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c o l e c c i ó n
grafi alismos
Merino, Ana (1971-)
Diez ensayos para pensar el cómic / Ana Merino. – 1ª ed.. – [León] : Servicio de Pu-
blicaciones de la Universidad de León : EOLAS, [2017]
210 p. : il. col. ; 26 cm. – (Grafikalismos ; n. 2)
Bibliogr.: p. 197-203
ISBN 978-84-9773-898-9 (Universidad de León) ; 978-84-16613-87-8 (EOLAS Edi-
ciones)
1. Historietas dibujadas-Historia y crítica. I. Universidad de León. Servicio de Publi-
caciones. II. Título, III. Serie
741.52
82-91.09
Colección Grafikalismos, nº 2
© de esta edición:
Servicio de Publicaciones de la Universidad de León
(http://servicios.unileon.es/publicaciones/)
y EOLAS ediciones
(www.eolasediciones.es)
Impreso en España
Ana Merino
Diez ensayos
para pensar el cómic
eolas
ediciones
Introducción
1 Una primera versión de este capítulo apareció en 2015 titulada “Fake Nostalgia for the
Indian: The Argentinean Fiction of National Identity in the Comics of Patoruzú” en el libro No
Laughing Matter. Visual Humor in Ideas of Race, Nationality and Ethnicity. Editado por Angela
Rosenthal, David Bindman y Adrian Randolph para The Dartmouth College Press.
Ana Merino. diez ensayos para pensar el cómic
Figura 1
ro Pereyra, creada por Fontanarrosa en
1972, rompe con esa solemnidad del
héroe gaucho. Es una parodia para un
lector culto que no cree en el estereotipo gaucho y lo que representa (Fig. 1).
“Los indios”, según han explicado Gociol y Rosemberg, tenían un lími-
te ‘geográfico’, marcado por los fortines de la cultura colonizadora, y uno
‘simbólico’ a través de la literatura y algunos cómics de tema gauchesco que
los definía peyorativamente como salvajes maliciosos y alcoholizados que
asaltaban diligencias y robaban el ganado. Debido al peso de los duros pre-
1. La fingida nostalgia por el indio…
los encuentros con los europeos. Antonio de Pigafetta, que fue uno de los
miembros de la expedición de Magallanes, documentó el primer encuentro
de los europeos con los tehuelches (eran los meridionales) en 1520 en la
Bahía de San Julián. Pigafetta destaca sobre todo la estatura gigantesca de
los tehuelches. De este modo nacerá la leyenda de los gigantes patagónicos
que conectará en el siglo XX con el imaginario humorístico del personaje del
indio creado por Quinterno. Federico A. Escalada en su estudio etnográfico
de 1949 define a los tehuelches como:
No quisiera morir […] dejando a este indio ingenuo a merced de las maldades hu-
manas, y confío en que sabrás agradecer tan precioso legado, tratando a Curugua-
Curiguagügua como a un primo o a un hermano. (Crítica, 17 Octubre, 1928)
1. La fingida nostalgia por el indio…
Figuras 2a y 2b
resume la trama asociándola
con la visión estereotípica sobre
los que vivían en el campo.
civilizado podría conectar y hacer reír fácilmente a unos lectores que sentían
que la cultura de un Buenos Aires cada vez más modernizado era superior. A
principios del siglo XX la población en Buenos Aires había crecido enorme-
mente, alimentándose de flujos migratorios europeos. Además, la ciudad se
convierte en un referente al ser considerada la primera ciudad moderna de la
América del Sur.
Cabría preguntarse, ¿por qué Quinterno eligió a un ‘indio’ y no a un ‘gau-
cho’ que representase la ‘pureza bárbara’ que llegaba en tren de los confines
rurales de la nación? En la mentalidad del argentino lector de la prensa no
existía un ápice de mala conciencia frente al genocidio indígena llevado a
cabo décadas antes. La nación Argentina se había independizado de su me-
trópoli construyendo un imaginario blanqueado de sí misma donde lo indíge-
na había sido borrado cuidadosamente. El estereotipo ‘gaucho’ permanecía
asociado al folclore popular y se caracterizaba por una masculinidad ruda, un
carácter independiente y autónomo. Esos rasgos chocarían con el del porteño
Don Gil que, pese a su viveza, se vería incapaz de manipularlo. El estereotipo
del ‘indio’ daba mucho más juego humorístico a una relación binaria entre
un ‘porteño civilizado y sin escrúpulos’ y un ‘ingenuo salvaje y bondadoso’.
El primer episodio de las tiras de Don Gil en el que aparece el personaje
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del indio fue publicado en el diario Crítica el 19 de Octubre de 1928. En esa
primera viñeta vemos al indio con su poncho, unos pantalones a lunares,
una cinta en el pelo (donde irá sujeta en el futuro la pluma) y unas san-
dalias que le dejan los pies al descubierto. Sale de entre las puertas de un
vagón de mercancías, se presenta y exclama, en un español argentino lleno
de modismos estereotípicos que tratan de representar el habla indígena, su
satisfacción al encontrarse a su tutor: “¡Guagua! ¡Piragua! ¿Vos sou meu tutor,
chei? ¡Curugua-Curiguagüaigua te saluda!”. El personaje del indio narigudo
y barbilampiño contrasta con Don Gil, vestido de traje con su pequeña nariz
redondeada y su bigotillo. Don Gil levanta los brazos para recibirle mientras
exclama: “¡Por fin llegaste, ‘Patoruzú’! Te bautizo con ese nombre porque el
tuyo me descoyunta las mandíbulas” (Fig. 3).
Aquí parecería como si el primer paso del ‘hombre civilizado’ fuese re-
nombrar al ‘salvaje’. Sin embargo, la razón que lleva al cambio de nombre del
personaje no está relacionada con una idea consciente del poder que implica
“renombrar” al “Otro” para dominarlo. Cuando salió el primer anuncio sobre
la llegada del indio dos días antes, el periodista Muzio Saenz Peña advierte
al joven Dante Quinterno de lo problemático que es el nombre del indio al
ser largo y difícil de pronunciar. Le aconseja que se lo cambie por uno pe-
gadizo que ayude a los lectores a recordarlo con facilidad. De este modo en
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Figura 4
1. La fingida nostalgia por el indio…
clama: “Has llegado más atrasado que los pagos a los maestros provinciales,
Patoruzú. Voy a tener que civilizarte.” Quinterno hace, así, un guiño sarcástico
a la lentitud de la administración en el pago de los maestros que trabajan
enseñando en las escuelas de los pueblos de las provincias. Las boleadoras,
que sirven para la caza de animales, representan a los ojos de Don Gil y del
lector un instrumento bárbaro; de ahí que Don Gil reitere la necesidad de civi-
lizar a Patoruzú. Las escenas humorísticas, que se alimentan de la ingenuidad
del indio, insertan los adelantos de la vida moderna. De este modo veremos
cómo Don Gil le enseña a Patoruzú la luz eléctrica apretando a un interrup-
tor: “Aprendé, indio ignorante. La electricidad la descubrió Cristóbal Colón.
¿Ves? Apretando este botón con el dedo, se produce luz en esa lámpara”. En la
mente de Don Gil los avances de la civilización son fruto del descubrimiento
y la conquista por lo que alude automáticamente a Colón como descubridor
y constructor de la civilización. Que Benjamín Franklin, uno de los ‘padre
fundadores’ de los Estados Unidos, sea el verdadero descubridor de la electri-
cidad en el siglo XVIII es un detalle sin importancia para la trama humorística.
El cómic juega con los estereotipos del hombre blanco civilizador frente al
indígena bárbaro, que apenas alcanza a entender el significado de lo que re-
presenta el ‘descubrimiento’ de América por la cultura occidental. La sorpresa
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de Patoruzú es evidente cuando exclama “¡Caray, chei!” al ver la bombilla
encenderse y pregunta a Don Gil si eso no es cosa de brujos. Patoruzú asocia
la bombilla que se enciende al espacio mágico de la brujería, a sus propias
prácticas culturales para explicar lo misterioso. La luz de la bombilla dará mu-
cho juego al guión de la historieta. Don Gil saca a Patoruzú a pasear a la calle
para que conozca el ambiente porteño, pero el indio está obsesionado con
la idea de “hacer luz con el dedo” y no escucha los comentarios de Don Gil
sobre la vida en Buenos Aires. El humor impregna las descripciones de Don
Gil que bromea sobre la peligrosidad casi homicida de los autobuses, destaca
el peligro de los posibles asaltantes, o la posibilidad de que un peluquero le
corte el pelo a uno. Otro de los rasgos de Buenos Aires que destaca Don Gil
es que en la ciudad “la sopa se toma con cuchara”, asumiendo la falta de mo-
dales del indio. La siguiente viñeta cambia el ritmo de la escena porque Pato-
ruzú se pone a llorar como un niño pequeño y pide volver a casa para poder
encender y apagar el interruptor de la luz: “¡GUAAAGUAAA! Vamo a casa!
¡Yo quiero hacer luz con el dedo! ¡BUUÚ! ¡UUUÚ!”. Don Gil, que está muy
sorprendido de la pataleta infantil de Patoruzú, intenta calmarle y se lo lleva a
casa para que juegue con el interruptor a encender y apagar la luz (Fig. 4).
Al estereotipo del buen salvaje se añade la perspectiva de que los indios
eran como niños a los que había que educar y enseñar con paciencia. La
Ana Merino. diez ensayos para pensar el cómic
3 La tira de Don Gil desaparece del diario Crítica al día siguiente de publicarse toda la
aventura de la llegada del indio a Buenos Aires. En diciembre de 1928 Quinterno incia en el
diario La Razón la tira de “Don Julián del Monte Pío”, otro vividor porteño de similares carac-
terística a las de Don Gil. El 27 de septiembre de 1930 reaparece Patoruzú (no hay cambio de
nombre) como personaje, llegando de nuevo a Buenos Aires, esta vez como rico cacique, para
que lo apadrine Don Julián.
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Figura 5
Ana Merino. diez ensayos para pensar el cómic
está trasmitiendo valores que traten de educar a la audiencia sobre las injus-
ticias de clase. Don Gil sencillamente representa los anhelos de un tipo de
personaje que deambula por la nueva ciudad moderna pero, al ser blanco, se
puede permitir el lujo de llevar el “Don” antepuesto a su nombre, y aspirar
a una vida llena de comodidades sin apenas esfuerzo. Reproduce indirecta-
mente el esquema expoliador de la conquista y la colonia, que asumía como
algo natural el beneficiarse de las riquezas de los territorios dominados. La
presencia del indígena complica la trama porque ofrece el estereotipo del
‘indio salvaje’ pero marcado por la riqueza y el poder. Patoruzú es un perso-
naje que representa al indígena, pero no tiene nada que ver con el indígena
real que vive marginado y miserablemente en la Patagonia. Es un cacique
millonario y su riqueza hace que ascienda de categoría social. Los cómics de
Patoruzú jamás aluden al drama que vivieron los pueblos tehuelches asola-
dos por las campañas militares. Curiosamente Irma Bernal y Mario Sánchez
Proaño mencionan en su ensayo el popular caso del cacique Orkeke: “quien
junto con los suyos fueron apresados, despojados de sus bienes y remitidos a
Buenos Aires, es tal vez, por la repercusión que tuvo en su momento, el caso
más conocido” (pág. 97). Investigando esta mención descubrí que lo que le
sucedió al caudillo Orkeke, considerado el cacique tehuelche más hospita-
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lario de la Patagonia, tuvo en efecto gran trascendencia en la sociedad de
Buenos Aires. La generosidad y costumbres de este cacique y las gentes de
su tribu habían sido recogidas por el viajero inglés George Chaworth Musters
en su libro At Home With The Patagonians de 1871. Pero el mundo que relata
el viajero Musters poco a poco se va desintegrando con la intervención de
los blancos que quieren dominar todos los territorios de su nueva nación.
En 1883 el caudillo Orkeke y su tribu son apresados y llevados a Buenos
Aires. La opinión pública bonaerense, que conocía la bondad y honradez
de este indio y sus gentes a través del libro de viajes de Musters, reaccionó
con desasosiego ante lo que consideraron un abuso por parte del gobierno.
Juan Lucio Almeida ha recogido los testimonios de aquella época indicando
cómo el periódico La Prensa denunciaba la captura de los tehuelches en un
editorial titulado “La Civilización Barbarizada”. El gobierno, en vista de las
reacciones, tomó diversas medidas asegurándose de que se les tratase bien.
Uno de los aspectos más interesantes de este episodio es el seguimiento que
se hizo del cacique Orkeke y sus reacciones ante las diferentes cosas que vio
en la ciudad: “Orkeke realizó un paseo en carruaje, a Palermo […] cuando
entró en el Parque, lo que más le llamó la atención […] fue una avestruz del
África […] Se mostraba muy contento de todo lo que le rodeaba” (pág. 64).
Orkeke morirá de pulmonía en Buenos Aires y nunca podrá regresar a la Pa-
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4 Texto recogido en Patoruzú: Vera historia no oficial del grande y famoso cacique tehuel-
che : pág.12.
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Figura 6
1. La fingida nostalgia por el indio…
que accidentalmente está ligado a ella, por lo tanto sus posibilidades están
mitificadas gracias a la nobleza de su sangre.
En 1935 Quinterno crea el primer sindicato argentino de historieta, Sindi-
cato Dante Quinterno, lo que le permitió ser dueño de la tira y sus persona-
jes. Esto hace que, gracias a imitar los modelos norteamericanos, desarrolle
una gama de objetos de consumo como los almanaques, muñequitos con los
personajes, pulseras o prendedores, y el disfraz de Patoruzú, que consistía en
el poncho, el arco, la vincha, la pluma y las boleadoras. Los niños admira-
dores de las aventuras del indio se podían disfrazar de su héroe o jugar con
sus muñecos. Además los personajes de Quinterno se adaptarán a los dibujos
animados en diferentes momentos. Quinterno fue un gran admirador de Walt
Disney, llegando incluso a visitar sus estudios en la primera mitad de la dé-
cada de los treinta. Su obra encontrará un espacio de recepción lectora en el
público norteamericano y, a partir de 1941, será publicado por el periódico
P.M en Nueva York. Patoruzú tuvo la peculiaridad de ser un cómic capaz de
navegar por el siglo XX y encontrar lectores en cada nueva generación. Duran-
te mucho tiempo nadie cuestionó las contradicciones sociales y los elementos
racistas implícitos en el universo de este personaje. Las aventuras del bonda-
doso indio Patoruzú parecían armonizar con el modelo Disney que tanto res-
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petaba Quinterno. Ambos universos llenos de estereotipos que impregnaban
el imaginario infantil y juvenil se retroalimentaban con la autocomplacencia
de sus discursos marcados por la bondad de sus héroes. Nadie cuestionaría las
buenas intenciones del Mickey Mouse, del pato Donald (pese a su mal genio)
o el indio Patoruzú.
Sin embargo, en los setenta los intelectuales de izquierda cuestionaron
con preocupación la omnipresencia de los cómics de Disney en los mercados
latinoamericanos. Esos cuadernillos de viñetas, aparentemente inocentes, es-
taban impregnados de discursos capitalistas que manipulaban la perspectiva
de los lectores. En su libro Para leer al Pato Donald, Dorfman y Mattelart elabo-
raban una meticulosa crítica al universo Disney dedicando incluso un capítulo
al estereotipo del noble salvaje. Haciendo una parodia crítica a las aventuras
de los patos, Dorfman y Mattelart explicaban tras analizar numerosos comics,
cuál era la perspectiva que tenía Disney sobre la idea de RAZA: “Todas menos
la blanca. Es necesario comprar Kodakchrom porque existen todos los tonos:
desde el negro más oscuro hasta el amarillo, pasando por el café crema, el
ocre y un cierto ligero matiz de naranja para los pieles rojas” (pág. 69); o las
cualidades morales de aquellos: “Son como niños. Afables, despreocupados,
ingenuos, alegres, confiados, felices” (pág. 70). La descripción que hacen, con
mucho humor, Dorfman y Mattelart de los rasgos que definían a los “salvajes”
Ana Merino. diez ensayos para pensar el cómic
que fabricaba Disney coincide con los rasgos que definen a Patoruzú y con la
perspectiva occidental que ha ido fraguándose a partir del descubrimiento:
Figura 7
Figura 8
1 2 3 4 5
Introducción
6 7 8 9 10
Bibliografía
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Esta primera edición del libro de Ana Merino