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A ras de suelo

Luis Guillermo Henao Pérez

Trabajo de investigación presentado

Para optar al título de:

Magister Interdisciplinario en Teatro y Artes Vivas

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Director:

Paolo Vignolo

Línea de investigación:

Artes Vivas, Performancia y Política

Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Bellas Artes

Universidad del Atlántico

Año 2017

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A ras de suelo
¡Esto es solo un Gesto!

El sonido leve, suave, de las llaves me acerca secretos de otros. Es curioso


como el sonido genera imágenes táctiles, detrás de cada llave hubo una
cerradura o un candado que guardó algo, esos son los secretos recuerdos de
otros que no conozco. Mi gesto empezó hace mucho tiempo cuando con la
paciencia de Job fui tejiendo una telaraña atrapa sueños y poco a poco y sin
afán colgué una a una las llaves que por cosas del destino fui guardando por
muchos años sin saber para que serían usadas algún día.

¡Como y cuando ese artefacto se transformó en un instrumento sonoro? Tal


vez el viento juguetón o la torpeza de un mal movimiento, no recuerdo, lo
cierto es que por un largo tiempo estuvo conmigo cual instrumento “llavofono
mocorde” le llamaba por cariño.

Yo intentaba crear una atmósfera con mi “llavófono”.

Cuando me tocó el Gesto solo, sentí la necesidad de eliminar la luz plena y


cambiarla por el enigmático fulgor de una vela encendida, la atmosfera fue
perfecta el sonido era perceptible mucho más en la penumbra. Las llaves
empezaron a develar algunos de sus secretos y a conectarse con mis
recuerdos, había traído tres fotos de mi álbum familiar, una de mi padre y dos
mías.

Fue cuando recordé a mi padre.

La primera eliminación de la presencia fue con Nerón, un perro negro y


grande que mucho después supe que era un Doberman. Aquel domingo, como
todos los domingos, pasado medio día, se cerraba la puerta que daba al patio
y lo soltaban para que corriera a su antojo, puesto que el resto de los días de
la semana lo soltaban en la noche. Fue siempre un perro difícil, sólo mi mamá
se acercaba a darle la comida en el callejón de la casa, donde mantenía
encerrado, “para evitar peligro para los niños”, decía mi padre. El único que
se colaba con mi mamá era José Manuel, mi hermano pequeño, que según

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recuerdo siempre estaba semidesnudo, le metía la mano entre la boca y hasta
le jalaba la lengua, decía mi mamá.

Ese domingo, como los otros domingos, mi mamá se había escapado de la


rutina diaria a donde sus parientes, De la puerta del patio entró un chillido
que se escuchó en toda la casa, después un silencio pesado y eterno, me
pareció a mí. Mi papá corriendo abrió la puerta, pero cuando llego al corredor
del patio se frenó: allí estaba Nerón y frente a él, German y Alejandro, dos
niños del barrio que estudiaban con nosotros en el colegio. Se habían volado
la paredilla para jugar con Hernán y Chucho, mis hermanos. El gruñido de
Nerón era casi imperceptible, no se escuchaba, pero se sentía hasta la nuca,
Germán y Alejandro estaban pálidos como papel de pergamino y quietos muy
quietos, lo único que se movía eran las lágrimas que salían de sus ojos
asustados, Papá sin pensarlo se lanzó por encima de las matas que rodeaban
la terraza del patio y agarró a Nerón del cuello. Lo tuvo así por mucho tiempo,
hasta que llegó mi Mamá, Sólo ella pudo calmar al perro. Rato después mi
papá le entregó una correa y un bozal a mi mamá; ella a regañadientes fue
hasta el callejón donde había metido a Nerón, le puso el bozal y la correa y
salió con el perro. Mi papá ya estaba afuera de la casa con el carro encendido,
montaron al perro en la parte de atrás y se fue despacio muy despacio, fue la
última vez que vimos a Nerón.

Fue, según recuerdo, la primera pérdida. A mí no me hacía falta, por el


contrario, cuando se llevaron a Nerón pudimos jugar en el patio hasta más
tarde. Pero a mi madre no se lo podíamos mentar, cuando escuchaba su
nombre miraba al callejón como esperando que saliera. Pasaron muchos días
hasta que mamá por fin podía hablar de él como un pariente que vivía en otra
parte. Y eso fue porque apareció Salvador, un perro mal herido que había
atropellado un carro frente a la casa. El pobre había quedado con la patica
trasera colgando después del accidente, mi mamá no sé cómo le terminó de
arrancar la pata y se la coció haciendo un muñón pequeñito envuelto con gasa.
Salvador aprendió a caminar con tres patas y a diferencia de Nerón, él sí
jugaba con nosotros: correteaba a Chucho y a Hernán para que le lazaran la
pelota, nunca la traía, pero la mordía y arrastraba hasta que se cansaba.

No sabía entonces lo que era la muerte, nadie hablaba de ella en la casa, nadie
la mentaba, Hoy comprendo que quizá fue una forma de espantarla. Yo había

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nacido 10 años después del 48, y mi padre había venido a estas tierras más o
menos por esa época, pero eso tampoco lo sabía.

Todo sucedió de una manera vertiginosa, Aquella tarde, debía ser sábado
porque todos los hijos estábamos en la casa. Mamá estuvo extraña después
de recibir una llamada por teléfono, callada muy callada y de tanto en tanto
miraba hacia la puerta de la casa como si estuviera esperando algo, hasta que
por fin llego, Era el carro de mi papá, pero esta vez no iba el en la cabrilla
sino un compañero de trabajo que algunas veces había venido a la casa. Mi
mamá fue despacio hasta el carro y ayudo a sacar a mi papá del puesto de
atrás de la camioneta. No entendía por qué mi papá no entraba caminando,
porqué mi mamá lo llevó directo al cuarto. De pronto la casa se fue llenando
de vecinos y parientes. Mamá sollozaba en silencio, entraba y salía del cuarto
con poncheras y toallas; la vi preparar la espuma de afeitar y buscar afanada
la brocha y la navaja, una hermana de mamá planchaba la camisa blanca que
usaba mi papá en ocasiones especiales. Fue entonces cuando se dieron cuenta
de que allí estábamos todos los niños, Mi tía Anita recogió ropa de cada uno
de nosotros, nos vistió y nos llevó hasta su casa a pasar la noche con ella, los
únicos que durmieron fueron José Manuel y Jorge que estaban muy chiquitos
y todavía tomaban tetero. Al día siguiente cuando volvimos a la casa todo
estaba cambiado, la mesa del comedor la habían llevado al patio y en la sala
había sillas pegadas a todas las paredes, pero lo más extraño era el ataúd: un
cajón grande de madera brillante que tenía unos velones inmensos en cada
una de las esquinas. Fue cuando supimos que papá había muerto.

Las personas que estaban en las sillas una a una se acercaban hasta nosotros
y nos abrazaban como si fuera el feliz año, Mamá estaba llorando y con ella,
todas sus hermanas, rezaban con rosarios en las manos. Me fui corriendo
hacia el patio, pero allí también había sillas y gente, conocí primos y parientes
que nunca había visto.

No lo supe entonces. Tuvieron que pasar nueve días con sus noches, cuando
por fin se fueron uno a uno todos los parientes. Se fueron entregando las
sillas de los vecinos y la casa fue quedando vacía, hasta que volvimos a la
normalidad. Mamá vestía de luto cerrado, estaba todo el tiempo en silencio,
hablaba solo necesario. Los niños volvimos al colegio.

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Entendí que mi papá no aparecería más. La camioneta estaba quieta en el
garaje como durmiendo. Poco a poco y sin quererlo la imagen de papá se fue
borrando: el saber que estaba muerto, el haberlo visto muerto, su cara recién
afeitada en ese cajón grande y brillante, con su camisa blanca saco y corbata,
sus ojos cerrados como si estuviera durmiendo, quieto tantas horas seguidas
nos dio la certeza que no se levantaría más.

Cuando quería recordarlo era casi imposible. La firmeza de su muerte me


persiguió por mucho tiempo. Sólo por las noches cuando preparábamos los
útiles escolares para las clases del día siguiente y arreglábamos los uniformes
del colegio, en el momento que llegábamos a los zapatos y teníamos que
embetunarlos, su imagen se hacía nítida, no como algo que se ve sino más
bien como algo que se siente. El olor al betún me remontaba al ritual de papá
de todos los días antes del colegio: cada uno de los hijos traíamos los zapatos,
los limpiábamos, los embetunábamos y los brillábamos, papá al frente de la
labor también traía sus zapatos. Ese olor me ha acompañado por siempre,
cuando quiero recordar sólo tengo que abrir una lata de betún.

La sonrisa que bra da del espejo

es la única compañía,

A esta hora en que voces extrañas

rodean mi silencio,

como gritos sin rostro acorralándome

contra algún olvidado rincón de mi memoria.

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El Sindicato, Alacena de Zapatos 1978, Ensamblaje, Barranquilla, Colombia

Las voces y los silencios de los-otros; pululan en cada uno de nuestros sentimientos difusos y concretos.

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“Un par de Zapatos” Vincent Van Gogh

Lo concreto sí existe, está en la multiculturalidad de lo difuso.

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El Sindicato, Alacena de Zapatos 1978, Ensamblaje, Barranquilla, Colombia

Somos lo que nuestra imaginación ha alcanzado a vislumbrar en el desierto de los días.

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Por las noches, cuando dormimos, el Arte también sueña desde nuestros propios sueños mutilados.

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. La palabra siempre me reconcilia conmigo y con los otros.

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Andar, andar, hasta llegar a ser lo que antes ya era en la palabra silencio.

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Shhh…

La palabra, como silencio que aún espera su oportunidad para irrumpir en el


mundo, no es un ser, es un estar, un estar del hombre al través del silencio.
Es decir, la palabra en silencio es una forma de ser del hombre que será lo
que es desde lo que diga o calle. Es la afirmación que se hace, positiva o
negativamente en el tiempo y desde el tiempo, afirmando lo efímero de quien
pretende ser lo que es o no es. Decir algo es desnudar la palabra de su
silencio, es el ser de la palabra deconstruyendo la oquedad que la recubre.
Cada quien viste con sus propios ropajes semánticos, morfosintácticos,
culturales… a la palabra que tirita entre la posibilidad de ser lo que dice o
sólo lo que alcanza a sugerir.
No existe la palabra acabada, ajena a la posibilidad de una nueva o anterior
reinterpretación.
En esta forma de manifestarse, o mejor dicho de hacerla manifestar, la
palabra se vuelve escurridiza al tener que adoptar la apariencia como cuerpo
tangencial tanto mística, como escépticamente. Es decir, cuando la palabra es
la verdad, la última representación abstracta de la realidad, se vuelve un ser
místico. Movido por el afán de poseer el sentido de su existencia al través de
su palabra, la que ha aprehendido en su silencio de voces ajenas, aquella que
le da el poder de no ignorar lo que es, y lo que será al no-ser después de la

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muerte. Así, cuando el hombre usa la palabra como si ésta fuera el vehículo
para conectarse con sus dioses, espíritus y muertos, llega a fundirse en la
misma palabra, pues a partir de ella, él es quien es. No podría ser lo que es
sin la forma de expresarlo, aunque fuera en silencio, sólo para él.
O sea, la palabra también nos aleja de la verdad absoluta, de la intangible y
paradigmática forma de ser a "imagen y semejanza" de lo que afirmamos ser.
Nos arrastra hasta la infinitud del poder nombrarnos, de definirnos desde un
silencio en voz alta. Así, la palabra también es y nos hace ser escépticos, casi
nihilistas del saber qué o quiénes somos, y mucho menos el poder saber para
qué o por qué estamos aquí.
Hay una forma de llegar a ser un escéptico al través de la palabra: la
saturación y diversidad de la información. Es decir, si sólo hubiera una forma
de entender a la realidad, quizás no dudaríamos de aceptar aquella sentencia
acerca de nuestra existencia. Pero, por el hecho de que ya no sabemos a
quién o a qué hacerle caso. Todos tienen argumentos creíbles, medibles,
mesurables, etc.; entonces, por qué creerle a unos sobre los otros. En dónde
radica el patrón o arquetipo que nos pueda resolver el problema de ser el uno
o lo otro desde la palabra con que se afirma tal o cual cosa. Hay un
derramamiento social de la palabra "verdadera" sobre nuestros silencios
existenciales, íntimos, personales. Estamos en el paraíso verbal de la
posibilidad de ser dioses callados o demonios habladores.
.

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Como dice Octavio Paz en su poema

Las Palabras.

Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.

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No hay que tener miedo a ser lo que somos desde lo que nos dicen e insinúan
las palabras; hay que usarlas, ni siquiera hace falta domarlas. Serán mansas
en la medida en que nos acostumbremos a ellas y ellas a nosotros. Serán
parte de nuestro jugar a que vivimos (con ellas), no sólo que existimos (sin
ellas). Nos sabremos vivos, no sólo existentes, en la medida en que sepamos
acerca de ellas, y, en esa medida, también nos podremos alejar de nosotros
mismos y de la realidad o realidades que nos circundan.
Podemos llegar a un estado casi de sublimación al través del uso de la palabra.
Ella puede ser el lazarillo que nos guíe de la mano para poder llegar al silencio
de la ausencia del propio lazarillo. Incluso podremos caer en un abismo que
esté desde el precipicio de nuestros ojos extasiados ante una realidad que no
comprendemos.
Vivir desde una plataforma en que nos encontremos suspendidos en la certeza
del existir en un mundo de palabras y silencios, en el que nosotros mismos
somos esas palabras en silencio, o esos silencios a gritos que se desgarran y
nos desgarran por querer salir a un mundo lleno de vacíos en construcción
por cada uno de nosotros que se aleja de la forma de ser lo que tenemos que
ser.
Pero la palabra no es sólo una forma de ser, también es un vehículo en donde
nos podemos transportar hacia la nada o el todo de seguir siendo lo que
somos. La palabra es la posibilidad de crecer ante los demás, es la guía que
nos dice cómo liberarnos de los otros y de nosotros mismos. Nos transporta
hasta la inquietud o hasta la paz enferma de nuestro ser teniendo que ser sólo
lo que hemos podido ser; incluso de nuestro imaginar ser.
La palabra per se no es peligrosa. Es más, no existe si no hay nadie quien le
de vida. , la palabra es un monstruo que tenemos que aprender a desenterrar
de la oscuridad de los silencios, esos silencios que todos los días vemos en
el espejo cuando nuestros ojos abiertos nos delatan como extraños azorados

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ante un mapa indescifrable. Tenemos poder sobre la palabra, pero sin ella, no
seríamos lo que somos cada uno de nosotros. De igual manera, la palabra
tendrá el poder sólo en la medida en que nos atrevamos a usarla, o al menos,
a convivir con ella. Si la usamos desde nosotros y no desde el deber ser de
los otros, nos liberará y ella misma se verá libre de las ataduras de nuestro
conformismo. De lo contrario, el silencio en voz alta; es decir, el murmullo,
el decir algo sólo por llenar el viento de nuestras inquietudes, será la tumba
en la que nos habremos enterrado de por vida, pues cada uno de nos-otros es
también un los-otros, pero un los otros en la medida en que no nos neguemos
como sujetos concretos al negar a los otros como partes inherentes en cada
uno de nosotros; si no es así, seguiremos mutilando nuestra posibilidad de
ser concretos, realmente concretos; es decir, real y concretamente
multiculturales.
La masificación a ultranza del individuo testifica lo que aquí afirmamos. En
ella, el hombre concreto se pierde en un constructo amorfo en el que su
palabra no tiene ya más sentido. El murmullo, el no decir nada de la masa lo
ha suplantado. La máscara ha vuelto a triunfar sobre el descarnado de sí
mismo. La palabra es la nave en la que podemos viajar hasta otros
pensamientos, pero es también, la barca en la que podemos naufragar en
nuestro afirmar inútil una existencia acabada, sin posibilidad a la imaginación
de la metáfora.

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Zapatos rojos, ausencias sangrientas. la muestra de la artista mexicana
Elina Chauvet

El silencio también puede ser un ave haciendo su nido en nuestra indecisión.

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Si podemos callar, entonces también podemos hablar.

Las historias de lo anónimo.

Marlene siempre fue querida por todos sus hijos y sus nietos, la respetaban
y la querían, sin embargo ella en algunas ocasiones tenía un sufrimiento muy
suyo el cual sólo era compartido en época de diciembre. Sus pies habían
dejado de crecer cuando tuvo 12 años para ella era un gran dilema eso de
comprar zapatos nuevos. Después de recorrer uno a uno los almacenes del
comercio y haber pasado por todas y cada una de las secciones de niños para
poder ajustar a sus zapatos Marlene siempre terminaba comprando el mismo
tipo de calzado…

El hombre habla porque hay otros, como él, que lo escuchan.

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¡Que porque no les ganaron la guerra? hay muchas respuestas a eso, sin
embargo te podría decir con toda certeza que creo que se lo debemos a las
botas. Mientras los soldados usaban botas de media caña y cuándo metían los
pies en el barro se llenaban de sabañones y ladillas, nosotros con las botas
pantaneras hasta la rodilla podíamos entrar en cualquier fango eso me decía
Yessid sin desparpajo.

De silencio en silencio se llenan las palabras, quemaduras frente al espejo.

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De hombres que tienen mucho que callar están hechas las palabras.

Félix siempre fue un hombre feliz. Puesto que nunca tuvo que comprar
zapatos…

Todos viajamos a un silencio desconocido desde nuestros propios silencios más que conocidos.

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Él era la envidia de todos, caminaba con desparpajo por todas las calles del
barrio, la mayor parte del tiempo pasaba bajo la sombra del almendro fumando
Lukcy o en el bordillo de la esquina de la tienda, era admirado en silencio por
todos los muchachos, con sus camisas de seda y su pantalón de Lino
alimentaba los suspiros de las niñas y la envidia de los muchachos, pero lo
que más llamaba la atención eran sus zapatos de dos colores con suela de
cuero duro, listos para bailar…

Qué ironía, pienso en el silencio en silencio, utilizando un sin fin de palabras que reclaman su existencia en voz
alta.

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La suerte siempre anduvo a pie.

En la casa siempre se hablaba de ellos eran como dos goleros que aparecían
de tanto en tanto pero que siempre hacía referencia a la familia o a parte de
la familia. Saco de sal y Mala suerte, Saco de sal era Buitrago lo podíamos
percibir a tres o cuatro cuadras antes de que llegara, el tintineo de su caminar
si hacía perceptible en aquella época tic tic tic tic ahí viene Buitrago siempre
andaba con un muchacho que todo les decían Lázaro no sabíamos si en
realidad se llamaba así o le decían por tomar del pelo Lo cierto es que
Buitrago en sus zapatos tenía puntera y tacón de metal para poder saber cada
vez que caminaba por donde iba. Por lo contrario Eulalio Mala suerte nunca
se sentía cuando llegaba, usaba zapatos de suela de goma que lo hacían sentir
como si fuera un ladrón…

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Las voces y los silencios de los-otros; pululan en cada uno de nuestros sentimientos difusos y concretos.

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¿Cuál es el horizonte de mi mirada?

La poética de una óptica.

Mirar desde un lugar no implica un punto de vista, definir en cambio el ángulo


y sitio nos acerca al mismo, el suelo es un lugar usado por todos, pisoteado
y maltratado por muchos, en la niñez, reconocer y conocer al mundo que nos
rodea desde él no es una escogencia sino una obligación. Empezamos nuestra
relación con el mundo arrastrándonos, gateando, mirando y observando todo
desde el suelo.

Suelo

La palabra suelo se deriva del latín solum, que significa suelo, tierra o
parcela.

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Óptica: Punto de vista, ángulo de observación la visión a ras de suelo.

Huella

La huella, no es la huella, es el rastro desplazado de un lugar a otro.


La verdadera huella no está en el suelo, piso o pavimento,
La verdadera huella está en los zapatos o el calzado,
Es allí donde el cuerpo con todo su peso se adhiere,
Se impulsa y se sostiene.

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Transeúnte: cualquiera, el vecino sin nombre conocido, aquel que no aparece en titulares de la prensa.

La razón del Zapatero.

Anita Siempre fue una mujer grande, abundante. Igual a su carácter era una
mujer de Gran paciencia que servía de consejera, madre y padre, todo el
tiempo; con sus hermanos y parientes, su casa siempre fue la embajada de
todo el pueblo, en ella llegaban vecinos conocidos y a veces gente sin
conocer. Pero Anita tenía un gran problema sólo podía comprarse un par de
zapatos al año la razón no era porque no tuviese dinero, sino porque nunca
encontraba su talla, por ser una mujer grande casi nunca los modelos que
estaban de moda podría colocárselos. Fue cuando descubrió que la única
forma de tener zapatos nuevos era mandándoselos hacer a un zapatero.

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La colla y el cabrón.

Lo peor que podía que podía hacer una mujer decente era colocarse zapatos
de trabilla, los dedos no se debían ver. Eso era deshonesto, grosero y sucio.
Sin embargo yo sé que todas las mujeres en su casa se quitaban los zapatos
cerrados para verse tranquilamente los pies. La única que se atrevía sin
ningún problema para mostrarlos era Sandra claro está “la mujer que anda en
malos pasos es la que mejor camina”. Tacón de aguja y su capella de trabilla,
Sandra paraba el tráfico. Las miradas de envidia y de rabia no se dejaban
esperar…

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Zapatos viejos

Luis Carlos López

………………………..

Mas hoy, plena de rancio desaliño,

Bien puedes inspirar ese cariño

Que uno le tiene a sus zapatos viejos…

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Con las botas puestas.

30
Ponerse en los zapatos de otro.

31
El tres. O las dos caras de mi abuelo Wenceslao.

32
La identidad del Monocuco con voz de capuchón, se nota en los Zapatos…

33
La percepción de eternidad… con suela de llanta, las botas camboyanas…

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Una que otra tachuela.

El zapato que le ajusta a un hombre le aprieta a otro; no hay receta para la


vida que funcione todos los casos.

(Carl Gustav Jung)

“una mentira puede dar la vuelta al mundo mientras la verdad se calza los
zapatos.”

(Mark Twain)

La escalera mecánica sube una serenata tranquila de zapatos; paraguas,


cada ojo atento a su zapato: luego salta rápido a algún lugar de arriba donde
las calles estallan en lluvia…

(Hart Crane)

Cuando alguien te lame las suelas de los zapatos, colócale el pie encima
antes de comience a morderte.

(Paul Valéry)

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