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A. AMATO
como "Hijo del Altísimo" (1, 32), "santo" e "Hijo de Dios" (1,35). Pero también hay indicaciones
mariológicas decisivas. María, en efecto, es la "llena de gracia" (1,28), la que ha "encontrado gracia
ante Dios" (1,30). Por eso el ángel le anuncia: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y te cubrirá con
su sombra el poder del Altísimo" (1,35). La concepción virginal se pone en relación inmediata con la
llamada de María a la maternidad divina: ella significa la consagración de su cuerpo y de todas sus
potencias afectivas a una tarea única en el designio de Dios. Isabel, como portavoz de las intenciones
teológicas de Lucas, en el episodio de la visita de María saluda a ésta no sólo como la "bendita entre
las mujeres" ( 1,42), sino también como la "madre de mi Señor" ( I ,43). Esta expresión supone la
maternidad divina, porque el titulo "Señor" es el título divino de Jesús (cf Flp 2,11, ICor 12,3). Pero la
maternidad divina de María no estará exenta del misterio del dolor. El relato de la presentación de
Jesús en el templo (Lc 2,22-38) indica en Jesús al "Mesías del Señor" (2,26) y al Salvador no sólo de
Israel, sino de todas las naciones (Lc 2,30-32). En este contexto, Lucas hace referencia al drama que
constituirá el epílogo de la obra de Jesús. Y María es asociada como madre a ese drama del
Salvador, desde el momento que una espada traspasará su alma (cf 2,35). La maternidad de María
respecto a Jesús comprende, finalmente, una función educadora, que le permitirá al niño crecer "en
sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres" (2,52). El evangelio de Juan es también
el evangelio de la madre de Jesús. Este título de madre se repite varias veces en las escenas
cristológico-mariológicas más destacadas referidas por Juan: en las bodas de Caná encontramos dos
veces "madre de Jesús" y una vez "la madre" (2,5), en la escena del Calvario, en tres versículos, el
evangelista llama a María hasta cinco veces "madre" (19,25-27). En ambas escenas, el titulo de
madre está relacionado con el de mujer, indicando que con la madre de Jesús nueva Eva —aunque
con una función inversa a la de la primera mujer (cf Gén 2,23; 3,1s.16.20)—, da comienzo una nueva
estirpe. A los pies de Jesús, lo mismo que en las bodas de Caná, la maternidad corporal de María
respecto al hijo de Dios se amplía hasta una maternidad espiritual, que se convierte en su
consumación. Con ese simbolismo, además, el misterio de María es relacionado indisolublemente
con el de la iglesia.
El titulo bíblico de madre del Señor Jesucristo le valió a María su inserción en el símbolo niceno-
constantinopolitano de la iglesia universal: "Encarnado por el Espíritu Santo de María Virgen" (DS
150). El término griego Theotókos fue consagrado solemnemente en Éfeso en 431 e introducido en la
fórmula de fe de Calcedonia en 451. En la definición calcedoniana, después de haber hablado de la
generación eterna del Hijo por el Padre, se afirma también su nacimiento terreno "de María virgen y
madre de Dios" (DS 301). El término Theotókos, con sus correspondientes latinos Deipara, Dei
Genetrix, contiene una verdad que sólo es concebible en la fe, a saber: la divinidad del que ha nacido
de ese modo, y un hecho histórico, o sea, su encarnación en el seno de una mujer. Mas ese título,
aparte de una finalidad cristológica (la de proteger el misterio de Cristo) tiene también una finalidad
mariológica: la de subrayar la posición de preeminencia de María, madre de Dios, en la conciencia de
fe de los cristianos. Con ello se consigue formular felizmente Jesucristo el misterio mariano para los
siglos sucesivos, no sólo desde el punto de vista dogmático, sino también desde el terminológico,
puesto que se había conseguido tematizar con sumo equilibrio la referencia tanto a la persona como
a la obra del Redentor, que permanece siempre en el centro del dogma mariano. Finalmente, ese
titulo constituye todavía hoy una de las bases más sólidas y comunes del diálogo ecuménico entre los
cristianos. Dice al respecto el Vat ll: "Ofrece gran gozo y consuelo para este sacrosanto sínodo el
hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la madre
del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que corren parejos con nosotros por su
impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre virgen madre de Dios" (LC 69).
discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de mi Padre que
está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (/Mt/12/48-50). Para Jesús, la
relación de discipulado está más cercana a su corazón que los mismos lazos familiares. Esa relación
tiene su origen en "hacer la voluntad del Padre"; de donde se sigue que hacer la voluntad de Dios es
más grande que ser madre de Jesús.
El evangelista Lucas es sobre todo el que traza la figura de María como discípula, después de
haberla retratado felizmente como madre del Hijo de Dios encarnado. En efecto, el episodio que
acabamos de mencionar viene inmediatamente después de la parábola del sembrador y de la semilla
que cae en diferentes tipos de terreno (cf Lc 8,4-15). La redacción de Lucas intenta hacer comprender
que el episodio debe estar iluminado por la parábola que le precede. La conclusión es la afirmación
perentoria de Jesús, que en la redacción lucana se expresa en modo positivo: "Mi madre y mis
hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en,práctica" (Lc 8,21). Todo esto se
adapta perfectamente también a María, la cual escuchó la palabra de Dios siendo la primera creyente
de la iglesia. Lucas, en efecto, en He 1,14, cuenta a María entre los miembros de la primera
comunidad de los creyentes después de la resurrección de Jesús. También el relato de la infancia
presenta a María como la creyente: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra"
(Lc 1,38); es decir, María encarna en primera persona la definición del discípulo del Señor. También
en el episodio de la visitación asocia Lucas a María la idea del seguimiento y del discipulado. En
efecto, el motivo del saludo de Isabel —"bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre"
(Lc 1,42)— se da en la exclamación: "Dichosa la que ha creído que se cumplirán las cosas que se le
han dicho de parte del Señor" (Lc 1,45). También en Lc 11,27s se subraya el hecho de que ser
discípulo constituye para Jesús una relación más alta que los vínculos familiares: "Dichosos más bien
los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 11,28). En estas dos últimas citas, tanto Isabel
como la mujer de la turba alaban la maternidad física de María. A esto se añade una ulterior
perspectiva. Tanto en la alabanza de Isabel como en la de Jesús se subraya también la
perseverancia en la escucha y en la práctica de la palabra de Dios. Lc 11,28 tiene paralelismos
marianos en Lc 2,19: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón",
y en Lc 2,51: "Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón". Es decir, Lucas considera a la
madre del Señor como la verdadera discípula, ya que ha realizado las dos condiciones de ser
discípulo: la escucha de la palabra y su realización práctica en la vida. También en las escenas de
Caná y del Calvario, descritas por Juan, María trasciende con el nombre de mujer su función de
madre, asumiendo la de discípula. En el Calvario, p. ej., se convierte en la madre del discípulo ideal,
presentándose al mismo tiempo como el modelo de la madre y del discípulo.
Se puede preguntar cómo es posible armonizar la conclusión de que María parece tener mayor valor
como discípula que como madre, con el hecho indiscutible de que la mariología tiene su soporte y su
base en la maternidad divina. La armonización puede realizarse en el ámbito de una cierta pedagogía
de María como discípula y como madre. Además de en la Escritura, en la tradición patrística María es
descrita frecuentemente como la verdadera creyente. Más aún, san Agustín afirma: Illa fide plena et
Christum prius mente quam ventre concipiens", y continúa: "María credendo concepit sine viro"; e
inmediatamente después subraya que fue justamente por la fe como María concibió a Cristo en su
seno: `'Credidit María, et in ea quad credidit factum est". Y en otra parte: "Virgo ergo María non
concupuit et concepit, sed credidit et concepit". María concibió impulsada por un acto de fe amorosa
en Dios, y no por un acto de unión amorosa con un hombre. María concibió impulsada por la ferviente
caridad de la fe. En la concepción de Jesús fue decisivo el acto de fe de la virgen.
Por eso en el orden temporal la fe de María precedió a su maternidad. En cambio, en el orden del
plan divino de la salvación, la predestinación de María a ser madre del Hijo de Dios tiene la
precedencia, ya que tal predestinación tuvo influjo causal en todo lo que acaeció en María, y por tanto
también en su fe, que precedió a su divina maternidad.
protestante suscita perplejidad y rechazo, dada la concepción bastante pasiva de esta última sobre el
hombre y su cooperación a la salvación en virtud de los conocidos principios solus Christus, sola
gratia. Sin embargo, también este titulo mariano, como los dos precedentes, tiene de hecho
profundas raíces bíblicas. María, en efecto, aparece concretamente asociada a Cristo desde el primer
momento de su acontecimiento salvífico hasta el Calvario y el acontecimiento pascual. Con el primer
fiat dijo sí a la encarnación del Hijo de Dios, con el fiat del Calvario consintió en el sacrificio redentor
de su Hijo. María, pues, fue asociada a la redención traída por Cristo fundamentalmente mediante su
consentimiento: "Junto a la cruz, como en la anunciación, la actividad de María es esencialmente un
consentimiento en el que están comprometidas su fe y su amor. En la encarnación, consentimiento a
la vida, a aquella vida humana que ella da a su Hijo; en la redención, consentimiento a la muerte,
aquella muerte humana que Cristo debía sufrir (Lc 24,46) para rescatar al mundo. Pero estos dos
consentimientos no son en realidad más que un mismo y solo consentimiento: el fiat de la
anunciación (Lc 1,38), que contemplaba incondicional e irrevocablemente todo lo que habría de
realizarse". El c. VIII de la Lumen gentium, recogiendo los datos escriturísticos y patrísticos del caso,
presenta la función de María en la economía de la salvación (nn. 55-59) y precisa las relaciones de
María con Cristo, único mediador (nn. 60-62). Algún autor ha visto en la asociación de María a la obra
de la salvación de Cristo el principio fundamental de la mariología conciliar, y lo enuncia de este
modo: "María santísima es activamente asociada a Cristo salvador en la obra de la salvación del
género humano de modo universal, integral y totalmente dependiente".
a) Asociación universal de María. La asociación de María a Cristo es universal en el tiempo,
extendiéndose a toda la historia de la salvación, desde el protoevangelio a la parusía. Ella está
esencialmente unida a su Hijo en virtud de su maternidad física para el gran fin de la redención del
hombre: "Redimida de un modo eminente en atención a los méritos futuros de su Hijo y a él unida con
estrecho a indisoluble vinculo, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la madre
de Dios Hijo" (LG 53). La afirmación conciliar, al mismo tiempo que insiste en la dignidad de María,
subraya el estatuto de su colaboración a la obra redentora del Hijo: ella es ante todo una redimida.
¿Qué cometido tiene María en concreto? De acuerdo con Laurentin, "ella representa, al lado de
Cristo, con total subordinación, aspectos accesorios de la humanidad que él no asumió: es una
persona humana, mientras que Cristo es una persona divina preexistente; vivía la condición de la fe
oscura y peregrinante, mientras que Cristo tenía la evidencia de Dios en el plano de su divinidad (...);
es una redimida, mientras que Cristo no tuvo necesidad de redención finalmente, es una mujer,
mientras que Cristo es un hombre. Este último rasgo resume simbólicamente los otros". Aunque no
estrictamente necesaria para la salvación, de hecho María tuvo un cometido real en la realización del
sacrificio redentor. La extensión de esa asociación la ve el Vat II desde el preanuncio del
protoevangelio (LG 55) a la encarnación: "EI Padre de las misericordias quiso que precediera a la
encarnación la aceptación de parte de la madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó
a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la madre de Jesús,
quien dio a luz la vida misma que renueva todas las cosas, y fue enriquecida por Dios con dones
dignos de tan gran dignidad" (LG 56). María se consagró totalmente a la persona y a la obra del Hijo,
sirviendo al misterio de la redención debajo de él y con él. No fue, pues, un instrumento meramente
pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación del hombre con fe libre y obediencia
(ib). Lo que Eva, la madre de los vivientes, ató con el nudo de su desobediencia, María, la madre de
los redimidos, lo desata con su fe y con su obediencia. Esta disponibilidad al plan de la salvación se
realiza concretamente para María en su asociación a los misterios de la infancia: concepción virginal,
visita a Isabel, nacimiento, presentación en el templo, encuentro de Jesús perdido (LG 57), y a los
misterios de la vida pública: bodas de Caná, predicación del Señor, Calvario. María permaneció junto
a la cruz "sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio,
consintiendo con amor en la inmolación de la victima engendrada por ella misma" (LG 58). Tal
asociación, según el concilio, continúa en pentecostés, donde estaba también "María implorando con
sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación" (LG
59). Y prosigue con la asunción gloriosa y con la vida celeste de María, que, "una vez recibida en los
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cielos no dejó esta misión salvadora, sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión,
los dones de la eterna salvación" (LG 62).
b) Asociación integral de María. María participa en la salvación en orden a todos los redimidos y en la
salvación completa. Ella, en efecto nos obtiene "las gracias de la salvación" (LG 62) y "coopera con
amor de madre a la regeneración y formación de los fieles" (LG 63). Aun teniendo en cuenta el
carácter metafórico de la expresión usada por Benedicto XV en 1919 —en el Calvario María abdicó
de sus "derechos maternos"—, no se puede dejar de tener en cuenta los lazos de afecto y de
comunión que prolongan entre madre e hijo aquella unión inicial de la carne y de la sangre: "Al llamar
a María sobre el Calvario, Jesucristo extiende esta comunión a los sufrimientos y a los méritos de la
redención. A los pies de la cruz, María puede seguir diciendo lo que toda madre puede decir a su hijo:
Éste es mi carne y mi sangre, y padece cruelmente ante esa carne lacerada y esa sangre derramada.
Ella puede añadir lo que puede añadir toda madre en comunión profunda con su hijo: Lo que es tuyo
es mío y lo que es mío es tuyo"' Aunque no sustituye a Cristo, a los sacramentos o a las obras
buenas de todo redimido, María añade su contribución de fe, de obediencia, de oración, de
sufrimiento durante su vida terrena, y ahora en su vida celeste su intercesión materna, que se une a
la de Cristo, los ángeles y los santos. Y esto en orden a todos los fieles: "Por su amor materno cuida
de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se debaten entre peligros y angustias, hasta que
sean llevados a la patria feliz. Por eso la bienaventurada Virgen es invocada en la iglesia con los
títulos de abogada, auxiliadora, socorro, mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera
que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único mediador" (LG 62).