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Draco era un perro grande y peludo, del tipo de raza de perros lanudos que ocultan siempre sus ojos

bajo el pelaje. Como los perros grandes, era ganso y jugetón. Era un miembro más de la familia, que
se componía de los mellizos, niño y niña de 9 años y la mamá. Vivían los cuatro en una pequeña
casita rodeada por un jardín vallado donde los niños pasaban el tiempo jugando con Draco. La
mamá pasaba casi todo el día fuera porque trabajaba muchas horas para poder pagar la casa, la
escuela de los niños, la comida, luz, agua, telefono, etc... además estaba ahorrando dinero para que
sus hijos pudieran ir a la universidad y adquirir una buena educación para poder tener más
oportunidades en la vida y no contemplarla de forma tan dura, como le estaba ocurriendo a ella que
gastaba tantas horas trabajando en una oficina como secretaria. Pero los domingos la mama
dedicaba el día a sus dos hijos y se iba con ellos al lago que había dos kilometros al norte. Aparcaba
su coche muy cerca de la orilla y transcurría el domingo entre juegos y baños. Draco nunca se metía
en el agua pero montaba guardia en la orilla, observando a sus dos amiguitos chapoteando. Mientras
la mama descansaba de una larga semana de trabajo, tumbada, leyendo un libro o simplemente
mirando a sus hijos y a Draco.
Junto al lago reposaba un bosque frondoso en el que los niños no se atravían a entrar proque corría
el rumor de que estaba encantado y lo habitaba cierta bruja malvada que se gustaba de devorar
niños. Esta leyenda mantenía a los niños lejos del bosque y para la mama era una traquilidad, una
preocupación menos, pues más allá de la leyenda el bosque no dejaba de tener sus propios peligros.
Cierto Domingo en el que Draco estaba mirando desde la orilla a los niños jugar en el agua pasó
delante de él un pequeño jilguero volando con gracia y piando con un duce cantar. Draco quedo
hipnotizado con el parjarillo y lo siguió abandonando el puesto de vigilancia donde se apostaba y
desde donde podía avisar en caso de que se aviniese una posible desgracía. Nadie se dió cuenta de
la ausencia de Draco hasta transcurrido un buen tiempo. Cuando los niños salieron del agua, no
encontrando a su querido perro, fueron corriendo a despertar a su mamá, que descansaba tumbada al
sol. -Mamá, Draco no está- vociferaban -Algo le ha pasado, se ha perdido- decían entre sollozos. La
mámá les pidio que se calmaran. Les advirtió que Draco no era un perro desobediente y que quizás
se había destraído persiguiendo a algún animalillo, pero que no se preocuparan porque pronto
volvería.
Pero el atardecer estaba llegando a su fin, la noche comenzaba a acaecer y Draco seguía sin
aparecer. Los niños lloraban y se lamentaban por perder a su estimado amigo canino. La mamá, que
intentaba tranquilizar a sus hijos, se estaba poniendo un poco nerviosa, pues ya era hora de regresar
a casa y veía que Draco no aparecía. -Mamá, ¿ Y si se ha ido al bosque encantado?¿Qué hacemos si
se ha ido al bosque encantado?- dijo la niña. Mamá respondió: - Esperaremos un rato más a que
vuelva, seguro que vuelve- El niño miró a su madre con lagrimas en los ojos y le dijo con la voz
cortada por el llando- Y si no vuelve- Contestóle la mamá con gran pesar por ver a sus hijos
sufriendo:-Si no vuelve mañana podeís venir a buscarle. Pero me teneís que prometer que sólo
buscaréis por la orilla del lago y que no entrareís en el bosque-
Pasó un poco más de tiempo y noche cayó sobre el cielo. Y Draco seguía sin aparecer. La mamá y
los niños regresaron a su pequeña casita sin su perro. Todos sentían la sozobra en el corazón por la
ausencia de Draco al que consideraban uno más de la familia. Mientras la mamá preparaba la cena
notaba la congoja en el pecho, por la ausencia de Draco y por ver la pena en sus hijos. Los niños
quedaron en el sofá de la salita con los ojos humedos por las lagrimas y un nudo en la garganta por
la pérdida de su amigo.

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