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contralinea.com.mx/archivo-revista/2020/02/23/la-operacion-asalto-al-cielo-en-culiacan-sinaloa/
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En ese cuadro se representa a un ángel que
parece a punto de alejarse de algo a lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene
la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la
historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de
datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va
arrojando a los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo
destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, una tempestad se enreda en sus alas, y es tan
fuerte que el ángel no puede cerrarlas. Esta tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al
cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo… Lo que
llamamos progreso es justamente esta tempestad
El grupo de jóvenes incorporado a la LC23S en Sinaloa se hacía llamar Los Enfermos. Dicho
grupo se encontraba conformado, en cierta medida, por jóvenes que se separaron de las
juventudes comunistas, descontentos con la pasividad que percibían en los dirigentes del
Partido Comunista (PC, motejados como los pescados) frente a acontecimientos políticos y
sociales recientes a aquellos años. Los Enfermos constituyeron una facción estudiantil
radicalizada al interior de la Federación de Estudiantes Universitarios de Sinaloa (FEUS), su
mote les fue otorgado por jóvenes que, después del cisma mencionado, permanecieron en
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las filas de la organización juvenil del Partido Comunista, quienes señalaron que las
posiciones ultras de los primeros se ubicaban como un radicalismo pequeñoburgués al que
Lenin se refirió en su obra El izquierdismo, la enfermedad infantil del comunismo; los
enfermos asumieron esa identidad orgullosos: “sí estamos enfermos; pero del virus rojo del
comunismo revolucionario”. Con ese ethos, los “enfermos” consideraron factible el ensayo
de insurrección popular en cuestión, conclusión a la que llegaron, sobre todo, por la amplia
trayectoria de apoyo a diversas causas sociales que tenían recorrida desde hace varios años
para ese entonces, pues en distintas ocasiones grupos de campesinos así como de obreros
de los sectores agrícola, de manufactura y construcción, habían acudido a ellos en busca de
solidaridad con sus respectivas luchas.
El nombre de la operación hace alusión a los hechos históricos acaecidos en París en 1871,
en los cuales las masas de trabajadores se hicieron del control de la mayoría de las
instituciones, inaugurando lo que a la posteridad se conocería como La Comuna de París…
en palabras de Marx, “tomando el cielo por asalto”.
Fritz Glockner, en su libro Los años heridos. Historia de la guerrilla en México (1968-1985),
menciona que la operación fue planeada en una casa de seguridad de la Liga en la colonia
Libertad, de Culiacán, lugar donde se dieron cita los activistas de dicha organización desde
la tarde del martes 15 de enero hasta la madrugada del día siguiente. Los preparativos
conllevaron la elaboración de bombas molotov, la definición de rutas, la asignación de
tareas y el cálculo de la capacidad de convocatoria con que se contaba para la jornada de
actividades revolucionarias.
Desde el asomo de los primeros rayos del sol, distintos comandos de la Liga llegan a los
campos agrícolas de los alrededores de Culiacán. El Chaparral, el Conejo, el Diez, entre otros
lugares, fueron escenario de mítines relámpago, en los cuales se daban discursos
incendiarios invitando a los jornaleros a paralizar labores e incorporarse a la lucha; los
oradores evocaron eventos recientes en los cuales campesinos, jornaleros y estudiantes,
unidos, lograron, a través de invasiones, arrebatar tierras a caciques estatales para su
reparto colectivo. De igual manera rememoraron cómo, dicha alianza estratégica, había
logrado el aumento salarial de los trabajadores agrícolas de algunas regiones del Estado.
Caminos y carreteras fueron bloquedos; sin embargo las corporaciones policiacas lograron
intervenir poco a poco. Glockner alude un cálculo: entre 10 mil y 50 mil trabajadores se
unieron a la jornada revolucionaria, la cual era dirigida por entre 100 y 300 militantes de la
LC23S.
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En el escenario urbano los comandos de jóvenes guerrilleros tomaron unidades de
transporte público y bloqueron distintas vías de tránsito; en las calles detonaron bombas
molotov; se distribuyó propaganda entre trabajadores y población en general, en las que se
les invitaba a unirse a la protesta. En este contexto también se buscó arrebatar armas a las
fuerzas represoras de la burguesía, y la expropiación de recursos económicos e insumos
que serían destinados a futuros operativos de la organización revolucionaria. En múltiples
lugares ocurrieron enfrentamientos armados entre la policía y los estudiantes.
Para el medio día, el Ejército entraba en la ciudad con vehículos blindados, mientras en el
área rural aterrizaba el Cuerpo de Paracaidistas que había enviado el gobierno federal para
contener la situación; alrededor de 40 mil efectivos participaron en el combate a los
“subversivos”… casi la mitad de las Fuerzas que en ese momento componían el Ejército
Mexicano, a decir del autor.
Hay pocos datos en torno a los decesos que hubo en ambos bandos. A nivel oficial se habló
de cuatro bajas: un velador, un policía y dos estudiantes. Lo cierto es que la respuesta del
Estado fue brutalmente desproporcionada; entre el 16 de enero y el 30 de mayo de 1974
cientos de jóvenes caerían detenidos, otros serían ejecutados extrajudicialmente en
operativos policiacos y algunos más se desvanecerían en el agujero negro de las
desapariciones forzadas.
Durante este periodo son descubiertas casas de seguridad de la Liga en colonias como la
Pemex, Díaz Ordaz, Hidalgo, Ejidal, Sinaloa, entre algunas otras de la capital del estado. En
estos hechos las corporaciones policiacas encuentran máquinas de escribir, mimeógrafos,
propaganda “subversiva”, armas y bombas molotov.
Como dato curioso, en la citada obra el autor habla de una ocasión en que el tenebroso
personaje que fungió como director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), Miguel
Nazar Haro, cuestionó –algunos meses después de los acontecimientos– a un dirigente de la
Liga que se encontraba preso en el penal de Topo Chico, en Nuevo León: “¿Qué hubieran
hecho de haber llegado a controlar la ciudad?” El joven guerrillero no supo responder pues,
según esta versión, en efecto, no existía un plan en torno a “¿qué hacer?” si el Asalto al Cielo
resultaba exitoso.
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El acontecimiento histórico en cuestión también es resaltado de suma importancia por
Lucio Rangel Hernández en un trabajo de investigación titulado Liga Comunista 23 de
septiembre 1973-1981. En él se señala que la jornada del 16 de enero de 1974 fue un evento
sin comparación en la segunda mitad del siglo XX en nuestro país. Fue una acción de
protesta y agitación que logra paralizar a 50 mil trabajadores y campesinos de la ciudad de
Culiacán y sus alrededores. Sin embargo, a partir de estos hechos el Estado recrudecería la
represión hacia la LC23S inaugurándose, de esa forma, lo que Rangel categoriza como la
etapa defensiva o de dispersión (1974-1976) en la historia de la Liga.
Pareciera ser que hoy, al igual que ayer, los que ejercen el poder desde una lógica no sólo
conservadora sino ya de plano reaccionaria, acuden a los mismos tópicos para denostar e
intentar socavar la credibilidad de quienes realizan denuncias y emprenden acciones para
cambiar situaciones de abuso e injusticia. Hay elementos que persisten. Sin embargo el tren
de la historia sigue su curso y, al igual que ese Angelus Novus pensado por Walter Benjamin,
no podemos ver exactamente qué deparará el futuro; ¿a dónde nos llevará este cúmulo de
sucesos y catástrofes que se han aglutinado frente a nosotros? Llama la atención una
reflexión que encontramos en las páginas iniciales de “Los años heridos…”:
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futuro detrás de uno, es éste el que empuja, el que hace caminar, el que da la movilidad; es
el pasado visible y se comprende desde la idea de tenerlo enfrente, puede ser interpretado
y asimilado para cultivar de mejor forma la memoria.”
Los protagonistas de esta historia podrían haber imaginado una de las posibles
conclusiones de este periplo revolucionario. Sin embargo, nadie podía saber con certeza
qué depararía el futuro; nadie podría saber cuál sería ese porvenir que para nosotros es el
presente. Concebir el futuro como aquello a lo que damos la espalda y es fuente de
incertidumbre nos remite a lo que desde el sicoanálisis lacaniano es planteado como un
“futuro anterior”; aquello que será a partir de lo que ha sido; aquello que se materializará a
partir de ciertas condiciones de posibilidad que han sido configuradas previamente y frente
a lo que se responde –por su carácter incierto–, inevitablemente, con la angustia. En este
sentido, el trabajo historiográfico podría ser interpretado, también desde Lacan, como una
alétheia (a = sin; lethé = olvido/ocultamiento), es decir, como un constante develar, como un
des-ocultamiento de lo real, de una verdad inherente a los acontecimientos históricos.
© Contralínea 2019
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