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Benito Pérez
Galdós
En el presente trabajo realizaremos un breve recorrido por la creación literaria
del escritor español Benito Pérez Galdós, no obstante, antes adentrarnos a la vida
de dicho escritor, realizaremos un recorrido por los diversos movimientos que
conforman su creación, tales como el Realismo y el Naturalismo, tomando en cuenta
sus características y repercusiones dentro del ámbito literario, además de las
condiciones políticas, sociales, ideológicas y culturales de la época. Para la
realización de dicho estudios nos centraremos específicamente en algunos
apartados significativos, tales como: “La sociedad presente como materia
novelable”, además de los aportes realizados por distintos crítico tales como: Darío
Villanueva, Van Tieghem, H.M. Abrams, René Wellek, sin dejar de la los aportes del
propio Galdós a través de sus obras literarias.
Desde el origen de su significado etimológico, la palabra “realidad” parece
referirse a lo concreto: de allí surge su valor filosófico, como término que designa lo
sustancial, el fundamento unitario subyacente en las manifestaciones innumerables
y aparentes contradictorias al ámbito en que se halla inserta la existencia humana.
La crítica moderna ha utilizado el término “realismo” en un sentido específico y hasta
restringido, como denominación del arte que trasunta un interés predominante
orientado hacia la observación del mundo secular, en su nivel natural (el hombre
como ser biológico), psicológico (el hombre como ser afectivo), y social (el hombre
como integrante de una organización gregaria). Interpretado de tal forma el realismo
es un típico producto de la cosmovisión burguesa, y sus manifestaciones creativas
iniciales pueden trazarse en los orígenes y el ascenso de este sector. El término
“realismo”, Empleado en las doctrinas literarias modernas estaría referido, a la
descripción y enjuiciamiento de las condiciones imperantes en una determinada
sociedad y al estudio de la conciencia humana en función de tales circunstancias.
Pero cabe restringir aún más dicho fenómeno a la literatura, especialmente a la que
se desarrolla en el transcurso del siglo XIX en Europa.
Además de los rasgos ya señalados, podemos observar en la literatura
realista de este siglo, la presentación sería, y aún trágica de la vida cotidiana de las
clases medias y en los sectores populares, criterio que entraña el abandono
definitivo de la pauta aristotélica que circunscribía la dignidad artística a los grupos
socialmente ilustres. En este aspecto, el realismo es producto de las concepciones
democráticas que irrumpen después de la Revolución Francesa y que encuentran
sus primeros indicios en las novelas de Stendhal y Balzac. A partir de estos autores,
y de Walter Scott, como antecedente directos de ellos se desenvuelve, una corriente
que hacia 1850 se define como movimiento doctrinario, a través de Duranty,
Flaubert, Zola. Paralelamente se observa una dirección similar en la literatura rusa,
desde Chernishevski, Bielinski, Turgueniev, Tolstoi, Dostoievski, etc. Estas ideas,
aunque formuladas en forma menos sistemáticas aparecen e influyen en otros
países: en los grandes novelistas ingleses, como Dickens, G. Eliot; en los
integrantes de la joven Alemania; en el español Pérez Galdós, en autores
norteamericanos, como el antirromántico Mark Twain y el naturalista Theodore
Dreiser, determinado de esta forma un movimiento para nada homogéneo. La
concepción realista instauró una clara conciencia de que no existe una auténtica
creación sin testimonio de la “realidad”, pero como veremos a continuación este
escurridizo vocablo ha sufrido innúmeras modificaciones, cuestionamientos y
significados a lo largo del tiempo.
Cuando surge en Europa, a mediados del siglo XIX, el discurso sobre el
Realismo, ya hace tiempo que los escritores y los artistas han puesto los ojos en la
realidad circundante, pues el realismo estaba ya en germen en el Romanticismo, a
pesar de que se opone al mismo en cuanto a sus características y propósitos. En los
teóricos de este movimiento, en su deseo de ruptura con las normas clásicas,
recomendaban la introducción de lo concreto en el arte; la poesía lírica debía aludir
a objetos familiares y llamar las cosas por su nombre; el teatro debía representar la
vida real y no dar de ella una idea esquematizada tras el disfraz clásico; la historia y
la novela no podían dejar de evocar las condiciones materiales de la vida de épocas
remotas o del tiempo presente. En el prefacio a Cromwell (1827), Víctor Hugo, en su
reflexión sobre la coexistencia de lo sublime y lo grotesco, toma como punto de
partida la doble postulación cuerpo y alma, nobleza y pueblo, bien y mal. En sus
múltiples formas, el Romanticismo, y no sólo el Romanticismo revolucionario y
utópico de Víctor Hugo (1802-1885), George Sand (1804-1876), Espronceda
(1808-1842), etc. Integra una visión del entorno, no sistemática pero muy patente. A
través de estas obras podemos hablar claramente de un prerrealismo.
La cuestión del Realismo no radica sólo en la presencia de algún reflejo de lo
real en la obra de arte, sino que depende del grado de atención y del papel que se
le otorga a la realidad misma. Surge pues la orientación realista, como fenómeno de
época, con la conciencia colectiva de que la realidad por sí sola (es decir, no
sometida a un proceso de idealización) merece ser objeto de arte. Con el discurso
sobre el Realismo entramos verdaderamente en una tendencia, una orientación, que
abarca tanto la literatura como las bellas artes, dentro de la cual surge la doctrina
naturalista, como un intento para relacionar la literatura con la ciencia.
En la segunda mitad del siglo XIX, Europa es un mundo en pleno desarrollo y
hasta en plena mutación. Con la industrialización y la urbanización cada vez más
acentuadas, las llamadas clases bajas se convierten poco a poco en proletariado,
cuya fuerza y cuyo peso impiden ya que se dé de él una representación compasiva
o burlesca. Los grandes descubrimientos se dan en un contexto internacional
(alumbrado eléctrico, invención de las prensas rotativas, etc.) y se produce una
internacionalización acelerada de los conocimientos. Toda la vida literaria de la
segunda mitad del siglo XIX se desarrolla sobre un fondo de historia económica,
social, mental y política en el que muchos acontecimientos tienen una dimensión
internacional. El desarrollo de las comunicaciones, y particularmente de una densa
red ferroviaria, facilita los contactos y la circulación de libros y sobre todo de
periódicos. Cambian de manera acelerada las condiciones de vida y las relaciones
culturales, y desde luego cambian también las mentalidades. La burguesía, ya en el
poder en Francia y en tímida ascensión en España, obtiene beneficios de la
situación y se hace conservadora: de la filosofía positivista de Auguste Comte y del
darwinismo saca justificaciones de su dominación y de su orden. Es de subrayar
que los románticos y realistas comparten este desprecio por lo burgués, pero
mientras que los románticos se refugian en lo ideal, en el recuerdo, los realistas se
aferran a la realidad. Por más que el escritor y el artista realista desconfíen de la
burguesía (de su propia clase), aunque pierdan sus ilusiones, no renuncian; tienen
conciencia de su superioridad intelectual y moral, se aferran a certidumbres, a unas
ideas legitimadoras abandonando los sueños, se enfrentan con las realidades del
entorno, que quieren comprender y pintar, porque saben que tienen el poder de
representarlas. Tal parece ser la justificación ideológica y ética del Realismo.
De este modo comienza a desgastarse el modelo romántico y con el cambio
de las ideologías, la importancia del “yo interior” en el arte va dejando su lugar a la
plasmación de la realidad, en otras palabras se puede decir que vuelve a cobrar
importancia “el afuera”, “el exterior” en oposición a lo que plantea el romanticismo
fuertemente aferrado a la interioridad, los sentimientos y las sensaciones. El propio
B. P. Galdós expone en su artículo “La sociedad presente como materia novelable”
que el artista debe encontrar la materia prima de su obra en la realidad, en las
personas comunes y los problemas que les afectan.
Novelistas tradicionales españoles como Pedro Antonio de Alarcón
(1833-1891) o José María de Pereda (1833- 1905), se encuentran en una situación
parecida; para ellos, el desengaño procede de la vida moderna, del “progreso”, y
toman, ellos también, como objeto de estudio la sociedad contemporánea para
denunciar los vicios del “falso progreso” y buscar a la España eterna debajo de las
apariencias de la modernidad, y sobre todo en el campo, donde permanece
incólume la armonía del mundo preburgués.
Para Duranty (1833-1880): El Realismo tiende a la reproducción exacta,
completa, sincera del medio social, de la época en la que se vive, porque esa
orientación se justifica por la razón, las exigencias de la inteligencia y el interés del
público y por carecer de mentira. Siguiendo esta línea de pensamiento el pintor
Gustave Courbet (1819-1877) afirma una intención parecida en la composición de
su arte: “Saber para poder, tal es mi pensamiento. Expresar los caracteres, las
ideas, el aspecto de mi época, según mi apreciación, en una palabra, hacer arte
vivo, tal es el fin que persigo” (Lemaitre, 1982, pág. 361).
Sin embargo, en torno al origen, la finalidad y la aparición del realismo,
podemos apreciar una serie de problemáticas, de las cuales diversos autores y
críticos han manifestado su opinión en torno a las mismas. Para Roman Jakobson el
realismo artístico no es más que: un concepto hueco, palabrería a través de la cual
la investigación literaria pretende definir vagamente una corriente artística que
procuraba reproducir la realidad del modo más fiel posible, aspirando al modo más
elevado de verosimilitud posible (Darío Villanueva. 1992. pág. 19)
Otros críticos como Piero Raffa (1967), el realismo es entendido como
reproducción estética fiel y no distorsionada de los fenómenos externos tales y
como son percibidos por nosotros, pueden ser percibido como una acepción
particular del antiguo concepto de “mimesis”. M. H. Abrams (1953) en su libro sobre
la estética del Romanticismo y la tradición crítica, hace hincapié al igual que Raffa
en una constante mimética a lo largo de toda la literatura, y su relación con las
concepciones platónicas y aristotélicas de la grecia antigua. G. Becker (1963),
asegura que el nuevo procedimiento había existido siempre, y que lo único de nuevo
que aportaba era el nombre.
Una de las implicaciones filosóficas entorno a esta teoría realista, es la
imposibilidad de plasmación de la realidad de forma objetiva como lo sostiene platón
en el libro X de la República. Efectivamente, desde tales supuestos platónicos
existen tres niveles de realidad: el de las formas ideales o arquetípicas, cuya
plenitud ontológica no se cuestiona; el de los objetos visibles, que no son otra cosa
que pálidos reflejos de las formas ideales, y un tercer nivel compuesto por las
imágenes de las propiamente dichas, en donde entrarían las artes miméticas y la
literatura en particular, las cuales toman como modelo una realidad sensible que no
es más que una copia imperfecta de la más genuina. por lo tanto la imitación literaria
estaría dos escalones por debajo de la naturaleza esencial de las cosas y la verdad.
Para platón por lo tanto sería imposible una literatura realista como elemento para
llegar a la verdad, pues no es más que la copia imperfecta de la realidad, pues los
artistas acceden a ella a través de los sentidos y no de la razón.
Con Aristóteles la realidad sensible ya no resulta ser imagen de nada que la
trasciende, por lo que el concepto de mimesis, s e circunscribe definitivamente bajo
el control del arte y la literatura, separandola de todo lo demás que se encuentra en
el Universo, liberándola con ello de la rivalidad con otras activida humanas, como lo
sostenía Platón. Por lo tanto, siguiendo esta línea de pensamiento, un artista
imbuido de platonismo será realista a través de formas estilizadas, depuradoras de
lo sensible para liberarlo de sus imperfecciones y acercarlo a los arquetipos,
mientras que el aristotélico representará de forma integradora lo visible, para
encontrar en ello la auténtica realidad.
Este panorama en torno al realismo, cambia radicalmente con la llegada
de la posmodernidad y la Filosofía, de autores como Nietzsche y Heidegger, los
cuales proponen que toda mirada es subjetiva, por lo que, la realidad depende de
cada sujeto. Este hecho constituye lo que Heidegger denomina ·democratización del
arte”, donde los conceptos no están sujetos a una regla única de creación. En base
a esta premisa Raffa (1967), sostiene: “una teoría del realismo, si quiere
verdaderamente escapar a las limitaciones de una poética particular, no puede ni
debe contener ningún tipo definición acerca de lo que es la realidad” (Darío
Villanueva. 1992. pág. 25). Habrá, pues, diferentes poéticas, distintas fórmulas y
reglas artísticas para producir el realismo, estas dependen de la capacidad del
creador para trabajar la realidad de modo que esta produzca extrañamiento en el
espectador.
“El Santísima Trinidad era un navío de cuatro puentes (…) Tenía 220
pies (61metros) de eslora, es decir, de popa a proa; 58 pies de manga
(ancho), y 28 de puntal (altura desde la quilla a la cubierta), dimensiones
extraordinarias que entonces no tenía ningún buque del mundo. Sus
poderosas cuadernas, que eran un verdadero bosque, sustentaban cuatro
pisos (…) El interior era maravilloso por la distribución de los diversos
compartimientos, ya fuesen puentes para la artillería, sollados para la
tripulación, pañoles para depósitos de víveres, cámaras para los jefes,
cocinas, enfermería y demás servicios” (Trafalgar. pág.146)
Dicho episodio culmina con las palabras de Gabriel que sostiene que años
más tarde las locuras de Malespina se vuelven realidad: “No volví a acordarme más
del formidable buque imaginario, hasta que treinta años más tarde supe de la
aplicación del vapor a la navegación (…) al cabo medio siglo vi en nuestra gloriosa
fragata Numancia la acabada realización de los estrafalarios proyectos del
mentiroso de Trafalgar” (Trafalgar. pág. 288)