Sei sulla pagina 1di 24

En la Búsqueda del Origen de la Vida

Es muy probable que el hombre fuera biólogo antes que otra cosa. Los fenómenos de
nacimiento, crecimiento y muerte, las plantas y animales que le servían de alimento y
vestido, su propio cuerpo, sano o enfermo, indudablemente debieron ser para él objeto
de serias consideraciones, cuyo motivo no era sino la necesidad cotidiana y los
requerimientos de la supervivencia, motivos que aún impulsan en la actualidad las
ramas más importantes de la Biología Aplicada (7). A lo largo de la historia, el
interrogante acerca de qué significa "estar vivo" se ha reiterado innumerables veces.
¿Qué es lo que queremos decir cuando hablamos de "la evolución de la vida" o "la
vida en otros planetas" o "cuándo comenzó la vida"? En realidad, no hay una definición
simple de qué es la vida. La vida no existe en abstracto. No hay "vida", sino seres
vivos. Más aún, no hay una manera sencilla y única de trazar una línea demarcatoria
entre lo vivo y lo no vivo. Toda persona, aunque se encuentre desprovista de una
cultura científica, es capaz de reconocer cierto rasgo común que permite reunir bajo la
noción de "ser vivo" a un hombre, un insecto y una planta, entre otros, y diferenciarlos
de lo no vivo. Pero, ¿cuál es ese rasgo común que pertenece sólo al mundo viviente?
Esta pregunta motivó investigaciones y discusiones que se remontan a muchos años
antes de Cristo. Aún hoy, el rasgo que determina que algo sea un "ser vivo" es, en
principio, difícil de definir (8).

Hasta el momento actual la ciencia no ha sido capaz de dar una explicación sobre lo
que es la vida, aparte de estudiar sus características y sus manifestaciones. Además
de explicar lo que es la vida, ha habido otro problema que ha preocupado al hombre
desde siempre, y es el origen de la vida, ¿de dónde viene?, ¿cómo se ha formado?.
Para explicar esto han existido dos grandes corrientes de pensamiento, la generación
espontánea, idea que perduró hasta finales del siglo XIX, y, modernamente, la teoría
del origen químico de la vida y la teoría del origen extraterrestre (1).

Las teorías sobre el origen de la vida presuponen necesariamente el conocimiento de


los atributos de las células vivas. Como ha observado el historiador de la biología
Harmke Kamminga, “en el corazón del problema del origen de la vida hay una cuestión
fundamental: ¿De qué, exactamente, estamos intentado explicar el origen?”. O, como
lo plantea el pionero y teórico de la química evolutiva Alexander Oparin, “el problema
de la naturaleza de la vida y el problema de su origen se han vuelto inseparables”. Los
investigadores del origen de la vida quieren explicar el origen de las primeras y
supuestamente más simples –o por lo menos mínimamente complejas- células
vivientes. Como resultado, los avances dentro de los campos que explican la
naturaleza de la vida unicelular han definido históricamente las cuestiones que la
discusión planteada por el origen de la vida debe responder (2).

Pero, al igual que sucede con otras ramas de la ciencia, probablemente la primera
civilización que mostró cierto interés por la Biología y de la que hay registros escritos,
sea la china, varios milenios antes de Cristo. Así, entre el cuarto y el tercer milenio a.
C., ya se cultivaba el gusano productor de seda para la obtención de tejidos de dicha
fibra. La cultura antigua china ya tenía los tratados de materia médica en los cuales se
describen plantas y animales con propiedades terapéuticas, así como numerosas
acepciones a la fisiología humana en sus tratados sobre acupuntura. La antigua
civilización hindú también hace referencia a los principios anteriores, aunque
posiblemente sea debido a la influencia de la cultura china. Sin embargo, la cultura
hindú genera una medicina desprovista del carácter mágico, y más bien basada en el
pensamiento racional. Las culturas mesopotámicas también investigaron aspectos
relacionados con la Biología, con la Medicina, y la Zootecnia. Por su parte, los egipcios
tenían importantes conocimientos agrícolas, así como profundos conocimientos sobre
la anatomía humana y animal, debido a las técnicas de embalsamamiento que
realizaban. Ya en el Imperio Antiguo (2700-2200 a.C.) se desarrolla ampliamente la
medicina y la cirugía, algunos de cuyos instrumentos y técnicas, convenientemente
modificados, se siguen utilizando en la actualidad. Los egipcios recogían muestras
vivas de plantas y animales de sus expediciones y desarrollaban jardines zoológicos y
botánicos, lo que demuestra un gran interés por las Ciencias Naturales (7).

Dentro de la cultura occidental, el origen de la Biología como pensamiento y


conocimiento organizado, al igual que para otras ramas del saber debemos buscarlo
en la antigua Grecia (7). Los Presocráticos, los pensadores del primer período de la
filosofía griega ((desde el año 624 a. C. hasta el siglo V a. C.), no se preocupaban
sobre el origen de la vida ni se preguntaban acerca de la vida en el sentido que hoy le
atribuimos, sino que compartían amplias discusiones sobre la naturaleza del mundo.
Su preocupación era la búsqueda de los elementos que como principios constituían la
realidad, particularmente la realidad material. Así, por ejemplo, Anaxímenes (588-535
a.c) planteó que el aíre era la causa primera, debido a que tomaba forma de espíritu
que infundía vida, movimiento y pensamiento. Empédocles (alrededor del 450 a.c)
desarrolló una explicación del universo en el que todo es resultado de la mezcla de los
cuatro principios o elementos: agua, fuego, aire y tierra. Demócrito (460-370 a.c) y
Leucipo (540-440 a.c) sostuvieron la llamada “teoría atomista” predecesora de la teoría
atómica de la materia (3,8).

De esta manera se van estableciendo los principales aspectos del conocimiento


biológico. Anaximandro (600-550 a.a) escribe sus pensamientos sobre la adaptación
biológica y apunta la idea de un origen común de los organismos, procedente del
agua. Pitágoras (580 a.c) destacó por sus aportaciones en Matemáticas y Astronomía
y fundó escuelas pitagóricas de la Italia meridional. Alcmeón de Crotona (500 a.C.)
descubrió por disección los nervios ópticos que conectan los ojos con el cerebro, así
como las trompas de Eustaquio que conectan los oídos con la boca.  Hace unos 600
años antes de Cristo se constituyó la primera institución científica reconocida: una
escuela de medicina. Su figura más relevante fue Hipócrates (460-370 a. C.), al que se
considera padre de la Biología científica y de la Medicina. Elaboró una teoría general
sobre composición de la sustancia viva y toda una serie de tratados médicos que
configuran el cuerpo hipocrático, vasta síntesis teórica que abarca temas relacionados
con la medicina, la embriología, la fisiología y la anatomía de la época. Sus estudios
comparados de los embriones del pollo y del hombre le convierten en el precursor de
la embriogénesis, punto de apoyo para la teoría de la evolución (7).

Sin duda, más influyente para la posteridad fue Aristóteles (384-322 a. C.), el primero
en resumir las reglas de un razonamiento riguroso, y en consecuencia, los
fundamentos de la lógica sistemática. Escribió varios tratados sistemáticos
sobre embriogénesis, anatomía y botánica, abordó el problema de la biogénesis, es
decir de la generación de las plantas y de los animales, admitiendo para algunos de
ellos, formas inferiores, la generación espontánea, y se le considera el padre de la
Zoología, observando la morfología y estudiando el comportamiento de más de 500
especies de animales, además de crear una escuela de clasificación biológica.
Aristóteles consideraba que las especies biológicas eran fijas y no podían cambiar, y
además sugería que su origen no era casual, sino que seguía un plan predeterminado.
Estas ideas serán la base del pensamiento biológico durante la Edad Media europea,
época en la que se alternaba la creencia en la generación espontánea con la idea del
origen divino de la vida, llegándose incluso a tachar de herejes a aquellos que
intentaban estudiar la cuestión (1,7).
Con el Imperio Romano se estableció de una manera pragmática el estudio científico y
por tanto se desarrollaron especialmente la Zoología y la Botánica por sus
aplicaciones a  la ganadería y agricultura. En Roma nunca arraigó la práctica griega de
la disección en la enseñanza de la medicina. Adoptaron el contenido de la ciencia
griega pero no su método, por lo que sus obras tendían a ser fundamentalmente
filosóficas, como la “De la Naturaleza de las Cosas” de Lucrecio (98-55 a. C.), que
consideraba al azar como la base de lo vivo, sugiere la sucesión de especies por otras
más adaptadas, e incluye el término ‘extinción de las especies’ y selección natural.
Destaca también la “Historia Natural” de Plinio el Viejo (23-79 d. C.), una vasta
compilación de obras derivadas de escritos de cintos de autores romanos y griegos
anteriores, en la que subyace la idea de que la naturaleza existía para atender las
necesidades del hombre y que fue durante quince siglos la obra de referencia en
Historia Natural. El último de los autores célebres de medicina de la antigüedad fue
Galeno (129-199d.C.), quien hizo disecciones e investigaciones con animales vivos y
muertos, si bien no practicó disecciones con cuerpos humanos, elaboró teorías sobre
el funcionamiento del cuerpo humano. Sus teorías fueron muy influyentes y dominaron
la medicina hasta los tiempos modernos (7).

El resurgimiento del saber tuvo lugar cuando en el siglo IX los árabes tradujeron las
obras griegas y romanas al árabe e hicieron aportaciones originales. Las versiones
árabes de las obras científicas griegas se tradujeron activamente entre 1125 y 1280.
Bajo el patronazgo del emperador Federico II de Sicilia, Miguel Escoto tradujo las
obras biológicas de Aristóteles y gran parte de la alquimia musulmana. Como
consecuencia de ello y de la fundación de las universidades, se produjo en Europa
durante el siglo XIII una breve eclosión de experimentación, sobre todo en anatomía.
La filosofía de Aristóteles se integró en la teología católica gracias a Alberto Magno
(1193-80). Este autor escribió dos  obras: "De Animalibus" y
"De Vegetalibus aut Plantis", que son excelentes tratados de Anatomía y Botánica. La
Zoología se vio beneficiada en esta época. Federico II de Hohenstaufen (1194-1250) en
su obra "De arte venandi cum avibus" describe gran número de cuestiones morfológicas
del pico, del mecanismo del vuelo, etc.(7).

A partir del siglo XV, y dentro de la revolución científica que tuvo lugar en el
Renacimiento, resurge el interés por los estudios anatómicos y fisiológicos. Como
figuras importantes hay que destacar a Leonardo da Vinci (1452-1519), quien
representa al hombre típico del Renacimiento. Éste realiza estudios sobre el cuerpo
humano y su comparación con el de otros animales, así como estudios sobre el vuelo
de las aves. Vesalio (1514-1564) publicó en 1543 "De la estructura del cuerpo
humano", que se considera el primer libro correcto de anatomía humana. Por otro
lado, Fallopio, discípulo de Vesalio, hizo sus investigaciones sobre el sistema nervioso
y los órganos generativos. El descubrimiento de América da lugar a la descripción de
muchos seres desconocidos por los antiguos. Merecen destacarse los estudios de José
de Acosta (1540-1600), quien puede considerarse pionero de la Biogeografía.    Ya en el
siglo XVII, Guillermo Harvey completó el descubrimiento de la circulación de la sangre
iniciado por el español Miguel Servet en el siglo XVI. A partir de estas investigaciones
y de otros hombres de ciencias, los cuales compartieron esta información, nació la
embriología (7).

El siglo XVII supone sobre todo el despegue del desarrollo de la ciencia moderna. La
tradición culta y la artesanal rompen definitivamente la barrera que las separaba para
producir un nuevo método de investigación. De este modo, a lo largo del siglo XVII, se
configuraron los dos modos de hacer ciencia que hoy reconocemos: el método
cualitativo-inductivo, instaurado por Francis Bacon (1561-1626), en el cual el científico
recoge datos empíricos y a partir de esos datos llega a una generalización; y el
método matemático-deductivo (o hipotético-deductivo), desarrollado por Galileo (1564-
1642) y sobre todo por Descartes (1596-1650) en su obra “Discurso del Método”, en el
que el razonamiento va de lo general a lo específico, de este modo, se hacen hipótesis
que a su vez plantean una serie de predicciones que se pueden probar mediante
experimentos con sus correspondientes controles (7).

En este siglo todavía se concebía la idea (surgida desde la antigüedad) de que los
seres vivos simples, tales como los gusanos, los insectos, las ranas y las salamandras
podían originarse espontáneamente en el polvo o en el cieno; que los roedores se
desarrollaban de los granos húmedos y que los pulgones de las plantas se
condensaban a partir de una gota de rocío. Un científico belga, Jan Van Helmont
(1577-1644), partidario de esta idea, realizó una serie de experiencias que iniciarían
entre los científicos de la época, una discusión acalorada sobre la generación
espontánea, que se mantendría por varios siglos después. Una de tales experiencias
quedó registrada de esta manera en el Ortus Medicinae, en 1667 (3,8):

“…Las criaturas tales como los piojos, garrapatas, pulgas y gusanos son nuestros
miserables huéspedes y vecinos, pero nacen de nuestras entrañas y excrementos.
Porque si colocamos ropa interior llena de sudor con trigo en un recipiente de boca
ancha, al cabo de veintiún días el olor cambia, y el fermento, surgiendo de la ropa
interior y penetrando a través de las cáscaras de trigo, cambia el trigo en ratones. Pero
lo que es más notable aún es que se forman ratones de ambos sexos, y que estos se
pueden cruzar con ratones que hayan nacido de manera normal…..pero lo que es
verdaderamente increíble es que los ratones que han surgido del trigo y la ropa íntima
sudada no son pequeñitos, ni deformes ni defectuosos, sino que son adultos
perfectos…” (3,8).

En el mismo siglo, el médico italiano Francesco Redí (1626-1698), quién se oponía a


la teoría de la generación espontánea, publicó en 1668 un libro titulado “ Experienze in
torno de la generazione deg`Insetti”, donde planteó un experimento sencillo pero
contundente para demostrar que en realidad los gusanos que aparecían en la carne en
descomposición, eran las larvas de moscas que habían depositado sus huevos
previamente. En su experimento, Redi puso pequeños trozos de carne de serpiente
recién muerta dentro de recipientes de boca ancha, algunos con tapas, algunos
cubiertos con gasa y otros descubiertos. Unos días después, la carne que quedó al
descubierto tenía gusanos, mientras que la carne protegida no los tenía. Además,
sobre la gasa que cubría los frascos se encontraron los huevecillos de las moscas,
que no pudieron atravesarla. Este experimento sentó aún más la extensa polémica
sobre la generación espontánea de los seres vivos en años subsiguientes (3,5).

De lo Visible a lo Invisible: El Microscopio

En cuanto a la Biología, el siglo XVII sería el del desarrollo de los primeros


microscopios, lo que amplió el campo de la investigación biológica. Aunque su
invención se produce a finales del siglo XVI por los hermanos holandeses Hanssen,
corresponde a Galileo el mérito de haberlo introducido en la investigación
biológica. Entre los grandes impulsores de la microscopía hay que destacar al
italiano Malpighi(1628-1694), que logró ver los capilares, y sobre todo al
alemán Leeuwenhoek (1632-1703) quien introdujo mejoras al microscopio y realizó las
primeras observaciones reconocidas de microorganismos a los que él denominaba
“animáculos” (5,7), como protozoos y bacterias, además también observó
espermatozoides y glóbulos rojos. El microscopista Leeuwenhoek, sin ninguna
preparación científica, puede considerarse el fundador de la bacteriología (1,8).
Leeuwenhoek conocía los trabajos de Robert Hooke (1635-1701) quien usando un
microscopio fabricado por él mismo, había notado que el corcho y otros tejidos
vegetales están constituidos por pequeñas cavidades separadas por paredes – las
“Células”. La palabra célula fue usada por primera vez en un sentido biológico por el
científico Robert Hooke. Este hecho cimentó el inicio de la Citología (7,8). De este
modo, microscopistas como Robert Hook y Anton Van Leeuwenhoek, permitieron el
descubrimiento de los microorganismos y fundamentaron el desarrollo de la
microbiología y la Biología como ciencias, ya que a partir de las observaciones
microscópicas surgió el concepto de CÉLULA y la TEORIA CELULAR (8,5).

El advenimiento de la microscopia durante el S. XVIII mostró un mundo microscópico


enormemente diverso pero, paradójicamente, llevó a que se reavivara con fuerza la
creencia en la generación espontánea. Esta noción había sido ya rechazada por varios
científicos. En el caso de los “animálculos”, la idea de la generación espontánea se
restringía a los microorganismos simples, no a los animales visibles por todo el mundo.
Aparentemente, sólo era necesario poner sustancias en descomposición en un lugar
cálido durante un corto periodo y las minúsculas “bestias vivas” aparecían bajo la lupa
ante los propios ojos. Al menos así pensaba Van Leeuwenhoek (3,8).

En 1745, el clérigo inglés John T. Needham (1713-1781), un investigador vitalista


(creencia en que los organismos vivos se rigen por leyes distintas a las de la física y la
química) intentó, a pesar de los resultados obtenidos por Redi, demostrar la veracidad
de la generación espontánea. Para ello realizó unos experimentos que consistieron en
hervir caldo de carnero en un tubo de ensayo cerrado con un corcho, durante dos
minutos, para destruir los microorganismos que en ellos hubiera (ese tiempo de
ebullición no es suficiente para matar a todos los microorganismos). A los pocos días
volvían a aparecer pequeños microorganismos que, por tanto, debían haberse creado
“espontáneamente” (3,5). Esta polémica, que había sido iniciada por Jan Van Helmont
continuaría todavía por más de un siglo (8).

Lázaro Spallanzani (1726-1799), un naturalista italiano, no aceptó las conclusiones de


Needham. Pensó que el hervor había sido insuficiente y que el caldo no había sido
esterilizado adecuadamente. Además, sospechaba que el corcho no cerraba
herméticamente el frasco. En 1765 preparó “caldos” en distintas vasijas de cristal con
boca alargada (similar a un matraz aforado) y los sometió a ebullición prolongada (30-
45 minutos). Unas vasijas las dejó abiertas, mientras que otras las tapó
herméticamente. Cuando calentaba un caldo en un frasco abierto, se observaba que
al cabo de un tiempo aparecían microorganismos, mientras que cuando lo hacía en
frascos cerrados, éstos no aparecían (3,5).

Los resultados de Spallanzani no convencieron a Needham y sus partidarios, alegando


que el calor excesivo destruía la “fuerza vital”, algo imperceptible y desconocido que
posibilitaba la vida en la materia inanimada, y que los resultados de Spallanzani,
únicamente demostraban que la vida se encontraba en el aire y que sin él no podía
surgir (en los experimentos de Needham, los matraces estaban abiertos). Spallanzani
repitió el experimento, hirviendo durante dos horas sus caldos, pero cometió el error
de dejarlos semi-tapados como Needham acostumbraba a hacer, por lo que al
observarlos después de unos días encontró que todos los caldos se habían
contaminado con microorganismos que procedían del aire (5).
Los Seres Vivos Obedecen las Leyes de la Física y la Química

Los progresos en el campo de la Física y la Química ayudaron a comenzar a


comprender algunos procesos de la fisiología animal y vegetal. Merece destacarse los
estudios de Albrechtvon Haller (1708-1777), este último responsable de la
teoría miogénica de la acción del corazón y del papel de los jugos biliares en la digestión
de las grasas. La fisiología de la digestión sería además perfeccionada gracias a los
experimentos de Ferchault (1683-1757), quien descubrió el poder digestivo de la saliva y
el mecanismo químico del jugo gástrico en el proceso digestivo. Priestley (1733-1804)
observó que las plantas de menta podían restaurar el aire que había sido consumido por
la combustión de una vela y el aire restablecido no era tóxico para los animales, por todo
ello, consideró que la naturaleza utiliza la vegetación para la restauración del
aire. Ingenhousz (1730-1799) descubrió que esta renovación del aire solo ocurre si las
plantas se sitúan en presencia de luz solar y que se debe a las partes verdes de la
planta. Al padre de la Química, Lavoiser se le atribuye el descubrimiento del oxígeno y,
con sus estudios, se comienza a conocer la fisiología y bioquímica de la respiración.
Sostuvo que la respiración no es una simple combustión del carbón, sino que contiene
hidrógeno quemado con formación de vapor de agua. Así, descubrió que los seres
vivos utilizan el oxígeno del aire para la combustión de los alimentos, reacción química
que produce energía. Posteriormente y adaptando las ideas de Lavoiser (1743-1794)
sobre la respiración de los animales, Ingenhousz propuso que la planta en presencia de
la luz absorbe el dióxido de carbono  “arrojando al mismo tiempo sólo el oxígeno libre y
manteniendo el carbono para sí como alimento” (7).

Pero continuaba la pregunta central acerca de qué características definen un ser vivo y
lo diferencian de la materia inanimada. En el S. XIX, el debate sobre las características
distintivas de los sistemas vivos se centraba en si la química de los organismos estaba
gobernada o no por los mismos principios que la química realizada en el laboratorio.
Los vitalistas sostenían que las operaciones químicas llevadas a cabo por los tejidos
vivos no podían desarrollarse experimentalmente en le laboratorio, y clasificaban las
reacciones en dos categorías: “químicas” y “vitales”. Sus opositores, los mecanicistas,
creían que las operaciones complejas de los seres vivos podían reducirse a otras más
simples y más fácilmente comprensibles (8).

De todos los avances descritos anteriormente, lo que permitió que balanza se inclinara
fuertemente hacia los mecanicistas fue cuando el químico alemán Friedrich Wöhler
(1800-1882) convirtió una sustancia “inorgánica”, el cianato de amonio, en una
sustancia presente en los seres vivos, la urea. En años futuros, nuevas evidencias
apoyarían la idea de que los seres vivos no obedecen leyes “especiales” (8).

La Célula: Centro de Atención de los Científicos

Con el advenimiento de la tecnología en materia de óptica, que condujeron al


perfeccionamiento del microscopio, potencializando su poder de aumento, se inicia el
estudio científico de la célula en el S. XIX. Además, se desarrolló la técnica de
realización de preparados, ya que se comenzaron a utilizar colorantes, y se inventó el
microtomo, con lo que se pudo realizar una gran cantidad de cortes histológicos (3).

La Teoría Celular se esboza en las observaciones de Dutrochet (1776-1847)


y Turpin (1772-1853), de estructuras animales y vegetales. En el inicio del siglo
XIX Bichat (1771-1802) había establecido el concepto de tejido como unidad
morfológica y funcional de los seres vivos. Dutrochet separa los tejidos en “vesículas
completas” y concluye que todos los tejidos orgánicos son agregados de células de
varios tipos y su crecimiento es el resultado del aumento en tamaño o número de sus
células. Turpin describe tejidos vegetales como formados también por células,
contrastando con las ideas por entonces imperantes que consideraban que vegetales y
animales poseían una estructura básica diferente. Definitivamente, el zoólogo
alemán Theodor Schwann (1810-1882) mostró que las células del cartílago de los
animales también poseían límites bien definidos, comparables a los de las células
vegetales, además de poseer núcleo, estructura ya descrita por Brown (1773-1857). En
1838 y 1839, sobre las bases de sus estudios respectivos en vegetales y
animales, Schwann y el botánico Mattias Schleiden (1804-1881) enuncian la Teoría
Celular, según la cual la célula es la unidad estructural básica de todos los organismos
pluricelulares capaz de existir por sí misma (7).

El enunciado de la Teoría Celular tuvo una gran influencia en la comunidad científica y


su importancia en la dinámica de la vida fue establecida cuando, alrededor de 1860, el
patólogo alemán Virchow (1821-1902) establece que todas las células tienen su origen
en células preexistentes, "Omnis cellula e cellula", y que las propiedades de los
organismos son el resultado de las propiedades de sus células individuales. Esta teoría
de la "república celular" de los organismos constituyó uno de los primeros intentos de
correlación morfo-funcional. De esta forma, los postulados de Virchow consolidaron la
Teoría Celular en su forma definitiva (7,8).

La refutación Final de la Idea de la Generación Espontánea

A pesar de la afirmación de Remarck y Virchow de que toda célula proviene de otra


célula (8) y de que a partir del S. XVII varios experimentos habían demostrado que los
seres vivos se forman a partir de los seres vivos (4), la problemática sobre la
generación espontánea de los microorganismos, varias veces echada por tierra,
seguía viva (3).

Uno de los trabajos más recordados, con microbios, es el del químico y biólogo
francés Louis Pasteur (1822-1895) (4). Las bases de la microbiología se deben
fundamentalmente a Louis Pasteur y Robert Koch (1843-1910), quienes descubren el
origen microbiano de muchas enfermedades infecciosas. Entre ambos fueron capaces
de identificar los microorganismos culpables de enfermedades tales como el carbunco,
la tuberculosis o incluso el cólera (7). Pasteur también demostró que los
microorganismos se encontraban por todas partes y provocaban la descomposición de
los alimentos. Produjo la vacuna contra la rabia y salvó a la industria de la seda
francesa de la extinción al descubrir como se transmitía una enfermedad que atacaba
al gusano de seda. Sentó las bases de la cirugía aséptica gracias a estudios que le
permitieron descubrir que si no se alcanzaba una temperatura de 120 oC para hervir
sus caldos, no había seguridad de matar a todos los gérmenes. Así, Pasteur advirtió la
necesidad del uso del autoclave como un instrumento indispensable para la antisepsia,
y de esterilizar al fuego los instrumentos y los aparatos que se querían esterilizar (1,3).

En 1858, Pasteur hizo su ingreso a la candente problemática de la generación


espontánea (3,8). Los resultados de Pasteur se abrieron paso con dificultad en medio
de creencias milenarias. Los acompañaba una idea igualmente reciente y provocativa,
la del biólogo Charles Darwin, quien aseguraba que la vida, como la conocemos, es la
consecuencia de un lento proceso evolutivo regido por la selección natural (4).

En 1864, la Academia de Ciencias de París ofreció un premio para los experimentos


que arrojaran nueva luz sobre el problema de la generación espontánea. Los
experimentos debían hacerse en el Museo de Historia Natural con requisitos
claramente establecidos, por lo cual los partidarios de la generación espontánea se
retiraron en actitud de protesta (3). Sólo quedó Louis Pasteur, quien realizó el
siguiente experimento:

"...Yo pongo en un frasco de vidrio uno de los siguientes líquidos, todos ellos muy
alterables en contacto con el aire ordinario: agua de levadura de cerveza a la que se
ha añadido azúcar, orina, jugo de remolacha, agua de pimiento. A continuación doblo
el cuello del frasco, de forma que quede curvado en varias partes. Luego pongo a
hervir el líquido durante varios minutos hasta que empieza a salir vapor por el extremo
abierto; luego dejo enfriar el líquido. He de señalar que aún a pesar de sorprender a
todos los que se ocupan de los delicados experimentos relacionados con la llamada
generación espontánea, el líquido del frasco permanece inalterado definitivamente..."
(1).

Los cuellos de cisne largos y curvados de los frascos permitían la entrada del oxígeno
- elemento que se creía necesario para la vida- mientras que quedaban atrapadas
bacterias, esporas de hongos y otros tipos de vida microbiana, lo cual impedía la
contaminación del contenido de los matraces (3).

Al quedar definitivamente refutada la idea de la generación espontánea por los


experimentos de Pasteur, el problema del origen de la vida en la tierra quedó relegado.
Los científicos del S. XIX no disponían aún de una explicación alternativa para este
evento (3).

El Origen Químico de la Vida

Las ideas sobre el origen de la vida comienzan a esbozarse de manera científica en el


siglo XX, fundamentalmente después de la síntesis química de la urea por Wöhler,
abriéndose una dialéctica entre los descubrimientos de Pasteur, sobre la inexistencia
de la generación espontánea y la posibilidad de un origen de la vida meramente
químico (7).

El primer conjunto de hipótesis verificables que proporcionaron un marco teórico para


interpretar el paso de la materia inanimada a la materia viva (o la obtención de
sustancias orgánicas a partir de sustancias inorgánicas) como posible explicación del
origen de la vida en la tierra, fue propuesto por el bioquímico ruso Alexandr I. Oparin
(1894-1980) y por el inglés John B.S. Haldane (1892-1964), quienes trabajaban en
forma independiente. Oparin expuso sus ideas sobre el origen de la vida en 1922 y las
publicó en 1924, Haldane publicó ideas similares en 1929. El postulado de ambos se
basa en que la atmósfera primitiva era muy diferente a la actual (3,5).

Cuando la Tierra se formó hace unos 4.500 millones de años, era una inmensa bola
incandescente en la que los distintos elementos se colocaron según su densidad, de
forma que los más densos se hundieron hacia el interior de la Tierra y formaron el
núcleo, y los más ligeros salieron hacia el exterior formando una capa gaseosa
alrededor de la parte sólida, la protoatmósfera, en la que había gases como el metano,
el amoníaco bióxido de carbono, monóxido de carbono, hidrógeno, nitrógeno y el
vapor de agua procedente de las erupciones volcánicas, con ausencia total o casi
completa de oxigeno (1,4).

Estos gases estaban sometidos a intensas radiaciones ultravioletas (UV) provenientes


del Sol y a fuertes descargas eléctricas que se daban en la propia atmósfera, como si
fueran gigantescos relámpagos; por efecto de estas energías esos gases sencillos
empezaron a reaccionar entre sí dando lugar a moléculas cada vez más complejas; al
mismo tiempo la Tierra empezó a enfriarse, y comenzó a llover de forma torrencial y
estas lluvias arrastraron las moléculas de la atmósfera hacia los primitivos mares que
se iban formando. Esos mares primitivos estaban muy calientes y este calor hizo que
las moléculas siguieran reaccionando entre sí, apareciendo nuevas moléculas cada
vez más complejas; Oparin llamó a estos mares cargados de moléculas el CALDO
NUTRITIVO o SOPA PRIMORDIAL (1).

Este proceso continuó hasta que apareció una molécula que fue capaz de dejar copias
de sí misma, es decir, algo parecido a reproducirse; esta molécula sería algo similar a
un ÁCIDO NUCLEICO. Los coacervados que tenían el ácido nucleico empezaron a
mantenerse en el medio aislándose para no reaccionar con otras moléculas, y
finalmente empezarían a intercambiar materia y energía con el medio, dando lugar a
primitivas células. Estas primeras células se extenderían por los mares, dando
comienzo un proceso que aún sigue funcionando hoy en día, el proceso de
EVOLUCIÓN BIOLÓGICA, responsable de que a partir de seres vivos más sencillos
vayan surgiendo seres vivos cada vez más complejos, y que es la causa de la gran
diversidad de seres vivos que han poblado y pueblan actualmente la Tierra, lo que hoy
llamamos la BIODIVERSIDAD (1).

Stanley L. Miller y Harold C. Urey realizaron en 1953 una serie de experimentos para
probar la hipótesis de Oparin. Para ello simularon en el laboratorio, un mundo en
miniatura, con las condiciones de la atmósfera primitiva: rica en hidrógeno, metano y
amoníaco. En un aparato sencillo, introdujeron éstos gases y los sometieron a
continuas descargas eléctricas, en un ambiente con vapor de agua. Los resultados
fueron sorprendentes: obtuvieron diversas moléculas orgánicas como aminoácidos,
ácidos grasos y urea (5).

FORMACIÓN DE LAS PRIMERAS CÉLULAS

La aparición de las primeras células podría deberse a la formación de polímeros


orgánicos, a partir de las macromoléculas del caldo primitivo, que se podrían haber
ensamblado espontáneamente de forma abiótica y quedar rodeados por una
estructura membranosa. De éste modo quedarían constituidos los precursores de las
primeras células, es decir unas protocélulas a las que Carl Woese denominó en 1980
progenotas o protobiontes (4,5). Estas protocélulas deben cumplir dos condiciones:

1. Deben ser autopoyéticas, es decir tener una membrana que preserve su


individualidad, aislándolas del medio y a la vez les permita un adecuado intercambio
con éste.

2. Tienen que tener capacidad de replicarse para poder reproducirse y transmitir su


mensaje a los descendientes, para de esa forma asegurar la continuación de la vida
(5).

Existen diversas hipótesis que tratan de explicar cómo surgieron las primeras células
a partir de las macromoléculas. Entre las principales teorías podemos destacar las
siguientes:

Hipótesis de los coacervados: Originalmente propuesta por el holandés B. de Jong,


fue retomada por el propio Oparin tras los resultados de sus experimentos. Observó
que los polímeros obtenidos previamente, cuando estaban inmersos en soluciones
acuosas, tendían a separarse espontáneamente y formar pequeñas gotitas que
quedaban suspendidas en ella, con los polímeros en su interior. A éstas gotitas las
llamó coacervados (5).

Oparín logro obtener coacervados en el laboratorio y al añadirles enzimas (A finales


del S. XIX el químico alemán Edward Buchner mostró que una sustancia extraída de
las levaduras podía producir fermentación extracelular. A esta sustancia se le dio el
nombre de enzima) procedentes de otras células consiguió que crecieran y se
dividieran. Con esto, pudo teorizar la creación del protobionte: “La envoltura de
polímeros que forma el coacervado, delimita un medio interno líquido en el que habría
alguna enzima, que quedaría aislada del exterior, de éste modo habrían adquirido un
metabolismo muy simple, que les permitiría crecer a medida que captaban moléculas
del exterior y, al adquirir cierto tamaño, se dividirían” (3).

Los coacervados pueden definirse, por tanto como moléculas coloidales, rodeadas de
una película de agua que, a medida que aumentan en complejidad pueden separarse
del agua, formando una unidad independiente, con un metabolismo propio, que puede
interactuar con su entorno. Esta hipótesis no explica, sin embargo cómo pudieron
evolucionar los coacervados, pues no se contempla la adquisición de información
genética (5).

Hipótesis de las microesferas proteinoides: En 1972, el americano Sydney W. Fox


y sus colaboradores dieron un paso más en el estudio del origen de la vida . Si bien se
habían obtenido aminoácidos previamente, en los experimentos de Miller y Urey,
quedaba por dilucidar si éstos eran capaces de ensamblarse para formar proteínas.
Para comprobarlo, hirvieron una mezcla sencilla de aminoácidos (como glutamato,
aspartato, etc.) que, bajo éstas condiciones, polimerizaron y formaron cadenas
lineales unidas por enlaces peptídicos, similares a las que conforman la estructura
primaria de cualquier proteína. No obstante, éstas cadenas lineales no podían
considerarse verdaderas proteínas, al no poseer ciertas características propias de éste
grupo, por lo que se las llamó proteinoides. Lo siguiente que observaron es que
cuando se enfriaban en disolución (por ejemplo, para intentar conservarlas), éstos
proteinoides se reordenaban, formando estructuras circulares, a las que denominaron
microesférulas o microesferas (5).

Una característica reveladora de las microesferas protenoides es que presentaban una


doble envoltura permeable, similar a la de las membranas naturales (compuestas por
fosfolípidos), lo que permite que la microesferula se hinche o se deshidrate, y que
podría ser el origen de la capacidad de dividirse por un proceso parecido a la
bipartición o la gemación. Además, éstas microesferas podrían tener cierta capacidad
catalítica, debido a la presencia de enzimas en su interior (5).

Fox no solo llevó a cabo sus experimentos en el laboratorio, sino que dio una posible
explicación al modo en que las microesferas pudieron formarse en la Tierra. Supuso
que el proceso podría darse en zonas volcánicas, donde el calor calienta el agua bajo
el suelo y ésta tiende a salir a la superficie en forma de géiseres y fumarolas, que
crean charcas en sus alrededores, con las condiciones necesarias para que se
sinteticen los protenoides. Si posteriormente éstas charcas se enfrían, por la lluvia etc.,
se podrían generar las microesferas que, a su vez, podrían catalizar la formación de
otras moléculas orgánicas. Al igual que la de los coacervados, la teoría de las
microesferas tampoco explica la evolución de las protocélulas, al no explicar la
organización del material genético y carecer de mecanismos de transmisión de la
herencia. Fox sugiere no obstante que, al haberse formado a partir de aminoácidos,
existe la posibilidad de que los primeros protenoides, hubieran transmitido dicha
información a algún tipo de ácido nucleico, originándose así un código genético
primitivo (5).

Hipótesis del “mundo de ARN”: Hoy en día se acepta que las primeras formas
prebióticas debieron ser las microesferas proteinoides de Fox. Sin embargo sigue sin
resolverse el problema de cómo adquirieron la capacidad para autoreplicarse. El
principal problema lo plantea el hecho de que las células actuales utilizan para éste
proceso dos tipos de polímeros: unos portadores de la información (Ácidos Nucleicos)
y otros que la ejecutan (enzimas). La cuestión se simplificaría si hubiera un solo tipo
de macromolécula que hiciera las dos cosas (4,5). Uno de los mayores desafíos del
momento es tratar de tratar de dilucidar una historia posible acerca de cómo las
primeras moléculas de ADN, ARN y proteínas aparecieron y se vincularon entre sí (3).

El ARN es el que reúne más condiciones para considerarse precursor de éste


proceso, por el papel central que ocupa en el flujo de información en las células
actuales, entre el ADN y la síntesis proteica. Además, muchas coenzimas son
ribonucleótidos o derivan de ellos y la síntesis de desoxirribonucleótidos se realiza a
partir de ribonucleótidos (5). Ha surgido el argumento de en la tierra primitiva habría
aparecido una inmensa variedad de RNA por errores de copia en su duplicación y que,
posteriormente, las moléculas de RNA habrían pasado a ejercer control sobre la
síntesis de proteínas. En una etapa ulterior, las proteínas habrían reemplazado al RNA
en la función de acelerar las reacciones químicas. Mediante un proceso aún no
esclarecido, la función de almacenar la información genética había sido transferida del
RNA al DNA, que es menos susceptible a la degradación química (3). Se cree que una
vez adquirida la información genética, los protobiontes evolucionaron hasta constituir
células (5).

La Arcilla: Otro Escenario para el Origen de la Vida

La pregunta acerca del origen de las primeras moléculas orgánicas y del paso desde
sistema no vivos a células vivientes sigue siendo hoy en día un tema candente. Varias
hipótesis se disputan la explicación de cómo pudo haberse producido esta transición.
En la década de 1980, el químico A. Cairns-Smith publicó una serie de trabajos en los
cuales sugiere como protagonistas de este proceso a las arcillas. Para este científico,
la formación de los primeros polímeros pudo haber ocurrido en las superficies
minerales de las arcillas, que habrían actuado como una matriz sobre la que se
habrían ensamblado los monómeros de los ácidos nucleicos, polipéptidos y
polisacáridos. Según esta hipótesis, algunos cristales pueden autoreplicarse,
fracturándose en microcristales más pequeños. Así, la propia arcilla, por su
característica de fracturación y el bajo riesgo de absorber agua, habría podido capturar
moléculas orgánicas, haciendo posible transferir, en las fragmentaciones, un primitivo
código genético (3).

Un Comienzo Extraterrestre para la Vida.

Hoy en día existe una variante de la teoría Química del origen de la vida que es la
teoría del Origen Extraterrestre de la vida, que asume los principios de la teoría de
Oparin con la diferencia de proponer que la molécula replicante, ese ácido nucleico
primitivo capaz de autocopiarse, no surgió en los mares primordiales terrestres, sino
que se originó en alguna nebulosa próxima a la Tierra o en la propia nebulosa que
originó el Sistema Solar, y llegó a la Tierra en algún meteorito, integrándose en el
proceso de evolución química que ya se daba en la Tierra. Esta teoría sustentada por
científicos de la talla de Carl Sagan se basa en el descubrimiento extraterrestre de
numerosas moléculas bioquímicas, tales como agua y aminoácidos, en las nubes
gaseosas de algunas nebulosas (1).

En 1996, se encontró en la Antártida un meteorito en el que aparecieron posibles


señales de organismos. Este meteorito se habría formado en marte hace 4.500
millones de alos, habría estado en la deriva por el espacio interplanetario por 16
millones de años, habría sido capturado por la gravedad terrestre y envuelto dentro de
la nieve Antártica. Ya había sido hallado un meteorito en 1969 en Australia, que
aparentemente contenía aminoácidos. Muchos científicos son escépticos respecto a
estos hallazgos y sugieren que las estructuras observadas son producto de reacciones
inorgánicas (3).

En 1981, el químico Francis Crick, quien se hiciera famoso por desentrañar junto con
James Watson la estructura del ADN en 1953, postuló una teoría que denominó
“Panspermia Dirigida”. Esta idea propone que seres inteligentes, que actualmente
viven en otros planetas mucho más antiguos que el nuestro, habrían enviado los
primeros aportes genéticos a nuestro planeta. Esta hipótesis está basada, entre otras
cosas, en la constatación de que, por ejemplo, un elemento, el molibdeno, muy escaso
en nuestro planeta, es esencial para el funcionamiento de numerosas enzimas (3).

El Surgimiento de la Vida y la Evolución

Una vez que la vida surge sobre la Tierra, se nos plantea un nuevo interrogante:
¿cómo a partir de una sola célula han podido aparecer todas las especies tan
diferentes que existen hoy día?. Es evidente que la contestación a esta pregunta ha
variado mucho de la época en que se aceptaba la teoría de la generación espontánea
a cuando esta teoría fue rechazada (1).

Hasta el s. XIX se pensó que los seres vivos eran inmutables y que habían existido
siempre de la misma manera, sin sufrir cambios, fijos, lo cual originó una corriente de
ideas agrupadas bajo el término FIJISMO. G. Cuvier (1769-1832), estudiando una gran
cantidad de fósiles dedujo que había especies que desaparecían, se extinguían, lo
cual implicaba cambios que contradecían al fijismo; como él era fijista, pensó que las
especies aparecían sobre la Tierra y se mantenían durante mucho tiempo sin sufrir
ningún cambio hasta que se producía una gran catástrofe que las hacía desaparecer,
tras lo cual aparecían nuevas especies que volvían a desaparecer en otra catástrofe y
así sucesivamente, surgiendo una variante de las ideas fijistas que constituyó el
CATASTROFISMO (1).

En la misma época, J.B. de Lamarck (1744-1829) estudiando también fósiles llegó a


deducciones completamente opuestas al fijismo y que suscitaron gran controversia
con Cuvier y la mayor parte de naturalistas de la época; según Lamarck las especies
actuales provenían de especies primitivas, hoy extinguidas, que habrían sufrido
modificaciones sucesivas; esta nueva idea recibió el nombre de EVOLUCIONISMO.
Para Lamarck estas transformaciones se debían a que cuando cambiaban las
condiciones ambientales, los seres vivos desarrollaban caracteres que les ayudaban a
vivir mejor (ADAPTACIÓN AL MEDIO) y luego esos caracteres se transmitían a sus
descendientes, apareciendo especies nuevas; es lo que llamaba la HERENCIA DE
LOS CARACTERES ADQUIRIDOS.
A finales de siglo, C. Darwin (1809-1882) y A. Wallace (1823-1913) mejoraron las
ideas lamarckistas, rechazando la herencia de los caracteres adquiridos e
introduciendo los conceptos de VARIABILIDAD DE LAS POBLACIONES y
SELECCIÓN NATURAL, que son algunas de las ideas más importantes del proceso
evolutivo; la variabilidad nos explica que en una población perteneciente a una especie
determinada hay una gran variedad de individuos diferentes, cada uno de los cuales
se adapta de diferente manera a un ambiente determinado, de tal forma que unos se
adaptan mejor (viven mejor) que otros, y esto repercute en la cantidad de
descendientes que pueden tener, de forma que los que viven mejor tienen más
descendientes, es decir, son seleccionados por la naturaleza para vivir y tener más
hijos. La selección natural, ayudada por otras fuerzas evolutivas tales como las
MUTACIONES genéticas, provocan cambios graduales en los individuos que terminan
por dar lugar a la aparición de nuevas especies, pudiendo desaparecer la especie de
la que provienen Este proceso de transformación gradual de una especie en otra
nueva recibe el nombre de EVOLUCIÓN BIOLÓGICA o DARWINIANA. Darwin y
Wallace se encontraron con el problema de explicar por qué existía esa variedad de
individuos y por qué había rasgos que sí se heredaban, ya que cuando publicaron sus
obras no se conocían aún los trabajos de G. Mendel sobre la herencia de los
caracteres (1).

Hoy en día la teoría más aceptada es el NEODARWINISMO propuesto por T.


Dobzhanzky, que es la idea de evolución darwiniana vista a la luz de la genética, lo
cual permite explicar que la variedad de individuos en una especie se debe a que
poseen diferente información genética, y por eso se pueden heredar ciertos
caracteres, ya que se transmiten a través de los genes de una generación a otra (1).

Origen de los Eucariotas a partir de los Procariotas

El neodarwinismo establece que, con el tiempo, la selección natural que actúa sobre
las mutaciones genera adaptaciones y especies nuevas. Pero, ¿significaba esto que
los nuevos linajes y adaptaciones solamente se forman mediante ramificaciones de los
antiguos y herencia de los genes del antiguo linaje? Algunos investigadores
respondieron que no. La evolucionista Lynn Margulis mostró que un suceso
organizativo muy importante en la historia de la vida implicaba probablemente la unión
de dos o más linajes mediante simbiosis (6).

El origen de los organismos eucariotas a partir de los procariotas, fue una de las
transiciones evolutivas principales en la historia y evolución de los seres vivos. La
cuestión de cómo ocurrió este paso trascendental es actualmente objeto de viva
discusión. Una hipótesis interesante que gana creciente aceptación, es que se
originaron células de mayor tamaño y más complejas, cuando ciertos procariotas
comenzaron a alojarse en el interior de otras células (6).

A finales de la década de 1960, la investigadora estadounidense Lynn Margulis estudió


la estructura de las células. Las mitocondrias, por ejemplo, son cuerpos retorcidos
que generan la energía necesaria para el metabolismo. Para Margulis, se parecían
notablemente a las bacterias. Ella sabía que a los científicos siempre les había
llamado la atención esta similitud, desde el descubrimiento de las mitocondrias a
finales del siglo XIX; algunos incluso habían sugerido que las mitocondrias se
originaron a partir de bacterias que vivían en una simbiosis permanente dentro de las
células de los animales y las plantas. En las células vegetales había ejemplos
paralelos. Las células de las plantas y de las algas tienen un segundo conjunto de
orgánulos que utilizan para realizar la fotosíntesis, los cloroplastos, que capturan la
energía que reciben de la luz del sol. Los cloroplastos, al igual que las mitocondrias, se
parecen notablemente a las bacterias. Los científicos se convencieron de que los
cloroplastos, al igual que las mitocondrias, habían evolucionado a partir de bacterias
simbióticas, en particular, descendían de cianobacterias, pequeños organismos que
aprovechan la luz y abundan en los océanos y el agua dulce. Margulis y otros
hipotetizaron que los cloroplastos habían evolucionado a partir de cianobacterias.
Margulis no se sorprendió cuando uno de sus profesores observó ADN dentro de los
cloroplastos. Después de todo, eso es lo que se esperaría de un compañero
simbiótico. Margulis propuso el primer mecanismo para explicar cómo pudo haber
ocurrido esta asociación a través de su llamada “Teoría Endosimbiótica”. En 1970
publicó su afirmación en The Origin of Eukaryotic Cells (El origen de las células
eucariotas) (6).

El ADN y el Origen de la Vida. ¿Cómo surgió la “información” genética?


Fuente: http://www.discovery.org/scripts/viewDB/filesDBdownload.php?command=download&id=661

Desde finales de los años 50 y la década de los 60, los investigadores del origen de la
vida admiten cada vez más la naturaleza específica y compleja de la vida unicelular y
de las biomacromoléculas de las que dependen esos sistemas. Además, los biólogos
moleculares y los investigadores del origen de la vida han caracterizado esta
complejidad y especificidad en términos de información. Los biólogos moleculares se
refieren de manera rutinaria al ADN, al ARN y a las proteínas como portadores o
depósitos de “información”.

Muchos investigadores consideran hoy día el origen de la información contenida en


esas biomacromoléculas como la cuestión central que debe afrontar la investigación.
Como ha dicho Bernd Olaf Kuppers, “claramente, el problema del origen de la vida
equivale básicamente al problema del origen de la información biológica”.

Después de que Darwin publicara “El Origen de las Especies” en 1859, muchos
científicos comenzaron a pensar en los problemas que Darwin no había resuelto.
Aunque la teoría de Darwin pretendía explicar cómo la vida se había hecho más
compleja a partir de “una o unas pocas formas simples”, no explicaba, y tampoco
intentaba explicar, como se había originado la vida.

Sin embargo durante las décadas de 1870 y 1880, biólogos evolutivos como Ernst
Haeckel y Thomas Huxley suponían que concebir una explicación para el origen de la
vida sería bastante fácil, en gran parte porque Haeckel y Huxley creían que la vida era,
en esencia, una sustancia química simple llamada “protoplasma” que podía ser
fácilmente elaborada mediante la combinación y recombinación de reactivos simples
como el dióxido de carbono, el oxígeno y el nitrógeno.

Durante los siguientes sesenta años, los biólogos y los bioquímicos revisaron su
concepción de la naturaleza de la vida. Durante las décadas de 1860 y 1870, los
biólogos tendieron a ver la célula, en palabras de Haeckel, como un “glóbulo de
plasma homogéneo” e indiferenciado. Sin embargo hacia los años 30, la mayoría de
los biólogos ya contemplaban las células como un sistema metabólico complejo.

Las teorías del origen de la vida reflejaron esta creciente apreciación de la complejidad
celular. Mientras que las teorías sobre la abiogénesis (surgimiento de la vida a partir
de materia inanimada) concebían la vida como algo surgido casi instantáneamente a
través de uno o dos pasos de un proceso de “autogenia” química, las teorías de
comienzos del siglo XX –como la teoría de la abiogénesis evolutiva de Oparin-
concebían un proceso de varios billones de años de transformación desde los
reactivos simples hasta los sistemas metabólicos complejos.

Durante la primera mitad del siglo XX, los bioquímicos habían reconocido el papel
central de las proteínas en el mantenimiento de la vida. Aunque muchos creyeron por
error que las proteínas contenían también la fuente de la información hereditaria, los
biólogos subestimaron repetidamente la complejidad de las proteínas.

La única conjetura de Darwin acerca del origen de la vida se encuentra en una carta
de 1871 no publicada dirigida a Joseph Hooker. En ella, bosqueja las líneas maestras
de la idea de la química evolutiva, a saber, que la vida podría haber surgido primero a
partir de una serie de reacciones químicas. Tal y como él lo concibió, “si (¡y que “si”
más grande!) pudiéramos creer en algún tipo de pequeño charco caliente, con toda
clase de amonios, sales fosfóricas, luz, calor y electricidad, etc, presentes, de modo
que un compuesto proteico se formara químicamente listo para someterse a cambios
aún más complejos...” [El manuscrito de Darwin no ha podido ser comprendido en su
totalidad debido a lo complicado de su letra. La frase en cuestión está incompleta, si
bien deja bastante claro que Darwin concibió los principios de la química evolutiva
naturalista.

Sin embargo, desde los años 50, una serie de descubrimientos provocó un cambio en
esta visión simplista de las proteínas. Entre 1949 y 1955, el bioquímico Fred Sanger
determinó la estructura molecular de la insulina. Sanger demostró que la insulina
consistía en una secuencia larga e irregular de los diferentes tipos de aminoácidos,
antes que una cuerda de cuentas de colores ordenada sin ningún patrón distinguible.
Su trabajo mostró para una sola proteína lo que sucesivos trabajos demostrarían que
era norma: la secuencia de aminoácidos de las proteínas funcionales desafía
generalmente una regla sencilla y en cambio se caracteriza por la aperiodicidad o la
complejidad.

A finales de los 50, los trabajos de John Kendrew sobre la estructura de la mioglobina
demostraron que las proteínas también exhibían una sorprendente complejidad
tridimensional. Lejos de ser las estructuras simples que los biólogos habían imaginado
anteriormente, apareció una forma tridimensional e irregular extraordinariamente
compleja: una maraña de aminoácidos retorcida y curvada. Como Kendrew explicó en
1958, “la gran sorpresa fue que era tan irregular... parecían carecer casi totalmente del
tipo de ordenamiento regular que uno anticipa instintivamente, y es más complicado de
lo que había predicho cualquier teoría de la estructura de proteínas”.

Hacia la mitad de los años 50, los bioquímicos reconocían que las proteínas poseían
otra destacable propiedad. Además de la complejidad, las proteínas poseen también
especificidad, tanto en su ordenamiento unidimensional como en su estructura
tridimensional. En tanto que constituidas por aminoácidos químicamente bastante
simples, a modo de “bloques de construcción”, su función –tanto si son enzimas,
transductores de señales o componentes estructurales de la célula- depende de
manera crucial de un ordenamiento complejo y específico de estos bloques.

Durante gran parte del siglo XX, los investigadores subestimaron ampliamente la
complejidad (y el significado) de ácidos nucleicos como el ADN o el ARN. Por
entonces, los científicos conocían la composición química del ADN. Los biólogos y los
químicos sabían que además de azúcar (y más tarde fosfatos), el ADN se componía
de cuatro bases nucleotídicas diferentes, llamadas adenina, timina, guanina y citosina.

En 1909, el químico P. A. Levene demostró (incorrectamente como resultó más tarde)


que las cuatro bases nucleotídicas siempre se daban en cantidades iguales dentro de
la molécula de ADN. Él formuló lo que llamó la “hipótesis tetranucleotídica” para
explicar ese hecho putativo. De acuerdo con esta hipótesis, las cuatro bases
nucleotídicas del ADN se unían en secuencias repetidas de los mismos cuatro
reactivos en el mismo orden secuencial. Dado que Levene concebía esos
ordenamientos secuenciales como repetitivos e invariantes, su potencial para expresar
cualquier diversidad genética parecía limitado de manera inherente.

Para dar cuenta de las diferencias heredables entre especies, los biólogos necesitaron
descubrir alguna fuente de especificidad variable o irregular, alguna fuente de
información, dentro de las líneas germinales de los diferentes organismos. Sin
embargo, en tanto que el ADN era considerado como una molécula repetitiva y sin
interés, muchos biólogos supusieron que el ADN podía jugar un papel escaso, si es
que lo tenía, en la transmisión de la herencia.

Esta concepción comenzó a cambiar a mediados de los años 40 por varias razones.
En primer lugar, los famosos experimentos de Oswald Avery sobre cepas virulentas y
no virulentas de Pneumococcos identificaron el ADN como un factor clave a la hora de
explicar las diferencias hereditarias entre distintas estirpes bacterianas. En segundo
lugar, Erwin Chargaff, de la Universidad de Columbia, a finales de los años 40 socavó
la “hipótesis tetranucleotídica”. Chargaff demostró, en contradicción con los primeros
trabajos de Levene, que las frecuencias de nucleótidos difieren realmente entre
especies, incluso cuando a menudo dichas frecuencias se mantienen constantes
dentro de las mismas especies o dentro de los mismos órganos o tejidos de un único
organismo. Tal y como él lo explicó, diferentes moléculas de ADN o parte de las
moléculas podían “diferir entre ellas... en la secuencia, aunque no en la proporción de
sus constituyentes. Chargaff demostró que, al contrario de la “hipótesis
tetranucleotídica”, la secuenciación de las bases del ADN bien podía mostrar el alto
grado de variabilidad y aperiodicidad requerido por cualquier portador potencial de la
herencia.

En tercer lugar, el descubrimiento de la estructura tridimensional del ADN por Watson


y Crick en 1953 dejó claro que el ADN podía funcionar como portador de la
información hereditaria. El modelo de Watson y Crick demostró que el ADN podía
tener una impresionante complejidad química y estructural. La estructura de doble
hélice del ADN presuponía una estructura extremadamente larga y de alto peso
molecular, con un impresionante potencial de variabilidad y complejidad en la
secuencia. Tal y como explicaron Watson y Crick, “el esqueleto de azúcar-fosfato de
nuestro modelo es completamente regular pero cualquier secuencia de pares de bases
puede encajar en nuestra estructuras. De aquí se sigue que en una larga molécula son
posibles muchas permutaciones diferentes y, por lo tanto, parece posible que la
secuencia precisa de bases sea el código portador de la información genética”.

Tal y como sucedió con las proteínas, los sucesivos descubrimientos pronto
demostraron que las secuencias de ADN no solo eran muy complejas sino también
altamente específicas en lo relativo a sus requerimientos biológico-funcionales. El
descubrimiento de la complejidad y la especificidad de las proteínas habían llevado a
los investigadores a sospechar un papel funcional específico para el ADN.

Los biólogos moleculares, suponían que las proteínas eran complejas en demasía (y
también funcionalmente específicas) para surgir in vivo por azar. Además, dada su
irregularidad, parecía imposible que una ley química general o una regularidad pudiese
explicar su ensamblaje. En su lugar, como ha recordado Jacques Monod, los biólogos
moleculares comenzaron a buscar una fuente de información o de “especificidad” en el
interior de la célula que pudiera dirigir la construcción de estructuras tan complejas y
tan altamente específicas. Para explicar la presencia de la especificidad y complejidad
en la proteína, tal y como más tarde insistiría Monod, “necesitabais en todo caso un
código”.

La estructura del ADN descubierta por Watson y Crick sugería un medio por el que la
información o la especificidad podían codificarse a lo largo de la espiral del esqueleto
de azúcar-fosfato. Su modelo sugería que las variaciones en la secuencia de bases
nucleotídicas pudieran encontrar expresión en la secuencia de aminoácidos que
forman las proteínas.

En 1955, Crick propuso la idea de la denominada hipótesis de secuencia. Según la


hipótesis de Crick, la especificidad en el ordenamiento de los aminoácidos en la
proteína deriva de la especificidad en el ordenamiento de las bases nucleotídicas en la
molécula de ADN.

La hipótesis de secuencia sugería que las bases nucleotídicas en el ADN funcionaban


como letras de un alfabeto o caracteres en una máquina de codificar. Del mismo modo
como las letras de un alfabeto en un lenguaje escrito pueden realizar la función de
comunicación dependiendo de su secuencia, igualmente podrían las bases
nucleotídicas del ADN originar la producción de una molécula funcional de proteína
dependiendo de su preciso ordenamiento secuencial. En ambos casos, la función
depende de manera crucial de la secuencia. La hipótesis de secuencia implicaba no
solo la complejidad sino también la funcionalidad específica de las bases de la
secuencia de ADN.

A comienzos de los años 60, una serie de experimentos habían confirmado que las
bases de la secuencia de ADN jugaban un papel crítico en la determinación de la
secuencia de aminoácidos durante la síntesis de proteínas. Por entonces, se
conocieron los procesos y los mecanismos por los que la secuencia de ADN determina
los pasos clave de dicha síntesis (por lo menos de manera general).

Los descubrimientos de los biólogos moleculares durante los años 50 y 60 suscitaron


la pregunta por el origen último de la complejidad específica o información específica
tanto en el ADN como en las proteínas. Por lo menos desde mediados de los años 60,
muchos científicos han considerado el origen de la información (así definida) como la
cuestión central con que se enfrentaba la biología del origen de la vida

Según esto, los investigadores del origen de la vida han propuesto tres grandes tipos
de explicaciones naturalistas para explicar el origen de la información genética
específica; los que hacen hincapié en el azar, en la necesidad o en la combinación de
ambos.

Quizás el punto de vista naturalista más popular acerca del origen de la vida es que
éste tuvo lugar exclusivamente por azar. Unos pocos científicos serios han
manifestado su apoyo a este punto de vista, por lo menos en varias ocasiones a lo
largo de sus carreras. En 1954, por ejemplo el bioquímico George Wald argumentó a
favor de la eficiencia causal del azar en conjunción con vastos períodos de tiempo. Tal
y como él explicó, “el tiempo es de hecho el héroe del plan... Dado tanto tiempo, lo
imposible se convierte en posible, lo posible se hace probable y lo probable
virtualmente cierto”.

Más tarde, en 1968, Francis Crick sugeriría que el origen del código genético –es
decir, el sistema de traducción- podría ser “un accidente congelado”.Otras teorías han
invocado el azar como explicación del origen de la información genética, aunque a
menudo, en conjunción con la selección natural prebiótica.
Casi todos los investigadores serios del origen de la vida consideran ahora el “azar”
una explicación causal inadecuada para el origen de la información biológica. Desde
que los biólogos moleculares comenzaron a apreciar la especificidad de secuencia de
proteínas y ácidos nucleicos durante los años 50 y 60, se han realizado muchos
cálculos para determinar la probabilidad de formular proteínas y ácidos nucleicos
funcionales al azar. Morowitz, Hoyle y Wickramasinghe, Cairns-Smith, Prigogine,
Yockey y, más recientemente, Robert Sauer han elaborado varios métodos para
calcular probabilidades. Pongamos por caso que estos cálculos han supuesto a
menudo condiciones prebióticas extremadamente favorables (tanto si eran realistas
como si no), mucho más tiempo del que realmente disponía la tierra en sus inicios, y
tasas de reacción teóricamente máximas entre los monómeros constituyentes (es
decir, entre las partes constituyentes de proteínas, ADN o ARN). Tales cálculos han
mostrado invariablemente que la probabilidad de obtener biomacromoléculas
secuenciadas funcionales al azar es, en palabras de Prigogine, “infinitamente
pequeña... incluso en las escala de... billones de años”.

Considérese las dificultades probabilísticas que deben superarse para construir incluso
una proteína corta de 100 aminoácidos de longitud. (Una proteína típica consiste en
unos 300 residuos aminoacídicos, y muchas proteínas cruciales son más largas). En
primer lugar, todos los aminoácidos deben formar un enlace químico conocido como
enlace peptídico al unirse a otros aminoácidos de la cadena proteica. Sin embargo, en
la naturaleza son posibles otros muchos tipos de enlace químico entre aminoácidos;
de hecho, los enlaces peptídicos y no peptídicos se dan con más o menos la misma
probabilidad. Así, dado un sitio cualquiera de la cadena de aminoácidos en
crecimiento, la probabilidad de obtener un enlace peptídico es aproximadamente ½. La
probabilidad de obtener cuatro enlaces peptídicos es (½ x ½ x ½ x ½) = 1/16. La
probabilidad de construir una cadena de 100 aminoácidos (99 enlaces) en la cual
todos los enlaces impliquen enlaces peptídicos es (½)99 .
.
En segundo lugar, todos los aminoácidos que se encuentran en las proteínas (con una
excepción) tienen una imagen especular diferente de sí mismos, una versión orientada
a la izquierda, o forma L, y una orientada a la derecha, o forma D. Las proteínas
funcionales solo admiten aminoácidos orientados a la izquierda, sin embargo tanto los
orientados a la derecha como los orientados a la izquierda se originan en las
reacciones químicas (productoras de aminoácidos) con aproximadamente la misma
probabilidad. Al tomar esta “quiralidad” en consideración aumenta la improbabilidad de
obtener una proteína biológicamente funcional. La probabilidad de obtener al azar solo
aminoácidos L en una cadena peptídica hipotética de 100 aminoácidos de longitud es
(½)100.

Las proteínas funcionales tienen un tercer requisito independiente, el más importante


de todos; sus aminoácidos deben enlazarse en un ordenamiento específico
secuencial, tal y como deben hacerlo las letras en una frase con significado. En
algunos casos, incluso el cambio de un aminoácido en un determinado lugar provoca
la pérdida de funcionalidad en la proteína. Además, debido a que biológicamente se
dan veinte aminoácidos, la probabilidad de obtener un determinado aminoácido en un
sitio determinado es pequeña – 1/20. (En realidad la probabilidad es incluso menor
porque la naturaleza existen muchos aminoácidos que no forman proteínas).

Cálculos más realistas (que tienen en cuenta la presencia probable de aminoácidos no


proteicos, la necesidad de proteínas más largas para realizar funciones específicas
como la polimerización, y la necesidad de cientos de proteínas trabajando en
coordinación para producir una célula funcional) solo aumentan estas
improbabilidades, incluso más allá de lo computable.
Cuando se considera todo el complemento de biomoléculas funcionales requerida para
mantener la mínima función celular y la vitalidad, puede verse porqué las teorías sobre
el origen de la vida basadas en el azar han sido abandonadas. Lo que Mora dijo en
1963 todavía se mantiene: “las consideraciones estadísticas, la probabilidad, la
complejidad, etc, seguidas hasta sus implicaciones lógicas sugieren que el origen y
continuación de la vida no está controlado por tales principios. Admitir esto significa
utilizar un período de tiempo prácticamente infinito para obtener el resultado derivado.
Sin embargo, utilizando esta lógica, podemos probar cualquier cosa”.

Debido a las dificultades de las teorías basadas en el azar, la mayoría de los teóricos
del origen de la vida después de mediados de los 60 intentaron abordar el problema
del origen de la información biológica de una manera totalmente diferente. Los
investigadores comenzaron a buscar leyes de autoorganización y propiedades de
atracción química que pudieran explicar el origen de la información especificada en el
ADN y las proteínas. Más que el azar, tales teorías invocaban necesidad física o
química.

Cuando los biólogos del origen de la vida comenzaron a considerar la perspectiva


autoorganizativa que describe de Duve, varios investigadores propusieron que fuerzas
deterministas (“necesidad” estereoquímica) hicieron el origen de la vida no solo
probable sino inevitable. Algunos sugirieron que los reactivos químicos simples
poseían “propiedades autoorganizativas” capaces de ordenar las partes constitutivas
de las proteínas, del ADN, y el ARN en el orden específico que tienen.

Por ejemplo, Steinman y Cole sugirieron que ciertas afinidades de enlace diferencial o
fuerzas de atracción química entre determinados aminoácidos pudieran explicar el
origen de la especificidad de secuencia de las proteínas. Del mismo modo que las
fuerzas electrostáticas unen los iones sodio (Na+) y cloruro (Cl -) en los patrones
altamente ordenados del cristal de sal (NaCl), así también aminoácidos con ciertas
afinidades especiales por otros aminoácidos podrían ordenarse a si mismos para
formar proteínas.

En 1969, Kenyon y Steinman desarrollaron la idea en un libro titulado Predestinación


Bioquímica. Ellos aducían que la vida puede haber estado “bioquímicamente
predestinada” debido a las propiedades de atracción existentes entre sus elementos
químicos constitutivos, especialmente entre aminoácidos y proteínas.

En 1977, Prigogine y Nicolis propusieron otra teoría de la autoorganización basada en


la caracterización termodinámica de los organismos vivos. En la autoorganización en
los sistemas no equilibrados, Prigogine y Nicolis clasificaron los organismos vivos
como abiertos, es decir, sistemas no equilibrados capaces de “disipar” grandes
cantidades de energía y materia en el medio ambiente. Observaron que los sistemas
abiertos muy alejados del equilibrio muestran a menudo tendencias autoorganizativas.
Por ejemplo, la energía gravitacional produce vórtices altamente ordenados al
desaguar la cañería; la energía térmica que fluye a través de una barra caliente
generará corrientes de convección diferenciadas. Prigogine y Nicolis adujeron que las
estructuras organizadas observadas en los sistemas vivos pudieran haberse “auto-
originado” de una manera similar con la ayuda de una fuente de energía. En esencia,
admitían la improbabilidad de elementos de construcción sencillos ordenándose a si
mismos en estructuras altamente ordenadas bajo condiciones normales de equilibrio.
Pero sugerían que, en condiciones de desequilibrio, los bloques bioquímicos de
construcción pudieran ordenarse a si mismos dentro de patrones altamente
ordenados.
Para algunos científicos, las diferencias en cuanto a afinidad química no explican la
multiplicidad de secuencias de aminoácidos existentes en proteínas que se dan en la
naturaleza o el ordenamiento secuencial de aminoácidos en una proteína particular.
En el caso del ADN, esta cuestión puede observarse de manera más drástica. La
estructura del ADN depende de varios enlaces químicos. Sin embargo, es importante
notar que no hay enlaces químicos entre las bases a lo largo del eje longitudinal en el
centro de la hélice. Sin embargo, es precisamente a lo largo de este eje de la molécula
de ADN donde se almacena la información genética.

Además, del mismo modo que letras magnéticas pueden ordenarse y reordenarse de
cualquier manera sobre la superficie de un metal para formar varias secuencias, así
también cada una de las cuatro bases –A, T, G y C- se unen a cualquier posición del
esqueleto de ADN con igual facilidad, haciendo todas las secuencias igualmente
probables (o improbables). En realidad, no hay afinidades diferenciales significativas
entre ninguna de las cuatro bases para unirse a las posiciones del esqueleto de
azúcar-fosfato. El mismo tipo de enlace N-glicosídico sucede entre base y esqueleto
independientemente de la base de que se trate. Las cuatro bases son admitidas;
ninguna es favorecida químicamente. Como ha notado Kuppers, “las propiedades de
los ácidos nucleicos indican que todos los patrones nucleotídicos combinatoriamente
posibles del ADN son, desde un punto de vista químico, equivalentes”.

Así, las afinidades de enlace “autoorganizativas” no pueden explicar los


ordenamientos secuencialmente específicos de las bases de nucleótidos del ADN
porque (1) no hay enlaces entre las bases a lo largo del eje molecular que contiene la
información y (2) no hay afinidades diferenciales entre el esqueleto y las bases
específicas que pudieran explicar las variaciones de secuencia. Debido a que esto
mismo es válido para las moléculas de ARN, los investigadores que especulan que la
vida comenzó en un mundo de ARN no han podido resolver el problema de la
especificidad de la secuencia –es decir, el problema de explicar como la información
de las moléculas funcionales de ARN pudo surgir por vez primera.

Las fuerzas de la necesidad química producen redundancia (lo que significa,


aproximadamente, repeticiones generadas por reglas o leyes) u orden monótono pero
necesita reducir la capacidad de transmitir información y expresar novedad. Así, el
químico Michael Polanyi observa: Supóngase que la estructura real de la molécula de
ADN fuera debida al hecho de que la unión de sus bases fuera mucho más fuerte de lo
que serían las uniones para cualquier otra distribución de bases, entonces tal molécula
de ADN no tendría contenido de información. Su carácter similar a un código
desaparecería por una redundancia abrumadora... Cualquiera que pueda ser el origen
de la configuración de ADN, puede funcionar como un código solo si su orden no se
debe a fuerzas de energía potencial.

En otras palabras, si los químicos hubieran descubierto que las afinidades de enlace
entre los nucleótidos del ADN producían secuencias de nucleótidos, se habrían dado
cuenta de que estaban equivocados respecto a las propiedades del ADN para
transmitir información. O dicho desde una perspectiva cuantitativa, en el mismo grado
en que las fuerzas de atracción entre componentes de una secuencia determinan el
ordenamiento de la secuencia, la capacidad de transportar información del sistema se
vería disminuida o borrada por la redundancia.

Los modelos autoorganizativos, tanto los que invocan las propiedades internas de
atracción química como una fuerza o fuente de energía de organización externa, se
caracterizan por una tendencia a confundir las distinciones cualitativas entre “orden” y
“complejidad”. Esta tendencia pone en cuestión la relevancia de estos modelos del
origen de la vida. Como ha aducido Yockey, la acumulación del orden químico o
estructural no explica el origen de la complejidad biológica o de la información
genética.

Lo que en biología necesita explicación no es el origen del orden (definido como


simetría o repetición) sino la información específica, las secuencias altamente
complejas, aperiódicas y específicas que hacen posible la función biológica.

Si ni el azar, ni la necesidad físico-química, ni la combinación de los han explicado el


origen último de la información biológica específica, ¿qué lo explica? ¿Sabemos de
alguna entidad que tenga los poderes causales para crear grandes cantidades de
información específica?. Como ha reconocido Henry Quastler, la “creación de nueva
información está habitualmente asociada a la actividad consciente”.

La experiencia afirma que la complejidad específica o información surge de manera


rutinaria de la actividad de agentes inteligentes. Un usuario de ordenadores que
rastrea la información en su pantalla hasta su fuente, se introduce en la mente del
ingeniero de software o programador. De manera similar, la información en un libro o
en la columna de un periódico deriva en última instancia de un escritor – de una causa
mental antes que estrictamente material.

Además, el conocimiento acerca del flujo de información, basado en la experiencia,


confirma que los sistemas con grandes cantidades de complejidad especificada o
información (especialmente los códigos y el lenguaje) invariablemente se originan a
partir de una fuerza inteligente. Además, esta generalización se mantiene no solo para
la información semánticamente especificada presente en los lenguajes naturales, sino
también para otras formas de información o complejidad especificada.

Esta generalización –la de que la inteligencia es la única causa de información o


complejidad especificada (por lo menos, a partir de una fuente no biológica)- ha
obtenido apoyo de la investigación sobre el origen de la vida. Durante los últimos
cuarenta años, todo modelo naturalista propuesto ha fracasado a la hora de explicar el
origen de la información genética específica requerida para construir una célula
viviente. Así, mente o inteligencia, o lo que los filósofos llaman “agente causal”, es
ahora la causa más explicativa capaz de generar grandes cantidades de información a
partir de un estado abiótico, lo que implicaría en apariencia diseño inteligente.

Así, el patrón de flores que escriben “bienvenido a Victoria” permite al visitante inferir
la actividad de agentes inteligentes incluso si no ven las flores plantadas y ordenadas.
De manera similar, el ordenamiento específico y complejo de las secuencia
nucleotídicas –la información- del ADN implica la acción pasada de una inteligencia,
incluso si tal actividad mental no puede ser directamente observada. Los científicos de
muchos campos reconocen la conexión entre inteligencia e información y hacen las
inferencias oportunas. Los arqueólogos suponen que un escriba produjo las
inscripciones en la piedra de Rosetta; los antropólogos evolucionistas determinan la
inteligencia de los primeros homínidos a partir de las lascas que son demasiado
improbables y específicas en cuanto a la forma (y función) para haber sido producidas
por causas naturales; la búsqueda de inteligencia artificial extraterrestre de la NASA
(SETI) presupone que cualquier información incluida en las señales electromagnéticas
proveniente del espacio exterior indicaría una fuente inteligente. Sin embargo, de
momento, los radio-astrónomos no han encontrado ninguna información en las
señales. Pero los biólogos moleculares han identificado las secuencias ricas en
información y los sistemas de las células que sugieren, por la misma lógica, una causa
inteligente para esos efectos.
Sin embargo, no es correcto decir que no se sabe como surge la información. Se
conoce por experiencia que los agentes conscientes inteligentes pueden crear
secuencias y sistemas informativos. La experiencia enseña que cuando grandes
cantidades de información o complejidad especificada están presentes en un artefacto
o entidad cuya historia es conocida, invariablemente la inteligencia creativa –el diseño
inteligente- jugó un papel causal en el origen de esa entidad. Así, cuando se halla tal
información en las biomacromoléculas necesarias para la vida, se puede inferir –con
base en los conocimiento de las relaciones de causa y efecto establecidas- que una
causa inteligente operó en el pasado para producir la información o complejidad
especificada necesaria para el origen de la vida.

Para ser un buscador de la verdad, la cuestión que el investigador del origen de la vida
debe plantearse no es “¿qué modelo materialista es el más adecuado?” sino más bien
“¿qué provocó de verdad la aparición de la vida en la Tierra?”. Una posible respuesta
a esta última cuestión es: “la vida fue diseñada por un agente inteligente que existió
antes del advenimiento de los humanos”. Sin embargo, si se acepta el naturalismo
metodológico como normativo, los científicos nunca podrán considerar la hipótesis del
diseño como una verdad posible.

Como reconocen actualmente muchos historiadores y filósofos de la ciencia, la


evaluación de la teoría científica es una empresa inherentemente comparativa. Las
teorías que ganan aceptación en competiciones artificialmente restringidas pueden
afirmar no ser ni “la verdad más probable” ni “la más adecuada empíricamente”. Como
mucho, tales teorías pueden ser consideradas como “la verdad más probable o
adecuada entre el conjunto de opciones artificialmente limitado”.

Cibergrafía

1. http://recursostic.educacion.es/ciencias/biosfera/web/alumno/4ESO/evolucion/1origen_de_la_vida.htm
2. http://www.discovery.org/scripts/viewDB/filesDBdownload.php?command=download&id=661

3. http://es.wikipedia.org/

4. http://www.biologia.edu.ar/introduccion/origen.htm

5. http://www.almeriastella.es/imagenes/noticias/documentos/1223.pdf

6. http://www.sesbe.org/evosite/history/endosym.shtml.html

7. http://www.uam.es/personal_pdi/ciencias/bolarios/FundamentosBiologia/Historia.htm

8. http://www.curtisbiologia.com/pintroduccion
Preguntas

1. ¿Cuáles son y cómo han aportado las distintas áreas del conocimiento al desarrollo
de la biología como ciencia?

2. Indique cronológicamente (desde la antigüedad hasta la actualidad) cuáles han sido


y son las teorías acerca del origen de la vida. Explique en que consiste cada una.
¿Con cuál se encuentra usted de acuerdo? ¿Por qué?.

3. Explique con sus propias palabras la relación existente entre el desarrollo de la


ciencia y el origen de la vida.

4. Haga un paralelo del entendimiento o conocimiento, que tenía antes y que tiene
después de realizar la lectura, con respecto al desarrollo de la biología y el origen de la
vida. Comente y argumente que fue lo que más le llamó la atención de la lectura y lo
que no le queda claro.

5. ¿Cómo cree usted que la biología contribuye a su área de estudio? O ¿Cómo cree
que su área de estudio contribuye a la biología?

6. Busque un artículo o informe científico (con fecha a partir del año 2000), o un video,
o un documental, que trate acerca de los avances obtenidos en la última década con
relación al estudio del origen de la vida. Haga un resumen de la información hallada.
Su búsqueda será socializada en clase. Tenga en cuenta presentar la siguiente
información:

- Título de la investigación
- Autores
- Institución y ciudad/país donde se llevó a cabo el estudio
- Fecha de publicación de su material consultado.
- Porqué se realizó dicho estudio
- Cuál o cuáles fueron los resultados obtenidos.
- Para qué sirve o cuáles son las contribuciones de dicho estudio a la ciencia.
- Referencia bibliográfica (de dónde tomó la información)

Nota: Para las consultas en Internet, sólo valido la información obtenida de páginas
web de instituciones educativas, o científicas o de bases de datos de artículos
científicos (pueden consultar la base de datos de la U de A).

Potrebbero piacerti anche