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CRISTIAN TAO

EL LABERINTO DEL
BUSCADOR
Tao, Cristian
El Laberinto del Buscador
1ª edición - Luyaba:
ermosa enajenada, 2015.
338 p. ; 20,5 x 14,5 cm.

ISBN 978-987-33-6778-6
1. Narrativa Argentina. 2. Novela I. Título
CDD A863
Fecha de catalogación: 02/02/2015

Ilustración de portada:
Blanca Angélica Gonzáles

Ilustración de los cuatro cuerpos:


Alicia Mabel D'Andrea

Corrección
María Carolina Menotti
Victoria Azul

Diseño
Jerónimo Marquez
ermosaenajenada@gmail.com

Esta publicación ha sido posible gracias a


muchos hermanos y hermanas!
…y a la Energía Yo Soy.
Dedicatoria:
A mi amada compañera Sara Maíz.
Sin vos hubiera sido otra la historia.
Me ayudaste a recordar que “Uno es
el amor de su vida”.
Gracias por compartirnos en Eros,
Philia y Ágape.
También dedicado a los que aprendieron a
buscar, y luego... a encontrar.
“Ellos son mi familia ahora” (Jesús).
ÍNDICE
Inicio 9
Entrada 15

CUERPO MENTAL
Elegir y soltar 20
Caminar las palabras 24
Todo nos habla 35
Darse cuenta del presente 40
Aprender para desaprender 49
Dios habla contigo y conmigo 70
Sólo se puede acertar 131

CUERPO FÍSICO
No sólo de manzanas vive el hombre 138
El Ser deja huellas con su fragancia 146
Salud dar 155

CUERPO EMOCIONAL
Los Sentimientos son para jugar 166
Soltar el exceso de importancia 172
Llorar también es de hombres 186
Hay muchas formas de ser sabio 190
Somos la Naturaleza 196
El Ego tiene su función 205
Los Humanos del Futuro 225
CUERPO ESPIRITUAL
Hay que saber estar 262
Todos nacemos maestros 268
Aprender a escuchar 273
Ser el Amor 284
La verdadera abundancia es compartida 295
Siempre estamos recibiendo 310

Caminos de la Libertad 330


La gran cosecha 336
Inicio
Sí.
Gracias por estar ahí, en lo profundo de tu cuerpo, en
lo profundo de tu mente, en lo profundo de tus emo-
ciones. Sí, gracias por estar ahí y ser quien eres. Gra-
cias por estar buscándote. Sin ti a este mundo le falta-
ría algo.
Si estás perdido o perdida en él, necesitamos que te
busques y que te encuentres, que descubras quien
realmente eres, para que ya no le pidamos nada a na-
die y vivamos en paz.
Sí, gracias.
*
Lo que encontrarás aquí son los aprendizajes más
importantes de mi vida expresados en cuentos y en un
poco de verso. Cada texto relata situaciones verdade-
ras que transité en diferentes lugares del mundo. Ex-
presan encuentros con seres maravillosos y la sabidu-
ría que obtuve de cada uno de ellos. Cada revelación
me fue útil para acrecentar un estado de paz interior
que de vez en cuando se va; mas cuando me ocurre,
con él y en él nacen nuevos relatos, versos o canciones.
Una de esas veces en las islas canarias me encontra-
ba en una sesión de respiración consciente inmerso en
la bañadera de nuestra casa. Dicha técnica yoguica hoy
se la conoce como “renacimiento” y tiene más de cinco

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mil años de antigüedad. Con ella uno puede hacer
conscientes cosas del inconsciente, como por ejemplo
las emociones que se tuvieron dentro del vientre ma-
terno, durante el parto, el post–parto y la primera in-
fancia. También uno puede llegar a ver cosas de otras
vidas, y algo así fue lo que me pasó, pero lo que vi fue
más allá de la vida y la muerte...
La situación transcurría así: Sara y Joseph me acom-
pañaban al lado de la bañera, ya que uno con esta téc-
nica entra en estados en los que a veces pierde el con-
trol del Cuerpo Físico, e inclusive la consciencia se ale-
ja demasiado y es necesario asistencia para volver a es-
tar consciente.
La cuestión es que estaba respirando de manera cir-
cular por la nariz, sumergido en el agua y habiendo
llegado al punto de tener mis oídos tapados. De esta
forma la respiración se escucha de manera muy espe-
cial, y la situación que se vive es muy similar a la de
estar dentro del vientre de la Madre.
La sesión estaba siendo muy profunda. Tenía la sen-
sación de haber viajado en el tiempo y el espacio hasta mi
gestación, y desde allí escuchaba los sonidos del mundo a
través del líquido que tapaba mis oídos. Sentía las emo-
ciones de los demás, el planeta y su locura, mi cuerpo
quieto y flotando, encogido dentro de algo, un corazón
que palpitaba y... fue entonces que comencé a ver.
Aunque parezca una locura, dos ángeles estaban a
mi lado. Observábamos el planeta desde afuera. Uno

10
de ellos me explicaba que ese era el mundo al que lle-
garía; me ponía al tanto de las cosas que pasaban en él,
pero a la vez me decía que no podría entenderlas hasta
estar dentro. Yo tenía la clara certeza de estar eligiendo
la experiencia de venir a la Tierra, mientras el otro án-
gel me miraba en silencio.
Me explicaron que estaba yendo para vivir una expe-
riencia en la que tendría que buscarme a mí mismo sin
siquiera saberlo. Que tendría que participar de algo que
era como un juego junto a otros Seres que estarían en la
misma situación que yo; algo así como entrar en un La-
berinto del cual alguna vez habría que salir, y todo ello
sin estar conscientes del juego que estábamos jugando.
Es decir, perdidos en una ilusión sensorial que tomaría-
mos como una realidad absoluta.
Me dijeron que la salida era recordar la esencia de
mi Ser y no creer en lo que el Laberinto dijera de mí;
no debía buscar acomodarme en sus rincones aunque
fuesen bellos y cómodos, sino salirme, liberarme, re-
cordar al que entró. Me dijeron que para ello no po-
dría renegar de la experiencia sino descubrir sus tru-
cos, sus trampas, saber sortearlas, y llegar a disfrutar
del juego al igual que alguien sentado en una mesa
con fichas, tarjetas y otros participantes. No había que
pretender que el resultado del juego diga quién soy,
sino que cada resultado me ofrecería pistas para recor-
darme y volver a habitar mi esencia.

11
Que a medida que descubriera como hacerlo, la es-
tadía en el Laberinto sería cada vez más gratificante,
hasta llegar a sentirme realmente agradecido.
Desde entonces siento que las situaciones de la vida
me ofrecen pequeñas y grandes señales que de a poco se
van ordenando como un rompecabezas, para con ellas
encontrar los paisajes interiores de mi Ser ilimitado.
“El Laberinto del Buscador” ofrece distintos estados
por los que vengo transitando. Quizás te puedas recono-
cer en alguno de ellos, o por el contrario darte cuenta
que aún no lo conoces. Personalmente me ha servido
mucho notar que algunas personas conocían estados que
yo no, lo que me sirvió y me sirve para seguir buscando
y reconociendo los rincones dormidos de mi Laberinto.
Estas historias describen esos instantes eternos en
los que creo haber mirado como por arriba del muro.
Mi sueño es que los cuentos que coseché en esquinas,
desiertos, continentes, selvas, mares, montañas e islas
sean una invitación a jugar contigo mismo, y con ellos
descubras pistas y mensajes que te ayuden a encontrarte.
Es mi intención que aquí puedas estudiarte a ti mis-
mo, ya que no pretendo entretenerte, hay demasiado
entretenimiento en el mundo. Por eso te invito a tomar
“El Laberinto del Buscador” como un cuaderno de
aprendizajes. Subraya las frases que te sirven, extráelas,
pégalas en lugares de tu casa. Hay mucha información
en este libro como para asimilarla con una sola lectura,
y de nada sirve la información si no la integramos. No

12
es lo mismo conocer que saber, saber es ser lo que uno
conoce. Confieso que yo mismo aún estoy integrando
desde hace años lo que aquí se revela, porque a veces
llega información a nosotros que viene de nuestro alma
y nuestra personalidad la tiene que integrar.
También puedes usar este libro como un Oráculo.
Haz una pregunta, o simplemente ábrelo en cualquier
lugar al azar y fíjate qué te propone que mires de ti;
transfórmalo en un objeto de poder. Cuando encuen-
tres algo que te hace click, suelta el libro y respírate,
profundiza en lo que has encontrado. Este Laberinto no es
para buscar y saltar de una página a la otra; de esa for-
ma te saturarás. Es para encontrar pequeñas señales
que pueden abrir grandes puertas de tu Ser.
Me libero de las exigencias de tu ego. No me intere-
sa que este libro te guste, no quiero eso. No es una
obra literaria, no me importa la técnica.
Lo que me interesa es que este libro te sirva, porque
también es mi intención que encontremos poco a poco
algo que nos inspire a crear un mundo mejor, un mundo
que empiece por dentro así como lo hacen las semillas,
que se abren paso hacia afuera.
Sólo así crearemos algo a la altura de lo que realmente
Somos: Seres Ilimitados viviendo una experiencia, hasta
llegar a descubrir y habitar nuestro Cuerpo Espiritual.
¡Buen viaje por el Laberinto!
Depende de ti...

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Entrada
No sé qué ha ocurrido pero estoy dentro de un Laberinto. Es
como si hubiese nacido aquí hace muchos años, mas no lo recuer-
do, ni siquiera recuerdo muy bien mi vida hasta este momento.
Sólo veo estos muros gigantes y una pared cerrada detrás de mí.
Podría jurar que del otro lado hay dos ángeles y que llegué aquí
acompañado por ellos; ni aunque quisiese, puedo ir para atrás, por-
que todo me lleva hacia delante: la posición de los ladrillos blancos
en los muros, la pendiente del suelo...
Tengo que avanzar y averiguar de qué se trata esto; estoy se-
guro que debe haber una salida, todos los Laberintos la tienen...
Nada más debo jugar y algo ocurrirá.
Luego de transitar entre estos muros sin más sentido que do-
blar y caminar recto, me encuentro con un portal que está como
blindado. En su centro tiene escrito con algún tipo de cincel un
poema...
CUERPO
MENTAL
Bienvenido
Brotan desde mí infinitas creaciones.
Soy quien las cuestiona y analiza,
Quien las mira desde uno u otro lugar
Proponiéndote soluciones...
Hay en mí pasadizos del saber
Y falsas puertas como trampas.
Puedes volverte consciente de ti y de todo
O dormir inconsciente sobre mis faldas...
Reconociendo la locura,
Me pules hasta que brille.
Puedo volverme tu espada
Y que mi filo te beneficie...
Simplemente soy un instrumento
Para andar el Laberinto.
Sin mí serías animal,
Sólo instinto...
Intento comprender desde siempre
Cómo llevarnos hacia la Fuente.
Soy una niña pura y salvaje,
Abandonada puedo corromperme...
Estoy aquí para servirte,
Enséñame a ser tu caballo,
A cabalgar hasta obedecerte,
A recorrer el camino de los sabios...
Luego suéltame y déjame libre,
Seré un ave creativa.
Como un águila volveré,
Para crear lo que quieras en tu vida.
Ni bien entro al Laberinto veo dos monjes parados juntos deba-
jo de unos árboles, vistiendo unas ropas color naranja y portando
cada uno de ellos arco y flecha. Peladitos y serenos, miran el blan-
co que se luce a lo lejos. El más viejo emana un silencio tan gran-
de como las rocas de alrededor.
Tengo que ocuparme en buscar la salida, sin embargo algo del
viejo me mantiene aquí.
Me quedaré observándolos mientras mi respiración se vuelve
consciente.

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Elegir y soltar
El Maestro mira a su discípulo en los ojos; luego cie-
rra los suyos, levanta el arco, da varias vueltas, se vuel-
ve uno con su respiración, sonríe y suelta la flecha. Esta
viaja rasgando el espacio entre ellos y el blanco, logran-
do clavarse en su centro con elegancia. El discípulo con-
templa la escena y suspira boquiabierto, mientras el an-
ciano acaricia su espalda comprendiéndolo.
Entretanto su discípulo camina hacia el blanco, puedo
leer sus pensamientos. Se preguntan lo mismo que los
míos: “¿Cómo lo consiguió con los ojos cerrados y dando
vueltas?”. Entonces una segunda flecha en vuelo acaricia
el oído de aquel partiendo la flecha anterior a la mitad.
El discípulo se vuelve hacia el Maestro, quien conti-
núa con los ojos cerrados y sonrientes. En eso empuña
un nuevo disparo, pero antes de lanzarlo el joven ex-
presa en voz alta su asombro e intriga con la mano en
la barbilla:
–¡No comprendo cómo es que lo consigue sin mirar,
Maestro!
Este agranda la sonrisa y devuelve la observación
con una pregunta, sin abrir aún los ojos:
–¿Cuál es la diferencia entre conseguir y atraer?
El discípulo baja la mirada pensativo buscando la res-
puesta, en ese momento la tercera flecha pasa zumbando

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junto a su otra oreja, clavándose en el centro de las dos
anteriores. Mientras aún resuena el golpe de la flecha
contra la madera, la voz del Maestro asesta una vez más.
–Si has meditado, si has orado, si te has ordenado
por dentro y por fuera, si tus deseos están libres de
egoísmo y has dado tu máximo para intentar acertar,
¿qué sucede con la flecha que sueltas?
–Ella se dirige sola hacia el blanco –respondió el joven–.
–No –respondió el anciano– Es el blanco el que atrae la
flecha.

21
Con este disparo clavado en la mente seguí caminando.

22
Bajé por una ladera rocosa y difícil. Se avecinaba una tormenta.
Quería salir del Laberinto antes de que comenzara, pero el primer
rayo me paralizó.
Dirigiendo mi vista hacia un costado encontré una cueva y allí me
refugié. En su interior se hallaba un hombre descalzo y embarrado
calentándose con el fuego, y junto a él estaba la que parecía ser su
compañera, quien demostraba estar muy disconforme con la situa-
ción en la que se encontraban. El, intentando transmitirle esperanzas,
le contó este cuento que me regaló una buena actitud para seguir
adelante. Lo escuché escondido en un recoveco sin que me vieran...

23
Caminar las palabras
Tomás creció en el seno de una familia que le había
infundido los conceptos de miedo, de desconfianza y
la idea de que las cosas se conseguían con esfuerzo y
previsión.
Durante muchos años Tomás siguió estas pautas,
mas con el tiempo le llegaron a su propio camino men-
sajes que le hablaban de confianza infinita en la per-
fección de todo momento, de liviandad, de disfrute y
de fluidez en la incertidumbre. Al principio no enten-
día nada de todo esto, pero por curiosidad comenzó
de a poco a poner en práctica estos principios.
Un día se despertó, desayunó tranquilamente en la
cocina y cuando volvió a su cuarto se topó con la sor-
presa de que su perro le había roto el colchón. Al mo-
mento, se opuso a lo que su mente le decía y recordó
el uso de los principios. “Esto es perfecto”, se dijo y
sonrió, haciendo un gran intento por creérselo.
Más tarde, concurrió a una entrevista de trabajo,
donde le ofrecieron un muy buen salario. En otro mo-
mento de su vida no hubiera rechazado dicha oferta.
Sin embargo, este trabajo le significaba hacer esfuerzos
que no disfrutaba y ocupar demasiadas horas en algo
que no quería. Lo rechazó agradecidamente, siguiendo
los principios de liviandad y disfrute.

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Camino de vuelta a su hogar encontró tirado en la ca-
lle un fajo de dólares equivalente a un mes de trabajo. Lo
recogió e instantáneamente pensó en ahorrarlo para al-
guna necesidad futura, pero recordó los mensajes de
fluidez en la incertidumbre. Regaló una gran parte de la
suma a desconocidos del camino y eligió obsequiarse co-
sas que hacía mucho no se daba a sí mismo. Comió co-
miditas ricas, adquirió alguna que otra ropita, libros y
hasta una guitarra que lo acercaba a su sueño de cantar.
A la mañana siguiente –aún con el colchón roto–, des-
pertó de una larga pesadilla que atravesó durante la no-
che. “Por algo serán” dijo, tranquilizándose a sí mis-
mo... Bajó las escaleras y en eso alguien tocó el timbre.
Era su tía.
–¡Hola Tomás!... te traje este somier, ya que acabo de
cambiar el mío...
–¡Qué perfecto! –dijo Tomás–.
–¿Te viene bien? o...
–Más que bien tía, me viene perfecto...
Tomás abrazó a su tía, sintiendo mucha gratitud. Lue-
go de regalarle alguna de las cositas que había compra-
do se puso a meditar en otro mensaje que hablaba acerca
de la abundancia. Este mensaje decía que hay dos for-
mas de obtener cosas: una de ellas es “conseguir”; eso
implica esfuerzo, necesidad, sacrificio, previsión. La otra
forma es “atraer” que refiere confianza, fluidez, disfrute
y una sensación de Merecimiento.

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Intentando continuar con la práctica de estos princi-
pios, salió a dar un paseo. Estaba por cerrar la puerta con
llave como siempre, mas decidió no hacerlo esta vez.
Se marchó para hacer unas compras y al pasar por una
casa de lotería recordó que su abuelo le jugaba al 17 cada
vez que tenía algún malestar. El nono decía: “el 17 es la
desgracia, y la desgracia tiene su premio”. No muy se-
guro de lo que hacía, Tomás puso todo su efectivo al 17.
Luego se dirigió a la plaza, y sentando en un banco
observaba cómo se comportaba la gente que pasaba.
Pasadas unas horas, volvió por la agencia sin grandes
expectativas, para encontrarse con la noticia de haber-
le acertado al número. Alegremente cobró su premio.
Al llegar a casa con este nuevo regalo, notó que de-
jar la puerta sin llave no había sido buena idea; estaba
abierta de par en par. En ese instante, mientras un es-
calofrío recorría su espalda, recordó a su Madre di-
ciéndole incontables veces “¡Nunca dejes la puerta sin
llave que así llamas a los ladrones!”.
Enseguida Tomás se dio cuenta que esos eran sus pro-
gramas antiguos de pensamientos; instantáneamente in-
tentó utilizar unos nuevos y se dijo: “¡es perfecto lo que
haya ocurrido en esta casa!”.
Entonces entró sin dudar, intrigado por lo que encon-
traría. Adentro lo esperaba uno de sus mejores amigos
cocinándole algo. Al verlo, aquel lo abrazó diciéndole:

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–Hola amigo querido, te vine a visitar de sorpresa. Me
apoyé en la puerta mientras golpeaba y se abrió sola; se
ve que la dejaste sin llave. Quedó abierta nomás como te
habrás dado cuenta, porque mira lo que te traje...
Su amigo silbó. Tomás vio llegar corriendo a un ca-
chorro de labrador, un perro que él siempre había de-
seado tener.
Feliz, Tomás le fue contando a sus allegados las ex-
periencias que había vivido los últimos días, y uno de
ellos le sugirió que escribiera una historia.
Fue entonces que comenzó a escribir, mientras para-
lelamente continuaba la ola de sucesos aparentemente
positivos y negativos mas siempre perfectos.
Contó que la vecina de la que siempre había estado
enamorado sin ser correspondido también tenía un ca-
chorro de labrador que por arte de magia los hizo co-
nocerse y volverse amantes.
Contó como una mancha en su camisa preferida lo
hizo deshacerse de todo lo viejo que tenía, renovando su
vestuario por uno compuesto íntegramente de prendas
confeccionadas con fibras naturales.
Contó que debido a una explosión del horno que le
dio justo en el rostro su cabello tomó una nueva forma,
la que sugirió un nuevo peinado que no sólo lo favore-
cía por completo, sino que fue descubierto por un cono-
cido estilista que condujo dicho peinado a la fama.

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Las deposiciones del cachorro regadas por toda la
casa le enseñaron a estar consciente de cada paso, in-
clusive en esos momentos en que cuasi dormido cami-
naba por las noches en busca de un vaso de agua.
La invasiva música fuerte del vecino (que escuchaba
heavy metal) le hizo ponerse tapones en los oídos y gra-
cias a ello descubrió la profundidad de su respiración,
revelando un hermoso estado de conexión interior.
Los peligros del barrio aumentaron tanto que ya na-
die andaba por las calles, ni siquiera los ladrones, por
lo que salía a caminar todas las noches, disfrutando de
la soledad y el silencio.
La posterior ruptura con su vecina amante hizo que
decidiera enamorarse de sí mismo, que descubriera
que ella le había hecho sentir el amor que siempre ha-
bía estado dormido en él.
Las peleas que su perro tenía con otros perros del
barrio lo llevaron a elegir vivir en una casa más gran-
de en medio de la naturaleza, mientras su casa de la
ciudad era alquilada.
Los dolores de espalda lo llevaron a descubrir el
yoga, la meditación y a bellas mujeres que conocían el
arte del tantra, la sexualidad sagrada.
El fallecimiento de su mejor amigo le despertó el po-
der de amar sin que el otro tenga que estar en presen-
cia física, trasladando luego esto a todas sus relacio-
nes, pudiendo sanar los celos y dejando de extrañar a
las personas de manera sufriente.

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La historia que escribió se transformó en un best se-
ller que le generó en muy poco tiempo millones y mi-
llones de dólares.
La vida de “Tomás El Perfecto” fue mejorando en todo
aspecto día tras día, hasta el punto de llegar a ser admira-
do por muchas personas en variados países de la Tierra.
La mayor parte del tiempo se la pasaba viajando y
dando congresos, y sus seguidores comenzaron a poner
en práctica sus principios teniendo más éxito en la vida.
Ya no tenía mucho tiempo libre, ni siquiera para
gastar su propio dinero o para habitar alguna de las
hermosas casas ubicadas alrededor del globo que ha-
bía adquirido, y sin embargo él seguía afirmando que
todo era perfecto, que ahora la liviandad y el disfrute
eran esos, y que debía fluir con lo que se merecía.
Hasta que un día su libro dejó de ser un best seller y
pasó a ser invendible, ya nadie lo compraba. Como
consecuencia, la editorial decidió dejar de imprimirlo.
Otra mañana, Tomás necesitaba efectivo, por lo que
fue al banco donde tenía depositado los ahorros que le
había generado en su momento su libro. Al llegar a las
puertas de la entidad vio una larga fila de protestan-
tes. Estaban reclamando que les devolviera sus aho-
rros, ya que la banca había quebrado.
Habiendo perdido su liquidez, se propuso a vender
sus bienes materiales. Fue deshaciéndose de todo, aún
de sus diferentes propiedades.

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La única que llegó a poder conservar, su predilecta,
también debió ser vendida. En ella había plantado mu-
chos frutales, los que disfrutaba regar y cuidar. Des-
prenderse de ella le ocasionaba un poco de tristeza,
pero lo hizo para cubrir algunas de sus deudas y re-
mediar el fracaso de algunos negocios que entabló con
amigos, amigos a los que a causa de dichos negocios
finalmente perdió.
Tuvo que regalar su perro labrador y otros perros
que lo acompañaban, ya que no cabían en el monoam-
biente que alquiló con lo que le alcanzaba.
Sus familiares le reclamaban la manera en que había
manejado su fortuna y como podría haberlos hechos
felices a todos de haber actuado de otra forma. Junto
con ellos, todos sus conocidos poco a poco se fueron
alejando de él.
El celular se le cayó a la alcantarilla.
Alguien jaqueó sus cuentas de internet. Al percatar-
se de ello, Tomás creó una cuenta nueva para comuni-
carse con los fanáticos que seguían los principios de
sus libros; pero observó que muchos de ellos ahora le
objetaban que los problemas volvían tarde o tem-
prano. Hasta llegaron a crear un foro que denomina-
ron “Los engañados por los principios de Tomás”.
Una tarde, cuando salía de una función gratuita de
cine, una persona lo reconoció y lo secuestró, pero al
percatarse de que no cobraría un peso por su recom-

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pensa lo arrojó del auto en marcha en una calle de tie-
rra de un pueblito del interior; no sin antes decirle:
–Yo seguía sus principios Tomás, y comenzó a irme
muy bien. De repente todo el mundo me quería, me
pedía consejos... A todos ellos les hablé de usted. Pero
un día todo comenzó a irme mal, al igual que le pasa a
usted ahora. Igualmente continué afirmando que todo
era perfecto, confié en que todo pasaría y que de algu-
na forma podría seguir viviendo con liviandad; mas
todo se volvió tan pesado que ya no pude fluir entre
tanto traspié. Pasé de sentirme un rey a sentirme un
miserable porque así me trataban todos. Usted es un
miserable, Tomás. Revuélquese en sus principios... A
ver, ¿qué tan perfecta le parece esta zanja?
En ese momento en que volaba del auto en marcha,
Tomás se dispuso contemplar el sol del atardecer, ca-
yendo de lleno en la zanja con agua de lluvia acumula-
da horas antes. Al entrar en contacto con el agua sintió
una frescura y libertad sin límites.
Se incorporó y comenzó a caminar silbando, mien-
tras sus ropas se iban secando. Su humedad aliviaba el
caluroso andar en aquel pueblo del norte.
En eso apareció una mochilera. Le pidió fuego,
prendió un cigarro y pitada va pitada viene se pusie-
ron a charlar. Luego de un rato lo invitó a tomar unos
mates a su campamento. Finalmente hicieron el amor
al lado de la hoguera...

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–Juraría que te conozco Tomás –le dijo ella–...
–¿Yo soy de Morón, vos? –le dijo Tomás–...
–De Rafaela. Debe ser que me recuerdas a alguien.
–Debe ser...
La chica le contó su historia: En un momento de su
vida todo era maravilloso y eso la hacía sentir formida-
ble, la gente la amaba y la respetaba, pero un día todo
cambió; y entonces sin nada más que perder salió al ca-
mino, y poco a poco fue encontrando mensajes, mensa-
jes que le hablaban a través de la gente, de las cosas y
de la naturaleza. Estos mensajes le devolvieron la armo-
nía a su vida, la que ahora era más bella que antes y
mucho más sencilla. Le contó que podría volver sin di-
ficultad a los circuitos anteriores si alguna vez lo quisie-
se, ya que su templanza interior había aumentado y pa-
sara lo que pasara nada afectaba su ánimo.
–¿Cómo es eso de los mensajes? ¿Qué mensajes ob-
tenías? –le preguntó Tomás sonriendo–.
–Mira, leí el libro de un hombre, un tocayo tuyo, no
recuerdo su apellido pero quizás lo conozcas. Su libro
habla de que todo es perfecto.
–Sí, sí, lo conozco –dijo Tomás haciéndose el distraído–.
–Sí, ese Tomás es un genio. ¿Sabes lo que ocurrió con
él y su libro? La gente que lo seguía, que lo leyó, luego
de un tiempo comenzó a malinterpretar sus mensajes,
pues todos creían que la perfección es que todo resulte
tal como quieres. Pero yo descubrí que no es así...

32
–¿Ah, no? –dijo Tomás–.
–No –dijo ella mientras se acariciaba el pelo a la luz de
la fogata–. Todo puede ser como tú quieras, todo puede
ser perfecto Tomás, pero la cuestión radica dentro tuyo.
Cuando estás bien por dentro, las cosas continúan su-
cediendo, transcurren; pero lo que pasa es que todo el
malestar que por alguna razón hayas guardado, aprove-
chará ese estado de bienestar para salir y liberarse. En-
tonces atravesarás momentos como los que yo atravesé,
momentos de penumbra en los que casi no podrás ver la
luz. Ahí mismo es cuando los principios de este hombre
vuelven a valer, y cuando los tienes que sostener; o al
menos así fue como me sucedió. Atraje situaciones ad-
versas y entonces traté de alivianar mi juicio ante lo que
me ocurría, intentando confiar aun cuando nada parecía
estar funcionando. Intenté fluir con paciencia con los tro-
piezos de la vida y lo conseguí, y gracias a eso ahora
vivo sabiendo que todo es perfecto por alguna razón.
Al despertar, despidiéndose de la mochilera que
tanto le había enseñado con un silencioso y humilde
agradecimiento; Tomás siguió su camino, saboreando
los besos de la noche, disfrutando de caminar por el
borde de la ruta, sin prisas y sin pausas, contemplan-
do los paisajes de su interior.

33
Al terminar la historia de Tomás, la mujer de la cueva estaba en-
cantada por el relato de su compañero, le dio un amoroso beso,
luego tomó su bastón de caminar y salió cantando de la cueva,
quizás hacia la salida del Laberinto; acto seguido él la siguió.
Yo salí de mi escondite y aún dentro de la cueva los miré abra-
zarse bajo la lluvia que arremetía afuera. Al segundo beso, la Luna
apareció de entre las nubes, despejándose el Cielo automáticamen-
te y deteniéndose la lluvia que les caía encima.
Por esas cosas de la perfección el fuego había quedado encen-
dido para mí. Me acerqué a él y me quedé observando su magia,
cuando de pronto divisé algo en las brasas y caí en un trance.
Hecho un bollito en el suelo de la cueva, contemplando el fue-
go, aprendí que lo que uno ve se puede ver aún más profunda-
mente. Entonces, la realidad de siempre cambió...

34
Todo nos habla
Uno de los leños más gordos de la fogata comenzó a
filosofar entre las chispas...
–¿Saben qué, hermanos leños? He observado que has-
ta la abuela ceniza termina desapareciendo. Su cuerpo es
absorbido por la tierra o desparramado por el viento.
Un tronco lleno de cascaritas se sumó a la charla con
un silbido que salía de sus ardientes grietas.
–Nosotros conseguimos arder bien en este fuego
porque estamos juntos; uno por sí solo no genera lla-
mas mas que por un instante.
Otro leño, que sostenía bailando sobre sí unas de
esas llamas azules y anaranjadas dijo...
–Los leños de todos los tiempos y de todos los luga-
res han tenido el mismo destino que tendremos noso-
tros en esta experiencia: la extinción. Por eso es impor-
tante disfrutar el momento.
Uno que intentaba arder más lento porque era bas-
tante delgado preguntó temeroso...
–¿Será que nuestros cuerpos al consumirse se vuel-
ven algo más?
Otro que aún no ardía porque recién había sido co-
locado en la fogata le contestó tímidamente...

35
–Quizás no nos hemos consumido nunca amigo,
sino que sólo hemos pasado de un estado a otro, al
igual que lo hicimos de madera verde a seca.
–Creo que todos los leños de todos los fuegos, de to-
dos los tiempos, estamos unidos por algo más que ma-
teria y llamas; y que cada uno lo tiene que descubrir
por sí mismo mientras comparte la experiencia con los
demás –dijo el que estaba mejor ubicado–.
–Para mí cada uno comienza a consumirse cuando
está inmerso únicamente en su propia razón –dijo el que
humeaba y humeaba por no tocarse con ningún otro–.
–Sí, sí, tienes razón –dijo una corteza flameante–.
–Solamente al estar al borde de la extinción es cuan-
do nos preguntamos qué otro sentido puede tener esta
experiencia –dijo uno de los que había comenzado la
fogata y que ahora estaba en sus momentos finales–.
–¡Que tengas buen camino, querido hermano! –le dijo
una ramita fina y flameante–.
–Gracias amiga, gracias a todos por arder profundo;
arder por arder no tiene sentido. Gracias por ser bus-
cadores de las verdades de cada uno.
Así, el que fue parte de un gran bosque, luego parte
de un gran árbol, y luego parte de un pequeño fuego,
cerró los ojos al brillo de la existencia. Los demás tam-
bién cerraron sus ojos para acompañarlo...
Entonces, entre chisporroteos, la abuela ceniza lo co-
bijó en un abrazo eterno, invitándolo a caer sobre sus

36
faldas y terminar de incinerarse. Mientras le cantaba al
oído los mensajes de las brasas, todo el fuego perma-
neció en un respetuoso silencio.

37
Permanecí observando los infinitos caminos que me mostraban
las brasas... Descubrí tantas posibilidades en ellas...
Al cabo de un rato reavivé las llamas y la cueva ahora iluminada
se volvió una fiesta...

38
Al despertar del trance, salí de la cueva y me dispuse a caminar
por el silencioso bosque, sumergiéndome en las entrañas de la Ma-
dre Tierra sabiendo que algo me iba a mostrar...
Fue entonces cuando divisé por el rabillo de mi ojo un animal.
No pude encontrarlo, no emitía sonido alguno y tampoco lo podía
ver, mas sí podía sentirlo muy cerca de mí. Por un momento temí
que me atacara pero luego su silencio me acarició.
Entregado, me recosté en una roca tibia, cerré los ojos y lo co-
mencé a escuchar...

39
Darse cuenta del presente
–Te vas del presente.
–¿Quién eres tú? –pregunté–.
–Soy tu animal de Poder.
–¿Y qué animal eres?
–¡Basta de preguntas! Estoy aquí para guiarte hacia
el momento presente.
–Bueno, pero déjame que...
–¡Shhhhh! –me interrumpió–.
–¿Y qué es lo que quieres de mí?
–Recorre aquel camino hasta el atardecer, y observa
lo que ocurrirá...
En ese momento escuché nuevamente su movimien-
to cerca de mí. No sé si eran alas, un salto de rama en
rama o algo que parecía deslizarse, pero me dirigí ha-
cia donde me dijo cautivado por el misterio y la des-
treza con que se desplegó.
Caminé durante un buen rato sin que ocurriera nada
novedoso, hasta que me topé con un árbol muy especial
ante cuya presencia me tuve que detener, absorto. Su
tronco era impresionantemente ancho mas sin embargo,
no era tan alto. Sus ramas parecían brazos robustos y
amistosos dispuestos a abrazarme. Los nudos en el centro
del tronco formaban un rostro tan perfecto que no pude
resistir hablarle, estando seguro de que contestaría...

40
–¡Hola! –le dije, pero no me contestó–.
Había algo extraño en él... Nunca había estado frente a
un árbol que pareciera tan vivo, así que me senté a obser-
varlo. No sólo por sus formas, sino por ese brillo invisible,
ese algo más que me generaba tanto silencio y quietud...
Me quedé un rato contemplándolo y poco a poco las
otras cosas del lugar fueron tomando el mismo brillo. Por
momentos parecían todas hechas de la misma materia.
El bosque ahora era distinto que al principio, aun-
que por otro lado todo se mantenía igual, estaba im-
pregnado de algo auténtico, algo único que estaba
ocurriendo delante de mí.
Descubrí que lo mismo sucedía con los pastos que
había bajo mis zapatos. De hecho me sorprendí al ver
que el fenómeno estaba alcanzando mis pies, mostrán-
domelos en detalle. Luego siguieron las piernas, las
manos, lo que alcanzaba a ver del torso... Todo mi
cuerpo parecía nuevo por dentro y por fuera, radiante,
mas sin que dejara simultáneamente de ser el mismo
de siempre.
Entonces, tuve un pensamiento: “¿ocurrirá lo mismo
en otro lugar de este camino?”
Mientras me incorporaba para averiguarlo imaginaba
qué encontraría más allá, pero sorprendentemente y sin
que aún me hubiera movido, el lugar ya había cambiado.
El árbol estaba ahí, pero ya no tenía ese brillo espe-
cial; ahora todo el bosque parecía un bosque y nada

41
más, y ese momento se parecía a cualquier momento,
a un momento como cualquier otro. No había nada
particular ni en mis manos ni en mis pies...
Retomé el paso, tratando de comprender qué había
ocurrido allá atrás, que había sido todo eso.
En eso estaba cuando pisé una espina que me perfo-
ró el zapato. Me detuve para quitármela, el dolor era
muy intenso; tiraba y tiraba y no la podía sacar de la
suela. Fue entonces, mientras el dolor latía en mí a
cada instante, cuando percibí que todo había retoma-
do ese brillo particular.
Me abstraje por un momento de los latidos de dolor
y de la espina, maravillado por la sobredimensión de
los colores y las formas de todas las cosas.
Al darle una segunda mirada, ya todo me parecía
parte de una conspiración, algo así como una cámara
oculta, algo secreto que quería revelarse...
Entonces todo mi Ser se conectó de manera tal a todo
ello que por alguna razón obtuve la información de
cómo quitarme la espina. ¡Con la misma gracia y sutile-
za que uno quitaría una tela de araña conseguí sacar a
mi Maestra fuera del pie! El dolor seguía ahí, intenso y
punzante, pero parecía lejano ante tanto no sé qué...
Los detalles de todo se notaban más, las líneas de las
cortezas de los árboles y arbustos, los dibujos de las se-
millas, las minúsculas gotas sobre las hojas que parecían
un espectáculo minimalista, la destreza de una hormiga
cautivándome al punto de olvidarme por completo del

42
dolor que sentía. Las distintas posiciones de cada pasto
parecían esculpidas por algún artista anónimo, la forma
de mis pies y hasta la respiración se habían transforma-
do en algo evidente que antes era imperceptible.
“¿Por qué nunca ven así mis ojos?”, me preguntaba
contemplando la rugosidad de una corteza como si fue-
se una obra escultórica. “¿Qué ocurre que ahora puedo
escuchar los sonidos como si todo fuese una gran com-
posición?”, seguía mientras el canto de los pájaros me
atravesaba. “¿Será que el lugar donde estuve antes ha-
brá recobrado esa magia?”
Entonces corrí sobre mis pasos tratando de llegar
antes de que esa sensación se escape de mí. Cuando
llegué al árbol robusto, el brillo antes percibido ya no
estaba... y me derrumbé de espaldas contra el suelo,
consternado por la incertidumbre.
“¿Qué está pasando, qué es lo que ocurre que no lo-
gro comprender este fenómeno ni hacerlo perdurar?”.
Mi animal de Poder regresó desde todos lados al
mismo tiempo.
–Lo que buscas está donde estás.
Al mirar detenidamente, todo estaba de vuelta allí.
El universo de los insectos, la gota chorreando en la
hoja, el perfume de la tierra húmeda...
Me pregunté si esta vez el fenómeno habría llegado
para quedarse, y en ese instante se esfumó...

43
Entonces el animal de Poder se dirigió a mí desde
arriba de los árboles y me dijo:
–Está en el instante mismo, y no más allá de él.
En ese momento el brillo volvió, poniendo de prota-
gonista a una ramita pequeña que colgaba de un li-
quen. La tomé y mientras la escudriñaba caminé lenta-
mente, tratando de no pretender estar yendo a ningún
lugar sino sólo desplazándome en el paso a paso en el
que estaba, observando que de acuerdo al grado de
concentración que conseguía en él, el brillo se iba o re-
gresaba, aumentaba o disminuía.
Fue allí que el animal me explicó:
–El tiempo no existe para este estado, y sin tiempo las
cosas tienen otra presencia. Lo externo refleja su pre-
sencia de acuerdo a tu tiempo interno. Si estás en quie-
tud interiormente, los detalles de todo se exhiben más.
Si estás en movimiento interiormente, esos detalles son
más difíciles de percibir, pues no tienes tiempo para
darles atención. Aun así, siempre están disponibles.
Mientras él hablaba, yo caminaba jugando a alternar
el ritmo de mis pasos, y de acuerdo a la manera en que
lograba percibir plantas, animales e insectos podía no-
tar la presencia o la ausencia de tal estado.
Pude ver que cuando mi mente se proyectaba al fu-
turo o al pasado, aunque me estuviera dirigiendo al
arbolito más próximo, el brillo del bosque se opacaba,
y tanto él como yo parecíamos estar por detrás de las

44
cortinas de un sueño en el que me quedaba algo así
como hipnotizado con las teorías e inquietudes de mi
mente, imposibilitado de percibir el estado de mi Ser y
el Ser de mi entorno en el instante presente.
El animal de Poder nuevamente me habló, agregando:
–Una vez que lo notaste, en ese instante te ha sido
devuelta la facultad para vivir así, pero permanecer en
ello implica paciencia y entusiasmo. Para poder vivir en
este Estado de Gracia tienes que primero “darte cuenta” de
tu presencia, y luego desarrollar la voluntad para ele-
girla, ya que con ella muchas cosas a las cuales estás
malacostumbrado se esfumarán.
–¿Ha estado siempre aquí dicho estado?
–Siempre, sólo que no le dabas la suficiente atención.
–¿Es porque mi mente salta al pasado y al futuro?
–No. Es porque le das a tu mente el total poder de de-
cisión. Ella se dirige donde va su dueño. Si su dueño
anda errante, ella también. Si su dueño tiene dirección,
ella toma esa dirección y una vez que lo hace tiene la
capacidad de manifestar universos; mas siempre debes
ser tú el Editor de sus ideas. ¿Imaginas un pájaro llama-
do mente cuyas alas lo lleven a cualquier lugar y no
donde realmente él necesita y desea? Él se ha vuelto
uno con esas alas, y las mismas obedecen completa-
mente la voluntad del pájaro y actúan con libertad.
La Maestría en esto es reconocer un Estado de Silen-
cio Natural que vive en todos nosotros; estado en el

45
cual la mente puede o callarse o disminuir el volumen
de su voz, porque al reconocer quien manda actúa so-
lamente cuando su jefe se lo pide.
Seguí hasta un risco contemplando los detalles del
camino, acariciando cada ramita, sintiendo las porosi-
dades y formas de sus hojas, percibiendo cómo esta
presencia se marchaba y cómo regresaba.
Llegué al borde del risco al comenzar a caer el atar-
decer. De pronto, pude ver a mi derecha la sombra de
un animal moverse entre grandes hojas. Mi mente se
preguntaba si era un depredador o quizás mi animal
de poder. El sol estaba rojo y derritiendo el día.
“¿Sería ese mi animal de Poder?” –preguntó la mente
una vez más–. Pero dirigí toda mi atención a una estrella
que estaba naciendo, su brillo parecía hacerme señas, ese
titilar de mínimos colores, ese silencio, ese misterio en el
que durante unos instantes eternos... permanecí.

46
La roca sobre la cual estaba sentado se había vuelto blanda y
amiga. Me levanté en estado de contemplación, y atento a mis mo-
vimientos seguí mi camino.
Llegué a un bello lugar y me acosté a dormir sobre la tierra, sin-
tiéndome un animal.

47
Desperté cerca de ellos, tan solo nos separaba un arbusto, tal
vez noten mi presencia. Aunque sin embargo desde que recorro
este Laberinto muchas veces he tenido la sensación de que parez-
co invisible.
El más viejo era canoso y charlatán, el otro un adolescente po-
deroso. Muy diferentes y muy parecidos al mismo tiempo, ambos
compartían una mirada decidida pero inocente. Intenté escuchar lo
que hablaban, y así desayuné un verdadero banquete...

48
Aprender para desaprender
Sentados bajo un arbusto, abuelo y nieto descansaban.
–¿Abuelo, qué es “el camino hacia uno mismo”?
Las arrugas de anciano se movilizaron en el curtido
rostro ante semejante pregunta, buscando respuestas
que parecían aflorar a través de la mirada.
–El camino hacia uno mismo es igual que un parto,
Matías. Empieza por sacarnos del lugar en el que esta-
mos para hacernos avanzar intuitivamente hacia algo
desconocido que nos llama de manera natural.
El anciano miró con dulzura a su nieto y silenciosa-
mente agradeció que estuviese allí.
–Al igual que el parto, querido, el camino hacia uno
mismo será exigente. En él estarán presentes las diver-
sas posibilidades que acontecen en la vida y la muerte,
en este caso, de nuestra personalidad.
Cuando asomamos nuestro “uno mismo” a esa nue-
va dimensión que se nos abre (tal como lo hacemos al
momento de nacer), ni siquiera tenemos asegurado
que todo marche según nuestros planes... Mas lo que
sí tenemos asegurado es que una aventura nueva co-
mienza, un renacimiento; en el caso del camino hacia
uno mismo será como sumergirse en el océano, ya que
a medida que nos adentramos en él algo quiere devol-
vernos a la superficie. Tenemos la capacidad de tomar

49
el aire y el impulso suficientes para luego, con deter-
minación y entusiasmo, sumergirnos otra vez en esas
aguas emocionales y cosechar la perla que nos espera
en lo profundo de cada quien.
El nieto escuchaba atentamente, mientras hurgaba
entre el pasto buscando pequeños insectos.
–El camino hacia uno mismo, Matías, se recorre
paso a paso, al igual que todos los grandes caminos.
Podríamos imaginarnos como yendo hacia la cima de
una montaña, contemplando cómo el paisaje va cam-
biando y que a veces tenemos que retroceder un poco
para poder encontrar el avance propicio.
Este camino comienza por la voluntad de pretender
ser más de lo que uno es. No para los demás, no para
el mundo, ni tampoco para dejar una huella ni una
idea que recuerden las generaciones venideras; sino
para dejar una pequeña y sutil marca dentro de uno
mismo, más allá de las propias limitaciones.
El abuelo continuaba hablando. Matías, entretanto,
intentaba subir a un árbol que no le ofrecía ramas ba-
jas como para trepar... estaba difícil la subida... Aun así
continuaba buscando.
–El camino hacia uno mismo empieza por un intentar
y volver a intentar, así como cuando uno era bebé y pa-
recía imposible sentarse, hasta que de tanto intentar una
vez se consigue. Cuando uno descubre que el haber lo-
grado sentarse ha abierto toda una serie de experiencias

50
que eran imposibles de vivir en la postura acostada, y
también que entonces todo no terminaba ahí, es que algo
nos dice que intentemos pararnos luego de haberle to-
mado la mano al estar sentado. Y otra vez los intentos fa-
llidos que parecen indicarnos que es imposible. No obs-
tante, de tanto hacerlo un día también eso conseguimos
lograr. Y nuevamente la realidad que vivíamos vuelve a
cambiar, empezamos a descubrir que caminar no lo era
todo, que podíamos correr y hasta subir a los árboles...
Matías ahora lo miraba sentado en una rama.
–Así, un día se nos ocurre volar, pero los intentos fa-
llidos dicen que esto sí es imposible, querido; y lo ma-
ravilloso es que es creemos que es verdad.
–¿Es verdad, Abu? ¿No será que también podemos
volar? –dice su nieto con los brazos abiertos, sintiendo
el sol desde las alturas–.
–Eso tendrán que averiguarlo tú y tu ego, Mati...
–¿Qué es el ego, abuelo?
–Caminemos, caminemos, mi querido –dijo el abue-
lo–. Oye, si analizas al detalle la expresión que uso al
decirte “mi querido”, quizás juntos descubramos algo
acerca del ego, ya que es un tema largo y profundo.
–Mi... –dice el nieto pensando–. ¿Es como si yo fuera
algo tuyo, y con ‘querido’ te referís a algo que vos que-
rés mucho tener?
–Exacto, amado nieto. Fíjate como te he transforma-
do en una de mis pertenencias... Mas lo hemos notado,

51
hemos podido darnos cuenta de que a veces el que ha-
bla es el ego, hasta en lo más amoroso.
–¿El ego es como un parásito? –dice el joven mien-
tras rasga la corteza de un árbol seco–.
–Exactamente, ¿y que hacen los parásitos?
–Eh... –piensa Matías mientras busca en el archivo
de las interminables charlas con su abuelo. Ambos se
amaban mucho y pasaban largos tiempos juntos mien-
tras la Mamá de Matías trabajaba. Él tiene 14 años y un
interés muy particular por los temas que le interesan a
su abuelo–.
–Los parásitos son como esos gusanos y hongos del
duraznero, abuelo. Y con el paso del tiempo el arbolito
se va pudriendo cada vez más mientras que los parási-
tos aumentan...
–Eso es, amado pequeño. El ego es un parásito que
se alimenta de nuestra vitalidad y alegría y poco a
poco nos hace ver más abatidos y cansados de la vida.
En vez de ser físico, palpable, como esos bichitos
que nombraste, el ego es mental. O sea, él primero
ocupa nuestra mente, ya que piensa por nosotros, ha-
ciéndonos esclavos de nuestros pensamientos para
volverlos deseos que suponemos nos harán bien.
Lo que ocurre es que no sólo deseamos más de lo
que podemos realizar, sino que cuando finalmente
cumplimos esos deseos, inmediatamente surgen otros
porque el haberlos cumplido no nos ha generado ese
bienestar duradero que imaginábamos. No es que

52
nuestro deseo no cubra lo que nos prometía, sino que
es meramente una estafa del ego que en realidad vive
de hacernos sentir insatisfechos.
Nuestra verdadera mente nunca está insatisfecha
–dice el abuelo señalando su entrecejo con el dedo ín-
dice. A la par su nieto camina intentando hacer verti-
cales cada tanto–.
–Es más, nuestra verdadera mente siempre está agra-
decida. Esto puede parecerte raro porque realmente son
muy pocas las personas que tienen la posibilidad de
utilizarla.
La gran mayoría de la gente vive casi toda su vida
como un esclavo de sus parásitos trabajando desde
niño a merced de la insatisfacción del ego, siendo que
tenemos una mente magnifica a disposición capaz de
reconocer la belleza en todo, hasta en el ego. Trabajan-
do por liberarnos de su gobierno logramos descubrir y
luego valorar nuestra verdadera libertad.
–¿Entonces es dañino tener deseos, Abu?
–No, nada de eso. El deseo es una idea creativa, una
capacidad para imaginar lo que podemos crear. Pero al
estar infectado por el ego es como un órgano que fun-
ciona mal. Nuestros deseos son muy útiles cuando
provienen de nuestra verdadera mente, porque son
pensamientos superiores que buscan mejorar nuestra
experiencia de vida, teniendo en cuenta el mayor bien
de todos. El deseo puro es evolución –determina el
abuelo mientras toma una manzana del árbol–.

53
Mira, un claro ejemplo podría ser la idea que tuvo la
jirafa cuando el fruto estaba lejos de su alcance.
Ella quiso comer también frutos de los árboles altos,
y de tanto intentar llegar a esos frutos, todas juntas hi-
cieron que un día eso sucediera, sus cuellos se estira-
ron... Mientras tanto, antes de lograrlo vivían felices
con su cuello tal como estaba, comiendo los frutos que
se encontraban disponibles a su alcance. Jamás se sin-
tieron desdichadas por no poder alcanzar aquellos fru-
tos. Era sólo un deseo, una intención, y podían desearlo
porque cumplirlo estaba disponible. Todos los deseos
que nos favorecen a todos se encuentran disponibles.
Pero cuando este deseo proviene de nuestra mente
parasitada, el deseo resulta destructivo. Si te fijas, ese
deseo ya ha nacido de una sensación de carencia y ne-
cesidad, ha surgido de una ansiedad por querer cum-
plirlo para salir de esas sensaciones. El parásito nos ha
hecho creer que vivir sin cumplir ese deseo es valer
menos de lo que podemos valer...
–Ah... ¿el ego nos hace creer que valemos menos?
–Claro, por eso lo primero que hace es hacernos sen-
tir insatisfechos.
Ambos se quitan los zapatos para atravesar un char-
co de lodo que les llega a los tobillos. Matías aprove-
cha para pintarse el rostro y pintar el de su abuelo,
quien sigue hablándole.

54
–Observa los bebes y los niños más pequeños. Verás
que ellos se contentan con tan poco... Generalmente
con cosas muy básicas relacionadas con su cuerpo y
con su corazón. El corazón de esos pequeños seres
sólo quiere compartir el amor y la gratitud que siente
por estar vivo...
–Pero yo conozco muchos niños que se la pasan llo-
rando pidiendo todo lo que no tienen, y cuando se los
dan lloran por otra cosa, Abu...
–Eso mismo, ahí ya puedes ver como empieza traba-
jar el parásito en alguien cuando aún es niño. Si obser-
vas a los adultos, verás que continúan con ese compor-
tamiento durante toda su vida... Por eso te he mencio-
nado los niños bien pequeños, porque en ese momento
los seres humanos tenemos una especie de inmunidad
que no deja actuar al ego.
Lamentablemente, esta inmunidad, esta protección,
cada vez es más débil. En estos tiempos que corren el
ego viene ya instaurado en nuestra mente como un
chip, ya sea por lo que adquirimos de nuestros padres
a través de las emociones durante la gestación, el em-
barazo o el parto, o porque todo este mundo viciado
en el cual vivimos sobre la Tierra ha sido y continúa
siendo creado por este parásito y su inmensa familia,
aunque te cueste creerlo.
–¿Cómo? –el joven arroja una piedra con fuerza inten-
tando ver hasta dónde llegan sus fuerzas, y al escuchar a
su abuelo gira bruscamente y con cara de sorprendido–.

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–Para que te des una idea, es él mismo el que nos re-
cibe en las manos de los doctores al nacer, el que nos
pega un cachetazo en las nalgas para que lloremos y
nos pincha el dedo con una aguja (entre otras cosas)
como si fuésemos un objeto, el que luego nos baña en
líquidos extraños, el que nos pone sobre cosas frías y
duras siendo que hasta ese momento estuvimos flo-
tando cálidos...Por último, el que nos acerca a nuestra
Madre (eso si tenemos suerte), la que ha sido dopada y
tratada como un número, por él también. ¿Sabes para
qué hace todo esto el ego, Matías?
–No lo sé, Abu, pero de sólo oírlo lo único que sien-
to es miedo y enojo...
–Justamente, para que tengamos miedo y enojo, por-
que el ego sólo puede vivir en una mente temerosa
que genere emociones de desdicha y competencia. Eso
es lo que los niños pequeños todavía no tienen... El
tema es que al empezar a crecer, recibiendo tantos estí-
mulos agresivos, rápidamente las empezamos a adqui-
rir como medio de supervivencia. Desarrollamos toda
una serie de maneras de reaccionar a esos estímulos, y
así se forma la personalidad, lo que creemos ser en la
vida, siendo que ella es sólo una fiel secretaria del ego
que vive únicamente para atenderlo mal o bien hasta
en su más mínima exigencia...
–¿Y este parásito se puede curar, abuelo? –pregunta
Matías rescatando una mariposa del agua pura y cris-
talina que corre a su lado–.

56
–Claro que sí, todo se puede curar, sólo necesitamos
utilizar nuestra mente verdadera. De hecho, esta men-
te tiene una herramienta muy poderosa que puedes
empezar a utilizar ya que otorga inmunidad sobre el
ego. Recuerda que él quiere ocupar tu lugar o que vi-
vas para él.
De paso, poco a poco vas curando todo lo adquirido
involuntariamente hasta ese momento. El hecho de vi-
vir de una determinada manera va sanando las memo-
rias que hay en tus emociones y en tu cuerpo; es neces-
ario sanar esas emociones porque ellas te hacen reaccio-
nar defensivamente a los estímulos agresivos, y sin dar-
te cuenta también hacen perpetuar el enojo, el temor y
la desdicha que reside en ti. Estarás sanando el ambien-
te en el que puede vivir y desarrollarse este parásito.
–¿Y cuál es esa herramienta que puede librarnos de él?
–Hay muchas, mas una de ellas es la Gratitud. Sé
que te puede sonar sencillo, pero es que así son las
verdaderas herramientas. El complejo y difícil es el
ego, siendo inclusive el que te quita el interés por las
cosas simples por no ser de su gusto. En la valoración
de las cosas simples el ego pierde terreno, ya que te
sientes valioso con menos de lo que él quisiera, y de
esa manera la insatisfacción ya no existe, por lo tanto
no te enojas, no reaccionas, no tienes miedo...
–¡Ah, guau... muchas gracias por esta herramienta
tan simple! –agradece Matías tomando en sus manos

57
una semilla de diente de león. La sopla y observa
como vuelan con la brisa sus pelusitas hacia el cielo–.
–Ahora comprendo mejor de que se trata esto del
ego y el no ego, nunca podía entender bien lo que
era... Pensándolo bien, quizás él mismo quería que se
viera complicado... Sin embargo tú logras comunicár-
melo así de sencillo, porque es tu mente verdadera se-
guramente la que lo está expresando.
Gracias abuelito, gracias de verdad; siempre que te
escucho o cuando leo tus cartas me siento muy bien.
Ahora empiezo a comprender mejor a qué se debe: me
haces sentir tu satisfacción por la vida, y me inspiras a
caminar de esa forma la mía.
Sé que todavía soy chico, pero veo que el ego no res-
peta eso y que inclusive quiere volverme uno de sus es-
clavos desde que nací. ¿Por qué hará eso el ego, abuelo?
¿Por qué existirán los parásitos? ¿Para qué la Naturale-
za siendo tan perfecta crea estas maneras de vivir, si
todo podría ser más fácil y simple para todos? Si te fijas
hasta los animales y plantas tienen parásitos...
–Que buenas preguntas haces, querido. Es el tipo de
preguntas que nos hacen buscar respuestas que bene-
fician a todos, y eso solamente puede venir de tu men-
te verdadera. Me alegro mucho por eso, te lo agradez-
co de verdad, gracias, es muy hermoso el regalo de
charlar contigo así, me haces sentir en buena compa-
ñía al hablar con inteligencia y calidad sin lamentar-
nos de lo no conseguido. De esa forma nuestra libertad

58
se vuelve un hecho, Matías, y no un plan, como quiere
el ego que pensemos que es.
Nuestra libertad es una realidad que está ocurriendo
ahora mismo, y confío en que mi mente verdadera sa-
brá darte una respuesta de las millones que hay dispo-
nibles para esta pregunta. No siempre sé la respuesta
pero sí confío plenamente en que nuestra mente verda-
dera lo sabe todo, y si no puede hoy responder esta
cuestión en particular no se sentirá mal ni nada de eso;
de hecho encontrará un aliciente para seguir mejorando
su mirada, y un día nuestra Mente verdadera encontra-
rá la respuesta indicada. Y lo maravilloso es que esa
respuesta no es algo rígido y estático, es algo vivo y en
movimiento que puede cambiar en el instante de acuer-
do a la persona que formule la pregunta, a la persona
que formule la respuesta, y a lo que el universo/orga-
nismo al que pertenecemos quiera expresar de sí mis-
mo a través de nosotros.
–¡Ah... bueno!... El universo/organismo, eso me encantó.
–Sí, lo sé. A mí me pasó lo mismo cuando me di
cuenta que pertenecemos a algo, así como nuestras cé-
lulas pertenecen a nuestro cuerpo.
Mientras el abuelo cruzaba por un vado del río,
tomó un panal abandonado de abejas que había que-
dado entre unas ramas taladas desparramadas por el
suelo. El panal se había transformado en la casa de
muchos tipos de insectos.

59
–Si te fijas bien, las células están subordinadas a
nuestro accionar, ya que nuestra manera de vivir de-
termina mucho lo que les ocurre. No obstante, a la vez
ellas por sí solas realizan funciones y toman decisiones
sin consultarnos, intuyendo lo que más nos conviene.
Nosotros somos igual Matías. Pertenecemos a ese
algo mayor que te diría que es innombrable, ya que al
hacerlo lo estoy limitando. También poseemos una
gran autonomía e independencia para crear en este
universo, mas siempre, siempre, tejidos a ese organis-
mo misterioso del que somos, de alguna forma, parte.
¡Pero no dejes que mi mente verdadera se escape de la
pregunta inicial¡ Yo mismo estoy intrigado y expectan-
te acerca de sus probables respuestas...
Otra cosa: fíjate cuánto entusiasmo me genera este
deseo de poder responderte; no es lo mismo sentir en-
tusiasmo que ansiedad Matías, cada uno pertenece a
una mente distinta.
Ambos se sentaron sobre una roca mirando el sol,
cuya luminosidad les hacía cerrar suavemente los ojos.
–Responderé con la autoridad que tengo sobre la
mente del parásito, que dicho sea de paso te cuento
que está susurrando mientras te hablo: “¿y si no pue-
des responderla?, ¿cómo sabes que es verdad lo que
responderás?, ¿y si es tu propio ego el que responde?,
¿cómo puedes saber si es el ego o tu mente verdadera
el que responde?”...

60
Si te fijas, querido, el ego intenta que me fije en él,
que me complique la vida con sus rebuscadas pregun-
tas; démosle lugar a la verdadera respuesta. Repite la
pregunta en voz alta, por favor.
–Está bien: ¿Por qué existe el ego? ¿Por qué la natu-
raleza lo crea, si podría crear otras cosas? ¿Por qué
hasta los animales y plantas tienen parásitos?
–Porque es simplemente un paso evolutivo. La natu-
raleza y el universo aprenden de sí mismos y se supe-
ran, y aunque parecieran muchos años los que han
transcurrido en este mundo, para los tiempos del Cos-
mos toda nuestra historia es un segundito nomás, un
ciclo de aprendizaje del planeta y del universo. Si te fi-
jas, la mayoría de las veces que has aprendido algo es
porque te ofrecía un desafío que despertaba tu interés.
Ahora ambos prestan atención al canto de un pichón
en el borde de un nido a punto de lanzarse al vacío.
–Como cuando aprendiste a pedalear en bicicleta.
Primero observaste a otros hacerlo, luego lo hiciste y
caíste varias veces, hasta que de tanto caer un día lo-
graste andar y sentir esa sensación maravillosa de
equilibrio. Es más... ¡te he visto andando muy bien en
una sola rueda!
–Ja ja ja. Sí, es verdad, es tal como lo describes, ese
placer del equilibrio es maravilloso.
He observado que viene luego de una permanente
sensación de desequilibrio que se puede estabilizar,

61
hasta que después andar sin rueditas se vuelve algo
natural, no porque ya no haya desequilibrio sino por-
que resolver ese vaivén no resulta un desafío para
nuestra mente verdadera.
¿O quizás en este caso lo será para nuestro cuerpo
verdadero, Abu? Es como si los desafíos fueran un es-
tímulo positivo que nos conduce a comprobar que so-
mos ilimitados...
–¡Eso! ¡Eso! Que ilimitado eres, querido. Todos aque-
llos que se animaron a sentirse ilimitados son los que
hoy llamamos sabios. Ellos han caminado libres del ego
por la Tierra, habiendo sido el ego el factor desequili-
brante, Matías.
Exacto, el ego es sólo un desafío creado por la Natu-
raleza para que vayamos más allá de donde estábamos;
los parásitos son invitaciones a mirar caminos alternati-
vos de evolución. Son refinadores del organismo, pero
si el organismo no se refina, terminan destruyéndolo.
Ahora desmenuzan juntos unas ramas húmedas re-
pletas de hongos tendidas a sus pies.
–Cada pequeño organismo es sólo una célula del
gran organismo que no para de aprender. Mientras
muchas de sus células caemos en las trampas del ego,
otras están logrando resolver la prueba, y cuando éstas
lo tienen resuelto, el resto aprende rápidamente en un
instante, como cuando logramos equilibrar la bicicleta.

62
Primero intentamos comprender lo que nos decían
los que ya sabían andar y luego lo repetíamos, pero no
bastaba con esa información sino que era necesaria la
experiencia, Matías; únicamente así se anda en bicicleta,
andando el camino, como lo hicieron esos sabios. De
esa forma un día podremos equilibrar el desafío del ego
y hasta ir más allá de él, andando en una rueda...
–¡Genial, Abu! Que respuestas más brillantes es ca-
paz de ofrecer nuestra mente verdadera.
–Mentes brillantes jugando con el misterio.
–Abu...
–¿Qué, Matías?
–¿Por qué si sabes tanto todavía te pasan cosas que
no te gustan?
–Mira, aquella vez en que te expliqué como se ha-
cían esos pancitos, los hiciste conmigo ¿verdad?
–Sí...
–Pero igual te llevó un tiempo aprender a hacerlo
¿no es cierto?
–Sí, es verdad...
–Y aunque ya los sabes hacer muy bien, algunas ve-
ces no te salen como querés. Inclusive recuerdo que
una vez se te quemaron...
–Je je je... Bueno, bueno, Abu... es que me distraje unos
instantes yendo al baño. Además había puesto la man-
guera en la huerta y tenía que moverla de lugar. ¡No
pensé que estarían listos tan pronto!

63
–¿Por qué no?
–Y... porque otras veces requirieron más tiempo para
cocinarse bien.
–¿Y que puede haber cambiado entonces?
–Y... puede ser que le haya puesto menos aceite que
de costumbre, o también puede ser que no me di cuenta
del tiempo que pasó. También puede ser que la bandeja
estaba un poco sucia, o que simplemente me distraje...
–Entonces como podrás ver, Matías, aunque sabes
hacer perfectamente algo, ese algo puede cambiar.
Observaban en el cielo un ave intentando avanzar
en sentido contrario a las ráfagas de viento, sin estar
consiguiéndolo con facilidad.
–Bueno Abu, de eso ya me di cuenta, pero ¿por qué
puede cambiar?
–Por un lado, tienes que saber que no es solamente
uno mismo el creador de toda la realidad, sino que si-
multáneamente estamos cocreándola entre todos, y
con esto no me refiero a los habitantes de la Tierra so-
lamente sino también a ese Gran Misterio que es el
Universo. Cada uno es un inmenso creador, y en el ca-
mino se encuentra con ciertas limitaciones externas y
hasta internas que aparecen para ponernos palos en la
rueda cuando tenemos que avanzar, simplemente por-
que así tiene que ser...
–Pero entonces, ¿qué clase de creadores somos si
cualquier cosa puede cambiar nuestros planes?

64
–Eso es verdad, cualquier cosa puede llegar a cam-
biar nuestros planes, pero ¿sabes qué? Sólo los que son
superficiales, y aun cuando estos sean muy nobles y
generosos, aun cuando sean planes espirituales, pue-
den ser cambiados y destrozados por el entorno o por
nuestras partes inconscientes.
Sin embargo, hay algo que nada ni nadie puede cam-
biar más que tu, y he aquí nuestro gran poder creador...
–¿Qué es, abuelo?
–Es la manera en que nos tomamos las cosas que nos
ocurren... ¿Recuerdas cómo te pusiste cuando se que-
mó el pan?
–Sí, claro que lo recuerdo... me puse furioso.
–Eso mismo. ¿Recuerdas como reaccioné yo el día
que caí de la escalera y me dañé?
–Eh... si mal no recuerdo primero te reíste de lo que te
había pasado, y luego te pusiste muy pensativo y sereno.
También recuerdo que habiendo pasado algunos días
me comentaste sobre los mensajes que te trajo esa caída...
–Eso es, querido. Todo es abundancia una vez que ca-
minas con sabiduría aun cuando no lo parezca; y cada
cosa que vives te conduce a una sabiduría mayor cuando
estás seguro de que hay algo en ello que te hará crecer si
le das una atención profunda. Luego cuando ya no tienes
nada más que aprender de ello, no te vuelve a ocurrir,
aconteciendo entonces lo nuevo que tengas que aprender.

65
A pocos metros se divisaba la casa del abuelo, con la
chimenea humeante... la abuela horneaba la cena en la
estufa de leña.
–Gracias Abu. Me pregunto qué pasará cuando uno
ya sabe todo lo que tiene que saber.
–Saber es útil para poder confiar, querido. Luego
hay que cerrar los ojos y relajarse, no saber...
–¿Que estará cocinando la abuela?
–No lo sé. Los sabios decían que una cosa es el cono-
cimiento y otra la sabiduría. El conocimiento es la in-
formación que obtienes de algo, mas cuando vives con
y en ese conocimiento entras en la sabiduría.
Para que lo entiendas mejor: no es lo mismo transitar
la vida intentando sanarse que andar sano. Es decir, lle-
ga un momento en que tu evolución es tal que lo que
menos necesitas es seguir aprendiendo. Los Sabios eran
silenciosos, decían no saber, pues no tenían nada que
demostrar. Sólo cuando alguien estaba listo para recibir
su enseñanza, le entregaban todo lo que sabían; mien-
tras tanto era preferible para ellos parecer ignorantes.
–Gracias por contarme tantas cosas, abuelito.
–Gracias por querer saber, Mati.
–Déjame preguntarte una última cosa, Abu. ¿Para
qué te sirve todo esto?
El abuelo puso las manos en los bolsillos, los hinchó
varias veces como si ya tuviera la respuesta, hasta que
finalmente dijo...

66
–No lo sé querido. La verdad, no tengo la menor idea.
Ambos rieron a carcajadas y caminaron abrazados
hasta la casa. La abuela los esperaba en silencio senta-
da en la escalera de la entrada, tomaba unos mates de
hierbas. Matías corrió a sus brazos y las arrugas del
abuelo se volvieron una sabia sonrisa.

67
Fascinado y agradecido, me acerqué a saludarlos. De paso que-
ría comprobar si me habían visto. Resultó que sí, ya que recibieron
mi aparición amablemente.
Compartimos la cena preparada por la abuela que tan bien se
olía desde afuera. Yo esperaba un banquete de palabras sabias en
la mesa, mas sin embargo sólo se limitaron a sonreír y servir.
La abuela me dijo que allí no eran de hablar mucho y que en
cambio les gustaba mucho escuchar. Después de todo lo que había
escuchado, la verdad que a mí no me salía ni una palabra, y creo
que igualmente llegaron a sentir hasta los latidos de mi corazón.
Matías observaba cada uno de mis movimientos... Parecía decirme
con su mirada tranquila que sabía que los había estado siguiendo.
A la mañana siguiente me levanté sigilosamente y ya estaban to-
dos despiertos antes que yo contemplando la salida del sol; con
una sonrisa me invitaron a ser parte del espectáculo. Acto seguido
el abuelo se acercó y mirándome a los ojos me dijo:
–Gracias por compartir el camino del despertar.
Agradecido y sorprendido me marché, caminando en silencio.

68
Habiendo vuelto al bosque, me senté a meditar. Al cabo de un
rato oí la voz de un hombre que dialogaba consigo mismo y con
Dios...
No tenía certeza si esto ocurría dentro o fuera de mí, la roca
era mi único contacto con la realidad. Con ojos cerrados comencé
a ver: el hombre estaba descalzo, casi desnudo, escribiendo en un
diario en un lugar agreste...

69
Dios habla contigo y conmigo
Camino por el bosque... Me dirijo hacia un lugar que
desconozco, ya que Dios me pide que sólo me ocupe
del paso que estoy dando, que desconozca hacia don-
de se proyecta mi andar. Pero la verdad es que muchos
de mis pasos vienen siendo conflictuados, inseguros,
especuladores. Y si bien Dios siempre regresa para de-
cirme que no me preocupe, que le entregue todo, una
parte de mí –debo confesar–quiere vivir por sí misma,
decidir, acertar y errar.
Camino por el bosque... Las veces que consigo estar
presente en el paso que estoy dando son escasas pero
maravillosas, generalmente siempre estoy pensando
en el pasado o en el futuro. Durante esos valiosos mo-
mentos de presencia en el presente las flores parecen
más detalladas y exquisitas, las hojas secas una or-
questa bajo mis pies, y hasta las gotas de la lluvia que
me empapan se sienten tibias y perfumadas.
Pero me ocurre lo de siempre, me olvido de andar
para Dios y me enamoro de mí mismo, aprisionado en
lo que me ocurre y quedando inmerso en ello. Me ena-
moro y desenamoro del refugio que encuentro entre
las rocas o los árboles y voy en búsqueda de un nuevo
refugio en algún otro sitio.
Hoy, camino por el bosque sin saber si tiene sentido
hacerlo. Estoy cansado, hambriento y desahuciado. Esa

70
voz interna que aparece y que dice ser Dios hoy no me
convence; hoy no creo en ella, hoy le reclamo que me
está mintiendo, que me tiene olvidado y engañado.
Tú dices ser Dios y estar en mí, y sin embargo yo me
siento un errante, mas que un Dios. Hace tiempo ven-
go caminando desde lejos entregado a tu voluntad y
con toda mi familia a cuestas, y si bien me has dado
momentos de alegría no paras de darme la misma in-
tensidad de tristeza cuando me toca vivirla.
Hoy estoy cansado como tantas otras veces de esta
balanza que se desbalanza. Hoy mis pies tiemblan del
frío y la humedad, las barrigas se nos quejan de so-
briedad, el horizonte se ve sombrío...
Tú me pides que siga creyendo, pero déjame decirte
algo al respecto: si lo que tengo que hacer es estar don-
de hoy me encuentro, pues aquí estoy, y debo decir
que es doloroso y amargo. No consigo dejar atrás los
sentimientos que me han atravesado durante mis añe-
jos pasos de dolor, aquellos en los que viví momentos
parecidos a este...
Hoy mi familia me reclama un rumbo claro, y yo a
su vez le reclamo su carencia de fe, les reclamo el he-
cho de que se olviden de ti y que te pongan en duda,
cuando en realidad a esta altura ni yo mismo sé si
existes o si eres sólo la forma que encuentro para per-
donar mi desconcierto y justificar mi vagancia incierta
por la vida.

71
–Sigue creyendo. En tus palabras radica un dolor que
es verdadero, hijo mío; y esa verdad es el templo al que
te diriges, el mismo templo que tienes abandonado.
–¿Cómo puedes llamarme “hijo mío”? Hoy no quiero
que me nombres así aun cuando me consuele, pues ni yo
mismo me lo creo. ¿Cómo puedes tratar así a tus hijos?
Tu sólo eres un gran invento de esta mente creativa
y embustera que tengo. ¿Qué caso tiene hacer sufrir a
los hijos que uno engendra? ¿O acaso eres uno de esos
padres o madres que explotan a sus hijos para su pro-
pio beneficio? ¿Qué diferencia hay entonces entre ti y
un proxeneta?
–No te confundas, hijo mío. Tu verdadera desgracia
no es la externa, no es la espina, ni el frío, ni la lluvia.
Así como tampoco tu fortuna es el perfume de la flor,
la tibieza de las aguas termales, ni el reparo. Todo eso
es el reflejo de tu estado interior, y tu estado interior
refleja directamente tu actual relación conmigo, que
moro en tu Ser, que vivo desde ti...
–¿Pero acaso eres un Dios desquiciado? ¿Te has vuel-
to loco? Dios, Diosa, como te quieras llamar, ¿cómo
puedes crear incluso para ti mismo una realidad tan
inestable y cambiante? ¿Cómo puedes disfrutar ver a
mi hijo caminando entre las hienas sin más protección
que su delgado Padre sosteniendo un palo y su Madre
asustada entre sollozos?
–Es que vuelvo a decirte, hijo divino, tu desgracia no
está allí. De hecho, las hienas son tus propios pensa-

72
mientos y sentimientos; ellos podrán devorar tu expe-
riencia, pero no así tu Ser Esencial.
De verdad te digo que tu única desgracia es no re-
cordarte Uno conmigo, y es por eso que estoy aquí ha-
blándote para que lo recuerdes y creas de una vez.
Pero sólo cuando te encuentres desahuciado, debes
comportarte como yo. Quiero que seas las flores, la se-
quía, la hambruna y la abundancia del verano, todo al
mismo tiempo...
–Pues permíteme dudar de tanta poesía, porque la
verdad que me ofrecen los sentidos es muy diferente a
lo que refieren tus bellas palabras. Me duelen las mue-
las de mascar porquerías, me duele la cintura por dor-
mir sin tu abrigo. Me duelen los pensamientos, que no
logran dejar atrás las luchas y saben que más se aveci-
nan. Me duele el corazón al ver a mi hijo pidiéndome
jugar mientras todo está como está.
¿Cómo quieres que juegue si estoy enojado y frus-
trado? ¿Cómo quieres que ellos confíen en ti si ni yo
mismo lo hago? No señor, hoy te entrego no creer en
ti, y esa también es tu cosecha... Quizás fuiste dema-
siado lejos con esta creación de la Tierra, y estás dejan-
do que los procesos se estiren más de lo que podemos
soportar tus pequeñas creaciones.
No Señor, hoy quisiera maldecirte pero ni siquiera
puedo hacerlo. Quedarme sin ti hasta sería peor que
estar muerto, quedarme sin ti sería ser sólo la lucha
contra las hienas... Hoy elijo no creer en tu omnipoten-

73
cia, hoy elijo creer en que también fallas, y estoy segu-
ro que has fallado mucho en esta Tierra...
–Tú no puedes comprender del todo la verdad de la
que te hablo al decirte que todos están viviendo en un
sueño. Pero ya estás transitando el camino cada vez
con más destreza; llegará un momento en que, dete-
niéndote en el lugar donde estés, descubrirás el poder
total de la consciencia...
–Mira, yo no sé cuánto más habrá que crecer en este
paso a paso... He vivido milagros, sí, y a veces uno tras
otro; he sobrevivido sin comer ni beber más de lo que
la ciencia ha determinado. Y también he vuelto a co-
mer en todo mi vicio y a necesitar más de la cuenta.
He sentido el poder nutrirme de la nada misma e igual
sentir que lo tenía todo. Pero luego con tus trucos a lo
largo del camino me has devuelto a lo mundano, y no
me digas que he sido yo el que ha elegido con mi libre
albedrío, porque si te recuerdo cuánto lo intento y
cuánto lo he intentado...
–¡Es que siempre eres tú el que crea todo lo que vi-
ves, todo lo que sueñas! Todo el camino que tan exten-
so parece hacia atrás y hacia delante, está solamente
ocurriendo en el mismo instante en que estás soñando.
No existe nada más que lo que ahora está ocurriendo,
todo lo demás son trucos de tu mente.
–Pues eso ya me lo has dicho mil veces, tú y todos los
gurús y libros que me has puesto en el camino. Hasta
he llegado a pensar: ¿por qué siempre resuelves todo

74
con las mismas frases, siendo que eres tan amplio? ¿No
podrías explicármelo de otra forma en vez de reiterar
aquella que sólo ha funcionado por instantes?
–¿Estás enojado?
–¡¡¡Claro que estoy enojado!!! ¿Acaso no lo notas?
Estoy enojado contigo, conmigo y con toda la existen-
cia. Sólo quisiera desaparecer de este maldito sueño en
el que dices que estoy inmerso para descansar en una
negrura como la que contiene a las estrellas.
–¿Sigues enojado?
–Claro que sí, ya te lo he dicho. ¡Es que sigues ha-
ciendo que llueva sobre mi cabeza! Mi familia me es-
pera para pasar la noche en esa mínima cueva que no
permite ni estirarnos, y me mandas en busca de algo
que nos alimente caminando paso a paso sobre rocas
tajantes y estériles.
–Yo soy lo que tú quieres que sea.
–Ah, eso sí que es fácil de decir... ¿por qué no cam-
biamos de lugar, vienes tú aquí y yo me ubico allí, en
ese lugar desde el que me hablas?
–Pues ya somos Uno. No hay allí y aquí, todo nos
ocurre a ambos; es por eso que quiero despertarte.
–Entonces grítame al oído, tírame un chaparrón he-
lado, sacúdeme con el viento... haz algo que funcione.
–Ya estoy haciendo sólo eso que dices, y muchas
otras cosas de una sutil y dulce manera para que des-
piertes; sólo falta que tú hagas tu parte...

75
–No te das una idea de lo frustrante que es, encima de
tener que soportar todo esto, que me repitas que todo de-
pende de mí, si te estoy diciendo que no tengo ni idea de
cómo hacerlo, no tengo idea de cómo seguir adelante...
–Paso a paso, confiando...
–¡¡¡Y dale otra vez con lo mismo!!! ¡Pues ve a expli-
cárselo a mi familia, que más que paso a paso, en este
momento me están empujando para que encuentre
algo que no solo los alimente, sino que los caliente y
les de confianza para seguir!
¿Quieres que te diga una cosa?
–Sí.
–Hay veces en que todas estas conversaciones me
parecen sólo un cuento de escritor, así como cuando el
pintor pinta, el ladrón roba, y la madre amamanta...
–Eso es verdad, y justamente tú eres un escritor di-
vino, al igual que cada uno de ellos lo es en su función...
–¿Y qué quiere decir en tu lenguaje que alguien sea
divino en su labor?
–Yo no dije en su labor, dije en su función...
–A ver, mientras me explicas las diferencias ¿podrás
hacer que cicatricen las rasgaduras de mis pies? Ya no
soporto estas rocas afiladas, y menos con la lluvia azo-
tándome el rostro...
–Sólo respondo a lo que me pides...
–Pues claramente te estoy pidiendo algo muy dife-
rente a lo que estoy recibiendo... ¿o es que no habla-
mos el mismo idioma?

76
–Tu idioma y tus palabras son sólo una mínima parte
de tu pedido, que de hecho me están llegando después
de tu sentir y pensar. Estos últimos al ser silenciosos
viajan más rápido que tus palabras. Ellas sólo llegan a
mí para confirmar, neutralizar o transformar los pedi-
dos de tu sentir y pensar, es decir de tu vibrar...
–Pues ojalá pudiera callarme y silenciar esta mente
que me has dado. Ojalá pudiera decirle a mi corazón
que se sienta agradecido en medio de este caos, pero
cuando estoy enojado ni con las técnicas que me has
dado a través de los gurúes ni con libros lo consigo; a
lo sumo logro distraerme un poco y quizás quedarme
dormido. Esas veces en la que he podido modificar mi
estado ha ocurrido por un tiempo muy corto...
–Tú puedes hacerlo. Ese estado se esfuma porque
tienes apego a él y temes volver al caos.
–No, no puedo hacerlo, como tampoco puedo conse-
guir ni leña ni comida. Verás que de nada me ha servi-
do esta técnica de hablar internamente contigo. Tam-
poco me ha servido cantarte como antes hacía, ni vi-
sualizar como lo hice antes de salir, ni rezar como he
rezado... Solo sigo aquí, parado en medio de la nada.
–Es verdad, estás aquí...
–No, no, estoy aquí, que no es el mismo aquí que el
tuyo en tu trono de omnipotencia...
–Estás en mis manos...
–Pues entonces están llenas de callos.
–Ellas son como tú las veas...

77
–Pues así las veo y las siento. Mira esta roca ¿te dice
algo?
–¿A ti te dice algo?
–Pues claro que sí. Me dice que eres violento, cor-
tante e inseguro.
–Soy lo que creas...
–Pues eres todo esto. Eres una inseguridad perma-
nente, una mentira, y un abismo sin... fondooooooooo-
ooooooooooooooooooo aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa-
aaaaaah ¡¡¡ayudameeeeee!!!
–¿Qué te ocurre?
–¡¡Estooooy cayeeeeendomeeeee!! ¡¿No me veeeees?!
–Sí, te veo.
–¡¡¡Debo estar a punto de reventar contra las rocas,
haz algo!!!
–¿De repente estás creyendo en mí?
–¡¡¡Haz algooooooo!!!!
–Hazlo tú.
–Por el Amor de Dioosssss... soy Uno con el Todo...
soy Uno con todo lo que está aquí... Soy hijo de lo más
grande y lo más pequeño... Estoy en tus manos.
***
–¿Qué ha pasado, Amor? ¿Por qué has tardado tan-
to? Tu hijo está famélico, se ha quedado dormido espe-
rándote. ¿De dónde has sacado esas ropas?
–Amada mía, los caminos de Dios son tan generosos
que cuando creí estar perdido en mi fe, me desbarran-

78
qué por una colina de fango. En el más grande temor
le hablé a Dios como si realmente existiera, y Él se ma-
nifestó una vez más para asistirnos. Encontré por azar
la casa de unos paisanos; ellos me han prestado estas
ropas secas y nos están esperando...
–¡¡¡Qué maravilla amado, otra vez nos hemos salva-
do!!! Creí que ya no volvería a verte y que también
pronto iba a despedir a nuestro hijo... pero quizás Dios
se haya vestido de estos campesinos para curarnos y
alimentarnos.
–Quizás no, amada compañera. Quizás es el mismo
Dios el que nos está esperando, es Dios con quien ha-
blas ahora, y es Dios este niño que estoy cargando en
mis brazos; tan solo ocurre que estamos en un sueño
del que todavía no despertamos...
–¿Y cuándo despertaremos, amado? Si tanto hemos
andado este sueño completamente entregados.
Si efectivamente Dios ha visto la inmensa confianza
que tenemos en él como para andar tan a la ligera y sin
más sentido que despertarnos y abrazarlo, ¿Cuánto
más, amado?
–Es paso a paso, compañera. Paso a paso...
–Paso a paso hemos andado, amado. ¿Entonces por
qué Dios nos trata tan fríamente?
–Tenemos que aprender que no es Dios quien nos tra-
ta así, somos nosotros mismos, él sólo es lo que somos...

79
–Entonces Dios también es confianza y entrega,
pues en eso sí que aún no nos hemos doblegado; pero
a la vez es duda y cansancio, porque no llegamos a
ningún lado...
–Dios dice que no hay un lugar preciso donde llegar
para encontrar el destino sino que es paso a paso, ya
que el destino se halla en el instante en que se revela la
consciencia, siendo así como el soñador despierta...
–Nos estamos volviendo sabios con tantas conclu-
siones, amado. Igualmente si bien ha cambiado desde
el principio, a la hora de sufrir el camino parece siem-
pre el mismo, y más aun ahora que este hijo que ha na-
cido se muestra tan disgustado.
Quizás si Dios hubiese sido más generoso con su ca-
rácter, si le hubiera concedido más paciencia, todo se-
ría más liviano; mas verdaderamente en tu ausencia
este hijo me ha maltratado, siendo tan pequeño tan
potentemente ha llorado...
Mi corazón no encuentra consuelo. A veces pienso
en regresar a la ciudad, a la escuela y al trabajo. Mira
como tenemos los pies de andar descalzos, nuestras
pieles de caminar bajo el sol, nuestros cuerpos flacos
de lo poco que nos alimentamos. Es verdad que hemos
aprendido que no hacía falta tanto para vivir como
pensábamos, pero a veces deseo que no sea tan duro
este camino al que tanto entregamos...
–Dios me ha dicho que es duro porque nosotros lo
somos con nosotros mismos porque estamos siendo

80
demasiado exigentes. Que debemos reposar en la gra-
cia de andar acariciando la tierra, pues la verdad ocu-
rre en el instante en que la estamos pisando; que el fu-
turo y el pasado son sueños y memorias que nos man-
tienen ajenos al momento que vivimos.
Yo le contesté que ello me sonaba a mera poesía
como siempre, pero la verdad, luego de desbarrancar-
me y encontrar a los paisanos mi calma y dicha inte-
rior están siendo tan grandes. No obstante observo
que ahora mientras hablo contigo de todo lo que po-
dría ser y de todo lo que hemos andado, ya la gracia
empieza a alejarse y siento al desencanto volver...
Confiemos una vez más, compañera. Confiemos no
en lo que habrá en casa de esos paisanos sino en el ins-
tante de certidumbre en el que estamos parados, y en-
treguemos a lo más grande lo que no nos guste del
paso que estemos dando...
–Tienes razón, amado. La alegría de verte y de sal-
var a nuestro hijo casi se ha borrado de tanto quejarme
y de tanto buscarle una explicación a este sueño que fi-
nalmente siempre es inexplicable... Vamos, disfrute-
mos cada paso que demos hacia esos paisanos, vamos
Dios compañero y Dios que duermes en esos brazos,
vamos que te agradezco el misterio por el que me tie-
nes tiritando.
***

81
–¡Bienvenidos! Pasen, pasen rápido, es un milagro
de Dios que se hayan salvado. Mi mujer ha preparado
una medicina para la fiebre de su niño que muy pron-
to va a curarlo. Quédense tranquilos, ella sabe mucho
de las plantas medicinales que nos acompañan aquí en
la montaña.
¿Saben algo? Antes de que lleguen ya los estábamos
esperando, Dios nos habló en sueños de que vendrían,
y nos dijo que deberíamos intercambiar algo. Por aho-
ra limítense a recibir hermanos queridos, reciban todo
esto que Dios les ofrece. Aquí tienen el tazón de medi-
cina para su hijo, y uno para cada uno de ustedes en
caso de que también estén deteriorados. En cuanto al
niño, les recomiendo que continúe en ayunas.
Mi mujer nos ha dejado una olla de caldo de verduras
para que comáis, unas ropas secas y sus camas listas para
que descanséis y luego de reponeros nos conozcamos...
–Muchas gracias, querido hermano. ¿Cómo agrade-
cerles tanta generosidad, tanta entrega a unos cami-
nantes desconocidos? Esta compañera que, como verá
es capaz de entregar su vida por la de su hijo, necesita
un buen descanso. Vístete, amada, que yo mismo le
doy la medicina a este hijo que por gracia Divina está
salvado. ¿Dónde encuentro a esta curandera generosa?
Me gustaría tanto agradecerle...
–Muchas gracias por tu sentir hacia ella, ya tendrás
tu momento de hacerlo personalmente. Observa, en
este instante ya estás ofreciéndonos algo con el simple

82
hecho de recibir la función que cumplimos en vuestros
caminos. De igual forma lo han hecho con nosotros en
el pasado. Ahora sólo ve y descansa junto a tu familia.
Esta amada curandera fue a buscar vaya uno a saber
qué cosa al monte, justamente donde Dios te estuvo
hablando.
***
–Que alegría ver correr de nuevo a nuestro hijo y a
su madre, Dios amado; que bueno que hayas decidido
limpiar ese cielo y llevarte ese viento que tanto golpea-
ba.
–Has sido tú el que ha hecho todo.
–Sí, sí, ya sé que he sido yo, pero tú también...
–Sí, es cierto, también he sido yo, pero me lo has or-
denado.
–¿Cómo es que mis rezos agradecidos no son tan
fuertes como los rezos desesperados?
–Sí lo son, solo que no te confirman de manera tan
notable el cambio de estado. Un rezo en últimas ins-
tancias tiene el poder de hacer grandes milagros, y
cuando ello ocurre se vuelve tan evidente el hecho de
que algo ha pasado que no cabe ni la menor duda de
ello. En cambio cuando estás bien y rezas para agrade-
cerlo, el milagro es también inmenso pero en la misma
dirección en la que ya estás encaminado, entonces no
es tan notable como cuando cambias de una dirección
a otra. Aquel que reza en el bienestar obtiene diez ve-

83
ces más bienestar para andar el paso a paso, pero es
muy común que de la mano del entusiasmo tus pasos
se aceleren, transformando la gracia del paso en el que
estás en un correr hacia algún lugar mejor al que toda-
vía no has llegado.
Necesitas de una gran templanza para alegrarte con
la misma sutileza con la que crecen los árboles. Sin esa
templanza el paso en el que estás también está vacío y
resulta más difícil notarlo, como cuando estás enojado
o asustado... Estar agradecido del instante es simple
pero necesita concentración; el alboroto no es gratitud,
el alboroto te distrae y engrandece tu sueño en vez de
sacarte de él.
Cuando la imagen que tienes respecto de ti en tu
sueño crece de la mano de tus hazañas dejas de pensar
en mí y todo lo que realizas es sólo tuyo; quizás de vez
en cuando eleves un rezo cuando la fortuna esté cre-
ciendo inevitablemente, pero de verdad te digo que es
más difícil agradecer el paso cierto tras pasos ciertos
que el paso cierto después de pasos errados.
Mientras eres tú y solamente tú el que escribe y ob-
tiene el descrédito o el mérito, haces que yo mismo
tenga que obedecerte y hacerte sentir mi distancia;
mas cuando me ofreces tu descrédito y tu mérito a mí,
que soy tu esencia misma, te la estás ofreciendo a ti e
invitándome a que te haga sentir mi cercanía, y no
únicamente eso sino también nuestra Unidad.

84
–Ah, amado Dios, que gracia poder valorar este ce-
leste del cielo que siempre estoy mirando mas no
siempre pudiéndolo ver. ¿Por qué dejo de apreciar lo
sencillo y permanente para entrar en esos estados don-
de siento todo incompleto, cuando en realidad todo se
ofrece por dentro y por fuera, por detrás y por delante
en cada paso?
–Si tan solo eligieras cuatro cosas de las más simples
y permanentes, y practicaras agradecerlas al detalle du-
rante muchos “paso a paso” aprenderías a estar conec-
tado a ese tipo de abundancia sencilla que se te ofrece...
–Pues hoy mismo comienzo, querido Dios, y estoy
seguro que llegaré a buen puerto.
–No, no lo transformes en una nueva técnica para
mejorar los destinos de tu sueño. No te apures proyec-
tando todo lo que podrá ocurrir con ese estado de gra-
cia porque entonces te habrás alborotado con la nove-
dad y te cegarás a los detalles de esas pequeñas cosas
que sólo pueden ser observadas en calma.
–Sí, sí. Tienes razón, debo alegrarme de la misma
forma que crecen los árboles, naturalmente. Debo ate-
sorar estas pequeñas e inmensas bellezas permanentes
sin querer llegar a postergados deseos de grandeza,
pues varias veces me descubro apurado e importante
develando los secretos descubiertos, y así me pierdo la
pisada que estoy pisando, me pierdo el cielo celeste y
sólo reclamo los días nublados.
***

85
–Hola Dios...
–Hola.
–No ha creído esta compañera que tengo lo que me
has dicho que le manifestara hoy en la mañana.
–Yo sabía que no lo haría...
–Pero te pedí que me dijeras algo para que yo pudie-
ra alentarla a confiar ciegamente.
–Y yo te lo dije.
–Tú sólo me dijiste que le diga que ella comenzó a
mentir a los 3 años.
–Y eso es así. Aunque parezca muy poco revelador
ahora, en su momento perfecto será un mensaje con-
tundente.
–Sí, tal vez lo sea Dios... Al estar hablando con ella
de esta entrega que me has sugerido de dirigirnos con
nada hacia el norte, noto su falta de fe. Hoy por hoy
no sabemos qué rumbo tomar.
–Es justo lo que ella necesita.
–No, Dios. Lo que ella necesita es algo que le dé
oportunidad de confiar en que estás guiándonos aun
en esta gran incertidumbre.
–Ella ha recibido muchos de esos pequeños milagros
en su camino y también los ha recibido grandes, como
ha sido el nacimiento con salud de vuestro hijo. Por eso
ella no necesita nuevos milagros obvios, necesita confiar
por confiar aun sin que se note mi presencia. Ella necesi-
ta saber reconocerme en todo lo que le ocurre, pues

86
mientras se mantenga ingrata con su propio camino de
entrega jamás podrá descubrir la verdadera presencia
Divina que le ofrezco como confort de la existencia...
–Es que desde aquí te repito que no es fácil.
–Yo no dije que lo fuera.
–Me refiero a que a veces uno no puede creer aun-
que así lo quiera... Es como cuando quieres hacer an-
dar tu automóvil y este se encuentra averiado. ¿Cómo
puedes pedirme que me suba y acelere si en realidad
no va a marchar?
–Sí. Va a marchar cuando yo te lo diga.
–Entonces haz que esta silla se mueva ahora mismo.
–No estoy acercándome a ti para demostrarte nada,
estoy aquí porque tú crees en mi presencia para abas-
tecerte de todo...
–Sí, y a veces no creo en nada, ya que tengo una
vida bastante errante...
–Paso a paso, no te distraigas con el paso que diste
ni con el que vas a dar. Concéntrate en alguno de los
cuatro elementos que vienes eligiendo y agradece la
sencillez de sus detalles...
–He elegido por ahora sólo dos: prestar atención a la
abundancia de los sonidos y meditar en el punto de
contacto físico que me esté ocurriendo.
–Perfecto. Cuando sientas que son verdaderas anclas
hacia mi presencia y tu gratitud sigue agregando ele-
mentos, pero no seas inmaduro; persiste en tu intento

87
de darles la atención suficiente antes de descartarlos o
pasar a unos nuevos.
Dales una verdadera atención de cinco minutos al
día al canto de los pájaros, al ladrido de los perros en
la noche, a la orquesta de los grillos. Cuando estés en
lugares que no sean de la naturaleza toma igualmente
cualquier otro sonido, aunque sea de máquinas moles-
tas, porque mediante este acuerdo lo que en realidad
estás haciendo es dándome atención a mí, llamándo-
me a tu presencia, intentando descubrirme escondido
en los pequeños sonidos.
De la misma forma haz entonces con el contacto.
Presta atención a la piel de tus piernas y nalgas al estar
sentado sobre algo, a la pisada de tus pies sobre el ca-
mino. Atiende a la temperatura de las piedras, al desli-
zar del agua sobre tu cuerpo, a las caricias del viento.
También puedes hacerlo al dar el sol sobre la piel, o
con el frío y el calor, con los abrazos, con la textura de
las hojas y hasta con la rugosidad de la pared, ya que
en todo aquello a lo que atiendas con sutileza allí esta-
ré yo, tu gran Padre-Madre.
Prestando verdaderamente atención es la única ma-
nera en la que podrás sentirte Hijo nuestro y confiar
en nuestras manos. Sólo al disfrutar al detalle las pe-
queñas maravillas de tu estancia en la Tierra puedes
sentirte amado en la incertidumbre. Si así lo haces, tu
Espíritu vivirá despertando y así los ojos del alma ve-
rán la estrella que te guía desde tu interior...

88
***
–Obsérvame, Padre... Siento cómo se apoyan mis
pies sobre las maderas del suelo. Ahora mismo siento
esta débil espalda rozándose en caricias con los al-
mohadones del sillón, mientras oigo las voces de mi
compañera jugando con nuestro hijo.
–En tus palabras de hoy hay pocos adjetivos, eso te
puede conducir a una gratitud verdadera sin efusivi-
dades que suben y bajan... Mas cuando te refieres a tu
espalda has mencionado la palabra "débil”, y en reali-
dad es capaz de sostener sin problemas un universo
entero sobre ella. Lo que viene siendo débil es tu vo-
luntad de estar en el cuerpo, y eso ocurre desde que
eres un niño.
–No comprendo mucho lo que me dices. También es-
toy intentando estar atento a los anclajes de escuchar los
sonidos y sentir los contactos como habíamos quedado.
–Haces bien en ser disciplinado, pero la vida sigue.
Es necesario meditar en las acciones cotidianas, de esta
forma los estados de gracia llegan para quedarse...
–Está bien, pero mi cuerpo es débil por este dolor
que me has hecho encarnar desde que soy pequeño
¿Dónde dices tú que está mi debilidad?
–Al percibir este cuerpo tuyo estás percibiendo el
sueño en el que estás inmerso. Estás tan familiarizado
con la experiencia de tu entidad física que sigues ale-
jándote de la posibilidad de despertarte.

89
–Es que andar en estos envases físicos no es tan fácil
como tú lo nombras. Supongo que quizás lo sea para
aquellos que veo no acarrear su cuerpo como lo hago
yo. Desde que nací no ha parado un instante de moles-
tarme. También de darme placeres, claro, pero los pla-
ceres no perduran y los dolores sí...
–El dolor y el placer son sólo una ilusión del sueño
que estás viviendo, del Laberinto en que andas transi-
tando esta experiencia de ser materia que se ha olvida-
do de ser espíritu...
–Como sea que lo nombres, no deja de molestarme
esta espaldita mía. Igualmente estoy muy agradecido
por todo lo que puedo hacer con mi cuerpo, la verdad
que todas las dolencias y molestias me han dado mu-
cha conciencia física y mucha valoración de la salud.
–Para que puedas percibir cada vez más este lugar
que existe dentro de ti donde puedes darte cuenta del
sueño en el que estás inmerso, concéntrate en cual-
quiera de los dolores que tengas y agradécelos por es-
tar liberándote de viejas acciones... Verás que las sen-
saciones cambian, ya que todas ellas pueden ser perci-
bidas de manera completamente diferente.
Bastaría que observes cómo cambian las sensaciones
placenteras para que veas que de la misma manera
pueden cambiar las dolorosas. En este sueño en el que
estás inmerso todo es maleable a tu atención.
–Ahora, me ha surgido este cuestionamiento: ¿cómo
puedo estar hecho de ti?

90
–Todo está hecho de mí, querido hijo. Nada ni nadie,
ni siquiera el peor de los demonios conocidos o inven-
tados por el hombre se aleja de mí. Todo es posible pri-
mero en mi mente, luego en el espacio que ofrezco a la
creatividad Divina para que todo ocurra, y finalmente
en la experiencia que ocurre en el Universo a través de
mis pequeñas manifestaciones independientes.
Todo viene de mí. La sombra y la luz, lo frío y lo calien-
te. Yo Soy quien crea situaciones opuestas en tu camino.
–¿Con qué finalidad? ¿No sería más fácil para noso-
tros transitar el camino del bien y nada más?
–Sí, y es por eso que genero estas situaciones opues-
tas, porque el bien no tiene opuesto. Lo que ustedes
definen como bien en realidad no lo es; lo que ustedes
definen como el bien es lo opuesto de lo que definen
como el mal, pero ambos existen en otro algo, en un
Bien que es un Bien Mayor, un Bien sin opuesto. Medi-
ta en ello...
***
–Mira amado, la curandera está bajando de la mon-
taña. ¡Parece que su compañero ya lo sabía pues la está
esperando al principio del camino!
–Y, seguramente ha sido así, porque absolutamente
todo lo que vemos es Dios, amada. Tenemos que em-
pezar a habituarnos a los pequeños milagros que ocu-
rren delante de nuestros ojos y dejar de atender tanto a
los grandes milagros que nos desconciertan. En la mo-

91
deración está la dicha duradera según las palabras de
nuestro Divino Creador.
–La verdad que el simple hecho de ver a este an-
ciano esperando a su mujer con esa manta es un acto
Divino que me habla de tantas cosas, querido... Me ha-
bla de paciencia, de confianza, de alianza, de entrega,
de sencillez, de unidad. Me habla de Dios mostrándo-
nos algo tan sencillo como las flores del prado.
–Sí, amada, es así de simple la presencia Divina en
nuestros caminos, y no sólo en esas cosas que nos gus-
tan sutilmente se encuentra la Fuente Materna que nos
ha engendrado, sino también en las sutiles cosas que
nos disgustan...
–¿Cómo? ¿Cómo puedes decir que Dios está en lo
que nos disgusta?
–Es que él mismo me lo ha dicho. Me ha confesado
que todo proviene de Él, y que la finalidad de todas
sus acciones no es ni contentarnos ni entristecernos
sino despertarnos de un sueño en el que estamos in-
mersos por propia elección, y que el contentamiento y
la alegría son nuestras propias creaciones. Lo que nos
ocurre es fruto de nuestra vibración mental, emocional
y física, y puede ser moldeada, neutralizada o apoya-
da por nuestro verbo en la medida que éste sea usado
con consciencia o inconsciencia.
–¿Entonces me quieres decir que esta imagen que ve-
mos de los dos ancianos no intenta atrapar toda nuestra
atención sino más bien desviarla hacia otro estado?

92
–Sí, hacia un estado de contemplación de nuestros
sentires.
–Creo que estoy comenzando a entender. Si me ob-
servo ahora mismo puedo notar cómo esta imagen me
conecta con juicios propios asociados a otras experien-
cias que me han influenciado anteriormente, ya sean
propias o ajenas pero que llegaron a mi vida, y que de
acuerdo a con qué la asocie resultará como me sentiré al
respecto. ¿Entonces en última instancia el asunto no es
como nos sentimos sino poder contemplar ese sentir?
–Bien definido. En palabras de Dios es más simple:
todo lo que vives, sientes y piensas es un sueño.
–¡Oye, mira! ¡Mira a la anciana! ¡Está golpeando con
una vara a su marido! ¡Pero qué desagradecida!
–¡Guau, es verdad! ¿Pero qué le pasa a esa señora?
–¿Qué clase de curandera hace estas cosas? ¿En dón-
de nos hemos metido?
–¡Espera! ¡Espera, amada! Recuerda que es un sue-
ño, estamos en un sueño que ha cambiado bruscamen-
te y nos está afectando. ¡Es Dios jugando con nosotros!
Es Dios...
–¡Mira, querido! No era él a quien estaba golpeando,
sino a esa... ¿Serpiente?
–¡Sí, sí, es una serpiente pequeña! Se ve que el señor
la traía en sus ropas...
–Es Dios, amado... Guau... Gracias Dios, estamos com-
prendiendo. Este sueño cambia cuando nos volvemos

93
conscientes, aquel no es lo importante, lo importante es
despertar en él tal cual esté siendo.
–Sí, así mismo, amada, así es este Dios, así de acom-
pañados estamos. Él está queriendo sacarnos de aquí,
él está queriendo despertarnos con estos cambios
bruscos, igual que cuando alguien intenta despertarte
de una profunda siesta, sacudiéndote. Él está intentan-
do despertarnos con todo esto; contemplémonos, esta-
mos en un sueño.
***
Al otro día, me despierto en casa de estos paisanos
luego de haber tenido una fuerte pesadilla de la que
aún me estoy reponiendo. Gracias a su mensaje he des-
cubierto que me enfrento conmigo mismo, y que eso
genera toda la lucha interna en la que vivo. Fue maravi-
lloso darme cuenta, dentro del sueño, que ese gigante
de ojos claros que quería dañarme era yo mismo. Fue
maravilloso poder detener el sueño a través de la cons-
ciencia para luego decirle a ese gigante que cambie, y fi-
nalmente verlo cambiar. Creo que los potentes dolores
físicos con los que he despertado y transitado este día
vienen de la sorpresa inmensa que fue ver que podía
hacer eso en mis sueños, y también en lo impresionante
de ver en el transcurso del día, cómo lo ocurrido duran-
te el sueño se fue manifestando. He podido notar cómo
salí del camino del medio dejándome arrastrar por el
asombro de tales poderes, y al abrazar a ese gigante y

94
perderle el miedo estaba dejando atrás mucho más de
lo que mi parte consciente puede comprender.
Igualmente me pregunto por qué tanto dolor físico.
¿Por qué es necesaria tanta intensidad para poder dar-
me cuenta que me salí de mi centro?
–¿No puede ser algo más sutil Dios, algo así como
cuando uno camina y mantiene su equilibrio a cada
paso? ¿O como cuando uno anda en bicicleta, que es
tan obvio que el andar se empieza a desequilibrar que
uno responde de inmediato?
–Hijo querido, lo has hecho perfectamente. No has
perdido ni por un instante la fe en medio de la jaque-
ca, las náuseas y dolores de espalda posteriores a la
pesadilla. Mantener la bicicleta en equilibrio no quiere
decir dejar de sufrir dolor físico o no excederse más
con el placer. Estar en equilibrio es mantener la fe in-
quebrantablemente.
–¿Pero la fe y el bienestar no son correspondientes? Ha
sido muy exigente y traumático tanto dolor luego de
sentir que estaba por fin confiando tanto en tu presencia.
–Míralo así: ¿cómo te sientes ahora luego de haber-
me cantado, rezado y agradecido, siendo que estabas
aparentemente desahuciado por mí?
–Y, la verdad que me siento valiente y más confiado
aún que antes, porque hasta pensé que moriría de tan-
to dolor...
–Eso es, está muriendo esa parte tuya que quiere morir.

95
–Pero... ¿morir no es un camino para liberarse de la
vida?
–De la vida no hay que liberarse, hijo amado. De la
vida hay que estar agradecido y entonces ella misma
es la que te libera, primero despertándote y dándote
nuevos niveles de consciencia dentro de ella que la ha-
cen ser totalmente diferente, así como cuando apren-
des a caminar sin que te ayuden... ¿Recuerdas esa pri-
mera sensación de equilibrio que tuviste?
–Ahora que la nombras vuelve a mí esa sensación...
El mundo cambió por un instante.
–Entonces imagina como será desplazarte en cons-
ciencia plena...
–Ufff... debe ser maravilloso, mas realmente uno in-
tenta tantas veces mantener la consciencia en equili-
brio y no lo consigue que hasta llega a creer luego de
tantos golpes que ya debe dejar de intentarlo.
Mira, con todos los conocimientos que me has dado
a través de la búsqueda de consciencia y los instantes
de equilibrio que he tenido no consigo dejar de caer-
me. Lo que noto es que no es igual que cuando era un
niño jugando en la plaza que ahí mismo me levantaba
fregándome las rodillas y de nuevo me lanzaba a co-
rrer; ahora cuando me caigo es como si fuera en moto
a 200 Km. por hora y aterrizando sobre una planta de
espinas en el fondo de un precipicio.

96
¿Si tanto he andado, por qué el golpe es cada vez
más fuerte y la recuperación más tediosa? ¿No debería
ser al revés?
–Es porque cada vez los riesgos que tomas son más
grandes; a veces sucede que el crecimiento espiritual que
has tenido no está todavía a la altura de esos riesgos. Es
como si fueras un niño que sabe andar en bicicleta per-
fectamente en dos ruedas y por ello creyera y decidiera
que puede intentar hacerlo con una motocicleta...
–¿Entonces uno no debe intentar superarse perma-
nentemente?
–Uno debe contemplar de qué forma se va superan-
do, al igual que cuando un día te diste cuenta que do-
minabas tu bicicleta mucho más de lo que imaginabas.
Observa los niños pequeños queriendo imitar a los
grandes que saben andar en dos ruedas. ¿Tiene senti-
do en ese momento buscar superarse?
–Creo que no, porque realmente no están listos para
poder hacerlo, a menos que su consciencia esté com-
pletamente despierta.
–Exactamente, y si tu consciencia está completamen-
te despierta en lo que menos andas pensando es en to-
mar riesgos y pruebas, sólo los enfrentas cuando ocu-
rren y listo.
–Eso me ha sucedido muchas veces, me refiero a
sorprenderme de cómo resuelvo algo... Es como si una
sabiduría superior actuara en ese momento en mí.
–No te impresiones la próxima vez que ocurra.

97
–¿Qué querés decir con que no me impresione?
–Tómalo como algo natural.
–Pero no lo es, lo natural es lo que a uno le ocurre
frecuentemente, que en este caso es no tener idea de
cómo uno va a resolver situaciones que se presentan...
–No es así, querido hijo. Eso es lo que tú tildas de
normal, lo que más veces te ha sucedido, pero lo natu-
ral es lo que te corresponde por tu propia naturaleza.
Tú tienes la capacidad de responder ilimitadamente a
las situaciones para que se mantenga tu equilibrio in-
tacto. Ese equilibrio es la conexión conmigo, con tu
consciencia plena...
–¿Y entonces si soy ilimitado por qué vivo perma-
nentemente situaciones limitantes?
–En realidad, tú vives situaciones ilimitadas a las
que no les das ningún crédito solo por el hecho de que
son sencillas y naturales, y en cambio le prestas más
atención a lo que te limita. Todo eso es porque te vas
del paso en el que estás, queriendo desafiar a tu pro-
pio camino permanentemente, al igual que lo hace el
niño que aún no está listo para imitar a su Padre...
–¿A ver, cuáles son esas situaciones ilimitadas senci-
llas a las que te refieres?
–Dímelo tú...
–Bueno, personalmente he vivido algunas impresio-
nantes, como andar el camino treinta días sin comida
y diez sin agua y sin embargo estar lleno de energía.

98
–Busca una más sencilla, en esa estabas luchando
con el límite...
–Eeeh... La verdad que no se me viene fácilmente un
ejemplo a la cabeza.
–Es porque no valoras estas situaciones. No las
atiendes, no le das valor a lo sencillo.
–Mmmm... ¿Cuándo realmente puedo observar la
maravilla de una flor?
–Esa es una. ¿Qué más?
–¿Esas veces que disfruto hasta la sensación de sali-
va en mi boca con solo imaginar lo que podría comer,
pero aun así no elijo comerlo?
–Esas. Encuentra unas aún más sencillas...
–¿Cuándo compongo una canción en el mismo ins-
tante en que la canto?
–Esas, y hay más. Sigue encontrándolas, toma esto
como una práctica de este día. Ser capaz de contemplar
los pequeños milagros que ocurren despierta mucha
gratitud, y la gratitud despierta la consciencia Divina...
–¿Esas veces que realmente siento en el abrazo con
el otro algo de mí?
–Esas. Continúa solo, sabiendo que no lo estás. Y re-
cuerda, no te apresures a compartir tus revelaciones
con los demás, no te apresures a poner en práctica tus
poderes ilimitados.
Deja que sea el paso a paso quien te demande cual-
quier intervención, ya que muchas veces derrochas la

99
energía que recuperas con una revelación por compar-
tirla antes de que ésta madure en tu corazón. Esas veces
estás dando una fruta que aún está verde, por más bella
y perfumada que sea. Costará digerirla, sus semillas no
estarán listas para seguir creciendo dentro tuyo, se
truncaran ahí mismo y sólo será una experiencia sabro-
samente intensa para aquel que la haya recibido, pero
la intensidad disminuye y aumenta, el vacío no...
–Gracias, Dios.
–Gracias, Amado.
–No, gracias a ti de verdad... Gracias por este cobijo
que ofreces hoy a mi familia, por esta salud que es tan
fácil valorar luego de tener que recuperarla, gracias por
el deseo que siento en mi boca al imaginarme comer
una pera, por dejarme respirar consciente este instante.
Gracias por ofrecerme libertad para encontrarme, por
permitirme andar sobre mis pies en rocas afiladas y en
praderas suaves. Gracias por el estado que me concedes
cuando medito en la sutileza de los sonidos, en mis
puntos de contacto con la tierra. Gracias por la simple
belleza de ver los colores y las formas de tantas cosas y
por poder valorarlas. Gracias por todas esas veces en
las que uno cae y resulta a salvo, por esas veces en las
que aún en la desgracia uno se levanta de buen ánimo
para crear su realidad. Gracias por este juego de creer
que estoy despertando a mi consciencia...
–Créelo, porque lo estás haciendo. Acabas de nom-
brar una lista de pequeños milagros.

100
–Ah ¿esos son? Ja ja... seguiré intentándolo entonces.
Iré a dormir, Diosito querido, ya todos se fueron a
acostar, o al menos eso parece. ¿Puedo pedirte algo?
–¿Quieres soñar despierto?
–¿Cómo lo supiste?
–Porque soy Dios.
–Bah ¡Qué respuesta más obvia! Sí, me encantaría
poder despertarme en el sueño, entrar en los sueños
de mi hijo y señalarle el camino hacia ti... Algunas ve-
ces mi hijito parece tan dolido en su corazón...
–Confía en lo que él expresa, dale tiempo. Y no, no
estás listo para aventuras de ensueño ni riesgos astra-
les. Date cuenta que apenas te recuperas de los tras-
piés anteriores y ya quieres embarcarte en desafíos in-
tensos. Tienes muy relacionada la intensidad con el
sentirse vivo y pleno...
Recuerda, la intensidad cambia, el vacío no...
–Todavía no comprendo bien qué es el vacío, aun-
que sí puedo sentirlo claramente y por eso lo valoro.
Ha sido silenciador conocerlo, pero finalmente vivo
atendiendo a lo que está contenido en él, a la creación,
al movimiento, al sonido.
Y respecto a la intensidad, veo que este hijo nuestro
la genera todo el tiempo con su descontento. Desafía a
las personas, a las situaciones y nos demanda perma-
nentemente atención y energía, como será que ni si-
quiera está conforme cuando uno se la presta. ¿Cómo
podemos acompañarlo de la mejor manera?

101
–Para poder ser un buen Padre no debes intentar que
tu hijo sea educado, agradecido, alegre, tranquilo y dis-
creto, sino que debes intentar serlo tú.
Debes aprender a no intentar tomar todo lo que el ins-
tante te ofrece, concentrándote por completo y solamen-
te en una de las cosas que contenga ese instante; de esta
manera tu energía se concentrará en algo y ese algo se
manifestará. Al tratar de tomarlo todo, o mejor dicho de
no perderte nada, solo consigues dispersar el instante.
De esta forma tu hijo aprenderá rápido de ti por la vibra-
ción que emanarás al vivir agradecido y concentrado.
–Gracias, Dios, tus respuestas son un bálsamo. Sólo
una cosa más quisiera preguntarte...
–No, estás intentando saber demasiado. Ve a des-
cansar con tu Familia, concéntrate en una cosa a la vez.
***
Ya hace varios días que estamos en la casa de la cu-
randera y su compañero. Dios me habla siempre, pero
nuevamente en estos últimos días me abstraje total-
mente en las acciones cotidianas.
Gracias a su compañía tan amorosa y maestra he re-
compuesto mi actitud espontánea y alegre, pero en vez
de mantenerme atento me he dispersado, inmerso en
lo que Dios llama ‘alboroto energético’, esa velocidad
productiva en la que entro que no me deja tiempo para
escuchar su voz.

102
Por el contrario, escucho todo el tiempo la voz de
mis quehaceres y creaciones, que por más bellas que
sean, me dice Dios que al estar desconectadas de él,
me hacen perder la oportunidad de encontrarme con
mi Ser verdadero, capaz de manifestarlo todo con un
simple soplido.
Solo por las noches, ya cansado de ordeñar las va-
cas, juntar el heno, correr, esconderme y saltar con mi
querido hijo, escribir cuentos para el libro, limpiar y
compartir la cena con nuestros anfitriones es cuando
vuelvo a escuchar la voz de Dios. Seguramente ocurre
en ese momento porque ya no restan energías que dis-
persar y se acerca la modorra de los sueños cerrando
así las acciones del día.
–Recién le he podido dedicar un tiempo a tu voz, Dios.
Espero prontamente poder y saber hacerlo más seguido.
Estos días han sido bellos y simples. El no estar su-
friendo como lo venía haciendo es un gran confort. El
sólo tener abundancia de alimentos nos hace sentir qui-
zás equivocadamente dignos. Cuando siento el silencio
que me llega antes de escuchar tu voz recién me doy
cuenta que estoy dejando muchas veces de lado oro sa-
nador por chapotear en charcos sucios. Y tú sabes Dios
que no soy ambicioso y valoro el contacto con la Tierra...
Sé que entiendes que me refiero a esta plenitud do-
rada que únicamente me regala la sensación de estar
en un contacto pleno contigo. Y ahora, aquí acostado

103
junto a mi familia, con mis manos en el corazón si-
guiendo tus indicaciones anteriores para silenciarme,
sé que estás y que solo aguardas mi silencio profundo
para dejarme escuchar tu bella voz.
Estoy meditando en el contacto de mi cuerpo sobre
la tierra. Para que mi mente no me gane con sus diálo-
gos de lo cotidiano, alterno la atención también hacia
los sonidos y lo mismo hago con mi respiración; ahora
sumaré un cuarto elemento de concentración: la aten-
ción al corazón unido a los corazones de todo. Puedo
sentir claramente cómo la voz de mi diálogo interno
comienza a perder volumen cuando uso estas herra-
mientas, y así como el sol esboza su sonrisa por las
mañanas detrás de las montañas, cuando la noche
transcurre me preparo para oírte...
–Aquí estoy y aquí estaré siempre, amado hijo, para
abrazarte en tu sueño y velar por tu consciencia. Aun
cuando desoigas toda guía que te haya ofrecido estaré,
pues no hay enojo en mí ya que no tengo nada que
perder. Solo eres tú el que pierde, amado, pero lo que
pierdes jamás queda atrás, siempre puede ser recupe-
rado en el instante, porque todo lo que hay en el uni-
verso te pertenece cuando habitas Divinamente el ins-
tante. Yo siempre estoy contigo y con todos, así como
lo está el sol con la tierra.
Habrá un instante presente en que puedas estar con-
centrado en que estás parado más allá de toda la limi-

104
tación del mundo que se proyecta sobre este planeta.
Ese momento ya existe y cuando te reúnas a él podrás
sentirme siempre, así como puedes sentir siempre a la
tierra debajo de ti si es que consigues darle tu aten-
ción. Porque créeme que esta tierra viva que pisas, que
es capaz de crear tanta maravilla con su agua y su fue-
go, con su viento y su magia, no es otra cosa que lo
que yo Soy.
La Tierra misma es Dios, es Diosa, es Divinidad.
Pero aun cuando te lo diga y aun cuando tú mismo lo
notes y lo creas, verás que tu consciencia de estar per-
manentemente en contacto conmigo se distraerá, se
dispersará. Si me pidieras que te haga notar siempre
mi presencia de maneras que sean imposibles de igno-
rar, te debería decir que ya lo estoy haciendo... Tan
solo que eres tu quien tiene la libre voluntad de pres-
tarme o no atención. Toda la experiencia de la Tierra se
trata de esto, de volverte un Maestro en esta atención,
y por eso te digo: ¡Concéntrate, concéntrate en una
cosa! Y sólo hay algo que puede ofrecerte todo si es
que realmente te concentras en ella...
–¿Qué vendría a ser eso?
–Dios. Pero tú eliges dispersarte atendiendo a todo
lo que se te aparece en la vida, lo bueno y lo malo que
te invita a atenderlos así como Yo te invito...
–¿Y porque tengo más predisposición a estas cosas
que a ti?

105
–Porque realmente no eres tú el que vive la vida,
aunque así lo parezca...
–¿Cómo que no soy yo? ¿Quién entonces, o qué otra
cosa podría ser? Si ahora mismo estoy percibiéndome
viviendo esta experiencia contigo.
–Cuando estás en un sueño, también eres tú el que
está soñando...
–Sí.
–Pero en el sueño estás en un estado donde las cir-
cunstancias te absorben completamente, al punto que
desapareces como soñador y crees ser tú ese sueño.
Dejas así de experimentar tú las circunstancias, y son
ellas las que dirigen tu vida.
–Sí, es verdad, y ya hemos hablado de esto. Finalmen-
te todo en el sueño, sea lo que sea que esté ocurriendo,
ocurre en mi propia proyección de la realidad...
–Así es, y además esa proyección de la realidad te
tapa. Desaparece el soñador y solo queda el sueño.
–Sí, es verdad.
–En la vida ocurre lo mismo. Hay distintos niveles de
sueño, del que estamos hablando es sólo uno de ellos
del cual ya puedes tener consciencia y reconocerlo; es
decir, ya puedes abstraerte de él al despertar y mirarlo
desde otro lugar. Ya tienes capacidad de reconocer que
eres más que esos sueños, y eso puedes hacerlo porque
ahora mismo lo tenemos en la mesa de cirugías...
–¿Y ahora mismo estoy en un sueño?

106
–Sí, así es, pero al estar hablando conscientemente
conmigo no estás completamente dormido en ese sue-
ño. Estás inmerso en él pero tu consciencia está des-
pierta, no está sumergida en lo que está ocurriendo.
–¿Igual que cuando tengo esos instantes de lucidez
en los sueños y me doy cuenta que estoy durmiendo y
soñando?
–Exactamente igual, hijo mío...
–Pero esas veces en que durante el sueño me des-
pierto puedo notar que las circunstancias cambian ve-
lozmente, puedo verlo: si un enemigo me perseguía se
detiene, si estoy cayendo a un precipicio de repente es-
toy con los pies en la tierra...
–En este sueño de la vida sucede igual, solo que los
cambios abruptos suceden a nivel vibratorio, y la ma-
teria, emociones y pensamientos internos y externos se
empiezan a transformar de inmediato, pero no siem-
pre lo notas en la realidad de los hechos sino en la rea-
lidad del soñador. Lo que cambia abruptamente es la
realidad interna, es decir, cambia la manera en que
sientes lo que te está ocurriendo.
Cuando en los sueños de tu dormir se chocan los
miedos del pasado con las ansias del futuro, el presen-
te es un riesgo permanente para el ego en el que estás
inmerso. El perseguidor representa tus miedos del pa-
sado y el escape que buscas representa tus ansias de li-
bertad, mas cuando te das cuenta de que estás en un
sueño todo se detiene... El pasado continúa allí en for-

107
ma de perseguidor, pero ha cambiado totalmente: ya
no te persigue, ya no le temes, y cuando eso ocurre fí-
jate que inmediatamente dejas de depositar tu mirada
en el futuro, en la salida, en la libertad. Ya no hay nada
que te aprisione, nada de lo que defenderse...
Entonces, ¿por qué correr? Ahí llegas a tu presencia,
a tu consciencia, y disminuye el volumen de las voces
internas, disminuye la presión de todo lo que tendrías
que hacer para escaparle a la incertidumbre, y es cuan-
do al fin aparezco, cuando puedes escuchar mi voz.
Ella es solo una de las maneras de hacer manifiesta mi
presencia, puedes descubrirme de muchas formas des-
pertándote cuando has llegado a ese estado. Es justo
en ese momento donde tienes que hacer tu parte, man-
tener tu concentración...
–A veces cuando despierto dentro de un sueño logro
percibir esa gran quietud pero sólo durante un instan-
te. Luego despierto a este otro sueño del vivir, o den-
tro del mismo sueño las circunstancias del entorno me
atrapan con algún cambio deslumbrante.
–Por eso te digo que el secreto es la concentración. El
primer paso para ser tú quien vive tu vida es darte
cuenta de que no eras tú quien la venía viviendo sino
una especie de entidad a la que llamaremos tu incons-
ciencia. Ello no es algo malo ni bueno, es solo algo in-
consciente, y por eso te priva de tu Ser Absoluto. Ga-
tear no es malo ni bueno, es sólo una etapa anterior a
caminar; es una buena moraleja para explicar en qué

108
situación están los Seres Humanos, todos y cada uno
de ellos. Algunos en pleno gateo, otros poniéndose de
pie, algún otro caminando, y unos que son muy anóni-
mos hasta pueden volar...
–¿Volar? ¿Cómo pueden volar?
–Recuerda que en la Tierra los sueños son varios si-
multáneamente. Aquellos que vuelan han despertado
del sueño siguiente, en él que tú estás más inmerso, y
a la vez todos sueñan en todos los sueños al mismo
tiempo.
–No estoy comprendiendo mucho, Dios.
–Igual que no podría comprender un niño que gatea
si le hablamos de correr. Y no es necesario convencerlo
de que puede hacerlo, lo más importante es que al-
guien corra delante de él y que así tenga oportunida-
des de correr, ya que el poder en su manifestación ple-
na está dentro de todos. Gracias a esos amigos que tie-
nes que ya no comen ni beben desde hace muchos
años es que has podido creer que podías vivir treinta
días sin hacerlo.
A lo que me refiero es que si bien ahora sabes que
cuando duermes estás en un sueño y que las circuns-
tancias no son tan absolutas como parecen, igualmente
seguirás viviendo el proceso de volverte un Maestro
de ese sueño, pero a la vez ya estás empezando a prac-
ticar y explorar cómo es volverte un Maestro de ti mis-
mo en el sueño siguiente, que ocurre una vez que de-
jas de dormir. Tú primero creías que si no comías du-

109
rante cuatro días morirías. Luego descubriste que no
era cierto pero no bastaba con saberlo, debías apren-
derlo, integrarlo. Luego dejaste de comer cinco días y
lo comprobaste. Luego fuiste aumentando tu maestría
en ello y llegaste a estar diez días sin agua y treinta sin
alimentos, pero aun tienes que seguir aprendiendo
cómo hacer para vivir sin necesitarlos más así como lo
ha hecho tu amigo Victor.
De la misma forma, una vez que empiezas a habitar
tu consciencia cada vez más, empiezas a descubrirte
inmerso en la inconsciencia. Primero utilizas la cons-
ciencia como una herramienta para escapar de la in-
consciencia que te tiene atrapado o te persigue, pero
luego la consciencia pasa a ser como un par de alas
para despegar hacia otros planos de esta realidad...
–Guau... Es difícil pero estoy comprendiendo y sin-
tiéndolo tan claramente.
–¿Recuerdas esa vez que escalabas la montaña y se
desmoronó el camino por el que andabas?
–Sí, recuerdo que permanecí horas en un peldaño de
tierra temblorosa sin saber hacia donde ir, no en-
contraba rumbo ni arriba ni abajo...
–¿Recuerdas como saliste de ahí?
–Le hablé al espíritu de la montaña.
–Intenta ser generoso en los detalles de cómo le ha-
blaste...
–Recuerdo que pensé que moriría allí, que no había
escapatoria... Era evidente que no la había, hacia arriba

110
solo era tierra vertical desmoronándose, hacia abajo
rocas y más rocas, y a unos cincuenta metros el río. El
sol lastimaba cada vez más mis mejillas, quemadas ya
desde hacía unas horas.
De repente sentí claramente una voz interna que me
dijo: “Rézale a la montaña”, y así lo hice, le pedí que me
diera la oportunidad de seguir aprendiendo, que me
mostrara cómo salir. Oré ese rezo desde lo más profun-
do, fue expresado con la certeza de que realmente algo
podría ocurrir aun cuando parecía imposible.
Mágicamente mis ojos se aclararon y una plantita di-
minuta que estaba al alcance de un salto comenzó a
llamarme la atención. Mi razón jamás se hubiera fijado
en ella porque parecía imposible que pudiera soportar
el peso de un hombre colgando de ella, pero si era mi-
lagrosa también debía mostrarme cómo seguir.
Entonces, como si alguien hubiera dibujado un mapa
con cada uno de los movimientos que debería hacer, fui
descubriendo delgadas capas de colores en la tierra que
me mostraban un recorrido que no se desmoronaría al
instante. Todo tenía que ser hecho con un movimiento
fluido y constante porque ninguna de esos tramos po-
dría sostener mi peso por más de un segundo. Pero si
podía permitirme pasar por ella un instante y al si-
guiente impulsarme hacia el próximo apoyo antes de
que el punto que sostuviera mi peso se desmoronase...
Para eso debía mantener una absoluta conexión con
mi Cuerpo Físico, porque era él quien iba a tener que

111
responder como un experto y seguir el plan que la mon-
taña me proponía...
–Si bien era la montaña la que te hablaba, también era
tu consciencia la que veía más allá del sueño de la in-
consciencia. Recuerda que la misma realidad cambia de
acuerdo a si estás consciente o no... Tu consciencia estaba
unida a la montaña en ese rezo, no había separación.
–Claro, fue por eso que comencé a mover mi cuerpo
como un ninja; el salto fue una danza perfecta para
que el primer paso se apoyara con la gracia suficiente
como para que todo mi cuerpo se balanceara hacia
adelante y siguiera la carrera... Todo duró tres segun-
dos quizás. Paradójicamente esto fue más fácil que
todo el camino anterior, sólo que necesitó más concen-
tración, pero el movimiento en sí fue simple, liviano y
sin esfuerzo. Cada paso desmoronaba al despegarse la
porción de tierra que me sostenía pero llegué perfecta-
mente hasta el final.
–Pues acabas de relatar en esa metáfora cómo es vi-
vir en consciencia: Necesitas concentración, devoción,
fe, confianza, y todo se vuelve una danza simple y
sencilla. Puedes hacer y resolver cosas que en tu esta-
do de consciencia básico parecen imposibles y sin sali-
da ¿Recuerdas cómo siguió el camino luego?
–Encontré unas heces de burro que mostraban un
sendero con las heces de todos los burros que habían
pasado por allí, este camino develaba siempre un zig-
zag que me llevó como a un turista hacia la cima. Desde

112
allí podía ver todo mi pueblo desde otra perspectiva, y
me percaté que todas las cosas que cotidianamente ha-
cía en el pueblo ya no tenían la importancia de antes.
Luego me relajé, cerré los ojos y meditando en ese esta-
do de transcendencia finalmente me dormí...
–¿Que te despertó?
–¡Ah, lo había olvidado! ¡Un pájaro carroñero, que
seguramente me creyó muerto! Mas lo hizo con una
leve caricia y sin detener su vuelo.
–Ese fui yo. Fui el pájaro, fuiste tú volando, fue la
montaña, fue tu estado de Unidad con el Todo que eres...
¿Y cómo bajaste?
–Pues el sendero de los burros iba en dirección des-
cendente también. Bajé corriendo, riéndome de cuan
liviano se me estaba haciendo el camino...
–¿Y al llegar al pueblo, que ocurrió?
–Uff, fue como volver a un sueño donde debía darle
atención a cosas que vistas desde la montaña me pare-
cían muy superficiales. Quería volver a la cima, al pá-
jaro, a las heces de burro... Pero sin embargo me quedé
allí, donde más acostumbrado estaba a vivir.
–Pues en realidad no querías volver a aquella mon-
taña; es mas, si lo hubieses hecho no habría sido igual.
Donde en verdad querías volver era a ese estado inte-
rior tuyo, aquel que descubriste en las alturas. Pero
puedes habitarlo estés donde estés siempre que te con-
centres en mí, que soy la montaña, el pájaro, la otra

113
persona que tengas delante, el aire que respiras, y has-
ta tus propias heces.
Nunca me voy, siempre estoy para despertarte del
sueño y de todos los sueños. El hecho es que solo te fi-
jas en ello cuando las circunstancias te han hecho per-
der toda posibilidad de sentir tu plenitud en ellas. Por
eso, te recuerdo, practica tu conexión conmigo tam-
bién en esos momentos en que todo parece marchar
bien, porque una cosa es el bien y el mal, y otra la ple-
nitud. No es lo mismo un buen sueño o un mal sueño
que un soñar despierto...
–Gracias, Amado Dios, todo parece tan simple en tus
palabras; ahora espero que mi voluntad obedezca y se
concentre, espero liberarme del vicio de la inconsciencia...
–Eso es, hijo mío... Es un vicio pretender encontrarse a
uno mismo en las circunstancias, es una costumbre y
nada más; sacarse una costumbre lleva su tiempo y nece-
sita de una determinación, como cuando decidiste no co-
mer más carne, cuando decidiste dejar de fumar, cuando
decidiste dejar de ser un revolucionario que reclamaba a
los poderosos que pararan para ser un evolucionario que
avanza en su interior y comprende cada vez con más
amor en la inconsciencia en la que viven muchos.
Si te fijas, todas y cada una de esas veces tenías com-
portamientos tan automatizados que aun cuando ha-
bías decidido que ya no los querías aparecían por iner-
cia, por costumbre... Pero cada una de esas veces tú di-

114
jiste no a tal cosa y sí a tal otra, y un día esos hábitos
mentales, emocionales y físicos cambiaron.
Así es como ahora todo tu Ser está pidiéndote que vi-
vas para mí, dejando atrás todo aquello que no sea dar-
me atención a mí. Esto porque ya que no significo para
ti el de las religiones ortodoxas, sino que soy el que está
bajo tus pies, el que suena en tus oídos, el que entra y
sale con cada respiro, el que vive en tu corazón, y así
con cada elemento donde decidas encontrarme.
Las circunstancias están únicamente para obedecer-
te, pero no en el estado básico de consciencia, ya que
ello sólo haría aún más egocéntrico y profundo el sue-
ño. Las circunstancias te responden en el siguiente
despertar, y tú recién ahora estás comenzando a tran-
sitar tu camino. Las circunstancias te responden cuan-
do entras en el estado de consciencia plena, es decir,
cuando ya no tienes temor.
Cuando esto ocurre dejas de sentirte separado de
todo lo que te rodea, es decir... despiertas. Te das cuenta
que así como cuando sueñas, todo lo que parecía ‘otro’
en realidad estaba dentro de tu mente, debajo de las sá-
banas, pero no lo notabas. Así en el despertar siguiente
todo lo que ocurre está dentro de tu consciencia, todas
las circunstancias, todas las personas que de alguna
manera directa o indirecta influencian tu camino...
–Disculpa mi mirada al futuro mas te hago una pre-
gunta: ¿todos los niveles de despertar finalmente con-
ducen a ti?

115
–Así es, hijo amado, todo se dirige de vuelta hacia
su origen. Todo es mi respiración, Yo inhalo y exhalo y
así todo se crea o se destruye.
–Yo tengo fe, y mucha. Sin embargo debo reconocer
que una parte mía siente que dirigir todo hacia ti se
siente como depositar lo que me ocurre en una especie
de “más allá”; como si sintiese que algo se alejara en
vez de estar cercano...
A veces tengo la sensación de que cuando nombro a
Dios –y esto me ocurra quizás por las influencias del
mundo– parece que me refiriera a algo remoto y le-
jano. Sé que estás en mí y en todo, pero esa sensación a
veces persiste, y obviamente no cuando siento la cone-
xión contigo, sino esas veces que no la siento...
–Esa sensación es tu inconsciencia, y el paso que de-
bes dar, que es en dirección hacia tu conciencia, no se
puede apurar. No es a través del tiempo que se regresa
al origen, sino que lo es por pasos: la misma cantidad
de pasos que diste hacia una dirección es luego la mis-
ma cantidad que darás hacia la otra; así entras en el
perfecto equilibrio, así conoces lo que yace, por así de-
cirlo, dentro y fuera de ti al mismo tiempo, más allá y
más acá en simultáneo, en la luz y en la obscuridad
por igual. Así encuentras finalmente lo perdido...
¿Y qué ocurre cuando aparece eso que tanto busca-
bas por creerlo indispensable?
–Normalmente cuando eso pasa me pongo muy fe-
liz, estoy muy aliviado. Luego con el tiempo pierde

116
importancia lo conseguido, aparece una nueva “meta”
y empiezo a intentar conseguirla.
–Como puedes ver, siempre estás detrás de algo y
eso es porque algo viene detrás, sin embargo sólo al-
gunas veces te percatas de ese miedo sutil, de ese te-
mor inconsciente, de ese apuro. Recién lo notas cuan-
do las circunstancias te ahogan, cuando te ponen
contra la espada y la pared, pero en la verdad de los
hechos la espada venía hacia ti antes de que la veas lle-
gar porque todos los caminos finalmente siempre ter-
minan en una pared.
–¿Y si siempre terminan en una pared, qué sentido
tiene buscar la salida?
–Tiene sentido. La salida del Laberinto existe, el
tema es que no se la encuentra buscándola...
–¿Entonces cómo se la encuentra?
–Se la encuentra sabiendo que la salida del Laberin-
to es dejar de creer que la encontrarás en sus rincones
o en sus habitantes, en aquello que te gusta y que no.
En ello no te encontrarás, sólo son pistas, señales, es-
pejos, esquinas, puentes y hasta puertas.
Cuando te das cuenta de eso te llenas de amor por
todos, porque dejas de creer en los guiones del sueño
y en el personaje que cada uno representa, dejas de
creer en la escenografía. La salida aparece cuando, de-
jando de buscarla, te percatas de algo...
–¿De qué?

117
–De que el Laberinto es una ilusión, una realidad que
sólo existe si estás dormido. La salida aparece cuando
en plena vida te das cuenta que estás más allá de ella...
–¿Cómo más allá?
–Sí, más allá. Y ese más allá está, en principio, fuera
de ti. Porque es fuera de lo que tú crees que eres y de
lo que tú recorres para encontrarte, que la hallas. Y
luego está dentro de ti, porque estás en un sueño y
para salir de él el soñador tiene que darse cuenta de
que todos, todos los personajes que ama y enfrenta en
el sueño... son uno mismo. ¡Pero para notarlo hay que
despertarse!
–¡Despiértame! ¡Despiértame ahora! ¡Me estoy dando
cuenta!
–Sí, una parte tuya lo está consiguiendo. Ahora sólo
resta que lo noten al mismo nivel tu Cuerpo Físico y
tus Emociones. Si te fijas bien notarás la ansiedad
emocional que se produce por salir y la tensión física
por conseguirlo...
–Es verdad, mi mente se da cuenta. Estoy apurado
por salir y emocionado de saber que se puede ¿Cómo
no emocionarse?
–Las emociones son ataduras al sueño, incluso las
más bellas lo son. El sentir es otra cosa. Es similar a las
emociones, pero se diferencia en que no quedas ligado
a lo que te produce.
–¡Guau! Eso sí que llegó claramente, amado Padre.
¿Y el cuerpo? Háblame de cómo es con el cuerpo...

118
–El cuerpo reacciona a tus creencias, es como un em-
pleado perfecto que obedece ciento por ciento a lo que
sientes y piensas. La primera forma de liberar a este
empleado es comenzar a descartar la emoción como
algo positivo en tu vida, y entonces dejarás de perse-
guirla y dejarás de tener una vida emocionante, pasan-
do a tener una vida sensible.
Te liberarás del vicio a los extremos: así son los La-
berintos de la emoción, al igual que como muestran las
películas y las novelas, pasas de la tristeza a la alegría
y viceversa; y aunque eso parece ser la vida, no es así,
eso es tan solo el Laberinto. La vida está aguardando
dentro de ti y fuera de todo esto.
Tener una vida sensible significa que puedes sentirte
en todo, en cada cosita, en cada persona, algo que es
tuyo, algo que te habla vibracionalmente. No tienes
que buscarle interpretación a esta sensación sino sólo
sentirla, reconocerla, disfrutar como te conecta.
Es suave, no te interviene realmente como lo hace
una emoción; es apenas una sugerencia sutil, como la
brisa que cuando sopla en tu piel y hasta mueve tu ca-
bello no interfiere bruscamente en tu vida sino que sim-
plemente no la notas, sólo la sientes. No es como la
emoción que sopla como el viento norte. No es algo evi-
dente, burdo, imposible de evitar, todo lo contrario. El
sentir es casi secreto porque es discreto, es un hallazgo.
–¿Entonces debo empezar a reconocer todas las ve-
ces en que me emociono con algo? Eso sí que es difícil.

119
¿Debo dejar de emocionarme con mis hijos, con su ma-
dre, con un buen libro?
–En principio sí, pero en realidad es para luego sen-
tirlos, disfrutarlos sin condiciones sin estar atado emo-
cionalmente a lo que ocurre con ellos. Cuando actúas
desde el sentir, amas desde el sentir. El sentir libera a
todos, hasta a tus antepasados a los cuales estás ligados
por patrones emocionales que se repiten y heredan; la
emoción encarcela, oprime, es como Romeo y Julieta.
El sentir viene del Ser, la emoción viene de la Perso-
nalidad. Esta última se ha formado de reacciones a las
circunstancias que ocurren en la vida. El sentir es
ajeno a ellas, es como el Sol que participa en la Tierra,
la alumbra, la determina, pero a la vez está afuera de
ella. Está unido, pero no vinculado. Siente la Tierra, no
está separado, está unido incondicionalmente.
Las emociones no provienen del Sol, de él viene el
sentir; las emociones provienen de la Luna porque ella
influye en los comportamientos del Agua. Es el Agua
la que genera las emociones. El Agua es muy inestable,
y la Luna determina cómo se mueven las aguas en
cada uno y en el planeta...
–¿Y qué podemos hacer nosotros con la Luna? Si
apenas podemos con los asuntos que nos ocurren en
nuestras casas...
–Lo que tú puedes hacer es reconocer como te afecta
la Luna y como lo hace el Sol. Seguramente sabes que
es mejor no hacer ciertas cosas al mediodía a la intem-

120
perie en días en que él puede dañarte. También si te
observas podrás reconocer que tanto al amanecer
como al atardecer puedes conectarte a una celebración
calma y sensible que ocurre en la naturaleza toda...
Así debes empezar a descubrir cómo te afecta tam-
bién la Luna, las Estaciones, los Equinoccios y los Sols-
ticios. Presta atención a como repercuten en ti emocio-
nalmente estos fenómenos; reconocerlo es atestiguarse
y darse cuenta de las emociones que son muy predeci-
bles cuando estás consciente y concentrado en ello, son
tan predecibles como las mareas. Tan solo que no le
otorgas atención porque estás distraído con otras cosas
que crees más importantes, cosas que te esclavizan al
sueño del Laberinto, pero si tuvieras que salir a pescar
sabrías más de la luna y si prestaras atención a tus es-
tados cuando sales a pescar, verías la relación entre
ella y tus emociones. De la misma forma afectan en tu
vida los alimentos, las relaciones, las actividades, y
solo si observas puedes darte cuenta de la influencia
que viene desde allí, y entonces poco a poco aprendes
a tomar lo mejor de ellas, eso es una buena pesca.
Así como el Humano aprendió por conveniencia y
supervivencia los comportamientos del mar con res-
pecto a la Luna, así tú tienes que saber por la misma
razón cómo se comportan tus aguas internas...
Y tú un poco ya lo sabes, ya empiezas a conocer tu
personalidad, ya sabes que no pierdes la fe incluso en
las pruebas más duras. Sabes que si tus pruebas vincu-

121
lan a alguien más, y ese alguien te exige, muchas veces
sentirás ahogo en esas aguas, y luego si te fijas recono-
cerás que el ahogo merma cuando ese alguien vuelve a
confiar en ti. Es decir, estás ligado a tus vínculos para
sentirte bien o mal. Podrás ver que hay cierto tipo de
situaciones desfavorables que te ahogan más que otras
aunque tampoco te favorezcan.
Debes reconocer cómo es que te alegras, que te lle-
nas de júbilo, y cómo es que luego todo eso se esfuma,
se vuelve depresión, nostalgia; debes reconocer cómo
funcionan tus mareas internas que suben y bajan de-
jándote en cualquier orilla o a la deriva.
–Es tal cual como me ocurre, amado Dios, divina
Madre. Si bien ya no me emociono tanto por las cosas
que acaban resultando de la manera en que lo deseaba
–en eso me mantengo bastante estable–, es verdad que
me emociono negativamente cuando no resultan se-
gún mis expectativas, así como reacciono muy positi-
vamente cuando me repongo de ello. La realidad es
que hoy soy menos emocional que antes. Seguro tiene
que ver con el observarme y conocerme.
Recuerdo como pasaba de la tristeza a la alegría rá-
pidamente con la familia anterior en la que me en-
contraba, donde yo era muy joven e ignorante; real-
mente es muy diferente con esta nueva familia, mis
mareas son más predecibles ahora, pero a la vez soy
más frío, menos apasionado, menos emocional.

122
–No es frío lo que quieres expresar. Frío eres cuando
sientes el agua emocional fría, cuando lo que te ocurre
te cierra el corazón. Si vamos al caso la contrapartida
tampoco es caliente, pues lo caliente alborota el cora-
zón, y al sentir no le corresponden adjetivos... Es algo
que te conecta a ti y a todo lo que te rodea por un hilo
tan delgado como el de una telaraña. El sentir simple-
mente Es...
–¿Es? ¿Así, a secas?
–Sí, a secas, sin agua. Es.
–¿Es?
–Sí. Es.
–¿Y así “Es” la salida del Laberinto?
–Así “Es”, porque el pensamiento desalineado que
te hace enmarañarte en los cruces de caminos del La-
berinto no tiene repercusión cuando en vez de estar
conectado a la emoción estás conectado al sentir. El
sentir no tapa tus otros sentires, sino que te deja recibir
las sugerencias de lo que te guíe internamente que an-
tes estaba tapado y aturdido por las emociones. Es en-
tonces cuando comienzas a descubrir un silencio inte-
rior verdadero, y que para poder disfrutarlo realmente
tienes que estar conectado con tu sentir, con el sentir
de todo, el que es el mismo para todos...
–¿Entonces cuando estoy en ese sentir no soy in-
fluenciado por la Luna u otra cosas?
–Exactamente, estás vinculado pero no atado. Eres
como un lago natural con calmas y aquietadas aguas

123
que recibe la locura del arroyo que baja alborotado de
la montaña y lo serena.
–¿Entonces un lago es más noble que el grandioso mar?
–No, es más estable. Nada es más grandioso que
nada, pues todo finalmente es parte del mismo sueño.
Mira, te hablaré de tus rincones interiores en metá-
fora. Cuando llegas a lo más elevado de tu estadío en
esta experiencia en el Laberinto, asciendes desde las
profundidades del mar donde yacen las aguas más
obscuras del planeta, las que ya no se volverán ni ríos,
ni arroyos, ni lagunas debido a que el mar es la última
de las posibilidades para las aguas antes de evaporar-
se hacia las alturas. En la altura serás el agua de lluvia
más pura, la esencia de todo río, de toda vertiente, de
todo lago, y hasta del mar mismo... Accedes a un agua
sensible que luego puede tomar todas las otras formas.
–¿Pero esa agua tarde o temprano llegará al mar,
atravesando todos esos pasos?
–Así es, mas un día esta agua que hoy eres vivirá
conscientemente su recorrido, esa es la diferencia. Esa
agua que creía ser una cascada, una laguna, un arroyo,
un río, o un mar, se sabrá simplemente agua. ¿Y eso
por qué? Porque sabe que Es, sin adjetivos ni califica-
ciones, y por eso puede reconocer todo lo que se le ha
pegado en el camino, todos los atributos y defectos
que no le pertenecen.
Ahora tu agua emocional, física y mental está llena
de minerales, de sal, de otros organismos... pero inclu-

124
so así, esta agua que eres y que todos son puede saber-
se simplemente agua, sentirse agua. Con el tiempo, de
haber vivido tantas veces las mismas situaciones, va
observando que ya se ha repetido el ciclo y sabe que
nada de eso que transcurre permanecerá en su esencia,
sabe que ascenderá, que será vapor y volverá a su ori-
gen, y que todo lo que puede hacer es darse cuenta,
porque aun cuando quisiera ya no ser parte de este ci-
clo lo seguirá siendo inevitablemente.
Entonces un día esta agua se rendirá, estará cons-
ciente de todo transcurso, de los comienzos, de los de-
sarrollos, de los finales, y de cómo todo vuelve a em-
pezar. Hasta que llega el momento en que se reirá de
tanto saber, se reirá de estar atrapada en una nube, del
cauce seco del arroyo que la bebe, del espíritu del río
que orgulloso se ha ensanchado, y de las mareas que
suben y bajan... se reirá mientras asciende como ele-
gante vapor y se reirá de sí misma obligada a llover...
–Que bella metáfora de nuestros ciclos en la Tierra...
¿Mas cuándo se termina este ciclo de permanentes
identificaciones con nuestras formas transitorias?
–Eso ocurre cuando el agua que eres verdaderamente
disfruta sus ciclos, cuando no pretende más nada, cuando
ya no prefiere porque se ha saciado de elegir... Ya conoció
ser lago, ser arroyo y ser vapor, e inclusive cuando uno le
guste más que otro sabe que el próximo estado volverá,
simplemente porque así es ser agua en el Laberinto...
–¿Entonces?

125
–Entonces esa agua se volverá sabia, sabrá que es
parte de todo, de cada gota de sangre, de cada savia,
de cada corriente subterránea, de cada emoción... Y en
determinado momento, en vez de sentirse solo parte
de todo eso, se sentirá absolutamente todo, todo al
mismo tiempo, será la consciencia de cada una de esas
posibilidades.
Cuando finalmente haya aceptado sus posibilidades
de forma y reconocido su esencia pura, allí sentirá al es-
píritu que Es, sentirá la energía que crea ese oxígeno y
ese hidrógeno que le da su conformación para entonces
luego volver al paso anterior, a lo innombrable...
Así será tu camino... como el de esta agua. No tienes
que despertarte, ocurrirá...Por ahora has tenido sufi-
ciente...despierta!
Luego de escuchar milagrosamente esta conver-
sación entre el hombre y Dios, me acerqué a aquel. Se
encontraba absorto y sonriendo, en un contagioso es-
tado de gratitud y presencia, con las manos y frente
semienterradas en la tierra... Ni bien sintió mis pisadas
me miró y me dijo:
–En este momento todos parecen estar en mí, así
como ocurre en los sueños. Mi cuaderno, mi familia,
los sonidos, las situaciones, los objetos. Todo parece
estar en algún lugar de mi consciencia. Creo que todo
desaparecerá muy pronto, se esfumará.

126
No sé quién eres, pero sé que estás aquí. He hablado
con Dios, y la sensación que experimento ahora mismo
es que tanto tú como todo este mundo en el que vivi-
mos así como lo que yo mismo creo ser, en alguna for-
ma está desapareciendo... Siento que estoy por desper-
tar de un instante al otro, todo parece algo irreal, como
ficción, una percepción del mundo en mí se detuvo.
Estoy apoyado sobre tierra, eso lo sé amigo, siento
su textura en mis manos. Estoy respirando consciente-
mente, escuchando los sonidos en alta definición, con
una sensación clara en mi corazón que palpita una y
otra vez. Puedo sentir a Dios en los otros, puedo sen-
tirlo hasta en aquellos que ni siquiera estoy viendo, en
aquellos que antes parecían lejanos y en circunstancias
ajenas a la mía. En estos momentos todos parecen es-
tar aquí, siendo parte de mí, que soy parte de todo.
Siento claramente el estado en el que estoy, pero no
pretendo nada con él, nada me asusta, a nada espero
llegar. Sólo estar aquí, en este instante eterno y divino.
–¿Y qué piensas hacer entonces? ¿Quedarte aquí? –
pregunté al peregrino–.
–No, solo estoy lanzando un ancla a este momento,
pues si dejamos pasar estos tesoros como si fuesen un
fenómeno en nuestras vidas navegaremos sin rumbo.
Pienso escribirlo, dejar asentado todo lo que Dios
me ha dicho acerca de cómo todos estamos dentro de
un sueño, dentro de una historia laberíntica, y de
cómo todos podemos hallarnos a nosotros mismos en

127
esta historia. Pienso escribir cómo habitarla pudiendo
estar simultáneamente atendiendo al dentro y al afue-
ra con unos secretos que me indicó para vivir atento,
viviendo la vida con el cuerpo y las responsabilidades
de la Tierra, mas siendo nuestro mismo Espíritu quien
la transita, un Espíritu agradecido, tan solo un Espíritu
en un Cuerpo transitando una gran experiencia.

128
De sólo observar al hombre me quedé conectado a la tierra que
yacía bajo mis pies. La respiración sonaba rítmica, acompañada por
el latir y sentir del corazón; los sonidos se oían muy bellos y en alta
definición; todo el bosque parecía contener a Dios, incluido el
hombre, que luego de dibujar un Laberinto en la tierra se marchó
cantando...

129
Recorría disfrutando el paso sintiendo las hojas de los árboles
rechinar en el suelo del bosque hasta que nuevamente los vi. Los
dos monjes estaban otra vez frente a mí. Me pregunté si estaría
caminando en círculos dentro del Laberinto. Me propuse acercarme
a ellos y en ese momento el anciano giró inmediatamente su rostro
hacia mí y con una sonrisa me invitó a tomar el arco y la flecha. Su
discípulo observaba atento...

130
Sólo se puede acertar
–¡Apunta y suelta la flecha! –me dijo el anciano–.
–Estoy intentando apuntar al blanco... –respondí–.
–¡Suéltala ahora mismo! –me presionó serenamente–.
–Si la suelto ahora seguramente no acertaré...
–¡Suéltala! –me dijo fuertemente al oído–.
Y la solté... Se clavó en el borde del hoyo de un árbol
seco, hacia la derecha y muy alejada del blanco.
–Lo has hecho muy bien... –me dijo el anciano con
un golpecito en la espalda–.
–¿Cómo puede ser que lo haya hecho muy bien, si ni
siquiera me acerqué al blanco?
Entonces me dio un empujón, como alentándome a
buscar la flecha, mientras que varios flechazos de su discí-
pulo pasaban muy cerca de mis orejas dibujando un cír-
culo alrededor del hoyo del árbol. Al llegar no sabía cuál
de todas era la mía, entonces intenté sacar cualquiera...
–¡Mira dentro del hoyo! –me gritó el anciano rien-
do–. Lo hice y sólo encontré agua que había quedado
allí después de una lluvia.
–¡Mira bien! –me dijo, mientras uno de los disparos de
su discípulo se divertía con mis oídos. Me acerque más y
vi algo maravilloso: mi propio rostro se reflejaba en el
agua. Y entonces el anciano me penetró hasta el alma con
su dulce y profunda voz...
–Siempre das en el blanco para el cual estás preparado.

131
Me voy caminando con el arco en las manos de mí Ser, sabien-
do que quien intenta crecer nunca yerra en su intento.

132
Voy lanzando piedritas por el bosque hasta que llego a una la-
dera. Bajo por ella, descubriendo debajo de un árbol antiguo otro
umbral... En él hay incrustada una pequeña puerta de madera y jus-
to en su centro está escrito con suaves trazos de sangre un nuevo
verso...

133
CUERPO
FÍSICO
Bienvenido
Soy la verdadera experiencia de tu Ser.
La novedad de tu Consciencia.
Sin mí estarías en lo ilimitado,
Jugando a ser Dios con Dios.
Pero conmigo te toca ser esclavo
De tu propia limitación...
No soy más que un montón de impulsos,
Sutilezas que se pueden resolver.
Puedes vivir para mis asuntos
O crecer conmigo,
Conocerme,
Trascender...
Estoy hecho de energías densas.
De agua y fuego,
De viento y tierra.
Soy un templo cuando me usas así.
Depende de ti,
Un náufrago en la tormenta...
Disfruto y sufro la Luna y el Sol.
El color de los pensamientos.
El pinchazo o caricia de la emoción.
Soy la oportunidad de elegir
Para qué vivir:
¿El placer o el dolor...?
Aparece frente a mí un bosque de manzanos. En el momento
en que me dispongo a comer una de sus frutas, oigo voces de
niño riendo entre los árboles. Sigo esa música y al acercarme que-
do al descubierto...
Están recolectando los frutos con sus canastas y se las arrojan
uno a otro jugando a embocarlas. Al descubrirme se ríen de mí, co-
rren hacia donde estoy y entre abrazos a mis piernas me llevan
cautivo de su felicidad.
Llegamos a un blanco del bosque donde hay varios niños reuni-
dos, y me invitan a formar parte del grupo. Mientras saboreo una
de las manzanas, el más alto de todos nos invita a sentarnos for-
mando una ronda. Habiendo cerrado todos los ojos, nos dispusi-
mos a escuchar la siguiente historia...

137
No sólo de manzanas vive el hombre
¿Saben algo? En el pasado las cosas eran diferentes de
lo que ahora son, mis queridos hermanitos. Valoremos el
poder elegir en nuestras vidas tener la posibilidad de
prestar atención a la abundancia de lo que ya es...
“Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, en un
enorme jardín...” –comenzó a contar el niño– “...una
pareja de pequeños que juntaban las manzanas que
caían de los árboles. El estar felices y plenos era la úni-
ca razón de su existencia. Ninguno de los dos sabía su
edad y tampoco les interesaba. No sabían porque esta-
ban en el jardín ni hasta cuándo, sólo jugaban y reían,
comiendo alguna manzana cada vez que les apetecía.
Solían recorrer largas distancias viajando de árbol
en árbol, recorriendo sus copas y pisando el pasto;
siempre analizando si necesitaban comer verdadera-
mente, pues a veces se nutrían simplemente de la be-
lleza del jardín, permaneciendo días enteros mera-
mente respirando y sintiendo la plenitud de la vida.
Un día descubrieron al más grande de los manzanos.
Se sorprendieron por el tamaño de sus frutos, eran gi-
gantes. Mirando desde la tierra hacia arriba, protegidos
debajo de su sombra, algo los cambió para siempre...”
–¡Oye, que especiales estas manzanas verdad! –dijo
la niña con la boca llena–.

138
–Sí, es verdad. ¡Hasta cuando tienen estos gusanos
no puedo evitar morderlas! –respondió el niño con sus
pies colgando de una rama–.
–Son tan deliciosas que estando satisfecha igual no
puedo parar –continuó la niña con una en cada mano–.
Así fue que los niños, inmersos en algún tipo de en-
cantamiento, comieron y comieron hasta tener dolor
de barriga. Se sumergieron en profundos sueños que
parecían llevarlos más allá de sus cuerpos. No obstan-
te, al despertar volvieron a comer con igual voracidad.
Estuvieron días y días repitiendo este ciclo debajo del
manzano gigante hasta que cada uno tuvo una última
fruta en sus manos... Entonces, descubrieron algo más.
–Me parece que estas manzanas nos envician, querida
hermana –dijo el niño masticando con los ojos cerrados–.
–¡Es verdad! Pero también revelan secretos. Me mos-
traron que en este jardín hay una manzana especial
que es capaz de ofrecer respuesta a la más grande de
todas las preguntas –contestó la niña–.
–¡A mí me dijeron lo mismo! Busquémosla entonces,
que por algún lado debe estar... –dijo el niño, acostado
y con la panza llena–.
Entonces se pusieron a correr y correr de árbol en
árbol...
–Oye, esta manzana me ha dicho que la vida es bella
y que debemos disfrutarla hasta descubrir que es un

139
sueño hecho realidad –dijo el niño con los brazos abier-
tos al cielo–.
–A mí esta me ha dicho que el amor no existe por sí
solo sino que existe el amar, que es como una semilla
que hace crecer el amor y luego este nace de sus entra-
ñas; que tiene que ser cuidado como un niño hasta que
se vuelva fuerte y entonces él es quien nos cuida...
–Esta me está diciendo que carece de sentido que
queramos entretenernos con pequeñeces cuando pu-
diendo encontrar esa manzana que responde la pre-
gunta más grande de todas seguramente lo sabremos
todo al instante...
–¡Es verdad! Sigamos buscando, quizás esté en alguno
de los árboles de aquella montaña –señaló la niña–.
–Quizás, déjame que yo voy –dijo el niño frotándose
la cabeza–.
–¿Y tú crees que voy a dejar que encuentres esa
manzana por tu cuenta? –respondió la niña con los
brazos en la cintura–.
–Pues entonces tú ve hacia allá y yo voy a mirar en
aquel valle –decidió el pequeño mientras comenzaba a
caminar–.
–Ah, no, no. Donde vayas yo iré contigo –dijo la
niña desconfiada–. No voy a quedarme con la duda...
Si la encuentras la tendremos que compartir.
–¡Pues yo no quiero compartirla contigo! –respondió
el niño mientras corría–.

140
Caminaban discutiendo mientras continuaban co-
miendo desaforadamente debajo de cada árbol que se
topaba en su camino, y cada vez se zambullían en el
más profundo sueño. Cada manzana les regalaba se-
cretos valiosos para ser plenos en el jardín en el que
estaban, pero las descartaban con apenas un mordisco.
–“¿Para qué atender a una partecita de la verdad,
pudiendo revelarla por completo?” –se dijo la niña
mientras dormía–.
Siempre despertaban ansiosamente y con una incon-
trolable sensación de apuro saltaban en busca de eso
que tanto creían necesitar. Forcejeaban en las copas de
los árboles por manzanas comunes, se revolcaban en-
tre las flores sin siquiera sentir sus aromas, obtenían
muchas revelaciones a cada instante, más al fijarse so-
lamente en lo que no encontraban les quitaban valor,
finalmente olvidándolas todas...
Pasó el tiempo... Estos chicos tuvieron hijos, quienes
siguieron la costumbre de sus padres y poco a poco fue-
ron agotando los manzanos. A veces comían sus frutos
hasta cuando estaban aún verdes, y entonces al no per-
mitir dejar madurar las semillas, los árboles no pudieron
reproducirse y hubo cada vez menos para cosechar.
Las generaciones siguientes ya se encontraban tan
alejadas de la esencia de sus ancestros que llegaron a
creer que la tan ansiada manzana podía haber sido en

141
realidad otra fruta, y por eso se dedicaron a devorar
otro tipo de frutales.
Continuaron alejándose de la esencia que podía
mantenerlos nutridos con solo vivir, descartando las
pequeñas revelaciones de la vida por buscar algo mu-
cho más grande que los saciara para siempre, mas no
lo conseguían. Hasta que comenzaron a esclavizar ani-
males para beber sus leches, llegando incluso a sacrifi-
carlos para comer sus carnes.
Finalmente dedicaron sus vidas a comer sin cesar, y
los cuerpos se transformaron y enfermaron. Siempre
almacenaban comida en sus casas pues las ganas de
comer volvían inevitablemente. La vida de estas per-
sonas se había resumido a obtener riquezas y consu-
mir sin conciencia ni límite.
Sus hijos y los hijos de sus hijos han buscado esta
fruta desde entonces. Muchos han nacido sin recordar
siquiera qué es lo que están buscando, manteniendo
ese apetito voraz y la sensación inmensa de tener que
encontrar algo más...
En los tiempos de hoy se continúa develando el gran
secreto, niños queridos... Lo que ocurre es que el mis-
mo es automáticamente descartado por una sensación
que ya deberíamos reconocer, pero nos hemos habi-
tuado a ella porque la hemos heredado y reelegido.
Dicha sensación nos empuja siempre a buscar fuera de
nosotros algo mejor, y al mismo tiempo nos hace creer
que eso que buscamos está fuera de nuestro alcance,

142
que lo conseguido no basta, y nos recompensa con
banquetes sucesivos que anestesian el alma.
Cuentan que en todo este tiempo, unos sabios que
vivían al otro lado del jardín también dejaron descen-
dencia, y que al igual que ellos sus predecesores en-
contraron el fruto de la felicidad.
Dicen que, linaje a linaje, han guardado las semillas
puras para compartirlas con los que se vuelven sabios
al atesorar cada pequeña revelación que les es mostra-
da, y que al morder las frutas que crecen de esos árbo-
les uno se queda saboreando todo, en una confortable
sensación de silencio y quietud.”

143
Al finalizar el relato, todos los niños se pusieron a bailar sin más
música que la de la naturaleza... Yo, que me había quedado un
poco atragantado con la historia hice un gran esfuerzo por imitarlos
hasta que logré sentirme nutrido por mi propia danza y el sonido
envolvente del alrededor. La ronda de niños sonreía y bailaba. Imi-
tándolos me marché, dejando en sus canastas todas las frutas que
había encontrado por el camino.

144
Al llegar a la cima de una montaña me doy cuenta que alcanzo
a divisar desde allí la costa del mar. Este luce turquesa y brillante,
con una playa de arenas doradas. Bajo nuevamente, y al llegar a la
orilla veo a un muchacho fumando algo, observo como las volutas
de humo salen de su boca buscando el cielo. Me siento a su lado
sin emitir palabra, y él sonriéndome me comenta que le he recorda-
do a alguien por la manera en que llegué...

145
El Ser deja huellas con su fragancia
Un día, sentado en aquella plataforma de piedra
donde rompen las olas, algo pasó...
La mañana estaba comenzando. Me encontraba con-
templando a mi derecha la salida del sol y en simultá-
neo a mi izquierda la caída de la luna llena. Bajé por la
saliente rocosa; ésta se asemejaba a una corriente de
lava arrastrada por la marea.
Al poner un pie sobre la arena, la huella que dejé me
dio tanto placer que el suspiro acompañante no descri-
bió en absoluto la sensación eterna que vivencié. Al po-
sar luego el otro pie sentí nuevamente lo mismo: algo
así como un gigante hundiendo un colchón de granos
dorados que rechinaban bajo mi peso. Cada milímetro
cuadrado de mi piel estaba siendo acariciado por la in-
mensidad diminuta de cada partícula de arena.
Las huellas, similares a las de cualquiera que camina
por la orilla del mar, eran alcanzadas por la marea y
arrastradas hacia la impermanencia del Todo. Pero ese
día había otra cosa en ellas, les veía algo más duradero,
o mejor dicho, las podía sentir.
Tan sólo había caminado dos pasos y sin embargo,
debido al estado de consciencia en que me encontraba
parecía haber recorrido ya un largo camino.
La tercera huella empezaba discretamente a nacer...
Durante este parto natural de mi propio movimiento,

146
despegaba los pies de la arena sintiendo al talón in-
fluenciar los acomodamientos del terreno cual capas
tectónicas del planeta. Los vientos, que venían nave-
gando desde quién sabe qué continente, sopleteaban
mis dedos alumbrados por el sol. Así, mientras duran-
te unos instantes eternos amanecía, simultáneamente
mis uñas se iban tiñendo del color nácar y naranja que
ofrecía el cielo.
Despidiendo el cuarto paso que se levantaba emble-
mático desde la playa, acompañado incondicional-
mente por el otro que ya buscaba apoyarse, se creó
una nueva huella y las diminutas sensaciones seguían
en aumento.
Podía sentir la piel de mis pies acariciando el suelo,
escuchar el flamear de los vellos de mi cuerpo, oír el
crujir de los granos de arena que como rocas gigantes
chocaban unos con otros al ser empujados por el alien-
to del Mar.
Algo aturdido por los sonidos que emitían los
movimientos de mi barba al mezclarse con la brisa
marina, pude sentir la luz del sol penetrando a mis
ojos café, como cuando la miel se desparrama por los
pasteles tibios. La luz esculpía las imágenes que veía
desde el iris, mientras la fuerza de gravedad me
invitaba a cocrear la siguiente huella. Ya allí, el
perfume de las algas sació mis ansias de comer.
Los aromas del agua, de las rocas y del viento eran
percibidos por mi olfato como una loción recién desta-

147
pada, y así también lo eran el perfume de las flores
que bailan en los riscos.
De repente, sentí un escalofrío placentero y emotivo
generado por una embriagadora fragancia que me
penetró. Esta me desencajó por completo del paso que
estaba dando a luz, y me impulsó a correr como un
loco en su dirección, donde las rocas dividían una
playa de la otra. Mis intrigas intentaban descubrir el
origen de aquel almíbar, queriendo atravesar el límite
rocoso con una mirada como de rayos láser. Los
granos de arena se volvieron repentinamente burdos
ante la velocidad de mis ahora indiferentes pasos, y el
ruido de las olas y el canto de los pájaros parecían
gritarme algo en tono de alerta.
La fragancia embriagadora se expandía por mi pe-
cho a medida que era respirada por mi Ser, esculpien-
do pensamientos con forma de mujer.
Los remolinos de la espuma en el mar, creada por
mis apurados pasos, taparon mis seis huellas anterio-
res; algo en mí proponía un prematuro nacimiento de
los pasos que había para dar.
Así, todos los detalles perdieron importancia ante la
mera idea de llegar ante esa misteriosa fragancia que
me estaba enloqueciendo.
Una nube del cielo se sugería en forma de cintura. El
azul profundo me hablaba de un camino juntos, el brillo
del sol de hacer el amor con los ojos cerrados... La dis-
tancia entre mi cuerpo y esas malditas rocas era una ver-

148
dadera carrera a culminar. Ahora el sonido de un can-
grejito destapando su casa me sugería un hogar compar-
tido, y entonces el apuro con que aparecían mis nuevas
huellas me mostró el hirviente deseo de mi corazón, de-
velando el temor de no llegar a esa mujer jamás.
Inmerso en atravesar el viento que se oponía a mi
huella cuarenta y cuatro, tomé consciencia frente a una
concha que apareció en el camino y me detuvo. En eso
las olas de la marea alta casi me derribaron y su rom-
piente me gritó al oído:
–¡Eres tú!
La verdad que no sabía que estaba pasando. Me
detuve a observar lo que me rodeaba: descubrí que
todo me estaba hablando en un lenguaje silencioso. La
mirada del cangrejo, el vuelo de una garza, ese pez en
la cima de las olas atravesadas por el sol... todo parecía
instarme a detener el desaforado avance que había
comenzado, e insistía en lo mismo:
–¡Eres tú!
Fue entonces que comencé a conversar con esta voz
impregnada en el Todo circundante.
–¿Qué es lo que Yo Soy? –se respondió mi mente
atestiguada por mi ser–.
–Eres tú esa fragancia que hueles –me susurro el
perfume de una flor.
–¡La fragancia! –grité hipnotizado y retomé mi carrera–.

149
Inmediatamente aplasté la concha con la huella cua-
renta y seis, que quedó huérfana mientras corría sin
parar hasta crear la cincuenta y cinco.
–¡Eres tú! –dijo ahora la nube transformada en corazón,
y algo dentro mío finalmente escuchó. Y con ambos pies
sobre la huella sesenta y nueve, cerré los ojos.
El viento me dijo que comenzara a respirar el silencio
interior, y así lo hice, teniendo de testigo las rocas que
separaban una playa de otra. Noté que la fragancia
había casi desaparecido y así también la percepción de
esas pequeñas maravillas que había estaba disfrutando
antes de correr en su búsqueda.
Noté que ahora quedaba en mi mente sólo la idea de
que aquello que había sentido era una mujer amada.
La voz dramática que habita en uno de los tantos
rincones de mi interior me incitaba a seguir buscando
por fuera. Sugería propuestas que me harían continuar
siendo un esclavo de esta situación, la que había
pasado de ser una experiencia físico–espiritual a un
drama sentimental motivado por la pasión.
Hasta que comencé a oír los susurros que me invita-
ban a volver a la sencillez de sentir el peso de mi
cuerpo sobre los pies, y a éstos sobre la arena. Así,
poco a poco, fue regresando el abrazo de lo diminuto,
y al abrir los ojos los aromas y sensaciones fueron
reapareciendo...

150
Ahí estaban nuevamente los perfumes de las algas y
el cuerpo balanceándose con cada respiración. Podía
escuchar bajo los pies el murmullo de los granos de
arena que parecían estar comentando mi retorno. El
viento volvió a ser tempestad sobre mi barba. El brillo
del sol se proyectó como pequeños soles en los crista-
les de las rocas. La luz se mostraba en forma de arco-
íris al atravesar las gotas de rocío.
La nube había vuelto a ser nube nomás, y las huellas
pasadas un recuerdo que pretendía regresar...
Volví al sitio de partida, disfrutando paso a paso los
detalles de la tarde. Sesenta nuevas huellas eran
bebidas por el océano mientras la arena las arrebataba
con su espuma.
Luego treinta y tres pasos invisibles nacieron al su-
bir por la saliente rocosa. Desde allí me dispuse a con-
templar la retirada del astro Rey, sintiendo cómo el
ocaso pintaba otras nubes y mi soledad de miel; repen-
tinamente la fragancia regresó...
“Mmmmmm...”. La inhalé profundo. Me acariciaba
nuevamente el pecho con sus texturas de algodón, el
dulce néctar brotaba como una fuente desde adentro
de mí Ser.
La idea de que esa fragancia se materialice comenza-
ba a intrigarme una vez más, pero sacudí la cabeza para
que la inconsciencia no me desplazara fuera de mí.
Entonces, sintiendo la porosidad de la roca que me
sostenía enderecé aún más la espalda. Me conecté otra

151
vez a los colores del atardecer y permanecí en silencio y
quietud sin prestar atención a esa pasión que antes me
había hecho perder las diminutas bellezas de la vida.
La más armónica de mis voces interiores aprovechó
mi quietud y susurró:
–Eres tú el origen de esta fragancia, porque eres tú el
origen de este sentir.
El mensaje anidó en las ramas de mi comprensión y
cayó como una fruta madura. Luego de recogerla y sa-
borearla mediante la respiración consciente, escuché
llegar por arriba de mi espalda una dulce voz de espu-
ma.
–¿Sabes de dónde viene esa fragancia, amigo?
Aparecía ante mí lo que creí un espejismo: una mu-
jer repleta de pecas y con pelo rojizo, irradiando el
aroma de los duraznos...
El sol nos saludaba tras los párpados del horizonte,
mientras una nube amiga se reía de nosotros. Perma-
necimos mirando el anochecer, y más tarde la saliente
rocosa se volvió un somier y las estrellas una mezcla
de sueño y realidad.

152
Mientras el muchacho terminaba su cigarro, pude sentir por un
instante la fragancia de mi propio ser gracias a la bella historia.
Me despedí del poeta, y disfruté parir huellas sobre la arena.

153
Ahora me encuentro caminando hacia un gran jardín donde las
flores son mucho más grandes de lo normal y los árboles y los pá-
jaros lucen muy diferentes a los que conozco, todo se ve podero-
so pero a la vez parece amenazante.
En eso veo a una muchacha escondida entre las plantas con
una cerbatana en su boca apuntando en dirección a las aves. De
pronto una serpiente se descuelga desde una rama y pretende ir
hacia ella. Le silbo para avisarle que se mueva, pero ella responde
arrojándome una piedra que casi me asesta, y rodando se escabulle
de mi vista.
Ahora aparece frente a mí, en una actitud agradecida y a la vez
desafiante. Porta dos de esos pájaros en una mano y en la otra la
serpiente. Me indica que la siga y así lo hago. Camino detrás de
ella hasta un fogón donde, mientras prepara su cena, comienza a
contarme acerca del lugar y su vida...

154
Salud dar
En los comienzos del tiempo, los ancestros de todos
los que vivimos por aquí contaban la historia de la flor
que no quería marchitarse y que nunca escuchó ni qui-
so comprender lo que otras flores le explicaban:
“Querida hermana, todas nosotras marchitamos,
pues así la vida se renueva, siendo entonces cuando
las abejas cambian su rumbo haciendo que se expanda
el polen de otras flores hermanas. Nuestras antepasa-
das así lo hicieron una y otra vez, y por y gracias a eso
hoy estamos aquí.
Hemos aprendido que de esa forma devolvemos a la
Fuente la energía que recibimos. Ella recibe nuestras
experiencias tal cual son, y de su resultante crea expe-
riencias evolutivas para todos los Reinos”.
La Flor escuchó atentamente cada palabra, obser-
vando la gracia con la que sus hermanas se secaban
unidas al Todo, pero igualmente comenzó en secreto a
esforzarse por no hacerlo, por no secarse como las de-
más, reduciendo su cantidad de polen para que esa
energía que debería ser ofrecida a los demás permane-
ciera en ella. Así descubrió que el dar y el recibir po-
dían ser desequilibrados, y entonces empezó a sacar
provecho de ello.
Animales, insectos y otras plantas poco a poco fueron
notando que esa flor estaba diferente que las otras. Ha-

155
bía engrosado su tallo, aumentado en belleza, en perfu-
me, y sus hojas estaban más verdosas. Se dieron cuenta
que la flor había descubierto la manera de demorar su
marchitar y expandir sus raíces más de lo normal.
Al cabo de un tiempo muchos comenzaron a imitar-
le, y así muchas especies de todos los reinos comenza-
ron a desequilibrar la balanza del dar y recibir, de la
vida y la muerte, volviéndose todo una verdadera con-
tienda por mantenerse a salvo.
Varios seres consiguieron aumentar su tiempo de vi-
gor a costa de afectar las cadenas ecosistémicas a las
cuales estaban unidos, y por ende otros comenzaron a
disminuir en igual proporción. Así cada especie empe-
zó a transmitir a sus descendientes esta “necesidad”
de autoperpetuarse. Cada una en el intento de hacerlo
se fue volviendo mezquina y competitiva.
La flor que había comenzado todo esto se había
vuelto gigante y había ganado el respeto de todo el
Reino. Tanta luz bebía que la sombra que proyectaba
sobre la tierra no dejaba crecer nada por debajo de sí,
ni siquiera sus propias semillas.
Mientras tanto, la Fuente recibía toda la información
a través de las flores que marchitaban, de los animales
y plantas que se extinguían, y también de aquellos que
fueron liberadas al no tener apego a la vida ni temor a
la muerte.
Un día la Fuente tuvo que tomar una decisión en
base a lo que fue conociendo de la flor: dice la leyenda

156
que envió a los elementales del Fuego, de la Tierra, del
Agua y del Aire a terminar con ella y con todos aque-
llos que desequilibrasen la balanza hacia su favor. Di-
cen que ordenó a los Elementos realizar su tarea lenta-
mente para que la especie que acopiara la energía de la
cadena a la cual pertenecía se llene por demás hasta
caer por el propio peso.
Desde entonces se ha vivido así, luchando los unos
contra los otros, animales contra animales, plantas contra
plantas, humanos contra humanos, y todos contra todos.
Dicen que en el comienzo de todo esto también hubo
otra flor, poderosa pero anónima... Ella sabía todo lo
que ocurriría porque Dios se lo mostró en una visión.
Esta flor consiguió emanar a lo largo de todo este
tiempo un polen para mantener en equilibrio el dar y
el recibir de muchos animales, plantas y humanos. Di-
cen que sus pétalos son pequeños, su flor discreta y su
tallo flexible, y que, al igual que la Gran Flor, también
descubrió algo más allá de lo conocido, algo que sin
pretenderlo le permite estar aún sobre la Tierra, pa-
riendo semillas, con el mismo tamaño de siempre.

157
La muchacha comía a dentelladas su platillo. Me invitó a degus-
tarlo y la verdad que hubiera querido aceptar su invitación pero no
pude. Al escucharla hablar con la boca llena de serpiente asada y
pájaro desplumado no podía dejar de sentir un cierto rechazo y
contradicción con el mensaje que acababa de contarme.
Cuando terminó su cena, nos dispusimos a crear juntos un mán-
dala con los huesos de la serpiente. Luego, esta compañera del La-
berinto me alentó a seguirla en su recolección de semillas por el pra-
do. Suavemente juntamos varias de la cima de los pastos, donde pa-
recían hamacarse con la brisa. Conseguimos reunir muchísimas y lle-
namos alforjas con ellas para luego regarlas en una infinidad de nidos
de pájaros. También colocamos el mándala en el árbol donde hace
unas horas había cazado la serpiente, a modo de ofrenda.
Antes de que cayera el atardecer retomé mi rumbo.
Y sí, el camino fue generoso como siempre, los trinos y perfu-
mes me acompañaban. Las certezas de mi vida lucían pequeñas a
los pies del Gran Misterio.

158
Desperté cerca de un pueblo que se veía a lo lejos... Intentaba en-
contrar el camino hacia allí pero no me era tan fácil, no me podía ubicar.
Enseguida noté un enorme hueco bajo las raíces de un árbol
que se mantenía erguido al costado de la vía. Me asomé y en-
contré otro umbral con una puerta de hielo en su centro. Al tocar-
la, me sorprendió notar que no estaba tan fría como suponía.
Un nuevo verso escrito en ella con un relieve de agua me sor-
prendió...

159
CUERPO
EMOCIONAL
Bienvenido
Soy como una tempestad.
Mojando la piel superficial
Te puedo arrastrar,
Inundar.
Y aunque sepas nadar,
Con tus risas y lágrimas te puedo ahogar...
Estoy hecho de impulsos y pensamientos.
Les obedezco.
Son mi familia,
Mi linaje.
De acuerdo a lo que ordenen,
Lucen tristes o alegres mis trajes...
Fui creado como brújula,
Mas de nada sirvo sin norte.
Aquel que me use debe conocer el rumbo.
Elegir dónde dirigirse y con qué porte.
Entonces me vuelvo una alianza,
Una llave para abrir los cofres...
Puedo suspirar sin motivos,
O inventar los más bellos.
La sociedad está hecha de mí.
De pasión y recuerdos.
Por eso retumbo en la cabeza,
En la cintura,
O como un tambor en el pecho...
Soy una excusa para los que atrapan.
Un anillo de testamentos.
Soy una guerra por las herencias.
Un abrazo por los festejos.
Soy un diario íntimo.
Creencias futuras y viejos momentos...
Hay alguien que puede destronarme,
Aunque de las vidas yo sea el Rey.
Se llama Sentir, y tiene sangre noble.
Es menos intenso que mis patas de buey.
Intentaré que nunca florezca,
Pues quiero que vivan bajo mi ley...
El sentir es como una caricia,
Mientras yo soy un tornado.
El sentir es un amanecer en primavera,
Yo una calurosa noche de verano.
Tenemos los mismos ancestros,
Pues en verdad somos hermanos...
Yo me presento ante la gente.
A mi hermano en cambio hay que encontrarlo.
Mis propuestas son irresistibles,
Mientras él permanece sonriente y callado.
Ofrezco pasajes y aventuras increíbles.
Él se hamaca en un árbol bien plantado...
Creo los dramas de la vida,
El que los resuelve es mi hermano.
Él puede ofrecer amor del espíritu,
Yo lo intenso, lo mundano.
Él es como son las caricias,
Yo un cachetazo o un beso apasionado...
Él también funciona como brújula,
Pero para oírlo hay que silenciarse.
Sus murmullos no son un cartel,
Es más bien un escucharse.
Yo en cambio entro a los gritos,
Para sufrir o enamorarse...
Él peregrina hacia dentro,
Mientras yo deambulo por fuera.
En sus paisajes las almas se encuentran,
En mis laberintos yo mismo me pierdo.
Soy la puerta a las emociones intensas,
Él una mirilla a los nobles sentimientos...
Llego a un pequeño parque con juegos infantiles e instantánea-
mente recuerdo las memorias de mi infancia. Por un momento miro
hacia mis adentros buscando imágenes, y en eso oigo la voz de un
niño que habla solo. Observo alrededor, sin poder ubicar a su Ma-
dre o a su Padre. Siento que deberé mantenerme a distancia, ya
que a muchos niños no los dejan hablar con extraños...
Me recuesto contra un árbol, tomo un lápiz imaginario y escribo
con él en mi otra mano, como hacen algunos chamanes...

165
Los Sentimientos son para jugar
El niño está jugando con palitos que le da la tierra.
Está inmerso en otro mundo, y ese mundo se une con
el de afuera.
La tierra ante sus ojos se transforma, toma formas y
dibujos, se alisa y se levanta, crea pequeñas nubes de
polvo que lo envuelven. Sus creaciones se parecen a
esas casas con chimenea y caminito que yo solía dibu-
jar. Algo más que tierra se entrega a sus manitos...
Algo mágico que lo deslumbra y le permite entretejer
lo que siente con la materia, el tiempo y el espacio...
Estoy casi seguro que espera a alguien que debiera
llegar pronto. Todo el tiempo mira más allá de los ár-
boles, y creo comprender que allí fue donde vio partir
a ese alguien. Tengo la sensación de que ese alguien a
quien espera es grande, fuerte y gracioso, que tiene
unos ojos verde agua que el niño ansía volver a ver.
Ese alguien está lejos... Siempre ha estado lejos para
las ganas del niño.
El pequeño siente todo lo que anhela y no tiene du-
das de que en algún momento lo conseguirá. Las pie-
dras y los palitos son por ahora unos buenos amigos,
acompañan las ganas que tiene de saltar en esos bra-
zos peludos y de sentir el corazón palpitándole en el
pecho. Cuando se pone ansioso sus palitos rayan con

166
fuerza la tierra... Ella lo siente todo y le ofrece más pie-
dras y palitos para contenerlo.
El niñito recoge puñados de amor y los arroja contra
el viento, quedando dentro de una nube por momen-
tos... Recoge puñados más profundos, y sacando todo
lo que siente en el alma los lanza esta vez en la misma
dirección del viento. Entonces observa sus nubes de
polvo yéndose... Van de viaje por la misma dirección
por la cual una vez se fue su Papá. Detiene sus ojitos
un buen rato hacia allí con la mirada lejana, hasta que
las rodillas se le aflojan y cae sobre ellas. Murmura co-
sas a los palitos que tiene en sus manos, los arroja lejos
y contempla cómo se desparraman. Con los brazos
abiertos gira... gira y gira, y mientras gira grita, lloran-
do sin lágrimas... Cae al suelo riendo, mirando como
da vueltas la vida a su alrededor.
Acostado en el suelo se hace un bollito, y poco a poco
los ojitos se le cierran hasta que se duerme, mientras es-
cucha a los pájaros cantándole una canción de cuna...
Así descansa, en los pechos infinitos de la Madre de
todos. Así sueña, y por regalo de los cielos, en sus sue-
ños su sentir se vuelve realidad.

167
Luego de contemplarlo dormir un rato, sonreí al ver llegar a su
Madre secándose las manos en el delantal de cocina y haciéndole
upa. Su casa seguramente estaría cerca.
Quizás imaginé más de la cuenta... Quizás lo que vi en ese niño
le sucedía al niño que vive en mí.
Quise continuar caminando pero no pude. Tuve muchas ganas
de llorar. Lo hice durante un buen rato... como un niño.

168
Caminaba desde hace días y noches sin ver a nadie, hasta que
por fin apareció frente a mí una hermosa cervatilla con dulces ojos
y una brillante piel color miel.
Va cayendo la tarde y siento ganas de abrazarla para dormir
acurrucado en su pecho. Me acerco lentamente para no asustarle,
su mirada me revela un verdadero estado de amor, se la ve muy re-
lajada; estoy a punto de cumplir uno de los sueños de niño...
¡Por favor, no lo puedo creer! ¡Un gigantesco felino la ha arran-
cado de mi alcance! Giro de inmediato para ver si hay otro de ellos
alrededor, y al no divisar ninguno me lanzo a correr trepándome a
un árbol. “¿Qué otra cosa puedo hacer?” –me pregunto en un es-
tado de incertidumbre–.
Mientras oigo a lo lejos los últimos pataleos de mi amiga, me
pregunto si el puma vendrá luego por mí...
Logré encontrar un hueco en el tronco, me resguardo en su in-
terior desde anoche. El sentirme rodeado de algo me ha dado cier-
ta tranquilidad. Ya ha amanecido, y con la luz del día he recuperado
mi visión. Nunca antes la valoré tanto.
Me dan ganas de que todo sea un sueño y que al despertar,
este Laberinto en el que vivo haya sido sólo una ilusión. Desde
hace tiempo me siento un náufrago nadando entre las olas de la
confianza y el temor; me pregunto si de esto se trata vivir: empa-
parse con las maravillas de la Tierra y a la vez quedar a merced de
lo que ocurre con ellas, atrapado en un vaivén de olas que se su-
ceden y que no terminan jamás.

169
Me quedaría eternamente aquí arriba, donde de alguna manera
me siento solo un observador, pero quiero aprovechar para mover-
me ya que el puma debe estar satisfecho. Bah, al menos éste...
Al tocar el suelo siento que alguien me habla.
–Oye tú –la voz sonaba amistosa –.
–¿Quién eres y dónde estás? –pregunté buscando entre las ramas–.
–Estoy aquí, sobre tu cabeza –levanté un poco más la mirada y
vi un joven en la copa del mismo árbol en el que estaba yo hacía
un momento–.
–¿Cómo has llegado allí? –le pregunté sorprendido–.
–Pues me resguardaba de los pumas antes de que tú subieras.
De hecho cuando trepaste al árbol creí que eras uno de ellos que
venía a comerme.
–¿Y que podrías haber hecho si lo hubiera sido? –le pregunté
subiendo nuevamente–.
–Quizás saltar hacia otro árbol...
–¿Y crees que el puma se hubiera dado por vencido tan fácil-
mente?
–No lo sé, tan sólo hubiese hecho algo por el estilo. No veo
que importancia tiene pensar en eso ahora.
–Entonces pasaste la mayor parte de la noche aterrorizado
como yo.
–Para nada, sólo estuve muy atento. Pensé que el puma me es-
taba acechando.
–¡¿Y cómo puede ser que no tuvieras miedo?! Yo me la pasé
temblando. La bestia atrapó a una bella corzuela justo frente a mis

170
ojos... Jamás vi tanta violencia en un solo instante –le decía mien-
tras estrechaba su mano para terminar de subir hasta la copa–.
–Te comprendo –respondió mirando al horizonte–. También he
vivido inmerso en emociones repentinas de Amor y Temor, hasta
que me encontré con el Mago.
–¿El Mago? ¿Qué Mago?
–Un Mago que me enseñó a transformar mi vida en un verda-
dero acto de magia, y que lo hizo sin ningún truco ni pretendiendo
entretenerme.
–¡Que interesante! ¿Cómo fue que lo encontraste? –le pregun-
té acomodándome en dos ramas que formaban una V–
La tranquilidad del joven se me contagió. Los árboles nos ro-
deaban hasta perderse de vista, las montañas custodiaban todo lo
que ocurría en el valle. Todo era apacible y sereno. Me dispuse en-
tonces a escuchar su relato.

171
Soltar el exceso de importancia
Me encontraba muy triste luego de haberlo perdido
todo. Mi compañera se había marchado con otro hombre
llevándose a mis hijos y dejándome en la completa ruina.
Caminaba sin rumbo al igual que tú por este bosque
cuando una voz me llegó desde muchos lugares al
mismo tiempo...
–¡Oye tú! –miré en todas las direcciones pero no
pude ver a nadie–.
–¿Quién eres? ¿Dónde estás?
–Aquí, donde no puedes verme.
–¿Qué quieres? No deseo problemas, sólo estoy de
paso.
–Menos preguntas, amigo. Estás en mi bosque.
–Aparécete entonces y dejemos el misterio de lado.
–¿Te crees muy importante, eh?
–No, pero tampoco me gusta hablar con alguien que
me habla escondido, no puedo saber que pretende.
–Pues yo no pretendo nada, sólo estoy aquí para
guiar a los caminantes hacia la salida de este lugar.
–¿Y tienes que hacerlo así, sin que te vea?
–¿Qué? ¿Tienes que ver para creer?
–¡Y sí! De donde vengo, las personas nos miramos
cara a cara para hablar.

172
–¿Y eso te hace creer que quien te habla dice siem-
pre la verdad?
–Pues no siempre decimos la verdad, pero al ver al
otro nos sentimos más seguros.
–Ja ja ja... ¡Que graciosos son allí! Permíteme reírme
de lo que cuentas. No me malinterpretes, no me estoy
burlando de ti.
–¿Ah, no? Pues pareciera que sí.
–¿Te ofende?
–Claro que me ofende. Ni siquiera te conozco y te
ríes de mí.
–No te confundas amigo, no es de ti de quien me río,
eso no lo haría jamás. Me río de ese mundo en el que
vives y al que tanto justificas.
–Mira, mi mundo no es perfecto, y yo tampoco lo soy.
Pero el tuyo es demasiado misterioso para mi gusto.
–¿De qué tienes miedo?
–De nada.
–¿Estás seguro de que no tienes miedo de algo aun-
que sea? Yo creo que es por miedo que necesitas ver-
me. Creo que si no me ves no puedes confiar en mí,
porque te sientes en riesgo...
–Pues si lo pones así, tienes razón, es miedo. Es que
realmente no sé que quieres de mí.
–Yo no quiero nada de ti. Ya te dije, esto es lo que hago.
–¡Pues yo no necesito tu ayuda para salir de aquí!

173
–Te pareces a muchos otros de tu mundo que han
pasado antes por aquí. Sois orgullosos e inseguros, se
ocultan bajo máscaras que no dejan ver cómo se están
sintiendo en realidad.
–Oye, me estás dando un verdadero sermón que no
te pedí. ¿Acaso eso no es ser orgulloso?
–Las formas de pedir ayuda son muchas y evidentes
ante los ojos de los que estamos atentos. Pero es ver-
dad que de nada sirve ofrecerla a quien cree tener todo
resuelto... Disculpas por equivocarme, creí que busca-
bas salir de aquí.
En ese momento repasé en un instante toda mi vida.
Sentí cómo, de alguna forma, yo solo había creado un
camino que me había llevado siempre hasta un dolor
profundo y punzante en la boca del estómago... Si bien
ahora este dolor era generado por la ausencia de mi fa-
milia, antes me había sentido así por muchos otros
motivos. Noté el orgullo con el que hablaba cuando en
realidad tenía la vida destrozada y no le encontraba
un verdadero rumbo a mi existir.
La voz misteriosa permaneció en silencio. Parecía es-
cuchar mis pensamientos y conocer mis sentimientos
sin por ello invadirme...
Tuve que quitarme la máscara. Me sentí desnudo, y
de rodillas en el suelo pedí perdón al Universo por mi
arrogancia.

174
–¡Tienes razón, amigo del bosque! En mi mundo vi-
vimos así, y aunque no te veo puedo sentir que eres al-
guien sabio. Por favor, si es que puedes, ayúdame a
salir de este lugar.
–Para salir de aquí tendrás que recorrer un largo ca-
mino... El primer paso es liberarte de una gran enfer-
medad que traes de tu mundo: tienes que liberarte de
tu Exceso de Importancia.
–Sí, intento asumir con humildad lo que me está
ocurriendo. La soberbia me ha hecho perderlo todo
una vez más –respondí girando la cabeza para ver si
encontraba al Mago–.
–Esa es otra cara de tu exceso de importancia. La
Humildad no es algo que podrás construir; ella ocurre
en ti cuando menos lo notas. El exceso de importancia
es una de las mayores enfermedades del Ser Humano.
–No logro comprenderte bien –respondí a esa voz
tan real como la mía–.
–Te estoy hablando de sentirte muy o poco impor-
tante de acuerdo a lo que te sucede.
–¿Y eso qué tiene que ver con enfermarse? Todos in-
tentamos lograr cosas importantes en la vida. En mi
mundo los logros hablan de qué tal estamos viviendo.
–Querido caminante, todas las enfermedades del Ser
Humano comienzan por un estado emocional descon-
trolado. Este es inducido por las maneras de pensar
que tiene la mente, ella archiva la información y luego
te la ofrece. Tu máscara se compara con otras basándo-

175
se en cánones de éxito o fracaso que se establecen en
tu mundo, y de acuerdo a cuánto te alejes o te acer-
ques a esos cánones es como te crees de importante.
De acuerdo a lo que piensas de ti es cómo te sientes,
y de acuerdo a cómo te sientes es cómo vives.
Liberarte del exceso de importancia es liberarte de la
exigencia de tu mundo a perseguir éxitos que no son
para ti, que no te harán sentir afortunado por mucho
tiempo sino que te empujarán a perseguir siempre
algo que otro ya ha logrado en el ámbito en que estés,
ya que esa persona ha sido transformada por los que
manejan ese mundo en el nuevo canon a conquistar.
Por eso vives siempre insatisfecho y reclamas a los
demás que satisfagan tu necesidad de ser feliz. Así lo
harás con tu pareja, con tu familia, y así lo harán tus
hijos y los hijos de tus hijos, hasta que alguno de uste-
des se libere del patrón.
Descubrir lo que es importante de verdad para ti es
difícil, pero verdadero, y te conduce a un éxito gradual
acorde a la medida de tu evolución personal, de la mis-
ma forma que puedes ver cuánto ha crecido un árbol y
saber que eso es símbolo de su evolución como árbol.
–Entonces dime de una vez cómo puedo liberarme
de esta falsa importancia.
–Recorre aquel camino...
–¿Qué hay en él? –pregunté intrigado observándolo–.

176
–Hay muchos seres que te pueden hacer sentir muy
bien o muy mal. Si logras liberarte de tu exceso de im-
portancia quizás puedas empezar a sentir una sen-
sación casi desconocida por los que viven y mueren en
tu mundo...
La voz del Mago desapareció, dejando también de
responder a mis preguntas.
La tarde recién comenzaba y el Sol estaba muy fuer-
te. Decidí adentrarme en el camino, ya que paradójica-
mente tenía mucho que perder.
Paso a paso, fui introduciéndome en él hasta chocar-
me con un impresionante umbral de enredaderas. Al
atravesarlo, me topé con una chica cuya belleza me sor-
prendió. Mientras se acercaba hacia mí la pude obser-
var con detenimiento. Su piel era tan blanca como el
vestido que llevaba, tenía ojos del color de la miel y una
voz con una singular y encantadora musicalidad...
–Hola amigo, voy caminando hasta el lago. ¿Quieres
venir?
–Eeh... bueno. En realidad yo vine por otra cosa –res-
pondí, entre tímido y sorprendido–.
–En esta vida hay que aprender a improvisar... –me
dijo sonriendo–.
Entonces escuché la voz del Mago:
–Ve con ella.
Y fui.

177
Caminamos juntos toda la tarde. Nos conocimos fi-
losofando sobre la vida, el amor y los misterios del
Universo, y luego nos sentamos al borde del lago.
El clima estaba templado y el agua tibia, aprovecha-
mos para darnos un largo baño. Secamos nuestros
cuerpos con los últimos rayos del sol. Junté un poco de
leña, armé una pirca de piedras y encendí el fuego. Re-
cogí semillas y plantas silvestres para cenar. Comimos
mientras avanzaba la calidez de la noche y canté can-
ciones con mi pequeño tambor. Ella quedó dormida en
mis brazos mientras yo la contemplaba acariciando
sus cabellos. Era tan hermosa como la luna en el cie-
lo... Así de bello me estaba comenzando a sentir.
Al dormir, soñé que ella despertaba, caminaba hacia
el interior del bosque y se marchaba con otro caminan-
te. Una tristeza enorme me inundaba, avasallándome
muchísimas preguntas: “¿para qué la acompañé?; ¿por
qué creí en éste sentir, si ya tenía suficiente con mi ca-
mino? Ahora tengo que vivir otra vez esta tristeza que
ya me es conocida”.
Así continuaron extraviándome las emociones de
mis sueños, hasta que por fin desperté... Ella continua-
ba a mi lado, sonriendo, completamente desnuda al
borde del lago.
–Gracias por tus canciones, y por permitirme sentir
el bosque en mi paladar. Gracias por la sabiduría de
tus palabras, por la manera de ofrecerme tu cariño
siendo que apenas me conoces.

178
Sus palabras me embriagaban, y en ese dulce néctar
me perdí... Cuando me dí cuenta, ella había caminado
hasta quedar de pie frente a mi rostro, y acariciando
mis cabellos continuó...
–Gracias por tu cuidado, por tu sensualidad y por
despertar en mí estas sensaciones bellas.
Entonces se sentó sobre mi cuerpo tenso y desnudo.
Durante largo tiempo danzó con dulzura y destreza,
sin dejar de mirar ni un instante al fondo de mis ojos...
La vi llegar a ese momento en que todo explota en infi-
nitas cosquillas y agradecí semejante amor. Ella conti-
nuó bailando sobre mí hasta conducirme a los límites
del placer, mas con una caricia me enseñó a gozar el
poder de contener mi energía y expandirla sin derra-
mar una gota.
Se levantó delicadamente, juntó algunas flores y son-
riendo caminó hasta el lago. Flotando en él y rodeada
por margaritas, me dirigió una mirada con la que pude
sentir el amor que existe en la eternidad. La ola de bien-
estar era inmensa, me empapaba por dentro.
Estaba siendo la mañana más bella de mi vida hasta
que de la nada apareció un caminante dorado cantan-
do y bailando. Sus largos cabellos brillaban bajo el sol.
Ella lo vio y sonrió, al igual que lo hizo conmigo al
verme la primera vez. Salió del agua, se vistió, me
arrojó un beso soplado y corrió tras él, como mi sueño
me había mostrado.

179
Sumergido en la incredulidad, la contemplé alejarse
siguiéndolo. Si bien él no le prestó atención, tarde o
temprano lo haría. Cómo no hacerlo, si era una verda-
dera ninfa. Durante muchas horas lloré y lloré.
La voz del Gran Mago regresó. Parecía brotar desde
las más profundas aguas del lago...
–Obsérvate en el agua y contempla tu reflejo.
Al arrodillarme en la orilla pude notar que la mitad
de mi rostro lloraba y la otra sonreía. Luego el agua se
movió demasiado y ya no pude ver nada. Sólo podía
sentir el inmenso dolor en mi pecho.
Al incorporarme, unas manos taparon mis ojos des-
de atrás y luego me hicieron girar. No podía creer lo
que veía: ¡era ella! Ante mi sorpresa me besó, hacién-
dome crispar el alma.
–Pensé que te habías marchado –le dije sorprendido–.
–Fui a contarle a mi hermano que me quedaría contigo.
Entonces el bienestar volvió, inundándome de nue-
vo como había ocurrido antes. Ella me dijo que nunca
había conocido a alguien como yo y que podía notarlo
en sus besos. La ninfa descalza bailó a mí alrededor, y
desnuda nuevamente se sumergió a nadar en el lago
lanzándome besos que me invitaban a acompañarla.
Al adentrarme en el agua volví a ver mi rostro refleja-
do: una sonrisa de oreja a oreja hacía relucir mis dientes
y mis ojos se veían completamente enamorados.

180
Miré hacia donde estaba ella pero no la vi. Pensando
que estaba bajo el agua, aguardé a que emergiera para
lanzarme como un delfín a su amada. Al ver que no
salía a la superficie, me llamó la atención cuanto tiem-
po podía contener la respiración, pero en realidad ya
no me extrañaba nada viniendo de ese mágico Ser. Es-
peraba que apareciera en cualquier momento entre
mis piernas queriendo besarme.
Siguió transcurriendo el tiempo y las dudas comenza-
ron a aparecer, sin embargo traté de prestar atención a la
sensación de bienestar que quería tranquilizarme. Mas
no lo logré... los segundos siguientes se volvieron un in-
fierno. Me lancé a bucear entre las algas en su búsqueda,
confundiéndolas con sus cabellos en varias ocasiones. La
busqué y la busqué desesperadamente sin encontrarla.
El caminante dorado volvió mientras yo lloraba des-
consolado en la orilla, descorazonado por haberla per-
dido. Le conté lo ocurrido y le pedí mil disculpas por
no haber podido rescatar a su hermana.
–Yo no tengo hermana amigo...
–¿Cómo qué no? La chica del vestido blanco que se
fue caminando contigo...
–Yo sólo te vi a ti mirándome con cara de loco y por
eso seguí mi camino...
Entonces la voz del Gran Mago volvió a hablar:
–Ve a observar tu reflejo.

181
Al mirarme pude notar como cada facción de mi
rostro lloraba.
Exhausto y confundido me derrumbé dentro del
lago y dejé que la corriente me arrastrara... Me llevó
lejos, lejísimos, pero igual seguía con vida. Luego del
largo recorrido, y con la frustración de no haberme po-
dido entregar a la muerte regresé, tomé mis ropas y
encendí la fogata para que evaporara mis lágrimas.
Los grillos y las cigarras cantaban, aunque no sé para
quien. Mis ojos exhaustos se fueron cerrando hasta
quedarme dormido.
En los sueños ella reapareció. Estábamos desnudos
al borde del lago, contemplándonos. Apoyó una mano
en mi corazón y mirándome a los ojos me dijo:
–En los reflejos del lago hay un rostro tuyo que aún no
has visto, y que nunca cambia. Un rostro auténtico que
llora y sonríe, pero de manera diferente. Te invito a su-
mergirte en tu interior hasta que puedas descubrirlo...
Desperté solitario al lado de las brasas. Caminé has-
ta el agua sin prestar atención a mis emociones y me
sumergí entregado a lo que pasara. Tuve el impulso de
ir soltando el aire más y más, y lo seguí mientras deja-
ba que mi cuerpo se hundiera. La tristeza me estaba
ahogando desde adentro. Lloré mientras moría de im-
potencia. Cuando ya no me quedaba casi vida contem-
plé en la superficie la luz del Sol, mientras me sentía
cada vez más alejado del cuerpo.

182
Ya en el fondo del lago, a la deriva y al hilo de la
muerte pero por alguna razón todavía consciente, noté
que algo se acercaba. Era ella, con su rostro de siempre,
como suspendida en el tiempo, mostrándose sin pasa-
do. Me besó con sus labios de agua y no sentí nada de
lo bueno ni malo que ya conocía, sino solo una sen-
sación vacía que se expandía. Cerré los ojos, sentí mi
propia esencia en ese beso... y me olvidé de ella.
Desperté flotando en el lago, ya había caído la tarde.
Con un restante de fuerzas pude alcanzar a llegar a la
orilla. Allí volví a encontrar mi rostro reflejado en la
superficie; lo observé completamente, sin gesto al-
guno. Las emociones no aparecían y los ojos reflejaban
el brillo del sol.
Volví al camino y transité durante el regreso cada uno
de los momentos compartidos con la mágica ninfa, mas
esta vez sin la presencia de la emoción en estos recuerdos.
Entonces escuché la voz del Gran Mago que me pre-
guntó:
–¿Te sientes bien? ¿Te sientes mal? ¿Cómo te sientes?
Seguí caminando... Ni siquiera le contesté.

183
Al terminar su relato, el joven seguía con la mirada perdida en el
horizonte... Me había contado la historia sin esbozar ni por un instan-
te emoción alguna. En cambio, sí se podía percibir en sus palabras
una gran sensibilidad. Mientras exponía su relato acariciaba el tronco
con delicadeza, observaba las líneas de las hojas con detenimiento,
cerraba los ojos en las pausas y parecía sentir su interior.
–Gracias por compartir esta historia amigo, he comprendido mu-
chas cosas.
–Gracias a ti por compartir este amanecer –me dijo sonriente
mientras acomodaba su sombrero de paja y empezaba a bajar rama
por rama–.
–¿Sabes dónde puedo encontrar al Gran Mago? –pregunté lle-
gando yo también al suelo–.
–Recorre cualquiera de los caminos que ves allí –y señaló un cru-
ce de tres senderos pequeños que se sumergían en una vegetación
selvática, mientras emprendía su ruta hacia quien sabe dónde–.
–¡¿Y hacia dónde conducen?! –le grité mientras se iba–.
–¡Todos conducen hacia ti! –se despidió sonriendo–.

184
Luego de atravesar las marañas de la selva, siento muchas ga-
nas de encontrar un lugar cómodo para descansar. Justo aparece
delante de mí una muy linda casa construida en medio de un
césped verde y vivo. Me pregunto quiénes viven allí y qué hacen
aquí, en medio de la nada. Diviso una ventana abierta, y puedo ver
algo dentro...

185
Llorar también es de hombres
Puedo divisar dentro de la casa a un señor mayor.
Está sonriendo, tiene un bebé en sus brazos, segura-
mente su nieto. Casi puedo asegurar que ese pequeño
le da un sentido profundo a su vida. El bebé lo mira, y
desde aquí puedo adivinar como les retumba mutua-
mente el corazón al estar pecho con pecho.
En eso, el abuelo deja salir una catarata de lágrimas
y el bebé a su vez se ríe. Las lágrimas lo desbordan a
tal punto que las puedo ver mojar la piel del niño. Es
tan hermoso verlos llorar y sonreír...
El anciano le ronronea canciones a su nieto mientras
este lo mira desenfocado, y así más lágrimas de aleg-
ría, sonrisas y pequeñas carcajadas siguen brotando
sin cesar...
Ahora el abuelo se sienta en su silla mecedora con el
niñito a upa, le murmulla algo al oído y ambos se que-
dan dormidos.

186
Me marcho... lo que he visto es tan simple. Me dan ganas de en-
vejecer en esta tierra y vivir historias de amor tan puras como esta.
Las cosas más simples son las que mayor mensaje nos dejan ;
hoy tengo esa sensación plena de “recordar” lo esencial.
Me voy cantando... El camino está bello.

187
Despierto a la orilla de un risco en el que dormí; mis ojos miran
al cielo mientras el viento sopla dándome justo en el costado del
cuerpo que da hacia el precipicio. Puedo escuchar al río correr
abajo y ese sonido me invita irresistiblemente a mirarlo. Lo hago y
veo unas aves blancas que pescan caminando su lecho.
A veces quisiera ser como esas aves o como cualquier otro Ser
de la naturaleza, ellos parecen estar desentendidos de la mayoría
de las cosas que para los humanos son muy importantes. Llevan
esa tranquilidad en sus miradas, esa verdad en sus acciones, una
coherencia tan bella como pescar hasta cubrir el apetito y luego
contemplar tranquilamente a los peces dejándolos en paz...
–¿Te dan ganas de saltar? –me pregunta alguien detrás de mí.
Volteo a ver quién es y descubro a un pastor que sostiene su bas-
tón con ambas manos, apoyando el mentón sobre ellas. Detrás se
ven pastando sus ovejas–.
–Eeh... sí, puede ser. Quizás en realidad me da ganas de volar
como esas aves, o simplemente de pastar como lo hacen tus ovejas.
–¿Y qué te lo impide? –me dice parado a mi lado, mientras
mira el río serpenteando a unos cincuenta metros abajo–.
–Creo que estoy un poco acostumbrado a ser un humano con
sus hábitos preocupados y destructores.
–Por lo que veo estás empezando a cambiarlos.
–¿Así lo crees? ¿Por qué lo dices?
–Se evidencia en tu mirada, en tus reflexiones, y en la forma en
que dejas salir la voz.
–¿Acaso eres un sabio?
–¿Acaso eres un buscador?

188
–Pues sí, lo soy, aunque no tengo bien en claro que es lo que
busco. Igualmente así me siento, como alguien que le está buscan-
do una razón más profunda a esta experiencia de ser un cuerpo .
Es como que no me basta con vivir nomás, necesito comprender lo
que me ocurre desde alguna mirada, darle un sentido a mi andar.
–Esas son cosas de sabio –responde el pastor mientras golpe-
tea el borde del risco con el bastón haciendo que caigan terrones
de arcilla que vuelan libremente como yo deseo hacerlo–.
–Sin embargo yo no me considero uno de ellos.
–Esas son actitudes y pensamientos de sabio –sonríe el pastor
como quien le hace pisar el palito a alguien, logrando hacerme
sonrojar por un poco de vergüenza. Nunca había tenido en cuenta
la posibilidad de serlo–.
–¿Pero no crees que un sabio es alguien que tiene las cosas en
su camino ya resueltas?
–En todo caso ese es un sabio que tiene las cosas resueltas,
pero tú aún no eres ese tipo de sabio. Hay muchos niveles de sabi-
duría y esta es ilimitada –me aclara con certeza y humildad–.
–Pues gracias por los halagos, tendré en cuenta lo que me dices.
–Gracias a ti por no haber parado de buscar cómo transformarte.
Me gustaría hablarte de Juan, otro sabio del Laberinto, uno que
puede inspirarte a no ser tan exigente contigo mismo.
–¡Me encantaría! –respondí con los pies colgando hacia el abismo–.
El Pastor silbó en dirección a las ovejas y ellas enseguida vinie-
ron a pararse junto a nosotros, formando una pared de lana que
nos protegía del viento. Luego se sentó sobre un cuero pequeño
que sacó de su bolsa y comenzó...

189
Hay muchas formas de ser sabio
Juan despertó y cuando lo hizo ya era un adulto jo-
ven. No recordaba más que su nombre, o mejor dicho,
no quería hacerlo. Se sentía una hoja en blanco, una
mochila vacía. Sabía que en sus treinta y pico había vi-
vido una historia, pero prefería vivir observando lo
que sucedía delante de él sin recordar nada más.
Así anduvo Juan, a la deriva por muchos lugares sin
saber porque, ni para qué. Sólo estaba ahí.
Cuando alguien le preguntaba qué hacía de su vida,
Juan respondía: ‘nada...’. Ante esta desconcertante res-
puesta, inmediatamente surgía una segunda pregunta:
‘¿pero de dónde venís?’, a lo que él atinaba a respon-
der: ‘no sé, solo estoy acá’.
Y así continuaba su rumbo, para no tener que ser al-
guien o tener que hacer algo.
Un día alguien le dijo:
Entonces sos un renunciante...
–No sé..., tal vez...
–Pero algo tenés que ser –le dijo el otro–. Como mí-
nimo sos una persona que no sabe lo que es y que no
hace nada.
–No sé..., tal vez... –dijo Juan y siguió su rumbo–.
Dentro de él también había una pequeña voz que le
hablaba sin parar. Repetía preguntas que invitaban a

190
Juan a preguntarse quién era, desde cuándo lo era,
adónde quería llegar con no saber. La voz le pregunta-
ba en qué cosas creía y en el porqué de su vida, y por
qué no le interesaba saber.
Juan andaba y se detenía sin sentido, respondiendo en
voz alta a las preguntas de su mente: ‘no sé..., tal vez...’
Y así anduvo Juan, como una nube en el cielo, sin sa-
ber. A veces lloraba, a veces reía, pero la mayor parte
del tiempo no sabía nada.
Conocía personas que a veces le interesaban pero en
seguida todo terminaba en un ‘¿quién eres?’, ‘¿adónde
vas?’, ‘¿por qué?’, ‘¿para qué?’; y entonces su propia
mente lo atormentaba con estas preguntas.
Entonces Juan volvía a buscar su soledad, ya que no
quería responderse nada. Le gustaba el hecho de no
ser nadie, o tal vez de ser nadie, sin que eso necesaria-
mente tuviera que tener un sentido.
Así fue Juan siempre un turista de su propia vida.
Su mirada se fue aclarando con cada no sé y con cada
tal vez, su voz se escuchaba sincera al decir gracias. A
veces se identificaba con algunas cosas, mas en poco
tiempo las cambiaba por otras. Nunca se miraba en los
reflejos y cuando sin querer se vio, se rio de sí mismo.
Le gustaba sentarse en las plazas solo porque sí y
observaba a las demás personas sin interés alguno.
Miraba los árboles, las rocas, el cielo y el río como si
fuesen la misma cosa.

191
La voz interna le decía: ‘esto es un río’. Él se reía y
respondía en voz alta ‘no sé...’; ‘esto es un árbol’, y él
decía ‘tal vez...’.
Hasta que un día caminando por el bosque miró su
cuerpo, sus manos y sus pies y lo hizo de una manera
diferente. Buscó su reflejo en un charco y contempló
su rostro. Habló en voz alta y oyó sus palabras, y en
ese momento unos árboles que parecían hacerle señas
para que se acercase finalmente le dijeron:
–No importa tu apariencia, tus cosas, de dónde vie-
nes o adónde vas. No importa tu historia, lo que te su-
ceda o cuál es tu nombre. Lo más importante es que en
lo que sea que estés, en el momento en el que estés y
en el lugar que estés, puedas estarlo plenamente. Así
sea que estés llorando, riendo, diciendo sí o diciendo
no. Así sea que sepas o que no sepas. Lo más impor-
tante de todo es ese presente eterno que te ocurre...
¿Nos comprendes?
Y se arrodilló a los pies de aquel árbol ante todo el
bosque... Suspiró verdaderamente influenciado por el
mensaje de tan noble fuente, y sacando la voz desde su
más profunda esencia dijo: ‘no sé..., tal vez...’, y siguió
su camino.

192
Al terminar el relato me pregunté si el pastor mismo sería Juan,
pero estaba tan seguro que de preguntárselo me respondería “no
sé..., tal vez”, que me aguanté las ganas. Permanecimos largo rato
en silencio, sentados sin más sentido que el de la existencia mis-
ma, rodeados de ovejas, inmersos en un paisaje impresionante, y
entonces comprendí el porqué de muchos pastores.

193
Luego del encuentro con el pastor siento que camino con más
consciencia y que todo lo que transcurre cobra otro tipo de vida.
Este Laberinto cada vez tiene más sentido; empiezo a recono-
cer que me ofrece la oportunidad de ser un cuerpo viviendo emo-
ciones, pensamientos, y buscando entre todo ello mi camino de sa-
biduría.
“Voy a meditar entre las raíces de algún árbol, como lo hizo
Buda. Me siento muy bien como para hacerlo. Estoy tan cómodo,
las raíces conforman un sillón natural... Cuanto placer me ocurre en
este instante”.
De pronto me concibo entrando en un estado desconocido por
mí, en el cual puedo percibir la unión que existe en todo.
Escucho el canto de los pájaros, noto el sostén de este suelo
que alberga por igual a pequeñas plantas y árboles gigantes... Es
tan agradable percibir la sensación de la naturaleza atravesándo-
me... Me siento cada vez más cerca de ella. Mientras miro las ho-
jas iluminadas por el sol, puedo sentir que este árbol me está ha-
blando de una manera silenciosa.
“Veo que estás comenzando a darte cuenta que los humanos
también son parte de lo natural y que no tienes que alejarte de
una ciudad para poder encontrarte con la naturaleza ya que la lle-
vas contigo donde sea que vayas. Cuando estás en tu esencia o
acercándote a ella descubres que hay bosques en los vellos de tu
cuerpo, terrenos montañosos y planicies en tu piel, ríos corriendo
por tus venas y que el viento sopla con cada respiración. Que tam-
bién puedes sentir el calor que anima tu fuego interior, pero la cali-
dad de sus llamas dependerá del ánimo que tengas, es importante

194
prestar atención a cómo lo alimentas. Todo ello se encuentra en ti,
todo el tiempo. Si pones atención a este momento, verás que no
hay separación entre las rocas, las hormigas, las plantas y tú.”
Inmerso en la lección de este árbol sabio, puedo ver que cada
hoja que cuelga de sus ramas es un libro... Mi visión hurga en los
detalles de una de ellas y comienzo a leer...

195
Somos la Naturaleza
Aunque parece raro de creer, el Espíritu del Bosque
alguna vez fue joven e inexperto.
Hace mucho, mucho tiempo, en uno de sus tantos
días vividos andaba recorriendo el otoño quejándose
por la ausencia de hojas verdes. Caminaba sin prestar
atención a las rojas y amarillas y buscaba en las copas
de los árboles lo que prefería que ocurriera. Movía la
alfombra seca que nutría el suelo intentando encontrar
algún vestigio de verdor, pero solo hallaba raíces que a
él le hablaban de profundizar en su soledad.
Ciego a la belleza de las cortezas y hojarascas, subió a
la copa desnuda del Árbol Abuelo y abrazado a su
tronco le contó lo que le estaba ocurriendo. En el vaivén
de sus ramas se meció con los cantos del Viento hasta
que sumergido en la tristeza ofrendó sus lágrimas al
suelo. Fue entonces cuando apareció frente a él la últi-
ma de las hojas verdes. Ella lucía como un hada cubier-
ta de vellosidades suaves y perfumadas sosteniéndose
con sutileza en uno de los dedos más finos del Abuelo.
Al verla, el Espíritu del Bosque se enamoró perdida-
mente. Tomó la forma de un ave dorada para poder
cortejarla, danzando y cantando durante horas, y le pi-
dió al viento que soplara para ver los movimientos de
su amada. Apasionado, la abrazó para entregarle el
amor que sentía, pero la apretó tan fuerte contra su pe-

196
cho que ambos perdieron el equilibrio y cayeron to-
cando el alfombrado piso.
Una vez en el suelo, los amantes se sumergieron en
el más profundo sueño de invierno. Acostados entre
raíces nudosas, fueron cubiertos por las hojas secas
que caían diariamente del gran Árbol.
El Espíritu del Bosque inhalaba los perfumes del
aceite esencial que emanaba la hojita, y ésta vibraba
sobre el palpitar del corazón. Su cuerpo caliente eva-
poró la savia que había en ella, dejándola seca en ese
abrazo posesivo. Las nubes crearon rocío y nieve para
intentar humedecerla pero él, de tanto apretujarla con
su pasión, termino destruyéndola.
Pasaron los tiempos de frío. La luz del Sol volvió a
crecer, derritiendo el manto de nieve que cubría al Es-
píritu del Bosque. Al despertar, sintiendo aún el perfu-
me de la hojita impregnado en él, posó sus ojos hacia
todo lo que lo rodeaba y donde fuera que lo hiciera en-
contraba belleza. Esta manera de mirar hizo brotar la
primavera, y la primera copa que se tupió fue la del
Árbol Abuelo.
El Espíritu del Bosque, enamorado nuevamente del
verdor, se vistió de gala como un gran amante, envol-
viéndose en flores, trinos y esencias día tras día.
Maduró su juventud con la llegada del verano que
se aproximaba. Se deleitó compartiendo con los Seres
que vivían en él, les ofreció frutos jugosos y abundan-
tes repletos de semillas que hacían suspirar a la tierra.

197
Cuando el otoño siguiente volvió a sentirse en el
aire, el Espíritu del Bosque había cambiado, ya no era
el mismo del otoño anterior. No amaba de manera
tempestuosa y posesiva. Aprendió de los consejos y
experiencias del Árbol Abuelo, saber que uno puede
expandirse sin moverse, y le hablaban de un Amor
que, al igual que la savia, se mantiene siempre verde y
brillante dentro de cada Ser.
Desde entonces el Espíritu vive suspirando al ver la
gracia con que las hojas se sueltan. Observa como ese
generoso marchitar cubre a las semillas que duermen
junto a él en el vientre de la Madre Tierra.
Justamente estas mismas semillas cuentan que una
vez el Espíritu soñó con volverse humano. Soñó sabo-
rear uno de esos besos que veía darse a los amantes
que paseaban por el Bosque; quería sentir las texturas
de la piel y saber cómo era hacer el Amor. Quería sa-
ber cómo sería tomarse de una mano compañera y mi-
rar a lo profundo de esos ojos en silencio.
Dicen que siempre sueña lo mismo, y que de tanto
soñarlo brotó una flor muy particular donde radica su
esencia. Esta flor florece aun en el más difícil de los in-
viernos, y su perfume es tan delicioso que pájaros y
abejas no paran de sembrar su polen.
Parece ser que cada tanto alguien sueña con esta flor
que brilla en medio de la nieve, y al despertar la perso-
na siente el impulso de tener encuentros de Amor más
profundos que los habituales. Parece ser que gracias a

198
estos encuentros se engendran nuevos humanos tan
fuertes, sutiles y bellos como esta flor, y mientras cre-
cen buscan y buscan su esencia hasta encontrarla...
cuando esto por fin sucede, el Espíritu dormido se
despierta en ellos.

199
Regreso desde algún lugar en mi interior, sé que estuve inmerso
en otra realidad. Continúo divisando en cada hoja del árbol un libro y
sé que son infinitas las historias que cuelgan de este Abuelo. Cierro
los ojos nuevamente, me acurruco en sus raíces pensando en el Es-
píritu del Bosque y en esa flor... Soy parte de la Naturaleza.

200
Luego de haber recorrido un bosque inmenso atravieso lo que
parece ser un umbral natural, la vegetación ha cambiado abrupta-
mente y el clima también. Quedan atrás los árboles altos y en su
lugar empiezan a aparecer cactus y plantas espinosas, la tierra se
está volviendo arenosa y desértica...
Inspirado por el paisaje, llego a la reflexión que quizás existan
en uno tantos estados a conocer como paisajes hay en el mundo.
En el amor vengo descubriendo tantas formas de amar, una por
cada hijo, una por cada relación... Todas se parecen en algo y sin
embargo también se diferencian en mucho, al igual que estos cac-
tus, cada uno con su forma de espina, con su matiz de verde o de
marrón, así también como las pequeñas piedras que simulan ser to-
das iguales pero al ser bien observadas son diferentes.
Hace rato que camino por este desierto y me pregunto si me
estaré metiendo en problemas. Van muchas horas bajo el sol, me
queda poca agua y si tuviera que regresar por donde vine no sa-
bría cómo hacerlo...
Han pasado unas horas más y aunque debería estar comenzan-
do a caer el sol sigue quemándome vivo. Ya no tengo más que be-
ber y si no ocurre algo rápido creo que me desmayaré de tanto
mareo, mi cabeza está shockeada por la intensidad del calor que
me azota. Cuando de pronto: ‘aquello parece ser un jinete a caba-
llo... No, debe ser una alucinación...’
–¡¡Hey, Hey, señor del caballo!! ¡Aguarde un momento! –al pare-
cer me vio, ojalá traiga agua con él–.
–¿Qué haces aquí, en medio del desierto? –el hombre parecía
ser un guerrero, llevaba un turbante en la cabeza–.

201
–Estoy buscando mi camino, mas creo que en este momento
estoy completamente perdido.
–Pues no creo que estés tan perdido porque de ser así ya esta-
rías muerto; usualmente eso ocurre con hombres que caminan sin
rumbo como tú dices estar, y sin embargo veo algo en ti que te
mantiene con vida. ¿Tienes agua?
–No, no tengo. ¿Y tú? –en ese momento el hombre buscó una
cantimplora que colgaba de su caballo y me la pasó–.
–Bebe despacio para que el estómago la reciba bien –mientras
me hablaba, podía ver sus ojos envueltos en las arrugas que dibuja
el desierto–.
–¿Cómo puedo salir de aquí? Necesito seguir mi camino.
–La verdad que no creo que puedas hacerlo por ti mismo, aun-
que estoy seguro que Alá me envió hasta ti por algo. Se puede
ver que eres un buscador, seguramente habrá mucho de nuestro
encuentro con lo cual te verás beneficiado.
Te invito a pasar la noche. Nos refugiaremos del fuego del sol a
la sombra del caballo hasta que caiga y luego haremos un fuego
para calentarnos. Traigo conmigo un poco de leña y alimentos que
podemos compartir.
–Me parece perfecto; ahora si me disculpas quisiera dormir
unos instantes, no sé cómo soporté hasta aquí, debería haber caí-
do desmayado unas horas antes ya.
–Claro, claro, descansa. Ven aquí a la sombra de mi caballo, él
conoce bien los secretos del desierto.
Me acuesto unos instantes para recuperar vitalidad. Dejándome
caer lentamente con tranquilidad, por el estado de cansancio pue-

202
do tomar consciencia de que he soportado más de lo conocido
por mi voluntad. Al irme relajando, cada músculo reclama su des-
canso al cerebro y así me quedo sin energías. Realmente viene
siendo dura esta prueba, es de vida o muerte.
Despierto. Aún Oasis, el caballo, sigue a mi lado. Ya es de no-
che, nunca vi un cielo tan estrellado. Mientras tanto, observo que
el guerrero está leyendo algo al lado del fuego y me acerco a él.
–¿Qué lees? –pregunto como para avisarle de mi interrupción a
su lectura y no sorprenderlo con mi abrupta aparición–.
–Leo momentos de mi vida que están plasmados en este diario.
En este caso estaba leyendo momentos de amor apasionado...
–¡Qué interesante! En el bosque que dejé atrás escuché una
historia de amor fascinante... De ser posible me encantaría escu-
char lo que tienes escrito, mas puedo comprender que tal vez sea
demasiado intimo....
–Pues sí, en realidad lo es, pero pensándolo bien el haber sal-
vado tu vida en este desierto también ha sido algo íntimo aunque
pueda parecerlo menos. Por lo que creo poder compartirte mi reco-
rrido por el Amor y el Desamor, ya verás que en esta historia hay
algo de ambos.
–¡Sí, sí! No tengo pretensiones, sólo deseo seguir aprendiendo
de las experiencias propias y ajenas acerca de los ejes de esta
vida, y creo firmemente que el amor es una de ellas.
El guerrero se dispuso a remover y acomodar el fuego. Parecía
estar realizando algo así como un ritual que organizaba el momento
de su relato...

203
–Bueno... no es precisamente un cuento –me dice rascándose
la cabeza–. Es mi historia y la de mi familia una de esas veces en
las que el desierto se vuelve un largo camino del cual uno no sabe
si volverá.
–¡Me encanta! Ah, antes debo decirte que realmente he des-
cansado gracias a Oasis y a ti, te lo agradezco enormemente, y
aprovecho para agradecerte también por este fuego, creo que si
no fuera por él nos congelaríamos en minutos.
–Puede ser, sí... pero se ve que Alá tiene más planes para estos
dos caminantes. ¿Estás listo para escuchar?
–Soy todo oídos.

204
El Ego tiene su función
Hola Amor de mi amor. Estoy caminando hacia ti
por esta senda dorada. Puedo sentir desde aquí cada
milímetro de la distancia a la que te encuentras, los es-
toy recorriendo lentamente como un caracol, acari-
ciando cada pequeño tramo como si fuese tu cuerpo,
porque sé que lo es.
Vengo acompañado del inigualable Makbal, mi com-
pañero, mi caballo alado.
Estamos volviendo de conquistarle nuevas tierras al
misterio luego de haber librado batallas en las que tu-
vimos que enfrentarnos a nuestro peor enemigo, el re-
flejo de nosotros mismos. Finalmente vencimos, y le
comenté a Makbal lo hermoso que sería para mí poder
compartir contigo lo conquistado. Así es que Makbal
me ofreció ir volando para llegar a tus brazos en un
instante. Igualmente quiero disfrutarte durante el re-
corrido ya que si corro hacia a ti con la desesperación
que siento, en vez de llegar con amor llegaría con ne-
cesidad y no es lo que quiero sembrar en nuestro en-
cuentro...
¡Oh no, Amada! Se ha parado justo frente a mí otro
ser idéntico al que soy, y puedo adivinar su nombre, lo
puedo leer en su mirada. Se llama Boicot. Querida
compañera, desde este momento será únicamente mi
telepatía la que te cuente de mi viaje hacia ti. No te

205
preocupes, me he enfrentado a este ser otras veces,
cada vez lo conozco mejor.
–¡Hey, Boicot! ¿Qué es lo que quieres esta vez?
–Mi parte del tesoro...
–No te pertenece parte alguna, esto lo he conseguido
enfrentándome a mí mismo.
–Pues escúchate, tú mismo lo estabas diciendo hace
un momento. Soy yo a quien has vencido, soy tu pro-
pio Boicot y si no fuera por mí y la reciente derrota
que sobre mí has tenido, no te sentirías tan bienaven-
turado. ¿Acaso no te das cuenta que parte de esa efí-
mera felicidad me pertenece?
–A mi parecer, lo único que te pertenece es esta es-
pada azul y mis ganas de desenvainarla...
–Entonces desenvaina amigo, y sólo te estarás ata-
cando a ti mismo. Si en cambio me concedes mi parte
del tesoro te dejaré seguir el camino hacia tu amada...
¡Ay amor! Cuantas encrucijadas tiene este camino.
Este Boicot es hábil con la palabra así como yo lo soy
con la espada. Cómo me gustaría que vieras la situa-
ción. Su rostro decidido, sus pies firmes enfrentándo-
me y mi Ser queriendo únicamente seguir hacia ti has-
ta reposar en tus brazos.
Observo a Makbal y veo que seguramente está tra-
mando algo, algo sobre lo cual nada me ha contado.
En este momento puedo verlo acercándose a Boicot
por detrás, le está susurrando algo...

206
–Te comento que este caballo sabe resolver las cosas
mejor que tú: él mismo se ha ofrecido como parte del
tesoro, y he decidido aceptar su oferta –me dice Boi-
cot, desafiante–.
–¡¿Makbal, qué estás haciendo?! ¡No, amigo, déjame
que arregle esto con esta espada para así darle el uso
que se merece! Voy a terminar esta conversación de
una vez por todas, lo único que quiere este ser es Boi-
cotear mi camino al amor.
–Hmm, tu caballo sabe elegir, querido enemigo. Ya
es hora de partir para mí, así que adiós...
¡Amada, no puedo creer lo que ven mis ojos, Makbal
se aleja de mi cargando a este Boicot! Si pudieras ver
su cabalgar por los aires verás que es verdad. Segura-
mente lo dejará caer... Se está alejando tanto que casi
no puedo verlo, la luz de la luna los está bebiendo. Es-
toy quedando solo amada, sólo mi Ser y las estrellas...
¡Ay amada! Sé que estás al final del camino, pero
aun así no puedo avanzar. La noche se ha cerrado so-
bre mí y sólo encuentro rocas para reposar mi exhaus-
to cuerpo. Estoy apenado por Makbal, mas necesito
atenderme a mí antes de seguir avanzando hacia ti.
Por suerte he encontrado una cueva. Aquí estoy aho-
ra, conviviendo conmigo, mis sombras y el ferviente
anhelo de que todo sea un sueño. Puedo sentir cada
milímetro que nos separa como si fuesen espinas sobre
las cuales estoy andando, todo se ha transformado...
Quizás no deba llegar hacia ti, si hasta los tesoros que

207
quería compartirte se han perdido en la penumbra de
esta noche larga. Quizás de la manera en que estoy lle-
garía pidiéndote demasiado y ¿cómo pagaría la deuda
si no encuentro valor en mi ser?
Voy a pedir a mis sueños que me abracen, que me de-
jen caer en los brazos del gran misterio permitiéndome
ver algo más sobre este Boicot, porque se ha llevado todo
lo que parecía perdurable, lo que nunca iba a perder...
Ya perdido en mis sueños, Makbal cabalga sonriente
sobre una montaña blanca, mientras que Boicot está
parado en su cima. Su presencia me hace sentir peque-
ño, lo veo fortalecido y observando atentamente mi-
rando mi espada. Ay, ella es lo único que me queda
amada, si consiguiera arrebatármela quizás nunca po-
dría volver a verte... ya no tendría nada que ofrecerte,
ni siquiera estar junto a mí.
Boicot está avanzando, mi amada. Me entregaré a
las fuerzas que me quedan para blandir la espada con
orgullo y abrirme paso hacia ti...
–Con que todavía crees tener oportunidades, a pesar de
que ni siquiera tu caballo ha querido seguir a tu lado...
–Aquí estoy para enfrentarte otra vez, Boicot. Podrás
quitármelo todo, pero no mi fe en poder vencerte.
–Ja ja ja ¿De qué fe me hablas? Si te veo temblando
ante la posibilidad de quedarte sin nada.
–Pues acércate y veremos que milagro hacen mis
fuerzas para vencerte. No tengo nada que perder
como tú mismo has dicho...

208
–Eso es lo que crees... ¡Makbal! Ven aquí, dejemos a
este orgulloso hombre blandiendo su espada, y vámo-
nos a cortejar a su amada...
–Noooooooo ¡No te atrevas! ¡Enfréntame si tienes va-
lor, ven aquí! ¡¿Makbaaaal, que estás haciendo!? ¡¡¡Noo-
oooo!!!
Mi querida, lo siento tanto, se acercan a ti... Ojalá
pudieras recibir mi voz con el viento para que te pon-
gas a salvo a tiempo. Este Boicot ha asimilado en sí la
belleza de la blanca montaña y el poder de Makbal, no
creo que puedas resistirte a sus encantos. Hasta me lle-
ga a recordar a mí en los momentos de alta valía.
Ay amada, ojalá algún guía me ayude, nos ayude
para que podamos hacer algo.
–¿Oye, cómo estás llorón?
Quizás mis rezos han sido escuchados. Apareció a
mi lado un hombre enano.
–¿Acaso no te das cuenta que eres tu mismo quien le
da poder a este Boicot?
–¿Qué dices, enano? ¿Cómo voy a darle poder si se
ha convertido en mi más temido adversario?
–Este Boicot es el mismo adversario que creíste ven-
cer con tu espada en aquellas tierras de misterio. Aun-
que haya cambiado de forma y tomado la apariencia
de otro ser, sigue siendo tu propio reflejo. Lo mismo
con tu caballo, ese que se fue no es él. Makbal no pue-

209
de acercarse a ti porque ha quedado amarrado en
aquel lugar donde Boicot te ha confrontado, te has ol-
vidado que lo dejaste allí.
–¡Es cierto! Siempre ato a Makbal, no porque tenga
miedo a que se vaya sino porque Dios me lo ha dicho.
¿Qué debo hacer entonces, amigo enano?
–Pues está más que claro. Sólo debes volver sobre
tus pasos...
–Gracias amigo enano. Iré corriendo a buscar a mi
aliado Makbal y juntos venceremos a estos impostores.
–Pues escúchame bien, jinete del viento: más vale
que regreses lo más lento posible y borrando todas tus
huellas con suavidad, porque este camino es territorio
de Boicot y tienes que recoger atentamente los tesoros
perdidos...
–¿Pero qué hay con mi amada y con Makbal? Boicot
y su caballo pueden regresar antes que yo consiga reu-
nirme con ellos.
–Tú no puedes hacer nada por tu amada. Ella tiene
discernimiento, guías y amor propio; no es ella quien
está en riesgo, lo que está en riesgo es lo que tú has pro-
yectado sobre ella. En cuanto a Makbal, él es un aliado
de tu fe y de tu consciencia y por eso mismo debes tra-
tar de caminar lo más atentamente posible, de esa for-
ma conseguirás la frecuencia adecuada para poder en-
contrarlo; de lo contrario el temor y la ansiedad te im-
pedirán ver a tu amigo aunque lo tengas al lado tuyo.

210
Ay amada, sé que lo que me ha dicho este enano es
verdad. Ya estoy volviendo sobre mis pasos, borrando
las huellas con una rama. Mientras lo voy haciendo re-
paso en mi mente todo lo que ha ocurrido y un pensa-
miento no deja de invadirme: el qué pasaría conmigo
si te viera volando con Boicot.
Puedo ver que como dijo el enano, he proyectado
sobre ti todo el amor que soy. Mientras atravieso este
camino de cactus puedo ver que no había humildad en
los pasos que me llevaban hacia ti, sino sólo una certe-
za de que al igual que mis tesoros eras de mi propie-
dad, y que allí estarías para mí cuando llegara.
Aquí estoy entonces borrando no solamente las nue-
vas huellas que va dejando mí andar sino también las
viejas, mientras lágrimas de vergüenza riegan este ári-
do suelo. Puedo comprender ahora que había vencido
tan solo uno de los enfrentamientos con mi reflejo, y
con eso ya creía ser el conquistador de estas tierras del
misterio... Es por ello que le he dado poder a Boicot,
porque él es mi propio ego.
Ay amada, cuán equivocado he estado al creer que
te amaba, si tan sólo he estado proyectando sobre ti mi
soberbia y patrimonio. Ay amada, que difícil es el arte
de amar...
Sigo caminando por este vasto desierto y noto lo
grotesca que son mis huellas pasadas a medida que las
voy borrando. Ellas me revelan el descuido con el que
transité estas tierras de misterio. Yo, que en mi vani-

211
dad creía estar andando conscientemente el paso a
paso ahora veo la cantidad de vidas que he aplastado
con esa errónea percepción.
Este territorio es tan exigente. Vienen a mí con el
viento los pensamientos con los que caminé antes por
aquí, escucho aquellos pensamientos que hablaban de
cómo compartiría mis tesoros conquistados parecien-
do desinteresado siendo que las ansias por entregarlos
encerraban un verdadero interés de por sí.
Me doy cuenta que proyectaba de mí mismo una
imagen de nobleza generosa de la cual te enamorarías,
y también la postura del que se cree que se ha vencido
a sí mismo. Ay amada, cuantos pasos errados.
Desde aquí creo imposible poder solucionar estos
errores. Siento vergüenza de todas mis verdades y
también de la forma en las que las he defendido.
Siento que debería pedirle perdón a este reflejo que
creía tan malo siendo que quizás yo mismo soy el que
lo ha proyectado; ahora lo veo tan verdadero, aun con
su sombra. Es tan auténtico en su verdad, tan coheren-
te en su camino; él se muestra tal cual es expresando
sus formas tal cual se sienta consigo mismo.
En cambio yo, que me creía educado y luminoso, es-
toy descubriendo que me he engañado una vez más
queriendo proyectar una lección de “cómo debe com-
portarse un Ser Noble”. Ahora veo que detrás de tanta
altanería camino encorvado. Me siento sin valor al no te-

212
ner ni amada ni caballo; sólo porto una espada azul, la
que no debería blandir mas que contra mi propio cuello.
Ay amada, te pido perdón a ti, a este reflejo y a to-
dos los pasos que he dado hasta hoy. Perdón a los gra-
nos de arena que me han sostenido por mi soberbia,
expongo a ellos mi ignorancia acerca de cómo seguir
este camino.
Dios, libero a Makbal de sus amarras y te pido que
seas tú el que lo suelte a su destino. Libera a mi amada
de todas las proyecciones que la envuelvan. Libérala
de todas las expectativas que le he creado. También si
es posible suéltame a mí de las sogas con las que me
até, permíteme el valor de usar una vez más esta espa-
da, mas esta vez contra mi soberbia...
Gracias Dios por la compasión que me envuelve;
ahora, con la arena sosteniendo el peso de mi espalda
puedo contemplar nuevamente el brillo de las estre-
llas. La espada descansa sobre mi pecho, fría y dis-
puesta. Ya no estoy yendo a ningún lado, solo mis ojos
se dirigen a la luna y al infinito tintineo estelar y mis
oídos a los sonidos del alrededor.
Mil suspiros se despiden de ti, amada, y mil lágri-
mas se vuelven rezos de gratitud hacia Makbal. Me
entrego a esta, la noche más larga, y le pido a los sue-
ños que me liberen dándome la oportunidad de blan-
dir esta espada azul contra mí mismo.
De pronto, abro los ojos. Una luz me encandila ha-
ciéndome cerrarlos de nuevo. La arena debajo de mí

213
parece dura como roca y la espada ya no está. Al vol-
ver los ojos encuentro tu figura, está junto a la de Mak-
bal. Parece un espejismo del desierto, mi corazón pal-
pita tan fuerte ante la posibilidad de que sea verdad lo
que veo que mis ojos prefieren cerrarse.
Dios, déjame soltar este anhelo de verla nuevamen-
te, ya no soy merecedor ni siquiera de tener deseos.
Recibe de mí este camino de errores que es lo único
que puedo ofrecerte y saca lo mejor de ellos, porque
yo aún no lo consigo. Te pido Dios que me permitas
abrir los ojos y que esta alucinación se haya desvaneci-
do. Sé que mi amada ha pagado con su vida mis des-
avenencias y que este caballo ha sido víctima de mi
negligencia. Por favor Dios, no seas exigente y concé-
deme el valor de blandir la espada azul sobre mí mis-
mo, es mi último pedido.
–¿Es que no vas recibirnos amado?
¿De dónde proviene esta voz, Dios? ¿Qué clase de
prueba es esta, haciendo sonar la voz de mi amada
como si estuviese aquí?
–Parece que tendremos que acercarnos nosotros,
Makbal. Este hombre está muy cansado de sí mismo,
ya es tiempo de que seamos nosotros su descanso”.
–Abriré mis ojos y te habrás ido. ¡Ambos se habrán
ido porque nunca estuvieron aquí!
–Sí que estamos aquí, y nada ni nadie va a alejarnos.
Aunque si lo prefieres escucha lo que tengo para de-

214
cirte sin abrir tus ojos, así de una vez puedes despertar
de tu pesadilla. Makbal ha ido a buscarme portando
tus alforjas vacías durante esta larga noche. Ha sido él
mismo quien me ha insistido en venir, y gracias a la
ayuda de un hombre igualito a ti que también monta-
ba un corcel alado es que te hemos encontrado. Ahora
ya puedes abrir los ojos, amado de mi amor. Quiero
que veas este vientre que ha crecido en tu ausencia y
que también te ha estado sintiendo en esta conquista
sobre los misterios de ti mismo...
–¡Ay, tengo tanto miedo de abrir los ojos y que no
estés! Tengo tanto miedo de que solo sea otra prueba,
pues la verdad que esta noche ha sido interminable.
Ni siquiera comprendo qué hago en esta cueva... si ca-
minaba por el desierto y la noche me alcanzó a cielo
abierto de un momento a otro.
–Estamos aquí, amor. Estamos aquí desde hace bas-
tante. Quizás tu recorrido a cielo abierto ha sido sólo
un sueño. Y es verdad, todo es una prueba; nosotros
mismos hemos pasado las propias en tu ausencia, mas
ahora, que estamos desnudos ante nuestros propios
ojos y juicios, Dios nos ofrece una recompensa... Abra-
cemos ahora mismo este instante y no temamos a más
pruebas, aquí estamos juntos para celebrar todo lo que
ha sido hasta ahora que engendra lo que Es.
Abre tus ojos y déjanos llegar a tus brazos porque
este caballo, el Ser que llevo en el vientre y yo hemos
elegido ser parte de tus tesoros divinos.

215
–Está bien, divina voz. Pero déjame primero tomar-
me un tiempo para abrir los ojos sin ansias, déjame
percibir mi aliento, déjame poder amarme en este La-
berinto interno de manera que ya tampoco deposite mi
amor en ti y pueda ofrecerte el amor que hay en mí de
la manera más pura y desapegada que encuentre.
El aire entra en mí y me va convirtiendo en un mar
profundo y calmo. Aaaah, mis amados...
Esta gran calma me conduce a una visión del ca-
mino. Cierro los ojos y me diviso frente a este reflejo al
que he llamado Boicot; su mirada sigue siendo decidi-
da y su pisada firme, sus ojos continúan posados sobre
mi espada. Ante eso, siento claramente que ya no quie-
ro blandirla y camino hacia él en completa entrega.
Ahora a diferencia de la vez anterior puedo sentir en
sus ojos verdad y nobleza. Mis rodillas se han cansado
del orgullo y me hacen caer a sus pies para entregarle
el noble acero. No sé si volveré a abrir los ojos, mas sí
sé que ya no elijo luchar está batalla, ni siquiera por
amor... Lo siento amores, lo siento.
Estoy sorprendido, pues después de un largo llanto
Boicot ha tocado suavemente mi melena. Al abrir los
ojos y verle con el sol respaldándolo detrás, he podido
ver su luz y sonrisa. Estoy recibiendo de la que es aho-
ra su espada azul algo que siento como una bendición
de Nobleza: la apoya sobre mi cabeza, ahora sobre
cada uno de mis hombros, luego sobre mi pecho.

216
El descanso que siento es enorme, el misterio fértil e
inconquistable. Al darle una nueva mirada a Boicot
siento que debo renombrarlo y lo rebautizo Nobleza.
Veo a todos aquellos con los que me he enfrentado,
y ustedes mis amores también están junto a ellos. Es-
tán mis padres, madres y abuelos de todos los tiem-
pos, están los amigos y enemigos y todas las amadas;
están todos los que he sido y el que ahora soy. Está
Dios y la Diosa con sus santos hijos observándome,
está Makbal mostrándome que ha esparcido el conte-
nido de mis alforjas en los caminos de gente que nun-
ca conoceré, está el hijo que crece en tu vientre, y estás
tú, amor, arrodillada a mi lado, esperándome...
Estoy listo, amados de mi amor. Ya me amo tal cual
soy y puedo sentir conmigo a mi aliado Nobleza. El
amor propio también está listo para comenzar otra vez.
Danzaré con las pruebas que vengan y abriré mis
ojos a esta verdad. Sólo déjenme decirles a todos que
están en mí, que ya no porto ni escudos ni espadas ni
tesoros ni expectativas de lo que pueda ocurrir, solo
quiero seguir aprendiendo junto a ustedes de este
todo tal cual Es.
Gracias, muchas gracias por todo lo que viene siendo.
Abriré mis ojos... los abriré. Sí, una vez más los abriré...
Sé que veré amor, que sentiré amor... Lo estoy sin-
tiendo, y estás aquí.

217
Al terminar de leer la carta, el guerrero la apoyó contra su cora-
zón con suavidad para luego tirarla al fuego. La observé consumir-
se entre las llamas mientras aún estaba inmerso en las emociones
del relato. Elegí dejarlas ir junto con las llamas. De este modo fue-
ron cauterizando antiguas heridas y se quemaron viejas concepcio-
nes del amor. Me percato que el Amar es un Laberinto poco re-
suelto en este mundo. Puedo adivinar en la profundidad de la mira-
da del guerrero un sufrimiento en nombre del amor, y a la vez libe-
ración de la ilusión.
Repentinamente, experimenté en mí un coraje desconocido y
tomé la decisión de resolver el duelo entre el amor propio, el orgu-
llo y el temor. Salté sobre el lomo de Oasis como un jinete exper-
to, miré por última vez al guerrero que aprobó mi acción con sus
ojos sonrientes y salí cabalgando sin rumbo cierto.
Cabalgué y cabalgué confiando en el caballo conocedor de esas
tierras... El me trajo hasta aquí, a un palmar de un oasis, así como
ocurre en tantas historias que se han contado en el desierto.

218
Luego de beber agua en el oasis, tomar baños tibios y comer
deliciosos dátiles y plátanos, empiezo a caminar nuevamente sin
rumbo por el desierto. El caballo que me trajo hasta aquí regresó a
buscar a su dueño ni bien me bajé.
Las doradas arenas ya empiezan a irradiar calor.
Tengo confianza de que algo ocurrirá nuevamente para que
pueda seguir adelante... Las palmeras que me alojaron ya se ven
lejos y ahora estoy inmerso en la incertidumbre; no me importa mo-
rir en el desierto si estoy buscando mi camino, mi amor, mi verdad.
Cada vez siento más claramente que los pensamientos, las
emociones y el cuerpo físico son vehículos de mi Ser. Ellos están
en riesgo en estas circunstancias pero no yo; yo estoy en riesgo
cuando vivo solamente para ellos sin buscarme, sin encontrarme
realmente. Voy en búsqueda del equilibrio, aunque por momentos
olvido porqué estoy en este Laberinto. Es más, olvido por comple-
to que estoy dentro de él.
Las dunas se repiten, esculpidas por el viento. Llevo bastante
agua conmigo y una gran fuerza de voluntad, estoy administrando
mis energías y cada tanto me detengo a resguardarme a la sombra
de unos pañuelos. Mis ojos arrugados se parecen a los de aquel
guerrero bajo el turbante con el que estuve... Estoy empezando a
entrar en un estado de consciencia diferente.
Desde el amanecer que estoy caminando. He perdido la noción
del tiempo, y el agua que cargo en el bidón que cuelga en la es-
palda me pesa. No logro saciar la sed aun bebiendo, siento el es-
tómago cargado, las arenas parecen amarrar mis pies en cada

219
paso... Quisiera descansar bajo una sombra más contundente que
la de estos trapos traslúcidos.
Se luce entonces ante mis ojos un árbol.
¡Qué extraño! Eso es un árbol, es inmenso, ¿cómo puede haber
crecido aquí? Esta sombra está muy fresca y las hojas tan vivas
como las del bosque.
Al recostarme contra el tronco me siento abrazado por un ami-
go; encuentro incrustada y semienterrada una vasija de cerámica
llena de agua. Creo que alguien ha criado a este árbol así, la hu-
medad de la vasija lo mantiene con vida en medio de la nada.
Debajo de mí también hay algo, está tapado con cúmulos de
arena... Es una tapa de madera... ¡Es un cofre! Intento abrirlo, pero
no es fácil, está como sellado. Encuentro una pequeña hendija
pero no consigo meter mis dedos en ella, es demasiado fina. Todo
el cofre está colocado en un hueco también hecho de arcilla, lo-
grando caber justo en él. Intento sacarlo para llegar a abrirlo de
otro modo, pero no lo consigo.
En eso me percato de la intriga que se despierta en la mente al
toparse con algo que no sabe qué es ; no puede pensar en otra
cosa que no sea en abrir este cofre y ver que hay en él. Siento
cómo me empuja a hacerlo... Es como si no pudiera simplemente
quedarse con la intriga y dejar las cosas como están. Ahora com-
prendo un poco más de que manera está hecho el mundo, cons-
truido por este tipo de mente. Siento que al observarla puedo
desprenderme de su exigencia, pudiendo así lograr que no sea ella
quien dirige la acción. También observo que ella no se saciará con
lo que haya dentro del baúl, me propondrá enseguida investigar

220
qué hay detrás de la próxima duna. Es por ello que decido perma-
necer en quietud un buen rato, sólo para gobernarla y actuar con
calma.
Durante este tiempo de meditación en que observé a mi mente
y contemplé la belleza del árbol, decidí que quiero abrir ese cofre,
pues siento que lo he descubierto para algo, intuyo que por eso
se develó ante mí. Asimismo he develado que con la locura e insa-
tisfacción de mi mente no podría acceder a lo que haya dentro. Así
que ahora que me siento más centrado, se me ha revelado cómo
sacarlo de ese encastre: puedo usar el agua de la vasija para
ablandar la arcilla, pero de hacerlo dejaría al árbol sin nada para be-
ber; aunque seguro debe haber alguien que le trae agua seguido,
con el calor de este desierto no podría mantenerse demasiado
tiempo sin ella. También podría usar el agua que llevo en el bidón,
pero luego tendré que seguir el camino sin hidratarme...
Estoy en una encrucijada, querido árbol... Dime qué hacer, no
quiero dañarte y siento que tengo que abrir este cofre, mas tam-
poco quiero dañarme ya que sin agua no podría seguir avanzando
mucho más por estas arenas candentes. Me sentaré a meditar un
poco más en tu regazo, estoy seguro que de alguna manera me
hablarás hermano querido...
Hace un buen rato que medito. Me he alejado mucho del cuer-
po, no lo siento, ni siquiera sé con certeza si estoy en el desierto
o si esto es un sueño; no he recibido nada que me aclare qué ha-
cer con el cofre y el agua y sin embargo estoy en un estado mara-
villoso.

221
Entonces comienzo lentamente a sentir el calor del ambiente,
también la rugosidad de la corteza en mi espalda, las raíces debajo
y alrededor mío, la humedad de la vasija en una de mis rodillas...
Abriré los ojos, creo que él árbol me acaba de hablar...
¡Guau! ¡Hay hojas secas sobre mis manos! ¡Y otras sobre mis
piernas! Sin embargo el árbol no parece estar secándose... ¡Otra
hoja cae hacia mí! Sigo sintiendo la humedad de la vasija en mi ro-
dilla, cuando de pronto acontece un diálogo en mi mente que pa-
reciera ser una conversación entre mi Ser y el árbol.
–Usa el agua de la vasija.
–Pero quizás sin ella te seques.
–Úsala, yo estoy aquí para custodiar lo que hay en el cofre. Una
vez que lo tengas en tus manos, me liberaré de vivir en este de-
sierto que tanto me ha enseñado.
–Así lo haré entonces. Gracias, querido árbol. Noble función la
tuya, lo has hecho muy bien.
Cuando ya estuvieron completamente despiertas las piernas,
que se me habían dormido por la posición, tomé con uno de los
envases vacíos que porto el agua de la vasija. No puedo dejar de
acariciar al árbol, parece que supiera que es la última vez que esta-
rá llena. Mojo la arcilla que envuelve el cofre, y ésta empieza a
ablandarse poco a poco. Estoy por conseguirlo, casi, con lo último
de agua que queda en la vasija; para lograrlo debo usar algo de lo
que guardo en la cantimplora.
En eso le doy una mirada al árbol que no para de soltar hojas
que hacen lucir desnudas sus ramas. La arcilla está a punto de ce-
der y mi agua se está empezando a agotar, mas creo que ya puedo

222
meter unos dedos aquí... Sí, lo estoy consiguiendo. ¡Sí, el cofre
está en mis manos! El árbol parece estar llorando con sus hojas y
al mismo tiempo festejando con los movimientos que hacen ellas al
caer al árido suelo. Encuentro una traba para liberar la tapa. Listo,
la acabo de correr... Me detengo un momento en la situación para
observarme y notar cómo el calor y el cansancio han pasado a un
plano muy lejano.
Mi amigo se sigue deshojando mientras mi corazón palpita rápi-
damente; tomo aire para no dejarme arrastrar por la locura de mi
mente. Abro la tapa y encuentro algo envuelto en un paño dorado
en impecable estado. Lo desenvuelvo y descubro un hermoso libro,
grueso y dorado. Estoy agotado, tan cansado, que aunque quiero
leerlo no tengo las fuerzas para mantenerme despierto. Voy a dor-
mir unos instantes bajo la sombra de mi amigo. Siento ganas de
abrazarme a este libro que aún no sé qué contiene. Me acurruco
con todo mí Ser en flor en las raíces del árbol, que ya ha comen-
zado a secarse...
Quiero abrazarme y abrazarlo todo, estoy empezando a dormir-
me, o a morir, no lo sé...
Estoy en el mundo de los sueños. Allí veo a un anciano de ca-
bello blanco y largo enterrando en la arena este cofre con el libro
adentro. También lo veo colocar en el lugar la vasija con agua y
una semilla. Veo que toma su bastón y camina hacia el horizonte.
De vez en cuando voltea para mirar hacia donde dejó la vasija. Se
puede sentir que conecta con la semilla, con el agua, con el baúl y
con el libro.

223
El anciano desaparece, y ahora me veo yo en el sueño, con una
hoja de árbol en mis manos. En ella veo el rostro canoso mirándo-
me a los ojos, contándome en silencio que nunca más regresó a
ese lugar, y que tampoco nadie más lo había hecho desde ese mo-
mento salvo ahora yo. Veo que la hoja de árbol se ha transformado
al mismo tiempo en el árbol, en la vasija, en el agua, en el cofre y
en el libro... Este se abre en la primera página, y dice:

224
Los Humanos del Futuro
Desde aquella ola gigante alguna vez generada por
la Gran Ballena y dirigida hacia la orilla por el Ser
Delfín, todo lo mundano se ha perdido.
Cada humano está errante en su camino mas por
primera vez mira hacia su adentro sumergido en fe,
encandilado por la luz de un nuevo sol.
Cada paso está siendo apoyado sobre huellas doradas,
guiando a los caminantes a una coordenada de transfor-
mación total, como bebés de pecho, vulnerables y prote-
gidos por la Madre Tierra que los nutre en su vientre.
Ahora todos los Reinos se hallan vibracionalmente
unidos. Así, el Ser Caracol impregna al Ser Humano
con su sutileza para enseñarle a avanzar con calma ha-
cia lo que necesita. La energía evolutiva de la Serpien-
te corre zigzagueante por la columna vertebral, mante-
niendo encendidas las siete ruedas energéticas, hacien-
do que se desprenda la piel antigua ya inservible. El
Ser Felino por su parte le enseña cómo dar cada paso
con delicadeza y seguridad.
La gran ola comenzó al provocar un desborde masi-
vo de las emociones de las personas, producto de la
vida superficial que el humano animal creó al vivir in-
merso en la insatisfacción y el temor, defendiéndose y
atacándose unos a otros en todos los ámbitos.

225
La extinción de tantas especies animales y vegetales,
la falta de agua potable y alimento para vivir con dig-
nidad, los azotes del clima, las guerras y la violencia,
más la superficialidad y ansiedad generadas por el
consumo de cosas y actividades nocivas para la salud
física, mental y emocional llevaron a que los humanos,
por una simple razón de evolución, comenzarán a
plantearse la posibilidad de grandes cambios en la for-
ma de concebir y transitar la vida. Esto generó una
toma de consciencia gradual que ocasionó un aumento
de la vibración colectiva.
El despertar masivo de la consciencia en estos pri-
meros gateos comenzó a darse en muchos lugares al
mismo tiempo, y condujo los primeros pasos humanos
hacia la liberación, sacándose de encima la limitación
autoimpuesta y elegida para luego reconocer la Liber-
tad, es decir, reconocer lo ilimitado del universo inte-
rior y exterior.

“El Desencadenamiento”
Esto es información de los cambios del mundo ofre-
cida a través de imágenes a un humano que se en-
contraba nadando en el Océano Pacífico. Dos humanos
que se encontraban a mar abierto fueron rodeados du-
rante una hora por unos treinta delfines gigantes...

226
Los acontecimientos que se describen a continuación
provienen de lo transmitido por el Ser delfín al Ser hu-
mano:
El Ser delfín –es decir, la consciencia colectiva de los
delfines–Emitió un sonar vibratorio hacia el Ser huma-
no –la conciencia colectiva de los humanos–. El Ser hu-
mano tiende a elevar su calidad vibratoria y la de su
entorno, contrariamente a lo que ocurre con el huma-
no depredador. El Ser humano recibió este sonar cuan-
do el estado de sus cuerpos estaba listo para poder
percibirlo, ya que antes su vibración era demasiado
densa como para reconocer lo sutil; recién entonces
pudo observar su vida desde otra perspectiva.
Descubrió a través de su consciencia que había vivi-
do inmerso en el ruido que se generaba por dentro y
por fuera de él, siempre envuelto en conductas, pensa-
mientos, emociones y estados autodestructivos para sí
mismo y por ende para su entorno.
Al darse cuenta de esto, quebró las represas que conte-
nían un gran llanto colectivo, el cual se filtraba desde an-
tes en la tristeza, el dolor y la indiferencia que mostraban
las miradas. Este llanto había sido reprimido desde el
principio de los tiempos por ser en realidad cada quien
una parte de la perfección de Dios pero olvidado de sí
mismo en un Laberinto que en su primera etapa conecta
a cada uno con una experiencia de limitación opresiva.
Gracias a este llanto del alma, el humano depreda-
dor empezó a dar paso a su propia evolución, “el Ser

227
humano”, quien mientras lloraba en la Tierra rasgán-
dose la piel estaba siendo sostenido desde el agua por
el Ser delfín, guardián de las frecuencias de silencio de
las profundidades del océano. El Ser humano hizo ca-
tarsis gritando su olvido a cada una de las direcciones;
así lloró y lloró de vergüenza y perdón hasta que re-
cordó finalmente cómo fue su primera encarnación y
los pasos que le siguieron.
Las lágrimas del Ser Humano regaron la sequedad
que éste había generado en la Tierra y con estas lágri-
mas comenzaron a rebrotar antiguas vertientes de
agua. Ellas habían permanecido cerradas hasta ese mo-
mento por orden de la Inteligencia del planeta, para
que el humano depredador experimentara la sed de su
propia abundancia, ya que éste no paraba de buscarla
fuera de sí. Esa sed lo llevó a un estado de valoración
de lo más simple, y así fue que se dio cuenta que todas
sus creaciones estaban creando insatisfacción porque
sus ideas brotaban desde la insatisfacción misma. Toda
su creatividad estaba puesta en mirar lo que podía estar
faltando, desarrollando así la habilidad de fijarse en lo
que falta en vez de mirar lo que hay. Esa era la razón
por la cual la insatisfacción había estado siendo sem-
brada en cada acción. Semillas cuasi muertas plantadas
en tierra estéril para las que se creaban inmensas y
complejas estructuras que apoyaran su desarrollo.
Estas aguas saladas que brotaban de los ojos de la nue-
va consciencia fueron impulsadas por la frecuencia de si-

228
lencio que comenzó a emitir el Ser Humano y se hundie-
ron en la Tierra, despertando del sueño a su hermano el
Ser cristal –la consciencia colectiva de todas las piedras–.
Este abrió sus ojos y se puso a cantar de alegría al
ver al Ser humano llorando por haber tomado cons-
ciencia del ruido en el que había vivido. El canto del
Ser cristal hizo mover las capas tectónicas de la Tierra.
La abuela ballena, al escucharlo llorar por primera
vez con sinceridad, emergió desde las profundidades
iluminadas del océano para crear una gran ola con su
cola que arrasara todo lo innecesario que había creado
el humano depredador, ya que sus estructuras conti-
nuaban recreando vibraciones y memorias de necesi-
dad y escasez, aprisionando la verdadera abundancia
tras barrotes de oro y tecnología. Esta ola también sacó
hacia la superficie la obscuridad humana que yacía es-
condida en lo más profundo del subconsciente, tapada
con una infinidad de trajes que terminaron empapa-
dos flotando a la deriva.
El nuevo Ser humano, alcanzado por los efectos de
la ola, se dejó arrastrar tranquilamente por las corrien-
tes del cambio. Todas sus propiedades fueron bebidas
por los decoradores del mar. Boca arriba y de brazos
abiertos, como ofrendándose, quedó envuelto en una
burbuja de energía silenciosa construida vibracional-
mente por “el Ser delfín". Este a través de su sonar re-
paró la vibración de los chakras energéticos y por aña-
didura la frecuencia en que vibraba el aura humana.

229
Mientras esta nueva crisálida recibía el canto del Ser
cristal, se acercaron el abuelo elefante y la abuela ostra
para relatarle en su letargo todo lo ocurrido en todos
los Tiempos. Le hablaron a la consciencia colectiva del
Ser humano a través de las vibraciones poéticas, y este
logró recordar cómo fue que comenzó la experiencia
de todos los reinos en este Laberinto...

“El Gran Extravío”


La experiencia Tierra fue creada por lo que se cono-
ce como Dios, que es la fuerza creativa y destructiva
del Universo, lo Omnipresente. Pudiendo crearlo todo,
creó también una experiencia en la que podía “olvi-
darse de sí mismo”, y por ello creó al ser humano de-
predador. Para eso convocó a los Seres llenos de gra-
cia, quienes reencarnaron luego en los cuerpos, mentes
y emociones humanas, quienes recibieron atentamente
la propuesta que se les hizo. Estos Seres llenos de gra-
cia son ustedes, en esencia.
También se convocó a "los Espíritus nobles” para la
cocreación de la experiencia Tierra. Ellos son sus rei-
nos hermanos, el vegetal y el animal.
Luego juntos convocamos a "los Elementales del fue-
go, del aire, de la tierra, del agua y del éter”, que estaban
esparcidos creando diferentes realidades en el Universo.
Le tocó el turno a “las legiones de Ángeles y Arcán-
geles", quienes fueron convocados para encargarse

230
desde lo invisible de mantener intactas nuestras esen-
cias, y para incitarnos a elegir elevar la vibración de
manera que cada reino consiga recordar.
Más adelante llamamos al "infinito Tiempo”, y le pedi-
mos que creara gradualmente una experiencia acorde al
deseo de Dios: “poder desconectarse de la consciencia de
sí mismo” hasta sentirse lo suficientemente limitado
como para tener que buscarse y reconocerse ilimitado.
También llamamos a la gran dualidad de la Perfec-
ción para que creara una percepción dual de la realidad
que viviríamos. Estos aspectos sostienen lo que se ha
dado a conocer como “principio y fin”, “vida y muer-
te”, “masculino y femenino”, “activo y pasivo”, “triste-
za y alegría”, “adentro y afuera”, “mío y tuyo”, etc.; así
como todas las percepciones opuestas e intermedias.
Luego se llamó al “Amor incondicional” para que
fuera nuestro aliado. Tomó varias formas, y una de
ellas fue la de nuestra Madre Tierra. Él tiene la función
de ofrecernos la fuerza de voluntad cuando más lo ne-
cesitamos. El Amor Incondicional fue creado para
transitar todas estas experiencias limitantes de tal for-
ma que tarde o temprano recordemos nuestra esencia
luminosa, ya que ella lo compone todo, pudiéndola
encontrar hasta en la más profunda obscuridad.
Cuando todo estuvo reunido y acordado, hicimos una
ronda entre los voluntarios. Nos tomó imprevistamente
la voz de Dios, que había tomado la forma de todos no-

231
sotros pero hablaba desde el “primer humano" en estado
virginal y habitando todos sus cuerpos a la vez.
“Estoy listo para comenzar esta experiencia... Como
humano seré el último en recordar mi esencia. Les doy
gracias por última vez por este magnífico juego que co-
mienza. No teman, que aunque este Laberinto es comple-
jo y una parte mía está dentro de él, otra lo sostiene en
mis manos. Ahora quiero que todos olvidemos todo.”
Y fue entonces que los integrantes de la gran ronda
contemplamos asombrados la cocreación de un Laberin-
to mental, emocional, físico y energético con leyes tem-
porales y espaciales... Una creación tan grande que ni si-
quiera podíamos darnos cuenta que estábamos en él.
Todos nuestros potenciales ilimitados fueron escon-
didos en las profundidades de minúsculos Seres. Sin
memorias de nosotros mismos, tendríamos que co-
menzar a buscarnos en la interacción con los otros rei-
nos para luego hacerlo en las profundidades de nues-
tro verdadero silencio interior.
Pudimos sentir en ese Dios encarnado que la sen-
sación de pureza empezaba a menguar con el primer
paso que daba, con el primer pensamiento, con la pri-
mera emoción. Sentimos nuestras primeras indecisio-
nes, y tuvimos una gran duda acerca de esta cocrea-
ción... Hasta Dios mismo la tuvo, y le gustó, pero los
lapsos de la Madre-Padre del todo habían sido genero-
sos para decidir. Ya no nos quedó más opción que par-
ticipar de la decisión tomada...

232
–Desde entonces estamos experimentando los siempre
divinos el olvido y la limitación–.
Esta sensación de sentir duda y luego insatisfacción
fue nuestra primera gran experiencia y la madre de
muchas siguientes, por significar ello una renuncia a
sentir lo ilimitado del espíritu, que es nuestra verdade-
ra naturaleza.
Toda la ronda se volvió como un líquido rubí giran-
do en un gran cáliz. Este fue colocado en las profundi-
dades del centro del planeta, el cual está hecho, más
que de materia, de vibración.

“Fuerzas Opresoras”
La ostra y el elefante continuaron hablándole al pe-
queño bebé humano recién formado que flotaba a la
deriva, y a fin de remover estructuras vibratorias, lo
hicieron también de manera práctica, política y hasta
ideológica.
Querido humano, queremos hablarte de algunas fuer-
zas opresoras para con tus poderes ilimitados. Al tú to-
mar consciencia de cómo funcionan y oprimen, tu libera-
ción comenzará. Te vamos a hablar de la experiencia
temporal desde la creación del calendario católico.
Es importante que comprendas cómo ha funcionado
esta herramienta de medir el tiempo. A través de ella,
el grupo que la creó ejerce poder, y dicho poder atenta
contra nuestra natural capacidad de transitar conscien-

233
temente el camino de la libertad, de sentirse ilimitado
y conectado siempre a Dios.
El uso de esta herramienta católica, de esta forma de
medir el tiempo de manera solar, así como la vibración
instaurada con él, fue creada por la iglesia y un grupo de
personas como una estrategia de gobierno y someti-
miento a través de los tiempos para conseguir perpetuar
a la humanidad en su extravío y falta de autoestima...
Sólo así el humano podía ser gobernable y sometido.
Este calendario nació en las épocas de la conquista
española. Los indígenas de las américas, al igual que
los de otros lugares del mundo, estaban recordando su
más pura esencia, y algunos ya hasta habían logrado
vivir en ella; esto ocurría gracias a la conexión con los
ciclos naturales de la Madre Tierra, que es la que ofre-
ce la memoria del amor incondicional a los que tienen
consciencia de la interacción de cada reino con los de-
más, así como la importancia de que todos los reinos
estén en equilibrio para favorecerse mutuamente.
Este nivel evolutivo de consciencia había sido ya al-
canzado por civilizaciones anteriores; todas atravesa-
ron pruebas en las cuales podían llegar a recordar ma-
sivamente la esencia de todo o caer en los vicios de la
competencia por la energía y el poder.
Algunas civilizaciones consiguieron recuperar su
memoria, y así lograron formar parte de la asistencia
en el Laberinto; ellos son guías que emiten el saber an-
cestral, mas no son todos los que estuvieron antes,

234
pues únicamente los que alcanzaron la sabiduría pue-
den guiar a otros a encontrarla.
En épocas de la conquista, el papa gregorio VI consi-
guió instaurar la ideología de que todas las creencias
que resultaban ajenas a Roma eran impuras. Fue en
consecuencia que impuso la cruz, la espada y ese ca-
lendario para conseguir que las personas perdieran la
conexión natural con los solsticios, con los equinoccios
y las estaciones, y también con los ciclos de los anima-
les, plantas y elementos acordes al clima, ya que éstas
eran, son y serán formas de vivir en armonía con uno
mismo y con el entorno. Ello hace saber lo que está
disponible, lo que hay que hacer para obtenerlo y lo
que no, y por lo tanto hace sentirse agradecido con lo
que uno es y consigue.
Ningún Ser agradecido de la vida será fácil de go-
bernar, por eso la Iglesia Católica luego de matar a Je-
sús –que así era–, vistió, tomó y distorsionó su pala-
bra. A partir de la inquisición reemplazaron las cele-
braciones que remarcaban ciclos naturales, cambián-
dolas por otras sin sentido con nombres de santos o
teorías católicas.
Así, tanto los indígenas como muchos otros fueron
perdiendo su conexión con la Tierra, con el Cosmos, y
sobre todo con su propia esencia, por consecuencia co-
nectándose con las sensaciones de imposibilidad, de
escasez, culpa, pecado y lejanía de Dios. Se dejaron
evangelizar por quienes desplegaban e imponían po-

235
der, y los que no eligieron la creencia católica, igual-
mente fueron evangelizados por su calendario.
Este elemento desde lo oculto impone una vibración
que genera una manera de vivir sacrificándose la ma-
yor parte del tiempo por lo mundano, ya que según
esa creencia el reino de los cielos está fuera de alcance
en esta vida.
Desde el gobierno de los romanos –sinónimo de la
iglesia católica–, la mayor parte del mundo ha vivido
de manera masculina y depredadora, intentando con-
quistar no sólo a los demás sino a aquello que no tiene,
sintiendo siempre como más importante lo que le fal-
ta. Ello viene enlazado a la creencia sembrada de sen-
tir a Dios como algo inalcanzable en el plano terrenal,
provocando que la gente solo piense en lo superficial,
en hacer por hacer y olvidándose de simplemente ser.
Así las personas terminan creyendo que lo que tengan
o hagan les dirá quiénes son, y por lo tanto el “tener
que”, siempre irá en aumento.
Cuando algo está regido por una fuerza demasiado
masculina, el resultado es demasiado depredador y
destruye el entorno que lo sostiene. Es como un león
cazando sólo por hacer uso de su poder para quedarse
luego sin presas que cazar, y para colmo hacer alarde
de ello, es un ejército romano que cae por su propio
peso, es una iglesia católica corrompida y abusadora,
es ir a la conquista de algo más por no poder dejar de
identificarse con lo que falta.

236
Esto ocurre cuando cualquier Ser de este planeta se
motiva por la escasez para crear su realidad. Esto trae
una vibración muy baja, llena de dudas. Es el reflejo
de Dios olvidado de sí mismo, buscándose por fuera.
Todos aquellos que siguieron el calendario católico
para organizar sus vidas, así como los que vivieron in-
diferentes al Cosmos y a la naturaleza del planeta Tie-
rra, forman parte consciente o inconscientemente de lo
que genera la depredación y competencia de todos sus
seres y elementos, y por lo tanto responsables directos
de la insatisfacción sobre el mundo.
Mas es importante que comprendas que esto no esca-
pa a las elecciones de Dios, ya que mismo para Él poder
olvidarse semejantemente de sí fue una experiencia ele-
gida. Cuando cocreamos entre todos este mundo de ilu-
sión, Él decidió sentirse completamente desorientado
dentro de su propia creación. Esto es fácil de compren-
der, porque si hay una fuerza creadora del Universo,
llámese big bang, Dios, gran Espíritu, etc., todo lo resul-
tante posteriormente a ella forma parte de su energía.
Ahora. Como Dios luego de experimentar lo limita-
do también quería también comenzar a recordarse, ese
calendario, la secta que lo creó y sus creencias así
como otras sectas similares y antiguas creencias limi-
tantes tuvieron que ser transformadas.
Cuando empezaste a tomar consciencia enseguida
fuiste recuperando el interés por los ciclos naturales; la
interacción con cada Reino te fue ofreciendo lo que ne-

237
cesitabas para vivir tranquilo y poco a poco cada
quien tuvo una forma libre y propia de celebrar su co-
nexión con el espíritu y la Madre Naturaleza.
El percibir el tiempo moviéndose en espiral permitió
recuperar desde su centro la memoria de todo lo vivi-
do y utilizarlo para crear la nueva realidad, al igual
que los animales que evolucionan debido a las memo-
rias genéticas que los precedieron, superando cada vez
con mayor gracia y soltura las mismas pruebas.
Por todo esto los humanos depredadores fueron em-
pezando a cambiar y comenzaron a equilibrar la sepa-
ración con los otros Reinos y con los otros humanos.
Empezaron a reconocer que la abundancia debía ser
colectiva y que ello debía ocurrir en todo el entorno...
Así fue que un día, al llegar el espíritu de la Prima-
vera, la crisálida humana se abrió. Se comenzaron a
abrir sus alas y al verlos salir de tan larga espera, uno
de los Elementales de la Tierra escribió con lava alre-
dedor del cáliz del centro del planeta:
¡Ha brotado ya!
Con alas de humano divino.
¡Ha brotado ya!
Desde las profundidades del silencio.
¡Qué placer ver a Dios
Nuevamente despierto!

238
“La Libertad”
Cuando finalmente todas las crisálidas humanas del
mundo se abrieron el suceso fue tan bello y conmove-
dor que todos los integrantes de la ronda lloraron abra-
zados durante noventa días con sus noventa noches.
Este llanto alegre de todos los reinos, de los Elementa-
les y hasta del Tiempo mismo es conocido en este futuro
desde el que les hablo como "la corriente del retorno".
Gritaba entusiasmado el elefante: “¡Miren a los hu-
manos! ¡Mírenlos! Están yendo hacia la gran flor de
luz ¡Son otra vez espíritu, han despertado al fin! ¡Han
despertado!”
Durante el vuelo hacia la gran flor de luz, los huma-
nos se fueron reencontrando en abrazos. Por primera
vez sintieron colectivamente la presencia del Espíritu
Santo en los cuerpos hechos de tierra, agua, aire, fuego
y prana... La risa y el llanto embellecían los rostros,
mientras una mirada de niño asomaba intacta a través
de las sonrisas...
Todas las legiones de Ángeles y Arcángeles acompa-
ñaban, celebrando el vuelo humano, y también lo ha-
cían las especies aladas de todos los reinos, cargando
con ellos a los que no tenían alas... Nadie quería per-
derse la llegada humana a la Gran Flor.
La Abeja Reina, que aguardaba sonriente y emocio-
nada en los bordes de la madre flor, los condujo por las
corrientes del gran perfume. Mientras tanto, el espíritu

239
de niño se asombraba a cada instante, ya que este nivel
de belleza había estado siempre disponible desde aquel
primer paso dubitativo en el que Dios encarnó.
En este vuelo los allí reunidos se hicieron conscien-
tes de que absolutamente todo lo experimentado los
había conducido hacia la liberación y luego hacia la li-
bertad en el momento perfecto.
Dijo la Abeja con el sonar de sus alas: “Cada vez que
avanzaste, te detuviste y retrocediste lo hiciste hacia la
Gran Flor de Luz... Ahora contempla tu destino, Ser
humano.”
En ese momento apareció ante todos una enorme
nube de polen con los colores del arcoíris. Las fragan-
cias los atravesaban por completo. Embelesados por la
dulzura del instante, rememoraron cada encuentro
con una flor en sus vidas...
Desde cada flor brotaba una dulce voz que susurraba:
“¿Cuantas veces, mi amado humano, estuve desnu-
da y receptiva ante ti? ¿Cuantas veces me ofrendé en
tu camino? Han sido tantas que te sería imposible con-
tarlas. Solo quiero que sientas una vez más mi gran
amor y la confianza que hemos tenido todos en que
este día llegaría. Ven a mí, Ser humano, sumérgete en
las entrañas de tu Madre...”.
Entonces vimos a la humanidad entera volando
como mariposa rodeada de los integrantes de la gran
ronda, entrando en la gran flor de luz.

240
La voz de la gran flor los atraía así como a las abejas
les atrae la miel. La gran abeja abandonó su lugar para
sumarse al séquito de los hermanos de todos los reinos.
¡Qué hermandad los animales y las plantas! Habían es-
tado siempre ofreciendo una alianza incondicional...
Finalmente, la nube de colores de polen comenzó a
abrirse ante el avance de todos los Seres.
Las familias de almas que habían estado encontrán-
dose vida tras vida intuitivamente se reunieron. El
gran perfume generaba una transmutación de los kar-
mas equilibrando las experiencias de luz y sombra vi-
vidas. Una vez que cada familia de almas había sido
equilibrada por las energías del silencio sucedía algo
maravilloso: al mirarse en el otro, cada humano se veía
a sí mismo recordando todos los rostros y miradas que
habían tenido que vivir. Luego de eso se veía que ese
otro, también era y Es... Uno mismo.
La nube colorida del gran polen se abrió paso for-
mando un puente. Al llegar a él, todos los integrantes
de la gran ronda nos detuvimos.
Entonces comenzamos a abrazarnos unos con otros:
animales, plantas, cristales, elementales, ángeles y ar-
cángeles, mientras el Tiempo nos cantaba en silencio.
Todos sabíamos que era la última vez que compartiría-
mos los vestigios de la limitación encarnada.
El cariño con el que se despedían los hermanos de la
gran ronda denotaba la ausencia de rencor por las tra-
vesuras de maduración humana, animal y vegetal.

241
También se sentía el entusiasmo que generaba el Ser
humano que vendría...
En un momento se escuchó: “el puente ya está listo,
la gran flor de luz está en su perfecta humedad, los
hermanos de la gran ronda están emitiéndonos fre-
cuencias de alianza, el círculo de astros está brillando
en el cielo, las alas de mariposa se vuelven alas de se-
midioses, las profundidades de la gran flor se ofrecen
fértiles, receptivas”
...y los nuevos Seres Humanos volaron a la más alta
velocidad hacia el seno de la Gran Flor creando intuiti-
vamente una formación en V... ya nadie sabía en qué
lugar de la formación estaba volando cada uno. La
fricción con el aire empezó a desvanecerse gracias a la
intervención de los Elementales. Los colores y traslu-
ces de los pétalos transformaron la visión tridimensio-
nal a multidimensional.
Ya se veía claramente la Gran Vagina, y emergiendo
de ella el Gran Estambre, fértil y viril.
Nadie sabía lo que hacer, mas avanzaban como una
nube de espermatozoides hacia lo desconocido, sin-
tiendo claramente estar hechos para eso...
Repentinamente la noción conocida de tiempo se
transformó, parecía como si nada se estuviera movien-
do ni sucediendo, e interiormente la sensación de iner-
cia era inmensa. Mientras tanto, una voz susurraba:
“Así es la eternidad... simplemente somos...”

242
Los colores y formas de la gran flor de luz se suma-
ron a la disolución de lo conocido.
Aún se podía oír la voz de la mente limitada inten-
tando interpretar las experiencias por última vez:
“¿Dónde estamos?, ¿Estamos bien o mal?, ¿Qué tene-
mos que hacer?, ¿Qué somos?”

“Los Humanos del futuro”


Comunicación en tiempo espiral:
Desde el futuro saludamos a todos aquellos que so-
mos y que estamos buscando respuestas en las cir-
cunstancias de la vida en esas primeras décadas de lo
que conocen como siglo veintiuno.
Somos ustedes mismos en el futuro hablando desde
una nueva conciencia que puede trascender el tiempo
y el espacio; les hablamos a nuestra memoria viviente
en el pasado, a ustedes.
Sí, todo cambió, tal y como lo describen las imáge-
nes anteriores. Ahora nuestros cuerpos son de una ma-
teria más sutil, nuestros átomos se mueven como que-
remos porque pudimos habitar también el espacio que
hay entre ellos.
De igual forma podemos habitar el espacio entre las
cosas, entre los mundos, entre los tiempos, y podemos
viajar a través de la energía de dicho espacio porque
éste y la materia siempre han estado unidos; estamos
hechos de la energía de ambos y al volvernos maestros

243
de la materia y el espacio, nos volvimos sabios en el
cómo usarlos para generar un bien mayor.
Es imposible explicarlo todo plenamente, pero pue-
de ser percibido, ya que no olviden, somos ustedes
mismos hablándose desde el futuro.
En este ahora eterno hemos dejado de competir por-
que ya no existe la necesidad de supervivencia en nin-
gún reino; sólo existe la coexistencia porque habitamos
otra frecuencia donde no hay que competir para vivir.
El dolor también desapareció porque maduró lo que
antes era conocido como la necesidad de experimentar las
sensaciones de límite. Dios cambió su propia experiencia
a través nuestro y ahora somos humanos ilimitados.
Cada uno obtiene toda la energía que necesita de
una relación directa con la Fuente y no de la manera
que antes lo hacíamos, obteniéndola indirectamente de
los alimentos o de las competencias energéticas con los
otros participantes del Laberinto. Ahora, en lo que us-
tedes interpretarían como futuro, el sustento proviene
de nuestra conexión directa con Dios, que no es un
viejo barbudo que vive en el cielo sino una capacidad
ilimitada, creativa y evolutiva que vive dentro de cada
uno y en cada rincón del Universo y que aparece cuan-
do la hacemos consciente.
Por esto la competencia ya no es necesaria. La ener-
gía que se obtiene no es solo para sostener nuestros
cuerpos, sino también para crear conscientemente a

244
través del pensamiento dirigido; somos verdaderos ar-
tistas del Universo.
Al habernos convertido en perfectos conocedores de
la limitación, somos funcionarios de la evolución de
otros mundos en el cosmos, pues hemos experimenta-
do no solo la densidad material sino también la leve-
dad espiritual. Somos cuerpo y espíritu en comunión.
La verdad es que en todo momento ha habido algu-
nos de nosotros que lograron habitar conscientemente
el espacio entre los átomos, es decir, lo que no es mate-
rial, que es lo que permite a la materia comportarse en
infinitas posibilidades.
Esos Seres fueron los grandes mensajeros de los
cambios al principio, a partir de ellos se crearon reli-
giones o doctrinas que luego se fueron alejando de lo
que aquellos transmitían pues no era solo información,
sino también energía, y esa energía es bloqueada por
la inconsciencia. Luego por cuestiones evolutivas to-
dos nos volvimos como ellos ya que esa era la verda-
dera función que habían venido a cumplir: mostrarnos
cómo evolucionar, hacia dónde; ellos nos mostraron
cómo ser iluminados...
El Planeta se volvió más amplio para todos, ya que
el espacio entre los átomos de la materia pudo ser re-
conocido y habitado. Al habitar este espacio y darnos
cuenta que desde él surgía la energía que componía lo
material, empezamos a poder establecer comunicacio-
nes con Seres de frecuencias no materiales, frecuencias

245
etéricas, idénticas a las que hoy habitan los que se vol-
vieron sabios y finalmente dejaron el Laberinto.
Estos Seres de más altas frecuencias nos guiaron a
descubrir poderes que había en nuestro interior para
con ellos elevar nuestra vibración energética y pasar
de cocrear una realidad densa a una realidad más leve
(que es simplemente una velocidad mayor en la que
vibran los átomos, los pensatrones, emotrones y vibra-
trones, que son los responsables de los comportamien-
tos de la materia, pensamiento, emoción y energía).
Pasar de una frecuencia vibratoria a otra fue algo así
como estar golpeando una lata con un palo y luego pa-
sar a vivir tocando un arpa o un violín.
Cuando este traspaso vibratorio ocurrió, comenza-
mos a tener la percepción de lo etérico, algo que antes
sólo podíamos imaginar. Y fue entonces que nos di-
mos cuenta de la compañía invisible que siempre estu-
vo disponible para guiarnos.
Comenzamos también a darnos cuenta que algunos
de los Seres no físicos provenían de realidades astrales
en las que también se compite por la energía; ellos son
menos materiales que los cuerpos físicos pero interfie-
ren con la evolución humana, ya que muchas de esas
energías pretenden perpetuar la densidad vibratoria.
Muchos de sus placeres o intrigas necesitan de las vi-
braciones bajas del mundo humano, así como los hon-
gos y parásitos se alimentan de la materia que se des-
compone.

246
Fue a partir de esa toma de consciencia que comen-
zamos a liberarnos de los hábitos que generaban com-
petencia y frivolidad, ya que nos incitaban a destruir y
destruirnos.
A su vez y en contrapartida pudimos reconocer
otras compañías que nos estaban favoreciendo pero
que al ser más sutiles que las anteriores no lográbamos
descubrir por el simple hecho de no reconocernos no-
sotros mismos en esas frecuencias elevadas donde el
sufrimiento y la escasez no son posibles...
Al darles por fin atención a estos verdaderos guías
recibimos las indicaciones y energía necesarias para
elevarnos sobre las frecuencias de limitación que está-
bamos viviendo, yendo así hacia lo ilimitado de nues-
tros corazones.
Desde entonces somos otro tipo de seres humanos,
algo así como Humanos –Dioses, y toda nuestra omni-
potencia se transformó en pura consciencia. Ahora
Dios crea desde nuestras mentes y vibraciones en al-
gunos lugares del Universo...
Las cosas han cambiado tanto en el futuro que les re-
sultará difícil de comprender y de creer al principio, mas
a través de estos relatos sabemos que estamos sembran-
do la posibilidad en vuestras mentes de que sea real.
En el futuro creamos a los niños en encuentros de
una sexualidad en la cual los amantes entran en con-
tacto solo a través de sus cuerpos espirituales, sumi-
dos en una profunda meditación. Estos rituales llegan

247
a durar lo que ustedes conocen como una estación, y
se asemejan a una danza.
El ritual abre una luminosa puerta en los corazones
de los amantes, y por ella entra el hijo concebido. Este
bebé no es indefenso sino un niño con todas sus capa-
cidades despiertas.
El alumbramiento del mismo es tan sutil como el acto
sexual, y todo ocurre en el mismo momento. Mientras
los amantes se encuentran desde el Amor, el nuevo Ser
participa de la frecuencia así como un bailarín se suma
a un dúo que ya está danzando. A medida que llega el
nuevo Ser, el Amor de los amantes aumenta hasta el lí-
mite de los umbrales conocidos de placer espiritual.
Cuando finalmente alcanzan la máxima vibración, la
danza se transforma porque el alma del niño comienza
a incorporarse a la unión. En ese mismo instante se
produce la creación del cuerpo, y entonces el trío con-
tinua la danza de la creación, donde cada uno es un
igual con el otro sin roles familiares determinados.
El bello acto se reafirma mediante la ceremonia de
bienvenida al Ser humano que ha llegado.
De esta ceremonia no sólo participan los tres inte-
grantes de la familia sino que también lo hacen los Án-
geles, Arcángeles, Guías, Maestros y Compañeros Ilu-
minados de cada uno; todos formando una gran ronda
de Amor alrededor de los amantes y el nuevo Ser. Allí
le susurran las bellezas que puede descubrir en esta

248
Tierra y que cada una de ellas es un reflejo de la belle-
za infinita que hay dentro de sí.
La ceremonia se cierra con una mirada larga y silen-
ciosa entre los integrantes de la ronda, se unifican las
respiraciones de todos y luego de sentirse un solo
cuerpo respirándose en sí mismo comienzan suave-
mente a entonar la silaba OM.
Luego de varios cantos del coro el recién nacido co-
mienza a bailar, sintiendo la plenitud de ser un espíritu
encarnando un cuerpo físico liviano y fuerte; el bailarín
siente la Tierra bajo sus pies y los brazos rastrean el cielo.
Todos bailamos junto con la familia que alumbra
hasta que cada quien alcanza su máximo éxtasis de
amor y reposa en profunda meditación fetal bajo la luz
de la Luna. El recién nacido respira allí durante la pri-
mera noche de su vida las infinitas posibilidades que
están disponibles para su camino. Al salir el Sol se le-
vanta y comienza a manifestarlas con la misma gracia
que los pájaros cantan y vuelan al comenzar el día.
Así de bellos están estos tiempos que hemos creado
entre todos. Habría sido imposible hacerlo si todos y
cada uno de nosotros no hubiese cambiado de estado
de consciencia... Pudimos hacerlo gracias a ustedes,
que somos nosotros, dando los primero pasos evoluti-
vos hacia el desarrollo de la consciencia colectiva en lo
que conocen como los comienzos del siglo veintiuno.
Por todo esto y otras cosas más es que supervivimos
en el futuro. Sí, como ya no tenemos que sobrevivir

249
gozamos permanentemente de la colaboración mutua
con todos los Reinos, así como han hecho desde siem-
pre animales y plantas entre sí.
Evolucionamos todos y de manera permanente mas
no lo hacemos por necesidad, ya que esa sensación ha
desaparecido en estos tiempos.
Lo hacemos espontáneamente porque estamos unidos
a todo lo que nos rodea de manera natural, sabemos que
una parte nuestra vive gracias al otro, al árbol, al pez, al
agua etc. Sin ellos algo nos faltaría, y con ellos somos
todo lo que somos; cada quien se ocupa de sí mismo mas
siempre intentando favorecernos entre todos.
Hemos despertado completamente la consciencia
colectiva entre los reinos, y la relación entre animales y
plantas consecuentemente también ha cambiado, pues
ellos se comportaban acorde a lo que los humanos es-
tábamos vibrando colectivamente.
Ahora que cada humano ha encontrado su paz y se
siente capaz de ser parte de la belleza de la Naturale-
za, todo el mundo es un gran jardín, y en cada uno de
sus rincones abundan las flores, los frutos, los árboles,
los ríos, los animales y los humanos sonrientes.
En el futuro creamos a partir de la materia como
quien dibuja con un lápiz en una hoja blanca, al ser
conscientes de que somos parte del espacio que existe
entre los átomos de la materia y los vacíos del Universo.
Esto hace que nuestras creaciones sean algo libre, no
pretenden responder a “quienes somos”, sino que las

250
mismas son simplemente una expresión de lo que so-
mos, es decir, materia y espacio consciente de sí mismo.
Creamos porque esa es nuestra función en el Uni-
verso. Creamos, y lo creado acontece no sólo en nues-
tra propia realidad sino también en la mente de Dios.
Este esparce las réplicas de nuestras creaciones en
otros rincones del Universo para que los Seres que las
habiten creen a su vez con ellas nuevas posibilidades
de combinación vibratoria.
Estas creaciones también influencian nuestro propio
planeta. Es decir, uno crea para sí mismo, crea para el
Universo, y desde el Universo crea para nosotros. So-
mos un Ecosistema que se retroalimenta a sí mismo.
En el futuro la mentira, el engaño, la confusión, etc.
han dejado de ser una experiencia posible, ya que to-
dos sentimos la vibración de todos y esto es inconfun-
dible. Nadie puede errar en su percepción ya que ésta
ha aumentado a su nivel máximo. Siempre la aplica-
mos en el bien común. Asimismo se han dejado de de-
sarrollar percepciones distorsionadas como ocurría en
el pasado cundo eran producto de favorecerse a uno
mismo por sobre los demás.
El resultado es que las percepciones surgen tan cla-
ras como el cielo cuando está despejado, y ni siquiera
existe en la memoria la posibilidad de lo que ustedes
conocen como falsedad o engaño.
Ahora los colores del aura están expuestos a nuestra
visión verdadera, cada uno refleja exactamente lo que

251
tiene para irradiar y el otro recibe esa irradiación ab-
sorbiendo de ella lo que le sea oportuno para crear,
evolucionar, descartar, etc., mas nunca en desmedro
de aquel del que recibió dicha energía.
En este nuevo mundo que hemos cocreado a través
de la consciencia la palabra se ha vuelto un ritual. Ya
no es necesaria para comunicarse, de esa forma se per-
día mucha energía de competencia y tergiversación,
mala interpretación.
Ahora la irradiación y recepción de las energías de
cada uno reemplazó por completo el entendimiento, y
la necesidad de aclarar algo desapareció. La confusión,
la suposición, la hipocresía... todo ello generaba la po-
sibilidad de malentenderse porque vibraba en un ran-
go de frecuencia ya inexistente.
Hoy la Palabra es un acto de magia que sacamos a re-
lucir en los rituales de la vida. Por ejemplo: en un alum-
bramiento se pronuncian las palabras Amor, Alegría,
Entusiasmo, Voluntad, Hermandad y otras igualmente
bellas como Flor, Verde o Arcoiris, palabras que vibra-
cionalmente contienen una amplia gama de bienestar.
También se utilizan palabras cuando alguien crea
algo que favorecerá a todos, atribuyéndosele vibracio-
nes tales como Abundancia, Nutrición, Dios y otras,
afirmando así que esa creación solo aportará vibracio-
nes correspondientes a la frecuencia de coexistencia
armónica en la cual vivimos.

252
También usamos palabras en los momentos en que
se está por crear algo que aún desconocemos. En esos
casos ocurre que antes de poder crearlo alguien lo está
intuyendo, entonces nos reunimos para darle fuerza
unificada y permitimos la llegada de las palabras a
nuestra mente; notamos en unos y otros un cambio de
los colores del aura hacia una gama desconocida, y en-
tonces sabemos que ya es momento de permitir esa
creación. Nos reunimos en los más bellos lugares de
nuestro mundo lleno de completa naturaleza para me-
ditar en esferas de pensamiento, y detenemos cual-
quier acción que venga para solamente ser en ese mo-
mento verbo creador. Entonces uno de nosotros luego
de este profundo trance recibe las sensaciones directas
y pronuncia La Palabra.
Así ocurrió cuando en una de dichas reuniones al-
guien recibió la palabra: “Comunicación Espiral”. Lue-
go de que alguien pronunció estas palabras sagradas
fue que llegaron a nosotros las directivas internas de
comunicarnos con nuestras propias memorias del pa-
sado, que son ustedes, y la comprensión de que todo
está ocurriendo al mismo tiempo en infinitas posibili-
dades disponibles.
Descubrimos que la memoria está viva en la mente
de Dios, así como las historias se escriben en cuader-
nos o en libros. No existe por sí mismo el pasado, pero
sí existe la vibración de lo anteriormente ocurrido, así
como las letras quedan impresas en las hojas.

253
Como en el futuro la percepción del tiempo ya no es
lineal sino que es espiralada, una y otra vez se viven si-
tuaciones parecidas a otras anteriores, teniendo cada vez
la oportunidad de crecer con las experiencias vividas y
registradas anteriormente fortaleciendo así la manera de
abordar las nuevas que van quedando en el registro.
Así descubrimos que podíamos transformar las fre-
cuencias de las vibraciones ya registradas, algo así
como regrabar una canción, y de esa manera favorecer
aún más la realidad presente. Sería como liberarse del
karma de las acciones pasadas transformando las me-
morias; como hacer compost con la materia orgánica
utilizada para que luego se vuelva abono de lo que se
siembra y crece.
Ustedes para nosotros, son nuestro Karma; nosotros ya
hemos transformado lo que hicimos en nuestro pasado
más reciente, habiéndonos demandado mucha energía.
Por eso, es una oportunidad evolutiva el hecho de
que sean ustedes mismos quienes afecten el registro
del momento en el que están, al estar registrando esos
acontecimientos en la mente de Dios. Y debido a eso
les enviamos esta información, de esta manera afectan-
do en alguna forma ese registro.

“Despedida... Bienvenida...”
Desde más allá de los calendarios, relojes y explica-
ciones temporales, les invitamos a notar nuestras pre-

254
sencias asistiéndolos en formas sutiles que parecen ca-
sualidades, señales, bichitos, hojitas.
En la gran tribu de los humanos del futuro siempre
hay alguien meditando en la montaña, a la orilla del
mar, en la selva o en el desierto para que cada paso
que vayas a dar despierte tu verdadero poder, tu ver-
dadera belleza que es idéntica a la magnitud de las ba-
llenas, a la sutileza de los colibríes, a la sensualidad de
la cigüeña y a la prosperidad de las abejas.
Los Humanos del Futuro estamos habitando la luz
que irradian las estrellas y el infinito silencio que las
rodea. Ustedes también pueden llegar a conocer estos
estados en momentos de plena contemplación, medi-
tación o dicha.
Les recordamos que la Tierra vista desde otros luga-
res del Universo es una más de las estrellas del firma-
mento, por lo tanto todo lo que hay en ella está hecho
de esa luz, todo lo que hay en ella irradia esa luz... Y
esa luz que ustedes son puede ser consciente de sí mis-
ma. Eso es ser un Humano Despierto.
Son ese silencio inmenso, esa gran quietud y vacío
que puede contenerlo todo. Pueden ser el cáliz y el
contenido al mismo tiempo; solo reconozcan que el
contenido cambia y el cáliz no. Lo que ocurre en el
mundo cambia, pero lo profundo del Planeta no.
Pueden vivir conscientes de su verdadera esencia in-
mutable y a la vez transitar diferentes experiencias sin

255
perderse en ellas. Habitando la esencia y viviendo des-
de ella la realidad que crean se torna muy diferente...
Los otros reinos ya viven en esa esencia, y ellos son
quienes los guiarán para descubrirla porque son sus
guías, así como lo son los bebés recién nacidos que
aún no han aprendido nada e igualmente atraen todo
lo que hay a su alrededor.
Eso es lo que somos, y cada vez lo notarán más. Po-
drán vivirlo y transmitirlo porque somos ustedes mis-
mos los que hemos evolucionado en el futuro.
Seguimos en la hermosa Madre Tierra, que está re-
bosante y siempre nueva, revelando rincones y ele-
mentos que no podíamos conocer antes.
Ahora somos cuerpo, un cuerpo maestro; somos
mente, una mente maestra; somos sentir, mas un sentir
maestro; ahora somos espíritus maestros.
Desde este ahora eterno que te incluye, inhalando y
exhalando contigo esta respiración una y otra vez
mientras tus ojos se posan sobre estas letras, mientras
algún sonido es recibido por tus oídos y tu cuerpo se
apoya en algunos puntos sobre algo, te damos aliento
para seguir despertando, y mantenemos los brazos
abiertos a la llegada de tu Ser Infinito...Somos Uno.

256
Despierto en el palmar con el libro abrazado a mi pecho, apoyado
en un árbol. Sus hojas y las del libro están marchitas, amarillentas.
El cielo cubierto de nubes no aguanta más y despide una copio-
sa lluvia. El árbol que sostiene mi cuerpo está desnudo y seco, y
las gotas que caen a la tierra logran hacer visible un brote que se
abre paso entre las viejas raíces. El Espíritu del Árbol ya no está,
pero igualmente una extensión de este viejo árbol pretende crecer
en medio del desierto tal como lo hizo su ancestro.
Siento la presencia de los humanos del futuro respirando conmi-
go. La lluvia está tibia y cae abundante, la tierra se comienza a ablan-
dar... Intuitivamente me dispongo a moldear vasijas. Consigo hacer
ocho y las coloco todas alrededor del brote. Poco a poco y gota por
gota se llenan con el agua que cae. Junto ramitas y hojas secas dis-
persas alrededor y con ellas rodeo el pequeño árbol, éste se luce
aún más encontrándose en el centro. Corto las hojas del libro que
acabo de leer y las siembro allí mismo. La lluvia empapa todo, las va-
sijas rebalsan...
De pronto el brote se abre y da paso a unas verdes y primeras
hojitas. Entre las ya borroneadas y aguachentas líneas de las pági-
nas del libro veo el rostro de un anciano que se confunde con el
mío. En eso descubro un bastón apoyado contra el tronco del árbol
e instantáneamente sé que es mi momento de caminar...
Estoy yendo a mi espíritu, estoy yendo hacia mi totalidad. Ca-
mino hacia el mundo que elijo, camino hacia mi verdad.

257
¡Ahora todo luce tan verde, tan florecido! Todo parece pintado
recientemente por la mano de la Naturaleza. Me topo con grandes
rocas que han sido redondeadas a mano. Entre las más grandes se
forma otro umbral, sé que estoy en un portal, por la vibración que
siento... Al pensarlo, instantáneamente un coro de pájaros lo confir-
mó, pasó corriendo una liebre, y una mariposa se posó sobre mi
hombro... Sí, no necesito confirmaciones...

258
CUERPO
ESPIRITUAL
Soy tu verdadera naturaleza,
Tu conexión interior
Con la fuente de todas las cosas,
El verdadero amor.
Soy la luz que alumbra tu sombra,
La verdadera libertad.
Si me recuerdas, abro tus alas,
Y así tu Ser puede volar
Quiero que te sientas un árbol
De ramas abiertas a la luz del sol.
Raíces profundas en esta tierra,
El cielo brillante en tu corazón
Estoy hecho de la esencia del Universo,
De todos los planetas, de toda constelación.
Si me sientes con claridad, brillas
Y dejas atrás toda separación.
Soy el hilo de plata que une tus cuerpos,
El emocional, el físico y el mental,
A tu más elevada frecuencia.
El alma por siempre inmortal...
He llegado a un enorme y frondoso bosque. Desde que dejé
atrás las emocionantes aventuras del cuerpo anterior, el Laberinto
está cambiando; lo puedo notar en las flores que este pequeño
paraíso alberga, en las ramas de los árboles... aquí todo parece su-
gerirse sutilmente.
Dejaré el bastón contra este árbol, aquí me es innecesario. Ca-
minar no me significa el esfuerzo en la montaña o el desierto; el
paisaje de estos senderos es acogedor y discreto, el brillo de sus
verdes cautivador, el suave trinar de sus pájaros... cada cosa es
una invitación para transitar con más presencia el paso a paso.
Mi barba ha crecido durante este caminar, también luce sus pri-
meras canas. En todas las cosas encuentro mi Ser: en los colores,
en la respiración...
A partir de que comencé a buscarme en el Laberinto vengo en-
contrando señales que parecen guiarme hacia la salida . He vivido
cosas lindas y feas en él, y todo me ha vuelto más sabio.
Ahora que camino por este jardín empiezo a disfrutar más y
más de esta experiencia, participando de lo que me ocurre sin es-
tar completamente involucrado.
De pronto diviso a un joven sentado en una piedra, quieto y re-
lajado; éste me sonríe pero en vez de saludarme parece querer
mostrarme algo con su mirada... Con suma delicadeza me invita a
sentarme a su lado debajo de un árbol. Sin salirse del estado de si-
lencio y templanza logra señalarme lo que ha descubierto y no
quiere ahuyentarlo...
Entonces escucho su voz telepáticamente...

261
Hay que saber estar
Hoy, ahora, estás contemplándolo todo debajo de
este árbol. Disfruta lo que ves y nada más.
Las flores están con vos, así como los pájaros, los di-
minutos insectos... Todo transcurre, excepto tu quietud.
Los detalles de lo que te rodea aparecen expuestos:
las arrugas de tus manos, los pliegues del terreno, la
respiración.
Podrías estar haciendo algo, tal vez en otro lugar,
pero permaneces aquí.
Podrías hacer algo, pero simplemente contemplas lo
que sucede y dejas todo así.
Tal vez percibes eso que es innombrable. Podrías
buscar expresarlo de infinitas formas, describir sus de-
talles, explicarlo para que sea descubierto... Hoy, sólo
obsérvalo.
Eso innombrable también te observa a ti. Disfruta de
su amable presencia y elige hacer nada, mientras tanto.
Observa cómo todo se hace.
Respírate, siente... De esa forma eres eterno.

262
Con tan poco me dijo tanto... Me dejó inmerso en la esencia
del jardín y en mi propio Ser al mismo tiempo.
Puedo reconocer claramente el impulso que me sobreviene de
tomar unas flores y hacer un ramo con ellas, o escribir un poema
inspirado en el movimiento de la liana trepando los troncos, o sim-
plemente dejar salir un ¡Ooh!. Pero la quietud de la roca y el joven
se han vuelto a mis ojos una misma cosa. No puedo irme a ningún
lado, pareciera que no hay donde hacerlo.
Me quedaré por aquí, compartiendo este grato banquete de
solo estar estando.

263
Continuamos juntos. Hace tres días que contemplamos como
todo cambia y al mismo tiempo algo permanece imperturbable.
El joven aún no se levantó de la roca y su único movimiento
fue el de mirarme sonriente alguna que otra vez.
Cada vez que lo hizo me encontré atravesando algún umbral de
incomodidad que me proponía salir de allí. Una de esas veces fue
a causa del hambre y la sed, y la otra por dolores del cuerpo que
comenzaban a aquejarme. Al estar sentado de piernas cruzadas so-
bre el suelo y sin más cobijo que el árbol la incomodidad se torna-
ba algo casi insostenible, mas el joven volteaba justo cuando esta-
ba a punto de caerme y rendirme, y con esa sonrisa suave y serena
me mostraba el estado en que él se encontraba.
Automáticamente mi ser conectaba con ese estado y la belleza
del instante tomaba protagonismo dejando en segundo o tercer lu-
gar cualquier disconformidad.
Ahora, la que hablaba fuerte era mi mente, preguntándome
cómo todavía estamos vivos sin comer ni beber y encima podemos
estar disfrutándolo. A la par de este barullo mental allí permanece
él, como escuchando mis pensamientos y sonriendo.
Noto enseguida su respiración y conecto con la mía. La quietud
con la que gira su cabeza me muestra el grado de concentración
en el que se mantiene para no perder la conexión. Entonces mis
ojos observan el entorno estrenando percepción, pudiendo notar la
vida que hay en todo, hasta en los troncos que yacen inertes en el
suelo.
La roca que sostiene al joven parece estar danzando con él,
como si sus átomos estuvieran a punto de salir de la materia. Se

264
me revela la energía que compone las cosas, que permite los movi-
mientos y que conforma nuestros cuerpos. Ya la sed y el hambre
son un vago recuerdo, la boca está seca mas mi Ser satisfecho y
gozando con plenitud de este momento.
Todo este diálogo interno es escuchado con precisión por el jo-
ven, que ni siquiera voltea para hacérmelo notar sino que irradia un
nivel de complicidad en el que parece que estuviéramos hablando
con todo lo que nos rodea, incluso entre nosotros. Cada pájaro
que me mira expresa algo del silencio que siento, cada rama pare-
ce comprender lo diminuto de mis movimientos y la cantidad de
vida que alberga este momento.
De pronto viene a mi memoria el haber escuchado sobre los
Seres pránicos, quienes consiguen vivir sin comer ni beber nunca
más luego de prolongados ayunos. Me han comentado que cada
vez son más en el mundo los que están evolucionando hacia esa
forma de vivir... Lo que sinceramente nunca imaginé es que yo mis-
mo pudiera sentirlo, mas la entrada de la energía por mi chakra co-
rona es tan clara como lo son las frutas cuando entran en mi boca.
Siguen transcurriendo los días y mi compañero continúa senta-
do en la roca. Creo que han transcurrido siete lunas y siete soles.
Me pregunto si a partir de ahora viviré así por siempre, contem-
plando las maravillas de la vida debajo del árbol. Mi amigo no de-
muestra ningún interés en salir de su quietud y la verdad que yo
tampoco. Es más, este estado es en cierta forma un escape, y si
permanezco aquí ya no tendré que resolver los acertijos del Labe-
rinto. No necesito comer ni beber, tampoco casa o relación alguna,
noto la belleza de la existencia y cada insecto... parece uno de

265
esos documentales que solía mirar. Mi respiración asemeja a las
olas del mar, el cuerpo a un templo que habito y mi amigo la más
grata de las compañías.
En un momento de mi existencia imaginé volverme monje y re-
nunciar a las cosas del mundo, mas no me creía capaz de hacerlo.
Sin embargo ahora lo elijo, ahora renuncio a buscarme en las situa-
ciones; puedo ver que en este estado de meditación descubro mi
verdadera esencia y la esencia de todo. Estoy listo para permane-
cer aquí y de esta forma, siendo un ermitaño. No me preocupa en
absoluto la muerte, los depredadores, o responder a quien pudiera
pasar por aquí.
Solo permaneceré así, parece que estoy llegando al final de
este Laberinto...
¡Ooh, mi amigo está girando todo su cuerpo, está estirándolo!
Automáticamente se empieza a generar tensión en el mío por la
mera idea de tener que moverme, pero su sonrisa me vuelve a aca-
riciar; cuando lo miro es como si llegaran miles de mariposas a las
flores de mi Ser, hablándome con su mirada y transmitiéndome las
melodías del silencio.
En eso, leo en la musculatura de su rostro que está por hablar...
–Gracias por compartir la verdad.
–Gracias a ti por invitarme a compartirla.
–Ya puedes mover tu cuerpo si quieres.
–Debo confesar que he desarrollado apego a este estado de
inmovilidad y contemplación. En él me siento tan pleno...

266
–Sí, te comprendo. Sin embargo, todavía estamos contenidos
en un cuerpo y en un mundo a los cuales pertenecemos ; tenemos
cosas que hacer en él.
–A veces no me siento parte de lo que ocurre en el mundo. De
hecho nunca antes me había sentido tan integrado a todo lo de-
más como ahora.
–El paso siguiente es compartir esto que me dices, esto que
sientes, con la gente del mundo, intentando volver a este estado
cada vez que puedas hasta conseguir irradiarlo . Déjame que te
cuente esta pequeña historia...

267
Todos nacemos maestros
Un renunciante caminaba portando únicamente su
morral. El hombre era un monje que había dedicado
gran parte de su vida a intentar develar los grandes
misterios. Ya había abandonado la vida mundana y
ahora se dirigía decididamente y paso a paso hacia lo
más elevado. Recorrió muchos caminos aprendiendo
con cada experiencia hasta que sintió que estaba listo
para encontrarse con su Maestro.
Una vez alguien le dijo que éste aparece cuando el
discípulo está listo. Desde entonces reza todos los días
para que ello acontezca.
Imaginó de muchas maneras el encuentro con el
Maestro, y se ha estado preparando con esmero. Reali-
za rigurosos ayunos, hace dos años que apenas pro-
nuncia palabra, medita ocho horas por día y canta de-
vocionalmente en sus quehaceres.
Hoy ha despertado otra vez sintiendo que puede ser
el gran día... Llegó caminando su fe a un pueblo pe-
queño y polvoriento en el que le dijeron que vivía una
persona de comportamiento muy elevado, mas no ha
conseguido encontrar lo que buscaba en las personas
que ha conocido. Por eso es que decide seguir adelante
imaginando que tal vez en el próximo pueblo pueda
ocurrirle lo que tanto anhela.
El día está hermoso, apacible. El renunciante esta
vez se dirige a procurar unas velas cuando queda ab-

268
sorto con la energía de un niño que le dirige una son-
riente mirada desde un árbol. Éste juega alegremente
con hojas y palitos, y al sentir la presencia del monje
detiene un instante su jugar para saludarlo con una re-
verencia. El monje responde inclinando su cabeza y
continúa caminando.
Ya en el almacén, escucha una conversación entre el
que atendía la despensa y uno de los vecinos:
“¿Vio ese niño, el que se la pasa arriba de los árboles?
Me enteré que perdió a su Madre al nacer y que desde
entonces su Padre ha enloquecido. Aun en ese contexto
obtiene las mejores calificaciones en la escuela, siendo
que puede ir de vez en cuando. Ordeña y pastorea las
vacas como un experto, cocina para sus hermanos,
siembra el maíz y el frijol para venderlos en el mercado
con éxito, jamás se lo ve preocupado o abatido, siendo
que procura todo lo necesario para su Padre, sus her-
manos y él. Realmente actúa como si fuese un adulto
responsable y conserva fresca su sonrisa de niño”.
Al oír semejante historia, el monje suspira honda-
mente. Guarda las velas en su pequeña bolsa, ajusta
sus sandalias y reinicia la búsqueda. Poco a poco avan-
za hacia el siguiente pueblo, hasta que nota una forma
de sentirse que por primera vez esta saboreando, algo
fresco en la mirada que le permite ver los detalles de
los árboles, algo que le deja sentir el cuerpo como
quien siente el caballo en el que cabalga. Ante estas
percepciones crecientes se le dibuja una sonrisa y ante

269
dicha reacción las sensaciones siguen en aumento. Se
encuentra más liviano consigo mismo y con la devo-
ción que siente cuando tienes ganas de rezar.
Mientras anda, su mente recuerda cosas bellas hasta
que uno de los recuerdos lo detiene abruptamente.
Entonces regresa sobre sus pasos corriendo, arroja el
contenido del morral para sentirse más ágil y avanza
muy entusiasmado. ¡Por momentos lo hace con los
brazos abiertos! Se siente impulsado por la inocencia...
Corre y corre regresando por el camino andado, y a
medida que se acerca observa cómo se acrecienta la
presencia de un árbol abuelo.
Corre hasta que encuentra al niño que está jugando
sobre las ramas, y entonces el tiempo se detiene.
El niño lo mira en silencio y le ofrece una sonrisa
con delicadeza. El monje la recibe y suspira.
El niño está construyendo una pequeña torre de ho-
jas secas, lo divierte el punto de equilibrio; el monje lo-
gra alcanzar unas hojas que juntó del suelo y se las en-
trega, el niño le sonríe y lo acaricia.
El monje llora de alegría y besa sus pies, ha en-
contrado lo que tanto buscaba. En ese momento, el
niño pone las hojas recogidas por el renunciante sobre
la torre de ramitas y todo se desmorona. Ambos suel-
tan una carcajada y el monje secándose las lágrimas,
vuelve a empezar a construirla...
Está feliz de contemplar a su Maestro.

270
Al terminar la historia siento ganas de abrazar al mundo entero.
Mi cuerpo vacío de movimientos, pero luego de que el joven me-
ditador acariciara mi rostro, se me encendió por completo. Mientras
los músculos comenzaban a despertarse mi amigo se marchaba ha-
cia el camino. De vez cuando giraba y me sonreía para recordarme
que esté atento...

Entonces al instante me disponía a habitar el estado de contem-


plación, la piedra comenzaba a danzar, las ramas crecían sin mover-
se y todo el bosque rebozaba de color y alegría... Hasta los tron-
cos secos están llenos de vida.

271
Al salir del bosque me sorprende un río. Camino por sus orillas
regocijado de mi existencia en medio de tanta belleza, y en eso me
pregunto cuántas personas más vivirán atestiguándose a través de
la consciencia.
Ahora el río desciende abruptamente formando una cascada,
aprovecho y me siento a meditar en su cima recibiendo una nube
de vapor refrescante que me hace sonreír.
Desde aquí oigo la voz de una mujer, ella está cantando. Siento
que no necesito abrir los ojos para saber que está cerca y comple-
tamente desnuda, y que tampoco necesito conocerla para estar
conectado a ella, pues todos estamos unidos en la esencia. Los úl-
timos encuentros que he tenido han anclado en mí Ser un estado
de conexión tal que, aun recorriendo las limitaciones de este Labe-
rinto, me siento cada vez en mayor libertad.
Me deleito con el canto de su Ser, y el agua parece susurrarme
secretos acerca de ella...

272
Aprender a escuchar
La mujer que canta hace mucho que cambió su mane-
ra de andar por el mundo. Se retiró a la naturaleza sin
llevar más cosas que las que tenía dentro de sí misma,
con la intención de oportunamente soltarlas también.
Ahora se está bañando desnuda entre las rocas del
río mientras éste acaricia su piel. Él se divierte reco-
rriendo los rincones de la bella mujer y ella se ríe arro-
jándolo hacia el cielo. Él se vuelve gotas de arcoíris y
vuelve a humedecerla, ahora en forma de rocío.
Los cabellos de él son azules y dibujan ondas sobre la
piel blanca de ella; los de ella son de color cobre y se mue-
ven sueltos sobre el cuerpo del río. La orilla contempla dis-
creta este encuentro de amor y hermandad mientras cada
uno acompaña al otro hacia lo desconocido de sí mismo.
Desde que vino a vivir a la orilla, la mujer canta con
los pájaros para el espíritu del río ni bien sale el sol.
Sabe que así despierta amor en él y que de esta forma,
el agua impregnada con esa energía será bebida mu-
chas veces por muchos seres.
Descubrió que cantar era su misión en la primera etapa
del camino un día que celebraba su cumpleaños; y desde
que lo hizo no ha parado un solo instante de hacerlo.
Parada en la cima de la sierra le canta a las nubes sa-
biendo que luego lloverá sobre la gente de los pueblos
con entusiasmo. Gateando por el pasto le canta a las di-

273
minutas bellezas que adornan a cada insecto teniendo
certeza de se ponen felices de ser descubiertos y que
muchos de ellos aparecerán ante las personas y quizás
alguna de ellas así descubra las pequeñas maravillas
que hay en todo. Las noches de luna llena eleva su voz
a las estrellas, quiere sentirse cerca del espacio que ve
entre ellas. Cuando llega la primavera entona melodías
a los perfumes de las hierbas del bosque acariciando el
suelo, abrazando piedras y besando flores.
Cuando se acuesta a dormir en su cama de hierbas
susurra suave y serena para estar atenta en el mundo
de los sueños.
Y vuelve fuerte y enérgica su voz cuando se acerca a los
caminos por los que pasan los hombres de trabajo, por-
que quiere que encuentren la verdad que los haga libres.
Ronronea en voz baja y con las manos sobre su útero
para venerar a la mujer que ha parido la humanidad
porque quiere que los embarazos, los partos y las crian-
zas sean cada vez más bellos y amorosos para todos.
Canta como una loca para que llegue alegría a los
abuelos y para que los niños siempre rían.
Cuando sabe que son momentos de transformarse,
canta alrededor del fuego y cubre con cenizas su piel.
Los últimos tres días con sus noches así lo hizo. Y ha
cantado tanto que se ha cansado por primera vez en su
existencia... Presiente que sus años de servicio están
llegando al final mas no se imagina qué podría hacer
si ya no cantara.

274
Hoy en particular desde que despertó ha cantado
hasta ponerse ronca, algo está ocurriéndole. Lo ha he-
cho sobre las ramas para las flores que rebrotan y tam-
bién para aquellos árboles que se entregan al Todo se-
cándose. Anoche saludó a los ancestros, rezó para que
la gente del mundo recupere la sagrada conexión, y
también pidió guía a sus animales de poder.
Se siente exhausta. Busca una roca para dormir al
sol que aún calienta bastante y le dorará la piel.
Se duerme y sueña con cada día de su vida, repasan-
do en el ensueño cada canto que cantó. En sus sueños
aparece una recién nacida gateando al lado del río... e
intuye que entonces es momento de renacer.
Luego de muchas horas de sueño ha despertado,
mientras la noche comienza a caer.
Está mimetizada con el silencio de las rocas sobre las
que durmió e impregnada del discreto brillo del firma-
mento. Se enamora al momento de la presencia de los
árboles bajo las luces de la noche, y del canto del grillo
que no para de oírse.
Se desconoce, y eso le gusta; siente tener otros ojos,
otros oídos, otra piel. Por primera vez siente tanta ins-
piración... ¡y no la puede cantar!
La sangre menstrual baja por sus piernas pintando
como raíces las historias que empieza a soltar.
Mientras oye el canto de su amado río, a la vez escu-
cha una voz dentro de sí. Este sonar la invita a sumer-
girse en ella misma, a lo más profundo. Su llamado ha

275
sido tan claro que la ha dejado sin voz. Escucha por
primera vez provenir desde sus adentros una melodía.
La respiración se parece a los días de viento y se siente
tan liviana como el colibrí para volar. Piensa en el
mundo, y sabe que en algún lugar alguien cantará
para él como siempre ella lo hizo hasta ahora.
Entonces, la melodía interna se vuelve un gran silen-
cio y el cuerpo un instrumento que no deja de vibrar.
Siente que ahora es el mundo quien está cantando
para ella, y con las manos en el corazón se deja agasa-
jar. Parada sobre las rocas y con los brazos abiertos, es-
cucha internamente el trino de los pájaros, la danza de
las hojas, el zumbar del colibrí...
Así como las garzas se sumergen en los brazos del río y
su alma entera es bautizada por él emergiendo al vivir des-
de un lugar nuevo, bendecida con un renacimiento más.
De pie sobre la arena dorada escucha la música si-
lenciosa del corazón; desnuda y pintada con sangre se
entrega por primera vez a bailar y bailar.
Sonríe, pues ya ha reconocido su nueva misión: bai-
lar esa música interna que sembró dentro de sí, bailar
para que los demás descubran su propia música inter-
na. El río canta para ella, y así también lo hacen los ár-
boles, las rocas, la luna y el sol.
Ella baila, y baila desnuda, baila por lo diminuto,
baila por la inmensidad, baila para el gran misterio
que ha descubierto y porque después de toda una vida
oyendo, aprendió a escuchar.

276
Completamente mojado por la nube húmeda proveniente del río
abro los ojos en dirección al sol... La voz de la mujer ya no se es-
cucha mas puedo sentirla vibrar en la tierra. Ahora sí puedo verla,
está mirándome mientras baila suavemente y me saluda en un dul-
ce movimiento.
Veo tanto poder en esta mujer que se siente sagrada, tanta inspira-
ción... Saltaría por la cascada como lo hace el río para fundirme piel
con piel en un abrazo de hermanos. Mas ella y su danza ya me están
abrazando. Lo hacen con el viento, con el movimiento de las hojas, y
con un gran silencio interior.
Tanta energía junta se me vuelve una gran risa. Ella responde son-
riéndome y se mueve un poco más mientras la sangre menstrual que
corre por sus piernas dibuja raíces que la unen a la tierra, en una pro-
funda conexión siento lo empapadas que están mis ropas.
Invitado por su ser, me desnudo, y me pongo a bailar al borde de
la cascada. Mi danza parece haber alimentado la música de esta
Diosa que ahora se mueve inmersa en ritual... Estoy conmovido y
enamorado, con ganas de vivir cada vez más.
Luego, ella se acurruca en la arena que está pintada con sus
huellas, se aquieta y en posición fetal para volverse una pequeña
semilla, mira hacia adentro, y entonces sé que es momento de mar-
char, portando la fertilidad que ha sembrado en mi Ser.

277
Luego de tanto caminar por paraísos naturales, a lo lejos diviso
por primera vez un pueblo; el humo que brota de las chimeneas de
los hogares se muestra misterioso...
Aún parado en la ladera de una montaña, me pregunto si debo
volver atrás para sumergirme nuevamente en esta soledad fértil que
me ha hecho conocer tanta gente que habitando su soledad com-
parte lo mejor de sí, o en cambio debo avanzar hacia la otra gente
del mundo, la que en su gran mayoría –por no decir toda–está in-
mersa en la supervivencia y superficialidad.
Viene a mi memoria la sonrisa del joven que meditaba sobre la
piedra... Recuerdo como él me recibió sin exigencias, al igual que
muchos otros del camino que me ofrecieron lo mejor de sí sin es-
perar nada a cambio. Entonces sonrío ante la aventura que se abre,
es buen desafío volver a lo conocido de la sociedad manteniéndo-
me conectado a lo esencial de mí Ser, a ese silencio melódico que
vibra en cada uno y que si uno se lo propone puede escuchar,
esté donde esté.
Rememoro ahora el relato de aquel muchacho al cual el Gran
Mago hizo adentrarse en un camino donde las personas afectarían
sus estados de ánimo para que así aprendiera a mantenerse en
equilibrio. Esto me hace sentir en paz para decidir, confiando en la
perfección de lo que vendrá.
El valle que contiene las calles y casas se ve muy pequeño,
ojalá encuentre alguien con un bello corazón...
Me topo con heces secas de burro que me revelan una peque-
ña senda gracias a la cual puedo continuar mi camino haciendo
“zigzag”, bajando no demasiado rápido ni subiendo con mucho es-

278
fuerzo. Tomo esta senda y de pronto siento mis expectativas vol-
verse grandes... Intento mantenerme respirando consciente, para
anclarme a la presencia y no dejarme arrastrar por la emoción.
A punto de llegar abajo, descubro una mujer durmiendo sobre
un árbol. Intento pasar desapercibido, mas una rama que cruje es-
trepitosamente bajo mi pisada me delata.
–Hola forastero, ¿cómo estás?
–Hola señora.
–Señorita, o mejor puedes llamarme Belah.
–Ah, hola Belah. Gracias por darme la bienvenida así.
–¿Así cómo?
–Desde arriba de un árbol.
–¡Ah! Pues de nada. Es un placer conocer a alguien que no vive
en este pueblo. Todos los días vengo hacia aquí, no tengo muchos
amigos y la compañía de los árboles me hace bien.
–Claro, ellos son muy sabios; crecen por igual hacia todas las di-
recciones, buscan la mayor obscuridad para nutrirse de ella y la ma-
yor luz para madurar y crecer. Yo también los amo profundamente.
De hecho, tenía algo de temor a volver a la sociedad, pues
hace mucho que camino por la naturaleza salvaje y sé que esa
también es mi naturaleza.
–Sí, yo pienso igual que tú, mas no he tenido la valentía de vivir así.
–No creo que haya que hacerlo... Aguarda, que tampoco lo he
hecho toda mi vida. Lo que sí me parece es que el contacto con
lo natural nos puede hacer recordar que estamos unidos a todo , y
eso puede despertar un interés por hacer crecer en nosotros el

279
amor y la paz. Pero finalmente nosotros mismos somos la naturale-
za y una vez que lo percibimos lo podemos sentir.
–Sí... Eso sería lo ideal, sin embargo tanto en este pueblo como
en las ciudades en las que he vivido anteriormente la gente des-
precia la naturaleza como si fuese algo que ensucia; o si se rela-
cionan con ella es porque de alguna manera la quieren depredar.
–Sí, eso también es cierto. Aunque te aseguro que cada vez
hay más personas comenzando a recordar. Encontré muchas de
ellas en mi camino y cada una me ha dejado una enseñanza dife-
rente para conocerme a mí mismo.
La realidad es que lo que ocurre en las grandes ciudades y los
pueblos es lo que está haciendo que la Naturaleza desaparezca.
Para mí ella es como el rostro cercano de Dios, no puede haber
nada más evidente que su belleza y perfección para reconocer lo
divino.
Es importante que la gente que vive en zonas urbanizadas no
sólo la sepa cuidar y reconocer sino también saber defenderla de
alguna manera que genere paz. No podemos irnos todos a vivir a
los bosques de un día para el otro porque aún tenemos muy arrai-
gadas las costumbres que destruyen la Madre Tierra. Si observas,
hemos llegado a arrastrar estas malas costumbres hasta en el me-
dio del mar, contaminando sus más profundas aguas.
–Sí, sí, es verdad, así somos los humanos. Pero mira, henos
aquí encontrándonos tú y yo. Como bien decías, cada vez somos
más los que estamos despertando al verdadero amor –en ese mo-
mento viene a mi mente el recuerdo de la mujer danzante y de re-
pente puedo notar algo de ambas reunidas en esta mujer que se

280
está expresando ahora frente a mí. Entonces todos mis argumentos
espirituales se vuelven una silenciosa sonrisa cómplice que no ne-
cesita nada más que estar–.
–¿Tienes donde quedarte esta noche? –me pregunta, dejando
en claro que quisiera encontrarse de otra manera conmigo–.
–Pues así parece... –le respondo, ya asomando mi sonrisa. Hace
mucho que no estoy cerca de una mujer y ella parece ser la mejor
bienvenida que puedo tener–.
–Me alegro mucho de que estés aquí. Estoy segura que te
sentirás muy cómodo en mi casa. Es pequeña, pero entra mucha
luz por las ventanas.
–Gracias por invitarme, será un placer.
Entonces repentinamente de un salto bajó del árbol, tomó mi
mano y me condujo con paso alegre por un bosquecito hasta el jar-
dín de su casa. Este era un espectáculo, estaba repleto de flores,
con un césped muy verde y una cerca de ligustrinas que le daban
total intimidad. No se veían otras personas cerca, ni tampoco casas.
Me percato de que Belah está muy feliz, intuyo que hace mu-
cho no se encontraba con un hombre.
Yo también lo estoy, ella encarna muchos atributos de la Pacha-
mama: es bella, misteriosa, generosa, poderosa y sutil.
Su casa me encanta, parece que hubiera entrado a uno de
esos rincones mágicos por los que vengo transitando.
–Espérame un instante aquí, sin antes cerrar los ojos por favor.
Su propuesta me sorprende y no tengo más que obedecer, así
que los cierro con una sonrisa de oreja a oreja. Luego siento su

281
respiración muy cercana a la mía, su nariz roza la mía, poco a poco
sus labios se van apoyando sobre los míos y allí simplemente se
quedan, transmitiéndome calidez y un gran silencio interior y tam-
bién la certeza de estar frente a la Diosa que vive en toda mujer.
Al despegarse lo hace con la suavidad de un caracol mientras una
tibia caricia recorre mis mejillas.
Luego la escucho subir las escaleras con esos saltitos propios
de su manera de andar, y esto me hace sonreír una vez más. El
solo hecho de permanecer con los ojos cerrados luego del beso
con una bella desconocida se vuelve una experiencia que me man-
tiene en estado de presencia y gratitud.
Ahora vuelve, bajando los escalones con más suavidad que an-
tes. Se para nuevamente frente a mí y mientras se acerca para be-
sarme otra vez, siento sus pechos apoyarse en mi cuerpo. El beso
vuelve a ser de una delicadeza extrema, mientras una de sus ma-
nos toma una de las mías. Lo hace con la misma confianza con la
que me besa, y luego me conduce hacia la escalera. En cada esca-
lón me vuelve a besar de maneras diferentes y acerca flores con
distintos aromas a mi nariz...
Todo transcurre en un silencio cómplice y divertido en el que
nuestros cuerpos se comunican cada vez de manera más íntima y
confortable. Al llegar a la cima me choco con un llamador de ánge-
les y me inunda el aroma de un sahumerio. Escucho el sonido de
una tina llenándose y hacia allí me conduce.
–¿Me das permiso para bañarte?
–Creo que ya te has tomado todos los permisos que podía
ofrecer, así que tomaré esta oferta con alegría y entrega completa.

282
–Celebro mucho que estés acá. Sé que eres un caminante y
veo en tus ojos que te marcharás, así que me he propuesto disfru-
tar cada instante del misterio que eres.
–Pues estoy completamente de acuerdo en todo. Que la Diosa
que vive en ti siga despertando el Dios que vive en mí.
A continuación recibí otro beso. Luego llegamos al cuarto de
baño y el vapor nos envolvió. Me desvistió con la simpleza de las
Madres y así también me bañó. En sus manos me sentí pequeño, y
pude reconocer como sanaban las heridas del pasado. Su cuerpo
desnudo rozaba contra el mío una y otra vez, pero no había lujuria
ni seducción, tan solo una espontaneidad sensual.
Habiéndome envuelto en una bata, me condujo hacia la cama y
una vez allí masajeó mi piel de extremo a extremo con aceites es-
enciales, entonces dejó de ser el arquetipo materno y empecé a
sentí el de la sacerdotisa iniciadora y sensual...
No sé en qué momento me habré dormido... En sueños hicimos
el amor sobre los árboles, ella estaba colgada de unas lianas que
enroscaban su brazos mientras subía y bajaba cantándome, yo sen-
tado sobre una alfombra de suaves líquenes me llenaba y me va-
ciaba de ella una y otra vez, hasta que ambos completamente uni-
dos temblamos de placer, dirigiéndolo conscientemente hacia las
raíces del mundo...
Al despertar el encuentro continuó...

283
Ser el Amor
Me encuentro boca arriba en la cama, desnudo y al
lado de Belah. Mi codo apenas toca el de ella, mientras
ambos miramos hacia arriba. Este contacto me vuelve
consciente de la respiración y el silencio, como así
también de los sonidos que nos rodean.
En una realidad casi paralela, el sol alumbra las ho-
jas del árbol que se asoma por la ventana. Las sombras
proyectadas de estas hojas se posan sobre nuestras
piernas, haciéndonos reconocer como seres de la Natu-
raleza.
Unidos y presentes en este único punto del codo en
el cual nuestras pieles realmente se besan, la respira-
ción se acelera y nuestros cuerpos relacionan lo que
ocurre con recuerdos de intimidad sexual, mas la suti-
leza con que ocurren aquí las cosas en nada se asemeja
a nuestros caminos pasados.
Tomando un rumbo diferente, volvemos sutiles los
automáticos impulsos salvajes, envueltos en un silen-
cio cómplice que nos invita a explorar esta pequeña in-
mensidad.
La respiración se torna cada vez más y más cons-
ciente, mientras Belah exhala yo inhalo, mientras yo
exhalo Belah inhala. Gotas que podrían ser de lluvia,
de mar, de rocío y hasta de sudor surcan nuestra piel.

284
Mientras tanto, en la realidad paralela, las hojitas
alumbradas por el sol siguen bailando en el árbol; el
astro rey se ha desplazado por el cielo y ahora la som-
bra de las hojitas ascendió sobre nuestros cuerpos, de-
jando atrás las piernas para ahora dibujar en nuestros
torsos iluminados.
Con la gracia de una medusa Belah cambia de posi-
ción sobre la cama. Sus rodillas hacen el amor con las
sábanas con la misma delicadeza que una abeja zumba
en las flores del jarrón.
Finalmente, esta bella mujer se arrodilla sobre sus
piernas contemplándome profundamente, permane-
ciendo en una quietud muy sugestiva mientras una
sonrisa embellece aún más su rostro.
Todos los poros de mi piel reciben el cortejo de su
danza, a la que respondo lento y placentero en su di-
rección mientras gozo recorrer cada milímetro. Me
acerco a su rostro, develando la presencia interna de
mi Ser... puedo sentir el espacio inmenso que nos une.
Respiramos juntos ese vacío que permite los movi-
mientos. Nuestros Seres se besan rodilla con rodilla, co-
razón con corazón, mientras una manta de armonía nos
cubre delicadamente. Envueltos en respiraciones que
armonizan con el viento que mueve las hojas, nuestras
miradas se conducen hacia una mariposa que aterriza
sobre las flores del jarrón para beber de su polen.
Apenas unidos por la piel del torso y por unas cari-
cias de los dedos del pie, descubrimos en una rama del

285
árbol una pequeña oruga de colores. Está apoyada to-
talmente sobre sus patas traseras intentando encontrar
otro soporte para el resto de su cuerpo que se mantie-
ne en el aire. Al errar el intento sobre una de las hojas,
la oruga cae graciosamente sobre otra, y eso nos hace
vernos envueltos en una cómplice sonrisa. Nuestros
ojos del alma se contemplan frente a frente penetrando
en los placeres del silencio.
Inmersos en suspiros, nos brindamos un abrazo in-
terminable en el que por primera vez se unen de pies a
cabeza nuestros cuerpos. Conectados por una sen-
sación liviana y placentera sonreímos mutuamente
uno en el hombro del otro. Estamos borrando memo-
rias ancestrales y creando nuevas formas de encontrar-
nos, y así permanecemos abrazados a un profundo
agradecimiento, rendidos uno dentro del otro.
Continuamos vibrando esta placentera unión espiri-
tual donde los brazos se aprietan en la tibieza de la
piel, los pechos se hablan, se besan. Las piernas se
abren y se cierran en amor con el Universo, en danza
con el árbol... cada uno enamorado de lo que siente en
sí mismo y de compartirse con el otro.
Todos los órganos del cuerpo están despiertos y go-
zando, los labios cuentan en el lenguaje de los besos
cuánto se ha cultivado cada uno para lograr esta clase
de encuentro. Luego la quietud comienza a vencer las
propuestas del movimiento, la serenidad gana terreno

286
sobre la ansiedad y la energía encendida se vuelve paz
interior.
Los ojos se van cerrando cada vez más y cada parpa-
deo confirma que no estamos en un sueño sino vivien-
do la más pura realidad.
Durante esta danza que duró milenios en minutos,
el sol recorrió por completo nuestros cuerpos. Colocó
sobre nuestras cabezas una corona hecha de las som-
bras de las hojas, iluminadas al igual que nosotros por
la tibieza mayor; estamos unidos a todo, coronados en
la eternidad.

287
Dormí cien vidas, y al despertar Belah no estaba a mi lado; había
dejado un desayuno preparado con mucho amor y una corona de ho-
jas en el centro de la mesa rodeando el jarrón con su flor. Cerré los
ojos y supe que estaba sobre algún árbol. Su ausencia proponía que
cada uno habite el amor que el otro despertó.
Disfruté de un nuevo baño y luego bajé las escaleras con la misma
delicadeza que las había subido el día anterior. Belah estuvo presente
en cada escalón, inmersa en el perfume de las flores que quedaron re-
gadas por el suelo hasta llegar al jardín.
Salí afuera y el sol me recibió con una luz poderosa, por lo que ca-
miné con los ojos cerrados hacia la salida conectándome con tan bella
mujer. Sonreí por lo armónico que estaba siendo mi regreso a la so-
ciedad.
Al llegar al portón la sentí abrazada a un árbol sonriéndome y así volví
al camino, coronado por la más bella luz, recogiendo besos y caricias en
cada pisada.

288
Estoy atravesando el pequeño pueblo sin detenerme, y puedo
notar que la gente del lugar me mira de arriba abajo. Mis sandalias
están bastante gastadas, el morral es simple, el cabello está creci-
do, al igual que la barba que cubre mi rostro. Sé que mi mirada
está serena, profunda y que las arrugas de la sonrisa son amplias.
Todo esto resulta meramente un vehículo en el cual hoy transito,
mas la realidad me demuestra que a veces la apariencia dice más
de uno que el misterio que realmente hay detrás de ella, siendo
que lo que no se conoce a primera vista siempre conforma algo
generoso y vasto.
Es por ello que devuelvo la mirada a los pueblerinos practican-
do el no juzgarlos, solo veo sus vehículos por fuera y voy saludan-
do con el corazón a los Seres que viven dentro. Sus ojos me ob-
servan, mas ante el saludo me niegan... Puedo reconocer las vibra-
ciones del juicio, escuchar los comentarios de las señoras al pasar
por la plaza donde juegan los niños, escucho las risas burlonas de
los muchachos que devolvieron el saludo. No obstante camino con
respeto, porque todos somos uno más allá de las apariencias.
Mi reverencia es hacia el espíritu de cada uno, el que un día
despertará a la unión que está rebrotando en el mundo y que nada
podrá detener, según he aprendido del camino recorrido.
Salgo del pueblo sonriente y al cerrar por un momento los ojos
percibo una sonrisa muy amplia acompañándome celebrando la vic-
toria de haber pasado la prueba de equilibrio con ecuanimidad, y el
viento me trae besos de aliento. Me siento más preparado que an-
tes para llegar a una ciudad.

289
Ahora transito por una calle de tierra en la que pasan autos y
camiones; algunos pueblerinos me tocan bocina al pasar, entonces
les hago una reverencia mientras los surcos de mi sonrisa se acti-
van mirando hacia adentro. La respiración consciente es mi vehícu-
lo, y los pies un lujo que me permito disfrutar.
Luego de varias horas de caminata, sintiendo cada vez más
amor por la sencillez de los árboles y flores, aparece una nube gris
sobre un valle inmenso. Al borde del camino hay un cartel que dice
“Ciudad Industrial La Matanza”. Mi cuerpo se contrae nervioso, las
manos acarician la barba en un ademán pensativo. No hay cuestio-
namientos acerca del rumbo que debo tomar, tan solo una prepara-
ción, una toma de consciencia, una afinación a la parte del Laberin-
to que está comenzando.
Descubro un árbol cerca que luce una copa baja y cómoda. Me
trepo para meditar sobre él y ni bien cierro los ojos siento mi cora-
zón palpitando alegre, recordando la belleza que descubrí en cada
Ser que encontré en mi camino por el Laberinto: monjes, campesi-
nos, geishas, niños, aventureros, meditadores, magos y musas.
Cada uno de ellos tiene un lugar dentro de mí, es como si todos
convivieran en un gran barrio que está construido en el corazón y
cada uno me revela aspectos de mi propio Ser.
Claro, ahora comprendo la tristeza que me genera cuando la
gente actúa con indiferencia o competencia. Dentro del corazón
de cada uno existe un barrio del tamaño del mundo , y cada vez
que lo recorremos nos encontramos con aspectos nuestros que el
otro nos muestra, pudiendo estar conectados a la armonía de la
naturaleza y el espíritu o por el contrario desconectados de eso y

290
por tanto de nuestra esencia común. Noto también que si ando
distraído me sumo a la frecuencia vibratoria general de inconscien-
cia, mas si estoy atento puedo elegir cómo mirar, cómo percibir lo
que aparece frente a mí sin importar lo que sea.
Las memorias de mi mente, de mis emociones y de mi cuerpo
responden a veces de manera automática, sin embargo creo que el
desafío de este Laberinto se trata justamente de caminarlo cons-
ciente, de contemplar qué me genera cada situación, llevándome el
tiempo que me lleve ordenar el cómo quiero recibirla.
No juzgar ni el malestar ni el bienestar, atesorar su riqueza, ca-
pitalizarla en mi sabio interior que crece con cada paso, y conectar
con el rincón más conveniente del barrio que llevo dentro de mí,
más allá de lo que me proponga el afuera, más allá del aspecto
que muestre. “Buscar el Reino de los Cielos interior, porque el res-
to vendrá por añadidura”.
Si me tiento a creer en el infierno del mundo, éste se vuelve
real y quema los paraísos de mi interior. La meditación me muestra
que las puertas al infierno son muchas, tantas como estímulos para
distraernos hay, y que la puerta al cielo es sólo una y está ubicada
en el interior de cada Ser y al final de un Laberinto.
Hacia allí elijo caminar, respirando el espacio que hay entre el
lugar donde me encuentro y el umbral de la puerta. Puedo sentir el
recorrido que existe para llegar hasta allí, inhalarlo y sentirlo dentro;
puedo vivenciar la paz completa y estable que hay detrás de esta
puerta al Cielo y sinceramente percatarme y reconocer que nunca
ha estado cerrada sino que tan solo soy yo quien se aleja de ella

291
persiguiendo atractivas distracciones que prometen y no cumplen
con la felicidad que ofrecen.
Esta puerta interior es modesta, nada tiene para mostrar; tan
solo ofrece una misteriosa calma, una invitación a quedarse con-
tento con lo que realmente es de uno y prescindir de todo lo de-
más que aunque parece mucho no satisface porque en realidad no
nos pertenece. Todo lo que es prestado hay que devolverlo, no se
puede robar, porque para llegar hasta esa puerta interna hay que ir
soltando peso y estructura ya que el sendero final es tan estrecho
–mas a la vez tan inagotable–como el corazón de un niño.
Tanta sabiduría parece provenir de un ser sabio que vive en mi
interior, que se viene despertando con cada ser sabio que me en-
cuentro. Yo mismo me sorprendo de las cosas que me dice, aun-
que en realidad vengo descubriendo que el amor y la verdad están
guardados en cada uno de nosotros como semillas que si son re-
gadas, crecen.
Esta charla con mi sabiduría interna me ha transmitido una gran
claridad sobre hacia donde estoy caminando, le doy abrazos y be-
sos a las ramas del árbol y siento que llega a más de una mejilla.
Bajo entusiasmado hacia La Matanza, listo para inhalar esa nube
gris y exhalar los arcoíris de mi Ser. Camino con pasos firmes, arru-
gas de sonrisa y la determinación de unir el afuera con el adentro.
A medida que me voy acercando a la ciudad, el lugar para cami-
nar se encoge. La calle de tierra ha pasado a ser de asfalto y pa-
san por ella infinidad de autos y camiones. Noto que muchos de
ellos transportan las cosas que consumimos todos o las materias
primas para poder hacerlas, así que me siento parte de esos ca-

292
miones que sueltan el humo que forma la nube. Viene a mi recuer-
do el joven ayunante y comprendo el porqué de la aparición de los
Seres pránicos en el mundo. Ellos están liberándose de la necesi-
dad básica de comer para vivir y de consumir para creer Ser lo que
uno consume; eso genera una gran ecología para todos...
Sin embargo aquí estamos, en el paraíso de la nube gris. Yo no
soy pránico y la mayoría de los que viven aquí tampoco. Es más, a
medida que ingreso a la ciudad me inundan las propuestas de las
puertas al infierno interno, las miradas seductoras, las miradas dis-
criminantes, los que parecen peligrosos, los olores a comida.
He comido poco y de manera silvestre en este tiempo; lejos
han quedado los panes con manteca con los que me alimentaba mi
abuelo o las elaboradas comidas veganas que preparábamos en
casa. Lo que sí no podría comer es uno de esos chorizos que asan
en las esquinas ni uno de esos pollos inflados de hormonas o las
graciosas salchichas de paquete.
Es más, en realidad mi deseo es de frutas y verduras crudas, de
semillas de varios tipos y quizás de una buena comida vegetariana
acompañada de un pan integral. Puedo notar cómo la ciudad me
propone esas infinitas puertas de las que me hablaba mi Ser sabio,
y aun cuando sean saludables empiezo a desear lo que desde hace
mucho no deseé ni pensé desear ya que mi foco estaba puesto en
otro lado... Hay que disfrutar la unión del adentro con el afuera,
como me dijo el joven pránico, así que intentaré conseguir un
equilibrio...
En la naturaleza los estímulos que se despiertan se dirigen hacia
lo natural, excepto que uno llegue con una sobre estimulación in-

293
terna como la que nos hace tomar todo lo que vemos como si
fuese algo que se puede usar y tirar.
Por suerte descubro un lugarcito muy bello, es una tienda que
vende todo lo que anteriormente nombré. Se llama “El Buda que
ríe”, está ubicada entre bellos árboles y tiene una gran terraza entre
sus copas; creo que comeré un buen almuerzo y me sentará muy
bien.
Me senté en la terraza, donde me han servido como a un rey;
la chica que atiende es muy gentil y lleva colgado uno de esos co-
llares de rezos budistas. Hay una estatua del Buda, gordo y alegre,
situada justo enfrente de mí. Dicha figura inmortaliza el momento
en el que como monje, Buda se flexibilizó y se permitió disfrutar
las cosas simples de la vida con total consciencia . No puede ser
más oportuno para mí.
Intentando saborear lo más posible cada bocado, honro mis ali-
mentos. Las formas, los olores y colores de las frutas me hacen
bien, y hasta aun antes de comerlos me alimento de ellos al pres-
tarle la debida atención.
Luego de un abundante plato de berenjenas asadas con queso
fundido de girasol acompañado por un nirvana de papas y batatas
a la plancha, el cuerpo me pide una tranquila contemplación de so-
bremesa.
Los árboles están repletos de pájaros que se divierten pintando
los autos que estacionan debajo. En eso, veo a un joven trabaja-
dor conmigo sobre la terraza. Antes no había notado su presencia.
Cierro un instante los ojos y al abrirlos puedo intuir con bastante
claridad lo que está viviendo...

294
La verdadera abundancia es compartida
Está sentado cómodamente sobre la añosa enreda-
dera que cuelga de la pared; le gusta usarla de hamaca
cada vez que viene a este lugar; la amplitud de sus ho-
jas y la fortaleza de sus contenedoras ramas son propi-
cias para ello. Es un Pintor, y observa deleitado cómo
el cambio de estación genera también un cambio de
colores en las ropas de la gente. Les sonríe comprensi-
vo desde el invisible Ser. Ha pintado durante todas las
estaciones sin pausa. Hoy es Equinoccio y comienza
una nueva inspiración.
El Pintor nunca ha sido reconocido por nadie como
tal, sin embargo no puede dejar de pintar. Mira los colo-
res de las hojas caídas y lo que hace el Viento con ellas.
De solo contemplarlas puede sentirles la textura en
cada una de sus manos. Escucha el sonido de las que
están secas al estallar bajo los pies de la gente, y con
cada crujido le ocurren mezclas y matices en el corazón.
El mundo se despliega mientras el pintor contrae la
musculatura de los dedos al mirar el gris escarchado
de las nubes del cielo. Mueve su cuello en lentos zig-
zags, deteniendo su vista en las aves migratorias yén-
dose quién sabe adónde. Los diseños de semillas que
se ofrecen en las copas de los árboles le hacen arrugar
los labios... eso le hace cambiar la respiración y puede
notarlo.

295
El Pintor nunca tomó un pincel, mas siente que pue-
de pintarlo todo. Sale a caminar y se deslumbra con las
huellas que quedan impresas después de haber pisado
un charco. Toma visual nota de cómo las suyas se han
mezclado con las de otros, y al sentirlas todas juntas le
suceden cosquillas en la espalda que quisiera pintar.
Cuando anda por las plazas, observa cómo las migas
de pan sembradas por las abuelas dibujan caminos en
las veredas.
Contempla cómo se esfuman las empañaduras que
dejan con sus narices los niños de la calle en las vidrie-
ras de las panaderías.
Se mezclan los colores de las hojas con los colores de
paquetes de galletas y cigarrillos por igual, formando
maravillosos contrastes entre lo natural y lo artificial.
Inspirado por el néctar del presente, hurta alguna
flor al pasar por las florerías, haciendo verdaderos es-
fuerzos por no quedarse oliéndolas todas. Luego des-
pedaza la flor sobre sus manos y el perfume que sale
de sus dedos lo hace reír extasiado. De cuclillas en
donde pueda, desordena los pétalos por el suelo como
pintando una bóveda inmensa.
Antes de atravesar las calles más anchas, las canas
de las abuelas que necesitan ayuda para cruzar lo pier-
den en un viaje infinito por líneas blancas y negras.
El pintor es muy joven, cuenta con diecinueve
años... Acaba de tener una entrevista de trabajo con un
señor mayor que él.

296
–¿Qué experiencias tiene? –le preguntó aquel–.
–Ninguna.
–¿Hobby?
–El básquet.
–¿Habilidad?
–Todavía no lo sé.
Mientras el hombre acostumbrado a ser jefe evalua-
ba las condiciones del Pintor, éste descubría la belleza
de la vida en el movimiento de las arrugas que lo inte-
rrogaban, como así también en los sutiles blancos y ro-
sados de las uñas que golpeteaban nerviosas el escrito-
rio. Luego de una larga explicación que el joven no
creyó, regresó a la calle sin empleo.
Tranquilo, volvió sobre sus pasos hasta llegar aquí
para hamacarse una vez más en la enredadera, luego
siguió trabajando anónimamente en la creación del
Universo.

297
Llevo conmigo unos ahorros que porté todo el camino, aparto lo
suficiente para unos días en la ciudad, pero tengo de más y mu-
chas ganas de compartir. Dejo el dinero de la cuenta en la mesa y
emprendo la retirada, no sin antes pasar al lado de la enredadera
donde aún permanecía el joven. Me detengo unos instantes miran-
do sus ojos en silencio, él sonríe comprendiéndolo todo... Imitando
sus bóvedas de pétalos en el suelo, me agacho y desparramo mis
ahorros. El Pintor se ríe a carcajadas y me abraza llorando por la
alegría de sentirse comprendido; llora por el descanso que significa
descubrir que uno no está solo pintando el mundo nuevo. Y así me
marcho, sintiendo la fiesta que hay en las esquinas del barrio del
corazón.

298
Viajo en un colectivo hacia un barrio periférico de la ciudad.
Dicen que allí vive mucha gente que hace Yoga y Reiki, herra-
mientas que reúnen a gente que está despertándose en diversos
aspectos y en otros como todos, distrayéndose. Observo que tan-
to el Yoga como el Reiki son llaves orientales que están abriendo
caminos espirituales en muchas personas de occidente. Hace muy
poco tiempo, la simple idea de que alguien emitiera con sus manos
un fuego capaz de armonizar y hasta curar a una persona estaba
reservada para aquellos místicos raros, y no obstante hoy en día la
gente común está integrando estas disciplinas de manera natural.
Ahora se hace Reiki en hospitales, se enseña Yoga a embarazadas
y niños, y como si esto fuera poco cada vez más personas se inte-
resan por la alimentación saludable.
Aun así he descubierto que los que nos interesamos por estas
cosas solemos reunirnos en algunos lugares específicos del planeta
ya que estos sitios ofrecen ciertas facilidades para hacerlo. Parece
ser que el lugar donde me dirijo es uno de ellos.
Al llegar al barrio me entero que se celebró una fiesta durante
dos días seguidos por la celebración de varias cosas simultáneas,
algo así como el día de la Pachamama y el aniversario del barrio.
Se festejó con grupos de folklore regional, circulo de hombres y
mujeres, un temazcal y danzas circulares que hacían bailar en gran-
des rondas a toda la gente.
Está cayendo la tarde y no anda un alma por el barrio. Alquilo
una habitación en una posada y luego de un baño me acuesto a
descansar. A la mañana siguiente despierto muy temprano, antes
de la salida del Sol.

299
Me despido del posadero y salgo a caminar por el barrio, ob-
servando que la gente está construyendo con barro casas de lujo,
térmicas y autosustentables en varios aspectos, con tratamientos
de purificación de las aguas que usan, recolección y almacenamien-
to de agua de lluvias en los techos, baños ecológicos, cocinas y
duchas solares etc. Las formas de las casas imitan mucho las geo-
metrías de la naturaleza, y es un verdadero banquete para los ojos
descubrir cuantas maneras diferentes de construcción puede haber
en el mundo, tantas como materiales haya cerca.
Al llegar a una quebrada por la que corre un pequeño arroyo
encuentro una mujer meditando; me siento a bastante distancia con
la intención de acompañarla sin invadir. Se ve que igualmente esta-
ba muy atenta pues me ha sentido llegar. Gira su cabeza, me hace
una reverencia y vuelve a meditar.
Luego de haber permanecido ambos un buen rato en silencio y
quietud, me pregunta de la nada qué llevo en el morral. Al no tener
ganas de explicar algo tan íntimo sólo me limito a responderle que
llevo cosas útiles para caminar liviano. Ella entonces saca un cua-
derno y me interroga si llevo más cosas en algún otro lugar...
–¿A qué se deben tus preguntas? –respondo conservando la
postura de meditación–.
–A que estudié Antropología, y estoy haciendo una tesis acerca
de las personas que no necesitan demasiadas cosas. Tú tienes
toda la pinta de ser uno de esos tipos, ¿verdad?
–Pues no sé si pertenezco al grupo que nombras, pero en este
momento de mi vida tengo bastante poco material.
–¡Ves! No me equivoqué. ¡Aparecen como moscas!
–¡Epa! ¿Es un halago?

300
–Todo es parte de la Madre Tierra. Si no fuera por las moscas, toda
la podredumbre que dejamos no se volvería tierra tan rápido. Ellas son
impecablemente limpias con sus cuerpos, mucho más que nosotros.
–Bueno muchas gracias entonces; si quieres puedes llamarme “el
moscardón meditador” –ella soltó una carcajada hermosa, con una
espontaneidad sin límites. Se puede ver que es alguien muy natural–.
–Bueno. ¿Entonces qué cosas tienes?
–¿Es una invitación a ser parte de un interrogatorio?
–¡Es una invitación a ser parte de mi tesis! ¿O es que finalmen-
te tienes mucho que esconder? –esta vez ella me ha hecho reír.
No tiene ningún tipo de filtro y atropella como un búfalo en pos
de lo que quiere–.
–Pues mira, es más lo que tengo para descubrir que lo que ten-
go para esconder. Así que mejor empiezo a decírtelo todo antes
que me estrujes como un trapo –se vuelve a reír. Hace bastante
no me encontraba con alguien que tenga el don de reír y de gene-
rar risa tan fácilmente. Empezamos una charla acerca del tener y el
no tener, del guardar y el compartir–
–¿Y qué conclusiones estás sacando con tu tesis?
–Pues por ahora lo que puedo notar es que todos tenemos
etapas en las que necesitamos soltar las hojas y los pelos, así
como lo hacen los animales; atravesar etapas de renovación en las
cuales nuestra materia debe seguir su curso para nutrir el suelo
donde todos crecemos. Si no lo hacemos, una parte nuestra se
vuelve demasiado pesada, no logra desarrollar su verdadera abun-
dancia proveniente de la confianza.
Cuidado, no es que hay que vivir cómo un árbol, sin nada, pues
no somos árboles. Solo que toda la naturaleza nos muestra ciclos

301
en los cuales vivimos inmersos. Hasta los árboles que no pierden
sus hojas en todo el año sueltan muchas al llegar el otoño.
Lo que veo es que es un verdadero desafío para las personas
tener una imagen propia, personal, sin cosas que le reflejen una
identidad. He conocido gente de la calle que todo lo que posee
entra en un carro de supermercado, pero con un sentido de la po-
sesión más grande que el mayor de los avaros.
–Me gusta esto que exploras; yo no camino con muchas cosas
por una cuestión de andar liviano, mas es verdad, me identifico bas-
tante con las pocas cosas que porto.
Llevo mi morral, que es una herramienta poderosa en la que pue-
do cargar mis otras cosas y también juntar otras como frutos, semi-
llas, leña...
En él porto elementos con los que armo un altar de vez en
cuando, cosas que me fueron llegando en momentos especiales y
que representan la presencia de lo sagrado. También un pequeño
cáliz que me sirve de cuenco para beber, moler, trasvasar, de espe-
jo, de sahumador y de recordatorio para apreciar el vacío que per-
mite ser llenado. También llevo una tela de aguayo, la uso de pon-
cho, de manta, de toalla, de mantel, de paño para el altar, de pa-
ñuelo para hacerme sombra y de herramienta para juntar cosas.
También me sirve para cargar otros elementos si lo necesito y de
adorno, pues viste cualquier lugar con sus bellos colores. Llevo un
cuchillo que a veces siento que lo uso como si fuese una espada
para cortar la mentira. Otras veces lo uso para abrirme caminos ce-
rrados, otras como utensilio de cocina o herramienta. Llevo una
lupa para encender el fuego y para jugar a mirar las cosas peque-
ñas. Llevo una pequeña botella de agua que además me sirve de

302
palo de amasar. Llevo este cuaderno que al igual que tú lo uso de
diario, de amigo, de testamento, de escenario, de herramienta crea-
tiva, de papel, de agenda, y hasta de almohada envuelto en el
aguayo. Por último llevo este sobre de tela en el que porto dinero
y documentos y este amuleto para la prosperidad.
–Bueno, ¿terminaste?
–Sí, eso es lo que llevo en mi morral, lo demás tendrás que
descubrirlo por ti misma.
–Pensé que no terminarías más –su ironía es perfecta, tiene el
poder de hacerme confrontar con mi ego, que a veces se siente
importante por vivir con tan poco–.
–¿Estás listo para soltar aún más? –me hace reír de verdad...
Ha estado anotando todo en su diario como si realmente estuviera
haciendo una radiografía de mí Ser de acuerdo a lo que respondo
y cómo lo hago–.
–¿Por qué lo preguntas?
–Pues ya te dije que estoy haciendo mi tesis. ¿O estás sordo? –su
sonrisa es cómplice y amiga, una verdadera hermana del camino. Me
muestra su don de la transparencia y lo que viene a raíz de ella–.
–Puede ser que esté listo para soltar más; en realidad depende
de cómo siga mi camino... Si decido quedarme en una ciudad, tal
vez no necesite ciertas cosas y precise otras.
–¿Entonces no estás listo para soltar absolutamente todo? –
esta vez su rostro ha cambiado, deja de ser la que se hace la chis-
tosa confrontando y me mira profunda y concentrada. Empiezo a
notar en sus ojos la sabiduría de una anciana–.

303
–Puede ser, si el camino así me lo indica. Estoy en un momento
donde busco despertar mi Ser, y las señales me indican cómo ha-
cerlo. ¿Tienes alguna propuesta?
–Sí. A todos los que interrogo les propongo el juego de soltar
un poco más, e inclusive soltar el miedo a tener cosas que nos
aten a este mundo. Nada mejor que experimentar la no pertenen-
cia total; puedo ser tu guía en este viaje si quieres.
–Ok, pero déjame hacerte una pregunta antes. ¿Qué cosas tie-
nes tú, además de tu cuaderno y esas ropas?
–Tengo mi tesis, y mucho más por descubrir que custodiar.
–¿Sólo tienes eso?
–Sí.
–Está bien, veo que he encontrado una buena Maestra.
–Por ahora Aprendiz, seré Maestra al terminar mi Tesis.
–Bueno, con Aprendiz de Maestra me basta. ¿Qué hacemos
entonces?
–Esta noche la pasaremos aquí, en la quebrada. Es uno de los
pocos lugares de esta ciudad donde se puede hacer fuego sin
problemas ya que mucha gente del barrio cocina a leña. Recogere-
mos esas ortigas del costado del arroyo, ellas tienen mucho hierro
y clorofila. Encontré una lata grande afuera de la pizzería, en ella
podremos hacer una sopa de ortigas. Juntaremos un poco de dien-
te de león, berro y redondita del agua para la ensalada; esos trébo-
les condimentarán muy bien con su sabor alimonado. Recogeremos
de esas flores de marcela para tomar un té. Luego dividiremos el
fuego en dos, le pondremos a cada uno unos buenos leños y dor-
miremos entre ellos y las estrellas. ¿Qué te parece?

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–Pues no sé quién tiene que aprobar la parte práctica de tu te-
sis, si fuera por mí ya eres una Maestra.
–¡Tú no tienes que aprobarme nada! Hoy eres de nuevo apren-
diz de aprendiz.
–Está bien, lo que tú digas –vuelvo a ser impactado por la Dio-
sa que vive en cada mujer. Caigo en la cuenta de que cada una de
ellas expresa cosas tan diferentes de la misma Divinidad... No creo
poder descubrirlas a todas, mas ellas realmente despiertan en mí el
entusiasmo por conocer innumerables aspectos femeninos y mas-
culinos de mí Ser. La arrolladora antropóloga de veintitantos está
sacudiendo mi morral interior dejándome con nada–.
Al cabo de unas silenciosas y agradables horas vamos reuniendo
lo acordado más algunas otras cosas que aparecen de improvisto. El
barrio tiene varias casas con chimeneas humeantes; se escuchan ni-
ños jugar, instrumentos de viento y algún tambor de vez en cuando.
Para el atardecer tenemos todo lo necesario. Ella se ha silencia-
do mucho y puedo ver que cuando no habla habita esa abuela sa-
bia que puede vivir de su propia experiencia. Lleva unas botas que
son buenas para partir leña y pisar charcos sin mojarse, unos pan-
talones ajustados de una tela fuerte al roce de las ramas y una fal-
da sobre ellos. Estoy seguro que al tener estas dos prendas le per-
mite lavar una y usar la otra mientras se le seca la mojada. Arriba
lleva puestas también dos camisetas de cuellos diferentes, una de
manga corta y una de manga larga, y una campera antigua, tipo ga-
mulan, fresca al estar abierta y abrigada si se cierra.
No hay rastros de que haya campamento cerca así que supongo
que improvisa cada día de su actual vida. Estoy seguro que la gente

305
del barrio la conoce, es imposible que pase desapercibida, se debe
llevar muy bien con todos ya que tiene un carácter muy alegre.
–Oye, ¿por qué no empiezas soltando el detective? Ya has
aprendido bastante de escudriñar a las personas, ¿verdad? Permíte-
te relajarte más, tan sólo ser...
–Ahora sí que me has desmantelado... No había notado que el
tamaño de mi curiosidad pudiera ser un apego más.
–Hay muchas cosas más que llevas contigo aparte de las que car-
gas en tu morral. Todo esto será una ceremonia para que realmente
puedas soltar el cuerpo con el que has llegado hasta aquí, ya que por
lo que veo tienes una misión importante que cumplir y ella requiere
principalmente de tu estado de conexión más que de tus conclusiones
personales acerca de cómo funciona todo. ¿Comprendes?
–Totalmente, Aprendiz de Maestra. Has cacheteado un aspecto de
mi personalidad que estaba tan adherido a mí que creía ser yo mismo.
–También puedes ir soltando el filósofo –me dice mientras arma
el fuego con el cuidado de una sacerdotisa–. Tener palabras inteli-
gentes para todo es un vicio que no te puedes dar el lujo de te-
ner; tu misión tiene que ver con usar la palabra primero como me-
dicina y luego como flecha que señala los caminos de la libertad,
mas si te apegas a ellas serás como un arquero que por ser bueno
en su puntería le lanza a todo lo que sabe que le puede acertar.
¿Te das cuenta lo que te estoy diciendo?
–Sí.
–Eso, permítete confiar en el poder que puedes emanar con un
simple “sí” bien despejado, en vez de tener que confirmarte a ti y
al otro lo poderoso que eres mediante el uso de la palabra.

306
–Gracias.
–Ya cállate que no puedo escuchar con claridad el rechinar del
fuego y las conversaciones de los grillos.
Después de un profundo silencio hicimos todo lo que me había
dicho que haríamos: la sopa de ortigas y la ensalada estaban deli-
ciosas, el té de marcela también.
Luego ella se dispuso a dividir los fuegos y desplegó unos car-
tones que encontró por algún lugar, agregamos buena madera y el
calor aumentó placenteramente. Sus indicaciones me dejaron en un
silencio interior sin conclusiones...
Sólo dos almas entre dos fuegos durmiendo bajo las estrellas.
Nada de romanticismo de los cuerpos, nada de socializar; solamen-
te comer y dormir calentitos, sin nada más que los cartones, mi tela
de aguayo con la que me cubrí –que me parecía un lujo–, y las co-
sas que llevaba en el morral, que ya las empezaba a sentir con el
tamaño de una mudanza.
Me despertó siendo aún de noche metiéndose bajo el aguayo.
En ese momento sentí que su flexibilidad me hablaba de su des-
apego, ya que podría haber dormido sin nada sólo para demostrar-
me que podía hacerlo, pero aquí estaba, acurrucada entre mis bra-
zos y dejándose abrazar.
Siento todo mi cuerpo encendido por los recuerdos bellos que
dejaron las mujeres en mí Ser, puedo percibir también su piel ardien-
do, mas no creo que se me permita expresarlo, sería demasiado...
–Puedes hacer lo que quieras sexualmente, me gustas mucho –
se expresa con la misma naturalidad de siempre, mas no obstante
su cuerpo está nervioso, cerrado.

307
Su entrega despierta mi corazón, me suaviza. La abrazo fuerte y
la contengo. Los minutos transcurren y noto cómo todo su Ser se
relaja al notar que no hay ansiedad ni pretensión en el mío. Al
cabo de unos instantes más, la encuentro completamente distendi-
da y disfrutando realmente de estar entregada a mis brazos que la
contienen sin buscar nada.

Entonces empiezo a escuchar sus sollozos; al principio intenta


detenerlos pero al ver que puede llorar libremente se deja fluir y lo
hace. Cierro los ojos y puedo sentir lo exigente que está siendo
consigo misma para demostrarse que puede vivir sus ideales, mas
recuerdo al instante el mensaje que me dio sobre el investigar a las
personas, entonces tomo el camino de... tan sólo ser..., simplemen-
te estar aquí..., abrazándola.
Luego de unos quince minutos de llanto verdadero y profundo se
serena poco a poco. Se duerme como una niña en los brazos de su
Padre, y disfruto poder serlo; me sienta bien la paternidad, despierta
otros lugares de mi hombre, es otra forma de amar y compartir.

308
Mientras ella descansa, yo medito profundamente. Respiro una
y otra vez bajo la constelación de Escorpio que luce radiante en el
cielo. Los fuegos se mantienen muy bien, pues la madera que los
hacer arder es realmente buena.
No nos hemos movido de posición desde que estamos abraza-
dos; ella abre sus ojos sin moverse... está explorando lo que pro-
duce nuestro encuentro, lo puedo notar. Mientras se acomoda so-
bre mi pecho, la siento más pequeña que nunca. En poco tiempo
conocí en ella cuatro arquetipos importantes de la mujer: la niña, la
joven guerrera, la mujer sacerdotisa y la abuela sabia. Acaricio sus
cabellos, el silencio a nuestro alrededor continúa creciendo.
Los cuerpos están entrelazados, mirando el entorno desde dis-
tintas perspectivas. Estamos rodeados de árboles, humo, plantas,
piedras y flores nocturnas, nos sostiene una quebrada que se le-
vanta como si fuese la falda de una mujer Montaña que contiene a
muchas familias durmiendo en su vientre.
Luego, se libera unos instantes del abrazo y al ver que no hace
frío une los fuegos y arroja a las brasas unas resinas de copal, el
humo perfumado nos abraza. Deja impregnar su cuerpo por él,
cómo dándose un baño con el humo, y me indica que haga lo mis-
mo. Luego prepara un té de marcela y lo bebemos en silencio,
como dos viejos amigos. Luego se acuesta nuevamente a mi lado y
duerme una vez más como si nada.
Permanezco desvelado hablando con el Fuego que me habla de
transformaciones, hasta que la luz del Sol apenas resplandece en las
nubes comenzando a colorearlas. El barrio está quieto, es domingo. Re-
pentinamente entro en un estado de consciencia más profundo y todo
toma un brillo especial; sé con absoluta claridad lo que debo hacer...

309
Siempre estamos recibiendo
Miro cada una de mis cosas desplegadas en el suelo
y reconozco lo que creo que dicen de mí. Ellas hablan
de alguien que quiere ser desapegado de la materia,
que necesita de los extremos para tener claro qué es lo
que está eligiendo. Hablan de alguien que pretende
que todo sea de carácter sagrado y en lo posible natu-
ral, de alguien que pretende arreglárselas con lo que
hay. También de aspectos que creen que el hecho de te-
ner cosas significa cargar con algo pesado, como si in-
conscientemente quisiera negar lo más posible la reali-
dad material.
Observo cómo el cuchillo me conecta con mi ser
guerrero, la lupa con el niño y la curiosidad, el aguayo
con mi aspecto femenino, el cáliz con el hombre de
magia, el cuaderno con el artista, la botellita antigua
con el ecologista que cuida de la naturaleza, el morral
con el hippie chic, las sandalias me muestran al aven-
turero y renunciante... y todo en su conjunto a alguien
que no sabe quién es, sino que se está buscando.
Con el mismo cuidado con el que movería piezas ar-
queológicas comienzo a recoger mis cosas. Lo hago en
cámara lenta, acariciando sus texturas, reconociendo
sus formas, repasando los momentos vividos con ellas.
Puedo comprender cuánto cariño me despiertan, y es-

310
cucho indiferente las dudas que me hablan de cómo
podría seguir adelante sin ellas.
Mientras lleno el morral nuevamente, algo en mí
esta vez se vacía. Puedo sentir cómo mi cuerpo se aco-
moda al peso de la tira cruzada que abraza mi torso, y
listo para salir a regalarlo todo comienzo la aventura
de andar sin mirar atrás.
Es temprano, muy temprano. Hay una sutil niebla
elevándose, empiezan tímidos a cantar los primeros pá-
jaros, como respetando el sueño de los que aún duer-
men, mas iniciando una fiesta del día que comienza.
El resplandor aumenta y el fresco del amanecer me
despabila, me saluda, me alumbra. Camino hasta un
árbol mientras las palomas murmuran sus mantras
mirándome. Un perro se me acerca y al acariciarlo me
da la pata. El árbol deja caer pequeñas florecitas perfu-
madas sobre mi cuerpo, el aire hace bailar hojitas que
cascabelean...
Camino con mi bolsa hasta el río, ya empieza a no-
tarse su color dorado. Los hijos de la mujer Montaña
parecen despertarse y se los escucha conversar. Apare-
cen las primeras mariposas en las flores, y en el cielo
unas nubes rosadas tienen el aspecto de algodón de
azúcar, prometen una serena lluvia.
Mojo la punta de los dedos en el agua, y el río me
invita a sumergirme en su calidez. Suelto el morral y
escucho a mis cosas acomodarse dentro al tocar el
piso, como ronroneando secretos que saben que acon-

311
tecerán. Me entrego al río, nadando boca arriba com-
pletamente desnudo y moviendo lo mínimo posible el
cuerpo, tomo mis pies por detrás y dejando las rodillas
dobladas floto a la deriva.
Con mis oídos dentro del agua el silencio es inmen-
so, la respiración hace subir y bajar el agua que se acu-
mula sobre mi barriga, mientras suena dentro de mí
un mar que me aquieta. Aves vuelan en V en la cima
del cielo, el sol continua su ascenso y veo que el perro
al que acaricié me espera en la orilla junto al morral.
Me dispongo a salir del agua deslizándome como si
estuviese flotando en leche tibia. En otras ocasiones
usaría el aguayo de salida de baño, mas esta vez per-
manezco desnudo en cuclillas bajo los primeros rayos
del sol. Diviso la totalidad teniendo de compañía el
canto de las ranas y langostas, mientras el perro me
mira amigable con su cabeza torcida.
Me visto, me cuelgo el morral y vuelvo a sentir los
soniditos de mis cosas. Al proceder a ponerme las san-
dalias, me detienen, las oigo a casi todas ellas decirme
que no; les hago caso y las dejo en la orilla... Hemos
caminado tanto juntos, las he reparado tantas veces
que están más fuertes y elegantes que nunca. Alguien
que disfrute del caminar las encontrará... Siento como
si mi cuerpo tuviera una pluma menos.
Regreso sintiendo las caricias del pasto. He salido a rega-
lar mas no he parado de recibir, es imposible dejar de ha-
cerlo, todo este planeta se brinda de manera permanente.

312
Camino hasta la plaza del barrio, abro el morral, me
envuelvo en el aguayo que tanto conoce a mi cuerpo...
Me ha cuidado del frío y el viento, cuanta leña hemos
juntado, tantas ceremonias vistiendo el altar... Lo deja-
ré aquí, en este árbol, para que traiga bendiciones al
que lo descubra.
Continúo caminando hasta el vertedero de agua.
Bebo de su diminuto chorrito, saco mi botellita de vi-
drio mientras observo su estilo antiguo y redondea-
do... Recuerdo tantas veces conservando gotitas pre-
ciadas en ella, amasando chapatis para cocinar a las
brasas... Ojalá que alguien aprecie su sencillez.
Aparece frente a mí un cantero de caléndulas. Ca-
mino hacia ellas contemplando su gama de amarillos y
naranjas, tomo mi cáliz y lo acomodo entre sus tallos;
sólo el que las contemple de cerca lo encontrará. Lo
veo brillar como un sol debajo de las hojas verdes.
Ahora descubro un pequeño paraíso de musgos y lí-
quenes al pie de un tronco seco; aquí dejaré la lupa
con la que encendí tantos fuegos y contemplé mil ma-
ravillas... ¡Guau! ¡Cuán bellos son estos paisajes minia-
tura! Estoy seguro que será un niño el que la encuen-
tre, deseo que se interese por develar las pequeñas be-
llezas del Universo...
Ahora, recorriendo los senderos de la plaza como si
fuese un niño pequeño en un Laberinto, descubro la
manguera del placero; le dejaré a él mi cuchillo, segu-
ro le servirá.

313
Ahora el hoyo de este árbol abuelo me invita a colo-
car sobre su cuerpo el sobre con el dinero que me que-
da y el amuleto de prosperidad. Aquí no correrá ries-
gos de mojarse y lo encontrará aquel que aprecie la
abundancia que ofrecen los árboles. A mis documentos
los enterraré bajo sus raíces para que se me permita li-
berarme de mis falsas identidades una vez más... Re-
naceré completamente renovado.
Al morral voy a rellenarlo con estas hojas coloridas,
también pondré estos cuarzos y este tronquito tan lin-
do, lo dejaré aquí en el banco para que aquel que se
siente se intrigue por su contenido... ¡Hasta siempre
querido morral! Te extrañaré sobre mis hombros, per-
mítele a quien te encuentre llenarse de lo esencial.
Ahora sólo me queda este cuaderno... Lo dejaré en la
punta de ese cerrito donde únicamente podrá encon-
trarlo un buscador.
Todas las historias de mi camino están impresas en
estas hojas amarillentas. Mientras voy hacia la cima re-
conozco que de todas mis cosas, es el que más apego
me genera, siendo que paradójicamente no es algo tan
material, sino meramente un álbum de recuerdos, la
expresión de mi arte, y mis sueños de servir compar-
tiendo lo que veo con otras personas. Lo dejaré aquí,
en las alturas de la ciudad...
“El que te encuentre seguramente empezará a leerte
aquí mismo, y quizás descubra que todo se puede ob-
servar desde otro lugar. Te pido que le ofrezcas res-

314
puestas a sus preguntas, que lo diviertas con tus aven-
turas y que lo alientes a caminar hacia su Ser interior”.
Bajo del cerrito mientras escucho a la gente desper-
tar, las voces de los niños, los primeros autos, y hasta a
alguien tocando una flauta dulce. Es un barrio tran-
quilo para estar inmerso en una ciudad.
El fuego continúa encendido. Cierro los ojos un ins-
tante y pienso en mis cosas ubicadas en los lugares
que las dejé... Ellas han sido mis únicas compañeras en
más de una oportunidad. Concentrado en mi respira-
ción las acaricio y despido, las libero y me libero de la
energía personal que puse en ellas. Ahora son de na-
die, son del mundo, son del cosmos. Me doy cuenta
que lucen como verdaderos tesoros allí donde están,
lucen más bellas y libres que antes; quizás eso dicen
ahora ellas de mí, ya que me siento más bello y libre...
Me respiro largo y profundo y me dispongo a reto-
mar una vez más el camino incierto... Voy liviano... tan
liviano, que no sé ni quien soy.

315
Volteo para despedirme de la antropóloga mientras el humo de
su hoguera busca las alturas. Entonces me doy cuenta que mi que-
rida amiga me ha seguido todo el tiempo...
Ahora ella se sumerge en los bosques para continuar con su te-
sis y entre las ramas de un arbusto me saluda sonriente y delicada,
dejando asomar a su gran Maestra.
Contemplando mis pies descalzos emprendo el camino fértil. No
tengo nada, me siento lleno de todo.

316
Me dirijo alegremente a mi ciudad natal; no tengo dinero, ni co-
sas, ni zapatos. Camino por la banquina desde hace días comiendo
las plantitas del camino, bebiendo el rocío de las hojas y el agua
de los arroyos. Las noches son cálidas y cuando refresca me abrigo
en la respiración, lleno mi cara de calor e imito un ritmo respiratorio
lento y jadeante, suelto el cuerpo como si cada una de sus partes
no quisiera tocarse con la otra y al cabo de un rato mi temperatura
corporal aumenta casi hasta el sudor. Lo mismo hago cuando quie-
ro sentirme más fresco, imito la respiración del frío, entrecortada y
con el cuerpo tenso, y en poco tiempo lo consigo.
Cada auto que pasa, cada camión, me conecta con el amor por
la Madre Tierra. Mis pies la aman tanto que no sé si volveré a cal-
zarme alguna vez.
Puedo sentir en cada persona que va al volante una parte de mi
Ser buscándose. Ya no veo las miradas perdidas, ni el humo de los
escapes, sólo veo un rastro brillante de amor, un camino incierto en
cada tripulante de su nave y una línea blanca entrecortada guiándo-
los. También veo cómo las señales de tránsito cumplen la misma
función que las señales sutiles que aparecen en la vida: están ahí
para facilitarnos el viaje hacia dónde queremos ir, tanto unas como
otras pueden ser ignoradas o elegidas y esto determina mucho lo
que nos ocurre en el camino.
Durante este trecho vengo cantando bastante, volver al lugar
donde uno nació es estimulante. Las vacas me miran silenciosa-
mente y luego de saciar su curiosidad vuelven a pastar. Al caminar
por planicies me han atacado a picotazos los teros más de una vez
creyendo que robaría sus huevos; me divierto tanto cuando lo ha-

317
cen que yo mismo busco irritarlos para luego escapar corriendo
como cuando era niño.
Mientras vago por estas banquinas recuerdo a mi abuela, que
nos llevaba a todos los primos a caminar por el campo contándonos
leyendas de los pájaros y ríos... noto lo feliz que fui junto a ella.
Veo pasar bellas mujeres al volante y recuerdo los tantos mo-
mentos en los que me dediqué a investigarlas... me han aportado
tanta belleza y amor. A veces veo en sus miradas la exigencia que
les impone el mundo, llevar los pantalones bien puestos y demos-
trar que la mujer tiene poder... Quisiera susurrarles que sí lo tienen,
y que no se dejen corromper, que su poder está en ser sensibles y
receptivas conscientemente.
Aun así me despiertan sonrisas, son tan poderosas que lo están
demostrando en todos los ámbitos, y eso se ve... la cantidad de mu-
jeres que está liberándose de las cargas sociales es inmensa. De vez
en cuando pasa una de ellas... se la ve libre, relajada, poderosa.
Cuando pasan los móviles policiales o los gendarmes por algu-
na razón no me ven. Seguramente un barbudo en patas caminando
por la nada sería un asunto del cual ocuparse, pero cada vez que
aparecen o me alejé de la ruta o me subí a algún árbol a descan-
sar, sé que ellos no miran mucho los árboles. Una vez alguien me
dijo que imaginara a un policía sin su ropa y entonces entendí, to-
dos somos iguales más allá de las apariencias. Desde entonces esa
imagen se me viene a la cabeza cuando veo alguno, y resulta bas-
tante divertido verlos pasar. Algunos musculosos, otros gorditos...
todos desnudos poniendo caras de malos en coches de películas.

318
Me crucé en dos oportunidades con jinetes del campo. Lleva-
ban su sombrero, el pañuelo en el cuello, las botas lustradas y una
cumbia sonaba en el celular. Me miraron raro mas me respetaron,
hasta uno de ellos me invitó a tomar un mate con él. También me
convidó un tabaco y después de muchos años fumé de nuevo. No
me hizo ni una pregunta, y me regaló una manzana que aprecié
muchísimo. A veces viene muy bien la ausencia de algo para valo-
rarlo, y en este camino tuve mucho que valorar.
Ahora ya estoy muy cerca de llegar, ya puedo ver la ciudad.
La banquina se ha llenado de flores, las hay de todos los colo-
res y tamaños, no puedo parar de juntarlas, he armado un gran
ramo. Cada una me muestra que por sí misma es bella, cada pétalo
lo es, pero en conjunto sucede algo más: pétalos formando una
flor, flores formando un ramo... Me pregunto cómo seremos mu-
chos humanos conscientes juntos... Estoy seguro que debemos
emanar lo que emana un ramo de flores.
Un señor en camioneta se ha detenido por su cuenta y me
hace señas que puedo subir atrás. Al subir me saluda con un grito
por la ventanilla que me recuerda las historias de ruta que me con-
taba mi abuelo. Mientras las flores del ramo empiezan a bailar con
el viento, viene a mí una anécdota en la que se salvó de unos la-
drones de camiones. Estaba manejando su camión en la ruta cuan-
do unos ladrones le hicieron parar la marcha a mano armada. Su-
bieron al vehículo con él y emprendieron por un camino abandona-
do. Pasados unos minutos, uno de ellos que lo venía mirando fijo
lo apartó de los demás y le dijo...

319
“Don Carlos, usted una vez me levantó caminando en patas por
la ruta después de grandes desgracias, me llevó a comer, me com-
pró ropa y calzado y me dio dinero. Usted me permitió volver a
empezar mi vida. Ahora le voy a pedir que se quede acá unas ho-
ras mientras terminamos de trabajar, es todo lo que puedo hacer
por usted”. Seguramente mi abuelo le respondió: “Cuídate m’ijo, no
hagas macanas. ¡Que Dios te bendiga!”
Estamos llegando al centro. Desde la parte trasera de la camioneta
empiezo a ver caras conocidas, mas dudo que ellos me reconozcan;
me fui hace años intentando ser alguien a través de los negocios y el
dinero, las chicas y el humor con los amigos, luciendo ropas de moda
y gafas de sol. Ahora vuelvo bastante diferente por fuera, mas sobre
todo por dentro; he cambiado tanto... Aunque hay algo que tienen en
común el que se fue y el que volvió. Puedo sentirlo pero no describir-
lo, algo que tiene que ver con el amor por la vida, mi esencia.
El señor detiene su vehículo en una parrilla con mesas a la calle y
me invita a comer un asado. Consigo que comprenda que no quiero
comer carne, pero las dos porciones de papa frita lo ponen conten-
to. Finalmente me deja en un hotel con dos noches pagas y un
montón de dinero en un sobre para afeitarme, vestirme y comer. Me
contó que un día alguien había hecho algo así por él, y entonces no
pude evitar preguntarme si habrá sido el ladrón de camiones... Esta
idea me hizo sonreír. ¡Cuántas vueltas en espiral que da la vida!
Conseguí que las flores se mantuvieran en agua desde que llegamos al
restorán, ahora lucen bellísimas en el jarrón de la mesita de luz del cuarto.
Luego de dormir como un príncipe en un hotel al que nunca ha-
bía entrado siendo que me he criado en esta ciudad, me regalo

320
una ducha de horas, sintiendo cómo el agua se lleva todo lo que
uno carga cuando estamos conscientes de su poder. Mis dedos
del pie después de un rato de piedra pómez lucen rosados otra
vez; mi rostro en el espejo me muestra una mirada clara, una barba
tupida con claritos hechos por el sol. El cabello ha crecido bastan-
te y me toca los hombros. Las arrugas que de a poco se fueron
calando en la piel luego de sonrisas, esbozan una nueva. Los dien-
tes quedan blancos y perfumados. Las ropas y sandalias nuevas ha-
cen desaparecer el aspecto que me acompañó hasta aquí. Decido
conservar mi barba, me parezco bastante al joven que aquella vez
se fue. Es bonito dejarse de mirar un tiempo en el espejo y sentir
quién es uno sin que haya una imagen que lo diga.
Las flores están radiantes. Me siento un hombre nuevo en tan-
tas cosas...
El Laberinto es difícil, sin embargo todos debemos intentar re-
solverlo, todos vivimos en un Laberinto. No creo haber encontrado
la salida, pero la paz que siento es tan grande que me derrumba
de éxtasis en la cama. Aquí, acostado boca arriba, tomo las flores.
El ramo me acompaña con ambas manos sobre el corazón; mi son-
risa se expande... Todas las personas de mi vida empiezan a pasar
por el recuerdo.
Afuera debe ser hora de siesta porque hay mucho silencio, se
oye nada más que el canto de las chicharras y los pájaros.
Mi respiración entra y sale como olas que mecen el ramo, mi cuer-
po está relajado y lleno de energía. Puedo sentir y sonreírle a mi Ma-
dre, a mi Padre, a mis Hijos y sus Madres, cómo cada uno de ellos me
ha enseñado a descubrir el amor de mi vida que vive dentro de mí

321
Ser. Siento a cada uno de los amigos y amigas, a cada uno de los
maestros del camino... cuánto nos enseñamos unos a otros viviendo.
Observo mi cuerpo y reconozco que la imagen tendida sobre el
colchón, con ropas limpias y un ramo en el pecho, es la de alguien
que está muerto, y sin embargo la vida está tan vibrante en mí en
este momento...
Cada uno de los Seres con los que compartí este Laberinto está
a mi alrededor, lo sé, aunque los ojos no puedan verlos el alma sí los
ve y los siente porque todos somos almas en lo profundo del cuer-
po, y estas almas que somos están unidas desde antes de nacer y
después de la muerte. Por eso también están mis ancestros, mis
abuelos, hay ángeles y guías de mi camino. Todos me sonríen y algu-
nos hasta lloran de alegría de verme tan pleno, a punto de unir el
pasado con el presente y el futuro en un solo “estar”.
En este momento reconozco las paredes del Laberinto; siento
que casi todo en esta vida las conforma: los Seres queridos, los re-
cuerdos, los anhelos, las cosas, el mundo, el planeta, las estrellas, las
ideas, las teorías acerca de lo que es la vida, la muerte, el universo.
Siento como si todo esto creara una realidad en la que vivimos,
como si fuese un proyector que diseña caminos, lugares, relaciones,
pensamientos. Ahora estoy percibiendo algo más allá de esos muros,
algo así como lo que proyecta la película, algo así como el proyec-
tor. Siento un vacío inmenso similar a una sala de cine a la que toda-
vía no ha llegado nadie mientras que la película ya está rodando.
Siento cómo el contenido del Laberinto quiere llamarme , propo-
niéndome volver a los besos de mis hijos, a las caricias de mi ama-
da compañera y amante, incitándome a saborear una mesa familiar

322
larga y abundante, proponiéndome aventuras de caminante por lu-
gares desconocidos... Sin embargo hay algo que duda, hay algo
que no quiere vivir dentro de una película, aun cuando ésta sea fe-
liz. Hay una parte de mi Ser que está parada desnuda sobre los
muros; ya no cree siquiera ser hombre, no tiene barba ni arrugas...
Me siento una luz, una llama flameante de color azul, rosa y
amarillo; veo el Laberinto mas no de la manera que lo conozco,
sino como una nebulosa de estrellas que se mueve y emite cada
una de ellas un brillo que se refracta con la otra, hasta conformar
entre todas la imagen de una realidad. Veo ahora muchas más lla-
mas flameantes rodeando la nebulosa: cada una es un Ser que
vive dentro del Laberinto con un cuerpo, una imagen propia y una
historia viviente. También hay algunas llamas que están por entrar al
juego, que están por ser bebés, y otras que salen de cuerpos que
han muerto; mas no todas las llamas están conscientes de serlo, la
mayoría mira hacia dentro del Laberinto, completamente identifica-
das con la realidad que proyectan dentro de él.
Hay algunas llamas que no lo son, sino que son sombras que
nunca estuvieron en el Laberinto, y sufren de curiosidad por saber
cómo será esa realidad virtual que proyecta la nebulosa, veo que
se pegan a las llamas de colores para fundirse un poco con ellas y
de esa manera reciben estímulos de lo que les ocurre.
Desde aquí veo la proyección del que parecía ser yo, veo mi
cuerpo acostado sobre el colchón, rodeado de toda la gente que
conocí en todas mis vidas en el Laberinto.
La cama está ahora sobre un plano muy verde, es un valle en
medio de unas montañas bajas. Hay una celebración alrededor del

323
cuerpo. Las flores se sostienen radiantes sobre el pecho. Algunos
Seres queridos lloran, otros cantan, los niños juegan... las llamas
que miran hacia los niños son las más bellas. Las abuelas rezan, los
amigos hacen música, los artistas acrobacias. Todo parece una gran
celebración de la vida y la muerte.
Aunque mi cuerpo está allí yo no, y siento que tanto la alegría
cómo la tristeza de algunas personas de mi entorno me invitan a vol-
ver, a elegir alguno de todos esos participantes para invitarlos a hacer
el amor y sumergirme en alguna panza, para nacer, crecer y reencon-
trarlos. No obstante, la bella energía de esta celebración me ayuda a
celebrar también el estado y lugar en el que ahora me encuentro, invi-
tándome a ser llama, a ser la esencia de esa fiesta celebrada en nom-
bre del que vivió y murió. Esta energía me invita a mantenerme parado
sobre el muro y consigo no identificarme del todo con el centro de
esa fiesta, con ese cuerpo que usé para vivir y morir en el Laberinto.
Luego de haber contemplado un rato la fiesta, empieza a perder
importancia lo que allí ocurre, y entonces la atención puesta allí se
vuelve hacia mí para ahora sentirme otra vez como una llama fla-
meante y nada más...
Así descubro que yo mismo soy una pequeña nebulosa de es-
trellas proyectando una realidad, descubro que soy una de las es-
trellas de la nebulosa, y que estoy hecho de más estrellas. Obser-
vo cómo sale de mi proyección toda esa fiesta y cada uno de los
Seres queridos que están allí está siendo creado por mi propia irra-
diación. Gracias a ello surgen interrogantes que me vuelven a de-
mostrar los lazos que tengo con cada uno:

324
“¿Qué pasaría si dejo de proyectar esta energía que parece estar
creándolos?, ¿Desaparecerían todos ellos de la vida en el Laberinto?
Entonces siento que una parte de mi energía es la que está en-
redada con la de ellos bajo palabras como amor, familia, felicidad,
tristeza, compañía, proyectos. Noto cómo empiezo a reconocer la
parte de mí que está en esa fiesta, y me llega desde el interior la sa-
biduría para recogerla, es como una inhalación consciente de la llama
que ahora Yo Soy. Con cada exhalación devuelvo la energía que hay
de ellos en mí, y entonces la nebulosa que somos empieza a orde-
narse y se vuelve una constelación, en este caso es la constelación
de Escorpio. Noto que es a través de ella que entré al Laberinto.
Ya la fiesta está terminando, aquel cuerpo ardió en el fuego de
una bella hoguera y es humo que se eleva hacia el infinito. Veo
cómo cada persona retoma su rumbo y su vida de búsqueda en el
Laberinto, observo las llamas de cada quien sobre el muro mirando
extraviadas sus cuerpos y noto que algo ha cambiado desde que
recogí la energía mía que había allí. Es como si ellos ardieran más,
como si bailaran más libres sobre el Laberinto.
Ahora siento que puedo pasar una última vez a saludar a todos;
ya no pertenezco a este juego, por eso puedo entrar en él sin ries-
gos. Ya no me busco en él, ya él no dice nada de mí. No estoy ni
vivo ni muerto. No estoy ni dentro ni fuera. Soy una llama gigante,
y bailando celebro saber que soy parte...de la Divinidad.
Continuará...

325
Apuntes Conscientes
Gracias por manifestarte como parte
de mi Universo Infinito, y por
invitarme al tuyo...
Caminos de la Libertad
Un día Cristian Tao llegó a un encuentro de danza y convi-
vencia en la naturaleza, allí se dio cuenta que no había paz en
su interior pues conoció a personas que la irradiaban, ade-
más estas personas buscaban crear otra realidad para el
mundo de la mano de la armonía y el bienestar colectivo.
En ese momento su ser buscador tuvo un quiebre interior,
toda la búsqueda intuitiva comenzaba a tener un sentido, y
supo que la revolución no valía nada sin una verdadera evo-
lución. Comprendió que primero debía transformarse a sí
mismo para luego proponerlo, y desde entonces se ha dedi-
cado a sí mismo y a servir a otros buscadores que también
quieren hacerlo, y al igual que él necesitan una mano para
comenzar o seguir adelante.
Luego de profundizar en estas artes internas recibió de la
mano de una mujer su nombre espiritual Tao, ella contempló
su transformación y se lo puso sin saber que para él era muy
valioso pues el “Tao Te Kin” había sido el primer libro espiri-
tual que había leído y cuyos principios regían desde entonces
su camino.
Comenzó a practicar disciplinadamente los nuevos conoci-
mientos adquiridos mientras diferentes personas se ofrecían
para enseñarle cosas nuevas, que poco a poco lo fueron lle-
vando a templarse más y a transmitir dichos conocimientos.
Así una mujer casi desconocida lo inició en Registros Akáshi-
cos según ella porque así se lo dijeron estos. Otras personas
comenzaron a enseñarle de respiración consciente, yoga, ali-
mentación natural. En una gira por México y para su sorpre-

330
sa, diferentes Chamanes lo eligen espontáneamente para le-
garle sus ruedas de medicina del camino rojo y del camino
maya, conectándolo con la sabiduría de vidas anteriores en
las que ya se había desempeñado como Hombre Medicina.
Terminó de creérselo cuando estando en argentina al servicio
del “Encuentro Sudamericano de Mujeres para la Sanación”,
una de las abuelas guardianas de las memorias de América y
parte de las trece abuelas medicina de esta, lo invita a reali-
zar un viaje con ella como aprendiz y servidor, para su nueva
sorpresa ella también decide transmitirla su rueda de Medi-
cina, que incluye las ceremonias de Sauna ceremonial conoci-
do como temazcal y el buen uso de la palabra de poder, pues
a través de los buenos pensamientos y los buenos sentimien-
tos se le recuerda a la materia que somos espíritu. Dicha Mu-
jer es una reconocida mujer medicina conocida como “La
abuela Margarita”, y él, un simple aprendíz, terminó siendo
el primer hombre medicina de Argentina y uno de los prime-
ros de América en recibir esta inmensa Bendición de esta
Gran Abuela reconocida por todas las personas Medicina de
la Sabiduría Indígena y Ancestral.
Todas estas iniciaciones ofrecidas misteriosamente, y sin
que él mismo las buscara, lo han llevado a responsabilizarse
y creer que hay una función que cumplir como uno más de
los buscadores y encontradores en este mundo.
A fechas de la primera publicación de este libro y durante
los últimos años, Cristian Tao vive inmerso en la naturaleza
junto a su familia y en una elegida sencillez material. Ha reci-
bido a sus hijos con sus propias manos en la Madre Tierra,
acompañando a su compañera Sara Maíz a parir como mujer

331
noblemente salvaje un nuevo mundo de seres que se animan
a perderle el miedo a la vida.
Este libro fue culminado durante seis meses sin luz ni
agua potable, con la ayuda de un aljibe y un balde como úni-
cas tecnologías de la casa. Aprovechando al máximo cada
carga de la batería de su computador en cada viaje al pueblo.
Actualmente y desde hace años se desempeña como Tera-
peuta Holístico y Maestro de diversos caminos de Introspec-
ción y superación personal. Enseña sobre Meditación, Aper-
tura de Registros Akáshicos, Sexualidad Espiritual, Estado
de Presencia Consciente, Neo Chamanismo, Alimentación
Consciente, Guía de Círculos Sagrados, Talleres de Toma de
Decisiones por Método de Consenso. Organiza Retiros de
Reprogramación de Creencias, Ayunos y Consciencia Práni-
ca, práctica la Interpretación de Sueños, las lecturas de aura,
el Yoga y la Respiración Consciente. Se divierte como Can-
tautor y ha grabado tres discos, disfruta de la Danza, de la
Actuación, de la Escritura y modera Círculos de Arte. Practi-
ca la Permacultura, la Huerta Orgánica, produce y distribuye
Medicinas Naturales, Padre de Cinco hijos y Creador de Di-
versos Grupos de Expansión de la Consciencia Colectiva,
Economía Solidaria y Trabajo Comunitario, se ha desempe-
ñado en todas estas en Europa, Norteamérica y Sudamérica.
Actualmente goza de un profundo estado de conexión con
la fuente, y “Dyos” es el título de uno de sus próximos libros,
también de próxima edición “Arquetipos Sexuales de los
Hombres Modernos” y un libro de cuento para niños y sus
Padres-Madres llamado "Iluminando los Chakras en Familia".
Ahora está impulsando un Proyecto de generación de be-
cas para quienes quieran ser profesionales Holísticos respon-

332
sablemente formados, ya que cree que en la era New Age
hay mucha gente mal capacitada para contener la apertura
de la gente al desarrollo de la consciencia y es fundamental
estar a la altura de la confianza que hoy las personas deposi-
tan en la salud alternativa.
Además se prepara y añora crear en la brevedad una Red
de Consumo y Producción Consciente, y un lugar físico para
Profundizar en los Partos Conscientes, la Crianza Espiritual,
y el Empoderamiento del Hombre y la Mujer Sagrada.
La obra de su vida tiene la finalidad de expandir lo más po-
sible la curiosidad del ser humano acerca de los diferentes es-
tados de consciencia que se pueden conocer y sus posibles
usos para crear la Realidad. No concibe un mundo satisfecho
donde se viva privado del mayor lujo de todos, estar conscien-
tes del poder creador de la mente impregnada de Amor! Ya
que cree que solo así el humano dejará de ser un animal inteli-
gente que depreda su entorno en favor de una ambiciosa se-
guridad que nunca consigue, y de un vacío que nunca logra
llenar, para pasar a ser un ser humano consciente, solidario y
alegre, que favorece espontáneamente el mayor bien de todos
los seres, pues sabe cuándo está consciente, que está estrecha-
mente ligado a todos, y que desde esa conexión viene la ver-
dadera abundancia para todos y el estado de paz duradera.
Este libro ha sido concebido como un manual para estos fi-
nes, pero depende del lector extraer esa intención, pues sin la
intención personal de encontrar de poco sirve lo que se pue-
da ofrecer.
Cada una de las actividades de Cristian Tao y su Compa-
ñera Sara que se dedica a profundizar en los misterios de la
mujer y su feminidad, buscan transmitir lo que ellos mismos

333
han descubierto junto a otros miles de buscadores que exis-
ten en el mundo, y que lo están aplicando con éxito y disci-
plina en sus vidas.
Este texto final es una invitación a sensibilizarte y coope-
rar, si lo que encontraste aquí de alguna manera te entusias-
ma a ser parte de la transformación posible del mundo a tra-
vés de herramientas fundamentales como la consciencia, el
estudio y el amor. Estos valores empiezan por dentro de cada
uno, y por ello Gandhi dijo "Haz en ti el cambio que quieres
para el mundo".
En el caso que quieras comenzar a cocrear el mundo que
queremos, y te guste la forma en que venimos caminando,
puedes contactarte con Cristian Tao al Mail soydeltao@hot-
mail.com Puedes apoyar la expansión de este y otros libros
para que lleguen a más personas; Apoyar la creación y mante-
nimiento de la "Organización el Camino de la libertad" que
busca promover la consciencia a través de un sistema de becas
para los que quieran ser verdaderos profesionales de las tera-
pias alternativas. Puedes colaborar en la creación de la Red de
Producción y Consumo Consciente; Puedes organizar Talleres
de los que Cristian Tao o Sara Maíz ofrecen por el mundo, o
crear espacios para Charlas, Presentaciones del Libro, Recita-
les o Círculos de Arte, Organizar días de Terapias para ti y tu
gente, o simplemente compartir el proyecto de cocreación de
la Nueva Humanidad con tus ideas y proyectos!
Vale la Alegría intentarlo!
Que la Consciencia pura que vive en ti se despierte, y nos
regale conocer tus más bellos dones! Confiamos en ti porque
somos iguales y tenemos los mismos potenciales, solo esta-

334
mos transitando cada uno distintas etapas evolutivas, apren-
dices y maestros todos de todos.
Gracias por leer, escuchar, sentir, compartir, ser… y así es-
tar Creando la Realidad que nos merecemos.
Un saludo interno...
Cristian Tao y Sara Maiz... en el "Camino de la libertad"

335
Bonus

La gran cosecha
Sentado en la plaza, un maravilloso ramo de flores
explota de belleza entre mis manos. Lo recogí para un
Ser muy especial, son flores especiales. Mi sonrisa está
igual que ellas: fresca y colorida. Es un momento de
gran autenticidad.
Me siento muy contento aguardando que las flores y
ese Ser se encuentren. Así lo imaginé al recogerlas.
Ahora alguien se acerca a la banca, es un perfecto
desconocido. Deslumbrado por la belleza que ofrecen,
toma una de las flores y se marcha, sonriéndose.
Otra persona llega seducida por el ramo. Durante
unos instantes permanece absorta, mirándolo. Toma
una flor y se marcha, con sus pupilas florecidas.
Durante toda la mañana diversas personas van to-
mando las flores de mi ramo y una a una se las van lle-
vando, sin siquiera cruzarnos con la mirada. Sonrío in-
visiblemente detrás de los pétalos perfumados, perma-
neciendo, esperando tranquilo a ese Ser especial para
quien las recogí; sé que llegará.
Poco a poco voy compartiendo la cosecha. Ahora
también se llevan las flores los viejos conocidos, sin si-
quiera notar que aquí estoy. Puedo percibir que todo
es perfecto así; las flores que recogí con tanta delicade-
za en el camino son irresistiblemente bellas.

336
Ya casi se han ido todas y continúo aquí, contem-
plando la expansión del ramito.
Una más, otra y otra y otra...
Ahora sólo me queda una flor. Es hermosísima y
simple, como ese Ser único para quien la recogí. Mien-
tras estoy contemplando el borde de los pétalos, la de-
licadeza de los estambres, la fortaleza de su tallo... ¡Al-
guien la toma sorpresivamente y se va!
Todas las flores se marcharon con la misma gracia
con la que llegaron. Observo mis manos vacías.
El Ser que esperé y busqué tanto tiempo está aquí,
con sus bellos ojos mirándome... Todo su cuerpo está
distendido, me sonríe, me comprende. Siento ganas de
abrazarle, de tomar su mano, de caminar juntos...
Sé que sabe lo que estoy pensando, sé que juntos
todo es posible, caen de ambos lágrimas de alegría,
suspiramos, nunca pensé que este Ser sería así. El
amor me inunda por completo y rebalsa... chapotean-
do en la belleza de la libertad me
encontré, y sin escapar del
Laberinto me voy, lucien-
do el ramo en el alma.
Sin principio y sin fin.

337
Impreso en Buenos Aires,
Argentina. En la luna de Leo,
verano, 2015 años después de Jesús.

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