Sei sulla pagina 1di 4

El platonismo en la

filosofía de las
matemáticas
Por: Javier García-Salcedo

De la Antigua Grecia los filósofos hemos heredado la idea de que las


matemáticas representan un tipo de conocimiento particularmente
privilegiado. Este privilegio se condensa en el hecho de que los
resultados matemáticos parecen ser completamente objetivos,
definitivos e indubitables. Cualquier ser humano en pleno ejercicio de
sus facultades—y más aún, cualquier ser racional—debería ser capaz,
luego de recibir un adecuado entrenamiento, de reconocer en la
oración “2 más 2 es igual a 4” una verdad que está más allá de toda
duda razonable, incluso de toda duda legítima posible. Por esta razón,
a muchos filósofos interesados en la fundamentación de nuestro
conocimiento les ha resultado muy atractivo y natural pensar que las
matemáticas ofrecen un ejemplo de conocimiento perfectamente
seguro, confiable e irrevocable. Esto explica el que las matemáticas
hayan constituido, desde tiempos muy remotos, un objeto de estudio y
de intenso debate filosófico.

Las verdades matemáticas parecen ser únicas en su género. Ninguna


de las otras ciencias comparte la inmunidad a la duda razonable que
exhiben estas verdades. ¿Quién, en su sano juicio, podría dudar que
54 sea un número par? Para ilustrar este punto es útil contrastar estos
enunciados con algunos provenientes de otras ciencias. Tomemos por
ejemplo la oración “la Tierra gira alrededor del Sol”. Es cierto que hoy
día este último enunciado nos parece una verdad evidente; ¿cómo
pudo siquiera concebirse otra cosa algún día? Sin embargo, al pensar
esto olvidamos que nuestra intuición es una capacidad altamente
flexible, y que lo que hoy nos parece intuitivo pudo haber parecido
muy contraintuitivo hace algunos cientos de años. Al final de cuentas,
que el Sol gire alrededor de la Tierra o que el reposo sea el estado
natural de los cuerpos no son pensamientos contradictorios. El Sol
hubiera podido girar alrededor de la Tierra—aunque esto de hecho no
sea así.

En contraparte, preguntémonos: ¿podría el 54 haber sido impar?


¿Podría haber un último número natural? Estas oraciones parecen
articular un pensamiento, pero de hecho es demostrable que no es
así—es decir, es demostrable que, para un inmenso número de
verdades matemáticas, suponer su negación implica lógicamente una
contradicción. No solamente, pues, es muy difícil imaginar que exista
un último número natural—más que difícil, es algo que parece
imposible. Y la pregunta que entonces surge es: ¿por qué esto es así?

Para dar un esbozo de respuesta a esta pregunta debemos primero


determinar de qué hablan estas verdades. ¿Qué objetos estudian los
matemáticos? La respuesta más sencilla y directa a esta pregunta es:
si tomamos al pie de la letra lo que dicen los enunciados de las
matemáticas, entonces los matemáticos estudian números, rectas,
funciones, matrices, entre muchas otras cosas. Esta respuesta,
empero, solamente desplaza el problema, pues lo que querríamos
preguntar ahora es: ¿qué tipo de objetos son los números, las rectas,
las funciones, las matrices, etc.?

Una venerable tradición filosófica, la tradición platónica, responde a


esta interrogante de la siguiente manera. Los números y demás
objetos matemáticos son objetos abstractos. Los objetos abstractos no
poseen una ubicación espacio-temporal y, por consiguiente, son
entidades que se encuentran por fuera de la red de causas y efectos
que relaciona a los objetos que sí poseen una extensión y/o una
ubicación temporal. Dicho de otro modo, los objetos abstractos son
causalmente inertes. Positivamente, el platonismo considera que los
objetos matemáticos son eternos e inmutables y que todas sus
propiedades son propiedades que les son necesarias. No es un
accidente que el 54 sea par: esto simplemente tiene que ser así. ¿Por
qué? Porque una entidad matemática como el número 54 se
encuentra aislada de los dos factores que sabemos hacen posible las
transformaciones de los objetos: el espacio y el tiempo. Fuera del
espacio-tiempo un objeto no puede cambiar, pues todo cambio es una
transición entre estados y una transición entre estados supone la
existencia de un intervalo temporal. De esto se sigue que el conjunto
de las propiedades de los objetos matemáticos es invariante: estos
objetos tienen siempre las mismas propiedades. En este sentido, una
entidad matemática no puede dejar de tener las propiedades que tiene
sin dejar de ser esa entidad matemática. Pero como son abstractas,
las entidades matemáticas no pueden ‘dejar de tener’ nada. Son como
son, y son como tienen que ser, per saecula saeculorum.

El platonismo brinda una explicación satisfactoria de la necesaria


falsedad (o contradictoriedad) de la negación de muchas verdades
matemáticas. La idea consiste, como hemos visto, en tomar el
discurso matemático literalmente y asumir en consecuencia que las
verdades matemáticas conciernen objetos abstractos. Dado que estas
entidades no son susceptibles de cambio, entonces no pueden tener
otras propiedades que las que de hecho tienen; esas propiedades
hacen parte de la naturaleza de esos objetos. (Cosa que no sucede
con los objetos con partes materiales; usted, por ejemplo, podría
haber nacido en otro país sin por ello dejar de ser usted.) Por
consiguiente, una vez que suponemos que una entidad matemática (el
6, por ejemplo) no posee una de las propiedades que de hecho posee
(ser un número perfecto), solamente podemos caer en una
contradicción, pues si lo que suponemos fuese verdad (que el 6 no es
un número perfecto), entonces no estaríamos hablando de
precisamente esa entidad matemática (el número 6, en nuestro
ejemplo).

Desafortunadamente, no todo son buenas noticias para el platonismo.


En particular, uno de los principales obstáculos que enfrenta la
postulación de entidades matemáticas abstractas es el hecho de que
éstas parecen completamente escindidas de nosotros, las criaturas
espacio-temporales que piensan y descubren verdades matemáticas.
Si suponemos que los objetos matemáticos son abstractos, y también
aceptamos la idea de que podemos conocer estos objetos o al menos
algunas de sus propiedades, todavía nos es necesario explicar cómo
es posible que podamos obtener ese conocimiento. En otras palabras,
el platónico todavía debe explicar cuál es la relación que subsiste
entre los objetos matemáticos y los seres humanos que hace posible
que éstos adquieran conocimiento aceca de aquéllos. Dado que, por
hipótesis, estos objetos son causalmente inertes, entonces esta
relación no puede ser causal, y por tanto no podemos obtener este
conocimiento por medio de nuestras facultades perceptuales
ordinarias como la vista o el oído. Otras facultades cognitivas deben
estar involucradas—pero, ¿cuáles son éstas?

Históricamente han existido varios intentos de respuesta a esta


pregunta, pero estos intentos son generalmente considerados
infructuosos. Por ejemplo, una respuesta muy socorrida consiste en
apelar a una facultad de intuición que nos permitiría relacionarnos con
los objetos matemáticos y así obtener información acerca de éstos.
Sin embargo, los filósofos que han empleado esta estrategia no han
sido capaces de especificar cuál es el mecanismo que subyace a esta
pretendida facultad cognitiva. Desprovistos de una adecuada
descripción del funcionamiento de la intuición, echar mano de la
intuición matemática no parece más que dar un paso en falso.

Por tanto, si el platónico se aferra a su interpretación literal del


discurso matemático y en consecuencia asume que las entidades
matemáticas son abstractas en el sentido anteriormente explicitado,
entonces parece no existir una manera plausible de explicar cómo es
que podemos obtener conocimiento de objetos tan radicalmente
diferentes de nosotros. Esta objeción al platonismo es muy fuerte
puesto que lo que solemos aceptar es que sí poseemos conocimiento
matemático. Por consiguiente, si existe tal conocimiento, entonces los
objetos matemáticos no pueden ser abstractos—o al menos no
pueden poseer el tipo de abstracción que el platónico tradicionalmente
les ha atribuido. A esta objeción se le conoce como ‘el reto
epistemológico al platonismo’.

No debe pensarse, empero, que por estas razones el platonismo haya


sido derrotado. En este punto existen varias alternativas accesibles al
platónico, aunque discurrir acerca de cada una de ellas nos llevaría a
discusiones que excederían las limitaciones naturales de este blog (y
que muy probablemente he excedido ya). En todo caso, espero que
haya quedado claro que a las desventajas inherentes al platonismo en
el ámbito del conocimiento corresponde una serie de ventajas
interpretativas que no es razonable desdeñar
http://blogs.elespectador.com/latortugayelpatonejo/2011/10/22/el-platonismo-en-la-
filosofia-de-las-matematicas/

Potrebbero piacerti anche