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Director:
Paolo Vignolo
Línea de investigación:
Año 2017
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A ras de suelo
¡Esto es solo un Gesto!
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recuerdo siempre estaba semidesnudo, le metía la mano entre la boca y hasta
le jalaba la lengua, decía mi mamá.
No sabía entonces lo que era la muerte, nadie hablaba de ella en la casa, nadie
la mentaba, Hoy comprendo que quizá fue una forma de espantarla. Yo había
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nacido 10 años después del 48, y mi padre había venido a estas tierras más o
menos por esa época, pero eso tampoco lo sabía.
Todo sucedió de una manera vertiginosa, Aquella tarde, debía ser sábado
porque todos los hijos estábamos en la casa. Mamá estuvo extraña después
de recibir una llamada por teléfono, callada muy callada y de tanto en tanto
miraba hacia la puerta de la casa como si estuviera esperando algo, hasta que
por fin llego, Era el carro de mi papá, pero esta vez no iba el en la cabrilla
sino un compañero de trabajo que algunas veces había venido a la casa. Mi
mamá fue despacio hasta el carro y ayudo a sacar a mi papá del puesto de
atrás de la camioneta. No entendía por qué mi papá no entraba caminando,
porqué mi mamá lo llevó directo al cuarto. De pronto la casa se fue llenando
de vecinos y parientes. Mamá sollozaba en silencio, entraba y salía del cuarto
con poncheras y toallas; la vi preparar la espuma de afeitar y buscar afanada
la brocha y la navaja, una hermana de mamá planchaba la camisa blanca que
usaba mi papá en ocasiones especiales. Fue entonces cuando se dieron cuenta
de que allí estábamos todos los niños, Mi tía Anita recogió ropa de cada uno
de nosotros, nos vistió y nos llevó hasta su casa a pasar la noche con ella, los
únicos que durmieron fueron José Manuel y Jorge que estaban muy chiquitos
y todavía tomaban tetero. Al día siguiente cuando volvimos a la casa todo
estaba cambiado, la mesa del comedor la habían llevado al patio y en la sala
había sillas pegadas a todas las paredes, pero lo más extraño era el ataúd: un
cajón grande de madera brillante que tenía unos velones inmensos en cada
una de las esquinas. Fue cuando supimos que papá había muerto.
Las personas que estaban en las sillas una a una se acercaban hasta nosotros
y nos abrazaban como si fuera el feliz año, Mamá estaba llorando y con ella,
todas sus hermanas, rezaban con rosarios en las manos. Me fui corriendo
hacia el patio, pero allí también había sillas y gente, conocí primos y parientes
que nunca había visto.
No lo supe entonces. Tuvieron que pasar nueve días con sus noches, cuando
por fin se fueron uno a uno todos los parientes. Se fueron entregando las
sillas de los vecinos y la casa fue quedando vacía, hasta que volvimos a la
normalidad. Mamá vestía de luto cerrado, estaba todo el tiempo en silencio,
hablaba solo necesario. Los niños volvimos al colegio.
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Entendí que mi papá no aparecería más. La camioneta estaba quieta en el
garaje como durmiendo. Poco a poco y sin quererlo la imagen de papá se fue
borrando: el saber que estaba muerto, el haberlo visto muerto, su cara recién
afeitada en ese cajón grande y brillante, con su camisa blanca saco y corbata,
sus ojos cerrados como si estuviera durmiendo, quieto tantas horas seguidas
nos dio la certeza que no se levantaría más.
es la única compañía,
rodean mi silencio,
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El Sindicato, Alacena de Zapatos 1978, Ensamblaje, Barranquilla, Colombia
Las voces y los silencios de los-otros; pululan en cada uno de nuestros sentimientos difusos y concretos.
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“Un par de Zapatos” Vincent Van Gogh
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El Sindicato, Alacena de Zapatos 1978, Ensamblaje, Barranquilla, Colombia
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Por las noches, cuando dormimos, el Arte también sueña desde nuestros propios sueños mutilados.
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. La palabra siempre me reconcilia conmigo y con los otros.
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Andar, andar, hasta llegar a ser lo que antes ya era en la palabra silencio.
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Shhh…
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muerte. Así, cuando el hombre usa la palabra como si ésta fuera el vehículo
para conectarse con sus dioses, espíritus y muertos, llega a fundirse en la
misma palabra, pues a partir de ella, él es quien es. No podría ser lo que es
sin la forma de expresarlo, aunque fuera en silencio, sólo para él.
O sea, la palabra también nos aleja de la verdad absoluta, de la intangible y
paradigmática forma de ser a "imagen y semejanza" de lo que afirmamos ser.
Nos arrastra hasta la infinitud del poder nombrarnos, de definirnos desde un
silencio en voz alta. Así, la palabra también es y nos hace ser escépticos, casi
nihilistas del saber qué o quiénes somos, y mucho menos el poder saber para
qué o por qué estamos aquí.
Hay una forma de llegar a ser un escéptico al través de la palabra: la
saturación y diversidad de la información. Es decir, si sólo hubiera una forma
de entender a la realidad, quizás no dudaríamos de aceptar aquella sentencia
acerca de nuestra existencia. Pero, por el hecho de que ya no sabemos a
quién o a qué hacerle caso. Todos tienen argumentos creíbles, medibles,
mesurables, etc.; entonces, por qué creerle a unos sobre los otros. En dónde
radica el patrón o arquetipo que nos pueda resolver el problema de ser el uno
o lo otro desde la palabra con que se afirma tal o cual cosa. Hay un
derramamiento social de la palabra "verdadera" sobre nuestros silencios
existenciales, íntimos, personales. Estamos en el paraíso verbal de la
posibilidad de ser dioses callados o demonios habladores.
.
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Como dice Octavio Paz en su poema
Las Palabras.
Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
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No hay que tener miedo a ser lo que somos desde lo que nos dicen e insinúan
las palabras; hay que usarlas, ni siquiera hace falta domarlas. Serán mansas
en la medida en que nos acostumbremos a ellas y ellas a nosotros. Serán
parte de nuestro jugar a que vivimos (con ellas), no sólo que existimos (sin
ellas). Nos sabremos vivos, no sólo existentes, en la medida en que sepamos
acerca de ellas, y, en esa medida, también nos podremos alejar de nosotros
mismos y de la realidad o realidades que nos circundan.
Podemos llegar a un estado casi de sublimación al través del uso de la palabra.
Ella puede ser el lazarillo que nos guíe de la mano para poder llegar al silencio
de la ausencia del propio lazarillo. Incluso podremos caer en un abismo que
esté desde el precipicio de nuestros ojos extasiados ante una realidad que no
comprendemos.
Vivir desde una plataforma en que nos encontremos suspendidos en la certeza
del existir en un mundo de palabras y silencios, en el que nosotros mismos
somos esas palabras en silencio, o esos silencios a gritos que se desgarran y
nos desgarran por querer salir a un mundo lleno de vacíos en construcción
por cada uno de nosotros que se aleja de la forma de ser lo que tenemos que
ser.
Pero la palabra no es sólo una forma de ser, también es un vehículo en donde
nos podemos transportar hacia la nada o el todo de seguir siendo lo que
somos. La palabra es la posibilidad de crecer ante los demás, es la guía que
nos dice cómo liberarnos de los otros y de nosotros mismos. Nos transporta
hasta la inquietud o hasta la paz enferma de nuestro ser teniendo que ser sólo
lo que hemos podido ser; incluso de nuestro imaginar ser.
La palabra per se no es peligrosa. Es más, no existe si no hay nadie quien le
de vida. , la palabra es un monstruo que tenemos que aprender a desenterrar
de la oscuridad de los silencios, esos silencios que todos los días vemos en
el espejo cuando nuestros ojos abiertos nos delatan como extraños azorados
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ante un mapa indescifrable. Tenemos poder sobre la palabra, pero sin ella, no
seríamos lo que somos cada uno de nosotros. De igual manera, la palabra
tendrá el poder sólo en la medida en que nos atrevamos a usarla, o al menos,
a convivir con ella. Si la usamos desde nosotros y no desde el deber ser de
los otros, nos liberará y ella misma se verá libre de las ataduras de nuestro
conformismo. De lo contrario, el silencio en voz alta; es decir, el murmullo,
el decir algo sólo por llenar el viento de nuestras inquietudes, será la tumba
en la que nos habremos enterrado de por vida, pues cada uno de nos-otros es
también un los-otros, pero un los otros en la medida en que no nos neguemos
como sujetos concretos al negar a los otros como partes inherentes en cada
uno de nosotros; si no es así, seguiremos mutilando nuestra posibilidad de
ser concretos, realmente concretos; es decir, real y concretamente
multiculturales.
La masificación a ultranza del individuo testifica lo que aquí afirmamos. En
ella, el hombre concreto se pierde en un constructo amorfo en el que su
palabra no tiene ya más sentido. El murmullo, el no decir nada de la masa lo
ha suplantado. La máscara ha vuelto a triunfar sobre el descarnado de sí
mismo. La palabra es la nave en la que podemos viajar hasta otros
pensamientos, pero es también, la barca en la que podemos naufragar en
nuestro afirmar inútil una existencia acabada, sin posibilidad a la imaginación
de la metáfora.
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Zapatos rojos, ausencias sangrientas. la muestra de la artista mexicana
Elina Chauvet
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Si podemos callar, entonces también podemos hablar.
Marlene siempre fue querida por todos sus hijos y sus nietos, la respetaban
y la querían, sin embargo ella en algunas ocasiones tenía un sufrimiento muy
suyo el cual sólo era compartido en época de diciembre. Sus pies habían
dejado de crecer cuando tuvo 12 años para ella era un gran dilema eso de
comprar zapatos nuevos. Después de recorrer uno a uno los almacenes del
comercio y haber pasado por todas y cada una de las secciones de niños para
poder ajustar a sus zapatos Marlene siempre terminaba comprando el mismo
tipo de calzado…
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¡Que porque no les ganaron la guerra? hay muchas respuestas a eso, sin
embargo te podría decir con toda certeza que creo que se lo debemos a las
botas. Mientras los soldados usaban botas de media caña y cuándo metían los
pies en el barro se llenaban de sabañones y ladillas, nosotros con las botas
pantaneras hasta la rodilla podíamos entrar en cualquier fango eso me decía
Yessid sin desparpajo.
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De hombres que tienen mucho que callar están hechas las palabras.
Félix siempre fue un hombre feliz. Puesto que nunca tuvo que comprar
zapatos…
Todos viajamos a un silencio desconocido desde nuestros propios silencios más que conocidos.
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Él era la envidia de todos, caminaba con desparpajo por todas las calles del
barrio, la mayor parte del tiempo pasaba bajo la sombra del almendro fumando
Lukcy o en el bordillo de la esquina de la tienda, era admirado en silencio por
todos los muchachos, con sus camisas de seda y su pantalón de Lino
alimentaba los suspiros de las niñas y la envidia de los muchachos, pero lo
que más llamaba la atención eran sus zapatos de dos colores con suela de
cuero duro, listos para bailar…
Qué ironía, pienso en el silencio en silencio, utilizando un sin fin de palabras que reclaman su existencia en voz
alta.
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La suerte siempre anduvo a pie.
En la casa siempre se hablaba de ellos eran como dos goleros que aparecían
de tanto en tanto pero que siempre hacía referencia a la familia o a parte de
la familia. Saco de sal y Mala suerte, Saco de sal era Buitrago lo podíamos
percibir a tres o cuatro cuadras antes de que llegara, el tintineo de su caminar
si hacía perceptible en aquella época tic tic tic tic ahí viene Buitrago siempre
andaba con un muchacho que todo les decían Lázaro no sabíamos si en
realidad se llamaba así o le decían por tomar del pelo Lo cierto es que
Buitrago en sus zapatos tenía puntera y tacón de metal para poder saber cada
vez que caminaba por donde iba. Por lo contrario Eulalio Mala suerte nunca
se sentía cuando llegaba, usaba zapatos de suela de goma que lo hacían sentir
como si fuera un ladrón…
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Las voces y los silencios de los-otros; pululan en cada uno de nuestros sentimientos difusos y concretos.
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¿Cuál es el horizonte de mi mirada?
Suelo
La palabra suelo se deriva del latín solum, que significa suelo, tierra o
parcela.
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Óptica: Punto de vista, ángulo de observación la visión a ras de suelo.
Huella
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Transeúnte: cualquiera, el vecino sin nombre conocido, aquel que no aparece en titulares de la prensa.
Anita Siempre fue una mujer grande, abundante. Igual a su carácter era una
mujer de Gran paciencia que servía de consejera, madre y padre, todo el
tiempo; con sus hermanos y parientes, su casa siempre fue la embajada de
todo el pueblo, en ella llegaban vecinos conocidos y a veces gente sin
conocer. Pero Anita tenía un gran problema sólo podía comprarse un par de
zapatos al año la razón no era porque no tuviese dinero, sino porque nunca
encontraba su talla, por ser una mujer grande casi nunca los modelos que
estaban de moda podría colocárselos. Fue cuando descubrió que la única
forma de tener zapatos nuevos era mandándoselos hacer a un zapatero.
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La colla y el cabrón.
Lo peor que podía que podía hacer una mujer decente era colocarse zapatos
de trabilla, los dedos no se debían ver. Eso era deshonesto, grosero y sucio.
Sin embargo yo sé que todas las mujeres en su casa se quitaban los zapatos
cerrados para verse tranquilamente los pies. La única que se atrevía sin
ningún problema para mostrarlos era Sandra claro está “la mujer que anda en
malos pasos es la que mejor camina”. Tacón de aguja y su capella de trabilla,
Sandra paraba el tráfico. Las miradas de envidia y de rabia no se dejaban
esperar…
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Zapatos viejos
………………………..
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Con las botas puestas.
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Ponerse en los zapatos de otro.
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El tres. O las dos caras de mi abuelo Wenceslao.
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La identidad del Monocuco con voz de capuchón, se nota en los Zapatos…
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La percepción de eternidad… con suela de llanta, las botas camboyanas…
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Una que otra tachuela.
“una mentira puede dar la vuelta al mundo mientras la verdad se calza los
zapatos.”
(Mark Twain)
(Hart Crane)
Cuando alguien te lame las suelas de los zapatos, colócale el pie encima
antes de comience a morderte.
(Paul Valéry)
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