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Lacan.
30 de mayo 2020
Comencemos por el título o más bien por los títulos, porque curiosamente Jacques-Alain
Miller que es quien ha establecido este seminario, como todos los otros seminarios que
estudiamos en este espacio, ha creado un apartado “Queda por concluir” con un solo
capitulo, el que veremos hoy. Es decir que el capítulo tiene en verdad dos títulos: “Queda
por concluir” y “En ti más que tú”.
Como siempre o casi siempre los títulos e incluso los subtítulos que Miller da a las distintas
partes del seminario constituyen una orientación valiosa para comprender la construcción, la
lógica del capítulo. Y a pesar de que este es un Seminario que he leído, estudiado muchas
veces, entender esta vez preparándolo para ustedes lo multívoco del título del apartado, me
permitió entender por qué Lacan hablaba de cada una de las cosas de las que hablaba en
ese capítulo y cuál era la relación entre ellas. Quiero por esa razón pues, empezar con la
aclaración de los títulos para que también a ustedes pueda servirles de orientación de
lectura.
J.-A. Miller ha dicho que este Seminario era un verdadero belvedere de la enseñanza de
Lacan. Un belvedere es un lugar alto en nuestro camino que nos permite tener una vista
global, una visión del lugar de donde venimos y adonde vamos. Este Seminario es un
observatorio privilegiado de los cambios introducidos en ese momento en la enseñanza de
Lacan. En particular el objeto a, “ese objeto paradójico, único, específico que llamamos
objeto a. Se los presento de modo más sincopado al subrayar que el analizado, en suma le
dice a su interlocutor, el analista – Te amo, pero porque inexplicablemente amo en ti algo
más que tú, el objeto a, te mutilo.” (p.276)
Tenemos de este modo la frase que le ha servido a Miller para titular el capítulo y también el
énfasis, el subrayado que pone al concebir la operación de separación como la búsqueda
de responder a lo que uno es en el deseo del Otro mediante el ofrecimiento de una parte de
sí mismo. Y Lacan nombra a esa separación, automutilación subrayando que es separación
de un resto no significantizable, una pérdida que afecta al propio cuerpo.
Es la introducción del objeto a la que le permitirá a Lacan abrir la vía más allá del padre, que
lo llevará en los últimos años de su enseñanza a destacar la dimensión del goce, dedicando
su atención en lugar del sujeto al parlêtre. También le permitirá poder formular un final de
análisis -en relación al propio Freud, que lo había concebido como no conclusivo en la
medida en que al término del análisis se encontraba la roca de la castración- y en relación a
los post-freudianos -un final de análisis que no fuera identificación al analista, sino
atravesamiento del fantasma.
Estas observaciones resultan importantes porque cuando leemos a Lacan, que suele ser
bastante polémico, es esclarecedor saber contra qué o contra quienes es la controversia.
Aunque concluir alude al menos a dos significaciones diferentes en francés, de modo similar
que en español, concluir es finalizar, terminar y es también extraer una consecuencia de
ciertas premisas. Es lo que hace Lacan concluir el trabajo del año, en el que Lacan que se
reconocía freudiano, se reivindicaba incluso freudiano -no quería ocupar el lugar de un Jung
o un Adler en relación a la teoría analítica- comenzaba sin embargo a formular más
claramente sus diferencias con Freud, el suyo es un nuevo modo de hablar del
psicoanálisis, una refundación del psicoanálisis. Los cuatro conceptos fundamentales son
re-definidos como venimos viendo a lo largo de nuestro trabajo de este año y con ellos se
re-define lo que hacemos en un análisis, la práctica analítica.
Y ello nos conduce inmediatamente a diferenciar las salidas de análisis en relación con el
final conclusivo. No sólo porque habría falsas salidas, lo que el dispositivo del pase verifica
algunas veces -se suele hablar de salidas prematuras- sino porque Lacan va a diferenciar
incluso el momento del pase, tal como acabaría por definirlo en la “Proposición del 67”, del
momento de salida del análisis.
En este texto, que es del 64 no figura la palabra pase, aunque sus reflexiones son un
antecedente importante de la Proposición, en esta última se añade además un dispositivo
para verificar un final. Final que en este capítulo se comienza a teorizar.
Por esa razón es un texto que hay que leer al menos junto con “Análisis terminable e
interminable” de Freud y con la “Proposición del 67” de Lacan.
Hay muchas veces un tiempo difícil -que puede ser más o menos largo- tras el momento de
pase en el que el analizante está confundido -lo hemos escuchado muchas veces en los
testimonios de pase- siente que ya no puede decir nada nuevo y sin embargo no puede
dejar la relación con el analista. En consecuencia tarda en llegar el final efectivo. Que ha de
ser un acto como veremos después.
No obstante el viraje final abre la última secuencia y permite que se realice la finalidad
analítica, que Lacan nombró “el fin primero”: la producción del deseo del analista, o la
producción de un sujeto virtualmente analista – lo que no quiere decir que haya de funcionar
como tal, profesionalmente.
Hay dos ejes principales de la interrogación sobre el final de análisis: o bien interrogamos la
secuencia, el proceso analítico, especialmente el viraje final, o bien se interroga el
resultado. Cuando nos interrogamos sobre el proceso nos preguntamos ¿cómo se entró,
cómo se salió? ¿Qué cambios se produjeron? Cuando interrogamos el resultado queremos
saber cómo es el resto que queda al final del análisis, nos preguntamos ¿qué es un sujeto
psicoanalizado?
Lacan se ocupa de los dos aspectos en este capítulo. Es un capítulo muy próximo a la
actualidad de la práctica analítica ¿Qué más próximo a la experiencia del análisis que
preguntarnos cuáles son los cambios que se producen como consecuencia de la misma?
¿Qué ocurre con el SsS, con la transferencia real, con el fantasma, con la pulsión, cuando
se ha finalizado el proceso del análisis?
En todo final conclusivo podemos describir: un momento de revelación, hay algo que se
entreve. Lacan utiliza el término apercevoir, algo se percibe, se descubre, se sabe. Por eso
en estas páginas Lacan habla por primera y única vez del atravesamiento del fantasma.
Aunque después, retomado por Miller, cobrara gran difusión en nuestra comunidad.
Una muestra de este tipo de interrogación es la que Lacan formula en nuestro capítulo:
¿cómo vive la pulsión, más allá del fantasma, un sujeto que ha atravesado el fantasma?
Entonces el programa para hoy es mostrarles como en cada una de las cuestiones que
Lacan nos ofrece en este capítulo desarrolla un aspecto importante de su concepción del
final conclusivo.
Con esta interrogación Lacan vuelve al comienzo del seminario donde nos ha hablado de
las relaciones del psicoanálisis con la religión y la ciencia. La enseñanza de Lacan mantiene
una relación compleja, una tensión entre ciencia y psicoanálisis. Si por una parte afirma que
el psicoanálisis no habría sido posible sin la condición de la emergencia del sujeto de la
ciencia, el sujeto cartesiano, por la otra lo diferencia de la ciencia en la medida en que la
causa del sujeto no es significante. La verdad del analizante, que descubrirá al final del
análisis con el atravesamiento del fantasma, es un objeto plus-de-goce que funciona como
objeto causa.
“(…) de la verdad como causa la ciencia no querría saber nada”, dice Lacan en su texto “La
ciencia y la verdad”. Por eso formula que la ciencia forcluye el sujeto y en consecuencia el
psicoanálisis no podría ser científico. Y sin embargo, hablaba antes de tensión porque
Lacan mantiene a lo largo de toda su enseñanza la búsqueda de un rigor científico y la
utilización de instrumentos también científicos como la lógica y la topología.
Hace un movimiento equivalente en relación con la religión y nos dice que para que el
psicoanálisis no sucumba a un olvido semejante al de la religión -que no tiene memoria del
más allá de la religión, del carácter operatorio del sacramento, en el que se sostiene el lazo
del creyente con la fe- será necesario que el fundamento del psicoanálisis sea la hiancia
abierta en la dialéctica del sujeto y del Otro: el deseo.
Deben tener presente que cuando habla aquí de deseo no se refiere al campo del Otro en
tanto que campo de los significantes y del deseo, sino que relaciona el deseo con la pulsión.
Como lo manifiesta ya desde su título uno de los escritos de Lacan contemporáneo de este
seminario “Del “trieb” de Freud y del deseo del psicoanalista”.
Destaca entonces que la única liquidación que nos interesa es la liquidación de ese engaño
debido al cual la transferencia tiende a ejercerse en el sentido del cierre del inconsciente. El
mecanismo que Monribot ya explicó en sesiones anteriores del Seminario (les recomiendo
leer el capítulo “La transferencia y la pulsión en el Seminario XI” de su libro Recorridos, muy
claro y exhaustivo en su análisis de la transferencia), pone en juego la relación narcisista
mediante la cual el sujeto se propone como objeto amable, es decir digno de ser amado.
Recordarán que antes dije que Lacan se oponía a la idea de los psicoanalistas de la IPA
que consideraban que el final del análisis consistía en la identificación con el analista. Balint
era el adalid de esta idea, haciendo del analista el representante de la realidad. Sin darse
cuenta que esa propuesta era una enormidad porque hacía del analista la medida de una
posición correcta respecto de la realidad para todos y cada uno de sus analizantes. Y
también porque ese supuesto representante de la realidad no podía sino ser un repre-
sentante de los significantes amo, del discurso corriente. Como Lacan dice en otras
ocasiones, también burlonamente, ya que habla de los psicoanalistas emigrados a Estados
Unidos, un representante del american way of life.
Pero si el analista posee la verdad ¿cómo sería posible la caída del sujeto supuesto saber
al final del análisis? Se produciría de este modo una infinitización del análisis, una dificultad
para poner el punto conclusivo a la experiencia.
Este silencio del analista, que no es mantener la boca cerrada sino más bien sustraer una
respuesta que deja el lugar vacío está presente desde el comienzo del análisis hasta el
final, aunque si el sujeto debe ocupar este lugar vacío con su fantasma, el objeto a no es el
mismo al comienzo que al final de la experiencia analítica, después que se ha hecho la
experiencia del atravesamiento del fantasma.
El psicoanálisis no es hipnosis
Lacan por el contrario nos recuerda que Freud designa la culminación de la transferencia
como cierre del inconsciente en esa función llamada la identificación. Señala además que la
identificación en juego no es la identificación especular, inmediata, sino la identificación
como soporte del lugar desde el que el sujeto quiere ser visto en el campo del Otro.
Este punto ideal desde el cual contemplarásu identificación especular, su yo ideal, como
visto por el Otro, le procurará la satisfacción de sentirse amado por el Otro. Es el
mecanismo mismo del enamoramiento según Freud, que produce tanta felicidad, sentirse
amado por el ideal. Le permitirá mantenerse en una relación dual satisfactoria desde el
punto de vista del amor.
Para explicar mejor esa relación entre transferencia e identificación, Lacan retoma el
artículo de Freud dedicado a la “Psicología de las masas”, en particular los capítulos VII y
VIII, dedicados a “La identificación” y al “Enamoramiento e hipnosis”. “Como espejismo
especular, el amor tiene esencia de engaño. Se sitúa en el campo instituido por la referencia
al placer, por ese significante único requerido para introducir una perspectiva centrada en el
punto ideal I, que está en el Otro, desde donde el Otro me ve tal como me gusta que me
vean.”(p.276)
Lacan nos dice que Freud distingue con toda claridad la hipnosis del estado de
enamoramiento, hasta en sus formas más extremas de fascinación o servidumbre amorosa.
Destaca la diferencia esencial entre el objeto definido como narcisista i (a) y la función del a.
Con sólo ver el esquema que da Freud de la hipnosis “se tiene, a la vez, la fórmula de la
fascinación colectiva, realidad en ascenso en el momento en que escribió ese artículo”.
(p.280) La realidad en ascenso es el nazismo al cual Lacan se referirá más adelante en este
mismo capítulo.
Pueden ver el esquema de Freud en la página 280 y observar el lugar del objeto, el a,
distinto del lugar del yo y del lugar del ideal. Las curvas, por su parte, sirven para marcar la
conjunción de a con el ideal del yo en la hipnosis con la que Freud le da su status. La
hipnosis se explica por la superposición en un mismo lugar del punto de referencia
significante que es el Ideal del yo con el objeto a.
Lacan añade que el nudo de la hipnosis es el objeto mirada, objeto difícil de captar; en los
primeros capítulos había dicho que era seguramente el más evanescente de los objetos a.
En efecto es más fácil dar una sustancia, aunque sea episódica, a los objetos oral y anal y
hasta la voz puede ser grabada. Por eso quizás -como le ocurriera al propio Freud los
objetos a los que primero se refiere son el oral, a través del mammal complex de Bergler y
el objeto anal, en la evocación de un caso – no sabemos a quién se refiere- de un escritor
que padecería de “vértigo de la página en blanco”, y que Lacan interpreta: “Si literalmente
no puede tocar la página en blanco contra la cual se detienen sus inefables efusiones
intelectuales es porque sólo puede aprehenderla como papel higiénico.” (p.276)
El objeto mirada está presente en la hipnosis, bajo la forma del reloj oscilante, un tapón de
cristal o cualquier otra cosa con tal de que sea brillante, de ese modo puede sustituir a la
mirada del hipnotizador.
Recuerda al respecto lo que ya había dicho: que hay algo en el mundo que mira antes de
que haya una mirada para verlo, y que el ocelo del mimetismo, una mancha, es previo, es
un presupuesto indispensable del hecho de que un sujeto pueda ver y quedar fascinado. Es
decir no se trata de visión sino de mirada.
“Todo análisis cuya doctrina es terminar en la identificación con el analista revela que su
verdadero motor está elidido. Hay un más allá de esta identificación, y está definido por la
relación y la distancia existente entre el objeto a y la I idealizante de la identificación.”(p.279)
En ese punto hacia el que el análisis es empujado por la faz engañosa de la transferencia
se produce un encuentro que es una paradoja: el descubrimiento del analista. “Este
descubrimiento sólo puede entenderse al otro nivel (…)” (p.276)
¿Cuál es ese otro nivel? Lo que está en juego es la otra operación, la separación, vemos
aquí aparecer inmediatamente la presencia del analista que encarna el objeto a. Es la
respuesta que Lacan nos ha explicado que surge cuando frente a la inconsistencia e
incertidumbre de los significantes que recoge como respuesta a su pregunta ¿Quién soy?
el sujeto se dirige al Otro preguntando ¿Qué me quieres? ¿Qué objeto soy en tu deseo?
Es un movimiento que se observa bien con la figura del 8 interior de la página 279.
Tenemos D, la línea de la Demanda. Imagínense recorrer con el dedo la línea entera en el
sentido contrario a las agujas del reloj empezando por arriba. Dan una vuelta completa
hasta llegar al punto T. Es el punto decisivo. Allí el circuito tiene dos posibilidades: siguen
hacia arriba por la línea recta que sale de T en esa dirección, que es el circuito de la
identificación al I mayúscula, y luego da otra vuelta, y así hasta el infinito, manteniéndose en
la alienación. O bien cuando llega al punto T, continúa por la línea de puntos que es la del
deseo. ¿De qué depende que el circuito de la Demanda se perpetúe en la alienación al I
mayúscula o que por el contrario pase mediante la separación a la línea del deseo? Del
deseo del analista, que es lo que se supone debe estar aguardando en el punto T.
En este momento, me refiero a nuestro capítulo, Lacan dice que consiste en que el
analizante se dirige a su interlocutor el analista expresando _ “te amo, pero porque
inexplicablemente amo en ti algo más que tú, el objeto a, te mutilo.”
Destitución subjetiva
Voy ahora a hacer un pequeño ex-cursus para hablarles un poco más ampliamente de la
destitución subjetiva. Comenzaré con unos ejemplos clínicos -pero que ocurren por fuera de
la experiencia analítica, en la vida cotidiana- porque me parece que en ellos es más sencillo
ver el proceso en juego.
Empezaré recordando el apólogo de los primeros capítulos dedicados a la esquizia del ojo y
la mirada, en el cual Lacan nos relata una experiencia de su juventud cuando trabajaba en
unas vacaciones con un grupo de jóvenes pescadores bretones que se ganaban duramente
la vida. Uno de ellos refiriéndose a una lata de sardinas que brillaba al sol le dijo _ “¿Ves
esa lata? ella no te ve pero te mira.” Y se rió. Ese recuerdo que Lacan conserva cuarenta
años después, que le sigue resultando doloroso, que lo hace sentirse avergonzado, lo
empuja a interrogarse sobre el motivo de esos sentimientos. Y nos dice que él, joven
burgués satisfecho de sí mismo por el esfuerzo que estaba haciendo al acompañar a los
pescadores, es decir que se veía a sí mismo, a su yo ideal como amable desde el lugar del
ideal cayó bruscamente de esa posición y se convirtió en el objeto mirada, la mancha en el
cuadro de esa mañana soleada de trabajo merced a la “interpretación” del joven pescador.
Este apólogo, que Lacan nos presentó con otro fin, nos muestra primero el lugar del yo ideal
inicial, cuando se sentía el objeto amado por el ideal y como, tras las palabras del joven
pescador, que hacen aparecer el objeto que él, Lacan es, que hacen emerger la presencia
súbita del objeto, se produce su “salvaje” destitución subjetiva. Se convirtió en el objeto
caído, no mucho más que el desecho, la lata caída en el mar, en el bello paisaje de Bretaña.
Pero si este ejemplo muestra bien el ser el objeto para el Otro, al ser una destitución salvaje
provoca angustia -la que fija el recuerdo- pero sólo años después con la determinación de
Lacan para mirar de frente a lo real, completa el otro aspecto de la destitución subjetiva.
Podríamos también ilustrar con otro ejemplo clínico por fuera del análisis la destitución
subjetiva. Este ejemplo lo tomo del propio Lacan: es el de su expulsión de la IPA y a ella
alude sutilmente al comienzo del capítulo. Lo voy a hacer con sus propias palabras en el
“Discurso en la Escuela Freudiana de París”, de diciembre del 67, ocasión de retomar la
propuesta de pase como modo para reclutar los analistas de la escuela, los AE, proposición
que había producido, unos meses antes en octubre, la primera escisión.
“O bien aun imagínenme en el 61, sabiendo que servía para que mis colegas volvieran a la
Internacional mediante el pago de que mi enseñanza fuera en ella proscrita. Continúo sin
embargo esa enseñanza, al precio de no ocuparme más que de ella, sin oponerme siquiera
al trabajo (que hacían los de la Internacional) de apartar de ella a mi auditorio.
Estos seminarios, de los que alguien al releerlos, exclamaba recientemente, sin otra
intención me parece, que era preciso que hubiese realmente amado a aquellos para
quienes sostenía el discurso, ahí tienen otro ejemplo de destitución subjetiva.”
Les hago más explícito los dos aspectos presentes en la definición de destitución subjetiva:
el sujeto se ve reducido a un objeto, sabe que lo que es se reduce a un objeto para el Otro y
es un sujeto abierto a lo real, que no retrocede frente a lo real. No es un sujeto vacilante
como el sujeto de la alienación. Es un sujeto determinado, en el doble sentido de limitado y
decidido. Es un deseo limitado y decidido y veremos más tarde, la importancia de esta
limitación.
En otro momento se había referido a estos sucesos diciendo que eran cómicos por haberse
convertido en objeto de negociación. Todos somos objetos de negociación en la vida dice
Lacan, pero cuando lo somos hasta ese punto – emerge nuestra dimensión de objeto- se
vuelve cómico, en este caso también dramático.
Lacan utiliza también un apólogo para ilustrar el proceso del análisis, lo más novedoso es la
parte dedicada a la transferencia como puesta en acto de la pulsión “¿Cómo exponerles la
incidencia en el movimiento de la transferencia de esa presencia del objeto a que se
encuentra siempre y en todas partes? (…) Lo pondré en imágenes con una fábula (…)”
(p.277)
La fábula que ofrece a continuación es la visita al restaurante chino que resumo mucho
porque creo que no hay dificultad para entender la relación del cliente con la dueña como la
del analizante al comienzo del análisis con el analista. ¿Qué sucede cuando el sujeto
comienza a hablar al analista, esto es al sujeto al que se supone saber, pero que aún no
sabe nada de ese sujeto, concreto, singular? Es decir Lacan comienza hablando aquí de la
transferencia simbólica, de la instalación del SsS.
Pero volvamos al intento de dar respuesta a lo que quiere mediante el menú con la
complicación adicional de que está escrito en chino, con lo que Lacan se refiere a que el
sujeto no sabe lo que pide, es inconsciente para él. Le pedirá la traducción a la dueña, pero
la traducción si uno no conoce la comida china tampoco le dirá mucho. Concluirá
preguntando a la dueña ¿Qué deseo yo de todo esto? En ese momento ya la dueña habrá
cobrado un lugar en la economía psíquica del comensal/analizante, mucho mayor. Es la que
sabe y al que sabe lo que deseo, lo amo. Pero aquí Lacan da un salto y nos habla de
porqué no tocarle además un poquito los senos a la dueña del restaurante.
“El deseo alimentario es aquí soporte y símbolo de la dimensión de lo sexual, la única que
ha de ser rechazada de la psiquis. Subyace la pulsión en su relación con el objeto parcial.”
(p.278) Es decir que la relación al Otro sexo se reduce a la pulsión parcial, tesis que Lacan
ha desarrollado durante todo este seminario, y que se resume en ese En ti, más que tú. Es
la tesis que culminará años más tarde en el “No hay relación sexual”, es decir que el sexo
en el inconsciente no está presente sino bajo la forma de la pulsión parcial.
Hablé antes de un salto y este se produce no sólo por la especie de pasaje al acto de tocar
los pechos a la dueña del restaurante, sino también porque en el proceso anterior el sujeto
había puesto las cartas en manos de la dueña/analista. El sujeto/analizante estaba situado
en la demanda, en la dependencia del Otro podríamos decir, le pregunta: ¿Qué quieres
decir? ¿Qué quiero? Y de pronto se produce un cambio de posición, le toca los pechos sin
pedir permiso. Ha salido de la duda y del sentido. Efectúa un acto.
Lacan no vacila en relación con el cambio que se ha producido, dice a continuación que no
es suficiente que el analista interprete, que como Tiresias ha de tener también pechos. No
se trata de tener pechos para alimentar al paciente -y en esto hay quizás también una crítica
a Winnicott o Balint que concebían su lugar en la transferencia como una rectificación de la
frustración infantil, como ocupar el lugar de “la madre suficientemente buena” en Winnicott o
el de un analista que ofrecía, como Balint, el amor primario. Ustedes saben que Lacan ha
hablado del lugar del analista en la transferencia no sólo según lo que el analista quiere
para su paciente sino según lo que el analista se propone que su paciente haga de él:
Abraham quería ser una madre completa, Ferenczi un padre soltero, Nünberg como árbitro
del poder de vida o muerte, es decir aspiraba a una posición divina. (p.165)
El acento está puesto en el efecto separador del deseo del analista, separador en tanto va
más allá de la identificación al hacer aparecer el objeto que causa el deseo.
analista. Es por esa razón que Lacan afirma al comienzo del Seminario 11 que “la presencia
del analista … se debe incluir en el concepto de inconsciente.”
Lacan dice que si convocamos a la transferencia -porque no se puede interpretar “in efigie o
in absentia”, como decía Freud- no podemos después enviarla a paseo, no se puede
destruir la escena transferencial. Así hay que entender la sentencia lacaniana: Se interpreta
“en” la transferencia pero no se interpreta la transferencia.
El deseo del analista es el instrumento que permite oponerse a esa vertiente de resistencia
de la transferencia. La respuesta adecuada a la resistencia consiste en poner en valor la
raíz pulsional que funda el inconsciente y alimenta la transferencia.
El momento del pase es aquel en el cual el plus-de-goce responde a la cuestión ¿Qué soy?
Cuestión que el sujeto no podía responder en la dimensión significante, en la medida en que
Lacan hace al sujeto equivalente al conjunto vacío, lo que a veces escribe como -1, y el
intento de responder en ese plano no hace más que relanzar nuevamente la pregunta, en
una repetición sin fin.
El ser que responde, que puede responder al final, no es el sujeto, es su ser viviente, lo que
es como objeto, el objeto que él le pedía al Otro que en un quiasma, responde con la
revelación de su ser.
Es lo que Lacan ha llamado identificación con el síntoma, es decir reconocer en el goce del
síntoma, la parte de su ser que no se inscribe bajo el significante. Es una forma de sutura
de la división del sujeto, de colmar la falta en ser del sujeto de la cadena significante.
A modo de conclusión de la conclusión, la pregunta que recorre las últimas páginas del
seminario es cómo funciona el final conclusivo sobre el amor. Cuando el sujeto recibió la
respuesta que da la pulsión y extrajo la conclusión en acto ¿en qué se transforma el amor?
Lacan ha dicho ¿Qué quiere el analista? y la respuesta fue: la diferencia absoluta. Pero ¿es
esta afirmación suficiente para entender la última frase? “Es el deseo de obtener la
diferencia absoluta (…) Sólo allí puede surgir la significación de un amor sin límites, por
estar fuera de los límites de la ley, único lugar donde puede vivir.” ¿Hay afinidad entre
obtener la diferencia absoluta y un amor sin límites? Esta idea ha resultado particularmente
difícil para los psicoanalistas y estos últimos párrafos han sido interpretados de las más
diversas maneras, entre otras identificando la diferencia absoluta con un amor sin límites.
Lacan dice lo contrario, pero para entenderlo es necesario retroceder a la página
precedente en la que Lacan compara distintas éticas, es decir modos del deseo que definen
una relación con lo real.
Nos propone Spinoza, Kant y la ética psicoanalítica. Pero de manera menos explícita hay
una cuarta ética que queda manifiesta en su forma más atroz, el nazismo. La otra ética es
la del sistema capitalista mismo, de la que el nazismo es su cara más espantosa. No es
necesario -aunque resulta convincente- evocar a este respecto, el final de la “Proposición”
cuando Lacan prevé que el futuro de nuestras sociedades re-ordenadas por la ciencia y la
técnica, y especialmente por la universalización que ésta introduce en nuestras sociedades,
será la expansión cada vez más dura de los procesos de segregación.
Al comienzo del capítulo hay una referencia al lugar del psicoanálisis respecto de la religión
y de la ciencia, al que ya me referí, en el cual Lacan dedica un párrafo a la ciencia y a la
técnica de ella derivada, que por sus efectos sustenta la intrusión de la voz y la mirada por
todos lados. ¿Es necesario para dar actualidad a nuestra reflexión evocar las ideas que han
tomado fuerza con la pandemia de utilizar los teléfonos móviles para saber en todo
momento con quien ha estado alguien en contacto? La preocupación de muchos -más allá
de la efectividad que pudiera tener este medio- es la de que esa pérdida de la intimidad
haya llegado para quedarse. Y por favor sólo señalo la tensión, quizás inevitable, entre
seguridad y libertad, a partir de la utilización de los dispositivos que la ciencia y la tecnología
ponen al alcance de los gobiernos o de la empresa privada. Y ni hablar de las disquisiciones
acerca de si las sociedades autoritarias son más efectivas y a qué costo, que las
democráticas, para poner a salvo la vida porque pueden utilizar esos dispositivos sin
hacerse ningún cuestionamiento.
Pero volvamos a esas últimas páginas en las que Lacan se ocupa de las formas más
monstruosas y pretendidamente superadas del holocausto, el drama del nazismo. Lacan
hace una interpretación, dice que es un sacrificio, que el asesinato del objeto busca el
testimonio de la presencia del deseo del Otro, el Dios oscuro. Oscuro porque su goce, su
deseo permanecen opacos. Entender el holocausto como un sacrificio ha sido cuestionado,
y por eso algunos prefieren hablar de Shoa, en lugar de hablar de holocausto.
Pero más allá de aceptar o no esa interpretación de Lacan, entendamos por el momento la
serie en la que Lacan reúne al nazi y a sus cómplices -ya que está el verdugo y también los
que miran para otro lado, nos habla de “la ignorancia, la indiferencia, la mirada que se
desvía”, que explican el velo que aún oculta este misterio- para denunciar la participación
masiva de todos los que no fueron verdugos en acto, pero permitieron que el holocausto
ocurriera. ¿Y hoy en toda Europa no estamos ante otros que desvían la mirada, es decir
cómplices también?
Hablo de serie, porque con uno de esos barridos impresionantes a los que Lacan nos tiene
acostumbrados construye, más allá de las diferencias, una serie con las distintas éticas que
van desde Kant hasta la ética capitalista.
La moral de la ley universal de Kant implica no sólo el rechazo del objeto de la sensibilidad,
del objeto patológico,como lo llama Kant, no en nuestro sentido sino en el del objeto del
afecto, de la humana ternura. Lacan dice en numerosas ocasiones -por ejemplo en el
Seminario VII sobre la ética y sobre todo en su “Kant con Sade” que la verdad de Kant es
Sade- es decir que el rechazo del objeto de la ternura humana implica no sólo dejarlo de
lado, sino su asesinato. Recuerdan quizás uno de los ejemplos de la moral kantiana que
Lacan nos ofrece en el Seminario de la ética ¿qué habría que hacer si un tirano nos ofrece
salvar la vida a cambio de prestar falso testimonio contra un amigo? Kant cree que es
posible que alguien ponga en la balanza de un lado salvar la propia vida y del otro prestar
falso testimonio, pero Lacan complica el ejemplo ¿Y si el amigo es un resistente a la
dictadura y nuestro testimonio lo lleva a la muerte?
El deseo en la moral kantiana es el deseo en estado puro. “Y lo digo muy claro” dice Lacan
El deseo del sujeto se confunde con el deseo del Otro, intento que mi deseo coincida con lo
que el Otro desea.
Para Kant es la ley la que borra, tacha todos los plus-de-goce, tacha la ternura que
despierta en nosotros la singularidad de cada hombre. En el holocausto evidentemente se
presta al Otro una ferocidad especial, pero en los dos casos el sacrificio -sin saberlo- trabaja
para la no diferencia, para la universalización del deseo.
Spinoza ha dicho el deseo es la esencia del hombre. Y al mismo tiempo desarrolla una
concepción del deseo humano que es una separación respecto de todas las
particularidades, de lo singular de cada hombre. Considera que ese deseo es idéntico,
universal, a los atributos divinos. La esencia del hombre es el deseo, pero el hombre sólo
quiere lo que quiere Dios. Sólo que el Dios spinoziano no quiere más que el orden
significante del mundo. En Spinoza hay una convergencia, una no diferencia, entre el deseo
humano y lo universal del orden del sujeto.
La serie es posible pues porque el nazismo, Spinoza y Kant promueven un deseo puro,
sacrificar todos los objetos a la ley, a lo universal. posición límite dice Lacan.
La única manera de alcanzar una respuesta singular al ¿Quién soy? al ¿Qué quiero? es que
se haya alcanzado el límite, que se haya determinado el objeto a en el que como deseo se
encuentra encadenado. Lo que implica un efecto de separación del Otro universal. Lacan
dice que el sacrificio ilimitado que preconiza Kant revela por contraste y por negación, que
la función del objeto es la de limitar el deseo.
Se entiende ahora que la significación del amor absoluto se refiere a que sólo allí donde se
encuentra la diferencia absoluta, la singularidad del uno por uno, se revela que la
significación del amor sin límites es el sacrificio, un amor que no está limitado por el objeto
es el sacrificio ilimitado. Entonces la diferencia absoluta quiere decir amor limitado, el único
vivible.