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Entendía el inconsciente como algo que iba mucho más allá de lo personal e
individual. Además del inconsciente individual, hablaba de un inconsciente universal y
suprapersonal al que denominó inconsciente colectivo. Este, que es el mismo para
toda la humanidad, contiene la inmensa herencia psíquica de la evolución humana.
Los arquetipos son los contenidos o estructuras de este inconsciente colectivo.
Jung descubrió que existen patrones de naturaleza universal, a los que llama
arquetipos, que se relacionan con una serie de experiencias comunes en distintos
pueblos, épocas y culturas (el embarazo y el parto, la infancia, la vejez y la muerte, el
amor, la búsqueda, la lucha,.). Estas experiencias se organizan en campos comunes
(arquetipos) dentro del inconsciente colectivo y recogen una sabiduría común a toda la
humanidad. De este modo nos encontramos con arquetipos como el de madre, niñ@,
amante, guerrer@, sabi@, etc. Los arquetipos aparecen en forma de “personajes” en
los mitos y cuentos de hadas de todos los pueblos, dando voz al inconsciente
colectivo. Hoy en día los encontramos también en el cine, la literatura, el arte, la
publicidad, etc.
Jung distinguía entre arquetipos e imágenes arquetípicas. Nos dice que los arquetipos
mismos carecen de forma y no son visualizables; “el arquetipo, como tal es un factor
psicoide que pertenece, por así decir, al extremo invisible y ultravioleta del espectro
psíquico”. “Las representaciones arquetípicas que nos transmite lo inconsiente no
deben confundirse con el arquetipo en sí. Son imágenes que varían de muchos modos
remitiendo a una forma primordial, en sí no intuible”. En esto coinciden otros autores,
como Triguerinho, que nos dice que el arquetipo “se mantiene preservado en planos
profundos e inaccesibles para la mentalidad humana común”.
En realidad, lo que llega a nuestra consciencia son siempre las imágenes arquetípicas,
o sea manifestaciones concretas y particulares de los arquetipos. Pueden llegar a
través de sueños, visiones, sensaciones, imágenes o palabras, y suelen ser percibidas
como independientes de nuestra experiencia personal. A veces llegan como algo
nuevo, desconocido, y esto hace que su impacto sea muy poderoso.
Las imágenes arquetípicas están conectadas con el pasado y también con el futuro.
Por eso son transformadoras. Jung decía: “el Yo no sólo contiene el depósito y la
totalidad de la vida pasada, sino que también es un punto de arranque, el suelo fértil a
partir del cual brotará toda vida futura”. De este modo las imágenes pueden funcionar
como guía, como líneas indicadoras que nos muestran el camino, aunque sin
obligarnos a seguirlo.
Lo mismo parece suceder con cristales. Algunas sustancias son muy difíciles de
cristalizar en laboratorio. Pero tan pronto como un laboratorio tiene éxito en la tarea,
la sustancia en cuestión comienza a cristalizar con mucha mayor facilidad en otros
laboratorios alrededor del mundo. Al principio se pensó que la causa pudiera ser que
investigadores visitantes portaran diminutos trozos de cristal en sus ropas o en sus
barbas. Pero finalmente esta causa fue desechada. Aparentemente los cristales
aprenden mediante resonancias mórficas.
En uno de ellos, a personas de distintas partes del mundo se les daba un minuto para
encontrar rostros famosos escondidos en un dibujo abstracto. Posteriormente la
solución fue emitida por la BBC en un franja horaria donde la audiencia estimada era
de un millón de espectadores. Inmediatamente después de la emisión, se realizó el
mismo “test” sobre otra muestra de personas en lugares donde no se recibe la BBC. El
número de sujetos que halló los rostros dentro del tiempo de un minuto fue un 76%
mayor que en la primera prueba. La probabilidad de que este resultado se debiera a
una simple casualidad era de 100 contra uno. Según Sheldrake, los campos
morfogenéticos habían transmitido la información a toda la “especie”.
En la misma línia, hay otro científico al que cabe mencionar, David Bohm. Conocido
por sus trabajos sobre física cuántica, colaboró con Einstein y trabajó con
Oppenheimer. Llegó a la conclusión de que el mundo material que nosotros vemos,
tocamos y medimos es el orden explícito; detrás existe el orden implícito, que no se
ve, y que procede a su vez de un orden superimplícito o supercampo, al que denomina
holomovimiento por su dinámica holográfica (debido a la cual el Todo está en cada
una de sus partes).
El concepto de archivo o registro akashico proviene del término sánscrito akasha que
significa éter: una finísima sustancia que baña todo el universo. Los archivos serían un
espacio, simbólico y parafísico, situado en el éter, en el que se recogerían todas las
palabras emitidas y las acciones cometidas por los seres humanos a lo largo de los
tiempos. Es el registro o memoria del cosmos, la recopilación de la sabiduría universal,
cuya naturaleza reflejada microcósmicamente en el corazón del ser humano, “se
extiende por todas partes, lo sostiene todo e irradia por todo el mundo”. Como se
puede ver, coincide bastante con el concepto de inconsciente colectivo de C.G.Jung.
También es llamado crónica akasha por Steiner y los antropósofos, luz astral por
Eliphas Levi y los ocultistas, memoria del mundo por los canalizadores, éter de
zafiro por los cabalistas, y éter reflector por los rosacruces. Muy parecido es, también,
el concepto de nudosferio de T.de Chardin.
Otros contemporáneos que caben destacar en relación a los archivos akashicos son
Josefa Rosalía Luque Álvarez y D.Meurois-Givaudan. Ambos han reescrito la historia a
partir de incursiones en lo que Givaudan llama “libro del tiempo” y J.Rosalía “archivos
de la luz eterna”. Según Givaudan se trata de “una reserva inmensa, casi inconcebible,
una base de datos tal como la llamarían los informáticos, abarcando todo el pasado
del universo desde el principio de los Tiempos”.