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Imperio carolingio.

El Imperio carolingio es un término historiográfico utilizado para referirse al reino franco que


dominó la dinastía carolingia del SIGLO VIII al SIGLO IX en Europa occidental. Este período de la
historia europea deriva de la política de los reyes francos, Pipino el Breve y Carlomagno, que
supuso un intento de recuperación de la cultura clásica en los ámbitos políticos, culturales y
religiosos de la época medieval. La coronación de Carlomagno como emperador en Roma fue
un hecho relevante e importante como símbolo de restauración de facto del Imperio romano
de Occidente, que en realidad sirvió para legitimar el poder de la etnia germánica que había
invadido el territorio que antiguamente correspondía a los romanos. Tras su partición por
el Tratado de Verdún en 843, sería sustituido un siglo después por el Reino de Francia en su
parte oeste, y por el Sacro Imperio Romano Germánico en el este.
En su apogeo, el imperio tenía una población de diez a veinte millones de personas y una
extensión de 1 112 000 km².1

Los carolingios[editar]
Véase también: Carolingios

La dinastía deriva del matrimonio de los hijos de Arnulfo de Metz y Pipino el Viejo, ambos
descritos por Fredegario como los señores más importantes de Austrasia. La familia consolidó
su poder desde el segundo tercio del siglo VII consiguiendo que el oficio de mayordomo de
palacio fuese hereditario, y convirtiéndose así en los verdaderos gobernantes de los francos;
mientras que los reyes merovingios quedaban reducidos a un papel nominal, es por ello que
se les denomina «reyes holgazanes».
El mayordomo de palacio de todos los reinos merovingios, Pipino el Breve (hijo del
mayordomo Carlos Martel y descendiente de Pipino el Viejo), logró destronar a su
rey merovingio Childerico III en 751, y fue reconocido rey de los francos con apoyo del
papa Zacarías, y posteriormente ungido como rey por el papa Esteban II en 754. Así, aunque
Pipino fue rey electo, aseguró su legitimidad divina a través del papa.
En efecto, Pipino consolidó su posición en 754 al fraguar una alianza con el papa Esteban II,
quien obsequió al rey de los francos una copia de la Donación de Constantino en París, y le
ungió a él y a su familia en una majestuosa ceremonia en Saint-Denis, declarándolo patricius
Romanorum ('protector de los romanosi). El año siguiente, Pipino cumplió la promesa hecha al
papa y recuperó el exarcado de Rávena, recientemente perdido ante los lombardos,
entregándoselo al papa en lugar de devolvérselo al emperador bizantino. Pipino entregó
también los territorios reconquistados en los alrededores de Roma, dando pie a la creación de
los Estados Pontificios en la Donación de Pipino, que dejó en la tumba de San Pedro. La
reconstruida monarquía franca proporcionaría una base de poder leal (potestas) en la creación
de un nuevo orden mundial, en que el liderazgo religioso-espiritual del papa acrecentó su
dosis de poder político-terrenal.

Carlomagno[editar]
A la muerte de Pipino en el año 768, se repartió (siguiendo la tradición franca) entre sus
hijos Carlos y Carlomán, recibiendo el primero la Aquitania marítima, parte de Neustria y
Austrasia, y zonas fronterizas de Frisia; mientras que el otro obtuvo las áreas marginales de
Alamania, Alsacia, Aquitania interior, Borgoña, Provenza y Septimania.2 Tras diversos
enfrentamientos entre ellos, la muerte de Carlomán (771) dejó a su hermano Carlos como
único rey, quién posteriormente pasaría a ser conocido como Carlomagno.a Era un personaje
poderoso, inteligente y relativamente culto, que se convertiría en una leyenda para la historia
posterior tanto de Francia como de Alemania. Carlomagno restableció un equilibrio de poder
entre el emperador y el papa.
A partir del año 772, Carlomagno emprendió una larga guerra en la que conquistó y derrotó a
los sajones para incorporar sus territorios al Imperio franco (las últimas incursiones de
Carlomagno sobre los territorios sajones está datada en 804 por los Annales regni
Francorum). Esta campaña se sumó a la práctica de líderes cristianos no romanos que
provocaban la conversión de sus vecinos por la fuerza. Los misionarios católicos francos,
junto a otros de Irlanda y de la Inglaterra anglosajona, habían penetrado en territorio sajón
desde mediados del siglo VIII, resultando en un aumento de los enfrentamientos con los
sajones, que se resistían a los empeños misionarios acompañados de incursiones militares. El
principal oponente sajón de Carlomagno, Widukind, aceptó ser bautizado en el 785, como
parte de unos acuerdos de paz, pero otros líderes sajones continuaron con la lucha. Tras su
victoria en el 782 en Verden, Carlomagno ordenó la matanza masiva de miles de prisioneros
sajones paganos. Tras varios levantamientos más, los sajones sufrieron la derrota definitiva
en el 804. Esto expandió el Imperio franco hacia el este, hasta el río Elba, algo que el Imperio
romano en tiempos de la República, solo intentó una vez, y en lo que falló en la batalla del
Bosque de Teutoburgo (año 9 d. C.). Para poder cristianizar con más efectividad a los sajones,
Carlomagno fundó varias diócesis, entre las que se cuentan las
de Bremen, Münster, Paderborn y Osnabrück.
Al mismo tiempo (773-774), Carlomagno conquistó a los lombardos, incluyendo de esta
manera el norte de Italia en su esfera de influencia. Renovó el donativo al Vaticano y la
promesa al papado de continuar la protección por parte de los francos.
En el 788, Tasilón III, duque de Baviera, se rebeló contra Carlomagno. Tras aplastar la
revuelta, este incorporó Baviera a su reino. Además de expandir los horizontes de sus
dominios, redujo de manera drástica el poder y la influencia de los agilolfingos (la familia de
Tasilón), otra de las familias influyentes de entre los francos y sus potenciales rivales. Hasta
el 796, Carlomagno continuó expandiendo su reino todavía más hacia el sureste, hasta la
actual Austria y a partes de Croacia.
Mapas estático y animado de la expansión de los francos.

Entre 481 y 814.

Entre 481 y 870.


De esta manera, Carlomagno creó un reino que alcanzaba desde los Pirineos al suroeste,
incluyendo de hecho una zona del norte de la península ibérica (Marca Hispánica tras 795),
pasando por casi toda la Francia moderna (a excepción de Bretaña, que nunca fue
conquistada por los francos), y al este la mayor parte de la actual Alemania, incluyendo el
norte de Italia y la actual Austria. En la jerarquía de la Iglesia, los obispos y abades buscaban
la protección del palacio del rey, fuente tanto de protección como de seguridad. Carlomagno
se había erigido en líder de la cristiandad occidental, además de impulsar un «Renacimiento
carolingio» en la cultural literaria, gracias a su apoyo a monasterios como centros de
enseñanza.

Carlomagno según una ilustración de Alberto Durero (1511).

El día de Navidad de 800, el papa León III coronó a Carlomagno como «Emperador que
gobierna el Imperio romano», en Roma, en una ceremonia presentada como inesperada,
puesto que Carlomagno no deseaba encontrarse en deuda con el obispo de Roma, y a su
hijo Carlos el Joven como rey de los francos. Se trataba de uno más de los gestos llevados a
cabo por el papado para definir los papeles de auctoritas papal y potestas imperial; así como
para considerarle como sucesor de los emperadores romanos. Esto originó una serie de
disputas con los bizantinos por el nombre de Imperio romano. Tras una primera protesta por la
usurpación, en 812, el emperador bizantino Miguel I Rangabé reconoció a Carlomagno como
emperador (basileus), pero no como emperador de los romanos (Βασιλεύς των Ρωμαίων),
título que se reservó el bizantino como el verdadero sucesor de los emperadores romanos. La
coronación sirvió para dar una legitimidad permanente a la primacía carolingia entre los
francos.
Tras la muerte de Carlomagno el 28 de enero de 814 en Aquisgrán, fue enterrado en
su Capilla Palatina.

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