Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Introducción
En 1917 Ruttmann viaja a Berlín para casarse con María Sommer, de quien esta
profundamente enamorado. Sin embargo ella morirá un año después, en 1918,
cuando da a luz a un niño muerto. Tal vez mucho del carácter sombrío que se le
adjudica a Ruttmann provenga de estas infaustas experiencias tempranas.
Volverá a casarse otras dos veces y a tener tres hijos.
Pero lo cierto es que, cada vez más interesado en el cine y sus posibilidades,
Ruttmann abandona progresivamente la pintura. Su último cuadro (muy influido
por Kandinski) lo pintará a comienzos de 1918. Conoce a Piscator y a Paul
Wegener y comienza a dedicarse por completo al cine, tanto desde el aspecto de
la realización como desde el ensayo teórico. Por esos años publica libros como
“Malerei mit der Zeit” (Pintura con el tiempo) donde retoma, una vez más, su
consideración del arte cinematográfico como máquina, como dispositivo
maquínico que trabaja fundamentalmente con el tiempo y la percepción.
“La Maravilla” (Das Wunder, 1925) es, por ejemplo, uno de sus mejores trabajos
publicitarios donde combina la abstracción pura con la animación orgánica
sencilla. Dos formas circulares, que parecen estar dialogando, se van haciendo
cada vez más reconocibles para el espectador hasta llegar a distinguir el dibujo
simple de dos hombres que ahora están en plena discusión. Pero la disputa se
Berlín, sinfonía de una gran resuelve rápidamente cuando aparece una botella de licor Kantorowicz que deja
ciudad (Berlin - Sinfonie einer caer sendas gotas sobre la lengua de cada uno de los hombres. La película, de
Großstadt), Walter Ruttmann, apenas tres minutos de duración, resaltaba por sus colores, que se conseguían
1927 aplicando anilinas sobre el celuloide.
El cine publicitario, del cual Alemania también fue pionera, supuso una fuente de
ingresos segura y confiable para muchos realizadores de vanguardia. Ya Lotte
Reiniger, como comentamos en la clase 1, y Guido Seeber, uno de los pioneros
del cine, fotógrafo de más de quinientas películas de la época de oro del cine
alemán, teórico e historiador y realizador de vanguardia, se habían adelantado a
Ruttmann por ese camino. Gracias al dinero obtenido por esos trabajos, los
realizadores abstractos pudieron continuar con sus trabajos artísticos.
Para ese entonces todos en Berlín conocían a Ruttmann por el mote que le había
puesto un crítico: “Kinarch”, el monarca del movimiento.
Pero antes de seguir con estos apuntes biográficos, es preciso detenernos por un
momento en “Opus I”.
Habría que acotar que, desde su obra inicial y a lo largo de toda su carrera, la
figura de Ruttmann es una síntesis perfecta entre el pintor, el cineasta y el
músico. Casi ninguna de sus películas puede ser considerada sin tener en cuenta
Berlín, sinfonía de una gran la melodía original que las acompañaba y con las que constituían un Todo difícil
ciudad (Berlin - Sinfonie einer de resolver. Es por eso que ni siquiera en el caso de los filmes más abstractos y
Großstadt), Walter Ruttmann, experimentales podemos hablar de una falta de composición. Más bien, se trata
1927 de otra forma de componer otras totalidades. Otro Todo cristalino es el que se
asoma en el “Juego de luces, Opus I”. Un Todo Abierto donde las armonías
fluyentes extienden sus pliegues hasta el infinito. Donde las olas suben hasta el
cielo y, desde allí, se proyectan al universo.
“Lichtspiel, Opus 1” podemos pensarla como dividida en tres partes, que son
como los tres movimientos de un concierto. Si “Berlín…” es una sinfonía,
“Opus I” es un concierto. Para sostener tal afirmación podemos apoyarnos en la
música original, compuesta para la película, de Max Butting. Allí se perciben, se
escuchan, claramente tres tempos.
Al igual que la clase anterior, esta descripción imposible de filmes abstractos que
pretendemos aquí solo puede justificarse ante la idea, que surge en la mente del
docente, de que muchos nunca han visto ni imaginan cómo es un filme
totalmente abstracto. Lo cierto es que las olas, cuando surgen de ángulos
opuestos del cuadro, chocan entre sí y producen una forma triangular. No
podemos decir que se trate realmente de un triángulo. ¡Porque nos falta poder
ver su base! Dicha base no nos es mostrada ya que se fuga por los bordes del
Berlín, sinfonía de una gran cuadro. Nunca sabremos si se trata realmente de un triángulo o de formas
ciudad (Berlin - Sinfonie einer triangulares producidas por la conjunción de dos “olas”. En efecto, las formas
Großstadt), Walter Ruttmann, puntiagudas surgen del choque de las formas redondeadas. Son como una
1927 síntesis de ellas. Síntesis que no duda en desintegrarse nuevamente para
devolverles su curvatura, sus formas redondeadas a las figuras abstractas. En
Ruttmann, aún en el caso de que aparezcan líneas quebradas, lo que prima es la
curva y el pliegue.
Somos materia y somos duración al mismo tiempo, parecieran decir los “Opus”.
Somos un continuo devenir, una continua mutación que esta en plena sintonía
con el devenir y la mutación universal. Somos, entonces, una molécula que
participa de un universo en continua expansión. Lo inasible, lo impensable, lo
inevocable, lo Abierto, lo virtual, como queramos llamarlo, surge allí con toda su
intensidad.
Sin embargo, por nuestra parte, creemos que la acotación es válida sólo si se
toma el término “documental” en su acepción más común y vulgarizada.
“Berlín…” es tanto un filme experimental como un filme “documental” ya que,
en realidad, ambos términos definen bastante poco (o nada directamente). El
problema es, como siempre, tratar de determinar cuál es el objeto de la
representación. Sí, como solo podía imaginar un realista empecinado (y por ello
mismo el máximo tipo de idealista [10] ) como Kracauer, entendemos por cine
documental el registro directo de una realidad existente más allá de la
representación, la película de Ruttmann falla por todos lados. ¡Pero
precisamente, hay que advertir que eso ocurre porque no es su objeto! El objeto
de “Berlín…” esta situado en un punto superior al de la realidad que pueden
percibir nuestros acotados sentidos. Ruttmann, como en sus mejores filmes
abstractos, construye un nuevo objeto, una terceidad, que no esta, que no existe
como tal, ni en la ciudad de Berlín ni en la percepción subjetiva de un observador
Lluvia (Regen), Joris Ivens, destacado. No pretende “mostrar una realidad” sino, y esto es mucho más
1929 aventurado, crearla.
Ruttmann crea una Imagen-percepción generada por una conciencia-cámara
encargada ahora de traspasar los límites de la percepción “natural” para
ponernos en contacto con una otra percepción que es tanto del ritmo como del
movimiento fluyente, intrínseco de la urbe. En pocas palabras, el objeto de
“Berlín…” no es la ciudad en sí, sino el movimiento líquido que subyace a ella
misma. Por eso no es para nada superficial sino, por el contrario, tremendamente
“profunda” ya que pone en representación, actualiza, aquello que generalmente
permanece velado, oculto en nuestra relación con la ciudad y el mundo: nuestra
propia percepción.
Ahora bien, ¿Por qué no podemos denominar a esto “cine documental”?, ¿Por
qué su objeto no es sólido, fijo?, ¿Lo fluyente de la percepción no puede formar
parte de los objetos del cine documental? Estamos tan autorizados a usar esa
palabra como la palabra “experimental”. Todo lo cual demuestra, a su vez, la
insuficiencia de las palabras y los rótulos para poder abarcar ese Todo-Autómata
que es la percepción cinematográfica puesta en movimiento [11] . Veamos como
podemos pensar todo esto a partir del filme mismo.
La película surgió a partir de una idea original de Carl Mayer, uno de los máximos
guionistas del cine alemán mudo, quién hacía tiempo venía deseando “hacer algo
con la ciudad de Berlín como fondo”. Sin embargo, fue el encuentro decisivo de
Ruttmann con Karl Freund, el excelente fotógrafo de Murnau, quién ya había
“liberado” la cámara en “Der letzte Mann” (1924) y aportado numerosas
innovaciones técnicas al cine, lo que terminó de dar forma al filme.
Ruttmann también hacía tiempo que quería pasar de la abstracción de las figuras
pintadas a la abstracción conseguida con imágenes analógicas. “Día tras día
recorría la ciudad con la cámara rodante, para sorprender, ya sea, a los
elegantes moradores del Kurfürstendamm o para captar el ambiente del Berlín
paupérrimo en el viejo centro del Scheunenviertel. Las tomas se fueron
revelando a diario y muy lentamente, sólo ante mis ojos, fue tomando forma el
primer acto” comentaba el propio Ruttmann con motivo del estreno de su película
el 27 de mayo de 1927.
Walther trabajaba sin guión previo. Sólo recurría a una serie de tarjetas con
apuntes. El filme terminado consta de cinco partes. Cada una de ellas presenta
diversos “movimientos” internos [12] . A su vez, el conjunto, compone una
polifonía de inabarcables matices. Por supuesto, no poseemos las acotaciones de
los tempos que deberían estar indicados en la partitura original de Edmund
Meisel. Aquí trataremos de jugar imaginándonos, según nuestra impresión,
cuáles podrían ser dichos tempos a partir de lo intuido al ver y oír las imágenes.
El hombre de la cámara Todo comienza, en el Akt I, con la plácida imagen de las tranquilas aguas de un
(Chelovek s kinoapparatom), río o un lago sobre las que se van fundiendo imágenes que parecen sacadas del
Dziga Vertov, 1929 “Opus I” o el “Opus II”. Unas delgadas líneas blancas caen en diagonal desde
ambos extremos del cuadro y producen una analogía de forma con la imagen de
dos barreras bajando entre las cuales pasa raudamente un tren. Todo es vértigo,
velocidad, en el primer movimiento de esta “sinfonía”. Es un “allegro con brio”
que acompaña la carrera del tren cruzar puentes y autopistas. Por efecto de la
velocidad se difuminan los contornos de los cables telegráficos, las vigas de los
puentes y las propias vías laterales. El ritmo se hace más vertiginoso a medida
que nos acercamos a nuestro destino: una estación central de Berlín. Cuando
finalmente el tren se detiene, todo parece interrumpirse. Por un instante, reina el
silencio. Una gota de aceite se desliza lentamente y cae desde una pieza de la
locomotora. La música reaparece de modo muy suave, casi imperceptiblemente.
Vemos las calles aledañas a la estación, aún bañadas por el rocío de la
madrugada, sumidas en un profundo sueño. Tan solo algún papel olvidado,
mecido por el viento, parece quebrar la absoluta inmovilidad de las calles aún
dormidas. Sin embargo, la inmovilidad es aparente. Las fábricas trabajan. Nunca
han interrumpido su labor, nunca detuvieron el movimiento. Así lo atestiguan las
chimeneas que recuperan, en lo musical, el brío de un andante que se actualiza
en el humo que fluye de ellas.
Un reloj marca las doce del mediodía en la apertura del Akt IV. Es el momento
del almuerzo y la relajación. Es el momento de un merecido adagio tanto para los
hombres como para los animales y las máquinas. Comida de todo tipo es
Melodía del Mundo” (Melodie ingerida. Pequeños bocados, grandes manjares consumidos en elegantes
der Welt), Walter Ruttmann, restaurantes. Luego, para algunos al menos, viene el momento de una
1929 reparadora siesta en algún banco de plaza. Pero pronto todo vuelve a
recomenzar. El ritmo, como la producción, se acelera hasta llegar al punto de
volverse frenético, rabioso. Es como estar montado en una montaña rusa y sentir
el vértigo de la velocidad ondulante. No todos pueden soportarlo. Alguien parece
decidido a escapar del aturdimiento y se arroja en las aguas del río. Atónitos,
algunos ocasionales transeúntes observan sin saber qué hacer. Hasta que la
ciudad se torna más líquida que nunca cuando empieza a llover. En estas
escenas, que recuerdan el corto “Lluvia” (Regen, 1929) de Joris Ivens, el agua
que corre por el cordón de la vereda parece diluir el asfalto y todos, autos,
carruajes y peatones navegan con mayor lentitud. Llega el fin de la jornada
laboral. Las máquinas se detienen. Las manos, manchadas por la tarea del día,
son lavadas meticulosamente. Los portones de las fábricas comienzan a cerrarse.
Es el momento del allegro- presto donde muchos pueden dedicarse a sí mismos,
a la diversión, al deporte, al entretenimiento y a bañarse en el río que antes
recibió a su suicida cotidiano.
Con el Akt V llega la noche. Las luces de las marquesinas de los teatros y cines
se encienden con todo su fulgor. El cabaret esta abarrotado de ansiosos
espectadores que contemplan a las agraciadas coristas. Pero este allegro- vivace
de algunos es acompañado, desde bajo de la tierra, por otros que siguen
trabajando en túneles, reparando cañerías, continuando una construcción infinita,
inconmensurable. Los fuegos artificiales desgarran la oscuridad de la noche
cerrada y coronan la vida que fluye en Berlín. Una Berlín-Movimiento en perpetua
mutación.
Melodía del Mundo” (Melodie El proyecto es similar: registrar un día en la vida de Moscú, pero Vertov incluye
der Welt), Walter Ruttmann, entre las partes de la película, entre las moléculas representadas, entre los
1929 instantes cualesquiera tomados de la realidad, las partículas que componen el
filme mismo. Son los propios fotogramas de la película que estamos viendo, el
pliegue, el objeto del filme de Vertov. Vemos el filme hecho, ya terminado, y al
mismo tiempo el filme en proceso de construcción. Cada tanto, Vertov, aísla un
fotograma, una partícula de tiempo, registrada en celuloide, y nos la muestra. Es
en esos momentos cuando la “conciencia gaseosa” cinematográfica adquiere real
valor.
Luego comienza el que, tal vez, es el período más oscuro y final de la vida de
Walther. Antes llega todavía a realizar una obra interesante, “En la noche” (In
der Nacht, 1930), un filme donde intenta traducir en imágenes la música de
Robert Schumann. Adelantando lo que veinte años después haría Jean Mitry con
su serie “Images pour Debussy”, Ruttmann crea contornos, figuras más o
menos orgánicas que se acoplan suavemente a las notas musicales escritas por
Schumann. Nada demasiado original por provenir del realizador de “Berlín…”,
pero aún se advierte en esta película de diez minutos la continuidad de sus
búsquedas preceptúales.
Después de colaborar con Abel Gance en la película “El fin del Mundo” (Le fin
du monde, 1931), Ruttmann se traslada a Italia para intentar realizar por una
vez un filme narrativo con la adaptación de una obra de Pirandello: “Acciaio”
(Ídem, 1933), una película melodramática que pasa sin pena ni gloria y es
prontamente olvidada.
De ese trabajo surge una relación de amistad con Riefenstahl que lo llevará a
colaborar con ella en su extraordinaria “Olimpiada” (Olympia, 1936-37), sobre
las Olimpiadas de Berlín en 1936. Lo cual nos sugiere una pregunta: ¿Cuánto del
ritmo fluyente que podemos apreciar en la película de Riefenstahl es producto de
la influencia o la intervención directa de Ruttmann? Tal vez nunca tengamos una
respuesta a tan incierta pregunta.
Olimpiada (Olympia), Leni Ya en vísperas de la guerra, y trabajando directamente bajo las órdenes de
Riefenstahl, 1936-37 Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, Ruttmann realiza numerosos
filmes de encargo como “Mannesmann” (1938) o “Henkel, ein deutsches
Werk in seiner Arbeit” (1938). En plena guerra, filma una interesante película
sobre una profesión que luego ha de tener un costado siniestro: los operadores
cinematográficos de guerra. Se trata de “Deutsche Waffenschmiede” (1940)
para cuya realización efectivamente Ruttmann tuvo que estar en el frente de
batalla. En 1941 filma un filme totalmente propagandístico pero digno de
mención dada su concepción y realización: “Deutsche Panzer”, dedicado al
tanque de guerra alemán que tantos estragos produciría durante el conflicto.
Lo cierto es que, con Ruttmann, muere toda una tradición del cine abstracto
alemán. Tradición que sólo será continuada, por unos pocos años más, y en los
Estados Unidos, por Oskar Fischinger. Pero todos los que vendrían después, lo
supieran o no, hubieran visto o no sus películas, serán deudores de un modo u
otro de la obra de Walther Ruttmann. La obra de un hombre que pudo imaginar e
inventar una otra percepción. El hombre que devolvió al mundo su ritmo y su
melodía. Que supo extraer de la luz esa pulsación que nos conecta con el Todo
Abierto de un Universo en continuo movimiento.
[3] Entre 1925 y 1926 Ruttmann trabaja con una ex alumna de la Bauhaus, Lore
Leudesdorff, en la realización de lo que sería su “Opus V”. Sin embargo, esa
película esta aparentemente perdida y no hemos podido obtener mayores
noticias con respecto a ella.
[6] Sabemos, por supuesto, que la música puede, y tiene, diversos usos según
otros fines. Desde las marchas militares, que arengan al combate, los himnos
nacionales, que marcan un territorio, hasta la más chabacana música bailable,
siempre es posible sacarle o distraer el poder afectivo y de la música y utilizarla
para otros fines. Fijémonos que, en muchos casos, la forma más extendida,
popularmente, de vivir la experiencia musical tiene que ver con la canción, es
decir, con la incorporación de una letra que organiza, que da sentido al sonido
percibido. Obviamente, cuando el discurso se torna poesía, cuando deja de
remitir a lo inmóvil, a la pose fija de algún tópico simple coagulado y pasa a
remitir a otras instancias de la Imagen en tanto mental, es un aliado en el
proceso de abstracción musical. La poesía tampoco cesa de remitirnos a otras
instancias del pensamiento, a otras imágenes que no consisten, que no se fijan
en ningún lugar, sino que nos remiten constantemente a la fugacidad de algún
afecto o recuerdo. Pero si pensamos en la música en sí misma, cuando esta
ausente la palabra, una sinfonía por ejemplo, vemos que allí esta claramente
presente esta continua remisión de nuestros sentidos a la cadencia del ritmo, a la
melodía que no cesa de mutar, de cambiar, a la progresión de las notas,
pulsadas y no pulsadas, que no cesan de sucederse en el tiempo. Es allí donde
nuestro Ser, pensado habitualmente como unidad, encuentra sus límites. Es allí
donde se vive una experiencia cercana al palpamiento de las cadencias y
mutaciones de la duración del cosmos o del universo pensado como Todo.
[9] W. Schobert, “ Der deutsche Avantgardefilm der 20er Jahre”, publicado por el Goethe
Institut, Munich, 1989, pág. 78.
[10] En el sentido, como diría Lacan, de que no hay peor idealista que el realista
absoluto ya que éste último desconoce por completo, ya que las naturaliza, las
condiciones de producción de la realidad.