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Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
Resumen Abstract
El autor recorre la vida y obra de este The author goes over the life and work
músico de provincia ampliamente ofthis parochial musician very well
reconocido en su región, pero que, known in his region. However and like
como en otros muchos casos, no logró in many other cases, his work did not
traspasar las fronteras de su estado spread beyond the frontiers of his
natal, a pesar de ser una figura native state in spite of the fact that he
emblemática de toda una generación was an emblematic figure of an entire
de músicos compositores-directores de generation of composers-band
banda que hicieron la historia musical conductors that built the musical
de la Venezuela de finales del siglo history of Venezuela at the end of the
XIX y primeras décadas del XX. 19th century and the first decades of
the 20th.
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1. El sendero de sus días
Cerrando casi el azaroso siglo XIX, en una Venezuela
que busca en la disputa y encuentro de intereses
personalistas el camino como nuevo país, allá donde
“termina y comienza la nación”, en el Táchira fronterizo,
frente reticente a que sea precisamente por allí por donde
se rompa la unidad de la Gran Colombia, nace Marco Antonio Rivera Useche
en la ciudad de San Cristóbal, capital del estado, en el barrio de La Ermita, en
la hoy carrera 9, entre las calles 11 y 12. Ve la luz en una de aquellas casonas
solariegas de tejas y tapias adobadas que guardan la intimidad de los corrales.
Apenas la Sultana del Torbes, recostada con majestad en la colina andina, está
dando los primeros bostezos hacia la gran ciudad. Sus padres fueron D. José
Belisario Rivera y Dña. Eloisa Useche. El día de su nacimiento fue el 19 de
junio de 1895.
En la familia Rivera la música tenía un lugar para los ratos de distracción y
sosiego festivo en las interpretaciones de sus tíos José y Hermenegildo, así
como su padre. Los tres pertenecieron a la famosa Banda de los Cachacos.
El encanto y la quietud de La Villa, el aire fresco del Tama, los campos
siempre verdes, el sol apacible recostándose sobre las flores de una permanente
primavera, quedarán atrapados en ese hechizo de una infancia feliz, que luego,
ya compositor, cantará una y otra vez. En ese marco sano, aprenderá los secretos
para saber apreciar la grandeza de la naturaleza, de la felicidad y de la vida en
la simplicidad de lo cotidiano. Entre tanto, realiza sus estudios de primaria con
maestros como Rafael Salazar, Marco Aurelio Parra, Ángel María Duque
(gritense), Juan Antonio Contreras y Ramón Ardilla Bustamante. Cuando
Useche entra a la Escuela Nacional Marco Aurelio Parra, “iba entonces rumbo
al bachillerato Isaías Medina Angarita; ya lo mirábamos con respeto”, nos dirá
el maestro.1
Sólo terminó la primaria. “Comencé el bachillerato con libros prestados -
nos dice-, copiando a mano libros voluminosos, pero no resistí”. Tiene que
comenzar a colaborar con el sustento de la casa. Intenta aprender algunos
oficios como el de joyero, emulando el trabajo de su padre, hasta que un día se
dio un golpe en una uña. Entra en contacto luego con un zapatero, hasta que
el maestro le dijo que lo que se conseguía después de muchos años de trabajo
era “un baulito a la espalda” (joroba). Probará la carpintería, “me gustaba la
ebanistería” -nos dice-, hasta que un día lo pusieron a cepillar una puerta y con
el polvo agarró una gripe y no volvió más. Como le gustaban las armas y
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Durante el año 1989 visité por tres veces al maestro Marco Antonio Rivera Useche en su
refugio de San Pedro del Río. Gravé aquellas largas conversaciones y de aquí hago las citas
textuales identificadas en adelante como Conversaciones, 1989.
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Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
al ejército venezolano, Himno a Sucre, Bienvenida al Gral. Isaías Medina, Ntra. Señora
de la Chiquinquirá, Homenaje al Gral. Urdaneta, Getsemaní, Recuerdos de S. Cristóbal,
Flores zulianas, Claro de luna, Auras tachirenses, Ondas del lago, Un sancocho en el
Saladillo, Mi corazón, La tarde era triste, entre otras.
Con este grupo llega también al país un primo de los Martucci, Ángel
Mottola (1881-1966) quien se residencia en Barcelona como clarinetista de la
banda del estado de la que fue nombrado director en 1900 y dirige hasta 1933
en que se jubila y se traslada a Caracas. Es él precisamente el autor del Himno
del Estado Anzoátegui (1910).
Este grupo de músicos italianos que el gobierno regional incorpora a la
Banda del Estado Táchira, cumplirá una función extraordinaria para el
desarrollo musical de toda la zona andina, como lo harán también más tarde
otro grupo de músicos italianos traídos para la Banda del Estado Trujillo en la
época de Pérez Jiménez.
A este grupo de músicos italianos hay que añadir el maracaibero
Epanimondas González que era amigo personal del general Régulo Olivares,
así como el excelente ejecutante de cornetín Federico William Hollingvorth.
El maestro Constantino cambia el repertorio de la banda. Las oberturas,
fantasías, marchas y transcripciones de música académica internacional
intentarán sustituir los bambucos, valses, pasillos, contradanzas... que ocupaban
el repertorio local. A esto añadió una férrea disciplina de trabajo dentro de los
más estrictos cánones de calidad.
“Ensayábamos -nos dice Rivera Useche- todos los días desde las siete de la
mañana hasta las cinco de la tarde con un descanso para el almuerzo”. Como
él era un buen ejecutante de bombardino, (“tenía una bonita embocadura” -
acota Rivera Useche- ), cuidaba mucho el sonido.
Sin embargo, el carácter del maestro era tan fuerte, áspero y despótico que
“trataba a los músicos a los cipotazos. Vaya a saber cuales habrían sido sus
problemas -comenta Rivera Useche-”. Esta situación fue tal que el 4 de febrero
de 1914, Leopoldo Martucci, temperamental también, le disparó a bocajarro,
“pero como el maestro era tan delgado” el tiro le dio a un muchacho, Nemesio
Miranda, que estaba al lado, muriendo unas horas mas tarde. A raíz de este
incidente, Leopoldo Martucci se va a Maracaibo como ya dijimos y el puesto
de Martucci como barítono solista lo pasa a ocupar Marco Antonio Rivera
Useche, siendo éste su instrumento principal.
Pero el maestro Constantino seguirá con su trato despótico. Simplemente
por llegar tarde a un ensayo los enviaba a la policía. O como sucedió en una
oportunidad, por octavear en el solo de Caballería rusticana de P. Mascagni a
causa de un trasnocho, también manda un músico a la cárcel. “Para los ensayos
venía escoltado por cuatro policías”-comenta Rivera Useche.
Marco Antonio estudia con el maestro italiano fliscorno y trombón de
vara, que en San Cristóbal por aquella época todavía se le decía sacabuche.
Recordemos que el sacabuche es el predecesor del trombón. Pero será con el
barítono con el instrumento que se destacará. Estudiará mas adelante también
violonchelo durante unos quince meses. “Pero como el chelo era prestado,
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justo cuando ya iba algo avanzado, me lo pidieron”. El bandolín, el tiple, la
mandolina y la guitarra los tocará en forma autodidacta, experimental.
Condiscípulos de aquellos días de Rivera Useche serán: Felix Valois Parra,
Carlos Medina (El Cuzco), Job Amado, Azael Contreras y Manuel Carreño.
Como ya dijimos, a los dos años de estar recibiendo clases con Nicolás
Constantino, pasa a integrar la banda. Los toques en actos oficiales y religiosos
y sobre todo las retretas, pasarán a ser parte consustancial de su vida por casi
medio siglo. Por cada presentación comenzó ganando cinco bolívares. Luego,
desde 1913, ganará cien bolívares mensuales.
Cuando la banda actuaba, generalmente en la plaza importante de la
localidad, Plaza Bolívar, si lo hacía en horas de la mañana se llamaba matiné y
si era al anochecer, retreta. Los días para estas presentaciones fueron los jueves
y domingos, costumbre que por otra parte la tenemos en todo el país.
En una de esas retretas donde el pueblo participaba masivamente, pues
era uno de los pocos momentos cuando se rompía la rutina del vivir
provinciano, amen de ser propicio para el encuentro social o la conquista
amorosa, una muchacha enamoradiza le pasa un comprometedor papelito.
Entretanto había llegado a la presidencia de Venezuela el general Juan Vicente
Gómez, quien a su vez había puesto al frente del estado Táchira a su primo
Eustoquio Gómez, hechura perfecta de un Gómez provinciano, autoritario,
caprichoso y enamoradizo también. Cuando Marco Antonio se entera de que
Eustoquio Gómez había puesto los ojos en la muchacha del papelito desde su
observación socarrona, allí a la puerta de su casa donde se sentaba todos los
domingos en la noche a escuchar la retreta, más quizás por la satisfacción de
sentirse dueño y señor de todo aquello, o para elegir a su antojo la próxima
mujer, que por escuchar la música que interpretaba la banda, decide exiliarse.
Así es como M. A. Rivera Useche se va por primera vez a la vecina Colombia.
Corría el año 1916. Allí estará hasta que por intermedio de un amigo, Eustoquio
Gómez es informado de que las pretensiones habían salido de la muchacha y
no de él.
Vuelve de nuevo a integrarse a la banda. Mientras, estudia inglés con el
señor Sildner, alemán que había vivido en Londres y con un señor de apellido
Bolívar, inglés. “ ¿Qué le parece, eh?. Es raro eso” -comenta el maestro como
para sí-.
Por estos años Luis Lupi formó la Banda Progreso.
Algunos de nosotros tocamos también en esta banda -dice el maestro Rivera
Useche-. Esto no le gustó al maestro Constantino. La Banda Progreso tenía
mas aceptación en el público que la del Estado. El maestro Constantino se
puso celoso y nos sacó... Luis Lupi dejó estela... era excelente persona y buen
músico... tenía buena embocadura... Después se fue a Valera y fundó la Banda
Municipal... Él compuso el vals Amistad dedicado a la novia del que más tarde
sería el padre del Dr. Ramón J. Velásquez... Más tarde pasará a Maracaibo...
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Allí estaba exiliado el general Espíritu Santo Morales, quien les ofreció su
casa. El grupo de músicos exiliados voluntariamente estaba integrado por José
María Rivera, primo de Marco Antonio y que años mas tarde moriría en la
cárcel La Rotunda en Caracas, Carlos Medina, José Ignacio Delgado, Felipe
Sebastián Cárdenas y Santos Zambrano Díaz. Allí seguirán estudiando y
practicando. Para subsistir fundan primero una orquesta en Cúcuta bajo la
dirección de José María Rivera y luego otra en Chinácota, conocida como
Orquesta Venezuela, bajo la dirección de M. A. Rivera Useche, ya que su primo
José María se queda en Cúcuta. Actúan en el Teatro Imperial de aquella ciudad.
Tocaban danzas, bambucos “y metíamos valses, que allí le dicen pasillo”. La
orquesta estaba integrada por saxo alto, trompeta, flauta, basso fliscorno, tiple
y guitarra. Tocaban en fiestas y celebraciones de todo tipo, como matrimonios,
bautizos, cumpleaños, así como en el cine silente, donde se interpretaba tres
piezas antes de comenzar la película. “En una serenata de seis piezas, nos
ganábamos una morrocota de oro... Del exilio es el vals Margarita que mi primo
José María dedicó a una muchacha colombiana”-comenta Useche-.
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desacertado diagnóstico médico, como un aspecto más de su vida signada por
la bohemía.
Allí, en Maracaibo, permanecerá como integrante de la banda bajo la
dirección de Leopoldo Martucci tocando barítono como solista. Un día los
músicos hacen una apuesta. Tenía Marco Antonio una competencia con otro
músico de nombre Carlos Mobre. La pieza para saldar quién de los dos era
mejor, fue un solo de la Sonámbula. Se pone como condición el tener un sólo
ensayo el sábado. Salió tan bien su intervención como solista, que hasta el
mismo Martucci lo convidó con una copa de champan. Dejó el bombardino
recostado en un lugar y cuando volvió no tenía la boquilla. Se la habían robado.
Alguien dijo que por que el éxito se lo debía a ella. “!Caramba! Me le pegaba al
instrumento como remiendo de mosiú” -aclara Useche con un refrán criollo
para explicar la razón de su éxito-.
Y vuelven los recuerdos: “Vivía yo en Maracaibo cuando mi primera novia,
ya casada, pasó para Nueva York. Bella muchacha !cará...! Blanca, de ojos
grises. Concursó en un certamen de belleza... Y ahora con los años vuelvo a
recordar... qué cosas... !caray!”.
Un amigo norteamericano, un buen día le recomienda que no se quede
toda la vida como intérprete. Le da la dirección de una escuela de adiestramiento
para músicos de banda en Estados Unidos. Y es así como comienza a realizar
estudios de armonía y orquestación por correspondencia.
Por esta época, compone algunas otras cosas como el vals Pequeños
pensamientos (1922) y el fox-trot Danubio azul.
Sin embargo, el clima fuerte de Maracaibo no le convenía a su salud. Cae
enfermo de paludismo (recordemos que las pestes diezmaron con frecuencia
la población venezolana hasta mediados de este siglo, inclusive fueron una
sólida razón para detener la invasión norteamericana ante nuestras costas en
los días de Castro). Después de atemperar por un corto período en Timotes,
regresa a San Cristóbal, justamente tres años después, en marzo del año 1924.
Una vez restablecido, más maduro musicalmente y mejor preparado gracias
a los estudios realizados por correspondencia, fruto de su personalidad
disciplinada y tesonera, se da a la tarea de organizar conjuntos musicales. Entre
ellos destaca la popular Orquesta San Cristóbal, integrada por Alfonso Camargo,
José Ignacio Delgado, Manuel Ignacio Casanova, Juan Duque, Eustacio Ponce
(Platerito), José Antonio Prato, José Abel Sánchez, Bernardino T. Cedeño,
Pompilio Ruíz, Santos Zambrano Díaz y el mismo Marco Antonio Rivera
Useche como ejecutante y director. Los instrumentos que integraban la orquesta
fueron: flauta, clarinetes, saxo, trombón, trompeta, barítono, contrabajo y
percusión. “Así eran -explica Rivera Useche- las orquestas de antes”.
Los días de esta famosa Orquesta San Cristóbal quedaron prendidos en el
recuerdo del viejo Teatro Garbiras, precisamente aquel teatro donde había
hecho los primeros ensayos la primera banda de la ciudad cuando casi agonizaba
el siglo XIX. Tocaban en fiestas y reuniones sociales, así como, por supuesto,
en el cine silente.
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aguinaldo, Semana Santa y fiestas patronales de la iglesia de San Juan Bautista
y otras de la ciudad, así como en las poblaciones cercanas.
Por esta banda pasaron músicos importantes del Táchira como Ezequiel
Vivas, Agustín López, Alfonso Camargo, Florentino Camargo, Fernando
Rueda, Jesús Méndez, Alberto Caminos, Pedro Navarro, José Ramón Chacón,
Tulio Rugeles, Manuel Cuberos, Pedro Navarro, Justiniano Cuberos, Rafael
Cuberos, entre otros.
Al morir el maestro Constantino, el P. Maldonado invita a dirigir la banda
a Marco Antonio Rivera Useche, quien estará al frente de ella entre 1927 y
1929, año en que pasará a dirigir la Banda del Estado. A Useche le sucederá,
Evaristo Olivares. Sin embargo, cuando trasladaron al P. Maldonado a Lobatera,
la banda comienza a decaer. Durante algún tiempo se reunían de vez en cuando
para ir a tocar alguna que otra fiesta. Los músicos por fin se “desbandaron”-
nos dirá Useche-.
Una vez fallecido Nicolás Constantino el año 1927 cuando se disponía a
regresar a Caracas, lo sucederá en la dirección de la Banda del Estado, Ramón
Espinal Font quien abandona el cargo huyendo con el general Juan Alberto
Ramírez y otros amigos el año 1929. Al presentarse la acefalía de la dirección
de la banda se barajan diferentes nombres, recayendo la asignación final en la
persona de Marco Antonio Rivera Useche. El nombramiento se concreta por
oficio firmado por el entonces presidente del estado, general Pedro María
Cárdenas, el 21 de junio de 1929.
Mientras se decidía el nombramiento del nuevo director, la banda había
quedado en forma interina en manos de Ramón Niño, clarinetista, quien, por
cierto, colaborará muy activamente en la reorganización de la banda cuando
tome posesión de la misma M. A. Rivera Useche. Efectivamente, durante los
pocos años que el organismo musical estuvo bajo la dirección de Espinal Font,
su disciplina y calidad musical habían decaído considerablemente. El esmerado
archivo de música creado por el maestro Constantino, prácticamente se
destruye. Los papeles de música sirvieron en más de una oportunidad para
envolver fideos de la industria casera que tenía Espinal Font. Los músicos y el
instrumental ya viejo presentaban un cuadro deprimente.
Useche vuelve de nuevo al lugar donde se había iniciado en la música, con
la ilusión de aquellos días y con el empuje, conocimientos y experiencia que le
daban sus treinta y cuatro años recién cumplidos. Se encuentra -como él mismo
comenta- con “una banda de dieciocho músicos en desbandada”.
Cuando lo nombran director, acepta con el compromiso de mejorar la
banda y con la meta de dignificarla tocando sólo en lugares y actos que se
corresponda con su estatus.
Volviendo a aquellos momentos nos dice:
Yo me conseguí una banda de dieciocho músicos; de esos, sólo tres entresaqué.
Los demás se autoeliminaron. Me ahorraron el trabajo de sacarlos. Les cambié
el repertorio y entonces tenían que pegarse a estudiar !caray! ... y no estaban
acostumbrados a eso... Se iban.
- Y dónde conseguía los suplentes, maestro?
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- Venían a pedir puesto músicos de la zona. Les ponía un papel delante y los
probaba. A unos los recibía porque era fácil enderezarlos, pero a otros no.
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saxofones, clarinetes hasta el bajo... !caray!... terminó por sonar diferente... Yo
siempre soñé con una orquesta para este estado.
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Pánfilo Medina Lacruz (Michelena, 1-VI-1911; San Cristóbal, 29-V-1965) después de una
larga preparación casi autodidacta formaliza sus estudios en la Escuela de Música Miguel
Ángel Espinel en las materias teóricas, el bombardino y el trombón y donde luego se llega a
desempeñar inclusive como profesor de Teoría y Solfeo. Se desempeñará como ejecutante
de la Banda de Capacho, en la Banda del Estado Táchira y en la Banda del Estado Trujillo, así
como también dirige la Banda de Michelena, la Banda de Lobatera y la Banda de la Primera
División de Infantería. Fue también un compositor de música para banda y aires nacionales
de valía. Entre sus obras podemos señalar el poema sinfónico para banda Acróstico a la ciudad
de Trujillo o Poema y vida, así como los pasillos El ruiseñor, Pensando en ti o Caricias de amor; los
joropos Capacho en fiestas y Fruterito tachirense; o los valses Feliz bautizo, 24 de junio, El clavel de la
capachera, Alma que sueñas, Alma de mi pueblo, Linda morena...entre otras muchas composiciones.
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uno de los puntales en la historia de la música de cámara en la Venezuela
actual, al frente del renombrado Cuarteto Galzio.
Más adelante, la Academia de Música pasará a llamarse Escuela de Música
Miguel Ángel Espinel, nombre que mantiene hasta la actualidad. Tanto la banda
como la Escuela de Música y otras organizaciones culturales pasan a pertenecer
al Instituto Estadal de Música. En todo este proceso cultural cumple un papel
fundamental y protagónico una ilustre mujer, Dña. María Cristina Santos de
Sánchez.
En la década del cincuenta y hasta su jubilación en 1968, Rivera Useche
hará algunos viajes que le servirán para reafirmar los caminos trazados no sólo
para la banda, sino también desde el punto de vista personal como músico.
Con motivo de la Semana Universitaria celebrada en la ciudad andina de
Mérida, actúan las bandas de los estados Trujillo, Táchira y Mérida. En el
fondo fue una confrontación solapada, para la cual inclusive se habían preparado
especialmente, haciendo horas extra de ensayo por las tardes.
Opiniones encontradas corrían en los ambientes musicales de valles y
montañas andinas. Las bandas de los tres estados (Trujillo, Mérida y Táchira)
estaban en una etapa de eufórica superación. Los músicos que iban y venían,
ponían en primer lugar alguna de las bandas según su preferencia. Tres grandes
maestros estaban al frente de ellas: Laudelino Mejías en Trujillo, José Rafael
Rivas en Mérida y Marco Antonio Rivera Useche en San Cristóbal. Tres
directores indiscutibles y tres compositores de valía. Inclusive la de Trujillo
terminaba de importar un grupo de músicos italianos y era leyenda en la zona
que como los italianos nada mejor en bandas.
El maestro Rivera Useche, en las vacaciones de aquel año, se entera por
boca de un músico que los trujillanos se estaban preparando duramente para
la presentación en Mérida. La opinión del maestro Laudelino y de los italianos
no era muy favorable hacia la banda tachirense, pues un músico precisamente
del Táchira, que a la sazón dirigía allí una banda militar y que no había logrado
la dirección de la Banda del Estado Táchira a la que aspiró, hablaba
negativamente del nivel tachirense.
El maestro Rivera Useche promete que aquella advertencia del músico no
iba a caer en saco roto. Refuerza los ensayos hasta las cinco de la tarde. Algunos
músicos protestan. Pero había una cuestión de honor por delante y al final la
mayoría acepta el reto. Llegó el día.
Al llegar a Mérida ya estaban los trujillanos... !Ra, ra, ra! !Viva la Banda de
Trujillo!... !Ra, ra, ra! !Viva el maestro Laudelino Mejías!... -nos relata a la
distancia el maestro Useche-. Les dije, tenemos un compromiso de honor y
tenemos que poner en alto nuestro gentilicio. La responsabilidad no sólo es
mía sino de todos ustedes. En este concierto necesito que todos pongamos de
nuestra parte. El que se me inutilice por parranda o aguardiente, va para fuera,
aunque me cueste el puesto a mí... (Una amenaza)... Acuéstense, relájense, les
dije... Antes de ir a tocar le pregunté a Apolinar Cantor,3 ¿cómo se siente?. Un
poco resfriado, me contesta. ¿Y eso por qué? Porque no estoy acostumbrado
a tomar refrescos... En una pulpería camino a la Universidad lo convidé a un
trago de brandy... barato entonces. Tómeselo de a poquito, para que le queme
eso a usted... Llegamos a la Universidad -continúa-... Estaban afinando los de
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Apolinar Cantor, Táriba, 1909 - Maturín, 1.XII.1976, director de banda y compositor, ingresa
en la Banda Infantil a los 15 años, luego en la Banda Oficial del Estado Mérida en 1930 y
cuatro años más tarde en la de S. Cristóbal, pasando en 1954 como director de la Banda del
Estado Monagas en sustitución del maestro Ángel Mottola. Es el autor de la famosa pieza El
Chorote, título que remembra la pieza de barro del mismo nombre que se utiliza para hacer
café y que fabrican los ceramistas de Capacho. La bebida acabó con él.
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grabó hasta el último detalle en su afán de provinciano limpio, de inquietud
alimentada por los vientos verdes del Torbes por hacerlo cada día mejor, por
saber más. Allí vio bandas sinfónicas extraordinarias. Allí comprobó que sus
sueños de hacer de la Banda del Estado Táchira una Banda Sinfónica de
Conciertos podía ser realidad.
En 1956, con un amigo paraguayo (“una llave”) que tocaba arpa popular,
hace un viaje a La Asunción del Paraguay. Allí dirige la banda de la ciudad en
un concierto de música paraguaya y venezolana. Al final del concierto, después
de escuchar el Alma LLanera del compositor venezolano Pedro Elías Gutiérrez,
la gente se puso de pie y gritaba: “que se repita esa polka”. Desde Asunción se
dirige a Buenos Aires con la finalidad de poder editar sus obras, pero una
huelga de artes gráficas no le permite alcanzar sus objetivos.
Entre tanto, las composiciones siguen saliendo de su pluma: I will not forget
you, never (1950), Alegrías y tristezas (1951), Adoración (1952), María Eugenia (1955),
Noches andinas (1960), Añoranzas (1961), !Salud! San Cristóbal (1961), La Villa
(1961), y Tierra nativa (1961).
El año 1968 es jubilado. Había renunciado tres veces a la misma. Pero
treinta y nueve años al frente de una institución son muchos años. Al cansancio
normal del tiempo, se van añadiendo intereses y pareceres creados que tratan
de cambiar las cosas en busca de provechos personales, que fuerzan a que el
maestro Rivera Useche deje la batuta en manos de una joven promesa para
aquel entonces, Tíbulo Zambrano y que por esos avatares de la política,
renunciará después para aislarse de la vida pública. Ya el maestro Rivera Useche
había pedido la jubilación el 22 de febrero de 1964 ante el Instituto Estadal de
Música, porque habían trasladado los ensayos de la banda a un lugar
inapropiado. Inclusive en este documento pide que adscriban la banda a la
Dirección de Educación y Cultura de la Gobernación.
No recibe prestaciones sociales. Así nos lo dice él:
Yo no pedí prestaciones. No quise que me regalaran nada. A mi las prestaciones
me sonaban como una puñalada trapera a mi tierra. Eso es de ley. Pero está en
uno. Si uno quiere, si no, no. El sueldo que yo ganaba nunca me falló. No tenía
resentimiento ninguno. Pero sí hubo gobernadores que trataron de meterme
en el zapato, como dicen... El director de banda necesita cierta libertad...
Se retira a San Pedro del Río, un pequeño pueblo andino que juega con los
duendes del valle al lado de la carretera de San Cristóbal a Colón. Allí hacia el
fondo del valle, el pueblo, aserenado entre las serranías, puede pasar
desapercibido para el viajero apresurado. Reconstruído en un aderezo de calles
empedradas, paredes blancas y techos de teja, parece como un pueblo
imaginario rescatado de la historia colonial. Allí “la brisa se posa en los rosales
y de los cafetales revienta una ilusión”, como en la letra del valse de Telésforo
Jaimes. El silencio se hace música en la tranquilidad. El sosiego, la seguridad
de estar habitado por gentes sanas, transporta al visitante a un pedazo de
Venezuela hecho de ilusión. Porque “en S. Pedro del Río -diría el Mtro. Useche,
ni a las muchachas se llevan. Las dejan en casa”.
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De San Pedro del Río era Dña. Juanita. Allí pone su residencia el maestro
Rivera Useche, para perder en la tranquilidad la noción del tiempo. A veces
tanta tranquilidad huele a soledad amarga, para una personalidad esclava por
cincuenta años del reloj y del justo tiempo para las cosas. Y para quien le gusta
conversar, a veces ese retiro casi cartujo, se torna denso, pesado.
Unos años antes de su jubilación, su musa se había detenido. De nuevo
ahora en San Pedro vuelve otra vez a la composición. Así salen a la luz: Himno
a la Escuela de Música de S. Pedro del Río (1977), Bellas riopredenses (1981), Arnit
(1983), I dream of you last night (1984), Thinking of you ever (1984), Mandolineandito
(1985), Himno al Cristo del Limoncito (1985) Bandolineandito (1986), The dancing
dolly (1986), Canto al Río Uribante (1986), Otoñal, La bella y dulce sobrina (1987) y
Tardes de San Cristóbal (1988).
Además de estas obras nuevas, se dedica a pasar casi todas sus
composiciones para orquesta. Según él, estando la obra en este tipo de
instrumentación, sería más fácil que sus músicas se tocasen y se difundiesen, y
es que él compone originalmente para banda y este tipo de agrupación tiene
menos difusión. También hay algo en este criterio de ese prejuicio que se tiene
de que la banda pertenece a un grado inferior en importancia. Ese
endiosamiento que desde el siglo XIX adquirió la Orquesta Sinfónica ha creado
esa especie de estratos. Lamentablemente este es el criterio imperante. Las
bandas pertenecen a un estatus inferior y el maestro consciente de esta realidad
se dio a la tarea de instrumentar su obra para orquesta. Esto trajo consigo una
cierta confusión de fechas en su obra, pues las partituras aparecen con datos
diferentes, sin que se especifique si es la de la composición original o de la
nueva transcripción. A esto hay que añadir los cambios normales que se
producen cuando un compositor vuelve sobre la obra. Y en el caso del maestro
Rivera Useche, como seguía activo hasta la fecha en que lo entrevistamos en
San Pedro del Río (1989) y ya su vista y su pulso le fallaban por lo avanzado de
su edad, encontramos también errores involuntarios de copia.
Esta tarea de orquestar su obra ocupará esa vida retirada, ermitaña, casi
trapense, de San Pedro del Río. Pocas cosas perturban el acontecer diario casi
monacal, de estricto horario, con sobriedad de vida. Sólo a las horas de la
comida se escuchará una campanilla, “sonó el gong”, dice el maestro, cuando
Dña. Juanita en el esmero de la atención lo invite a sentarse a la misma mesa;
o el maestro desde su escritorio, o desde la butaca del porche, o desde el paseo
interrumpido por el jardín frondoso, suene un silbato porque necesita ayuda o
desea comentar algo. Sólo la campanilla y el silbato cortan el silencio quieto
que reposa sobre la casa del los Rivera-Moreno, situada como centinela a la
puerta de San Pedro del Río. Lo demás son pájaros o algún chicuelo de cachetes
rosados que busca su travesura por los alrededores.
Los domingos llegarán desde S. Cristóbal los hijos o algún amigo. Y
entonces el maestro Rivera Useche hablará... y hablará en pausado andino,
con amenidad, gracia y humor de recuerdos precisos, mientras que Dña. Juanita
con su diligencia atenta, dará marco a un ambiente de sano hogar.
Algún homenaje, algún concierto, algún reconocimiento vendrán a dar un
mínimo de variedad a esa vida sosegada riopedrense. Por ejemplo, el año 1976
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se inaugura la Escuela del Música de S. Pedro del Río con su nombre. El
discurso lo da su amigo y benefactor del pueblo, el Dr. Pedro Granados Ruíz.
En 1981 se bautiza el disco Tierra y canto en el Club Tenis. Lo apadrina M. A.
Rivera Useche.
Muchos han sido los homenajes y condecoraciones, siempre regionales,
que el maestro Rivera Useche recibió. Entre ellas podemos destacar: Orden
Francisco de Miranda 3ra Clase (1951), Pergamino de Oro Concejo Municipal
(1954), Condecoración del Ejecutivo del Estado Táchira (1954), Banda del
Estado Mérida (1954), Condecoración del Salón de Lectura (1954),
Condecoración de la Banda Sucre del Estado Trujillo (1954), Condecoración
de la Asamblea Legislativa del Estado Táchira (1954), Condecoración de la
Academia de Música del Estado Táchira (1954), Condecoración del la Banda
del Estado Táchira (1954), Condecoración del Club de Leones (1954),
Condecoración de la Banda Dalla Costa de Ciudad Bolívar (1954),
Condecoración de la Academia de Música del Estado Táchira (1962),
Condecoración de la Dirección de Educación (1963), Condecoración de la
Banda Marcial nº 1 de la Primera Brigada (1964), Condecoración del Día del
Trabajador (1965), Orden Andrés Bello Segunda Clase (1969), Batuta de Oro
del Instituto Estadal de Música (1969), Honor al Mérito Botón de Oro C. M.
(1968), Lira de Oro, Concejo Municipal del Distrito San Cristóbal (1969), Orden
Francisco de Miranda, Segunda Clase (1972), Condecoración del Instituto
Autónomo Estadal de Música (1972), Medalla al Mérito del Diario
Católico(1977), Medallón, Honor al Mérito (1976), Emblema de Oro de la
Ciudad de S. Cristóbal (1981), Orden García de Hevia (1981), Orden García
de Hevia Primera y Segunda Clase (1982), Réplica de la Llave de la Ciudad
(1984), Orden Cámara de Comercio e Industria del Estado Táchira (1984),
Pergamino de la Banda Sucre y Pueblo de Lobatera (1987), Medalla Honor al
Mérito de la Dirección de Educación del Estado Táchira por los noventa y
dos años de existencia (1987), Condecoración y Socio Honorario Rotary Club
Torbes (1988). Así también las siguientes placas: Universidad de los Andes,
Núcleo Universitario Táchira, Cátedra Seminario de Historia de la Educación
en Venezuela (1987), Placa de la Banda de Conciertos del Estado Táchira
Honor al Mérito (1975), Pergamino de la Junta Comunal del Municipio San
Pedro del Río del Distrito Ayacucho (1985), Placa de Reconocimiento del
Instituto Autónomo Estadal de Música (1975), Placa de Reconocimiento de la
Universidad de los Andes (1981) y el año 1989 el Consejo Nacional de la
Cultura (Conac), realiza la edición del programa de bandas con su nombre,
como testimonio de reconocimiento a su obra y a la Banda de San Cristóbal.
Marco Antonio Rivera Useche fue solamente músico. Toda su vida giró
desde sus años mozos en torno a la música y no permitió que este sendero se
desviase. Una vez un gobernador lo quiso nombrar secretario porque tenía la
letra bonita, pero no lo aceptó. “Yo no serviría ni para policía” -nos dijo-.
Y desde el año 1929 su columna vertebral como músico fue la banda.
Cumplió otras actividades como músico, pero su centro estaba allí, en el podium
con su batuta en las retretas de los jueves y domingos. Siempre con la
preocupación de superarse y hacer que los demás también lo hicieran. Las
24
Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
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Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
importante del Estado, pues es nada menos que su Capital, se carece en absoluto
de establecimientos o academias de artes y oficios en donde el pueblo cultivando
su inteligencia alcance más tarde los grandes beneficios que surgen del
aprendizaje; siendo a la vez sumamente útil para la sociedad alejar a todo
trance la ociosidad de su seno, y cuanto elemento heterogéneo pueda traerla a
peligroso caos.
La ocupación es y debe considerarse como lo hacen las naciones más cultas
del mundo civilizado, de alta necesidad y de inmensa conveniencia aún hasta
para la misma seguridad de personas e intereses, porque para inclinarse al mal,
adoptar la tenebrosa senda del crimen, teniéndolo indispensable a las
necesidades de la vida, es preciso que se halla llegado, al colmo de la más
espantosa corrupción, lo que no es de esperarse en nuestros nacientes pueblos
creados y aleccionados bajo un sistema de educación, que siguiendo sus nobles
y generosos instintos los aleja muy mucho del caos expresado. Sin embargo es
preciso y conveniente poner en práctica medidas que tiendan a inculcar en el
corazón de ese mismo pueblo amor al trabajo y deseo de sobresalir en este o
aquel oficio o arte; y bajo la impresión de esta hipótesis, muy conveniente
sería que el ilustre Concejo Municipal de este Departamento, se ocupase de la
materia que someto a su consideración. Por lo pronto convendría el
establecimiento de una clase de música, en donde doce niños pobres recibiesen
instrucción señalando al director instructor un sueldo mensual por lo menos
de treinta y dos venezolanos, y destinando la cantidad suficiente para la compra
de doce instrumentos distribuibles entre el expresado número de jóvenes, lo
que organizados, constituirán una asociación que se denominará “Banda
Filarmónica del Distrito”, comprometida luego que esté en aptitud de hacerlo,
a todas las tocatas oficiales para que sea llamada, y a dar una retreta con su
correspondiente programa los jueves de cada semana a los ciudadanos
Presidente del Estado y Jefe de las Armas si lo hubiere, y comprometidos
también a mantener en buen estado los instrumentos, inventariándolos con
denominación de su clase y el nombre y apellido del individuo que lo tenga,
constituyéndose responsables cada una por lo que se le entrega, de cuyo
inventario pasará copia autorizada el director de la banda al ciudadano
Presidente del Concejo Municipal que se observará en el archivo de esa oficina
como comprobante. Todo esto sin perjuicio de la mejor organización que
acuerde el Ilustre Concejo Municipal sobre la materia. Dios y Federación. F.
Angarita. (Archivo Municipal de S. Cristóbal. Documentos Tomo I S. Cristóbal
1875. Prefectura del Departamento Capital, Número 73, S. Cristóbal, marzo
18 de 1875) (Villamizar Molina, 1972:160).
27
ciudadano Prefecto de este Departamento, el Director que se nombre, el cual
recibirá la lista de alumnos de la misma autoridad, a quien además se le exija
para la recolección de los instrumentos diseminados, todo esto, a reserva del
reglamento interior que se dicte sobre el particular, publicándose la referida
nota y el presente acuerdo el Porvenir de esta ciudad.
Habiéndose procedido a la elección fue nombrado el Cdno. Rosario Velazco.
Lo que participo a Ud. para su conocimiento y fines consiguientes. Dios y
Federación. Francisco Sánchez L. (Archivo Municipal de S. Cristóbal,
Documentos Tomo I, S. Cristóbal 1875, Presidencia del Concejo Municipal, n
49, S. Cristóbal, Marzo 29 de 1875, 12 de la Ley y 17 de la Federación).
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Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
CA N TA N TE S
Clarinetes....................................... 2
Requinto......................................... 1
Cornetines...................................... 2
Flautín............................................ 1
Sum a................... 6
BA JO S
Bom barda....................................... 1
Bom bardines o Strom bones........... 2
Saxhorns ....................................... 2
Sum a.................. 11
RU ID O S
Bom bo............................................ 1
Redoblante..................................... 1
Platillos.......................................... 1
Sum a................... 14
M O V ILIA RIO
U na m esa de vara y m edia de largo y una de ancho con su cajón
cerradura.
Tres bancas de largo de una tabla ordinaria.
Tres atriles de m ism o largo.
U na lám para de gas y dos faroles de vidrio,San Cristóbal,abril
de 1875.
J.R.Velazco.(Prefectura delD epartam ento Capital.N úm ero 101.
San Cristóbal,abril8 de 1875.12 de la Ley y 17 de la Federación).
También con motivo de este viaje de Doña Zoila el año 1905, fue muy
renombrado el baile que se realizó en casa del general Antonio Cárdenas
31
Zambrano y Doña Balbina Cárdenas de Cárdenas en la esquina de la calle 3
con carrera 6, después sede del primer Palacio Episcopal de San Cristóbal.
Este baile fue famoso porque allí, según la tradición, se bailó por primera vez
la cuadrilla en S. Cristóbal, baile por cierto de distinción y elegancia social
(Villamizar Molina, 1980: 522 ).
En 1910 se da inicio a otra reorganización de la Banda del Estado a cargo
del maestro italiano Nicolás Constantino. Los músicos estaban ya viejos y
para sustituirlos el Mtro. Constantino abrió una Escuela de Música en el Hotel
de Dña. Evarista Vega, con la finalidad de preparar jóvenes músicos. Allí se
formaron Marco Antonio Rivera Useche (bombardino), Ignacio Delgado
(cornetín), Felipe Sebastián Cárdenas (flauta), Carmelo Lacruz (genis y
cornetín), Santos Zambrano Díaz (genis y saxofón), Carlos Medina (el Cuzco)
(bombardino), José María Fossi (flauta), Rosendo Suárez (trombón), Pablo
Emilio Ortiz (genis y cornetín), Azael Contreras (clarinete), Nemesio Miranda
(trombón), José Antonio Guerrero (batería), Felix Valois Parra, Job Amado,
Manuel Carreño y Antonio Ramón Niño que se perfecciona con Constantino.
Además trae otros italianos buenos músicos como los hermanos Luis (cornetín)
y Ambrosio (bombardino) Lupi, así como también a Leopoldo Martucci
(bombardino) y el hijo de éste Cayetano (clarinete), y al famoso trompetista
Frederick William Hollugsworth. Los Lupi cumplirán una excelente labor más
tarde en bandas del Edo. Trujillo y en Petare, donde encontramos
composiciones de Luis Lupi entre los papeles del archivo de Jermán (sic) Lira.
Los Martucci reorganizarán luego la Banda de Maracaibo y primero el padre y
luego el hijo la dirigirán por varios años. Fueron también compositores. (A
estos músicos nos hemos referido líneas arriba).
Constantino implantó un nuevo repertorio al que los músicos de D.
Alejandro no estaban acostumbrados, ni en muchos casos estaban en capacidad
de poderlo hacer. En vez de los tradicionales valses, bambucos y pasillos,
introduce mucha música internacional como marchas, oberturas de ópera,
fantasías etc. y preferentemente de la música italiana. Impone una disciplina
de trabajo muy rígida, que iba desde mandarlos a la policía si llegaban tarde al
ensayo, hasta aspectos técnicos de una gran pulcritud y exactitud en la ejecución.
Por otra parte, D. Alejandro, que gozaba de la simpatía del público y de los
músicos, pasa a ser el subdirector de la banda. Además hasta ahora, el director
de la banda había sido también compositor. Constantino era un buen ejecutante,
pero no compositor. A todo esto hay que añadir que el carácter de Constantino
era muy fuerte, destemplado, desconsiderado, ofensivo hacia los músicos, lo
que fue creando descontento hacia el maestro italiano, sin olvidar también
que era extranjero y D. Alejandro era tachirense. Sin embargo, el maestro
Constantino tuvo siempre el apoyo oficial.
D. Alejandro fundó su banda particular y mientras Constantino ejecutaba
música académica selecta, el pueblo pedía bambucos, pasillos y valses que era
lo que les ofrecía D. Alejandro. Así se fue estableciendo una rivalidad entre las
dos bandas y entre las gentes partidarios de una y otra. No olvidemos que para
aquella época, la banda era un motivo vivo para la distracción y el solaz.
32
Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
En las fiestas de enero de 1911 -nos relata Ovidio Ostos-, las bandas hacían
aquellos paseos típicos por las calles de la ciudad y venían a concluir el recorrido
frente a la Jefatura Civil, que estaba situada en la esquina que hoy ocupa la
Flor de París, diagonal con el actual Salón de Lectura. En una de aquellas
tardes las dos bandas, al terminar el paseo en dicha esquina, llegaron tocando
como era costumbre, y ninguna de las dos dejaba de tocar, estableciéndose
entre ellas una especie de pugilato, al mismo tiempo que el pueblo se encendía
con la rivalidad. Don Nicolás Constantino, con su bastón de mando trataba de
aparecer sereno; y Don Alejandro, al frente de los suyos, con su bombardino
encabritado, jugueteaba, haciendo filigranas que le eran típicas. Como nadie
cesaba de tocar, el pueblo empezó a tomar para sí aquel duelo singular, y de la
Jefatura tuvieron que participar al General Régulo Olivares lo que sucedía,
imponiéndose el orden por medio de la fuerza pública de fusil y bayoneta
(pág. 12).
3. El fruto de su talento
3.1 Bambucos
37
envergadura. Un tal Karl Rischer y madame Clarais, que habían traído consigo
un clavicordio, fundaron una orquesta que se componía de flautín, flauta,
oboe, clarinete, trompeta, tres trombones; tres violines, viola, dos violoncellos
y batería. Un dato curioso: en los primeros tiempos de la emigración, dábase
el caso singular de que el público reunido en el Tívoli cantara a coro, con el
mismo entusiasmo, La Marsellesa y el Himno de San Luis. Lejos de una
guillotina que parecía leve cuando se la comparaba con los machetes de la
gente de Toussaint, los exiliados alababan la Monarquía y la República.
Antes de la Llegada de los franceses -sigue relatando Alejo Carpentier-, el
minué era bailado, solamente, en un círculo reducidísimo de la aristocracia
cubana. Ahora los fugitivos lo popularizaron, trayendo a demás, la gavota, el
passepied y, sobre todo, la contradanza. El hecho es de capital importancia
para la historia de la música cubana, ya que la contradanza francesa fue adoptada
con sorprendente rapidez, permaneciendo en la isla, y transformándose en
una contradanza cubana, cultivada por todos los compositores criollos del s.
XIX, que pasó a ser, incluso, el primer género de la música de la isla capaz de
soportar triunfalmente la prueba de la exportación. Sus derivados originaron
toda una familia de tipos aún vigentes. De la contradanza en 6 por 8 -
considerablemente cubanizada- nacieron los géneros que hoy se llaman la clave,
la criolla y la guajira. De la contradanza en 2 por 4, nacieron la danza, la
habanera y el danzón, con sus consecuentes más o menos híbridos.
Manuel Saumell, como habremos de verlo más adelante, reunirá pronto, en
su obra finísima, los elementos rítmicos y melódicos característicos de todos
estos géneros. Porque, en las contradanzas de Saumell se encuentran ya fijados,
antes de haber transcurrido la primera mitad del siglo XIX, los perfiles y giros
que dieron cuerpo, bajo diversos nombres y paternidades más o menos
contestadas, al conjunto de patrones que alimentaría la cubanidad de un
amplísimo caudal de música producida en la isla (Carpentier, 1946:127-129).
40
Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
los ataques dichos, ha escrito esta pieza en honor a esta fragante y deliciosa
fruta tropical.
41
3.2. Canciones
I will not forget you, never, Delirium (1950). Para piano y voz. Dedicado a una
muchacha en EE.UU. que los atendió muy bien y se la dedica en el día de su
cumpleaños.
La bella y dulce sobrina (La Bella e Piccola Nepote) (1986). Instrumentada por
Luis Hernández.
3.3. Contradanza
Toda esta primera parte está en tiempo de joropo, para terminar en doce
compases instrumentales que titula galerón (baile).
En sucesión de continuidad le sigue un moderato en tempo di bambuco
donde se canta:
El Llano y la Montaña
se eternizan por amor!
El Llano y la Montaña
se eternizan por amor!
43
3.5. Fox-trot
El demócrata (1916).
Demócrata Sport Club (1918)
Danubio azul (1924)
Five of clock (1925)
Salambó (1927). Lo motiva a componer esta pieza y de allí el nombre, una
novela de título homónimo del escritor francés Teófilo Gautier que lee mientras
está preso. Al salir de la cárcel escribe solamente la melodía y años más tarde la
completa para piano.
3.6. Galerón
44
Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
3.7. Himnos
Querida Ciudad,
hermosa y gentil,
soñada Ideal,
venimos a ti
con esta canción
de fe y lealtad.
Queremos cantar
este himno de amor
y afecto filial
a tí, mi pueblo tenaz,
terruño sin par
que viónos nacer.
Traemos del monte
“jardín familiar
de palmas y flores”
el rojo clavel,
y el níveo azahar,
de aroma sutil,
para ofrendarlos
a tí San Cristóbal,
con honda emoción
a tu gloria y honor.
Tenemos la fe
en nuestro Gran Dios,
que es tradición
de honor,
y siempre será
el gran ideal
de nuestra inquietud
y amor,
la Santa Cruz,
que nos legó
el bravo español.
Ciudad de los Andes
linda flor,
por ti nuestra lira
45
va a vibrar,
y alegres cantaremos
en tu honor y a tu gloria
este himno de profunda admiración.
Que viva !San Cristóbal ¡
y su cielo siempre azul,
y sus paisajes que arroban
por su belleza y eterna juventud.
Himno de las granjas infantiles (1945). Texto del Dr. Eduardo Cortés Arvelo.
Himno a Monseñor Fernández Feo (1956). Letra del Dr. Teodoro Gutiérrez
Calderón.
Himno a la Escuela de Música de San Pedro del Río. (1977). La letra es también del
compositor. La escuela lleva hoy su nombre.
Canto al Señor del Limoncito guardián de la ciudad (1985). Letra del Dr. Tulio Chisone.
3.8. Intermezzo
3.9. Joropos
47
Useche escribe en aire de joropo:
Lo motiva a escribir este joropo el relato simpático del Dr. Gustavo Nieto,
quien estaba entre los asistentes a la convención, sobre las virtudes y poderes
especiales que tiene el consomé de chipi-chipi para la potencia viril.
También la fantasía Llano y montaña comienza con un joropo que vimos en
su momento.
3.10. Marcha
3.11. Oberturas
Las obras escritas para esta forma de música académica, también muy
común entre nuestros compositores, son instrumentales con tres movimientos
según el modelo italiano (rápido, lento, rápido) o en dos según el francés (lento
-tocado dos veces-, rápido). Como se sabe, surge como parte instrumental
para abrir la ópera y en el transcurso de la historia fue tomando ciertos matices
como forma independiente. Así al comienzo, siglo XVII y parte del XVIII,
tuvo más un carácter de suite, o sea, una obra con varias partes, mientras que
a finales del siglo XVIII y durante el XIX por la importancia de la forma
sonata, algunas oberturas (en francés ouverture) se aproximaron a esta forma.
La obertura, también conocida como sinfonía en sus inicios, así como sirvió
para abrir la ópera, también ganó vida propia como forma independiente de
concierto, especialmente en las bandas. Detallamos ahora sus producciones
en este género.
La villa (1961). También la llama Pequeña obertura. Fue compuesta con motivo
de la celebración de los cuatrocientos años de la fundación de la ciudad de San
Cristóbal (1561-1961). Originalmente la compuso para banda y luego la
transcribe para dos pianos. Tiene una forma de obertura-suite con las siguientes
48
Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
The dancing dolly (La muñeca bailarina) o A musical toy (Juguete musical). Pequeña
obertura (1986). En diciembre de este año ve en las calles de San Pedro del
Río, una muñeca de fabricación japonesa y le llama la atención. Este fue el
motivo para escribir esta obertura tipo italiana en tres movimientos: Allegro
non tropo, andante calmo y allegro. Se la dedicó a la Banda Experimental del Táchira
dirigida para el momento por Luis Hernández. Se la iba a dedicar a una sobrina
suya con otro título: La piccola gaza.
3.12. Pasillos
3.13. Pasodobles
Bajo el alegre cielo (1942). Piano. Está “dedicado al Dr. Rafael María Rosales
autor del título de este pasodoble”.
3.14. Suite
Tierra Nativa (1961). Suite en cinco partes para coro mixto a cuatro voces y
banda. Fue dedicada al poeta tachirense Fernando Tamayo. Está integrada por
algunas piezas que tuvieron vida independiente como el pasillo San Cristóbal,
Llano e luna (en homenaje al barrio homónimo, siempre limpio y lindas
muchachas que cantó el poeta Fernando Tamayo) y el villancico Mañanitas
navideñas. La suite tiene las siguientes partes: Después de media noche (pequeño
preludio), Llano e luna (serenata evocativa), Mañanitas navideñas (bambuco-
villancico), Adorar al Niño (dormite mi Niño: villancico canción de cuna) y San
Cristóbal (pasillo).
50
Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
3.15. El vals
mientras que la segunda es más criolla. También sucede con que si la primera
parte, está en menor la segunda pasa a modo mayor, o a la inversa.
Estos rasgos que hemos anotado de la melodía, métrica, armonía y forma
del valse criollo, se dan en los compositores de salón que escriben para una
dificultad media de aficionados o poco más, como es el caso de Heraclio
Fernández (1851-1886) con su famoso valse El diablo suelto (J. Peñín, 1989: 14-
17) con sus muchas versiones, caso típico de esa característica de la que
hablamos de variar en la interpretación lo que el autor escribió originalmente;
Idelfonso Meserón y Aranda (ca.1808-1895); José Ángel Montero (1839-1881)
con Agua va; José Gabriel Nuñez Romberg (1834- 1918) con El elegante; Alfredo
Paz Abreu (1848-1880) con Quejas; Manuel F. Azpúrua (1850-1892) con El
suspiro; Narciso Salicrup (1869-1908); Ángel María Landaeta (1872- ? ) con su
Adiós, a Ocumare; Jesús Telésforo Jaimes (1874- ? ) con sus famosos valses
Pluma y lira y sobre todo El campo está florido; Francisco de Paula Aguirre (1875-
1939) con el Dama antañona; Federico Gustavo Vollmer con Isabelita o El reloj
de la catedral; Manuel Guadalajara (c.1870-1919) con Yo no te olvidaré o Ecos del
corazón; Manuel Antonio Carrillo (1892-1962) con Como llora una estrella; J. B.
Cabrera con Una lágrima; Rogerio A. Caraballo con Un sueño de amores; Pedro
Larrazabal con Pensando en ti; Salvador Narciso Llamozas (1854-1940) con Tú
sola o Es ella; Isabel P. de Maury con Isabel; José Mármol Muñoz (1825- ) con
El americano; B. Rodríguez Bruzual (1852-1925) con Reminiscencia; José María
Suárez (1845-1922) con Arrullo de las tórtolas; Rafael M. Saumell con Cabellera
rubia; Simón Wohnsiedler (1864-1925) con Ensueño; F. M. Tejera (1840-1878)
con Alas de mariposa; Laudelino Mejías (1893-1963) con Déjame soñar; Pedro
Elías Gutiérrez (1870-1954) con Geranio; Manuel Hernández con A la luz de la
luna; Augusto Brandt (1892-1942) con Recuerdos de mi tierra; o Francisco de
Paula Magadaleno (1852-1910) con Caracas cómico por citar algunos de los más
famosos de dificultad media. Y también en otros compositores que escriben
valses de mayor aliento como es el caso de Teresa Carreño (1853-1917), curioso
por cierto, porque a pesar de que es llevada del país siendo muy niña y sólo
regresa en dos oportunidades (1885 y 1887), escribe, por ejemplo, para el
nacimiento de su hija Teresita, un valse con el título homónimo, que guarda
las características del valse criollo aunque de mayores dimensiones y de
tratamiento armónico más elaborado (Peñín, 1989). Otro caso, donde el valse
responde a una cierta intención de concierto, que también se da en algunos
compositores europeos, como por ejemplo en F. Chopin, lo tenemos en
Venezuela con Ramón Delgado Palacios (1867-1902), egresado del
Conservatorio de París, con La dulzura de tú rostro o Gentileza, Federico Villena
(1835-1899) con Los misterios del corazón o Sebastián Díaz Peña (1844-1926)
con Maricela.
A este recuento del valse venezolano, hay que añadir, para ubicar la
producción valsística de Marco Antonio Rivera Useche, que alrededor de la
Primer Guerra Mundial del año 1914, el valse criollo se europeiza de nuevo y
empieza a predominar, sobre todo en bandas, un tipo de vals de melodía de
trazo largo arqueado tipo italiano y acompañamiento marcando los tres tiempos
del compás tipo vienés, así como de varias partes, comúnmente a cinco. En
53
este sentido hay que citar valses como Conticinio de Laudelino Mejías, Laura o
Geranio de Pedro Elías Gutiérrez o algunos del mismo maestro Rivera Useche
como veremos. Esto se debe en parte a la mayor influencia que va a tener
Venezuela de Europa con la explotación del petrolero y la ópera italiana en el
caso de Caracas. Para el interior del país, sobre todo en Los Andes, llegan
finalizando el siglo XIX y comenzando el XX músicos italianos para las bandas
como es el caso del maestro Nicolás Constantino que tratan de cambiar el
repertorio programando valses europeos.
El mismo Rivera Useche nos dice:
Aquí ha pasado una cosa. Aquí se conservó un estilo casi colombiano.
Colombia estaba a la vuelta de la esquina. Se parecían mucho el de aquí y el de
allí. Ellos le dicen vals al europeo, pero al suyo lo llaman pasillo y nosotros
entendemos por pasillo otra cosa... El que había aquí, sacado con bandola,
especie de bandolín, era saltarín... salta perico... Vino entonces el maestro
italiano en 1910 y se modificó el estilo... melodías largas, fluidas, no
saltarinas...Trató de desplazar esas músicas, pero no pudo. Quiso consolidar
el estilo, pero no pudo. Algo en cambio pegó. No influyó tanto por influencia
de Justo Telésforo Jaimes, llanero, que llegó de muchacho en recluta... tocaba
cuatro, requinto... se radicó en La Concordia en casa de D. Lino Barrios, áspero,
rico, con potreros donde pernoctaban los que venían del Llano. Se casó con
Doña Lina... Lo conocí cuando dirigía la Banda de Táriba y al lado ponía una
silla para Dña. Lina... Tocaba clarinete como si estuviese riéndose...
54
Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
To my first sweet heart (1925) dedicado a la primera novia y que después le cambiará
el título por Noche de luna, porque la melodía se le ocurrió una noche de luna
clara sentado sobre la grama tenue. Allí anota el nombre de las notas y luego la
escribe para voz y piano con letra de Luis Medina. Más tarde le pone una letra
suya “para que los acentos vayan más de acuerdo con la melodía”. Le hará
también con el tiempo un arreglo para soprano y contralto. Esta pieza fue
grabada por la Estudiantina Alma Tachirense el año 1986.
Oro y amor (1925) y Arte amor (1926), completan las composiciones valsísticas
compuestas antes de ser director de la banda. Fueron escritas para piano y
voz, aunque la distribución pianística en general en la obra de Useche, será a
manera de guión, pues con mucha frecuencia los pasajes escritos no son
pianísticos, sino reducciones a clave de sol y fa de un pensamiento bandístico.
Él pensó en la banda. Él fue un músico de banda en el más exigente sentido
de la palabra y lo que escribe, lo escribe bajo ese prisma.
Alborada campestre (1930), un gran vals en estilo vienés. Fue la primera obra
suya que ejecutó la Banda del Estado una vez nombrado director de la misma.
El mismo Useche relata en una hoja manuscrita titulada Nota de programa, las
circunstancias de su composición.
Una fiesta campestre de auténtico sabor campesino dio lugar al autor para
escribir esta pieza, que fue la primera composición ejecutada poco después de
ser nombrado director de la Banda Oficial de Conciertos. La fiesta comenzó
con una serenata con motivo de celebrarse el onomástico de uno de los
propietarios de la que fue -para esa época 1930-, Hacienda Pirineos de los
hermanos Quintero Ibaramendi. El autor dice que él al sentir sueño, pidió
permiso y se retiró a dormir. Allí todo estaba preparado, era una casa bastante
amplia, digna de llamarse hacienda, con razón se la tenía como la mejor finca
campestre y a la buena fama se le agregaba la cordialísima receptividad de sus
dueños. En su rebato el autor dice que él creyó que iba a dormir como un
lirón, pero no pensó que las actividades campestres empiezan de tres a cuatro
de la madrugada (en esa época); pero tanto los ordeñadores como las vacas y
los becerros, unos con sus gritos y cantos y los animales con sus mujidos y el
constante latir de los perros, alejaron toda posibilidad de conciliar el sueño y
se vio obligado a prestarle atención a aquellas impresiones que en armonía
con la simpática algarabía del amanecer sirvieron de sedante para sus sistema
nervioso, regresando a su casa suficientemente motivado para transcribir en el
alegre y sonoro lenguaje de los sonidos aquellas impresiones que no se repetirán
nunca más. Y fue así como fácilmente escribió el vals que intituló Alborada
Campestre, sin tratar de imitar los estridentes sonidos que emitían los diferentes
animales que obligados concurrían a ese singular concierto.
55
donde los ordeñadores nombran cantando a la vaca que desean ordeñar y el
animal se viene hasta donde está el peón que luego le seguirá cantando para
que el animal se mantenga tranquilo. El mismo Useche nos dijo al respecto:
He tenido el cuidado, porque son muchas las melodías que le pasan a uno
por la cabeza, de no repetir ninguna. En una oportunidad, estando yo en la
cárcel, había compuesto una melodía. Después cuando la tocábamos, un
compañero siempre se reía, hasta que le pregunté por qué. Se me parece a tal
marcha, me contestó. Entonces la rompí; me sirvió de ejemplo.
56
Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
“Era una mañana fresca de un domingo del mes de junio -escribe el mismo
compositor para un programa de mano- una espesa neblina cubre la rural
sabana, hoy La Concordia. Allí vivía en una casa alquilada de una finca. Entre
las nubes se coló un rayito de sol”. Este fue el suceso simple, natural, pero
grandioso en la simplicidad, que lo motivó a escribir este vals. Era el año 1940.
En aquellos días su esposa esperaba su primogénito, Marco Aurelio. A él se lo
dedica. Y con la frescura de su pluma de natural poeta, cautivada en un día
cualquiera de San Cristóbal esperando que un poco de sol venza la gris y fría
niebla mañanera, escribe:
Y así, un día cualquiera de niebla gris y fría entre los muchos del año en
San Cristóbal, ciudad andina siempre de montes verdes, de húmedos caminos,
recostada entre lomas y hondonadas, de eternas flores poblada, de luz tenue y
sosegada en la tibieza del trópico, en su cotidianidad, motivó a Marco Antonio
Rivera Useche a escribir texto y música de este bello vals-canción en forma de
rondeau (a, b, a, c, a), en una cuadratura métrica perfecta, en períodos de
dieciséis compases, con dos frases de ocho compases y estas a su vez, integradas
cada una por miembros de cuatro compases.
Todos los inicios son anacrúsicos y los finales téticos completándose con
los tiempos del último compás los que faltan al comenzar, cerrando de esta
manera una perfecta cuadratura. Sin duda, esta cuadratura no es buscada
intencionalmente, sino que surge en forma espontánea porque el compositor
es simplemente el vehículo inconsciente de la tradición. En nuestra cultura
occidental, la cuadratura en cuatro y sus múltiplos, es una constante. La
encontramos abundantemente en las manifestaciones folklóricas, o en W.
Amadeus Mozart o en el jazz. Somos una cultura de pies métricos cuaternarios
(4,8,16,32).
En cuanto a la armonía, la obra juega entre el modo mayor y el modo
menor, no sólo en la alternancia, sino en pasajes que están en modo menor,
como por ejemplo, en el estribillo (excepto el final en do mayor) en la menor,
donde de pronto el acompañamiento trata de enmascarar su relativo do mayor.
Esta es otra de las características donde el maestro Rivera Useche se hunde
también en las raíces de nuestra tradición. También aquí se hace eco
inconsciente de este legado del juego en la música tradicional entre el modo
mayor y el modo menor.
Por otra parte, las modulaciones son a tonalidades vecinas a veces casi
sólo insinuadas. El acompañamiento tiene el típico metro del vals venezolano
de negra, silencio de corchea, corchea, negra. La melodía se mueve con
naturalidad, volviendo reiteradamente al movimiento por grados conjuntos,
bordando a veces un sonido y a veces trabaja pasajes en terceras y su inversión
en sextas, tan típico de la música andina, así como movimientos arpegiados
sobre acordes de séptima disminuida en sitios estratégicamente colocados, ya
al inicio o en finales cadenciales. Así como terminando con un final de intervalo
de sexta.
Irma (1946). Este vals fue compuesto para banda y está dedicado a la esposa
de general Isaías Medina Angarita.
Alegrías y tristezas (1951). El título original de este vals fue Gladnes and sadness.
Este vals, también en tres partes, está precedido por una introducción en
6/8. La partitura para banda fue escrita para 2 flautas, oboe, clarinetes (piccolo,
soprano en sib 1-2-3, contralto en mib y bajo en sib), fagot, saxos (alto, soprano,
tenor y barítono en mib), cornos 1-2-3 y 4 en mib, cornetínes 1-2 en sib,
trombones 1-2 en sib, fliscornos (soprano en sib, barítono en sib, bajo),
contrabajo y percusión. La versión para piano, es más un guión reducido a
clave de sol y fa, que una partitura para piano, pues hay pasajes que son
intocables en este instrumento.
Como en otras obras, el maestro hizo una versión para orquesta con la
siguiente instrumentación: (fl.1-2, ob. 1-2, cl.1-2-3, fag., tromp. 1-2, cor. 1-2-3,
tromb.1-2-3, t., perc., vl. 1-2, vla., ch., cb.). También está grabado por la
Estudiantina Alma Tachirense, Fundación para el Rescate del Acervo Musical
del Táchira, Estudios Intersonido C.A. 17-06-1986, en arreglo para esta
agrupación.
María Eugenia (1955). Este vals fue “dedicado a la niña María Eugenia, dilecta
hija de los esposos Dr. Antonio Pérez Vivas y Sra. Josefa María de Pérez
Vivas” y publicado en el periódico La Nación, San Cristóbal, domingo 23 de
noviembre de 1969 en versión para piano. En el archivo de la banda en San
Cristóbal hay otra versión para banda, con la siguiente instrumentación: Guión,
flauta 1-2, oboe, clarinete 1-2-3-4 en sib, clarinete contralto, clarinete bajo,
saxo, corno 1-2-3, fagot, cornetín solista 2, trompeta 1-2-3, barítono 1-2-3 en
sib, trombón 1-2-3, contrabajo, tuba en sib, requinto en mib, fliscorno 1-2,
fliscorno en mi y percusión. La obra tiene las partes: Andante, vals y coda.
A ti y para ti (1958), vals lento, es otra de sus producciones para este género.
Noches andinas (1960). Vals de salón o también denominado por el maestro vals
clásico. La motivación para escribir este vals, la tiene durante su viaje a Caracas,
como ya dijimos, en una reunión social que se hace en El Club Táchira. Allí
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viendo a sus conterráneos bailar valses europeos, piensa en escribir valses de
salón pero de carácter andino en función social, y es así como al regresar a San
Cristóbal compone esta tanda de cinco valses que titula Noches andinas.
Dedicado al público tachirense -escribe- y en especial al de S. Cristóbal. Sus
melodías están inspiradas en el ambiente de alegría y optimismo que se refleja
en los diferentes aspectos de la vida diurna y nocturna de una gran ciudad a la
vez que nos trae recuerdos de ayer romántico y sus inolvidables veladas en
familia y en los centros sociales. Los Andes con sus majestuosas montañas y
selvas; los valles con sus pintorescas ciudades y atrayentes pueblecitos y sus
variados y encantadores paisajes, son en fin, tan hermosos como los antiguos
y famosos bosques de la milenaria Europa. En nuestra cordillera andina, hay
según el autor de este vals, muchos motivos de inspiración.
Añoranzas. Este vals fue compuesto para piano en San Pedro del Río en la
Navidad del año 1975. Tenía letra pero se perdió. Como otros valses del maestro
también tiene tres partes, con una cuadratura perfecta, con las terceras y las
sextas, con una armonía fresca y fluida, con los inicios anacrúsicos de miembros
y frases, así como el característico metro del valse criollo en negra, silencio de
corchea, corchea, negra.
Norymar (1970). Este valse, aparece en algunas partituras como pasillo. Debemos
recordar que el término pasillo en la vecina Colombia se utiliza para denominar
el vals criollo, mientras que el de vals para el que mantienen las características
del vals vienés. En el Táchira, se utilizan los dos términos a veces sólo con
alguna diferencia de carácter, pues en el aspecto técnico musical es lo mismo,
lo que hace que en esta frontera no bien definida se use el término dentro de
esa misma imprecisión.
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Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
Tardes de San Cristóbal (1988). Vals clásico según la denominación del compositor,
sin finalizar para el momento que consultamos el archivo del maestro. Escrito
para orquesta: flauta 1-2, oboe, clarinete 1-2, fagot, trompeta, corno 1-2-3-4,
trombón, tuba, percusión, violín 1-2, viola, chelo y bajo, 26 pág.
3.16. Villancico
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Penín, Marco Antonio Rivera Useche...
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