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ARQUIDIÓCESIS DE BUCARAMANGA

PARROQUIA SANTA MARÍA DE LOS ÁNGELES


AÑO DEL BAUTISMO 2020

GUÍA DE ORACIÓN
EN

VIERNES 27 DE MARZO
INTENCIÓN DEL DÍA: Oremos por los
que han fallecido por causa de la
pandemia, para que gocen de la
eternidad bienaventurada. También
pidamos por sus familias, para que
en este momento de dolor
encuentren en Dios la fortaleza
necesaria.
Oración de la Mañana
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Señor, abre mis labios.
Y boca proclamará tu alabanza. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como
era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.
En estos días de quietud y dolor en tantos países, necesitamos orar, como el salmista:
Seño, tú eres nuestro refugio y nuestra fortaleza. En estos momentos en los que hemos
recordado de golpe nuestra fragilidad, ¿Qué mejor que buscar el refugio seguro de
nuestro Padre, de nuestro creador?
Ojalá nos refugiemos en Dios. Ojalá esta cuarentena nos sirva para redescubrir que
nunca debemos alejarnos de Él. Aprovecha. Es tiempo para hablarle a Dios, de
corazón a corazón, ponerte en sus manos y poner el mundo en sus manos. Él sanará
nuestras heridas.
Habla con Dios: Himno: Si Me Desechas Tú, Padre Amoroso
Si me desechas tú, Padre amoroso,
¿a quién acudiré que me reciba?
Tú al pecador dijiste generoso
que no quieres su muerte, ¡oh Dios piadoso!,
sino que llore y se convierta y viva.

Cumple en mí la palabra que me has dado


y escucha el ansia de mi afán profundo,
no te acuerdes, Señor, de mi pecado;
piensa tan sólo que en la cruz clavado
eres, Dios mío, el Redentor del mundo. Amén

Escucha su Palabra: Del Evangelio Según San Juan 7,1-2.10. 25-30


En aquel tiempo, recorría Jesús Galilea, pues no quería andar por Judea porque los
judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas.
Una vez que sus hermanos se hubieron marchado a la fiesta, entonces subió él
también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén
dijeron: «¿No es este el que intentan matar? Pues miren cómo habla abiertamente, y
no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías?
Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá
de dónde viene».
Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: «A mí me conocen, y conocen
de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Dios Verdadero
es el que me envía; a ese ustedes no lo conocen; yo lo conozco, porque procedo de él
y él me ha enviado». Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano,
porque todavía no había llegado su hora.
Palabra del Señor.
Medita
Estamos en la cuarta semana de cuaresma, dentro de dos semanas, será viernes santo
y tendremos fija nuestra mirada en la cruz de Cristo. Acabamos de escuchar que aún
no ha llegado la hora de Jesús. ¿Pero cuál es la hora de Jesús? La hora de Jesús es el
momento de su sacrificio: desde su agonía en el huerto de Getsemaní hasta su
crucifixión en el momento del Gólgota. La hora de Jesús es cada vez que celebramos
la eucaristía. La hora de Jesús es cada día que Él se entrega por nosotros en el altar y
se nos da en el pan y en el vino. En estos momentos no podemos celebrarlo
presencialmente y debemos utilizar redes sociales o medios de comunicación. Sin
embargo, es una bonita oportunidad para reflexionar la gran falta que nos hace la
eucaristía. No obstante, no dejemos de unirnos en oración, de asistir a las eucaristías
parroquiales así sea por Facebook o televisión, no dejemos de pedirle al Señor en el
momento de la eucaristía (así sea a distancia, aunque para el amor de Dios no hay
distancia) que nos acompañe y salve en estos momentos de tribulación.
Jesús ante el momento de angustia y dolor que veía venir, no se acobarda, al contrario,
afirma su identidad. Es el momento queridos hermanos, de afianzar nuestra identidad
como verdaderos cristianos, pues es especialmente en las crisis y en las dificultades
cuando los cristianos damos aliento al mundo.
Ora con el Cántico de Zacarías (Lc 1,68-79)
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio ahora y
siempre por los siglos de los siglos. Amén.
Bendice Señor esta jornada que inicio en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén.
Comprométete
Oraré con el ángelus, invitando a todos los familiares que viven la casa en el momento
del almuerzo y ofreciéndolo por el fin de la pandemia. Si puedo, me conectaré por
los medios de comunicación con la bendición del Papa a las 12:00 del mediodía.
Oración de la Tarde
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Dios mío, ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme. Gloria al Padre y
al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre por los
siglos de los siglos. Amén.
Habla con Dios
"Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos,
aunque no siempre hayamos sabido reconocerte.
Quédate con nosotros, porque en torno a nosotros se
van haciendo más densas las sombras, y tú eres la
Luz; en nuestros corazones se insinúa la
desesperanza, y tú los haces arder con la certeza de
la Pascua. Estamos cansados del camino, pero tú
nos confortas en la fracción del pan para anunciar a
nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado
y que nos has dado la misión de ser testigos de tu
resurrección.

Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a


nuestra fe católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio o de la dificultad: tú,
que eres la Verdad misma como revelador del Padre, ilumina nuestras mentes con tu
Palabra; ayúdanos a sentir la belleza de creer en ti.

Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas, sostenlas en sus dificultades,


consuélalas en sus sufrimientos y en la fatiga de cada día, cuando en torno a ellas se
acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza.

Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan siendo nidos donde
nazca la vida humana abundante y generosamente, donde se acoja, se ame, se respete
la vida desde su concepción hasta su término natural.

Quédate, Señor, con aquellos que en nuestras sociedades son más vulnerables;
quédate con los pobres y humildes, con los indígenas y afroamericanos, que no
siempre han encontrado espacios y apoyo para expresar la riqueza de su cultura y la
sabiduría de su identidad.
Quédate, Señor, con nuestros niños y con nuestros jóvenes, que son la esperanza y la
riqueza de nuestro Continente latinoamericano, protégelos de tantas insidias que
atentan contra su inocencia y contra sus legítimas esperanzas. ¡Oh buen Pastor,
quédate con nuestros ancianos y con nuestros enfermos! ¡Fortalece a todos en su fe
para que sean tus discípulos y misioneros!”
(Oración Discurso Inaugural de Benedicto XVI antes de iniciar la Conferencia
General de Aparecida)

Escucha su Palabra: Salmo 51(50)


Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.


Como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

Medita
Reflexionemos las siguientes palabras de San Agustín:
Yo reconozco mi culpa, dice el salmista. Si yo la reconozco, dígnate Dios perdonarla.
Hermanos, no presumamos en modo alguno como si viviéramos rectamente y sin
pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras
culpas. Las personas sin remedio son aquellas que dejan de atender a sus propios
pecados para fijarse en los de las demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en
qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos
a acusar a los demás. No es así cómo nos enseña el salmo a orar y dar a Dios
satisfacción, ya que dice: Pues yo reconozco mi culpa, tengo presente mi pecado. El
que así ora no atiende a los pecados ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de
manera superficial, como quien toca por encima, sino profundizando en su interior.
No se perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón y
misericordia ante el Señor.
Ora
Oremos con confianza a nuestro Padre dándole gracias por el día que nos ha regalado:
Padre Nuestro…, Dios Te Salve… Gloria…
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.
Comprométete
Durante la cena, compartamos con nuestros familiares, con mucha alegría.
Oración de la noche
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Dios mío, ven en mi
auxilio. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Habla con Dios
Cuando acabamos el día
te suplicamos, Señor,
nos hagas de centinela
y otorgues tu protección.
Que te sintamos: contigo
sueñe nuestro corazón
para cantar tus alabanzas
de nuevo al salir el sol.
Danos vida saludable,
alienta nuestro calor,
tu claridad ilumine
la oscuridad que llegó.
Danos todo esto, Padre piadoso,
por Jesucristo, el Señor,
que reina con el Espíritu
Santo vivificador. Amén.
Escucha su Palabra: Dt 6,4-7
Confía en el Señor de todo corazón,
y no en tu propia inteligencia.
Reconócelo en todos tus caminos,
y él allanará tus sendas. Palabra de Dios.
Medita
Confiemos en el Señor, perseveremos en la oración y en el amor. Oremos con fervor
y sin cansarnos, sin desfallecer porque sabemos que Dios nos está escuchando.
Ora con el Cántico de Zacarías
Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.
Comprométete
Descansa tranquilo, no te preocupes por el mañana, pon tu confianza en el Señor, Él
no te abandonará.
ORACIÓN DE S.S FRANCISCO A LA VIRGEN ANTE EPIDEMIA DEL
CORONAVIRUS
“Oh María tu resplandeces siempre en nuestro camino
como signo de salvación y de esperanza. Nosotros nos
confiamos a ti, salud de los enfermos, que bajo la cruz
estuviste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme
tu fe. Tú, Salvación del pueblo romano, sabes de qué
tenemos necesidad y estamos seguros que proveerás,
para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la
alegría y la fiesta después de este momento de prueba.
Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a
la voluntad del Padre y hacer lo que nos dirá Jesús,
quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y ha
cargado nuestros dolores para conducirnos, a través de
la cruz, a la alegría de la resurrección. Amén.

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