Sei sulla pagina 1di 15

/Nombre: Cristian Maldonado

Asignatura: Española III


Profesora: Anahí Braz Da Luz
Institución: Cerp del Norte

Benito Pérez
Galdós
En el presente trabajo realizaremos un breve recorrido por la creación literaria
del escritor español Benito Pérez Galdós, no obstante, antes adentrarnos a la vida
de dicho escritor, realizaremos un recorrido por los diversos movimientos que
conforman su creación, tales como el Realismo y el Naturalismo, tomando en cuenta
sus características y repercusiones dentro del ámbito literario, además de las
condiciones políticas, sociales, ideológicas y culturales de la época. Para la
realización de dicho estudios nos centraremos específicamente en algunos
apartados significativos, tales como: ​“La sociedad presente como materia
novelable”, además de los aportes realizados por distintos crítico tales como: Darío
Villanueva, Van Tieghem, H.M. Abrams, René Wellek, sin dejar de la los aportes del
propio Galdós a través de sus obras literarias.
Desde el origen de su significado etimológico, la palabra ​“realidad” parece
referirse a lo concreto: de allí surge su valor filosófico, como término que designa lo
sustancial, el fundamento unitario subyacente en las manifestaciones innumerables
y aparentes contradictorias al ámbito en que se halla inserta la existencia humana.
La crítica moderna ha utilizado el término ​“realismo” ​en un sentido específico y hasta
restringido, como denominación del arte que trasunta un interés predominante
orientado hacia la observación del mundo secular, en su nivel natural (el hombre
como ser biológico), psicológico (el hombre como ser afectivo), y social (el hombre
como integrante de una organización gregaria). Interpretado de tal forma el realismo
es un típico producto de la cosmovisión burguesa, y sus manifestaciones creativas
iniciales pueden trazarse en los orígenes y el ascenso de este sector. El término
“​realismo”, ​Empleado en las doctrinas literarias modernas estaría referido, a la
descripción y enjuiciamiento de las condiciones imperantes en una determinada
sociedad y al estudio de la conciencia humana en función de tales circunstancias.
Pero cabe restringir aún más dicho fenómeno a la literatura, especialmente a la que
se desarrolla en el transcurso del siglo XIX en Europa.
Además de los rasgos ya señalados, podemos observar en la literatura
realista de este siglo, la presentación sería, y aún trágica de la vida cotidiana de las
clases medias y en los sectores populares, criterio que entraña el abandono
definitivo de la pauta aristotélica que circunscribía la dignidad artística a los grupos
socialmente ilustres. En este aspecto, el realismo es producto de las concepciones
democráticas que irrumpen después de la Revolución Francesa y que encuentran
sus primeros indicios en las novelas de Stendhal y Balzac. A partir de estos autores,
y de Walter Scott, como antecedente directos de ellos se desenvuelve, una corriente
que hacia 1850 se define como movimiento doctrinario, a través de Duranty,
Flaubert, Zola. Paralelamente se observa una dirección similar en la literatura rusa,
desde Chernishevski, Bielinski, Turgueniev, Tolstoi, Dostoievski, etc. Estas ideas,
aunque formuladas en forma menos sistemáticas aparecen e influyen en otros
países: en los grandes novelistas ingleses, como Dickens, G. Eliot; en los
integrantes de la joven Alemania; en el español Pérez Galdós, en autores
norteamericanos, como el antirromántico Mark Twain y el naturalista Theodore
Dreiser, determinado de esta forma un movimiento para nada homogéneo. La
concepción realista instauró una clara conciencia de que no existe una auténtica
creación sin testimonio de la ​“realidad”, ​pero como veremos a continuación este
escurridizo vocablo ha sufrido innúmeras modificaciones, cuestionamientos y
significados a lo largo del tiempo.
​Cuando surge en Europa, a mediados del siglo XIX, el discurso sobre el
Realismo, ya hace tiempo que los escritores y los artistas han puesto los ojos en la
realidad circundante, pues el realismo estaba ya en germen en el Romanticismo, a
pesar de que se opone al mismo en cuanto a sus características y propósitos. En los
teóricos de este movimiento, en su deseo de ruptura con las normas clásicas,
recomendaban la introducción de lo concreto en el arte; la poesía lírica debía aludir
a objetos familiares y llamar las cosas por su nombre; el teatro debía representar la
vida real y no dar de ella una idea esquematizada tras el disfraz clásico; la historia y
la novela no podían dejar de evocar las condiciones materiales de la vida de épocas
remotas o del tiempo presente. En el prefacio a ​Cromwell (1827), Víctor Hugo, en su
reflexión sobre la coexistencia de lo sublime y lo grotesco, toma como punto de
partida la doble postulación cuerpo y alma, nobleza y pueblo, bien y mal. En sus
múltiples formas, el Romanticismo, y no sólo el Romanticismo revolucionario y
utópico de Víctor Hugo (1802-1885), George Sand (1804-1876), Espronceda
(1808-1842), etc. Integra una visión del entorno, no sistemática pero muy patente. A
través de estas obras podemos hablar claramente de un prerrealismo.
La cuestión del Realismo no radica sólo en la presencia de algún reflejo de lo
real en la obra de arte, sino que depende del grado de atención y del papel que se
le otorga a la realidad misma. Surge pues la orientación realista, como fenómeno de
época, con la conciencia colectiva de que la realidad ​por sí sola (es decir, no
sometida a un proceso de idealización) merece ser objeto de arte. Con el discurso
sobre el Realismo entramos verdaderamente en una tendencia, una orientación, que
abarca tanto la literatura como las bellas artes, dentro de la cual surge la doctrina
naturalista, como un intento para relacionar la literatura con la ciencia.
En la segunda mitad del siglo XIX, Europa es un mundo en pleno desarrollo y
hasta en plena mutación. Con la industrialización y la urbanización cada vez más
acentuadas, las llamadas clases bajas se convierten poco a poco en proletariado,
cuya fuerza y cuyo peso impiden ya que se dé de él una representación compasiva
o burlesca. Los grandes descubrimientos se dan en un contexto internacional
(alumbrado eléctrico, invención de las prensas rotativas, etc.) y se produce una
internacionalización acelerada de los conocimientos. Toda la vida literaria de la
segunda mitad del siglo XIX se desarrolla sobre un fondo de historia económica,
social, mental y política en el que muchos acontecimientos tienen una dimensión
internacional. El desarrollo de las comunicaciones, y particularmente de una densa
red ferroviaria, facilita los contactos y la circulación de libros y sobre todo de
periódicos. Cambian de manera acelerada las condiciones de vida y las relaciones
culturales, y desde luego cambian también las mentalidades. La burguesía, ya en el
poder en Francia y en tímida ascensión en España, obtiene beneficios de la
situación y se hace conservadora: de la filosofía positivista de Auguste Comte y del
darwinismo saca justificaciones de su dominación y de su orden. Es de subrayar
que los románticos y realistas comparten este desprecio por lo burgués, pero
mientras que los románticos se refugian en lo ideal, en el recuerdo, los realistas se
aferran a la realidad. Por más que el escritor y el artista realista desconfíen de la
burguesía (de su propia clase), aunque pierdan sus ilusiones, no renuncian; tienen
conciencia de su superioridad intelectual y moral, se aferran a certidumbres, a unas
ideas legitimadoras abandonando los sueños, se enfrentan con las realidades del
entorno, que quieren comprender y pintar, porque saben que tienen el poder de
representarlas. Tal parece ser la justificación ideológica y ética del Realismo.
De este modo comienza a desgastarse el modelo romántico y con el cambio
de las ideologías, la importancia del “yo interior” en el arte va dejando su lugar a la
plasmación de la realidad, en otras palabras se puede decir que vuelve a cobrar
importancia “el afuera”, “el exterior” en oposición a lo que plantea el romanticismo
fuertemente aferrado a la interioridad, los sentimientos y las sensaciones. El propio
B. P. Galdós expone en su artículo ​“La sociedad presente como materia novelable”
que el artista debe encontrar la materia prima de su obra en la realidad, en las
personas comunes y los problemas que les afectan.
Novelistas tradicionales españoles como Pedro Antonio de Alarcón
(1833-1891) o José María de Pereda (1833- 1905), se encuentran en una situación
parecida; para ellos, el desengaño procede de la vida moderna, del “progreso”, y
toman, ellos también, como objeto de estudio la sociedad contemporánea para
denunciar los vicios del “falso progreso” y buscar a la España eterna debajo de las
apariencias de la modernidad, y sobre todo en el campo, donde permanece
incólume la armonía del mundo preburgués.
Para Duranty (1833-1880): El Realismo tiende a la reproducción exacta,
completa, sincera del medio social, de la época en la que se vive, porque esa
orientación se justifica por la razón, las exigencias de la inteligencia y el interés del
público y por carecer de mentira. Siguiendo esta línea de pensamiento el pintor
Gustave Courbet (1819-1877) afirma una intención parecida en la composición de
su arte: “​Saber para poder, tal es mi pensamiento. Expresar los caracteres, las
ideas, el aspecto de mi época, según mi apreciación, en una palabra, hacer arte
vivo, tal es el fin que persigo” (Lemaitre, 1982, pág. 361).
Sin embargo, en torno al origen, la finalidad y la aparición del realismo,
podemos apreciar una serie de problemáticas, de las cuales diversos autores y
críticos han manifestado su opinión en torno a las mismas. Para Roman Jakobson el
realismo artístico no es más que: ​un concepto hueco, palabrería a través de la cual
la investigación literaria pretende definir vagamente una corriente artística que
procuraba reproducir la realidad del modo más fiel posible, aspirando al modo más
elevado de verosimilitud posible ​(Darío Villanueva. 1992. pág. 19)
Otros críticos como Piero Raffa (1967), el realismo es entendido como
reproducción estética fiel y no distorsionada de los fenómenos externos tales y
como son percibidos por nosotros, pueden ser percibido como una acepción
particular del antiguo concepto de “​mimesis”. ​M. H. Abrams (1953) en su libro sobre
la estética del Romanticismo y la tradición crítica, hace hincapié al igual que Raffa
en una constante mimética a lo largo de toda la literatura, y su relación con las
concepciones platónicas y aristotélicas de la grecia antigua. G. Becker (1963),
asegura que el nuevo procedimiento había existido siempre, y que lo único de nuevo
que aportaba era el nombre.
Una de las implicaciones filosóficas entorno a esta teoría realista, es la
imposibilidad de plasmación de la realidad de forma objetiva como lo sostiene platón
en el libro X de la República. ​Efectivamente, desde tales supuestos platónicos
existen tres niveles de realidad: el de las formas ideales o arquetípicas, cuya
plenitud ontológica no se cuestiona; el de los objetos visibles, que no son otra cosa
que pálidos reflejos de las formas ideales, y un tercer nivel compuesto por las
imágenes de las propiamente dichas, en donde entrarían las artes miméticas y la
literatura en particular, las cuales toman como modelo una realidad sensible que no
es más que una copia imperfecta de la más genuina. por lo tanto la imitación literaria
estaría dos escalones por debajo de la naturaleza esencial de las cosas y la verdad.
Para platón por lo tanto sería imposible una literatura realista como elemento para
llegar a la verdad, pues no es más que la copia imperfecta de la realidad, pues los
artistas acceden a ella a través de los sentidos y no de la razón.
Con Aristóteles la realidad sensible ya no resulta ser imagen de nada que la
trasciende, por lo que el concepto de ​mimesis, s​ e circunscribe definitivamente bajo
el control del arte y la literatura, separandola de todo lo demás que se encuentra en
el Universo, liberándola con ello de la rivalidad con otras activida humanas, como lo
sostenía Platón. Por lo tanto, siguiendo esta línea de pensamiento, un artista
imbuido de platonismo será ​realista a través de formas estilizadas, depuradoras de
lo sensible para liberarlo de sus imperfecciones y acercarlo a los arquetipos,
mientras que el aristotélico representará de forma integradora lo visible, para
encontrar en ello la auténtica realidad.
Este panorama en torno al realismo, cambia radicalmente con la llegada
de la posmodernidad y la Filosofía, de autores como Nietzsche y Heidegger, los
cuales proponen que toda mirada es subjetiva, por lo que, la realidad depende de
cada sujeto. Este hecho constituye lo que Heidegger denomina ·democratización del
arte”, donde los conceptos no están sujetos a una regla única de creación. En base
a esta premisa Raffa (1967), sostiene: ​“una teoría del realismo, si quiere
verdaderamente escapar a las limitaciones de una poética particular, no puede ni
debe contener ningún tipo definición acerca de lo que es la realidad” (Darío
Villanueva. 1992. pág. 25). ​Habrá, pues, diferentes poéticas, distintas fórmulas y
reglas artísticas para producir el realismo, estas dependen de la capacidad del
creador para trabajar la realidad de modo que esta produzca extrañamiento en el
espectador.

Sin embargo, a pesar de estas discusiones en base al realismo, debemos


resaltar su profunda innovación en el ámbito del arte, representan una verdadera
revolución en cuanto a los personajes, el ambiente, y el lenguaje que presentan:
“c​ omponen verdaderos cuadros según una técnica pictórica, utilizan la intriga para
introducir descripciones de medios y tipos despreciados hasta entonces por la
literatura y el arte: campesinos, artesanos, obreros” (Van Tieghem, 1946. pág. 219).
Stendhal y Balzac rompen con la teoría clásica cuando toman a individuos
cualesquiera de la vida diaria, para hacer de ellos objetos de representación seria,
problemática y hasta trágica. El auténtico Realismo es el que no excluye nada de la
representación artística; para él no hay cosa o tema más digno que otro:

​“Cuando, en 1881, se publica La desheredada de Pérez Galdós,


Leopoldo Alas dedica un vibrante homenaje a esta novela en la que Galdós
“ha procedido como los autores realistas”. El joven crítico insiste
particularmente en la novedad que constituye la representación exacta del
pueblo, del bajo pueblo, en una obra artística: «El pueblo que se pinta en La
desheredada no es aquel pueblo inverosímil, de guardarropía, de las novelas
cursis (...), tampoco es el pueblo idealizado de las novelas idealistas de
Eugenio Sue (...) Galdós, observador atento y exactísimo en la expresión de
lo que observa, nos lleva, en La desheredada, a las miserables guaridas de
ese pueblo que tanto tiempo se creyó indigno de figurar en obra artística
alguna” (Clarín, 1881, pág. 135)

En cuanto al proceso realista, se inicia verdaderamente en España en 1870


con la publicación de “​La Fontana de Oro” de Pérez Galdós, y de sus novelas
posteriores como “​Trafalgar”, ​que se encuentra dentro de los ​Episodios Nacionales,
“Marianela”, “Doña perfecta”, “tristán”, etc. E ​ n España median pocos años entre la
aceptación tardía del Realismo y el apasionado debate sobre el Naturalismo, debate
que se inicia cuando se conocen las primeras obras de Émile Zola, y sobre todo
cuando llegan, a partir de 1880, las ideas teóricas del autor de ​La novela
experimental.​ En 1879, Manuel de la Revilla (1846-1881), en un mismo artículo,
defiende con entusiasmo: ​“un Realismo combinado con lo que hay de verdadero en
el idealismo y condena el Naturalismo que se complace en lo vulgar, lo ruin y lo
pequeño y no es más que la demagogia del Realismo” (Revilla, 1973, pág. 179)​.
Durante el período que separa ​La Fontana de Oro (​ 1870) de la publicación en 1881
de ​La desheredada (primera novela española influenciada directamente por el
Naturalismo), período de agitación política y social, la producción novelesca y la
crítica literaria son un reflejo de la lucha ideológica, hasta tal punto que, para varios
estudiosos, es cuestionable el realismo de las novelas de tesis como: ​Doña
Perfecta​, ​Gloria y Marianela. A ​ partir de 1880, el cambio de mentalidad lleva a la
desconfianza en la idea de revolución y la adaptación a la nueva situación
sociopolítica de la Restauración y, sobre todo, la reflexión ideológica y estética
suscitada por el Naturalismo desemboca en una concepción más serena y más
profunda del Realismo.
Por otra parte, hay que resaltar que en el contexto donde se desarrolla el
Realismo, se produce una fuerte unión entre pintores y escritores y entre literatura y
arte, cuya consecuencia será la influencia de las técnicas pictóricas sobre la
escritura y la composición de las novelas. las obras de este período se presentan
cargas de imágenes, como una sucesión de cuadros. Varios estudiosos de:
Goncourt, Maupassant, Zola, Alphonse Daudet, de Clarín, han subrayado algunos
aspectos en la técnica de la descripción, en la composición de cuadros, en la
dosificación de la luz y de la sombra, en el detallismo, en los textos, que podrían
proceder del arte realista de pintar.
Los pintores y los novelistas son paisajistas, se empeñan en captar, cada
cual según la técnica propia, las vibraciones de la naturaleza, el juego de los
colores, en expresar superficies y volúmenes. La visión del novelista es
indudablemente influenciada, a veces mediatizada, consciente o inconscientemente,
por la representación de los pintores realistas e impresionistas. En su artículo ​Sobre
la descripción​, Zola, que nunca, afortunadamente, consigue ahogar del todo bajo
sus doctrinas al gran poeta que lleva dentro, confiesa que las largas descripciones
de París, proceden de una imagen vivida, de un cuadro interiorizado desde los
tiempos de la juventud miserable. La descripción en la novela realista tiende a
sugerir una representación plástica parecida a la que puede ofrecer un cuadro, un
ejemplo claro es la descripción que el personaje Gabriel realiza en torno al
​ e Galdós:
Santísima Trinidad en la novela ​Trafalgar d

“El Santísima Trinidad era un navío de cuatro puentes (…) Tenía 220
pies (61metros) de eslora, es decir, de popa a proa; 58 pies de manga
(ancho), y 28 de puntal (altura desde la quilla a la cubierta), dimensiones
extraordinarias que entonces no tenía ningún buque del mundo. Sus
poderosas cuadernas, que eran un verdadero bosque, sustentaban cuatro
pisos (…) El interior era maravilloso por la distribución de los diversos
compartimientos, ya fuesen puentes para la artillería, sollados para la
tripulación, pañoles para depósitos de víveres, cámaras para los jefes,
cocinas, enfermería y demás servicios” (Trafalgar. pág.146)

O la descripción que realiza el narrador del joven personaje Rafael Malespina


(novio de Rosita), hay una descripción minuciosa que se concentra en los detalles,
para hacernos saber que se trata de un joven muy buen mozo, con muchos
atributos que podrían encantar a cualquier señorita:

“Hablando con imparcialidad, diré que era un joven realmente


hermoso, de presencia noble, modales airosos, mirada afable, algo frío y
reservado en apariencia, poco risueño y sumamente cortés (…) Traía aquella
noche la chaqueta faldonada, el calzón corto con botas, el sombrero
portugués y riquísima capa de grana con forros de seda, que era la prenda
más elegante entre los señoritos de la época”. (Trafalgar. pág.86)

A pesar de su aparente transparencia, el concepto de Realismo es uno de los


más complejos y difusos entre los que debe manejar la crítica literaria. Una historia
de la literatura no puede ser un tratado de filosofía del arte y, sin embargo, la única
realidad literaria, la de las obras, plantea, por lo que respecta al Realismo,
insoslayables problemas técnicos, filosóficos e incluso metafísicos. Por otra parte,
sin que se pueda negar que el conjunto de la producción literaria o artística de un
período determinado esté condicionada por la orientación general del pensamiento,
partidario a su vez de toda una situación histórico-social, es imprescindible subrayar
que cada obra tiene su originalidad propia y que lo que separa a los autores es
infinitamente más que lo que los reúne. En su acepción moderna, la del siglo XIX, el
Realismo es la concepción del arte y de la literatura que se da como objetivo la
representación, de la realidad, es decir, del hombre y de la sociedad
contemporáneos. El novelista y el pintor realista rechazan la imaginación como
agente activo de la construcción literaria o pictórica, pero pintan los sueños y las
fantasías de sus personajes, porque la imaginación y los sueños son una realidad:
“un gran novelista es aquel que tiene el sentido de lo real y que expresa con
originalidad la naturaleza, haciéndola vivir con su propia vida” (Bonet, 1988, pág.
193)​. C​ omo cualquier literatura, la literatura realista es una transgresión, o sea,
como afirma Kant, un deseo poético de ensanchar los límites de la condición
humana​.
El Naturalismo por otra parte, no se puede entender bien, si no se sitúa en el
contexto cultural e ideológico de la época. En Francia, la doctrina literaria dominante
durante algunos decenios se mantuvo gracias al dinamismo y a la fuerza de
convicción de Zola, pero también al avance del positivismo de Comte y la teoría de
Darwin, que cambian la ideología y la concepción religiosa que se tenía del mundo
hasta aquel entonces. Es preciso, pues, en un primer momento, evocar brevemente
qué papel representa la ciencia en la mentalidad más o menos ilustrada de la
segunda mitad del siglo XIX, hasta la última década, depende de la situación
histórica y las condiciones socioculturales. En España por ejemplo, no permiten que
el pensamiento positivista y la adhesión a la ciencia alcancen el nivel hegemónico
que tienen en Francia. Como el Naturalismo es el consecuencia, en el campo
literario, de la filosofía positivista y del pensamiento científico, el grado de
aclimatación de la doctrina en cada país europeo y en España depende de lo que
cree el colectivo del grupo humano de ese entorno, así como del peso de las
tradiciones nacionales y, desde luego, de las posibilidades de implantación de la
mentalidad positiva.
Durante la segunda mitad del siglo, la ciencia sale del estrecho campo de los
especialistas, se transforma y, entroncando con la doctrina elaborada por Auguste
Comte en su ​Curso de filosofía positiva (1830-1842), suscita una verdadera fe en la
razón y en el descubrimiento progresivo de las leyes que rigen los fenómenos
naturales. La fe en la ciencia desencadena una entusiasta sed de conocimiento, en
Francia primero y luego en los demás países de Europa. Esta ebullición trasciende
el campo de la intelectualidad, se populariza gracias a la prensa y a la publicación
de un sinnúmero de obras de vulgarización, diccionarios, enciclopedias, etc. Así, en
la clase media y en la burguesía, se forma poco a poco un nuevo público más
enterado y capaz de interesarse por la antropología, la etnografía, la medicina, la
sociología, la psicología y la biología. El positivismo y el cientificismo son las dos
grandes bases sobre las cuales se desarrolla la fe de la humanidad, la cual
demuestra una ciega confianza en las ciencias para llegar a la verdad y la felicidad:

“El mundo verdadero que nos revela la ciencia es muy superior al


mundo fantástico creado por la imaginación (...) Al método experimental, que
algunos se complacen en representar como estrecho y sin ideal, estaba
reservado revelamos, no ese infinito metafísico cuya idea es la base misma
de la razón humana, sino ese infinito real, que nunca alcanza el hombre en
las más atrevidas excursiones de su fantasía” (Tadié, 1970, pág. 76).

Sin lugar a dudas, estos sistemas influyen en la literatura y las artes en


general, por lo que, los escritores que siguen por motivos éticos y estéticos la
orientación realista, no puede quedar al margen de la corriente cientificista. Del
anhelo de observar y pintar la realidad surge el deseo de comprenderla y explicarla,
para lo cual se acude naturalmente a la ciencia. La doctrina naturalista, completa y
coherente, es un producto del cientificismo de los primeros decenios de la segunda
mitad del siglo: representa el deseo y el intento nunca repetido en la historia de las
letras, de hacer entrar la literatura en el campo de la ciencia. ​Entre ciencia y novela
no hay diferencia de principios ni de métodos, en la novela se han impuesto los
estudios y los deberes de la ciencia, su carácter científico, que le otorga derecho
para tomar como objeto todo lo real, incluso las miserias y los vicios de las clases
bajas, que nunca hasta la fecha habían accedido con dignidad a la representación
artística.
El Naturalismo, como movimiento literario, no es, un fenómeno que se surge
de forma innata, sino que, se percibe su presencia en los siglos anteriores: el
vocablo figura también, y desde el siglo XVIII, en el campo léxico de las bellas artes;
lo emplea Baudelaire en su crítica de arte para designar a los pintores que, como
Courbet o Millet, toman como motivos escenas y personajes de la vida cotidiana, de
la vida natural. El naturalismo por lo tanto es un movimiento literario que tiene como
base la filosofía materialista, las ciencias naturales y la realidad.
Estas características propias del positivismo causan una fuerte influencia en
las obras de Galdós, el cual crea una serie de novelas conocidas como novelas de
tesis​, la cual busca a través de un razonamiento racional, buscan dar a conocer o
convencer acerca de una determinada postura: ​“No acabó aquella travesía sin
hacer, conforme a mi costumbre, algunas reflexiones, que bien puedo aventurarme
a llamar filosóficas. Alguien se reirá de un filósofo de catorce años; pero yo no me
turbé ante las burlas, y tendré el atrevimiento de escribir aquí mis reflexiones de
entonces…” ( Trafalgar. pág. 228)

No obstante, las influencias del positivismo se puede apreciar de igual


manera en novelas históricas del dicho autor, como por ejemplo Trafalgar. Un
ejemplo claro es el personaje Malespina padre, el cual es considerado como un loco
y un mentiroso por todos, pero que, sin ningún lugar a dudas es una muestra clara
del avance tecnológico y social que se da en dicho siglo:

“¿Qué son 100 varas? Aún podrían construirse barcos muchos


mayores. Y he de advertir a ustedes que yo los construiría de hierro (…) -¡De
hierro! -exclamaron los dos oyentes sin poder contener la risa (…) De hierro,
sí. ¿Por ventura no conoce usted la ciencia de la hidrostática? Con arreglo a
ella, yo construiría un barco de hierro de 7.000 tonelada” (Trafalgar. pág.
282)

Dicho episodio culmina con las palabras de Gabriel que sostiene que años
más tarde las locuras de Malespina se vuelven realidad​: “No volví a acordarme más
del formidable buque imaginario, hasta que treinta años más tarde supe de la
aplicación del vapor a la navegación (…) al cabo medio siglo vi en nuestra gloriosa
fragata Numancia la acabada realización de los estrafalarios proyectos del
mentiroso de Trafalgar” (Trafalgar. pág. 288)

Por lo tanto, es innegable que Benito Pérez Galdós representa el nacimiento


de la novela española en la segunda mitad del siglo XIX. Galdós es el restaurador
de la tradición novelística, el recuperador de la tradición española del Siglo de Oro y
uno de los máximos representantes del Realismo español. por este motivo la crítica
no ha dudado en calificarlo como el mayor novelista después de Miguel de
Cervantes, digno de emparejar con escritores clásicos de su siglo. Escritor de una
gran riqueza inventiva que no encuentra comparación entre sus coetáneos. Cerca
de ocho mil personajes forman el complejo y rico mundo de ficción creado por
Galdós. Pasiones, debilidades, fisonomías, caracteres humanos, sufrimientos, se
unen y cobran vida en un contexto urbano descrito con precisión y maestría.
Benito Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1843 y falleció
el 4 de enero de 1920, hijo de Sebastián Pérez, teniente coronel del Ejército y de
Dolores Galdós. Desde niño fue aficionado a la música, al dibujo y a la literatura. A
los diecinueve años se traslada a Madrid, Allí conocería a don Francisco Giner
fundador de la Institución Libre de Enseñanza, quien le alentó a escribir y le orientó
hacia el krausismo. Durante los primeros años de su estancia en la corte frecuentó
redacciones y teatros. Escribió en ​La Nación y en ​El Debate.​ De su vida íntima
sabemos que tuvo una hija ilegítima y amoríos con Emilia Pardo Bazán a través de
sus cartas. Nunca se casó pero plasmó su tipo ideal de compañera en una mujer ya
mayor: Teodosia Gandarias, en el drama ​Pedro Minio (1908). Constantemente
predicó un tipo de amor más libre, que veríamos en la novela ​Tristán.
En 1873 aparecieron las dos primeras series de los ​Episodios nacionales​.
Leyó a Balzac, a los novelistas rusos y a Dickens etc. Al final de la década de los 80
y a comienzos de la siguiente pública ​Miau (1888), ​La incógnita (1889), ​Torquemada
en la Hoguera (1889), ​Realidad también en 1889 y ​Ángel Guerra de 1891, en donde
experimenta una nueva manera de novelar. Los problemas éticos aparecen en
Tristana (1892), ​Nazarín (1895), y ​Misericordia (1897). Frecuentemente sus novelas
parecen recordar a Dostoievski, cuya penetración psicológica ha sido igualada
pocas veces.
La labor de Benito Pérez Galdós fue la de transformar el panorama novelesco
español de aquella época. Dejó aun lado el romanticismo y avivó el realismo
español, dotando de una gran expresividad a la narrativa como de nuevas formas
aptas para el entendimiento del mundo y de su obra. Fue académico de la Real
Academia Española desde 1897 y llegó a ser propuesto al Premio Nobel de
Literatura en 1912. Aunque, salvo en su juventud, no mostró especial afición por la
política, aceptó su designación como ​diputado en varias ocasiones y por distintas
circunscripciones.
Galdós ha logrado influenciar a varios escritores de generaciones posteriores,
principalmente a la generación del 98, por su crítica a todo los grupos sectores
sociales. En general, este grupo de escritores ignoran a los de la época anterior,
pero curiosamente la figura de Galdós no fue ignorada, sino que, demuestran una
especie de respeto por el maestro ya consagrado. las cartas públicas de Azorín y de
Baroja muestran este tipo de admiración: ​“Al insigne maestro don Benito Pérez
Galdós” . B​ aroja le pide un favor en sus cartas: su punto de vista sobre el panorama
desalentador de España, o sobre los problemas de un español en Francia. La
relación con Valle-Inclán debió de ser bastante más estrecha a causa de que los
dos primeros años del siglo ambos están seriamente involucrados en el teatro. Por
este motivo Valle-Inclán escribe: “le abraza y le quiere quien tanto le admira,
adornará al admirado Don Benito”. ​Cuando se estrenó ​Electra ​en 1901, varios
jóvenes de la generación del 98 fueron a verla, después de la función varios de ellos
escribieron en distintos periódicos. Maeztu en ​El País demuestra una profunda
admiración por el maestro que parece desbordarse: ​“¡Ya tenemos un hombre en el
que creemos!”, ​desde ese momento Galdós representa un líder para los nuevos
escritores, y ello conformaría lo que se llamará generación del 98. Está estaba
integrada por: ​Ángel Ganivet​, ​Miguel de Unamuno​, Enrique de Mesa, Ramiro de
Maeztu, ​Azorín​, ​Antonio Machado​, los hermanos Pío y Ricardo Baroja, Ramón
María del Valle-Inclán y el filólogo Ramón Menéndez Pidal, etc. Numerosos fueron
los escritores que consideraban a Galdós como un maestro, entre ellos, por
ejemplo, Juan Ramón Jiménez (generación del 14), Jorge Guillén, Pedro Salinas
(ambos de la generación del 27), Andrés González Blanco, etc.
La generación literaria conocida como "Generación del 98" tuvo como
propósito principal elevar a ​España de su postración y de su descrédito, luego de
perder las el dominio de sus colonias en tierras cubanas a manos de Estados
Unidos. Su objetivo era ensalzar a España a la par de las otras naciones de Europa
y darle un espíritu, un tono y una dignidad distintos, contribuyendo a la solución de
sus problemas. La generación del 98 fue un severo juez para los que habían llevado
a España a la ruina material y moral, y decidió, cambiar la situación social y política
de este país.
Este nuevo grupo de escritores expresaron sus ideas de de forma personal,
pero dichas ideas se encontraban enraizadas fuertemente al pensamiento de
Galdós. Anterior a las ​Memorias d ​ e Baroja, a ​Paz en la Guerra de Unamuno, a las
guerras carlistas de Valle-Inclán, son los ​Episodios Nacionales q ​ ue todos ellos
leyeron, una clara muestra de esta influencia. A pesar de su admiración por Galdós,
los escritores del 98 realizaron innúmeras críticas al mismo, adjuntando una falta de
rigurosidad al tratar la historia en sus producciones, sin embargo, se puede apreciar
una fuerte influencia galdosiana en las obras de varios escritores. Baroja por
ejemplo, demuestra un profundo interés por lo barrios marginados de Madrid, por
describir el escenario de miseria y pobreza en el cual los individuos vivían. todas sus
descripciones responden a un profundo conocimiento de la realidad social de ese
entorno, casi tan profundo como las que poseía el propio Galdós.
Baroja a pesar de demostrar clara influencia de Benito en sus obras, fue uno
de los integrante de la generación que más lo atacó, sus ataques son violentos en
todos los terrenos, tanto literarios como personales.Comparándolo con los hombres
de letras Europeos, lo sitúa siempre en un nivel inferior: ​“Yo creo que esta falta de
sensibilidad crítica hace que los libros de Galdós, a veces con gran perfecciones
técnicas y literarias fallen. Es lo que hace que sus obras no estén a la altura de
Dickens, de un Tolstoi o Dostoyevski (...), no ha llama. No hay el hervor generoso de
un espíritu” ( pág. 12)
Sin embargo, Azorín se da cuenta de la importancia de Galdós y de la deuda
que los jóvenes escritores de su generación mantienen con el mismo, por lo que
expresa: ​“La nueva generación de escritores debe a Galdós lo más íntimo de su
ser”. T​ ambién advirtió que fue él quien dio a conocer a España a sus
contemporáneos: ​“Y, sin embargo, este hombre vejado injustamente, ha revelado
España a los ojos de los españoles, que la desconocían”​ . Más tarde la crítica
retoma la figura del escritor español y reconoce su valor como uno de los grandes
nombres de su historia. Galdós en sus novelas pinta las costumbres, los paisajes y
las personas de su tierra, características que se van a plasmar de forma explícita en
obras como ​“Campos de Castilla” ​de Machado, donde la la herencia del realismo
galdosiano se surge a través de las descripciones de ese paisaje y de los
personajes históricos de ese lugar.
Unamuno por otra parte, demuestra un profundo interés y admiración por
dicho escritor, y se refleja a través de sus cartas escritas en 1898. las misma
constituyen un extenso apartado, donde se tratan de diversos temas, pero que dejan
entrever una profunda admiración sin límites, por la persona y por sus obras de
Galdós:
“Desde que fui a usted presentado por Villegas, y charlamos un
rato sentí vivo escozor de que volviéramos a vernos más despacio y
con mayor calma. Eran muchas las cosas que tenía que decir a usted,
con cuyas obras me recreado tanto de muchacho (...) No sabe usted
cuánto celebro que mi artículo haya provocado un reanudamiento de
relaciones interrumpidas no bien comenzadas, cuando apenas hacían
más que iniciarse. Es tan grato encontrar eco” (Lope. 1961. pág.16)

Esta influencia galdosiana se hace muy fuerte en la narrativa, pero también


en el teatro, el mismo Unamuno admite haber llegado al teatro por el mismo camino
que benito: ​“en lo que sí he venido a dar, es en lo que no creí nunca, en lo mismo
que usted fue a dar: en el teatro (...), con usted quisiera hablar de ello”. ​De la misma
forma que Galdós, Unamuno intenta adaptar sus novelas al teatro.

Sin lugar a dudas, la influencia de Galdós en la literatura española es clara,


no solo causó un gran impacto en la generación del 98, sino que también, como lo
hemos visto logró superar las barreras del tiempo y la historia para marcar a
generaciones como la del 14 y la del 27 posteriormente, que constituyen el capital
literario de España.
Breve argumento de la obra

La historia de la joven “Nela” transcurre en una villa imaginaria llamada


“Socartes”. La protagonista es una niña huérfana a la cual la vida y las
circunstancias, han maltratado mucho. La joven desprovista de la protección que
brinda una familia y un hogar, carece además de la belleza y delicadeza que
caracterizan a las muchachas en esa etapa de la vida.
Marianela se convierte en amiga y lazarillo de Pablo; un muchacho que tuvo
la desdicha de nacer sin el sentido de la vista, la joven encantada, se enamora de
su amigo.
Sin embargo, la situación cambiaría de forma radical gracias a la llegada del
doctor Teodoro Golfín, el cual marcará para siempre el destino y la vida de los dos
amigos. El doctor, trae consigo la luz a los ojos del joven Pablo al tiempo que esto
significa la desgracia de la joven Nela.
Cuando finalmente Pablo es intervenido quirúrgicamente y logra ver,
desprecia a Marianela y decide casarse con su prima Florentina. Debido al
desprecio de su amado, la joven Nela se ve hundida en una inmensa depresión y
termina por morirse de tanta tristeza.

Marianela es una clara muestra de novela realista, vemos a personajes


marginados, típicos de zonas aisladas, campesinos sin ningún derecho a la
educación, caracterizados por su lenguaje coloquial, productos del entorno social,
como lo fue lázaro en el “​lazarillo de tormes”,​ o gabriel en “​trafalgar”​. Donde, la
influencia del positivismo cambiará sus vidas para siempre. Galdós a través de su
técnica deja entrever fuertes críticas al sistema; social, político, ideológico, moral y
religiosa de la época, sin dejar de lado los profundos aportes a la psicología del
personaje.

Es evidente que de estas observaciones surge un concepto claro de lo que


Galdós consideraba como un ideal para su propia obra. O sea, la constitución de
una novela de caracteres, basada en la observación directa (novela realista),
llamada por el autor "novela moderna de costumbres", y cuyo radio de acción había
de ser la clase media española. Esta primera declaración del incipiente novelista
destaca tres aspectos importantes: 1) la novela ha de ser novela de caracteres; 2) la
novela ha de basarse en la observación y mantenerse fiel a la realidad; 3) el tema
de la novela debe ser la clase media española.
Bibliografía:

● Casalduero, Joaquín (1961). ​Vida y obra de Galdós.​ Ed. Gredos:


Madrid.
● Consejo Superior de investigaciones artísticas, ​“La novela de tesis de
Benito Pérez Galdós- Límites y Elaboración”​ Institución Milá y
Fontanals. Barcelona (1982)
● Pérez Galdós, Benito, ​“La sociedad presente como materia novelable”
Biblioteca virtual universal. (2006)
● Pérez Galdós, Benito (1995) ​“Trafalgar”​ Editorial Luarna. PDF.
● Villanueva, Darío, “Teorías del Realismo Literario” Ed: Espasa-Calpe,
S.A. Madrid 1992

Potrebbero piacerti anche