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EL GOBIERNO DE CARLOS ANTONIO LÓPEZ

Aparece el paraguayo independiente


López se resistía a unirse militarmente con los enemigos internos de Rosas, aun
cuando ello le deparase el reconocimiento de la independencia nacional, pero estaba
dispuesto a enfrentarse con el gobernador de Buenos Aires en cualquier terreno a que
le provocase. La Gaceta Mercantil y Archivo Americano, órgano oficiales de Rosas,
redactado principalmente por Pedro de Angelis, iniciaron de consumo, poco después
del decreto del 8 de enero, una sistemática campaña destinada a demostrar que el
Paraguay, por el uti possideus era una provincia argentina y que su subsistencia como
nación independiente era imposible y no consultaba sus intereses, por ser la Argentina
dueña de la navegación del Paraná, única salida al exterior de aquel mediterráneo país.
Para rebatir la propaganda periodística fue fundado el Paraguayo Independiente, que
apareció el día 26 de abril de 1845 bajo la dirección del Presidente López y con el
programa de demostrar que el Paraguay “tiene incuestionable derecho de mantener y
sustentar su independencia; que Buenos Aires no tiene título alguno que oponer, su
opinión no podrá fundarse sino en la fuerza y conquista que no es derecho y sí sería un
hecho, porque la República del Paraguay resistiría hasta el último esfuerzo de los
sacrificios”.

La independencia del Paraguay encontró defensores en muchos de los emigrados


argentinos que en Montevideo y en Chile hacían por la prensa una guerra a muerte a
Rosas. José Rivera Indarte publicó un libro para demostrar la “legitimidad de la
independencia del Paraguay” y Domingo Faustino Sarmiento estampó en el Progreso lo
siguiente: “Para el Paraguay la cuestión es ésta: ser o no ser. Para Rosas agregar un
dominio más a seiscientas lenguas de distancia, no obstante los cientos de miles de
lenguas de territorio despoblado que hoy posee. Pero un espíritu tan retrógrado como
el de Rosas faltaría a la lógica si no sostuviera todos los errores de la política de las
épocas bárbaras que ha resucitado en nuestros días. Sueña en conquistas, en
engrandecimiento territorial, como los reyes de la Edad Media”.

Florencio Varela desde “El Comercio del Plata” y Manuel Derqui, desde “La
Revolución”, de Corrientes, fueron también paladines de la causa de la libertad
paraguaya en su lucha contra Rosas.

El Brasil defiende la independencia paraguaya en Europa


Mientras tanto continuaban los esfuerzos del Brasil para obtener la intervención de
Francia e Inglaterra en el Río de la Plata, con el objeto de defender la independencia
del Uruguay y del Paraguay contra las amenazas de Rosas. Enviado en misión especial,
el Vizconde de Abrantes había declarado a los Gobiernos de Londres y París: “El
Gobierno imperial juzga que es su deber, y deber que no puede prescindir, mantener
la independencia e integridad del Estado Oriental del Uruguay y contribuir para que la
República del Paraguay continúe siendo libre e independiente. Juzga también que
siendo la independencia de esas dos Repúblicas de interés general, es forzoso adoptar
medidas que tengan por objeto contener al Gobierno de Buenos Aires dentro de los
límites marcados por el derecho de gentes y hacer frustráneos sus proyectos
ambiciosos”. Y en otro memorándum escrito en Berlín el Vizconde de Abrantes definió
expresamente los motivos de la política brasileña respecto a la independencia del
Paraguay. “Un pueblo decía que se encuentra en circunstancias tan ventajosas, tiene
indisputable derecho a figurar en la lista de naciones; y los intereses de la civilización y
del comercio, que se hallan felizmente de acuerdo con este derecho, deben defender
la causa de la independencia del Paraguay, por lo que toca al Brasil, si la independencia
del Estado de Montevideo, establecida por la Convención del 27 d agosto de 1828, fué
una condición o garantía necesaria para el equilibrio entre el Brasil y la Confederación
Argentina, también la independencia de la República del Paraguay es evidentemente
necesaria para complementar dicho equilibrio. La unión del Paraguay a la
Confederación daría a ésta, además del orgullo de conquistadora, un aumento de
territorio y de fuerzas tales que aquel equilibrio dejaría de existir, y todos los sacrificios
hechos por el Brasil, cuando se adhirió a la independencia de Montevideo, quedarían
enteramente estériles”. Gracias a los buenos oficios de la diplomacia brasileña, varios
países europeos, comenzando por Portugal y Austria, reconocieron la independencia
del Paraguay, pero las grandes potencias como Inglaterra y Francia no quisieron
adoptar ninguna actitud definitivas mientras no obtuvieran resultados la intervención
conjunta que habían resuelto efectuar en el Río de la Plata para procurar la paz entre
Buenos Aires y Montevideo y asegurar la libertad de navegación del Río Paraná.

El paraguay ofrece cooperar en la intervención anglofrancesa


Resuelto por Inglaterra y Francia la intervención del Río de la Plata, el presidente López
ofreció la cooperación militar del Paraguay. Se dirigió el 1º de junio de 1845 al
Emperador del Brasil, y después de agradecerle las gestiones del Vizconde de Abrantes
en Europa, sus deseos de participar en la intervención armada de las tres potencias,
para lo cual le pedía que el representante del Brasil en esas negociaciones lo fuese
igualmente del Paraguay y “pueda en su nombre obligarse a cuanto sea necesario”. El
Paraguay daba carta blanca al Brasil para comprometerle en la intervención armada en
el Río de la Plata y ponía su ejército a la disposición del Emperador. El mismo día en
que esta conversación era cursada al Emperador, López informó al ministro francés
Barón de Deffaudis la autorización que acababa de conferir al Brasil, “visto no haber
tiempo de ir un enviado del Paraguay a la augusta presencia de S. M. el Rey de los
Franceses”. Pero los Gobiernos de Francia e Inglaterra habían excluido de la
intervención al Brasil, resolviendo proceder por cuenta propia. El Emperador no hizo
uso de la facultad que le había otorgado el Presidente del Paraguay, y cuando el Barón
Deffaudis se enteró de la disposición de López de cooperar en la intervención, le pidió
el envío a Montevideo de un agente diplomático para tratar del asunto, el cual seguiría
luego viaje a Francia si fuere menester.

López pone términos a su correspondencia con Rosas


El bloqueo del Paraguay se volvía cada vez más aflictiva la situación de la República.
Levantando los cargos de la nota del 22 de marzo, y resuelto a adoptar frente a Rosas
una actitud enérgica, López le dirigió un oficio en que defendió el Convenio con
Corrientes, afirmando que la República no se había apartado de su neutralidad, y
formulaba la siguiente declaración a propósito de la siguiente sugestión de Rosas de
que el Paraguay adhiriese a la Confederación Argentina: “A este respecto conviene que
la República del Paraguay dé a V. E. un ultimátum inmutable, que le dispersara el
incómodo de enviar a su comisionado particular, si se trata de un confederación
voluntaria y nacida de libertad y adhesión legítima de esta parte de la América, es
odioso hablar de eso, pues que ella decida e irremediablemente no quiere; si se trata
de confederación no por principios, sino por la arrogancia de la violencia y de la fuerza,
es bueno entender que el siglo de las conquistas ya pasó. El Paraguay conoce lo que
puede y vale: él juró su independencia, renueva anualmente su juramento y sus hijos
aman su tierra, que para ellos es sagrada. El pueblo paraguayo es inconquistable;
puede ser destruida por alguna grande potencia, más no será esclavizada por ninguna.
En estos términos son excusadas ulteriores contestaciones: es además injurioso
proponer a un pueblo que abdique su nacionalidad y existencia política”. El mismo día
que curso este oficio a Rosas el presidente López dispuso que en lo sucesivo los
documentos oficiales fueran encabezados con el lema: “¡Viva la República del
Paraguay! ¡Independencia o muerte!”.

Se establece el servicio militar obligatorio


Consecuentemente con el ultimátum a Rosas, el Gobierno paraguayo intensificó sus
preparaciones militares. Bajo la dirección de oficiales brasileños, contratados por
mediación de Pimenta Bueno, comenzó la fortificación de los estratégicos pasos del
Río Paraguay y se dio nueva organización al Ejército. Se estableció el servicio militar
obligatorio y se crearon las guardias nacionales, cuerpos auxiliares del ejército
permanente en línea. El órgano oficial dio carácter de acontecimiento histórico en la
creación del servicio militar obligatorio y la llamó “una medida grande y religiosa”. Al
frente del Ejército, cuyo campamento principal se estableció en Paso de Patria, fué
puesto el General Francisco Solano López, el joven hijo mayor del presidente López y
ya entonces su principal colaborador, a pesar de no contar sino diecinueve años.

Se firma la alianza con Corrientes


Persuadido López de que el Emperador del Brasil no ratificaría el tratado de alianza de
1844, se mostró mejor dispuesto para escuchar las proposiciones del general Paz,
quien de acuerdo con el gobernador de Corrientes, envió plenipotenciarios con
instrucciones de acceder a todas las exigencias de López, aún aquellas sobre límites
territoriales, con tal de obtener la alianza del Paraguay para la guerra contra Rosas. El
11 de noviembre de 1845 se firmó, al fin un tratado de alianza, por el cual el Paraguay
se comprometió a participar en la guerra contra el gobernador de Buenos Aires, con la
constancia de que la guerra no era contra el pueblo no contra la Confederación
Argentina, sino contra Rosas.

El Estado de Corrientes y el general Paz se obligaron a no deponer las armas sin


conseguir el efectivo reconocimiento de la independencia del Paraguay, de su libre
navegación por el Paraná y el Plata de la integridad de su territorio. Al efecto, en un
protocolo adicional y secreto, quedaban desde entonces trazados los límites, de tal
modo que al Paraguay se le reconocían la Misiones, al sur del Paraná, desde el
Aguapey hasta Loreto, y el Chaco, al norte del Bermejo, subiendo la frontera este río
hasta los 25º, 16’,40’’ de latitud austral, paralelo de Asunción, y desde allí, en línea
recta, cubriendo los establecimientos paraguayos, hasta arriba del Fuerte Olimpo. El
tratado fue puesto bajo la garantía del Brasil. En cumplimiento de las obligaciones
contraídas, un ejército de 10.000 hombres debía ser puesto por el Paraguay a las
órdenes del general Paz.
El Paraguay declara la guerra al gobernador de Buenos Aires
El 4 de diciembre de 1845, después de ratificado el tratado con Corrientes, el
presidente López declaró la guerra al Gobierno de Buenos Aires, en un extenso
manifiesto dirigido a las naciones de América en que se presentaba el recurso extremo
a que había apelado el Paraguay como una medida meramente defensiva, en vista de
la obstinación de Rosas es desconocer su independencia y bloquear su comercio, y de
los indudables designios que tenía de conquistarlo una vez que sus ejércitos dieran
buena cuenta de sus enemigos de la Banda Oriental y de Corrientes. “Por tanto
terminaba el Manifiesto, “El presidente de la República del Paraguay, invocado a la
providencia y al mundo entero de testigos de su razón y justicia, forzado a olvidarse de
los sacrificios y calamidades de la guerra, rompiendo su preciada paz, cultivada desde
tantos años, declara la guerra al Director de Buenos Aires, guerra justa y santa, que
cesará luego que él respete la justicia del los pueblos y los preceptos del Creador.” Y en
una proclama al pueblo dijo: “En la primera aurora de la independencia vuestra patria
fue invadida, pero vosotros castigasteis debidamente al invasor. De las márgenes del
Paraguarí y de Tacuarí él tuvo que huir vencido y cubierto de vergüenza y de temor.
Hoy el mismo invasor, dirigido por un gobierno ambicioso y tiránico, intenta combatir
de nueva la independencia nacional y violar nuestros lares, el sagrado territorio de la
Patria. Conviene no esperarlo, conviene ir a su encuentro y obligarlo a retroceder
sobre sus criminosos pasos. Así exigen los intereses, el honor, el nombre y la gloria de
la República.” Las tropas paraguayas expedicionarias, al mando del coronel Francisco
Solano López, hecho general y presentado a la tropa por su padre como “el otro yo”,
pasaron el Paraná a fines de diciembre y se pusieron a las órdenes del general Paz.

Se acepta la mediación de los Estados Unidos


López, al mismo tiempo que declaraba la guerra a Rosas, aceptó la mediación que, en
nombre de su Gobierno, le había ofrecido el agente especial de los Estados Unidos, Mr.
Eduardo Augusto Hopkins. López aseguró a Hopkins que deseaba la paz, para la cual
sugería las siguientes condiciones: en primer término, el reconocimiento de la
independencia nacional; en segundo lugar, la promesa, bajo la garantía de los Estados
Unidos, de un tratado de navegación y límites para cuando las circunstancias lo
permitieran, asegurándose entre tanto la libre navegación del Paraná, y finalmente, la
atención de las exigencias de la provincia aliada de Corrientes. Hopkins se trasladó a
Río de Janeiro, donde el ministro norteamericano Mr. Wise apoyó sus gestiones y por
intermedio del ministro argentino Guido intercedió ante el Gobierno de Buenos Aires
para que el reconocimiento de la independencia del Paraguay fuera la base de la paz
con esta nación.

Misión confidencial a Montevideo


Mientras Hopkins estaba de viaje en Río de Janeiro llegó a Asunción, en enero de 1846,
el cañonero francés Fulton, uno de los barcos de la escuadra combinada anglofrancesa,
que el 18 de noviembre de 1845 se había enfrentado con la escuadra argentina en la
Vuelta de Obligado, buscando abrir a viva fuerza la navegación del Paraná. El Fulton
trajo una carta Barón Deffaudis, en que se informaba a López que el Emperador del
Brasil no había hecho uso de la autorización para designar representante del Paraguay
ante los diplomáticos encargados de concertar la intervención europea en el Río de la
Plata y se le invitaba a enviar un agente diplomático. Aunque Deffaudis aclaró que no
tenía instrucciones especiales para tratar con el Paraguay, y López creyó que, de
cualquier modo, en esas circunstancias convenía al país aceptar aquella invitación.
Resolvió, en consecuencia, enviar a Montevideo, con carácter confidenciales a
Bernardo Jovellanos y Atanasio González, quienes fueron portadores de una extensa
nota en la que López explicaba la posición del Paraguay en el conflicto con Buenos
Aires, se mostraba decepcionado por no haberse extendido las miras de la
intervención anglofrancesa hasta el Paraguay e insistió en ofrecer la colaboración
paraguaya.

Se reprime un motín en Corrientes


Por primera vez soldados del Paraguay independiente salían al exterior, su contacto
con los turbulento habitantes del Sur produjo los efectos que tanto terminó el Dictador
Francia. Emisarios de Madariaga habían comprobado que los paraguayos extrañaban
“la sujeción en que los tenían, comparada con la libertad de que gozaban los
correntinos”, de lo cual quiso sacar ventaja el general Paz, a quien disgustaba tener de
aliado a un Gobierno que poco difería de aquel que combatían. “Los paraguayos son
una masa blanda escribió a Márquez y recibirán con facilidad las impresiones que les
demos.” Para el efecto distribuyó efectivos paraguayos entre las unidades correntinas
y empezó a trabar la libre comunicación del comandante paraguayo con su Gobierno.
Sus trabajos surtieron efecto en el campamento paraguayo donde la guerra no era
popular y se deseaba el retorno a la patria. López, con gran presencia de ánimo,
marchó al encuentro de los amotinados y logró prender fácilmente a los cabecillas, los
cuales, después de sumario juicio, fueron fusilados frente a la tropa reunida. El orden
quedó establecido, pero los López, padre e hijo, dándose de los enormes riesgos que
estaban corriendo, decidieron liquidar la aventura correntina.

Se disuelve la alianza de Corrientes


Las diferencias entre Paz y Madariaga dieron ocasión a López para retirarse de la
guerra. Advertido Rosas procedió con habilidad. Ordenó al general Justo José de
Urquiza, que había marchado desde Entre Ríos sobre Corrientes para someter a las
fuerzas de Paz, que no hostilizara a las fuerzas paraguayas. Así, después que el general
Paz, mediante hábil movimiento táctico, obtuvo que las tropas de Urquiza se pusieran
frente a las paraguayas en Ybahay, aquéllas, en vez de atacar, retrocedieron sin
combatir hasta territorio entrerriano. Las fuerzas paraguayas no pudieron perseguirlas
por falta de elementos de movilidad que de acuerdo con el tratado, debían ser puestos
a su disposición por el Gobierno correntino. En Laguna Limpia cayó prisionero el
general Juan Madariaga, hermano del gobernador, por cuyo intermedio Urquiza
negoció la paz a espaladas del director de la guerra general Paz. Este se opuso al trato
con el enemigo, pero fue depuesto el 4 de abril y su división quedó disuelta,
refugiándose poco después en el Paraguay. Madariaga envió a Asunción a Juan
Bautista Acosta, para explicar los sucesos, y López aprovechó la oportunidad para
deshacerse de la alianza. Las tropas mandadas por el general López repasaron el
Paraná, y el 15 de agosto de 1846, mediante el tratado de Alcaraz, Corrientes concertó
la paz con Urquiza.
Rosas acepta la mediación de los Estados Unidos
Casi simultáneamente con el ofrecimiento de mediación formulado por Mr. Hopkins, el
encargado de negocios de Estados Unidos con Buenos Aires, Mr. Guillermo Brent,
formuló análogo ofrecimiento a Rosas, quien el 26 de febrero de 1846 lo aceptó; al día
siguiente expidió órdenes a Urquiza para que “bajo ningún motivo haya de invadir el
territorio del Paraguay”. Ese mismo día llegaba a Buenos Aires, procedente de Río de
Janeiro, Mr. Hopkins trayendo las bases de Mr. Wise, que entrañaban, como condición
esencial de la paz, el reconocimiento de la independencia paraguaya y la libertad de
navegación. Rosas, al conocer el sesgo que tomaron las operaciones en Corrientes,
explicó extensamente a Guido las razones que le impulsaban a no aceptar la propuesta
de Mr. Wise, pero reiteró su disposición de no usar las armas argentinas en contra del
Paraguay.

El 16 de marzo dio a conocer a Mr. Brent las bases de una paz con ese país para que las
transmitiera al presidente López: aceptaba reconocer la independencia “de la Provincia
del Paraguay, en todo lo que toca a la administración interior, por el mismo modo que
las provincias confederadas”, así como otorgar a sus habitantes la libertad de
navegación y comercio una vez efectuada la incorporación de la provincia de la
Confederación. Hopkins se opuso a que semejante fórmula fuera transmitida al
Paraguay; Rosas no admitió su intervención en las negociaciones, actitud en que fue
apoyado por Brent, por lo cual Hopkins, después de informar a López de todo lo
ocurrido, se desentendió de la mediación. El tenor de las proposiciones de Rosas, así
como el hecho de querer darles curso el diplomático norteamericano, irritaron
profundamente a López, que se dispuso a resistir enérgicamente cualquiera mediación
que desconociera la independencia del Paraguay.

Llega la misión mediadora norteamericana


Las diferencias entre los diplomáticos norteamericanos entorpecieron durante algún
tiempo el desarrollo de la mediación, que ya había sido aceptada por ambos
Gobiernos. Finalmente Mr. Brent resolvió enviar ante López, en calidad de
comisionados especiales, al cónsul, coronel José Graham y al secretario de la Legación,
Jorge L. Brent, con una extensa nota en las que explicaba por que las gestiones de Mr.
Hopkins habían quedado sin efecto y en la que ofrecía nuevamente la mediación oficial
de los Estados unidos. Pero cuando desde Tres Bocas pidieron autorización para seguir
viaje a Asunción, el ministro de Relaciones Exteriores, Andrés Gill, les exigió la
comunicación del carácter oficial que tenían sus credenciales la franca exposición del
objeto y términos de su comisión, y finalmente la remisión de los despachos que
conducían. No era ésta una manera muy protocolatoria de recibir a los emisarios de
una nación amiga, pero Brent y Graham, ya desde Villa del Pilar, explicaron que eran
simples emisarios de notas del representante diplomático de su país para proponer al
Gobierno del Paraguay la designación de comisionados que, bajo los buenos oficios de
los Estados Unidos, negociaran con los de Buenos Aires los términos de un arreglo. Ni
aun así quedó satisfecho López, quien les escribió criticando las bases del 16 de marzo
de 1846 que Brent había aceptado, proponiendo en cambio la designación de
plenipotenciarios a reunirse en Río de Janeiro, para tratar de la cesación de las
hostilidades y la libre navegación, todo “sobre la base indefectible y preliminar del
reconocimiento de la independencia del Paraguay como nacionalidad soberana y
enteramente distinta de la Confederación Argentina”. Para el caso de que a los
comisionados no les satisficieran estas ideas, eran invitados menos que cortésmente a
desandar su camino. Graham y Brent no se desalentaron; contestaron que su oferta de
mediación no estaba acompañada de condición alguna de Buenos Aires, e informaron
que Mr. Brent ya había sido reemplazado por Mr. Williams Harris en la Legación en
Buenos Aires. Sólo entonces López les envió pasaporte para llegar a Asunción.

Se decreta la cesación de las hostilidades


Las actuaciones de Graham y Brent en Asunción alcanzaron pronto y completo éxito en
lo referente a la cesación del estado de guerra, que López decretó el 15 de septiembre
de 1846. Ese mismo día López comunicó a Mr. Harris que aceptaba la mediación
ofrecida por su antecesor, mostrándose dispuesto a designar inmediatamente los
plenipotenciarios que en una capital neutral deberían ajustar el arreglo definitivo de
paz. La cesación de las hostilidades fue completamente por otra disposición
gubernativa que dio libertad a los buques argentinos para navegar hasta Villa del Pilar
sobre la base de la reciprocidad de la navegación paraguaya hasta Corrientes.

El Himno Nacional
Dispuesto López a hacer la paz con Rosas, ya que no tenían objeto sus gestiones ante
los representantes de Francia e Inglaterra, de lo que tanto Mr. Hopkins personalmente
como Mr. Brent en su oficio del 29 de abril habían procurado disuadirle. La propuesta
de los comisionados no habían sido considerada por el Barón Deffaudis, por carecer de
instrucciones de su Gobierno; el ministro inglés Mr. Ousley, en cambio, el 7 de marzo
de 1846 se dirigió al Gobierno de Asunción reconociendo la independencia de la
República, bajo la reserva de la aprobación de su Gobierno, que tardó en producirse.
En septiembre de 1846, Jovellanos y González recibieron orden de dar término a su
misión. Su larga permanencia en Montevideo no resultó vana. Regresaron a Asunción
con la letra del Himno Nacional Paraguayo que, dedicado el presidente López, escribió
el poeta uruguayo Francisco Acuña de Figueroa, autor también del Himno Nacional
Uruguayo. De este modo el Paraguay completó la serie de sus símbolos nacionales: ya
tenía como todas las naciones soberanas, su bandera, su escudo y su himno nacional.

Misión de Juan Andrés Gelly a Río de Janeiro


Al tiempo que decretaba la cesación de las hostilidades, López envió ante el Gobierno
del Brasil, como encargado de negocios, el primero con este carácter que salía del
Paraguay, a Juan Andrés Nelly. Llevaba la misión de procurar la ratificación de la
alianza de 1844, el arreglo de los límites y la compra de armamentos. Gelly fue
reconocido por el Gobierno Imperial en el carácter diplomático que investía, hecho
contra el cual protestó el ministro argentino Guido. El estado en que se hallaba el
Imperio, con varias revoluciones internas, entre ellas la de los republicanos
riograndenses que era la más alarmante, no dio lugar sino para Gelly recogiera
promesas de futura ayuda al Paraguay en su lucha contra Rosas, contra el cual el Brasil
no quería por entonces comprometerse abiertamente.

Fracasa la mediación norteamericana


Las proposiciones que transmitieron Graham y Brent no fueron considerados por
Rosas, quien se negó a negociar sobre la base del reconocimiento de la independencia.
En nota a Guido, Arana expresó nuevas razones para no admitir esa independencia,
por ser “el Paraguay le decía – un país enclavado en medio de un inmenso territorio sin
salida para el Océano, sin línea propia de comunicación con las potencias extranjeras,
sin elementos de civilización ni educación política, y falto al presente, por causas bien
conocidas, de todos los medios para formar una nación”.López, sin embargo no fue
informado oficialmente de la suerte de sus proposiciones, y sólo supo, por una
publicación de La Gaceta Mercantil, que su exigencia del reconocimiento de la
independencia, como condición indeclinable de las negociaciones, equivalía a “repulsa
in limite de la mediación”. Graham, por su parte, escribió a su Gobierno un largo
informe, que luego dio a la publicidad, en el que se desahogó libremente de la espera
de un mes en Villa del Pilar, pintando al Paraguay como a un país en que sus
habitantes “eran con madera, atan sus telares a los árboles y andan todos desnudos,
cubiertos sólo con sus sombreros”. López se vengó llamando a él y a Brent, en El
Paraguayo Independiente “dos apóstoles de la mentira, dos impostores famosos, dos
hombres sin honor y hasta demasiados ingratos”.

Corriente gestiona de nuevo la alianza


La paz entre Corrientes y Rosas fue efímera. El general Urquiza recibió de Rosas
órdenes de invadir Corrientes. Madariaga se apresuró a comunicar el hecho a López y
le instó vivamente a firmar un nueva alianza, asegurándole a Urquiza tenía también
instrucciones de invadir el Paraguay. López le contestó que, habiendo aceptado la
mediación del Gobierno de los Estados Unidos para dirimir sus gestiones con Buenos
Aires, permanecería fiel a sus compromisos y que sus preparativos militares eran los
propios de una “neutralidad armada que a nadie provoca”. Posteriormente llegó a
Asunción el propio general Juan Madariaga, quien tampoco logró disuadir a López de
su actitud. De igual modo fue rehusada una petición de entrevista del gobernador
Madariaga. Derrotados finalmente en la batalla de Vences, los Madariaga y los demás
pro-hombres de Corrientes se refugiaron en el Paraguay. Su correspondencia con
López fue aprehendida y enviada a Rosas, quien la publicó como una prueba de la
connivencia del Paraguay y sus enemigos, haciendo aparecer el proyecto de tratado
como de origen paraguayo.

Rosas anuncia que no invadirá el Paraguay


López puso al Paraguay en condiciones de resistir la anunciada invasión de las fuerzas
de Urquiza. Organizó el gran campamento de Paso de Patria, desde donde dirigió una
proclama al Ejército. Rosas procuró clamar las inquietudes paraguayas; mandó publicar
en la Gaceta Mercantil las instrucciones que tenía todas a Urquiza, desde al año
anterior, de no invadir el territorio paraguayo. “S. E. no desea la guerra al Paraguay”,
había escrito Arana. “Ha ofrecido caplícitamente antes de ahora que las armas de la
Confederación no pisarán su territorio, expresando sus deseos de que la cuestión
promovida sobre la independencia de aquel país, que este Gobierno no puede admitir
ni reconocer dándole el carácter de una nación independiente, desligada de la
Confederación, sea discutida fraternal y amistosamente, y quiere, por lo mismo,
mostrar prácticamente su íntima sinceridad”. Y en su mensaje a la legislatura, de
diciembre de 1847, Rosas manifestó sus propósitos pacíficos con respecto del
Paraguay, si bien también su decisión de no reconocer su independencia: “El Gobierno
de la Provincia del Paraguay decía aún abriga el insensato deseo de segregarla de la
Confederación. Ha continuado actos hostiles a la República, y ha celebrado tratados
bélicos con los rebeldes unitarios de Corrientes, hasta poco tiempo antes de la
completa derrota de éstos. A tales actos opone el Gobierno la constante moderación
con que siempre ha caracterizado su marcha hacia aquella Provincia. No cesa de
acreditarle finos sentimientos de fraternal amistad. Dispuestos a cooperar, bajo las
prescripciones del pacto federativo, al engrandecimiento y progreso de sus habitantes,
sólo anhela conservar ilesos los derechos soberanos e integridad de la República.
Mantiene las seguridades que siempre ha dado y sostenido lealmente, de que las
armas de la Confederación no invadirán la provincia del Paraguay, y siente que, siendo
este hecho tan público, su Gobierno tenga innecesariamente armados a los
paraguayos con un pretexto notoriamente destituido de exactitud y fundamento.”

Los correntinos son desalojados de la isla Apipé


Ocho mil hombres bien armados aguardaron, en los campamentos fortificados de Paso
de Patria, momento a momento, la invasión argentina. Pero Urquiza no se aparto de
las instrucciones que había recibido. Su aplicación, sin embargo se volvía difícil
tratándose de los territorios misioneros ocupados por el Paraguay. El gobernador
Virasoro, de Corrientes, creyó que podía exigir su desalojo y así lo hizo, intimidando a
los “alferénces de la Provincia Argentina del Paraguay, en comisión sobre el Aguapié”,
el inmediato abandono del territorio que ocupaban. La orden fue desobedecida y en
réplica, López ordenó el desalojo por los pobladores correntino de la isla Apipé.
Virasoro no reaccionó de momento ante este hecho y pidió instrucciones a Rosas
sobre la conducta que debía observar. En respuesta, Rosas le instruyó que siguiera
sosteniendo los derechos argentinos sobre las Misiones, que no admitiera ninguna
correspondencia con el Presidente del Paraguay, y que la recibía debía enviarla al
Gobierno central. Y en cuanto a las relaciones comerciales, Rosas dispuso que fueran
abiertos los puertos de la Confederación de todos los buques argentinos procedentes
del Paraguay. “En la denominación de buques argentinos, escribió Arana a Virasoro, se
incluyen los paraguayos porque son argentinos.” López contestó a estas medidas
lanzando un Manifiesto en que expuso los derechos históricos sobre las Misiones, y
ordenado que “cualquier papel que se le dirija sin el tratamiento que le era dado de
nación, se haga pedazos sin leerlo y arrojándolos al suelo se ordene al portador los
recoja y regrese inmediatamente de cualquier punto adonde aportare”, y que también
se rompiera en el primer puerto paraguayo las guías de los barcos que trajeran la
injuriosa leyenda de “Provincia del Paraguay”. El comercio fluvial, débilmente
reanudado, quedó una vez más interrumpido. La vía al Brasil estaba también cortada;
dominando Virasoro en las orillas de Uruguay, el viejo camino terrestre del tiempo de
Francia ya no pudo ser utilizado. El bloque del paraguay volvió a ser total.

El 1849 López es confirmado en la presidencia de la República


Ante el Congreso Nacional reunido en mayo de 1849, López quiso resignar el mando
alegando su estado de salud. La representación nacional le confirmó en el poder,
después de enterarse de la delicada situación originada por el conflicto con Buenos
Aires, acerca de la cual López, en su mensaje de apertura, había pedido una definición.
“El Gobierno decía el mensaje, ha creado y organizado un Ejército, respetable para su
material y personal, por su disciplina, valor y entusiasmo por la causa pública; y a
vosotros corresponde deliberar si en las expresadas circunstancias se ha de mantener
frío espectador de las burlas y ultraje que el gobernador de Buenos Aires hace a la
nación y a su Gobierno, bloqueando nuestros puertos.

Resultados de las deliberaciones del Congreso fue la resolución de emprender una


campaña militar para la ocupación de las Misiones hasta el río Uruguay, tanto para
romper el aislamiento de la República y asegurarse una comunicación con el Brasil que
le permitiera introducir los armamentos adquiridos por Gelly en Río, como para
adelantarse a los designios atribuidos a Rosas de desalojar las posiciones que el
Paraguay tenía en ese territorio hasta el Aguapey y ponerse en situación de negociar
una paz ventajosa con Buenos Aires, en el otro extremo, también ventajosamente, la
guerra que pudiera ser la consecuencia de aquella operación.

Se ordena la ocupación militar de las Misiones


El 10 de junio de 1849, López lanzó un manifiesto ordenando la ocupación militar de
las Misiones, para cuya operación se exponían las siguientes razones: 1“desde que el
Gobierno de Buenos Aires ha ocupado la provincia de Corrientes y ha sitiado a la
República por el Paraná y por la vía del Brasil, sin dejarle un camino de comunicación
con el mundo, le forzado a consumirse, manteniendo numerosos ejércitos,
fortificaciones y campamentos en toda la vasta extensión de sus fronteras, aguardando
por todas partes la invasión que está a la víspera de efectuar; 2 ; que razones militares
y políticas aconsejan la ocupación del mencionado territorio nacional entre el Paraná y
el Uruguay de manera que se ponga al abrigo de los insultos del Gobernador de
Buenos Aires, y para que no le sirva a efectuar los designios de ocupar esta parte de la
República para su intentada provincia de Misiones; 3 ; que en este caso se vería
forzada la República a replegarse a la derecha del Paraná y mantenerse en guardia
perpetua con un enemigo insidioso; 4; que el Gobierno nacional se ve forzado a
romper el aislamiento de la República por tierra, y restablecer su correspondencia y
comercio inocente con el Imperio del Brasil.” López señalaba que con esta operación
preparaba un medio “de poder negociar con los Estados vecinos un tratado de paz,
amistad, comercio y límites en términos justos y convenientes a la seguridad y utilidad
común, sobre la base esencial e indeclinable de la independencia y soberanía nacional
de la República del Paraguay”; pero que si Rosas se negaba a negociar y quería romper
sus condiciones. “con un puñal en el pecho”, el Paraguay no vacilaría: “firme en la
justicia de su causa, confiado en el poder y recursos de la República y contando con la
protección del cielo, no se someterá a esa ignonimia, y defenderá hasta el último
extremo su territorio y sus derechos; y la Provincia en sus altos juicios ha resuelto que
se pierda, habrá salvado su honor y habrá mostrado al mundo que era el digno de la
Independencia nacional que proclamó hace treinta y siete años”.

La expedición paraguaya al río Uruguay


La división expedicionaria, al mando del coronel Wisner de Mongestern, pasó el Paraná
el 27 de junio de 1849. “Está de vuestra parte el buen derecho, y vuestro valor va a
sostenerlo”, dijo el Presidente en una proclama al despedir a las tropas. “Si el enemigo
de la patria intentara detener vuestro paso, probadle que sois los vencedores de
Paraguarí y Tacuarí.” En rápidas marchas y sin encontrar otra resistencia que las que
fuerzas correntinas opusieron en Concepción, la división llegó a Hormiguero, antiguo
Santo Tomé, sobre el río Uruguay, frente a San Borja. Del territorio brasileño pasaron
varios emigrados correntinos, entre ellos el general Juan Madariaga, que con la
autorización del coronel Wisner constituyeron un Gobierno provisional, a cargo de
Gregorio Valdez, y anunciaron su propósito de emprender una campaña contra
Virasoro. Las tropas paraguayas avanzaron entre tanto hasta Cuaí, donde fueron
atacadas por fuerzas correntinas, y Wisner ordenó que se mantuvieran a la defensiva.
En estas circunstancias llegó al cuartel general el general Francisco Solano López, quien
inmediatamente destituyó al corones Wisner y disolvió el Gobierno constituido por los
emigrados correntinos, que fueron obligados a repasar el Uruguay. El gobernador
Virasoro, había reunido fuerzas mucho más superiores, con las cuales se dispuso a
atacar a la retaguardia paraguaya. Solano López, viendo que no era posible cumplir el
principal objetivo de la marcha hasta el Uruguay, que no era otro que recibir el
importante cargamento de armas adquiridas en el Brasil y que el Gobierno de Río,
cediendo a las reclamaciones de Guido, había embargado, ordenó un repliegue hasta
Loreto y San Miguel. El 14 de julio 1849 fuerzas paraguayas fueron sorprendidas y
dispersadas, hecho que motivó ejemplar castigo. Los jefes de la tropa derrotada,
Francisco Meza y Juan De Dios Acosta, fueron fusilados de orden del general López.
Justificando esta sanción, dijo el Paraguayo Independiente: “Un oficial paraguayo debe
morir persuadido de que huyendo no salva su miserable vida.” Del 4 al 5 de agosto las
fuerzas de Virasoro atacaron nuevamente las posiciones paraguayas de Loreto;
causaron alguna mortandad, pero luego se replegaron a San José, reanudando el
ataque el 28 de septiembre, sin lograr desalorjar a los paraguayos, que se habían
fortificado sólidamente y recibieron órdenes de mantenerse a la defensiva. Las
hostilidades ya no se reanudaron.

Fracaso de la misión Gelly


A la par que López entraba nuevamente en el terreno de los hechos en su lucha con
Buenos Aires, el encargado de negocios en Río de Janeiro, Juan Andrés Gelly, solicitaba
del Gobierno brasileño, con insistencia, la ratificación de la alianza de 1844 o la
concertación de una nueva. Gelly fue invitado a proponer un convenio de límites;
presentó entonces un proyecto de tratado por el cual se neutralizaba la zona situada
entre los ríos Apa y Blanco, que era la litigada, y se ofrecía al Brasil una sección de las
Misiones que acababan de ocupar las tropas paraguayas. El Gobierno brasileño, que no
quería comprometerse abiertamente con el Paraguay, rechazó las proposiciones de
Gelly. La presión argentina en Río fue creciendo. Por intervención de Guido se impidió
el envío de la importante partida de armas que Gelly había adquirido y que en vano
procuró despachar hacia Misiones y luego por la larga ruta de Cuyabá.

Mientras tanto o Americano, importante órgano de la prensa fluminense, emprendía


activa campaña contra la independencia del Paraguay subscribiendo los argumentos
argentinos. El Gobierno brasileño, que ya no parecía tan animado a sostener la
independencia paraguaya, cuando Gelly solicitó un pasaporte para el Coronel
Bernardino Báez, ciudadano paraguayo, aceptó la tesis de ministro Guido de que Báez
era argentino por ser la Provincia del Paraguay argentina; el Ministerio de Relaciones
Exteriores del Brasil expidió los pasaporte a Báez, pero en calidad de ciudadano
argentino. El hecho trivial en sí, entrañaba una rectificación en la política brasileña
respecto del Paraguay. Gelly se consideró desairado y se retiró de Río de Janeiro.
López propone la renovación del Tratado de 1811
El cambio de actitud del Brasil, el fracaso de la campaña de Misiones, los ostensibles
preparativos de Rosas para llevar la guerra al Paraguay desde que sus dificultades
internacionales habían quedado resultas en el levantamiento del bloqueo por
Inglaterra, y el reconocimiento del Paraná como río interior sometido a los
reglamentos argentinos, movieron a López a efectuar un radical viraje en su política
con Buenos Aires. Haciendo caso omiso del estado de hostilidad en que se había
colocado, López se dirigió a Rosas, el 16 de octubre de 1849, invitándole a abrir
negociaciones “sobre bases enteramente diferentes de las que hasta ahora se han
sostenido por una y otra parte”. López proponía nada menos que la renovación del
Tratado del 12 de octubre de 1811, con las adiciones necesarias para evitar la
repetición de los hechos que causaron su rompimiento.

Respecto de la cuestión capital entre Buenos Aires y el Paraguay, que era de la


independencia, López sugirió su aplazamiento hasta la reunión del Congreso General
de la Confederación Argentina. Hasta esa fecha regiría el Tratado, para entenderse el
Paraguay, con el citado Congreso. El Paraguay estaba dispuesto a allanar aún las
dificultades meramente protocolares. Si Rosas juzgaba que el uso por López del título
de Presidente de la República del Paraguay importaba el reconocimiento de la
independencia, el Gobierno paraguayo se conformaba con arbitrar un medio que
resolviera la cuestión. “Se permitirá solamente una observación, decía: o el pueblo
paraguayo está inclinado y decidido por la incorporación a la Confederación Argentina,
o la resiste. En el primer tiempo, aquella decisión ha de prevalecer tarde o temprano.
Déjese, pues al tiempo y a la convicción el pronunciamiento: no se intente arrancarlo
por la fuerza.”

Rosas es autorizado a someter el Paraguay


La oferta de López a Rosas provocó estupor en el Río de la Plata. Los defensores de
Montevideo la criticaron acerbamente, considerándola una capitulación, y Rosas, que
también la estimó así. Arana se limitó a prometer la contestación para más adelante. A
López ya no le irritó que ésta última nota estuviera dirigida al Gobierno “de la Provincia
del Paraguay”, y Varela, acusando recibo de esta comunicación, volvió a proclamar
“sus sinceros y leales deseos de ver restablecidas la amistad y buenas relaciones entre
dos pueblos ligados por tantos y tan idénticos intereses”.

Ni aún así Rosas dio respuesta a la proposición paraguaya. Su situación interna y


externa mejoraba rápidamente; después de Inglaterra, Francia se disponía a capitular,
levantando el bloqueo y reconociendo la exclusividad argentina de legislar sobre los
ríos interiores. La situación de Montevideo era cada vez más precaria, carentes sus
defensores de todo apoyo y recursos. Las coaliciones estaban deshechas; toda la
Argentina parecía sometida, por primera vez, a su exclusivo dominio. Rosas creyó
llegado el momento de emprender la campaña, que siempre había proyectado, para
someter el Paraguay, de cuya independencia el Brasil ya no estaba dispuesto a erguirse
en campeón. En vez de aceptar la invitación paraguaya a negociar pacíficamente la
renovación de Tratado de 1811, que estipulaba la Confederación, Rosas obtuvo que el
18 de marzo de 1850 la Legislación de Buenos Aires le autorizara “para disponer sin
limitación alguna de todos los fondos, rentas y recursos de todo género de la Provincia
hasta tanto se haga efectiva la reincorporación de la Provincia del Paraguay a la
Confederación Argentina”.

Los brasileños son desalojados de Pan de Azúcar


La repulsa de sus proposiciones y la declaración de guerra por Rosas, ni consternó a
López, que se limitó a multiplicar sus preparativos militares, ni le movió a proceder con
debilidad frente al Imperio, cuando se enteró que los brasileños venían avanzando en
los territorios litigiosos al sur del río Blanco. El Gobierno notificó al encargado de
negocios del Brasil, Pedro Alcántara Bellegarde, que el Paraguay estaba resulto a
impedir la fundación de nuevos establecimientos, tolerando los ya existentes a título
meramente precario, a la espera de un definitivo arreglo de los límites. La notificación
no fue tenida en cuenta y los brasileños fundaron poco después un fuerte en Pan de
Azúcar o Fecho dos Morros, estratégica posición que domina el Alto Paraguay. López
ordeno entonces que se aprontara en Concepción una expedición fluvial para desalojar
a los ocupantes del fuerte y los establecimientos situados al norte del Apa; antes de
iniciar las hostilidades propuso una avenencia a Alcántara, quien se dirigió al
comandante del fuerte y al presidente de Matto Grosso para pedirle la evaluación del
Pan de Azúcar, al mismo tiempo que gestionaba del Gobierno Imperial que dejara las
cosas en el statu quo anterior.

Las autoridades brasileñas se negaron a evacuar Pan de Azúcar, alegando que estaban
allí en cumplimiento de órdenes superiores. Entonces las fuerzas paraguayas de Villa
concepción avanzaron sobre las posiciones brasileñas y el 14 de octubre fue atacado el
fuerte de Pan de Azúcar, que se rindió después de corta lucha. Prácticamente el
Paraguay se encontraba en guerra con sus dos poderosos vecinos, y nunca como en
ese momento su independencia se hallaba expuestas a mayores peligros.

Alianza defensiva con el Brasil


No había llegado la hora de que el Paraguay tuviera nuevamente que defender por las
armas su independencia y su integridad territorial. Cambios fundamentales se acaban
operando en el Brasil como en el río de la Plata. El Río de Janeiro el Gabinete que quiso
contemporizar con Rosas había sido substituido por otro que sustentaba diversa
política, y nuevamente el Imperio consideró que estaba en su interés defender la
independencia paraguaya, entonces en grave peligro. El asunto de Pan de Azúcar fue
inmediatamente liquidado, satisfecho del arreglo, dispuso el regreso de la escuadrilla
que vigilaba el río a la altura de Pan de Azúcar y la desocupación de la orilla izquierda
del Apa. El Imperio fue aún más lejos y aceptó lo que el Paraguay había venido
proponiendo desde 1844: una alianza defensiva de obligaciones mutua que
substituyera a la especie de protectorado a cargo del Brasil. El 25 de diciembre de 1850
se firmó un tratado por el cual se obligaban Brasil y Paraguay a prestarse mutua
asistencia en caso de que cualquiera de los dos países fuera atacado por la
Confederación Argentina o por su aliado en el Estado Oriental, y fin de auxiliarse
también para que la navegación del Río Paraná fuera libre. El tratado, cuyo canje de
ratificaciones se verificó el 26 de abril de 1851, tendrá una vigencia de seis años.

Misión a los Estados Unidos


Poco después de firmada la alianza con el Brasil, López, para reforzar aún más su
posición internacional, decidió gestionar, por conducto de una Misión especial, el
reconocimiento de la independencia por los Estados Unidos. A tal efecto fue destacado
ante el Gobierno de Washington, con el carácter de ministro especial, el propio cónsul
de los Estados Unidos, Mr. Eduardo Augusto Hopkins, a quines se les expidieron
instrucciones precisas. Si Hopkins obtenía el reconocimiento de la independencia que
arribaba en Asunción con un buque de vapor, el Gobierno se comprometía a otorgarle,
por el término de diez años, el monopolio de la navegación a vapor, con facultad de
establecer una compañía nacional.

Se pide la adhesión paraguaya al pronunciamiento de Urquiza


Cuando el gobernador de entre Ríos, general Urquiza, y el de Corriente Virasoro,
conferenciaron en Concordia para concertar la Guarra al Paraguay que Rosas les había
ordenado, resolvieron no cumplir esas instrucciones y desde ese momento se pusieron
de acuerdo para derribar al Gobernador de Buenos Aires. En los primeros días de abril
de 1851 Urquiza envió comisionado al interior para anunciar su determinación de
llevar la guerra a Rosas y solicitar el apoyo de las provincias. Al enviado entre
Corrientes, doctor Nicolas Molinas, se le extendió su comisión al Paraguay, para
procurar previamente el cese de las hostilidades y luego la concertación de un tratado
de alianza para derrocar al Gobierno de Buenos Aires.

Al Paraguay se le invitaba a participar en la alianza con el ejército a su costa, bajo el


mando de Urquiza, con el compromiso de sus aliados de someter al Congreso General
argentino el reconocimiento de la independencia paraguaya. El gobernador Virasoro
subscribió las mismas seguridades e instruyó a Molinas para que solicitara del
Paraguay la evacuación del territorio correntino y la devolución de la isla Apipé.

López acogió con gran interés, aunque con no menor recelo, a la Misión del doctor
Molinas. Aparte sentirse el abrigo de todo peligro mediante la alianza brasileña, se le
hacía difícil confiar del todo en las intensiones de Urquiza, que había sido el brazo
armado con que Rosas amenazó, día y noche, al Paraguay. Cuando López se enteró de
las condiciones de la alianza estalló en cólera; más que nada se sintió ofendido por la
exigencia de Corrientes de desocupar las Misiones y devolver Apipé. “El Gobierno de
Corrientes escribió a Urquiza, al firmar este insulto, ha debido estar soñando en un día
de victoria”. López rechazó terminantemente cualquiera posibilidad de concertar una
alianza sobre semejantes bases.

Al desastroso resultado de la misión Molinas siguió una iracunda campaña de El


Paraguayo Independiente encaminada a justificar la actitud paraguaya con las
desconfianzas que suscitaban los antecedentes de Urquiza. “El cambio es para
nosotros de un enemigo por otro, decía. Ha creído Urquiza que ya no cabe en la
Provincia de Entre Ríos y quiere abrirse camino de sangre para la ciudad rey; no sabe el
infeliz que lo arrojarán los herederos exclusivos de Fernando VII.” Y luego, recordando
los antecedentes del Tratado de Alcaraz, dijo que en el Paraguay “se tenían presentes
sus actos en aquella doble negociación”.

Se solicita de nuevo la adhesión paraguaya


Como consecuencia del pronunciamiento del general Urquiza y de los gobernadores de
las demás provincias argentinas contra Rosas, el 29 de mayo de 1851 se firmó en
Montevideo un tratado de alianza entre el Imperio del Brasil, Montevideo y Entre Ríos,
con el objetivo principal de “mantener la independencia y pacificar el territorio de la
República del Uruguay” haciendo salir del territorio al general Oribe y las fuerzas
argentinas que manda”. El tratado estipuló que el Paraguay sería invitado a entrar en
la alianza. El fracaso de la misión Molinas retrasó duramente algún tiempo el
cumplimiento de las cláusulas referentes al Paraguay. Urquiza organizó su campaña el
18 de julio sin haberse expedido la invitación estipulada al Gobierno de Asunción, que
sólo fue subscrita el 23 de agosto, por insistencia del Brasil no fue enviada
inmediatamente esa nota, y sólo el 14 de octubre fue entregada en Asunción, cuando
la campaña de Uruguay había terminado con la capitulación de Uribe, el 8 de ese mes.

Los gobernantes de Corrientes prohijaron con calor la necesidad de obtener la


adhesión paraguaya en la guerra contra Rosas, y al mismo tiempo comenzaron a
preparar el terreno para la idea, que creían grata al Paraguay, de formar un nuevo
Estado segregado de al Confederación, en el caso de que la guerra contra Rosas, no
alcanzara su objetivos. Se pusieron en comunicación con el encargado de negocios con
el Brasil en Asunción, Alcántara de Bellegarde, a quien el día 20 de agosto se había
dirigido Juan Pujol para declararle que la libre navegación de los ríos debía ser una
consecuencia precisa y un resultado lógico del movimiento, insinuando que si no se la
obtenía en esta ocasión, las demás provincias argentinas se construirían en
nacionalidades independientes.

Santiago Derqui, pro su parte aseguró a Pujol que daría resultados decisivos hacerle
entrever al Paraguay, como una cosa probable, la independencia absoluta de esas
provincias, y atento a ese pensamiento, también escribió a Bellagarde que las
provincias de Corrientes y Entre Ríos, que se habían desligado del Pacto de 1831 con el
pronunciamiento del 1º de mayo, no volverían a la comunidad argentina si no era bajo
la condición de la libre navegación de sus ríos, de su soberanía en el orden interior, y
que siendo sus intereses fundamentales y comunes con los del Paraguay, les era
necesario obtener su cooperación.

Paraguay se adhiere a la alianza


Aún no se conocía en Asunción la terminación de la guerra en Uruguay, que era el
objeto principal de la alianza estipulada en el Convenio del 29 de mayo, cuando el
Gobierno acordó adherirse al tratado, con la condición de que los aliados “no podrían
separarse de la alianza común, antes de obtener el reconocimiento de la
independencia del Paraguay”. Llevando los instrumentos de ratificación fue enviado en
Montevideo, como encargado de negocios ante el Gobierno uruguayo, José Berges. El
Paraguayo Independiente cambiando radicalmente de tono, anunció que “el Paraguay
esta resuelto a consagrar todos sus esfuerzos al logro de tan importantes objetos”. Fue
inmediatamente organizado un ejército expedicionario de las tres armas, con el
general Francisco Solano López a la cabeza, en Paso de la Patria esperó órdenes para
incorporarse a las fuerzas del general Urquiza una vez cumplidos los objetivos de la
misión Berjes. Aunque la campaña oriental, que constituía la finalidad principal de la
alianza, había terminado ya a la sazón, la guerra contra Rosas continuaba todavía en
pie y el Paraguay se mostraba, dispuesto a ingresar en ella.

Corrientes sugiere la creación de un nuevo Estado


Los correntinos persistían en la idea de formar un bloque con el Paraguay, con miras a
la ulterior fundación de un nuevo Estado, si no se obtenía del futuro Gobierno
argentino la libertad de navegación, daban un carácter más concreto y oficial a sus
exploraciones. Derqui escribió al presidente López en los mismos términos que había
hecho a Bellegarde, y Pujol, se dirigió directamente al general López insinuándole la
convivencia de que la misión Berjes, en su vez de ser destinada a Montevideo, donde
terminada la campaña, ya no tenían objeto y “podían hacer una figura no muy digna”,
se entendiera con los Gobiernos de Entre Ríos y Corrientes que podrían como
condición de ser unidos a la comunidad argentina el reconocimiento de la
independencia paraguaya.

Pujol creía posible celebrar una alianza entre los tres Estados e invitaba al general
López a que empleara toda “su influencia porque se depongan infundadas por parte de
algunos hombres influyentes de ese país”. Esta era una alusión transparente a la
actitud de su padre, tan lleno de recelos, que el general López rechazó abiertamente
en su repuesta en que se quejó amargamente por el olvido y postergación en que el
Paraguay había sido tenido en toda la cuestión. “Estábamos decididos le decía López, a
entendernos franca y útilmente hacer la campaña sobre la derecha del Paraná; pero
desde que nos hemos visto postergados, el Paraguay no ha debido ofrecerse a nadie.
Es una finalidad que siempre hemos de andar a medias en las circunstancias más
solemnes, sin poder acercarnos al punto de donde parten nuestros intereses
comunes”. Afirmaba el general López que mientras los Gobiernos aliados no lo
dispusiesen en común o se consideraría al Paraguay desligado de la alianza que había
aceptado; que no podía desviarse a Berges del cumplimiento de sumisión en
Montevideo, y que el positivo interés del Paraguay estaba en su verdadera amistad
con las provincias de Corrientes y Entre Ríos, aunque continuaran perteneciendo a la
Confederación Argentina. De este modo eludía una definición sobre las sugestiones
separatistas de Pujol, el presidente López en su respuesta a Derqui, tampoco soltó
prenda, limitándose a declarar que el Paraguay tenía vivos deseos de aprovechar la
oportunidad de enlazar sus intereses con los de Entre Ríos y Corrientes.

Nuevo tratado de alianza con Rosas


Terminada la campaña oriental, la diplomacia del Brasil gestionó una nueva alianza y
directamente encaminada a llevar la guerra a Rosas en territorio argentino.
Previamente, el 13 de octubre de 1851, firmó un tratado con el Uruguay, proclamando
ambos países que la independencia del Paraguay interesaba “al equilibrio y seguridad
de los Estados vecinos”. El nuevo tratado se firmó en Gualeguaychú, el 21 de
noviembre de 1851, entre Brasil, Uruguay y las provincias de Entre Ríos; y Corrientes.
Berges no lo firmó porque sus instrucciones no proveían el caso, pero se estipuló que
se gestionaría la adhesión del Paraguay, y a petición de Berges, que así creyó facilitar la
adhesión de su país, el 30 de mismo mes fue subscripto un protocolo adicional, por el
cual los Gobiernos de Entre Ríos y Corrientes se comprometía a emplear toda su
influencia cerca del Gobierno que se organizara, para que reconociera la
independencia paraguaya, y en todo caso defender al Paraguay contra cualquier
agresión. El 9 de diciembre los signatarios cursaron la invitación al Gobierno del
Paraguay, pero ese mismo día Bellegarde se adelantaba a entregar a López una copia
del tratado, con una carta que había recibido del plenipotenciario de su país, Carnerio
Leão, donde le decía que si el Paraguay no se adhería inmediatamente a la alianza “por
exagerados recelos y mucho querer, quedará sin las únicas garantías que le obtuve de
los Estados de Entre Ríos y Corrientes”.

Bellegarde, dando a conocer esta carta de Carnerio Leão, no hacía precisamente lo


más apropiado para desarmar las suspicacias de López. Varela se apresuró a escribirle
anticipándole la negativa paraguaya a aceptar la alianza propuesta. “Si la República
tuviera la debilidad, le decía – de aceptar esta oferta, aparecería entre los aliados en la
humillante figura de empeñar su sangre y sus caudales a merecer que los Gobiernos de
Entre Ríos y Corrientes quieran recomendarle al que sucediera al gobernador Rosas,
para cuando guste reconocerla.” Cuando la invitación del 9 de diciembre llegó a poder
del Gobierno paraguayo, éste en su respuesta a los signatarios, produjo las razones
que había aducido ante Bellegarde para negarse a la alianza que constituía a su
entender, tal como había sido concertada, una repulsa de las bases de que fue
portador Berges.

López busca una inteligencia con Corrientes


En Corrientes cundió la impresión de que el Brasil impedía que el Paraguay se adhiriese
a la alianza. Derqui escribió a Pujol: “Tengo la sospecha, que raya en convicción, de que
el Brasil trata de evitar que el Paraguay se ligue con nosotros para constituirse él el fiel
de la balanza en nuestras relaciones exteriores y sería tontera dejarlo realizar”. Derqui
hizo nuevas gestiones ante López, insinuándole una reunión de plenipotenciarios para
tratar de la libertad de navegación y para estipular que su consagración y el
reconocimiento de la independencia del Paraguay fueran condiciones de la unión de
Entre Ríos y Corrientes. E4l presidente López le contestó justificando “resolución
forzada” que acababa de tomar rehusar su adhesión a la alianza. “Se me han imputado
– decía – exagerados recelos y mucho querer. La marcha de los sucesos ha de aclarar
las cosas. Es cierto que no estoy en disposición de subordinar mi Patria a promesas, ni
a exigencias menos conformes a mi modo de ver las cosas.” Pero declaró: “El
reconocimiento de hacer del reconocimiento de la República del Paraguay y su libre
navegación una condición de la asociación federal de Corrientes y Entre Ríos, llenará
mis deseos.” Aunque pareciera tardío el concurso paraguayo, López manifestó estar
dispuesto a organizar un cuerpo de reserva pronto en acudir en caso de contraste en la
campaña de Buenos Aires.

La Confederación Argentina reconoce la independencia


El 3 de febrero de 1852 terminó la campaña con la derrota de Rosas en los campos de
Caseros. El general Urquiza, constituido en director provisional de la Confederación,
dedicó sus primeras preferencias al Paraguay. Aunque no se había cumplido la
condición del Convenio del 30 de septiembre, Urquiza interpretando el sentimiento de
las provincias libertadoras, resolvió acreditar en misión especial a Santiago Derqui, que
tan de cerca había seguido la política paraguayo-argentina, para proceder al
reconocimiento de la independencia del Paraguay. El histórico acontecimiento tuvo
efecto en Asunción el 17 de julio de 1852. Ese día Derqui, en solemne ceremonia y
mientras las campanas se echaban al vuelo, firmó un documento que ponía fin a una
lucha de cuarenta y un años y restablecía la amistad entre los pueblos argentino y
paraguayo. Decía: “En virtud de buenos poderes que me ha conferido el Excmo. Sr.
Gobernador y Capitán General de la Provincia de Entre Ríos, Encargado de las
Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina y actual Director Provisorio de la
misma, Brigadier Don Justo José de Urquiza, reconozco en nombre de la expresada
Confederación Argentina la Independencia y soberanía a la República del Paraguay
como un hecho consumado competentemente comunicado al Gobierno Argentino en
demando de su reconocimiento; hallándose además establecidos los límites
territoriales entre ambos Estados. Declaro en nombre y por orden del Excelentísimo Sr.
Director, que si bien este reconocimiento ha de ser llevado al reconocimiento del
próximo Congreso General de la Confederación Argentina, será en el concepto de un
hecho practicados con la adhesión de los Gobiernos Provisionales que los encargan de
representar a la Nación; tomando sobre sí el mismo Magistrado la responsabilidad de
instruir de todo ello el mencionado Congreso General sosteniendo su justicia, ventajas
e importancia; declarando que la República del Paraguay está en el derecho de ejercer
todas las grandes prerrogativas que son inherentes a su Independencia y Soberanía
nacional”.

Tratado de navegación, comercio y límites con la Argentina


Previamente al reconocimiento de la independencia fue ajustado un Tratado en que
quedaron resueltas las otras cuestiones que separaban al Paraguay de la Argentina: la
de la libre navegación del río Paraná y sus afluentes, que era concedida al pabellón
paraguayo, así como la del Paraguay era otorgada a la Argentina y la de los límites. El
Paraguay renunciaba al territorio misionero de la izquierda del río Paraná, a cambio de
un reconocimiento por la Argentina de su perfecta soberanía sobre el territorio del
Chaco situado en la margen derecha del río Paraguay. López prefirió perder las ricas
Misiones, su corredor natural al Brasil, con tal de asegurarse el dominio exclusivo del
río Paraguay, que juzgaba de cardinal importancia para su seguridad política y para la
mejor defensa de la autonomía nacional a tanta costa adquirida. La navegación del
Bermejo fue considerada común para ambos países, comprometiéndose el Paraguay a
mantener su curso en condiciones de navegabilidad, así como ha instalar un puerto a
la mayor altura posible del Bermejo para el comercio con Bolivia. Quedaba
neutralizada una franja de una lengua de costa sobre el río Paraguay, el sur de Bermejo
hasta la isla del Atajo, y se garantizaba el libre tránsito por las Misiones de los correos
brasileños y paraguayos. Se consagraba la libertad comercial para los ciudadanos de
uno y otro país, y se especulaba el siguiente artículo que concretaba el espíritu que
había presidido la firma del tratado: “En razón de la hermandad que establecen entre
ambas Repúblicas la comunidad de origen, intereses y situación respectiva, los
ciudadanos paraguayos que su Gobierno quiera destinar a cultivar sus talentos en los
establecimientos de facultades y estudios mayores que sostuviere el Gobierno General
de la Confederación serán considerados a la par de los ciudadanos argentinos”.

Grandes fiestas por la reconciliación con la Argentina


El reconocimiento de la independencia por la Argentina se festejo un júbilo inmenso en
todo el Paraguay. Por primera vez la bandera Argentina tremoló junto a la paraguaya
en la plaza principal. El general Urquiza adquirió singular prestigio. Su nombre se
escribió en arcos triunfales y su retrato se estampó hasta en los pañuelos. “Tengo el
placer de felicitar a V. E. – le escribió el presidente López – y en su ilustre persona a la
Confederación Argentina por el fausto suceso del restablecimiento de las buenas
relaciones de dos Repúblicas hermanas llamadas por la naturaleza y por la comunidad
de origen a cultivar su mutuo engrandecimiento”. Urquiza destacó a su propio hijo, el
mayor José de Urquiza, para expresarle su reconocimiento por los homenajes que
había recibido, y escribió: “Por mi padre, también felicito a V. E. y en su nombre a toda
la República que preside, pues es bien plausible el ver ligadas con vínculos de amistad
a dos Repúblicas tan poderosas y de tan ilustres antecedentes. Llamados por la
naturaleza y por un cómulo de circunstancias a llenar un destino importantes entre las
Repúblicas Americanas”.

El espíritu público se mostró predispuesto a favor de la Argentina, olvidando la


dolorosa historia de tantos años y deseando ver restablecida la hermandad originaria.
Nadie recordaba al Brasil, que tanto había hecho por el reconocimiento y la defensa de
la independencia paraguaya. El Paraguayo Independiente anunció que el tratado de
alianza con el Brasil “ha quedado sin objeto por el feliz cambio del Gobierno
argentino”, y Derqui informó a su Gobierno que el Paraguay no se negaría a concertar
una alianza con la Confederación. “Hoy el Paraguay escribió a su Gobierno – es un
elemento con el cual puede contar el general Urquiza”. Entre Urquiza y López se inició
una correspondencia que se mantuvo durante largos años.

Desaparece “El Paraguayo Independiente”


El 14 de septiembre del año 1852 se procedió al canje de las ratificaciones de los
Tratados Derqui-Varela, con la reserva de que su definitiva vigencia en cuanto a los
límites establecidos dependía de la ratificación de los Congresos. Al mismo tiempo que
informó de este acontecimiento, El Paraguayo Independiente reproducía el decreto
que suprimió el lema de “Independencia o Muerte” y anunció su propia desaparición.
“Nuestro papel concluye con este número – decía al despedirse de sus lectores, y al
cerrarlo tenemos la íntima complacencia de felicitar a nuestros compatriotas por la
consecución de los tres grandes objetos de la República: el reconocimiento de la
Independencia de la República; el acuerdo definitivo de sus límites con la
Confederación Argentina, y la libre navegación de nuestro pabellón por el río Paraná y
sus afluentes”. Había aparecido ciento dieciocho números y su redactor principal y casi
única había sido el presidente López. Le substituyó como órgano oficial del Gobierno el
Semanario, cuyo redactor principal fue Juan Andrés Gelly y en cuyas columnas Carlos
Antonio López continuó cultivando sus dotes de escritor.

Bolivia alega derechos sobre parte del Chaco


El Tratado de 1852 consagró el derecho paraguayo sobre todo el Chaco, al norte y al
sur del Pilcomayo. Contra sus estipulaciones, el encargado de negocios de Bolivia en
Buenos Aires, José de la Cruz Benavente, creyó necesario protestar, por considerar a su
patria ribereña en la costa occidental del río Paraguay entre los grados 20, 21 y 22. La
promesa no fue dirigida al Gobierno paraguayo, sino al de la Confederación. Era la
primera vez que Bolivia manifestaba pretensiones sobre una parte del Chaco. El
Paraguayo Independiente, en su penúltimo número, anunció que el Gobierno
paraguayo esperaba análoga reclamación boliviana, lo cual no se produjo, para dar a
conocer oficialmente su opinión, pero se adelantó a reafirmar los seculares derechos
del Paraguay sobre el Chaco.

Disposición del Paraguay para una alianza con Argentina


Abierto el Paraná a la navegación internacional, Urquiza temió que, al amparo de la
nueva libertad, las potencias europeas avasallaran la independencia de los países del
Río de la Plata, temor que Rosas había sabido inculcar y del cual López participaba.
Para hacer frente a este peligro le pareció necesaria la unión de las naciones ribereñas;
a ese efecto, el ministro Derqui recibió instrucciones para gestionar un tratado de
alianza ofensiva y defensiva entre la Confederación y el Paraguay. López que estaba
inclinado a realizar un viraje fundamental en su política internacional, abandonando la
amistad y l protección del Brasil para entenderse estrechamente con la Argentina,
acogió con entusiasmo la idea, y pronto fueron convenidas las bases del tratado.

La alianza tenía en vista tanto a las potencias europeas como al Brasil, y si ponía al
Paraguay en la obligación de garantizar la independencia del Uruguay, también le
aseguraba el apoyo argentino contra cualquier imposición brasileña en las cuestiones
pendientes de navegación y límites con el Imperio. El ministro de Relaciones Exteriores
de la Confederación, de la Peña, introdujo en el proyecto una nueva cláusula, según la
cual los aliados se comprometían a sostener el orden legal y el Gobierno establecido
contra cualquier ataque de una nación extranjera o contra las sublevaciones que
pudieran intentarse en la misma nación. Semejante innovación desvirtuaba los
alcances de la alianza, pues acarreaba al Paraguay el compromiso de actuar en la
política argentina, que surcaba un periodo tormentoso después del rechazo del
Acuerdo de San Nicolás por Buenos Aires. La alianza no se firmó, si bien López escribió
a Urquiza una carta confidencial ofreciéndole su cooperación.

Inquietudes del Brasil


No complugo al Brasil el acercamiento paraguayoargentino que se venía perfilando
después de Caseros, y su representante en Asunción, Bellegarde, recibió instrucciones
para interferir la ejecución del tratado Derqui-Varela, oponiéndose a la entrega del
territorio de Misiones. “El Gobierno Imperial – dijo a López – no cree al Paraguay con el
derecho de suponer por sí del territorio de Misiones, entregándolo a la Confederación,
y declara que si el Paraguay lo cede, ésta no podrá ocuparlo sin la aquiescencia del
Brasil”. López resuelto a desprenderse de la tutela brasileña, comunicó a Urquiza que,
aún cuando no se había ratificado el tratado, estaba dispuesto pese a la oposición del
Imperio, a entregar las Misiones a la Confederación. Derqui había convenido proceder
por su cuenta, tomando posesión de este territorio, pero los sucesos políticos del 11
de septiembre motivaron la ruptura de Buenos Aires con la Confederación, dejaron sin
efecto la resolución del Gobierno paraguayo. Derqui recibió orden de solicitar que se
suspendiera la evacuación de Misiones, por temor a que la anarquía de Buenos Aires
penetrara en este territorio. El Gobierno paraguayo comunicó entonces que no lo
evacuaría antes de la ratificación del tratado por los Congresos.
Paraguay se niega a aliarse con Buenos Aires
Urquiza creyó que la entusiasta y buena voluntad demostrada por el Paraguay podía
serle útil en las luchas internas de la Confederación. Producida la ruptura con Buenos
Aires, propuso a López una alianza militar para restaurar la unidad argentina,
solicitando que la cooperación paraguaya fuera dirigida contra Corrientes si se
manifestaba con favor de Buenos Aires. López se negó a considerar una proposición
que contrariaba la tradicional política paraguaya de no intervención en las luchas
internas argentinas.

Urquiza desistió de hacer la guerra a Buenos Aires y pensó que para salvar a Entre Ríos
y Corrientes de la Anarquía, si ésta irrumpía en el país, no restaba otro camino que la
formación con provincias de un Estado independiente bajo la protección del Paraguay.
El ministro Derqui recibió instrucciones para preparar ambiente a la idea. El nuevo
gobernador de Corrientes, doctor Juan Pujol, apoyó el pensamiento y para llevarlo a
ejecución elaboró un proyecto concreto que mereció la aprobación de Urquiza. Nada
hizo López para alentar este pensamiento, que no tenía objetivo práctico para el
Paraguay desde el momento que su independencia ya estaba reconocida. La anarquía
temida por Urquiza no se produjo; las provincias, con la sola excepción de Buenos
Aires, respondieron al llamamiento y concurrieron a la Convención Nacional
Constituyente que el 20 de noviembre de 1852 inauguró sus sesiones en Santa Fe
Buenos Aires quiso evitar la reunión, enviando una expedición armada, y Urquiza con
su ejército marchó sobre Buenos Aires, pero desistió de sus propósitos bélicos;
tácitamente se estableció un régimen de connivencia. La Convención de Santa Fe
promulgó la Constitución, sin el voto de la provincia de Buenos Aires que también
promulgó una Constitución en que se declaraba con el libre ejercicio de su soberanía
interior y exterior.

El Paraguay entabló relaciones con la Confederación y con el Estado de Buenos Aires,


que también reconoció la independencia del Paraguay. Acreditó cónsules, pero no
envió representantes diplomáticos a Paraná, capital de la Confederación, ni reconoció
la segregación de Buenos Aires.

Tratados con las grandes potencias


Reconocida la independencia paraguaya por la Argentina, las grandes potencias
anunciaron sus propósitos de enviar misiones especiales para proceder a análogo
reconocimiento y al mismo tiempo obtener tratados de libre navegación. López se
mostró seriamente opuesto a todo convenio con los europeos, pues temía los avances
y exigencias de las potencias marítimas y deseaba alejarla todo lo posible. Su hijo, el
general Francisco Solano López, que deseaba hacer participar al Paraguay en la vida
internacional, supo desarmar sus suspicacias, y hecho plenipotenciario, firmó el 4 de
marzo de 1853 sendos tratados con los representantes de Inglaterra, Francia, Estados
Unidos y Cerdeña, por los cuales estas naciones reconocían la independencia nacional
y el río Paraguay quedaba abierto a la navegación internacional. Ratificados los
tratados por el presidente, el general López fue designado ministro en misión especial
ante los Gobiernos europeos, para agradecer el reconocimiento de la independencia y
proceder al canje de las ratificaciones de los tratados. Acompañado de lucido sequito
salió de Asunción el 12 de junio de 1853. El Paraguay entraba así a formar parte del
concierto de las naciones civilizadas. Cesaba, al fin, su fabuloso aislamiento de tantos
años.

Cuestiones de límites y navegación


Consagrada su independencia y en relaciones normales con sus vecinos, pasaron al
primer plano de las preocupaciones del Paraguay las cuestiones provenientes de la
falta de definición de sus fronteras y de la navegación del río Paraguay. Por intermedio
del encargado de negocios en Río de Janeiro, Manuel Moreira Castro, el Paraguay
propuso al Brasil el arreglo de la cuestión de límites, pero la negociación fracasó por
haber insistido este país en la línea del Apa. El Brasil, en sus controversias con las
demás naciones sudamericanas, venía sosteniendo la caducidad del tratado
hispanoportugués de 1777, pero al Paraguay le reclamaba la aceptación de las líneas
trazadas en ese convenio; la tesis brasileña significaba la pérdida de una vasta de
extensión de territorio rico en yerbales, sobre el cual el Paraguay aducía derechos
basados en el uti possidetis, para lo cual le bastaba reproducir los argumentos del
Brasil en sus demás disputas sobre límites. La cuestión de fronteras que dividía al
Paraguay y al Imperio estaba estrechamente vinculada con la navegación del Alto
Paraguay, que pronto fue materia de agrias disputas. Nadie hablaba del tratado de
1850 del río Paraguay, y su libre navegación era de vital importancia para el Imperio,
para la seguridad y prosperidad del extenso Estado de Matto Grosso. El Paraguay
quería concederla sólo a cambio de un tratado de límites que tuviera en cuenta sus
derechos, y el Brasil, temiendo llevar hasta muy cerca de sus poblaciones del Alto
Paraguay un Paraguay cada vez más poderoso, insistió en la línea del Apa. “Semejantes
cuestiones declaró el consejero Paulino en el Parlamento – haría inevitable una guerra
con un vecino que aumentaría extraordinariamente su poder adquiriendo
proporciones gigantescas”.

Con la Argentina no había cuestiones de navegación, pero las estipulaciones del


tratado Derqui-Varela sobre límites despertaron viva oposición en el Congreso Federal
y en la prensa, donde se sostuvo que ellas vulneraban derechos argentinos sobre la
margen occidental del río Paraguay. El Chaco estaba en posesión del Paraguay desde
los tiempos coloniales, y aparte las razones jurídicas en que se apoyaba su ocupación,
había otras muy particulares que volvían en este punto inflexible a López en la
sustentación de esos derechos. La presencia de la Argentina en la otra margen del río
entrañaba miles de peligros para la seguridad interna y aún para la independencia
nacional y despojaría al Paraguay del derecho de reglamentar exclusivamente la
navegación de ese río, poderosa arma con la cual contaba López para hacer frente a las
pretensiones territoriales del Brasil.

De este modo las cuestiones de límites y de navegación aparecieron frecuentemente


vinculadas, contribuyendo a aumentar su complejidad. Además, hacía difícil su
solución el hecho de que, por las primeras, estaban en discusión más de las dos
terceras partes de su territorio, y las segundas constituían el único resorte con que
contaba el Paraguay, aparte su fuerza militar, para hacerse respetar en el orden
internacional y mantener su independencia e integridad.

Es expulsado el encargado de negocios del Brasil


Fracasadas las negociaciones de Río de Janeiro, las conversaciones continuaron en
Asunción. En febrero, en encargado de negocios del Brasil, Felipe José Pereira Leal,
presentó un proyecto de tratado de comercio y navegación; se le informó que debía
venir acompañado de otro sobre límites. El que formuló reprodujo las pretensiones
brasileñas sobre el Apa. López sugirió como transacción, la neutralización del la zona el
litigio, entre los ríos Apa y Blanco, propuesta que fue rechazada. Pronto las
negociaciones adquirieron un tono de gran violencia personal. Pereira Leal fue acusado
de promover el descontento entre los paraguayos, de introducir cizaña en las
relaciones entre el Paraguay y la Argentina, y finalmente, de faltar al respeto al propio
presidente. El 10 de agosto de 1853 el ministro de Relaciones Exteriores, Benito Varela,
le envió una nota en que le dijo: “Siendo notorio en esta capital que V. S., con el olvido
del indeclinable deber que le impone la misión que le fue conferida por su Gobierno
para representarle ante la República, se ha permitido faltar públicamente al respeto a
las consideraciones recomendadas por todos los Gobiernos en sus órdenes e
instrucciones a sus agentes diplomáticos, y se ha dedicado a la intriga e impostura en
odio al Supremo Gobierno de la República… S. E. el Sr. Presidente de la República, no
pudiendo ni debiendo desatender por mayor tiempo el procedimiento singular de V.
S., me dio orden de comunicarle que este Ministerio de Relaciones Exteriores
suspende toda correspondencia con V. S. hasta que dé entera satisfacción la Gobierno
de la República sobre sus referidos procedimientos ofensivos y hasta que haga sincera
protesta de guardar en adelante la fidelidad y el respeto debido al Excmo. Sr.
Presidente de la República, quedando en la inteligencia de que, en caso contrario, S. E.
esta dispuesto a mandarle sus pasaportes y dar las debidas explicaciones al Gobierno
S. M. el Emperador del Brasil”. Pereira Leal no dio la satisfacción que se le exigía, y en
consecuencia el 12 de agosto, le fueron entregados los pasaportes. Las relaciones con
el Imperio quedaron suspendidas, y el ministro de Relaciones Exteriores del Brasil
declaró en su Velatorio que “solamente la guerra podría no desatar, sino cortar esas
dificultades”.

Paraguay se niega a desocupar Misiones


Al tiempo que empeoraban las relaciones con el Brasil, la Argentina promovió una
cuestión respecto a la posesión de las Misiones, que el Tratado de 1852 declaraba de
su pertenencia y que continuaban ocupadas por el Paraguay. Urquiza se dirigió a
López, en términos un tanto conminatorios, para informarle que, con la promulgación
de la Constitución Argentina, había desaparecido las circunstancias especiales que le
movieron para consentir que el Paraguay continuase reteniendo las Misiones
argentinas, en consecuencia esperaba que ellas fueran entregadas cuanto antes. A
López le extraño el tono de esta nota y la ninguna mención que en ella se hacía el
Tratado de 1852, que el Paraguay no estaba obligado a cumplir hasta haberlo
ratificado ambos Congresos. “El territorio de las antiguas Misiones – contestó a
Urquiza – ha pertenecido al Paraguay el régimen colonial desde 1806 hasta la
Revolución de Mayo de 1811, y desde esta época ha integrado el territorio nacional
paraguayo. No hay más propietario de la izquierda del Paraná que la República del
Paraguay, mientras llega el caso de verificar su entrega a la Confederación en virtud
del Tratado”. Y como continuará el Congreso argentino sin pronunciarse sobre el
Tratado, el ministro de Relaciones Exteriores José Falcón se dirigió al de la
Confederación Argentina para decirle que del “silencio prolongado en que yace
sepultado aquel Tratado no puede resultar más que inconvenientes considerables de
peores consecuencias que los que ocasionaba el déspota de Palermo con su
extravagante política”.

Fracaso de la empresa naviera de Mr. Hopkins


Hopkins en los Estados Unidos fue facilitada por los sucesos del Río de la Plata. Para
obtener el monopolio que se le había prometido y al mismo tiempo introducir nuevas
industrias en el Paraguay, campo virgen de iluminadas perspectivas, promovió en
Rhode Island la fundación de la “United Status and Paraguay Navigation Co.”, con cuyo
recurso fue adquirido el vapor Paraguay, donde embarco gran cantidad de maquinaria
agrícola y manufacturera; pero el Paraguay naufragó en 1853 en las costas del Brasil.
Un segundo barco, el Blogdet, naufragó también en el río de la Plata; sólo una parte
del cargamento pudo salvarse, con el cual Hopkins se presentó en Asunción en octubre
de 1853.

Aunque el monopolio de la navegación no le fue concedido, López ayudó a Hopkins,


proporcionándole recursos, tierra y mano de obra, con todo lo cual instaló un
aserradero, un molino harinero, una fábrica de cigarros, otra de ladrillos y varias
industrias menores. Hopkins pretendió sobre estas actividades industriales el derecho
de exclusividad durante diez años; López se negó a concederle monopolio alguno,
alarmado por esta irrupción del capital extranjero que ponía en peligro el sistema
económico nacional, comenzó a hostilizar las actividades de la nueva empresa. En julio
de 1854 un soldado vejó al hermano de Hopkins; éste reclamó a las autoridades, y lo
hizo en términos violentos. El soldado fue castigado, pero el Gobierno paraguayo se
quejó de Hopkins, que retenía el título de cónsul de los Estados Unidos, al Gobierno de
Washington, y dictó nuevas reglamentaciones para los establecimientos industriales o
comerciales, que debían proveerse de licencia; prohibió el uso de “un título comercial
extranjero en la República, sin permiso expreso del Gobierno”. Hopkins desacató una u
otro disposición; sus fábricas no se inscribieron y continuó usando el título agente de la
Compañía de Navegación. El Gobierno clausuró sus establecimientos cancelando,
finalmente, su exequátur.

En aquel tiempo navegaba las aguas del Paraguay, en exploración científica, el Water
Wich y Hopkins reclamó en vano su protección. El comandante de ese barco, teniente
Page, había recibido instrucciones de gestionar el canje de ratificaciones del Tratado
de 1853, pero el ministro de Relaciones Exteriores, José Falcón, se negó a recibir la
nota en que se le invitaba a ello por estar redactada en inglés. Sólo después de este
incidente, Page tomó el partido de Hopkins; con marineros del Water Wich se apoderó
de los papeles de la Compañía de Navegación, bajo amenaza de proceder
militarmente, obtuvo que se permitiera embarcar a Hopkins y miembros de su familia,
lo cual hizo el 30 de septiembre de 1854.

Es reelegido el presidente López


En medio de estas dificultades internacionales se reunió en marzo de 1854 el Congreso
General que debía proceder a la navegación del Poder Ejecutivo. Leído y aprobado el
mensaje del presidente López, en que éste dio cuenta de los actos de su
administración, hubo unanimidad en reelegirlo por otro periodo de diez años. Pero
López alegando su avanzada edad, sólo aceptó una reelección por un periodo de tres
años. López dio cuenta de su aceptación en un bando en que “ordenaba y mandaba” al
pueblo “que habiendo entrado la República en una época normal de paz y
tranquilidad, todos los ciudadanos se entreguen francamente al trabajo, labor e
industria que más le conviniere”.

La misión del general López en Europa


La embajada presidida por el general Francisco Solano López fue cordialmente recibida
en la Cortes europeas, particularmente por el Emperador de Francia, Napoleón III.
Aparte de la misión de agradecer el reconocimiento de la independencia nacional por
las naciones europeas, López fue encargado de contratar técnicos y adquirir
maquinarias con que promover el desarrollo industrial del Paraguay. Así lo hizo,
también contrató músicos, arquitectos, matemáticos, literatos, en número suficiente
para impulsar el progreso cultural del Paraguay, así como médicos, químicos y
farmacéuticos. En Paris firmó un contrato con Antonio López, armador de Burdeos,
para trasladar al Paraguay de 800 a 900 agricultores, y “algunos pocos de oficios
mecánicos”, vascos españoles o franceses, con los cuales se iba a intentar en el
Paraguay, por primera vez la colonización europea organizada. En Londres adquirió un
barco de guerra, al cual se dio el nombre de Tacuarí y a su bordo, con la bandera
paraguaya al tope, emprendió el viaje de regreso al Paraguay. En París conoció a Elisa
Lynch, hermosa dama irlandesa que imperaba en algunos círculos elegantes, de la cual
López se enamoró, llevándola al Paraguay, donde había de desempeñar un importante
papel histórico.

Antes de regresar al Paraguay el general residió algún tiempo en Madrid. España aún
no había reconocido formalmente la independencia del Paraguay, López se propuso
lograrlo negociando un tratado de paz y amistad. Las gestiones realizadas
personalmente con el ministro de Estado Calderón de la Barca, tropezaron con
inconvenientes que no pudieron ser salvados. El Gobierno español exigió que el
Paraguay devolviera las propiedades confiscadas durante la guerra de la
Independencia y que pertenecieron a la Corona y la admisión de la nacionalidad
española de los hijos de españoles nacidos en el Paraguay. López se negó
rotundamente a aceptar semejantes exigencias, alegando que en su país no se había
producido confiscación alguna de propiedades en ocasión de la independencia y
sosteniendo el principio del jus soli. Producido un cambio de Gobierno en España, el
nuevo ministro de Estado se mostró dispuesto a reanudar las negociaciones, pero
López contestó que no podía postergar la partida del Tacuarí, que le esperaba con los
fuegos encendidos; salió de Burdeos el 11 de noviembre de 1854, llevando consigo a
los ingenieros Whitehead, Richardson y a otros técnicos.

A su paso por Río de Janeiro se entrevistó con el Emperador don Pedro II y se enteró
de los preparativos para el envío de una escuadra punitiva al Paraguay. Llegó en
Asunción el 21 de enero de 1855 y enseguida se dedicó a poner al país en estado de
defensa en vísperas de la invasión fluvial brasileña.

Brasil envía una escuadra al Paraguay


La expulsión de Pereira Leal excitó en Río de Janeiro el sentimiento popular, el
Gobierno vaciló varios meses antes de tomar una resolución que satisficiera las
exigencias de la dignidad nacional herida. Finalmente se apresto una poderosa
escuadra, bajo el mando del almirante Pedro Ferreira de Oliveira, investido de
plenipotencias especiales, con la misión de obtener del Paraguay una amplia
satisfacción por la ofensa recibida y al mismo tiempo un tratado de navegación y, si
fuera posible, de límites. Si el Paraguay no admitía la propuesta de límites, Ferreira
debía negociar la libre navegación, y si en un plazo no mayor de ocho días el Paraguay
no daba su consentimiento a las proposiciones brasileñas, la escuadra tenía que forzar
el paso del río y llegar hasta Fecho de Morros, para dejar allí, bien fortificados, de 300
a 400 hombres. Si en las Tres Bocas, después de manifestar que su misión era pacífica,
no se le permitía el paso a la escuadra, tenía que forzarlo “repeliendo, si fuera
necesario la fuerza contra la fuerza, deteniendo las embarcaciones de guerra y
destruyendo las fortificaciones”. La organización de esta escuadra suscitó críticas en la
prensa de oposición al Gobierno. “Sería una veleidad pueril querer aterrar con un
simulacro al Gobierno del Paraguay”, dijo Diario do Río.

El paso de la escuadra por la Argentina


A fines de diciembre la escuadra brasileña apareció en las agua del río de la Plata y
comenzó a remontar el Paraná, jurisdicción de Buenos Aires, sin solicitar permiso de su
Gobierno. El hecho provocó alarma y animaba discusión en la prensa porteña. El
Gobierno de Buenos Aires pidió explicaciones al ministro del Brasil, quien se limitó a
declarar que no habiendo declaración de guerra ni rompimiento de hostilidades con el
Paraguay, y siendo pacífica las intensiones del Gobierno imperial, no había quiebra de
la neutralidad argentina. Al Gobierno de Argentina no le bastó esta explicación; la
polémica entre ambos Gobiernos se prolongó durante todo el año, sin que en ningún
momento el Brasil desistiera su opinión de que para pasar fuerzas navales por las
aguas argentinas no necesitaba la aquiescencia del Gobierno de Buenos Aires,
entonces separado de la Confederación.

Otra fue la actitud que asumió el Gobierno de la Confederación, con sede en Paraná,
cuando la escuadra navegó las aguas de su jurisdicción. Encontró justificada la
conducta del Brasil, ofreció sus buenos oficios, y anunció que entre tanto, la escuadra
brasileña podía contar con todos los auxilios compatibles con la neutralidad. El
Gobierno de Paraná pidió también explicaciones acerca de los verdaderos propósitos
de la escuadra. El ministro brasileño reiteró que las intenciones de la misión naval eran
pacíficas y Ferreira de Oliveira siguió viaje sin solicitar el acuerdo de la Confederación.
No le fue necesario a la escuadra forzar el paso, pues no encontró ninguna resistencia
a lo largo del Paraná.

El “Water Wich” es cañoneado


Mientras el Paraguay se preparaba a hacer frente a la expedición brasileña se produjo
un grave incidente en aguas paraguayas. La conducta de Water Wich en el asunto de
Hopkins había ofendido a López, quien en represalias, prohibió por decreto la
navegación de los ríos interiores por los barcos de guerra. A pesar de ello el 1 de
febrero de 1855, el Water Wich pretendió navegar el canal que separaba el
campamento de la isla de Paso de Patria del continente. El comandante del fuerte de
Itapirú le intimó para que no lo hiciera, pero el Water Wich forzó el paso; el fuete
barrió fuego, siendo contestado la artillería del barco norteamericano. Las baterías
paraguayas se impusieron y el Water Wich retrocedió con serios destrozos, llevando
un muerto y varios heridos a bordo. El coronel Wenceslao Robles, comandante del
cuartel general de Paso de Patria, comunicó al presidente López el incidente. “Tal ha
sido la retirada del Water Wich – informó, llevando una lección que hace tiempo
buscaba”. Conocido el suceso, el Gobierno dirigió al de los Estados Unidos sus
protestas por los procedimientos del Water Wich.

La escuadra brasileña llega a Tres Bocas


Días después del incidente del Water Wich apareció en Tres Bocas la poderosa
escuadra enviada por el Brasil – 20 cañoneras con 120 piezas de artillería. López lanzó
una proclama llamando a todos los paraguayos a la defensa de la Patria y dio órdenes
para evacuar la capital y emplearse en las costas “todo género de esfuerzos y
resistencia a no dejarles poner pie en tierra, que no puedan cortar un gajo de leña ni
hallar un animal útil de ninguna clase, ni granos, ni raíces, ni frutas”. Sin embargo, la
primera actitud paraguaya no fue de hostilidad. El comandante de la guardia de Tres
Bocas envió al jefe de la escuadra un oficio en el que le participaba que ningún
inconveniente habría en que subiese a Asunción, como creía, era su misión pacífica y
diplomática, pero que se sirviese dirigirse al Gobierno previamente, para hacer
conocer su carácter “como es costumbre en tales casos”. Poniendo a su disposición las
postas del servicio público.

La escuadra dio fondo y, accediendo a la indicación del comandante paraguayo, el


almirante Ferreira envió al ministro de Relaciones Exteriores una nota en que
comunicaba que venía provisto de plenos poderes “para tratar y terminar, si fuera
posible, y por medio pacíficos y honrosos a ambos Gobiernos, las cuestiones
pendientes”. Ferreira para dar una prueba de sus sentimientos pacíficos, informó que
aguardaría, no los cuatro días que según comandante de la guardia se requería para
recibir respuesta a su nota, sino seis “vencidos los cuales seguiría su marcha hasta la
Asunción”. Lo que Ferreira Oliveira no había querido hacer al paso por Buenos Aires y
el territorio de la Confederación lo hacía en el Paraguay: pedir permiso para transitar
por aguas que no eran brasileñas.

Se exige que la escuadra quede fuera de las aguas nacionales


La respuesta del ministro Falcón al almirante Ferreira expresó la sorpresa con que el
Paraguay se había enterado de los aprestos militares y navales del Brasil, convencido
como estaba el presidente López de que no era posible, sino “muy sencillo y fácil”, el
arreglo de las cuestiones pendientes y de que se agotarían todos los medios pacíficos
antes de recurrir a medio violentos. V.E. entraba en el Paraná con una Escuadra
imponente, y que lo remontaba del mismo modo, sin anunciar su medida y objeto, se
disiparon todas sus ilusiones y esperanzas; vió con el más profundo pesar cerrada toda
vía de comunicación amigable y discusión pacífica porque el honor y la dignidad de
Estado independiente le imponían el deber y la necesidad de negarse a toda
comunicación y negociación iniciada y continuada bajo en amago y amenaza de al
fuerza; semejante forma en una misión diplomática, cuando no ha precedido
reclamación ninguna que el Paraguay hubiese desechado, es inusitada, es injuriosa,
ofensiva y humillante si necesidad”. Con sólo el apresto y armamento se ha hecho ya al
Gobierno paraguayo y a la República una injuria y ofensa gravísima, Falcón declaraba
que el Presidente estaba pronto a recibir a Ferreira de Oliveira para entrar en
negociación pacífica, siempre que quisiera hacer salir de las aguas de la República la
escuadra de su mando y se aviniera a arribar a la Asunción en el buque que lo
conducía. Terminaba la nota: “Si por desgracia para ambos Estados V.E. no quisiese
prestarse a este paso conciliatorio, e insiste en remontar el río Paraguay con su fuerza
naval, V.E. habrá iniciado las hostilidades a la República: cargará con al responsabilidad
de agresor gratuito y no provocado, y habrá puesto a la República en la indeclinable
necesidad de defenderse, sin reparar en el resultado de la lucha, ni detenerse en la
superioridad de poder y fuerza de que V.E. dispone. Este terrible y penoso, pero
indeclinable deber, le imponen su honor y su dignidad”.

Ferreira sigue viaje sin la escuadra


Ferreira de Oliveira accedió a la propuesta de fondear la escuadra fura de las aguas
paraguayas, y el 27 de febrero de 1855 siguió viaje en el Amazonas, embarcación que
enarbolada su insignia. El viaje del Amazonas comenzó arrogantemente, a su paso por
Humaitá no saludó a la plaza militar, y cuando varó en Tayí se negó a aceptar los
auxilios paraguayos. Pero cuando nuevamente varó cerca del Bermejo, Ferreira no
pudo menos que pedir oficialmente la cooperación del Gobierno paraguayo para salir a
flote, y permiso para que se permitiera subir en su auxilio a dos vapores menos de su
escuadra, a lo cual accedió el presidente López a condición de que así que el Amazonas
flotara regresaran aquéllos al punto de estación. El Amazonas se liberó de su
encallamiento cuando aún no habían llegado a su auxilio los dos barcos, pero Ferreira
de Oliveira insistió en que el Gobierno paraguayo le permitiera utilizar esos dos barcos
para un posible nuevo varamiento. El Gobierno se opuso a esta concesión. “Si
sucediese la desgracia escribió Falcón a Ferreira – de volver a varar en la proximidad de
la Capital, el Gobierno Supremo de la República sentiría mucho que el pueblo
paraguayo viese arribar dos vapores más, que en el estado de inquietud, de alarma y
exasperación en que se halla desde la aparición de la Escuadra Brasileña en el río
Paraguay podría dar lugar a lances desagradables, y por imprevistos no pudiera evitar
el Supremo Gobierno, a pesar de sus mejores disposiciones”. Mientras tanto el
Amazonas seguía encallando en cada paso difícil, hasta que Ferreira resolvió cambiar
de buque y seguir viaje en el Ypiranga, de menor calado, para lo cual pidió también
permiso al Gobierno paraguayo, al cual comunicó que, una vez desencallado, el
Amazonas regresaría a su estación, “a fin de destruir cualquiera preocupación del
pueblo paraguayo”. Como las aguas del río comenzaban a reputar, Ferreira quiso
desistir de transbordarse al Ypiranga e intentó llegar en el Amazonas, pero el Gobierno
paraguayo le observó que ya no había tiempo de hacer regresar al Ypiranga y que sería
prudente dejar donde estaba encallado, al Amazonas y efectuar el trasbordo, “para
que no lleguen dos vapores de guerra” por las consideraciones anteriormente
expuestas. El 16 de marzo de 1855 llegó a Asunción el almirante Ferreira de Oliveira sin
su escuadra y a bordo del pequeño barco Ypiranga.

Se dan satisfacciones a la bandera brasileña


Ferreira de Oliveira, una vez en el puerto de Asunción, entregó a Falcón la nota del
Vizconde de Abaeté, rechazando las explicaciones que el 12 de agosto del año anterior
había formulado Varela a propósito de la despedida de Pereira Leal, reclamaba una
“reparación que pueda considerarse suficiente y eficaz” y anunciaba que para obtener
había sido comisionado el jefe de la escuadra Ferreira de Oliveira, esperando que se
concordara “un ajuste razonable, que ponga términos a esa desagradable ocurrencia
de un modo satisfactorio”. Anunciaba también que Ferreira llevaba plenos poderes
para proseguir las negociaciones acerca de navegación y límites, sobre la base de un
proyecto de tratado que contenía las máximas concesiones del Gobierno Imperial.
Falcón explicó entonces a Ferreira que al presidente le había sido penoso verse
impelido a adoptar con Pereira Leal “la medida extremada que no pudo evitar, porque
la situación excepcional del Paraguay lo impelía a ellos sin tregua”. Y agregaba: “S. E. el
señor presidente juzga que es de suma conveniencia omitir una más amplia
justificación de su procedimiento en aquel deplorable incidente, el interés de ambas
partes está en que se relegue al más completo olvido, en la seguridad que debe tener
S. M. I. de que ha estado muy distante de la mente de S. E. el Señor Presidente ofender
en lo más mínimo la alta dignidad y decoro de S. M. el Emperador, ni romper o alterar
las relaciones amigables entre ambos Gobiernos”. Ferreira de Oliveira contestó que
reputaría completas y satisfactorias estas explicaciones si se las adicionaba una salva
de veintiún cañonazos a la bandera brasileña enarbolada en tierra, que sería
inmediatamente contestada con igual salva por el Ypiranga a la bandera paraguaya
izada en su tope de proa, y haciéndose publicar la manera “amigable y honrosa” con
que se ponía término a la cuestión procedente de la despedida del encargado de
negocios Pereira Leal. El Gobierno paraguayo aceptó esta propuesta, y el 25 de marzo,
al amanecer, una batería de tierra saludó el pabellón brasileño, enarbolado a la par del
paraguayo, con la salva convenida, haciendo lo propio el Ypiranga.

Ferreira discute con Francisco Solano López las cuestiones de límites


Resuelto el incidente Pereira Leal, el almirante Ferreira de Oliveira fue reconocido en
su carácter diplomático y se designó al general Francisco Solano López plenipotenciario
del Paraguay para discutir las cuestiones de navegación y límites. Ferreira le presentó
el proyecto de Tratado de Navegación y Límites de que era portador, y por el cual se
trazaba como lindero entre los dos países el río Apa, sobre la base del uti possidetis. El
plenipotenciario paraguayo propuso que fueran separadas las cuestiones de límites de
las de comercio y navegación, a lo cual asistió Ferreira, entrando luego a considerar las
primeras. El general López declaró que no tendría inconveniente en admitir como base
de la negociación el uti possidetis, según fuera la inteligencia que le diera el Brasil, y
pidió que esa explicación se formulara por escrito. Ferreira de Oliveira explicó que la
inteligencia genuina del uti possidetis dada por el Brasil era la que se deducía de la
línea propuesta. López no aceptó esta explicación basada en el testo del proyecto,
cuya redacción era la que suscitaba sus deudas. “El modo con que está redactado el
artículo deja entender que está poseído por una de las partes, en el caso del uti
possidetis, todo lo que abrazan las líneas que describe y traza el mismo artículo que
establece el principio; cuando por el tenor mismo del artículo debería ser el resultado y
el efecto de la posesión, lo que quiere decir que se invierten las cosas poniendo por
efecto lo que en realidad es y debe ser la causa”. Alegó López que la posesión extrema
del Brasil era Coimbra, a 19º 54’ de latitud austral, y la paraguaya, Borbón u Olimpo, a
20º 4’ 30’’, y que el río Apa, propuesto por el Brasil, estaba a los 22º, no indicando el
límite de ningún posesión brasileña. Ferreira de Oliveira entendió que la línea
propuesta no era aceptada, declaró que no podía presentar otra, con lo cual dio por
concluida su gestión sobre el tratado de límites e invitó a López a entrar a considerar el
de comercio y navegación. Accedió a ello López, no sin antes declarar a Ferreira que la
cuestión de límites era para el Paraguay cuestión vital. “Es cuestión de seguridad decía,
de tranquilidad y de conservación de las buenas relaciones con el Imperio del Brasil”.
Entraron ambos plenipotenciarios a estudiar las cuestiones de navegación, pero siguió
la polémica escrita sobre los derechos territoriales aún después de haberse embarcado
Ferreira ya terminada su misión.

Se firma un Tratado de Comercio y Navegación


Consistiendo el desvío de su inveterada posición diplomática, aceptó el Paraguay tratar
la cuestión de la navegación independientemente de la de límites, aunque
condicionando la validez definitiva de lo que se acordase a la solución territorial que
las dos partes se comprometía a estipular en el plazo de un año. El 27 de abril de 1855
firmaron López y Ferreira un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación. Ambos
países se concedieron mutuamente la libre navegación de los ríos Paraná y Paraguay
en las partes en que eran ribereños. El Paraguay, haciendo prohibición general de
navegar por sus ríos, sin previo permiso, a los buques de guerra, concedió al Brasil el
derecho de introducir a sus posesiones del Alto Paraguay hasta dos de ellos, que no
fueran más de 600 toneladas ni con más armamento que ocho piezas cada uno. Por un
tratado adicional de la misma fecha la cuestión de límites quedó aplazada por el
término de un año, debiendo el tratado de límites, de concluirse dentro de dicho
plazo, ser ratificado al mismo tiempo que el de amistad, comercio y navegación, “de
modo que no podrá ratificarse y hacerse el canje de las ratificaciones del uno sin la del
otro”.

El plenipotenciario López, al informar al ministro de Relaciones Exteriores del resultado


de las negociaciones, explicó esta condición del siguiente modo: “He juzgado que los
intereses vitales de la República y la política del Supremo Gobierno fundada en ellos
me imponían esta reserva: si el tratado de amistad, comercio y navegación era
prontamente ratificado y puesto en ejecución, no conseguiría la República ajustar y
concluir el de límites sobre un pie razonable y justo, porque habría entregado
indirectamente a una nación vecina, poderosa y fuerte, sus posiciones de seguridad y
defensa y se habría entregado, con las manos atadas, a su discreción, sin conservar
más un fantasma de Nación Independiete”.

Se disuelve la colonia “Nueva Burdeos”


Apenas radicados en la colonia “Nueva Burdeos”, especialmente fundada en mayo de
1855 para ellos en el Chaco, los colonos franceses contratados por el general López en
Europa dieron muestras de escasa adaptabilidad a las condiciones del país. El
presidente López temeroso del contacto de los emigrantes europeos con los
campesinos, se opuso a que aquéllos eligieran libremente su ubicación y castigó
severamente las tentativas de fuga que no tardaron en producirse. Los colonos se
negaron a aceptar el régimen militar a que fueron sometidos; y como de los 410 que
vinieron, sólo 86 eran labradores y los restantes de profesiones liberales que nada
podían hacer en el desierto, pronto conocieron grandes privaciones, multiplicándose
los actos de insubordinación y tentativas de fuga, con las consiguientes represiones,
finalmente el Gobierno declaró la disolución de la colonia y dio a los ex colonos un
plazo de cincuenta días para pagar las deudas contraídas con el Estado, sin lo cual no
se les permitirían abandonar el país. Muchos de los que no pudieron satisfacer sus
deudas fueron destinados a las fábricas y minas del Estado. El cónsul francés Lucien
Brayer protestó porque el Gobierno paraguayo quería asimilar los colonos franceses a
los “esclavos del Estado”, y del mismo modo manifestó su disgusto el ministro de
Relaciones Exteriores de Francia Conde Walewski, quien dispuso que, en represalias, y
entre tanto se entraban las relaciones correspondientes, ya no se concedieran
pasaportes para el Paraguay. Los ex colonos destinados a las obras públicas se negaron
a trabajar y por su absoluta carencia de recursos pronto constituyeron un problema
gravoso para el Gobierno, que el 13 de junio de 1856 resolvió liberales de sus deudas y
otorgarle gratuitamente sus pasaportes para abandonar el país “por la conveniencia
pública de libertar al pueblo de ese grupo de zánganos gravosos a la sociedad con sus
demandas de limosnas para vivir”. Había fracasado el primer intento de colonización
europea en vasta escala en el Paraguay.

José Berges es enviado a Río de Janeiro


Los tratados López – Ferreira de Oliveira produjeron indignación en Río de Janeiro. Se
consideró que el almirante había sido burlado; de nada le había servido la poderosa
escuadra que llevó como mejor argumento. Lo que el Paraguay concedía en materia de
navegación era una limosna denigrante para la dignidad del Imperio. El Emperador se
negó a ratificar los convenios, lo cual fue comunicado el 8 de julio de 1855. Mientras
tanto el presidente López, deseoso de ponerse dentro de las estipulaciones del
Convenio, y antes de que feneciera el plazo estipulado para el arreglo de fronteras,
destacó ante la Corte de Río de Janeiro en misión especial a José Berjes, uno de los
paraguayos más capacitados de la época. El plenipotenciario brasileño fue José María
da Silva Paranhos, y las negociaciones tuvieron efecto en marzo y abril de 1856. Largas
y eruditas discusiones sobre los alcances del uti possidetis y sobre historia colonial se
desarrollaron entre los dos plenipotenciarios, sin que fuera posible obtener siquiera
una aproximación de los puntos de vista. El Brasil insistió en que la frontera debía
trazarse sobre el río Apa; el Paraguay reivindicó el límite del Río Blanco. Berges ya no
defendió la tesis de la prioridad de arreglo de límites sobre el de navegación.
Conviniéndose por un protocolo especial el emplazamiento por seis años la cuestión
de límites y la neutralización de la zona en litigio, se firmó el 6 de abril de 1856 un
Tratado de Amistad y Navegación que garantizaba a ambas partes la libre navegación
de los ríos Paraná y Paraguay, a reserva del derecho de reglamentación de la política
fluvial y sin las trabas estipuladas en el Tratado López – Ferreira.

El Congreso Argentino rechaza los tratados Derqui – Varela


Las relaciones del Paraguay con la confederación pasaron por un periodo crítico desde
que el Congreso de Paraná había rechazado el 11 de septiembre de 1855 las
estipulaciones sobre límites de los tratados Derqui-Varela. El Congreso invitó al
Gobierno a iniciar nuevas negociaciones con el Paraguay y a tal efecto la
Confederación envió a Asunción, en misión especial, al general Tomás Guido. Las
instrucciones que recibió el 21 de marzo de 1856 trasuntaban el estado de ánimo de
los gobernantes argentinos respecto del Paraguay. “La prolongada clausura y completa
incomunicación con el exterior – decía – que ha sufrido el Paraguay; lo reciente de su
independencia; la poca armonía que existe entre su estado social y político y el de la
mayor parte de las naciones americanas y europeas con que se ha puesto en relación
de poco tiempo a esta parte, y otras muchas circunstancias bien conocidas, hacen del
Gobierno paraguayo y de su política una entidad aparte y especial”. Guido encontró el
ambiente asunceño enrarecido. El semanario no disimulaba su hostilidad a la
Confederación. López, que primeramente quiso que Guido mantuviera contacto con el
Gobierno por los conductos protocolares comunes, tomó luego a su cargo la
negociación, que se prolongó desde marzo a julio de 1856 en una atmósfera nerviosa y
tensa. El plenipotenciario argentino reiteró las pretensiones de su país sobre el Chaco y
las Misiones, y ellas fueron rechazadas con firme energía por el mandatario paraguayo.
“La pretensión del Chaco – declaró López a Guido – significa cortar la mano a un
hermano. El Paraguay consentiría más bien reducirse a escombros antes que enajenar
el territorio que le corresponde.” El Paraguay sostuvo que le era de vital necesidad
para su seguridad interna y para la conservación de su independencia el dominio de
ambas márgenes del río de su nombre. Veía en las pretensiones argentinas, que venía
paralelamente a las del Brasil, una amenaza latente contra la independencia del
Paraguay. “Se me quiere cercar de elementos de discordias y encerrar a este país”.
Exclamaba López. Y agregaba: “Será preferible acudir a las armas”.

Se firma con la Argentina un nuevo Tratado de Navegación


El sistema diplomático elegido por López para obtener satisfacción soluciones
territoriales no mostraba suficiente eficacia. Como el Brasil, la Argentina no estaba
dispuesta a ceder sus exigencias territoriales a cambio de la libertad de navegación, en
la cual no estaba interesada por carecer de flota y porque su comercio no la
reclamaba, satisfecho con el régimen implantado en el año 1845. Viendo la
imposibilidad de todo acuerdo inmediato de límites, López, como ya lo hizo Berges en
Río de Janeiro, acepto tratar con Guido la cuestión de la navegación, consintiendo
fácilmente en conceder a la Confederación las facilidades que había otorgado al Brasil.
El 29 de julio de 1856 se firmó un Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación,
con un protocolo adicional en que se declaraba que el Paraguay no vería diferente la
ocupación de Martín García por alguna potencia que quisiera entorpecer la navegación
– alusión dirigida al Brasil – y que se había opuesto a la propuesta de la Confederación
de neutralizar esa isla “para no apoyar ni directa ni indirectamente la desmembración
de sección alguna territorial de cualquiera de las Altas Partes Contratantes”, con lo
cual el Paraguay desvanecía cualquier duda sobre sus intenciones contrarias a la
unidad argentina. La cuestión de límites fue aplazada por seis años más. El Congreso
Federal aprobó los tratados el 26 de septiembre. López esperó esta sanción para
acordar su ratificación el 15 de octubre. El 15 de noviembre se canjearon las
ratificaciones en Paraná.

Reforma de la Constitución en 1856 y reelección de López


En noviembre de 1856 se reunió un Congreso especialmente convocado para proceder
a al reforma de la Constitución. La reforma, según los puntos indicados por el
presidente López, se limitó a los artículos relacionados con las condiciones para la
sucesión presidencial, el número de diputados y el régimen electoral. El Congreso
reformó las disposiciones vigentes otorgando al presidente la facultad de designar por
pliego reservado la persona que debía sucederle provisionalmente en caso de muerte,
ausencia o renuncia y hasta la reunión del Congreso, y resolviendo que para ejercer la
Primera Magistratura bastaba haber cumplido treinta años y ser de cualquiera de los
fueros, civil o militar. La reforma estaba dirigida ostensiblemente a preparar la
exaltación al poder, al término del mandato del presidente Carlos Antonio López, de su
hijo el general Francisco Solano López, que en 1857 iba a cumplir treinta años.
También quedó reducido a ciento el número de diputados y se estableció que
electores y elegidos debían ser “ciudadanos revestidos de las condiciones de
propiedad, probidad, buena fama, conocido patriotismo, el goce de todos los derechos
civiles y una capacidad regular”, quedando suprimido de tal suerte el sufragio universal
hasta entonces vigente.

No se ratifica el tratado con Estados Unidos


El Gobierno de los Estados Unidos no acogió las reclamaciones de Hopkins; el incidente
de Water Wich tampoco suscitó sus protestas. El 30 de julio de 1856, el presidente
Buchanan nombró comisionado especial a Ricardo Fistzpatrick para gestionar el canje
de las ratificaciones del tratado de 1853. Después de reconocido, se le preguntó la
resolución que había adoptado su Gobierno sobre aquellos incidentes; el enviado
norteamericano contestó que su misión se limitaba al canje de las ratificaciones. Y el
Senado norteamericano había introducido en el texto de tratado 32 modificaciones,
con objeto de uniformar la designación de los Estados Unidos, que se había hecho
incorrectamente; el representante norteamericano pidió que el Paraguay accediera a
las mismas correcciones antes de procederse al canje de ratificaciones. Vázquez le
declaró que el Paraguay había ya ratificado el tratado sobre su texto original, pero se
mostró dispuesto a negociar otro si se quería salvar sus deficiencias. Fistzpatrick
insistió en que las correcciones no alteraban el tratado. Vázquez cerró bruscamente la
negociación, y el diplomático norteamericano abandonó Asunción altamente ofendido.

Carlos Antonio López es reelegido en 1857


En víspera del Congreso de 1875, convocado para la elección de nuevo presidente, la
candidatura del general López, a la cual respondieron aparentemente las reformas
constitucionales de 1856, ganaba rápidamente terreno. El Jornal do Comercio se refirió
a ella como un hecho inevitable y El Eco del Paraguay, periódico asunceño no oficial,
reproduciendo la información del diario brasileño, afirmó que en el caso de ser elegido
el general López pediría “el aplauso común”. Y agragaba: “Es necesario que seamos
francos de una vez y para siempre, y no procuremos envolver en la línea del misterio lo
que está claro como la luz en la mente y el espíritu de todos los paraguayos”. La
indiscreción política del periódico asunceño mereció severa reprimenda del órgano
oficial. Dijo el Semanario: “Creemos un mal ejemplo en la República el anuncio y
discusión de una candidatura. El H. Congreso Nacional no necesitará de apuntamientos
de ningún periodista para hacer su elección en la persona que hallare a propósito”.
Reunido el Congreso en marzo, no faltó un diputado que propusiera resueltamente
para la presidencia de la Asamblea al general López; pero la iniciativa no prosperó, y el
Congreso eligió nuevamente presidente por un periodo completo de diez años a Carlos
Antonio López, a quien ni los achaques de su salud ni su avanzada edad bastaban para
decirle a dejar las riendas del poder en momentos en que los horizontes de la patria
estaban cargados de negros nubarrones.
López defiende su sistema de gobierno
En el mensaje de 1857, Carlos Antonio López creyó necesario justificar la continuación
del sistema de gobierno implantado por la Constitución de 1844. Decía: “El Gobierno
os ha dicho que todas las instituciones que han formado durante el período que ha
ejercido el poder no podían considerarse sino como provisorias, como expedientes de
ensayo para empezar a regularizar de algún modo el orden administrativo hasta ver lo
que la experiencia mostrare de perjudicial o útil. El tiempo ha mostrado que más
instituciones contienen algunas disposiciones que es necesario corregir y ha
demostrado también que para la República del Paraguay llegue a organizarse y
constituirse, en el sentido en que hoy se toman estas palabras, es necesario que por
muchos años continúen en su orden y régimen provisorio, que permita mejorar y aún
perfeccionar, poco a poco las instituciones, modificando gradualmente las que existen
y creando las que aconseje la experiencia para que el pueblo se acostumbre al uso
regular y moderado de derechos que aun no se conoce. Si no se procede de este
modo, el Paraguay no podrá gozar de paz y sufrirá a su turno las grandes calamidades
que han atormentado los Estados vecinos”. “No hay una sola de las nuevas Repúblicas
de la América antes españolas, a excepción del Paraguay, que arrastrada por un
inmoderado deseo de libertad, que no comprendía, no se haya apresurado a
establecer leyes, llamadas fundamentales, y a organizarse, dándose una constitución.
Todas ésas, más o menos, teóricamente perfectas, están basadas sobre los principios
más luminosos y encierran las ideas más elevadas, justas y liberales; todas otorgan a
sus ciudadanos amplios e importantes derechos políticos; todos garanten los derechos
primordiales del hombre, su libertad, su propiedad, su seguridad y su igualdad ante la
ley; todas están marcadas con el sello de la permanencia e inmutabilidad; todas han
debilitado la autoridad, y creyendo hacer difícil el despotismo, no han hecho mas que
facilitar la anarquía. Ninguna de esas Repúblicas ha escapado a un despotismo, más o
menos brutal o sangriento; o a las revoluciones y desórdenes más o menos frecuentes.
Prueba incontestable de que para conservar la paz, el orden y la libertad, algo más se
necesita que constituciones escritas y vacías de un golpe”. López invitaba al Congreso a
continuar “en la marcha lenta de tanteamientos y experiencia, pero de mejoras y
progresos posibles que hasta aquí”, reformando gradualmente las instituciones y
estableciendo y reconociendo los derechos individuales, pero aplazando su ejercicio
“para el tiempo en que la República tenga la capacidad suficiente para saber aplicar
esos principios y usar de ellos con discernimiento”. El ideal que propugnaba López era
el poder frente; sin un poder frente no hay justicia, no hay orden, no hay libertad civil
ni política. Un poder frente por la ley, no es ni quiere decir un poder arbitrario y
tiránico que nada respete. Un poder frente, ilustrado y prudente, es la primera
condición, es el primer elemento de organización y constitución de la República”.

Se inicia una campaña periodística en Buenos Aires


La oposición interna contra el régimen sustentado por López era toda vista imposible,
por lo que los descontentos emigraron a Buenos Aires, donde el sistema paraguayo,
tan en desacuerdo con las concepciones liberales del siglo, tenía pocos simpatizantes.
La prensa argentina, desde la caída de Rosas, había mostrado hacía el Paraguay
prudente actitud, y los panfletos de Hopkins no encontraron en su seno mayor eco,
hasta que el orden, de Luís L. Domínguez, inició el 3 de junio de 1857 una campaña
contra la “dictadura suspicaz y aletargada por el monopolio oficial” del Paraguay, que
pronto fue coreada por El Nacional, de Domingo Faustino Sarmiento, y los Debates, de
Bartolomé Mitre. El primer paraguayo que bajó a la liza periodística para secundar a
los escritores argentinos fue Luciano Recalde, que el 20 de junio publicó en El Orden
una carta que luego reprodujo en folleto prolongado por Sarmiento. “Es llegado el
momento – decía Recalde – después de cuarenta años de silencio, degradación e
inquietud, de que el Paraguay tenga hijos que, aunque sin apoyo de ninguna clase y sin
ilustración por culpa de sus Gobiernos, acometan por eso con heroísmo y resignación,
la árida y cruel tarea de bosquejar la triste situación de su país natal”. Fernando
Iturburo, Serapio Machain y otros emigrados también dejaron escuchar su voz; pero
quien tomó a su cargo la tarea principal fue Manuel Pedro de la Peña, El Ciudadano
Paraguayo, que escribía casi día de por medio cartas dirigidas a López en que se hacía
severo proceso del régimen paraguayo. El publicista Francisco Bilbao, que en Revista
del Nuevo Mundo había predicado la guerra al Paraguay, “justa porque es atacar el
poder bárbaro de un hombre que imposibilita la regeneración de su pueblo”, y “útil
porque ese país libertado enriquecería a sus vecinos con la multiplicación de sus
productos y la libertad de sus ríos”, en La Prensa, cuya dirección había asumido,
después de afirmar que López era “un monstruo que es necesario ir a buscar con las
armas en las manos”, estimuló a los paraguayos emigrados “a reunirse y formar en
Buenos Aires un Comité destinado a revolucionar al Paraguay”.

Se constituye la “Sociedad Libertadora del Paraguay”


Las incitaciones de Bilbao fueron escuchadas. Bajo su dirección, el 17 de diciembre de
1857, Manuel Pedro de la Peña, Carlos Loizaga, Luciano Recalde, Serapio Machain y
Gregorio Machain, acordaron iniciar un movimiento encaminado a poner fin al
régimen imperante en el Paraguay, firmando un acta en que estamparon el siguiente
juramento: “Hallándonos desterrados, proscriptos, perseguidos en nuestros bienes, en
nuestras familias, contemplando desde riberas extrañas el despotismo más feroz que
se enseñorea sobre el honor, sobre la propiedad, sobre la libertad y el porvenir de
nuestro pueblo, en nombre de Dios, padre de toda luz y de toda justicia, hacemos el
juramento de no separarnos hasta vencer o morir por la mas noble y santa de las
causas. Engrosado el grupo con la adhesión de numerosos emigrados, en junio de 1858
lanzaron un manifiesto y el 2 de agosto de 1858 quedó definitivamente constituida la
“Sociedad Libertadora del Paraguay” siendo “el principal fin de esta sociedad, según
sus estatutos, libertar aquella tan fértil como desgraciada parte del Globo, comunicarle
el espíritu civilizado de nuestro siglo, establecer en ella, por medio de la propaganda y
de todo cuanto recurso humano y decente esté a su alcance, los principios de libertad,
igualdad, derecho de propiedad y todos aquellos goces concedidos a los hombres por
la leyes divinas y humanas, reconocidas y acatadas hoy por el mundo civilizado, y de
que ha estado privada por la arbitrariedad de sus mandatarios”. Los diarios porteños,
en su mayoría apoyaron los propósitos revolucionarios públicamente enunciados por
los emigrados. “Estamos completamente de acuerdo – decía una de ellos – con las
ideas vertidas por los proscriptos paraguayos. Para nosotros, como para éstos, separar
del gobierno a López es santo y humanitario. Combatirlo y derrumbarlo del puesto que
indignamente ocupa es prestar servicio de incalculable importancia al pueblo que
victimiza y favorecen los intereses de esta parte de América”. Y otro diario dijo: “El
Paraguay necesita regenerarse, y esa regeneración creemos que no podrá obtenerse
de otro modo que a cañonazos. Los paraguayos necesitan rehabilitarse de dignidad
ante el mundo civilizado; pero esa rehabilitación forzoso es que la compren a sangre”.
Los emigrados, a su turno, fundaron periódicos, como El Grito Paraguayo y El Clamor
de los Libres, con los cuales prosiguieron su campaña contre el régimen paraguayo.

El “poder frente” suscita protestas de la oposición


La oposición radicada en Buenos Aires combatió, principalmente el sistema político de
López. Como no difería esencialmente del que Francia había estructurado para
defender la independencia nacional, se creía que, obtenida ésta, no se justificaba que
se mantuviera al pueblo sin derecho cívico. No había libertad de prensa, de reunión o
de asociación y los poderes políticos estaban en manos del presidente, de quien
dependía la vida y el honor de los ciudadanos. El sistema representativo era un mito; el
Congreso se limitaba a aprobar sin discusión los actos y proposiciones de López.
Además, la familia del presidente ocupaba dentro del Estado una posición
preeminente, y su hijo mayor, el general López, se preparaba para sucederle en el
ejercicio del poder.

Se criticaba también el sistema de monopolios en el Paraguay. De hecho, el Estado tan


identificado con la familia López, ejercía la dirección de la actividad económica del país.
Por decreto de 1846 se había decretado libre el comercio, pero esa libertad era
nominal; por el mismo decreto se estableció la propiedad del Estado sobre los yerbales
y bosques de madera de construcción. Bastaba la menor insinuación del Gobierno para
que las más ricas propiedades particulares pasasen al Fisco, a trueque de irrisorias
indemnizaciones, y las multas dejaban en la miseria a las familias de los emigrados. El
Estado era el más importante estanciero y el principal exportador, lo que no permitió
la formación de ninguna fortuna privada apreciable, aparte las que reunieron los
parientes de López.

La campaña de oposición no tiene ambiente en el país


López en un principio permitió la libre introducción de los papeles impresos en el Río
de la Plata, pero luego los prohibió radicalmente, a pesar de lo cual los periódicos en
que escribían los emigrados de Buenos Aires lograban infiltrarse en el país. Pero esta
campaña no tuvo repercusiones notorias. Observa el cónsul inglés: “Las masas no solo
están resignadas, sino satisfechas con su suerte, y se les ha dado a creer que el
Supremo Gobierno es el legítimo dueño y dispensador de todo cuanto posee. Y así, sin
ningún esfuerzo, pero con el apoyo del clero, que depende enteramente de él, el
Gobierno puede ejercer libremente su poder de vida y muerte, prisión, destierro y
confiscación”. Confrontando la paz y el orden que reinaba en el país con la anarquía
imperantes en la República americanas que vivían bajo un régimen distinto, el pueblo
parecía satisfecho de su suerte, ya aún el régimen económico, tan objetado por la
oposición, permitía al Estado contar con los recursos suficientes para prescindir casi
por completo de los impuestos, pero esta satisfacción sólo era aparente. La sumisión
del pueblo estaba en contradicción con una larga tradición de rebeldías y de libertad, y
se explicaba por la convicción, inculcada por los gobernantes, de que sólo mediante un
régimen de férrea disciplina era posible conservar la independencia nacional, amada
sobre todas las cosas. Señalaba el principal órgano principal: “El paraguayo ama la
independencia de su país con todo el calor de un pueblo joven. Este sentimiento ha
sido fomentado por el Gobierno hasta un grado de exaltación. Los derechos políticos
no han penetrado en un país que del estado de colonia pasó a una tiranía sin ejemplo
que lo mantuvo aislado de todo el mundo durante cuarenta y cinco años; sistema que
con muy pocas modificaciones se continúa hasta hoy. Al paraguayo no se le habla de
libertad política sino para mostrarle abultados los desastres que ha producido en las
Repúblicas circunvecinas. La independencia en su ídolo, y a pretexto de conservarla, se
le pone en la imposibilidad absoluta de adquirir y ejercer sus derechos naturales. Por
eso se ve allí un enemigo oculto en todo agente consular o diplomático que se acerca
al Paraguay, un espía en todo capitán de buque extranjero que hecha su anteojo hacia
la tierra o mete la sonda en las aguas del río, una vanguardia contraria en cada vapor
que divisa el comandante de las Tres Bocas. Así vive el país militarizado; así la tierra
inculta; así el trabajo muerto, y justificado el monopolio oficial, que da recursos para
defender la independencia, afirmada en un ejército numeroso y una marina de vapor
que causa el asombro de los que se figuran que los instrumentos de opresión son
signos de prosperidad y riqueza. Se defiende la independencia y se ahoga la libertad”.

López encuentra defensores en la prensa extranjera


No solamente algunos paraguayos, como Juan J. Brizuela, hicieron la apología del
régimen paraguayo en la prensa argentina. La Reforma Pacífica, dirigida por Nicolás
Calvo, asumió también la defensa de la administración de López ante los ataques de El
Orden, La Prensa y los emigrados paraguayos.

En las provincias la situación paraguaya también encontró defensores. Decía El


Progreso, de Paraná: “Dichoso el Paraguay que, libre de las calamidades de la guerra
de que estamos siendo víctimas en estos pueblos, puede consagrar sus fuerzas al
trabajo moralizador que funda su grandeza, constituye su poder y hace su gloria. La
República del Paraguay, ese modelo de buen juicio, nos está enseñando que el
Gobierno es conciliable con la libertad, y que cuando se realiza la unión sincera de ésta
con aquél, es que los pueblos marchan progresivamente a cumplir sus destinos en la
Historia.” También en otros países la prensa alababa los progresos paraguayos. Decía
La República, de Montevideo: “El Paraguay sin meter ruido, ni hacer ostentación, ni
propalar como otros pueblos la animación creciente del progreso efectivo de que
participa, es sin duda la República mas floreciente de la América del Sur, si bien la
menos conocida y la mas arbitrariamente juzgada”. El Expres, de Nueva York: “El
Paraguay ya no es la tierra incógnita de algunos años atrás. En el día sabemos que es el
más rico, el mas delicioso como también el mejor situado de los Estados
Sudamericanos…” El Fénix, de Madrid: “El Paraguay, ese escondido país de la América
meridional, está llamando la atención de Europa a la sabia prudente administración del
jefe supremo que la dirige, el presidente López, que ha sido para ella lo que fue
Moheced-Alí para Egipto y ha regenerado al Paraguay”. El Morning Post, de Londres:
“La educación elemental (en el Paraguay) está tan extensamente difundida que apenas
hay hombre alguno en la República que no sepa leer, escribir y contar, un estado de
cosas que con toda probabilidad no existe en otro país del mundo, y que es debido a la
inteligente y liberal administración del presidente López”. Le Globe, de París: “Las
últimas noticias del Paraguay son como siempre muy satisfactorias. La paz es
inalterable bajo el Gobierno paternal y progresivo del presidente López. La prosperidad
del país se acrecienta incesantemente, gracias a una administración tan hábil como
ilustrada”.

La bandera paraguaya surca el Atlántico


La paz y el orden que reinaba en el Paraguay no era la única justificación del régimen
gubernativo alegada por sus defensores. Los progresos materiales alcanzados en todos
los órdenes, bajo la dirección de los técnicos europeos contratados por el general
López, hicieron del Paraguay una unidad económica autónoma y pujante que en poco
tiempo se colocó entre los primeros países sudamericanos. Abandonando el intento de
implantación de capital extranjero con el provocado fracaso de la Compañía Hopkins,
el Paraguay fue la única nación del Continentes donde encontró vallas infranqueables
la expansión del imperialismo europeo, y acostumbrado a prolongados aislamientos
desarrolló un género de economía peculiar que dependía muy poco de la economía
internacional. Conseguida la libertad de la navegación, López abordó resueltamente el
problema de la comunicación directa con Europa, que fue el sueño de Francia. La
primera etapa fue la formación de una marina mercante oficial, que tomó a su cargo el
servicio regular hasta el río de la Plata, y que fue constituida por barcos en su mayoría
construidos en el país. El 2 de julio de 1856 era botado el Yporá, el primer barco a
vapor con casco de acero que se construía en la América española, y sucesivamente
fueron botados al Salto del Guairá, el Ygurei, el Río Apa, el Jejui y otras naves que, al
propio tiempo que servían al comercio, integraban la marina de guerra, llamando la
atención en los puertos del Río de la Plata por la regularidad de sus servicios y la
disciplina y marcialidad de su tripulación. El Aquitania, que había traído los colonos
franceses, adquirido por el Estado, con el nombre de Río Blanco, fue destinado a la
navegación transatlántica y en septiembre de 1857 llegaba a Londres con un
importante cargamento de productos paraguayos. La bandera paraguaya tremoló así,
por primera vez sobre las aguas del Atlántico, con orgullo de López, que lanzó una
proclama en que decía: “Compatriotas: Alimentad en vuestros pechos ese noble
orgullo que inspira un sincero patriotismo, y comprended que a la sombra de esa paz
saludable que no queréis ver interrumpida, vamos dando pasos agigantados en el
camino de las reformas. Ciudadanos: La bandera Paraguaya surca las espumosas aguas
del Atlántico y tal vez a esta hora se verá solemnemente saludada por el pabellón de la
Gran Bretaña, en cuyas márgenes habrá fondeado el Río Blanco, Republicanos del
Paraguay: Vuestro vapor Tacuarí tremoló también vuestro paño tricolor por el
anchuroso Océano. Cuatro vapores mercantes de vuestra exclusiva propiedad son cada
día una patente revelación del desarrollo mercantil de nuestra nación. Amigos de la
paz: Saludemos con entusiasmo al Salvo del Guairá, Saludemos de consuno a la
Providencia que nos colma de tan singulares beneficios; tributémosle nuestro leal
reconocimiento porque no ha consentido que arda entre nosotros la tea de discordia,
que nos arrebataría los bienes a que tan de veras aspiramos”.

Altos hornos, ferrocarriles, arsenales, telégrafo


Siempre con el pensamiento de consolidar la autonomía nacional, López abordó otro
de los problemas que más había preocupado a su antecesor: el de la provisión de
armas. Para la explotación de las minas de hierro, en 1854 fue instalada en Ybycuí una
fundición dotada del más moderno material, bajo la dirección técnica del ingeniero
Guillermo Godwin, a quien reemplazó más tarde otro ingeniero, Jhon W. Whitehead,
de extraordinaria capacidad que formó un personal paraguayo apto para las difíciles
tareas de la fundición, sobresaliendo Elizardo Aquino. En la fundición del Ybycuí y en
los arsenales, también modernamente dotados, de Asunción, se fundieron cañones,
proyectiles, armas de filo y utensilios agrícolas. Los ingenieros ingleses, especialmente
William Padisson, dirigieron también la construcción de ferrocarril, el primero que se
tendía en el Río de la Plata y cuyo primer tramo se inauguró en 1856. Los rieles eran
importados pero los coches fueron totalmente construidos en los talleres del país.
También comenzó el tendido de un telégrafo que, bordeando el río Paraguay, iba en
dirección del gran Campamento de Paso de Patria. Los técnicos ingleses, aparte de su
actuación profesional, no ejercieron ninguna influencia sobre el espíritu público,
respetando escrupulosamente las peculiaridades políticas del país, al cual muchos
sirvieron aún después de sobrevenida la guerra contra la Triple Alianza tupiéndoles a
algunos participación militar activa en las operaciones de la guerra.

Duplicación del comercio internacional


Desde que el Paraguay obtuvo la libertad de navegación, el comercio internacional
tomó extraordinario auge. En el año y medio transcurrido desde junio de 1851 hasta
fines de 1852, el movimiento del puerto de Asunción no pasó de 120 goletas de 40 a
80 toneladas, movimiento que siguió en aumento, siendo de 403 buques 20.000
toneladas, movimiento que siguió en aumento, siendo de 403 buques en 1861. El
principal artículo de exportación, y base de la economía nacional, era la yerba mate, en
que el Paraguay tenía, en el mercado americano, una especie de monopolio
exportándose también maderas, tabaco, cigarros, cueros y naranjas. El comercio de
exportación e importación, registrado en Asunción, marcó el ascenso constante.

Incremento de la cultura popular


No solamente fueron contratados en Europa ingenieros y técnicos; también llegaron
hombres de letras, de artes y ciencia, de todas las ramas, que organizaron diversos
establecimientos culturales. Un Instituto de Filosofía, que funcionaba bajo la dirección
del literato español Ildefonso A. Bermejo, convertido en el director del movimiento
intelectual y que luego, de regreso en Europa, escribió un mordaz e ingrato libro sobre
el Paraguay; una Escuela de Matemáticas, dirigida por el francés N. Dupuy; un curso de
Medicina, bajo la dirección del médico inglés Guillermo Stewart; una Escuela de
Derecho, planeada por Juan Andrés Gelly, constituyeron el incipiente plantel de la
Universidad paraguaya. También participaron de esta reacción intelectual elementos
nacionales. En el año 1857 fue fundada en Asunción, bajo la dirección de José Carlos
Riveros, una Escuela de Latinidad, y análogas instituciones y academias literarias
funcionaron en Villa Rica, Ajos y Misiones. Los mejores alumnos de estas escuelas, en
número de dieciséis, fueron seleccionados en 1858 y enviados a Europa, a seguir por
cuenta del Estado estudios, preferentemente técnicos. También la enseñanza primaria,
obligatoria y gratuita, alcanzó gran impulso, pero no favorecía sino a los varones; a las
mujeres les estaba vedado, por lo general saber escribir. La instrucción que se daba era
rudimentaria, inculcándose a la niñez principios de obediencia y respeto a las
autoridades establecidas, mediante un Catecismo en que se decía que “después de la
idea de Dios y de la Humanidad, la de Patria es la más humilde y fecunda en
inspiraciones sublimes”.
En 1857 el censo acusó 402 escuelas con 16.775 alumnos. Había además buen número
de escuelas de Artes y Oficios. El desarrollo de la cultura popular se manifestó en la
intensificación de la vida artística y en el periodismo literario, el único permitido.
Bermejo organizó un elenco teatral, y cuando la sociedad tomó gusto por las
representaciones escénicas, el Gobierno contrató sucesivamente varias compañías de
arte dramático. El periodismo estaba representado por el Semanario, que hacía de
órgano oficial del Gobierno, por una revista ilustrada, La Aurora, y por varios
periódicos, como El Eco del Paraguay, El Comercio y la Época, donde los jóvenes
ilustrados hacían inocentes escarceos literarios o estudiaban los problemas
económicos sin pizca de intención política, sobresaliendo entre ellos Natalicio
Talavera, escritor de prosa castiza y poeta romántico, y Carlos Riveros, latinista
consumado y paciente investigador del pasado histórico. La introducción de libros y
revistas no sufrió cortapisas, y la afición por la lectura, único pasatiempo en los largos y
sombríos de la Dictadura de Francia, siguió caracterizando a la sociedad paraguaya.

La vida social
El regreso del general López de Europa significó también cambios diversos en la vida
del país. De su viaje trajo gustos distinguidos y costumbres sociales y que
revolucionaron la tranquila rutina colonial de la sociedad paraguaya. Se constituyó el
“Club Nacional”, que fue el centro de la vida social y donde se realizaron suntuosos
saraos que sorprendía a los visitantes extranjeros. Se renovó la arquitectura particular
y fueron importados de Europa muebles, tapicería y vajilla fina. La sociedad, en
contacto con el mundo civilizado, después de tantos años de forzado aislamiento,
aunque desgajada de sus rancios y representativos elementos, se reconstruyó
rápidamente, con un sentido democrático muy peculiar, manifestados en los bailes
populares con que se conmemoraban los grandes acontecimientos y donde concurrían
obligatoriamente las encopetadas familias, que lucían elegantes trajes importados de
París, junto a las famosas “quyguá verá”, descalzas y vestidas al estilo popular, y a las
mujeres del mercado y de servicio, bailando todos a los sones de la misma música, baja
la mirada y vigilancia del presidente y de su familia. El mismo espíritu igualitario fue
impuesto en las reuniones teatrales, aunque no con grados de todos. El Semanario
criticó que algunos espectadores querían modificar la colocación de las localidades
para establecer “una clasificación inoportuna y viciosa que en ninguna parte mejor que
en la República del Paraguay debe desaparecer”. El igualitarismo tenía dos
excepciones: la familia presidencial, que estaba por encima de todos, y los numerosos
esclavos del Estado, que trabajaban en las minas y en las obras públicas; pero el resto
de la sociedad, sin las distinciones que crea la fortuna, constituían una masa
homogénea que ningún peligro aparente representaba que la estabilidad del régimen
institucional.

La militarización del país


El ejército estaba bajo el más completo control del Gobierno. A su frente fue puesta el
general Francisco Solano López, hijo mayor del Presidente, quien se propuso convertir
al Ejército en la principal institución del país. El Paraguay había vivido militarizado
desde que existió, pero la larga y prolongada paz obligó a suplir con una vida de cuartel
estricto y severo la falta de experiencia guerrera. El general Paz calificó al Ejército
paraguayo enviado a Corrientes de “masas informes”, pero también reconoció que
“son tales las cualidades que reúne el soldado paraguayo, que seguramente será el
soldado de la América del Sur si se le organiza, instruye y disciplina como
corresponde”. La fe que Francisco Solano López tenía en el soldado de su patria,
abnegado, sobrio, sufrido y resistente, era grande. En un desfile militar en París dijo a
Héctor Varela: “Sepa usted que con mis paraguayos tengo bastante para brasileños,
argentinos y orientales; y aun con los bolivianos si se meten a zonzos”. A su regreso al
Paraguay convirtió al Ejército en el centro de la vida nacional, y la militarización de
todos los órdenes llegó a su máximo. Se adoptó el sistema de levas anuales de
reclutas, severa disciplina de los cuerpos reglados, organización de las reservas,
llamamiento anuales para ejercicio en el Ejército permanente, es decir, el sistema
prusiano con las modificaciones exigidas por el clima, costumbres nacionales,
condiciones financieras y administración. El Ejército permanente constaba de 18.000
hombres, que en cualquier momento podía aumentarse hasta 45.000 con las reservas.
Los que no había pisado los cuarteles formaban parte de las guardias nacionales y
recibían también, en sus respectivos pueblos, la instrucción militar. La sanidad militar
fue organizada por numerosos médicos y farmacéuticos contratados en Europa.

La escuadra contaba con quince vapores armados, pero ninguno de ellos era
acorazado, confiándose más la defensa del río de la fortaleza del Humaitá,
poderosamente artillada y centro de un vasto campo de atrincheramiento. Aunque el
parque era vasto, la calidad de las armas dejaba mucho que desear. Durante la larga
guerra contra Rosas, López compró armas de todas las especies y antigüedades, y
terminado el sitio de Montevideo adquirió el armamento utilizado por los
combatientes, que en gran parte procedía del tiempo colonial. Establecida la
comunicación con Europa, se inició el aprovechamiento de armas modernas, pero por
un exceso de confianza en el material humano, en ningún momento los López dieron
importancia a este factor de la defensa nacional. Los soldados paraguayos, en su gran
parte y pese a su alto grado de disciplina, continuaron armados con viejos fusiles de
chispa, y muchos de los cañones de las baterías del Humaitá ostentaban escudos de los
reyes de España del siglo XVII.

Paranhos es destacado al Paraguay


Los armamentos paraguayos iban dirigidos especialmente contra el Brasil, con el cual
las relaciones empeoraban rápidamente. López, haciendo uso del derecho de
reglamentación fluvial que le había sido reconocido, dictó varias órdenes, en virtud de
las cuales los barcos brasileños debían someterse a la fiscalización en Tres Bocas,
Humatitá, Asunción y Olimpo a aceptar prácticos paraguayos. Para gestionar la
modificación de estos reglamentos, contra los cuales protestó la Cancillería de Río, el
26 de enero de 1857 fue enviado a Asunción el consejero José María de Amaral, quien
sostuvo violentas discusiones verbales con el presidente López, y después de cambiar
airadas notas con la Cancillería, abandonó la capital ruidosamente el 25 de mayo. El
Brasil comenzó a acumular tropas sobre la frontera y unidades de guerra en los
puertos de Matto Grosso. La prensa de Río pidió abiertamente la guerra al Paraguay,
iniciando una violenta campaña contra el gobierno de López, campaña que fue
subiendo de tono hasta alentar los trabajos revolucionarios de los emigrados de
Buenos Aires.
El Imperio decidió jugar su carta mayor de la diplomacia enviando a Asunción al propio
ministro de Relaciones Exteriores, José María da Silva Paranhos, su más experto
estadista, profundo conocedor de las cuestiones del Río de la Plata. Tenía la misión de
disipar lo recelos de López, significándole que la guerra sería el “último recurso” al cual
apelaría el Brasil. Los aprestos militares del Imperio y los pasos de Paranhos dio en la
Confederación robustecieron los temores de López, a su vez, multiplicó sus
preparativos bélicos. El Semanario aseguró “que la política brasileña medita un crimen
funesto contra el Paraguay” y que el país estaba dispuesto a resistir por las armas
antes que ceder.

Acuerdo entre el Brasil y la Confederación


Parnhos a su paso por Paraná formuló una proposición de alianza contra el Paraguay,
que fue bien acogida entre los gobernantes argentinos predispuestos contra el
Paraguay desde el fracaso de la misión Guido. La alianza fue concertada
protocolariamente, condicionándola a los resultados de la misión Paranhos en
Asunción; la Argentina se comprometió de antemano, se conviniese o no la alianza, a
dar paso a su territorio a los ejércitos del Brasil contra el Paraguay. Paranhos firmó
además en Paraná una Convención que reglamentaba de la navegación de los ríos,
Paraná, Uruguay y Paraguay, de la que debía recabar la adhesión del Paraguay: la
oposición paraguaya sería la condición resolutiva de la alianza. Los documentos
permanecieron en secreto, pero la reserva fue rota por el propio Paranhos, quien en
un brindis hizo votos porque “la gloria de Caseros no sea la única adquirida en común
por el Brasil y la Argentina”. Los rumores del acuerdo llegaron a Asunción, donde causó
sorpresa la inteligencia entre los tradicionales rivales.

No solo en Asunción el acuerdo brasileñoargentino despertó sospechas y protestas. En


Buenos Aires, que seguía segregada de la Confederación, la opinión adversa a la
política de Urquiza se manifestó contraria a todo entendimiento ofensivo de la
Argentina con el Imperio. Los debates, cuyo principal redactor era el coronel
Bartolomé Mitre, jefe del partido liberal porteño, vituperó la alianza. Dijo: “No está en
interés de las Repúblicas del Plata auxiliar al Brasil de su política invasora del territorio
ajeno, traicionando la causa de la República del Paraguay, nuestro antemural contra
las pretensiones exageradas del Brasil, y sería también traicionar nuestra propia causa,
cuando más adelante pueden surgir cuestiones entre el Brasil y la República
Argentina”. Y contestando a los órganos defensores de la política de Urquiza, donde
escribían los emigrados paraguayos, y que querían una guerra de liberación, Mitre
replicó “que no está la República Argentina en estado de emprender cruzadas
libertadoras”. Sostuvo también los debates que, aun conservando la neutralidad no
debía permitirse el paso de la escuadra brasileña en caso de una guerra entre el Brasil
y Paraguay que parecía inminente.

Se firma la Convención López-Paranhos


Silva Paranhos llegó a Asunción el 7 de enero de 1858 e invitó a López a adherirse a las
Convenciones de Paraná. López rechazó la pretensión de que el Paraguay se adhiriese
a tratados en cuya redacción no había intervenido. Como Paranhos aclaró que no fue
el pensamiento de los Gobiernos representados en Paraná infligir una injuria a la
República del Paraguay, López considerando que si no cedía era la guerra, y que el país
no estaba en condiciones de afrontarla, encontró la forma que conciliará las
pretensiones brasileñas y la dignidad nacional. En general López, designado
plenipotenciario, firmó el 12 de febrero de 1858 una Convención fluvial, que reprodujo
las estipulaciones de la de Paraná, pero como un acto voluntario del Paraguay, y varios
protocolos anexos, entre ellos en que el Brasil reconocía la Bahía Negra como límite
entre ambos países en el Chaco. La cuestión de límites quedaba en pie.

Ratificados los tratados, el Gobierno paraguayo anuló los reglamentos fluviales


objetado por el Brasil, y desde entonces el río Paraguay fué recorrido sin inconveniente
por los barcos de todas las naciones; pero al mismo tiempo López dispuso la
intensificación de los preparativos militares, en espera de los acontecimientos. El
general Solano López dirigió personalmente los preparativos; sus conversaciones con
Paranhos le convencieron de que una guerra con el Imperio era inevitable y que al
Brasil no le sería difícil asegurarse la alianza argentina.

La controversia sobre “Nueva Burdeos”


Mientras Paranhos estaba en Asunción llegó la cañonera francesa Bisson para
respaldar las reclamaciones que el Gobierno de Napoleón III formuló con motivo de la
disolución de la colonia “Nueva Burdeos”, por intermedio del cónsul Alfredo de
Brossard, quien exigía el reembolso de las sumas pagadas por los colonos antes de su
salida del Paraguay. El Gobierno paraguayo consistió el 10 de febrero de 1858 en la
demanda francesa, pero sin reconocer el buen derecho de los reclamantes y sólo para
asegurar “la tranquilidad y las buenas relaciones de la República”. López quedó
asombrado cuando se enteró que las reclamaciones se elevaban a la suma de 9615
pesos, que fue inmediatamente pagada, quedando así liquidado el asunto. Brossar
comunicó que con este pago “todas la dificultades pendientes entre Francia y el
Paraguay, y a las cuales había dado lugar la colonia “Nueva Burdeos” son completas y
definitivamente arregladas y terminadas.

El tratado de comercio con Inglaterra


Mientras tanto se promovía otro conflicto con Inglaterra, cuyo ministro Dowgall
Christie entregó sus credenciales el 1º de julio de 1859 en términos muy
economiásticos para el Paraguay y López. Las dificultades se presentaron bien pronto;
Christie propuso la prórroga a perpetuidad del tratado de comercio firmado en 1853 y
que aún tenía varis años de vigencia; quiso tratar directamente con el presidente y
limitar a veinte días el tiempo de la negociación. El Gobierno rechazó por
impertinentes estas proposiciones, lo que dio origen a una correspondencia que fué
subiendo de tono hasta que el 15 de julio se le comunicó a Christie el cese de las
negociaciones. El ministro inglés pidió sus pasaportes y abandonó Asunción después
de amenazar con represalias.

Estados Unidos envían una escuadra


La actitud de Estados Unidos con respecto al Paraguay varió desde que James
Buchanan se hizo cargo de la Presidencia. En su mensaje al Congreso del 8 de
diciembre de 1857 expuso el estado de las relaciones con el Paraguay y solicitó
autorización para exigir por procedimientos adecuados, “indemnización por lo pasado
y garantías para lo futuro”, a raíz de los incidentes Hopkins, Water Wich y Fistzpatrick.
Parte de la prensa apoyó la demanda del presidente, sosteniendo que Estados Unidos
debían repetir la expedición del almirante Piercy al Japón, para abrir también a
cañonazos el Paraguay al comercio internacional. “El presidente López es un obstáculo
para toda empresa”, dijo Express, de Nueva Cork. El Congreso concedió la autorización
solicitada; en consecuencia se organizó una escuadra de 19 buques de guerra, con 200
cañones, 257 oficiales y 2400 soldados de desembarco, al mando del comodoro
William B. Schubrick y con el juez James J. Bowlin como comisionado del presidente
Buchanan. En diciembre de 1858 la escuadra apareció en las aguas del río de la Plata.

La expedición norteamericana suscitó alarma y expectativa continental. El Brasil envió


inmediatamente a Asunción, a bordo del buque de guerra Araguay, al ministro José
Joaquín Tomás do Amaral, para ofrecer su mediación. El ministro francés en Buenos
Aires, Lefebre Bécourt, a bordo del Bisson, también se trasladó al Paraguay con el
mismo objeto. El general Urquiza, presidente de la Confederación, creyó asimismo que
era su deber buscar un arreglo. Después de conocer las exigencias que en nombre del
presidente Buchanan debía formular Bowlin, concertó una entrevista con López para
tratar las bases de un arreglo. La entrevista debía efectuarse en Corrientes, pero López
regresó de Humaitá a Asunción cuando supo que la escuadra norteamericana ya
estaba remontando el Paraná. Urquiza con su séquito, siguió viaje a Asunción, adonde
llegó el 16 de enero de 1859; era la primera vez que el jefe de una nación extranjera
pisaba tierra paraguaya. Urquiza fué recibido con extraordinarios agasajos y encontró a
López resuelto a resistir la invasión norteamericana, pues no quiso siquiera escuchar
las proposiciones de Urquisa “si no quedaba a salvo su honor y la apertura de
negociaciones pacíficas, a condición de que la flota norteamericana quedara fuera de
las aguas paraguayas. Aceptada esta condición, el 24 de enero llegaron a Asunción, a
bordo del Fulton, el comodoro Schubrick y el comisionado Bowlin. En seguida se
iniciaron las conversaciones con activa intervención de Urquiza, secundado por el
general Tomás Guido, ministro de la Confederación.

Con mediación de Urquiza se llega a un acuerdo con Estados Unidos


Las negociaciones fueron difíciles y laboriosas. Muchas de las pretensiones
norteamericanas eran indeclinables, como la reparación a las ofensas, indemnización a
la familia del marinero muerto en el Water Wich y la libre navegación. López aceptó
pagar 250.000 dólares, no como reconocimiento de los perjuicios causados a Hopkins,
sino para “comprar la tranquilidad del Paraguay”, pero Bowlin le disuadió
convenciéndole que para el Paraguay era más conveniente someter al asunto Hopkins
a decisión arbitral. La controversia se concentró sobre las satisfacciones exigidas por el
ataque al Water Wich. La firme negativa de López a permitir que el Paraguay sufriera
una humillación estuvo a punto de hacer fracasar la negociación. Urquiza irritado por
la actitud de López, en cierto momento prorrumpió en amenazas contra el Paraguay y
aun contra el presidente. Al parecer estaban rotas las negociaciones y la guerra era
inevitable; pero López se prestó personalmente en la residencia de Urquiza, y después
de larga conversación, que se inició violentamente, se llegó a una fórmula
transaccional que satisfizo a López y a Bowlin. El 1º de febrero Urquiza abandonó a
Asunción, dejando a Guido la prosecución de las negociaciones. Urquiza fué colmado
de agasajos y de homenajes de gratitud, y escribió a López desde el Tacuarí una carta
amistosa llena de elevados conceptos sobre el Paraguay y su gobernante.

Todas las diferencias con Estados Unidos fueron zanjadas. Un nuevo tratado de
comercio y navegación fué firmado el 14 de febrero de 1859 de acuerdo con las
correcciones introducidas por el Senado de la Unión. El 6 de febrero, Velázquez, en
nota dirigida a Mr. Bowlin, dió explicaciones y satisfacciones al Gobierno de los Estados
Unidos por los discutidos incidentes; asimismo se dispuso que el pabellón
norteamericano fuera saludado con una salva de veintiún cañonazos, que fueron
correspondidos, en igual forma, por el Fulton, a la bandera paraguaya. Fué completado
el arreglo con una indemnización de 10.000 dólares a la familia del marinero muerto
en Itapirú. Bowlin aceptó las explicaciones en términos efusivos.

El mismo día se firmó una convención por la que se sometían a arbitraje las
reclamaciones de la “United Status and Paraguay Navegation Co”. El Tribunal debía
reunirse en Washington, y estaría compuesto por un representante de ambas partes y
un tercero, que sería el presidente diplomático de Rusia o de Prusia en Washington. El
Paraguay hizo también otras concesiones a los Estados Unidos, permitiendo la libre
navegación de buques norteamericanos exploradores. Con grandes regocijos públicos
se celebró la paz con los Estados Unidos. El arreglo fué considerado satisfactorio por el
órgano oficial. El comisionado norteamericano al conocer los progresos del país y
tratar a su presidente, rectificó sus primitivas prevenciones y espontáneamente
prometió convertirse en su patria en el mejor defensor del Paraguay.

Urquiza recaba la cooperación del Paraguay


Urquiza aprovechó su viaje al Paraguay para incitarle a unirse en alianza con la
Confederación en a inminente guerra contra Buenos Aires, en pago de servicio que
acababa de prestarle; en el mismo objeto había comisionado como agente
confidencial, poco tiempo antes, a Ignacio Comas. Las propuestas de Comas fueron
rechazadas y las que formuló Urquiza no tuvieron mejor éxito, si bien López, como
única concesión, prometió algunos auxilios navales. Para hacer efectiva esa promesa,
Urquiza envió a Asunción al propio ministro de Relaciones Exteriores de la
Confederación, Luís J. de la Peña, quién encontró a López más accesible. López,
alterando la tradicional neutralidad paraguaya, quiso complacer a Urquiza, que
acababa de rendir tan señalado servicio a la República. Le ofreció cuatro vapores, y el 4
de mayo de 1859 se firmó un protocolo en el que se acordaba el préstamo de estos
barcos; sin embargo, la ejecución quedaba supeditada al arreglo definitivo de límites.
“Mientras esta cuestión – dijo López a Peña – no se resuelva, no habrá amistad segura,
y una guerra más o menos distantes es el único porvenir de ambos países”.

Peña efectuó un breve viaje a Paraná en procura de instrucciones para abordar la


cuestión de límites, de donde regresó el 19 de junio. López, por su quebranto por su
salud, delegó la presidencia el 19 de mayo en el ministro de Gobierno, Mariano
González, pero desde su lecho dirigió las negociaciones, Peña presentó cuatro
proyectos de tratado: uno de límites, otro de alianza contra Buenos Aires, otro de
alianza perpetua para garantizarse mutuamente la independencia, y el cuarto de
amistad, comercio y navegación. López formuló otros proyectos de substitución;
afirmó el derecho del Paraguay sobre el Chaco y las Misiones, y sugirió que en
Asunción se reunieran plenipotenciarios especiales de los dos países y de Bolivia, para
fijar definitivamente los límites en el Chaco. Rehusó la idea de la alianza perpetua y
propuso otra para no auxiliar ni permitir el tránsito terrestre y fluvial del enemigo de
una de las partes; tampoco aceptó la alianza contra Buenos Aires. En cambio la alianza
solicitada, López propuso a Peña la mediación del Paraguay en el conflicto de la
Confederación y Buenos Aires; el canciller argentino no consideró esta propuesta y
exigió el cumplimiento de la obligación contraída en el protocolo de mayo. López
repuso que la condición para ese cumplimiento se había hecho imposible con el
tratado que la confederación acababa de firmar con Bolivia. Peña declaró rotas las
negociaciones. De regreso a Paraná, Peña informó a su Gobierno que la cuestión de
límites era insoluble por negociaciones.

Se descubre un complot en Asunción


Urquiza creyó que el Paraguay se dejaría arrestar fácilmente a al guerra contra Buenos
Aires, por efecto del disgusto que a López ocasionaba la prédica de los emigrados en
aquella ciudad y las actividades subversivas que se les atribuía. En los primeros días de
febrero de 1859 la policía asunceña descubrió los hilos de una conspiración que
parecía dirigidos por aquellos emigrados. Fueron tomadas severamente medidas.
Cayeron presos numerosos paraguayos y algunos extranjeros. Según las informaciones
policíacas, el complot tenía por objeto un cambio violento en las instituciones después
del asesinato de López y de los miembros de su familia. Aunque no se comprobó la
participación de los emigrados en el plan, la idea del crimen político venía siendo
predicada desembozadamente desde la prensa de Buenos Aires. El Orden había dicho:
“Mientras López y su raza queden en el poder, no hay posibilidad de entrar en
relaciones amigables con aquel país y es preciso aniquilarle y hacerlo desaparecer de
entre los hombres para que cese el Paraguay de ser la cizaña de entre el buen trigo de
las naciones de Sudamérica”.

Conflicto con el cónsul inglés


Complicado en el abortado movimiento subversivo, el súbdito inglés Santiago Cansttar
fue sometido a los procedimientos judiciales comunes, con aplicación de las viejas
Leyes de Partidas. El cónsul de Inglaterra, Charles Henderson, pidió que el Gobierno
procediera a una investigación sobre las circunstancias de esa prisión; el ministro
Vázquez le contestó que no podía informarle otra cosa sino que Cansttar estaba
procesado. Henderson insistió en que se levantara la incomunicación que pesaba sobre
su compatriota y entabló una agitada correspondencia con el Gobierno, al cual
finalmente conminó, el 1º de agosto de 1859 para que en el plazo de tres días fuera
aquél puesto en libertad, se le abonase una indemnización y se diera una reparación a
la Gran Bretaña. El ultimátum no fue aceptado; Henderson pidió sus pasaportes y
abandonó la capital, al propio tiempo que Vázquez se dirigía directamente al ministro
de Relaciones Exteriores de Inglaterra para protestar por el proceder de Henderson,
que se había atribuido funciones diplomáticas y pretendía impedir el Gobierno del
Paraguay la ejecución de las leyes nacionales.

Medición paraguaya en la guerra civil argentina


Comenzaron las hostilidades entre la Confederación y Buenos Aires. López no quiso
aprovechar la oportunidad que se le deparaba para sacar provecho de las disensiones
argentinas, ya que tanto desde el Paraná como desde Buenos Aires le llegaron
proposiciones tentadoras; el Gobierno de la provincia le solicitó, sino la alianza, por lo
menos la neutralidad a cambio del cese de las actividades de los emigrados, cuyos
artículos ya no encontraron acogida en la prensa oficial, debido a que había tenido un
fin imprevisto la “Sociedad Libertadora” desde que algunos de sus miembros se
decidieron por la causa de Urquiza y otros por la de Buenos Aires. El Paraguay no
escuchó aquellas sugestiones e insistió en su ofrecimiento de buenos oficios. También
había ofrecido su mediación los Gobiernos de Inglaterra, Francia y Brasil, pero la del
Paraguay fué la preferida después que uno y otro bando quedaron convencidos de que
no sería posible arrancarle de su neutralidad.

En consecuencia, el general Francisco Solano López, investigó de la calidad de ministro


mediador, se trasladó a bordo del Tacuarí, con numeroso séquito, a la ciudad de
Paraná y luego a Buenos Aires. En vano procuró un armisticio como condición
preliminar para iniciar las negociaciones de paz. El 22 de octubre de 1859 se libró la
batalla de Cepeda, a consecuencia de la cual las tropas de Urquiza pusieron sitio a la
ciudad de Buenos Aires. Procediendo con extraordinaria diligencia y habilidad, el
general López consiguió que el 11 de noviembre se firmara en San José de Flores el
Convenio de Paz, que puso fin a la cesesión porteña y estableció definitivamente la
unidad argentina. Por este pacto, la República del Paraguay, a petición del presidente
de la Confederación Argentina cuanto del Gobierno de Buenos Aires, se constituyó en
fiador del cumplimiento del Pacto de Unión.

La intervención del Paraguay y las aptitudes demostradas por el mediador fueron muy
alabadas. Tanto en Buenos Aires como en Paraná el general López fué objeto de
grandes homenajes oficiales y populares. El ministro de Relaciones Exteriores de
Buenos Aires, Carlos Tejedor, resaltó, en la nota en que agradecía a López su
actuación, la importancia de la actitud asumida por el Paraguay: “El primer paso
externo de la más joven de las Repúblicas americanas ha sido en obsequio de la paz y
la unión de sus vecinos, dando un ejemplo consolador de desinterés e imparcialidad,
poco común en los Anales de la América, creados por las posiciones y las luchas de los
Estados que la componen; y en ese primer paso se ha descubierto sin dificultad que la
República del Paraguay no sólo ha ofrecido a la América el contingente de su poder y
su riqueza, sino el valioso homenaje de su política alta y circunspecta, expresada por
una diplomacia hábil, cuanto ingenua y sincera. Estos antecedentes pueden ser
precursores de grandes bienes que la América del Sur tiene derecho a esperar, cuando
las conveniencias de una política general y trascendental aproximen a sus Estados de
primer rango, para la combinación de sus intereses legítimos y de sus propósitos más
requeridos”.

Urquiza en su manifiesto al pueblo de Buenos Aires, ensalzó los esfuerzos del


mediador del Paraguay: “A él se debe – dijo – en gran parte tan fausto resultado.
Ninguna demostraron de gratitud será demasiada para honrar su amistad. La
República Argentina le debe una muestra de aprecio: la ciudad de Buenos Aires le debe
una palma”.
La escuadra inglesa trata de apresar el “Tacuarí”
El ambiente de fiesta que se creó en Buenos Aires después del pacto fué turbado por
un ingrato episodio. Cuando a bordo del Tacuarí se embarcaba López de regreso,
despedido por salvas de artillería, estuvo a punto de ser apresado por la escuadra
inglesa apostada en el Río de la Plata, que se proponía apoderarse de su persona en
represalia por la detención de Consttat. El Tacuarí regresó a la rada y desembarcó el
general López preguntó al Gobierno de Buenos Aires “hasta qué punto se puede creer
garantizado un Ministro Paraguayo, encargado de una misión de paz”, en aguas
argentinas. La respuesta del ministro Tejedor fue desconcertante; diciendo que
ignorando el estado de las relaciones entre el Gobierno de Inglaterra y el del Paraguay
no podía dar la seguridad que se pedía. López tuvo que abandonar Buenos Aires por la
vía terrestre, profundamente resentido por la actitud del Gobierno porteño, que ni
siquiera protestó por el hecho ante Inglaterra.

El comandante de la escuadra inglesa informó que se impediría la navegación del


Tacuarí hasta que Cansttat fuera puesto en libertad. Mientras tanto, en prosecución
del proceso, Cansttat, junto con otros encausados, fué condenado a muerte, pero
luego indultado por el presidente. Sólo después de que Consttat había desembarcado
en Corrientes el almirante Lushington permitió al Tacuarí seguir. El Gobierno inglés se
había negado a considerar la nota de Vázquez en tanto no fuera satisfechas las
exigencias del ultimátum de Henderson, que hizo suyas. Producido el ataque al
Tacuarí, el Paraguay formuló sus protestas, y tampoco el Gabinete inglés quiso
recibirlas. Desganado Carlos Calvo encargado de negocios en Londres, Lord Russel
rehusó reconocerle hasta tanto se satisficieran las reclamaciones de Hernderson. Clavo
resultó con reputados internacionalistas, quienes dictaminaron que en el caso Cansttat
como en el Tacuarí correspondía al Paraguay la razón. Las investigaciones ordenadas
por la Corona inglesa llevaron al mismo resultado, por lo cual el ministro inglés en
Buenos Aires, míster Thorton, recibió instrucciones para trasladarse a Asunción a fin de
zanjar el conflicto de forma satisfactoria para el Paraguay.

Thorton firmó el 23 de abril de 1862 un convenio en el cual declaraba que en la


cuestión Cansttat el Gobierno británico no pretendió arrogarse el derecho de
intervención en la jurisdicción del Paraguay y que la demostración contra el Tacuarí
había sido un acto ajeno al Gobierno de su Majestad Británica y espontáneo del
almirante Lushington. El Paraguay, por su parte, declaraba que no había tenido
intención de ofender al cónsul Henderson, ni menos al Gobierno británico. La cláusula
relativa al incidente del Tacuarí no agradó a Londres, de donde se envió a William
Doria para obtener su modificación; se llegó a un acuerdo, firmándose el nuevo
acuerdo el 14 de octubre de 1862 y Calvo fue admitido por el “Foreing Office”.

El arbitraje en la cuestión Hookins da la razón al Paraguay


Mientras se ventilaba el pleito con Inglaterra, llegaba a su término la cuestión
promovida por los Estados Unidos con motivo de las reclamaciones de la compañía de
Hopkins. De acuerdo con la convención del 4 de febrero de 1859, se constituyó en
Washington el tribunal arbitral, en el cual el Paraguay estuvo representado por José
Berges y los Estados Unidos por Cave Johnson. No hubo necesidad de designar el
tercer árbitro, Johnson, después de escuchar el alegato de las partes, se decidió por las
tesis sostenida por el Paraguay. Antes de firmar el fallo, el 10 de agosto de 1860,
Johnson expuso a su Gobierno, en un extenso memorial, los motivos sobre que
fundamentó su decisión. “Es preciso felicitarse – terminaba su informe - , para el
Gobierno de los Estados Unidos y sus ciudadanos, de que el comisario Bowlin, después
de haber recibido pronta y completa satisfacción por el insulto hecho al pabellón de los
Estados Unidos y los daños causados a bordo de Waver Wich, haya consentido en
cuanto a la reclamación pecuniaria de la “United Stetes and Paraguay Navigation Co.”
en someterla al arbitraje, por el cual la justicia podía estar mejor asegurada a las partes
que por una tentativa de obtener el arreglo de esta reclamación a viva fuerza,
mediante el fusil y el sable. Con pena se ha comprobado en el curso de este examen de
habilidad desplegada para agrandar un negocio prima facie a fin de obtenerse la toma
en consideración por el Congreso y el Gobierno, fundándose sobre representaciones
ex parte hechas por las personas más interesadas en la reclamación con la ayuda de
una falsa interpretación de las leyes y los reglamentos de la República del Paraguay,
como si éste lo consintiese; la exageración criminal de las demandas de esta Compañía
que aumentan constantemente, gracias a la manera hábil con que sus cuentas son
hechas; los ataques malevolentes y premeditados dirigidos contra el presidente y el
pueblo del Paraguay; todo con el simple objeto de poner el dinero en el bolsillo de los
reclamantes. El Gobierno y los ciudadanos de los Estados Unidos se han vanagloriado
siempre de “no soportar ningún acto injusto de otro Gobierno de otro pueblo”, pero,
al mismo tiempo, de “no pedir nada sino lo justo”; y el día está lejos, lo espero
sinceramente, en que las riquezas de la India Oriental sean acaparadas, con su
aprobación y sanción, por el pillaje en los Estados débilies, a los cuales ellas habrían
sido arrancadas bajo la amenaza del cañón”.

El mismo Johnson redactó la sentencia arbitral, pronunciada el 13 de agosto de 1860,


en virtud de la cual se estableció que la “United States and Paraguay Navigation Co.”
“no ha probado ni establecido su derecho a los daños y perjuicios en relación a dicha
reclamación contra el Gobierno de la República del Paraguay; y que a la vista de las
pruebas examinadas, dicho Gobierno no es por ningún derecho responsable de una
indemnización o compensación pecuniaria cualquiera a favor de la nombrada
Compañía”

Paraguay se desentiende de la garantía a la unidad argentina


López estaba desilusionada de la amistad argentina que, a su juicio, no había
correspondido a los esfuerzos del Paraguay para obtener su unidad nacional y buscó la
forma de desentenderse de la garantía del Pacto de Unión. La ejecución de ese
Convenio tuvo diversas peripecias, sin que en las negociaciones que realizaron la
Confederación y Buenos Aires, y que culminaron con la firma de un Convenio
aclaratorio, fuera consultado para nada Paraguay. El semanario hizo entonces una
declaración que reflejó el desgrado oficial, al mismo tiempo que la decisión de dar por
caducada la garantía del Paraguay. Los antiguos contendientes recurrieron una vez
más a las armas, y de nuevo una y otra parte buscaron la alianza del Paraguay. El
Gobierno de Paraná envió como plenipotenciario a Baldomero García, y el de Buenos
Aires, como agente confidencial, a Lorenzo Torres. García hizo proposiciones
ventajosas a cambio de la alianza; ofreció reconocer los límites del Paraguay, de
acuerdo con sus máximas pretensiones, pero López no aceptó las sugestiones de
ninguno de los enviados. La crisis argentina se resolvió en la batalla de Pavón, ganada
por Buenos Aires, que entonces se puso al frente de la Confederación. Algunos
periódicos extranjeros atribuyeron a la abstención del Paraguay la derrota de los
enemigos de Buenos Aires. El Semanario no aceptó este aserto, dudando que el
soldado paraguayo pudiera pelear bien “cuando hubiere sabido que no iba a derramar
su sangre por su patria, sino a hacer el triste papel de un auxiliar a causa ajena, y por
consiguiente a presentarse en una lucha extraña bajo la condición de un mercenario”.

Como consecuencia de Pavón, las provincias confirieron una a una la dirección de las
relaciones exteriores al nuevo gobernador de Buenos Aires, general Bartolomé Mitre,
jefe del movimiento triunfante. No se juzgó en Asunción que el cambio favoreciese al
Paraguay. Acerca de los propósitos de Mitre llegaron contradictorias noticias, algunas
alarmantes. El órgano oficial aludió a esos informes que adjudicaban a Mitre la
intención de indisponer a la provincia de Corrientes contra el Paraguay, para provocar
un conflicto y anexar este país a la Confederación argentina. “El Gobierno de la
Confederación – dijo además – creyó desde luego que el resentimiento del Paraguay
contra la hostilidad perpetua que le ha profesado Buenos Aires, que la ingratitud o la
indiferencia con que ha recompensado nuestros esfuerzos en las cuestiones del 59,
serían un estímulo poderoso a aprovecharnos de la ocasión para una reparación de
agravios, que bien interpretados, no hubieran tenido más que el carácter de una
venganza mezquina que ningún bien no hubiese reportado; antes por el contrario,
hubiésemos dado mayor consistencia a la infundada antipatía que nos ha profesado
siempre Buenos Aires y hubiésemos dado un funesto ejemplo en abierta contradicción
con los principios de paz que siempre hemos proclamado”.

El Uruguay busca una inteligencia


La conquista de la dirección política de la Argentina por el partido liberal encabezado
por Mitre despertó análogos recelos en el Uruguay, entonces gobernado por el partido
blanco y cuyo principal opositor, el general Venancio Flores, dirigente del partido
colorado, había combatido en Pavón al lado de Mitre. El Gobierno uruguayo, que sintió
en peligro su estabilidad, quiso buscar un acuerdo con el Paraguay, y destacó en
misión especial a Juan José Herrera, quien debía exponer a la vista del Gobierno
paraguayo dos peligros: “Es el uno la tentativa de absorción de las (dos) repúblicas,
predominando en la Confederación los políticos que tal pretenden, ya que no estaría
lejos de presentarse el Brasil si se ofreciese en perspectiva la adquisición de una buena
parte; es el otro una invasión de una demagogia turbulenta, que no deja de trabajar
por introducir el desquicio en las dos repúblicas”. Aludía este último párrafo a los
emigrados, uruguayos y paraguayos, que en Buenos Aires, en estrecha afinidad con los
gobernantes argentinos, reanudaban por entonces sus actividades periodísticas.

Una vez Herrera en Asunción sugirió a López cambiar ideas sobre el “respeto y garantía
recíproca por la vida independiente de cada una de las nacionalidades” y “la
estabilidad en ellas de sus Gobiernos institucionales”, pero el presidente paraguayo
eludió tratar el tema. López reconoció que el Paraguay estaba rodeado de peligros
vecinos; de un lado “los más incorregibles anarquistas”, como titulaba a los porteños
liberales, que “no abandonaban la idea de absorber o retacear el Paraguay”, y por el
otro los brasileños, “que se empeñaba en traer sus límites dentro del territorio
paraguayo”, pero que “aun para el caso de que esos dos enemigos forman alianza
contra el Paraguay éste está preparado”, pues “para los unos y para los otros, o para
ambos juntos, son las fuerzas que el Paraguay se ve en el caso de tener siempre
reunidas”. No encontrando ambiente para sus proposiciones políticas, Herrera derivó
entonces sus gestiones al terreno comercial, mostrando a López la gran conveniencia
de que el Paraguay “centralizar sus relaciones comerciales en Montevideo y no en
Buenos Aires”. Invitó, en consecuencia, en concertar un tratado que hiciese posible esa
desviación del comercio paraguayo, pero tampoco esta sugestión fue aceptada. López
le repuso que “no desenado dar por su pate motivo a las hostilidades que contra el
Paraguay pueda dirigir Buenos Aires, ya directa, ya indirectamente, y suponiendo que
un tratado benévolo con el Uruguay en estos momentos podría ser interpretado como
un acto de preferencia por los “anarquistas”, creía conveniente que se esperara a que
se acabara de normalizarse la situación argentina”. El enviado uruguayo abandonó
Asunción sin haber logrado apear a López de su resuelta negativa a sumir posiciones
hostiles contra el Gobierno de Buenos Aires.

Los brasileños avanzan en el territorio neutralizado


El sesgo que tomaron las relaciones con el Imperio justificó la prudencia con lo que
López obró con Herrera. El 23 de junio de 1862 expiró el plazo de seis años estipulado
en 1856 para el arreglo de las fronteras con el Brasil, y éste, sin mostrar interés en
reanudar las negociaciones, comenzó a penetrar profundamente en la zona litigiosa
que por los convenios de 1856 había sido neutralizada. Una patrulla paraguaya
comprobó la existencia de los fuertes de Miranda y Dorado en ese territorio y a raíz de
este reconocimiento militar el encargado de negocios con el Brasil, Antonio Pedro de
Carbalho Borges, pidió explicaciones y seguridades alegando que la fuerza paraguaya
había exigido la evacuación de aquellas posiciones sin que mediara reclamación
diplomática alguna como hubiera sido procedente. El ministro de Relaciones Exteriores
negó que se hubiera hecho intimación alguna y adujo que consideraba inútil formular
reclamaciones “porque la Legación Imperial diría, como dice ahora, que esas nuevas
poblaciones están en territorio brasileño”. Tampoco se prestó el Gobierno paraguayo a
dar seguridad alguna, “porque eso importaría nada menos que un consentimiento de
la violación de la neutralidad estipulada en la tregua del año 1856”. De hecho, ambos
países denunciaban la neutralización estipulada seis años atrás y recobraban su
libertad de acción.

Borges, después de recibir la nota paraguaya, abandonó Asunción, difiriendo la


respuesta a su Gobierno. El asunto fue llevado al Parlamento brasileño, oficial al
abandonar la sede de su Legislación. Tavares Bastos al igual que otros parlamentarios,
sostuvo que la guerra contra con el Paraguay era inevitable si no se llegaba a una
transacción, que podía consistir en la partición del territorio litigado y la neutralización
del Pan de Azúcar, y que bien valía el sacrificio que el Brasil hiciera de sus derechos la
libre navegación q ue el Paraguay había concedido. “La apertura del Paraguay y del
Paraná a todos los pabellones hasta Matto Grosso – dijo – fué un gran paso de parte
del presidente López, tanto más cuanto que él hacía esa concesión al país que
justamente ha sostenido a ese respecto las opiniones menos liberales. ¿No somos
nosotros en el Amazonas más paraguayos que el Paraguay mismo?” El canciller Taques
le repuso que el Brasil no podía renunciar a lo que había heredado de sus antecesores.
“¿Entonces V. E. nos anuncia la guerra inminente” – contestó Taques - , pero
cualquiera que sean las previsiones del noble diputado la Cámara no exigirá que el
Gobierno venga a declarar lo que ha hecho o pretenda hacer”

En Paraguay se dio al debate inquietantes alcances alcances. El Semanario dijo: “La


preconizada cuestión de límites, y que parecía iba a tener una pronta, fácil y pacífica
solución, se presenta bajo un aspecto bélico, lo cual nos induce a creer que el Gabinete
imperial no desea que se resuelva de una manera tranquila. Los acontecimientos que
se ha denunciado nos colocan en el imprescindible deber de aceptar la cuestión en el
terreno que escojan nuestros antagonistas”.

Muerte de Carlos Antonio López


La reforma de 1856 facultó a López a dejar designado su sucesor provisional. Sintiendo
próximo el fin de sus días, decidió afrontar ese serio problema. El general Francisco
Solano López, su ministro de Guerra y Comandante del Ejército, parecía estar
destinado para sucederle desde hacía mucho tiempo, pero Carlos Antonio López tuvo
un momento de vacilación. Temía que su hijo mayor, creador del Ejército, amante de la
gloria y que había heredado su carácter imperioso y autoritario, no supiera sortear con
su misma habilidad los inmensos peligros que se cernían sobre el porvenir nacional.
Insolubles las cuestiones de límites con el Brasil y la Argentina, sin amistades ni
simpatías en el orden internacional, pero con el más poderoso ejército y la mayor
marina fluvial de la América del Sur, todo tentaría al general López, impetuoso y
deseoso de ganar para el Paraguay un lugar honroso en el mundo, a recurrir a las
armas, aun no probadas, para encontrar las soluciones que la diplomacia aparecía
incapaz de alcanzar. Carlos Antonio López pensó que su hijo menor, Benigno, que por
sus ideas liberales gozaba de cierto prestigio internacional, sería el hombre capaz de
atemperar desde la Presidencia del genio impulsivo de Solano López, aún cuando éste
conservase el mundo del Ejército. Pero la autoridad que el general López se había
asegurado era tan efectiva, que el propósito de dejar la Presidencia a Benigno quedó
frustrado. Carlos Antonio López formuló un nuevo pliego de reservas, dejando sin
efecto el anterior y en él señaló al general Francisco Solano López para la presidencia
provisional. Los últimos momentos del anciano presidente denotaron honda
preocupación por el destino de la patria. “Hay muchas cuestiones pendientes a
ventilarse, pero no trate usted de resolverlas con la espada, sino con la pluma,
principalmente con el Brasil”, fueron sus últimas palabras, dirigidas a su sucesor,
momentos antes de expirar, el 10 de septiembre de 1862.
Biografía de Don Carlos Antonio López
Don Carlos Antonio López fue una figura política paraguaya con una gran capacidad
académica y cultural. Es conocido como el primer Presidente constitucional del
Paraguay, y durante su gobierno se lograron en el país importantes reformas en
cuanto a lo económico, social y cultural.

Nació en Asunción, el 4 de noviembre de 1790. A pedido de sus padres, siguió la


carrera de Filosofía y Teología en el Real Seminario de San Carlos, pero la abandonó
para estudiar Derecho. Después de recibirse de abogado, fue catedrático del colegio de
San Carlos.

Tuvo desacuerdos políticos con el Dr. Francia, de quien era sobrino, por ello, un tiempo
vivió alejado de Asunción. Durante su aislamiento adquirió profundos conocimientos
de ley y asuntos gubernamentales. Al morir Francia en 1840, regresó a Asunción y
alcanzó importancia política. En 1841 compartió junto a Mariano Roque Alonso el
Consulado, puesto en el que se desempeñó hasta 1844.

El 14 de marzo de 1844, reunido el Congreso, se dio por terminado el gobierno


consular y se decidió elegir un presidente, siendo designado Don Carlos Antonio López
primer Presidente constitucional de la República por el período 1844 a 1854. Al
término de dicho periodo, fue reelegido dos veces, una por tres años de 1854 a 1857 y
otra por diez años de 1857 a 1867, no pudiendo completarse esta tercera etapa de su
presidencia por su fallecimiento, el 10 de setiembre de 1862.

Su gobierno se caracterizó por un régimen autoritario, aunque no cayó en las prácticas


dictatoriales de Francia. Durante su mandato, reorganizó el sistema judicial del país, la
administración pública, así como el Ejército; además, tuvieron lugar importantes
acontecimientos y realizaciones tales como: la inauguración del templo de la plaza
fuerte de Humaitá, la creación de la Flota Nacional, la fundición de hierro de Ybycuí, la
construcción de numerosos edificios públicos como el Palacio de Gobierno, el Club
Nacional, la Catedral de Asunción y numerosas iglesias, como la de San Roque, la
Recoleta, la estación del Ferrocarril, las residencias del general Benigno López, del
coronel Venancio López y la creación de más de 300 escuelas, declarándose la
enseñanza gratuita y obligatoria.

En cuanto a la política interior, concedió a los indios la ciudadanía y, con el fin de paliar
el desempleo, dio un nuevo impulso a las obras públicas y otorgó a la administración
un mayor presupuesto para la contratación de personal. En la política exterior, trató
con los países vecinos para afianzar las fronteras paraguayas y logró que varios países
reconocieran la independencia del Paraguay, al tiempo que renovó las relaciones
diplomáticas con varios Estados, rotas durante los años de la dictadura.

En el plano cultural, se crearon el Himno Nacional y piezas populares como: Mamá


cumandá, Londón carapé, la Palomita, el Cielito chopí o Santa fe y el Campamento
Cerro León. Apoyó la formación de artistas, permitió la venida de compañías
extranjeras de arte escénico, etc. Además, otorgó becas a alumnos del interior para
estudiar en la capital y Europa. Creó el periodismo paraguayo con El Paraguayo
Independiente, que tuvo como fin exponer circunstancias de hechos y derecho que
justificaban la independencia del Paraguay; más tarde, este diario fue reemplazado por
El Semanario.

En el plano socioeconómico: alentó la constitución de las familias sobre la base del


matrimonio dándoles propiedades, criaderos de ganado y herramientas. Así mismo,
desarrolló la ganadería y la agricultura. En cuanto a la industria, se basó en la
explotación de minerales, de yerba mate, de madera, la fundición de hierro, la
producción de pólvora y sal.

A su muerte, había preparado el camino para que su hijo, Francisco Solano López, a
quien anteriormente le había confiado cargos de responsabilidad, lo sucediera en la
Presidencia de la República.

…..

Carlos Antonio López Ynsfrán. Fue el primer presidente constitucional de la República


de Paraguay. Fue conocido por sus contemporáneos con el apelativo de “El
Ciudadano”

Nació en el barrio Manorá, Asunción, el 4 de noviembre de 1790,, y falleció en la


misma ciudad en 1862. Forzado por sus padres cursó sus estudios de filosofía y
teología en el "Real Seminario de San Carlos" de dicha ciudad, pero luego abandonó
dicha carrera para estudiar derecho. Tras doctorarse en jurisprudencia, fue catedrático
de dicha institución. Por causa de las hostiles relaciones con su tío, y en aquella época,
dictador, José Gaspar Rodríguez de Francia, fue forzado a mantenerse oculto por varios
años. Adquirió, de todas formas, tan profundo conocimiento de ley y asuntos
gubernamentales que, a la muerte de Francia en 1840, luego del breve gobierno de la
junta provisoria que dirigió el país entre 1840 y 1841, fue elegido cónsul junto con el
Teniente Mariano Roque Alonso, puesto en el que se desempeñó entre 1841 y 1844.

Promulgada la Ley de la Administración Política de 1844 (considerada como una


Constitución por algunos), el 14 de marzo de ese año, reunido el Congreso, se dio por
terminado el gobierno Consular y se decidió elegir un Presidente siendo elegido Don
Carlos Antonio López primer Presidente Constitucional de la República por el período
1844-1854. Al término de dicho periodo, fue reelegido dos veces, una por tres (1854-
1857) y otra

por diez años (1857-1867), no pudiendo completarse esta tercera etapa de su


presidencia por su fallecimiento, el 10 de septiembre de 1862. Aunque nominalmente
era un presidente actuando bajo una constitución republicana, gobernó
despóticamente. Su gobierno fue en general dirigido con sabia energía al desarrollo de
los recursos materiales, dotó al país de una nueva constitución y un ejército moderno.
Entre los más importantes aportes de su gestión se pueden citar:

·       - El primer tramo del Ferrocarril Nacional.

·        -La creación de la Flota Nacional.

·        -Las fundiciones de Hierro de Ybycuí.

·        -El desarrollo del Arsenal.

·        -El incremento de la producción y el comercio. Se firmaron tratados comerciales


con Francia, Estados Unidos y el Reino Unido.

·        -La creación de más de 300 escuelas, declarándose la enseñanza gratuita y


obligatoria.

·        -La creación del Himno Nacional.

·        -La reforma de la agricultura.

·        -La concesión de la ciudadanía a los indígenas.

·        -La fundación del periódico "El Paraguayo Independiente"

·        -La reorganización completa de la Administración pública, con un mayor


presupuesto.

·        -La instalación de imprentas.

·        -El resurgimiento de la vida social.

·        -El afianzamiento de las fronteras paraguayas, así como el reconocimiento de su


independencia por parte de muchos países.

El celo que guardaba a los acercamientos extranjeros varias veces lo envolvieron en


disputas diplomáticas con Brasil, Inglaterra, y Estados Unidos, que muchas veces lo
llevaron al borde de la guerra, pero cada vez que esto sucedía se redimía por medio de
audaces evasiones.

A su muerte, dejó el camino marcado para que su primogénito hijo Francisco Solano
López (1826-1870), a quien anteriormente había confiado cargos de responsabilidad,
lo sucediera en la presidencia del país.

Carlos Antonio López

(Asunción, Paraguay, 1792 - id., 1862) Político paraguayo que presidió la república del
Paraguay desde 1844 hasta su fallecimiento en 1862. Durante su juventud, y a
instancias de sus padres, siguió la carrera eclesiástica, pero la abandonó para estudiar
derecho.

……..
Carlos Antonio López

Tras doctorarse en jurisprudencia, Carlos Antonio López fue catedrático del colegio de
San Carlos. A causa de la enemistad y la discordancia política que lo separaban del
dictador José Gaspar Rodríguez de Francia, de quien era sobrino, vivió un tiempo
alejado de Asunción, adonde volvió a la muerte del dictador.

Junto con Mariano Roque Alonso, en 1841 fue elegido segundo cónsul, cargo que
desempeñó hasta 1844, fecha en que el Congreso lo nombró presidente de la
República. Fue reelegido para la presidencia en 1854 y 1857. Durante sus años al
frente del gobierno impulsó un régimen autoritario, aunque sin caer en las prácticas
dictatoriales de Francia, y dotó al país de una nueva Constitución y de un ejército
moderno.

En política económica reformó la agricultura y firmó tratados comerciales con Francia,


Estados Unidos y el Reino Unido, y en política interior concedió a los indios la
ciudadanía. Además, bajo su gobierno, y a instancias de éste, se fundó el periódico El
Paraguayo Independiente, órgano oficial del ejecutivo. Con el fin de paliar el
desempleo, dio un nuevo impulso a las obras públicas y dotó a la administración, que
reorganizó por completo, de mayor presupuesto para la contratación de personal.

En política exterior trató con las naciones vecinas para afianzar las fronteras
paraguayas y logró que varios países reconocieran la independencia de Paraguay, al
tiempo que renovó las relaciones diplomáticas con varios países, rotas durante los
años de la dictadura. A su muerte había abonado el camino para que su hijo, Francisco
Solano López, a quien anteriormente había confiado cargos de responsabilidad, lo
sucediera en la presidencia del país.

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