10°B WINDSOR SCHOOL PRESENTADO AL LIC. IVÁN SALINAS
Desde el inicio de la civilización, ambos sexos han jugado importantes papeles en la
construcción de la historia humana. En un principio, como se evidencia en muchos dibujos rupestres, manteniendo un sentido de equidad de fuerza e importancia. Tanto hombres como mujeres podían cazar y recolectar, cocinar y fabricar herramientas. Entonces, ¿cómo empezó a relacionarse la debilidad y docilidad con la mujer, hasta el punto de parecer una característica innata? Una amplia variedad de factores influyeron, los cuales se fueron asentando a medida que los poblados crecían, dándole forma a la cultura: La aparición de la ganadería junto al aumento de la agricultura exigieron a su vez una mayor población de forma rápida, y la forma de obtenerla era creando madres cada vez más jóvenes. Esas niñas en plena formación no alcanzaban la madurez suficiente para defenderse por sí solas ante el mundo, por lo que al casarse realmente pasaban a manos de una nueva figura paternal (su marido) a quien, al igual que con sus padres, debía otorgarle respeto por ser mayor y más experimentado, y él, a su vez, tenía que encargarse de terminar de educarla, de protegerla y enseñarle ciertas habilidades. Esto último, debido a los dolores y debilidad que el embarazo frecuente causaba en sus jóvenes cuerpos, las hacía incapaces de ejercer los mismos trabajos pesados que su marido, o colaborarle afuera en el campo, por lo que tenía que invertir el tiempo restante en criar a quienes sí podían ayudarlo, y limitarse a colaborar en cosas como cocinar y fabricar ropa, actividades más sencillas que no requerían mucha energía, no implicaban riesgos, y se podían hacer desde casa. Pero no se quedó allí. Una selección artificial inconsciente se empezó a llevar a cabo. Las niñas de mejor aspecto y delicadeza tenían mayor oportunidad de desposar a un hombre en una buena posición, recibiendo así mejor alimentación y cuidados, y por lo tanto procreando hijos más sanos, de los cuales las féminas heredarían la característica de su madre; al cabo de muchas generaciones, la fortaleza dejó de ser algo físico para volverse genético, con el pasar de los siglos condenando a las mujeres casi por regla general a tener menos fuerza que sus contrapartes masculinas. Poco a poco, los conceptos de “fuerza, inteligencia, liderazgo” y “familia, hogar, ternura” se fueron asociando con cada género respectivamente, destruyendo la cultura igualitaria del pasado. Este pensamiento terminó por escribirse en piedra con la aparición de las religiones y sus dogmas, las cuales establecieron estos parámetros como designios divinos que no podían ser cuestionados. En los años posteriores, este patrón de comportamiento se intensificó, potenciado por los sentimientos de inferioridad de ciertas clases sociales, cuyo único consuelo era que, por muy abajo que estuvieran, por muy incultos que fueran, las mujeres eran aún más inferiores e ignorantes (o como lo describía la doctrina católica, “incompletas y defectuosas”) otorgándoles cierta paz a sus dolidos autoestimas. Sin embargo, ¿cómo fue posible que se hayan derribado (al menos parcialmente) milenios de tradiciones? ¿cómo se pasó de niñas débiles adoctrinadas, sin voz ni voto en sus propias vidas, a líderes de países, con premios Nobel y medallas olímpicas? Fue todo gracias al avance de la burguesía, paralelo a una mejora en la calidad de vida, debido a que esta, al ser una clase social acomodada, no requería de un gran número de hijos para garantizar ni sus ingresos ni su legado, pues la probabilidad de que estos sobrevivieran aumentó. Esto se tradujo en más tiempo libre, el cual se podía invertir en ciertos ocios antes impensables, como la lectura de toda clase de libros, al igual que la escritura de los mismos; desencadenando en la Ilustración. Este crucial movimiento social ayudó a disipar la negra jaula que encerraba a las mujeres dentro de prejuicios que ellas mismas ayudaban a imponer, demostrándoles no sólo a ellas mismas sino a muchos hombres también, que servían para más que casarse, tener y criar niños. Si podían componer poemas, analizar relatos, escribir discursos y plantear argumentos tan bien como un hombre, quería decir que su inteligencia era igual, y si tenían las mismas capacidades, ¿por qué dejarse tratar como inferiores? Así nació la primera ola del feminismo. Un movimiento que, aunque fue aplacado y menospreciado por hombres y mujeres por igual, plantó la semilla de un inconformismo palpable para la segunda ola, la más exitosa (y agresiva) hasta el momento, pues consiguió el sufragio femenino, el acceso a universidades y un cambio en el pensamiento a nivel mundial, demostrándoles a todos que la capacidad para triunfar no está definida por los órganos reproductores, que una mujer puede ser exitosa sin casarse ni tener hijos. Muy a pesar de este sorprendente logro, que revolucionó el mundo en apenas unas décadas, muchos dogmas y prejuicios siguen en el subconsciente colectivo, que se evidencian de forma activa en discriminación laboral, maltrato intrafamiliar y asesinatos de odio (algunos no pueden tolerar ya no ser quien mande de forma absoluta), y de forma pasiva en señalamientos por “comportamientos poco femeninos” o miramientos de incredulidad cuando se sugiere que no se desea marido o hijos. Debido a esto, en la actualidad surge una tercera ola, la cual, según las manifestantes, busca acabar con los restos de los paradigmas retrógradas de un patriarcado abusivo, luchando contra la violencia de género y la falta de equidad laboral y/o salarial. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, sus métodos y discursos se vuelven más radicales, violentos, y sobre todo incoherentes. Su misión pasó de garantizar un mundo equitativo, a villanizar al sexo masculino, situándolo como el enemigo a muerte y el destino de todo su odio. Lentamente, transforman los reclamos de las verdaderas afectadas en un clamor no por la igualdad, sino por privilegios, una manera de situarse por encima de los hombres, no coexistir bajo las mismas reglas y oportunidades. Esto, sumado a sus “efectivos” métodos de desfilar desnudas, tirar pintura a las iglesias y quemar muebles en las plazas, degradan su causa, sobre para aquellas mujeres que de verdad lucharon para conseguir cambios y llegar a donde están hoy. Las manifestantes de la tercera ola sólo están consiguiendo deshacer los progresos de las mujeres sensatas, modernas y pasadas, convirtiendo una lucha por la igualdad en una cruzada de odio radical, volviéndose un hazmerreir a los ojos de la comunidad internacional, pues con todos sus gritos, sus bombas de pintura y exhibicionismo sólo han conseguido llamar la atención como entretenimiento de mal gusto, ya que sus acciones no respaldan sus supuestos ideales. Ninguna de sus quemas, marchas caóticas o linchamiento de hombres se ha acercado siquiera a evitar las violaciones, la violencia intrafamiliar o los nocivos prejuicios. Sólo venden una mala imagen de la que se supone una noble causa.