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SUMARIO:
1. Noción de miedo
2. Del miedo que no tiene relación con el pecado
3. El miedo en la predicación misionera
4. Enfoque sereno de la muerte
5. El miedo al juicio, a la justicia de Dios, al infierno, al demonio
6. La transferencia de la Iglesia
7. Vicente y los últimos tiempos
8. El miedo en la predicación actual
Bibliografía
1. Noción de miedo
Los teólogos definen el miedo como una perturbación del ánimo, causada por un mal fu-turo
que afecta a la persona o a seres que le están ligados efectivamente. El temor, si bien tiene el mismo
objeto, considerado en sentido estricto, afecta a la parte sensitiva de la persona. Sin embargo, dada
la interdependencia de la parte sensitiva y de la espiritual, el temor y el miedo se hallan muy
ligados, a tal punto que, por norma general, no suelen establecerse mayores diferencias en el
lenguaje corriente. Según dicho lenguaje, se habla del temor y no del miedo de Dios, cuando
debiera ser lo contrario, de atenernos a las definiciones.
Dios, por ser la bondad suma, no puede infundir miedo. Sin embargo, se puede tener miedo
de hacer algo que le desagrade; en este caso, se trata del llamado temor filial, que nos aleja del
pecado. En cambio, el temor servil lleva a huir del pecado por el miedo de las penas con que Dios lo
castiga. Según Lutero, el temor servil, lejos de conducir a la conversión, aferra más al pecado. A
pesar de la condena del Concilio de Trento (cf. DS 746; 818; 915), los Jansenistas repitieron el error
con algunas atenuantes (cf. DS 1305; 1410-1412; 1525). Si por temor servil se entiende el
denominado «servilmente servil», es decir, la huida material del pecado, sin excluir el deseo de
pecar, de no existir el castigo, también los católicos están de acuerdo en rechazar esta clase de
temor.
De todos modos, las afirmaciones de luteranos y jansenistas no se concilian con la doctrina
bíblica. La historia de Israel, en efecto, puede resumirse en el siguiente proceso: pecado-castigo-
arrepentimiento-perdón, que se repiten cíclicamente. Las amenazas de castigos ocupan una parte
considerable en la predicación de los Profetas. Sin embargo, los mismos Profetas no dejan de
presentar a Dios como un esposo que, si bien engañado repetidamente, no deja de perseguir
amorosamente a su pueblo (cf. Jr 3,6-13; Ez 16,59-63; Os 2,4-25; etc.). Malaquías condensa el
doble enfoque profético: «Si yo soy padre, ¿dónde está mi honra? Y si señor, ¿dónde mi temor?»
(Ml 1,6). Si bien el NT destaca la figura de Dios-Padre, da cabida asimismo a las predicaciones que
infunden miedo, comenzando por las del Bautista (cf. Mt 3,7-12). El mismo Jesús, en repetidas
ocasiones, recuerda la existencia del juicio y del infierno (cf. Escatología), para llamar a la
conversión (cf. Mt 5,20-30; 10,28-33; 11,21-24; 13,41-43; 25,31-46; Lc 12,4-5; 16,22-28; etc.).
El temor, como don del Espíritu Santo, es una cualidad habitual del alma, radicada en la
voluntad. Tanto el miedo como el temor impulsan a huir de lo que se considera como un mal. Este
puede ser físico o moral. El pecado es el peor de los males morales, que infunde miedo, por lo que
es o por sus consecuencias.
6. La transferencia de la Iglesia
La propagación del Protestantismo, la aparición de nuevas herejías, la incredulidad práctica,
el decaimiento de la moral hicieron pensar a S. Vicente que Dios podría transferir su Iglesia, de
Europa a los países infieles, «que quizás se muestren más inocentes en sus costumbres que la
mayoría de los cristianos» (cf. III, 37. 143. 165; V, 398; XI, 205-206. 243-246). El miedo de S.
Vicente no fue pasajero: ya en 1647, aseguraba que ese sentimiento permanecía en él desde hacía
mucho tiempo (cf. III, 143); en 1656, sigue expresando ese temor. Además del miedo personal que
el santo experimentaba ante la perspectiva de la destrucción de la Iglesia en Europa, él mismo
infundía temor, presentando la ira de Dios en acción, a través de los diversos males que asolaban a
la cristiandad. Como instrumento de esa ira, merece una mención especial el rey de Suecia, al que
compara con los reyes bíblicos del norte, que eran movidos por Dios para castigar a su pueblo (cf.
XI, 205). Por medio de estos castigos, Dios llama a la conversión: ayunos, mortificaciones,
oraciones. Además, los misioneros estarán agradecidos «por ser del número de los que Dios desea
servirse para trasladar sus bendiciones y su Iglesia» (XI, 245).
Bibliografía
Santo Tomás, Summa Thelogica, I-IIae qq. 41-44, II-IIae q. 19. – Jean Seguy, Monsieur
Vincent, la Congrégation de la Mission et les dérniers temps, en Vincent de Paul, Actes du
Colloque International d’Etudes Vincentiennes, Edizioni Vincenziane, Roma 1983.– M. Zalba S.I.,
Theologiae Moralis Compendium, v. I, B.A.C., Madrid 1958.