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Florencio Varela desde “El Comercio del Plata” y Manuel Derqui, desde “La
Revolución”, de Corrientes, fueron también paladines de la causa de la libertad
paraguaya en su lucha contra Rosas.
El 16 de marzo dio a conocer a Mr. Brent las bases de una paz con ese país para que las
transmitiera al presidente López: aceptaba reconocer la independencia “de la Provincia
del Paraguay, en todo lo que toca a la administración interior, por el mismo modo que
las provincias confederadas”, así como otorgar a sus habitantes la libertad de
navegación y comercio una vez efectuada la incorporación de la provincia de la
Confederación. Hopkins se opuso a que semejante fórmula fuera transmitida al
Paraguay; Rosas no admitió su intervención en las negociaciones, actitud en que fue
apoyado por Brent, por lo cual Hopkins, después de informar a López de todo lo
ocurrido, se desentendió de la mediación. El tenor de las proposiciones de Rosas, así
como el hecho de querer darles curso el diplomático norteamericano, irritaron
profundamente a López, que se dispuso a resistir enérgicamente cualquiera mediación
que desconociera la independencia del Paraguay.
El Himno Nacional
Dispuesto López a hacer la paz con Rosas, ya que no tenían objeto sus gestiones ante
los representantes de Francia e Inglaterra, de lo que tanto Mr. Hopkins personalmente
como Mr. Brent en su oficio del 29 de abril habían procurado disuadirle. La propuesta
de los comisionados no habían sido considerada por el Barón Deffaudis, por carecer de
instrucciones de su Gobierno; el ministro inglés Mr. Ousley, en cambio, el 7 de marzo
de 1846 se dirigió al Gobierno de Asunción reconociendo la independencia de la
República, bajo la reserva de la aprobación de su Gobierno, que tardó en producirse.
En septiembre de 1846, Jovellanos y González recibieron orden de dar término a su
misión. Su larga permanencia en Montevideo no resultó vana. Regresaron a Asunción
con la letra del Himno Nacional Paraguayo que, dedicado el presidente López, escribió
el poeta uruguayo Francisco Acuña de Figueroa, autor también del Himno Nacional
Uruguayo. De este modo el Paraguay completó la serie de sus símbolos nacionales: ya
tenía como todas las naciones soberanas, su bandera, su escudo y su himno nacional.
Las autoridades brasileñas se negaron a evacuar Pan de Azúcar, alegando que estaban
allí en cumplimiento de órdenes superiores. Entonces las fuerzas paraguayas de Villa
concepción avanzaron sobre las posiciones brasileñas y el 14 de octubre fue atacado el
fuerte de Pan de Azúcar, que se rindió después de corta lucha. Prácticamente el
Paraguay se encontraba en guerra con sus dos poderosos vecinos, y nunca como en
ese momento su independencia se hallaba expuestas a mayores peligros.
López acogió con gran interés, aunque con no menor recelo, a la Misión del doctor
Molinas. Aparte sentirse el abrigo de todo peligro mediante la alianza brasileña, se le
hacía difícil confiar del todo en las intensiones de Urquiza, que había sido el brazo
armado con que Rosas amenazó, día y noche, al Paraguay. Cuando López se enteró de
las condiciones de la alianza estalló en cólera; más que nada se sintió ofendido por la
exigencia de Corrientes de desocupar las Misiones y devolver Apipé. “El Gobierno de
Corrientes escribió a Urquiza, al firmar este insulto, ha debido estar soñando en un día
de victoria”. López rechazó terminantemente cualquiera posibilidad de concertar una
alianza sobre semejantes bases.
Santiago Derqui, pro su parte aseguró a Pujol que daría resultados decisivos hacerle
entrever al Paraguay, como una cosa probable, la independencia absoluta de esas
provincias, y atento a ese pensamiento, también escribió a Bellagarde que las
provincias de Corrientes y Entre Ríos, que se habían desligado del Pacto de 1831 con el
pronunciamiento del 1º de mayo, no volverían a la comunidad argentina si no era bajo
la condición de la libre navegación de sus ríos, de su soberanía en el orden interior, y
que siendo sus intereses fundamentales y comunes con los del Paraguay, les era
necesario obtener su cooperación.
Pujol creía posible celebrar una alianza entre los tres Estados e invitaba al general
López a que empleara toda “su influencia porque se depongan infundadas por parte de
algunos hombres influyentes de ese país”. Esta era una alusión transparente a la
actitud de su padre, tan lleno de recelos, que el general López rechazó abiertamente
en su repuesta en que se quejó amargamente por el olvido y postergación en que el
Paraguay había sido tenido en toda la cuestión. “Estábamos decididos le decía López, a
entendernos franca y útilmente hacer la campaña sobre la derecha del Paraná; pero
desde que nos hemos visto postergados, el Paraguay no ha debido ofrecerse a nadie.
Es una finalidad que siempre hemos de andar a medias en las circunstancias más
solemnes, sin poder acercarnos al punto de donde parten nuestros intereses
comunes”. Afirmaba el general López que mientras los Gobiernos aliados no lo
dispusiesen en común o se consideraría al Paraguay desligado de la alianza que había
aceptado; que no podía desviarse a Berges del cumplimiento de sumisión en
Montevideo, y que el positivo interés del Paraguay estaba en su verdadera amistad
con las provincias de Corrientes y Entre Ríos, aunque continuaran perteneciendo a la
Confederación Argentina. De este modo eludía una definición sobre las sugestiones
separatistas de Pujol, el presidente López en su respuesta a Derqui, tampoco soltó
prenda, limitándose a declarar que el Paraguay tenía vivos deseos de aprovechar la
oportunidad de enlazar sus intereses con los de Entre Ríos y Corrientes.
La alianza tenía en vista tanto a las potencias europeas como al Brasil, y si ponía al
Paraguay en la obligación de garantizar la independencia del Uruguay, también le
aseguraba el apoyo argentino contra cualquier imposición brasileña en las cuestiones
pendientes de navegación y límites con el Imperio. El ministro de Relaciones Exteriores
de la Confederación, de la Peña, introdujo en el proyecto una nueva cláusula, según la
cual los aliados se comprometían a sostener el orden legal y el Gobierno establecido
contra cualquier ataque de una nación extranjera o contra las sublevaciones que
pudieran intentarse en la misma nación. Semejante innovación desvirtuaba los
alcances de la alianza, pues acarreaba al Paraguay el compromiso de actuar en la
política argentina, que surcaba un periodo tormentoso después del rechazo del
Acuerdo de San Nicolás por Buenos Aires. La alianza no se firmó, si bien López escribió
a Urquiza una carta confidencial ofreciéndole su cooperación.
Urquiza desistió de hacer la guerra a Buenos Aires y pensó que para salvar a Entre Ríos
y Corrientes de la Anarquía, si ésta irrumpía en el país, no restaba otro camino que la
formación con provincias de un Estado independiente bajo la protección del Paraguay.
El ministro Derqui recibió instrucciones para preparar ambiente a la idea. El nuevo
gobernador de Corrientes, doctor Juan Pujol, apoyó el pensamiento y para llevarlo a
ejecución elaboró un proyecto concreto que mereció la aprobación de Urquiza. Nada
hizo López para alentar este pensamiento, que no tenía objetivo práctico para el
Paraguay desde el momento que su independencia ya estaba reconocida. La anarquía
temida por Urquiza no se produjo; las provincias, con la sola excepción de Buenos
Aires, respondieron al llamamiento y concurrieron a la Convención Nacional
Constituyente que el 20 de noviembre de 1852 inauguró sus sesiones en Santa Fe
Buenos Aires quiso evitar la reunión, enviando una expedición armada, y Urquiza con
su ejército marchó sobre Buenos Aires, pero desistió de sus propósitos bélicos;
tácitamente se estableció un régimen de connivencia. La Convención de Santa Fe
promulgó la Constitución, sin el voto de la provincia de Buenos Aires que también
promulgó una Constitución en que se declaraba con el libre ejercicio de su soberanía
interior y exterior.
En aquel tiempo navegaba las aguas del Paraguay, en exploración científica, el Water
Wich y Hopkins reclamó en vano su protección. El comandante de ese barco, teniente
Page, había recibido instrucciones de gestionar el canje de ratificaciones del Tratado
de 1853, pero el ministro de Relaciones Exteriores, José Falcón, se negó a recibir la
nota en que se le invitaba a ello por estar redactada en inglés. Sólo después de este
incidente, Page tomó el partido de Hopkins; con marineros del Water Wich se apoderó
de los papeles de la Compañía de Navegación, bajo amenaza de proceder
militarmente, obtuvo que se permitiera embarcar a Hopkins y miembros de su familia,
lo cual hizo el 30 de septiembre de 1854.
Antes de regresar al Paraguay el general residió algún tiempo en Madrid. España aún
no había reconocido formalmente la independencia del Paraguay, López se propuso
lograrlo negociando un tratado de paz y amistad. Las gestiones realizadas
personalmente con el ministro de Estado Calderón de la Barca, tropezaron con
inconvenientes que no pudieron ser salvados. El Gobierno español exigió que el
Paraguay devolviera las propiedades confiscadas durante la guerra de la
Independencia y que pertenecieron a la Corona y la admisión de la nacionalidad
española de los hijos de españoles nacidos en el Paraguay. López se negó
rotundamente a aceptar semejantes exigencias, alegando que en su país no se había
producido confiscación alguna de propiedades en ocasión de la independencia y
sosteniendo el principio del jus soli. Producido un cambio de Gobierno en España, el
nuevo ministro de Estado se mostró dispuesto a reanudar las negociaciones, pero
López contestó que no podía postergar la partida del Tacuarí, que le esperaba con los
fuegos encendidos; salió de Burdeos el 11 de noviembre de 1854, llevando consigo a
los ingenieros Whitehead, Richardson y a otros técnicos.
A su paso por Río de Janeiro se entrevistó con el Emperador don Pedro II y se enteró
de los preparativos para el envío de una escuadra punitiva al Paraguay. Llegó en
Asunción el 21 de enero de 1855 y enseguida se dedicó a poner al país en estado de
defensa en vísperas de la invasión fluvial brasileña.
Otra fue la actitud que asumió el Gobierno de la Confederación, con sede en Paraná,
cuando la escuadra navegó las aguas de su jurisdicción. Encontró justificada la
conducta del Brasil, ofreció sus buenos oficios, y anunció que entre tanto, la escuadra
brasileña podía contar con todos los auxilios compatibles con la neutralidad. El
Gobierno de Paraná pidió también explicaciones acerca de los verdaderos propósitos
de la escuadra. El ministro brasileño reiteró que las intenciones de la misión naval eran
pacíficas y Ferreira de Oliveira siguió viaje sin solicitar el acuerdo de la Confederación.
No le fue necesario a la escuadra forzar el paso, pues no encontró ninguna resistencia
a lo largo del Paraná.
La vida social
El regreso del general López de Europa significó también cambios diversos en la vida
del país. De su viaje trajo gustos distinguidos y costumbres sociales y que
revolucionaron la tranquila rutina colonial de la sociedad paraguaya. Se constituyó el
“Club Nacional”, que fue el centro de la vida social y donde se realizaron suntuosos
saraos que sorprendía a los visitantes extranjeros. Se renovó la arquitectura particular
y fueron importados de Europa muebles, tapicería y vajilla fina. La sociedad, en
contacto con el mundo civilizado, después de tantos años de forzado aislamiento,
aunque desgajada de sus rancios y representativos elementos, se reconstruyó
rápidamente, con un sentido democrático muy peculiar, manifestados en los bailes
populares con que se conmemoraban los grandes acontecimientos y donde concurrían
obligatoriamente las encopetadas familias, que lucían elegantes trajes importados de
París, junto a las famosas “quyguá verá”, descalzas y vestidas al estilo popular, y a las
mujeres del mercado y de servicio, bailando todos a los sones de la misma música, baja
la mirada y vigilancia del presidente y de su familia. El mismo espíritu igualitario fue
impuesto en las reuniones teatrales, aunque no con grados de todos. El Semanario
criticó que algunos espectadores querían modificar la colocación de las localidades
para establecer “una clasificación inoportuna y viciosa que en ninguna parte mejor que
en la República del Paraguay debe desaparecer”. El igualitarismo tenía dos
excepciones: la familia presidencial, que estaba por encima de todos, y los numerosos
esclavos del Estado, que trabajaban en las minas y en las obras públicas; pero el resto
de la sociedad, sin las distinciones que crea la fortuna, constituían una masa
homogénea que ningún peligro aparente representaba que la estabilidad del régimen
institucional.
La escuadra contaba con quince vapores armados, pero ninguno de ellos era
acorazado, confiándose más la defensa del río de la fortaleza del Humaitá,
poderosamente artillada y centro de un vasto campo de atrincheramiento. Aunque el
parque era vasto, la calidad de las armas dejaba mucho que desear. Durante la larga
guerra contra Rosas, López compró armas de todas las especies y antigüedades, y
terminado el sitio de Montevideo adquirió el armamento utilizado por los
combatientes, que en gran parte procedía del tiempo colonial. Establecida la
comunicación con Europa, se inició el aprovechamiento de armas modernas, pero por
un exceso de confianza en el material humano, en ningún momento los López dieron
importancia a este factor de la defensa nacional. Los soldados paraguayos, en su gran
parte y pese a su alto grado de disciplina, continuaron armados con viejos fusiles de
chispa, y muchos de los cañones de las baterías del Humaitá ostentaban escudos de los
reyes de España del siglo XVII.
Todas las diferencias con Estados Unidos fueron zanjadas. Un nuevo tratado de
comercio y navegación fué firmado el 14 de febrero de 1859 de acuerdo con las
correcciones introducidas por el Senado de la Unión. El 6 de febrero, Velázquez, en
nota dirigida a Mr. Bowlin, dió explicaciones y satisfacciones al Gobierno de los Estados
Unidos por los discutidos incidentes; asimismo se dispuso que el pabellón
norteamericano fuera saludado con una salva de veintiún cañonazos, que fueron
correspondidos, en igual forma, por el Fulton, a la bandera paraguaya. Fué completado
el arreglo con una indemnización de 10.000 dólares a la familia del marinero muerto
en Itapirú. Bowlin aceptó las explicaciones en términos efusivos.
El mismo día se firmó una convención por la que se sometían a arbitraje las
reclamaciones de la “United Status and Paraguay Navegation Co”. El Tribunal debía
reunirse en Washington, y estaría compuesto por un representante de ambas partes y
un tercero, que sería el presidente diplomático de Rusia o de Prusia en Washington. El
Paraguay hizo también otras concesiones a los Estados Unidos, permitiendo la libre
navegación de buques norteamericanos exploradores. Con grandes regocijos públicos
se celebró la paz con los Estados Unidos. El arreglo fué considerado satisfactorio por el
órgano oficial. El comisionado norteamericano al conocer los progresos del país y
tratar a su presidente, rectificó sus primitivas prevenciones y espontáneamente
prometió convertirse en su patria en el mejor defensor del Paraguay.
La intervención del Paraguay y las aptitudes demostradas por el mediador fueron muy
alabadas. Tanto en Buenos Aires como en Paraná el general López fué objeto de
grandes homenajes oficiales y populares. El ministro de Relaciones Exteriores de
Buenos Aires, Carlos Tejedor, resaltó, en la nota en que agradecía a López su
actuación, la importancia de la actitud asumida por el Paraguay: “El primer paso
externo de la más joven de las Repúblicas americanas ha sido en obsequio de la paz y
la unión de sus vecinos, dando un ejemplo consolador de desinterés e imparcialidad,
poco común en los Anales de la América, creados por las posiciones y las luchas de los
Estados que la componen; y en ese primer paso se ha descubierto sin dificultad que la
República del Paraguay no sólo ha ofrecido a la América el contingente de su poder y
su riqueza, sino el valioso homenaje de su política alta y circunspecta, expresada por
una diplomacia hábil, cuanto ingenua y sincera. Estos antecedentes pueden ser
precursores de grandes bienes que la América del Sur tiene derecho a esperar, cuando
las conveniencias de una política general y trascendental aproximen a sus Estados de
primer rango, para la combinación de sus intereses legítimos y de sus propósitos más
requeridos”.
Como consecuencia de Pavón, las provincias confirieron una a una la dirección de las
relaciones exteriores al nuevo gobernador de Buenos Aires, general Bartolomé Mitre,
jefe del movimiento triunfante. No se juzgó en Asunción que el cambio favoreciese al
Paraguay. Acerca de los propósitos de Mitre llegaron contradictorias noticias, algunas
alarmantes. El órgano oficial aludió a esos informes que adjudicaban a Mitre la
intención de indisponer a la provincia de Corrientes contra el Paraguay, para provocar
un conflicto y anexar este país a la Confederación argentina. “El Gobierno de la
Confederación – dijo además – creyó desde luego que el resentimiento del Paraguay
contra la hostilidad perpetua que le ha profesado Buenos Aires, que la ingratitud o la
indiferencia con que ha recompensado nuestros esfuerzos en las cuestiones del 59,
serían un estímulo poderoso a aprovecharnos de la ocasión para una reparación de
agravios, que bien interpretados, no hubieran tenido más que el carácter de una
venganza mezquina que ningún bien no hubiese reportado; antes por el contrario,
hubiésemos dado mayor consistencia a la infundada antipatía que nos ha profesado
siempre Buenos Aires y hubiésemos dado un funesto ejemplo en abierta contradicción
con los principios de paz que siempre hemos proclamado”.
Una vez Herrera en Asunción sugirió a López cambiar ideas sobre el “respeto y garantía
recíproca por la vida independiente de cada una de las nacionalidades” y “la
estabilidad en ellas de sus Gobiernos institucionales”, pero el presidente paraguayo
eludió tratar el tema. López reconoció que el Paraguay estaba rodeado de peligros
vecinos; de un lado “los más incorregibles anarquistas”, como titulaba a los porteños
liberales, que “no abandonaban la idea de absorber o retacear el Paraguay”, y por el
otro los brasileños, “que se empeñaba en traer sus límites dentro del territorio
paraguayo”, pero que “aun para el caso de que esos dos enemigos forman alianza
contra el Paraguay éste está preparado”, pues “para los unos y para los otros, o para
ambos juntos, son las fuerzas que el Paraguay se ve en el caso de tener siempre
reunidas”. No encontrando ambiente para sus proposiciones políticas, Herrera derivó
entonces sus gestiones al terreno comercial, mostrando a López la gran conveniencia
de que el Paraguay “centralizar sus relaciones comerciales en Montevideo y no en
Buenos Aires”. Invitó, en consecuencia, en concertar un tratado que hiciese posible esa
desviación del comercio paraguayo, pero tampoco esta sugestión fue aceptada. López
le repuso que “no desenado dar por su pate motivo a las hostilidades que contra el
Paraguay pueda dirigir Buenos Aires, ya directa, ya indirectamente, y suponiendo que
un tratado benévolo con el Uruguay en estos momentos podría ser interpretado como
un acto de preferencia por los “anarquistas”, creía conveniente que se esperara a que
se acabara de normalizarse la situación argentina”. El enviado uruguayo abandonó
Asunción sin haber logrado apear a López de su resuelta negativa a sumir posiciones
hostiles contra el Gobierno de Buenos Aires.
Tuvo desacuerdos políticos con el Dr. Francia, de quien era sobrino, por ello, un tiempo
vivió alejado de Asunción. Durante su aislamiento adquirió profundos conocimientos
de ley y asuntos gubernamentales. Al morir Francia en 1840, regresó a Asunción y
alcanzó importancia política. En 1841 compartió junto a Mariano Roque Alonso el
Consulado, puesto en el que se desempeñó hasta 1844.
En cuanto a la política interior, concedió a los indios la ciudadanía y, con el fin de paliar
el desempleo, dio un nuevo impulso a las obras públicas y otorgó a la administración
un mayor presupuesto para la contratación de personal. En la política exterior, trató
con los países vecinos para afianzar las fronteras paraguayas y logró que varios países
reconocieran la independencia del Paraguay, al tiempo que renovó las relaciones
diplomáticas con varios Estados, rotas durante los años de la dictadura.
A su muerte, había preparado el camino para que su hijo, Francisco Solano López, a
quien anteriormente le había confiado cargos de responsabilidad, lo sucediera en la
Presidencia de la República.
…..
A su muerte, dejó el camino marcado para que su primogénito hijo Francisco Solano
López (1826-1870), a quien anteriormente había confiado cargos de responsabilidad,
lo sucediera en la presidencia del país.
(Asunción, Paraguay, 1792 - id., 1862) Político paraguayo que presidió la república del
Paraguay desde 1844 hasta su fallecimiento en 1862. Durante su juventud, y a
instancias de sus padres, siguió la carrera eclesiástica, pero la abandonó para estudiar
derecho.
……..
Carlos Antonio López
Tras doctorarse en jurisprudencia, Carlos Antonio López fue catedrático del colegio de
San Carlos. A causa de la enemistad y la discordancia política que lo separaban del
dictador José Gaspar Rodríguez de Francia, de quien era sobrino, vivió un tiempo
alejado de Asunción, adonde volvió a la muerte del dictador.
Junto con Mariano Roque Alonso, en 1841 fue elegido segundo cónsul, cargo que
desempeñó hasta 1844, fecha en que el Congreso lo nombró presidente de la
República. Fue reelegido para la presidencia en 1854 y 1857. Durante sus años al
frente del gobierno impulsó un régimen autoritario, aunque sin caer en las prácticas
dictatoriales de Francia, y dotó al país de una nueva Constitución y de un ejército
moderno.
En política exterior trató con las naciones vecinas para afianzar las fronteras
paraguayas y logró que varios países reconocieran la independencia de Paraguay, al
tiempo que renovó las relaciones diplomáticas con varios países, rotas durante los
años de la dictadura. A su muerte había abonado el camino para que su hijo, Francisco
Solano López, a quien anteriormente había confiado cargos de responsabilidad, lo
sucediera en la presidencia del país.