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Últimas imágenes desde Buenos Aires

Juan Pablo Luppi

 Buenos Aires, 2304. Habitantes: 15.

     Avenida Lacroze. A la distancia aparece un hombre seguido por una confusa mancha gris. El hombre toca
algún instrumento de viento. Cuando se acerca lo vemos mejor: una figura humana hecha de vidrio avanza
tocando una extraña melodía en un instrumento hecho con caños de metal. Detrás de él, una masa de ratas,
cucarachas y palomas lo sigue sin dudar. El hombre se adentra en la avenida. El asfalto comienza a hervir.
Lentamente, todos los animales se hunden en la calle.

 Buenos Aires, 2304. Habitantes: 13.

     La ciudad entera es una tumba gris. Los vidrios en todas las ventanas están rotos; apenas asoman algunas
baldosas o adoquines sueltos entre las malezas. Las casas de barrio son iguales a sí mismas, los edificios son
más y más altos, gigantes vacíos sin ventanas. Cerca de Chacarita, el último semáforo guiña un estúpido y
moribundo amarillo intermitente. En todas las esquinas, enormes pantallas de televisión catodizan la calle
con programas exactamente iguales a los de 350 años antes. No se ve una sola persona alrededor.
     Una ráfaga levanta una bandada de pajaritos de papel. Se acerca un grupo de mendigos. Uno de ellos, un
hombre sucio con barba rala y ojos brillantes, ligeramente saltones, se detiene, mira alrededor y huele el aire.
     Hombre: —Hay algo raro. ¡Merlín!
     Merlín se acerca al hombre. Es un chico de entre doce y catorce años, quizás más pero mal alimentado.
Viste una remera de algún material ajustado y brillante, raída en las mangas por las que asoman brazos flacos
pero musculosos.
     Hombre (a Merlín): —¿Ves algo?
     Merlín otea el horizonte. Se oyen disparos continuados; los mendigos van cayendo uno a uno.
     Merlín grita "¡Concho!" y huye. Corre desesperado por las calles vacías. Por fin se deja caer en un
zaguán. Casi no puede respirar. Cautelosamente, se asoma y sale a la calle. Sigue despacio, examinando las
paredes quemadas.
Un graffiti: "Rendidos somos más".
     De pronto se detiene frente a otro zaguán. Agita una mano en el aire, hace morisquetas: la puerta, intacta,
tiene un vidrio reluciente. Merlín se acerca, entra en el zaguán oscuro y empuja: está abierto. La puerta da a
un pasillo corto con las paredes cubiertas por espejos curvos. A la izquierda hay una escalera. El pasillo se
abre a una enorme sala con suelos de mármol, dividida a la mitad por un mueble. En algún punto del mueble,
hacia la derecha, hay una pantalla de televisión: su luz ilumina esa parte de la sala. Se escucha alguno de los
archisabidos diálogos de "Casablanca". También se oye una ducha. En la pared de la derecha hay una puerta
abierta.
     Merlín se acerca a la puerta. A través de ella se puede ver una ducha protegida por una mampara
translúcida. El agua corre pero no se ve a nadie. Aparece por la izquierda del baño una mujer joven, vestida
con una bata. Sin mirar al exterior, se quita la bata y entra desnuda en la ducha. Merlín se acerca a la puerta
despacio. Cuando está por atravesar el marco, la imagen chisporrotea, se desvanece y aparece frente a él una
quinceañera sosteniendo un arma a escasos dos centímetros de la frente de Merlín.
     Chica (obviamente amenazante): —Movete despacio o te desparramo por toda la casa.
     La amenaza, además de obvia, es inútil: Merlín cae desmayado.

 Buenos Aires, 2304. Habitantes: 4.

     En un cuarto vacío, con las paredes despintadas y mugrientas, dos policías juegan al truco frente a sendos
sandwiches de incierto fiambre. Una radio escupe estática.
     Policía 1: —Dat fakin thin. Ya no queda nadie que pueda llamar.
     Policía 2: —Está el sistema de alarma automático.
     Policía 1: —¡Forradas! Hace meses que se descompusieron los sensores.
     Policía 2: —Pero el sector D37 todavía funciona. Lo siento; a mí también me gustaría poner alguna
emisora, escuchar un tanguito...
     Policía 1: —No entiendo cómo las computadoras de Medios siguen programando esas mierdas de tango.
     Policía 2: —Las llamo todos los días pidiéndole. Cuando hay un solo oyente, es fácil complacerlo.
     Policía 1: —¡Bladmader! Con razón hace tanto que...
     Policía 1 se interrumpe: a través de la estática se oye un pitido agudo. Una voz femenina anuncia: Sector
D37, Sector D37.
     Los policías se miran. Llevan las manos a la espalda y juegan a "Piedra, papel o tijera". Gana Policía 2.
     Policía 2: —Yo voy. Quedate por si pasa algo.
     El policía 2 sale del cuarto y del edificio, se dirige a una patrulla y entra en ella. En ese momento, se oye
un ruido sordo. Por las ventanas de la comisaría comienza a salir humo y lentamente el edificio se desploma.
El policía se queda mirando los escombros un momento y luego cierra la puerta.
     La patrulla es un overcraft con los típicos colores de la policía. El motor tose un poco pero finalmente
arranca.

 Buenos Aires, 2304. Habitantes: 3.

     La chica abre una lata con líquido rojo, la vuelca sobre un plato y añade el contenido (esta vez sólido) de
otra. Ofrece el extraño resultado a Merlín, que lo come ávidamente.
     Chica: —¿Estás seguro de que los tuyos murieron todos?
     Merlín asiente con la cabeza y hace un gesto con la mano como diciendo "Todos".
     Chica: —Los míos también. Todavía no llego a entender cómo esta casa sigue en pie. Pero está perfecta.
     Merlín mira hacia la pantalla de televisión: la imagen está cabeza abajo.
     Merlín: —¿Por qué?
     Chica: —Para recordar que la realidad está de este lado.
     Merlín termina su plato. Toma a la chica de la mano y le dice gracias, se acerca más y la besa. Ella apenas
se resiste.
     El policía sigue las huellas de Merlín con un visor especial. En la radio se oye un tanguito. Desciende de
la patrulla, entra bruscamente en la casa y sorprende a la pareja echada en el sillón.
     Policía (apuntando con su arma a los otros dos): —¡Quietos! (a Merlín:) Vos, sobre todo. Mataste a los
demás allá en la Avenida.
     Merlín: —Le juro que yo no hice nada. Apenas pude escapar.
     Chica: —Dice la verdad.
     Policía: —Lo siento, pero no puedo creerles. Debemos ser los últimos, y las únicas huellas...
     El policía es interrumpido por un estruendo. Las paredes se llenan de grietas y el techo comienza a caer
sobre ellos.
     Policía: —¡Salgan!
     Se oye una música rápida y llena de acción, rica en trompetas y golpes de orquesta. Los tres salen y suben
a la patrulla. Avanzan entre los edificios que caen justo detrás de ellos, intentando aplastarlos. El policía
maniobra entre los escombros que saltan. De improviso la música y el vehículo se detienen. La chica grita de
espanto, pero la destrucción también ha cesado.
     Bajan en medio de una bocacalle. Las pantallas de televisión en cada esquina muestran a los tres de pie,
temerosos.
     Merlín: —¿Quién está ahí?
     De todas partes llega una voz grave.
     Voz: —Soy las luces y las sombras y los subterráneos.
     Policía (para sí:) —El asesino.
     Voz: —La víctima, amigo tangófilo. (Ríe) Una víctima de la sociedad.
     Chica: —Por qué.
     En una esquina aparece el hombre de vidrio. Está sucio y quebrado en muchas partes. Cuando habla, su
voz es la misma que se oyó antes.
     Hombre: —Una vez dos hermanos comenzaron una ciudad. Una vez, dicen, se reconstruyó la Alhambra.
Ustedes son mis últimos habitantes: el chico-héroe de nombre raro, su chica y el tutor bueno y valiente que
muere antes del final. En las películas siempre sucede así. Pero mi cansancio es enorme y ya no podría
soportar otra fundación, así que tendré que matarlos a ustedes también. Lo siento mucho. Hace tanto que
Corrientes no duerme.
     El hombre de vidrio explota en pedazos que se clavan en el trío. Luego las malezas comienzan a subir y
los cubren hasta asfixiarlos. Toda la ciudad es cubierta rápidamente por vegetación. No muy lejos de allí, un
jinete con capa roja cabalga sobre un caballo blanco. Mira hacia la ciudad pero sólo ve el verde.
     Jinete: —Por aquí no es. (Al caballo:) Volvamos
     El caballo relincha y se aleja con un trote triste.

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