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Ahora bien, esta nueva Ley Universitaria fue un documento bastante esperado por la sociedad
peruana, dado el desorden y falta de rigurosidad que se estaba experimentando en la creación
y funcionamiento de universidades. De haber sido un país con 35 universidades en la década
de los 80 del siglo pasado, se pasó a 56 en el año 1995, debido a la Ley de Promoción de la
Inversión en la Educación. Esta ley permitía la creación y funcionamiento de universidades
con o sin fines de lucro, bajo cualquier forma de organización.
Si bien podría pensarse que la mencionada ley significaba un beneficio para la sociedad
peruana, pues se incrementaba la oferta de educación superior, democratizándola y llegando
así a mayor cantidad de ciudadanos, especialmente de provincias y niveles socioeconómicos
desfavorecidos, lo cierto fue que este incremento no contó con mecanismos de control de la
calidad del servicio educativo.
Pues bien, las cosas no resultaron de esa manera y para el año 2011 existían 142 universidades
en el Perú, todas ellas de calidad dispar. Y, contra lo que las leyes del mercado afirmaban, no
hubo ninguna autorregulación del servicio educativo, sino más bien una proliferación de
universidades de dudosa calidad pero que lograban sostener su inversión debido a que sus
laxos requisitos de admisión y sus bajos niveles de exigencia interesaban a amplios sectores
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de la población, que deseaban contar lo más pronto posible con un título universitario que les
permitiera acceder a mejores oportunidades de trabajo.
Sin embargo, las inequidades estructurales del sistema peruano de educación básica se
trasladaron a la educación superior universitaria. Aquellos estudiantes que tuvieron la
oportunidad de una educación básica de calidad y que contaban con suficientes recursos
económicos se encontraban más preparados para estudiar en las universidades peruanas
(públicas y privadas) reconocidas por su calidad. El resto de estudiantes, ya sea por una
pésima educación básica, por falta de recursos o por ambos factores, se debía contentar con
aquellos centros universitarios económicamente accesibles pero, paradójicamente por eso
mismo, con criterios laxos de calidad educativa. Y esta situación se trasladaba así al mundo
laboral, con lo que las expectativas de la población de alcanzar mejores oportunidades de
trabajo a través del título universitario, no fueron cubiertas.
A esta situación hay que agregar que la referida Ley de Promoción de la Inversión en la
Educación no estaba inscrita en un Plan de Desarrollo Nacional y menos en un Plan Nacional
de Educación. Aunque en nuestra sociedad dichos planes eran y son percibidos como una
manifestación más del burocratismo del Estado, lo cierto es que son documentos muy
importantes para el desarrollo a mediano y largo plazo de una nación: ambos planes
establecen la visión de país que tiene la sociedad y que espera lograr con los ciudadanos para
que esta visión se consolide.
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respondían necesariamente a criterios básicos de calidad ni a políticas educativas de largo
aliento provenientes de consensos internacionales de los cuales el Perú era firmante (por
ejemplo, los 17 objetivos de la Agenda 2030 de la ONU). En conclusión, la oferta
universitaria se había convertido en un negocio redondo para todo tipo de empresarios que
concibieron el “negocio de la educación” como una forma rápida y segura de hacer dinero con
costos mínimos, sin mayor supervisión ni control. Y si bien es cierto las universidades estaban
reguladas por la Asamblea Nacional de Rectores y por el Consejo Nacional para la
Autorización de Funcionamiento de Universidades (Conafu, creado en 1995), los análisis
realizados a la gestión de este último organismo mostraron irregularidades, falta de
rigurosidad y liberalismo en la entrega de autorizaciones.
Esta problemática no solo se daba en el Perú, sino que también se dio en los diferentes países
de América Latina que, a su debido momento, iniciaron la reforma de sus sistemas educativos,
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incluida la educación superior universitaria. Y los caminos seguidos por todos los países han
sido relativamente similares: una nueva ley y un proceso de aseguramiento de la calidad de la
educación superior.
Como se mencionó al inicio, la ley universitaria dio pase a la creación de la Sunedu, que en
noviembre del 2015 presentó el Modelo de licenciamiento y su implementación en el sistema
universitario peruano. La base de este modelo es el aseguramiento de la calidad de la
educación superior, que consta de tres mecanismos: licenciamiento, acreditación y
mejoramiento de la calidad.
El modelo propone ocho CBC y 55 indicadores, y las instituciones deben cumplir con todos
para que puedan obtener un informe técnico favorable. Algunas CBC se enfocan en el aspecto
de infraestructura, recursos y mobiliario, que ya era lo tradicional en el sistema anterior de
autorización de funcionamiento de universidades; pero en el nuevo modelo además se agrega
la transparencia en el manejo de recursos (para limitar los clamorosos indicios de corrupción
que mostraban ciertas instituciones); la coherencia entre los objetivos institucionales, las
carreras ofrecidas y los planes de estudio; la idoneidad de los docentes universitarios; la
disponibilidad de servicios educativos complementarios y de inserción laboral; y sobre todo,
el fomento de la investigación.
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pedagógico de sus docentes era de alto nivel y debían contar con una trayectoria investigativa
o de producción académica. Sin embargo, la mayoría de universidades se contentaban con lo
que en su momento se denominó el “docente dictante”, es decir, el docente que se dedica solo
a dictar clases reproduciendo lo revisado en libros, sin actualizarse, sin realizar investigación
y sin realizar producción académica de algún tipo (redacción de artículos o libros,
participación en grupos de investigación, participación como expositor en congresos). Este
perfil del “docente dictante” definitivamente no contribuía al desarrollo de la investigación en
beneficio de la formación de los estudiantes y menos en el beneficio posterior de la sociedad.
A lo anterior vale agregar que dichas universidades tampoco deseaban cambiar el perfil de sus
docentes, pues consideraban un “gasto” la inversión en investigación al implicar una mayor
asignación de recursos monetarios en la contratación de docentes más calificados, en montar
equipos profesionales dedicados a la investigación y a la publicación, en incrementar
infraestructura y mobiliario para satisfacer las necesidades investigativas. Nuevamente, como
buena cantidad de estas universidades se había creado bajo la figura de “negocios
educativos”, para los propietarios no era lucrativo en ese momento destinar recursos a
investigación: su enfoque era netamente empresarial particular, no estaba insertado dentro de
una política educativa estatal a largo plazo, donde los profesionales egresados de dichas
universidades iban a constituir la clase dirigente que contribuiría con sus conocimientos al
progreso del país.
Esta contradicción de intereses entre dichas universidades y la recién creada Sunedu trajo una
serie de pugnas que se reflejaron en un intento de desacatamiento del proceso de
licenciamiento y también en un intento de desconocimiento de la Sunedu, paralelizándola con
la extinta Asamblea Nacional de Rectores (ANR). Fueron momentos bastante dramáticos,
pues por un lado buena parte de la ciudadanía exigía detener lo que ellos denominaban
“estafa”, al haberse visto expuestos a estudiar en centros universitarios de dudosa calidad y
que, en muchos casos, tampoco brindaban una titulación validada por el Estado; mientras que
por la otra parte se encontraban autoridades universitarias renuentes al cambio y obstinadas en
no atender lo que reclamaba la población y lo que demandaba el contexto educativo mundial.
Este proceso de reforma del sistema educativo universitario, que debió haber unido al país en
pos del progreso, suscitó ataques tanto a los promotores de la nueva ley universitaria como a
la Sunedu. Se criticó la exigencia de sus CBC así como la “excesiva” rigurosidad de sus
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procedimientos. Como se ha señalado anteriormente, las grandes novedades de las CBC eran
el manejo transparente de recursos económicos y el incentivo de la investigación. El resto de
criterios ya existían de alguna u otra manera, si bien no eran respetados. La rebeldía frente a
las CBC demostraba, entonces, que las universidades no querían ponerse al servicio de un
plan educativo a largo plazo, sino que pretendían seguir con el enfoque que habían tenido
hasta el momento.
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Recientemente la Sunedu ha declarado que las instituciones a las que se les ha denegado el
licenciamiento podrán solicitar un nuevo proceso acogiéndose a la categoría de
“universidades nuevas” y justo se menciona el caso de la Universidad San Luis Gonzaga de
Ica. Si bien esta es una forma de subsanar los errores de proyección cometidos con esta
universidad, también abre una puerta a aquellas universidades que definitivamente no
pretenden cumplir con las CBC, pero que posiblemente apelen al “cansancio” y a la presión
para lograr la autorización de funcionamiento. Asimismo, abre una puerta a la posible
corrupción que se puede generar en la pugna de las universidades por ser autorizadas.
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que pasaban por docentes capacitados (y que no hay en la cantidad necesaria), campos
clínicos suficientes y que garanticen el buen trato al paciente, centros de internado y
residentado, y resultados del Examen Nacional. A la fecha este equilibrio todavía no se ha
logrado e investigaciones realizadas (Mayta-Tristán et al., 2016; Yupa y Tisza, 2019)
muestran que todavía está lejos, pues existe una fuerte presión de las universidades por formar
médicos, al ser una profesión socialmente rentable, pero que al no estar inscritas dentro de un
Plan de Desarrollo Nacional, dichos profesionales no engrosan el servicio de salud pública,
sino el sistema privado, con lo que las dificultades permanecen.
29 de mayo 2020
Elena Saona Betetta