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FABIO ZERPA

ADRIANA FERREYRA

VIVENCIAS
MI SER INTERIOR

“EL AMOR DEBE SER EL MOTOR DE NUESTRA VIDA. EL DAR


AMOR ES EL MEJOR ACCIONAR PERMANENTE. AMAR ES
VIVIR Y SENTIR LA SABIDURÍA”

FABIO ZERPA

REGISTRO DE PROPIEDAD INTELECTUAL: RE-2018-44681651-APN-DNDA MJ


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ÍNDICE

PRÓLOGO, por Héctor Darío Ríos

PRESENTACIÓN- ¿Por qué este libro?

PARTE 1. FABIO
CAPÍTULO I- ¿Qué son las emergencias espirituales?

CAPÍTULO II- El niño y el adolescente.

CAPÍTULO III- Mi experiencia en la investigación de Vidas


Pasadas.

CAPÍTULO IV- Mis vacaciones de verano en la estancia “La


Alegría”.

CAPÍTULO V- Dos hechos que transformaron mi vida.

CAPÍTULO VI- Mi salto cuántico.

CAPÍTULO VII- La cosmovisión andina.

CAPÍTULO VIII- 1977. Congreso Mundial de Acapulco y Carlos


Castaneda.

CAPÍTULO IX- La llegada del amor a mi vida.

PARTE 2. ADRIANA
INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I. El dolor de crecer.

CAPÍTULO II. El despertar de la sensibilidad.

CAPÍTULO III. Buscando la luz afuera.

CAPÍTULO IV. La necesidad de dar.

CAPÍTULO V. Verme en mi semejante.

CAPÍTULO VI. El encuentro amoroso con el entorno.


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CAPÍTULO VII. Mi experiencia con las Plantas Sagradas.

CAPÍTULO VIII. Descubriendo el amor.

CAPÍTULO IX. El mundo en la actualidad.

CAPÍTULO X. Tomar conciencia de que somos seres universales.

EPÍLOGO DE LOS DOS

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Prólogo

La profesión periodística tiene sus privilegios. A quienes la


ejercemos, nos da la posibilidad de conocer a una gran diversidad
de personas y personajes. A lo largo de casi 40 años en medios
escritos, radiales y televisivos, pude relacionarme con hombres y
mujeres que hicieron historia, otros de efímera fama, héroes
anónimos y talentos promisorios.

No fue casual que una tarde tomara contacto con el Maestro Fabio
Zerpa. Lo invitamos al programa “Resumiendo”, que en el año 2009
conducían Adrián y Alejandro Korol por la TV Pública Argentina.
Trabajaba en la producción y me ofrecí para recibirlo. ¿Cómo dejar
pasar esa gran oportunidad?

Era un momento esperado. Especialmente para mirar a los ojos y


darle la mano al Señor que, con sus conceptos, alimentó intensas
discusiones en todas mis sobremesas familiares de la adolescencia.
Porque crédulos o incrédulos, todos aprendimos a elevar la mirada
al cielo en busca de alguna señal que nos indicara la presencia de
vida extraterrestre. Los ojos de Fabio, vieron lo que nosotros no y él
fue capaz de transmitirlo a millones de personas de todos los
Continentes.

Mi postergada curiosidad hizo que el apretón de manos se


convirtiera en abrazo y así, casi de inmediato, empezamos a hablar
del fenómeno Ovni mientras compartimos el café previo a ingresar
al estudio. En pocos minutos, la profundidad de sus palabras me
permitió descubrir que detrás del sólido y convincente investigador
que conocía por los medios de comunicación, vibraba un ser interior
cuya riqueza intelectual y, sobre todo, espiritual, desconocía
absolutamente. A partir de ese día Fabio y su extraordinaria mujer,
Adriana Ferreyra, me abrieron las puertas de su casa y de sus
corazones.

Mediante este libro, lo hacen para todos aquellos que desde hace
muchas décadas siguen sus pasos a través de programas radiales
y televisivos, debates, libros, conferencias y talleres.
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Porque su lectura muestra claramente cómo se fue configurando un
hombre adelantado a su tiempo. Frontal, tesonero, observador, pero
sobre todo fiel a sí mismo, optimista, generoso, solidario y sensible.
Un gran Maestro que a medida que fue creciendo en sabiduría, se
hizo más humilde y presente.

Los profundos sentimientos y pensamientos que conforman esta


obra, son medulares, sinceros y conmovedores. En la primera parte
Fabio y a continuación Adriana, desnudan sus almas, revelan con
asombrosa crudeza los laberintos que debieron recorrer para llegar
a liberarse de miedos, amenazas y prejuicios, enfrentándose
duramente a sus propios fantasmas y demonios.

Fabio cumple hoy 90 años y comparte con Adriana la noble decisión


de hacernos este gran regalo. Nos enseñan el modo en el que
resolvieron sus dudas, sortearon obstáculos y siguieron el camino
que les fueron indicando sus corazones.

Sin dudas, esta obra trasciende la vasta, valiosa y admirada


producción literaria de Fabio, al abordar públicamente por primera
vez las encrucijadas que le presentó la vida y manifestar la fortaleza
espiritual que prevaleció en la toma de cruciales decisiones.

Al igual que su leal compañera, muestra despojadamente su interior


y expone aquellos momentos que marcaron su rumbo, para
encarrilarse definitivamente en la senda de la sabiduría.

Una sabiduría que lo encuentra actualmente en plena actividad


creativa, con tantos sueños y tanta energía como aquél día que
decidió cruzar el Río de La Plata para trabajar de actor en Buenos
Aires.

Queda por delante apreciar desde el corazón cada palabra, cada


párrafo y cada uno de los capítulos. Porque estamos en presencia
de inigualables testimonios de dos seres nacidos uno para el otro,
que fueron capaces de enfrentar muchos desafíos hasta lograr vivir
en plena paz y armonía con el Universo, una meta que todos
anhelamos,

Gracias Maestros Fabio y Adriana, por todo el amor que irradian y


compartirnos sus genuinas experiencias espirituales.
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Presentación

¿Por qué este libro?

Amigos lectores y amigos personales.

Cuando les he narrado anécdotas y vivencias de mi vida, muchos


de ustedes me expresaron que tenía que escribirlas en un libro.

El tiempo ha llegado.

Sentí la necesidad de que todos aquellos que conocen al Fabio en


su HACER, al investigador, al profesor, al conferencista, al autor de
documentales y conferencias sobre la vida extraterrestre, escritor de
25 libros y de lo que he venido haciendo en los últimos 60 años,
conozcan al otro Fabio: el de la búsqueda incansable de la
seguridad espiritual.

La idea me la dio Magalí Etchebarne, mi productora literaria del


Grupo Editorial Penguin Random House, que escribió en la
contratapa de “SEÑALES EN EL CIELO”: “Este libro es una historia
de vida, la de un hombre que convirtió sus días en una película de
ciencia ficción; pero también la búsqueda incansable y monumental
de respondernos: ¿Qué hay más allá?”.

Como conocen la parte de la película sobre mi profesión, en sus


distintas facetas, ahora quiero que conozcan “la otra cara”, la de mi
desarrollo espiritual.

Así recorreremos juntos mis experiencias en el emerger de la vida


espiritual desde la niñez con los sueños premonitorios, el descubrir
a la Naturaleza y sus seres vivos en mis vacaciones estudiantiles en
la Estancia “La Alegría”, acompañado del profundo amor de mis
padrinos.

La aparición de mis dos aliados-confidentes, que me guiarán en la


vida.

Haremos el salto cuántico hasta mis 40 años cuando empiezo a


vivir el mundo de los ojos cerrados en meditaciones y
armonizaciones; desde el adentro el sosiego, la calma y la paz, para
comprender mejor la verdadera vida.
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Me sumerjo en el mundo del Yoga (Unión), los filósofos orientales
(Yogananda, Aurobindo, La Madre, otros y fundamentalmente
Krishnamurti).

Descubro dos Mantras. El hindú más antiguo, Om Mani Padme


Hum y la Invocación al Ser Humano Nuevo, que me indicaron
profundamente el camino a seguir.

Conozco dos grandes Maestros. El gran profeta, que yo bautizara


como el Nostradamus de América, mi hermano espiritual Benjamín
Solari Parravicini, que me hizo vivir su extraordinaria
paranormalidad, de videncia, clarividencia y profetismo; lo vi
accionar en ese mundo, tan especial. Y el filósofo y médico hindú
Domar Singh Madariya, que me enseñó con su gran humildad y
sencillez el mundo de la sabiduría.

Viví intensamente mis vidas pasadas.

Los sumergiré en las vivencias sentidas a lo largo de esa columna


vertebral de América, desde Tierra del Fuego hasta las Montañas
Rocallosas de Estados Unidos, aprendiendo el conocimiento
ancestral de los pueblos originarios.

La experiencia inolvidable, en el allá arriba de la Sierra Nevada, en


la costa caribeña de Colombia, con los Aruhacos y su Ceremonia de
la Pipa de la Paz, a quienes conocí a instancias de mi admirado
Gabriel García Márquez, con quien trabé amistad.

En México tuve el gusto de conocer al gran antropólogo renovador


Carlos Castaneda, que se convertiría en un amigo. Viajé al desierto
de Sonora para vivir la experiencia de una de las plantas sagradas,
el peyote, estando presente el maravilloso Don Juan, un sabio yaqui
que introdujo a Carlos en su mundo tan especial.

Y llego el año 1989, en que conocí el amor, con una bella mujer, por
dentro y por fuera, Adriana Ferreyra. Adriana. Mi Ariadna, que me
hizo recordar la antigua leyenda griega, la mujer que rescató a su
amado Teseo, perdido en el Laberinto del Minotauro; a mí me
rescató de los deseos, pasiones, sexo sin amor y de los famosos “te
quiero”, para transitar juntos el inmenso camino de la luz y el amor.
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Formamos juntos “elella”, el “AdriFab”, dos individualidades
diferentes en un mismo camino.

Por eso, le cedo la palabra a ella que les relatará sus propias
experiencias espirituales, tan profundas y transformadoras, siempre
en busca de la verdad.

Ahora, pasemos de página para sumergirnos juntos en este


recorrido.

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PARTE 1- FABIO

CAPÍTULO I

“Comprender en su verdadero significado cada emergencia


espiritual nos dará la posibilidad, no sólo de conocernos, sino
descubrir de que se trata la vida”. – F.Z.

¿Qué son las emergencias espirituales?

El doctor Stanislav Grof, médico psiquiatra de la Universidad de


Praga (Checoeslovaquia), radicado en Estados Unidos, creador de
la Psicología Transpersonal, dio ese nombre a las experiencias
límites del ser humano en que surge, emerge, la espiritualidad.

A las mismas situaciones, el doctor Abraham Maslow, creador de la


Psicología Humanista, las denominó Experiencias Cumbres.

Las experiencias son muy dinámicas y a veces, tan profundas que


parece que perdemos la razón; con el paso del tiempo nos damos
cuenta que no es así.

La percepción de la vida cambia. Hay emociones fuertes, difíciles


de manejar porque son nuevas; nos resistimos a lo desconocido.

Queremos controlar lo que sentimos y fracasamos en el intento,


produciéndonos esto más angustia.

Luego de este proceso intenso, comenzamos a aceptar lo que nos


está pasando y buscamos respuestas.

Con las respuestas comenzamos a calmarnos paulatinamente y al


darnos cuenta que nuestra percepción de la vida es diferente,
comenzamos a transitar un nuevo camino.

Este nuevo camino trae consigo la ansiedad por el conocimiento y


descubrimiento de donde estamos, el “por qué” de la vida y lo que
debemos hacer con ella.

Nos baja de la ubicación de ser el centro del Universo al llano, en el


que todos somos iguales y parte del todo. Esto hace que nos
acerquemos a la naturaleza desde otro lugar.
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Con el tiempo logramos la serenidad, que es un pasito más allá de
la tranquilidad y descubrimos que estamos entrando en el mundo
del espíritu.

¿Qué produce la emergencia espiritual?

Hay varios motivos. La muerte de un ser querido, una pérdida


económica, el divorcio…encontrarnos con algo que rompe las
estructuras de nuestra cultura. Por ejemplo: la visión de un Ovni y
muchas situaciones más.

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CAPÍTULO II

“La vida está en los sueños. En ese estado modificado de


conciencia nos sumerge en el Yo Interior y la Creación. El estado
consciente es Maya, una ilusión”. – F.Z.

El niño y el adolescente

Nací un 4 de diciembre de 1928, en Rosario, Departamento de


Colonia, República Oriental del Uruguay. Fue a las 16:00 horas, un
día muy caluroso, 36 grados; pesé 5 kilos y medio. ¡Pobre madre!
En aquellos tiempos era costumbre engordar a la embarazada y por
consecuencia al niño.

Vine con la genética de papá Pedro, de ascendencia alemana y


vasca y de mamá María Luisa, descendiente de austríacos y
españoles.

Pero, vino desde Arriba el personaje importante, esa energía que


llamamos alma, que ingresó por cualquiera de los siete chakras de
mi madre; como muchas parturientas en determinado momento del
embarazo sintió “un calorcito”. Y esa energía se colocó en el
cuerpito físico de Fabio.

Ese 4 de diciembre empezaron a vivir juntos el Yo físico y el Yo


interior.

El yo físico que ustedes conocen a través de mi hacer, mis


investigaciones es el que se llama Fabio Zerpa; en este libro
revelaré al otro, a través de mis experiencias espirituales.

Todas estas vivencias cambian el sentido de nuestra vida, a veces


en forma consciente y otras veces en forma inconsciente.

Siempre tuve la sensación que llegar a este punto es como escalar


una montaña. Al arribar a la cumbre comenzamos realmente a “Ver
y Sentir” de forma diferente. He comprendido que este hecho no
debe hacernos sentir “superiores”, sino todo lo contrario: motivarnos
más que nunca para cultivar la humildad.

Recordé siempre desde niño todos mis sueños. El sueño, la


pequeña muerte según la Psicología, es un estado amplificado de
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consciencia. Por las noches, cuando vamos a dormir, cerramos los
ojos y empezamos a vivir otra realidad, que para muchos es la
verdadera vida. Y cuando estamos despiertos vivimos una ilusión,
no una realidad. Los sueños tienen dos contenidos: uno el
manifiesto, la historia en sí y el otro es el latente, que es su
verdadero significado, interpretando los símbolos de los contenidos
manifiestos.

El primer sueño reiterativo que recuerdo, por muchos años, es


aquél en el que aparecía un puma al cual acariciaba mientras él
jugueteaba conmigo. Pasaron los años y en la década del 70 un
Maestro de una comunidad peruana, me bautizó en el río Urubamba
en lengua quechua. Sin comprender lo que decía, logró
emocionarme hasta las lágrimas.

En determinado momento se detuvo y mirándome a los ojos me


dijo: “Tú eres un puma”. Entonces le narré mi experiencia onírica de
la niñez y me dijo: “Para ti, el puma es tu animal de poder, un
aliado, un confidente para toda la vida, que siempre te apoyará y
ayudará”.

En otro sueño reiterativo, me veía caminando por una pradera muy


verde, muy hermosa. Había un solo árbol debajo del cual me
sentaba a descansar, sintiéndome cobijado y protegido. Era un
ombú. Con los años supe que también era mi aliado, mi protector y
confidente.

En mi niñez tuve otros tres sueños que, en una investigación


posterior a mis 40 años, supe que eran complementarios y
correspondían a mi vida pasada.

En el primero, que soñaba reiteradamente, me encontraba bailando


en grandes salones imperiales, valses vieneses, que siempre me
atrajeron mucho. De esto tuve una comprobación, sin tener
conciencia, porque a mis siete años, en una fiesta en el Club Social
de Rosario, los organizadores decidieron vestirnos a los varones de
príncipes del siglo XIX y a las chicas de princesas.

Al salón repleto de gente, salimos 12 parejas de niños a bailar


valses de Strauss. Ante mi asombro y el de mi parejita, a los pocos
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minutos nos dejaron bailando solos, porque parecía que lo
hubiésemos hecho toda la vida. Había salido de adentro mío el
conde austríaco que fui en aquellos tiempos.

Curiosamente en el segundo sueño me veía caminando por una


ciudad europea, sobre calles adoquinadas, rodeado de edificios
antiguos. A los 40 años, cuando estuve por primera vez, en Viena,
experimenté el “Deja Vu”, el famoso “yo ya estuve aquí alguna vez”.

En el tercer sueño viví también la misma experiencia, cuando


ingresé a un palacio, en la Viena Imperial.

Todo eso fue corroborado por las sesiones de Sofrología Cuántica


que me hizo en la investigación de mis vidas pasadas, el doctor
Enrique Briggiler, el gran médico psiquiatra y excelente compañero
de investigación.

Otro hecho muy significativo, una precognición, el conocimiento


previo de un hecho futuro, tuve a los ocho años.

Tomado de la mano de mi padre, parados al lado del Faro de


Colonia del Sacramento, los dos mirábamos el Río de La Plata y
allá a lo lejos, se encendían las luces de Buenos Aires.

En ese momento le dije: “yo voy a vivir en esa ciudad, papá”. Con
una mirada tierna, me acarició la cabeza sonriéndose.

Años después, a partir de los 21 años, cruzaría el charco para vivir


en esa capital cultural de América.

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CAPITULO III

“La muerte es el pasaporte al mañana”. Albert Einstein – (1924)

Mi experiencia en la investigación de Vidas Pasadas

Esta investigación que realicé por más de 40 años significó un


cambio sustancial en mi vida. Porque comprendí el mundo de la
vida espiritual y que nuestro espíritu es eterno; por eso comencé a
expresarles dos de mis frases predilectas: LA MUERTE NO EXISTE
y MORIR ES VOLVER A CASA. Veamos.

En 1971, invitado por la Embajada de la India en la Argentina, llegó


a este país Hamendra Nat Banerjee, para realizar su serie de
conferencias titulada “Evidencias de la memoria extracerebral:
métodos y procedimientos para la regresión de la memoria”.
Banerjee, reconocido médico psiquiatra hindú nacido en 1929, era
uno de los más destacados investigadores sobre la reencarnación.
La mayoría de sus trabajos sobre el tema los había desarrollado
como director del departamento de Parapsicología de la
Universidad de Rajastán y, en ese entonces, era el vicerrector de la
Universidad de Jaipur en su país.

Un amigo personal, el excelente médico ayurveda y filósofo hindú


Domar Singh Madariya, me recomendó para que presentara las
conferencias de Banerjee.

En una charla privada con el destacado especialista, conversamos


sobre la memoria extracerebral, que no es nada más ni nada menos
que la investigación de las vidas pasadas. Le dije que,
culturalmente, como católico apostólico romano, descartaba el
dogma de la reencarnación. Pero tanto el diálogo previo como su
posterior conferencia, despertaron vivamente mis ansias
investigativas.

Banerjee habló de la sofrología (del latín sofro, “mente armónica”, y


logia, “estudio”), un conjunto de técnicas terapéuticas que se
plantean como alternativa para el tratamiento de estrés y otros
problemas psicológicos. Dicha disciplina se nutre de las técnicas o
métodos de relajación (diferentes del hipnotismo) y de la
modificación de los estados de consciencia.
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Creada por el psiquiatra colombiano y rector de la Universidad de
Sofrología de Bogotá, Alfonso Caycedo Lozano en la década del 60,
la sofrología había tenido en el suizo Raymond Abrezol, doctor en
Psiquiatría nacido en Berna, uno de sus mayores continuadores.

En la conferencia, Banerjee analizó profundamente la memoria


extracerebral, que involucraba la investigación de vidas pasadas.
Yo escuchaba atentamente su exposición y apuntaba las similitudes
de lo enunciado en las investigaciones del psiquiatra hindú con las
muchas que yo mismo había realizado.

Mi asombro era total: había un claro patrón de comportamiento y de


conclusiones entre lo mencionado por el disertante y lo que yo
había investigado sin ser reencarnacionista por mi educación
religiosa.

Inmediatamente después de esas jornadas, comprendí que debía


encontrar la verdad de esa supuesta realidad. Y hacia allí me
encaminé.

Sabía que la sofrología utilizaba una regresión de memoria para


revivir experiencias, conflictos y emociones (agradables o
desagradables) de vidas pasadas. Había estudiado que la memoria
extracerebral ya era investigada en la antigüedad por los orientales,
que la llamaban “registro akáshico” y mucho más cerca, por el
médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo Carl Jung (figura
clave en la etapa inicial del psicoanálisis y, posteriormente,
fundador de la escuela de psicología analítica).

Sabía que se diferenciaba de la hipnosis al no trabajar


necesariamente en niveles muy profundos de consciencia, que no
permiten que la persona recuerde lo que dijo luego de la sesión.
Entonces comprendí que la sofrología debía trabajar en un ritmo
más liviano, en el estado alfa y theta (el sueño lúcido que señala la
psicología), en el cual la persona podría revivir sus vidas pasadas,
ser consciente de todas las sensaciones en el momento de la
sesión y no olvidarlas.

Le agregué a esta disciplina la palabra “cuántica” (la manera de


estudiar los fenómenos desde el punto de vista de la totalidad de las
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posibilidades) y comencé a hacer algo que no había hecho el
iniciador Caycedo: investigar la invisibilidad del ser humano, su
espiritualidad. No en vano casi todas las religiones existentes
pregonan lo que se vivirá en el siglo XXI como “el tiempo del amor”.

Experimenté con 15 mil consultantes en los dieciocho países en los


que viví. Realicé más de seis mil sofrosis o hipnosis atentas, tanto
individuales como grupales, siguiendo el sistema de la doctora en
psicología y experta en hipnosis regresivas Helen Wambach (nacida
en San Francisco, Estados Unidos), una de mis grandes maestras a
lo largo de mi tarea investigativa. Al igual que yo, ella era una
escéptica acerca de la reencarnación y comenzó sus estudios
científicos para desacreditarla. Luego de una década de analizar
vidas pasadas, concluyó: “Yo no creo en la reencarnación. Yo sé
que existe”. Y a lo largo de todos estos años de investigación y
trabajo encontré pautas de comportamiento que superan en mucho
las coincidencias que exige la ciencia ortodoxa para admitir que se
está ante una evidencia total.

Así, llegué a elaborar una hipótesis de trabajo que sirve para abrir
nuevas investigaciones. Esta hipótesis puede y debe ser ampliada y
perfeccionada, ya que siempre supe que si la ciencia no cambiara
sus parámetros no sería ciencia, esa fuerza que inexorablemente se
mueve y avanza.

El punto de partida fueron dos premisas consustanciadas con el


pensamiento oriental, pero que eran sólo creencias para nuestra
cultura occidental.

La primera premisa es que el inconsciente es una computadora


excepcional. La Academia le daba importancia a ese inconsciente,
pero lo situaba como una buhardilla donde se almacenaba, de
manera caótica y desordenada, toda nuestra historia. No es así.

En realidad, esa perfecta computadora almacena los datos de toda


nuestra existencia: pasado, presente y futuro. Nos hace “conocer” a
ese “amigo invisible” (como definí a esos que fuimos en vidas
anteriores) y sumergiéndonos en él, podemos conocer su eternidad.
En su perfección, no olvida ningún detalle, por mínimo que sea, ni
de las vidas pasadas ni de la actual: lo que olvida la memoria
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consciente lo recuerda siempre la memoria inconsciente, la
memoria cósmica.

La segunda premisa es que somos eternos. Lo verdaderamente


nuestro es el yo interior, eso que cotidianamente llamamos “espíritu”
o “alma”. Nuestra alma está más allá de nuestro cuerpo físico y lo
trasciende. Todo cuerpo nace, se desarrolla y muere. Pero ese
cuerpo es sólo un caparazón físico que nos permite vivir en este
mundo tridimensional. Cuando se produce la muerte física, nuestra
alma sale de ese cuerpo para trascender hacia otra dimensión.

Al respecto, existe una foto documental, muy precisa, sacada


durante el deceso de una mujer, Karin Fischer, en el quirófano de
un sanatorio en Frankfurt, Alemania.

Es fundamental detenerse y reflexionar sobre esta historia.

Aquella tarde en que Karin, un ama de casa alemana de 32 años,


ingresó al hospital de la ciudad de Frankfurt para someterse a una
operación, ella estaba muy lejos de imaginar el revuelo y las
consecuencias que traería su estancia en el quirófano. Tampoco
sospechaba que aquellos eran los últimos momentos de su vida.

La intervención a la que debía someterse no era sencilla, pero


tampoco implicaba altos riesgos: se trataba de una pequeña
corrección en el funcionamiento de una de las válvulas que tenía
implantadas en su corazón. Cuarenta y cinco minutos después del
inicio de la operación, algo salió mal: su corazón dejó de latir. En los
controles, el monitor cardíaco señalaba la muerte con una línea
recta que recorría la pantalla.

Luego de varios minutos de actividad frenética, los doce miembros


del equipo de cardiología del hospital (médicos, enfermeros,
instrumentistas, anestesistas y técnicos) comprobaron que todos los
esfuerzos para intentar reavivarla eran inútiles. El profesor Peter
Valentín, director del departamento de Divulgación Didáctica del
Hospital, también se hallaba en el quirófano. Su tarea, tratándose
de una intervención sencilla, consistía en documentar la operación
para luego utilizar las fotografías para divulgación científica,
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archivos médicos y, sobre todo, ilustrar las clases universitarias en
la facultad alemana de Medicina.

Pocos días después, al ver las copias reveladas de la operación,


Valentín se sorprendió: en una de las fotografías pudo observar con
total claridad una forma humana, difusa y transparente, que,
saliendo del cuerpo de Karin ya muerta, se elevaba hacia el techo
del quirófano con los brazos abiertos. Primero supuso que alguien
del personal del laboratorio fotográfico le había hecho una broma
con un montaje espectacular. Decidió llevar la copia a otro
laboratorio para que uno de sus expertos descubriera si se trataba o
no de un truco.

El asombro de Valentín volvió con total fuerza al escuchar el


informe: la foto era auténtica, no había montaje ni existía truco
alguno. En la imagen también se veía claramente la pantalla del
monitor en el momento en que la paciente fallecía, coincidiendo con
el momento en que el espíritu salía de su cuerpo. Ni él ni nadie en
el quirófano había visto nada: el alma es invisible a los ojos
humanos.

La fotografía fue estudiada por el doctor Frank Muller, científico


alemán que se dedica a investigar documentos insólitos. Su informe
también fue certero: se trataba de la primera fotografía de un alma
humana; la prueba que faltaba, lo que muchos investigadores
habían estado buscando desde siempre.

Muller, creyente, sabía que el alma de las personas tiene una vida
eterna tras dejar el cuerpo físico. A su entender, la foto era una
confirmación de lo narrado por la Biblia y sin truco posible: los
mejores expertos habían estudiado la foto durante varias semanas
con sofisticados aparatos y un interés científico proverbial.

La noticia produjo tal impacto que, desde el Vaticano a pedido del


por entonces Papa Juan Pablo II, se solicitaron los negativos de la
secuencia fotográfica de Valentín para que fuera revelada y
estudiada por sus propios expertos. Pasaron casi tres décadas
desde entonces, pero el Vaticano nunca se expidió sobre el tema.
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Este documento hace inevitable la afirmación: la muerte no existe,
morir es volver a casa, ese verdadero hogar que está más allá de
este mundo tridimensional. Esa casa, ese hogar es donde nacemos
espiritualmente y hacia donde tenemos continuos regresos, según
hayamos o no aprendido a vivir los destinos que nos fueron
asignados.

Pero lo que más me impactó, muy dentro mío, fueron los detalles
minuciosos de todas esas sofrosis que había realizado con
diferentes personas, sociedades, niveles económicos y sexos.

Sobre todo, porque fueron vividas y sentidas por los testigos. Yo lo


fui viendo en el transcurso de la sofrosis y en el diálogo posterior
con el consultante. Se descartaba así la posibilidad del delirio.

Les voy a detallar algunas de las experiencias muy significativas,


para que cada uno las analice con su criterio.

CAMBIAMOS DE SEXO EN DIFERENTES VIDAS

El caso de una mujer a la que le investigué varias vidas. Les narraré


una, la que me pareció muy interesante porque en ella, es varón.

La llevo al siglo XIX.

Sofrólogo: ¿Dónde estás?

Consultante: En un pueblo, hay aceite en la calle, estoy sobre una


vereda de madera mirando.

S.- ¿Qué estás mirando?

C.- La gente que pasa, los caballos, los carros….

S.- ¿Cuál es tu vestimenta?

C.- Botines con medias, pantalón corto con tiradores y camisa de


algodón a cuadros. Está fresquito.

NOTA DEL SOFRÓLOGO: En el estado sofrónico (ondas Theta,


sueño lúcido), la consultante está aquí y allá y cuando ella siente
que es un varón, duda, hace pausas, se estremece, hasta que
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comienza a aceptarlo. Este hecho es una muy buena comprobación
científica de la realidad que se vive.

S.- ¿Cuál es tu nombre? ¿Qué edad tienes?

C.- Gottfried. Tengo 9 años. Vivo con mi papá, no tengo mamá, ella
murió cuando nací, no tengo hermanos.

S.- ¿De qué trabaja tu papá?

C.- Tiene un negocio, mucha gente viene a comprar. Él vende


alimentos, herramientas, ropa. Yo le ayudo después del colegio.

S.- ¿Cómo se llama tu pueblo?

C.- Es un pueblo minero, se llama Rammelsberg, en Alemania.

S.- ¿Cómo es tu papá?

C.- Es callado, habla muy poco, pero es muy bueno, poco


demostrativo, siempre atento a lo que necesito.

S.- ¿Extrañas a tu mamá?

C.- Aunque no la conocí, sí, la extraño mucho, mi maestra cumple


un poco la función de mamá. Papá nunca se volvió a casar, siempre
estuvimos solos.

S.- Bueno ahora vamos para adelante. ¿Qué edad tienes?

C.- 16 años, estoy a cargo del negocio porque mi padre está mal de
salud; al año fallece.

Me gusta atender el negocio, a la gente le agrada que la atienda


porque soy más extrovertido que papá.

Hay una chica de 16 años, se llama Úrsula, viene siempre con su


mamá a hacer compras. Me gusta mucho, para el aniversario del
pueblo se hizo una gran fiesta, hubo baile y la invité a bailar; es
rubia, con hermosos ojos celestes; peina su cabello con trenzas
cruzadas arriba de la cabeza.

Nos encontramos varias veces; estoy enamorado y ella dice que


también me ama.
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Me decido y le pido la mano a su papá.

En ese tiempo mi padre empeora y fallece. Me siento muy solo y


esto hace que me aferre más a mi novia.

S.- Vamos para adelante, para adelante… ¿Te casaste?

C.- Sí, tengo ya 30 años, estoy casado, tengo 4 hijos, dos varones y
dos mujeres me siento feliz, tengo una hermosa familia.

El negocio bien.

S.- Vamos para adelante, para adelante. ¿Dónde estás? ¿Qué


estás haciendo?

C.- Estoy sentado en la puerta del negocio, mi esposa me está


ayudando en el negocio porque hace un tiempo me duele mucho la
pierna izquierda. Me cuesta caminar, se me hincha mucho.

Parece ser que tengo gota; a veces está morada, muy hinchada y
siento mucho dolor.

S.- ¿Cuándo falleces?

C.- A los 48 años. Estoy en la cama. Se me produjo una infección


en la pierna, tengo muchísimo dolor, a veces no lo puedo soportar.

Me siento muy mal y pienso que la muerte sería la salida para no


seguir sufriendo, pero por otro lado veo como mi esposa e hijos
están tan desolados por la idea de mi partida.

Al fin llega ese día, mi familia está a mi lado; de repente el dolor se


va calmando y comienzo a sentirme muy aliviado, mi esposa
sostiene mi mano y veo, antes de cerrar los ojos definitivamente, las
lágrimas corriéndole por el rostro.

De pronto ya no hay dolor, todo es paz y una sensación increíble de


felicidad.

Veo al cuerpo desde arriba y todo lentamente se convierte en luz.

REPETICIÓN DE LOS ROLES EN DISTINTAS VIDAS.


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En general, cambiamos de roles tanto nosotros como nuestro
entorno; es decir una actual esposa puede haber sido una hermana
o madre u otra relación en una vida o vidas anteriores. Pero
también se da, que una misma persona, cumpla el mismo rol en dos
vidas diferentes. En este caso la madre actual cumplió esta misma
función en otra vida.

S.- La llevo al siglo XIX. ¿Dónde estás?

C.- Al lado de un carruaje con caballos, en un camino que pasa al


lado de un lago donde el cochero llevó los caballos a beber agua.

Yo estoy disfrutando del paisaje; amo ese lugar, su quietud, el


aroma, el sol del mediodía me acaricia. Soy feliz, siento que la vida
es generosa conmigo, estoy enamorada y muy pronto cumpliré el
sueño de estar unida al mejor hombre del mundo.

El cochero trae los caballos los engancha al carruaje y retomamos


el camino hacia mi hogar.

S.- ¿Cómo te llamas y qué edad tienes?

C.- Antonella, tengo 18 años. Soy de contextura mediana, muy


menuda, cabellos castaños, ojos marrones y de facciones muy
armónicas.

Estoy ansiosa por llegar porque irá la modista a probarme mi ajuar,


ya falta poco para la boda y siempre pienso que no llegaré a tiempo
con todo.

S.- ¿Dónde vives?

C.- En una casa de campo.

Al fin llego a mi hogar. Desde que se puso la fecha a la boda hay


mucho nerviosismo y actividad entre la familia y sirvientes, todos
quieren que sea inolvidable.

Entro y pregunto por mi madre; como siempre, está con un grupo de


amigas tomando el té y riéndose de cualquier cosa.

Pienso que, con mi edad, a veces, parezco su madre porque es


muy superficial, divertida y un poco inconsciente.
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Da la sensación que estuviese viviendo su boda y no la mía,
pensando en qué traje usará, qué color, qué modelo, qué tela para
la ceremonia.

Tuvo la suerte de ser de clase social alta desde su nacimiento; mi


padre también es de dinero, la trata como a su niña malcriada.

Mamá es muy bella, de altura mediana, cabello castaño, ojos


verdes y de un gusto exquisito para vestirse y rodearse de cosas
bellas en la casa.

Mi padre, en cambio, es muy responsable en su trabajo; es


terrateniente, tenemos viñedos; cuida siempre los detalles y así ha
logrado acrecentar la fortuna de mis abuelos.

Es sumamente afectuoso, justo y me demuestra siempre cuánto me


ama, sabe escuchar. Yo no tengo hermanos, él es la persona con
quien puedo hablar de todo.

S.- Nos vamos para adelante, para adelante. ¿Dónde estás?

C.- Estoy reposando en casa porque estoy embarazada; tengo 20


años y soy la mujer más feliz del mundo; nunca me imaginé que el
estar esperando un hijo fuese tan maravilloso.

Franco, mi esposo, está constantemente cuidándome y


preguntándome si todo está bien; ha destinado a todo el personal a
cuidarme, esto me molesta un poco, estoy demasiado
sobreprotegida.

Mi madre no se ha dado por enterada que cumplirá el rol de abuela,


me trata con cariño, pero sin hablar demasiado del bebe.

S.- ¿Qué sexo tiene tu bebe?

C.- Es un varón, increíblemente bello, con rasgos perfectos como su


papá. No puedo explicar lo que siento, es como tocar el cielo con
las manos. Se llama Franco como su padre.

S.- Vamos para adelante. ¿Dónde estás?


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C.- Estoy en cama, no me siento bien desde hace un tiempo, me
agito mucho, ya no puedo subir las escaleras, mi corazón no está
bien.

Estoy rodeada del amor de mi esposo, hijo y todas las personas de


la servidumbre que no saben qué hacer para que me sienta un poco
mejor.

Franco, mi hijo, está desolado.

Siempre tuve una relación muy especial con él; ya tiene 25 años, es
un hermoso hombre muy compañero de su papá y le será muy
difícil superar mi falta.

Una mañana, me sentí mucho más agitada, todos están a mí


alrededor.

El médico no tenía un rostro muy esperanzador, él sabía que estaba


andando los últimos pasos de esta vida.

Mi hijo y esposo tomaron mis manos y me entregué.

S.- ¿Algunas de las personas de esta vida están en tu vida actual?

C.- Sí, mi madre. Por supuesto ahora ya no es una mujer


superficial, al contrario, por venir de un hogar humilde fue siempre
muy trabajadora.

S.- ¿En que se asemejan?

C.- En la mirada.

NOTA DEL SOFRÓLOGO: La forma y el color de los ojos son


distintos, la mirada es igual porque refleja el alma. “La mirada es el
espejo del alma”.

EN DOS VIDAS DIFERENTES LA PROTAGONISTA VIVIÓ UNA


MISMA SITUACIÓN.

Sabemos que la primera relación amorosa de un ser humano es


con su madre, desde el vientre.
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Me pregunto por qué una persona debe vivir la ruptura de esa
relación por la muerte de la madre en el nacimiento en dos
oportunidades.

La consultante del caso que fue el alemán Gottfried, nuevamente


siendo mujer, experimenta que su madre fallece al ella nacer.

S.- ¿Dónde estás?

C.- Estoy limpiando los barrotes de la escalera de la casa de mi


señor.

S.- ¿Qué edad tienes?

C.- 9 años

S.- ¿Cuál es tu nombre?

C.- Anna

S.- ¿Con quién vives?

C.- Con Ingrid y con varias personas más.

S.- ¿Ingrid es tu mamá?

C.- No, mi mamá falleció cuando nací. Siempre estuve con Ingrid
que es como mi mamá. Eran muy amigas y cuando falleció se
ocupó de mí.

S.- ¿Y tu papá?

C.- No tengo, no sé quién es.

S.- ¿Vas al colegio?

C.- No, me enseña a leer y escribir Ingrid; trabajo en la casa todo el


día con ella y otras mujeres que nos ocupamos del aseo y la cocina.

S.- ¿La casa es grande?

C.- Sí, muy grande, grandes salones, dormitorios y establos para


los caballos. Nosotras nos ocupamos de la casa y los hombres de
los establos y los sembradíos.

S.- ¿Estás lustrando la madera? ¿Estás sola?


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C.- No, somos tres. Nos esmeramos porque a esta hora sube el
señor a su dormitorio, después de cabalgar.

S.- ¿Cómo es el señor?

C.- Es muy alto, estoy sentada en un escalón, él pasa, veo sus


botas de montar, al llegar a mí lado, me acaricia la cabeza y sigue
subiendo los escalones.

Es muy callado y serio, sonríe muy pocas veces y cuando lo hace


su rostro se ilumina. Percibo que cuando me cruza, me observa
mucho pero nunca me habla; solamente me observa con ternura.

S.- ¿Es bueno contigo?

C.- Nunca me trata mal.

S.- Tienes ahora 15 años. ¿Dónde estás?

C.- En nuestro dormitorio, estoy mirando por la ventana del


dormitorio que da a los establos. Veo a Alfr cepillando a uno de los
caballos, el preferido del señor por eso lo está haciendo con mucho
cuidado.

S.- ¿Quién es Alfr?

C.- Es un joven que llegó a la casa hace tres meses, está


trabajando en las caballerizas, es muy lindo, tiene cabello castaño
rizado y ojos pardos muy dulces, me gusta mucho.

Siempre nos cruzamos en el patio de la casa, nos miramos y siento


que él también gusta de mí.

S.- ¿Qué pasa después?

C.- Seguimos viéndonos, cuando cenamos él comparte con


nosotros y así nos vamos conociendo más. Le conté a Ingrid que
estoy enamorándome de él, ella lo acepta dice que es un muy buen
muchacho y será un buen esposo, está feliz por mí; esto es muy
importante porque siempre ella me aconsejó muy bien con mucho
cariño, porque soy como su hija.

S.- ¿Se casan?


Página 27
C.- Pasa un año y nos casamos, pensamos tener hijos y esto hace
que venga a mi mente una inquietud de toda la vida. El día de mi
boda, le pregunto a Ingrid si ella sabe quién es mi padre, ella baja la
cabeza, me hace prometer que guardaré el secreto y al fin lo supe,
mi papá es el señor.

Como se acostumbraba en la casa, siempre las parejas recibían la


bendición del señor y así fue con nosotros.

Ingresamos al enorme salón, él estaba sentado leyendo, nos


acercamos y se levantó sonriendo de una manera muy tierna.
Colocó sus palmas sobre nuestras cabezas y nos bendijo
deseándonos salud, felicidad y muchos hijos.

Luego retiró sus manos y retrocedió; en ese momento cruce mi


mirada con la suya y no quedó ninguna duda para mí, él era mi
padre.

S.- ¿Cuántos hijos tuvieron?

C.- Tres, dos mujeres y un varón.

Pasaron los años, siempre fui muy feliz, mi esposo muy amoroso y
excelente padre, me ayudó a educar muy bien a mis hijos, con
mucho respeto.

S.- ¿Cuándo falleces?

C.- A los 35 años. Pasaron varios inviernos muy fríos y comencé a


sentirme muy mal, estaba muy débil, con mucha tos y no respiraba
bien, siempre me sentía muy cansada.

Después de un período de pequeñas mejoras, en las que me


levantaba de la cama, un día no pude hacerlo y pasé tres días en
que no estaba todo el tiempo consciente, con mucha fiebre y
espasmos.

En la noche del tercer día supe que era el fin. Mis seres queridos
me rodeaban, veía su dolor y no podía hacer nada para mitigar su
tristeza, había llegado el momento de dejarlos. Cerré mis ojos y
comencé a sentir una profunda paz, ya no había dolor.

NOTA DEL SOFRÓLOGO


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Anna vivía en Escandinavia, una región muy cerca del Polo Norte,
con temperaturas bajo cero muy intensas y posiblemente murió de
tuberculosis, enfermedad desconocida en aquellos tiempos.

LA MAGIA DEL MÁS ALLÁ

S.- En este caso llevo a la consultante al año 1850. ¿Dónde estás?

C.- En una caverna de piedra.

S.- ¿Qué haces en la caverna?

C.- Estoy en una piedra.

S.- ¿Cuál es tu vestimenta?

C.- Tengo algo largo, no es un pantalón ni un vestido, es como una


túnica gris, no sé.

S.- ¿Eres hombre o mujer?

C.- Soy un hombre. Soy morocho, ojos marrones, más bien


pequeño, delgado. Tengo 12 años.

S.- ¿Cómo te llamas?

C.- Lucas

S.- Lucas, ¿en qué país estás?

C.- En Perú. Estoy en un campo que da al mar.

S.- ¿En qué año naciste y en qué lugar?

C.- En 1839 en Arica, Perú.

S.- ¿Ahora vivís en Arica?

C.- No, vivo en un convento.

S.- ¿Por qué, estás estudiando para monje?

C.- Me dejaron aquí.

S.- ¿Quién te dejó?


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C.- Mi tío Benito me dejó en un convento. Está en el campo, cerca
de Arica.

S.- ¿Sabes por qué tu tío te dejó allí? ¿Tus padres murieron?

C.- No sé.

S.- Vamos para adelante, para adelante. ¿Cuándo muere Lucas?

C.- El 12 de febrero de 1878, a los 39 años.

S.- ¿Dónde estabas cuando mueres?

C.- Estaba en el convento, en la cama. Una serpiente me picó en el


tobillo cuando fui a buscar agua; la pisé y me picó. Me asusté, corrí
y eso fue peor, me siento muy mal. Grito de dolor y vienen todos a
ayudarme.

Ponen barro sobre la herida, están mis compañeros que son cuatro
y el maestro. Comienzo a tener mucha fiebre, mucha fiebre, cada
vez me siento peor. El maestro es quien me atiende.

S.- ¿Tú eres monje?

C.- No, me cuesta estudiar.

S.- ¿Te vas a morir?

C.- Sí. De repente me voy, me llevan.

S.- ¿Quién te lleva?

C.- No sé. Me voy por un túnel. Me siento muy bien. Voy flotando.
Desaparezco, soy una luz.

Somos tres luces, dos y yo.

S.- ¿Qué son esas luces?

C.- No sé, pero me guían, me ayudan. Me dicen “perfeccionamiento


y que tengo que volver”.

Estoy rodeado de luz, paz, serenidad, nunca antes vivida.

S.- ¿Cuándo y dónde naces?


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C.- Nazco el 30 de agosto de 1950, Santa Clara, provincia de Santa
Fe, Argentina y soy mujer.

NOTA DEL SOFRÓLOGO

La certeza de este caso de esta consultante argentina, es que, en


una de sus vidas anteriores, ya que le hice varias, el protagonista
vive en Arica, Perú y es exacto en ese tiempo, porque ahora Arica
pertenece a Chile.

Muy buena la descripción de su muerte y su tránsito al más allá.

Pienso, amigo/a lector que estos cuatro casos seleccionados dentro


de los 15.000 consultantes que he tenido, todos interesantes, les
servirán como síntesis de la investigación realizada por mí durante
más de 50 años. Más casos puntuales tienen en los libros de mi
autoría “El mundo de las vidas anteriores” y “Morir es volver a casa”.

Espero que se sumerjan en este tema, vital para comprender la vida


actual de cada uno.

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CAPÍTULO IV

“Vivir y sentir la Naturaleza, en sus Reinos animal y vegetal, es


estar en felicidad y adquirir seguridad espiritual”. – F.Z.

Mis vacaciones de verano en la estancia “La Alegría”

Mis vacaciones veraniegas desde los tres a los veinte años, de fines
de diciembre a principios de marzo, las viví intensamente en la
estancia que bauticé “La Alegría”, porque todos los familiares y
amigos que concurrían asiduamente tenían la misma sensación que
yo, mucha alegría.

Estaba ubicada a cinco kilómetros del pueblo Ismael Cortinas,


estación Arroyo Grande, en donde confluían cuatro Departamentos
uruguayos: Colonia, Soriano, Flores y San José; la estancia estaba
ubicada en el Departamento de Colonia.

Era hermosa, con edificación estilo español, en forma de “U”.


Mirando de frente, el ala de la derecha era un gran garaje para
cuatro coches; detrás de ese lugar había dos habitaciones para los
peones, que daban a la cocina.

De frente estaban primero la amplia cocina, luego un comedor


diario. Le seguía un gran comedor y los dos dormitorios para
huéspedes.

En el ala de la izquierda se encontraban las habitaciones de los dos


hijos y la matrimonial; al final otro garaje con dos coches para los
dueños de casa.

En el centro de esa “U”, un hermoso jardín con distintas plantas y


pequeños árboles, destacándose el colorido de la gran variedad de
flores.

Viéndola en su lado derecho, al lado del garaje, había un gran patio


de tierra con paraísos, donde estaba el horno de barro, en el cual mi
madrina hacía exquisiteces, y la gran parrilla. Allí caminaban,
siempre libremente, gallinas, gallos, patos, gansos y pavos, que
curiosamente se mantenían siempre en ese espacio.
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Al borde del patio había una construcción de adobe y paja, que ellos
llamaban “la Quesería”, con todos los elementos para realizar los
quesos, que luego se guardaban en el sótano. A su costado estaba
el lugar donde se ordeñaban las vacas y el corral de los caballos.

Uno de los tantos placeres que experimentaba en “La Alegría”,


además de ordeñar, cabalgar, hacer todas las tareas del campo
acompañando a mi padrino, era sentarme a descansar al atardecer
debajo del enorme ombú que se destacaba de toda la vegetación
de la estancia.

Los dueños de ese maravilloso lugar eran mi padrino, Fortunato


Loustaunau y mi madrina, una de las hermanas de mi madre, Ana
Zerpa.

Fortunato, un hidalgo hombre de origen francés, alto, de 1m 96,


cabellera blanca, ojos celestes, arriba de su caballo zaino me
parecía Búffalo Bill. Compartía con él la recorrida por el campo y en
nuestros diálogos me enseñaba sobre las cosas de la vida; con su
maravillosa filosofía me hizo recordar con el tiempo a “Don Segundo
Sombra”, el protagonista de la excelente novela de Ricardo
Guiraldes, que le enseñaba al otro Fabio, el Cáceres, el camino
recto de la vida. Pensar que mi papá Pedro, gran lector, siendo
soltero aún, al leer esa novela eligió mi nombre.

También mi padrino, en las mateadas del anochecer a la salida de


las estrellas, me enseñaba los secretos del cielo, porque era un
conocedor de la Astronomía.

De mi madrina Ana aprendí el tesón para lograr las cosas y me


demostró lo que era ser verdaderamente humilde.

Aprendí lo que era la verdadera hermandad con mis primos, María


del Rosario y Juan Carlos. A pesar de la diferencia de edad, veinte
años, eran verdaderos amigos.

A las cinco de la mañana había que levantarse a ordeñar. Recuerdo


mi banquillo en forma de “T”, atado a mi cintura; me sentaba en él y
mis pequeñas manos intentaban estrujar la gran ubre. Aún siento en
mi paladar el sabor de la leche tibia recién extraída de la vaca.
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Después venía el gran desayuno con todo casero, queso
(inolvidable), mermelada y manteca; la leche... en un gran jarro
metálico.

A las 9 de la mañana, íbamos al corral a buscar el caballo para


recorrer el campo y hacia su aparición una gran protagonista: la
hermosa Calandria, una yegua tordilla negra, mi compañera de
aventuras.

Estaban todos los caballos en el corral, cuando yo llegaba.


Calandria me miraba de lejos y lentamente venía para que le
colocara la montura, ritual de todas las mañanas durante mi
estadía, ya que no estando yo nadie podía montarla, porque era
muy arisca.

Viví otra experiencia maravillosa con otro personaje, responsable de


mi amor por los perros. Dentro de la gran cantidad que había en la
estancia, se me acercó mucho y con gran cariño, un pequeño fox
terrier llamado Cacique. Mis vacaciones eran desde la Navidad
hasta los primeros días de marzo en que comenzaban las clases.
En los días previos al festejo navideño, Cacique demostraba mucha
alegría y ansiedad; el día que mi primo me iba a buscar a la
estación Arroyo Grande, él saltaba de alegría “como si supiera de
mi llegada”; cuando veía el auto arribar a la tranquera, venía
corriendo a recibirme, llenándome de lambetazos y saltos a mis
piernas.

Durante toda mi estadía, era un fiel compañero que me


acompañaba a todas partes.

Antes de mi regreso hacia Montevideo, comenzaba a estar muy


triste, metiéndose debajo de las camas y además dejaba de comer;
el día en que viajaba, mi madrina lo tenía en brazos y lo llevaba
adentro de la casa para que no viera cuando ya me subía al auto.

¡Nunca pude explicarme, ese olfato para medir el tiempo! Increíble,


pero cierto. Esto se repitió año tras año.

Otros hechos gratos que tengo grabados en mi memoria, son los


atardeceres bajo el ombú, descansando con Cacique a mi lado.
Muchas veces viendo a lo lejos a Calandria pastando con los otros
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caballos. Me miraba y se iba acercando hacia donde estábamos.
Venía caminando con su particular andar cansino y después de un
rato se echaba junto a nosotros. Yo la acariciaba y nos
quedábamos los tres disfrutando de esos bellos atardeceres del
campo.

Magnífico. Único. Inolvidable.

Les describo esto y aún me emociono profundamente.

Martín Bianchedi, gran amigo, gran músico, ganador de muchos


premios, me recuerda un episodio similar con caballos, años
posteriores.

En el 2002, recién regresado de mi estadía de dos años en Estados


Unidos, me invitó a pasar un fin de semana con Adriana en su
chacra, un lugar especial.

Llegamos un sábado por la mañana. Nos recibieron su encantadora


mujer, Clara Teran, exquisita cantante y su hija Catalina.

Estuvimos en el jardín, delante de la casa. Veía la extensión de su


chacra y donde terminaba el terreno había 3 hermosos caballos en
un corral jugueteando entre ellos.

Después del almuerzo me acerqué donde estaban los caballos para


verlos de cerca. Los acaricié y disfruté de ese momento como lo
hacía de niño en la estancia de mis padrinos. Regresé a la casa.

Pasamos una tarde magnífica de sol y diálogo de amigos.

Luego de la cena, Martín me pidió hacer una fogata y una


meditación; nos tomamos de las manos alrededor del fuego; los
llevé hacia el sosiego, la calma y la paz; sumergidos todos en ese
clima, tomamos contacto profundo con el silencio. Después de unos
minutos abrimos los ojos y nos abrazamos en esa hermosa noche
estrellada.

Nos fuimos a descansar.

La habitación de huéspedes, donde nos alojamos con Adriana,


estaba separada de la casa principal, a un costado del parque;
recuerdo que esa noche dormí muy placenteramente.
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A la mañana siguiente Martín se levantó primero y se encontró con
la bella imagen de los tres caballos echados delante de la ventana
de la habitación donde dormimos con Adriana.

Cuando nos levantamos, relató lo ocurrido que nos llenó de


admiración y alegría. Siempre me pregunto cuál es el mensaje que
quieren trasmitir los animales con su accionar.

Pero también, los episodios de la niñez, maravillosos, únicos e


inolvidables.

Cada viaje a “La Alegría” era una experiencia profunda. Con el paso
de los años comprendí que eran tiempos puramente espirituales,
me tocaban el alma como pinceladas de luz en el cuadro de mi vida.

Vivir y sentir la Naturaleza desde adentro, es una experiencia


cumbre.

Así fue mi vida hasta los 20 años, en que, para mí, daría un salto
cuántico en mi espiritualidad hasta los 40. Quiero narrarles los
hechos trascendentes en mi existencia, que la transformaron
totalmente.

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CAPÍTULO V

“Lo único que no cambia es el cambio. El Universo todo siempre


está en movimiento. Al único que le cuesta cambiar es al ser
humano” – F.Z.

Dos hechos que transformaron mi vida

El primer hecho se produce en 1950, con 21 años de edad, cuando


decido dejar Montevideo para irme a Buenos Aires.

Un tiempo antes, llegó al Uruguay, Alberto Rodríguez Muñoz, el


gran autor, director de teatro y Presidente de ARGENTORES
(Sociedad General de Autores de la República Argentina), que
presentó cuatro excelentes obras teatrales: “La hermosa gente” de
William Saroyan, “Un día de octubre” de Georges Kaiser, “La
escuela de las mujeres” de Moliere y la obra infantil “El cartero del
rey” de Rabindranath Tagore.

Me ofreció hacer de galán en todas ellas. Hicimos presentaciones


en Montevideo y el interior del Uruguay, con poco éxito, pero con
gran repercusión de crítica y del público que asistía; me gustó
mucho la experiencia.

Antes que Rodríguez Muñoz regresara a Buenos Aires, me dijo que


me llamaría en la primera oportunidad que tuviera porque yo tenía
que desarrollar mi carrera actoral en Argentina.

Y así fue. En junio de 1950 me hizo la oferta de hacer la obra de


Moliere en un muy acreditado teatro independiente porteño, el IAM,
Instituto de Arte Moderno, sito en la Galería Van Riel de la calle
Florida; me ofrecía ir en cooperativa. Como verán, una buena
oportunidad, sin ninguna seguridad económica, pero me jugué y
acepté.

Así tuve que abandonar el tercer año de la Facultad de Derecho; la


vida familiar y su seguridad; mi reciente título de Profesor de
Historia y fundamentalmente mi empleo en el Banco República
Oriental del Uruguay.
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¿Ustedes me ven detrás de una caja con barras metálicas que se
usaban en ese tiempo, contando billetes, pagando y cobrando
cheques? Aunque les parezca mentira, fui cajero de banco.

¿Cómo llegue a bancario? Les cuento. Cuando cumplí 15 años,


tuve, como era la tradición, mi primer pantalón largo. Me regalaron
un hermoso traje de casimir inglés, un pequeño automóvil que
compartía con papá y organizaron una hermosa fiesta, en mi casa,
donde estuvieron todos mis amigos, familiares y compañeros de
estudios.

En medio del festejo, mi padre me llamó y fuimos a hablar a su


escritorio. “Fabito, ahora ya es un hombrecito y ¿qué piensa hacer
de su vida?” “Yo quiero seguir estudiando, me quiero recibir de
Profesor de Historia y seguir la carrera de Derecho” “Eso está muy
bien; pero ¿cuándo comienza a trabajar?”. Yo no tenía ni idea de
que ya tenía que empezar a trabajar, pero pensé en las chicas, a
las que siempre les gustaban los empleados bancarios, que en esa
época tenían estatus. “Y…pienso en empleado bancario… ¿Qué le
parece?” “Muy bien, mijo, ahora siga disfrutando de la fiesta”. Por
supuesto, a los tres meses ya trabajaba en el Banco y seguí hasta
los 21 años.

La oportunidad de cruzar el Río de La Plata, motivó que presentara


mi renuncia por escrito al jefe de Personal de la entidad, Juan José
Arrieta, quien al día siguiente me llamó para una entrevista.

- A qué se debe la renuncia a su puesto en el Banco?

- Me voy a vivir a Buenos Aires.

- Ah, qué bien… ¿Con un empleo fijo?

- Voy a seguir la carrera de actor por la invitación de un Director


teatral...

Arrieta bajó la cabeza. ¿Qué habrá pensado en ese momento? En


aquellos tiempos, no se tomaba en cuenta la profesión de actor.
Muchas veces me preguntaban: “¿Usted de qué trabaja?”
Respondía ““Yo, de actor”. Y repreguntaban. “Está bien. ¿Pero de
que trabaja?”.
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Arrieta levantó la cabeza, me miró a los ojos y expresó: “Vamos a
hacer una cosa, Fabio. No presente la renuncia, se la devuelvo.
Presénteme un pedido de licencia sin goce de sueldo por seis
meses”. Seguro pensó: “éste va a Buenos Aires y vuelve
enseguida…”.

Presenté mi pedido de licencia, que fue repetido dos veces más,


hasta que tuve que renunciar definitivamente por una disposición
del Banco.

Y así crucé el Plata en el antiguo barco “De la Carrera”. Llegué al


puerto de Buenos Aires. De ahí a una pensión de la calle Cangallo,
actual Juan Domingo Perón, casi Riobamba. Luego ensayos,
presentación en el Teatro con una temporada muy corta de dos
meses. No tuvimos éxito de público, pero sí buena crítica.

Y llegó la batalla del vivir cotidianamente, luego de haber


consumido mis ahorros uruguayos.

Para colmo, no había tomado en cuenta algo muy importante. Yo


tenía 21 años y en Argentina se reconocía la mayoría de edad a
partir de los 22. Por lo tanto, no podía radicarme y tenía que salir
del país cada tres meses. Además, las relaciones diplomáticas
entre ambos países no eran de las mejores. Así que después de un
año, con la intervención de mi madrina artística, la gran actriz Iris
Marga, muy bien relacionada, conseguí la tan ansiada radicación
definitiva.

La resolución de la Dirección de Migraciones dice: “Personalidad de


enorme importancia para la Argentina, cultural y artísticamente”. Era
un imberbe de 23 años recién llegado. Evidentemente, Iris me
quería mucho.

Prácticamente sin trabajo, haciendo bolos, actuaciones esporádicas


en radionovelas y en presentaciones teatrales barriales, el hambre
se hacía presente día a día.

Me mudé a otra pensión, ubicada en la calle Perú casi Avenida de


Mayo. Estaba a una cuadra del centro neurálgico de la ciudad, la
famosa Plaza de Mayo, por lo cual viví intensamente todos los
acontecimientos políticos y sociales de esa época.
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Comía salteado y así tuve, algunas veces, la experiencia del dolor
de estómago por el hambre, vivencia que agradezco porque aprendí
mucho a través de ella.

Algunos meses no tenía el dinero para pagar la pensión. Así fue


que una noche tuve que dormir en un banco de la Plaza de Mayo.
Menos mal que era noviembre. Hacía calor… me salvé!

Otras noches dormía arriba del tranvía 2, que unía Plaza de Mayo
con Liniers, a lo largo de toda la ciudad de Buenos Aires,
aproximadamente 20 kilómetros. Como un lord inglés, bien vestido
con cuello y corbata, dormía sentado, no como otros que dormían
acostados. Me acunaba el run run de las ruedas en los rieles y
pensaba en la milonga de Atahualpa Yupanqui, “Los ejes de mi
carreta”, que no engrasaba los ejes porque eran los compañeros de
ruta. Al llegar al Liniers, pagaba los centavos del boleto para el
regreso.

En otras oportunidades viví la soledad en los bancos del Obelisco,


con los ojos llenos de lágrimas. Hoy disfruto de otra soledad: la del
encuentro conmigo mismo.

El tiempo de esa mala racha la pasé también con dos fabulosos


antídotos: el humor y la paciencia. Recuerdo que muchas veces
estando solo en la pensión, me reía a carcajadas pensando en esas
circunstancias.

Las cosas suceden y ocurren como dice el Tao, no hay que pre-
ocuparse, la ocupación previa, sino ocuparse de ellas, aplicando la
paciencia y sabiendo “no hay problemas, hay soluciones”. Como
siempre digo, a las soluciones hay que encontrarlas con la mente
objetiva, clara y atenta, porque metiéndose en el problema con la
mente subjetiva, el pensamiento no nos permitirá encontrar la
solución esperada. Además, tener paciencia, “al tiempo hay que
darle tiempo”; somos enormemente impacientes, queriendo
solucionar ya los hechos y sin darnos tiempo para resolverlos.

Pero en la vida, todo llega en el momento oportuno. Una tarde


acompañé a un amigo, cantante de jazz, a un bar que se conocía
como “la bolsa del hambre de los músicos”.
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Estábamos sentados tomando un café, cuando entra el músico
Frank Triguero buscando un pianista. Mi amigo le dijo: “aquí tienes
uno”. Yo me quise morir porque hacía mucho tiempo que no tocaba
un piano, pero… me convertí en un pianista de jazz; la necesidad
tiene cara de hereje.

A mí me gusta mucho el jazz, pero mi amor más profundo siempre


fue el tango, ya que en mis escasos 12 años escuché una
grabación de la orquesta de Aníbal Troilo “Pichuco” y me enamoré
de esa música.

Cuando llegué a Buenos Aires empecé a ir a los shows de las


orquestas de la maravillosa década del 40. Me hice amigo, entre
muchos, de Aníbal “Pichuco” Troilo, Astor Piazzola, Francisco
Canaro, Mariano Mores, Omar Maderna, Armando Pontier y otros.
Me reencontré con mi compatriotas, Julio Sosa y Horacio Ferrer.
Con los años, Horacio me nombró académico de la Academia
Nacional del Tango, de la cual fui directivo durante 12 años.
Organicé más de 60 shows, con los mejores intérpretes para el
llamado “Cuadro de Amigos”. En 2016 me nombraron Académico
Consulto, un verdadero honor para mí.

Como pianista de jazz, decían que “era bueno”. Lo que puedo


asegurar, es que me sacó de la “malaria”, la mala racha.

En 1953 se vino lo mejor. Gané un concurso de actores para entrar


en el afamado radioteatro de “Las Dos Carátulas”, de Radio del
Estado, hoy Radio Nacional.

Comencé a tener un sueldo fijo, pequeño, pero para mí eran


millones. Además, me encontré con excelentes actores que luego
fueron grandes amigos. Alfredo Alcón, Norma Aleandro, Violeta
Antier, Eva Dongé, Carlos Carella, Guillermo Bredeston, Carlos
Estrada, así como actores que se convirtieron en autores de gran
éxito: Norberto Aroldi y Oscar Viale.

Empecé a actuar en la incipiente televisión, participando en éxitos


como: “Farmacia de barrio”, “Hombres y mujeres de blanco”,
“Distrito Norte”, “Operación Cero”, “Yo y un millón”.
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Vinieron las exitosas Radionovelas en emisoras comerciales y las
Telenovelas. Y el cine me abrió sus puertas en 14 películas.

Pero todo ese mundo iba a finalizar en 1972 por mi propia decisión.

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CAPÍTULO VI

“Conócete a ti mismo para conocer a los demás” – Sócrates


“Amate a ti mismo para amar a los demás” – Jesús de Nazaret

Mi salto cuántico

En 1966, en mi hacer, se produjo un hecho importantísimo. Estaba


filmando “La muchachada de a bordo”, en la Base Naval de Puerto
Belgrano. En determinado momento, altos oficiales de la Armada,
me proponen hacer una conferencia sobre los Ovni en su cine;
accedo; solamente con oficiales y el alto mando, se llena la sala y
se produce así un hecho insólito para esa época. Fui el primer
hombre civil que dio una conferencia sobre el tema en una Base
Militar. Un récord para Argentina.

También en mi hacer el 24 y 31 de agosto de 1968 se realizó el


PRIMER SIMPOSIO SOBRE VIDA EXTRATERRESTRE, en el
Auditorio de la Facultad de Medicina de Buenos Aires. Fue la
primera entidad universitaria del mundo que auspició un Encuentro
sobre ese tema; otra marca mundial para la Argentina.

Esos dos hechos tan importantes se produjeron en un momento de


gran negatividad del periodismo y de gran confusión para mí.

Esa experiencia tan trascendente para mí, fue el prolegómeno de


mis cambios espirituales a partir de ese momento.

En esos años, yo tenía una gran amiga Susana Balech, ejecutiva


bancaria, enamorada de los temas esotéricos y de la espiritualidad;
ella viajó a París y le impactó mucho conocer el boom de ese
momento: el Hatha Yoga.

La cultura Oriental había ingresado a la cultura Occidental, no sólo


con el Yoga sino con dos hechos literarios que cambiaron las ideas
editoriales de aquellos tiempos.

En 1966, en la Feria del Libro de Frankfurt se vendieron muchísimo


dos libros: “El retorno de los brujos” de Louis Pawels y Jacques
Bergier, que narraba el regreso del saber y “El Tercer Ojo” de
Lonbsang Rampa, el aristócrata inglés que hizo conocer como
nadie la filosofía oriental.
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Susana volvió a Buenos Aires y formó un pequeño grupo de siete
amigos, cinco mujeres y dos hombres, uno de ellos era yo y el otro
quien sería un reconocido filósofo: Yaco Abdala. Nos reuníamos
tres veces por semana en el Club Francés de la calle Suipacha; con
el tiempo se ampliaría muchísimo ese grupo inicial.

Así conocí la Meditación: cerrar los ojos para ir hacia adentro, al


mundo del espíritu; aprendí el sosiego, la calma, la paz y el
encuentro con el silencio, para sentirlo, oírlo y saber escucharlo.

Además, comentábamos textos sobre la Filosofía Oriental. Así


conocí a Sri Aurobindo, Yogananda, Ramacharaka, La Madre y
muchos otros; pero quien me impactó fue Krishnamurti, el filósofo
de gran humildad y sabiduría, que no quiso ostentar el título de
Maestro en una entidad metafísica.

Con él conocí el discernimiento, fundamental en el camino


espiritual. También viví una experiencia singular con su presencia.

Soñé siendo un niño de siete u ocho años, que estaba parado en un


rincón de los hermosos y aristocráticos salones del Club Uruguay,
de Montevideo. Ahí estaba cuando vi que al final de un largo pasillo
venía un hombre caminando, seguido de un grupo de personas.
Vestía una túnica color beige claro y en su andar parecía deslizarse,
como hacía Jesús levitando sobre las aguas del mar. Me vio, se
detuvo delante de mí, me observó, extendió su mano derecha y me
acarició la cabeza; vi sus dedos, su piel, las arrugas en sus manos y
sentí el calor de su palma. Sonrió y siguió su camino.

Fue tan real ese sueño que hasta el día de hoy lo revivo y me
estremece. ¿Por qué? Con el paso de los años en mi conocimiento
de estos grandes Maestros, vi sus fotos y reconocí en una de ellas,
la de Krishnamurti, al hombre de mi sueño.

En esas clases con Susana conocí el más antiguo mantra hindú.


“OM MANI PADME HUM”. El indica las seis condiciones que debe
tener el ser humano y que sirvieron de Norte para mi vida, con las
cuales trabajo todos los días. Generosidad (ser generoso y saber
dar), Ética (seguir siempre un camino impecable), Paciencia (no
querer ser dueños del tiempo), Efectividad (tratar de ser diligentes),
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Concentración (mente clara, atenta y objetiva) y Sabiduría (saber,
interiorizar el conocimiento).

En 1972 soñé una Invocación, que es un llamado a que nos


formemos como un SER HUMANO NUEVO siguiendo el camino del
mundo espiritual, para que cada uno vaya expandiendo ese saber
para formar, lo que nos pide el nuevo tiempo, una comunidad
planetaria terrestre. Así salvarnos a nosotros y a nuestro hogar, que
hemos destrozado, este pequeño punto azul perdido en el infinito
Universo. Estaremos todos unidos a pesar de nuestras diferencias;
el camino de unión es el amor y la seguridad espiritual.

Todo lo que fui viviendo en esos tiempos, me llevó a tomar una


determinación transformadora en mi vida.

El 31 de julio de 1972, mi discernimiento, profundo y total, me llevó


a dejar mi carrera en el arte, a no ser más actor ni director escénico,
actividades que tanto éxito me habían dado hasta ese momento,
para seguir un camino de incertidumbre que es la investigación y el
desarrollo espiritual.

Como nadie comprendía mi decisión, los primeros años fueron muy


difíciles, por el rechazo sistemático de las ofertas televisivas y
teatrales que me hacían.

Afortunadamente, a fin de 1975 fui contratado en España para ser


representaciones teatrales sobre la Ovnilogía y Vida Extraterrestre.
Tuve un gran éxito y todo se fue acomodando.

A partir de ese momento me sumergí profundamente en el camino


que había elegido.

A fines de la década del 60, me encontré con dos grandes amigos,


que serían maestros de mi vida espiritual.

El primero fue Benjamín Solari Parravicini, el gran profeta, el que yo


bautizara el Nostradamus de América, de aciertos increíbles hasta
más allá de su muerte.

Me lo presentó Rafael Squirru, el gran crítico de arte y pintor, tío de


Ludovica, quien un día me llamó por teléfono y me expresó: “a vos
que andas con los Ovni, te quiero presentar a un pintor amigo, que
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dice haber tenido contacto con seres de una nave extraterrestre”.
Así conocí a Pelón, denominado así, no por ser calvo, sino el hijo
mayor de nueve hermanos, miembros de una familia tradicional y
muy conocida, por ser el padre un médico renombrado y la madre,
hermana menor del gran actor Florencio Parravicini. Ese tío, que
actuaba mucho de payaso, fue el inspirador de las pinturas de
Benjamín, cuya colección excelente de esos personajes le permitió
ganar premios internacionales.

Su quehacer eran la pintura y el dibujo. De allí nacieron sus


psicografías, los grafismos de la mente. Según la Parapsicología
eran dibujos muy simbólicos y él tuvo el buen tino de escribirles
frases aclaratorias, firmar B.S.P., el mes y año en que los realizaba.

Pelón me manifestaba que él escuchaba una voz en su mente que


lo impulsaba a realizar las psicografías; yo observé en varias
oportunidades como las hacía.

Estábamos dialogando y de pronto cambiaba su mirada y me decía:


“Querido Fabio, me permites un momento…”. Él nunca trataba de
vos sino de tu.

Se levantaba e iba a su cama. Se acostaba. Siempre sobre ella


había una cartulina y una lapicera; cuando la lapicera no estaba, él
realizaba el aporte de ella, que en Parapsicología es extraer del
mundo invisible cosas materiales al mundo visible. Este hecho
paranormal lo vi también en mis investigaciones con sanadores,
Pachita en México, ingeniero Marquesini y Jaime Press en Córdoba
(Argentina).

Con los ojos cerrados, Benjamín empezaba a realizar sus


grafismos. A los pocos minutos, se levantaba totalmente lúcido, y
con el dibujo en la mano lo analizábamos entre los dos; él mismo se
asombraba de lo que plasmaba en el papel.

Así fui aprendiendo precognición, telepatía, clarividencia y videncia,


nada menos que con un gran maestro y un excelente profeta; estoy
profundamente agradecido a la vida por haber compartido tantas
horas con él.
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Sus acertijos fueron innumerables y exactos, trascendieron su
muerte física, porque hay profecías con el actual Papa Francisco.

Conmigo, personalmente, tuvo una precognición. Cuando me lo dijo


en 1964, no le creí. El me expresó que me veía dentro de poco
tiempo, llenando teatros en Europa; estaba en escena solo, dando
una conferencia, con una especie de pantalla detrás.

Como les dije en 1975 empecé a llenar teatros en España con mi


famoso monólogo sobre las investigaciones de la vida extraterrestre
de 90 a 100 minutos, con una pantalla donde proyectaba las fotos
de cada investigación. Él no se enteró de este acierto porque ya
había fallecido.

Muchas gracias, amigo, por haberme enseñado tanto.

El otro gran maestro fue el doctor Domar Singh Madariya, el médico


y filósofo hindú, a quien cuando vivía su adolescencia en la India, su
Maestro le indicó que debía ir a Argentina a estudiar medicina
alopática para luego regresar a su país y recibirse de médico
Ayurveda.

Y así lo hizo; con su escaso español estudió en la Facultad de


Medicina de Buenos Aires, donde obtuvo su título profesional.

Volvió a la India, no sólo a prepararse como médico ayurvédico sino


para contraer enlace con su prometida hindú, la encantadora
Shoba. Tuvieron 3 hijos, dos mujeres y un varón.

Mientras estaban en Argentina, el varoncito cuando tenía


aproximadamente cinco o seis años, quiso ir al colegio en la India.
Domar y Shoba, en un primer momento pensaron que podía ser un
capricho; al paso del tiempo se dieron cuenta que no y llevaron al
niño a estudiar a su país.

Esto me enseñó lo que es el desapego y a funcionar no con el


querer sino con el amar. Como lo dijo Khalil Gibran, “tus hijos, son
hijos de la vida, no son hijos tuyos”. En general, los padres quieren
ordenar la vida de sus hijos a su manera, no dándoles la libertad de
elección.
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Cuántas veces en Buenos Aires, estuve junto a Domar, en su living
viendo filmaciones del hijo. Se sentía triste por no estar junto a él,
pero a la vez muy contento con la felicidad que demostraba el niño
por vivir en el lugar que eligió.

¡CUÁNTO AMOR!!! Gran enseñanza para mí.

También me inundaron de saber las intensas y largas charlas que


tuvimos durante tanto tiempo.

Profundas gracias Maestro, me brindaste una inmensidad cósmica y


personal.

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CAPÍTULO VII

“El cóndor, símbolo andino, vuela más alto que el águila. En el


nuevo tiempo, los sudamericanos volaremos muy alto”. – F.Z.

La cosmovisión andina

Empecé mis primeros viajes a Perú a fines de la década de 1960.


Me invitó a investigar juntos Carlos Paz García, Presidente del IPRI,
Instituto Peruano de Relaciones Interplanetarias; así llegamos al
Callejón de Huaylas de la Cultura Chavín de Huantar. En ese lugar,
habían tenido contactos del Tercer Tipo, científicos y lugareños.

Me convencieron para seguir investigando los campesinos, que con


mucha simpleza, naturalidad y sencillez narraban sus experiencias.
Ellos expresaban que habían tenido contacto con seres
provenientes de Alfa y Beta del Centauro, del mismo lugar del cual
venían los extraterrestres que me indicaba, en sus cartas, el doctor
Hermann Oberth, padre de la cohetería alemana, quien junto a
Robert Goddard de USA y Konstantín Tsiokolsky de Rusia, crearon
la cohetería espacial. Oberth los llamaba URANIDAS y los
peruanos, APUNIANOS; tan distantes los informantes daban la
misma procedencia. Fue el gran acicate para mi investigación
futura. Ellos estarían muy cerca nuestro porque la distancia es
solamente de cuatro años – luz, según nuestra ciencia actual.

Así comencé a conocer y sentir a ese pueblo tan especial


protagonista de la profunda Cosmovisión Andina.

Esta forma de ver la vida es el fundamento del ser humano del


nuevo tiempo, que empezó a formarse en 1992; el saber de esta
forma de vivir fue una bisagra histórica espiritual, en mi persona,
que se profundizó en los 53 viajes que hice al Valle Sagrado Inka,
Qosqo y Machu Picchu durante 25 años.

En 1975 llegué a Colombia para hacer giras con mis documentales.


Así recorrí 14 ciudades de ese hermoso país.

Un día arribé a la bellísima Cartagena de Indias, conociendo la


ciudad antigua y la nueva.

Me hospedé en el hotel donde presentaría mi trabajo.


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Hacia el mediodía fui a la playa bajo un sol radiante. Después de
una hora, sentí que me ardía el cuerpo; yo nunca tuve una
insolación y siempre me tosté con mucha facilidad. Pero no tomé en
cuenta que el sol del Trópico es más intenso.

Dejé la playa con un ardor tremendo en la piel. Me hice atender por


un médico, que me dio una crema para calmar la molestia y sanar la
piel, ya que esa noche tenía la presentación.

Afortunadamente los remedios me hicieron muy bien y pude


vestirme sin problemas. Así, con cierta incomodidad, jamás imaginé
que iba a vivir una instancia importante en mi vida.

La sala estaba repleta y antes de comenzar mi disertación, se


acercó mi representante y para decirme “Fabio, ¿sabes quién está
en la platea? Gabriel García Márquez, junto a su hermano”. Fue una
maravillosa sorpresa para mí, porque siempre admiré muchísimo al
gran novelista.

Con mi dificultad cutánea de ardor permanente, realicé la función en


forma aceptable, coronada con un gran aplauso final.

Luego, mucha gente se acercó a saludarme, pedir autógrafos y


fotografiarse; también lo hizo el Gabo con su hermano, quien me
pidió cenar para dialogar, propuesta que obviamente acepté.

Mantuvimos una charla que duró prácticamente hasta la


madrugada.

Nos expresamos nuestras admiraciones mutuas y así fui


descubriendo el mundo del gran colombiano. Me expresó que todo
su realismo fantástico era producto de la gran sabiduría de su
madre, una nativa aruhaca, una maravillosa sanadora, consejera,
telépata, vidente, etc. y que el novelístico Macondo, era su pueblo
natal.

En toda la narración de Gabriel, que yo escuchaba fascinado, se


desprendía una gran admiración hacia su progenitora y que él era
su continuación.
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Me indicó que debía conocer la Sierra Nevada y el saber de sus
habitantes, dándome las coordenadas para realizar el viaje hasta
ese lugar.

Nos despedimos con un gran abrazo, agradeciéndole todo lo


aprendido en esas pocas horas. Al otro día me fui a Santa Marta, “la
que tiene tren, pero no tiene tranvía”, para subir luego a la Sierra
Nevada, a la que llegué con dos amigos colombianos. Nos recibió el
hijo del Cacique que nos indicó el Gabo, que muy amablemente nos
condujo hasta la casa de su padre.

Ahí conocimos a este hombre, de gran presencia. Con una voz


profunda y siempre con palabras muy medidas, dialogamos
diciéndole de dónde veníamos y que queríamos conocer su cultura.
Él nos respondió mitad en su dialecto y mitad en español, ya que le
costaba mucho hablar nuestro idioma, expresándonos también que
en homenaje a nosotros realizaría la Ceremonia de la Pipa de Paz,
para darnos la bienvenida.

Salimos para ubicarnos en un hermoso bosque, nos sentamos en el


piso y como nosotros éramos tres, se completó el grupo con nueve
de ellos, para llegar a ser 12, el número mágico.

Formamos un semicírculo con el Cacique en el centro y su hijo


mayor a la derecha. Comenzó a hablarnos de su cosmovisión, muy
similar a todos los pueblos andinos, desde Tierra del Fuego en
Argentina hasta las Montañas Rocallosas en Estados Unidos, ya
que las culturas Hopi, Siouk, Navaja, Apache (y otras de USA),
como las Maya, Mixteca, Azteca, etc. (México), son similares a los
Chibchas y las 141 etnias (Colombia), Quechuas, Aimaras, etc.
(Perú y Bolivia), Mapuches, Diaguitas, Comechingones, etc.
(Argentina). Todas tienen la misma raíz.

Son pueblos comunitarios, viven y sienten la unidad de todos con


un mismo fin, donde el otro es tan importante como el uno,
profesando siempre un gran amor y una permanente sonrisa.
Coinciden en sentirse descendidos de las estrellas con una visión
cósmica definitivamente arraigada, en una forma tan simple y
natural que no hay discusión.
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Cuando el Cacique dudaba en su español y decía palabras en su
lengua, su hijo nos traducía los conceptos.

En determinado momento, expresó que “el sistema planetario


nuestro tiene 12 planetas”. Yo interrumpí (grave error) diciendo que
nuestra ciencia reconocía 9 y que el último había sido descubierto
en 1930 por el astrónomo Clyde Tombaugh. El hijo del Cacique nos
retrucó con total naturalidad y seguridad que eran 12 y que su
conocimiento era de sus mayores, desde miles de años atrás.

Me quedé enormemente asombrado por la seguridad con que lo


expresó; hice silencio y como investigador que soy, pensé para mis
adentros que lo investigaría.

Veinte años después los científicos empezaron a reconocer que


había un décimo, un undécimo y la posibilidad de un duodécimo
Planeta. ¡Increíble! ¿Cómo estos nativos sabían de esta realidad?

Pasaron unos minutos más, el Cacique miró hacia el sol y vio que
era el momento de comenzar la Ceremonia. Le hizo una seña a su
hijo, quien se levantó y fue a buscar las hojas, de esa Planta
Sagrada, el Tabaco. Las maceró en un recipiente de madera para
luego preparar la Pipa. Se la entregó a su padre, quien la encendió
e inició el ritual en su lengua, dirigiendo la misma hacia el cielo. Dio
una sola pitada y fue pasando de izquierda a derecha a todos los
participantes. Cuando me tocó a mí, en aquellos años fumador de
pipa y habanos del mejor tabaco europeo, sentí que nunca había
experimentado tan exquisito sabor. A partir de la primera persona
que fumó de la Pipa, el Cacique hizo un silencio total durante todo
el ritual. Fue tan agradable el sabor de ese tabaco que esperaba
con ansiedad que me tocara fumarla nuevamente.

Fueron tres círculos. Cuando llegó por última vez al Cacique,


nuevamente la elevó hacia el cielo, agradeció y nos pidió cerrar los
ojos y concentrarnos. Dijo, con su voz profunda una invocación, que
a pesar de no ser en nuestro idioma, me produjo una gran calma,
serenidad y armonía, llenándoseme los ojos de lágrimas. Fue un
nuevo despertar espiritual que, al narrárselos a ustedes, vuelve a
emocionarme.
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Nos pidió abrir los ojos y nos abrazó a todos con una fuerza y
energía realmente maravillosas. Fue una vivencia única, por la
inmensidad del silencio y la energía que nos unió a todos.

Nos despedimos y acompañados por su hijo retornamos al pueblo


para tomar un bus hacia Santa Marta. Los tres occidentales nos
mirábamos sonrientes y casi no dialogamos en todo el recorrido.

Al otro día volvimos a Cartagena de Indias para luego tomar el


avión a Bogotá. Una experiencia inolvidable, conmovedora y
fundamental.

Después vendría México y otra Planta Sagrada, el Peyote.

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CAPÍTULO VIII

1977. Congreso Mundial de Acapulco. Carlos Castaneda

“Las Plantas Maestras son enteógenas, nos ayudan a contactarnos


con lo sagrado que tenemos dentro nuestro”. F.Z.

En 1977 me invitan, por la Argentina y a 23 personas de otras


partes del mundo a participar de un Congreso Mundial de Ovnilogía
en Acapulco, México. Quizá ha sido el Encuentro que unió a los
mejores y más reconocidos investigadores en este tema. Doctores
Joseph Allen Hynek y Jaques Vallee, Mayor Colman Von Keviczky,
Antonio Ribera, Andreas Faber Kaiser, Ingeniero Enrique Castillo
Rincón, doctor Karl Brugger, Pedro Ferriz, Carlos Paz García y
otros.

Afortunadamente, ahí recibí el Premio Mundial a la Mejor


Investigación de Contacto Extraterrestre, porque llevé el caso
Operación Bordeu, Dionisio Llanca, el camionero que estuvo dentro
de una nave. Hice esa investigación con nueve médicos, realizando
Test Psicológico, 16 sesiones de hipnosis y tres Pentotal
endovenosa aplicado por un forense, Ricardo Smirnoff, el primer
médico de la Policía de un país que interviene en un caso de
investigación extraterrestre.

Para nuestro asombro, estaba sentado en la platea el doctor Carlos


Castaneda, el innovador y excelente antropólogo que cambió el
pensamiento clásico antropológico con la apertura a la cultura de
los pueblos originarios, que tienen un saber desconocido hasta
aquellos años.

Al terminar mi exposición se acercó un hombre joven diciéndome


que Castaneda quería hablar conmigo. Por supuesto, acepté
gustoso conocerlo.

Estaba sentado en la confitería del Centro Cultural. Nos


presentamos, nos estrechamos en un gran abrazo y expresamos
nuestra mutua admiración; me inundé de sus conocimientos
renovadores. Al momento de separarnos, nos comprometimos a un
nuevo encuentro en el Distrito Federal.
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En el D.F. di una conferencia y a la noche recibí su llamada
telefónica invitándome a una experiencia en el Desierto de Sonora
con la mágica Planta del Peyote. Lógicamente, acepté.

Dos días después nos encontramos para ir al desierto con seis de


sus amigos.

Llegamos a Sonora y para mi sorpresa estaba allí esperándonos,


nada menos, que Don Juan, el gran protagonista del libro “Las
enseñanzas de Don Juan”.

Pensar que muchos antropólogos expresaban que Don Juan no


existía, que era sólo una creación literaria de Carlos. Esa misma
tardecita, ya cayendo el sol, nos instalamos en un lugar donde
había algo de vegetación que nos cobijó durante esa noche.

Sentados en el suelo comenzamos a escuchar las palabras de


Carlos, quien nos explicó sobre esta Planta Sagrada y detalles de la
Ceremonia.

Quiero aclararles que generalmente se expresa que las Plantas


Sagradas son alucinógenas y no es así. Son enteógenas, nos
contactan con esa porción de Dios que está dentro nuestro, el alma,
el espíritu, viviendo experiencias sumamente profundas y únicas.

Terminada su explicación, tomó la palabra Don Juan para iniciar la


Ceremonia.

Nos hizo cerrar los ojos, con su voz tan particular, guiándonos hacia
nuestro interior.

A pesar de estar muy ensimismado, siento que Don Juan se acerca


a mí y me da los botones de Peyote. El sabor amargo me provoca
náuseas y ganas de vomitar, reacción que no pude evitar.

Luego me sentí aliviado y la planta me trasladó a un mundo muy


oscuro, lleno de angustias y tristezas, que me hicieron llorar.
Después, comencé un viaje por lugares luminosos, universos,
constelaciones que me dieron una profunda paz y gran serenidad.

Vi toda mi vida, como en una película, con sus momentos positivos


y negativos. La experiencia fue intensamente vivencial, un volver a
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vivir cada hecho en esos momentos. Estaba presente allí, como si
hubiera hecho un viaje en el tiempo. Comprendí el por qué de cada
circunstancia que se presentó en mi vida. No era lo poco que
recordaba de mi pasado sino la verdadera realidad. No sé cuánto
tiempo transcurrió hasta que Don Juan nos dijo que podíamos abrir
los ojos.

Me sentí un hombre nuevo y sonreí, porque había descubierto a mí


verdadero yo.

Carlos instó a quien quisiera, a compartir su experiencia; así fue


como cada uno de los participantes fuimos narrando nuestras
vivencias.

Mi primera unión con una Planta Sagrada fue enormemente


positiva, para reflexionar mucho sobre cada instancia. Para mí fue
el comienzo de una nueva vida.

Para finalizar, Carlos hizo una nueva armonización con la cual todos
suavemente volvimos a la realidad del presente. Nos quedamos en
silencio observando el hermoso cielo tachonado de estrellas.

Después de esa maravillosa experiencia, a media mañana partimos


todos hacia el DF.

Por mi parte, días después me encontré nuevamente con Carlos y


dialogamos sobre mi experiencia.

Regresé a Argentina con otra visión sobre mi vida.

Mi vivencia con las Plantas Sagradas seguiría en el Valle Sagrado


Inka, la Selva de Maldonado y de Iquitos.

Seguí con mis investigaciones, conferencias, talleres hasta mi


siguiente bisagra histórica que fue el encuentro con el amor.
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CAPÍTULO IX

“Benditos los locos que inventaron el amor” – Horacio Ferrer

La llegada del amor a mi vida

Adriana es mi alter ego, mi otro yo, mi parte femenina, formando lo


que esotéricamente se llama ELELLA, la unidad de dos, lo que
nuestros amigos más íntimos denominan el ADRIFAB.

El encuentro con ella se produjo por distintas circunstancias,


parecían casualidades, pero evidentemente era la causalidad.

En 1982, nos separamos con mi anterior pareja y había decidido no


formar nunca más una nueva relación estable. Sin que yo lo
supiera, Adriana había tomado la misma decisión después de la
separación de su primer matrimonio. Pero...el amor…

Ese año, 1982 fue muy difícil para mí. No sólo por mi separación
sino por la situación económica que vivía el país con la Guerra de
Malvinas. Todo se había paralizado y en cuanto a mi actividad,
nadie tenía ánimo para asistir a cursos o conferencias.

Pero hete aquí qué, tomada la decisión de la separación, al poco


tiempo empezaron las inscripciones a los Talleres y vinieron
solicitudes para la presentación de mis conferencias.

Cuando uno toma una decisión adecuada, sale la luz en la


oscuridad.

Esto sucedió muchas veces en mi existencia y es muy buen


aprendizaje para tener en cuenta. A veces la vida nos pone en
situaciones que nos parecen difíciles de sobrellevar. No nos damos
cuenta en ese momento que lo que atravesamos es lo mejor que
nos puede pasar.

Adriana se convirtió en la legendaria Ariadna, que tira del hilo


conductor para sacar a su amado Teseo, enredado en el laberinto
del Minotauro.

Ella, con su amor me sacó del laberinto de los deseos y pasiones


en la relación mujer-hombre, que siempre terminaba solamente en
el acercamiento sexual.
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Siempre fui un Don Juan para todas; representaba perfectamente el
arquetipo, aunque siempre sostengo que el Don Juan no existe.
Porque necesariamente está presente la Doña Inés, que es en
definitiva quien dice sí o no.

Pero en el último tiempo, ya había empezado a sentir con mayor


profundidad mi realidad espiritual, preguntándome “¿qué estoy
haciendo de mi vida?”

Me movía en el famoso “yo te quiero”, ignorando que la persona


que me decía la misma frase, confundía, igual que yo, el querer con
el amar.

Adriana me hizo conocer el amor, porque me protege, me ayuda y


me comprende.

Minuto a minuto, lo vivimos y experimentamos con intensos


diálogos, que fueron formando a través del tiempo esta unidad de
dos.

Somos dos personalidades totalmente distintas que aprendieron a


través de los años a aunarse espiritualmente; cedemos en lo
personal para estar más sintonizados en el amor. Además, hemos
elegido el mismo camino, buscando a través de la investigación, el
encuentro del Macrocosmos en el Microcosmos y que hay un más
allá de lo que vemos. Que el mundo invisible es más importante que
el visible.

Vivimos juntos y en distintas partes del mundo, emergencias


espirituales que nos hicieron ascender peldaño a peldaño, en esta
gran escalera del espíritu, un trabajo que nos llevará toda nuestra
existencia y tiene como punto final encontrar la sabiduría.

Por eso, en la Segunda Parte de este libro, ella contará sus


experiencias personales.

Disfruten y sientan esos momentos vividos.


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PARTE 2. ADRIANA

Introducción

“...Cuando Tu Luz entró en mi corazón mi vida cambió...”

Gracias amada Tonantzin- A.F.

Hace muchos años sentí la necesidad de contar lo que estaba


pasando con mi ser; en ese momento, no me animaba a buscar un
interlocutor con quien abrirme, así es que comencé un diario donde
volcaba lo que sentía. Allí, en soledad, con mi alma como testigo,
comencé a plasmar mi sentir sobre papel.

En algunos momentos, fue de gran alivio tener este silencioso


amigo; no me juzgaba, solamente estaba allí cuando lo necesitaba.

Su presencia me ayudó en los momentos más difíciles de dolor,


angustia, impotencia; cuando salía el sol en mi vida, sentía
confianza, comprensión, paz; siempre estuvo allí; al alcance de mi
mano; esperando….

Nos es tan difícil abrirnos, mostrarnos tal cual somos... En mi caso,


me llevó muchos años llegar a esta instancia. Pero no importa el
tiempo, lo que importa es adonde nos lleva.

A mí me trajo hasta hoy, aquí, tratando de darle a mis semejantes


parte de mi bagaje de experiencias y sueños.

Agradezco a Fabio que me haya permitido esta posibilidad de


poder conectarme contigo.

Si estamos de acuerdo, comencemos a andar juntos…


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CAPÍTULO I

“Aprender a vencerse es aprender a vivir”

Eliphas Levi

El dolor de crecer

Estoy buceando en mi mente, tratando de encontrar las palabras


correctas con las cuales poder trasmitir mi experiencia.

Pasaron muchos años, antes de decidirme y aún lucho con los


demonios que intentan convencerme que es mejor no hacerlo.
¿Para qué? ¿Miedo a la crítica? O a esas viejas voces que aún
suelo escuchar diciendo “no lo vas a lograr…” Pero a pesar del
monstruo de mil cabezas, hoy estoy intentándolo, sin importarme
qué pasará.

Todo lo que alcancé en lo espiritual fue doloroso, pasó mucho


tiempo hasta que comprendí que uno debe morir, para poder
renacer y la muerte siempre es difícil de aceptar.

Lo primero que deseo expresar se vincula a este tema, por ello lo


llamé “El dolor de crecer”. Porque así lo viví. Claro que luego viene
la recompensa en el despertar. Despertarse es conectarse
plenamente con la vida. “Ver”, con mayúscula.

Si tuviera que hacer una síntesis de todos estos años de trabajo, en


los cuales estuvieron involucrados mi cuerpo, mi mente, mis
emociones, mi espíritu, diría que fui dejando jirones de mí para que
pudiera florecer la nueva piel.

Sin manchas, arrugas, ni rastro de aquél tiempo marcado por


angustias, soledades, olvidos, frustraciones, abandonos,
incomprensiones. Deje atrás un ser sin visión, sin voz, sin
sensibilidad, acorazado, a la defensiva, reaccionando sólo ante el
miedo, sin amor, para dar ni para recibir.

Nos acostumbramos a vivir con todo eso. A tal punto que llega a
hacerse parte de nuestro ser; por eso, al arrancarlo quedamos en
carne viva y siempre una herida debe cicatrizar de adentro hacia
fuera para que no queden marcas. Porque la única manera de
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crecer espiritualmente es enfrentándonos a nuestros monstruos.
Tenemos que enterrarnos en el lodo, contactar con nuestras zonas
oscuras, para saber que no somos solamente lo que nos gusta,
sino también lo que intentamos ocultar de todas maneras. Eso es
conocerse, sin engaños, algo fundamental para crecer sin cargar
cicatrices.

Hacemos tantas cosas y nos convertimos en tantas otras para


sobrevivir…Pero la vida siempre nos da la oportunidad de desandar
el camino que nos lleva a nuestra esencia, enfrentando a todas las
cosas que nos convirtieron en lo que somos.

Lo que más nos cuesta es sanar las heridas de las relaciones con
nuestros seres queridos, nuestros primeros amores: mamá primero
y luego papá.

La relación profunda con nuestra madre comienza en el útero.


Desde allí, aunque no lo recordemos, nos vamos formando y ese
tiempo nos marcará para bien o para mal como seres humanos.

Hay tantas cosas para sanar, para limpiar, que entorpecen nuestro
crecimiento y no nos dejan Ser… Vamos poniendo velos para tapar
aquello que no nos gusta, que nos da miedo. Pero enfrentarlos es
el precio a pagar para lograr una vida plena y en total conciencia,
convirtiéndonos en seres felices y libres, algo que buscamos
constantemente.

Recién cuando despertamos, nos damos cuenta de haber perdido


la mitad de la vida; que hemos estado luchando con fantasmas
fabricados por nuestra mente que nos mantuvieron aprisionados,
quitándonos la maravillosa energía vital que desperdiciamos
corriendo tras quimeras que no nos llevaron jamás a ningún lado.

Darnos cuenta de la cantidad de tiempo perdido en buscar ser


aceptados por los demás, fabricando constantemente máscaras
que cambiamos de acuerdo a las circunstancias. Dejamos mucho
tiempo acatando reglas impuestas desde nuestra niñez, aquellas
que sentenciaban lo qué estaba bien y lo que estaba mal, de
acuerdo a “las buenas costumbres” marcadas por una sociedad
que jamás nos enseñó a Ser, a sentir realmente.
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Cargamos con los miedos de nuestros padres, educadores, de toda
la sociedad, que nos convierten en parte de la masa, en la que
supuestamente estamos seguros. Esa muchedumbre que se
concentra en pensar lo que le conviene al sistema; cuanto más
lejos de la verdad nos encontramos, más fáciles somos de ser
manejados; por eso hay todo un engranaje encargado de
distraernos, de convencernos de que lo único importante es lo de
afuera. Porque al ingresar dentro nuestro podemos descubrir que lo
externo solo es una ilusión.

Cuando comencé a investigar la forma de vida de los pueblos


originarios de América comprendí por qué habían sobrevivido, a
pesar de todo: fue porque el hombre blanco no pudo destruir a ellos
ni a su cultura; rompieron las paredes de los templos, pero no
pudieron con los cimientos. Quinientos años después, siguen
enteros, sin fisuras.

Estos cimientos son el sistema de valores que han mantenido a


través del tiempo, con mucho dolor y a costa de que algunos de sus
integrantes, hayan caído en la droga, el alcohol o fueran captados
por los engaños del sistema. Siempre ha habido grupos
encargados de proteger sus conocimientos y su cultura.

Por eso al compararnos con ellos nos vemos tan débiles. Porque
somos una cultura sin cimientos espirituales, que es lo mismo que
decir sin los únicos valores que importan.

En el año 1982 comencé tímidamente a andar el camino del


espíritu, casi sin darme cuenta; en 1984 viví mi primera emergencia
espiritual, la más fuerte. No comprendía lo que me estaba
ocurriendo; hubo otras, pero ya tenía experiencia y algo más de
conocimiento.

Hoy, a mis 67 años, puedo decir que el camino que me llevó al


conocimiento profundo de mí comenzó en noviembre de 1990 en mi
primer viaje a Perú con la gente de la tierra y las Plantas Sagradas.

Pero mis alumnos, con sus preguntas, suelen revivirme inciertos


momentos personales que he superado. ¿Por qué no tengo interés
en nada? ¿Por qué no puedo comunicarme con los demás como
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antes? ¿Por qué me siento tan solo/a? ¿Estaré volviéndome
loco/a…?

Estos y otros tantos interrogantes me plantearon durante todos


estos años de mi trabajo con grupos. Y cada una de las personas,
refrescó mis propios conflictos, vividos en la difícil etapa de crecer.

Muchas veces nos preguntamos… ¿Cuándo se inició todo?

Para algunas personas, después de haber vivido un duro momento


a nivel emocional (la muerte de un ser querido, pérdidas
económicas, divorcio, etc.); en otros casos, a partir de una
enfermedad o como me ocurrió a mí, simplemente se presenta.

Descontento, desazón, no saber qué hacer con nuestra vida; el


cambio se manifiesta de diferentes formas.

Este emerger espiritual, como lo llamó el doctor Stanislav Grof, es


un contacto con el alma. Porque, aunque parezca increíble, puedo
afirmar que el alma duele; recién lo descubrimos cuando estamos
en plena crisis espiritual. Lo que nos atraviesa es un conjunto de
sensaciones, sentimientos que no podemos comparar con nada
que nos haya ocurrido jamás y lo que experimentamos es eso, un
profundo dolor del alma.

Sentimos como si todo nuestro ser fuese una enorme herida


abierta, que todo lo que nos pasa, nos afecta y nos daña; tenemos
una sensibilidad extrema que nos hace indefensos ante todo y ante
todos. La vivencia de que el mundo está en contra nuestro, que
nadie nos comprende y que a nadie le importamos. Comienzan a
surgir todos los dolores y necesidades de tiempo atrás, (no
resueltos) que vienen a sumarse a toda la angustia del presente.

Sentimos el caos y pensamos que nunca va a finalizar; es por eso


que tenemos la sensación de que estamos perdiendo la razón; no
hay nada a qué asirnos; eso es lo que vivenciamos.

Y comenzamos a interesarnos por otras cosas que tal vez nos


pasaban totalmente inadvertidas o no nos interesaban en absoluto.
Por ejemplo: preguntarnos acerca del origen y propósito de la vida,
las razones del sufrimiento personal y del mundo: los motivos de la
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injusticia, la desigualdad y una infinidad de otros cuestionamientos,
en los cuales no habíamos reparado antes. Como si hubiésemos
estado hasta ese momento, dormidos y al despertar nos
encontráramos con esa terrible realidad. No comprendemos lo que
sucede y eso nos alarma. Nos sentimos vacíos, confundidos; todo
lo que era nuestra vida hasta ese momento se esfuma y no nos
queda nada. Como decía San Juan de la Cruz: aparece “La noche
oscura del alma”.

Pero como luego de una tormenta, sale el sol, comenzamos


lentamente a ver la Luz y nacemos a una nueva vida. Recién
entonces nos damos cuenta de lo importante de la experiencia. Hay
que morir para renacer en un nuevo ser.

A partir de aquí comienza la gran tarea, la comprensión; en parte,


empezamos a entender quiénes somos, a conocer las cosas que
debemos sanear y nuestra responsabilidad ante la vida.

Sentimos que la existencia es Amor y fluye a través de toda la


creación; que está todo interconectado; que somos pequeñas luces
en una gran red y que la evolución de cada uno de nosotros influye
en el Universo.

Percibimos la expansión del chakra cardíaco, tenemos períodos de


una felicidad plena durante los cuales nos parece que
comprendemos el misterio de la vida en nosotros y en todo lo
creado. Dejamos de sentirnos omnipotentes queriendo manejar
todo y aprendemos a ser humildes, comenzando a fluir con ella.

El cambio no sólo se produce en nuestro interior sino también en


nuestro entorno; lo primero que surge es la desorientación que
produce en nuestros familiares y amigos, que no comprenden qué
nos pasa y esto les causa inseguridad. Nos alejamos de personas
con las que tal vez hayamos compartido muchos años, porque
dejamos de tener cosas en común; ahora nuestros intereses son
diferentes. Si quienes están a nuestro lado comprendieran nuestra
transformación, se evitaría mucho sufrimiento innecesario.

Y vivimos momentos en los que nos sentimos presionados y tal


vez, intentando actuar de una manera que satisfaga a los demás.
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Pero esto nos traerá una sensación de malestar e inclusive
angustia, porque ya no somos los mismos ni volveremos a serlo
jamás; tendremos que trabajar la aceptación de esta nueva
personalidad, primero en nosotros para poder defenderla ante los
otros.

Así comienza la etapa de la incomprensión por parte de quienes


nos rodean, intentando que entremos en razón para que volvamos
a ser quienes éramos; nosotros cometemos el error de querer el
cambio de ellos para que también se sientan como nosotros; grave
equivocación.

La evolución es diferente en cada ser humano y el tiempo nos


enseña que no sirve predicar; si queremos que nos acepten
debemos aceptar a los demás como son.

Tenemos una necesidad compulsiva por el conocimiento,


adquirimos gran cantidad de literatura y todo lo que leemos nos
parece poco; tenemos idea de que hemos perdido mucho tiempo y
queremos recuperarlo. El hecho de no poder hablar con cualquier
persona sobre lo que nos pasa o nos interesa, hace que nos
aislemos y estemos mucho tiempo en soledad.

Aunque hayamos pasado lo peor y ya no pensemos que hemos


perdido la razón, tenemos etapas de inestabilidad en que nos es
muy difícil sobrellevar este cambio de conciencia. Los momentos de
felicidad plena son seguidos de angustia y nuevamente sentimos
que el mundo se desploma sobre nosotros.

Pero a medida que pasa el tiempo, muy lentamente, comenzamos


a equilibrarnos y a descubrir una realidad totalmente diferente;
dejamos de luchar contra los acontecimientos que se nos
presentan, tratando de ver el mensaje que traen, para poder actuar
en consecuencia, sin angustias ni ansiedades. Comenzamos a ver
todo con otros ojos y podemos mantener la calma.

Este cambio de actitud nos hace más libres, nos permite funcionar
sin estar influidos por las emociones ni la mente; sentimos más y
dejamos fluir la intuición, la gran consejera.
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Lo más profundo del cambio es el contacto con lo Divino. Descubrir
que no somos sólo un cuerpo y una mente, que hay algo más allá
que nos produce una dicha no sentida anteriormente. Una felicidad
interna que no tiene que ver con los hechos o las personas que nos
rodean, sino con esa parte de Dios en nosotros. Al hallarlo,
descubrimos el verdadero Amor, el Amor incondicional, sin
ataduras, viviendo intensa y libremente como la manifestación real
de lo que somos. Algo imposible de explicar. Sentimos una intensa
vibración que no podemos controlar, con una expansión amorosa
que nos hace emocionar hasta las lágrimas, encontrándonos con la
alegría y la certeza de lo importante que es vivir.

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CAPÍTULO II

“No temas a las tinieblas, si llevas la luz dentro de ti”- Sivananda

El despertar a la sensibilidad

Había pasado la mayor parte de mi vida colocándome corazas para


ser todo lo fuerte que consideraba necesario, para poder sobrevivir
en un mundo donde no existía el amor y donde cada día debía salir
a luchar con el entorno. Tenía la convicción de que a nadie le
importaba el otro y, por lo tanto, debía actuar de la misma forma
para no salir lastimada. Eso no me ayudó mucho; en algunos
momentos de mi vida, los caparazones se corrieron y la situación
dolorosa llegó a rozarme; pero después de sentir la estocada y
quedar lastimada un tiempo, lamía mi herida y salía nuevamente al
espacio que yo consideraba el campo de batalla.

Durante muchos años me comí las lágrimas, porque consideraba


que el llanto identificaba a las personas débiles y que yo era fuerte.
Nada me lastimaría tanto, ni me obligaría a doblarme.

En ese maravilloso primer viaje a Perú, en noviembre de 1990 a


mis 39 años, desperté a mi sensibilidad. Llorar sin saber por qué,
era insólito para mí; sólo había derramado lágrimas por ira. Allí,
recorriendo los llamados Templos Sagrados, estallaba en llanto, sin
razón aparente. Fueron doce días en los que experimenté muchas
cosas totalmente desconocidas.

Descubrí a alguien que tenía sentimientos, que se emocionaba, que


podía conectarse con la Naturaleza más allá de los ojos. Y esa
sensibilidad me hacía sentir bien, liviana, sin peso, feliz; fue la
maravillosa experiencia de disfrutar el momento.

Y entonces comencé a preguntarme… ¿Cuál era yo? ¿La supuesta


mujer dura, fría, mental o la que estaba surgiendo? ¿Estaba tan
escondida la que había descubierto hasta ahora, la que lloraba por
cualquier cosa y tenía la emoción a flor de piel? ¿Con cuál de las
dos me sentía mejor?

En ese momento aparecieron los miedos que me mostraban lo que


pasaría conmigo, si me quitaba las corazas y las máscaras y lo que
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veía no era nada alentador. Pensaba que me lastimarían. En un
mundo sin amor, no podría vivir sin protección; pero a la vez
pensaba en todo lo vivido en Perú, donde sentía que el amor hacia
todo lo existente, me embargaba. ¿Dónde debía buscar el amor,
afuera o dentro mío?

Después de duras luchas internas, que me llevaron muchos años,


encontré la respuesta. Al amor debía buscarlo dentro mío. Ese es
mi escudo, el maravilloso escudo de luz que todos tenemos.

Este descubrimiento, como todo lo que tiene que ver con el espíritu,
solemos creer que es suficiente entenderlo a nivel intelectual. Pero
no hay nada más lejano de la verdad. Nada que tenga que ver con
el alma está relacionado con el intelecto; siempre se debe sentir, no
interpretar.

En aquellos años de altibajos, naturales en el camino espiritual,


eran más los momentos de claridad que los de sombras. Así llegué
a una meseta, que me permitió ver el camino recorrido y el
aprendizaje que dejó cada paso dado.

No fue fácil comenzar a vivir con mi sensibilidad. Era como andar


por la vida sin piel, con el cuerpo en carne viva. Todo me dolía y me
provocaba altibajos, ya que me preguntaba constantemente si
podría soportarlo.

Enfrentaba pruebas cada vez más fuertes y aparecían cuando creía


que lo más difícil había pasado. Cuando parecía que el camino
estaba despejado, en alguna curva me encontraba con una enorme
piedra a sortear; pero como dice el refrán “lo que no te mata te
fortalece”. Seguí adelante y aquí estoy, mucho más fuerte que
cuando creía que lo era por la cantidad de corazas que me había
fabricado.

Ese encuentro con mi sensibilidad, se dio mientras hacíamos una


meditación al lado del río Urubamba en el llamado Valle Sagrado
de los Inkas. Fabio fue quien la dirigió al grupo; nos tomamos todos
de las manos y él nos dio la consigna de dejarnos llevar, apartarnos
por un momento de nuestra mente conciente y centrarnos en el
sentir. A pesar de todo mi trabajo espiritual sabía que esto no sería
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fácil en mí, ya que en muy pocas ocasiones lo había logrado;
siempre quería mantener el control. Debíamos entrar en contacto
con el entorno, de una manera más trascendente.

No tuve dimensión de cuánto tiempo pasó. Solo puedo decir que


comencé a sentirme muy liviana, como si no tuviese cuerpo.
Empecé a experimentar que todo lo que me rodeaba era parte de
mí; no podía diferenciar a mi ser del entorno: era una sola cosa. Mi
corazón se abrió y afloró un profundo sentimiento, un amor que no
conocía, amor por todo, que embargaba mi ser y lo llenaba de
emoción. Esto hizo que rompiera en un llanto de felicidad, imposible
de explicar; era tan fuerte lo que sentía en ese momento, que me
escuché diciendo “Dios cuanto te amo”. Sentí que era el éxtasis,
encontrarme yo humilde mortal, con esa energía única.

Después de esta experiencia maravillosa, lamentablemente como


todo ser humano, en muchas oportunidades, seguí escuchando a
mi ego. Grave error, con lo cual seguí equivocándome; no he sido
una alumna fácil. Pudiendo ser parte de la Luz, muchas veces me
he encaprichado en seguir viéndola detrás del cristal.

Pasaron los años y la vida me dio, a cada paso, la oportunidad de


seguir creciendo. Puso en mi camino a las personas y las
oportunidades para que esto fuera posible. Lamento que muchas
veces no vi claramente estas señales, pero es parte del proceso del
despertar. Más caen los velos, más podemos ver.

Como todo humano que está en la búsqueda, tuve buenos y malos


maestros. Pero aprendí de los buenos lo que tenía que hacer y de
los malos lo que no debía hacer jamás. Les estoy agradecida a
todos.

Luego de este despertar, comencé a luchar con la duda de si


estaba parada en el lugar correcto y de saber cuál es mi misión
vital.

En todas las inquietudes que son del espíritu debemos dejar la


mente de lado y abrirnos a la sabiduría del alma; me costó tiempo
comprenderlo. La mente racional es el territorio del ego, que nunca
nos aconseja correctamente; la sabiduría está en el alma.
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Una vez escuché a una persona decir: “No entiendo la ansiedad de
la gente por viajar a la India, Macchu Pichu, el Tíbet, Egipto, Tierra
Santa, etc. Como si solamente trasladándose a esos lugares, se
pudiera lograr la iluminación; el crecimiento espiritual se puede
encontrar en cualquier lugar”.

En realidad, en parte, esto es verdad. Uno no tiene que viajar a


ningún lugar para evolucionar, pero quienes tuvimos la oportunidad
de conocer algunos de estos países, sabemos que tomar contacto
con la energía de los sitios sagrados produce una transformación.

Cuando viajé a Perú por primera vez, hacía ya doce años que
estaba andando el camino espiritual; sin embargo, el encuentro con
ese país produjo en mí un cambio tan profundo, que modificó
radicalmente mi vida.

El contacto con las raíces de los pueblos originarios, toda su


filosofía milenaria de comunión y amor a la naturaleza, hizo que
descubriera en mí un sentimiento ecologista totalmente diferente y
una visión cósmica de la existencia.

Tal vez muchas personas solamente puedan ver lo externo y hagan


comentarios sobre lo bello del paisaje; esta gente al regresar
únicamente traerá anécdotas, que con el tiempo olvidará y un
montón de fotos que no volverá a mirar. Pero si nos permitimos
sentir, descubrimos algo totalmente diferente. Nos conectamos
desde el corazón con el sitio y la gente; esta experiencia pasará a
ser parte de nuestra vida, no la olvidaremos jamás.
En otro de los viajes, un Maestro Sanador, antes de ingresar a
Machu Picchu, “la Ciudad Cristal”, me dijo: “este es un Lugar
Sagrado, trata de escuchar a las piedras, ellas son las que tienen
que develar el misterio”. De ahí en más, intenté en cada sitio que
visité conectarme desde la sensibilidad, no desde la mente.
¡Cuánto aprendí en 25 años de sucesivos viajes! Encontré seres
tan especiales, con tanta sabiduría… Con una visión de la vida tan
distinta, manifestando amor por todo, me hicieron pensar y revaluar
lo que yo creía haber logrado en esos años.
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Estas culturas mal llamadas “primitivas”, a las que descubrí, me
llevaron a querer conocer más de ellos y a conectarme desde mi
espíritu.

Cada encuentro que el destino me permitió, fue un medio para


crecer, tomando el compromiso de ponerlo en práctica en mi vida.

Culturalmente nos prepararon para menospreciar y ridiculizar todo


lo que tuviera que ver con estos grupos étnicos y aún hoy, se los
trata de salvajes, ignorantes y se los margina en muchos países del
mundo. Frecuentemente se los encuentra en condiciones
infrahumanas. Yo me pregunto: ¿hasta cuándo vamos a seguir así,
sin querer ver que los ignorantes y salvajes somos nosotros, con
toda nuestra “preparación intelectual y tecnológica”? ¿A qué nos
llevó todo esto? A que en el siglo XXI sigamos cometiendo los
mismos errores; un horror.

Creo que llegó el momento de que hagamos un examen de


conciencia y comencemos a revertir todo esto. Acercándonos a
este conocimiento, que creo será lo único que nos salvará del
camino irresponsable que estamos transitando y que nos puede
llevar a la autodestrucción.

Dejemos de sentirnos los reyes de la creación. Reconozcamos que


somos un elemento más de la naturaleza y que tenemos que
aprender a vivir en armonía con todo lo creado. Aprendamos a ser
humildes y respetuosos, ya que lo que hagamos, influirá no sólo en
el Planeta sino en el Universo.

Estas culturas tienen mucho que enseñarnos; no permitamos que la


soberbia nos arruine el acercamiento a este saber, que es el
conocimiento de nuestro interior.

Dejemos de mirar hacia afuera e internémonos en el misterio de


nosotros mismos, para poder comprender y relacionarnos con lo
exterior. Permitamos que nuestra conciencia se expanda, para
poder experimentar la interrelacionalidad verdadera y honesta y
dejar definitivamente de actuar como seres egoístamente
individuales.
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Demos el verdadero valor a las cosas, ocupándonos en ser y no en
tener. Pensemos en la evolución a nivel espiritual, que, por
consecuencia, nos dará lo que necesitamos, no lo que creemos que
necesitamos. No nos dejemos absorber por la sociedad de
consumo, que obnubila nuestra mente, mantengámonos atentos
para no caer en la ilusión del “sistema” y poder ser LIBRES, a pesar
de él. Solamente siendo libres podremos realizarnos plenamente.
Tenemos que dejar de ser hipócritas, este defecto que la sociedad
nos inculca.

Ignoremos el mandato de “ser lo que ella manda”, aunque no


estemos de acuerdo, para no ser discriminados por no seguir al
rebaño. Por el contrario, no seamos hipócritas. Debemos ser
valientes y estar dispuestos a defender nuestra postura, aún
cuando sepamos que no nos aceptan; es la única manera de lograr
la felicidad, esa felicidad de adentro, la que nos da la seguridad
espiritual.

De todas las lindas personas que tuve la posibilidad de conocer,


muchos de ellos sanadores y guías espirituales, aprendí varias
cosas. Entre ellas, a sentir el verdadero amor fraternal que se
caracteriza por no ser posesivo y que los seres humanos nos
encontramos en el camino de la vida para compartir experiencias.
No importa por cuánto tiempo, ya que lo importante es vivir
intensamente el presente; esa es la única realidad. Pasar la
existencia guiados por la música del Universo, esperando que
nuestra compañera, la muerte, nos marque el minuto final de esta
vida terrenal.
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CAPÍTULO III

“Como cada ser humano es divino, cada individuo debería ser su


propio maestro, dueño y guía absoluto de sí mismo” - Krishnamurti

Buscando la luz en el afuera

El ser humano siempre estuvo en la búsqueda de lo sagrado y


convirtió en divino lo que no podía comprender. Comenzó con los
fenómenos naturales, a los cuales trataba de calmar con ofrendas y
diferentes ceremonias. A medida que la humanidad evolucionaba,
eso fue cambiando, pero siempre se mantuvo la necesidad de
contacto con lo trascendente. Así aparecieron las diferentes
religiones que tenemos en este momento, tema del que no se
ocupa este libro.

Siempre buscamos afuera lo que tenemos adentro. Y es natural


que, al principio del camino, alguien igual a nosotros, pero con
experiencia y amor, nos prenda las luces que alumbrarán la ruta a
transitar. Lo necesitamos, porque llegar a la comprensión de que la
Verdad está dentro nuestro, nos lleva mucho tiempo.

Y ese tiempo, a veces, es un arma de doble filo, porque allí está el


ego tratando de embaucarnos, haciéndonos creer, muchas veces,
que somos seres especiales, evolucionados, con todo el
conocimiento y la sabiduría. A través de esto nos mantiene
controlados para seguir manejándonos porque sabe que cuando
dejemos de escucharlo, desaparece.

Los buenos maestros nos ayudan a abrir las alas y nos enseñan a
volar, para que esto no nos ocurra; los malos maestros, nos
mantienen atados, haciéndonos creer que siempre necesitamos de
ellos para evolucionar. Un trabajo de egos de ambas partes.

Entender y comenzar a buscar esa luz interior no es fácil; para


lograrlo interviene mucho la fe, pero no la cerrada, ciega, sino la fe
en la búsqueda, sin bajar los brazos. Porque es una etapa de
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muchos claros y oscuros. Si no estamos advertidos de que es parte
del proceso, podemos retroceder más que avanzar.

En este camino lo más importante es la honestidad con nosotros


mismos; de hecho, si no lo somos con nosotros mismos, jamás lo
seremos con los demás; esta honestidad nos mantendrá atentos
contra los engaños del ego y la soberbia; cada paso que damos en
este camino será sobre una línea muy delgada, por lo que tenemos
que estar muy despiertos, para no caer en las trampas.

Debemos tener presente que somos parte de un todo, no el centro


de todo.

Es difícil mantenernos en nuestro eje para que lo externo no nos


toque, más en un momento como el que estamos viviendo, donde
el caos nos rodea constantemente; pero esto es propio de la
evolución de la humanidad. El cambio de conciencia se debe
producir en cada uno de nosotros. Algunos se resistirán a esta
transformación y son quienes más la padecerán; otros fluirán con el
cambio y a pesar de la movilización a nivel mental, física y espiritual
que esto les traerá, transitarán mucho más fácil.

No hay fórmulas mágicas para que el cambio sea más leve tanto a
nivel individual como a mundial. Tampoco podemos pararlo, es algo
que sucederá estemos o no de acuerdo.

La vida es una eterna transformación. Por eso es tan errada la idea


humana de creer que puede controlarla. Si fuéramos buenos
observadores nos daríamos cuenta de esto y dejaríamos de luchar
para comenzar a fluir con ella. Lamentablemente me di cuenta
demasiado tarde de esto y perdí mucha energía al ir en contra, en
lugar de a favor.

Cuando uno se entrega como parte del engranaje cósmico, que es


perfecto, todo cambia, no hay resistencia, es lo que tiene que ser.

Nos educan para creer que debemos ganarnos el mundo y que lo


lograremos cuanto estemos mejor preparados intelectualmente;
nuestra mente lógica y racional, debe manejar nuestra vida para ser
triunfadores; ser sensibles no nos beneficia, debemos siempre
tener, porque cuanto más tengamos más felices seremos.
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Pero tarde o temprano descubrimos que eso no es verdad. Que
estuvimos corriendo sin llegar a ninguna parte y que nos
convertimos en seres vacíos e infelices.

Sin embargo, la vida es maravillosa, siempre nos da la oportunidad


de revertir todo. Nos toca a la puerta para que comencemos a
vernos de forma diferente y nos enseña que lo más importante es
Ser, no tener.

El cambio real, en cada uno de nosotros, no finaliza nunca. Se


extiende a través de toda nuestra existencia y cada paso que
damos es un nuevo aprendizaje.

En mi caso personal, es estar hoy comunicándome contigo a través


de este libro, el que espero te ayude como a mí me ayudó
escribirlo.

También sé que la experiencia espiritual es personal y en soledad.

Por muchos años busqué la Luz afuera y si no hubiera sido por


esto, no la hubiese encontrado en mí; por eso es tan importante
para todo buscador encontrar un maestro con conocimiento, ética y
evolución espiritual, ya que nadie puede trasmitir lo que no tiene;
debe primero haber transitado el camino para enseñar a andarlo en
plena libertad y amor.

En mis primeros pasos, me ayudó la lectura de grandes personas


que me hicieron reflexionar sobre lo que escribieron. Usar una frase
para reflexionar sobre su enseñanza es fundamental, para que ese
conocimiento que hombres y mujeres regalaron a la humanidad nos
ayude a cambiar nuestra conciencia. Sabemos que el cambio a
nivel mundial comienza con nuestro cambio individual.

El estar despiertos es fundamental para no tropezar reiteradas


veces con la misma piedra, la del miedo, el engaño, la búsqueda de
la aceptación, que aparece muchas veces durante nuestro
crecimiento; a medida que avanzamos, las pruebas serán más
grandes y deberemos demostrarnos que estamos preparados para
sortearlas, saliendo de cada una de ellas más fuertes y con mayor
aprendizaje.
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Frases para reflexionar:

“Donde te encuentras hoy es donde debes estar. Confía. Todos los


sitios son sólo parte de un viaje” – Alejandro Jodorowsky.

“No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin


sentirse mejor y más feliz” – Madre Teresa de Calcuta.

“Vivir cada día como si fuera el primero y el último de nuestra vida.


Esta sería la motivación existencial que nos mantendría en el
equilibrio que posibilita el acceso a otros niveles de conciencia” –
Anónimo.

“Vivir no es otra cosa que arder en preguntas” – Antolín Artaud.

“No habrá paz sin piedad ni amor sin nobleza” – Miguel Abuelo.

“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los


peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como
hermanos” – Martin Luther King.

“No me importa si un animal es capaz de razonar. Sólo sé que es


capaz de sufrir y por ello lo considero mi prójimo” – Albert
Schweitzer.

¡Escucha!...O tu lengua te volverá sordo” – Adagio Cheroqui.

“El poder en sí mismo es nada; lo hermoso del poder es que


permite hacer el bien” – Oscar Wilde.

“Todo lo que se come sin necesidad se roba al estómago de los


pobres” – Gandhi.

“Huir del temor es sólo acrecentarlo” – Krishnamurti.

“El deseo y la felicidad no pueden vivir juntos” – Epicteto.

“La soberbia no es grandeza sino hinchazón y lo que está hinchado


parece grande pero no está sano” – San Agustín.

“Sea la sabiduría tu soporte. La compasión sea tu guía y escucha la


música divina que late en cada corazón” – Guru Nanak.

“La violencia es el miedo a los ideales de los demás” – Gandhi.


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“Una Nación que gasta más dinero en armamento militar que en
programas sociales se acerca a la muerte espiritual” – Martin Luther
King.

“Ciencia sin conciencia no es mas que la ruina del alma” – Francois


Rabelais.

“No paséis el tiempo soñando con el pasado y con el porvenir;


estad listos para vivir el momento presente” – Mahoma.

“Solo la gente materialista es la que busca construir refugios.


Aquellos que tengan paz en sus corazones ya están en el gran
refugio de la vida” – Nativo Hopi.

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CAPÍTULO IV

“…Imagina a todas las personas viviendo la vida en paz, imagina a


todas las personas compartiendo el mundo. Podrán decir que soy
un soñador, pero no soy el único. Espero que algún día se unan a
nosotros y el mundo vivirá como uno solo” – John Lennon.

La necesidad de dar

Comencé a comprender en profundidad lo que había pasado en mi


vida, sentí el giro de 180 grados que había hecho que volviera a
nacer. Me convertí en una persona diferente; me sentía tan bien,
tan plena, que despertó en mí la necesidad de trasmitirlo de alguna
forma a mis semejantes, de decirles que se podía ser feliz, libre y
sentir amor. Que el amor es diferente de lo que nos habían
enseñado y que nos da la posibilidad de ser mejores seres
humanos.

Comencé a brindar talleres donde pude disfrutar del intercambio


amoroso que se producía en cada encuentro; la magia que nace en
un grupo donde el protagonismo, pasa por los sentimientos. Como
si un hada tocara con su varita el corazón de cada uno de los que
participamos y en este acto, transformarnos en un solo ser.

En todos estos años conocí a muchas personas y puedo decir que


cada una dejó en mí cosas maravillosas.

Cuando desde nuestro interior, podemos ver el interior de quien


está enfrente, nos damos cuenta de que somos lo mismo; lo que
nos diferencia, lo externo, se esfuma.

Es difícil mantener siempre este estado; muchas veces la


personalidad nos juega malas pasadas. Por eso, debemos estar
muy atentos.

Así, con cada integrante de los grupos que compartimos viajes a


Perú, reviví mi experiencia en el mágico país. Desde esa apertura a
la sensibilidad, descubrí, día a día que pasaba, como les iba
cambiando la mirada al bajar sus barreras y entregarse a la
vivencia.
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En cada Encuentro realizado en Perú, Córdoba o cualquier Taller
en Buenos Aires, fui sintiendo que además de brindar mi
experiencia, deseaba que cada participante pudiera encontrar lo
que buscaba; que las charlas, meditaciones o reflexiones les
ayudara. De alguna manera, esperaba que no se limitara a
compartir varios días en grupo y que al terminar el encuentro la vida
volviera a ser lo mismo; humildemente deseaba que, al regresar a
sus hogares, contaran con nuevas herramientas espirituales para
seguir trabajando en mejorar su vida.

Quería y quiero ayudar, como tuve la suerte de que otras personas


cumplieran ese papel en mi vida personal.

Y más allá de compartir mi aprendizaje en los talleres, sentí el


deseo profundo de hacer algo por los que más necesitaban. Una
vez me dijo una persona: “es imposible pretender terminar con el
sufrimiento del mundo, porque eso nos bloqueará y al final lo
mucho o poco que podamos hacer no lo realizaremos y sólo
conseguiremos ser muy infelices”.

Con la mente y el corazón abiertos, tenemos que ver qué somos


capaces de hacer y a quienes ayudar. Mi corazón siempre estuvo
con los hermanos de los pueblos originarios; más allá aún de la
impotencia y el dolor profundo que me producen ver un niño
desnutrido, un anciano viviendo en la calle, un animal hambriento y
tantas situaciones injustas que nos rodean.

Me pregunto siempre: ¿qué hacer para mitigar el dolor que toda


esa realidad me produce? Pero así está el mundo; creo que ante el
dolor es cuando debemos estar más equilibrados, más en nuestro
centro; debo reconocer que no es tan fácil para mí mantenerme
equilibrada ante tanta injusticia.

Lo sigo trabajando; lo que he conseguido es no bloquearme y hacer


lo que está a mi alcance, poco o mucho, pero con todo mi amor. Así
nació el Centro de Estudios de los Pueblos Originarios, por la
necesidad de denunciar las injusticias que sufren nuestros
hermanos. Hay muchas personas que ignoran esta realidad. Creo
que todos tenemos derecho de conocerla.
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A través de este Centro también damos distintos tipos de
colaboración a comunidades o escuelitas de frontera; soy
consciente que estos aportes son insuficientes para tanta
necesidad.

Además, todo el tiempo estamos atentos a cambiar la conciencia


de tantas personas que aún no los consideran habitantes de este
Planeta y que creen que no les corresponden los mismos derechos
que a nosotros; pienso que es terrible que esto suceda en pleno
siglo XXI.

Sé que esta negación, tiene que ver con el eterno miedo a lo


diferente que representa “el otro”, desde el color de la piel, la
cultura, religión, etc. Rechazamos todo lo que es distinto porque
nos da temor. Me pregunto si alguna vez los humanos podremos
vivir en armonía en la diversidad; sería el mundo ideal; como lo
soñó, entre otros, John Lennon.

En toda transformación o evolución relacionada con el espíritu,


surge la necesidad de ayudar. Esto se produce porque dejamos de
considerarnos el centro del mundo y comenzamos “a ver” que
simplemente somos una pequeña pieza de un gran engranaje.
Comprendemos que todos estamos interrelacionados; que lo que le
pase a cualquiera de estas piezas beneficia o perjudica al resto.
Somos círculos de energía dentro de otros círculos mayores.

Esto cambia nuestra percepción del mundo, la cosmovisión.


Ingresamos a una realidad diferente. Cuando esto sucede,
pasamos por otra pequeña crisis, porque esta visión no es
comprendida por todas las personas y tenemos que aceptarlo.

Cuando se produce esto en cada uno de nosotros, comenzamos a


entender que el mundo, el Universo y todo lo que nos rodea es
sagrado. Incluyendo a nuestros semejantes que no ven esta
realidad. Nuestro deber es respetarlo. Los tiempos son diferentes
para cada ser en el camino del conocimiento.

Es el momento de trabajar la humildad, ya que la única diferencia


con quien está a nuestro lado, es que la Vida nos dio la oportunidad
del aprendizaje un tiempo antes.
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La sensibilidad es como la afinación en un instrumento. Cuanto
más seriamente trabajemos con nosotros, más sensibles seremos.
Así la sentiremos a flor de piel: nos ponemos más perceptivos a
todo, lo bueno, lo no tan bueno, lo armónico, lo inarmónico, etc.;
tenemos que aprender a manejarnos también con esto. Pero sin
olvidarnos nunca que sólo somos instrumentos de otras realidades
y energías.

Es fundamental que nos demos cuenta que la acción que estamos


desarrollando no es obra nuestra, no somos los verdaderos
productores: simplemente, estamos cumpliendo una misión. La vida
se encargó de armar el escenario para que actuemos en
consecuencia; además, debemos tener en cuenta que nuestras
actitudes pueden afectar a los demás y jamás apegarnos a los
resultados.

Cada vez que salimos a la calle nos encontramos con diferentes


realidades, algunas gratas y otras terribles, el permanente ping-
pong vital de todos los días.

Actualmente podemos decir que estas últimas superan en grado


sumo a las que podemos considerar agradables.

Pero la pregunta es: ¿Qué nos pasa? ¿Qué sentimos? ¿Cuáles son
las sensaciones, los sentimientos o pensamientos que cruzan por
nuestra mente ante estas situaciones cotidianas?

Por ejemplo: ver a un niño de la calle que se acerca a pedirnos una


moneda; una madre con un bebe en la puerta de una iglesia;
ancianos durmiendo debajo de algún puente; o cuando la televisión
nos muestra la violencia, el hambre, las guerras… Es decir, esa tan
actualizada injusticia de la desigualdad en que un grupo minoritario
mantiene oprimido al resto, haciendo y deshaciendo, no sólo con
otros seres humanos, sino destruyendo el Planeta sin ningún cargo
de conciencia.

La manera espontánea de defendernos de estas agresiones es


ponernos la coraza de la indiferencia; para protegernos tomamos
toda esta realidad, como parte del paisaje. Pero, siempre aparece
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algo que nos moviliza… Y entonces debemos preguntarnos sobre
lo que sentimos. ¿Es lástima o compasión?

La diferencia radica en que cuando sentimos compasión se nos


abre el corazón y nos colocamos en la piel del que está sufriendo,
como si su experiencia pasase a ser nuestra. Hubo una gran mujer
que supo expresar lo que es ser compasiva: la MADRE TERESA
DE CALCUTA. Ella decía “reconocer a JESÚS en cada ser”.

Ponernos del otro lado no es fácil. Entender el frío, cuando vivimos


en una casa confortable y calefaccionada; el hambre, cuando
tenemos alimento suficiente; el dolor de una madre al no poder
amamantar a su bebe por tener los pechos secos, cuando
disfrutamos de hijos satisfechos o el dolor extremo de una
enfermedad terminal cuando gozamos de una perfecta salud.
¿Cómo saber qué sienten los padres ante la muerte de un hijo,
quienes no tenemos hijos? Y así, una lista interminable para
quienes la vida les ha sido generosa. Por eso se dice que
solamente se comprende el dolor en toda su magnitud, cuando se
ha pasado por alguna experiencia semejante.

Pero una manera de agradecer por todo lo que nos ha sido dado,
es tratar de “sentir” el sufrimiento del otro para poder ayudar; no
cambiaremos el mundo, pero colaboraremos tratando de llevar algo
de esperanza a tanta desolación y dolor. ¿Podremos lograrlo?

Para ello, tenemos que estar continuamente atentos; es un ejercicio


constante, de todos los días y todos los minutos, porque vivimos
inmersos en una sociedad que nos distrae continuamente y es muy
fácil entrar en su juego de superficialidades.

Todos, de alguna manera, somos pequeños seres egoístas en un


mundo materialista, que nos acostumbró a pensar que “si en casa
todo está bien, el mundo está bien”. Nos hemos convertido así, en
seres insensibles pareciendo que nada nos puede conmover. ¿Qué
nos está pasando?

Cuando vemos un niño pidiendo, sabemos que detrás de él hay tal


vez una organización que comanda cantidad de ellos para sus
propios fines y que la moneda que uno pueda darle no va a cumplir
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la función de alimentarlo. Esto es una realidad y creo que es bueno
que lo sepamos, para buscar la manera más positiva de ayudar sin
caer en la más cómoda, que es acallar nuestra conciencia con unos
pesos sintiéndonos satisfechos porque hemos hecho “la buena
obra del día”.

Creo que detrás de cada necesidad hay un mundo totalmente


diferente del que se nos muestra y no busquemos nunca la manera
más fácil de resolverlo.

Lo mágico de todo esto, es que cuando le tendemos la mano a


alguien desde el corazón, simplemente lo hacemos sin esperar
nada a cambio. Siempre hay una retribución; pero el premio no
tiene que ver con este mundo, tiene que ver con el AMOR; poder
manifestarse en el otro, ese otro que en definitiva es igual a mi
porque ambos somos hijos de DIOS y al unirme a mi semejante
estoy en comunión con el Creador. No hay dinero ni poder en el
mundo que pueda comprar esto. ¿No te parece?

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CAPÍTULO V

“Preciso es encontrar lo infinitamente grande en lo infinitamente


pequeño, para sentir la presencia de Dios” - Pitágoras

Verme en mi semejante

Lo más difícil es ser objetivos con nosotros mismos. Nos cuesta


vernos tal cual somos, reconocer y aceptar nuestros defectos.
Siempre queremos justificarnos, el otro es el malo de la película.

¿Cuántas veces reflexionamos sobre nuestras acciones y


pensamientos?

Escuchamos y leemos muchos tips para ser mejores personas.


Ejemplo: pensar en positivo, tener buenos pensamientos, perdonar,
etc. Pero más allá de lo bonito de las frases, no siempre las
ponemos en práctica desde el corazón, de adentro hacia afuera;
generalmente, sólo las repetimos de la boca para afuera.

Difícilmente algo dé resultado si no nos ocupamos antes de


conocernos y tener muy claro, qué es lo que debemos cambiar para
no necesitar fórmulas, sino simplemente permitir que el alma se
manifieste. Que bien nos sentimos cuando tenemos afinidad con
una persona y no me refiero a una pareja, sino a cualquier ser
humano que se cruza en nuestro camino. Sentimos que fluimos de
la misma forma, que tenemos cosas en común y que lo que
compartimos nos enriquece a ambos.

Pero no siempre en la vida cotidiana nos encontramos con seres


afines. Están las otras personas, las que emiten otras vibraciones,
a las que tal vez rechazaremos porque nos choca su manera de
ser. Creo que esto es lo maravilloso de la vida, que nos muestra en
nuestros semejantes la propia luz y oscuridad. Tenemos que estar
atentos para saber vernos en el otro, entender que nos está
diciendo esa persona de nosotros mismos.

Siempre me he preguntado desde dónde y desde cuándo ha


comenzado esta no aceptación del otro. Porque tiene que haber
una raíz, un comienzo de este conflicto. Creo que el miedo tiene
mucho que ver en esto. Pero… ¿Desde cuándo? ¿Será desde
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siempre? ¿Desde la aparición del primer hombre sobre la tierra?
Como sea, es algo que cada ser de este planeta tiene que
comenzar a cambiar, si es que queremos evolucionar como
Humanidad.

Que sensación tan hermosa se vivencia cuando la conexión con las


personas trasciende la personalidad; es imposible trasmitirlo con
palabras. La personalidad es la que pone las barreras para que
esta magia no se produzca; allí está el ego que jamás quiere perder
protagonismo. Cuando permitimos que el alma se manifieste, el ego
desaparece.

En mi caso personal, pasé parte de mi vida mostrando algo que no


era y eso me costó tanta energía y felicidad que hoy, a la distancia,
veo todo lo que perdí inútilmente.

Romper las barreras no fue nada fácil. Dejé girones de piel en cada
paso que di, pero valió la pena; esta transformación hizo surgir en
mí la sensibilidad que tenía escondida. Eso hizo que me acercara a
mis semejantes y a todo lo que me rodea de una manera diferente.
Comencé a percibir y a ver todo con otros ojos: los ojos del alma.
Pude emocionarme con un paisaje, con un amanecer, con un niño,
un animalito, etc., sin sentirme tonta o fuera de lugar por esto, sino
disfrutándolo plenamente.

Nació otro ser y este otro ser, me gusta, porque me da la verdadera


felicidad. Tantas veces corremos tras cosas materiales que
creemos nos harán felices y al alcanzarlas, no nos satisfacen y
rápidamente comenzamos una nueva carrera. Y así una y otra vez.

Verme como realmente soy se lo debo a las Plantas Sagradas.


Ellas fueron quienes, sin anestesia, me mostraron todas mis
máscaras, quebraron todo lo que había armado para ser alguien
encantador, tal como mi entorno lo requería. Una persona fuerte,
inteligente, socialmente aceptable; pero en lo profundo del ser,
cada uno de nosotros sabe que todo es falso y para mantener esa
farsa hay que pagar un precio muy alto.

Debemos superar el miedo a ser auténticos, a pesar de que eso


nos traiga soledad, ya que muchas personas se apartarán de
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nosotros, cuando dejemos de ser como les gusta. Pero el premio
llega pronto, cuando otros seres, que también pasaron por esa
transformación, se cruzan en nuestro camino.

Despertar no nos hace especiales, ya lo he dicho, ni dueños de la


verdad. Debemos agradecer que nos dimos cuenta de algunas
cosas antes, conscientes que esto nos pasará a todos en algún
momento en esta vida o en alguna otra.

Los preconceptos también perjudican nuestras relaciones y no nos


permiten acercarnos naturalmente para descubrir a quien tenemos
delante, sin fantasmas de experiencias anteriores.

¡Cuánto nos cuesta vivir en el presente! Ante cualquier hecho, nos


transportamos al pasado, reaccionamos de acuerdo a lo que nos
pasó en ese tiempo y nos perdemos de vivir una nueva experiencia,
con toda la riqueza que ésta puede traernos.

Somos seres que vamos del pasado al futuro, saltándonos el


maravilloso presente, que es lo único real, ya que el pasado fue y el
futuro no sabemos si alguna vez llegará. Si no nos liberamos del
pasado, difícilmente tendremos una vida plena.

Cuando nos encontramos con una persona que con su actitud nos
recuerda a alguien que nos hizo daño en el pasado,
automáticamente, ponemos barreras y no dejamos que se nos
acerque. Accedemos al acercamiento puramente social, pero no el
verdadero, el amoroso, de ser humano a ser humano.

Difícilmente podamos llegar a actuar en algún momento como el


Gran Maestro Jesús y eliminar de nosotros la costumbre de juzgar.

Ver a nuestro semejante como a un hermano, aceptándolo como


es, sin juzgarlo, nos llevará tiempo; pero estamos cada vez más
cerca de ser los nuevos hombres y mujeres que harán la
civilización del AMOR.
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CAPÍTULO VI

“Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas,


gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas,
perdonarás con amor” – San Agustín

El encuentro amoroso con el entorno

En este giro profundo que se produce en nuestro ser, este cambio


en nuestra manera de ver el mundo, no sólo queremos lo mejor
para nuestros semejantes sino para todo lo que nos rodea. Eso
hace que nos comprometamos a ser responsables con el medio
ambiente, sabiendo que este Planeta es nuestra única casa.
Persuadidos de que, si no cuidamos a ella y a todos sus hijos,
estaremos firmando nuestra propia destrucción. Pero una cosa es
ocuparnos de esto por un sentido de autodefensa y otra muy
distinta, cuando el amor por todo lo existente forma parte de
nuestra vida. Como decía anteriormente, la toma de consciencia de
que el mundo y todo lo que hay en él, es sagrado.

Debemos pensar cómo podemos ayudar desde nuestro lugar a este


mundo maravilloso.

Sabemos que es sumamente difícil luchar contra el sistema. Pero la


toma de conciencia individual, hace que podamos trasmitirlo a otras
personas, sumar voces y energías para trabajar por el cambio hacia
la recuperación de antiguos valores que permitían a la humanidad
vivir en armonía con su entorno.

Es importante que cada uno de nosotros sepa cuál es su lugar en


este mundo y también su misión; esto depende en gran medida de
nuestro trabajo interior. Cuánto más enfocados estemos en el
afuera, como intenta este sistema para manejarnos, menos
podremos ver la realidad trascendente, la que no sólo nos hará
mejores humanos sino mejores hijos de la Tierra.

El trabajo interior, como lo dije antes, nos sensibiliza y la realidad


muchas veces se nos hace intolerable. Pero debemos trabajar para
ser más fuertes espiritualmente y evitar que esa dolorosa realidad
nos quiebre, de modo que sea un acicate para ayudar a cambiarlo.
Jamás podremos transformar el mundo en un lecho de rosas, pero
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podemos hacer lo que esté a nuestro alcance para modificar
muchas cosas. Para eso, es fundamental saber quiénes somos,
donde estamos ubicados y cuál es nuestra misión. Esto hará que
no retrocedamos jamás ante los obstáculos ni el dolor de la
realidad.

Pienso en el hambre en el mundo; la muerte de niños desnutridos o


por falta de atención médica; la forma de vida miserable de familias
completas; las personas que pierden sus hogares por las guerras;
las muertes de niños y jóvenes por el flagelo de la droga, cuyas
edades cada vez bajan más, entre otras graves penurias.

Con todo esto siento un peso en el corazón y dolor en la boca del


estómago; quisiera levantarme una mañana y que todo ese horror
fuese sólo una pesadilla. Pero no, es una terrible realidad.

¿Qué puedo hacer desde mi lugar para ayudar al cambio? Creo


que es fundamental tener en cuenta varias cosas: primero, no
desesperarnos ante la realidad con la que convivimos; segundo, no
sentirnos culpables porque hemos sido favorecidos por una vida
mejor; tercero, no dejar de verla por mirar para otro lado y así
pensar que no nos tocará, porque eso es imposible. Todos estamos
interrelacionados, todo lo que existe forma parte de nosotros y
nosotros formamos parte de todo. Por eso, es un grave error creer
que, porque nuestra existencia es totalmente diferente, estamos
aparte o fuera de todo ese dolor. Solamente cuando
comprendemos esto, podemos decir que estamos viviendo la
realidad sin velos.

No querer Ver es un signo de autodefensa, natural en el ser


humano. ¿Cuántas veces negamos algo porque no nos pasa a
nosotros ni a un integrante de nuestra familia? Éstas anteojeras
han hecho que muchas veces nos demos la cabeza contra la
pared.

Este momento que está viviendo la humanidad es fundamental para


comenzar a implementar el cambio y empezar a funcionar como
una verdadera comunidad; el individualismo está dando sus últimos
suspiros; quienes se aferren a él quedarán en el camino.
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El cambio no será fácil. Son muchos años de ceguera y todo está
demasiado enquistado en nosotros. Pero ya no se puede dejar
pasar más el tiempo; el momento es ahora; tendremos días en que
todo parecerá muy fácil y que sin problemas podemos fluir con la
vida y habrá otros momentos en que tendremos crisis por no poder
asimilar todo lo que nos llega. Como sea, lo importante es no
quebrarnos ni dejar de estar despiertos.

Aprender a leer los mensajes de la vida y comenzar a preguntarnos


ante los hechos “para qué”, “por qué” y “cómo”. Si somos humildes
y dejamos de pensarnos como el centro del mundo, una de las
peores enfermedades de quienes integramos esta civilización,
veremos como toda la existencia se convierte en un libro con
mensajes muy fáciles de leer y de aprender.

Una de las cosas fundamentales en esta relación amorosa con el


entorno es comprender que estamos en este momento de la
Humanidad y en este Planeta no por casualidad, sino por
causalidad. Muchas veces se usa esta palabra con liviandad y sin
comprender en profundidad su real significado.

A veces el lenguaje no llega a expresar el verdadero sentido de lo


que queremos decir. Cuando decimos causalidad debemos
comprender que no es el simple hecho de existir por lo cual nos
han dado la vida en un determinado momento, sino que todo el
Universo y la Vida se confabularon para que un espíritu encarne y
que además de venir a aprender, cumpla con la misión que le fue
encomendada. Eso es simplemente maravilloso.

Hay que asumir que deben caer todas las barreras que nos
separan, tanto de otros seres humanos como de todo lo que existe,
ya que todos somos simple y llanamente, “iguales”.

Vivimos discriminando y tenemos que estar muy atentos para no


hacerlo. Caminamos por la calle y creemos que aquellos que
cruzamos son los diferentes, no iguales a nosotros, porque tienen
otro color de piel, distinta cultura o religión. Y al sentirnos
diferentes, no nos queremos conectar ni siquiera con la mirada, que
es la manera de reconocer a otro ser humano como un hermano.
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Tenemos que aprender a respetar las diferencias, pero a través del
amor; debemos lograr la unidad en la diversidad.

¿Cómo nos conectamos con los demás?

Siempre tenemos la posibilidad de realizar “algo más” para


relacionarnos con nuestros semejantes. De poner el corazón para
poder conectarnos y sentirnos más unidos a través del amor. Vale
la pena intentarlo para lograr una comunicación más sincera.

Al acercarnos al otro, extender nuestra mano para estrechar la


suya, diciéndole “es un gusto”. Sentimos diferentes sensaciones, a
las cuáles no prestamos atención salvo que rechacemos a la
persona o nos despierte gran simpatía inmediatamente.

Sería muy bueno tratar de vincularnos con nuestros semejantes


más allá de las palabras que decimos por compromiso. En lugar de
expresar al descuido, ese “encantado /a”, que no nos significa
nada, tratemos en ese apretón de manos o en ese beso en la
mejilla de conectarnos más allá, pensando que esa persona es
esencialmente igual a nosotros y que las diferencias sólo tienen
que ver con los roles que cumplimos en la vida.

¿Por qué cuesta tanto entregarnos? ¿Por qué colocamos una


barrera ante el semejante a pesar de nuestra sonrisa? Es tanto el
miedo que tenemos a que nos lastimen, que vivimos encerrados en
una armadura. Por supuesto, nos protege, pero también nos quita
la posibilidad de experimentar el amor por los demás.

Seguramente, no todas nuestras experiencias en el pasado, fueron


positivas y tal vez nos enfrentamos muchas veces con el desamor,
el rechazo, la traición y cantidad de hechos negativos. Nos abrieron
profundas heridas que no hemos podido superar; así,
inconscientemente vivimos acorazados negándonos la posibilidad
de sentir.

Te preguntarás: ¿Cómo puedo despojarme de las corazas y


enfrentarme al mundo sin que me lastimen? Trabajando el espíritu,
fortaleciéndolo, porque de lo contrario, estaremos viviendo la mitad
de la vida encerrados en una cárcel que fabricamos nosotros
mismos. No nos permitimos ser, sentir; estamos siempre detrás de
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cantidad de máscaras que usamos de acuerdo a la ocasión, pero
esto no nos hace felices; tal vez tengamos ganas de decirle a
nuestra pareja o a nuestros padres o a algún amigo que lo
amamos. Pero no nos lo permitimos, por infinidad de motivos,
coronados por diferentes miedos: ser sinceros y decir lo que
sentimos pensamos que nos hace vulnerables.

Tenemos un modelo que nos marca la sociedad, de ser distantes,


ganadores, insensibles y todas estas supuestas cualidades,
además cumplir determinados parámetros de belleza física. Es lo
que hace a un hombre o a una mujer triunfadores; esto nos da
satisfacciones momentáneas pero en el fondo estamos gestando
un profundo vacío.

Todo el amor que tenemos dentro pulsa por salir; ésa es nuestra
real naturaleza. ¿Seguiremos ocultándolo, frenándolo? ¿O nos
permitiremos expresarlo?

¡Inténtalo! y te darás cuenta de cuánto tiempo perdiste; no hay


nadie que se pueda resistir a un auténtico abrazo amoroso, donde
dos corazones se encuentran reconociéndose en el espíritu.
Miremos a los ojos, tratando de conectarnos con el alma que
tenemos enfrente; allí descubriremos la verdad del otro, no en su
vestimenta, en su léxico o en su intelectualidad; esos son
elementos que no hacen al verdadero ser que vale la pena
descubrir.

Haz la prueba, comienza ahora; cuando te encuentres con un


amigo trata de verlo más allá. Más que verlo trata de sentirlo desde
el corazón; te aseguro que te llevarás una gran sorpresa y a partir
de allí ambos se sentirán más unidos.

El Amor es mágico. ¡Cómo será de mágico que representa a Dios!


El Dios que todos tenemos adentro.
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CAPÍTULO VII

“Luchamos por defender la selva, pues es ella la que nos hace y


hace funcionar nuestros corazones. Pues sin la selva, no podemos
respirar, nuestros corazones se detendrán y moriremos” –
Aborígenes Kayapo.

Mi experiencia con las Plantas Sagradas

Vuelvo ahora sobre mi primer viaje a Perú. Después de pasar años


deseándolo sin pensar que sería tan trascendente en mi vida,
porque marcó un antes y un después.

Viajé sin tener ningún conocimiento de las Plantas Sagradas; arribé


a ese país con la única certeza que me atraía y que necesitaba
conocerlo. Pero parecía estar todo preparado para que esa primera
experiencia fuera muy especial, como para que mi ser sea
sacudido, resquebrajado, roto y dejara salir la luz interior que todos
tenemos sin ser conscientes de ello.

Me encontré, al fin, con mí ser interior y la sensación fue entre


sublime y sorprendente, pero con un dejo de temor, porque era
totalmente desconocido. Las Plantas nos muestran la verdad de lo
que somos y esa verdad no siempre es lo que nos gusta. A ellas no
se les puede mentir, no está la mente manipuladora de por medio;
es nuestro ser interior quien se manifiesta a través de estas
grandes sanadoras.

Cuando se hacen las experiencias se involucran la mente, el


cuerpo y el alma. Tomamos contacto con todo nuestro ser, ya no
estamos fragmentados. Somos un todo, un universo individual
conectado con el gran Universo que integramos.

Recuerdo mi primera conexión con ellas. Habíamos estado en Lima


con el grupo y de allí, fuimos a Santa Rosa de Quives, un lugar muy
bonito al noroeste, provincia de Cauta, departamento de Lima,
kilómetro 63 de la ruta a Cauta; es uno de los lugares más
tradicionales de peregrinación del pueblo católico, en especial el 30
de agosto por ser el día de la Santa.
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En el camino, nuestro guía, que hasta ese momento era sólo eso,
nos preguntó si queríamos participar en una ceremonia; algunos
aceptamos y para ello debíamos hacer una comida muy liviana,
descansar y aguardar, puesto que nos avisarían cuando fuese el
momento. El hotel era muy agradable, rodeado de montañas.

Quienes decidimos ir, hicimos lo que nos indicó nuestro guía y


quien dirigiría esa “ceremonia”.

Cuando me acompañaron a la habitación para descansar, me


preguntaba de qué se trataría aquello en lo que había aceptado
participar. La única explicación que habíamos tenido, era que ese
ritual, nos conectaría con una Planta Sagrada a la que comúnmente
se la denomina San Pedro.

Alrededor de la medianoche tocaron a la puerta de la habitación y


nos reunimos en el parque del hotel; allí nos encontramos con el
guía, que había armado una especie de altar sobre el césped, lo
que más tarde nos dijo se le llamaba “mesa”. Era una especie de
manta tramada con guardas indígenas de diversos colores. Sobre
ella yacían objetos de diferentes formas, representaciones de
animales y otros símbolos, colocados como si siguieran un patrón
especial.

Nuestro guía pidió que nos mantuviéramos en silencio y con mucho


respeto ya que estábamos tratando con una madre sanadora que
nos ayudaría a descubrir muchas cosas que estaban en nuestro
interior. Mientras él hablaba, yo pensaba si había hecho bien en
concurrir, pero ya estaba allí.

Al lado de la mesa había una botella que contenía un líquido


oscuro. Él tomó un pequeño vaso y compartió la bebida con cada
uno de nosotros, que estábamos sentados en círculo.

Antes de entregar a cada uno el pequeño recipiente decía algo en


voz baja y lo soplaba con tabaco. Cuando bebió la primera persona
observé como su rostro se transformaba expresando un gesto de
asco. Pensé en salir corriendo y me preguntaba: ¿en qué me metí?
El pequeño vaso fue pasando de persona a persona, hasta llegar a
mis manos. En el tiempo transcurrido ya estaba convencida que no
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sería nada fácil de tragar. Era oscuro, viscoso, amargo, parecía que
quedaba pegado en el paladar y la garganta, costó superarlo.
Luego toda esa sensación se asentó en el estómago y comencé a
temer que vomitaría; traté de mantenerme quieta, sentada erguida,
para que eso no sucediera; a medida que fue pasando el tiempo
comencé a sentirme mejor y eso me tranquilizó.

Nunca sabré cuantas horas pasaron, pero comencé a sentirme muy


laxa. Y, de repente, perdí la noción y contacto con mi cuerpo;
nuevamente me sucedía lo mismo que en la meditación al lado del
río Urubamba; era parte de todo, no podía diferenciar donde
terminaba yo y comenzaba lo que me rodeaba o viceversa.

Sentía una profunda paz; el cielo estaba totalmente cubierto, lo que


llamamos encapotado; era una noche muy oscura.

De repente se abrió como una ventana sobre la montaña y vimos


como una figura de luz. Duró sólo un instante, pero todos tuvimos la
oportunidad de verla, tanto quienes tomamos el brebaje, como
aquellos que presenciaron la ceremonia sin beberlo.

En el primer momento pensamos que estábamos alucinando y nos


hubiéramos convencido de eso, si no lo hubieran atestiguado
nuestros compañeros, que no habían bebido nada. No nos importó
si era un simple fenómeno natural o tenía que ver con algo
espiritual; todos guardamos dentro nuestro lo que esa imagen que
apareció en el cielo nos hizo sentir.

Esta primera experiencia con esa maravillosa planta, el cactus


Trichocereus Pachanoi o Echinopsis Pachanoi, llamado Achuma o
más comúnmente San Pedro, me conectó con una profunda
armonía. La de mi ser y la que existe en toda la Naturaleza. Fue un
momento sublime, como los que tuve la oportunidad de vivir en
varias oportunidades más.

Luego se cruzó en mi camino otra gran madre, la Ayahuasca, una


planta muy especial; la llaman “la soga de la muerte”, hace vivir esa
experiencia. Su nombre científico es Banisteriopsis Caapi; la bebida
es una mezcla de dos o más plantas. En la selva peruana se usan
comúnmente la liana y la chacruna cuyo nombre científico es
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Psychotria Viridis. La Ayahuasca es la mezcla de ambas. En otros
países la liana se integra también a otras especies.

Durante doce años esta maravillosa planta madre me cobijó y me


hizo vivir prácticas profundamente espirituales. Esto evitó que
tuviese miedo por malas experiencias y dejara de conectarme con
ella.

A partir de mi relación con las Plantas Sagradas, las cosas


cambiaron; comenzó a desarmarme, en pequeños pedazos, como
si me desmembrara, sacudiéndome a todo nivel físico, mental y
espiritual. Tuve experiencias tan movilizadoras que pensaba que no
sobreviviría; sentí, varias veces, esa sensación de muerte.
Recuerdo una ocasión, en que comencé a percibir que perdía la
energía del cuerpo. Como si estuviera dando mis últimas
inspiraciones y exhalaciones; luego ingresé a un lugar terrible,
como uno imagina que es el infierno. Tomé contacto con todos mis
monstruos, los vi cara a cara y luego de tratar de sobrellevar ese
momento sin entrar en pánico, mi ser dio un salto hacia un lugar
increíble, donde todo era luz, grandes cristales preciosos que
alumbraban enormes salones ricamente decorados, donde la
iluminación cambiaba constantemente de color y de brillo. Luego
sentí una profunda paz, sólo paz.

Esto es una síntesis de dos experiencias de las muchas que hice;


es muy difícil traducir lo vivido en palabras. Llevo veintiséis años
tratando con estas maravillosas Plantas y les tengo mucho que
agradecer en todo sentido. No fueron tránsitos fáciles, pero por
intermedio de ellas, hundí mis piernas en el lodo para saber quien
soy realmente y dejar de vivir engañada.

Como dije anteriormente, no es agradable ver nuestras zonas


oscuras, pero si no las vemos, no podemos trascenderlas.

En cada viaje a Perú, ya van cincuenta y tres, muchas veces tomé


contacto con la Achuma y la Ayahuasca. En cada oportunidad, salí
enriquecida, con un bagaje de elementos para seguir trabajando.
Después de cada ceremonia me sentí más saludable.
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El trabajo con las Plantas no termina en la ceremonia. Nuestra
mente se amplía y comenzamos a tener sueños premonitorios, a
veces nos conectan con vidas anteriores, con otros planos, nos
abren a la intuición y la percepción. Comenzamos a ser diferentes;
todo esto siempre debemos tomarlo con mucho respeto, no como
diversión o para probar algo nuevo, porque entonces estas
maravillosas madres pueden cobrarnos un precio muy alto.

En tantos años y diversas experiencias, muchas veces juré que


sería la última, que no volvería a pasar por momentos tan
movilizadores. Pero fue tan positivo lo que me dejó cada una de las
vivencias, que seguí durante todos estos años aprendiendo y
despojándome de todo lo que me dañaba.

Creo que uno no elige a las Plantas, ellas nos eligen; se cruzan en
nuestro camino y la prueba está en mí: no las busqué. ¿Cómo
buscar lo que no conocía? Se cruzaron en mi vida en el momento
justo y en el lugar correcto, en su hábitat natural, me abrieron las
puertas de su casa.

Siempre les estaré agradecida por eso quise hacer un documental


donde parte de su realidad estuviese plasmada.

Desde las “Enseñanzas de Don Juan”, el libro de Carlos


Castaneda, hasta nuestros días, hubo infinidad de seguidores y
detractores que trataron de convencer, a quienes quisieran
escucharlos, de las posibilidades fantásticas del chamanismo y el
uso de Plantas Mágicas. Por otro lado, desde el lado opuesto,
decían lo peligroso y sin sentido de éstas prácticas.

Vamos a intentar dejar los dos extremos para encausarnos en el


camino del medio.

Es verdad que existe variedad de recursos, algunos antiguos, como


también nuevas técnicas o enseñanzas espirituales, que dan la
posibilidad al hombre de mejorar su modo de vida, para así lograr la
tan ansiada felicidad.

Es cierto también que mentes inescrupulosas, se aprovechan de


esto, para llenarse los bolsillos; como ha pasado siempre y ocurre
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con todas las filosofías y disciplinas que han aparecido en el
mundo; el problema es el ser humano y su consciencia.

Por eso, como en todas las cosas, ha habido y hay actualmente


buenos y malos chamanes. Uno se tropieza en el camino con
muchas personas interesadas solamente en hacer dinero,
autodenominados chamanes. Es muy lógico que nos ocurra a
quienes estamos en la búsqueda. Si no nos interesáramos por
nada no nos defraudarían, pero, también perderíamos la posibilidad
de evolucionar.

Cualquiera sea el camino que elijamos (Budismo, Yoga,


Cristianismo, Esoterismo, etc.) encontraremos piedras. Pero esa
parte también es necesaria para crecer espiritualmente.

Gracias a esta búsqueda continua, a pesar de..., se encuentra a


verdaderos Maestros, quienes hacen que uno pueda ir cambiando
lentamente la consciencia a través de la vivencia. Esto es lo
realmente positivo.
El chamanismo se rige por leyes sagradas de la Naturaleza, sin
dogmas ni libros sagrados; sólo por la propia experiencia; es para
vivirlo y sentirlo.

Uno de los roles del chamán (no el único) es la sanación; pero lo


que lo diferencia de otros sanadores, es la capacidad de viajar a
otras realidades más allá de la conciencia ordinaria.

En una comunidad es quien hace la conexión entre los mundos


material y espiritual, trayendo información para ayudar a su gente.

Él logra los estados modificados de consciencia a través de


instrumentos de percusión, como el tambor, la sonaja, el baile o el
uso de Plantas Sagradas.

Los rituales, con instrumentos de percusión o Plantas Sagradas,


nos dan la posibilidad de vislumbrar un mundo que está en esa
realidad no ordinaria, que el chamán sabe manejar con total
destreza. Si esto se hace con un buen Maestro, que nos brinde
todo el entorno necesario para vivir una buena experiencia,
tenemos la posibilidad de descubrir ese otro mundo, al que no se
accede fácilmente. Se abre nuestro inconsciente permitiéndonos
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“ver”, nuestro lado oscuro y llegar a un conocimiento más profundo
de nosotros mismos. Además, las plantas son curativas, equilibran
nuestra mente, cuerpo y espíritu, siendo esto la base de la salud.

En este momento, hay muchos profesionales de la medicina y de la


psicología que se están acercando a este conocimiento ancestral e
implementando las técnicas con sus pacientes.

Entonces, el tema no es negarlo por negarlo, ni arrojarnos sin


pensar a adorar a cualquiera, como si fuese un enviado del Gran
Espíritu; sigamos una de las reglas fundamentales del
chamanismo PERMITÁMONOS SENTIR. NUESTRO SER
INTERNO NOS GUIARÁ.

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CAPÍTULO VIII

“El amor es la fuerza más humilde, pero la más poderosa de que


dispone el ser humano” - Gandhi

Descubriendo el amor

Desde nuestros primeros años todos buscamos el amor. Mamá,


papá, el resto de la familia, amigos. Necesitamos ser amados y por
eso nos acomodamos a lo que los demás quieren de nosotros.

Pero, en realidad… ¿Sabemos qué es el amor? Definitivamente,


no. Conocemos algo a lo que llamamos con ese nombre, pero se lo
decimos a la persona que cumple con nuestras expectativas. Si no
cumple con ellas, se termina el amor. O sea que nosotros hacemos
con los demás, lo que hacen con nosotros desde nuestros primeros
años.

Debemos ser buenos niños para que nos quieran. Si no lo somos,


no nos amarán. Así se graba en nosotros que debemos ser de tal
manera para inspirar ese sentimiento y pedimos lo mismo a
quienes pasan a ser objeto de nuestro amor. Que sean como nos
gusta y cumplan con todas nuestras expectativas.

Poco sabemos del verdadero amor, es un enigma. Este “amor” es


tan diferente al que nosotros creemos conocer, que la brecha entre
uno y otro es enorme; uno está lleno de virtudes y el otro, lleno de
defectos. Los humanos aún no hemos tomado contacto con este
maravilloso misterio, nos falta mucho por recorrer. Pero lo bueno es
que estamos tratando de descubrirlo; es el sentimiento de la Nueva
Humanidad, sus fundamentos.

Tenemos ejemplos de personas que han vivido en este Planeta y


nos han demostrado que no sólo sabían de qué se trata realmente
el amor, sino que sus vidas y obras han sido la prueba de ello. Pero
llegó el momento, en que nosotros comencemos a comprender y
andar el camino del verdadero amor. Creo que la manera de
descubrirlo es adentrándonos profundamente en cada uno, para
poder alejarnos un poco de la personalidad; mientras estemos
funcionando sólo desde allí, es muy difícil que podamos
conectarnos con el amor incondicional.
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Intelectualmente, comprendemos que significa “incondicional”,
aunque lamentablemente, todavía no hemos podido incorporarlo al
corazón. Mientras eso no suceda, no podremos conectar a pleno
con él y seguiremos sin ponerlo en práctica; porque no se puede
poner en práctica, aquello que no se conoce, lo que no se vivencia.

¡Se habla tanto de este sentimiento! Decimos tantas cosas, pero


todas son producto de la mente y ella jamás puede ser una
mensajera del amor incondicional; solo la energía del corazón nos
lleva hacia ese rumbo.

Cuando comprendamos e internalicemos ese misterio, se abrirá


ante nosotros un mundo totalmente nuevo y entonces muchas
cosas que hoy se nos hacen incomprensibles, saldrán a la luz.
Todo fluirá de una manera diferente.

Tantos poetas han escrito sobre el amor, pero siempre con una
actitud posesiva; cuando hablamos del amor a nuestra pareja
siempre decimos “mi” amor como si la otra persona fuera de
nuestra propiedad. Ese ser tiene que demostrarnos o reafirmarnos
todo el tiempo ese sentimiento. Cuando en verdad, nadie es de
nadie, sólo le pertenecemos a la Vida, a Dios, al Padre-Madre.

¿Por qué queremos poseer y también ser poseídos? En algunos


casos, esto hasta da seguridad. Nos contiene que nuestra pareja
esté atenta a todos nuestros requerimientos y que no podamos
hacer nada, sin su aprobación. Sin embargo, nos lleva a una
relación enfermiza que hará infelices a ambos.

Cuando una o ambas partes pierden la libertad, no hay felicidad.


Sería bueno analizar que falencia nos llevó a buscar ese tipo de
relación: la respuesta está dentro nuestro.

¿Por qué en el amor de pareja debe estar implícito el


padecimiento? Hay muchas obras literarias inspiradas en vidas
reales, en las que una de las dos personas sufre. ¿Qué nos pasa a
los seres humanos que como regla, cuando amamos debemos
sufrir? De hecho, eso no es verdadero amor. El amor incondicional
debe estar presente en toda relación humana, por el simple hecho
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de darlo, sin esperar que el otro nos lo retribuya. Brindarlo porque
esa es nuestra naturaleza, sin que intervenga ningún motivo.

Pasé muchos años buscando ese amor perfecto, como decían


nuestras abuelas: el príncipe azul. Ese que sólo existe en los
cuentos infantiles, novelas, películas. Los humanos somos
imperfectos y siempre estamos en etapa de crecimiento. Unos más
avanzados, otros menos, pero en esta dimensión vivimos en etapa
de aprendizaje.

La búsqueda de ese ser especial que nos acompañe en la vida,


vendrá seguramente a llenar un vacío. Creemos que alguien
externo lo logrará. Pero lamentablemente no será así; nosotros
somos seres completos que debemos encontrarnos y cuando esto
sucede, nos damos cuenta de que quien se cruce en nuestro
camino es quien nos acompañará y mutuamente nos ayudaremos a
crecer, ser mejores cada día, sin perder nuestra libertad.

Yo lo logré en mi encuentro con Fabio. Con él tengo recorrido un


camino pleno de aprendizaje y experiencias que nos hicieron crecer
a ambos; día a día seguimos intentándolo. En estos años
comprendimos que debemos andar juntos el sendero de la vida.

Esta libertad que debemos tener con nuestro compañero o


compañera de vida, también la debemos tener, en todos los
órdenes de la vida. A veces, el miedo a un sistema, creencia,
sociedad, gobiernos totalitarios, etc., hace que no defendamos esa
libertad y eso sucede cuando no ponemos en práctica el amor
hacia nosotros mismos, primer paso para amar a los demás.

El perdón es otro aspecto fundamental del amor a uno mismo.


Debemos perdonarnos y luego podremos perdonar a los demás;
tampoco podremos amar, sino perdonamos antes, incluso a
quienes nos han hecho daño.

¿Alguna vez podremos “amar al enemigo”, como pidió Jesús?


Empecemos por no guardar rencor hacia quienes nos perjudicaron.
Tal vez en algún momento lleguemos a amarlos. Hay espacios en
los que sintonizamos con el amor incondicional. Cuando nos
conectamos con nuestro ser interior en una meditación o alguna
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situación especial que vivimos en la cual podemos trascender a la
personalidad, el templo del ego. En ese contacto descubrimos que
ese amor especial, está dentro y es parte nuestra; pero
lamentablemente esta magia se esfuma pronto y regresamos a la
realidad del ego.

Tenemos que cuidarnos para que de lo que aprendimos o pudimos


traer de esos momentos especiales, quede algo que nos sirva
como herramienta y así estar cada vez más cerca de que forme
parte de nosotros.

Intentemos conectarnos con el amor desde el sentir.

“El surco cubre y abraza la semilla sin ahogarla y la deja en libertad


de hacerse espiga. Así lo hace el amor con el que ama”. René J.
Trossero.

Si alguien nos preguntase: ¿qué es el amor? Creo que tendríamos


que tomarnos un tiempo para poder responder; en ese lapso
pasarían por nuestra mente cantidad de personas y hechos a los
que intentaríamos usar como referencia para poder definir esa
pequeña palabrita, que tan mal usamos.

Hay quienes dicen, que una sola vez en la vida sintieron amor o
que una sola persona fue capaz de despertar ese sentimiento en
ellos.
Otros sienten que al verdadero amor lo descubrieron a través de los
hijos. O tal vez, en la parte final de la vida se encontraron con su
ser interno y por intermedio de él con el amor incondicional que los
preparó para esa ruta que todos andaremos.

Creo que uno encuentra el amor en muchas oportunidades en el


transcurso de la existencia; lo que ocurre es que siempre tenemos
temor de nombrarlo y nos acostumbramos a decir “te quiero”.
Sentimos que “te amo” es mucho compromiso o que puede dar
lugar a malas interpretaciones si se lo decimos a un amigo o a una
amiga.

Pero el amor no es un sentimiento solamente; es nuestra esencia.


No es cuestión si lo sentimos o no, somos eso, solo que lo
mantenemos encerrado y no le permitimos que se manifieste.
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Por suerte, esto que somos, está latente a flor de piel y cuando
menos nos imaginamos, surge, en sus diferentes facetas. A través
de los hijos, la amistad, los padres, Dios; los diferentes rostros del
amor.

No amamos siempre de la misma manera; en cada manifestación


de él podemos tener una nueva experiencia que nos enriquezca.

Tanto sean pareja o amigos, no importa si ya no están en nuestras


vidas o cómo terminó la relación. Lo importante es qué aprendimos
mientras ese sentimiento fluyó en nosotros. Hay amigos que, por
circunstancias diversas de la vida, separan sus senderos. Pero el
sentimiento no se pierde jamás. Incluso si nos hemos distanciado
enojados, lo válido es rescatar lo mejor de la relación y en lugar de
sentir rencor guardar el afecto que hubo.

También están los amores del espíritu; son esas personas que la
Vida nos pone en el camino con las cuales hay una unión
inmediata, como si nos conociéramos de siempre. Quienes
creemos en la reencarnación, llegamos a especular que es una
relación de otra vida y que por misterios que desconocemos, el
destino nuevamente hace que nos encontremos.

El amor es lo único que nos hace sentir plenos, vivos, dándonos


fuerzas para vencer todos los obstáculos que se presenten.
Entonces: ¿por qué no darnos la posibilidad de sentirlo siempre?
En esta etapa de la Humanidad, debemos hacer algo para poder
conectarnos con esa parte tan nuestra que es el AMOR; solamente
a través de él, podremos vencer los demonios del odio que traen
soledad, injusticia, desolación, individualismo, dolor, resentimiento y
autodestrucción.
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CAPÍTULO IX

“La pobreza no la hizo Dios, la hacemos tu y yo cuando no


compartimos lo que tenemos” – Madre Teresa de Calcuta

El mundo en la actualidad

¿Por qué el mundo nos parece un caos? El mundo es una


proyección nuestra…Nos parece un caos, porque nuestra vida,
nuestro mundo personal, lo es. Si pudiéramos estar equilibrados,
despiertos y fluyendo con la vida, el mundo sería otro. ¿Somos
conscientes de esto?

Nuestra mente, nuestros pensamientos, están todo el tiempo


distrayéndonos, descentrándonos. Alejándonos del alma para
llevarnos a la locura de la mente racional cuya realidad es
solamente el mundo externo con sus distracciones que no nos
permiten conectarnos con nuestra esencia, donde están el silencio
y la verdadera realidad de nuestro ser.

Tenemos a mano tantos elementos a los que llamamos “adelantos”:


televisión, controles remotos, computadoras, teléfonos celulares…
Tan positivos en algunos aspectos como negativos en otros;
muchas veces nos obnubilan y nos encierran cada vez más.
Tomemos conciencia de qué es lo que nos ocurre con el uso
excesivo de estos aparatos, no sólo a nosotros sino también al
Planeta.

Debemos comenzar a darles el uso correcto, el que corresponde.


Me alarma ver a tantos niños y adolescentes usando
indiscriminadamente todos estos “adelantos”.

El mundo es una construcción nuestra, debemos hacernos cargo.


Comencemos a ser buenos y conscientes observadores de esta
realidad, despertemos. No acomodemos las cosas como nos
conviene. Hablamos de salvar al Planeta, de todo lo malo que
hacen los gobiernos, que es una realidad, lo vemos todo el tiempo:
contaminación, deforestación, etc.

¿Pero, qué hacemos nosotros? ¿Cuidamos el consumo de agua,


de energía, no contaminamos o sólo hablamos del tema sin actuar
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en consecuencia? Todo cambio, debe empezar por casa. No
podemos recriminar a otros lo que no somos capaces de hacer.

Llegó el momento de quebrar la inercia, tenemos que involucrarnos,


ser protagonistas y ayudar a otras personas a despertar con
nuestro ejemplo.

El compromiso le da un sentido a nuestra existencia. No seamos


turistas de la Vida.

Muchas veces nos erigimos en jueces, diciendo lo que está mal y lo


que está bien, pero siempre con respecto a los demás. Ni siquiera
nos planteamos si dentro de nuestro pequeño mundo estamos
haciendo las cosas correctamente. Con consciencia, ayudando
desde nuestro lugar a mejorar o cambiar lo que no está bien por
causa de haber sido tan irresponsables como Humanidad.

Ya no podemos esperar más, no hay tiempo, debemos tomar cartas


en el asunto y ponernos a trabajar seriamente si queremos que
haya un cambio real. Dejemos de filosofar y centrémonos en la
acción. Debemos, como siempre, empezar a trabajar con nosotros;
estar conectados con nuestro interior, para ver claramente qué y
cómo hacerlo. Realizar nuestras acciones diarias de manera
consciente, correctas, no sólo para nosotros sino para todo lo que
nos rodea. Funcionar como seres universales, desde nuestros
pensamientos hasta la acción.

No hay verdadera felicidad y armonía a costa del dolor de los


demás. Cuando entendamos que el daño que producimos en aras
de una felicidad ficticia, lo pagaremos con creces en algún
momento de nuestra existencia, dejaremos de hacerlo. Todo es un
boomerang. Habitamos un mundo caótico porque aún no nos
damos cuenta de que nuestra vida está regida por ilusiones; todo lo
que hacemos a los demás, nos lo hacemos a nosotros mismos.

Vivimos buscando todo afuera, porque aún no tenemos el valor de


buscarlo dentro nuestro, nos da miedo. Cuando logremos sortear
esa barrera y nos encontremos con nuestro verdadero ser, no sólo
descubriremos el maravilloso universo interno sino toda la
magnificencia del Universo externo, que nos rodea. En ese
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momento caerán todas las vendas, desaparecerán las ilusiones y
veremos, palparemos la Luz de la Verdad. Parte de ella, porque no
estamos preparados para verla en su totalidad; pero esa pequeña
fracción, nos dará la felicidad y hará de nuestra vida una
maravillosa experiencia.

Este caos tendrá un final. El cambio se acerca. Estemos


preparados.

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CAPÍTULO X

“El bosque y el aire puro me han enseñado a no sentir miedo, a


creer confiado en la felicidad de la vida, a maravillarme de toda
belleza, a sentir la ciencia del eterno renacer de la primavera, a
creer que toda locura significa un rodeo para llegar a la cordura y
que cada dolor, es un sendero que conduce a la alegría” – L.
Ganghofer

Tomar consciencia de que somos seres universales

¿Cuántas veces nos ponemos a pensar cuál es nuestra ubicación


en el Universo? ¿Nos consideramos seres universales? ¿O ni
siquiera nos lo planteamos? Generalmente no lo hacemos.

Sin embargo, qué importante es tenerlo en cuenta. Nos ayudaría a


tener conciencia de nuestra verdadero lugar y función en él.
Entender que nuestras actitudes y acciones ayudan o perjudican a
la maravillosa armonía que hace que todo ese engranaje funcione a
la perfección.

Esto nos enseña que debemos ser responsables, que no estamos


solos y que esa responsabilidad supera a nuestro ser individual.
“Somos círculos de energía inmersos en otros círculos mayores”.
Todo está unido e interrelacionado.

Nos cuesta aceptarlo y asimilarlo en esta cultura occidental, experta


en el individualismo que nos hace tan infelices. Todo está armado
para que nos aislemos cada vez más. Así, nuestro mundo termina
en nosotros y las cuatro paredes del hogar. Lo que pase de la
puerta para afuera, es problema de otros no tiene nada que ver con
nosotros. ¡Qué terrible!!!

Gracias al Padre-Madre, esto se va modificando. Estamos abriendo


los ojos, despertando y hará que tengamos una mejor Humanidad.

Estamos comenzando a comprender que somos parte del Universo


y esto hace que todo cambie en nosotros y adquiera un valor
diferente.
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Comencé a sentir que era parte de ese maravilloso engranaje a
partir de la experiencia con una de mis queridas maestras, la
Achuma, Planta Sagrada, como lo expresé anteriormente.

Estaba en una chacra en la provincia de Buenos Aires, Argentina,


se hacía un retiro y sanación con el cactus. A pesar de ser parte de
un grupo, para la experiencia nos aislaban; teníamos que estar
solos, en contacto con la naturaleza; al final de la tarde, ya
anocheciendo, las estrellas habían comenzado a aparecer en un
bello cielo entre celeste y gris; fijé mi mirada en esos puntos
luminosos, me quedé prendada y atenta, viendo como cada vez
eran más y parecían más brillantes; comencé a notar que las
estrellas no estaban separadas unas de otras, sino que líneas muy
finas las unían; todas estaban conectadas como si fuera una gran
red, donde en cada cruce había una de ellas; no podía creerlo……
y me dije, llena de emoción “así es todo, así estamos todos unidos,
así está unido todo lo existente…..”

Es maravilloso darse cuenta de que somos parte de…. Esto nos da


la seguridad de que nunca estamos solos y que pertenecemos a
una gran familia, que fluimos con esa energía, que todo estará bien
para nosotros. Los pequeños o grandes problemas que tenemos
son elementos que la vida pone en nuestro camino para crecer. Por
eso la pregunta que debemos hacernos es: ¿para qué? Y no la tan
trillada: ¿por qué a mí?

Somos seres humanos que, lamentablemente, muchas veces


estamos dominados por las emociones, sin saber reaccionar en
forma correcta ante lo externo.

El hecho de comprender y asimilar que somos seres universales,


parte de una creación maravillosa, nos da la posibilidad de ser
humildes. ¿Cómo ser soberbios ante toda esa magnificencia? Es
parte del trabajo que nos toca en este momento de evolución.

Cuando comenzamos a comprender nuestra inserción en el


Universo se nos abre un panorama de la realidad totalmente
diferente. Somos seres cósmicos, un microcosmos dentro de un
macrocosmo. La realidad se transforma en algo magnífico, mágico,
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siempre y cuando estemos dispuestos a quitarnos las vendas y
comenzar a “Ver” con mayúsculas.

Uno se transforma, comienza a querer contactarse con todo lo que


lo rodea: “nuestro universo” en comunión con el de las plantas, de
los animales. Saber que nuestro ADN es igual al de ellos, sólo
cambia en el orden; podemos contactarnos porque la energía vital
es la misma. Los seres humanos tenemos la inteligencia, pero
después de tantas investigaciones que se han realizado, sabemos
que tanto las plantas, como los animales, son seres sensibles y a
través de esa sensibilidad, podemos conectarnos de otra forma.

Por eso esta toma de conciencia nos mejora como humanos; no


sólo con nuestros semejantes, sino con todo lo que existe.

Entonces comenzaremos a cuidar no sólo nuestra casa, el Planeta,


sino a tener en cuenta que todo lo que hagamos influye en el
Universo, hasta nuestros pensamientos. Quienes amamos a los
animales, los consideramos parte de nuestra familia, igual que a las
plantas. Nuestra familia universal, con una sola Madre y un solo
Padre, todos somos hermanos.

¿Se puede ser un buen ser humano sin amar a la Naturaleza?

………………………………………………………………………………

Hoy, estoy brindándote esto para que lo tomes. Me animé a abrir mi


alma; el siguiente paso, es que entres en ella. Te he confiado una
pequeña parte de mi vida, importante, porque a partir de estas
vivencias personales nació otro ser, que es el que hoy no tiene
miedo en contactarse contigo.

¿Cuál será el destino de este libro? No lo sé, como no se sabe cuál


será la vida de un hijo cuando nace; pero cualquiera sea su futuro o
su lugar, a partir de salir a la luz, en él estará parte de mi corazón.

Me gustaría que cumpliera la misión de ser un compañero, un


amigo tuyo, que siempre te dé un mensaje amoroso y de ayuda.

Desde ya muchas gracias.


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Epílogo de los dos

Hemos llegado al final del camino. Esperamos haya sido de vuestro


agrado que lo transitáramos juntos.

Como corolario, queremos decirles que en el transcurso de la vida


tenemos distintas experiencias, muchas de ellas han sido dolorosas
y a veces nos quedamos atrapados en ese pasado que nos
bloquea y no nos deja avanzar.

Toda nuestra existencia es un manojo de diferentes hechos que


nos permitió llegar hasta hoy. No reneguemos de ese pasado
porque esas experiencias formaron el ser humano que somos hoy;
un aprendizaje necesario y fundamental para el crecimiento
espiritual.

Sabemos que la vida no es perfecta para nadie, debemos aprender


de esas circunstancias, supuestamente negativas pero que fueron
fundamentales para estar hoy donde estamos. Esas heridas son
como estandartes que nos demuestran cuanto hemos evolucionado
para que naciera este nuevo hombre o mujer. Depende de nosotros
hacer que esos hechos que nos parecieron, en su momento,
negativos se conviertan en algo bello, porque son quienes nos
iluminaron el camino.

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