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Karen Horney
Las 10 necesidades neuróticas en un cuento
ADRIANA RUBANO DI GIANO CI (e) 82.025.482 GRUPO # 16

El humo del tizón


El día llega sin diferencia con la noche, ni siquiera percibo la luz, me da igual desde hace ya ni sé
cuánto tiempo, nadie me ve, excepto cuando él viene, de vez en cuando. Quizás yo soy una sombra,
o estoy rodeado de ellas, pero cuando aparece, una pieza más encaja en el rompecabezas, falta
poco para terminar. ¿Estás ahí? Si, ya te vi, te has vuelto opaco, pero no importa, aun así, lo voy a
contar, porque ahora es que puedo verlo todo.

Teodora Calderón amanece detrás del mostrador, parece que no se moviera, su cuerpo lo abarca de
punta a punta, agarrada a ese tope gastado con sus manos inmensas parece tener la fuerza de 10
hombres, ella no mira: vigila. Es la dueña del almacén, el mejor, y conoce hasta los pecados de cada
uno de los que desfilamos por ahí, que somos todos.

Ahí, pegada como estampilla está Eloina, pequeña en cuerpo y alma barriendo afanosa la acera,
sabe que debe ser precisa, detallista, ha aprendido para poder pertenecer, cualquier error la pone en
riesgo, y no va a volver a la miseria de donde la sacó Teodora, no importa cuánta duela, no importa
lo que haya que hacer ni lo que quiera, ahí es donde encontró un lugar, ahí la ven, aunque sea
desde la desproporcionada exigencia, ella puede con eso.
Y además está Elma, esa niña tan hermosa, aunque nunca se lo diga, Teo no quiere: -Que haga lo
que tiene que hacer y cumpla, bastante que le sostenemos la vida con tanto trabajo, yo hago todo
por ustedes. Y Eloina baja la mirada y se dice - Es cierto, Elmita tiene todo, como yo, gracias a ella.
Cuando Teodora se la negoció a su madre y se la trajo a casa. Eloina se aterró al ver esa cosa
pequeña envuelta en una cobija percudida de pobreza, claro que no le dijo nada, obediente y exacta
aprendió lo que Teodora le decía, y eso la hizo feliz, aunque no lo dijera, porque puertas adentro
eran una familia, no hacía falta ningún hombre, su Teo no iba a dejar que ninguno vuelva a abusar
de ella.

Eloina apareció en la vida de Teodora, mínima y silente, aprendió a adivinarla, haciendo todo lo que
quería, lo que sea, sin que ella lo supiera, se movía en el silencio de sus deseos y hasta de su
propia vida, para complacerla, para recibir ese amor, velado, secreto, y siempre insatisfecho, pero
sólo suyo.
La voz de Teodora era tan densa que casi podía verse, golpeaba con ella, así como golpeaba a
Elmita cuando no hacía las cosas bien, mal parida le decía. A ella le daba miedo verla así, pero tenía
razón, es que en realidad era ese llanto de la niña lo que le molestaba, lleno de soledad y de
desamparo. Le llenaba su cabeza de voces, y para no oírlas repetía como si fueran jaculatorias:
Teodora sabe, ella nos da todo porque nos quiere, a mí me quiere, y siempre lo hace bien, no nos
necesita, Elma debería estar agradecida, como yo que sé lo que le gusta, y se lo doy, no necesito
hombre, para que, Teo me lo da todo, aunque yo sea tan bruta, estoy muy bien, sí que lo estoy. Y
así vivía, y así seguía, hasta que la noche con el cansancio terminaban de acallarle todas las
preguntas.

Estás embriagado de ti mismo me dijo un día Cayetana, puede ser, parece fácil ahora, que puedo
verlo todo, en este presente donde sólo queda el pasado, pero yo lo hice bien, ¡lo hice bien! - ¡Dime
que lo hice bien! ¡Reconócelo! ¿a qué vienes si no? Si todos los logros fueron míos. Yo sigo solo, al
fin y al cabo, este cuento es mío.

Siempre fue inteligente, y tan silenciosa, con esos ojos tan grandes, una niña extraña, siempre sola,
exigida en la perfección hasta el maltrato, no se podía quejar, sabía que eso era mejor que la miseria
de su madre y sus 6 hermanos.
Ella era la elegida, eso siempre lo tuvo claro, paso a paso, era cuestión de tiempo.

Elma no miraba, escudriñaba, olía…calculaba, altiva y despiadada sabía muy bien cómo moverse
para llegar a tenerlo todo. Teodora, la vieja para ella, o Teo como le gustaba que le digan era su
referente, de ella aprendía el mando, el golpe certero, la estrategia, en cambio Eloina que era quien
le buscaba amparo cuando se desataba la ira de la vieja, era tan despreciable como servil, bicho
achacoso, arrastrando los pies con la espalda encorvada corriendo del almacén a la cocina, con tal
de complacer a la Teo. -De ti no quiero nada, yo sé de quién, se le decía siempre, sin importarle ni
dolor ni lágrimas, ella había aprendido a tragárselas.

Y crecía la desgraciada y echaba cuerpo, pasaba por delante mío con ese cabello negro, como el
humo de un tizón y me envolvía, tan impía como apasionada. Así llegó a pedir empleo, con esa voz
que parecía de almíbar y su olor a agua de rosas. Gilberto, mi contable, tan común como necesitado,
se le pegó como un perro hambriento. Ese pusilánime, atareado en el que dirán, mostrándole una
perfección que Elma sabía bien que nunca tuvo, pero lo dejó que hiciera, y le abrió el camino y las
piernas para volverlo loco, sabía lo que hacía. En apariencia eran como a medida, en esa misma
apariencia en que vivían tan importante para él: solteros, parejos en edad, él creyéndose que eran
una pareja, y ella siempre desde ese pedestal de dominio y mando que al estúpido nunca le importó
con tal de tenerla, y mostrarse con una mujer así.

Pero Elma me quería a mí, yo era el que la volvía loca, ella me lo decía, y yo se lo hacía repetir, no
le importaba mi edad, al contrario, le gustaba, porque yo si era el hombre de su vida, y me admiraba,
igual que todo este pueblo que me debe tanto, ciudadano ilustre, el más próspero, el mejor, hasta
me cansaban con tanto halago. Pero nadie como ella, y era tan fácil estar juntos, un hombre como
yo puede con dos mujeres y con 3 si las hubiera, Cayetana tenía todo lo que quería, poco me pedía,
en cambio Elma mi Elma se llevaba las de ganar y yo le daba todo que quisiera. Hasta se parecía a
mí, crecía en el trabajo, fiel a mi empresa, excelente profesional, enseguida con su capacidad de
mando puso a todo el mundo en su lugar, daba risa ver al imbécil de Gilberto, detrás de ella, siempre
tan perfecto y desesperado por el supuesto amor que ella le daba. Yo la dejaba que lo tuviera ahí,
casi de sirviente, como a todos, yo era el mejor para ella, y para cualquiera, y ella me daba ese
lugar, siempre.

Es que no sé cómo pasó, ni ahora, que veo todo, puedo entenderlo. Hacía poco Cayetana había
enfermado, y yo como corresponde, cumplí, le pagué los mejores médicos eran más de 20 años
juntos, no pudo darme hijos, estaba seca, siempre quise embarazar a Elma pero no se dejaba la
desgraciada. Cayetana empeoraba sin remedio, sus hermanas la atendían, y a mí no me dolía, solo
pensaba en que ya quedaba poco para que Elma se mudara a la casa grande la mejor del pueblo,
como se lo merecía.

No entiendo, no sé lo que pasó, si ¡ya sé que lo dije! y lo voy a seguir diciendo, hasta el final.
Mientras tú sigas volviendo yo seguiré preguntando.

¿Habrá el odio que le sembró la vieja? Otra que se murió podrida, dicen que envenenada, a los
pocos días de esa mañana negra. ¿o sería por la madre esa que tuvo? que de tanta miseria le
alentó el ánimo de hacerse poderosa, pisando a quien se cruzara en el camino, como al imbécil de
Gilberto. Estúpido mil veces estúpido, quedó como único culpable de haberme robado hasta el
último centavo, el ignorante y servil Gilberto, tanto que cuidó su pobre apariencia, entrampado como
una rata rabiosa. O quizás nació con el mal sembrado en ella, tan bien sembrado que se ocultó en
las sombras que me envuelven desde esa mañana sin cielo en que desapareció llevándose todo lo
que era mío. Mentira, me dejó algo, sí, me dejó estas sombras, negras como su pelo, como el humo
del tizón, ese que me va quemando por dentro y a ti, mi miserable recuerdo, con esa voz que me
aturde y no puedo callar.

Toma Clemente, bébete ese fondo, tápate con tus trapos miados, y deja de estar echando ese
mismo cuento una y otra vez, viejo loco.

Los personajes y sus necesidades neuróticas

Teodora Calderón:
Necesidad neurótica de autosuficiencia
Es la necesidad de llevar la independencia a los extremos. Aquí ya no se trata de lograr la
autonomía que todos debemos alcanzar, sino de no necesitar a los demás incluso cuando realmente
los necesitan. No quieren ayuda, porque temen depender.
Necesidad neurótica de perfección
Da lugar a los típicos “perfecticos”, o sea, aquellas personas que no toleran un gramo de polvo sobre
la alfombra. Ante una equivocación propia o ajena, reaccionan como si se desplomara el mundo. No
tienen la capacidad para aprender de los errores y mucho menos para reírse de sí mismos cuando
fallan.
Eloina Cabrera:
Necesidad neurótica de afecto
Es una de las necesidades neuróticas que se manifiesta como idealización del amor, en todos los
terrenos. La persona experimenta una profunda necesidad de recibir afecto y resiente hasta las más
pequeñas muestras de indiferencia, desapego o rechazo.
Por eso mismo hace todo cuanto esté a su alcance para complacer a los demás y así ganar su
afecto. Puede ser capaz de llegar a sacrificios o acciones inverosímiles, con tal de lograr que las
figuras amadas correspondan al afecto que él o ella le prodigan.
Necesidad neurótica de restricción
Quien experimenta esta necesidad neurótica se impone el mandato de poner grandes límites a sus
deseos. Piensa que debe pedir poco, conformarse con poco y no aspirar a gran cosa en la vida. Es
una especie de mecanismo de defensa contra la frustración. Su consigna es: Si no deseas, nunca te
vas a sentir frustrado.

Elma Flores:
Necesidad neurótica de poder
Se expresa como un profundo deseo de controlar a los demás, de competir y de ser aquel que dice
siempre la última palabra. En este tipo de personas hay un gran rechazo e incomprensión frente a la
debilidad de los demás, al tiempo que una gran exaltación a las conductas que muestran fortaleza o
habilidad. Se produce falta de respeto hacia los demás. También se observan retiradas por miedo al
fracaso y una tendencia a renunciar a los deseos. Existe una gran angustia por dominar a los
demás.
Necesidad neurótica de explotar a los demás
Corresponde a lo que comúnmente conocemos como personas egocéntricas. Piensan que los
demás están ahí para ser utilizados por él. Los otros les interesan solamente como instrumentos de
sus propios deseos y necesidades. Quieren ser escuchados, pero no escuchan. Quieren ser
amados, pero no aman.

Gilberto Bonilla
Necesidad neurótica de pareja
Está asociada con la necesidad neurótica de afecto, pero en este caso se dirige exclusivamente a la
pareja. La persona cree que el amor la salvará, que le permitirá contar con alguien que le dé sentido
a su vida y que tomará las riendas de todo aquello que anda mal. De esta forma la angustia que
siente se verá reducida en gran parte. Una vez más, el neurótico idealiza el amor y le otorga
propiedades que van más allá de lo real. Es común que se haga a la idea de que su problema no es
esa expectativa desproporcionada frente al amor de pareja, sino que no ha logrado encontrar
la pareja ideal para llegar a la plenitud. Y puede gastar toda su vida buscándola.
Necesidad neurótica de reconocimiento
Esta necesidad lleva a que una persona organice toda su vida en torno al “qué dirán” o “qué dicen”
los otros. Se preocupa irracionalmente por la apariencia, al punto en que puede meterse en líos
para, por ejemplo, tener ropa de marca, o el mejor auto. Le aterra ser diferente o “salirse del rebaño”,
porque no tolera la crítica. La autoevaluación depende de la opinión de los demás y de la aceptación
social. El sujeto valora a los demás dependiendo única y exclusivamente de su prestigio.

Clemente Escobar:
Necesidad neurótica de admiración
Es similar a la necesidad de reconocimiento, pero en este caso el énfasis no está en ser aprobado
por los demás, sino que además demanda que los otros le exalten. Quieren ser el primero que da la
respuesta, el que más colabora, el que mejor cumple. Pero no lo hacen por una convicción sana,
sino esperando que quienes le rodean le construyan un pequeño trono para reinar.
Necesidad neurótica de logro
Para quienes están angustiados y obsesionados con los logros, la competencia es el estado natural
de la vida y el error o el fracaso nunca caben en la agenda. Para ellos solo cuenta ser el número uno
en todo y demeritan por completo a quienes no les otorguen el primer lugar. Lo suyo es pavonearse
por lo magníficos que son.
Fuentes consultadas: Teorías de la personalidad Jose Cueli y Teorias de la personalidad Susan Cloninger

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