoa
sostuvieron conversaciones con Fidel sobre el ganado acarreado para la Sierra.
En mi memoria, Las Vegas de Jibacoa es un lugar donde entonces había muy pocas casas,
todas rústicas, ubicadas junto al camino, al que atravesaba un río de escaso caudal y breve
corriente. Algunas casas estaban en la orilla izquierda y otras en la orilla derecha. La casa de la
tienda donde radicaban Fidel y Celia quedaba a la izquierda, frente al río.

ENTREVISTADORES: ¿Quiénes estaban en Las Vegas cuando ustedes llegaron?


ENZO: Allí en Las Vegas se encontraban Fidel, Celia y otros compañeros. Estaba Ramón Paz,
al que conocí cuando Frank organizaba el Movimiento en Oriente, porque él había asistido a una
reunión de responsables de Acción de los municipios, que se celebró en el Colegio Desiderio
Fajardo, un sábado al mediodía. Vi también a Félix Duque, un camagüeyano que fue a Santiago
para subir a la Sierra Maestra y al que yo había visto en una casa por Gasómetro, adonde fui a
entregarle a Lidia Doce un dinero enviado por Daniel para el Che. Ramón y Duque estaban con
barba y me costó reconocerlos, pero ellos enseguida me saludaron, y también me reconoció
Braulio Coroneaux. A él lo conocía de cuando estuvo escondido en la casa de los Alfaro, donde
vivía Edigma Gutiérrez, la novia de mi hermano Roberto. Ellos se habían casado en esa misma
casa en la época en que Braulio estuvo oculto allí. Estaba además Pedrito Miret, que había
llegado en marzo de Costa Rica con Hubert Matos. A Pedrito lo conocía desde que nos
incorporamos al Movimiento 26 de Julio con Frank, en la reunión de la casa de Tony Alomá.
Estaba Hubert Matos, a quien conocía por ser dirigente de los maestros en Manzanillo y
miembro del Consejo Directivo Provincial de Oriente. Él era una persona de más edad que
nosotros y tenía formados sus criterios políticos: era ortodoxo, antibatistiano y anticomunista.
Con Hubert y Pedrito también llegaron Evelio Rodríguez Curbelo, Napoleón Bécquer, Samuel
Rodríguez, Paco Pérez Rivas, Ricardo Martínez y otros, todos buenos compañeros.
Conocí allí también al Vaquerito. Él estaba vestido con una singular indumentaria: camisa de
ciudad de mangas cortas y pantalón de trabajo, y lo que más resaltaba eran sus boticas enterizas,
sin cordones, de cuero con grabados, a media pierna. Era un hombre bajito, pero fornido, y con
una mirada muy penetrante, con mucha fuerza en la mirada, además era muy activo y parecía
muy concentrado en lo que hacía. No hablé con él, pero no hizo falta para saber que era un
hombre de un espíritu indomable, y poco tiempo después se tejió la leyenda de sus hazañas.
Pero lastimosamente no pudo ver el triunfo. Yo guardo un gran recuerdo de aquel encuentro
fugaz. En ese momento él estaba en una bodega, auxiliando a Celia en la atención a los
campesinos –porque allí iba mucha gente a buscar sal, azúcar o cualquier cosa–, y mientras
estuve allí lo vi ocuparse de repartir lo que había entre las personas necesitadas, todo por
indicación de Celia, cuya bondad y humanismo eran infinitos.

ENTREVISTADORES: ¿Podría hablarnos de Celia Sánchez Manduley?


ENZO: Yo coincido con algo que dijo Armando Hart cuando su entierro. En esa ocasión,
Armando la calificó como «la flor más autóctona de la Revolución». Yo conocí a Celia en
ocasión de uno de sus viajes a Santiago para ver a Frank, en julio de 1957, y ese encuentro se
produjo en la casa de Avelino García, en la calle Reloj, esquina a Santa Rosa. Cuando yo llegué,
ella estaba allí y Frank nos presentó.
Ya yo conocía la historia de Celia, sabía que había sido la responsable de preparar la zona
donde desembarcaría Fidel, que la habían detenido y que se había fugado, se había metido en un
marabuzal y había pasado una odisea para escaparse hasta lograrlo. También que disfrazada de
guajira, en un supuesto estado de gestación, había ido a Santiago unos días después para verse
con Frank. Eso hizo que el respeto que uno le tenía a Celia fuera inmenso, porque ella había
hecho lo que pocos hombres se hubieran atrevido a hacer. Por esa época Celia constituía, junto
con Frank, el apoyo más seguro para la Sierra Maestra. En Manzanillo ella había establecido un
sistema para el envío de hombres, pertrechos y avituallamientos a las montañas, tenía los
contactos con los campesinos que le facilitaban arrias de mulos, camiones y guías para poder
subir hasta donde estaban los rebeldes.
Volví a ver a Celia en la Sierra Maestra, cuando subí para la reunión que luego resultó ser en
El Alto de Mompié, y ella me atendió con un afecto increíble, se preocupó por si tenía frío, y me
facilitó ropas más adecuadas que las que yo llevaba. Me entregaba la comida ella misma y me
demostró una solidaridad como compañera que yo nunca pensé que podría recibir. Había que
ver el papel que jugaba Celia allí. Recibía a toda la gente que acudía por variadas razones, y se
las arreglaba para atenderlos con mucha gentileza y para resolverle los problemas a todo el que
pudiera, y al mismo tiempo atendía a Fidel, del que no se separaba. Y todo eso lo hacía con una
modestia tremenda, sin llamar la atención, para que todo eso que ella hacía no se notara en
forma alguna.
Celia mantuvo hasta su muerte la relación con los campesinos, combatientes y personas
humildes que ayudaron a hacer la Revolución. Nunca olvidó a esa gente, y eso estuvo
determinado también porque su personalidad no impedía, a pesar de sus altas responsabilidades,
hacerla asequible para cualquier persona que quisiera llegar hasta ella. Esa es la imagen que yo
tengo de ella: una mujer valiente, muy sencilla, muy humana y enteramente fiel a Fidel y
plenamente dedicada a la obra de la Revolución.

ENTREVISTADORES: Volvamos a Las Vegas de Jibacoa. ¿Qué hicieron ustedes al llegar?


ENZO: Bueno, esa noche que nosotros llegamos Fidel celebró una reunión con dirigentes
militares que estaban allí, en un bohío próximo a la tienda. Él desplegó un mapa y a la luz de
unos faroles explicó cómo se pensaba defender la Sierra Maestra y cuál sería la táctica a seguir.
Recuerdo que Fidel dijo que iban a dejar entrar al ejército hasta donde les conviniera a los
rebeldes, y después comenzarían a desgastarlos poco a poco y al final se haría una gran
contraofensiva. A mí me impresionó mucho el comentario que hizo Fidel de que esa era la
última oportunidad de Batista para atacar la Sierra Maestra, y que por eso emplearía sus mejores
fuerzas, porque sabía que si fallaba esa ofensiva, entonces estaría completamente perdido. Él ha-
bló allí con una increíble seguridad del triunfo rebelde sobre la tiranía.
A mí nunca se me olvida que meses después, estando preso en el Castillo de El Príncipe, un
grupo de compañeros captaban Radio Rebelde y oían los partes militares y todo, y me percataba
de que todo lo que Fidel había expuesto aquella noche se cumplía paso a paso. Te podrás
imaginar entonces cómo me sentía yo ese día, estando presente en una de las reuniones donde se
trazaba la etapa final de la guerra de liberación.

ENTREVISTADORES: ¿Ese fue su primer encuentro cercano con Fidel?


ENZO: Sí. Yo estaba muy impactado con aquel ambiente del campamento rebelde y por la
incesante actividad que desarrollaba Fidel, atendiendo numerosas personas y asuntos con su
poderosa personalidad que traslucía seguridad y confianza. También me llamó la atención la
actividad de Celia, quien callada, casi imperceptible, atendía todo tipo de cosas, lo mismo de
Fidel que de los rebeldes o de los campesinos. Fue una sensación indescriptible. Ese primer
encuentro fue muy fugaz, yo solo tuve oportunidad de mirar a aquel hombre grande que me
saludó muy atento, pero no me dio tiempo a detallarlo bien. Recuerdo que pensé: «Coño, este es
el hombre que despertó tanta admiración en Frank y es el hombre del que toda Cuba habla y al
que los batistianos quieren matar a cualquier precio, y yo lo tengo aquí tan cerquita…»
Al día siguiente por la mañana Fidel nos mandó a buscar, y cuando estuvimos en presencia de
él, Marcelo trató de explicarle la situación de la huelga y lo que había pasado. Fidel nos dijo que
él consideraba que no se debía informar nada en ese momento y que se había decidido mandar a
buscar a todos los miembros de la Dirección Nacional para reunirse en la Sierra Maestra y
analizar todos los problemas que estaban afectando al Movimiento 26 de Julio. Entonces,
dándole cumplimiento a esa indicación, Marcelo bajó con esas instrucciones y yo me quedé
esperando por los compañeros.
Al segundo o tercer día, me llega un mensaje de Fidel para hablar conmigo. Cuando me
presento ante él, me muestra una serie de documentos que parecían de propaganda, pero que
estaban un poco raros y parecían hechos por gente ajena al Movimiento 26 de Julio. Eso lo
puedo decir porque al ser el responsable nacional de Propaganda, yo conocía todo lo que se
movía en esa materia en el país por el Movimiento, y realmente esos papeles que Fidel me
mostraba no eran de mi conocimiento. La pregunta que Fidel me hizo me llamó poderosamente
la atención. Él me preguntó si yo creía que Faustino tenía algo que ver con el origen de esos
documentos. Yo le respondí que creía que no, porque realmente yo no tenía pruebas de lo
contrario.

ENTREVISTADORES: ¿Qué pensó de esa pregunta?


ENZO: Me extrañó, pero pensé que él estaba tratando de esclarecer algo que había llegado a
sus manos. Yo creí que él tenía esos papeles y quería verificar, yo solo le dije lo que yo sabía,
que no había visto nunca ese tipo de propaganda y que según mi conocimiento, Faustino no
tenía nada que ver con eso.

ENTREVISTADORES: ¿Qué pasó después?


ENZO: Mira, la intención mía era decirle a Fidel en la reunión que se estaba esperando, mis
apreciaciones de lo que yo había visto en La Habana, pero no creía correcto hablar de eso en
ausencia de los compañeros que iba a señalar, porque eso yo lo había aprendido de dos
personas, de mi papá y de Frank, que siempre me enseñaron a decirle las cosas a la gente de
frente.
Al otro día de aquella conversación, Hubert me comenta que lo han mandado para La Plata a
organizar la defensa y me invita a ir con él. Antes, le pedí permiso a Fidel para estar allá hasta
que llegaran los compañeros para la reunión, y él me lo concedió. Ahí me las vi bien fea. Lo que
les cuente es poco. Pasé una odisea para subir, porque yo no sé lo que fue, si el cambio de agua
o de comida, pero lo cierto es que me dieron unas diarreas violentísimas, que me obligaban a
cada rato a detener la marcha. Para mí ese fue un día terrible, desde por la mañana temprano
hasta bien entrada la tarde, y entre las diarreas y la terrible caminata a la cual no estaba
acostumbrado, hicieron que me sintiera medio muerto cuando llegué a La Plata.
Estando allí, vi a Enrique Ermus, un compañero del grupo de la refinería que participó en los
hechos del 30 de Noviembre y había estado encargado del grupo de Nicaragua después de la
prisión de este. Él había subido en el primer refuerzo. Estaba allí al frente de la cárcel rebelde,
en un lugar al que llamaban Puerto Malanga. También se encontraba en el campamento Braulio
Coroneaux, quien se ocupaba de matar las reses que se habían traído de zonas llanas de Yara y
Manzanillo para alimentar a la población de la zona y al Ejército Rebelde durante la ofensiva de
la tiranía, la cual se esperaba de un momento a otro. Ya Braulio tenía fama de hacer «cantar» la
ametralladora calibre 50 que él manejaba, y según las historias que se contaban de él, era un
formidable guerrillero.
En cuanto llegué a La Plata pedí que me incorporaran al servicio de guardia, porque no quería
sentirme inútil, y en el tiempo que estuve –que fueron alrededor de seis u ocho días–, hice unas
cuantas guardias, sobre todo de noche. Allí conocí a Rogelio Acevedo, que era por aquel
entonces un jovencito delgado, con melena lacia, y usaba un cordelito al cuello del que pendía
una bala de pequeño calibre. Con él hice guardia una noche en la que me contó sobre su
incorporación a la guerrilla y que el Che quería mandarlo para la escuela que él dirigía en Minas
de Frío.
Aquella fue una experiencia muy enriquecedora, conocí la vida libre de los guerrilleros, sin las
tensiones del clandestinaje de la ciudad, y sus vínculos con los campesinos. Debo reconocer que
me impresioné mucho cuando oí el primer grito de ¡Avión! y sentí los ametrallamientos en
lugares cercanos y vi a los rebeldes escondiéndose detrás de los árboles Pero la pasé muy bien,
sobre todo después que se me quitaron las diarreas. Como a los dos o tres días de llegar, Hubert
me dice que me vaya a dormir a una casa que había cerca para que me protegiera del frío
intenso. Porque déjame decirte que si no llega a ser por Celia, que me dio en Las Vegas un
pantalón de campesino y una camisa de trabajo de mangas largas, yo creo que me hubiera
muerto del frío allá arriba. Porque con la ropita ligera que yo subí, no hubiera aguantado.
Bueno, la cosa fue que me acosté en la casita con dos o tres compañeros, y por la mañana bien
temprano siento una discusión. Y cuando me levanto, era Fidel que le estaba echando tremendo
regaño a René Rodríguez y a Hubert. Porque él había mandado un minero que era experto en
abrir túneles y trincheras para que dirigiera los trabajos de fortificaciones y atrincheramiento
que se estaban haciendo para proteger el lugar donde iba a estar la planta de radio y donde Fidel
iba a instalar la Comandancia, pero cuando el compañero llegó se encontró que teníamos la casa
ocupada. No dijo nada y durmió afuera, y por la mañana estaba medio muerto del frío, y cuando
Fidel llegó y se enteró que no habían atendido a ese hombre de forma correcta, se molestó
muchísimo. Como la cosa no era conmigo, yo me fui de allí. Como a los dos o tres días, me
pasa Fidel por al lado como a las seis de la mañana y no me dice nada, y como a las nueve de la
mañana Hubert me pregunta si yo no iba a la reunión de la Dirección Nacional. Yo le respondo
que sí, pero que aún no me habían avisado, y es cuando él me dice que la gente que iba a ese
encuentro ya se habían ido.

ENTREVISTADORES: ¿Estando allí usted conversó con Hubert sobre lo que había pasado en la
huelga?
ENZO: No, yo con él no hablé nada de eso, porque no tenía razón para conocer de esas cosas.
Sobre ese tema habíamos hablado Vilma y yo, y en aquella reunión yo se lo debía comunicar a
Fidel delante de mis compañeros, pero nadie más tenía que saberlo. Bueno, Hubert me dijo
dónde era la reunión y me mandó con un campesino que no era rebelde, pero se conocía muy
bien la zona y me llevó hasta El Alto de Mompié.

ENTREVISTADORES: ¿Cree que Fidel se olvidó de avisarle por descuido o deliberadamente?


ENZO: Yo lo que pensé en aquel momento fue que Fidel no le daba ninguna importancia a que
yo participara o no, porque quizás no me consideraba con capacidad suficiente para estar en la
Dirección Nacional. Hoy creo que con la conversación que sostuvimos sobre aquella
«propaganda extraña» y una charla que tuve una noche con el Che y con Pausides –un
comunista de Bayamo– sobre cuestiones ideológicas, le dieron a Fidel la medida de que yo no
estaba preparado para desempeñar un cargo de tanta responsabilidad e importancia como la
Dirección de Propaganda. Creo que tenía razón.

12
Mompié a «camisa quitada»

ENTREVISTADORES: ¿En qué momento se incorpora a la reunión de la Dirección Nacional?


ENZO: Cuando llegué era ya mediodía, porque había que caminar bastante y yo no era experto
en esos trajines, así que llegué cuando pude. Una vez que conseguí incorporarme, la reunión
estaba en su apogeo, había un clima de tensión tremendo. Estaba Faustino defendiendo sus
puntos de vista, Daniel igual, y al que vi menos alterado fue a David Salvador, que no se mostró
igual que en La Habana cuando se enfrentó a Faustino y se negó a darles cabida en los Comités
de Huelga a los comunistas. Pero realmente las imputaciones mayores se hacían a Faustino y a
Daniel.

ENTREVISTADORES: ¿Qué temas suscitaron discusión enconada?


ENZO: Una cosa que le molestó mucho a Fidel fue la tendencia de situar a las Milicias creadas
en el llano a la par y no subordinadas al Ejército Rebelde. A raíz de eso se habían dado serios
problemas con Almeida. Ahí fue donde yo escuché las opiniones de Fidel sobre Almeida, él lo
catalogaba como el Antonio Maceo de esa época.
Resulta que Daniel mandó a Luis Clergé, Pomponio (al que le decían Comandante Campos), a
dirigir las Milicias que apoyarían la Huelga General en Contramaestre, Baire y Jiguaní, con la
interrupción de la carretera en esos lugares. Ya en esa época Almeida operaba en el Tercer
Frente y esa zona le correspondía a él, y Pomponio no se presentó ante un llamado de aquel para
coordinar la cooperación de ambas fuerzas en las acciones.
Fidel había dicho bien claro que para ser comandante había que tener al menos un año de
participación directa en combate. Y el único caso –que yo recuerde– de alguien que haya sido
ascendido a comandante por una sola acción, fue el de Belarmino Castilla cuando tomó el
cuartel de Ramón de las Yaguas y ocupó cerca de 80 armas, lo cual –unido a su trayectoria
como jefe de Acción en Santiago– le valió que Fidel le ratificara el grado de comandante
otorgado por Daniel. Pero de ahí en fuera, nadie más que yo sepa. Y Fidel toma como ejemplo
en la reunión el incidente con Almeida para dejar bien claro que las Milicias tenían que
subordinarse al Ejército Rebelde, pues se habían creado independientes y paralelas a este.

ENTREVISTADORES: ¿Qué contestó Daniel?


ENZO: Daniel dijo que en ningún momento había orientado las cosas de esa manera, y que lo
que había pasado con Pomponio era un hecho aislado y no una tendencia en el llano. Lo que sí
quedó como una orden de Fidel fue que todas las Milicias del país se subordinaran al Ejército
Rebelde donde este estuviera operando.
A Daniel lo más grave que se le señalaba era haber fomentado en las Milicias un elemento de
posible antagonismo con el Ejército Rebelde. Yo nunca pensé que ese fortalecimiento en el
llano fuera para oponerlo a los rebeldes de la Sierra Maestra, pero el incidente ocurrido con
Almeida fue una temprana alerta de lo que podía suceder.
Yo he pensado mucho sobre eso, y creo que es bueno decir que una revolución no es un
proceso que ocurre de forma idealizada ni mucho menos. En una revolución se concentran todos
los factores, sentimientos y valores que hay en la sociedad, y pueden manifestarse vanidades,
limitaciones, ambiciones, temores y sueños personales, junto al desinterés, la modestia, el
sentido de la responsabilidad histórica, la decisión, el valor y la previsión. Y en una situación
como la de aquellos días, todos esos factores se potencian, incluso dentro del propio seno de los
revolucionarios que han demostrado sus cualidades de luchadores incondicionales.

ENTREVISTADORES: ¿Se le señaló a Daniel el hecho de haber salido a combatir fuera de


Santiago de Cuba el día de la huelga?
ENZO: No, eso se le señaló en la reunión de Santiago que celebramos Marcelo, Vilma y yo
con él, en la cual se le dijo que recordara que él era responsable nacional de Acción y no el jefe
de una columna guerrillera, y que por tanto debía asumir tal condición, lo que él aceptó. Pero en
Mompié no se habló de eso. El principal problema con él era que se había creado entre los
combatientes de las Milicias del llano la idea de considerar sus grados –de acuerdo al
Reglamento de las Milicias del Movimiento, elaborado y aplicado por Daniel– iguales a los que
ostentaban los oficiales rebeldes en la guerrilla, y no reconocer por tanto superioridad o
autoridad jerárquica mayor en grados iguales de los miembros del Ejército Rebelde sobre los de
las Milicias. Eso dio lugar a una falta de subordinación militar y a una dualidad de mando en las
fuerzas revolucionarias, lo cual constituía una peligrosa e inaceptable situación para el ejercicio
del mando militar único y para la conducción de la guerra.
A mí nunca se me olvida, en un momento que estábamos almorzando de pie fuera del bohío
donde se celebró la reunión, cuando Daniel se me acercó y me dijo: «Coño, Bruno, tú has visto
esto, nada de lo que he hecho ha sido con esa intención, yo tengo que venir acá a morirme…»
Por eso es que cuando estando preso me entero de su muerte, pienso que él no se cuidó en la
Sierra Maestra, porque pensaba que con su muerte en combate era con lo único que podía borrar
el error cometido y las faltas que se le imputaban. Yo creo que el mayor error de Daniel fue
elaborar el Reglamento de las Milicias del Movimiento en el llano y aplicarlo sin consultarlo
con Fidel, cosa que no hubiera hecho Frank País.

ENTREVISTADORES: ¿Qué le dijeron a David Salvador?


ENZO: Allí en Mompié se criticó duramente a David Salvador, Mario. Las críticas sobre todo
las hizo el Che, por la forma cerrada y sectaria con la que había creado los Comités de Huelga y
por la poca preparación que se les dio a los obreros, sin tener en cuenta la capacidad de reacción
del enemigo. Esto también se le señaló a Faustino.

ENTREVISTADORES: ¿Qué fue de David Salvador?


ENZO: David fue un caso particular. Él comenzó como dirigente obrero desde la base hasta
llegar a la Dirección Nacional del Movimiento, pero en él operó el prejuicio que sentían todos
los que en algún momento habían sido comunistas y habían tenido problemas con el Partido.
Ese tipo de compañeros, después de haber sido separados del Partido no se volvieron a sentir
seguros nunca más, o al menos, signados por la desconfianza hacia el Partido, y se convirtieron
en furibundos anticomunistas. A esa gente nosotros les llamábamos «comunistas renegados».
Yo creo que ese miedo a no ser reconocido, ni poder demostrar su valía, y a no gozar otra vez de
la confianza de sus compañeros, unido a su falta de confianza en Fidel, lo hizo salirse de la Re-
volución.

ENTREVISTADORES: ¿En Mompié se habló sobre la capacidad de reacción de la Policía y el


Ejército como un factor de fracaso de la huelga?
ENZO: Claro, porque –para que tengas una idea de que Batista no era ningún tonto– la Policía
en La Habana estaba organizada en 19 estaciones, situadas en puntos estratégicos de los barrios,
para que pudieran controlar toda la ciudad sin necesidad de agrupar grandes fuerzas en un solo
lugar, y en aquel momento nadie se percató de eso. Por consiguiente, no se tuvo en cuenta la
cantidad de fuerzas, ni la capacidad de respuesta que cada estación podía ofrecer en el territorio
de su demarcación. Lo cierto es que hubo muchos elementos que en ese entonces no tuvimos en
cuenta. Yo debo aceptar que, en lo personal, tenía tanta responsabilidad como cualquier otro
miembro de la Dirección Nacional, por no habernos percatado de que no había la suficiente
preparación para la huelga que pretendíamos realizar. Y es que la vorágine en la que estábamos
llegó al extremo de sobreestimar las posibilidades reales y hacer de nuestros deseos una política,
que iba en el sentido de producir la huelga con la idea de que la victoria se alcanzaría en las
ciudades y no en la Sierra Maestra, porque se pensaba que la fórmula de la victoria era
desencadenar la Huelga General con apoyo de acciones armadas. Y sin embargo carecíamos de
las suficientes armas para lograr el cumplimiento de tal propósito. El tiempo nos demostró que
era a la inversa. Esta concepción fue la responsable de que se trataran de fortalecer las Milicias
del llano, aún al punto de privar de algunos suministros bélicos al Ejército Rebelde.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo fue la discusión con Faustino?


ENZO: Mira, a Faustino se le increpaba por no haber analizado suficientemente –en su
condición de máximo dirigente– la situación real que había en La Habana, ni el verdadero
potencial represivo de la tiranía. Además, por haberse dejado llevar por una atmósfera que no se
correspondía con la realidad. Esta atmósfera era parte del ambiente en que se movían Buch, Ray
y él, porque las personas que les proporcionaban información, casas y medios para la causa,
pensaban que sus deseos y opiniones expresaban el sentir y la decisión de la mayoría de la
población, y que realmente la huelga podría llevarse a cabo con el apoyo de estas personas y de
los obreros, y que la caída de Batista era segura. Pero resultó que los sabotajes y las acciones
armadas que se habían planeado y que se pretendían hacer para apoyar a los obreros en su
decisión de no asistir al trabajo, se pudieron cumplir solo en una pequeña parte, sobre todo por
la escasez de armas, lo que condujo al dominio de la situación por las fuerzas represivas del
Gobierno y al fracaso de la huelga.

ENTREVISTADORES: ¿Cree usted entonces que Buch y Ray tuvieron una elevada cuota de
responsabilidad en el resultado adverso de la huelga?
ENZO: Ellos tuvieron su cuota de responsabilidad en el sentido de hacer creer a la Dirección
Nacional, y a Faustino sobre todo, que los sectores a los que ellos estaban vinculados –dígase
los comerciantes, industriales y profesionales–, apoyarían la huelga dispuestos a todo, y ese fue
un error fatal. Cuando las cosas se pusieron feas, toda esa gente rica nos dejó solos para salvar
su pellejo y sus pesos.
Por otro lado, a pesar de que había muchos compañeros dispuestos para la acción, la mayoría
no había tenido suficiente entrenamiento en el manejo de armas y explosivos y en el
comportamiento bajo situaciones de combate, porque para pelear en La Habana había que tener
experiencia, y de eso carecía la mayoría de los participantes en las acciones de la huelga. La
idea de Faustino, que consideraba que La Habana decidiría la lucha, salió de Mompié totalmente
derrotada. Pero Faustino era una gran persona, honrado a cabalidad, y él comprendió los errores
que había cometido y aceptó las críticas que le correspondían.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo caracterizaría usted a Manuel Ray en su desempeño durante la


lucha insurreccional y luego del triunfo revolucionario?
ENZO: Yo conocí a Manuel Ray en septiembre de 1957, en ocasión de un viaje que hice a La
Habana para luego participar en Pinar del Río –junto con Emilio Catasús Rodríguez y José
Antonio Aguilera Maceira– en la constitución del Movimiento de Resistencia Cívica en esa
provincia. Entonces Armando Hart me habla de Manuel Ray como el hombre en que han
pensado para que se ocupe de la Resistencia Cívica en La Habana. Él trabajaba como ingeniero
calculista de estructura en las obras del hotel Havana Hilton, que construía la empresa
estadounidense Frederic Snare. Allí lo conocí. Luego me citó para una reunión en un
apartamento en la calle 21, esquina a 6 en El Vedado, donde él tenía su oficina de trabajo.
Al parecer ya lo habían convencido de que se dedicara al trabajo revolucionario. Esa precisión
quien la puede hacer es Armando, que fue quien lo reclutó. La próxima vez que nos vimos, ya él
estaba como jefe de la Resistencia y yo venía a dirigir la Propaganda.
La primera vez en que Ray se me revela como la persona que no llegaba al final con nosotros,
fue cuando –por mi costumbre de consultar con Faustino las cosas de propaganda– le presento
un proyecto de escrito para imprimir y distribuir durante la huelga. Faustino me manda a
revisarlo con Ray, y yo veo que este era muy cuidadoso con las cosas que podían afectar la
propiedad privada y los intereses de los yanquis. Porque ese era el medio en que se desenvolvía.
Ray representaba en ese momento los intereses de la Frederic Snare, poderosa empresa nortea-
mericana de la construcción que había hecho obras en Moa, la Base Naval en Guantánamo y
que estaba levantando el Havana Hilton, que luego sería, tras el triunfo, Habana Libre.
En esa época, el trabajo tan especializado que Ray desempeñaba le permitía ganar un
excelente sueldo, además de codearse con lo más selecto de los intereses de la sociedad
norteamericana en Cuba, hacer relaciones y establecer contactos en ese mundo, de los cuales no
pudo desprenderse en el transcurso de su accionar con nosotros. Nos seguimos viendo en
reuniones a las que la Resistencia Cívica me invitaba, o en las del Movimiento a las cuales él
asistía. Casi siempre fueron en Miramar, en la mansión de Willy Mendoza –uno de los dueños
de la Concretera Nacional–, y otras veces en la de Agustín Capó –contratista de las obras del
Acueducto de la Cuenca Sur–, otro ingeniero que también tenía negocios con el Gobierno.
Todo eso me hacía suponer que Ray se desenvolvía con naturalidad en ese medio, donde eran
los ricos los que determinaban el curso de las acciones de la nación. Después de convertirse en
el líder de la Resistencia Cívica Nacional desde La Habana, va a la Sierra, y al regreso
desempeña el cargo de coordinador del Movimiento en la capital, por órdenes expresas de Fidel,
ya en los últimos días de la guerra, cuando se pensó en unir la Resistencia Cívica con el
Movimiento. Tras el triunfo, es designado ministro de Obras Públicas y comienza su trabajo
bien. Pero inevitablemente es de los que se vincula a Urrutia y a Hubert, y en ese sentido fue
consecuente con los intereses que defendió siempre, que no fueron los de los pobres, sino los de
los ricos.
Él era un hombre formado y preparado para ser un pronorteamericano. Aunque su origen era
humilde, la formación que recibió y las relaciones que fomentó indicaban eso. Si él hubiera
podido conocer a profundidad la esencia de la Revolución, quizás no hubiera traicionado, amén
de que era un anticomunista acérrimo y todos sus vínculos eran con la burguesía y los nortea-
mericanos. Para mí, Ray representaba los intereses de toda esa gente, consciente o no. Aunque
yo creo que de forma bastante consciente, pues él sabía que estaba ideológicamente unido a ese
grupo, y no hizo nada que lo sacara del esquema en que yo lo tenía. No obstante, es justo
reconocer su gran capacidad organizativa y su entrega al trabajo insurreccional.

ENTREVISTADORES: ¿Y no hubo discusiones entre Faustino y el Che?


ENZO: El Che le hizo las imputaciones directas a Faustino y él se defendió, pero su
comportamiento posterior demuestra que razonó con más calma y comprendió la situación. En
Mompié hubo una discusión dura entre ellos, ya que el Che le criticaba las relaciones con la
burguesía y los comerciantes adinerados, pues pensaba que con esa gente no se ganaba la
Revolución, y efectivamente, lo que pasó después solo sirvió para darle la razón al Che: tras el
fracaso de la huelga, la mayoría de esa gente se perdió y no prestó colaboración. Y eso provocó
que fuera más difícil la tarea de reorganizar el Movimiento 26 de Julio en La Habana. También
el Che le señaló el hecho de haber aceptado que David Salvador no diera cabida a los
comunistas en los Comités de Huelga del FON.
ENTREVISTADORES: Cuando se habló de burguesía y comerciantes adinerados, ¿a quiénes
mencionaron?
ENZO: No, en ese momento no se mencionaron nombres, pero yo sabía de quiénes se estaba
hablando. Para que tengan una idea: nosotros nos reuníamos –como ya dije– en el chalet de
Willy Mendoza, en Miramar, hombre con mucho dinero y de contratos millonarios con el
Gobierno y con los norteamericanos, y nos reuníamos en casa del ingeniero Agustín Capó,
también hombre de dinero y contactos en la élite del Gobierno. Faustino tenía relaciones con
Julián de Zulueta, acaudalado hombre de negocios y dueño del Banco Zulueta, quien al parecer
simpatizaba con nuestra lucha. Supongo que esa era la gente a la que se refirió el Che, pero no
mencionó ningún nombre. Sin embargo, eso no era señal de desconocimiento por parte de la
Dirección de la Sierra Maestra, porque después pude percatarme de que Fidel tenía un aparato
de inteligencia tan grande como el que tiene ahora, a él le llegaba información fresca por
diversas vías.

ENTREVISTADORES: ¿Qué imputaciones hubo con respecto al doctor Luis Buch?


ENZO: Ninguna, al menos en la parte que yo presencié. Ya al final, Fidel decide que Haydée
vaya para el extranjero a hacerse cargo del suministro de armas y de la recaudación de fondos, y
decide que Buch la acompañe para que la ayude y se encargue de las comunicaciones entre la
Sierra Maestra y el extranjero. Buch no era de la Dirección Nacional del Movimiento, el cargo
que él desempeñaba era el de responsable de Relaciones Públicas en La Habana, única provincia
donde existía esa responsabilidad. Además, él tenía mucha ascendencia sobre los dirigentes de
La Habana, en especial sobre Faustino, Armando y Ray, incluso estuvo acuartelado con
nosotros, los del Comité Nacional de Huelga, sin ser miembro. En su trabajo de relaciones
públicas viajaba con frecuencia al extranjero, y en la reunión rindió un informe de las
actividades del Movimiento 26 de Julio en Venezuela y de las posibilidades de apoyo
económico y bélico que allí se abrían.

ENTREVISTADORES: Con relación a su actividad como dirigente en la Dirección Nacional, ¿qué


se discutió?
ENZO: Chico, a mí en aquel momento no me dijeron absolutamente nada. En realidad me
ignoraron totalmente. Tanto es así que me enteré tarde de la reunión –como ya les expresé– y
pude llegar casi de casualidad. Yo he llegado a pensar que Fidel consideró que yo no tenía la
preparación político-ideológica ni profesional necesarias para ser responsable nacional de
Propaganda, y creo que tenía razón.
A mí me sustituyeron en el cargo sin hacerme ningún señalamiento personal, aunque como
miembro del Comité Nacional de Huelga era responsable también de los errores señalados,
sobre todo en cuanto a la forma de convocarla, y sencillamente mandaron a buscar a Carlos
Franqui para que asumiera la responsabilidad que yo desempeñaba. Ya al final de la reunión a
mí seguían sin decirme nada, y entonces Faustino le dice a Fidel que yo podía ser el coordinador
en La Habana, y él acepta. Así es como yo vengo a dar de nuevo a La Habana. Paradójicamente,
quien me propone para el cargo es Faustino, que era con el que más diferencias yo tenía,
respetando su historial de luchador.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo se reestructuró el Movimiento 26 de Julio?


ENZO: Se decidió que Fidel fuera el secretario general del Movimiento y el Comandante en
Jefe del Ejército Rebelde. En un principio no se llamó Ejército Rebelde, sino Ejército
Revolucionario 26 de Julio, pero cuando Fidel se percata de que en la composición del mismo
hay compañeros que no habían pertenecido al Movimiento y se habían incorporado a la lucha en
la Sierra, y ante la posibilidad de que combatientes de otras organizaciones pudieran unirse
también, es que decide cambiar el nombre por el de Ejército Rebelde, que es en definitiva con el
que entra en la última etapa de la guerra, llega hasta el final y con el que se le conoce
históricamente.
A partir de aquel momento Fidel asume el mando total de la lucha y se decide crear una nueva
Dirección Ejecutiva que radicaría completamente en la Sierra Maestra y que quedó integrada
por Fidel como secretario general del Movimiento 26 de Julio y Comandante en Jefe del
Ejército Rebelde. Por David Salvador atendiendo los asuntos obreros, Carlos Franqui –a quien
había que mandar a buscar al extranjero– al frente de la Propaganda y de Radio Rebelde.
Faustino Pérez con el grado de comandante, y Daniel al frente de una columna guerrillera,
ostentando igualmente el grado de comandante del Ejército Rebelde.
Después de la reunión de El Alto de Mompié, el llano pasó a la condición de Delegación de la
nueva Dirección Ejecutiva, y de ella formaron parte Marcelo Fernández Font como delegado
nacional de Coordinación –radicando en Santiago de Cuba–, Antonio Torres Chadebau como
delegado nacional Obrero, Arnol Rodríguez Camps como delegado nacional de Propaganda,
Manuel Suzarte Paz como delegado nacional de Finanzas, y el comandante Delio Gómez Ochoa
como delegado nacional de Acción, radicando en La Habana.

ENTREVISTADORES: Háblenos de Carlos Franqui.


ENZO: Carlos Franqui es quien resulta designado al frente de la Propaganda para sustituir al
compañero Alonso Hidalgo Barrios, Bebo, en los días en que Fidel reorganiza la Dirección
Nacional del Movimiento, después de julio de 1956. Pasado el 30 de Noviembre, él va a
Santiago y entrevista a Frank, Armando, Haydée, Vilma y a otros combatientes, y con toda esa
información regresa a La Habana con la misión de publicar –después del desembarco del
Granma– el primer periódico de la etapa insurreccional, al que se decide designar como
Revolución. Esto se lleva a efecto en febrero. Menos de un mes después, es ocupada la imprenta
donde se hacía el periódico y Franqui resulta detenido. Como consecuencia de este hecho, en
Santiago de Cuba también es detenido el compañero Francisco Gutiérrez Alfonso –viajante
vendedor de libros escolares–, a cuya dirección (en el número 372 de la calle Barnada) se
enviaron desde La Habana mil ejemplares de Revolución. Entonces al caer la imprenta se
ocupan algunos documentos, entre ellos la dirección esta de Santiago. Bueno, cuando Franqui
logra salir, se va para el exilio, hasta que Fidel lo manda a buscar para que se ocupe de la
Propaganda, pues el punto generador de la propaganda –después de la reunión de El Alto de
Mompié– sería la Sierra Maestra, donde estaría la Dirección del Movimiento, y Radio Rebelde
funcionaría como el medio fundamental para su desarrollo.

ENTREVISTADORES: ¿Qué pasa con Franqui después del triunfo de la Revolución?


ENZO: Desde que la Revolución toma el poder en el país, Franqui es designado por Fidel para
que dirigiera el periódico Revolución. Esto era la continuidad de su labor al frente de la
Propaganda. Pero en 1964, Franqui es sustituido en la dirección del periódico por Enrique de la
Osa, ya que desde los problemas de Urrutia y Hubert Matos había tenido una actitud poco
diáfana. Así, pasó de ser el director de un importante e influyente órgano periodístico a una
figura de segundo plano. Le dieron la tarea de trabajar en el naciente Archivo Histórico de la
Revolución,1 cuya creación estaba en manos de Celia Sánchez. Y estando en eso se fue del país.
Pero se marchó después de haber grabado en microfilmes toda la documentación inédita que le
dio la gana, la que ha utilizado para escribir sus libros allá en Europa.
Esa fue una traición y un golpe muy bajo. Tú te imaginas lo que significa que te pongan al
frente de un lugar tan delicado, al que solo accedían personas de mucha confianza, y que
después te aproveches de eso para robar información e irte y usarla en otro país dándole el matiz
que a ti te convenga, volviéndote un desertor de la Revolución que confió en ti. Eso solo lo hace
un tipo sin moral y sin principios éticos.
La Revolución a Franqui no le hizo ningún daño, al contrario, porque él era un periodista de
origen campesino y humilde que pasaba necesidades trabajando en la revista Carteles, y que se
convirtió en estrella al frente de Revolución. Pero no soportó su separación y se convirtió en un
vulgar ladrón y en un traidor. ¿Y saben contra quién fue la mayor traición? Contra Fidel, quien
se caracteriza por no abandonar nunca a sus compañeros, y Franqui traicionó la confianza de
Fidel, al considerar ese trabajo en el Archivo como muy poquita cosa para él, y usándolo para
sus mezquinos objetivos.

ENTREVISTADORES: ¿Lo conoció personalmente?


ENZO: A pesar de haber sido quien me sustituyó a mí después de Mompié, no lo conocí en
aquella oportunidad, pues él se encontraba exiliado.

ENTREVISTADORES: A su juicio, ¿por qué se mantiene a David Salvador en la responsabilidad


de atender los asuntos obreros?
ENZO: Porque incuestionablemente David había sido uno de los organizadores del aparato
obrero del 26 y tenía experiencia y conocimientos útiles a la Dirección Revolucionaria. Su
personalidad, fuerte y carismática, era reconocida en el sector. Y su presencia junto a Fidel le
permitiría comprender mejor el proceso e identificarse conscientemente con la justeza de la
línea unitaria preconizada por aquel. También para ver las cosas desde un plano superior. Era
una oportunidad para ayudar a un cuadro y a la vez para tenerlo controlado.
Mira, con la reestructuración y reacomodo de la Dirección Ejecutiva, los nuevos jefes de los
frentes radicarían en la Sierra Maestra, excepto el de Acción, que estaba en La Habana. Y allí al
lado de Fidel, David no podría hacer lo que quisiera. Pienso que tuvo que ver con una
característica de Fidel que yo he observado, y es que él critica a la gente, pero le da la
oportunidad de rectificar y enmendar sus errores. Y eso fue lo que él hizo: les señaló los errores
a David, a Faustino y a Daniel, pero les dio la posibilidad de comprender y cambiar las cosas
que habían hecho mal. Es que Fidel sabía que esto era un proceso largo y difícil, y que no se
trataba de que quien tuviera un contratiempo que se pudiera erradicar, se quedara en el camino,
sino que se le debía ayudar para que continuara adelante con mayor experiencia.
Yo debo decir, para no faltar a la verdad, que en un primer momento no entendí la razón para
ubicar al delegado de Acción en La Habana cuando siempre había radicado en Santiago, y
máxime con los problemas que se habían dado en la capital, pero después comprendí las razones
de Fidel y me demostró una vez más las extraordinarias cualidades de estratega que poseía. Lo
que buscaba Fidel con la ubicación de Delio Gómez Ochoa en La Habana era que este, con su
experiencia, preparara el Frente de Pinar del Río para la llegada de Camilo. Manuel Ray Rivero
quedó como responsable nacional de Resistencia Cívica, pero no miembro de la Delegación,
puesto que esta organización quedó independiente, aunque atendida por el delegado nacional de
Coordinación, con el cual debía ajustar sus actividades.

ENTREVISTADORES: ¿Qué importancia política le atribuye usted a concentrar el mando en


manos de Fidel?
ENZO: Yo creo que el hecho de que Fidel tomara el mando total de la situación, fue la decisión
más importante que salió de aquella reunión, pues antes de eso había un concepto equivocado:
se pensaba que Fidel era un factor más, y que quien decidía era la Dirección Nacional del llano.
Por eso a veces se hacían cosas sin informarlas ni consultarlas oportunamente. Pero resulta que
él tenía una cantidad de información increíble, jamás había visto a alguien que estuviera tan
lejos geográficamente de los hechos y a la vez estuviera al tanto de todo lo que sucedía.
En ese tiempo era habitual que cualquiera pretendiera comunicarse con la Sierra para resolver
los problemas directamente con Fidel, obviando la autoridad de los dirigentes del llano. Esa fue
una situación que mientras Frank vivió la mantuvo bajo control, pero después de su muerte se le
fue un poco de las manos a la Dirección Nacional, y ese fue un elemento discordante. Un
ejemplo de eso era la gente del llamado «26 y medio», los camagüeyanos Alfredito Álvarez
Mola, Mario Herrero y sus compañeros, que discrepaban con la Dirección del Movimiento en
aquella provincia y habían logrado establecer contacto con la Sierra Maestra, pasando por
encima de la Dirección Nacional del Movimiento.
Además, los compañeros de la Sierra Maestra tenían necesidades que en ocasiones ni el
aparato de dirección del llano podía resolver, o no las resolvía con suficiente celeridad, y
muchas veces Fidel y el Che se valían de otra gente para paliar esas dificultades.
También Fidel disponía, entre otras, de información proporcionada por el Partido Socialista
Popular y por elementos que en La Habana estaban en discrepancia con Faustino y lo culpaban
por el fracaso de la huelga. Entonces, él tenía esa cantidad de información, de datos,
provenientes de todas esas fuentes y de muchas otras, que le posibilitaban estar al tanto de cosas
que nosotros no conocíamos, e incluso ni imaginábamos. En eso Fidel siempre ha sido el mejor,
en ser un tremendo colector de información.

ENTREVISTADORES: Le hemos escuchado decir en más de una ocasión que aquella fue una
reunión ejemplar de revolucionarios, y por otra parte sabemos que fue un encuentro en el que
hubo discusiones muy fuertes. Nos gustaría que reconstruyera, con la mayor claridad posible, el
ambiente vivido y por qué el calificativo de reunión ejemplar.
ENZO: Mira, yo no participé en las discusiones iniciales –como ya expresé–, pues cuando
llegué ya aquello estaba caldeado, por lo que no sé todo lo que se dijo. Yo escuché algunas
críticas, y algunas defensas, pero la totalidad de los planteamientos no pude oírlos, por no
encontrarme presente.
Lo de reunión ejemplar lo digo porque –desde mi punto de vista– allí todo el mundo discutió
desde una posición honesta y dijeron lo que pensaban y sentían, y allí hubo cosas duras y sin
contemplaciones. Aquel no fue un encuentro de consideraciones diplomáticas, aquello fue a
camisa quitada, donde cada cual dijo lo que pensaba del compañero y cada uno se defendía
como y cuando podía. Allí también se hizo mención a la relación de Daniel con el Che, con
motivo del intercambio epistolar entre ellos. Me parece que fue Fidel quien tocó ese tema,
porque él fue quien llevó el peso en la conducción de la reunión, pero nunca en una forma
agresiva o hiriente, aunque sí muy enérgica, y nunca con el ánimo violento, al menos en la parte
que yo presencié.
Sí es cierto que cuando habló del problema que se había sus-citado con Almeida se alteró, y lo
puso como ejemplo de una actitud muy negativa por parte de los dirigentes del llano, que no
habían sido autorizados para dar grados de comandante, y mucho menos sin consultarlo con la
Comandancia General de la Sierra. Él explicó todo eso y yo lo entendí, esa había sido una
metedura de pata total, y Fidel volvió a explicar el procedimiento para alcanzar el grado de
comandante, para lo cual había que estar al menos un año participando directamente en
combates y llevar una vida de guerrillero que te acreditara. Y aceptó, como excepción –como ya
dije– el ascenso de Belarmino Castilla, por el hecho de haber tomado un cuartel que poseía una
buena cantidad de armas y municiones, además de considerar su trayectoria como luchador
clandestino, y dejó aquel caso como una posibilidad remota de que pudiera ocurrir nuevamente,
pero nunca como una norma. Es que en el Movimiento, para llegar a ocupar algún cargo de
responsabilidad había que hacerlo sobre la base del trabajo, del desinterés, de la disciplina y del
sacrificio que ponía cada quien en el cumplimiento de cada misión. A nadie se le daba ningún
grado o responsabilidad por ser simpático o por caer bien, eso había que ganárselo. El que más
riesgos corriera, el que más se sacrificara, ese era el que ocupaba algún cargo, pero cargo que a
su vez se convertía en más responsabilidad, más sacrificio y más riesgo personal.

ENTREVISTADORES: ¿En la reunión se abordó el tema de la in-corporación a la lucha de


elementos de otras fuerzas insurreccionales?
ENZO: Más que tocarlo, Fidel planteó la necesidad de unir a todas las fuerzas que pretendieran
realmente luchar contra Batista. Si tuviera que decir en una palabra cuál fue el mayor logro de
Mompié, sin vacilar dijera: unidad. Es por eso que se le cambia el nombre de Ejército
Revolucionario 26 de Julio por el de Ejército Rebelde. Después de eso, entre las incorporaciones
a la Sierra, estuvieron las de Omar Fernández, Juan Nuiry y Machi Fontanils, este último,
dirigente del Frente Estudiantil desde su creación en Santiago.
ENTREVISTADORES: ¿Fontanils era del 26 de Julio?
ENZO: Sí. Él era del grupo de Pepito. Y yo todavía no sé por qué razón Pepito no llevó a
Machi a la toma de la Estación de la Policía Nacional el día 30 de Noviembre, y le encarga
llevarse al grupo de la Universidad que no va a participar en esa acción e incorporarlos, bajo el
mando de Félix Pena, a las Brigadas Estudiantiles. Machi, después de esa fecha y por
indicaciones de Frank, comienza a organizar el Frente Estudiantil, aunque él era un hombre al
que le gustaba la acción. Pero siguiendo las órdenes de su jefe, comienza junto con Willy
Hodges a organizar eso en la Universidad. Después él tiene problemas y decide irse al exilio, y
allá se reúne con compañeros de la Universidad de La Habana y del Directorio Revolucionario
13 de Marzo, con los que ya se mantenían buenas relaciones desde Santiago y en especial desde
la Universidad de Oriente. Pepito, en particular, era amigo de Juan Nuiry y de Omar Fernández,
y a través de Nuiry se conecta Pepito con José Antonio, con Fructuoso y con otros compañeros
del Directorio. Entonces Machi, estando en el exilio con Nuiry y Omar, enterado del interés de
Fidel de incorporar a los compañeros al Ejército Rebelde, viene con ellos.

ENTREVISTADORES: Eso ocurrió en el segundo semestre, después de la Ofensiva de Verano.


ENZO: Sí.

ENTREVISTADORES: ¿En qué forma se estableció el puente con el Directorio Revolucionario 13


de Marzo?
ENZO: Las relaciones existían desde la firma de la Carta de México. Una vez enterado Fidel
de la llegada a Las Villas de los expedicionarios del Scapade, les envió una carta con una de sus
mensajeras, Clodomira Ferrales Acosta, a quien asesinaron y desaparecieron los esbirros en
septiembre del 58. La misiva estaba dirigida a Faure Chomón, y en ella le ofrecía ayuda y
consejos. Desde que Fidel se enteró de que Faure estaba en El Escambray con su gente,
estableció contacto. Porque Fidel siempre quiso que los rebeldes alzados formaran parte de una
misma organización, a pesar de que ellos querían tener cada uno su grupo y su mando particular.
Pero Fidel veía más largo que todos, y siempre alentó y promovió la unidad entre las fuerzas
armadas que luchaban contra Batista.
13
Coordinador de La Habana, ¿traidor?

ENTREVISTADORES: ¿Por qué no se alzó?


ENZO: Mira, yo estuve ayudando al traslado del primer refuerzo para El Marabuzal a inicios
de 1957, y entonces Frank me pregunta si yo quería irme. Yo le pregunté que si él se iba, y me
dijo que lo haría cuando dejara todo bien organizado. Le dije entonces que esperaría a que él
decidiera subir, para irnos juntos. Yo siempre pensé estar al lado de Frank, trabajando con él, lo
mismo en el llano que en la Sierra Maestra. Y después de su muerte no tuve la oportunidad. Lo
más cercano que estuve de eso fue en Mompié, pero de ahí me mandaron como coordinador
para La Habana, y en ese momento la cosa no estaba para andar cuestionando órdenes, aunque
mi deseo íntimo era quedarme allá arriba.

ENTREVISTADORES: ¿Usted bajó de la Sierra Maestra junto con Faustino? ¿Qué hizo después de
la reunión de Mompié?
ENZO: No, yo bajé acompañado por José (Pepito) Argibay, la misma persona que me subió y
me dejó en la arrocera de Poyán. No recuerdo cómo me fui de allí para Manzanillo, donde me
escondí en la casa de los Arango Verdecia, unos maestros amigos míos de la lucha magisterial.
Uno de ellos, Augusto Arango –a quien le decían El Negro–, estudió en la Escuela Normal con
mi hermano Renaldo, y todos sus hermanos eran antibatistianos y revolucionarios probados.
Ellos me ayudaron en todo, y después de permanecer el resto del día y toda la noche, Arturo –
uno de los hermanos de Augusto– me llevó hasta el aeropuerto y me gestionó lo del pasaje para
regresar a Santiago. En la ciudad permanecí unos días y de ahí salí para La Habana, con la
indicación de localizar a Iraida Gulima, quien me puso en contacto con Faustino. Yo estuve
trabajando con Faustino mientras él me iba informando de la situación, enseñándome algunas
cosas que debía conocer.
Entre lo más importante por esos días estuvo establecer relaciones directas de trabajo con el
nuevo coordinador, Joaquín Agramonte, en lo que llamábamos Habana Campo; con Ramón
García, Ramonín, el jefe de Acción; con Manuel Suzarte Paz, responsable de Finanzas; Arnol
Rodríguez Camps, responsable de Propaganda, y Manuel Ray, de Resistencia Cívica. Y también
con los dirigentes obreros: Antonio (Ñico) Torres; Octavio Louit, Cabrera; Jesús Soto, Jaime, y
Conrado Bécquer, a quienes conocía desde antes de la huelga.
Además, debí relacionarme con la persona que servía de enlace entre Faustino y Ray. Era
Iraida Gulima, que vivía en el Edificio Altamira en la calle O, esquina a 21, en El Vedado.
Iraida trabajaba en una oficina de arquitectos e ingenieros como secretaria del ingeniero jefe de
aquella oficina de confección de planos y proyectos, situada en los bajos de un edificio en la
calle 21 entre N y O, en El Vedado, cerca de su casa. Entonces, para saber dónde estaban Ray o
Faustino cada día, a cualquier hora, había que ir a ver a Iraida, pues ellos la llamaban para darle
la ubicación de donde estuvieran y así ella podía informar a quien tuviera necesidad de verlos, el
lugar donde se hallaban. Todo eso en un clima de seguridad estricta, porque lo que estaba en
juego era la vida de mucha gente. Iraida siempre cumplió su trabajo de forma esmerada, pues
ella se conocía todas las direcciones, las casas de seguridad y todo el mecanismo para esconder
a estos compañeros, por lo que hubo siempre mucha confianza en ella. Yo no tuve que usar su
ayuda en ese sentido, pues me las arreglé para valerme por mis medios y trabajar principalmente
en la calle.

ENTREVISTADORES: ¿Cuál fue su labor como coordinador en La Habana?


ENZO: Yo estuve muy poco tiempo en eso. Bajé de la Sierra Maestra en la primera quincena
de mayo de 1958 y me cogieron preso el 11 de julio, así que nada más fueron como dos meses.
Cuando yo vengo, Delio Gómez Ochoa aún no había llegado y por eso comienzo a
encargarme junto con Faustino y Ramonín de algunas cosas que eran del aparato de Acción. Esa
fue una etapa muy difícil, en la que el Movimiento y la jefatura de Acción casi no disponían de
recursos, escaseaban las casas donde esconder a compañeros y apenas había dinero para
mantener a los más perseguidos, que eran precisamente los de los grupos de Acción. La
orientación de Faustino era localizarlos, ayudarlos y lograr que se mantuvieran tranquilos hasta
la llegada de Delio. Recuerdo que a través de Vilma recibí el dinero que Raúl Castro nos mandó
para ayudar a sostener a los compañeros. También tuve que localizar a Machaco Ameijeiras y a
Rogito Perea, que estaban escondidos en una casa del reparto Párraga, junto a las compañeras
Norma Porras, Pilar Saá e Hildelisa Es-perón. Les di dinero y les transmití la indicación de que
se mantuvieran tranquilos hasta la llegada de Delio, que traería orientaciones para continuar con
el trabajo. A ese lugar me llevaron Nilda Ravelo y Angelita González del Valle.
Después, recuerdo que una noche Delio me localizó a través de una compañera santiaguera –
Bertha Fernández Cuervo, Flavia– y me dijo que había problemas con una casa en Marianao
para la que debían ir unos compañeros, y que era necesario llevar a uno de ellos hasta Lawton.
Esa persona era Dermidio Escalona, que había bajado de la Sierra para ir hacia Pinar del Río. Lo
llevé al lugar, pero cuando llegamos, la gente de la panadería donde se iba a esconder dijo que el
SIM había estado allí ese día y no se pudo quedar. De ahí lo llevé para el hospital Las Ánimas,
donde trabajaba mi primo José Infante como jefe del Departamento de Fotografía, para intentar
esconderlo allí. Pero cuando llegamos, mi primo se había ido. Decidí entonces llevarlo para la
casa de huéspedes donde estaba Puchete (en San Rafael, entre Infanta y Basarrate), y lo dejé con
mi hermano para que pasara la noche.
Cuando lo recogí al otro día nos reímos cantidad, porque Puchete me dijo que Dermidio no
había pegado un ojo en toda la noche y que se había pasado todo el tiempo con la espalda en la
pared y apuntando hacia la puerta su fusil M-3, que había traído en un maletín. De este lugar lo
trasladé para el edificio del Retiro Radial (en la calle Línea y F), donde vivía un holguinero
compañero de Delio. Posteriormente trasladé al mismo Dermidio –esta vez junto a Pepito
Argibay– para Pinar del Río, donde dirigirían la lucha en el frente guerrillero que se crearía por
aquella zona. En esa ocasión fuimos acompañados por la compañera Aleida Monal, contacto
con la provincia, hasta la casa de Ramón Álvarez –el capitán César–, a la sazón coordinador del
Movimiento en Pinar del Río. Delio fue en otra máquina con el compañero Luis Pérez, quien le
servía de chofer.
Estuve en esas cosas, ayudando a Delio y a Faustino y asumiendo también mi responsabilidad
como coordinador de la provincia, que en definitiva era mi designación oficial.
Después que vino Delio y antes de la partida de Faustino para la Sierra, un domingo al
mediodía celebramos una reunión en la que participamos Marcelo Fernández Font, Faustino
Pérez Hernández, Delio Gómez Ochoa y yo. No recuerdo con precisión si Arnol Rodríguez y
Manolito Suzarte estuvieron presentes. Delio asumió como delegado nacional de Acción en ese
encuentro que se efectuó en la casa de Iraida y su mamá. Faustino le sugirió a Delio que se
podía apoyar en mí, que conocía el trabajo y tenía experiencia. De ahí que yo continúo
vinculado a Delio en esa labor.
Al otro día de ese encuentro, Faustino se fue para la Sierra. Después que él se va, me
correspondió comunicar a Aldo Santamaría la orden de Fidel de que se trasladara a la Sierra, lo
que hice en un apartamento conseguido por Amador del Valle (en la calle 19, esquina a H, en El
Vedado), donde Aldo estaba a finales de junio o principios de julio, unos días antes de mi
detención.

ENTREVISTADORES: ¿Cuál fue el método de Delio para ocultarse en La Habana?


ENZO: Delio en La Habana no usó el mecanismo de seguridad que tenían Faustino y Ray con
Iraida. Él se buscó su propia cobertura, que tengo entendido se la proporcionaron las hermanas
de Celia Sánchez, sobre todo Acacia, quien después fue su esposa. Lo digo porque además yo
dejé a Delio varias veces de noche en el Hotel San Luis, que era el lugar que usaban Celia y su
familia cuando estaban en la capital.

ENTREVISTADORES: ¿Cuál era su sistema de seguridad?


ENZO: Yo tenía mi propio procedimiento. En la máquina del Movimiento que yo manejaba,
me movía por toda La Habana, al principio generalmente solo. Cuando tenía que acompañar a
alguien, lo hacía, pero después que cumplía la tarea, nadie sabía dónde yo pasaba la noche.
Porque la cosa aquí no estaba para andarse con jueguitos, un simple error te podía costar la vida.
Y no solo a ti, sino a un grupo de compañeros que a veces dependían de ti. Mucha gente que
antes de la huelga nos ayudaba, había dejado de hacerlo, y todos los frentes estaban casi sin
recursos. La principal misión en ese momento era salvar y esconder a la mayor cantidad de
compañeros, hasta que pudiéramos hacer fuerte otra vez la Dirección en la capital.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo se manejó el tema obrero en La Habana después de Mompié?


ENZO: Fidel había planteado la necesidad de unir a todos los elementos revolucionarios dentro
del movimiento obrero. Y para dar cumplimiento a esa indicación, Delio convoca a una reunión
con los dirigentes de las otras organizaciones. Ahí participan Octavio Louit Venzant, Cabrera, y
Antonio (Ñico) Torres por el sector obrero del Movimiento; Pedro Fernández, representante
obrero del Directorio Revolucionario; Orencio Batista por los auténticos, y por los comunistas
participaron Carlos Rodríguez Careaga, Miguel Quintero y Ursinio Rojas. En esa reunión, que
se celebró en la Iglesia de La Caridad (en la calle Salud esquina a Manrique), se discutió el tema
de la importancia de la unidad y la cohesión en la base, para que el Frente Obrero Nacional
Unido (FONU) funcionara sin problemas. Se transmitió también la orientación de Fidel de
coordinar acciones con las demás organizaciones para realizar en la base, pero que para discutir
sobre otro tipo de unidad, había que subir a la Sierra Maestra a discutirla con él. Eso fue para
que no pasaran las cosas que pasaron antes de la huelga, incluido el Pacto de Miami.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo fue arrestado?


ENZO: El 10 de julio yo había regresado tarde en la noche de un viaje que hicimos a una finca
en Artemisa. Delio, Acacia, Angelita González del Valle, Nilda Ravelo y yo fuimos a ver a
Agustín Navarrete, pues se había decidido en una reunión anterior en Pinar del Río que Tin se
encargara de la jefatura de Acción en aquella provincia, y como Delio era el delegado nacional,
fue personalmente a llevarle las instrucciones para que partiera al día siguiente y se hiciera
cargo de su nueva misión. Cuando veníamos de regreso, nos atascamos porque había llovido
muchísimo y hubo que bajarse a empujar la máquina. Se podrán imaginar cómo quedamos
enfangados, nosotros y la máquina.
Como llegamos tan tarde, no tuve tiempo de limpiar ni los zapatos ni la ropa, ni de ir a lavar el
carro. Al otro día yo tenía que ir a ver a Ñico Torres y a Conrado Bécquer para algo relacionado
con el FONU. Con Ñico había quedado en verme a las ocho de la mañana en un punto cercano a
los Laboratorios Pfiser, que estaban en San Rafael y Espada, y a Conrado a las nueve de la
mañana, en una cafetería muy concurrida en 21 y 4, al lado de una clínica, donde hoy está el
Hospital Materno González Coro. Como ese lugar era de mucho movimiento, no llamaría la
atención nuestro encuentro. También debía ver en la cafetería a Thelma Bornot y a Joaquín
Agramonte Molina. Thelma había regresado de Oriente, adonde viajó para llevarle a Marcelo un
informe mío con el resultado de la reunión obrera. Y Joaquín –que estaba de coordinador en lo
que se llamaba Habana Campo– estaba citado por mí para darle respuesta a Luciano Nieves
Mestre, compañero de El Escambray, sobre una gestión que él quería hacer con Delio para unas
armas. Con Luciano me había entrevistado, acompañado por Joaquín y Guín Fundora, en el
colegio de los hermanos Lebredo.
Bueno, esa mañana del día 11, yo fui temprano en la máquina a ver a Ñico. Y estando con él,
llega Jesús Soto –otro compañero del movimiento obrero–, que va a avisarle a Ñico que el día
antes han detenido al secretario de Conrado Bécquer. En ese momento yo le digo a Soto que
debía ver a Conrado en un rato, y él me dice que no se me ocurriera ir, que lo más lógico es que
Conrado no acudiera al encuentro, porque de seguro ya sabía lo de su secretario y estaría
perdido. De todas formas yo decido ir, porque aunque Conrado no fuera, había otros
compañeros que me estarían esperando y yo debía por lo menos verlos y avisarles. En
definitiva, Soto decide acompañarme.
Tomamos por la calle 23 y entramos a la calle 21 por 6, y cuando pasamos por la esquina de 4,
Soto me dice que ha visto en un pisicorre al secretario de Conrado, y me dijo que nos fuéramos.
Pero yo decidí otra cosa, y ese fue mi gran error. Doblamos por 2 y estacioné el auto en 19 y 4.
Soto me insistió en que debíamos irnos, pero le dije que yo iría a pie hasta la cafetería para dar
el aviso y como a mí el secretario no me conocía, no habría ningún problema. Cuando llegué, vi
desayunando en dos de las mesas a Joaquín Agramonte Molina, Thelma Bornot Pubillones,
Luciano Nieves Mestre, Bertha Fernández Cuervo (Flavia), María Teresa Taquechel –prima de
Celia– y a Amalia Ross. Pasé cerca de ellos, me acerqué a la barra y pedí una caja de cigarros.
Al regresar les digo de pasada que cuando yo saliera, se fueran sin hacer aspaviento, pues la
policía estaba afuera.
Ahí mismo se fastidió todo: las mujeres se pusieron nerviosas, trataron de agarrarme por el
brazo, aunque me solté y salí, pero todos salieron cayéndome atrás. Al parecer la policía notó
aquel movimiento extraño, y cuando llegamos a la esquina de 19 y 4 ya habían cerrado la calle y
nos detuvieron. Solo escaparon Nieves, que pudo salir corriendo, y también Soto, que al ver la
escena, arrancó y se perdió. Yo tuve tiempo de decirle a la gente que cuando preguntaran,
nosotros no nos conocíamos, pues ellos no tenían forma de vincularnos. Nos metieron primero
en la cafetería que estaba en 19 y 4, y cargaron no solo con nosotros, sino con todo el que estaba
allí en aquellos momentos. ¡Ellos detenían primero y averiguaban después! Cuando me detienen
yo llevaba un carné como supuesto dentista, que Delio me había dado para que lo plastificara, y
pude meterlo dentro de un servilletero. Yo no tenía nada más que me pudiera comprometer, ni
que les pudiera revelar mi identidad. Thelma hizo lo mismo. Ella traía unos papeles importantes,
pero pudo ir al baño, romperlos y echarlos en la taza del servicio.

ENTREVISTADORES: ¿No les ocuparon nada de importancia?


ENZO: Eso creía yo. Pero Flavia, que era poco precavida, tenía en su cartera un informe que
me había mandado Puchete desde la prisión contándome lo que había pasado desde el día de su
detención. Ese mismo día habían capturado a Octavio Louit Venzant, responsable obrero; a
Manuel Suzarte Paz, responsable de Finanzas; a Arnol Rodríguez, responsable de Propaganda, y
a un montón de gente más en una redada que había hecho el SIM en una casa de la calle
Basarrate casi esquina a San Miguel. Me explicaba también cómo fueron los interrogatorios y
las condiciones en que estaban. El informe lo dirigía a Bruno. Realmente, yo nunca debí haberle
dado ese informe a Flavia, porque yo tenía mi archivo personal en el cuarto oscuro del
departamento fotográfico que dirigía mi primo José en el hospital Las Ánimas. Pero el hecho es
que Flavia solía andar conmigo, y el día que lo recibí y leí, le pedí que lo guardara. Ella lo hizo,
pero lo conservó en su bolso sin esconderlo. Al principio la policía no tenía forma de
identificarme, y lo que yo había dicho es que era un maestro de Santiago de Cuba que andaba
vendiendo libros de texto escolares en La Habana, porque la situación en Oriente estaba muy
mala.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo supo que la policía tenía el informe que le había mandado Puchete?
ENZO: La segunda vez que entran para golpearme y averiguar quién yo era, veo que a Flavia
le están dando bofetadas y preguntándole que quién era Bruno, al que se referían unos papeles
que le mostraban. Ahí fue que me percaté de que le habían cogido el papel a ella, porque era la
única forma en que ellos podían relacionarla directamente con mi nombre de guerra.
Yo creo que mi detención fue por una falta de observación de las reglas de la clandestinidad
por mi parte, pues sabía que un jefe no tenía que ir a un lugar en condiciones en que pudiera ser
detenido. Pero me confié y pensé que por no ser conocido no tendría problemas. De todas
formas yo asumí la responsabilidad de lo que pasara para avisarles a los compañeros, aunque
creo que si no se ponen nerviosos, no hubiera pasado nada.

ENTREVISTADORES: ¿Llegó la policía a saber que usted era Bruno?


ENZO: Yo continuaba con mi posición: era un vendedor de libros escolares que había venido
de Santiago porque aquello estaba muy malo. Incluso en el maletero del carro yo tenía dos
colecciones de esos libros, que me facilitaron los hermanos Lebredo –maestros y compañeros
míos–, por si necesitaba una coartada los usara. Al parecer todo iba bien, pero temprano por la
noche de ese mismo día, veo que traen detenidos a los hermanos Lebredo y a todos los maestros
de su colegio. Yo me sorprendí, porque no había manera de vincular a los Lebredo con nada, a
no ser que alguno de nosotros los hubiera mencionado. Luego supe que se habían enterado por
Joaquín Agramonte.
Como a las once de la noche me llevan para la oficina del jefe de la Décima Estación, capitán
Mata, y me dicen: «Por poco te nos escapas, así que tú eres Bruno…»
Allí estaba Luciano Nieves preso también. Yo no me enteré cuando lo trajeron a él, porque la
última vez que lo había visto, él se escapaba corriendo. Pero ahí estaba. Y cuando entro le
preguntan que si yo era Bruno, él no contesta y solo baja la cabeza. En ese momento yo tomé
una decisión, para evitar más detenciones y que no golpearan a nadie más para saber quién era
Bruno. Dije que era yo y asumí los riesgos de lo que pasara. Al momento, me llevaron para la
Jefatura de Policía y allí me hicieron un interrogatorio tremendo en el que estuvieron presentes
Carratalá, Pilar e Irenaldo García y un grupo de oficiales de la Policía y el Ejército. Estaban
eufóricos: ¡habían capturado al jefe del Movimiento en La Habana!
A las preguntas que me hicieron dije que había venido de Santiago, que había sido compañero
de Frank y de Pepito Tey y que Vilma Espín me había pedido que los ayudara en La Habana, y
di la dirección de mi casa en Santiago –la única que les di de esa ciudad–, por eso es que ellos
ocupan el colegio mío en Santiago, pero allí no había nadie.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo fue ese interrogatorio?


ENZO: Bueno, ese fue más directo y mucho más fuerte, y en ese momento yo traté de dar las
versiones más creíbles para que concordaran con los datos del papel que ellos tenían y que
estaba dirigido a mí, para evitar más problemas y para que no pudieran averiguar mucho más.
Pero la cosa no acabó ahí. Como a los dos o tres días me devuelven a la Décima Estación y
me llevan de nuevo a la oficina del capitán Mata, y me preguntan por qué yo tenía el carro y
unos zapatos que habían ocupado en la casa de huéspedes donde vivía llenos de fango rojo. Yo
les dije que eso había sido en una visita mía a Guanabo. Y ellos me dijeron que en Guanabo no
había fango rojo, que los llevara al lugar, pero yo no tenía ni idea de cómo poder llegar a un
lugar de Guanabo donde hubiera fango rojo.
Yo había mencionado ese lugar por decir cualquier cosa, porque yo no era de La Habana. Ahí
se trancó la situación. Y yo en mi empeño por demostrar que era cierta mi historia, les dije que
adonde realmente había ido era a una finca por Artemisa y que yo no podía llevarlos, porque a
mí me habían llevado. Y que al no ser de aquí, yo no tenía ni idea de cómo se llegaba. Me
preguntaron quién me había llevado y dónde vivía. Les di un nombre falso y les dije que había
recogido a la persona en la calle Paseo y 25 en El Vedado.
Yo siempre mantuve que me veía con la gente en lugares públicos, y como a mí me habían
detenido en una cafetería, eso le daba crédito a mi información. Eso motivó que me sacaran
varias veces a la calle y me sentaran en lugares públicos: cafeterías, parques, paradas de
ómnibus, para ver si alguien me reconocía, me saludaba y atraparlo también. Pero eso no pasó
porque ya todo el mundo sabía que yo estaba preso y nadie se acercaría a los lugares que yo
frecuentaba, pues esas eran medidas que nosotros adoptábamos. Ocurrió que la gente empezó a
decir que yo me había vuelto «chivato» y que estaba entregando a todo el mundo, porque al
verme sentado tranquilito en algún parque o en una cafetería, eso era lo que todos pensaban.
Ellos volvieron con lo del fango y lo de la finca, y yo decidí ir. Creo que aquí radicó mi error,
porque pensaba que como todo el mundo ya sabía de mi detención, nadie estaría ni por los
alrededores de la finca y no pasaría nada malo si yo decidía salir al campo, y así me quitaba eso
de arriba. Salimos creo que al cuarto o quinto día bien temprano, en dos carros civiles con siete
policías también vestidos de civil, y los tuve dando vueltas como hasta las tres de la tarde. Cada
vez que llegábamos a un camino, paraban y me preguntaban, y yo les decía que no me acordaba,
y que todas las entradas me parecían iguales. Así iba todo según lo que yo había planeado, pero
al rato llegamos a la entrada de la verdadera finca en Artemisa, donde yo había estado, y se
repite la escena, se bajan los policías y empiezan a preguntarme y yo a decirles que no me
acordaba. Pero en ese momento, estando en el camino, el dueño de la finca sale de la casa y al
verme con unos hombres de civil, se acerca y me dice: «Bruno, ¿pero usted no estaba preso?»
Ahí se jodió todo.

ENTREVISTADORES: ¿Por qué?


ENZO: Ah, porque esa decisión mía de salir al campo para despistar a la policía, junto con la
mala suerte de que me viera el dueño de la finca, provocó más detenciones en el lugar. Y a
partir de ese momento tuve que cargar muchos años con el estigma de ser delator y traidor. Al
cabo de mucho tiempo, después del triunfo de la Revolución, se llevó a cabo un proceso
investigativo por una comisión del Comité Central del Partido y de la Dirección Política del
MINFAR, que determinó que yo cometí un grave error de cálculo y una debilidad al llevar a la
policía hasta la finca, pero que no era traidor.
Para agravar mi situación, a mí me presentan públicamente el 26 de julio, pero el primero de
agosto se produce en El Príncipe una protesta de los presos políticos y hubo una respuesta brutal
por parte de la policía, hasta que mataron a tres compañeros e hirieron a unos cuantos. Entonces,
como yo llevaba pocos días allí, me incluyeron entre los organizadores del motín y esa fue otra
acusación en mi contra. ¡Ya tenía dos causas! La primera, que motivó mi detención, por
posesión de armas y actividades revolucionarias –aunque lo de las armas era totalmente falso–,
y la segunda por lo del motín en el cual yo, en verdad, no participé directamente. Y además la
imputación de mis compañeros de que yo era traidor.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo se desarrolló el proceso investigativo sobre su responsabilidad en


aquellas detenciones?
ENZO: Yo estuve 18 años luchando con eso. La gente decía que yo era traidor y que había
entregado a mis compañeros.
El primer choque fue en la prisión. A mí me quisieron «comer vivo» allá adentro. Tuve que
reunirme con la Comisión de Presos Políticos para aclarar los hechos, porque el ambiente
conmigo no era nada agradable. Ahí todos los compañeros que fueron detenidos dijeron lo que
sabían, y la Comisión concluyó que yo no había delatado a nadie y que lo que había hecho era
tratar de librar de responsabilidad a la gente, asumiéndola yo.

ENTREVISTADORES: ¿Quiénes integraron la Comisión?


ENZO: Wilfredo Rodríguez Cárdenas, Herminio Rodríguez, Octavio Louit Venzant, Arnol
Rodríguez Camps, Amauri Fraginals, Hiram Martínez, Rogelio Iglesias Patiño y Rogelio
Montenegro.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo fue el trabajo de la Comisión?


ENZO: Fue un trabajo exhaustivo y largo que duró varios meses. Se me señalaba también el
hecho de que cuando la policía me pregunta mi dirección en La Habana, yo la doy sin saber que
la casa de huéspedes donde paraba era un refugio de revolucionarios. Y cuando llegaron allá
detuvieron a todo el mundo, entre los que se encontraba un dirigente del Directorio
Revolucionario 13 de Marzo a quien felizmente no identificaron y fue liberado, al igual que
todos los huéspedes de la casa.
En definitiva, esa Comisión le mandó las conclusiones de esa especie de juicio político a
Fidel, por ser yo miembro de la Dirección Nacional, dictaminando que no era culpable de nada
de lo que se me imputaba, y que había actuado correctamente.

ENTREVISTADORES: ¿Y después del triunfo de la Revolución no se volvió a investigar su


conducta?
ENZO: Llegó la Revolución y enseguida traté de convocar a una reunión con todos los que
estuvimos presos para aclarar bien aquello, pero no se celebró, y se seguía comentando que yo
era traidor. Por aquella época yo no sabía que existía una grabación hecha durante mi
interrogatorio en la estación de policía, y esa era una prueba a mi favor, pues ahí estaba todo lo
que había dicho y no se me podía atribuir algo que no estuviera en esa cinta. Además, durante
mi interrogatorio estuvo presente un capitán de la policía a quien después del triunfo me lo
encontré en el Ministerio de Defensa, donde él visitaba a Augusto Martínez Sánchez, a quien le
dije dónde lo había visto. Pero Augusto me aseguró que era persona de confianza, así que yo
deduzco que ese compañero debe haber testificado diciendo todo lo que pasó y todo lo que yo
dije en esa oportunidad.

ENTREVISTADORES: Joaquín Agramonte Molina estuvo implicado en aquellos hechos. ¿Qué


pasó con él? ¿Podría caracterizarlo?
ENZO: Joaquín fue el coordinador del Movimiento 26 de Julio en Camagüey desde septiembre
de 1956 –como un segundo de Raúl García Peláez–, en la etapa en que se trata de fortalecer el
Movimiento en esa provincia después que se habían ido Cándido González, su primo Calixto
Morales y Reinaldo Benítez para México. Entonces, a la par que la persecución sobre García
Peláez aumentaba, se decide fortalecer el trabajo con la inserción de algunos miembros del
MNR que Armando Hart conocía, entre los que entra Joaquín Agramonte Molina, como coor-
dinador, segundo de Raúl. Aunque sería Joaquín quien figuraría, pues Raúl estaba muy
perseguido y se le hacían muy difíciles los movimientos por la provincia para sus trabajos de
dirección.
Según me dijo García Peláez antes de morir, cuando él recibe la noticia de lo del 30 de
Noviembre, va a avisarle a Joaquín, que estaba recién casado, y lo encuentra en una situación
que según él no le permitía colaborar por el hecho de haberse casado recientemente. Después de
los problemas que se crean en Camagüey, en noviembre de 1957, a raíz de lo cual a mí me man-
dan para allá, Joaquín se va para La Habana y comienza a trabajar con Faustino. Él sale de allá
bajo una persecución feroz, cuando han detenido a unos cuantos dirigentes y miembros del
Movimiento.
Eso era normal, pues la gente cuando estaba muy perseguida en un lugar, cambiaba para otro,
porque no todo el mundo era Frank País, y es justo decir que tampoco abundaban los Faustino
Pérez, que se mantuvieran a riesgo de sus vidas en los lugares donde hicieran falta, bajo una
persecución constante. ¡Al punto que le costó la vida a Frank!
En La Habana, Joaquín comienza a trabajar con Héctor Ravelo –fundador del Movimiento en
la capital– en lo que llamábamos Habana Campo, que eran los municipios del interior de la
provincia, porque antes había una sola Habana, cuya capital era la ciudad de La Habana, y el
resto lo denominábamos Habana Campo.
Cuando Faustino se va para la Sierra, Joaquín empieza a trabajar conmigo, que soy el nuevo
coordinador. Ya nosotros nos conocíamos de cuando él estaba en Camagüey e iba a Santiago a
ver a Frank. Entonces él solo comienza a atender el trabajo en Habana Campo, pues Ravelo
después de la huelga se tuvo que exiliar.
En esas circunstancias, Joaquín me localiza en una ocasión para presentarme a Luciano
Nieves Mestre, compañero que viene con un mensaje de los alzados de El Escambray para
conectarse con Delio Gómez Ochoa, delegado nacional de Acción. Yo me entrevisto con
Joaquín y con Luciano en el colegio de Luis Lebredo, donde también estaba Luis Fundora,
Guín, un compañero de la gente ortodoxa y del Movimiento 26 de Julio de Morón y que vino
para La Habana con Joaquín, después de la redada enorme de Camagüey. Ese colegio de los
hermanos Lebredo estaba en la calle Oquendo, esquina a Maloja, frente al Hospital de la Policía
Nacional.
De esa reunión salí con el compromiso de hablar con Delio sobre el asunto, pues era
competencia de él como delegado nacional y yo no tenía autoridad para decidir, y quedé en
avisarle a Luciano a través de Joaquín. Así lo hice, hablé con Delio, y para dar la respuesta cito
a Joaquín para el día en que me cogen preso en el lugar donde yo debía ver a otros compañeros,
que era la cafetería de 21 y 4, en El Vedado. Ya saben las circunstancias de la detención, así que
lo importante aquí es la actitud de Joaquín.
A él lo vi en la estación, cuando lo tenían en el piso cayéndole a golpes. Y me llevan ante él
para preguntarle si yo soy Jaime –nombre de guerra de Jesús Soto– y él responde que no, que
Jaime era el que se había ido. Me pregunto (entonces y ahora) quién habría hablado de Jaime,
porque Luciano se pudo ir, yo estaba allí –al parecer sin relación con esa gente– y a Joaquín lo
están torturando y en mi presencia da esa respuesta. Pero hubo más, como a las siete de la noche
veo que traen presos a los maestros del colegio de Lebredo, como ya conté. Ellos son Luis, su
hermano Jorge y otro de apellido Mora. Esto me extrañó, porque nadie sabía del colegio de
Lebredo. Los únicos que lo podían haber asociado con los que estábamos detenidos eran
Joaquín y Luciano, y el segundo estaba libre, así que solo pudo ser Joaquín. A esas alturas, aún
la policía no sabía quién era yo, pero ya comienzo a preocuparme, porque hay más gente
implicada. Después de eso caen también Luciano y Guín Fundora. Entonces, como a las nueve
de la noche, a mí me sacan del dormitorio de los policías –que era el local donde tenían a los
que habían arrestado– y me llevan ante Luciano, a quien tenían en el despacho del capitán Mata,
y yo reconozco que soy Bruno.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo detienen a Luciano?


ENZO: Según me dijo Fundora después, Luciano estaba en la casa de él, por Santos Suárez, y
de ahí fueron hasta el colegio de Lebredo, porque como nos habían detenido en la mañana y su
único contacto era Joaquín Agramonte, se llegaron hasta allá, por ser este lugar donde se había
reunido conmigo y con Joaquín, para ver qué averiguaban. Y allí mismo los cogieron a los dos.
Así que la policía ya estaba alerta para detener a todo el que se apareciera por aquel lugar. A
Joaquín intenté quitarle responsabilidades, diciendo que él era un compañero recién llegado, con
la misión de reclutar gente en Habana Campo, pero que había sido un desastre, porque no había
podido encontrar a nadie.
Además, así le daba el chance de no tener que mencionar a nadie y de hacerlo referirse a gente
que estuviera fuera o clandestino. Entonces, como a los dos o tres días, yo pregunto por Joaquín,
porque no lo veía en la estación, y uno de los esbirros que participó en mi captura, me dice que
él está en el Hospital de la Policía Nacional, porque no se sentía muy bien. Ahí yo me preocupé,
porque a lo mejor eso era un cuento y ya lo habían matado. Entonces le pregunto que si yo
podía ir a verlo, y ellos accedieron a llevarme, cosa que me sorprendió. Lo vi y realmente lo
habían estropeado muchísimo. No hablamos nada y me sacaron enseguida. Él no estaba en una
sala, sino en un calabozo del hospital.

ENTREVISTADORES: ¿Cuándo lo vuelve a ver?


ENZO: Estando en el Castillo de El Príncipe. Realmente yo nunca supe lo que Joaquín le dijo a
la policía. Pero cuando se armó aquel lío en la cárcel con los presos políticos –que todos
pensaban que yo era un traidor y un delator–, la Comisión que se crea decidió interrogar
individualmente a cada uno de los que habían sido detenidos en esos días. Por eso es que no sé
lo que Joaquín les dijo a ellos, pero sí le dije esto mismo a la Comisión. Yo estaba convencido
de que quien le habló del colegio de Lebredo a la policía fue Joaquín, como también que fue él
quien mencionó a Jesús Soto, y así mismo se lo dije a quienes me interrogaron a mí en la cárcel.
Además, él nunca quiso participar en ninguna de las investigaciones que yo intenté hacer para
aclarar todo eso, ni durante la guerra, ni después. Yo fui a verlo en más de una ocasión, y nunca
se dio por enterado. Y eso es una prueba en su contra, porque si tú estás limpio, ¿por qué te
niegas o te escondes? Quien no la debe, no la teme. Por eso siempre he pensado que entre los
que me echaron el muerto arriba para limpiarse, estuvo Joaquín.

ENTREVISTADORES: ¿Qué pasó con él después del triunfo?


ENZO: Él se reincorporó al trabajo del Movimiento 26 de Julio en Camagüey como
coordinador, y tuvo otras responsabilidades políticas. Pero después se vio implicado en los
sucesos que protagonizó Hubert. Él participó en una reunión en Santa Clara con todos los
coordinadores provinciales, en la que quisieron elaborar un documento parecido al que después
hizo Hubert emplazando a Fidel. Eso te demuestra lo que se venía gestando desde la gente de
derecha que aún estaba en el Movimiento y a la que le preocupaba mucho la posibilidad de que
la Revolución se volviera comunista. Joaquín fue detenido cuando explotó la conspiración y
estuvo preso. Cuando salió, estuvo trabajando un tiempo en Camagüey, porque él era
veterinario y laboró en el sector pecuario, hasta que se fue del país.

ENTREVISTADORES: ¿Quién es Bertha Fernández Cuervo, Flavia?


ENZO: Flavia era una compañera santiaguera, que creo era maestra, pero de la gente de Vista
Alegre, que entran a trabajar con nosotros después del 30 de Noviembre. Entre enero y febrero
de 1957 hay una avalancha de personas acomodadas de ese barrio aristocrático que por la vía de
lo que fue incipientemente Resistencia Cívica, comienzan a colaborar con el Movimiento.
Bertha es de las que atiende la propaganda en ese grupo y por eso nos conocemos, pues yo le
entrego el material que ella distribuiría entre los compañeros de Vista Alegre.
Hay que reconocer que era una persona muy dinámica, estaba metida en todas las tareas,
incluso yo pensaba que no tenía sentido del peligro, porque afrontaba cualquier misión con una
serenidad tremenda y una sangre fría extraordinaria. A través de ella, yo me vinculé a un
compañero viajante de medicina, Gabriel Vidal Yebra. Él era hermano de un médico, oficial de
la Marina de Guerra, detenido tras los sucesos del 5 de septiembre por participar en la
conspiración. Yo había sido profesor de un hijo de Gabriel y lo había repasado en su casa
también, entonces él me ayudó en los primeros meses del año 1957 a organizar el trabajo de
Propaganda. Fue conmigo a Guantánamo, a Caimanera, a Manzanillo y a Bayamo, siempre en
su máquina. Él iba en su trabajo como viajante de medicina y yo como su ayudante. Usamos esa
fachada y nunca tuvimos problemas.

ENTREVISTADORES: ¿Qué era un viajante de medicina?


ENZO: Una persona que vendía las medicinas que producía un laboratorio. Mira, el negocio
era así: los laboratorios farmacéuticos producían sus medicamentos, entonces los viajantes les
llevaban a los médicos las muestras para que ellos las recetaran, y además les vendían medicinas
a las farmacias. Ese trabajo requería que el viajante poseyera automóvil particular para que se
pudiera mover con facilidad –llevando las muestras de las medicinas– en el área o zona que
tenía asignada, y al parecer dejaba buenas ganancias. Después que yo organicé el aparato de
Propaganda, dejé de tener contacto con Flavia, pues ya no era yo quien le entregaba
directamente los materiales. Y la volví a ver estando en La Habana como responsable nacional
de Propaganda, cuando ella trabajaba con Taras Domitro, a la sazón Cuartel Maestre de las
Milicias del llano.
Luego la vi otra vez después de la huelga, junto a Agustín Navarrete, porque generalmente los
compañeros que habíamos estado juntos en Santiago, una vez que llegábamos a La Habana
volvíamos a trabajar juntos. Por eso es que ella comienza a salir conmigo a los lugares que yo
debía ir en mi trabajo de coordinador. Generalmente, uno buscaba la compañía de una mujer
para andar en la calle cuando estaba en cosas de trabajo, y así ella empieza a acompañarme a
todos lados. Esa es la razón por la que yo le echo el informe aquel en el bolso, después de leerlo.
Ese papel a mí me lo trajo una muchacha que se llama Esperancita Sanjurjo, que Faustino me
la había dejado como enlace, pues ella iba a El Príncipe a buscar información de los presos para
la Dirección del Movimiento, y es a través de ella que mi hermano me envía ese informe. Yo lo
leo en la calle y se lo doy para que me lo guarde, con el propósito de luego guardarlo en mi
archivo personal. Realmente aquello fue una falta de disciplina mía y una violación de nuestros
códigos de seguridad, pues yo debía darle ese papel a José mi primo, como le daba siempre
todos los papeles que llegaban a mi mano.
Entonces, cuando detienen a Flavia y le ocupan el escrito ella niega conocer su origen.
Porque, además, antes que la policía nos capturara, yo tuve tiempo de decirle a la gente que no
nos conocíamos. Y es cierto que las mujeres se trancaron y de ahí nadie las sacó. Entre ellas sí,
porque eran amigas, pero no a ninguno de los hombres. Pero cuando yo veo que la policía tiene
el informe, que capturan a Nieves, a Fundora, a los Lebredo y que me llaman y me dicen que ya
saben que yo soy Bruno, decido reconocerlo para comenzar a manejar la situación, para que las
investigaciones giraran sobre mí y para hacer las declaraciones que convinieran en relación con
el informe que tiene en sus manos la policía. Además, como ella niega saber algo del papel,
entonces yo digo que era amante mía y que por eso le había echado el papel en su cartera, pero
que ella no tiene nada que ver.
Todo eso llevó a que las mujeres pudieran salir en libertad, y también en eso tuvo que ver,
fundamentalmente, la actitud valiente que adoptó Amalia Ross cuando el senador Armando
Codina –amigo y aliado político de su difunto esposo Arturo Vinent– intercedió por ella ante el
coronel Carratalá para que la soltara, y Amalia dijo que si no salían sus compañeras, ella no se
iba. Eso resultó, pues salieron todas: Flavia, Thelma, María Teresa y Amalia.

ENTREVISTADORES: ¿Qué pasó con Flavia después que salió en libertad?


ENZO: De ahí se fueron todas para Miami, excepto Thelma, que se incorporó al Segundo
Frente. Allá en Estados Unidos, Flavia se vinculó al trabajo del exilio. Pero según los
comentarios que me llegaron, se puso a decir que yo era el culpable de las detenciones y a
seguir propagando aquella infamia. Ella se unió entonces al trabajo con Luis Buch y su esposa
Conchita, pues ellos se conocían de Santiago y del trabajo del Movimiento en La Habana.
Flavia regresó a Cuba después del triunfo, pero estuvo poco tiempo. Dos o tres años después se
fue para Estados Unidos y nunca más supe de ella. Estando aquí no quiso reunirse como yo
pedía con los que estuvimos presos juntos.

ENTREVISTADORES: Ser estigmatizado tiene costos terribles. Mucha gente es arrastrada por el
estigma. A veces cuesta mucho tiempo y esfuerzo vencerlo, o levantar el crédito perdido. Las
imputaciones deben haberle originado más de un trago amargo con compañeros de lucha que no
estuvieron en relación directa con el caso.
ENZO: Sí, a mí me ocurrió con valiosos compañeros de lucha. Por ejemplo, con Haydée
Santamaría.
Yo a ella la volví a ver en los primeros días de la Revolución, cuando Armando me manda a
buscar al Ministerio de Educación. Ella me saludó, pero no con la misma efusividad que antes,
sino un poco fría y distante. En ese momento yo pensé que eso tenía que ver con su relación con
la esposa de Luis Buch, Conchita Acosta, y con Flavia, y como entre todas ellas andaba el
comentario de mi traición, pues supuse que Haydée también estaba bajo la influencia de ese
comentario.
Cuando Flavia salió de la prisión se puso a hablar de mí, y como ella se fue para Miami y allá
estaban Conchita y Haydée, yo creía que habían influido en el criterio de Haydée sobre mí. Nos
volvimos a ver cuando ella dio un conversatorio en la Sala Sanguily, siendo yo estudiante de
Ciencias Políticas, por el año 67 o 68. Ella me vio y me saludó, pero otra vez con esa frialdad
que yo había notado antes.
Cuando yo estoy trabajando con Senén Casas en el Estado Mayor, me incluyen en la
Comisión que estaba preparando la entrega de la primera medalla en conmemoración a los XX
años de las FAR, en el año 1976. A mí me tocó ayudar a buscar la información sobre los
combatientes del 30 de Noviembre. Dondequiera que decían que había un compañero que
hubiera participado en las acciones, había que elaborar el informe que justificara su aspiración a
recibir la condecoración.
Trabajé con Duque de Estrada desde Oriente en la coordinación de todo eso, y elaboré los
textos de las tarjas conmemorativas que se colocaron por las acciones del 30 de Noviembre.
Pero resulta que a mí no me entregan la medalla. Yo me entero el mismo día que iban a hacer la
entrega, cuando iban a salir los compañeros desde la Escuela de los Círculos Infantiles en
Santiago de Cuba hacia el Cuartel Moncada. Entonces Causse me llama y me dice que no fuera
al Moncada porque no me iban a dar la medalla. Él no me supo explicar los motivos, pero yo
decidí ir. Y fui, me quedé y presencié todo el acto.
Después empecé a averiguar. Y cuando voy a ver a Vilma, ella me dice que había sido porque
después del alzamiento del 30 de Noviembre yo no me había querido ir para el monte, y que le
había entregado mi pistola a Frank y le había dicho que si quería me pegara un tiro, pero que yo
no iba. Y eso se lo había dicho Frank, como una falta de madurez mía.
Me quedé sin responder, atónito. No podía pensar que después de todo lo que había pasado y
logrado vencer, ahora se me apareciera algo de lo que ni me acordaba, ni tenía valor alguno.
Luego, como yo era oficial de las FAR, elevé al Ministro mis consideraciones donde razonaba
por qué se le daba ahora una connotación a un hecho al que el propio Frank no había prestado
atención, porque si realmente le hubiera importado o dado valor como una falta grave, no me
hubiera designado al frente de la Propaganda, ni dado la cantidad de tareas de extrema
confianza, incluidas la búsqueda de casas de seguridad donde esconderse, el conocimiento
permanente del refugio donde se encontraba, ni la verificación de asuntos del máximo secreto
para la introducción de armas al país. Ni tampoco los que vinieron después de él, que conocían
de nuestras relaciones, me habrían asignado las responsabilidades que me asignaron. También,
que siempre había tenido ánimos para cumplir los compromisos que había contraído con la
Revolución.
Después me enteré que fue Haydée la que planteó ese problema. Incluso supe que cuando a mí
me cogen preso, ella hizo un comentario diciendo que era muy posible que yo me hubiese
acobardado y hubiese delatado, porque ya no sería la primera vez, haciendo alusión a aquel
hecho del 30 de Noviembre. Entonces yo asocié eso a la forma tan fría en la que ella me trató en
las últimas veces en que nos vimos.
Yo realmente no sé qué valor ella le concedió a eso. Pero de lo que estoy seguro es de que ella
era muy exigente, y en honor a la verdad, empezando con ella misma.
Algo parecido me ocurrió con el doctor Luis Buch. Al principio la relación con él fue normal,
con todos los criterios que yo tenía de él, pero después se tornó hostil, porque yo sé que él fue
de los que al principio de la Revolución dudaron de mi honestidad y me tildaron de traidor. Y
creo que influyó para que yo no ocupara responsabilidades en el ámbito político y para que yo
no fuera militante del Partido Comunista.
Otro elemento que yo tengo para demostrar su animadversión contra mí, es el hecho de que
Buch, en el libro sobre su vida, habla de la reunión de Mompié y me excluye abiertamente, de
forma tal que en la versión suya, yo no participé en Mompié. Sin embargo el Che, hombre
cáustico, duro, cuando escribe sobre la reunión, dijo ciertamente que yo me había incorporado al
mediodía. Esa actitud de Buch hacia mí hizo que yo reaccionara y que estuviera un tiempo
enemistado con él, porque me pareció que no estaba siendo honesto ni conmigo ni con la
historia. Y yo he sido enemigo de los que cuentan solamente la parte de la historia que les
interesa. Yo no sé si después que se aclaró lo de mi problema, él cambiaría de opinión, pero a
mí me dolió mucho que un hombre al que yo admiré por su trayectoria revolucionaria y por su
honradez a toda prueba, tuviera esa actitud conmigo.

14
El triunfo de la Revolución

ENTREVISTADORES: ¿Puede caracterizar su pensamiento político en esa época?


ENZO: No es sencillo reconstruir y caracterizar las ideas que uno tenía después que han
transcurrido cincuenta años, sobre todo porque las cosas que uno pensaba hace tanto tiempo, ya
las ha pasado por el tamiz del conocimiento, de la experiencia. Quizás yo no pueda decir con
claridad las cosas que pensaba en aquel entonces, porque actualmente muchas ni siquiera me
pasan por la mente.
Para comenzar, déjame reiterar que mi vida de niño no fue fácil, y yo me sentía inconforme
con esa situación. Pasaba por necesidades que no entendía, además de las incomprensiones
familiares. Yo pasé por momentos muy tristes, al punto que tuve que aguantarle a una tía mía
que se refiriera a nosotros llamándonos «los negros de mierda…» Y eso que éramos familia.
Todo eso creó en mí un estado de malestar e inconformidad que fue uno de los factores que me
impulsó, creo yo, a enrolarme en mis actividades posteriores. Ya siendo estudiante de la Escuela
Normal, recuerdo que me sentaba al lado de un puestecito de venta de refrescos y pasteles que
tenía un conserje de la escuela llamado Juan Delis. Me quedaba ahí contemplando la hermosa
vista de la bahía y pensando cómo cambiaría mi vida y cómo encontraría una solución para mis
problemas, porque hasta ese momento, mi destino era ser un maestrico que malviviera de su
salario y que sufriera callado todas las penurias, carencias e impotencias. Y así tuve que
olvidarme de muchos sueños, como el de ser abogado. A mí siempre me gustó esa profesión,
pero en aquella época para estudiar Derecho había que venir para La Habana y yo no tenía
familia aquí. Porque entonces, ¿dónde viviría? ¿Quién pagaría mis estudios si le dedicaba el
tiempo a la carrera? Tuve, pues, que desechar aquel deseo y me dediqué a lo que después del
Derecho me gustaba más, y estaba relacionado con la familia, que era el magisterio, que podía
estudiar en Santiago.

ENTREVISTADORES: ¿La cosa cambió cuando usted se hizo maestro?


ENZO: Para nada, salvo para tener posibilidades de comer mejor. ¡Fíjate, cuando me hice
maestro me percaté de que a pesar de ganar un sueldito fijo, la situación de subordinación y de
marginación social no había cambiado para mí! Y eso reavivó el deseo de poder hacer algo, lo
que fuera, para cambiar la situación. Es cierto que al principio yo no entendía bien los objetivos
de la Revolución, yo comprendía que había que quitar a Batista, pero no comprendía los
alcances del proceso en el que yo me involucraría. Con el tiempo eso cambió.

ENTREVISTADORES: ¿Por qué?


ENZO: Ah, porque cuando ocurre lo del Moncada, el proceso revolucionario se abre y veo por
fin una vía para cambiar el estado de cosas, y a medida que voy conociendo sobre el hecho,
sobre Fidel y puedo leer La historia me absolverá, me convenzo de que ese era el camino y
había que seguirlo. Y ese convencimiento mío aumentó cuando yo vi lo que la Revolución era
capaz de hacer con el apoyo de un grupo de hombres que estábamos dispuestos a darlo todo, y
con el apoyo del pueblo, sobre todo en Santiago.

ENTREVISTADORES: ¿Por qué «sobre todo en Santiago»?


ENZO: Yo tuve la oportunidad de recorrer toda la Isla y quizás esté un poco apasionado, pero
creo que Santiago de Cuba abrazó la causa revolucionaria como ninguna otra ciudad del país, y
eso tiene su origen desde muchos años antes, desde las guerras de independencia. El principal
escenario de la guerra hispano-cubano-americana fue Santiago, Guiteras se alzó por Santiago,
allí la Generación del Centenario convocó al pueblo el 26 de Julio, el estudiantado mantuvo
siempre su rebeldía, allí hubo un hombre como Frank País, capaz de organizar un 30 de
Noviembre. Y todo eso fue creando un ambiente de participación en la población para cambiar
aquella situación. Eso te daba un sentido de seguridad y de confianza, que tú solo pensabas que
estabas haciendo lo correcto, cuando recibías ese apoyo.

ENTREVISTADORES: ¿Quiere decir que usted ya estaba convencido de lo que hacía?


ENZO: No, aún estando vinculado a la dirección de la Huelga General y a la Propaganda
nacional, yo no tengo plena conciencia del papel que jugaba. Yo consideraba que la propaganda
debía divulgarse para que todos conocieran lo que ocurría, pero no le atribuía la importancia que
tiene en la ideología del pueblo, en la difusión de las ideas y la utilidad de propalar entre el
pueblo la razón de la causa que defendíamos. Para mí eso era un mecanismo más dentro de la
lucha revolucionaria.
Yo era un ente idealista que estaba en la Revolución porque consideraba íntimamente que era
mi deber de ciudadano honrado, y trataba de ayudar como pensaba que era mejor y sin esperar
personalmente nada a cambio. Aspiraba a contribuir a que se establecieran las condiciones
políticas que propiciaran cambios en la sociedad, que abrieran posibilidades a todos para lograr
con su trabajo mejores condiciones de vida, y en ese sentido yo estaría incluido, si llegaba con
vida al triunfo.
Yo me he puesto a pensar en algunas cosas que me corroboran eso. Mira, una noche, estando
en la Sierra Maestra, sentados en el portal de la tienda de Las Vegas de Jibacoa, se me acercaron
el Che y un compañero llamado Pausides –que después supe que era del Partido Socialista
Popular en Bayamo–, y me empezaron a hacer preguntas sobre qué yo pensaba hacer cuando
triunfara la Revolución. En ese momento les contesté que pensaba reincorporarme a mis clases
y a mi colegio y que me sentiría satisfecho de haber cumplido con mi deber en el momento que
me había tocado. ¡Fíjate hasta dónde llegaba mi poca visión, y si se quiere, mi ingenuidad
política, que yo pensaba que mi parte en el proceso revolucionario terminaría con la victoria y
que le entregaba la tarea a otra gente y podría regresar a mi casa tranquilito!
No me percaté de que la Revolución arrastraría a todos los que la hacíamos al punto de que no
nos podríamos separar de ella. Sin embargo, cuando yo caigo preso, tuve la oportunidad de
conocer y discutir con gente que sabía más que yo, profesionales del Partido Socialista Popular,
comunistas e intelectuales, todos muy preparados, que hablaban mucho sobre política y tenían
en el Vivac del Castillo de El Príncipe una especie de círculo de estudios políticos, al que me
invitaron y me incorporé casi al llegar.

ENTREVISTADORES: ¿Recuerda sus nombres?


ENZO: Sí, cómo no. Allí estaban Gaspar Jorge García Galló, Luis Pérez Rey, José Leonet
Pasalodos y Felipe Carneado, este último después fue jefe del Departamento de Asuntos
Religiosos del Comité Central. Fue en esa oportunidad cuando cayó en mis manos el primer
libro sobre Economía Política, que cambió mis concepciones sobre muchas cosas. Ahí fue
donde yo comprendí el verdadero alcance de la Revolución como fenómeno social inevitable.
Entonces, cuando me trasladan del Vivac para la cárcel del Castillo de El Príncipe, me di a la
tarea, junto a otros compañeros, de organizar un grupo de estudio de lo más heterogéneo:
Jorgito Romero, Alipio Zorrilla, Carlos Santana y otros. Nosotros tuvimos acceso a la biblioteca
del penal y allí descubrimos un libro con una síntesis de El Capital que empezamos a leer en
grupo, todas las tardes después de la comida. Y se hicieron cotidianas las discusiones sobre
marxismo y proletariado. Y todo eso nos fue nutriendo de una cantidad de conocimientos y de
ideas que me permiten decirte, sin lugar a dudas, que hay un Enzo antes de caer preso y otro
muy distinto cuando sale de la prisión.

ENTREVISTADORES: ¿Cuánto influyó en usted? ¿Cuánto le cambió su manera de apreciar y


enjuiciar las cosas?
ENZO: Al salir en libertad, era un revolucionario unitario, sin prejuicios políticos, que no tenía
nada en contra de nadie que no fuera de la tiranía, y consideraba a los comunistas que luchaban
por la Revolución como personas a las que se debía respetar y tener en cuenta para cualquier
cosa, aunque yo nunca los segregué, al contrario, trabajamos juntos en varias ocasiones.
Yo salí de la cárcel con la comprensión plena de lo que era el proceso revolucionario y de que
había que cambiar las cosas por las que habían muerto tantos compañeros. Cuando salí de la
prisión estaba convencido de que el revolucionario debe estar preparado para ayudar en todo lo
que haga falta. Por eso después estudié Ciencias Políticas y Periodismo, y usé esos
conocimientos como herramientas. Es decir, la certeza que yo tenía de que había que prepararse
y estar listo para lo que fuera, me impulsó a estudiar, y a mí eso no me costaba ningún esfuerzo,
porque toda la vida había estudiado y trabajado a la vez.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo vivió la caída de la dictadura y el triunfo de la Revolución?


ENZO: El 31 de diciembre de 1958 yo estaba de guardia de doce de la noche a tres de la
mañana en la prisión. Después del motín del primero de agosto y la represión policiaca, los
presos políticos del Castillo de El Príncipe, ante la amenaza de un hecho similar, nos
organizamos militarmente, sin diferencias de organizaciones o grupos insurreccionales.
Creamos escuadras y pelotones de Milicias en el Vivac y en la cárcel. A cada miliciano se le
proveyó de una chapilla de aluminio donde constaban grabados su nombre y grupo sanguíneo.
Se hacían ejercicios de marcha y posiciones de tiro y se impartían instrucciones sobre
armamento. Hacíamos turnos de guardia de noche cada tres horas, desde las nueve de la noche
hasta las seis de la mañana del siguiente día, para evitar ser sorprendidos. De esta suerte yo
cumplía mi turno de guardia en la ventana de la galera 20, y como a las dos de la madrugada
oigo la voz de una mujer que decía algo así como: «Levántate, apúrate, que el hijo de puta de
Batista se fue. Oye lo que dice el radio».
Ante aquella expresión llamé de inmediato a Aldo Vera Serafín, Rogelio Iglesias Patiño,
Odón Álvarez de la Campa, Amauri Fraginals y otros que formaban la dirección de los presos
de la cárcel y eran jefes de los escalones de mando de la estructura militar que poseíamos.
De inmediato todos se despertaron y levantaron, encendimos el televisor que teníamos en la
galera central y rato después comenzamos a ver las noticias sobre el abandono del país por
Batista y la constitución de un gobierno presidido por un magistrado, así como otras
informaciones que no recuerdo con exactitud.
Los compañeros responsables nuestros comenzaron a llamar al jefe de la guarnición del penal
y como a las seis de la mañana se presentó un teniente que resultó ser el jefe del turno de
guardia. Conversaron con él y comenzaron así una serie de gestiones con el coronel Pérez
Clausell, jefe del Castillo de El Príncipe, que duraron hasta pasadas las ocho de la mañana,
cuando este decidió abrir las puertas del penal para que pudiéramos salir, pues según él no tenía
órdenes de hacerlo. Antes, como a las siete, un grupo de presos comunes rompió las cadenas de
las puertas de sus galeras y escaparon. Sentimos el tableteo de una ametralladora que trató de
impedírselo infructuosamente. En tanto, familiares y otras personas del pueblo se habían
agrupado en los alrededores de la prisión y clamaban por nuestra libertad. Cuando logramos
salir fue emocionante cómo aquel pueblo agrupado nos vitoreaba y aclamaba.
Habíamos quedado en reunirnos en Paseo y 5ta., frente a un nicho del acueducto que había
allí. Decidimos reagruparnos más tarde en la Piquera Gris, en la calle F, entre 17 y 19, en El
Vedado. Esta era un servicio de autos de alquiler dotados de plantas de radio que pertenecía al
general Francisco Tabernilla y a los familiares del general Rafael Salas Cañizares, quienes la
habían fundado y la usaban como aparato auxiliar de los cuerpos represivos del régimen. En ese
lugar, por la tarde, nos reunimos con el teniente coronel Ledón, jefe de la Policía del Turismo,
quien estaba a cargo en ese momento de la Policía Nacional, y coordinó con Aldo Vera, Odón
Álvarez de la Campa, Alipio Zorrilla, Rogelio Iglesias, Rogelio Montenegro, Amauri Fraginals
y otros que dirigían a los presos políticos de El Príncipe, la entrega de las estaciones a los
delegados del Movimiento 26 de Julio, los que nos presentaríamos esa misma noche a ocuparlas
en tal carácter. Después de una reunión donde nos impartieron las instrucciones, salimos de la
Piquera Gris pasadas las diez de la noche en una caravana de autos que nos iría dejando en las
estaciones correspondientes. Tomamos la calle G hasta Carlos III, y por esta vía íbamos cuando
en las proximidades de Infanta fuimos tiroteados por una perseguidora del régimen que no se
había rendido. Tuvimos que parapetarnos en los corredores de la Escuela de Medicina
Veterinaria, hasta que ripostada la agresión, la perseguidora huyó y nosotros pudimos continuar
la marcha.

ENTREVISTADORES: ¿Quién garantizaría la entrega pacífica por las fuerzas policiales de las
estaciones a ustedes?
ENZO: Para eso iba con nosotros el mencionado teniente coronel Ledón, quien ya les dije que
fungía como jefe de la Policía Nacional y había pactado ese traspaso. De esta manera, él nos
acompañaría hasta cada una de las 19 estaciones para garantizar que no hubiera ningún
problema.
En la Primera Estación –donde radicaba la jefatura– se quedaron Aldo Vera, Alipio Zorrilla,
Jorge Romero y otros, y así en las siguientes fueron quedándose los designados, entre los que
recuerdo a Gustavo Peláez, Armando Menocal, José Iglesias Patiño, Amauri Fraginals, Rogelio
Montenegro, Ricardo Olmedo, además de otros. Yo fui el último en quedarme, pues me habían
designado para la Decimonovena Estación, que estaba en Guanabacoa, adonde llegamos bien
avanzada la madrugada. Entre otros me acompañaban Carlos García Lozada, William Fuentes y
Orlando Soñara.
Nuestras instrucciones consistían en que una vez presentados por el teniente coronel Ledón,
nos haríamos cargo de la estación en nombre del Movimiento 26 de Julio. En principio no
debíamos desarmar a los efectivos de la policía, sino intentar mantener las cosas tranquilas para
paulatinamente darles entrada a las estaciones a los milicianos del Movimiento que se
presentaran con su responsable, y de esta forma evitar el desorden y el caos. En mi caso, ante mí
se presentó el compañero Francisco Romero, Paquito el Cabezón, a la sazón jefe de las Milicias
en Guanabacoa, quien fue el garante de los compañeros a los que íbamos dejando entrar en la
unidad.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo organizó la unidad de Guanabacoa?


ENZO: De inmediato mandé a buscar al doctor Eduardo Lara, maestro y abogado, miembro del
Movimiento y mi defensor tras ser hecho prisionero. Este llegó al amanecer y lo responsabilicé
con la carpeta y el calabozo para que se levantaran actas de cualquier denuncia, y en caso de ser
necesario, mandara a detener a los acusados. Hice esto porque en ese momento de confusión y
de evidente provisionalidad, yo preferí que al frente de eso estuviera alguien que tuviera
conocimientos de leyes y fuera de toda mi confianza para evitar cualquier atropello o cualquier
ajuste de cuentas. Tuve además la suerte de contar con la ayuda de un ex sargento de la época de
Carlos Prío, un hombre de mediana edad, quien se ofreció para ayudarme en la organización y el
control interno, actividades que conocía perfectamente.
Desde horas tempranas de la mañana dispusimos del control de las tres únicas salidas que
tenía el pueblo: la de la carretera que va a Campo Florido, la que va a la rotonda de Cojímar y la
de La Habana. Así mismo hicimos con el Correo, la Zona Fiscal y el Ayuntamiento.
Organizamos para el cumplimiento de estas misiones y de otras, patrullas mixtas con policías y
milicianos dirigidos por estos últimos. Con el apoyo del ex sargento, aseguramos la
alimentación del personal y creamos un ambiente de confianza entre la guarnición policial y los
milicianos.
Al día siguiente recibí la visita de Sebastián Arcos Bergnes, a nombre de la Dirección del
Movimiento 26 de Julio, con instrucciones precisas sobre algunos puntos. Lo primero era darme
a conocer el orden jerárquico de la Dirección de la Revolución: primero Fidel, después los que
eran iguales a él, pero sin ser él. En este caso se refería a los comandantes, y después los demás.
La segunda indicación era que el comandante Camilo Cienfuegos Gorriarán era el jefe de
Columbia y de La Habana, incluida la Policía. Y por último, que yo debía convocar a los
representantes de las instituciones cívicas y organizaciones revolucionarias para designar tres
comisionados para que se hicieran cargo del gobierno municipal de forma provisional.
Al día siguiente, en el local del Ayuntamiento, logramos reunir a los interesados. Recuerdo
que cuando expuse la idea, un compañero de apellido Tauteló pidió la palabra y dijo ser el
representante del Partido Socialista Popular en el municipio y preguntó que si él podía dar sus
opiniones allí. Le respondimos que la dictadura se había acabado y que la Revolución les daría
derechos a todos para expresarse y para participar. Lamentablemente no recuerdo los nombres
de quienes fueron seleccionados comisionados, pero sí recuerdo que al menos en Guanabacoa se
hizo con gran consenso.

ENTREVISTADORES: Volvamos a la Decimonovena Estación.


ENZO: Bien, por la noche decidí desarmar a los miembros de la policía. Ya el número de
milicianos era numeroso y controlábamos todo el municipio. Pedí a los milicianos que salieran
de la unidad y que formaran en una explanada que estaba frente a la estación. Me quedé solo
con el doctor Lara, William Fuentes y Orlando Soñara. Formé a los policías y les dije que con
ellos no habría problemas, pero que era conveniente que me entregaran las armas para poder
darles pase y que pudieran ver a sus familiares. Estuvieron de acuerdo y todos entregaron sus
armas en un cuarto que habilitamos al efecto y en el que estaban Carlos García, Fuentes y
Soñara. Una vez terminada la entrega, hice pasar a los milicianos de nuestra guarnición y le
entregué un arma a cada uno de los que no tenían, bajo estricto control y firma del que la
recibía. Esa misma noche comenzamos a dar pase de ocho horas a los policías en proporción de
un tercio de la dotación. Ya éramos los dueños absolutos de la estación y de todo su armamento.
Al día siguiente, 5 de enero por la tarde, Aldo Vera me citó a la jefatura de la Policía. Me
informó que un compañero de apellido Flores, al que le decía El Guajiro, luchador oriundo de
Guanabacoa, había llegado del exilio y le había pedido que lo mandara de jefe de la Policía en
su municipio. También, que él consideraba eso como justo y que me pedía que le entregara el
mando. Pero también dijo que me necesitaba con urgencia de jefe de la Novena Estación,
situada en Zapata y C en El Vedado, donde estaba Amauri Fraginals. Me comunicó la necesidad
que había de organizar esa estación que era un total caos, y que él sabía que yo había mantenido
estricta tranquilidad y disciplina en la Decimonovena Estación.
Cuando salí de la jefatura fui a la Novena y comprobé el estado de descontrol y
desorganización del que me había hablado Aldo Vera. Decidí volver al día siguiente, después de
entregar la unidad de Guanabacoa al Guajiro Flores. El día 6 mientras estaba preparando los
inventarios y las actas para mi sucesor, llegó mi hermano Renaldo y me dice que se había
encontrado con Armando Hart en la Universidad de La Habana y este le había dicho que fuera a
verlo al Ministerio de Educación donde me necesitaba, pues yo no era policía, sino maestro.
ENTREVISTADORES: ¿Qué hizo ante esa petición de Armando Hart?
ENZO: Bueno, yo decidí que luego de entregar la unidad, iría al Ministerio de Educación.
Después de cumplir con todas las formalidades en el traspaso de la estación a Flores, ya
terminando con la organización del armamento, Orlando Soñara se hirió accidentalmente con un
proyectil de calibre reducido en la mandíbula. Luego de trasladarlo urgentemente al Hospital
Mili-tar, comprobaron que la bala se había alojado en la mandíbula superior, afortunadamente
sin mayores consecuencias. Por supuesto, antes de ir al Ministerio, notifiqué a Aldo Vera mi
decisión de no aceptar la jefatura de la Novena Estación para reincorporarme al trabajo con los
maestros, que era en definitiva lo que siempre había hecho. Al otro día, 7 de enero, me presenté
junto con Eduardo Lara y Renaldo al Ministerio de Educación, que se encontraba por aquel
entonces en la esquina de las calles Muralla y Oficios, en el local donde estuvo la primera
Cámara de Representantes de la República después de 1902, en la Habana Vieja. Cuando
Armando me recibió, me dijo que quería que yo integrara la recién creada Comisión Depuradora
del Ministerio de Educación.
Meses después, estando ya en el Ministerio de Defensa, fui localizado por unos oficiales de la
Seguridad del Estado porque el Guajiro Flores, mi sustituto como jefe de la Policía de Gua-
nabacoa, se había vuelto contrarrevolucionario y había desaparecido unas armas de la estación.
Al ser detenido, alegó que yo no se las había entregado. Pero por suerte yo siempre he sido muy
organizado, y le había encomendado al doctor Lara que guardara copias de todas las actas e
informes que le entregué a Flores.

ENTREVISTADORES: ¿Qué era la Comisión Depuradora del Ministerio de Educación?


ENZO: Éramos un grupo de personas relacionadas con el magisterio y la docencia que
Armando Hart designó para que revisáramos a todo el personal que trabajaba en el Ministerio de
Educación y que había sido heredado del anterior régimen. Teníamos que saber de cada persona
designada en un puesto, qué actitud había tenido durante la etapa de la guerra, cuál había sido su
conducta, cómo pensaba y si eran merecedores de continuar en su puesto o no.

ENTREVISTADORES: ¿Qué criterio se manejó a la hora de conformar esa Comisión?


ENZO: Yo no sé. A mí me mandaron a trabajar en eso, pero no sé con qué línea se escogió a
los miembros.

ENTREVISTADORES: ¿Estaba formada solo por maestros?


ENZO: Sí, excepto dos. Uno fue el doctor Eduardo Lara, quien había sido mi abogado defensor
mientras estuve preso, que también estuvo conmigo en la jefatura de Policía en Guanabacoa y
había sido compañero de estudio de Derecho de Armando Hart. El otro era el doctor Modesto
Ruiz, abogado vinculado a Hart.

ENTREVISTADORES: ¿Quién dirigía la Comisión?


ENZO: La compañera Margot Machado, y la integraban también Aelia Dou y el doctor
Modesto Ruiz. Todos desarrollamos nuestro trabajo, revisamos las plantillas y las nóminas de
cada departamento del Ministerio de Educación.

ENTREVISTADORES: ¿Tuvo resultados?


ENZO: Mira, después que nosotros efectuamos esa revisión profunda, salieron una cantidad de
irregularidades increíbles, gente que estaba en un puesto y no lo ejercía, y por tanto cobraban sin
trabajar. También descubrimos las listas interminables de los maestros que como yo habían sido
cesanteados por sus actividades revolucionarias, y así mil cosas más.
15
Al servicio de la Revolución

ENTREVISTADORES: ¿Qué hizo después que terminó su trabajo en esa Comisión?


ENZO: Después de eso, Armando me dijo que Fidel pensaba promover un movimiento
gigantesco de alfabetización y que quería que yo participara en eso. Pero resulta que después
comienzo a notarlo evasivo, y a mí que siempre me han gustado las cosas bien claras, aquello no
me gustó para nada, y me fui para Santiago. Allí vi a Vilma y a Raúl Castro, a quien conocí en
esa ocasión, en casa de las hermanas Ruiz Bravo. Me mandaron a ver al comandante Manuel
Piñeiro, jefe por aquel entonces del Regimiento del Moncada, y me ubicaron al frente del
Departamento de Educación del Ejército Rebelde –que había sido creado por Raúl en el
Segundo Frente– sustituyendo a Asela de los Santos, quien había sido nombrada
superintendente provincial de escuelas. En eso estuve alrededor de un mes, y después la propia
Asela me fue a buscar y me trajo a La Habana para que trabajara en el Ministerio de Defensa
Nacional con su ministro, el comandante Augusto Martínez Sánchez, pues Fidel había creado
por medio de la Ley número 100, siete departamentos del Ejército Rebelde adscriptos al
Ministerio de Defensa, que serían instituciones que impulsarían las transformaciones
revolucionarias por las que se había peleado.

ENTREVISTADORES: ¿Cuáles eran los siete departamentos?


ENZO: Eran Viviendas Campesinas, Tiendas para el Pueblo, Playas para el Pueblo, Marina
Mercante, Repoblación Forestal, Atención a Víctimas de la Guerra y el Departamento de
Asistencia Técnica, Material y Cultural al Campesinado (DATMCC), al frente del cual me
designaron.

ENTREVISTADORES: ¿Cuál era el propósito político de la creación de estos departamentos?


ENZO: Darle cumplimiento a lo que Fidel había prometido durante la lucha. En ese momento
el vínculo con los campesinos era muy grande y él conocía el problema de la vivienda
campesina, por eso uno de los departamentos fue creado para solucionar eso. Lo mismo pasaba
con las tiendas, porque en esa época una tienda era un centro más de explotación, y por tanto la
creación de tiendas estatales al alcance de todos era una ayuda invaluable. El departamento que
atendía las víctimas de la guerra se ocupaba de ayudar a familiares de combatientes caídos, a los
que habían resultado heridos, mutilados o huérfanos. Pero no solo del lado nuestro, sino también
de soldados de la tiranía.

ENTREVISTADORES: ¿Por qué fue designado usted al frente del DATMCC?


ENZO: Bueno, yo era maestro revolucionario y las actividades del DATMCC se relacionaban
con la educación en las montañas y en el campo.

ENTREVISTADORES: ¿Cuáles eran las funciones del DATMCC?


ENZO: El DATMCC se proponía llevar maestros voluntarios para que alfabetizaran, enseñaran
a los niños e instruyeran a los campesinos, pero además llevar técnicos agrícolas para que
ayudaran al mejoramiento de los cultivos y también se ocuparía de llevar a las montañas
médicos voluntarios. Estos doctores fueron el antecedente de lo que poco después fue el
Servicio Médico Rural. Es bueno decir que los maestros, técnicos y médicos no cobraban un
solo centavo por prestar esos servicios, pues era totalmente voluntario.
ENTREVISTADORES: Esos eran los objetivos generales. Ahora, específicamente, ¿qué tareas
desempeñó?
ENZO: Mira, nosotros tuvimos que recorrer el país, sobre todo las zonas montañosas de
Oriente, Las Villas y Pinar del Río, y la Ciénaga de Zapata e Isla de Pinos para poder evaluar la
situación campesina. Comenzar a llevar maestros en primer lugar, y a la par, realizar un estudio
sobre las tareas que debían desarrollarse para poder garantizar el cumplimiento progresivo de
los objetivos propuestos al Departamento. Nosotros, con el DATMCC, éramos la «punta del
iceberg» de un gigantesco proceso de rehabilitación campesina, cuyo centro era la Reforma
Agraria, para hacer de nuestra población rural una cantera de ciudadanos de primera categoría.
En lo que a Asistencia Técnica se refiere –limitado a las posibilidades de los recursos humanos
de que disponíamos–, prestamos asesoramiento en el manejo y mantenimiento de equipos
mecánicos, en el empleo de nuevos métodos de cultivo y aprovechamiento de los suelos,
conservación de alimentos, mejoras en la cría de animales, análisis y atención científica a los
suelos, planificación de las siembras, cuidado y vacunación de los animales, aprendizaje de
oficios y técnicas de explotación y contabilidad agrícolas, entre otras, sobre todo cuando el
Departamento pasó al INRA y se convirtió en su Sección de Asistencia Técnica, Material y
Cultural al Campesinado (SATMCC). Pero para esa época yo no dirigía ya esa tarea y era Jorge
Manfugás Lavigne quien lo hacía.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo se organizó el Departamento?


ENZO: Como aquel era un período de mucha provisionalidad, nosotros establecimos una
división del país en tres regiones: Oriente, Las Villas y Occidente. En cada una de ellas
funcionaba una Delegación Regional que supervisaba la labor realizada por cada uno de los
territorios en que se subdividía cada región. Entonces, una oficina central en La Habana reunía,
organizaba y coordinaba planes y datos, y dirigía el trabajo a nivel nacional. Los planes y
proyectos elaborados eran revisados por una Comisión Técnica Asesora, formada por
distinguidos profesionales de conocida capacidad dentro de sus respectivos campos.

ENTREVISTADORES: ¿Recuerda algún nombre de los miembros de esa Comisión Técnica


Asesora?
ENZO: Entre ellos se encontraban Matilde Serra, Eduardo Lara, Juan Luis Caveda y otros.
Dentro de las tareas del Departamento recibió especial atención la labor educativa, como
continuadora en la paz de lo iniciado por el Ejército Rebelde durante la guerra. Nosotros
rebasamos ampliamente los límites de los antiguos frentes guerrilleros y llevamos la educación
a puntos tan distantes como Consolación del Sur, en Pinar del Río, o Baracoa, en la antigua
provincia de Oriente. Eso posibilitó que existiera una gran compenetración entre los
campesinos, el Ejército Rebelde y los maestros, pues estos además de vestir uniforme verde
olivo, estaban estrechamente vinculados al Ejército dondequiera que actuaban. También se
llevaron misiones artísticas, con actuaciones danzarias, funciones de teatro y proyecciones
cinematográficas que fueron acogidas con beneplácito y que demostraron que también nuestros
campesinos sabían apreciar lo bello.
De igual forma, se organizaron unidades móviles de médicos, laboratoristas y dentistas que
realizaban visitas los fines de semana a las comunidades campesinas, y allí consultaban, hacían
análisis y chequeos. Todo esto contribuyó a que los campesinos sellaran definitivamente la
relación afectiva con la Revolución.

ENTREVISTADORES: ¿Quiénes trabajaron con usted en el DATMCC?


ENZO: Yo traté de buscar gente a las que conociera y que fueran preferentemente maestros.
Con esa idea incorporé a Jorge Manfugás, maestro y compañero de mi primer grupo; Juan Luis
Caveda, maestro y arquitecto; al doctor Eduardo Lara, maestro y abogado; Harold Beatón,
auditor del Tercer Frente y compañero mío de estudios en el bachillerato, y Antonio (Ñico)
Ronda, del aparato de Propaganda clandestino en Santiago de Cuba, entre otros. En las regiones
en que dividimos el país, también estuvieron trabajando antiguos compañeros nuestros de la
lucha insurreccional. En la antigua provincia de Oriente –con excepción de Victoria de Las
Tunas y Holguín–, vinculé a Electra Fernández López y Arturo Duque de Estrada Riera, como
jefa y responsable de Finanzas, respectivamente; y a José Ángel Mustelier y Wilfredo Alonso
Garrido en las regiones de Palma Soriano y Bayamo, respectivamente; a Bemirde Marsilli en
Guantánamo y a Eduardo Montano en Baracoa. En el territorio de Camagüey, Victoria de Las
Tunas y Holguín, a Teresa Hernández Álvarez, como jefa, y a William Fuentes, Eduardo Ramos
y Osmundo Dussú en las regiones del territorio. En la región de Las Villas –que comprendía
según nuestra división de forma un poco arbitraria a Matanzas con la Ciénaga de Zapata, pues
aunque la Ciénaga pertenecía oficialmente a Las Villas, nosotros ya la considerábamos como
parte geográfica de Matanzas–, dirigía el capitán Luis Litch, del Segundo Frente de El
Escambray. En Occidente, más exactamente en Pinar del Río, pasó a dirigirlo Carlos Sarabia,
maestro y compañero nuestro de la lucha.

ENTREVISTADORES: ¿La labor educativa del Departamento tuvo que ver con la Campaña de
Alfabetización?
ENZO: La implementación del DATMCC fue previa a la Campaña y yo diría que aquel
Departamento fue un antecedente de ese gigantesco proceso que luego sería la Campaña de
Alfabetización. Nosotros comenzamos a trabajar con un cheque de cien mil pesos que nos dio
Fidel, sin presupuesto y sin papeles ni nada de eso, porque en ese momento aún se estaba
organizando todo. Con ese dinero compramos vehículos, lápices, libros, uniformes, botas,
materiales técnicos y todo lo que se necesitaba.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo valoraría usted los resultados del Departamento?


ENZO: Mira, nosotros llevamos los primeros maestros a la Sierra Maestra, a El Escambray, a
la Sierra de los Órganos y a la Ciénaga de Zapata después del triunfo de la Revolución. Creo
que, sin exagerar, en esos días nosotros creamos más de mil escuelas por todo el país, y los
llevamos en menor medida al Segundo Frente Oriental, porque ya allí había un considerable
número de escuelas, abiertas durante la guerra.

ENTREVISTADORES: ¿También se construían escuelas?


ENZO: Sí, nosotros continuamos con un mecanismo que surgió durante la guerra, mediante el
cual los campesinos debían hacer un censo, construir el local donde funcionaría la escuela y
notificarnos donde era necesario situar los maestros. Esa fue una tarea hermosísima de la cual
yo estoy muy orgulloso de haber podido aportar mi granito de arena. Nosotros que éramos
maestros, estábamos que no cabíamos, imagínate que en esa época había como cinco mil
maestros sin trabajo y muchos se nos sumaron de forma masiva, con unas ganas inmensas de
enseñar. En ese sentido recibimos mucha ayuda del Colegio de Maestros, donde estaban Leslie
Rodríguez, Raúl Ferrer y otros que nos apoyaron mucho, sobre todo en la movilización para la
incorporación y el envío de maestros. También nos apoyaron con un grupo de maestras, algunas
comunistas, entre ellas las hermanas Matilde y Clementina Serra, que formaron parte de lo que
nosotros llamamos la Comisión Técnica para elaborar una especie de cartilla de alfabetización.
Entonces la hicimos y la imprimimos sin consultar a nadie, pero cuando llegó a manos de Fidel,
la desaprobó.

ENTREVISTADORES: ¿Por qué?


ENZO: Él consideró que hablaba mucho sobre su figura y sobre los comandantes, y que
parecía más bien una campaña de propaganda política que un material para enseñar a leer y
escribir a los campesinos. Entonces se decidió que no era el momento oportuno para ese tipo de
documento, y en definitiva nunca se hizo público.

ENTREVISTADORES: ¿Qué criterios se siguieron para seleccionar a los miembros de la comisión


que elaboró la cartilla?
ENZO: Nosotros escogimos preferentemente maestros de experiencia, pero sobre todo que
fueran revolucionarios, aunque no primó ningún criterio ideológico. Sabíamos perfectamente
que había maestras comunistas, y según mi experiencia de trabajo con los comunistas, esa era
una ayuda valiosa que no podíamos desechar.

ENTREVISTADORES: ¿Hasta cuándo estuvo al frente del Departamento?


ENZO: Yo trabajé en el DATMCC hasta mayo de 1959, cuando me operan en el hospital Las
Ánimas, de cálculos en la vesícula. Y durante mi etapa de recuperación, Manfugás –que
funcionaba como segundo mío– va a visitarme y me dice que el comandante Augusto Martínez
Sánchez quería verme porque se había producido un movimiento de cuadros en el que yo estaba
también involucrado. Entre esos cambios estuvo el de Raquel Pérez de Miret, quien era
directora general del Ministerio de Defensa, nombrada como ministra de Bienestar Social, en
lugar de Elena Mederos; el comandante Pedro Miret Prieto pasó de jefe del Departamento de
Repoblación Forestal del Ministerio de Defensa Nacional a ministro de Agricultura, por
Humberto Sori Marín; y yo fui designado en el cargo que ocupaba Raquel, es decir, director
general del Ministerio de Defensa Nacional. Augusto me dijo que dejara el DATMCC a cargo
de otro compañero. Yo propuse a Manfugás y fue aprobado.
Entonces desde mi nuevo cargo, yo atendía a Manfugás; a Universo Sánchez, que estaba al
frente del Departamento de Viviendas Campesinas, y a Pedro Celestino Aguilera Martínez, que
estaba en Atención a Víctimas de la Guerra, porque el Departamento de Repoblación Forestal
pasó al Ministerio de Agricultura.

ENTREVISTADORES: ¿Hasta qué fecha dirige estos departamentos?


ENZO: Yo no los dirigí. Solo atendía algunos por decisión del Ministro, y en eso estuve hasta
octubre de 1959 en que se disolvió el Ministerio de Defensa y se creó el Ministerio de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias, cuyo ministro sería lógicamente Raúl Castro. Augusto
estuvo participando en la elaboración de la ley que eliminaba el Ministerio de Defensa Nacional
y creaba el MINFAR, y yo tuve ocasión de participar también, en la medida que Augusto me
permitía leer los proyectos para que le diera mi opinión.

ENTREVISTADORES: Para suprimir el Ministerio de Defensa Nacional y crear el MINFAR,


¿cuáles pudieron ser las razones profundas?
ENZO: Ese cambio era lógico. El Ministerio de Defensa Nacional era la instancia que atendía
al Ejército, a la Marina y a la Policía de la tiranía, y todo ese aparato militar se vino abajo con el
triunfo revolucionario. Entonces no tenía sentido que existiera un aparato administrativo que ya
no tenía sustento de ningún tipo y que se mantuvo en un primer momento por elementales
razones legales, políticas y de seguridad.

ENTREVISTADORES: Entonces la interrogante es otra. Hasta que lo disuelven, ¿qué era el


Ministerio de Defensa Nacional?
ENZO: Bueno, el Ministerio de Defensa Nacional después del triunfo revolucionario atendía
los siete departamentos de los que ya hablamos, atendía los Tribunales Militares y algunos
movimientos dentro de los cuerpos armados, porque aunque fueran dentro del Ejército Rebelde
y estuvieran autorizados por Fidel y Raúl, en el aspecto formal tenían que ser firmados por
Augusto, quien era el ministro del ramo. Pero después ya nada de eso tenía sentido, porque
todos los aspectos militares pasaron directamente a la conducción personal de Fidel y Raúl, y
para eso se instituiría un ministerio que atendiera con efectividad la creación y desarrollo de las
nuevas Fuerzas Armadas de la Revolución.
Cuando se disuelve el Ministerio de Defensa, los departamentos que lo integraban fueron
distribuidos. Yo me quería ir con el DATMCC para el INRA –que era su nueva ubicación–,
pero Augusto me dijo que se había decidido que yo fuera con él para el Ministerio de Trabajo,
del cual él sería el ministro.

ENTREVISTADORES: Hablemos un poco sobre el papel de Augusto Martínez en el proceso


revolucionario. La impresión que ofrece es la de ser hombre sumamente organizado, que a partir
de finales de la guerra está siempre en las proximidades de Fidel, incluso lo llega a sustituir en
una ocasión como Primer Ministro, y es el que dirige delicados sectores del Estado, como
Defensa y Trabajo.
ENZO: Mira, Augusto es de Cueto o de Mayarí, tenía relaciones con la familia Castro, a la que
conocía desde antes de la guerra. Él tenía un bufete en Holguín y era notario en Gibara, pues es
abogado. Pertenecía al Movimiento 26 de Julio en Holguín y decide irse a las lomas del
Segundo Frente Oriental en vísperas de la huelga de abril. Allí se incorpora directamente con
Raúl Castro y participa en la organización del Departamento de Justicia. Como abogado se
convirtió en una suerte de legislador, pues en todas las medidas que dictaba Raúl, de tipo
organizativo del Frente, participaba Augusto, quien le daba forma de leyes. Entonces, en
diciembre, casi al final de la guerra, es ascendido a comandante y pasa a trabajar con Fidel
como su ayudante y jefe de su escolta, misión que le encomendara personalmente Raúl, quien le
dijo que él respondía por la vida de Fidel. A partir de ese momento, Augusto siempre estuvo a
su lado, y viene con él en la Caravana de la Libertad. En La Habana sigue encargándose en lo
referente a su seguridad y después es designado ministro de Defensa Nacional, primeramente, y
de Trabajo después, además de atender los Tribunales Revolucionarios. Incluso en una ocasión
llega a sustituir a Fidel como Primer Ministro, cuando este viajó a Estados Unidos. Todo eso te
da la medida de que él es un compañero de absoluta confianza de la alta dirección
revolucionaria.

ENTREVISTADORES: Enzo, lo que impresiona tremendamente es la capacidad de trabajo que


desarrolló Augusto. Porque el Segundo Frente Oriental fue mucho más que un buen frente, o
que un frente organizado. Allí se generó lo que podría llamarse un Estado de Derecho
Guerrillero.
ENZO: Lo que pasa es que Augusto se hizo abogado fajado con la vida, porque en aquella
época para vivir de la abogacía, había que ser muy bueno, y estaba siempre actualizado con los
temas jurídicos. Y también estaba permeado de un espíritu militar, ya que él para poder estudiar,
entró como enfermero al Servicio Militar de Emergencia, cuerpo que se integró durante la
Segunda Guerra Mundial. Entonces Augusto era una persona muy emprendedora, que siempre
salió adelante con su propio esfuerzo personal, y que desde que llegó al lado de Raúl, quiso
cumplir satisfactoriamente como revolucionario las tareas que este le encomendó.

ENTREVISTADORES: Cuando usted entra al Ministerio de Trabajo, esta institución se encuentra


en el epicentro de las diferencias políticas entre la derecha y la izquierda. Augusto va a sustituir
a un ministro que ha creado conflictos políticos. ¿Podría hablar sobre esa situación?
ENZO: Ese ministro era Manolo Fernández, alguien que pensaba que se las sabía todas, que se
consideraba un ideólogo de la Revolución, aunque realmente no era más que un charlatán de
derecha. Él había estado junto a Carlos Varona Duque de Estrada y otros en Camagüey.
Acuérdense que antes de yo ir para allá, Armando me había advertido del cuidado que debía
tener con algunas de esas personas de procedencia emenerreísta. 1 Entonces, cuando Fernández
estaba de ministro, se llevó de viceministro a Carlos Varona y a otros que eran proclives al
capitalismo, a la burguesía y al anticomunismo, y crearon muchos problemas, porque era una
contradicción que el Ministerio de Trabajo de la Revolución –que debía ser una institución que
atendiera los intereses de los obreros y escuchara sus preocupaciones y necesidades–, en
realidad, bajo la conducción de todo ese grupo, se convirtiera en un aparato burocrático que
desoía por completo a los trabajadores y solucionara los conflictos en beneficio de los patronos.
Esa situación se mantuvo hasta que, por fin, Fidel destituye a Manolo Fernández y designa al
comandante Augusto Martínez Sánchez.

ENTREVISTADORES: ¿Conoce las interioridades de la sustitución?


ENZO: No, lo único que yo sé es que a Augusto lo nombran y que cuando llegamos allá, se
sustituyeron a todos los altos dirigentes del Ministerio de Trabajo. Al principio yo fui
subsecretario general, después se reorganizó y se transformó aquello según las iniciativas de
Augusto. Por eso se crean dos Viceministerios o Subsecretarías, una de Asuntos Nacionales y
otra de Asuntos Provinciales. El subsecretario de Asuntos Nacionales venía siendo como un
viceministro primero y respondía por los asuntos generales del Ministerio; y el subsecretario de
Asuntos Provinciales atendía las delegaciones del Ministerio que existían en todas las
provincias, y se encargaba de velar por el cumplimiento de la legalidad laboral y por la solución
de los conflictos laborales que se producían a ese nivel. Entonces José Nivaldo Causse, maestro
y compañero mío desde Santiago, vino para La Habana y fue designado viceministro de
Asuntos Provinciales.
Aquella fue una etapa muy importante para mí, porque el Ministerio de Trabajo se convirtió
en un órgano real de justicia laboral, pues los trabajadores se sentían amparados y nosotros
acabamos con las desatenciones que existían, siempre sobre la base de una norma: que los
obreros eran los que tenían la razón.

ENTREVISTADORES: ¿Acaso significa eso que ustedes no tuvieron problemas en el Ministerio?


ENZO: Yo no quise decir eso, lo que estoy explicando es que la situación sufrió un vuelco
total, pues los obreros tenían acceso, comprensión y respuesta a sus planteamientos. Pero ese
mismo idealismo, por llamarlo de alguna forma, nos llevó a cometer errores, uno de los más
sonados fue el de las tarifas para el pago de las operaciones en la producción del calzado,
conocida popularmente como «la tarifa del calzado».
Ese era un procedimiento complicadísimo, y hasta que choqué con eso no supe que la
producción del calzado se componía de tantas operaciones, cada una pagada por separado con
una cantidad determinada en centavos. Cuando lo analizamos, a nosotros nos pareció que ese
pago era ínfimo, y al reunirnos en la Comisión Obrera, un grupo de obreros comunistas propuso
el aumento de las tarifas de pago de las distintas operaciones. Y tengo que decirte que aquello
fue un total embarque, pero como la política era escuchar siempre a los obreros y no a los
patronos, elaboramos un nuevo sistema de pago de la tarifa del calzado. Eso provocó que de
pronto los precios del calzado se elevaran cinco o seis veces y fue un gran escándalo, imagínate
que un par de zapatos que costaba 15 pesos, ahora valía entre 60 y 70. Eso motivó que Fidel le
llamara la atención a Augusto, pero lo real fue que los obreros querían resolver, de la noche a la
mañana, muchos años de explotación, y por atender sus opiniones al pie de la letra, nosotros
cometimos ese error. Eso, al menos a mí, me sirvió de experiencia. Después, todas las cosas en
que intervine, antes de llevárselas a Augusto, las revisaba con toda la gente que yo pensaba que
me podría dar algún criterio justo sobre el particular.

ENTREVISTADORES: El Congreso de la CTC, en noviembre de 1959, fue un evento peliagudo,


un contrapunteo entre la derecha y la izquierda de la Revolución. ¿Qué intervención tuvo usted?
ENZO: Nosotros acabábamos de llegar al Ministerio y estaba candente todavía la guerra entre
la gente que había estado al lado del Movimiento 26 de Julio y de la Revolución, pero desde
posiciones distintas. Para ponerles la cosa más clara, entre los anticomunistas, los comunistas y
los unitarios. ¿Quieren un ejemplo claro? Pues, David Salvador. Él había sido comunista, pero
fue separado de las filas partidistas y eso lo convirtió en un irreconciliable enemigo de los
comunistas, pero a un nivel que no admitía posibilidad alguna de reconciliación. Y cada vez que
tenía oportunidad, los atacaba inflexiblemente. El Congreso fue también escenario de esos
combates, ahí afloraron las diferencias entre ambas tendencias, y en el medio los compañeros
llamados «unitarios», que eran los que aceptaban la ideología de cada persona, siempre que
fuera en bien del proceso revolucionario. Yo también me sentí blanco de los ataques, la forma
más común de hacerlo era mediante la burla, entonces decían que nosotros éramos como los
melones, verdes por fuera y rojos por dentro. En ese grupo que nos embestía, estaban José
María Aguilera, dirigente de los bancarios; Conrado Rodríguez, dirigente azucarero; también
Odón Álvarez de la Campa, entre otros. Algunos de ellos con el tiempo cambiaron y se mantu-
vieron fieles a la Revolución sin prejuicios de ningún tipo. Otros, lamentablemente, continuaron
en sus posiciones sectarias, incluso manteniendo relaciones secretas con elementos que luego
serían tristemente célebres, como Hubert Matos y Manuel Urrutia. A pesar de todo, del
Congreso se salió con un compromiso unitario, al menos en la mayoría. Pero los problemas no
habían sido resueltos plenamente. Una muestra de eso es que el propio David Salvador, electo
secretario general, tiempo después deserta, y se pone al servicio de los enemigos de la Revo-
lución.

ENTREVISTADORES: ¿Por qué en el Congreso de noviembre de 1959 fue electo David Salvador
como secretario general?
ENZO: Porque David es el que organiza junto con Ñico Torres y Octavio Louit el Frente
Obrero del Movimiento 26 de Julio, a partir de la idea de Frank y Armando después del 30 de
Noviembre. Tomando como punto de partida a la gente de Guantánamo –que fueron los únicos
que realmente hicieron una huelga para apoyar el desembarco de Fidel–, Frank los promueve
para organizar el movimiento obrero del Movimiento 26 de Julio en todo el país. Para eso crean
un Comité Gestor en el que estuvieron Ñico Torres y Octavio Louit Venzant, que comienza a
organizar comités obreros del Movimiento en Oriente, y después van por todas las provincias
haciendo lo mismo. Esos focos primarios de trabajo obrero iban a ser el germen de un aparato
mayor que sería el Frente Obrero Nacional, dirigido por el Movimiento 26 de Julio. Entonces,
David Salvador, desde Ciego de Ávila, se incorpora y se convierte en el líder del movimiento
obrero en esa región, no solo por sus dotes de dirección, sino porque contaba además con la
experiencia acumulada por haber sido miembro del Partido Socialista Popular.

ENTREVISTADORES: Pero la interrogante aquí es: ¿por qué después de los problemas que
ocasionó su actitud en los Comités de Huelga por su anticomunismo visceral, abierto, es
elegido, ya en pleno noviembre revolucionario, para conducir las riendas del movimiento obrero
que debía ser el carro que tirara de la Revolución?
ENZO: Después de Mompié, Fidel deja a David Salvador en la Sierra Maestra atendiendo el
trabajo obrero, como parte del nuevo Ejecutivo creado, lo que indica que este le da respaldo
para que continúe en esa tarea. Yo en realidad pensaba que la proximidad a Fidel había hecho
cambiar a David, porque no podía suponer otra cosa. Por eso es que al triunfo, hay un montón
de compañeros que ven en él al jefe del aparato obrero del Movimiento 26 de Julio, y por tanto
al hombre que puede conducir el naciente aparato obrero revolucionario.

ENTREVISTADORES: ¿Por qué deja de ser viceministro de Trabajo?


ENZO: Para responderles eso, debo hablar sobre el Ministerio. Hay un hecho incuestionable: el
Ministerio de Trabajo era una de las instituciones más politizadas y con mayor cantidad de
revolucionarios en su plantilla, mas a pesar de eso había conflictos ideológicos, como en todo el
país. En el Ministerio trabajaban personas que por su procedencia no ligaban con el
proletariado. Entre ellos estaba el doctor Ernesto Mendía, contador público que había sido
enviado por la Junta de Planificación para que ayudara como asesor en la organización
institucional y administrativa del organismo, pero Mendía se fue convirtiendo poco a poco en un
sujeto intrigante, aglutinador sutil de elementos conservadores, y provocó problemas con alguna
gente.
No solo por esas cuestiones, sino también por habladurías –cosas con las que yo nunca he
caminado–, porque le gustaba figurar en los primeros planos de atención, hacerse más
importante de lo que era y considerarse de la gente de confianza del jefe. Por eso yo tuve
discrepancias con dos oficiales, antiguos ayudantes de Augusto en el Ministerio de Defensa, el
capitán José Delgado y el teniente Gilberto Vázquez, y con la esposa de este, que se llamaba Isis
Ortega Acosta y era una de las secretarias de Augusto. Y uno de los encontronazos más fuertes
que tuve con ella fue porque esta secretaria que se arrogaba muchas facultades, en una ocasión,
estando Augusto enfermo, tenía yo que ir a trabajar con él a Cojímar y prácticamente me exigió
que le diera la información de mi Viceministerio para ella despacharla con Augusto. Ya se
podrán imaginar mi respuesta.

ENTREVISTADORES: ¿Augusto vivía en Cojímar?


ENZO: Estuvo viviendo allí durante un tiempo. Porque en Cojímar estaba la guarnición de
Fidel, y como Augusto tenía que ver con la seguridad y la escolta de Fidel, estaba casi siempre
allá.
Entonces Isis me dice que si yo tenía que despachar algo con Augusto, se lo diera a ella, que
iba allá a trabajar. Le respondí que lo que tenía que ver con el Ministro, lo vería personalmente.
Yo no sé si me lo dijo con la sola intención de evitarme el viaje y trasladar la información, o
porque se sentía con la potestad de decirle al Viceministro cómo despachar su trabajo. Ella, al
parecer, le dijo algo a Augusto, porque después de eso él vino al Ministerio y me reprendió por
aquello, y en medio de la discusión afloró un incidente con Lázaro Peña y otras cuestiones, y me
dijo que presentara mi renuncia Y así mismo hice, presenté mi renuncia y me fui –erróneamente
de mi parte, porque yo debí quedarme y esperar la decisión de quien me había nombrado en el
cargo, que había sido Fidel. Después él mismo me «haló las orejas» y me dijo que había hecho
mal en renunciar, pues el que me había nombrado había sido él.
Sé que yo también tengo mis características. Siempre he creído que debo ser fiel, en el lugar
que esté, a las tareas que me asignan, sin andar haciendo concesiones, y por eso nunca le he
aguantado muchas cosas a nadie.
También tuve problemas por un hecho que nunca entendí, y que quizás tuvo que ver con mi
decisión de ser justo con la gente y de darle la oportunidad de superación al que se lo mereciera.
Como el caso de mi primer jefe de despacho, un maestro revolucionario que había estado preso
conmigo, Carlos Santana Costales –a quien yo mandé a buscar para que trabajara, pues yo lo
conocía–: era muy capaz y sabía cómo era. Y cuando en el Ministerio se comienzan a crear
otros cargos y delegaciones, propuse a Santana para que subiera en la escala de dirección,
porque consideraba que era una persona preparada y que tenía el derecho de hacerlo.
Así mismo hice con el chofer que tenía, Luis Martínez Guillén, Pichón, quien llegó a ser
dirigente de un Círculo Social Obrero y más tarde inspector del Ministerio de Comercio Interior.
Pero cuando él comenzó conmigo tenía tercer grado de escolaridad, y lo puse a estudiar.
El caso es que por esa misma política de darle posibilidades justas a la gente, cuando en el
Ministerio se crean las escuelas para preparar a los dirigentes de las delegaciones –que ne-
cesitaban entrenamiento especial y dominio de los aspectos administrativos–, yo propuse para
que integrara ese curso a mi hermano Puchete, que por ese entonces trabajaba en el Ministerio
como distribuidor de la revista Trabajo. Él había sido mi mentor, quien me había abierto los
ojos en muchas cosas, había trabajado conmigo en la clandestinidad, había estado preso y había
sido torturado, y el hecho de que fuera el hermano del viceministro, no podía ser obstáculo para
su desarrollo. Pero Augusto no creyó eso y me criticó el hecho de que yo propusiera a Puchete
para ese curso, porque podía entenderse como un acto de nepotismo mío.
Recuerdo que discutimos, pues yo le dije que Puchete se había ganado eso por ser
revolucionario y no por ser mi hermano, y que yo no iba a cortarle sus posibilidades de
desarrollo.
ENTREVISTADORES: ¿Qué hizo cuando salió del Ministerio de Trabajo?
ENZO: Después que salí del Ministerio de Trabajo en mayo de 1961, le hice un informe al
comandante Raúl Castro, y se lo hice llegar con el capitán José Nivaldo Causse, quien fungía
como ayudante suyo. En ese informe yo reconocía haber cometido un error al haber presentado
mi renuncia y haberme ido, planteé mi versión de las cosas tal y como pasaron y ratificaba mi
disposición de ir a trabajar donde la Revolución me necesitara. Eso fue en mayo. Me fui para
Santiago y allá tuve que vender un Chevrolet del 54 que yo había comprado durante la lucha
para trabajar en el Movimiento y que terminé de pagar después del triunfo. Lo vendí en mil cien
pesos y me pasé desde mayo a octubre sentado en mi casa, sin trabajar, y por tanto sin cobrar un
centavo.
Entonces en el mes de octubre, por medio de Causse me llega la orientación de presentarme
ante Aníbal Escalante en La Habana, quien se ocuparía de mi nueva ubicación. Así lo hice, fui a
ver a Aníbal y ya él me estaba esperando. Ahí surgió la proposición de mandarme para Suiza
como Consejero de la Embajada Cubana.
A mí realmente no me gustaba mucho la idea de dejar el país en medio de la tensa situación
que había, y a mi esposa con un hijo pequeño y embarazada, pues debía irme solo al principio.
No obstante, fui al Ministerio de Relaciones Exteriores, donde Aníbal me había mandado a ver
al viceministro Carlos Olivares, quien me dijo que él me avisaría. Pasaron unos días y no me
avisó. Yo estaba medio molesto y llamé a Causse para preguntarle qué pasaba que Olivares no
me avisaba. Él me dijo que no me preocupara, y al parecer sirvió de algo, pues al día siguiente
Olivares me mandó a buscar y comenzaron a prepararme en el Ministerio de Relaciones
Exteriores, en el manejo de las cuestiones diplomáticas. Pero estando en ese proceso, Aníbal me
llama a mi casa y me dice que necesita verme al otro día en su oficina. Cuando llego, me dice
que se va a crear un Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza y que sus organizadores
consideraban que yo debía estar en su Dirección Nacional cuando se constituyera, en un
congreso que se celebraría a finales del mes de noviembre. Aníbal me dijo que él sabía de mi
preparación para salir al extranjero y que por tanto me había llamado para que yo decidiera.
Otra vez dije que donde la Revolución considerara que yo fuera más útil, ahí estaría.
Todas las condiciones que les comenté, que hacían que a mí no me gustara mucho eso de salir
del país en aquellos momentos, hicieron que yo decidiera quedarme, y así fue como pasé a ser
secretario de Finanzas del Comité Ejecutivo del Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Enseñanza y la Ciencia, del cual formé parte dentro de la Dirección Nacional desde su
constitución, el 22 de noviembre de 1961, hasta el año 1966 en que pasé a las FAR.

ENTREVISTADORES: ¿Cómo fue su trabajo en el Sindicato?


ENZO: Ahí atendí primero el Plan de Becas y después la formación y preparación del personal
docente. Estuve en la Organización, sustituyendo a Raúl Ferrer, y en las Finanzas, que fue mi
primera responsabilidad.
Después vino un cambio en la Dirección sindical. En 1966 sustituyeron a todos los dirigentes
del Sindicato y de otros, incluida la Dirección de la CTC. A mí me quisieron mandar para el
Ministerio de Educación, pero yo no quise, ya había tenido discrepancias de criterios con
algunos de los dirigentes del MINED, y no deseaba enfrentarme a conceptos técnicos y
administrativos que no compartía, además prefería trabajar con los militares, con los cuales me
sentía identificado. Por eso pedí que me trasladaran para el MINFAR, adonde ingresé en mayo
de 1966. Empecé trabajando como civil en una oficina del Ministro, en Asuntos Históricos con
Augusto Martínez, que al parecer reconoció haber cometido un error conmigo. Y cuando a mí
me preguntan que si estaba de acuerdo en trabajar con él, respondí que si él había aceptado que
yo podía trabajar a su lado otra vez, era porque reconocía en mí condiciones para hacerlo.
Encontrándome en el MINFAR, casi al inicio, fui invitado a unas maniobras militares que se
celebraron, en las que estaba presente el Comandante en Jefe, quien me saludó con amabilidad y
preguntó cómo me sentía. Le respondí que muy bien, lo cual reflejaba realmente mi estado de
ánimo, pues me sentí muy honrado con la invitación al ejercicio militar y con su afectuoso
saludo.
Comencé a trabajar con Augusto en un proyecto ambicioso, que pretendía elaborar la historia
del Segundo Frente Oriental, la del Ejército de la tiranía y la del Movimiento 26 de Julio, para
luego confrontarlas, y como yo conocía algo del Movimiento 26 de Julio, me ocuparía de eso.
Después, Augusto se fue a cumplir misión al extranjero y aquel proyecto quedó ahí.
Luego, a finales de año, se crea la Sección de Historia en el MINFAR, al frente de la cual
designan a Thelma Bornot Pubillones, compañera mía de lucha, y comienzo a trabajar con ella.
Mi primera tarea fue recopilar y organizar todos los documentos del Ejército de la tiranía que
estaban dispersos por todo el país. Aquello me llevó muchísimo trabajo, porque me tuve que
leer todos los papeles, por pequeños que fueran, de la Sección de Operaciones del Ejército, la
Marina, la Fuerza Aérea, para luego organizarlos en un archivo. Esta tarea se hizo gracias a la
participación de José Nemesio Alfonso Hernández, abogado con quien había trabajado en el
Ministerio de Trabajo –ex oficial del Ejército de la tiranía que había conspirado contra Batista y
cumplido prisión en Isla de Pinos–, y de dos ex militares –trabajadores del archivo de las
Fuerzas Armadas batistianas–, de apellidos Cardoso y Arrastía, quienes conocían a cabalidad su
funcionamiento y lograron reconstruirlo. Con ellos aprendí a manejar aquella documentación
que actualmente creo está en el Instituto de Historia Militar. Después de eso, fui sucesivamente
responsable de Investigaciones Históricas, responsable de Redacción y Publicaciones de la
Sección de Historia de la Dirección Política de las FAR, y en eso estuve hasta el año 1976.
En la Sección de Historia participé en la elaboración del Libro de Instrucción Política de las
FAR, y los libros De Tuxpan a La Plata, Mujeres en Revolución, Resumen de la Primera
Reunión de Historiadores de las FAR, la biografía de Emilio Bárcenas Pier, la investigación
sobre los sucesos del 5 de septiembre de 1957 en Cienfuegos, el informe al Primer Congreso del
Sindicato de Trabajadores Civiles de las FAR y los montajes del Museo de la Revolución, el de
la Lucha contra Bandidos, el de Girón y el del Segundo Frente Oriental «Frank País García»,
entre otras numerosas tareas que incluían la preparación profesional y política de los que
formábamos el personal de la unidad.
Salí de allí por diferencias de criterios con algunos compañeros que tenían más grado que yo.
En ese momento todavía yo no era militante, pero era el que dirigía los círculos de estudios
políticos y los de la especialidad, y a esos compañeros no les agradaba que un simple teniente
que ni siquiera era miembro del Partido los dirigiera en los círculos de estudio, para los cuales
ellos consideraban que además de tener una buena preparación, había que ser militante.
Entonces comenzaron a hablar, hasta que un día me cansé y pedí que me trasladaran de unidad,
pues yo sabía que todo aquello era por aquel problema mío a raíz de mi arresto, que aún no se
había aclarado bien. Lamenté en mi interior dejar aquel trabajo que me gustaba, pero no podía
aceptar humillaciones.

ENTREVISTADORES: ¿Hizo algo para aclarar las cosas?


ENZO: Por supuesto, en definitiva el mayor interesado en que se aclararan las cosas era yo.
Por eso me conseguí una grabadora, localicé a varios compañeros de los que habían estado
presos o trabajando conmigo, y arranqué para la finca en Artemisa a ver al dueño –que fue quien
me reconoció–, y para poder acabar con aquello de una buena vez. Al parecer mis gestiones
surtieron efecto, porque me dijeron que parara mis averiguaciones, porque se iba a crear una
comisión integrada por miembros de la Dirección Política del MINFAR y del Secretariado del
Comité Central. Unos años más tarde, esa comisión llegó a sus conclusiones, diciendo que
ciertamente yo no había cometido delación alguna y que tenía derecho al reconocimiento de
todos mis compañeros y a ser militante del PCC, aunque ese informe reconoce que yo había
cometido un grave error de cálculo y una debilidad al llevar a la policía a los alrededores del
lugar donde me había reunido en Artemisa, pero también reconoce que yo había mantenido una
muy buena conducta durante 18 años.
ENTREVISTADORES: ¿Qué hizo cuando salió de la Sección de Historia del MINFAR?
ENZO: Aparece Augusto Martínez otra vez, y me dice que me vaya a trabajar con él en un
Grupo de Capacitación Laboral para los obreros calificados de las Bases de Reparaciones Ge-
nerales.

ENTREVISTADORES: ¿Qué eran las Bases de Reparaciones Generales?


ENZO: Lo que son hoy las Empresas Industriales de las FAR, que empezaron siendo bases de
reparación de la técnica y el armamento, creadas con asesoría soviética. En esos complejos
industriales se le daba mantenimiento, se reparaba y se mejoraba incluso toda la técnica que
usaban las FAR. Entonces el personal que iba a trabajar allí era civil, pero debían ser obreros
calificados para realizar tareas específicas, y para eso se creó ese Grupo de Capacitación
Laboral, al frente del cual me designaron a mí. Trabajé en el Viceministerio de Armamento y
Técnica con Rogelio Acevedo, quien era el viceministro, y con Augusto, que atendía ese
proyecto.
Estando ahí se empiezan a construir los Institutos Tecnológicos donados por los soviéticos
con la finalidad de preparar a esos obreros. El primer tecnológico se hizo en Cuatro Caminos,
frente a la Base de Reparación de Radares y la Base de Reparación de Armamento. Luego se
hizo otro en Valle Grande, donde ahora está la Escuela del MININT, y otro donde está el Centro
Metalúrgico, próximo a la Base de Reparación de Tanques. En eso estuve dos años, hasta que el
comandante Acevedo quería que se construyera el primer tecnológico de Cuatro Caminos, del
que yo era inversionista, en un año. Esteban Quintana, técnico de la construcción, constructor de
experiencia que había trabajado con Celia y Fidel en el Plan de Becas y en el Parque Lenin, y
que era mi asesor, me dijo que no debía asumir ese compromiso, porque yo no tenía fuerza de
trabajo para cumplirlo. Y cuando dije eso y expliqué que las microbrigadas sociales y los
desmovilizados de las FAR –que eran la fuerza de trabajo con que yo contaba– no estaban
capacitados para cumplir en ese tiempo, me sustituyeron como inversionista de la obra.
No sé cómo fue, pero después de eso Augusto me dice que yo iba a trabajar con el
comandante Senén Casas, en la Secretaría que lo atendía a él –quien era jefe del Estado Mayor–
y al Ministro de las FAR. Allí me pusieron como el segundo jefe de esa oficina. Estando ahí fue
que me informaron la decisión de la comisión política creada para investigar mi problema, tras
lo cual me ascendieron de teniente a primer teniente, luego a capitán y a mayor. Asimismo me
otorgaron un viaje a la URSS y me dieron un automóvil por estímulo. Comencé el proceso para
aspirar a la militancia –porque antes había que estar un año de aspirante–, y en 1979 me
entregaron el carné de militante del PCC.
Me mantuve en la Secretaría mientras el general Senén Casas fue jefe del Estado Mayor
General. Y cuando este deja el cargo, casi todos los miembros de ese equipo cambiamos de
trabajo. Yo estuve esperando por ubicación un tiempo, pues entre las misiones que cumplía en
la Secretaría estaba la atención de la Sección de Análisis e Información que pasó a la Dirección
Política Central de las FAR.

ENTREVISTADORES: ¿Qué hizo después de salir de la Secretaría del Jefe del Estado Mayor
General?
ENZO: Bueno, comencé a trabajar de nuevo con Augusto, quien me propuso para el Grupo de
Censura Militar que estaba organizando. Permanecí un tiempo en la etapa de preparación de ese
organismo y decidí no continuar, y después de algunas gestiones, me mandaron para la
Academia Naval, informándome que allí necesitaban un oficial que ayudara en el trabajo de la
Sección Científica Militar. Comencé bien, y preparé un proyecto para el desarrollo de la
actividad científica en la Academia, conforme con lo establecido. Se lo presenté al jefe de dicha
actividad, el cual no me dijo nada, no le dio la más mínima importancia, pasó un mes y otro, y
todavía seguía sin responderme. Y llegué a la conclusión de que debía irme de allí, porque al
compañero no le importaba mi trabajo.
Hablé con el capitán de navío José Cuza Téllez de Girón, jefe de la Academia y compañero de
Santiago de Cuba, le expliqué que no creía que pudiera serles útil y pedí que me devolvieran a
la Dirección de Cuadros. Y otra vez fui para mi casa a esperar ubicación, y de ahí me
propusieron que me hiciera cargo de la Imprenta Central de las FAR, donde se quería formar
una empresa. Conté con el apoyo del Estado Mayor General y también con la Unión Gráfica,
cuya ayuda solicité. Allí estuve como cinco o seis años. En ese período me ascendieron a
teniente coronel. Trabajé duro hasta que me convencí de que no sería posible lograr el
propósito. Porque para hacer una empresa industrial de una imprenta, hay que regirse por un
sistema muy rígido que garantice que haya continuidad en la producción, y para mantener la
imprenta produciendo al máximo de capacidad y sin que se interrumpa ningún paso, es
indispensable la coordinación entre los dirigentes y los obreros, y entre los dirigentes y los
suministradores de materiales.
Estando en la imprenta, que se pretendía que funcionara como una empresa industrial de las
FAR, se crea un problema. En esos lugares, que eran unidades civiles de las FAR, los únicos
militares eran los jefes, los obreros eran civiles, y por eso pasan a ser atendidas políticamente
por los comités municipales del Partido de los lugares donde estaban ubicadas, y al dejar de
estar atendidas desde el punto de vista político por la Dirección Política del MINFAR y por los
aparatos creados por esta, en esas empresas industriales empezaron a influir todos los problemas
de los que debía encargarse el Partido en los municipios. Eso afectó las relaciones de trabajo, la
continuidad en el proceso de producción y se convirtió en una guerra, hasta que volvieron a ser
atendidas por las FAR. Se demostró que el problema que yo planteaba de la interferencia del
Partido Municipal de Regla en la imprenta, también era sufrido por los jefes de las empresas
similares a la que yo atendía. Pero ya yo estaba enfermo y convencido de que la imprenta nunca
sería una empresa.
En 1989 lo que yo quería era que me mandaran a Angola a cumplir con el deber de todo
revolucionario, ya que yo no me quería jubilar sin cumplir misión militar internacionalista. Pero
como yo era diabético, a cada rato por las tensiones a que estaba sometido hacía crisis y me
ingresaban en el Hospital Naval. Entonces decidieron no mandarme a Angola por ese problema,
según me dijeron.

ENTREVISTADORES: ¿Qué decisión tomaron con usted?


ENZO: Se decidió jubilarme, pero resulta que entonces, cuando me calculan mi jubilación, lo
que yo iba a cobrar no llegaba a 200 pesos, porque lo que tenía de servicio en las FAR no
llegaba a los 25 años. Finalmente me reconocieron los 25 años de servicio, y pude jubilarme con
el 60 % de mi salario, más el 20 % por ser combatiente, y así llegué a 286 pesos.

ENTREVISTADORES: ¿Qué hizo después de la jubilación?


ENZO: Busqué trabajo en la vida civil, pues no había cumplido los 60 años. Fui a ver al que
había sido jefe de la Base de Reparación de Radares cuando yo había estado al frente de la
Capacitación Laboral, teniente coronel Samuel Savariego Capoano –que en ese momento era
jefe del Instituto Nacional de Sistemas Automatizados y Técnicas de Computación (INSAC)– y
le dije que estaba libre y que si le podía ser útil. Y Savariego me ubicó como especialista de
Atención al Hombre en la Dirección de Cuadros. Ahí estuve hasta 1993, cuando con el Período
Especial disolvieron el INSAC y lo unieron con el SIME, y mandaron a ese grupo de trabajo
para 100 y Boyeros, lo cual constituyó un problema para mí, porque antes de eso el trabajo me
quedaba relativamente cerca de la casa y yo iba en bicicleta, pero al reubicarlo tan lejos, me era
muy difícil trasladarme, porque con la situación del transporte tenía que madrugar para fajarme
con el «camello».
Quedé disponible para ver si había algún trabajo más cerca de la casa, pero entonces llegó una
disposición del MINFAR de que todos los jubilados de las FAR que estuvieran disponibles y
tuvieran más de 60 años, tenían que jubilarse totalmente, y así pasó. Me retiraron por la vida
civil, acumulé todos mis años de trabajo, que eran 43, y llegué a tener el 90 %, pero como yo lo
máximo que gané en mi vida fueron 374 pesos, me jubilé ganando 326 pesos, pues me tocó la
etapa en que los sueldos en las FAR eran bajos. Recientemente pude acogerme a la Orden del 7
de julio de 2008 del Ministro de las FAR y actualmente mi jubilación alcanza 640 pesos.

ENTREVISTADORES: ¿Qué hizo después que se jubiló «completo»?


ENZO: Estuve un tiempo sin trabajar en ningún lugar. No obstante, durante parte de ese tiempo
logré hacer una investigación sobre la industria tabacalera que fue publicada en un libro en
inglés, titulado Havana Cigars (1817-1960), en Estados Unidos, por el cual no logré cobrar mis
derechos de autor. A finales de los 90 el periódico Negocios en Cuba, de Prensa Latina, me
contrató como editor. Pero tuve que dejarlo después de tres años porque estaba padeciendo de
cataratas y no veía muy bien, y como el trabajo del editor requiere buena vista, yo temía
cometer algún error en mi trabajo y decidí dejar la contrata del periódico y operarme. Todavía
colaboro con ese periódico, pues escribo algún artículo sobre el tabaco, cuando ellos me lo
solicitan.
Actualmente me dedico a investigar sobre la historia de la Revolución Cubana, sobre todo de
su etapa más reciente, para ver si logro escribir algo que sea útil, en particular para los jóvenes.
Además colaboro con el periódico El Clarín, órgano de la Asociación de Combatientes de la
Revolución Cubana, en temas históricos y como miembro de su Consejo de Redacción.

.
Epílogo

El lector que llegue a este epílogo, ha transcurrido por la vida de Enzo Infante Uribazo, Bruno.
Ha sido contada de forma transparente, con sus matices y sus accidentes geográficos, que por
momentos nos arrastraron por llanuras desérticas y en otros nos alzó hasta altas montañas. Pero
de cualquier manera, siem-pre revelando historias, aportando valoraciones e importantes
opiniones –con las subjetividades propias de un protagonista– de hechos ya contados y del
tiempo transcurrido. Estamos conscientes de que habrá mucho más que decir. En el tintero han
quedado polémicos temas que serán tratados en futuras entrevistas. Por el momento, al menos
nos sentimos satisfechos de haber iniciado un feliz proceso: Enzo ha salido de su letargo y ha
comenzado a producir historia, historia de verdad, sin peros ni tapujos. Ahora, él mismo se
encuentra enfrascado en la compleja tarea de hilvanar ideas para producir obras sobre la lucha
insurreccional y los primeros años de la Revolución.
Este libro era en principio solo un conjunto de entrevistas. Mas, luego de que el Centro
Cultural Pablo de la Torriente Brau acogiera el proyecto con tanto cariño, el trabajo tomó un
ritmo acelerado y uniforme que ahora concluye, parcialmente, con este texto que ponemos a la
consideración de los lectores.
La complejidad de la rebeldía no ha estado exento de esfuerzo y sacrificio. Un largo y
detallado trabajo de revisión de libros y publicaciones periódicas ha sido necesario en aras de
corroborar información en unos casos, y en otros, abundar sobre algún tema. Además, y aunque
la voz que se escucha entre las páginas es la del entrevistado, fue necesario realizar otras entre-
vistas, muchas, para de igual forma lograr un resultado lo más apegado posible a la verdad
histórica. La corrección de este texto ha sido minuciosa y siempre se han respetado fielmente los
criterios de Enzo sobre diversos aspectos, a pesar de no compartirlos exactamente en algunos
casos. En los temas en que esto ha ocurrido, hemos decidido dejarlo claro con la inclusión en las
preguntas de algunos comentarios preliminares que pueden ayudar a ofrecer otros matices, más
allá de los que ofrece el propio Enzo. En el caso de sus opiniones sobre figuras de la historia
cubana, se ha considerado oportuno aclarar que todo lo que está escrito fue cotejado, antes del
proceso de publicación, con el entrevistado, y además, se ubicó en las partes del texto en que
más luces podrían arrojar.
Al llegar a este punto, nos planteamos las mismas preguntas y obtenemos infortunadamente
las mismas respuestas. Nos queda la satisfacción de haber contribuido en algo a salvar un
valioso testimonio. Por otra parte, la alarma historiográfica que activábamos en la introducción
continúa encendida, y necesitamos con urgencia escucharla. De ello depende que las futuras
generaciones de investigadores posean esta vital fuente de trabajo. Aunemos esfuerzos,
capacidades y posibilidades. Un país como el nuestro, que ha vivido de frente a la historia, no
puede permitirse ver morir a la generación que hizo con sus manos la Revolución y
mantenernos impasibles. Si este libro contribuye a impulsar ese esfuerzo gigantesco, entonces
nos sentiremos satisfechos y felices.
LOS AUTORES
Santiago de Cuba, junio de 2009
Apéndice
FOTOS

Enzo Infante con sus alumnos del Segundo Grado B del Colegio Dolores,
en Santiago de Cuba. Curso 1950-51.

Excursión a la Gran Piedra con los alumnos de la Escuela Úrsula Céspedes (1956). De izquierda a derecha: Enzo
Infante, Agustín País (hermano de Frank País) y el guía que los acompañó.
Boda de Enzo Infante con Bertha Perera Fernández, celebrada en el Santuario de la Virgen del Cobre,
Santiago de Cuba, el 7 de septiembre de 1959.

Doña Rosario García, madre de Frank País, fue testigo de la boda civil
de Enzo y Bertha, el 8 de septiembre de 1959.
Cristina Fuentes Callava, madre de Enzo (1924).

Rafael Infante Uribazo, padre de Enzo (1947).


A la izquierda: Rafael (Puchete) Infante, hermano de Enzo, con su hija Teresa.
Y a la derecha, Enzo con una de sus hijas, Pilar (1961).

Dirigentes y miembros del Círculo Literario Heredia. Sentados: al centro, la poetisa Dora Varona. A la derecha,
Renaldo Infante (hermano de Enzo) y a la izquierda, la maestra Osana Garrástegui junto al maestro Guillermo Orozco
Sierra. De pie, de derecha a izquierda (varones): Miguel Ángel Sagué Urrutia, director del Instituto Barrios (donde se
tomó la foto), Enzo Infante, Helvio Corona Junquera y Reinaldo Heredia Padilla (1955).
Bertha Perera con sus alumnos de la escuela rural en la localidad de Camazán, actual provincia de Holguín (1958).

Fotomontaje de los detenidos. Enzo Infante en el grupo (primero de izquierda a derecha).


Publicado por el periódico El País, el 26 de julio de 1958.
Miembros de los cuerpos represivos batistianos mostrando las armas falsamente ocupadas a Enzo. De izquierda a
derecha: capitán Evelio Mata, comandante Santamarina, comandante Esteban Ventura, coronel Conrado Carratalá y
el jefe de la Policía, general Pilar García (periódico El Mundo, 27 de julio de 1958).

En la parte superior los detenidos. El primero, de izquierda a derecha, Enzo Infante. Debajo, el arsenal que falsamente
les fue adjudicado (periódico Excélsior, 27 de julio de 1958).
Muestra de los artefactos explosivos, armas y municiones que la Policía Nacional achacó al grupo
detenido con Enzo (periódico Información, 27 de julio de 1958).

Parte del alijo de armas y explosivos que falsamente la Policía Nacional adjudicó a Enzo Infante y al resto de sus
compañeros (periódico Prensa Libre, 27 de julio de 1958).
Fragmento de la entrevista concedida por Enzo Infante al diario Combate,
órgano del Directorio Revolucionario 13 de Marzo (24 de junio de 1959).
Reunión de maestros en el teatro de la CTC (1959). De pie ante el micrófono, Enzo Infante. En la mesa, a la
izquierda, Armando Hart. Inclinado, de espaldas, el capitán Luis Litch, dirigente del DATMCC en Las Villas.
Al centro, Hubert Matos.

Foto de identificación del carné militar. Sección de Historia del MINFAR (1970).
Enzo Infante acompañando a un grupo de visitantes al Museo de la Revolución (1975).
Documento conclusivo elaborado por una comisión del Comité Central del PCC
dictaminando sobre las acusaciones hechas sobre Enzo Infante (pág. 1).
Continuación (pág. 2) del documento conclusivo de la comisión del CC del PCC sobre Enzo Infante.
Enzo con sus hijos Enzito, Rosario, Pilar y su sobrina Linaidita (1969).

Enzo y Bertha (1983).


Enzo y Bertha con sus hijos Rosario, Enzito y Pilar (1969).

Enzo Infante (a la izquierda) junto a Eduardo González Loyola (1998),


amigo y compañero de trabajo desde la etapa del DATMCC en Las Villas.
Índice

Prestancia de la memoria/ 9

¿Por qué rescatar la memoria de Enzo Infante?/ 15


1
De la niñez a la Escuela Normal de Oriente/ 21
2
Las luchas magisteriales y el Colegio de Maestros/ 36
3
Conspirador clandestino/ 50
4
El 30 de Noviembre en Santiago/ 71
5
Responsable de la propaganda/ 82
6
Muertes especialmente dolorosas/ 102
7
La dimensión de Frank País/ 120
8
Camagüey/ 135
9
Responsable nacional de Propaganda/ 147
10
Apreciaciones críticas de un momento crítico/ 165
11
Huelga General del 9 de abril/ 176
12
Mompié a «camisa quitada»/ 188
13
Coordinador de La Habana, ¿traidor?/ 205
14
El triunfo de la Revolución/ 227
15
Al servicio de la Revolución/ 239
Epílogo/ 265
Apéndice
FOTOS/ 267

Potrebbero piacerti anche