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Texto tomado de:

Ramírez, Carlos Arturo. (2012). La vida como un juego existencial: Ensayitos. Medellín: Fondo
Editorial Universidad EAFIT, pp. 45-47.

Ens. 14. TRES TIPOS DE RESPONSABILIDAD

Si definimos la responsabilidad como la respuesta acorde con el


propio ser, habremos de diferenciar tres clases de respuestas: elemental,
primaria y secundaria, según las características del ser que responde, y
que conducirían a tres tipos de responsabilidad: fáctica, espontánea y
ética (o responsabilidad propiamente dicha).

Un elemento de un sistema no está totalmente determinado por las


leyes, regularidades o propiedades de este. Hay algunas variables libres o
independientes que hacen que el sistema tenga grados de libertad. El
comportamiento de una partícula, respecto a esas va riables se dice que es
aleatoria, o al azar; significando con ello que no se conocen posibles
determinaciones por el sistema. Es desde la partícula, en cuanto es
confluencia de leyes y procesos, que emerge un comportamiento, un
acontecer propio. La elección de un camino entre varios posibles, por un
cuerpo físico, lo llamamos respuesta elemental: en gran parte está
determinada por las leyes del sistema, pero es en parte “indeterminada” o
aleatoria, esto es, “determinada” por el propio cuerpo. Esta sería una
elección fundamental, puramente física, pero aun así: autodeterminación.

Un animal puede captar el mundo circundante, darse cuenta de él,


mediante la sensación, que hace parte de una consciencia o reflejo del
mundo. La imagen sentida (captada por los órg anos de los sentidos) es
comparada con las huellas de imágenes anteriormente sentidas que hayan
sido guardadas o almacenadas en la memoria (huellas mnémicas) y que
constituyen el saber del animal. De esta comparación surge un factor
electivo, que le permite al animal optar por uno de los caminos que no
están determinados físicamente, y hacer caso a nuevas determinaciones
intrínsecas, sus propias leyes como organismo (biológicas), esto es, los
motivos, y elegir con una respuesta primaria. Cuando el animal decide
desde su ser animal decimos que es responsable y que es una
responsabilidad activa. Cuando deja que las circunstancias decidan por él,
dando sólo una respuesta fisiológica, su responsabilidad es meramente
fáctica, y no sería “responsable” si podía responder mejor al nivel
superior, primario. Dar una respuesta elemental, cuando se podía dar una
respuesta primaria más adecuada, se considera irresponsable, pues esta
es una responsabilidad pasiva.

El ser humano posee un sistema secundario (de signos),


fundamentado en el lenguaje y las palabras, que le permite razonar. Puede
analizar desde una perspectiva lógica (aristotélica, racional) las
consecuencias de un acto; pero también puede tener en cuenta las
motivaciones afectivas, pulsionales, emocionales, ima ginarias o
inconscientes: es lo que llamaríamos razonabilidad, que no estaría basada
solamente en una lógica simbólica ni tampoco sólo en una lógica
imaginaria, sino en la dialéctica de ambas. Evaluar y asumir las
consecuencias de un acto es una respuesta secundaria, típicamente
humana: implica una reflexión, un raciocinio, un juicio.

Hay situaciones donde el hombre responde de un modo primario


(inconsciente) o elemental (como un cuerpo físico) pero será
irresponsable sólo si le eran posibles respuestas de orden superior más
acordes con el propio ser, que hubieran surgido al reflexionar sobre las
estrategias probables de acción.

Sin embargo, se puede ser consecuente, en el sentido de asumir las


consecuencias de los actos (como un maestro zen o shaolin) sin que esto
implique haber reflexionado: esta es una respuesta espontánea, sin ser
responsable en un sentido secundario. Preferir la consecuencia (sin
reflexión, espontánea) es coherente con el intento involucionista de
algunos filósofos orientales, que prefieren ser más como un animal o una
planta que como un hombre; o, mejor aún como el agua o los minerales,
privilegiando una respuesta elemental. Se puede entonces ser moral al ser
consecuente, pero no necesariamente responsable. Si lo moral no conlleva
reflexión, carece de responsabilidad secundaria. Por esta razón, muchos
filósofos, sobre todo los racionalistas, reservan la palabra ética para una
reflexión (preferiblemente escrita) sobre el actuar (o la moral) , y nosotros
llamaremos responsabilidad ética sólo a la responsabilidad secundaria,
que sería la responsabilidad humana propiamente dicha.

Siempre tenemos que responder de alguna manera a las


circunstancias, por eso los filósofos hablan de una responsabilidad
fáctica; pero podemos dejarnos arrastrar por las circunstancias en una
actitud pasiva, ya sea espontánea o elemental, o podemos elegir una
responsabilidad activa que tenga en cuenta todas nuestras posibilidades
humanas de conciencia y reflexión: esa e s la responsabilidad ética.

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15 RESPONSABILIDAD LEGAL Y RESPONSABILIDAD


SUBJETIVA

Llamaremos legalidad al conjunto de reglas y normas que resultan


de un consenso o pacto social (ya sea contemporáneo o heredado por
tradición, que algunos pueden considerar revelació n divina). El pacto no
tiene que ser voluntario: puede ser impuesto por co nquista, dominio o
persuasión.

Un deber es una obligación, exigencia o compromiso legal coactivo.


Un derecho es su recíproco: algo que se nos debe (deuda), que podemos
exigir y esperar de aquellos que comparten el pacto o contrato común. La
responsabilidad legal consiste en responder a estos compromisos, ya sea
de manera fáctica o analítica. En mi tesis de maestría El sentido de la
vida (p. 67 y siguientes) me refiero sólo a la resp onsabilidad legal, y
considero “negativo” (p. 69) lo que llamo ahora consecuencia; esto es,
responder por los efectos de los propios actos.

Responder “solo ante la propia conciencia” fue la consigna


protestante, muy cercana a “la responsabilidad ante sí” , ante su deseo, su
ser o su propio discurso (o sistema axiológico). Esta responsabilidad
subjetiva que propugnamos en la actualidad (1995) se opone a la
responsabilidad social que defendíamos (1981) en la teoría, pero con
restricciones en su aplicación, d ebido a una insuficiente formulación
teórica.

Considerarnos responsables ante los demás conduce a la


irresponsabilidad si esta responsabilidad “social” no se basa en una
primera responsabilidad subjetiva (véase el concepto de ideal subjetivo
en el ens. 12 Los objetos del Otro). Por eso la respuesta a la pregunta de
Frankl: ¿ante quién ser responsable?, implica este ideal. El mismo
concepto de Dios puede incluir —pero también excluir— a un sujeto o
persona (inmanente o transcendente) que ocupe este lugar de l Saber. En
último término, somos responsables ante nosotros mismos, o ante la
instancia interna que represente nuestro ideal subjetivo.

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16 LA RESPONSABILIZACIÓN

En último término, la moderación del sufrimiento, que sería el


objetivo o propósito psicoterapéutico, resulta culminando en la
responsabilización del sujeto. Que asuma su deseo, su destino y acepte ser
responsable de lo que le ocurre; que deje de culpar (“responsabilizar”) a
las circunstancias: la vida, “los demás”, “los otros”, la sociedad, la
familia, los padres, el cónyuge, las autoridades, el jefe (siempre un amo).
Esto implica admitir que hay una parte al menos de lo que le ocurre de la
cual es responsable directo o activo, así la m ayor parte de las
circunstancias y condiciones de su existencia le sean impuestas.

Hay dos tipos de responsabilidad: indirecta (pasiva), frente a


aquellas cosas o aconteceres que están dados y ante los que tenemos que
responder, queramos o no. Es lo que algunos llaman responsabilidad
fáctica. Los fatalistas opinan que todo está predeterminado, inclusive
nuestra respuesta ante lo dado (factum); pero los deterministas
dialécticos sostienen que hay en toda situació n elementos o variables
indeterminadas que permiten elegir entre varias opciones (optar), que uno
puede siempre responder de diversas maneras ante una situación,
conforme con su propia elección y decisión. Esta posibilidad de elegir o
libertad (libre albedrío) conduce a la responsabilidad directa (activa).

Los existencialistas plantean que aun en las circunstancias más


adversas podemos elegir: pueden obligarnos a hacer lo que no queremos, a
ver, oír, oler, sentir, pero difícilmente a decir y casi nunca a pensar o
desear: siempre queda un resto donde radica nuestra libertad de optar. La
pérdida absoluta de la libertad y de la responsabilidad implica el
desvanecimiento del sujeto y la consciencia, para quedar a merced de las
circunstancias.
Lo que caracteriza al neurótico es, según Freud, su cobardía ética
que le impide asumir una posición personal y decidir por una opción que
sea su propia elección: prefiere quejarse continuamente de las
circunstancias que lo “obligan” a ser o actuar de dete rminada manera; las
cosas “le ocurren”, “le suceden”; no dice: “lo dañé” sino “se me dañó”
—en el mejor de los casos— o “me lo hicieron dañar”. La histérica se
queja de que la sedujeron (y lo siguen haciendo…), para que haga lo que
no quiere: la hacen desear contra su voluntad; aunque ella lo vive como
un goce del que se sentirá culpable o resentida porque sabe que lo
disfrutó aunque no sea capaz de reconocerlo. El obsesivo es incapaz de
asumir las consecuencias, prefiere culparse y reprocharse, para retor nar
luego a las mismas formas de goce, aunque disfrazadas.

El proceso de responsabilización requiere un análisis de las


condiciones de cada situación, que lleva a dividirla en cuatro franjas: lo
inmodificable, lo transformable no deseado, lo transformable deseado
pero no intentado y lo deseado intentado.

Lo inmodificable es aquello que ya no puede ser de otra manera (lo


irremediable o incurable): lugar y fecha de nacimiento, padres; en
general, el pasado. Sobre estos hechos se tiene en la actualidad una
responsabilidad pasiva: hay que asumirlos y afrontarlos aunque no gusten.

Lo transformable no deseado es lo que puede cambiarse pero no se


desea hacerlo: quizás el país de residencia (no el de nacimiento), el
idioma que se habla (no la lengua materna), el trabajo; sobre esto hay una
responsabilidad directa: se debe aceptarlo, asumiendo el hecho de que
podría cambiarse pero que es uno mismo quien no desea hacerlo.

Lo transformable deseado pero no intentado , puede cambiarse, se


“desearía” que cambiara, pero no se está dispuesto a hacer el esfuerzo o
afrontar las consecuencias de intentarlo. Se puede anhelar aprender otro
idioma, viajar a otro país, vivir en otro lugar, p ero las transformaciones
en el estilo de vida que exigen esos cambios pueden parecer inaceptables.
Hay que admitir entonces que esos anhelos se quedarán en la fantasía
porque uno mismo es el que no quiere llevarlos a cabo (“quisiera… pero
no quiero”). En este punto es donde la histérica asume que no es su
marido quien no la deja estudiar, o los hijos, sino el esfuerzo que
requeriría armonizar las actividades y jerarquizarlas de distinta manera
(¡tal vez abandonar esposo e hijos!).
Lo deseado e intentado es aquello que se puede, se anhela y se está
dispuesto a cambiar; intentando, proyectando y realizando todas las
actividades que se requieran para lograr la transformación. En ellas se
deben concentrar todas las energías y esfuerzos para tratar de conseguir lo
proyectado. El deseo estará entonces encauzado al elegir libre y
responsablemente, y se evitará la dispersión en proyectos que de
antemano se saben irrealizables por cualquiera de las razones anteriores.
Esto no garantizará la consecución de lo pretend ido, pero sí aumentará
mucho las probabilidades de obtenerlo.

Por otra parte, el ejercicio de la libertad y la responsabilidad no está


supeditado al logro de resultados: intentar lo que se desea y quiere, poner
en ello todo el empeño y hacer lo mejor que las circunstancias permitan es
suficiente para todo aquel que privilegia el proceso, el camino y no
solamente las metas; esta dialéctica entre los medios (el proceso) y los
fines u objetivos permite una actitud distinta frente a lo que algunos
llamarían fracaso.

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17 LA RESPONSABILIZACIÓN POR EL ENTORNO

El centro y el núcleo del entorno es un sujeto singular. Por ello, en


el proceso de responsabilización, se comienza con l a singularización: que
el sujeto se haga responsable de su propio discurso, de su destino. Sin
embargo, nadie está aislado ni puede (aunque quisiera) dejar de contar
con los demás. Su entorno humano (inmediato: familia, amigos; o
mediato: comunidad, país, humanidad) siempre influirá sobre él interna
(pues interioriza valores) o externamente (los demás intervienen y actúan,
y sus acciones tienen consecuencias sobre el sujeto). Lo mismo sucede
con el ambiente o entorno ecológico: el hábitat, la zona geográfica, la
tierra, el universo; los animales, las plantas, aun los minerales y la
atmósfera, interactúan con el individuo.

La hipótesis de trabajo del analí tico es que si cada uno se


responsabiliza de su vivir y asume las consecuencias de sus actos, su
actuar (y sufrir) se moderará, y entrará a una ética de la razonabilidad,
donde tendrá en cuenta los intereses y sentimientos de los demás: es la
consideración o cortesía. Ser consecuente es, precisamente, hacerse
responsable (preferiblemente de una manera consciente y activa: ética) de
las consecuencias de los actos, manteniendo una dialé ctica entre el
pensar, el decir, y el hacer. Evitar el divorcio entre la teoría y la práctica.

Por esto, la causa o consigna freudiana: “hacer consciente lo


inconsciente” culmina en la responsabilización por el entorno: trabajar
para responsabilizarse y a yudar a los demás a hacerlo. El método analítico
es un instrumento muy eficaz para lograr este objetivo, ya que lleva a un
análisis del discurso y a su tramitación en el proceso secundario. Su
transmisión constituye la parte operativa e instrumental de la causa
analítica. Es una ética de la responzabilización, a diferencia de la ética
zen, que lo es de la consecuencia (véase ens. 14 Tres tipos de
responsabilidad).

La responsabilidad por el entorno contiene sus propios límites: yo


no puedo responsabilizarme en lugar de otro, ni responsabilizarlo; cuando
más, sólo culpabilizarlo. Pero puedo ayudar a alguien a hacerse
responsable, mediante la transferencia del método analítico.

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