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SUMARIO:
Introducción
I. Disponibilidad para la acción
II. Mortificación y desprendimiento
III. El desprendimiento asemeja a Cristo Pobre
IV. Desprendimiento y confianza en la divina Providencia
V. El desprendimiento como testimonio evangélico actual
Bibliografía
Introducción
La ascesis cristiana, y con mayor razón la de la vida consagrada, tiene dos aspectos que se
complementan mutuamente, necesariamente: el negativo o de «renuncia» a todo lo que se opone al
«seguimiento fiel de Cristo» (valores que reconoce el mundo, la carne y que proclama
tentadoramente el demonio, por decirlo en lenguaje clásico) y el positivo o de «adquisición» de las
virtudes practicadas por Cristo hombre y expuestas por Él a la adquisición de sus discípulos, como
manera única de cumplir la voluntad de su Padre: la santificación. Desprenderse, en este sentido
negativo, es desasirse, renunciar a, separarse de, etc. etc. Cristo se lo explicará elocuentemente a sus
discípulos en orden a la elección, libre y dinámica, que deben hacer de Él (cf., por ejemplo, Mt 16-
20). Se trata ni más ni menos de «seguir a Cristo pobre, anonadado, libre, vacío de todo, excepto del
amor al Padre y a los hombres…». Este «seguimiento de Cristo» tiene que ser a expensas de
innumerables renuncias, todas ellas expuestas en el Evangelio, contenidas en los llamados Consejos
Evangélicos, sobre todo en los de pobreza, castidad y obediencia, como explicará abundantemente
el Conc. Vat. en su documento Perfectae Caritatis. En su aspecto positivo se logrará «el
revestimiento de Cristo», en expresión paulina, recogida por la doctrina de san Vicente: «Ella (la
compañía) siempre ha apreciado las máximas evangélicas y ha deseado revestirse del espíritu del
Evangelio para vivir y obrar como vivió nuestro Señor y para que su Espíritu se muestre en toda la
Compañía y en cada uno de sus Misioneros» (XI, 410-411). A uno de sus Misioneros aconsejaba el
Santo, firme y convencido: «Debe usted vaciarse de sí mismo (es decir, desprenderse de sí mismo)
para revestirse del espíritu de Jesucristo» (XI, 236). La vocación o el seguimiento de Cristo –
expresará tantas veces san Vicente– no puede ser firme ni convincente sino «en cuanto es fruto del
amor de Dios», «predilección divina»: la vocación, se ha dicho, no es cuestión de evidencia sino de
amor.
I. Disponibilidad para la acción
El desprendimiento es virtud evangélica básica. Y lo es no sólo para seguir acertadamente a
Cristo, maestro, verdad, camino, luz y vida, sino también como «disponibilidad para la acción».
Dirá, en efecto, san Vicente: «El estado de los Misioneros es un estado conforme a las máximas
evangélicas, que consiste en dejarlo todo y abandonarlo todo, como hicieron los Apóstoles, para
seguir a Jesucristo y para hacer lo que conviene a imitación suya» (XI, 697). En esto consisten
precisamente el contenido y razón de ser de toda vocación auténtica, a nivel personal y a nivel
comunitario también: en «dejarlo todo» para que, «llenos interiormente de la predilección de
Cristo», podamos seguirle de cerca. Dirá también san Vicente: «Busquemos solamente a Dios y Él
nos dará todo lo demás…, de forma que no nos falte nada» (XI, 731). Es la doctrina tan repetida y
profundamente vivida de los grandes místicos: «Dejarlo todo para llegar a poseerlo todo», dirá san
Juan de la Cruz. «Dios verá nuestro abandono y quedaremos en paz» (VII 438).
San Vicente llamaba a la disponibilidad «santa indiferencia». Esta disponibilidad ha de
moverse, sobre todo, a hacer efectiva la vocación a la que se ha sido llamado y por la que se es
enviado (la Misión). Lo que se dice en las RC de los Misioneros debe también referirse, en la
intención vicenciana, a las Hijas de la Caridad y al laicado vicenciano: «Cultivaremos de un modo
especial la indiferencia que en tal grado practicaron Cristo y los santos. Y así, no nos apegaremos
con afecto desordenado ni a los ministerios, ni a las personas, ni a los lugares, en especial a la
patria, ni a ninguna cosa parecida. Es más, debemos estar siempre prontos y dispuestos a dejar todo
esto por orden e incluso por simple deseo del superior» (RC CM II, 10). De los desprendidos y
siempre dispuestos para la Misión solía decir el Santo: «¡Es que tienen el corazón libre!» (XI, 536).
Y añadía, con conocimiento de causa: «Si no estuviésemos aferrados a nuestros miserables
caprichos, diríamos todos: Dios mío, envíame, estoy dispuesto a ir a cualquier lugar del mundo a
donde mis superiores crean oportuno que vaya a anunciar a Jesucristo…, sabiendo que mi salvación
está en la obediencia», es decir, en la disponibilidad o desprendimiento de la propia voluntad (XI,
536).
La disponibilidad deberá crear, como en Cristo, la dependencia del querer de Dios, en lo
cual radica la perfección suma, como entenderá y predicará san Vicente: «Su norma (la de
Jesucristo) era cumplir la voluntad de su Padre en todo, y dice que para ello bajó a la tierra, no para
hacer su voluntad sino la del Padre. ¡Oh Salvador, qué bondad!» (XI, 448-449). Tal disponibilidad,
la contemplada en Cristo, «Regla de los Misioneros», deberá incluso llevar a la renuncia de uno
mismo: «No podemos asegurar mejor nuestra felicidad eterna que viviendo y muriendo en el
servicio de los pobres, en los brazos de la Providencia y en una renuncia actual a nosotros mismos
para seguir a Jesús» (II, 208). Desposeerse de uno mismo para conquistar y poseer la Vida Eterna,
contenido de las Bienaventuranzas de Jesús (Mt 5,3-11). Esto, de momento y en este mundo, se
llama en expresión feliz del Santo, «descansar en los cuidados amorosos de la Providencia» (XI
438): «Y ¿qué vamos a hacer nosotros sino querer lo que quiere la divina Providencia y no querer lo
que ella no quiere?» (VI, 476). Hermosa es la conferencia del Santo a las Hijas de la Caridad sobre
el desprendimiento, sobre todo, de los afectos desordenados (conferencia-diálogo) (IX, 160-177).
Muchos son los pensamientos, útiles e inspirados, que se podrían entresacar, pero bástennos estos
pocos: «Si supieseis, hermanas mías, qué gran ventaja hay en ser únicamente de Dios, despreciaríais
por entero las vanas satisfacciones del mundo… Como la manera de vivir de las Hijas de la caridad
consiste en imitar la del Hijo de Dios, no tienen que tener más práctica que la de la penitencia y el
desprendimiento… Para esto hay que negar al cuerpo y al espíritu sus sensiblerías y sus vanas
satisfacciones… Solamente pertenece a Dios hacernos abandonar todo por parte nuestra, pues
somos criaturas débiles y objeto de su justicia, para hacernos objeto de su amor».
BIBLIOGRAFÍA
Reglas y Constituciones y Estatutos de la C.M.– M. PÉREZ FLORES y A. ORCAJO, San
Vicente de Paúl: Espiritualidad y Selección de escritos, BAC, Madrid 1981.– V. PARDO y J.
HERRERA, Teología de la Acción y Mística de la Caridad, Edit. La Milagrosa, Madrid 1960.– A.
ORCAJO, El seguimiento de Jesús según san Vicente, Edit. La Milagrosa, Madrid 1990.