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La Habana, 2010
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau
Ediciones La Memoria
Director: Víctor Casaus
Coordinadora: María Santucho
Editora-Jefa: Vivian Núñez
ISBN: 978-959-
Ediciones La Memoria
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau
Calle de la Muralla No. 63, la Habana Vieja,
Ciudad de La Habana, Cuba
centropablo@cubarte.cult.cu
www.centropablo.cult.cu
A Miriam y Cristóbal,
desde el amor de su hijo.
A Bertha Perera,
por la ayuda y el cariño.
Prestancia de la memoria
Toda ciudad, provincia, región, territorio, nación y patria se forman y conforman con múltiples
elementos que en el tiempo informan la verdad, a veces discutible, de su historia. Todo ello si el
olvido no destruye el testimonio, y este dictado, con su componente aseverativo, parece sostener
la aventura del libro que comienza y tiene el lector en sus manos.
La responsabilidad del presentador se extiende más allá del conocimiento y estas líneas sólo
aspiran a ofrecer unas pocas aproximaciones a la aventura de los autores en su logrado empeño
de organizar memoria y tiempo de un proceso que alcanza años actuales, anteriores y futuros
que necesariamente han de ser conocidos.
Desde el prólogo introductorio, encabezado por la pregunta «por qué», los autores ofrecen
razones válidas para justificar sus investigaciones, indagaciones y reflexiones interrogatorias
respecto al protagonista de estos hechos. Pero vale la pena subrayar que al mismo tiempo el
protagonismo sobrepasa y va más allá de Enzo Infante para arrojar luz sobre personajes, hechos,
acontecimientos que afectan e influyen a todo el proceso motivo de este trabajo.
Así la memoria reclamada y ejercida como recordatorio inteligente ayuda a comprender lo
multitudinario de los hechos narrados.
Desde la ciudad de Santiago de Cuba se avanza a sitios que con anterioridad acogieran, desde su
nacimiento, al personaje central de estos capítulos de la historia y vida recientes. Pero Santiago
de Cuba, ciudad heroína por muchas razones, constituye el núcleo expansivo, motor irradiante
de estos comentarios. Y la memoria va más allá de una supuesta sorpresa.
Las preguntas y sus consecutivas y coherentes respuestas conducen a la construcción y
comprensión de un primer panorama urbano que para Enzo Infante, igual que para muchos otros
coetáneos, aunque, desde luego, cada uno reaccionando a su manera, según su personalidad y su
carácter respectivos, condicionó aquel presente y la posterior conducta que acompañara y
acompaña la vida de los habitantes de dicho entorno.
Estas palabras llevan a la descripción de la ciudad, su vida, la organización social, económica,
escolar, cultural y a explicar la rebeldía de las criaturas de la época.
Se adelanta que hay una versión rebelde de la rebeldía. Y esto llega por las sucesivas respuestas
del interrogado, en su discurso «coloquial, fluido, seguro de sí mismo, enérgico…»
La familia, los diferentes barrios, las escuelas, sus maestros, compañeros están siempre
presentes en un lúcido esfuerzo por no soslayar a nadie o a casi nadie que de una forma u otra
coincidieran en el espacio y tiempo que ocupan al luchador clandestino, quien por medio de las
entrevistas de los autores se propone no ceder al olvido o al desconocimiento.
Ellos, los investigadores, ofrecen desde el inicio cinco razones contundentes para la elaboración
del texto. Y cumplen con el postulado.
Ya desde el primer momento en que el lector, y en este caso el prologuista, se enfrenta, se
enfrentan, con las remembranzas, se adquiere la seguridad de que, independientemente de
contradicciones aclaradas y expuestas, el transcurso y devenir de esta vida valen la pena ser
repetidas, conocidas, valoradas a la vez correcta y amorosamente.
No se soslaya ningún momento de la trayectoria de Enzo Infante. Los instantes de confusión y
reconocimiento debidos, quizá, a la primera inmadurez de la criatura son superados por el
compromiso y entrega constantes y permanentes que este hombre ha hecho y mantiene en el
curso de su vida.
Es cierto y por lo tanto necesario, que muchos actos, algunos aparentemente menores y
colaterales de la historia, no han sido estudiados y subrayados con la intensidad y frecuencia que
hubiera podido arrojar más entendimiento y comprensión al proceso histórico que Cuba ha
vivido y que vive en sus antecedentes y sus consecuencias.
Por lo tanto, los pasajes afirmativos y dubitativos se conjugan en este libro por la vía resultante
de la remembranza y las respuestas a preguntas inteligentes que denotan un conocimiento previo
por parte de los autores y un hábil manejo de tácticas y estrategias que conducen a la
iluminación de zonas no totalmente exploradas o conocidas de la historia.
Se habla de dudas, de incomprensiones, que tal vez denotan momentos de tristezas, algo de
desencanto, pero jamás de in-tención alguna por abandonar la lucha, el afán libertario y de
justicia, y el compromiso que el entrevistado ha mantenido y mantiene con sus principios.
Cuando Enzo Infante, a partir de las preguntas, aborda momentos difíciles lo hace con precisión
y nitidez que no eluden lo que para él ha sido verdad, conflicto, voluntad y esfuerzo por
mantenerse en la actitud que asumió desde el principio. Este principio desde sus inicios está
pleno de principios en algo más que un juego de palabras. Y este libro demuestra cómo alguien
puede ocupar espacios disímiles más allá del brillo y la resonancia momentáneos sin traicionar
una conducta que tiene a la vez soportes históricos y sostén ético y moral.
Ello demuestra lo necesario y útil de libros como este. Labor que al luchar contra cualquier
descuido o displicencia aporta, entrañablemente, más comprensión y conocimiento de los
elementos que constituyen la Patria.
Si fuera posible detenerse sólo en algunas secciones del libro el lector estaría enfrentándose a un
conflicto selectivo. Porque hay momentos de la historia de la lucha clandestina contra la tiranía
de Fulgencio Batista en los cuales Enzo Infante al haber desempeñado un rol protagónico aporta
datos, nombres, actitudes, que llevan al lector a profundizar, indagar, aclararse más todavía,
puntos de vista e interpretaciones que resultan imprescindibles para el manejo más exacto de la
historia y el destino de la Patria.
A lo largo del libro surgen pensamientos y posturas que facilitan e ilustran el entendimiento de
aquellos años tan convulsos, tan cargados de riesgos y peligros y en los cuales la voluntad y la
esperanza servían de motor y sostén a todas aquellas criaturas que entregaban lo mejor de sí
mismas sin dejar de ser lo que eran. Pero siempre con un sentido revelador de lo que era para
ellos mismos misión ineludible. No importaban las muchas contradicciones y dificultades que
surgían casi a cada paso del proceso.
Se habla en estas páginas de una característica que puede resultar reveladora en la trayectoria
del personaje estudiado. Su subjetividad santiaguera. El improvisado prologuista no puede
menos que recordar un verso puesto que se trata de la ciudad, núcleo heroico. La ciudad
heroína. «Es Santiago de Cuba, no os asombréis de nada».
Porque a lo largo de todo este coloquio mostrado en el libro podemos observar esa
confrontación de objetividad con subjetividad. Confrontación vencida por Enzo Infante y, como
se dice en entrelíneas y abiertamente, adjetivada por el detalle santiaguero; que no borra ningún
otro espacio insular, pero que comparte la postura de muchos o casi todos los luchadores por la
libertad. No importa, no importaba el sitio geográfico ocupado por entonces. Objetividad
contrapuesta a subjetividad. Y ello condujo a la permanencia en el afán, en la lucha, en la batalla
que condujera al triunfo.
El libro cumple su cometido. Evitar el olvido. Insistir en la función, en los actos de muchos. En
el pasado que fue presente en varios instantes determinantes y decisivos y en el futuro que
haciéndose está justificado por aquellos tiempos pretéritos y por la acción trascendente o
discreta de todos y cada uno de los evocados.
Como los grandes nombres que aparecen frecuentemente en este libro; no hay que insistir en
ellos al redactar estas líneas de presentación y prólogo; los actores y el personaje a quien se
dedica esta investigación han hecho hincapié a lo largo de estas páginas de su compromiso con
la historia y el devenir del territorio, de la Patria. Los nombres están ahí, acompañan, se les
siente. Su paso, su vigor, sus lecciones.
La lectura ha de obligar a la reflexión y el pensamiento a la vez que puede auxiliar en el
reconocimiento colectivo a una nación que pudo superar dificultades e incomprensiones para
lograr su cometido.
Versión rebelde de la rebeldía es posible reiterar. Pero también insistir en la permanencia y en la
formulación de una historia que Enzo Infante y sus entrevistadores demuestran que pertenece a
toda la ciudadanía y por lo mismo está sostenida de una forma trascendente por la divisa
martiana «con todos y para el bien de todos». Desde luego que este concepto de todos y para
todos varía según el momento histórico, y en sus palabras, en sus gestos, en sus acciones, Enzo
Infante Uribazo lo demuestra. Y al expresarlo aclara y quizás contradice lo que abarca la frase
martiana. Cuando fue imprescindible una decisión el ser humano, la criatura, el individuo, se
elevó sobre los demás para constituir una vanguardia admirable que sin dejar de ser cada uno,
único, representaba a todos y luchaba por el bien de todos.
Ahora este libro recuerda, nos trae a la memoria por la memoria los hechos que sostienen ya la
Historia con mayúscula. HISTORIA.
Esta lección en su discreción y humildad constituye una clase que cumple las palabras de Enzo
Infante y naturalmente su decursar y actitud en los hechos y ante los hechos de la vida que no
sólo le ha tocado vivir sino que ha sabido asumir con dignidad.
Termina la presentación intentando mantener nombres, hechos, conductas que aportan prestigio
y admiración a una época prolongada en el tiempo y que la memoria en su prestancia se afana
en salvar.
CÉSAR LÓPEZ
¿Por qué rescatar la memoria
de Enzo Infante?
Todo libro tiene su justificación, esto es: las razones que nos determinaron para la realización de
esta obra y que podemos expresar en pocas palabras, las imprescindibles. Son solamente
aquellas ideas que en su acomodo ilustran al lector acerca de la necesidad, oportunidad y
utilidad de esta investigación, y la posibilidad y urgencia de que esfuerzos de esta naturaleza se
produzcan en beneficio de la memoria colectiva y la historiografía nacional.
En el balcón temporal que representa el año 2009, a cincuenta años de algunos de los
principales acontecimientos en la historia de la Revolución Cubana, obtener el testimonio de
Enzo Infante Uribazo (Quemado de Birama, Victoria de Las Tunas, Oriente, 30 de octubre de
1930) sobre las interioridades y complejidades de lo que vivió, es más que una necesidad, un
privilegio. Bastan cinco razones, interrelacionadas, para la plena probanza de la afirmación.
Primero. Enzo Infante perteneció al grupo de maestros formados en la fundadora Escuela
Normal que se sumó a la lucha insurreccional integrando, desde su creación, Acción Revolucio-
naria Oriental (posteriormente Acción Nacional Revolucionaria) e incorporándose, junto con
Frank País García, al Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Por su labor en el recién fundado
Colegio de Maestros Normales y Equiparados, dispuso de materiales de impresión que le
facilitaron extraordinariamente la misión asignada a su célula revolucionaria de realizar
actividades propagandísticas, hasta que luego de intervenir como jefe de un comando en las
acciones del 30 de Noviembre de 1956, fue designado responsable provincial de Propaganda.
Segundo. A finales de 1957, Enzo fue nombrado coordinador del Movimiento Revolucionario
26 de Julio en Camagüey, y en febrero de 1958 responsable nacional de Propaganda y,
consecuentemente, miembro de la Dirección Nacional del Movimiento. Fue en tal condición que
participó del selecto equipo de dirigentes clandestinos que preparó y desencadenó la Huelga
General del 9 de abril, cuyo inmediato, sangriento y peligroso fracaso determinó que se
convocara una reunión que definiría un cambio de dirección estratégica en la lucha contra la
dictadura de Fulgencio Batista. La responsabilidad le permitió acercarse desde su subjetividad
«santiaguera» a las complejidades de la insurrección en La Habana.
Tercero. Enzo Infante, Bruno, es un sujeto historiográfico excepcional. En Cuba es, junto con
Fidel Castro, el único sobreviviente de la histórica reunión de la Dirección Nacional del
Movimiento 26 de Julio y otros dirigentes revolucionarios, el 3 de mayo de 1958, en El Alto de
Mompié. De los participantes ya han muerto René Ramos Latour, Daniel (1958); Ernesto Gue-
vara de la Serna, Che (1967); Celia Sánchez Manduley, Aly (1980); Haydée Santamaría
Cuadrado, Carín (1980); Faustino Pérez Hernández, Ariel (1992); Luis María Buch Rodríguez,
Mejías (2000); Marcelo Fernández Font, Zoilo (2005); Vilma Espín Guillois, Débora (2007) y
Antonio Torres Chadebau, Ángel (¿?). Otro participante, David Salvador Manso, Mario, residía
en Estados Unidos e ignoramos su suerte. De aquella «reunión tremenda», como la calificó
Marcelo Fernández antes de morir 1 –o «reunión decisiva»2 para el Che Guevara–, sucede como
con la reunión de La Mejorana entre Antonio Maceo, Máximo Gómez y José Martí en mayo de
1895: ignoramos muchos aspectos de sus contenidos y complejidades. Siguen siendo un gran
misterio y pasto para las más disímiles especulaciones y conjeturas.
Cuarto. Después de la reunión de El Alto de Mompié –cuando se concentra el mando de la
insurrección en el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde y líder del Movimiento 26 de Julio,
doctor Fidel Castro Ruz– a Enzo Infante se le nombra delegado provincial en La Habana,
subordinándose directamente al delegado nacional de Acción, comandante Delio Gómez Ochoa.
Esta responsabilidad la desempeñó Enzo hasta julio de 1958, cuando fue detenido por las
fuerzas represivas de la dictadura. Frente a los interrogatorios y las diversas evidencias
inculpatorias que formulaban contra Bruno –su nombre de guerra–, él asumió su real identidad y
realizó maniobras evasivas o justificativas, que fruto de coincidencias y casualidades terminaron
por configurar la percepción de que era responsable del apresamiento de varios combatientes
clandestinos, algunos de los cuales estaban relacionados con él. La opinión de que se había
convertido en «traidor» se expandió de inmediato entre sus compañeros de lucha, tanto
clandestinos como presos. Tras semanas de incomunicación y luego de su presentación pública
y reclusión ordinaria en el Castillo de El Príncipe, comenzó para él un viacrucis doloroso y
lesivo: la singular y extendida lucha contra el estigma que le enajenó amigos, reconocimientos y
prestigios ganados.
Quinto. Tras el triunfo de la Revolución, Enzo participó de las transformaciones desde dos
sectores claves: los ministerios de Educación y Trabajo, donde ocupó cargos de importancia.
No es necesario acumular más razones para justificar la valía de este testimonio histórico,
articulado como una secuencia biográfica. Por supuesto, se trata de una versión rebelde de la
rebeldía, con las subjetividades inevitables que incorpora un protagonista de los hechos que se
narran.
Estructurar y construir el texto que se pone a la consideración del lector representó un
considerable esfuerzo, porque no se siguió un orden riguroso durante las entrevistas, sino que
los temas fluyeron libremente, y las respuestas, en lo esencial, transitaron abiertamente por
determinación del testimoniante: Enzo es coloquial, fluido, seguro de sí mismo, enérgico. Y
desde el primer minuto –tras la incitación hace cuatro años a salvar la memoria de lo que
aconteció en la etapa insurreccional contra Fulgencio Batista– aceptó adentrarse en la empresa.
Cada conversación fue transcrita y ordenada con un criterio lógico-temático –cronológico en la
medida de lo posible– y sometido a revisión por el protagonista. Así, una y otra vez, hasta
configurar el libro. Los autores, por nuestra parte, hemos actuado como intermediarios activos
entre el combatiente y el lector. Asumimos el papel convencidos de la urgencia de obrar contra
la desmemoria.
Hay un hecho incontestable: la generación que produjo el huracán sobre azúcar que ha sido la
Revolución, se está extinguiendo biológicamente sin dejar registro de su protagonismo
individual y colectivo.
A estas alturas del tiempo, varios cientos de combatientes clandestinos y de guerrilleros han
muerto sin dejar memoria de los acontecimientos en los que participaron. Aún sigue ocurriendo,
indefectible y lamentablemente. Seguirá ocurriendo en los próximos años hasta que se advierta
un día que queda «el último guerrillero», o «el último combatiente clandestino», o casos en los
que se reúnen ambas condiciones. De la misma manera que hace casi dos décadas asistimos al
sepelio del «último mambí». Es un proceso natural. Cuando eso ocurra, los historiadores
tendrán que reconstruir y pensar el pasado con la documentación y los testimonios que se hayan
salvado. Entonces ya no contaremos con los interlocutores vivenciales, de ahí que aboguemos
por la urgencia del rescate testimonial que aún pueda quedar al alcance de los investigadores.
Con la reconstrucción que nos propusimos con esta entrevista biográfica, nos queda la
satisfacción de haber contribuido a salvar un testimonio singular e importante, que puede ayudar
a comprender y explicar el laberinto que representa la Revolución Cubana, probablemente el
proceso político-social más hondo de la historia americana.
El libro quizás pudiera ser alentador de esfuerzos similares. Es por ello que, convencidos del
peligro de la ya creciente pérdida de memoria histórica, los autores aunamos fuerzas para el
proyecto. Uno de nosotros, Oscar Puig, era estudiante universitario en la Escuela de Derecho de
la Universidad de Oriente, y el otro, Reinaldo Suárez, su profesor, y pese a que significaba una
sustracción fundamental de la zona temática en que se mueven nuestras inquietudes
investigativas, en las que hubo que hacer un alto y un desplazamiento frecuente, costoso y largo
–hasta La Habana, donde reside Enzo Infante–, decidimos contribuir a enriquecer el patrimonio
colectivo. Si lo anotamos en esta introducción es porque la experiencia podría reproducirse en
muchos espacios académicos cubanos, con el consiguiente beneficio común y colectivo.
Justamente, rescatar una memoria de extraordinario valor historiográfico fue la razón de fondo
que nos movió al esfuerzo, aunque estábamos enterados y conscientes de las limitaciones y
riesgos consustanciales al testimonio histórico. Con la robustez que aún conservan sus recuerdos
y la claridad y lucidez de sus exposiciones, Enzo Infante facilitó extraordinariamente la labor de
los entrevistadores, que hemos respetado en todo momento sus opiniones, incluso cuando
podíamos poner en tela de juicio la exactitud de algunas afirmaciones, o no coincidir con las
conclusiones. Este no es un libro pensado para aportar conclusiones propias, sino para salvar su
versión de los hechos y de las personas y su entendimiento del proceso revolucionario cubano,
al que tan accidentadamente se integró.
Enzo propicia un acercamiento sui géneris a la complejidad humana, regional e ideológica de
quienes hicieron la insurrección y la revolución. De sus limitaciones, diferencias y
desconfianzas, especialmente de las propias. Y deja bien clara una conclusión más de una vez
escuchada y compartida por los autores: cómo la capacidad nucleadora de Fidel Castro fue
determinante para unir a los revolucionarios cubanos, incluso a los del Movimiento 26 de Julio.
Superando discrepancias coyunturales o antagonismos personales, Fidel, en la convocatoria y
movilización de servicio a la causa revolucionaria, unió a quienes querían un cambio profundo
de la sociedad cubana –Enzo Infante Urivazo entre ellos–, o a quienes sin tenerlo como una
pretensión política, estaban en posibilidades de movilizarse para un proyecto transformador.
Los entrevistadores queremos dejar constancia precisa de nuestro reconocimiento –y profundo
agradecimiento– al Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau por su persistente y sólido
empeño de rescate testimonial. Su labor fecunda, visible y reconocida, estimuladora y
movilizadora –nosotros somos prueba–, acrecerá su importancia con la inundación de los años
transcurridos, por transcurrir.
LOS AUTORES
Santiago de Cuba, junio de 2009
1
De la niñez a la Escuela Normal
de Oriente
ENTREVISTADORES: Usted tiene una mezcla bastante común en Cuba, de europeo y africano,
¿cómo le llegó el mestizaje?
ENZO: Ah, lo que pasa es que mi papá era blanco rubio, y mi mamá era una mulata linda y
hermosa que lo volvió loco. En aquella época de prejuicios no se casaron nunca. Él vivió con mi
madre, que fue la mujer que siempre quiso y con la que tuvo sus hijos, pero desvinculado de su
familia de Santiago.
Nosotros éramos gente pobre y en aquel entonces en Victoria de Las Tunas no había escuela
pública más allá del cuarto grado. Había dos opciones: o pagar una escuela privada o ir a
estudiar a Holguín, y nosotros no podíamos hacer ninguna de las dos cosas. Entonces mi papá
tomó una decisión salomónica: cuando nosotros fuimos terminando el cuarto grado en la escuela
pública en Victoria de Las Tunas, nos fue mandando para casa de unas hermanas que eran
maestras y vivían en Santiago. Yo me alegré siempre de que eso ocurriera, porque en casa de mi
tía no solo estábamos nosotros, también estaban otros sobrinos, hijos de otros tíos: éramos como
diez o doce muchachos metidos allí, en esa edad conflictiva. Ahí llegó un momento en que
estábamos mis primos José, Nené y Rosi, todos mis hermanos y yo, y a veces iban otros dos
primos míos. Saca la cuenta para que veas la multitud de muchachos. Eso es divertido en esa
edad, aunque pueda suponer una verdadera tormenta para quien deba manejarlo.
ENTREVISTADORES: ¿Quién sostenía económicamente la casa?
ENZO: Aquello era terrible. Un día se comía bien, otro regular y otro nada más comíamos los
muchachos. Allí trabajaba mi tía Rosita, que era directora de una de las escuelas del Centro
Escolar Spencer, y mi tía Magdalena Infante, Nena, profesora de artes manuales de la Escuela
Municipal de Bellas Artes. Pero el trabajo de Nena era condicionado al alcalde que gobernara: si
era amigo de la familia, trabajaba; si no era amigo, pues quedaba cesante, y entonces solo
trabajaba Rosita, y pasábamos más trabajo, si es que eso era posible. Mi tía Rosita, además,
fabricaba flores artificiales de papel crepé que nosotros salíamos a vender, y Nena arreglaba
muñecas rotas con un preparado elaborado por ella misma a base de una pasta hecha con cola,
blanco de España y papel mojado. Mi papá ayudaba con lo que podía, y cuando podía, sobre
todo mandaba alimentos que fueran duraderos. Yo recuerdo que mandaba pan de hogaza y
muchas latas de carne y dulces en conserva. Aunque cuando caían en la casa nosotros no les
dábamos tiempo a que se echaran a perder. Pero realmente pasamos mucha necesidad, porque
no era nada fácil en aquel tiempo, es que éramos muchos y el dinero que entraba en la casa no
alcanzaba. A la sazón, el único «entretenimiento» que teníamos era ser malacabezas, y vivíamos
haciendo travesuras y locuras de muchachos. Como éramos tantos, llegaba un momento en que
resultábamos insoportables.
Entonces mi tía Rosita, para poder tranquilizarnos un poco, nos cogía en la noche y nos ponía
un libro de historia en la mano. ¡Eran maestras y tenían en la casa muchos libros! Había uno en
particular que yo hace tiempo que lo estoy buscando –para ver si se hace ahora uno similar de
los héroes de esta etapa de la Revolución–, que se llamaba La comunidad cívica y el ciudadano,
y otro titulado Nuestra Patria, en el cual estaban los símbolos patrios: el Himno, la bandera, el
escudo, su origen y otros temas muy interesantes. En La comunidad cívica y el ciudadano había
una constelación de patriotas de las guerras del 68 y del 95 pintados a plumilla por un artista
plástico muy bueno de aquella época, Hernández Giró, con una síntesis biográfica al pie de cada
imagen. Entonces a nosotros nos ponían a leer aquel libro y hacíamos competencia entre todos
para ver quién sabía más de aquello, y así fuimos aprendiendo, fuimos conociendo a aquellos
patriotas. Además, mis tías se habían formado como maestras en la primera etapa de la
República y todavía conservaban aquel halo patriótico de las luchas del 68 y del 95, porque
empezaron a trabajar a principios de siglo XX y aquellas tradiciones estaban frescas y nos las
transmitían.
También había un tío, Gabriel, que estaba casado con Herminia Rodríguez del Prado,
descendiente ella de don Silverio del Prado –uno de los patricios de aquella época– y tía del
revolucionario Léster Rodríguez. Las Rodríguez del Prado eran tres hermanas: Argentina,
Cachita y Miñita, la esposa de mi tío. Ellas también eran maestras y nos contaban que habían
conocido a Martí cuando estuvo en Santo Domingo. Todas esas cosas fueron influyendo y
creando en nosotros un sentido patriótico, de amor a la patria y a la libertad. Esa fue una
formación familiar y un poco de Santiago de Cuba de manera general, porque estoy seguro de
que nosotros no fuimos los únicos que estuvimos sujetos a esa tradición, pues en aquella época
casi todos los muchachos santiagueros estaban vinculados a ella. ¡Ese ambiente se respiraba en
las escuelas y hasta en los barrios!
Mis tías maestras fueron las que pusieron en mis manos los primeros libros de historia,
además de las conversaciones con la familia todas las noches durante años. Eso hizo que a mí
me gustara mucho la historia y despertara en mí el interés por saber más. Entre los primeros
libros que yo leí estaba Mis primeros 30 años, del general Manuel Piedra, y yo me encantaba
leyendo aquello, al punto que aún hoy le hago los cuentos de lo que yo leía en aquella época a
uno de mis nietos, entre ellos uno al que le llamo Manolito Piedra, y a él le encanta.
ENTREVISTADORES: Esta es la formación básica, inicial, pero ¿cuál fue la experiencia en los
estudios subsiguientes?
ENZO: Yo fui alumno de la Escuela Anexa a la Normal de Oriente, y nunca se me olvida mi
maestra Asela Franco, que nos llevaba a pie hasta la Plaza de Marte y nos explicaba sobre el
origen de todas las estatuas y todo lo que había allí. Nos llevaba también al cementerio a ver las
tumbas de los héroes, al Paseo de Martí a ver la estatua de José Maceo, a la Alameda de
Michelsen tradicionalmente cada 27 de noviembre para rendir homenaje a los estudiantes
fusilados en 1871, al Parque San Juan a ver el Árbol de la Paz, al Museo Bacardí, y entonces
realizábamos todas esas actividades de tipo patriótico que se hacían en las escuelas, que nos
iban formando una vocación por la historia y por la libertad. Participábamos también en
concursos patrióticos, y en uno de esos me gané una vez una medalla en un concurso sobre José
Martí, que me la dieron en el Teatro Aguilera. Estaba en la Primaria Superior ya cuando eso.
En fin, por una parte estaba la influencia de mi familia y la influencia de la escuela pública
santiaguera. Algún día habrá que reconocer el papel que jugó la escuela pública en los
posteriores acontecimientos que estremecerían al país.
ENTREVISTADORES: Estrada Palma, por ser el primer presidente republicano, tiene un lugar
simbólico, al menos en la memoria histórica nacional. ¿Qué visión se les daba a ustedes cuando
niños sobre él?
ENZO: Bueno, la escuela presentaba a «don Tomás» como el patricio, el mambí, el primer
presidente, hombre honrado que fue incapaz de robar un centavo, muy austero. Pero además, a
mí su persona me llegaba de cerca, pues él estaba emparentado con unos familiares de nosotros.
Yo tenía una parienta lejana (prima de mi abuelo paterno) llamada Panchita Infante Guardiola, a
su vez parienta de «don Tomás», que era Estrada Palma Guardiola. Por eso en mi familia era
aún más exaltada la figura de este hombre. Pero ese tratamiento en la enseñanza pública era
lógico, pues con la burguesía en el poder y con la ayuda americana, se intentó crear esa imagen
pura y limpia de Estrada Palma y de todos los que como él entregaron el país a los yanquis.
Muchos años después es que yo empiezo a saber quién fue en realidad ese señor, y pude llegar a
la conclusión de que fue un gran farsante, que incluso se involucró con los americanos en las
gestiones para que el Ejército Libertador los apoyara. Es decir, «don Tomás» se hacía pasar por
abanderado de las ideas de Martí, cuando en realidad él representaba la negación de todo el
pensamiento martiano. Considero que bastante respeto se ha tenido con su figura al conservar en
el Cementerio de Santa Ifigenia su tumba monumental al lado de la de José Martí. Para mí no
fue más que un gran hipócrita y un traidor.
ENTREVISTADORES: Pero había espacios exclusivos para negros, como los había para blancos.
Y el ambiente del barrio Moncada es muy distinto a donde estaban las «clases vivas» de Vista
Alegre y los demás barrios residenciales de la burguesía blanca.
ENZO: Claro. Esto que yo estoy diciendo no significa que no existiera discriminación. Ningún
mulato o negro podía entrar a un club de blancos, ni siquiera a los más sencillos, como el Club
Náutico. Entonces los negros se agruparon en dos instituciones propias: el Club Aponte, que
reunía a los negros más prietos, y la Luz de Oriente, que era para los negros más claros y los
mulatos. Quiere decir que ellos mismos se fueron dividiendo, los más oscuros para un lado y los
más claros para otro. Pero repito, los blancos y los negros eran unidos, lo digo por mi
experiencia personal. Yo viví en el barrio Moncada, y allí todos nos conocíamos y nos
llevábamos bien, sin ningún problema.
2
Las luchas magisteriales y el Colegio
de Maestros
ENTREVISTADORES: Usted proviene de un sector profesional muy activo, que suele intervenir
mucho en los procesos sociales, en todas partes. En su caso, ¿qué le hizo vincularse a las luchas
magisteriales?
ENZO: Yo siempre fui un muchacho inquieto, siempre tuve ganas de cambiar las cosas y desde
que entré en la Normal fui dirigente estudiantil, fui delegado de curso y vicepresidente de la
Asociación de Estudiantes de la escuela. En el último año me presenté a las elecciones para la
presidencia, pero no resulté ganador. El que venció fue Miguel Matute Peña, un compañero que
tenía muchas más condiciones de dirigente que yo.
Por la época en que yo estudiaba en la Escuela Normal había muchas divisiones y
antagonismos entre los maestros por las oportunidades de trabajo: se peleaban los maestros
normalistas con los de kindergarten y estos con los de educación física, cada uno defendiendo
sus intereses. No había en ese momento ninguna unión entre las especialidades que impartían
clases en las escuelas. Entonces resulta que en una ocasión, profesores de la Escuela Normal
abrieron en esta un cursillo de preparación, en el verano, para maestros de educación física. En
eso estuvieron los profesores Esteban Téllez y Carmen Pérez Acosta, entre otros, y nosotros
comenzamos a protestar en contra de aquella iniciativa, pues no concebíamos a maestros
normalistas preparando a profesores de educación física, y menos en la propia Normal. Yo me
erigí en abanderado de aquella pelea que surgió de la Asociación de Estudiantes, pero cuando la
cosa se puso fea, me dejaron solo y eso me costó enemistades y animadversión con algunos
profesores.
Después de aquel incidente con los maestros, yo terminé la Normal, y Paquito Gutiérrez,
dirigente del Colegio de Maestros que me conocía por aquel desagradable hecho, me llama un
día y me propone entrar al Colegio, porque según él me veía madera de dirigente y consideraba
que desde ahí yo podría exigir con más fuerza.
En el año 1951 se celebró el Primer Congreso Nacional Constituyente del Colegio de
Maestros Normales y Equiparados, pues antes de la puesta en vigor de una ley que estipulaba
que los profesionales no universitarios se organizaran por títulos según sus especialidades, los
maestros estaban muy divididos porque existían varias asociaciones: la Asociación Educacional
de Cuba, el Colegio de Maestros de Cuba, la Asociación de Maestros Católicos, entre otros.
Yo estaba al tanto de esas cosas por mis tías, que llegaron a formar parte de la Dirección de
alguna de esas asociaciones en Santiago, y además porque era cobrador de la Asociación
Educacional de Cuba en Santiago, donde mi tía Rosita era dirigente. Ese trabajo no solo me
permitió conocer a casi todo el magisterio santiaguero, sino conocer cada recoveco de la ciudad,
que debíamos recorrer mi hermano Renaldo y yo todos los meses.
Paquito Gutiérrez habló conmigo en los días previos a la celebración del congreso y me
comentó que se pensaba crear un colegio único donde se unirían todos los maestros del país que
poseyeran el título de Maestros Normalistas, además me preguntó si me interesaría ir como
delegado. Yo, por supuesto, le contesté que sí, y así fue que participé como delegado por
Santiago de Cuba. El evento se celebró en Ceiba del Agua y duró varios días. Ahí conocí a
muchos maestros: a Raúl Ferrer y Manuel Padrón Naranjo, ambos maestros comunistas de La
Habana; a Hubert Matos, quien vino como delegado por Manzanillo; a José Fuertes Jiménez, los
hermanos Peralta, Roberto Noy Bolaños, de Las Villas, y a Ricardo González Tejo, de
Matanzas, y muchos más. De todos ellos, unos cuantos se unieron a la lucha con el tiempo, no
solo a la magisterial, sino a la revolucionaria.
ENTREVISTADORES: ¿Le inspiró confianza el hecho de que el hijo del ministro de Educación se
interesara personalmente en su caso?
ENZO: En ese momento no me interesó si lo que él quería hacer era campaña política o
simplemente un acto de justicia, yo no pensaba en nada de eso. Lo único que realmente yo
quería era recuperar el puesto que me pertenecía y por eso arranqué, vine para La Habana,
llegué al Ministerio, localicé al hijo de Rivero Agüero y él me llevó a la Consultoría Jurídica de
allí. Habló con los abogados –recuerdo que uno de ellos era el doctor Silió– y efectivamente,
estos dijeron que sí, que yo tenía razón. Me instruyeron que regresara a Santiago, que ellos
mandarían las conclusiones. Como a los quince días llegó a la Junta de Educación una
resolución definitiva declarando que yo era el único que tenía derecho, y volví al puesto. Eso
fue entre 1953 y 1954, y comencé a trabajar en la Escuela Nocturna número 4 en el aula de 5to.
y 6to. grados, que me pertenecía.
Paralelamente, unos meses después de nuestro despido del Colegio Dolores, mi hermano y yo
decidimos poner una academia privada para repasar y dar clases, en colaboración con las
hermanas Ena y Caridad Enrich, y a ese colegio le pusimos Desiderio Fajardo.
ENTREVISTADORES: ¿A qué se debe entonces que se haya eclipsado del ámbito revolucionario?
ENZO: Después del asalto al Cuartel Moncada se van decantando los campos, entre los que
estaban con Prío –que significaba volver al pasado– y de los que querían luchar por algo nuevo.
Creo en primer lugar que el asalto al Moncada fue ese llamado de alerta a la conciencia
nacional. Y Temístocles era la expresión, en aquel grupo de estudiantes luchadores, de vínculos
con el pasado priísta, cosa que demostró al ayudar a Prío y optar por volver al pasado con los
auténticos. Se produce entonces la ruptura de Frank y de otros compañeros con Temístocles,
pues estos veían la lucha desde una óptica distinta, nueva, que rompía con las viejas y
anquilosadas fórmulas que habían propuesto por años los auténticos. Después él se va para
Santo Domingo y se vincula a las expediciones de Trujillo y Prío. Ya a esas alturas él estaba
desvinculado de la lucha en Santiago por haber tomado otro camino. Y cuando triunfa la
Revolución, él no está ya en Cuba, pero regresa.
ENTREVISTADORES: Cuando Pepe Cala le propone «hacer algo», ¿usted sabía a lo que se
refería?
ENZO: No te voy a decir que yo sabía exactamente en lo que andaba Pepe Cala, pero sí sabía
que era algo importante y que te-nía que ver con la lucha contra Batista, por eso es que cuando
él me dice aquello, yo, que hacía rato estaba loco por meterme en serio en esas cosas, no lo dudé
ni un momento. Y ese lunes por la noche, como a las ocho, pedí permiso en la Escuela
Nocturna, salí antes de tiempo y me fui para allá. En esa reunión estaban Pepe Cala, Alfonsito
Verdaguer, Carlos Iglesias (Nicaragua), Elías Rosales, Lorenzo Reina, Emilio Lamelas y Luis
Paiba –un primo de Pepe que sigue viviendo en Santiago. Estando allí reunidos, llegó Frank
País. Recuerdo que iba vestido con un pantalón oscuro y un jacket azul de dos tonos, oscuro por
fuera y claro por dentro. Y cuando me vio, me dijo: «Maestro, qué bueno que estés aquí».
ENTREVISTADORES: Conocemos esa rama de la lucha como Acción y Sabotaje. ¿En esa época
era solamente Acción?
ENZO: Yo no recuerdo haber oído hablar de sabotaje en la organización que teníamos al
principio. Mi célula era de Acción y se ocupaba a la vez de las tareas de Propaganda, por lo que
Frank puso a mi grupo a disposición de Gloria Cuadras, quien era por ese tiempo la responsable
de Propaganda del Movimiento 26 de Julio en Oriente. Lo cierto es que cuando nos
comenzamos a organizar, no se decía nada de sabotaje, aunque si te pones a pensar, muchas de
las acciones que ejecutamos constituían también sabotajes. Pero la palabra Sabotaje pasó a
formar parte del Frente de Acción después. Es cierto también que cuando se crea el Movimiento
26 de Julio, eso pasa al Frente Bélico, aunque nosotros seguíamos llamándolo Acción.
Continuando con la incorporación de Frank al Movimiento, cuando le hacen la propuesta, él
nos pide nuestra opinión, como hizo con los demás jefes de células, para ver si estábamos de
acuerdo y qué pensábamos al respecto.
Déjame decirte que independientemente del impacto que causó en mí la acción de Fidel y los
moncadistas, lo que más influyó en mí en ese sentido fueron la actitud y las prédicas de Frank.
Él llegó a decirme un día: «El único hombre al que yo sigo en este país, en la Revolución, es a
Fidel Castro, porque demostró que está dispuesto a morirse ahí, al frente de sus hombres…»
Esto demuestra que Frank tenía muy claro en su pensamiento que Fidel y los compañeros del
Moncada eran gente muy respetable, y formaban un grupo a los que se podía y debía seguir en
la lucha revolucionaria. No obstante, cuando a él le plantean lo de la incorporación al
Movimiento 26 de Julio, él nos pide nuestra opinión. Yo tengo entendido que a todos los que
consultó le dieron su aprobación. A pesar de eso la incorporación de Frank no fue inmediata,
algo pasaba con él que hacía demorar su unión al Movimiento. Yo creo que la razón era que
Frank pretendía, aunque él perteneciera al Movimiento 26 de Julio, seguir realizando las
acciones que él determinara con el objetivo de buscar armas, organizar y preparar hombres,
porque lo que él no quería era someterse a una dirección en la que no pudiera hacer nada, él
quería seguir actuando en ese sentido como hasta el momento, a pesar de estar ahora en una
organización de mayor envergadura.
ENTREVISTADORES: En junio de 1956 se detecta el robo de unas armas por dos miembros del
Movimiento 26 de Julio, Manuel Sosa y Pedro Otaño, que las tenían a su cuidado. Ambos
fueron juzgados y ejecutados. ¿Tuvo conocimiento de esos hechos?
ENZO: Yo acostumbraba a ir a casa de Frank todos los días, alrededor de las doce del
mediodía, pues salía de mi escuela a las once, pasaba por el Colegio de Maestros y después por
su casa para ver si había alguna orientación. Y ese día cuando llegué, noté que el ambiente
estaba alterado y los ánimos caldeados. Josué salió del cuarto alteradísimo y Frank se veía
visiblemente molesto, al punto de que cuando me vio, preguntó si yo tenía algo que decirle, y
cuando le respondí que no, dijo que podía irme. Aquello me extrañó, pues nunca me había
tratado así, pero de todas formas me fui con preocupación, pues infería que algo ocurría y que
no tenía que ser de mi conocimiento o incumbencia. Al otro día escucho algunos rumores, se
decía que habían aparecido unos muertos y que los había matado la gente del Movimiento 26 de
Julio. Al principio yo no entendí muy bien, pero sí supuse que la discusión en casa de Frank
tenía que ver con eso. Después, con el tiempo, supe qué fue lo que pasó, y que Nicaragua, Nene
Álvarez y Sotús habían participado con Frank en la captura y ajusticiamiento de los culpables de
aquella falta grave.
ENTREVISTADORES: ¿Volvieron a ejecutar combatientes que produjeran hechos iguales o
similares?
ENZO: Que yo sepa no, porque generalmente cuando alguien cometía una indisciplina que
indicara que no se le podía tener confianza, lo que se hacía era separarlo inmediatamente de las
filas nuestras.
ENTREVISTADORES: Meses antes del hecho comentado, en abril de 1956, un grupo de militares
de academia organizó una conspiración contra la dictadura, que fracasa. Entre los principales
arrestados y organizadores estaban el coronel Ramón Barquín López, el comandante Enrique
Borbonet Gómez y el teniente José Ramón Fernández. ¿Ustedes tuvieron conocimiento previo
del plan de estos oficiales?
ENZO: Por esos días, Frank convocó una reunión en La Placita de Crombet, porque se decía
que los auténticos iban a realizar una acción contra Batista, creo que fue cuando lo del asalto al
Cuartel Goicuría de Matanzas. La idea de Frank era aprovecharse de la situación y si había
oportunidad capturar algunas armas que se decía iban a entregar. Pero el nexo entre el
Movimiento 26 de Julio y la Conspiración de los Puros, como se denominó aquella rebelión, fue
posterior. Recuerdo que Frank me mandó con Pepito Tey a ver a un militar que había sido
trasladado de Matanzas para Santiago a raíz de aquello y al parecer este militar ciertamente
estaba comprometido, a pesar de que no había pruebas en su contra y por eso solo había sido
trasladado y no detenido. Ese encuentro se celebró en una casa del Reparto Sueño, cercana al
Cuartel Moncada. Quien realmente habló fue Pepito, y al parecer esa relación dio sus frutos,
pues el militar colaboró en el suministro de parque, sobre todo.
4
El 30 de Noviembre en Santiago
ENTREVISTADORES: Tenemos entendido que en los días previos al 30 de Noviembre usted hace
un viaje sorpresivo a Las Tunas, su tierra. ¿A qué se debió?
ENZO: El martes 27 de noviembre, como a las doce del día, Frank me localiza en el Colegio
de Maestros y me dice que debo ir a Las Tunas con la misión de llevarle a la Dirección del
Movimiento de allá las instrucciones finales. Consistían en que como no había posibilidades de
entregarles arma ninguna, debían resolver las cosas que pudieran con sus propios recursos,
como volar puentes, tumbar postes telefónicos y eléctricos, y paralizar o interrumpir el tráfico
para impedir el movimiento del Ejército. Además, debía informarles la fecha y hora
establecidas, que serían el día 30 a las siete de la mañana.
Salí en un ómnibus Santiago-Habana que cogí a la una de la tarde en la estación que estaba en
Carmen y Carnicería, para lo que Frank me entregó el boletín que ya había comprado. Recuerdo
que llegué ese mismo día al atardecer, localicé a José Rodríguez, Pepe –quien era el
coordinador–, y este a los demás compañeros, que a su vez avisaron a los de otros lugares
vinculados a Las Tunas. Y celebramos una reunión al día siguiente por la mañana en una casa
que estaba en la Carretera Central, frente a un lugar conocido como El Cuartelón de las 28
Columnas.
La casa pertenecía al locutor de radio Antonio Cusidó y allí estuvieron gente de Puerto Padre,
de la misma Tunas y de Jobabo. Les transmití las indicaciones con el máximo de detalles que
pude, pero siempre recordándoles que el objetivo debía ser paralizar los pueblos e inmovilizar al
Ejército batistiano para apoyar a Fidel. Cuando terminé la reunión me fui para la casa de mi
familia (recuerden que yo soy de allá) y ya ellos me habían gestionado el pasaje de regreso con
Rafael Catalá, el agente de Santiago-Habana. Y el mismo día 28, como a las siete de la noche,
embarqué en el ómnibus de regreso para Santiago. Llegué en la madrugada del 29, y cuando
llego a la casa, Puchete me informa que Frank ha dado la orden de acuartelar a mi grupo para las
siete de la mañana de ese mismo día en la tienda El Carrusel, y que él se había ocupado de citar.
Bueno, como a las siete de la mañana del día 29, encontrándonos Puchete y yo allí,
comenzaron a llegar los compañeros de mi grupo. Al poco rato llegó Frank con Taras Domitro y
nos dio la misión de distribuir las armas que quedaban allí por una lista que tenía Frank y que él
personalmente supervisaría. Se distribuyeron las armas sin problemas y antes de las once de la
mañana llegó Armando Hart. Entonces Frank me dijo que había que imprimir un documento
que me daría Hart. En ese entonces yo no sabía quién era Armando. Frank me lo había
presentado unos días antes como un compañero más, pero yo no sabía ni su nombre ni lo que
hacía en el Movimiento, y yo no preguntaba.
El caso es que Hart me dio un documento y me dijo que había que sacarle diez mil copias y
había que tenerlas listas para la mañana siguiente, que las Brigadas Estudiantiles las
distribuirían. Para esa tarea designé a José Ángel Mustelier y a José Nivaldo Causse, quienes
con dinero que me dio Frank compraron papel, tinta y los esténciles y se fueron para el Colegio
de Maestros para hacer el trabajo en el mimeógrafo de allí. Pero resulta que como a las cuatro
de la tarde me vienen a ver porque había un compañero que se había enterado de lo que estaban
haciendo y se opuso a que se usara el Colegio de Maestros para eso.
Cuando se lo dije a Frank, él enseguida –con esa chispa proverbial que tenía– me dijo que no
importaba, que si lo que le molestaba a ese compañero era que hiciéramos eso allí, pues
nosotros nos llevábamos el mimeógrafo para otro lugar y resuelto el problema. Y efectivamente,
fuimos en el Dodge rojo en que se movía, bajamos el equipo, lo montamos en el auto junto con
el resto de los materiales y se lo llevaron todo para una casita que Pepe Cala había alquilado en
Santa Lucía, cerca de Trocha, para mudarse cuando se casara el 4 de diciembre. Ahí se pasaron
Causse y José Ángel hasta las once de la noche imprimiendo la proclama, y cuando terminaron
ya no era posible regresar el equipo al Colegio y se dejó allí. Causse quedó incorporado al
acuartelamiento y a José Ángel lo mandé a su casa en reserva.
Durante el día, una parte de mi grupo se había ido con Frank para Punta Gorda a rellenar con
dinamita y ponerle fulminante y mecha a una caja de cascos de granada que habían traído desde
Guantánamo esa misma mañana. En eso estuvieron hasta bien entrada la tarde, casi de noche.
Participaron Hermes Clemente Caballero, Carlos Sarabia Hernández, Jorge Manfugás Lavigne y
los hermanos Euclides y Franklin Aguilera. Una vez de regreso, los autoricé para que fueran a
comer algo y finalmente nos acuartelamos en nuestra casa, en el Colegio Desiderio Fajardo.
Cuando terminamos con todas las tareas asignadas por Frank para ese día, mi hermano y yo, ya
de noche, cogimos nuestras armas y uniformes, los metimos en unos sacos de yute y los
llevamos para la casa de las hermanas Martínez Anaya: María Antonieta y Dulce, quienes
vivían en Santa Lucía y San Félix, frente a la casa de Rousseau y Suzette. Ellas eran maestras y
María Antonieta formaba parte de la Dirección del Colegio de Maestros. Ellas conocían de
nuestra actividad revolucionaria y nos guardaron el saco con todo aquello, sin problemas.
Después nos fuimos para el colegio nuestro (en Cuartel de Pardos número 311, entre Trinidad
y San Germán), donde pasamos la noche con los demás compañeros, y como a las cinco y pico
de la mañana repasamos el plan y nos dispusimos a irnos de dos en dos para el cuartel general.
El primero en salir fue Puchete –porque tenía que abrir la casa–, después Manfugás con Sarabia,
Negrito con su primo, y así fueron saliendo todos hasta que nos fuimos de últimos Miguelito
Deulofeu y yo. Cuando vamos bajando San Germán, nos paró una patrulla de la policía.
¡Imagínate, dos jóvenes juntos y a esa hora! Era una mala señal. Pero no, por fortuna creyeron
lo que les dijimos: que nosotros teníamos una escuela cerca y que íbamos a comprar pan a la
panadería que había entre Reloj y San Germán.
Ellos se fueron y nosotros por si acaso compramos pan y dimos una vuelta por si nos seguían.
Fuimos de los últimos en llegar. Ya allí estaban Frank, Armando Hart, Haydée Santamaría,
Gloria Cuadras, Ramón Álvarez, María Antonia Figueroa y Baudilio Castellanos, todos ellos de
la Dirección del Movimiento. También estaban Asela y Vilma –que no eran de la Dirección–,
junto a otro grupo de compañeros. Vilma se encargaba, entre otras cosas, de las medicinas y los
botiquines. Mi grupo completo quedó así: Taras Domitro –incorporado como chofer por Frank–,
Agustín País, Puchete, Negrito Carmenate, Humberto Castillo, José Nivaldo Causse, Eugenio
Aguilera, Jorge Manfugás, los hermanos Euclides y Franklin Aguilera, Carlos Sarabia, Miguel
Deulofeu y yo. Creo que no se me queda nadie. Esos fueron los que participaron conmigo en el
asalto a la Ferretería Dolores y en la custodia del cuartel general, que eran las acciones en que
nos correspondió participar aquel viernes 30 de Noviembre.
ENTREVISTADORES: ¿Y Tony?
ENZO: Yo conocía menos a Tony. Él era un muchacho de La Placita, un tipo serio, pero muy
simpático y de buenas relaciones humanas. Comencé a relacionarme más con él cuando se
empieza a usar su casa para reuniones. Incluso la reunión donde pasamos a formar parte del M-
26-7 se hizo en su casa. Ambos sabíamos en qué andaba cada uno, pero no trabajamos juntos ni
siquiera en los días previos al 30 de Noviembre, cuando en su casa había un arsenal importante
que fue distribuido entre otros comandos distintos a los que se equiparon con las armas que
estaban en El Carrusel. La noticia de su muerte también la trajo Pérez Silva y resultó igualmente
dolorosa.
ENTREVISTADORES: ¿Y Otto?
ENZO: Pérez Silva no sabía nada de la muerte de Otto, y yo salí del cuartel general antes de
que llegara esa noticia, me enteré en la tarde de ese mismo día. Esas tres muertes fueron muy
dolorosas e irreparables para el Movimiento 26 de Julio, pues además de ser luchadores de
valía, probados ya en el fuego de la acción, eran muy buenos compañeros de todos los que
participábamos en aquellos acontecimientos libertarios.
5
Responsable de la propaganda
ENTREVISTADORES: ¿Qué suerte corrió cada jefe de Acción después del levantamiento?
ENZO: Según lo que yo recuerdo, Jorge Sotús fue designado para dirigir el grupo de refuerzo
para la Sierra. Emiliano Díaz Fontaine, Nano, también fue seleccionado para integrar ese grupo,
al igual que Enrique Ermus y Félix Pena. Nene Álvarez e Ignacio Alomá se quedaron en
Santiago, junto con Nicaragua, quien fue designado por Frank como su segundo, cargo en el que
se desempeñó hasta que cae preso en abril o mayo de 1957. Luis Clergé se quedó en Santiago
con su grupito, que había sido incorporado al de Pepe Cala antes del levantamiento. José (Pepe)
Cala estuvo preso hasta que salió absuelto en el juicio y Frank lo incorpora a trabajar como una
especie de ayudante suyo para el trabajo en los municipios. Agustín Navarrete quedó en Santia-
go trabajando en Acción, junto con Agustín País. Casto Amador cayó preso y fue condenado.
Bueno, yo seguí en la ciudad, ocupando a partir de ese momento la jefatura del Frente de
Propaganda. Creo que no se me queda ninguno de los que participó como jefe de algún grupo en
las acciones del 30 de Noviembre.
ENTREVISTADORES: Félix Pena es una figura polémica, que tuvo encontronazos con Frank.
¿Qué justiprecio le merece?
ENZO: Yo de Félix no tengo mucho que decir, porque en cuestiones de trabajo solo
coincidimos ocasionalmente. Sabía de su dirigencia en la Escuela de Comercio, y que era muy
valiente, salía al frente en todas las manifestaciones estudiantiles, era el prototipo del líder
estudiantil que le salía al frente a la policía en cualquier momento. Él es de los que inicia el
trabajo conspirativo en Santiago que comenzó por los estudiantes, junto con Temístocles
Fuentes, Orlando Benítez, Frank País, Pepito Tey y otros que eran dirigentes en los centros de
Segunda Enseñanza. Eso desde fecha tan temprana como octubre de 1952. Pena sigue con Frank
y los demás hasta que se decide crear Acción Revolucionaria Oriental, con el criterio de
organizar grupos de acción que se desvincularan de cualquier otra cosa que no fuera la
preparación de la guerra.
Cuando eso ocurre, las ideas de Frank y de Pena comienzan a separarse, pues este último
sostenía que el frente estudiantil era un centro de agitación política que se debía mantener con
todas sus actividades. Y Frank no decía lo contrario, pero consideraba que los elementos de los
nuevos grupos de acción se debían apartar de la vida pública, de manifestaciones en las calles,
para trabajar en la clandestinidad. Pero además Pena no era un desconocido. Él funda el Bloque
Estudiantil Martiano enseguida que empezó la conspiración en la ciudad, y el Bloque ganó
adeptos en todos los centros de Segunda Enseñanza. Frank entendía que si Pena no se ajustaba a
la nueva forma de lucha, pues no lo quería colaborando, además de que pensaba que toda esa
actitud suya tenía que ver con el interés de destacarse para sobresalir y luego escalar como una
figura política pública.
El caso es que cuando se van a crear las Brigadas Estudiantiles del Movimiento 26 de Julio,
todo el mundo pensaba que era Pena la persona idónea para dirigirlas. Pero Frank no estuvo de
acuerdo. Según mi criterio, por esa diferencia de concepción de la lucha. Y a Frank nadie le
ganaba en tozudez cuando tenía un criterio bien pensado y razonado. Esto a pesar de que Josué,
Pepito y Léster apoyaban la jefatura de Pena en las Brigadas.
El 27 de noviembre de 1955, en la Universidad de Oriente se realiza una manifestación
liderada por Félix Pena y sus adeptos, en la que queman una guagua, y para esa acción a Frank
le habían pedido prestada una pistola que en la huida se había extraviado, y que felizmente
encontraron cuando viraron a buscarla. Después de eso es que Frank accede a que Pena se haga
cargo de las Brigadas, pero bajo su supervisión y control. En Santiago, no sé si por ese control
directo de Frank, o por la labor de Pena, las Brigadas se convirtieron en el segundo escalón en el
aparato armado.
A Pena lo vi en dos reuniones importantes: la primera antes del 30 de Noviembre en la casa de
Emiliano Corrales –adonde Frank, después de su viaje a México, trae las últimas orientaciones–,
y la segunda –después del alzamiento–, en la casa de las Atala Medina, para reorganizar el
trabajo del Movimiento.
Pena se va en el primer refuerzo para la Sierra, cruza con Raúl Castro para el Segundo Frente
y regresa a Santiago después del triunfo. Nosotros no nos vimos porque nunca tuvimos una
relación estrecha. Coincidimos en la lucha en Santiago, pero nunca trabajamos juntos. Luego
supe que había tenido problemas por aquel juicio celebrado a los pilotos en febrero de 1959, a
los que absolvió. Yo lo supe porque Augusto Martínez Sánchez, ministro de Defensa Nacional –
con el que yo trabajaba–, debió ir a Santiago a rehacer el juicio. Al parecer los abogados de la
defensa convencieron a Pena –que presidió el Tribunal Revolucionario–, sobre todo un profesor
de la Escuela de Comercio que defendió la tesis de que no se podía probar la participación
individual de cada uno de los acusados en los bombardeos porque no se contaba con las pruebas
suficientes, por no existir los medios para alcanzarlas.
ENTREVISTADORES: Su viaje a Santa Clara coincide con la muerte de Josué País y sus dos
compañeros de acción. ¿Cómo se enteró de sus muertes?
ENZO: Al día siguiente, lunes primero de junio, voy a casa de Eduardo Calderón a saludarlo, y
él me dice que por radio informaron que han matado a Josué País y a otros compañeros en un
enfrentamiento con la policía en Santiago, el día anterior. Esa misma tarde regresé y llegué por
la noche. Al otro día fui a ver a Frank, que estaba en la casa de Avelino García, en Reloj esquina
a Santa Rosa. Le di el pésame, le informé del viaje y conversamos un rato. Con él me enteré de
los detalles.
Ese día todo salió mal: fracasó el intento de apertura del Segundo Frente, falló la bomba de
tiempo colocada por Agustín País para sabotear el mitin de Masferrer en el Parque Céspedes, y
lo único que se iba a hacer era la frustrada acción en la que cayó Josué. Por eso es que, en una
carta a Fidel, Frank le menciona aquel día como «nuestra Fernandina», porque todo se vino
abajo y a cada minuto llegaban malas noticias, la peor sin dudas, la muerte de Josué País,
Salvador Pascual y Floro Bistel.
Recuerdo que cuando yo le confirmé a Frank la información que tenía sobre lo de las goletas
en Samá, él me mandó a sacar los pasaportes de mi hermano Puchete y el mío para que cuando
él me avisara fuéramos con otros compañeros a traer unas armas. Frank murió el 30 de julio sin
haberme dado el aviso del viaje a Bahamas. Daniel (René Ramos Latour) nunca me dijo nada,
por lo que supongo que no conocía los planes de Frank en ese sentido, o decidió designar a otras
personas para la misión.
ENTREVISTADORES: ¿Cree que después de la muerte de Josué, Frank se mostró más arriesgado,
es decir, menos precavido para salvar su vida?
ENZO: Yo lo que pienso es que Frank no pensó nunca en salvar su vida. Él era precavido
como todo combatiente, pero siempre estuvo consciente del peligro que corría y no andaba
evitándolo. Creo que él siempre consideró la posibilidad de caer en la lucha. En una ocasión él
decide terminar una relación con una joven que le reclamaba porque él casi no pasaba tiempo
con ella, y él le dice en una carta: «…es mejor que sea así, porque yo sé lo que vendrá…», y
cuando baja de la Sierra Maestra la primera vez, Vilma estaba muy entusiasmada con el
ambiente allá arriba y con la posibilidad de alzarse, y Frank le dijo: «No, Vilma, a nosotros nos
toca sacrificarnos…»
Él estaba consciente de que su vida iba a ser sacrificada por la victoria, y nunca temió por ello.
Y cuando tú estabas a su lado en situaciones tensas, lo veías con un aplomo y una serenidad
increíbles, los problemas los enfrentaba con mucha tranquilidad.
ENTREVISTADORES: Varias obras fuera del país, escritas principalmente por enemigos de la
Revolución Cubana, se han esforzado por confrontar a Frank País con Fidel Castro. Sin rodeos:
¿Frank participó en algún intento para limitar o condicionar la proyección política de Fidel?
ENZO: No lo creo. Yo sí sé que hubo gente dándole vueltas a Frank pensando que él no se
daba cuenta, pero él era más listo que todos ellos. Frank los escuchaba, pero él tenía una opinión
formada, y nunca, lo puedo decir con absoluta certeza, participó en nada contra Fidel.
El hecho de que le expresara a Fidel de forma directa sus opiniones y criterios, no significa en
modo alguno que él quisiera limitar su accionar político, por el contrario, era una prueba de su
capacidad para ser honesto. Y el hecho de participar en la comisión que elaboró un proyecto de
programa para el Movimiento, y que estuviera al tanto y alentara la elaboración de la Tesis
Económica que redactaban Regino Botti y otros economistas e intelectuales para el Movimiento
26 de Julio, tampoco puede interpretarse en ese sentido. Pienso que más bien forman parte del
proceso de formación política de Frank. No existe ninguna evidencia, oral o escrita, que pueda
decir lo contrario. Incluso hay una carta de Carlos Franqui –uno al que sí le preocupaba el
supuesto caudillismo de Fidel– en la que él afirma que si hay dos personas que no le temen al
radicalismo en la Revolución son Frank País y Armando Hart. Frank era un hombre grande, y
como tal, supo percatarse del papel que Fidel jugaría en la Revolución. Las tres ocasiones en
que pudieron encontrarse y hablar, les acercaron e identificaron plenamente.
La relación Fidel-Frank era fluida y armoniosa. Lo que pasó fue que algunos compañeros del
llano tenían concepciones equivocadas respecto al papel que jugaría el Ejército Rebelde y sobre
la figura de Fidel Castro. La relación entre ellos era increíble. Frank admiraba y respetaba
enormemente a Fidel, al que veía no solo como el jefe militar, sino como el continuador de la
obra de José Martí, lo cual apunta en muchas ocasiones. Fidel también sentía gran respeto y
confianza por Frank, y lo consideraba como pieza clave para lograr la victoria. Esto último lo
pueden comprobar en dos momentos: cuando llega el primer refuerzo de hombres y armas a la
Sierra Maestra preparado por Frank y Celia, Fidel exclama que él sabía que Frank no le fallaría,
y cuando lo asesinan, él dice que la tiranía no sabía el carácter y la integridad que habían
matado. Estos dos momentos te dan la medida de lo que él significaba para Fidel.
Frank le informaba a Fidel como jefe todas las cuestiones fundamentales y así lo mantenía
informado de lo que ocurría en las ciudades y fuera del país, y en ese sentido Fidel daba sus
opiniones, orientaba y hacía recomendaciones, pero nunca discutiendo ni contrariándose entre
ellos, pues ambos tenían muy claro que lo que hacían era superior a ellos mismos y por tanto
debían entregarse totalmente a la causa.
Frank fue una persona que nos educó a nosotros en primer lugar en el respeto y la admiración
a Fidel, a Abel y a todos los asaltantes y a la proeza del Moncada. Él decía que para ganarse el
derecho a dirigir la Revolución, había que hacer lo que Fidel hizo: organizar centenares de
hombres en el occidente del país y llevarlos hasta Santiago de Cuba, sin que nadie se percatara,
así como concebir y desarrollar ese plan sin una sola delación en momentos en que la dictadura
utilizaba cualquier método para encontrar a los «revoltosos». Frank decía que ese fue el ejemplo
más grande de trabajo clandestino y compartimentado. Pero lo admiraba, además, porque fue un
jefe que no solo organizó, preparó e impartió órdenes, sino que estuvo allí, en la primera línea
de fuego y corrió los mismos riesgos que todos los hombres bajo su mando.
ENTREVISTADORES: Esto es similar al vínculo de Fidel con Carlos Prío para garantizar el
reinicio de la lucha en 1956, y que entre sus consecuencias devino la desarticulación de la
Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio radicada en Cuba.
ENZO: Para julio de 1956, Fidel estaba tratando de unir a todas las fuerzas revolucionarias en
México, y en consecuencia con esa idea unitaria y en la búsqueda de recursos para armar la
expedición, se produce un acercamiento táctico y necesario con los auténticos, que en ningún
momento implicó la firma o el compromiso político del Movimiento 26 de Julio con ese grupo o
sector opuesto al régimen batistiano. Fidel informó de esto a la Dirección Nacional del
Movimiento en Cuba –por conducto de Carlos Franqui–, y esta celebró una reunión en La
Habana el 28 de julio de 1956 en la cual se discutió el asunto, y hubo compañeros que no
estuvieron de acuerdo con esa decisión, por considerar que constituía una claudicación de los
principios que el Movimiento defendía.
ENTREVISTADORES: Las críticas a que fue sometido Frank por la operación de las armas de los
auténticos, o por los atentados a los militares, ¿llegaron a perturbarlo?
ENZO: Creo que lo preocuparon bastante. Sobre eso hablamos en varias oportunidades. A
veces, cuando terminaba en su escuela a las cuatro de la tarde, atravesaba por Sueño y llegaba
hasta mi casa en Cuartel de Pardos, tomaba café y después bajaba por Trinidad, San Germán o
por Habana, porque se le hacía camino hasta su casa en San Bartolomé. En esas ocasiones que
me visitaba, llegaba hasta la cocina buscando café claro y pan para merendar, y ahí se sentaba a
esperar que yo terminara de atender a algún alumno –que normalmente yo tenía a esa hora–, y
conversábamos. Una vez yo estaba repasando al hermano del capitán Agustín Labastida (Jorge)
y Frank entró, se tomó su café como de costumbre, me dijo algo y se fue. Después Jorge La-
bastida me preguntó que si yo sabía quién era él. Yo le dije que sí, que era un compañero
maestro que se quería ir para Estados Unidos y estaba repasando inglés conmigo. Al parecer,
Jorge lo había reconocido, y por eso me preguntó aquello.
Después de los atentados del 19 de abril de 1956, yo comienzo a notar a Frank algo
atribulado. Él no era una persona que hablara mucho, pero los que estábamos cerca de él,
habíamos aprendido a saber cuando tenía algún problema por la forma en que se comportaba.
Entonces, aquello me estaba preocupando, y un día le pregunté qué le pasaba. Me dijo que esa
misma noche iba a tener una reunión y que le preocupaba el ánimo de los compañeros porque:
«hay gente que cuando la cosa se pone dura, se acobardan». Fueron sus palabras exactas,
dándome a entender que a raíz de los atentados hubo gente que se asustó ante la posibilidad real,
latente, de morir. Porque hay gente que está con la Revolución, pero cuando llega la hora de
matar o de arriesgarse, entonces no se comportan de la misma forma. Después ya no lo vi con
esa preocupación y no le pregunté nada más, porque yo le tenía mucho respeto, y si él no me
decía, yo no averiguaba.
Además, a Frank le preocupaban otras cuestiones, más bien de carácter personal, pero que
estaban vinculadas con el proceso que dirigía. Él sentía que había gente en la Dirección que al
parecer no confiaban suficientemente en él y no creían en su capacidad de mando ni de
organización, quizás por su juventud o por su carácter aparentemente demasiado tranquilo. Eso
sí lo tenía un poco contrariado, pues su vida era la Revolución, y él no concebía que hubiera
gente que no creyera suficientemente en su sentido de la responsabilidad, en la capacidad de
saber lo que tenía que hacer, o en su disposición de entregar la vida sin la menor vacilación en
cualquier momento.
ENTREVISTADORES: Frank pasa por un momento amargo con la muerte del policía en el ataque
a la estación de El Caney. Por lo que se ha escrito, eso le trae un fuerte encontronazo con la
madre y serias dubitaciones.
ENZO: Después de eso estuvieron reunidos en la casa de Tony Alomá –según me contó Léster
Rodríguez–, Frank, Pepito y él. Porque Frank estaba pensando en salir un tiempo del país,
porque la mamá y la hermana le insistían mucho en que así lo hiciera. Incluso la hermana estaba
dispuesta a pagarle el pasaje a Estados Unidos para que saliera de la tensa situación en la que
estaba sumido en Santiago. Y él estaba sumamente agobiado por eso, pues no quería irse, pero
tenía la presión constante de doña Rosario y del resto de la familia. Y Léster me cuenta que
Pepito le dijo: «No te preocupes, Frank, ninguna madre quiere que le maten a sus hijos, eso es
normal, si tú quieres vas y vienes, como hice yo».
Porque Pepito había pasado por algo similar: lo habían ido a buscar a su casa, y como no
estaba se habían llevado preso a su padre y le habían dicho a este que si su hijo no se iba, ellos
se lo mataban. Entonces la familia se aterrorizó y lo obligaron a pedir permiso en la Universidad
de Oriente para que viajara a Estados Unidos, donde estuvo como dos meses. No aguantó más y
regresó. Y aquel viaje lo radicalizó aún más. Pepito era proletario, había sido obrero –
comprendía lo que era la explotación del obrero–, y aquel viaje lo hizo comprender aún más el
papel de explotadora que ejercía la sociedad norteamericana. En definitiva, Frank no se fue, y se
quedó en medio de un volcán en erupción.
ENTREVISTADORES: Pero las dificultades con la madre también tenían un componente ético,
religioso, por el asunto de dar muerte a un ser humano.
ENZO: Es cierto, pero eso él llegó a resolverlo con la madre. Frank era una persona que
dominaba la Biblia, y entre él y Josué buscaron en el texto bíblico un pasaje que explicaba
cuando se podía matar a alguien en medio de una lucha o de una guerra, y se lo leyó a la mamá.
Y aunque no la convenció, al menos le buscó una justificación sagrada a su decisión de matar
cuando fuera necesario para preservar la continuidad de la Revolución.
ENTREVISTADORES: En otro sentido, ¿qué relaciones estableció Frank País con los funcionarios
estadounidenses en Oriente?
ENZO: Por la condición de jefe o ejecutivo único, Frank País tiene que atender una serie de
cuestiones de carácter político que se desarrollan en el país, y que Fidel no puede hacer desde la
Sierra Maestra. Creo que el nexo con el Consulado americano empezó por medio de María
Antonia Figueroa, pues ella tenía muchos vínculos con los ortodoxos desde antes de pertenecer
al Movimiento 26 de Julio: con Gerardo Abascal, Enrique Canto y un grupo, ortodoxos todos,
que tienen relaciones con el Consulado de Estados Unidos y con la Universidad de Oriente,
pues el rector de la Universidad tenía excelentes relaciones con el cónsul. Y además, Max
Figueroa, el hermano de María Antonia, era uno de los directivos universitarios. Entonces, yo
pienso que por esa vía pudo estar la relación de ella con los funcionarios del Consulado
estadounidense.
Ese nexo propició la salida de Léster Rodríguez de Cuba por la Base Naval de Guantánamo, y
hasta ese momento, esas relaciones eran vistas con un sentido distinto. Es así hasta que el cónsul
–seguramente siguiendo instrucciones– comienza a indagar sobre cuestiones que solo le
interesaban al Movimiento 26 de Julio.
En esa época ocurrió un incidente que afectó las relaciones que el Movimiento 26 de Julio de
Guantánamo logró establecer clandestinamente con personas de la base yanqui, mediante las
cuales funcionaba un mecanismo de traslado de armas y parque desde Miami hasta Santiago de
Cuba. Para ello se utilizaban autos de uso que se compraban allá con el supuesto objetivo de
venderlos aquí, pero que en realidad servían para ocultar armas y parque que se acomodaban en
distintas partes de su estructura, las que luego eran desmontadas en Cuba. En una ocasión, en
junio de 1957, en uno de esos autos venía un militar norteamericano, de los que en la base
colaboraban, acompañado de Thelma Bornot Pubillones –militante del Movimiento 26 de Julio,
quien trabajaba en la base–, y a la salida de Holguín el auto sufrió un accidente y parte del
cargamento que portaba fue detectado por el Ejército de la tiranía, que informó de los hechos a
las autoridades norteamericanas de la Base Naval. Por este motivo fueron detenidos el
americano y Thelma Bornot por las autoridades de la base, e interrogados por agentes del FBI
[Oficina Federal de Investigación]. Como consecuencia, se interrumpió esta vía de
abastecimiento y Thelma tuvo que abandonar definitivamente Guantánamo y pasar a trabajar en
la Organización, en Santiago de Cuba. Desde ese momento las autoridades yanquis se
mantuvieron en constante alerta, pues se estaban realizando actividades desconocidas por ellos
en sus propias instalaciones. De ahí yo saco la conclusión de que ellos quisieron estrechar
vínculos con el Movimiento 26 de Julio para estar al tanto de lo que ocurría. Incluso Frank,
poco antes de morir, le expresa en una carta a Fidel que estaba cansado de la insistencia del
cónsul en querer entrevistarse con él, lo que había ocurrido en una ocasión anteriormente.
8
Camagüey
ENTREVISTADORES: ¿Qué acciones preparó el Frente de Acción dirigido por Tin Navarrete para
terminar el año 1957?
ENZO: Entre las misiones especiales se encontraban sabotear las plantaciones e instalaciones
dedicadas a la zafra azucarera, derribar postes y destruir registros eléctricos, así como
obstaculizar los festejos de Nochebuena y Pascuas. Además, efectuar reuniones con los
responsables de Acción de los municipios y entrenarlos en el uso de las peloticas incendiarias.
El 31 de diciembre se prepararon dos comandos: el dirigido por Agustín Navarrete –del que
formó parte Manolito Céspedes–, con la misión de destruir plantaciones cañeras en las afueras
de la ciudad, tras lo cual debían entrar en la ciudad efectuando disparos al aire y retirarse hacia
el puesto de mando, en el número 20 de la calle Clavel. Una vez allí, Agustín aguardaría por el
grupo que comandaba Pedro Léster Delgado, y formado además por Rodolfo Ramírez Esquivel,
Alfredo Sarduy y Domingo López Loyola, con la tarea de ajusticiar al sargento Trujillo, un
connotado esbirro. Este partió a su objetivo y al no encontrar a Trujillo, el grupo de Léster
decide buscar a algún esbirro de la policía que mereciera ser ajusticiado. Es en esa búsqueda que
su vehículo, un Pontiac verde cremita y vino, propiedad de Rodolfo Ramírez, es visto por una
patrulla en la ciudad, y al comprobar la policía que se trataba de uno de los autos circulados,
comienza una lenta persecución. Pedro Léster advierte que lo siguen y decide atraer al patrullero
hacia una zona conocida como Los Coquitos para tenderle una emboscada. En el tiroteo que se
arma es herido de gravedad Rodolfo y recibe también heridas serias Sarduy. Logran retirarse,
pero Sarduy es apresado, y cuando Pedro Léster intenta detener un vehículo, no se percata de
que es una patrulla que había respondido al llamado de la primera que los persiguió. Se arma un
segundo tiroteo en el que son acribillados Domingo y Rodolfo y detenido más tarde Pedro
Léster.
9
Responsable nacional de Propaganda
ENTREVISTADORES: Hablando de esas diferencias con los comunistas, ¿qué pensaba usted de
ellos en aquella época?
ENZO: Yo los respetaba por ser luchadores, por sus ideas, porque arrostraban sacrificios y
limitaciones sin par –por lo menos a los que conocía–, pero no compartía sus ideas de lucha de
masas pacífica, la lucha electoral y su crítica a la violencia, que en el caso nuestro iba
directamente contra nuestra forma de lucha para derrocar a la tiranía. Me parecía que por la vía
que ellos preconizaban nunca se iba a tumbar a Batista.
En lo personal yo no tenía problemas con los comunistas, ya estaba acostumbrado a trabajar
con ellos. Además, Frank consideraba la opinión de los comunistas como válida y autorizada,
pues según él, ellos tenían práctica de lucha y emitían criterios serios que merecían ser
atendidos. Yo conocía a algunos miembros del Partido Socialista Popular (PSP) en Santiago,
como Oscar Ortiz, y a Oscar yo le daba semanalmente propaganda de la que hacíamos. Y Frank
siempre me decía que debía indagar por la opinión de ellos sobre todo nuestro trabajo. Él decía
que eso era importante, porque los comunistas tenían experiencia en la lucha revolucionaria.
También me reuní en una ocasión con Félix Arias y Fidel Domenech y en otra con Ortiz, su
esposa María Núñez y con Luis Mariano Ávalos, dirigente comunista en Santiago. Ahí
intercambiamos ideas. Ellos me hablaron sobre sus experiencias, pero mi mayor interés era
saber qué pensaban sobre lo que hacía el Movimiento. En Santiago había dos conocidos
maestros comunistas, Alberto del Batti y María Luisa Carmona, que fueron cesanteados por sus
ideas, y el Colegio les prestó apoyo y ayuda en su justa reclamación, poniendo al abogado de la
institución y a José Nivaldo Causse –miembros del ejecutivo– para llevar a cabo su defensa.
En los días antes de la huelga tuve un encuentro con un maestro comunista que yo conocía
desde la constitución del Colegio de Maestros en Ceiba del Agua, Manuel Padrón Naranjo.
Conversamos, siempre en un marco de respeto mutuo, por la forma de lucha que defendía cada
uno, que en definitiva perseguía el mismo fin. Yo con los comunistas no tenía ninguna otra
desavenencia.
Después conocí y entendí el porqué de los problemas de David Salvador con los comunistas:
él había sido miembro del Partido, pero había tenido diferencias y lo habían separado de sus
filas, y eso lo volvió un anticomunista visceral.
ENTREVISTADORES: Que usted conozca, ¿cuáles son los comunistas que se vinculan al
Movimiento 26 de Julio durante su etapa de trabajo en Oriente?
ENZO: Bueno, el primero con el que tuve contacto fue con el maestro Oscar Ortiz, del que yo
había oído hablar en la Escuela Normal, porque en ese centro existía la costumbre de hablar
siempre de los que se habían destacado y Oscar era uno de esos antiguos alumnos que había
descollado por su inteligencia. Y lo conocí en una ocasión en que –después del 30 de
Noviembre– llevé a Armando en mi máquina a una reunión en la calle Aguilera, con una
persona que yo no supe quién era, pero que después Armando en su libro Aldabonazo dice que
sostuvo por esa fecha una entrevista con Carlos Rafael Rodríguez, y el hecho de que fuese
Oscar el hombre que yo vi ese día, me hace suponer que fue también el que arregló el encuentro.
Y después nos volvimos a ver, porque Frank estaba interesado en que les diéramos propaganda
a los compañeros del PSP y les pidiéramos su opinión.
ENTREVISTADORES: ¿La relación suya con los comunistas cambió después de la muerte de
Frank?
ENZO: Después de la caída de Frank yo continué por un tiempo dándole propaganda a Oscar y
conversando con él, y eso lo hice hasta que vine para La Habana. Incluso durante mi etapa de
trabajo en Camagüey, cuando iba a Santiago siempre buscaba a Oscar y hablábamos un buen
rato.
10
Apreciaciones críticas de un momento crítico
ENTREVISTADORES: Continuando con el tema, ¿qué pasó después de ese encuentro entre
Faustino y los comunistas?
ENZO: Bueno, después del problema aquel, hubo otra reunión, pues en aquellas semanas
previas a la huelga hubo muchos encuentros. En esta oportunidad estuvieron Luis Buch, el
reverendo Fernández Cevallos, Arnol Rodríguez, Octavio Louit, Manolo Suzarte, David
Salvador, Manuel Ray y yo. Se celebró en el apartamento del ingeniero que vivía en la calle 11
en El Vedado –cerca del edificio López Serrano–, lugar donde había visto en septiembre de
1957 a Armando Hart. En esa oportunidad se habló sobre las posibilidades reales de llevar a
efecto la huelga y sobre la necesidad, una vez que triunfara esta, de constituir un gobierno
provisional.
En esos momentos había un gran entusiasmo, la gente de Resistencia Cívica estaba
embulladísima al igual que la gente de la burguesía, que tenían pensado hasta ir al Palacio
Presidencial para exigir la renuncia de Batista. Se habían unido a Resistencia Cívica los
miembros del Colegio Médico, el Colegio de Abogados y el Conjunto de Instituciones Cubanas,
muy confiados todos en la victoria de la huelga.
En esas condiciones había que tener muy en cuenta la posibilidad de tomar el poder, y es
entonces que se habla de formar un posible gobierno. Ya se había planteado que Manuel Urrutia
era el candidato del Movimiento 26 de Julio para la Presidencia de la República, para el cargo
de primer ministro se pensaba en José Miró Cardona, como ministro de Obras Públicas a
Manuel Ray, y como ministro de Gobernación a Luis Buch. Esos son los nombres que yo
recuerdo. Estaban pensados para ocupar los principales cargos, si llegábamos a tomar el poder
en La Habana gracias a la acción huelguística.
En aquella reunión no se mencionó a Fidel para nada. Lo más lógico hubiera sido que si se
pensaba en la posibilidad de tomar el poder y de crear un gobierno del carácter que fuera en La
Habana, lo más lógico, repito, era que se pensara en la gente de la Sierra Maestra, y sobre todo
en Fidel, quien en definitiva había sido el iniciador y el líder de toda esta historia. Entonces yo
le pregunto a Faustino: «¿Y Fidel?»
Él me responde: «No, no, Fidel se queda allá en la Sierra a ver qué pasa…»
Yo tengo que confesar que en aquel momento eso a mí no me gustó para nada, tanto es así que
pocos días antes de realizarse la huelga fui a Santiago, vi a Vilma y le conté todo aquello. Le
comenté mi desacuerdo y mi preocupación con esas cosas. Ella me escuchó pacientemente, y
cuando yo le digo que no regresaba para La Habana por no encontrarme conforme con las cosas
que estaban pasando, ella me dice que ahora era cuando yo más falta hacía allá y me orienta que
regrese.
ENTREVISTADORES: ¿Pudiera expresar con la mayor cantidad de detalles posibles qué criterios
tenía en aquel momento sobre Faustino?
ENZO: Realmente yo no tenía todos los conocimientos sobre quién era Faustino. Yo sabía que
había pertenecido al MNR (Movimiento Nacional Revolucionario), porque cuando me vinculo
con Frank, quienes estaban dirigiendo el MNR –con su líder Rafael García Bárcena preso– eran
Faustino y Armando. Después me enteré en la cárcel que había elementos de Acción de La
Habana que no aprobaban algunos criterios que habían expresado ellos sobre Fidel después del
Moncada. Pero cuando Fidel crea el Movimiento 26 de Julio, él está por encima de eso, pues lo
que quiere es la unidad de todos los verdaderos revolucionarios y atrae a la gente del MNR, y
con ellos a Faustino y a Armando, que luego juegan un papel importante. Armando en la
Propaganda y en Organización, y Faustino también en Organización y en Finanzas, incluso él
después se va para México y viene en el Granma como expedicionario. Posteriormente Fidel lo
manda para La Habana, y antes de hacerlo, Faustino viaja primero a Santiago para informarles a
Frank, Armando, Haydée y a los demás dirigentes, la situación y necesidades de la guerrilla y
las orientaciones de Fidel.
Entonces Faustino regresa a La Habana junto a Frank, con quien estuvo unos cuantos días
reorganizando la actividad revolucionaria en Pinar del Río, La Habana y Matanzas. Frank deja a
Faustino instalado como jefe del Movimiento en La Habana, donde tiene que soportar de todo
en una situación muy difícil, desde incomprensiones e insubordinaciones de algunos elementos
polémicos hasta una detención muy temprana en marzo de 1957, y tienen que venir Haydée y
Armando a hacerse cargo de la situación. En honor a la verdad, siempre fue un problema
controlar las cosas y la gente de La Habana.
Realmente el único que logra encaminarlas y unir a todos después de su libertad en julio de
1957 y luego de la muerte de Frank, hasta la huelga de abril de 1958, es Faustino, quien poco a
poco logró ser acatado por los principales dirigentes de Acción de La Habana como Sergio
González (El Curita), Gerardo Abreu Fontán, Arístides Viera, los hermanos Ameijeiras, Mar-
celo Salado, Cheché Alfonso, Oscar Lucero y otros compañeros.
ENTREVISTADORES: ¿Por qué no se nombra a Faustino como jefe del Movimiento en el llano
después de la muerte de Frank?
ENZO: Después de la muerte de Frank hay una corriente –de la que creo participaba Fidel–
con la idea de que sea Faustino quien lo sustituya, pero realmente el hombre que era
prácticamente su segundo en Acción y se había vuelto casi insustituible para las cuestiones de
suministros de armas, uniformes, alimentos y demás pertrechos para la Sierra Maestra era
Daniel, desde Santiago, porque Celia era la vía fundamental en la zona de Manzanillo.
Lo cierto es que después que Faustino sale de la prisión del Castillo de El Príncipe, a los
pocos días Frank muere, y entonces Marcelo Fernández, a la sazón responsable nacional de
Propaganda, va a Santiago para sondear la opinión sobre aquella posible designación. Recuerdo
que hablé con él sobre ese asunto en la casa de Arturo Duque –una mañana en la que fue
acompañado por Osmany Cienfuegos, quien fungía como su chofer– y le expresé mi opinión de
que quien resultara designado debía permanecer en Santiago, pues la Sierra Maestra estaba allí
cerca. Pero resulta que uno o dos días después de la caída de Frank se realizó una reunión en la
casa del papá de Duque de Estrada (en San Basilio y Carnicería), en la cual participamos Vilma,
Daniel, Agustín Navarrete, creo que Taras Domitro, y yo, para discutir sobre la necesidad de
designar provisionalmente a un compañero como sustituto de Frank. Y todos pensamos en
Daniel, de modo de garantizar la continuidad de los suministros a la Sierra Maestra y los planes
de Acción que Frank dirigía. Para eso nos apoyamos en que él venía trabajando con Frank y co-
nocía muy bien todo el trabajo, además de que Frank había insistido mucho en que cada
responsable de frente tenía que ir preparando a alguien que lo sustituyera, si algo le pasaba,
porque la actividad tenía que seguir.
Nosotros veíamos en Daniel a ese segundo que podía continuar el trabajo con la Sierra,
además de la proximidad que él tenía con el resto de los compañeros, por lo que pensábamos
que podía y debía asumir la jefatura nacional de Acción, aunque lógicamente no significaba que
asumiera todo lo que Frank atendía como ejecutivo único o principal de la Dirección del
Movimiento 26 de Julio fuera de la Sierra Maestra. En aquel momento –aunque nosotros no
contamos con nadie– creíamos que si Daniel había estado con Fidel en la Sierra Maestra y él
mismo lo había mandado a trabajar con Frank, entonces no encontraría inconvenientes en
nuestra decisión, que era provisional, aunque no hubiese sido tomada en la forma correcta.
Después de aquello es que aparece Marcelo diciendo que en La Habana se ha pensado que
quien debe sustituir a Frank es Faustino. Y objetivamente a nosotros –los compañeros de
Santiago– no nos preocupaba que fuera Faustino o Daniel. Pero sí que quien fuera designado al
final, tenía que venir para Santiago, porque la Sierra estaba allí y La Habana muy lejos. Y si era
Faustino, debía entonces afrontar los problemas y resolver las situaciones desde aquí. Porque
siempre vimos en Frank, después del alzamiento, su preocupación y apoyo constantes para
garantizar la existencia de Fidel y de la guerrilla, y nosotros estimamos que el que fuera a
ocupar ese lugar debía estar cerca de la Sierra, haciendo lo mismo que Frank.
Además, no lo voy a negar, en aquellos momentos yo en lo personal rechazaba –si se quiere
por cuestiones regionalistas– la idea de que trasladaran la jefatura de Acción para La Habana. Al
final, la decisión sobre la designación de Daniel la tomaron los dirigentes del llano, que eran
Haydée, Armando, Faustino y Marcelo, que cuando lo conocieron, apreciaron que en realidad
tenía posibilidades para sustituir a Frank como jefe nacional de Acción. Yo creo que esa
decisión fue lo mejor que pudo pasar: él conocía el trabajo, el aspecto organizativo, sabía de
todas las precauciones y dominaba los detalles del aseguramiento del llano a la Sierra, y eso era
lo más importante y la tarea principal a la que Frank se dedicó hasta su muerte.
ENTREVISTADORES: Sobre la acción armada para derrocar a la tiranía, ¿qué pensaba Faustino?
ENZO: Eso yo no lo sé. Lo cierto es que Faustino, al parecer, no estaba convencido del
decisivo papel que jugaría el Ejército Rebelde. Probablemente creía que este era un elemento
más que permitía mantener el pulso revolucionario bastante alto, pero que la acción decisiva
sería en las ciudades, a través de la huelga.
Fidel siempre consideró al ejército que se estaba formando en la Sierra Maestra y a los
combatientes armados como el aparato político-militar que lograría la victoria con el apoyo del
pueblo. Eso lo piensa desde el Moncada, lo reafirma estando preso, cuando está en México
también, e incluso no dudó de eso ni en los primeros días de la Sierra Maestra, cuando alguna
gente pensaba que no eran más que unos pocos locos que simbolizaban solo la idea de la lucha
armada. Por eso en Mompié, él lo dice muy claro: el Ejército Rebelde es el que va a derrotar a la
tiranía y todo el mundo se tiene que subordinar a este. Esa es su línea de pensamiento,
invariable y firme desde el 26 de Julio de 1953. A pesar de eso, algunos compañeros no
comprenden esa idea, por eso es que cuando estaban creando aquel gobierno provisional,
Faustino me dice aquello que a mí me chocó tanto: «Fidel se queda allá en la Sierra a ver qué
pasa…»
11
Huelga General del 9 de abril
ENTREVISTADORES: Tenemos entendido que Daniel –jefe nacional de Acción– ese día 9 de
abril, en lugar de utilizar las mejores armas para producir la paralización de Santiago de Cuba,
sale de la ciudad, ataca un cuartel de relativa importancia –el de Boniato– y se interna en las
montañas, sin participar de la huelga. ¿Qué problemas trajo consigo esa decisión y cómo
manejó el asunto la Dirección Nacional?
ENZO: Chico, realmente yo no sé cómo él tomó esa decisión y con quién la discutió, pues yo
no estaba en Santiago por esos días. En Santiago estaban Vilma y José Aguilera Maceira, el de
Resistencia Cívica, y no sé si lo habló con ellos. Tampoco sé si él conversó eso con Faustino o
con Marcelo, ya fuera por teléfono, o si se los informó de alguna otra forma. Lo que yo tengo
entendido es que Daniel decide sacar de Santiago a un grupo importante de milicianos armados
y atacar el cuartelito de Boniato el día 9 de abril para apoyar la huelga con esa acción, además
de interrumpir con otras fuerzas la Carretera Central, entre El Cobre y Santiago, y después
mantenerse alzado en la zona de la Gran Piedra, donde ya había unos compañeros autorizados
por él.
ENTREVISTADORES: ¿Estando allí usted conversó con Hubert sobre lo que había pasado en la
huelga?
ENZO: No, yo con él no hablé nada de eso, porque no tenía razón para conocer de esas cosas.
Sobre ese tema habíamos hablado Vilma y yo, y en aquella reunión yo se lo debía comunicar a
Fidel delante de mis compañeros, pero nadie más tenía que saberlo. Bueno, Hubert me dijo
dónde era la reunión y me mandó con un campesino que no era rebelde, pero se conocía muy
bien la zona y me llevó hasta El Alto de Mompié.
12
Mompié a «camisa quitada»
ENTREVISTADORES: ¿Cree usted entonces que Buch y Ray tuvieron una elevada cuota de
responsabilidad en el resultado adverso de la huelga?
ENZO: Ellos tuvieron su cuota de responsabilidad en el sentido de hacer creer a la Dirección
Nacional, y a Faustino sobre todo, que los sectores a los que ellos estaban vinculados –dígase
los comerciantes, industriales y profesionales–, apoyarían la huelga dispuestos a todo, y ese fue
un error fatal. Cuando las cosas se pusieron feas, toda esa gente rica nos dejó solos para salvar
su pellejo y sus pesos.
Por otro lado, a pesar de que había muchos compañeros dispuestos para la acción, la mayoría
no había tenido suficiente entrenamiento en el manejo de armas y explosivos y en el
comportamiento bajo situaciones de combate, porque para pelear en La Habana había que tener
experiencia, y de eso carecía la mayoría de los participantes en las acciones de la huelga. La
idea de Faustino, que consideraba que La Habana decidiría la lucha, salió de Mompié totalmente
derrotada. Pero Faustino era una gran persona, honrado a cabalidad, y él comprendió los errores
que había cometido y aceptó las críticas que le correspondían.
ENTREVISTADORES: Le hemos escuchado decir en más de una ocasión que aquella fue una
reunión ejemplar de revolucionarios, y por otra parte sabemos que fue un encuentro en el que
hubo discusiones muy fuertes. Nos gustaría que reconstruyera, con la mayor claridad posible, el
ambiente vivido y por qué el calificativo de reunión ejemplar.
ENZO: Mira, yo no participé en las discusiones iniciales –como ya expresé–, pues cuando
llegué ya aquello estaba caldeado, por lo que no sé todo lo que se dijo. Yo escuché algunas
críticas, y algunas defensas, pero la totalidad de los planteamientos no pude oírlos, por no
encontrarme presente.
Lo de reunión ejemplar lo digo porque –desde mi punto de vista– allí todo el mundo discutió
desde una posición honesta y dijeron lo que pensaban y sentían, y allí hubo cosas duras y sin
contemplaciones. Aquel no fue un encuentro de consideraciones diplomáticas, aquello fue a
camisa quitada, donde cada cual dijo lo que pensaba del compañero y cada uno se defendía
como y cuando podía. Allí también se hizo mención a la relación de Daniel con el Che, con
motivo del intercambio epistolar entre ellos. Me parece que fue Fidel quien tocó ese tema,
porque él fue quien llevó el peso en la conducción de la reunión, pero nunca en una forma
agresiva o hiriente, aunque sí muy enérgica, y nunca con el ánimo violento, al menos en la parte
que yo presencié.
Sí es cierto que cuando habló del problema que se había sus-citado con Almeida se alteró, y lo
puso como ejemplo de una actitud muy negativa por parte de los dirigentes del llano, que no
habían sido autorizados para dar grados de comandante, y mucho menos sin consultarlo con la
Comandancia General de la Sierra. Él explicó todo eso y yo lo entendí, esa había sido una
metedura de pata total, y Fidel volvió a explicar el procedimiento para alcanzar el grado de
comandante, para lo cual había que estar al menos un año participando directamente en
combates y llevar una vida de guerrillero que te acreditara. Y aceptó, como excepción –como ya
dije– el ascenso de Belarmino Castilla, por el hecho de haber tomado un cuartel que poseía una
buena cantidad de armas y municiones, además de considerar su trayectoria como luchador
clandestino, y dejó aquel caso como una posibilidad remota de que pudiera ocurrir nuevamente,
pero nunca como una norma. Es que en el Movimiento, para llegar a ocupar algún cargo de
responsabilidad había que hacerlo sobre la base del trabajo, del desinterés, de la disciplina y del
sacrificio que ponía cada quien en el cumplimiento de cada misión. A nadie se le daba ningún
grado o responsabilidad por ser simpático o por caer bien, eso había que ganárselo. El que más
riesgos corriera, el que más se sacrificara, ese era el que ocupaba algún cargo, pero cargo que a
su vez se convertía en más responsabilidad, más sacrificio y más riesgo personal.
ENTREVISTADORES: ¿Usted bajó de la Sierra Maestra junto con Faustino? ¿Qué hizo después de
la reunión de Mompié?
ENZO: No, yo bajé acompañado por José (Pepito) Argibay, la misma persona que me subió y
me dejó en la arrocera de Poyán. No recuerdo cómo me fui de allí para Manzanillo, donde me
escondí en la casa de los Arango Verdecia, unos maestros amigos míos de la lucha magisterial.
Uno de ellos, Augusto Arango –a quien le decían El Negro–, estudió en la Escuela Normal con
mi hermano Renaldo, y todos sus hermanos eran antibatistianos y revolucionarios probados.
Ellos me ayudaron en todo, y después de permanecer el resto del día y toda la noche, Arturo –
uno de los hermanos de Augusto– me llevó hasta el aeropuerto y me gestionó lo del pasaje para
regresar a Santiago. En la ciudad permanecí unos días y de ahí salí para La Habana, con la
indicación de localizar a Iraida Gulima, quien me puso en contacto con Faustino. Yo estuve
trabajando con Faustino mientras él me iba informando de la situación, enseñándome algunas
cosas que debía conocer.
Entre lo más importante por esos días estuvo establecer relaciones directas de trabajo con el
nuevo coordinador, Joaquín Agramonte, en lo que llamábamos Habana Campo; con Ramón
García, Ramonín, el jefe de Acción; con Manuel Suzarte Paz, responsable de Finanzas; Arnol
Rodríguez Camps, responsable de Propaganda, y Manuel Ray, de Resistencia Cívica. Y también
con los dirigentes obreros: Antonio (Ñico) Torres; Octavio Louit, Cabrera; Jesús Soto, Jaime, y
Conrado Bécquer, a quienes conocía desde antes de la huelga.
Además, debí relacionarme con la persona que servía de enlace entre Faustino y Ray. Era
Iraida Gulima, que vivía en el Edificio Altamira en la calle O, esquina a 21, en El Vedado.
Iraida trabajaba en una oficina de arquitectos e ingenieros como secretaria del ingeniero jefe de
aquella oficina de confección de planos y proyectos, situada en los bajos de un edificio en la
calle 21 entre N y O, en El Vedado, cerca de su casa. Entonces, para saber dónde estaban Ray o
Faustino cada día, a cualquier hora, había que ir a ver a Iraida, pues ellos la llamaban para darle
la ubicación de donde estuvieran y así ella podía informar a quien tuviera necesidad de verlos, el
lugar donde se hallaban. Todo eso en un clima de seguridad estricta, porque lo que estaba en
juego era la vida de mucha gente. Iraida siempre cumplió su trabajo de forma esmerada, pues
ella se conocía todas las direcciones, las casas de seguridad y todo el mecanismo para esconder
a estos compañeros, por lo que hubo siempre mucha confianza en ella. Yo no tuve que usar su
ayuda en ese sentido, pues me las arreglé para valerme por mis medios y trabajar principalmente
en la calle.
ENTREVISTADORES: ¿Cómo supo que la policía tenía el informe que le había mandado Puchete?
ENZO: La segunda vez que entran para golpearme y averiguar quién yo era, veo que a Flavia
le están dando bofetadas y preguntándole que quién era Bruno, al que se referían unos papeles
que le mostraban. Ahí fue que me percaté de que le habían cogido el papel a ella, porque era la
única forma en que ellos podían relacionarla directamente con mi nombre de guerra.
Yo creo que mi detención fue por una falta de observación de las reglas de la clandestinidad
por mi parte, pues sabía que un jefe no tenía que ir a un lugar en condiciones en que pudiera ser
detenido. Pero me confié y pensé que por no ser conocido no tendría problemas. De todas
formas yo asumí la responsabilidad de lo que pasara para avisarles a los compañeros, aunque
creo que si no se ponen nerviosos, no hubiera pasado nada.
ENTREVISTADORES: Ser estigmatizado tiene costos terribles. Mucha gente es arrastrada por el
estigma. A veces cuesta mucho tiempo y esfuerzo vencerlo, o levantar el crédito perdido. Las
imputaciones deben haberle originado más de un trago amargo con compañeros de lucha que no
estuvieron en relación directa con el caso.
ENZO: Sí, a mí me ocurrió con valiosos compañeros de lucha. Por ejemplo, con Haydée
Santamaría.
Yo a ella la volví a ver en los primeros días de la Revolución, cuando Armando me manda a
buscar al Ministerio de Educación. Ella me saludó, pero no con la misma efusividad que antes,
sino un poco fría y distante. En ese momento yo pensé que eso tenía que ver con su relación con
la esposa de Luis Buch, Conchita Acosta, y con Flavia, y como entre todas ellas andaba el
comentario de mi traición, pues supuse que Haydée también estaba bajo la influencia de ese
comentario.
Cuando Flavia salió de la prisión se puso a hablar de mí, y como ella se fue para Miami y allá
estaban Conchita y Haydée, yo creía que habían influido en el criterio de Haydée sobre mí. Nos
volvimos a ver cuando ella dio un conversatorio en la Sala Sanguily, siendo yo estudiante de
Ciencias Políticas, por el año 67 o 68. Ella me vio y me saludó, pero otra vez con esa frialdad
que yo había notado antes.
Cuando yo estoy trabajando con Senén Casas en el Estado Mayor, me incluyen en la
Comisión que estaba preparando la entrega de la primera medalla en conmemoración a los XX
años de las FAR, en el año 1976. A mí me tocó ayudar a buscar la información sobre los
combatientes del 30 de Noviembre. Dondequiera que decían que había un compañero que
hubiera participado en las acciones, había que elaborar el informe que justificara su aspiración a
recibir la condecoración.
Trabajé con Duque de Estrada desde Oriente en la coordinación de todo eso, y elaboré los
textos de las tarjas conmemorativas que se colocaron por las acciones del 30 de Noviembre.
Pero resulta que a mí no me entregan la medalla. Yo me entero el mismo día que iban a hacer la
entrega, cuando iban a salir los compañeros desde la Escuela de los Círculos Infantiles en
Santiago de Cuba hacia el Cuartel Moncada. Entonces Causse me llama y me dice que no fuera
al Moncada porque no me iban a dar la medalla. Él no me supo explicar los motivos, pero yo
decidí ir. Y fui, me quedé y presencié todo el acto.
Después empecé a averiguar. Y cuando voy a ver a Vilma, ella me dice que había sido porque
después del alzamiento del 30 de Noviembre yo no me había querido ir para el monte, y que le
había entregado mi pistola a Frank y le había dicho que si quería me pegara un tiro, pero que yo
no iba. Y eso se lo había dicho Frank, como una falta de madurez mía.
Me quedé sin responder, atónito. No podía pensar que después de todo lo que había pasado y
logrado vencer, ahora se me apareciera algo de lo que ni me acordaba, ni tenía valor alguno.
Luego, como yo era oficial de las FAR, elevé al Ministro mis consideraciones donde razonaba
por qué se le daba ahora una connotación a un hecho al que el propio Frank no había prestado
atención, porque si realmente le hubiera importado o dado valor como una falta grave, no me
hubiera designado al frente de la Propaganda, ni dado la cantidad de tareas de extrema
confianza, incluidas la búsqueda de casas de seguridad donde esconderse, el conocimiento
permanente del refugio donde se encontraba, ni la verificación de asuntos del máximo secreto
para la introducción de armas al país. Ni tampoco los que vinieron después de él, que conocían
de nuestras relaciones, me habrían asignado las responsabilidades que me asignaron. También,
que siempre había tenido ánimos para cumplir los compromisos que había contraído con la
Revolución.
Después me enteré que fue Haydée la que planteó ese problema. Incluso supe que cuando a mí
me cogen preso, ella hizo un comentario diciendo que era muy posible que yo me hubiese
acobardado y hubiese delatado, porque ya no sería la primera vez, haciendo alusión a aquel
hecho del 30 de Noviembre. Entonces yo asocié eso a la forma tan fría en la que ella me trató en
las últimas veces en que nos vimos.
Yo realmente no sé qué valor ella le concedió a eso. Pero de lo que estoy seguro es de que ella
era muy exigente, y en honor a la verdad, empezando con ella misma.
Algo parecido me ocurrió con el doctor Luis Buch. Al principio la relación con él fue normal,
con todos los criterios que yo tenía de él, pero después se tornó hostil, porque yo sé que él fue
de los que al principio de la Revolución dudaron de mi honestidad y me tildaron de traidor. Y
creo que influyó para que yo no ocupara responsabilidades en el ámbito político y para que yo
no fuera militante del Partido Comunista.
Otro elemento que yo tengo para demostrar su animadversión contra mí, es el hecho de que
Buch, en el libro sobre su vida, habla de la reunión de Mompié y me excluye abiertamente, de
forma tal que en la versión suya, yo no participé en Mompié. Sin embargo el Che, hombre
cáustico, duro, cuando escribe sobre la reunión, dijo ciertamente que yo me había incorporado al
mediodía. Esa actitud de Buch hacia mí hizo que yo reaccionara y que estuviera un tiempo
enemistado con él, porque me pareció que no estaba siendo honesto ni conmigo ni con la
historia. Y yo he sido enemigo de los que cuentan solamente la parte de la historia que les
interesa. Yo no sé si después que se aclaró lo de mi problema, él cambiaría de opinión, pero a
mí me dolió mucho que un hombre al que yo admiré por su trayectoria revolucionaria y por su
honradez a toda prueba, tuviera esa actitud conmigo.
14
El triunfo de la Revolución
ENTREVISTADORES: ¿Quién garantizaría la entrega pacífica por las fuerzas policiales de las
estaciones a ustedes?
ENZO: Para eso iba con nosotros el mencionado teniente coronel Ledón, quien ya les dije que
fungía como jefe de la Policía Nacional y había pactado ese traspaso. De esta manera, él nos
acompañaría hasta cada una de las 19 estaciones para garantizar que no hubiera ningún
problema.
En la Primera Estación –donde radicaba la jefatura– se quedaron Aldo Vera, Alipio Zorrilla,
Jorge Romero y otros, y así en las siguientes fueron quedándose los designados, entre los que
recuerdo a Gustavo Peláez, Armando Menocal, José Iglesias Patiño, Amauri Fraginals, Rogelio
Montenegro, Ricardo Olmedo, además de otros. Yo fui el último en quedarme, pues me habían
designado para la Decimonovena Estación, que estaba en Guanabacoa, adonde llegamos bien
avanzada la madrugada. Entre otros me acompañaban Carlos García Lozada, William Fuentes y
Orlando Soñara.
Nuestras instrucciones consistían en que una vez presentados por el teniente coronel Ledón,
nos haríamos cargo de la estación en nombre del Movimiento 26 de Julio. En principio no
debíamos desarmar a los efectivos de la policía, sino intentar mantener las cosas tranquilas para
paulatinamente darles entrada a las estaciones a los milicianos del Movimiento que se
presentaran con su responsable, y de esta forma evitar el desorden y el caos. En mi caso, ante mí
se presentó el compañero Francisco Romero, Paquito el Cabezón, a la sazón jefe de las Milicias
en Guanabacoa, quien fue el garante de los compañeros a los que íbamos dejando entrar en la
unidad.
ENTREVISTADORES: ¿La labor educativa del Departamento tuvo que ver con la Campaña de
Alfabetización?
ENZO: La implementación del DATMCC fue previa a la Campaña y yo diría que aquel
Departamento fue un antecedente de ese gigantesco proceso que luego sería la Campaña de
Alfabetización. Nosotros comenzamos a trabajar con un cheque de cien mil pesos que nos dio
Fidel, sin presupuesto y sin papeles ni nada de eso, porque en ese momento aún se estaba
organizando todo. Con ese dinero compramos vehículos, lápices, libros, uniformes, botas,
materiales técnicos y todo lo que se necesitaba.
ENTREVISTADORES: ¿Por qué en el Congreso de noviembre de 1959 fue electo David Salvador
como secretario general?
ENZO: Porque David es el que organiza junto con Ñico Torres y Octavio Louit el Frente
Obrero del Movimiento 26 de Julio, a partir de la idea de Frank y Armando después del 30 de
Noviembre. Tomando como punto de partida a la gente de Guantánamo –que fueron los únicos
que realmente hicieron una huelga para apoyar el desembarco de Fidel–, Frank los promueve
para organizar el movimiento obrero del Movimiento 26 de Julio en todo el país. Para eso crean
un Comité Gestor en el que estuvieron Ñico Torres y Octavio Louit Venzant, que comienza a
organizar comités obreros del Movimiento en Oriente, y después van por todas las provincias
haciendo lo mismo. Esos focos primarios de trabajo obrero iban a ser el germen de un aparato
mayor que sería el Frente Obrero Nacional, dirigido por el Movimiento 26 de Julio. Entonces,
David Salvador, desde Ciego de Ávila, se incorpora y se convierte en el líder del movimiento
obrero en esa región, no solo por sus dotes de dirección, sino porque contaba además con la
experiencia acumulada por haber sido miembro del Partido Socialista Popular.
ENTREVISTADORES: Pero la interrogante aquí es: ¿por qué después de los problemas que
ocasionó su actitud en los Comités de Huelga por su anticomunismo visceral, abierto, es
elegido, ya en pleno noviembre revolucionario, para conducir las riendas del movimiento obrero
que debía ser el carro que tirara de la Revolución?
ENZO: Después de Mompié, Fidel deja a David Salvador en la Sierra Maestra atendiendo el
trabajo obrero, como parte del nuevo Ejecutivo creado, lo que indica que este le da respaldo
para que continúe en esa tarea. Yo en realidad pensaba que la proximidad a Fidel había hecho
cambiar a David, porque no podía suponer otra cosa. Por eso es que al triunfo, hay un montón
de compañeros que ven en él al jefe del aparato obrero del Movimiento 26 de Julio, y por tanto
al hombre que puede conducir el naciente aparato obrero revolucionario.
ENTREVISTADORES: ¿Qué hizo después de salir de la Secretaría del Jefe del Estado Mayor
General?
ENZO: Bueno, comencé a trabajar de nuevo con Augusto, quien me propuso para el Grupo de
Censura Militar que estaba organizando. Permanecí un tiempo en la etapa de preparación de ese
organismo y decidí no continuar, y después de algunas gestiones, me mandaron para la
Academia Naval, informándome que allí necesitaban un oficial que ayudara en el trabajo de la
Sección Científica Militar. Comencé bien, y preparé un proyecto para el desarrollo de la
actividad científica en la Academia, conforme con lo establecido. Se lo presenté al jefe de dicha
actividad, el cual no me dijo nada, no le dio la más mínima importancia, pasó un mes y otro, y
todavía seguía sin responderme. Y llegué a la conclusión de que debía irme de allí, porque al
compañero no le importaba mi trabajo.
Hablé con el capitán de navío José Cuza Téllez de Girón, jefe de la Academia y compañero de
Santiago de Cuba, le expliqué que no creía que pudiera serles útil y pedí que me devolvieran a
la Dirección de Cuadros. Y otra vez fui para mi casa a esperar ubicación, y de ahí me
propusieron que me hiciera cargo de la Imprenta Central de las FAR, donde se quería formar
una empresa. Conté con el apoyo del Estado Mayor General y también con la Unión Gráfica,
cuya ayuda solicité. Allí estuve como cinco o seis años. En ese período me ascendieron a
teniente coronel. Trabajé duro hasta que me convencí de que no sería posible lograr el
propósito. Porque para hacer una empresa industrial de una imprenta, hay que regirse por un
sistema muy rígido que garantice que haya continuidad en la producción, y para mantener la
imprenta produciendo al máximo de capacidad y sin que se interrumpa ningún paso, es
indispensable la coordinación entre los dirigentes y los obreros, y entre los dirigentes y los
suministradores de materiales.
Estando en la imprenta, que se pretendía que funcionara como una empresa industrial de las
FAR, se crea un problema. En esos lugares, que eran unidades civiles de las FAR, los únicos
militares eran los jefes, los obreros eran civiles, y por eso pasan a ser atendidas políticamente
por los comités municipales del Partido de los lugares donde estaban ubicadas, y al dejar de
estar atendidas desde el punto de vista político por la Dirección Política del MINFAR y por los
aparatos creados por esta, en esas empresas industriales empezaron a influir todos los problemas
de los que debía encargarse el Partido en los municipios. Eso afectó las relaciones de trabajo, la
continuidad en el proceso de producción y se convirtió en una guerra, hasta que volvieron a ser
atendidas por las FAR. Se demostró que el problema que yo planteaba de la interferencia del
Partido Municipal de Regla en la imprenta, también era sufrido por los jefes de las empresas
similares a la que yo atendía. Pero ya yo estaba enfermo y convencido de que la imprenta nunca
sería una empresa.
En 1989 lo que yo quería era que me mandaran a Angola a cumplir con el deber de todo
revolucionario, ya que yo no me quería jubilar sin cumplir misión militar internacionalista. Pero
como yo era diabético, a cada rato por las tensiones a que estaba sometido hacía crisis y me
ingresaban en el Hospital Naval. Entonces decidieron no mandarme a Angola por ese problema,
según me dijeron.
.
Epílogo
El lector que llegue a este epílogo, ha transcurrido por la vida de Enzo Infante Uribazo, Bruno.
Ha sido contada de forma transparente, con sus matices y sus accidentes geográficos, que por
momentos nos arrastraron por llanuras desérticas y en otros nos alzó hasta altas montañas. Pero
de cualquier manera, siem-pre revelando historias, aportando valoraciones e importantes
opiniones –con las subjetividades propias de un protagonista– de hechos ya contados y del
tiempo transcurrido. Estamos conscientes de que habrá mucho más que decir. En el tintero han
quedado polémicos temas que serán tratados en futuras entrevistas. Por el momento, al menos
nos sentimos satisfechos de haber iniciado un feliz proceso: Enzo ha salido de su letargo y ha
comenzado a producir historia, historia de verdad, sin peros ni tapujos. Ahora, él mismo se
encuentra enfrascado en la compleja tarea de hilvanar ideas para producir obras sobre la lucha
insurreccional y los primeros años de la Revolución.
Este libro era en principio solo un conjunto de entrevistas. Mas, luego de que el Centro
Cultural Pablo de la Torriente Brau acogiera el proyecto con tanto cariño, el trabajo tomó un
ritmo acelerado y uniforme que ahora concluye, parcialmente, con este texto que ponemos a la
consideración de los lectores.
La complejidad de la rebeldía no ha estado exento de esfuerzo y sacrificio. Un largo y
detallado trabajo de revisión de libros y publicaciones periódicas ha sido necesario en aras de
corroborar información en unos casos, y en otros, abundar sobre algún tema. Además, y aunque
la voz que se escucha entre las páginas es la del entrevistado, fue necesario realizar otras entre-
vistas, muchas, para de igual forma lograr un resultado lo más apegado posible a la verdad
histórica. La corrección de este texto ha sido minuciosa y siempre se han respetado fielmente los
criterios de Enzo sobre diversos aspectos, a pesar de no compartirlos exactamente en algunos
casos. En los temas en que esto ha ocurrido, hemos decidido dejarlo claro con la inclusión en las
preguntas de algunos comentarios preliminares que pueden ayudar a ofrecer otros matices, más
allá de los que ofrece el propio Enzo. En el caso de sus opiniones sobre figuras de la historia
cubana, se ha considerado oportuno aclarar que todo lo que está escrito fue cotejado, antes del
proceso de publicación, con el entrevistado, y además, se ubicó en las partes del texto en que
más luces podrían arrojar.
Al llegar a este punto, nos planteamos las mismas preguntas y obtenemos infortunadamente
las mismas respuestas. Nos queda la satisfacción de haber contribuido en algo a salvar un
valioso testimonio. Por otra parte, la alarma historiográfica que activábamos en la introducción
continúa encendida, y necesitamos con urgencia escucharla. De ello depende que las futuras
generaciones de investigadores posean esta vital fuente de trabajo. Aunemos esfuerzos,
capacidades y posibilidades. Un país como el nuestro, que ha vivido de frente a la historia, no
puede permitirse ver morir a la generación que hizo con sus manos la Revolución y
mantenernos impasibles. Si este libro contribuye a impulsar ese esfuerzo gigantesco, entonces
nos sentiremos satisfechos y felices.
LOS AUTORES
Santiago de Cuba, junio de 2009
Apéndice
FOTOS
Enzo Infante con sus alumnos del Segundo Grado B del Colegio Dolores,
en Santiago de Cuba. Curso 1950-51.
Excursión a la Gran Piedra con los alumnos de la Escuela Úrsula Céspedes (1956). De izquierda a derecha: Enzo
Infante, Agustín País (hermano de Frank País) y el guía que los acompañó.
Boda de Enzo Infante con Bertha Perera Fernández, celebrada en el Santuario de la Virgen del Cobre,
Santiago de Cuba, el 7 de septiembre de 1959.
Doña Rosario García, madre de Frank País, fue testigo de la boda civil
de Enzo y Bertha, el 8 de septiembre de 1959.
Cristina Fuentes Callava, madre de Enzo (1924).
Dirigentes y miembros del Círculo Literario Heredia. Sentados: al centro, la poetisa Dora Varona. A la derecha,
Renaldo Infante (hermano de Enzo) y a la izquierda, la maestra Osana Garrástegui junto al maestro Guillermo Orozco
Sierra. De pie, de derecha a izquierda (varones): Miguel Ángel Sagué Urrutia, director del Instituto Barrios (donde se
tomó la foto), Enzo Infante, Helvio Corona Junquera y Reinaldo Heredia Padilla (1955).
Bertha Perera con sus alumnos de la escuela rural en la localidad de Camazán, actual provincia de Holguín (1958).
En la parte superior los detenidos. El primero, de izquierda a derecha, Enzo Infante. Debajo, el arsenal que falsamente
les fue adjudicado (periódico Excélsior, 27 de julio de 1958).
Muestra de los artefactos explosivos, armas y municiones que la Policía Nacional achacó al grupo
detenido con Enzo (periódico Información, 27 de julio de 1958).
Parte del alijo de armas y explosivos que falsamente la Policía Nacional adjudicó a Enzo Infante y al resto de sus
compañeros (periódico Prensa Libre, 27 de julio de 1958).
Fragmento de la entrevista concedida por Enzo Infante al diario Combate,
órgano del Directorio Revolucionario 13 de Marzo (24 de junio de 1959).
Reunión de maestros en el teatro de la CTC (1959). De pie ante el micrófono, Enzo Infante. En la mesa, a la
izquierda, Armando Hart. Inclinado, de espaldas, el capitán Luis Litch, dirigente del DATMCC en Las Villas.
Al centro, Hubert Matos.
Foto de identificación del carné militar. Sección de Historia del MINFAR (1970).
Enzo Infante acompañando a un grupo de visitantes al Museo de la Revolución (1975).
Documento conclusivo elaborado por una comisión del Comité Central del PCC
dictaminando sobre las acusaciones hechas sobre Enzo Infante (pág. 1).
Continuación (pág. 2) del documento conclusivo de la comisión del CC del PCC sobre Enzo Infante.
Enzo con sus hijos Enzito, Rosario, Pilar y su sobrina Linaidita (1969).
Prestancia de la memoria/ 9