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y la política del
Buen Vecino
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isentaA
David
BUSHNELL
EL ANCORA EDITORES
DAVID BUSHNELL
EDUARDO SANTOS
EL ÁNCORA EDITORES
Título original: Eduardo Santos and the Good Neighbour
Primera edición: University of Florida Press, 1967
Segunda edición: El Ancora Editores
Bogotá, 1984
(3.000 ejemplares)
ISBN 84-89209-30-8
Printed in Colombia
CONTENIDO
Prefacio 9
I. Introducción 11
II. Relaciones preliminares 16
III. La política del Buen Vecino y la política
colombiana 37
IV. Defensa y asuntos relacionados 66
V. Préstamos viejos y nuevos 86
VI. Café, bananos y petróleo 104
VII. Relaciones en tiempo de guerra 128
Apéndice 148
Anexos
1. Nota introductoria 150
2. Entrevista con Eduardo Santos 152
3. Informe sobre Laureano Gómez 169
4. Entrevista con Laureano Gómez 175
Abreviaturas utilizadas en las citas
de pie de página
7
PREFACIO
9
durante el período materia de estudio o inmediatamente después,
(v. g. las Memorias Ministeriales). Por eso, la documentación
norteamericana y la colombiana no son exactamente compara
bles. Especialmente el razonamiento subyacente en las decisiones
oficiales colombianas y los puntos de vista personales de los
artífices de esas decisiones, sólo pueden inferirse en la mayoría de
los casos; al tanto que el pensamiento de los representantes de los
Estados Unidos, en Bogotá, y el de los funcionarios de rango más
elevado en Washington está explícitamente expresado de una
manera general en la correspondencia diplomática. Esta discre
pancia es lamentable, pero probablemente es menos seria de lo
que parece ser, ya que en Colombia, a diferencia de los Estados
Unidos, las relaciones entre los dos países han sido objeto de
francas e intensas discusiones políticas, las cuales fueron debida
mente registradas por la prensa. No sólo esto, sino que también el
clima político per se en Colombia fue un factor decisivo para la
determinación de la política hacia los Estados Unidos, mientras
que el público y los políticos norteamericanos se contentaban
generalmente con dejar que los diplomáticos se encargaran de las
relaciones con Colombia.
Partes diferentes de la investigación sobre la cual se basa este
estudio han sido auspiciadas por el 'Social Science Research
Council’ (Concejo de Investigación de las Ciencias Sociales) y el
‘Penrose Fund of the American Philosophical Society’ (Fondo
Penrose de la Sociedad Filosófica Norteamericana). Deseo expre
sar mis sinceros agradecimientos a ambas instituciones por la
colaboración recibida.
David Bushnell
10
I. INTRODUCCION
11
de Panamá, las relaciones tanto al nivel oficial como extra
oficial entre Colombia y los Estados Unidos no fueron exacta
mente cordiales, y la estricta neutralidad de Colombia —con
tonalidades pro-alemanas— en la época de la Primera Guerra
Mundial fue un indicio de que la hostilidad sólo se había
mitigado parcialmente. Además, la misma experiencia del país,
inevitablemente hizo que muchos colombianos miraran con
malos ojos otros casos de intervencionismo norteamericano en
las playas del Caribe. Sin embargo, el Tratado Urrutia-Thom-
son de 1922, por medio del cual los Estados Unidos ofrecieron
US$25.000.000 a Colombia como reparación tácita por su par
ticipación en el asunto de Panamá, contribuyó a disipar los
ánimos pero no borró del todo los resentimientos. A la vez, un
volumen sostenido y creciente de las inversiones y del comercio
fortalecían los vínculos económicos entre Colombia y los Esta
dos Unidos, vínculos, que ni siquiera el asunto Panamá habían
debilitado seriamente. En particular, la década de los años
veintes trajo consigo una inundación de inversiones privadas de
los Estados Unidos en bonos del Gobierno colombiano y pro
yectos económicos, además del pago de la indemnización ofi
cial. La inversión petrolera, que comenzó en gran escala inme
diatamente después de la Primera Guerra Mundial fue objeto
de un intermitente hostigamiento legal, y los intereses banane
ros de la United Fruit Company, que datan de principios del
siglo, fueron afectados por un violento levantamiento laboral al
final de la década. No obstante, la inversión de capital extranje
ro había venido a quedarse y, en general, fue considerada
benéfica tanto por el Gobierno colombiano como por la élite de
la clase alta, la cual, en efecto, dominaba la vida económica y
política1.
Un colombiano que adoptó una posición firme en favor de
un reacercamiento con los Estados Unidos fue el conservador
Marco Fidel Suárez, quien ya en 1914 había proclamado su
doctrina de la “Estrella Polar” que Colombia debía mirar siem
pre al Norte, a los Estados Unidos, como ejemplo y como
aliado natural2. Suárez no solamente era un sincero admirador
1. E. Taylor Parks, Colombia and the United States, 1765-1934, Dur-
ham, N.C., 1935, págs. 395-473; J. Fred Rippy, The Capitalistsand
Colombia, New York, 1931, págs. 103-98.
2. “El norte de nuestra política exterior debe estar allá, en esa podero
sa nación, que más que ninguna otra ejerce decisiva atracción
respecto de los pueblos de América. Si nuestra conducta hubiera de
tener un lema que condensase esa aspiración y esa vigilancia, él
podría ser Réspice Polum, es decir, no perdamos de vista nuestras
12
de los Estados Unidos, sino que creía que por razones económi
cas y geopolíticas los destinos de ambos países estaban inextri
cablemente unidos: por consiguiente, concluía que los colom
bianos debían sacar el mejor provecho de esta situación y él
mismo se sentía completamente satisfecho de hacerlo. Como
presidente de Colombia de 1918 a 1921, trabajó fervientemente
en favor de la aceptación del Tratado Urrutia-Thomson, y uno
de los motivos que provocaron su renuncia irrevocable a la
Presidencia fue su deseo de facilitar la ratificación del Tratado3.
I n las filas del Partido Liberal, en la oposición, había personas
que también creían en la doctrina de la “Estrella Polar”. La más
importante de éstas era Enrique Olaya Herrera, quien como
ministro de Relaciones Exteriores había ayudado a obtener la
ratificación final del Tratado Urrutia-Thomson. Posteriormen
te, desempeñó el cargo de ministro colombiano ante los Esta
dos Unidos y en 1930 llegó a ser el primer presidente liberal de
Colombia en casi cincuenta años.
La presidencia de Olaya, de 1930 a 1934, produjo la relación
política más estrecha que jamás había existido entre los dos
países. Para comenzar, el Presidente admiraba a los Estados
Unidos; por añadidura, se posesionó en el momento en que la
depresión económica mundial se profundizaba, y tenía una fe
inflexible en que una política de respeto escrupuloso a los
intereses de los Estados Unidos le aseguraría cualquier ayuda
que Colombia necesitara para sobreponerse a la crisis económi
ca4. Olaya postergó su decisión final en cuanto al nombramien
to de un ministro de Industrias hasta tanto no tuviera confir
mación, por intermedio de la legación de los Estados Unidos,
de que su escogencia era aceptable a los intereses de la United
Eruit Company5. Insistió en seguir cubriendo la deuda nacional
externa después de que muchos otros gobiernos latinoamerica
nos habían dejado de cumplir con sus obligaciones6, y por
13
mucho más tiempo de lo que realmente podía Colombia. Obtu
vo del Congreso una nueva legislación petrolera específicamen
te diseñada para satisfacer las demandas de las compañías
norteamericanas en relación con sus condiciones de funciona
miento en Colombia7. Y a pesar de todo esto y mucho más, lo
único que obtuvo de los Estados Unidos fueron elogios en vez
de ayuda. Olaya logró un préstamo considerable a corto plazo
al comienzo mismo de su gobierno8, y eso fue todo. No había
llegado aún el día de los programas gubernamentales de ayuda
económica y aunque el Departamento de Estado podía solicitar
a los banqueros privados atender los requerimientos de Colom
bia, no los podía obligar legalmente.
No todos los colombianos habían compartido enteramente
la fe ciega de Olaya en los beneficios de la amistad norteameri
cana y uno de ellos era su sucesor, Alfonso López, quien
desempeñó el cargo de presidente de 1934 a 1938. Experto
banquero aunque izquierdista moderado dentro de la imagen
del Partido Liberal, para comenzar, López probablemente no
esperaba tanta generosidad de la comunidad financiera como
Olaya. Ciertamente, López no era en sentido estricto anti
norteamericano —era tan sólo un realista—, y aunque a menu
do hablaba el lenguaje de una economía nacionalista9, hizo
ciertamente muy poco para impedir el comercio y las inversio
nes estadounidenses. Por el contrario, firmó un tratado de
comercio recíproco con los Estados Unidos, el cual fue dura
mente atacado por los proteccionistas colombianos con base en
que tal tratado hacía reducciones considerables a las tarifas
colombianas a cambio de una promesa innecesaria de que el
café continuaría entrando a los Estados Unidos sin pagar im
puestos10. Aún más notoria en este respecto fue su intervención
en la legislación petrolera. La legislación patrocinada por Ola
ya, aunque aprobada artículo por artículo por un experto
petrolero norteamericano antes de ser presentada al Congreso
colombiano11, resultó tener serias fallas técnicas desde el punto
14
tic vista de las compañías petroleras. Estas fallas fueron apre
ciablemente mejoradas por la ley petrolera de 1936 aunque el
gobierno de López, al redactarla, sólo había realizado consul
tas precipitadas con las compañías; y uno de los efectos inme
diatos fue un agudo incremento en las actividades de las compa
ñías petroleras norteamericanas en Colombia12.
Una importante compañía estadinense que dolorosamente
echó de menos a Olaya fue la United Fruit Company. López
nunca consultó ningún nombramiento con ésta y de hecho se
enfrascó en una contienda permanente con la misma. Por lo que
respecta a otros asuntos, la diferencia concreta más importante
entre los gobiernos de Olaya y López, desde el punto de vista de
las relaciones con los Estados Unidos, fue la pérdida de la
peculiarmente estrecha relación personal que había existido
entre el Palacio Presidencial y la legación de los Estados Uni
dos13. López simplemente no cultivó a los diplomáticos extran
jeros, ni siquiera a aquellos de Washington, y de todos modos
estaba profundamente comprometido en un ambicioso progra
ma nacional de reformas sociales y económicas —su “Revolu
ción en Marcha”, como a él le gustaba llamarlo—, el cual tuvo
una clara prioridad sobre las relaciones exteriores. Ciertamente
no esperó a que el Departamento de Estado norteamericano le
aprobara su programa de reformas en la forma en que Olaya
había buscado que el Departamento de Estado, junto con Wall
Street, salvaran el crédito colombiano durante la depresión.
El péndulo osciló en la dirección opuesta cuando López, a su
vez, entregó la presidencia a Eduardo Santos, el 7 de agosto de
1938. Santos no restauró exactamente la misma intimidad que
había existido durante la administración de Olaya entre el
Palacio y la legación norteamericana, pero cultivó relaciones
más estrechas de las que López había cultivado y se dedicó a
programas de cooperación activa que sentarían precedentes
duraderos. El reacercamiento entre Colombia y los Estados
Unidos, que recibió su justificación doctrinal de Marco Fidel
Suárez y tuvo su máxima expresión con Enrique Olaya Herrera,
tomó su forma final bajo Eduardo Santos.
15
II. RELACIONES PRELIMINARES
16
debido tiempo, Santos sería vituperado como un simple lacayo
ilc los Estados Unidos —como un entreguista, en la peor tradi
ción de Olaya Herrera. Por consiguiente, vale la pena notar que
al comienzo hubo una época en la que Santos y su periódico El
Tiempo gozaron de la reputación de ser no pro sino anti
norteamericanos. Cuando el Partido Liberal retornó al poder
en 1930, los representantes de los Estados Unidos en Colombia
aún abrigaban dudas muy concretas respecto a Santos: éste era
“muy anti-norteamericano”, de acuerdo con un informe de
inteligencia elaborado pocas semanas antes de la posesión de
Olaya2. Sin embargo, los observadores norteamericanos espe
raban confiadamente que su lealtad personal y de partido para
con Olaya les aseguraría su apoyo, o por lo menos su consenti
miento a la política fuertemente pro-norteamericana de este
último. Esta esperanza resultó estar muy bien cimentada. Las
continuas críticas de El Tiempo a la United Fruit Company
proclamaban: “Sur América para los suramericanos”, y favo
recían la suspensión del pago de la deuda nacional externa3;
pero en esencia el periódico no mostró ningún anti-norteame-
ricanismo sistemático, sino una preocupación razonable por
los intereses colombianos. En realidad, en sus titulares la políti
ca exterior de Olaya Herrera tenía el respaldo político de
Santos.
Además, como la mayoría de los colombianos cultos, Santos
respondía positivamente a la política del Buen Vecino según la
predicaba Franklin D. Roosevelt, tomando esta política como
evidencia de una sincera intención por parte del gobierno de los
Estados Unidos para enmendar su posición en los asuntos
hemisféricos. Tampoco hubo la menor duda en cuanto hacia
dónde se inclinaban las simpatías de Santos cuando aumentó la
tensión entre las dictaduras del Eje europeo y los poderes
democráticos en la escena mundial. Si bien no era un defensor
constante y ardiente de los Estados Unidos, era un francófilo
notable; y aunque pudiera sentirse más atraído hacia la cultura
francesa que hacia la anglo-sajona, miraba a los Estados Uni
dos como el defensor potencial más poderoso de los valores
democráticos, lo que para él incluía los valores franceses y
colombianos, ante la crisis que se avecinaba.
17
II. RELACIONES PRELIMINARES
16
ilcbidco tiempo, Santos sería vituperado como un simple lacayo
de los Estados Unidos —como un entreguista, en la peor tradi
ción dle Olaya Herrera. Por consiguiente, vale la pena notar que
nI connienzo hubo una época en la que Santos y su periódico El
Ticmpw gozaron de la reputación de ser no pro sino anti-
iiorteamericanos. Cuando el Partido Liberal retornó al poder
en 1930, los representantes de los Estados Unidos en Colombia
min abrigaban dudas muy concretas respecto a Santos: éste era
“muy anti-norteamericano”, de acuerdo con un informe de
inteligencia elaborado pocas semanas antes de la posesión de
Olaya 2. Sin embargo, los observadores norteamericanos espe
raban confiadamente que su lealtad personal y de partido para
con O»laya les aseguraría su apoyo, o por lo menos su consenti
miento a la política fuertemente pro-norteamericana de este
último. Esta esperanza resultó estar muy bien cimentada. Las
continuas críticas de El Tiempo a la United Fruit Company
proclamaban: “Sur América para los suramericanos”, y favo-
recíani la suspensión del pago de la deuda nacional externa3;
pero en esencia el periódico no mostró ningún anti-norteame-
ricanhsmo sistemático, sino una preocupación razonable por
los inttereses colombianos. En realidad, en sus titulares la políti
ca exiterior de Olaya Herrera tenía el respaldo político de
Santos.
Adlemás, como la mayoría de los colombianos cultos, Santos
rcspomdía positivamente a la política del Buen Vecino según la
predicaba Franklin D. Roosevelt, tomando esta política como
evidemeia de una sincera intención por parte del gobierno de los
Estadios Unidos para enmendar su posición en los asuntos
hcmisiféricos. Tampoco hubo la menor duda en cuanto hacia
dónde se inclinaban las simpatías de Santos cuando aumentó la
tensióin entre las dictaduras del Eje europeo y los poderes
democráticos en la escena mundial. Si bien no era un defensor
constante y ardiente de los Estados Unidos, era un francófilo
notabile; y aunque pudiera sentirse más atraído hacia la cultura
francesa que hacia la anglo-sajona, miraba a los Estados Uni
dos ciomo el defensor potencial más poderoso de los valores
democráticos, lo que para él incluía los valores franceses y
colombianos, ante la crisis que se avecinaba.
17
I
La decisión del presidente Santos de trabajar estrechamente
con los Estados Unidos halló respuesta inmediata en el campo
de la cooperación militar, y la iniciativa en este asunto partió
del lado colombiano cuando Santos debía haber esperado a que
los Estados Unidos hicieran la oferta. Tan sólo dos días después
de su posesión, Santos mencionó informalmente en una conver
sación con el antiguo ministro de los Estados Unidos en Colom
bia, Jefferson Caffery —quien había sido el representante ofi
cial de los Estados Unidos en la ceremonia de toma de pose
sión— su interés en obtener una misión naval norteamericana
para Colombia. Enfatizó a Caffery que confiaba que tal misión
no trataría de promover la venta de armamentos y al respecto se
refirió amargamente al éxito que tuvieron las misiones anterio
res de comunicaciones y aviación de Suiza deshaciéndose en
Colombia de costoso equipo (la mayor parte sin ningún valor,
según Santos)4. En realidad, Santos no tenía el mínimo deseo de
embarcarse en una carrera armamentista. El objetivo que tenía
en mente era simplemente el de colaborar en la modernización
técnica y la profesionalización de las tradicionalmente peque
ñas fuerzas militares colombianas. Al mismo tiempo, según lo
explicó más adelante, lo que se proponía con esta solicitud de
asistencia técnica militar era que la misma fuera una demostra
ción de la confianza de Colombia en los Estados Unidos5.
Inmediatamente, el Departamento de Estado expresó su
agradecimiento por la propuesta de Santos y le comunicó la
certeza de que la política fundamental de las misiones militares
de los Estados Unidos era la de no hacer promoción de ventas6.
Sin duda, había una pequeña complicación, y era que en Co
lombia ya existía una misión naval británica. En realidad, la
creación de la Armada colombiana en su forma moderna data
de la llegada de la misión británica en 1935; y los británicos no
solamente entrenaban personal colombiano, sino que detenta
ban posiciones de mando en la Armada colombiana, mientras
se preparaba a los nacionales para asumir la responsabilidad
total. Parece que Colombia no tuvo quejas serias acerca de la
18
(il inación británica. Sin embargo, el nuevo gobierno decidió
i remplazar la misión inglesa por la de los Estados Unidos,
basándose en que los avances técnicos de éstos y las “facilidades
Mipcriores” hacían aconsejable el cambio. Los detalles se arre
glaron rápidamente, y el 23 de noviembre de 1938 se firmó el
muerdo necesario para cubrir un período de cuatro años. Este
convenio estipulaba que la misión naval de los Estados Unidos,
al contrario de su predecesora, funcionaría únicamente en cali
dad de consejería técnica, teniendo en cuenta que los oficiales
colombianos entrenados por los británicos se encontraban lis
ios para asumir todas las posiciones; de mando. La misión
británica terminó, pues, sus servicios y la misión norteamerica
na comenzó a operar a principios de 19397.
Aunque originalmente Santos había hablado únicamente de
una misión naval, las negociaciones se ampliaron para estable
cer asimismo una misión aérea. Pocos a ños antes, como resulta
do de la crisis de Leticia entre Colombia y el Perú, un grupo de
pilotos y mecánicos de aviación estadinenses había sido contra
tado en forma individual para asistir en la expansión transitoria
de la aviación militar colombiana y, e:n efecto, había actuado
extraoficialmente como una misión aérea norteamericana8. De
igual modo, habían existido en diferentes épocas misiones
aéreas europeas, incluida la misión suiiza, a la cual Santos se
había referido en forma poco amable, aunque en el momento de
su posesión no existía ninguna. De hecho, no existía una verda
dera fuerza aérea nacional. Sin embargo, se produjo un acuerdo
aéreo entre Colombia y los Estados Unidos en términos muy
similares a los del convenio naval (aunque únicamente por un
período de tres años), acuerdo que fue firmado el mismo día,
estipulando la creación de la misión de líos Estados Unidos para
ayudar en el “desarrollo y funcionamiiento de la aviación del
Ejercito Colombiano”9. Por otra parte, en ese momento Co
7. MemGuerra (1939), págs. 1,35-37; Misión Naval: Convenio entre
los Estados Unidos de América y Colombia (Executive Agreement
Series No. 140, Washington, 1939). La misión británica estaba
encabezada por un capitán retirado dle la Marina Real, y sus
miembros llegaron a Colombia en calidad de particulares antes que
en calidad de oficiales británicos. Ver Baisil O. Bell Salter, “Presen
te y futuro de la Marina Colombiana”, [Revista del Ejército, octu
bre de 1936, págs. 42-47.
K. Newsweek, 21 de abril de 1934, pág. 14:; MemGuerra (1935), pág.
12; MemGuerra (1936), pág. 108.
9. Misión Militar: Convenio entre los Estados Unidos de América y
Colombia, Executive Agreement Series No. 141, Washington,
1939.
19
lombia no solicitó ninguna misión técnica norteamericana para
sus fuerzas de tierra. Antes, por el contrario, a comienzos de
1939 Santos trató de obtener de Francia una misión para el
ejército, primordialmente para que dictara cursos en la Escuela
Superior de Guerra e instituciones similares. Los colombianos
también esperaban enviar algunos oficiales del Ejército a Fran
cia para realizar estudios avanzados y entrenamiento, pero el
programa completo de cooperación militar franco-colombiano
nunca se materializó, debido al desarrollo de la crisis en Europa
y más adelante al estallido de la guerra10.
Una curiosa coincidencia: exactamente un día después de la
firma de los convenios de las dos misiones, Colombia reveló
que su ministro designado había sido retirado de Berlín como
resultado de un incidente en el cual él y su grupo habían sido
detenidos temporalmente por las autoridades alemanas por
tomar fotografías de las atrocidades nazis contra la comunidad
judía11. No existía un nexo directo entre los dos acontecimien
tos, pero la coincidencia de ambos sucesos simbolizaba clara
mente la convergencia de dos aspectos de la política exterior
colombiana: desaprobación soterrada y desconfianza hacia los
poderes del Eje, como también una alineación básica al lado de
Estados Unidos en los asuntos mundiales; el primer aspecto
sirvió continuamente para reforzar el segundo. Por otra par
te, a largo plazo, los acuerdos de noviembre de 1938 representa
ban un punto obviamente importante en la historia de las
relaciones colombo-norteamericanas. Fueron la base para una
estrecha colaboración en una de las áreas más sensitivas de la
política nacional; y no solamente sentaron un precedente en
este sentido, sino que también inauguraron una era, ya que
dichos acuerdos han sido repetidamente prorrogados —y
ampliados— desde 1938 hasta la fecha.
La noticia de los acuerdos no fue oficialmente anunciada
hasta el 26 de noviembre. Se recibió con una aprobación homo
génea por la prensa liberal, y un comentarista del periódico de
propiedad del Presidente, El Tiempo, anotaba cuán acertado
era el obtener asistencia militar de un país como los Estados
20
I lindos donde las fuerzas armadas, al igual que en Colombia,
rilaban tradicionalmente subordinadas a la autoridad civil12.
// órgano principal de la oposición conservadora, no
adoptó editorialmente una posición formal acerca de los conve
nios, aunque entre la firma y el anuncio de los mismos sus
editoriales se habían referido a una campaña financiada por los
I st.idos Unidos para vender armas, mofándose al mismo tiem
po de los peligros que representaba el Eje para América Latina
v puntualizando, por añadidura, que no había ninguna diferen
cia entre el “linchamiento” de los judíos en Alemania y el de los
negros en los Estados Unidos13.
Solamente hasta el 28 de noviembre se refirió el órgano
conservador al asunto en un largo comentario, en forma de una
contribución especial firmada por el ultraderechista Guillermo
( amacho Montoya. Fue, por decir lo menos, un análisis intere
sante, el cual comenzaba con una aceptación franca de la
necesidad de obtener ayuda técnica extranjera para las Fuerzas
Armadas colombianas. Pero Camacho Montoya continuaba
afirmando que las misiones habían sido contratadas en el lugar
equivocado. Refiriéndose a la misión naval, afirmaba que los
Estados Unidos no eran el poder naval más importante del
mundo; aparentemente prefirió no mencionar siquiera qué país
lo era. En cuanto a la misión aérea fue menos reticente acla
mando llanamente a Italia como el país más avanzado y, por
consiguiente, el país más capacitado para asesorar a Colombia.
“Los alemanes”, declaró, “también son excelentes aviadores y
han tenido la oportunidad de entrenarse en los campos de
batalla de España”. También los españoles eran excelentes.
Además, en caso de que alguien llegara a considerar la inferiori
dad técnica de los Estados Unidos como un argumento débil en
contra de los recientes convenios, Camacho Montoya contaba
con un argumento aún más poderoso basado en cuestiones
culturales: “El aporte saxo-americano al cosmos de las ideas
universales es de una mediocridad insufrible. En su cultura sólo
ofrecen a Poe y Whitman, dos poetas cuya aparición en aquel
escenario fue un verdadero milagro de la naturaleza; Estados
Unidos serán exportadores de civilización pero no de cultura.
Le han enseñado al mundo a afeitarse, a bañarse diariamente, a
usar sanitarios esmerilados, a alquitranar las carreteras para
que los automóviles que sus fábricas producen puedan rodar
oi
sobre ellas...”. Después de una disertación acerca de la diferen
cia religiosa entre la América protestante y la América católica,
terminaba ofreciendo su conclusión de que “hubiera sido mejor
que el Gobierno contratase estas misiones, que responden a una
necesidad, con aquellos con quienes tenemos mayores afinida
des espirituales”14.
Otro columnista de El Siglo mencionó un rumor alarmante
en el sentido de que los convenios de las misiones estaban en
alguna forma relacionados con una alianza militar —“una
alianza imposible”, según él— entre Colombia y los Estados
Unidos. Sin embargo, aceptó la oportuna negativa que sobre el
particular hizo El Tiempo15. Por el momento, no se habló más
del asunto ya que la explosión de Camacho Montoya no logró
encender la chispa de una campaña en mayor escala o en mayor
proporción en contra de los convenios de las misiones. Tampo
co su preferencia personal por la Italia fascista en contra de la
tierra del Buen Vecino representaba un consenso exacto de
la opinión de los conservadores colombianos. Representaba la
actitud de un ala extremista la cual, en amarga frustración por
la hegemonía liberal existente en Colombia, se sentía atraída en
forma creciente por las doctrinas anti-democráticas en general,
y hacia la causa de los poderes del Eje. Pero todavía existía una
poderosa corriente pro-norteamericana en las filas de los con
servadores, basada en esencia tanto en la tradición de la Estrella
Polar de Marco Fidel Suárez, como en los intereses personales
que unían a muchos conservadores importantes con firmas de
negocios norteamericanas en Colombia. Esta corriente encon
tró quizás su más pura expresión en el pequeño semanario de
orientación católica, “La Defensa Social”, el cual sentía gran
admiración hasta por la United Fruit Company y no podía
menos de aprobar las misiones militares de los Estados Uni
dos16. En posición más bien intermedia se encontraba el conser
22
vador más importante de la época, Laureano Gómez, editor de
/ / Siglo y dirigente reconocido —aunque, también contro
vertido— de su partido. Gómez, en fin de cuentas no era un
admirador de los Estados Unidos, pero en años recientes ha
bía guardado sus denuncias más amargas para los nazis, los
fascistas y los bolcheviques. Personalmente no aprobaba todo
10 que aparecía en su periódico y aunque en verdad se hubiera
sentido más satisfecho sin ninguna de las dos misiones nortea
mericanas, a duras penas se le hubiera ocurrido sugerir que en
su lugar se trajera a Colombia una misión italiana17.
Los primeros jefes de las misiones aérea y naval llegaron a
Bogotá a comienzos de enero de 193918, yjunto con su personal
estuvieron ocupados durante algún tiempo en la organización
de sus asuntos y en familiarizarse con la escena militar colom
biana. El proceso de orientación tenía que ser un asunto común
y la misión naval, por su parte, tenía la idea de que los anterio
res consejeros británicos habían tratado de predisponer por
adelantado a los colombianos en contra de sus sucesores19.
Pero, generalmente hablando, los representantes de los Estados
Unidos se encontraban altamente satisfechos con los progresos
iniciales de ambas misiones; y en la práctica, la cooperación
militar no se limitó estrictamente a cuestiones navales y aéreas.
11 gobierno de Santos no parece haber compartido el vivo
interés mostrado por el régimen de López por obtener equipo
alemán bajo generosos términos de crédito nazis, y los abaste
cedores norteamericanos obviamente se beneficiaron con es
to20. Igualmente, el Gobierno colombiano respondió con pron
titud a una invitación para que enviara una comisión militar
—incluidos naturalmente, oficiales de las fuerzas de tierra—a
visitar las defensas de la Zona del Canal21. La visita se efectuó
en abril de 1939 con una duración de una semana y fue seguida
en junio, por la visita de retribución de un grupo encabezado
por el mayor general David L. Stone, comandante del Departa-
73
mentó de la Zona del Canal22. La presencia de Stone y su grupo ;
provocó cáusticos comentarios por parte del columnista de El í
Siglo encargado de asuntos internacionales, Américo Latino 1
(Luis Alfredo Otero), quien se refería a Charles A. Lindbergh
como una autoridad, con el objeto de difamar aún más la
eficacia de la aviación norteamericana, a la manera de Cama-
cho Montoya, y sugería que el único paso que quedaba por dar
era que los Estados Unidos arrastraran a Colombia a una
“alianza militar... en contra de los países totalitarios, lo cual
sería una pérdida de tiempo ya que los dictadores son más
prácticos y avisados para ejercer una penetración cultural y
económica en América,, más eficaces que los discursos acerca de
la Buena Vecindad, democracia...”23. Sin embargo, tal crítica ¡
no podía detener lo que se convertiría en un continuo intercam- '
bio de visitas de consulta e inspección entre los militares de
todas las ramas de Colombia y los Estados Unidos.
A su debido tiempo :se dieron diversos pasos para la reorga
nización de las Fuerzas Armadas de Colombia bajo la recomen
dación de los consejeros norteamericanos; se reacondicionaron
aviones del ejército que anteriormente habían sido catalogados
como inseguros, con ahorros considerables para Colombia; y
mientras continuaban los viajes hacia y desde la Zona del
Canal, un número creciente de personal militar colombiano fue
enviado a los Estados Unidos para entrenamiento especializa
do. Oficiales de la Marina, pilotos y mecánicos de aviación
fueron los primeros, seguidos por oficiales de la Infantería y la
Artillería y representantes de otras ramas. Los programas de
entrenamiento dirigidos por consejeros norteamericanos en
Colombia se ampliaban a medida que pasaba el tiempo de tal
manera que incluso se enviaron oficiales no comisionados para
que sirvieran, a pedido de Colombia, como instructores milita
res en panadería24.
22. The New York Times, 13 de abril de 1939, 8:4y 8 de junio de 1939,
12:4.
23. El Siglo, 14 de junio de 1939. Aunque el libro La Danza de los
millones, de Fluharty, pág. 63, identifica a Américo Latino como
Guillermo Camacho Montoya, parece que está en un error. Rubén
Pérez Ortiz, Seudónimos colombianos, Bogotá, 1961, pág. 11.
24. Braden al secretario de Estado, 7 de marzo de 1940, DS. 821.
20/131; The New York Times, 20 de febrero de 1940; 8:5; Mem-
Guerra (1941), págs. xxx, 57.
24
II
Una innovación posterior, que data de la época del primer
uño de gobierno de Santos, fue elevar del rango de legación al
de embajada a las misiones diplomáticas de Colombia y los Es-
lados U nidos. Este cambio había sido recomendado por Santos
en sus observaciones a Caffery después de su posesión, y,
asimismo, esta propuesta tuvo una acogida favorable en Was
hington en octubre de 1938, cuando Miguel López Pumarejo,
quien anteriormente había actuado como ministro presentó sus
< ledenciales como primer embajador colombiano ante los Es
tados Unidos2526. El cambio de status de la misión estadouniden
se en Colombia se hizo efectivo a comienzos del año siguiente.
El primer embajador norteamericano ante Colombia fue
Spruille Braden, el mismo que más tarde ganaría duradero
i enombre por su cruzada contra el régimen de Perón en Argen-
Ima. Braden trajo a su nuevo cargo una vasta experiencia en
asuntos latinoamericanos, experiencia resultante de sus nego
cios y actividades financieras personales, especialmente en las
minas de cobre de Chile, así como de diversos nombramientos
anteriores, aunque hasta ese momento no hubiese sido jefe de
ninguna misión permanente de los Estados Unidos en América
Latina. Asimismo, trajo consigo un fácil dominio del español,
una esposa chilena y una simpatía genuina hacia Colombia, a la
cual elogiaba en una carta personal al presidente Roosevelt
como la nación más democrática de Suramérica27. Su experien
cia en el ámbito de los negocios lo convirtió en un promotor
ansioso del comercio y la inversión norteamericanos; además
conocía muy bien las debilidades y los puntos fuertes de sus
colegas de negocios e iba a demostrar ser un crítico severo de
aquellos que, en su opinión, se comportaban en forma indebida
con el país anfitrión28. La llegada del primer embajador nortea
mericano fue, por lo tanto, un factor positivo por derecho
propio —y en más de una forma— para las relaciones
colombo-norteamericanas.
25
III
26
limbos países. Cuando el Secretario de Estado, Cordell Hull,
i espundio a las preguntas de la prensa diciendo que no recorda
ba ninguna consulta oficial con Colombia sobre el asunto de la
defensa del Canal32, confirmó simplemente en forma indirecta
la rotunda negativa del presidente Santos sobre la existencia de
una alianza secreta, negativa que demostró ser particularmente
grata para la opinión conservadora. Además, la aprobación
general que recibió la declaración de Santos, en Colombia, se
In/o evidente al mes siguiente cuando la Cámara de Represen
tantes, con un solo voto en contra, manifestó su confianza en la
política presidencial interamericana.
La votación se realizó el 19 de agosto, después de algunos
dias de debates caracterizados por la fuerte denuncia que de los
1 stados Unidos hizo el representante Silvio Villegas, conserva
dor del ala derecha, quien hacía poco había roto con el lideraz
go de Laureano Gómez con el objeto de formar un movimiento
nacionalista independiente. Villegas fue particularmente severo
en sus ataques a las misiones aérea y naval, las cuales presentó
como una forma de penetración imperialista llevada a cabo con
el “pretexto” de defender las instituciones democráticas: “En
tregamos nuestro petróleo y nuestro banano y ahora entrega
mos nuestra aviación”33. Lo que Villegas en forma tan vehe
mente quería decir era que él, al igual que Camacho Montoya
en el mes de noviembre anterior, hubiera preferido obtener de
los poderes del Eje los servicios técnicos que se necesitaran. Sin
embargo, el hecho que debe tenerse en cuenta es que Villegas
libraba una batalla solitaria. Porque la mayoría liberal, grupo
<1 i rígido por el futuro mártir izquierdista —y viejo enemigo de
la United Fruit— Jorge Eliécer Gaitán, presentó una moción
apoyando vigorosamente al Gobierno en su respuesta cordial a
la política del Buen Vecino de Franklin D. Roosevelt. La
minoría conservadora, por su parte, presentó una resolución
que en el fondo difería muy poco, aunque enfatizaba cuidado
samente el hecho de que Colombia apoyaba la política de
Santos hacia los Estados Unidos “basada en una igualdad
jurídica”. Finalmente se adoptó una resolución que incorpora
ba elementos tanto del texto liberal como del conservador y que
satisfizo a todos, con la excepción de Silvio Villegas: “La
Cámara de Representantes declara su conformidad con la
orientación internacional seguida por el Gobierno, de estricto
27
entendimiento con los países americanos y de armonía y cola
boración con la política del Buen Vecino que preconiza el
actual presidente de los Estados Unidos, fundada en la igual
dad jurídica internacional y la unidad de acción para la defensa
de la democracia y el continente”34.
Escasos cuatro días más tarde, una vez más, Camacho Mon-
toya tuvo el camino libre en las columnas de El Siglo para
elogiar a Adolfo Hitler como “la primera figura política de su
época” y restaurador providencial de la grandeza alemana,
todo a propósito de las negociaciones del pacto Hitler-Stalin35.
Pero el voto arrollador de la Cámara de Representantes en pro
de la defensa de la democracia continental, fue un indicador
más apropiado del estado de la opinión política en ese momen
to. Los conservadores habían sido menos generosos que los
liberales en las alabanzas a los Estados Unidos en los debates
del Congreso, pero al menos veían que un realismo perspicaz
hacía que Colombia buscara buenas relaciones con su rico y
poderoso vecino36, y se sentían satisfechos de que Santos lo
estuviera haciendo bajo condiciones compatibles con los intere
ses y la dignidad de Colombia. Aún más, el efecto neto del pacto
Hitler-Stalin fue todavía más dañino para la imagen nazi entre
los conservadores que entre los liberales37.
Cuando la guerra finalmente comenzó, el sentimiento entre
los miembros de los dos partidos colombianos era predominan
temente pro-aliado, aunque mucho más vigoroso en el campo
liberal. Pequeños incidentes anti-alemanes confirmaron la opi
nión uniforme de observadores calificados a este respecto; las
expresiones positivas de apoyo a la causa alemana se podían
leer en el Karibischer Beobachíer, publicado en Barranquilla,
aunque en el resto del país fueron pocas y esporádicas38. El
sentimiento colombiano en favor de una neutralidad oficial
estricta fue aún más abrumador; por consiguiente, cuando
Santos proclamó tal política en un decreto del 6 de septiembre
28
Je I93919, contaba con el mandato claro de la opinión pública,
‘♦ni embargo, la neutralidad era compatible lógicamente con
iitiu continua y estrecha colaboración con los Estados Unidos,
i iiyo gobierno proclamó formalmente la misma política. En
ihalo, se pensaba que una neutralidad efectiva requería tal
i elaboración, precisamente para evitar cualquier posible ame
naza a la paz del hemisferio. Por lo tanto, Colombia participó
mineramente cuando los Estados Unidos convocaron pronta
mente a una reunión de los ministros de Relaciones Exteriores
<le las repúblicas americanas en Panamá. La delegación de
Colombia aprobó de buena gana las medidas especiales de
m ulialidad que se adoptaron en dicha reunión, la más impor
ta nic de las cuales fue la proclamación de una zona neutral, la
i nal supuestamente estaría libre de toda “comisión de actos
liosiilcs” o “actividades beligerantes” por parte de las poten
cias en guerra. Tal zona se extendía a un promedio de 300 millas
de las costas de las Américas39 40.
IV
29
modo, garantizó la legitimidad de las tendencias anti-nazis de
Laureano Gómez, aunque reconoció al mismo tiempo que las
potencias europeas del Eje podrían tener éxito en influenciar a
los conservadores colombianos por medio de su adhesión co
mún a la causa del régimen de Franco43. Otros colombianos se
sentían más propensos a la alarma, incluido el Concejo Munici
pal de Pasto, el cual en septiembre de 1938 urgía a los ciudada
nos y a las autoridades locales en toda Colombia para que
hicieran sentir incómodos a los residentes alemanes simpati
zantes de los nazis, y votó en favor de enviar una copia de su
resolución a Franklin D. Roosevelt, entre otros44. Asimismo, la
pequeña minoría comunista exageró el peligro de los agentes y
simpatizantes del Eje45, especialmente en la época anterior al
pacto Hitler-Stalin. Sin embargo, la actitud de Santos fue aún
más característica. Después del estallido de la guerra, ésta
misma amenaza comenzó entonces a suscitar mayor atención; y
el mayor impacto de la cambiante atmósfera lo sintió la Socie
dad Colombo-Alemana de Transportes Aéreos (Scadta).
Scadta, establecida en 1919 en Barranquilla por un grupo
colombo-austríaco-alemán, era la más antigua y una de las más
pujantes compañías de aviación comercial en América del Sur.
Había satisfecho una necesidad crítica en un país como Colom
bia, en el cual la topografía era supremamente desfavorable al
transporte terrestre, y la gran mayoría de los colombianos,
comenzando por el presidente Santos, apreciaba a Scadta
con una mezcla de gratitud, afecto e incluso orgullo. El nombre
oficial de la compañía era algo inapropiado desde 1931, cuando
la Pan American Airways adquirió en ella un interés financiero
mayoritario. Sin embargo, el objetivo primordial de la Pan
American era asegurarse el derecho de operar en Colombia y, al
mismo tiempo, obstruir la expansión de Scadta fuera del
país, donde estaría en competencia con sus propias rutas; una
vez alcanzadas estas metas por medio de su control final de
Scadta, Pan American se dio por bien servida con dejar que
la dirección anterior siguiera encargada de las operaciones de la
aerolínea46. Es así como una gran parte del personal adminis
30
trativo clave, pilotos y técnicos siguieron siendo de nacionali
dad alemana o austríaca, y aunque algunos de ellos eran resi
dentes de largo tiempo en Colombia, otros llegaron de
Alemania a trabajar por períodos más cortos. En este último
caso, permanecieron el tiempo suficiente para familiarizarse en
forma adecuada con Colombia y luego regresaron a sus países,
en algunas ocasiones, a prestar servicio activo con la Luftwaf-
fe47. Al mismo tiempo, Scadta, a través del servicio aéreo
fotográfico del cual tenía un monopolio virtual en Colombia,
estaba estructurando una colección de investigaciones aéreas
sin parangón. Y según lo irían a señalar posteriormente algunos
periodistas alarmistas, con monótona regularidad, estas inves
tigaciones incluían algunas de las principales vías de acceso al
Canal de Panamá. En realidad las aeronaves de Scadta ha
bían sobrevolado anteriormente el Canal. Por último, la red
de radio privada de Scadta aumentó en forma considerable
su potencial para servir los intereses del Tercer Reich48.
Debe hacerse énfasis en que lo que dio lugar a la inquietud
fue el eventual peligro que Scadta representaba para la se
guridad de Colombia y los Estados Unidos antes que una
larga serie de actividades ilícitas claramente comprobadas. Sin
embargo, durante algún tiempo esta preocupación existió casi
únicamente en los Estados Unidos. La misma Pan American
durante algún tiempo prefirió no interferir en forma activa con
la gerencia de su sucursal en Colombia, la cual, desde un punto
de vista estrictamente operacional, no creaba ningún problema
a la oficina principal. Entre tanto, la Pan American prefirió no
hacer pública la extensión exacta de su control financiero,
control que había sido comunicado a los gobiernos colombiano
y norteamericano en el momento de la compra, pero que era
generalmente desconocido en ambos países. Existía gran confu
sión acerca de los intereses de la Pan American, aun entre los
funcionarios colombianos responsables. Esta confusión fue
acrecentada, por decirlo así, por la administración de Scad
ta, y fue la embajada de los Estados Unidos bajo Spruille
31
Braden la que finalmente aclaró el problema y no la Pan
American Airways49.
En principio, Scadta se comprometió con una política de
continua capacitación del personal colombiano que existía den
tro de la organización, pero en la práctica, el progreso hacia este
objetivo fue supremamente lento. El primer paso efectivo hacia
la nacionalización de la línea aérea se vino a dar apenas en las
últimas semanas del gobierno de López con la Ley 89 de 1939,
aprobada por el Congreso colombiano, la cual establecía que
las compañías aéreas que estuvieran operando en el país esta
ban obligadas a emplear un determinado porcentaje de colom
bianos y que por lo menos el 51% del capital debía estar bajo el
control de intereses oficiales o de particulares nacionales50. La
ley daba un plazo de cuatro años para que la segunda provisión
se hiciera efectiva y se presentaron varias propuestas para la
reorganización de la aviación civil colombiana de acuerdo con
los principios establecidos por la ley. La propuesta que al final
obtuvo el apoyo oficial —y la aprobación del presidente Santos
en su mensaje en la apertura del Congreso en julio de 1939—
propugnaba la absorción de la Scadta y el Servicio Aéreo
Colombiano (Saco), una línea aérea pequeña de propiedad
colombiana, en una nueva compañía de aviación nacional con
la participación del gobierno colombiano51. Esta solución en
principio satisfizo perfectamente al grupo germano-austríaco
que administraba a Scadta. En realidad, la misma aproba
ción de la ley había sido apoyada por la administración de
Scadta, algunos de cuyos miembros ya eran ciudadanos co
lombianos naturalizados y otros se encontraban en el proce
so de serlo en cualquier momento. Aparentemente encontraron
en la legislación un medio de obtener una mayor independencia
vis á vis Pan American y al mismo tiempo de protegerse contra
cualquier interferencia indebida en sus asuntos por parte de
Alemania. Su confianza en su propia posición parecía total
mente justificada cuando el mismo Santos ayudó a acelerar la
naturalización del doctor Peter Paúl von Bauer, presidente de
32
Scadta y accionista individual sobresaliente, la cual se hizo
efectiva en marzo de 193952.
De todos modos, en lo que concierne a Colombia, la ley de
1938 se inspiró en razones de naciomalismo económico y no en
el temor de que Scadta en su situaciión de ese momento fuera
una amenaza para la seguridad. Aún después de que se aprobó
la ley y de que Pan American dio instrucciones contrarias,
Scadta continuó reclutando pilotos en Alemania y nego
ciando con el gobierno nazi la tramitación de su salida de aquel
; pero la opinión colombiana (continuó reaccionando en
país5354
forma desfavorable a las discusiones en los Estados Unidos
referentes al riesgo de Scadta™. Iniformes sobre la presión
oficial norteamericana sobre Colonnbia para nacionalizar la
firma (v. g. des-alemanizar) produjeron una reacción similar.
Tales informes fueron rotundamente negados por el gobierno
colombiano en abril de 193955, y en sentido estricto, tal nega
ción fue sin duda correcta. Pero la p'resión estaba dirigida a la
Pan American para que hiciera algo) acerca de la situación en
Scadta. como cuando los generales; H.H. Arnold y George
C. Marshall consideraron esencial uirgir a la línea aérea a que
reemplazara el personal alemán po»r personal norteamerica
no56. La Pan American nunca rehusió cooperar. Simplemente
33
dio al asunto muy poca urgencia lo que no satisfizo a los
funcionarios norteamericanos.
Finalmente, el estallido de la guerra llevó las cosas a un
punto crítico. La presión oficial estadinense sobre la Pan Ame-
rican se redobló y ésta decidió por último enviar a uno de sus
ejecutivos más importantes a Colombia con el propósito de
aligerar el proceso de la des-alemanización y de cooperar en las
negociaciones para la creación de una nueva compañía de
aviación nacional. En lo que respecta al primero de estos objeti
vos, la compañía aérea se sentía francamente insatisfecha, no
solamente por la cantidad de esfuerzos que se requerían, sino
también por el costo financiero, incluidos los crecidos desem
bolsos que por indemnización habría de pagar al personal
alemán licenciado bajo los términos de la legislación colombia
na y los reglamentos de la compañía. El costo fue particular
mente elevado ya que los Estados Unidos estaban empecinados
en que Pan American acabara con el personal naturalizado
alemán o austríaco, así como también con los miembros del
personal que no se habían naturalizado en Colombia; por lo
tanto, la nueva ciudadanía de Von Bauer, por ejemplo, no fue
suficiente para conservarle el puesto. Desde el punto de vista
del embajador Braden, la Pan American continuaba siendo
muy complaciente, sin mencionar que le faltaba franqueza.
Acusaba a la firma de que no solamente se había abstenido por
largo tiempo de informar hasta dónde se extendía su control de
Scadta, sino también de que ahora exageraba demasiado la
dificultad de conseguir pilotos norteamericanos para reempla
zar a los alemanes. Sin embargo, durante los últimos meses de
1939 y comienzos de 1940, un número crecido de alemanes salió
y fue reemplazado por colombianos o norteamericanos. Todos
los administradores ejecutivos alemanes (o ex-alemanes) fue
ron relevados de sus puestos en febrero de 1940, fecha en la cual
Scadta instaló un equipo especial de rastreo de dirección
con el fin de mantener constante vigilancia de los movimientos
de los aviones piloteados por aviadores germanos que todavía
faltaban por licenciar57.
34
El Gobierno colombiano, a pesar de que todavía existía
buena disposición tanto oficial como particular hacia la
Scadta, cooperó plenamente con la campaña preventiva que
estaba en marcha. Ya en septiembre de 1939 el Gobierno cum
plió su parte al colocar guardias militares en los aeropuertos
civiles y haciendo que copilotos militares colombianos volaran
aviones comerciales58. Santos dio cuenta a Braden de su pre
ocupación por los alemanes que llevaban más tiempo en
Scadta59; pero parece que su intervención en su favor no lle
gó a ser efectiva.
Al mismo tiempo se hacían progresos en el establecimiento
de una nueva compañía de aviación que sustituyera tanto a
Scadta como a Saco, de acuerdo con la propuesta de Santos
al Congreso, en julio de 1939. El Gobierno colombiano se
guía firme en su deseo de ser la voz dominante en- dicha em
presa, pero no estaba en condiciones de pagar inmediata
mente las acciones de capital que le correspondían. La fórmula
que se adoptó finalmente fue la de que el Gobierno tendría
opción de adquirir el 40% de las acciones, con un 20% reserva
do para ciudadanos particulares que fueran colombianos de
nacimiento. Al mismo tiempo, Pan American Airways conti
nuaría siendo el accionista principal y, al menos por el momen
to, la dirección técnica sería ejercida por el personal de Pan
American; pero el Gobierno colombiano tendría desde el inicio
de las operaciones una representación en la junta directiva
mayor de la que sus acciones podrían garantizarle. En general,
dicha solución no fue del agrado de Pan American, pero su
libertad de negociación estaba limitada tanto por la existencia
de la Ley de Nacionalización de 1938 como por la presión del
Departamento de Estado.
Por consiguiente, el 8 de junio de 1940, Scadta fue for
malmente fusionada en la nueva compañía Aerovías Naciona
les de Colombia (Avianca), la cual se estableció de acuerdo
35
con las pautas indicadas60. Para entonces, además, el personal
alemán anterior había sido eliminado de todas las posiciones
claves; quedaron algunos empleados pero fueron gradualmente
eliminados en los meses subsiguientes, mientras que los Estados
Unidos, alentaba en forma discreta el éxodo a través de conti
nuas discusiones con los funcionarios de la Pan American y de
Avianca61.
36
III. LA POLITICA DEL BUEN VECINO
Y LA POLITICA COLOMBIANA
I
El principal arquitecto del cambio señalado fue el caudillo
conservador Laureano Gómez, quien tomó la iniciativa de
hacer que la política hacia los Estados Unidos se convirtiera en
un asunto político de partido. Hasta cierto punto, esto reflejó
únicamente el deterioro gradual de las relaciones entre los
partidos en la escena nacional, lo que animó a Gómez, cuando
la ocasión le fue propicia, a considerar la política exterior como
un arma de ataque en contra del régimen liberal. Pero las cosas
no se quedaron ahí. Como ya lo hemos sugerido en el capítulo
anterior, la actitud fundamental de Gómez hacia los Estados
Unidos era más desfavorable que favorable; y solamente necesi
taba un pequeño impulso para transformarla en abierto anta
gonismo en torno a un tema dado.
17
Indudablemente Gómez nunca había estado —y nunca lo
estaría— interesado en la política exterior como prioridad. Por
entonces su única pasión perdurable era mantener la fuerza y la
moral del Partido Conservador en la adversidad temporal y,
por consiguiente, estar preparado para aprovecharse de cual
quier debilidad o mal paso de los liberales que pudiera abrir el
camino para el retorno de los conservadores al poder. Y aunque
no miraba con buenos ojos a los Estados Unidos, tampoco
miraba con simpatía a las dictaduras totalitarias europeas»
tanto la nazi-fascista como (especialmente) la comunista. Inclu
sive había escrito un libro, El cuadrilátero1, en el cual ataca
ba violentamente a Hitler, Stalin y Mussolini y elogiaba a
Gandhi (entre todos) como un ejemplo que había que seguir.
Este libro se publicó en 1935 y ya en 1939 Gómez podría haber
cambiado su manera de pensar en cierto modo; por una parte,
no había duda de que se sentía agradecido hacia Hitler y
Mussolini por su participación en la Guerra Civil Española y
por su apoyo al general Franco, cuyo régimen contaba con el
respaldo irrestricto de Gómez y puede decirse que de todos los
conservadores colombianos. Sin embargo, Gómez era todavía
más anti que pro-nazi-fascista. Consideraba que las dictaduras
alemana e italiana no tenían escrúpulos, eran inherentemente
agresivas —por lo menos al otro lado del Atlántico— y adictas
en forma blasfema a lo que su periódico El Siglo denominó
“Estatolatría”2.
1. Bogotá, 1935.
2. El Siglo, 24 de febrero de 1939. En las declaraciones de Laureano
Gómez es posible encontrar apoyo tanto para el punto de vista de
que él era un amigo sincero de la democracia y de los Estados
Unidos como del punto de vista de que era un totalitario endureci
do y pro-nazi. Es relativamente fácil llegar a esta conclusión si uno
hace responsable personalmente a Laureano Gómez de todo lo que
aparecía en El Siglo. Por lo tanto, en la siguiente discusión del
pensamiento de Gómez, he sido guiado por mi propia impresión de
los temas persistentes. Esta impresión a su vez, está basada princi
palmente en las propias declaraciones de Gómez en los debates en
el Senado colombiano durante el período bajo consideración, es
decir, 1939-1940; ya que éstas fueron publicadas en su totalidad en
su periódico, la referencia (a no ser que se indique lo contrario), es
El Siglo. Si pareciese que en este estudio se da atención despro
porcionada al análisis de las actitudes de Gómez —en menoscabo
de los puntos de vista del gobierno de Santos y otros tintes de la
opinión tanto liberal como conservadora— la explicación es que
fue Gómez quien tomó la ofensiva, y también que su posición
38
I n lo que respecta a los Estados Unidos, Gómez no estaba
especialmente preocupado por la amenaza de la explotación
económica yanqui. Compartía con muchos liberales el punto de
vista de que Olaya Herrera había sido culpable de entreguismo
en asuntos económicos y financieros, y El Siglo, en forma
general, era hostil a las compañías petroleras norteamericanas
(a pesar de que algún órgano del ultra-nacionalismo lunático
seguía refiriéndose a su periódico como “un diario conservador
al servicio de los grandes intereses petroleros yanquis’’)3. Por
otra parte, en forma conspicua, Gómez se abstuvo de hostigar a
la United Fruit Company4. Gómez, El Siglo, y los conservado
res en general estaban resueltamente al lado del capitalismo, en
contra del socialismo e insistían con sinceridad aparente en que
favorecían cualquier forma de inversión privada extranjera que
no buscara privilegios especiales en Colombia. Gómez no po
día apelar a una larga enumeración de abusos concretos sobre
los cuales basarse para atacar la política del gobierno de Esta
dos Unidos en Amétrica Latina, aunque reprimía al máximo su
admiración por el segundo Roosevelt. Y endo más atrás, aún no
había olvidado la “toma” de Panamá por el primer Roosevelt y
se había opuesto amargamente al Tratado Urrutia-Thomson5.
Pero aceptó el hecho de que el asunto de Panamá, oficialmente
al menos, era un asunto concluido.
Por último, Gómez tampoco se encontraba dispuesto a repe
tir la triste historia de las intervenciones militares norteameri
canas en otros lugares a lo largo de las costas del Caribe. En
realidad, una de las intervenciones de los Estados Unidos que
más enardeció a Gómez, después de Panamá, fue una que los
izquierdistas anti-norteamericanos nunca mencionaron: la pre
tendida intervención de los Estados Unidos en México en favor
del gobierno revolucionario. Gómez consideraba que desde la
época de Dwight Morrow los Estados Unidos, en forma abier
ta, habían dado apoyo a un régimen anti-cristiano y socialista
que estaba oprimiendo cruelmente al México verdadero, el
México católico y tradicional. Además, Gómez consideraba
éste como un aspecto único de una antigua tendencia de los
40
de los poderes de Europa Occidental, o de los Estados Unidos, y
el resultado fute reforzar la tendencia aislacionista que natural
mente surgía de su absorción primaria en la política nacional
colombiana. Al mismo tiempo, se encontraba dispuesto a tole
rar una diversidad considerable de actitudes en cuanto a los
asuntos internacionales entre las filas conservadoras y cierta
mente no existía en este aspecto una uniformidad tediosa en las
páginas de El Siglo. Este último empleaba los servicios de
noticias Transoceánico Alemán (junto con United Press) y
su propio connentarista de noticias del extranjero Américo
/ atino era simultáneamente un crítico persistente de los Esta
dos Unidos y generalmente comprensivo de los puntos de vista
del Eje. La página femenina de El Siglo proclamaba con gran
entusiasmo que “Adolfo Hitler también tiene buen gusto”, a
propósito del diseño y los muebles de su retiro campestre en
Berchtesgaden8.
El periódico, de manera característica, minimizaba el inci
dente que dio lugar al retiro del ministro designado colombiano
en Berlín, al sugerir que éste había sido provocado, al menos en
parte, por el comprensible resentimiento de Alemania, inflama
da por la hostilidad oficial anti-diplomática de Colombia. Aún
en esa misma ocasión, hasta Américo Latino tuvo que acep
tar que la protesta de Colombia por la detención arbitraria de
un diplomático extranjero se justificaba técnicamente9, y toda
vía en otra ocasión —aunque ciertamente no de todos los
días— las columnas editoriales de El Siglo adoptaron una
vigorosa línea anti-nazi. Un ejemplo de lo anterior es el edito
rial publicado a comienzos de 1939 bajo el extraño título de “El
campo ilímite de la insensatez”, el cual sin lugar a dudas
reflejaba el pensamiento de Gómez en ese instante. Negaba
rotundamente que el conflicto fundamental en la escena mun
dial fuera entre el nazi-fascismo y el comunismo; era entre la
cristiandad, con el catolicismo a la vanguardia, y el punto de
vista de la vida “pagano y materialista” que era un lazo común
entre el nazismo y el comunismo. “Si Rusia ha sido el principal
campo de batalla y de derrota de la idea cristiana por el enemigo
comunista, Alemania es lo mismo en relación con otro enemi
go, el paganismo”. El editorial continuaba entonces enumeran
do las razones de la oposición irreconciliable entre el nazismo y
el catolicismo y daba ejemplos espeluznantes de la propaganda
anti-cristiana de los que hablaban en nombre del nazismo10.
8. El Siglo, 23 de febrero de 1939.
9. El Siglo, 26 de noviembre de 1938.
10. El Siglo, 24 de febrero de 1939.
41
Un editorial como éste bien podría haber aparecido, con
pequeños cambios, en un periódico moderado o de izquierda
liberal. Aún así, una diferencia importante entre el estilo de
anti-nazismo de El Siglo y el estilo liberal era que el órgano
conservador y su editor, Laureano Gómez, no necesariamente
gustaban más de los Estados Unidos simplemente porque no
gustaran del nazismo. Por lo tanto, el embajador Braden, des
pués de su llegada a Bogotá, expresó su preocupación acerca de
la actitud general de El Siglo, y tan pronto como le fue factible
buscó la oportunidad de reunirse personalmente con Gómez
para estudiar si había la posibilidad de hacer algo para mejorar
la situación. Organizó una entrevista con el conocimiento y la
aprobación previos del presidente Santos y en el transcurso de
la misma se refirió a la animosidad del periódico y especialmen
te a la de Américo Latino. A esto Gómez respondió en forma
predecible, que ni él ni El Siglo eran anti-norteamericanos.
Aseguró al embajador que los conservadores admiraban a los
Estados Unidos como “a la democracia perfecta”, pero que
consideraban que las culturas latina y anglo-sajona debían
desarrollarse a lo largo de caminos paralelos preferiblemente
antes que compartir el mismo camino. También le puntualizó a
Braden su resentimiento por la política de los Estados Unidos
hacia México. Pero la reunión terminó en forma amistosa y
estableció un precedente para posteriores intentos directos de la
embajada norteamericana por influenciar a Gómez11.
Aunque el periódico de Gómez continuó mostrando ciertos
altibajos de hostilidad, los comentarios que contenía acerca de
los Estados Unidos no fueron nunca tan severos como los aún
peores que tenía para decir (en pocas ocasiones especiales)
sobre la Alemania nazi. En los meses anteriores al estallido de la
guerra, el común denominador de las opiniones expresadas en
El Siglo acerca de la crisis mundial era simplemente que la crisis
no constituía preocupación directa para Colombia. El Siglo
sostenía que América Latina no estaba realmente amenazada
—ni, en efecto, lo estaban los Estados Unidos—, cuyo gobierno
se agitaba en contra del Eje para dar apoyo a su posición políti
ca en su país y para incrementar sus intereses materiales en^
América Latina, camuflando la rivalidad económica con argu
mentos ideológicos. El Siglo observaba que esta misma rivali
dad probaría ser únicamente beneficiosa para los latinoameri
canos, implicando que ellos podrían poner un antagonismo en
42
oposición con el otro, con el fin de extraer mejores condiciones
para sí mismos12. Los representantes conservadores dieron con
su voto de confianza, en agosto de 1939, sólido respaldo a la
política interamericana del presidente Santos13, y este grado de
unidad de partido pudo lograrse únicamente con la concurren
cia de Laureano Gómez; aunque vale la pena notar que los
conservadores en general, y El Siglo en particular, tendían a
darle una interpretación estricta a tal voto. Por encima de todo,
lo relacionaron con la propuesta del Presidente, evidente de por
sí, de que Colombia no podía permitir que su territorio fuese
utilizado para actos hostiles contra el Canal de Panamá y, en
tanto que ellos abrazaban la solidaridad interamericana, prefe
rían equilibrar tal solidaridad en el momento presente con una
intención común para preservar la neutralidad en relación con
la lucha europea14.
II
43
bajo la Declaración de Panamá, la presencia de barcos de
guerra beligerantes “cientos de millas en alta mar”, podría
arrastrar a Colombia a la lucha. Peor todavía: Colombia, aun
que comprometida por la Declaración a prevenir o castigar una
infracción de la zona de neutralidad, no contaba con los recur
sos militares para hacerlo. Por lo tanto, lo que la Declaración
realmente quería decir, alegaba, era que Colombia ponía su
propio territorio a la disposición de los Estados Unidos para
utilizarlo en hacer cumplir los términos de la Declaración: “El
día en que un buque alemán, o un buque japonés, o un buque de
cualquier nacionalidad resuelva hacer cualquiera cosa a cierta
distancia del Canal de Panamá, que nosotros perdimos, ¡nos
ofende a nosotros! y tenemos que declarar que eso que perdi
mos, que ya no es nuestro, tenemos que salir a defenderlo, y
como no tenemos cómo hacerlo, entregaremos nuestros puer
tos, tenemos que entregar nuestro aire para que los norteameri
canos se encarguen de prestarnos el favor de defender lo que es
de ellos...”15.
Gómez no se contentó únicamente con atacar virulentamen
te los términos de la Declaración; también acusó al Gobierno
colombiano de asumir compromisos para los cuales no contaba
con autoridad constitucional, a espaldas del Congreso. Habien
do dado a entender que iba a Panamá a adoptar medidas para
asegurar la neutralidad, el Gobierno había privado a Colombia
de su propia iniciativa en un convenio de mucho alcance y
básicamente no neutral, el cual venía a ser un “verdadero
tratado de alianza”, algo que bajo la Constitución colombiana
requería de la aprobación del Congreso. Todo esto, concluía
Gómez, formaba parte de un esfuerzo para “destruir el Congre
so”, significaba la “abolición de la democracia”16.
El rechazo oficial a las acusaciones de Gómez expresado en
el Senado por el ministro de Relaciones Exteriores, Luis López
de Mesa, señalaba de manera acertada que Gómez había exage
rado crasamente el alcance de lo que se había hecho en Panamá.
Colombia no estaba comprometida en ninguna acción militar
específica en caso de que un buque de guerra, alemán o japonés,
estuviera involucrado en “actividades beligerantes” dentro de
una distancia determinada de sus costas; y mucho menos a
entregar las bases colombianas a los Estados Unidos para ser
utilizadas en la defensa del Canal; de acuerdo con la Declara
ción de Panamá, Colombia estaba, cuando mucho, comprome-
44
t ida a “consultar” con otras repúblicas americanas acerca de
violaciones de la zona de neutralidad, y López de Mesa sostenía
que tal promesa no era inmoderada en sí misma ni significaba
una obligación de tratado17. Sin embargo, no pudo convencer a
Laureano Gómez. Por el contrario, las declaraciones del diri
gente conservador en el debate sobre Panamá auguraban algu
nas críticas más severas que formularía más tarde contra la
política interamericana de Santos.
Mientras el Congreso debatía la Conferencia de Panamá,
consideraba al mismo tiempo una solicitud del Ejecutivo para
obtener facultades extraordinarias en asuntos económicos y
financieros con el fin de afrontar los efectos de la guerra euro
pea. Las facultades fueron aprobadas sin modificaciones el día
15 de diciembre de 1939 por un período que terminaría el 20 de
. Tales facultades recibieron el apoyo de
julio del año siguiente1819
un número de conservadores moderados, tales como el senador
Francisco de Paula Pérez, un antioqueño de la tradición de la
“Estrella Polar” y abogado de la Tropical Oil Company20.
Asimismo, fueron amargamente rechazadas por Gómez quien
expresaba así su falta de confianza en el Gobierno en un campo
que tenía muy importantes ramificaciones en la política exte
rior21. Uno de tales vínculos fue sacado a colación por Gómez
cuando afirmó que el mismo aliado que podía necesitar la
colaboración de Colombia para poner en práctica la Declara
ción de Panamá —v. g. los Estados Unidos— estaba presionan
do a Colombia para que “aceptara dinero bajo condiciones que
desconocemos y que el Gobierno no desea que averigüemos,
porque exige que le deleguemos todos los poderes para nego
ciar...”22. Y aunque Gómez no hablaba en forma muy explícita,
sus observaciones podían ser fácilmente interpretadas en el
sentido de que la entrega de la soberanía colombiana, al igual
que en Panamá, se estaba comprando con la oferta de nuevos
créditos de los Estados Unidos.
III
45
te los primeros meses de 1940. Las negociaciones financieras
entre los dos países, ya muy adelantadas, continuaron sin inte
rrupción a pesar de las insinuaciones de Gómez acerca de este
tema, y, finalmente, comenzaron a producir resultados concre
tos en forma de arreglos específicos tanto para la reanudación
del pago de las deudas viejas como para la concesión de nuevos
créditos23. En general, la cooperación militar también continuó
sin novedad, aunque se suscitó una ligera controversia sobre la
autorización concedida por Colombia al escampavía nortea
mericano Sandpiper de fondear en Tumaco mientras asistía
a dos hidroplanos que estaban participando, por invitación del
Ecuador, en una investigación aérea en la costa de ese país24. El
Siglo trató de mostrar esta pequeña cortesía en términos sinies
tros25. Sin embargo, cuando el asunto del Sandpiper salió al
primer plano, en mayo de 1940, lo que sucedía en Tumaco fue
opacado fácilmente por la noticia de la ofensiva alemana de
primavera en Europa Occidental.
Américo Latino vio la ocasión propicia para 'expresar, el
25 de mayo de 1940, su preferencia personal por la causa de los
aliados europeos en guerra, “cual es la defensa de la civilización
cristiana’’26. Presumiblemente Gómez creía lo mismo, en caso
de tener que escoger. Pero cuando las victorias alemanas inicia
les dieron lugar a nuevos temores en los Estados Unidos por la
seguridad del hemisferio, y estos temores a su vez hicieron que
los legisladores norteamericanos expidieran una medida para el
suministro de equipo de defensa por parte de los Estados
Unidos a los países latinoamericanos, el periódico de Gómez se
tornó instintivamente suspicaz. Negando la posibilidad de un
peligro real de una agresión europea contra América Latina, E7
Siglo afirmó en uno de sus editoriales más violentos: “El peligro
está en otra parte. El peligro está en iniciativas como la del
Senado norteamericano, detrás de cuyo proyecto asoma la
cabeza un propósito intervencionista preñado de amenazas
para nuestra soberanía”27.
Tal estallido, podía ser catalogado de neutralista o anti
norteamericano pero no de pro-nazi en sí mismo. Y la actitud
46
colombiana, en general, aún ante los continuos triunfos alema
nes que culminaron con la caída de Francia, continuó siendo
pro-aliada. Sin embargo, a mediados de junio, el embajador
Braden creyó poder detectar un cierto cambio en las opiniones
colombianas. Por un lado, había habido un incremento “sor
prendente” en el sentimiento pro-nazi; y por el otro, los amigos
de las democracias estaban penosamente descorazonados y,
él temía, podrían sentirse cada vez más renuentes a adoptar una
actitud fuerte28.
Algunos colombianos, sin lugar a dudas basados en los éxi
tos militares alemanes, decidieron después de todo que debería
haber mérito en la ideología nazi; pero en otros casos el ascenso
repentino del pro-nazismo consistió únicamente en esfuerzos
exaltados por parte de los propagandistas y simpatizantes nazis
más importantes y ya activos en este campo. Un ejemplo de
esto último fue una inundación de hojas volantes clandestinas
urgiendo a Colombia a adherir a la causa del Eje y así recuperar
a Panamá, perdido tiempo atrás29. Aun en otros casos lo que
ocurrió no fue tanto un aumento en la simpatía positiva por la
causa del Eje como una simple aceptación de la probabilidad de
una victoria final del Eje, mezclada con cierto regocijo por la
derrota de la Francia anti-clerical y la arrogante Gran Bretaña.
El semanario Ventas, publicado bajo los auspicios de los padres
dominicos de Chinquinquirá, describía a Hitler en dos edicio
nes sucesivas como un instrumento necesario usado por la
Divina Providencia para castigar a los impíos. En este sentido
lo comparaba con Nabucodonosor, sin intención alguna de
adulación30.
El francófilo colombiano más distinguido, el presidente San
tos, dio una interpretación un poco diferente a los sucesos
recientes, pero de todos modos se encontraba muy perturbado.
Habló en privado con Braden “del fin del imperio británico y de
Francia derrotada y de rodillas”. El ministro de Relaciones
Exteriores, López de Mesa, por su parte, informó al embajador
que Colombia, a pesar de sus simpatías democráticas, tendría
que adaptarse a las consecuencias materiales de una eventual
victoria alemana31. La creciente circunspección oficial se reflejó
47
claramente en un decreto —expedido inmediatamente después
de un tumulto anti-italiano en Bogotá— prohibiendo rotunda
mente las manifestaciones en pro o en contra de cualquiera de
los beligerantes32. Aún así, la actitud oficial difícilmente podría
decirse que era de pánico. El gobierno de Santos no estaba
seriamente preocupado de que un régimen nazi victorioso lan
zara sus fuerzas armadas sobre América Latina; más bien se
concentraría en la penetración económica y en la propaganda33.
Tampoco titubeó Santos en su compromiso básico de colabora
ción con los Estados Unidos. Por lo tanto, la cooperación
militar continuó y de hecho se intensificó34; y la delegación
colombiana al segundo encuentro consultivo de los ministros
de Relaciones Exteriores americanos, reunido en La Habana
en julio de 1940, otorgó su aprobación a los convenios resultan
tes, incluidas tanto el Acta de La Habana en relación con la
Administración Provisional de las Colonias o Posesiones Euro
peas en las Américas, como la Declaración de Ayuda Recíproca
y Cooperación en la Defensa de las Naciones de las Américas.
La primera estipulaba la ocupación de los territorios en cues
tión en el caso de que hubiera el peligro de que éstos cambiaran
de dueño como resultado de la contienda europea. La segunda
ponía en claro que la agresión de una potencia no americana
contra cualquiera de las naciones americanas sería considerada
como una agresión contra todas ellas. Fue éste el primer conve
nio de su clase en ser dirigido específicamente contra la agresión
proveniente de fuera del hemisferio, aunque no imponía una
responsabilidad obligatoria de una respuesta militar, sino úni
camente la consulta35.
IV
48
dor Laureano Gómez; lo único que logró fue ahorrarle la
necesidad de salir en defensa de las prerrogativas del Congreso
y le permitió concentrar su energía en cuestiones esenciales.
Consideró que el problema de las posesiones europeas plantea
do en el Acta de La Habana no era de la incumbencia de
Colombia: dichas posesiones habían sido usurpadas a España
en la época colonial, y si otro poder (el cual Gómez no se
molestó en especificar) se apropiara ahora por la fuerza del
botín de los ladrones originales —“si pasan de un explotador a
otro explotador”— la situación básica no habría cambiado. La
provisión de que tales territorios, si fueran ocupados por las
naciones americanas, deberían ser retenidos sólo hasta cuando
pudieran ser devueltos a sus dueños actuales o bien obtener su
independenciai no influyó en su opinión en lo mínimo. La
ocupación preventiva se justificaría únicamente con el fin de
devolverlas al dueño original o a los Estados sucesores de tal
dueño. Por consiguiente, Gómez tuvo cálidos elogios para la
reserva oficial de Argentina al Acta de La Habana, especifican
do su reclamación por las Islas Malvinas y sugirió que Curazao,
Aruba y Trinidad deberían haber sido señaladas para ser de
vueltas a Venezuela.
Gómez era igualmente hostil a la Declaración de Ayuda
Recíproca y, en forma más general, al concepto íntegro de la
defensa mutua contra la agresión extra-continental. No renegó
de la anterior aquiescencia conservadora al principio de que el
territorio colombiano no debería ser utilizado como un área de
acción para un ataque al Canal de Panamá, pero negó rotunda
mente que Colombia tuviera un compromiso, ya fuera legal o
moral, para ir más allá en su ayuda a repeler un ataque al Canal
o a otro territorio americano desde fuera del hemisferio. En
vista de que Gómez previamente había atribuido un carácter
más absoluto a la Declaración de Panamá de lo que en realidad
poseía, en el momento le dio una interpretación muy estricta a
todos los tratados existentes que se relacionaran con la paz del
hemisferio, y no se impresionó en lo mínimo con los argumen
tos de López de Mesa, quien informó al Senado que Colombia,
aún antes de la reunión en La Habana, ya tenía una obligación
“espiritual” basada en acuerdos formales y, mucho más aún,
para defender el hemisferio en general y el Canal de Panamá en
particular contra la agresión externa. El ministro de Relaciones
Exteriores no hizo mucho por arreglar las cosas cuando trató de
elaborar sus afirmaciones sugiriendo que Colombia, en efecto,
estaba obligada a ofrecer únicamente “defensa espiritual”, que
riendo decir evidentemente alguna clase de apoyo moral o
49
colaboración que se detenía al borde de la acción militar. En
realidad, la contribución de López de Mesa al debate de los
convenios de La Habana fue tomada por Gómez y otros con
servadores como prueba de la peligrosa blandura del pensa
miento del Gobierno y, por consiguiente, como una razón ade
cuada de la falta de confianza en su política exterior36.
De todos modos, Gómez insistía en que la Declaración de
Ayuda Recíproca de La Habana estaba elaborada para el bene
ficio de una sola república americana —los Estados Unidos—.
Ninguna de las demás repúblicas se encontraba en peligro de un
ataque extra-continental, y si los Estados Unidos lo estaban
—como él lo admitía— era debido a la posición de no neutrali
dad obstinada de esa nación desde el comienzo del conflicto
europeo. Citaba como evidencia de esto último, entre otras
cosas, la relación especial existente entre los Estados Unidos y
Canadá, un país abiertamente beligerante. Y hacía esta pregun
ta: “¿Nos tenemos que sentir automáticamente agredidos y
sufrir las consecuencias de lo que los Estados Unidos hicieron
sin consultarnos ni avisarnos? ¿Por qué? ¿Qué lógica tiene eso,
Excelentísimo Señor?”37.
Gómez sí contaba con alguna lógica de su parte, especial
mente si se acepta su tesis de que una neutralidad absoluta era
igualmente conveniente y posible. En este sentido, su solución
para la defensa del Canal de Panamá era internacionalizarlo y
neutralizarlo. Quizás tenía menos lógica o al menos era un poco
menos lúcido en su larga diatriba en contra del concepto de la
solidaridad interamericana, siempre presente en su análisis de
los convenios de La Habana en el Senado. Allí repitió el tema
familiar del materialismo anglosajón en contra de la espirituali
dad latinoamericana y aseguró que en el reino de la cultura de
Los Estados Unidos no había producido todavía a ninguno que
pudiera igualar a los colombianos Miguel Antonio Caro y
Rufino José Cuervo. Para demostrar el antagonismo básico
entre los Estados Unidos y América Latina expuso confusa y a
veces imaginativamente los esfuerzos de los Estados Unidos
por socavar la fibra moral de México desde la época de su
independencia hasta el presente, culminando con el estímulo
dado por los embajadores yanquis a la campaña de persecución
religiosa (sin mencionar la educación sexual en las escuelas
públicas) de la moderna Revolución Mexicana38. Sin embargo,
36. El Tiempo, 13 y 14 de agosto de 1940; El Siglo, 13, 14, 20 y 21 de
agosto de 1940; Anales del Senado, 26 de agosto de 1940.
37. El Siglo, 21 de agosto de 1940.
38. El Siglo, 20 y 21 de agosto de 1940.
50
pulsó varias cuerdas sensibles entre las masas conservadoras.
Un verdadero torrente de telegramas de felicitación inundó las
oficinas de El Siglo; entre ellos había uno que decía: “Si Cristo
señaló camino salvación almas, usted sus discursos Senado
señaló camino salvación Patria...”39.
Todo esto formó parte de un prolongado debate en el Sena
do acerca de la política exterior, en el transcurso del cual otros
conservadores superaron a Gómez en el tono de sus observacio
nes. Una de las expresiones más extremas de anti-norteameri-
canismo partió del senador (y más tarde presidente) Guillermo
León Valencia, quien expresó sus propios puntos de vista sobre
el materialismo estadinense, dando rienda suelta a la preocupa
ción común entre los polemistas conservadores con los “servi
cios sanitarios” yanquis declarando: “No venimos a sostener
que es la hora de rendirnos al nazismo triunfante, pero yo sí
diría... que tenemos más puntos de contacto con una organiza
ción política, que quiere en un momento dado organizar el
mundo para que todos tengan las mismas posibilidades, que
con otra que ha considerado que el mundo debe dividirse en
explotadores y explotados; desde este punto de vista tenemos
más esperanza de que la Alemania triunfante realice una revo
lución de justicia, que con Estados Unidos que continúa viendo
en el ‘dólar’ la cifra y el compendio más alto de su civilización y
su ley”40.
Los partidarios del Gobierno, entre tanto, defendían con
cienzudamente la conducta de la política exterior colombiana,
incluido el compromiso oficial en la solidaridad interamerica
na. Pero la estrategia que escogió el Gobierno fue aparentemen
te la de permitir que los conservadores hablaran hasta el cansa
do41, y en efecto se permitió a la oposición mantener la
iniciativa en el debate. Al mismo tiempo, la discusión de los
acuerdos de La Habana se enredó completamente con el recu
rrente debate acerca de una solicitud presentada por Santos al
Congreso para que autorizara un préstamo de 30 millones de
pesos para la defensa42. El objetivo primario era el de permitir
52
taba con el apoyo vehemente de los militares colombianos— se
convirtió en ley antes de la clausura del Congreso. En su forma
definitiva, estipulaba que la suma de la deuda causada podría
subir hasta los 50 millones de pesos46. Un senador lopista había
tratado de introducir una enmienda asignando parte de los
réditos para el desarrollo agrícola, pero su propuesta no pros
peró y al final la facción de López se puso de parte del Gobier
no47. Los acuerdos de La Habana tuvieron menos suerte. Esta
ban todavía pendientes cuando el Congreso clausuró sus
sesiones para ese año y apenas fueron ratificados formalmente
en 194148.
En lo único en que los dos bandos liberales lograron ponerse
de acuerdo fue en que los conservadores se habían vuelto
obstruccionistas en el ámbito de las relaciones internacionales,
bajo la influencia de las noticias de Europa. El voto de confian
za de los conservadores a la política interamericana de Santos,
en agosto de 1939, contrastó con su actuación en el Congreso
un año más tarde y parecía obvio (para los liberales) que las
victorias de Hitler eran la causa de la diferencia49. Esta interpre
tación pasaba convenientemente por alto la campaña de Gó
mez en contra de la Declaración de Panamá, campaña empren
dida varios meses antes de la caída de Francia; pero la embajada
de los Estados Unidos, entre otros, tendía a compartirla50. Has
53
ta el embajador Braden comenzó abiertamente a atribuir sim
patías pro-nazis a Laureano Gómez —al igual que muchos de
sus críticos más severos ya lo venían haciendo—, basándose no
solamente en sus declaraciones en el Senado y en la política
editorial de El Siglo, sino también en su asociación conspicua
con los ministros de Alemania y España y con otros elementos
indeseables51.
El caudillo conservador aún no había hecho profesión
abierta de su apoyo a la causa del Eje; una profesión tal no se
había dado todavía en Colombia. En realidad, los Estados
Unidos aún tenían numerosos amigos en el campo conservador
y especialmente entre sus estadistas más nombrados. Según lo
expresó Braden, quizá en forma un poco exagerada, los conser
vadores inteligentes de la clase alta difieren con Gómez pero las
masas del partido parecen estar siguiéndolo con mucho entu
siasmo”52. Los oligarcas conservadores pro-norteamericanos
simplemente preferían no enredarse por el momento con Lau
reano y permanecieron callados entre mediados y finales de
1940, mientras los estallidos anti-británicos y anti-norteameri-
canos se tornaban monótonamente rutinarios en El Siglo y en
algunos órganos conservadores departamentales, como El De
ber, de Bucaramanga y El Eígaro, de Cartagena. Cuando el año
estaba para terminarse, el ambiente se encontraba cargado de
rumores de un posible golpe conservador que se llevaría a cabo
con la ayuda de las dictaduras europeas53; ya sea que Gómez se
hubiera convertido en nazi o no, no hay razón para dudar
de que se hubiera sentido justificado para seguir el ejemplo de
Franco. Estaba preparado para habérselas con cualquiera de
los dos sectores en la lucha mundial o con ambos simultánea
mente si con eso podía adelantar sus objetivos políticos nacio
nales. Pero las condiciones no eran tan favorables como en
España; no se intentó ninguna rebelión y la medida exacta de la
verdad detrás de los rumores nunca se pudo establecer.
Sin duda, el mero hecho de que tales informes estaban
circulando y podían ser tomados en serio, fue un indicativo más
del impacto en Colombia de las conquistas alemanas en Europa
Occidental. Asimismo, había sugerencias e insinuaciones varia
51. Ver, v. g., despachos citados en notas 46 y 50 antedichas, y Braden
a Welles, 9 de octubre de 1941, DS 821. 00/1369.
52. Braden al secretario de Estado, 15 de septiembre de 1940, FR
(1940), V. 81.
53. James H. Wright, Encargado de Negocios Interno al secretario de
Estado, 3 de octubre de 1940, DS 821.00/1297; Braden al secretario
de Estado, 19 de diciembre de 1940, DS 821. 00/1305.
54
das flotando en el ambiente, en el sentid^0 de que Tercer Reich
muy pronto sería de nuevo un mercaad° acdvo para el café
colombiano y una fuente de importaci<
* ones necesarias. Un ru
mor de este tipo, debidamente recogidc0 en Prensa conserva
dora decía que Alemania estaba ofrecc’en^° comprar toda la
existencia de café de Colombia pagandJ0 en oro’ equipo militar
y otras mercancías. Los productos al3emanes supuestamente
serían embarcados bien directamente aa través del Atlántico en
grandes aviones de carga o bien enviad^os a través de España o
de Rusia54. La moraleja que debía sacrarse de estas cosas era,
obviamente, que Alemania era una fuerrza muy importante que
había que tener en cuenta y que Colompb’3’ Por 1° tanto, haría
bien en no atarse en forma exclusiva e ¡i
rrevocablea los Estados
*
Unidos.
V
Como se expresó anteriormente, Laaureano Gómez y sus le
giones conservadoras no se encontrab?an s°l°s creándole difi
cultades al gobierno de Santos en el ámbito de la política exte
rior. Alfonso López era igualmente un f problema. López no era
fundamentalmente anti-norteamericanno’ much° menos pro
nazi; pero él y sus adictos eran anti-Saant°s Y no consideraban
que la conducción de los asuntos exteri.^res debería ser tratada
como un santuario privilegiado. Sus criticas se dirigían más a
detalles de ejecución que a objetivos y g£u*as de Ia política y, por
lo tanto, diferían cualitativamente (así * como cuantitativamen
te) de las críticas de Gómez. Sin embarfS0’ ta*es críticas crearon
serios problemas al Gobierno, especi.;*a^mente porque hacían
parte de una lucha más amplia por el ccontr°l del partido liberal
gobernante.
Durante algún tiempo, la oposicié°n lopista a la política
exterior de Santos fue poco más quee una tendencia oculta,
opacada fácilmente por los resueltos ataques conservadores.
Tal oposición se formuló claramente yY se convirtió en el tema
central de discusión política apenas enn enero de 1941, después
de que López regresó a Colombia de unna prolongada visita a los
Estados Unidos. El ex-presidente exp^
* có entonces su propia
posición en una serie de discursos tant<to de primer orden como
secundarios, de los cuales el más significativo fue pronunciado
55
en un encuentro político en el Hotel Granada, en Bogotá, el 24
de enero. El discurso del Hotel Granada no se refería exclusiva
mente a la política exterior, pero las afirmaciones de López al
respecto atrajeron mucho la atención.
En su discurso, López buscaba reclamar para sí un sensato
término medio entre dos posiciones extremas, las que obvia
mente atribuía al gobierno de Santos y a la oposición conserva
dora, respectivamente: “Entregar la suerte de Colombia ligada
a la suerte de los Estados Unidos... o practicar una gimnasia
matinal de sospecha, rencor, desconfianza, odio”55. Dijo que
no existía una contradicción necesaria entre los intereses de
Colombia y los de los Estados Unidos. Se quejaba, sin embar
go, de que Colombia y en general los países latinoamericanos
estaban dejando la iniciativa en sus relaciones mutuas a los
Estados Unidos, con el resultado de que sus propias necesida
des y puntos de vista no recibían la consideración adecuada. No
sólo esto, sino que la meta deseable de la solidaridad continen
tal se estaba persiguiendo con “procedimientos eminentemente
peligrosos”. López explicó que lo que el quería decir con esto
era que las naciones latinoamericanas estaban “adquiriendo
obligaciones muy serias e imprecisas”, basadas en decisiones ad
hoc tomadas precipitadamente al enfrentar cada nueva crisis, y
en respuesta a cada nuevo fait accompli de la política de los
Estados Unidos que se presentaba a las repúblicas hermanas
para su aprobación.
Este último análisis era notablemente similar al de Laureano
Gómez, pero López ofrecía una solución diferente. Como quie
ra que él rechazaba una retirada hacia el aislamiento, proponía
la sustitución de una jurisprudencia “permanente” por una
jurisprudencia ad hoc en el campo de la seguridad interame
ricana. Esto podía lograrse idealmente en la forma de su pro
puesta favorita de una Liga Americana de Naciones. Pero de un
modo u otro, se hacía necesario redactar acuerdos inequívocos
por adelantado para enfrentar, digamos, el problema de la
agresión extracontinental. Podría definirse inconfundiblemen
te lo que constituyera tal agresión y especificarse claramente las
sanciones aplicables, ya fuera que se hicieran cumplir “conjun
tamente o por medio de una delegación explícita”. Al mismo
tiempo López se quejaba de que los acuerdos ad hoc existentes
estaban excesivamente orientados hacia la “solidaridad políti
ca”, la cual era del interés de los Estados Unidos, en contraposi
55. L., 25 de enero de 1941. Citas subsiguientes del discurso del Hotel
Granada, y referencias al mismo, se basan en esta misma fuente.
56
ción con la “cooperación económica”, la que fundamentalmen
te beneficiaría a América Latina. Aunque los Estados Unidos
habían prometido ya durante la Conferencia de Panamá que
ambos aspectos serían inseparables y de igual importancia, los
latinoamericanos consideraban que tal promesa no se había
cumplido.
Volviendo al caso específico de Colombia. López expresaba
reservas poderosas sobre el proyecto de préstamos para la
defensa recientemente aprobado, el cual “no garantiza la defen
sa contra el tipo de ataque que se contempla y el cual se declara
posible como argumento para apoyar su necesidad”. En efecto,
tal préstamo sería supremamente inadecuado para hacer frente
a una amenaza de agresión mayor; y tal medida no debería
haber sido adoptada sin antes determinar en forma realista
cuáles eran las capacidades de Colombia y si existían otros
medios de defensa “además de los puramente militares”, para
los cuales también podría obtenerse ayuda externa. Al respecto,
la embajada de los Estados Unidos entendió que López perso
nalmente creía que Colombia debería conceder bases militares
a los Estados Unidos en lugar de pretender soportar el peso de
su propia defensa, y recibir a cambio compensación financiera
que podría ser utilizada para reforzar la economía nacional56.
Por razones políticas semejante posición no podía ser apoyada
públicamente pero aún así López aclaró su convencimiento de
que el gobierno de Santos estaba desaprovechando una oportu
nidad dorada de regatear la ayuda económica en sus tratos
político-militares con los Estados Unidos. No hizo ninguna
referencia a un préstamo que ya había sido concedido a Colom
bia el año anterior por el Banco de Exportación e Importación,
aunque obviamente lo consideraba inadecuado. Sí mencionó el
convenio cafetero adoptado en noviembre de 1940 por las
naciones productoras latinoamericanas en cooperación con los
Estados Unidos con el propósito de restringir las exportaciones
y así sostener el precio (el cual había bajado drásticamente
durante el primer año de la guerra europea)57. Sin embargo,
utilizó este convenio para ilustrar la insuficiencia básica de la
política colombiana, ya que dicho pacto había sido diseñado
únicamente para atender a una emergencia pasajera, cuando
Colombia debería estar buscando vigorosamente todos los me
dios para estimular la diversificación y el desarrollo industrial
57
como soluciones a largo plazo de la condición de dependencia
económica y empobrecimiento de la nación. El discurso de
Alfonso López en el Hotel Granada provocó un contraataque
inmediato por parte del Gobierno, cuyo principal vocero en
esta ocasión fue el ministro de Hacienda, Carlos Lleras Restre
po. El ministro había soportado el peso de las críticas de López,
puesto que era el principal consejero económico y financiero
del presidente Santos y había participado directamente en algu
nas de las negociaciones más importantes de Colombia con los
Estados Unidos. Lleras Restrepo, sin profundizar en una defen
sa pormenorizada de la cooperación política y militar per se, se
propuso demostrar que Colombia, en efecto, había obtenido un
quid pro quo económico adecuado, mencionando no sólo el
convenio cafetero y el préstamo del Banco de Exportación e
Importación, sino también el apoyo moral dado por el gobier
no de los Estados Unidos, con motivo de la protesta del Conse
jo Protector de Tenedores de Bonos Extranjeros, al reciente
arreglo de los préstamos pendientes de 1927 y 1928. También
señaló, con suficiente razón, que existía un límite práctico a la
cantidad de ayuda económica que Colombia podía utilizar en
forma eficiente en un momento dado, o que podía pagar en
forma adecuada más adelante58.
A su vez, la facción de López trató de demostrar que los
logros enumerados por Lleras Restrepo eran tan beneficiosos
—si no más— para los Estados Unidos como para Colombia.
La estabilización cafetera servía para restringir la fluctuación
ascendente y descendente del precio en el mercado; los nuevos
créditos servían simplemente para pagar las mercancías nortea
mericanas, etc., etc.59. Existía una tonalidad discernible de
antinorteamericanismo en el debate, especialmente entre los
adherentes de López más inclinados a la izquierda, mientras
que el ataque lopista en general buscaba infundir en Santos más
que nunca el temor de aparecer como servil de los Estados
Unidos y, por lo tanto, contribuir al ambiente de indecisión
exhibido a menudo por su gobierno60. Sin embargo, la contro
versia López-Santos no ocupó por mucho tiempo el centro del
escenario. Santos no podía legalmente ser candidato para suce-
derse a sí mismo en el siguiente período presidencial y ningún
58
otro candidato liberal en potencia llegaba a igualar la fuerza
popular y política de López, la cual se demostró una vez más
por medio de un gran empuje lopista en las elecciones para el
Congreso, en marzo de 194161. Una vez que la lógica de esta'
situación quedó suficientemente clara, se dio una tendencia
creciente entre los liberales a cerrar filas, al menos temporal
mente, en preparación de la batalla que se avecinaba contra el
enemigo conservador, batalla en la cual Alfonso López avanza
ría como campeón de la política exterior de Eduardo Santos62.
VI
59
Sin embargo, la tarea de comentar el debate de los liberales
sobre política exterior dio a los voceros conservadores muchas
y magníficas oportunidades para dirigir insultos de su propia
cosecha contra Washington. Dijeron poco o nada de sustancia
que no hubieran dicho antes, pero todavía existían algunos
detalles que causaban sorpresa. Por ejemplo, la entrevista con
cedida a La Patria de Manizales por Laureano Gómez, publica
da también en su propio periódico sólo dos días después del
discurso de López en el Hotel Granada. El titular rezaba:
“López regresa al país saturado con la propaganda judía de los
Estados Unidos”. En verdad, la entrevista no era muy intere
sante por lo que decía de López, pero en ella Gómez describía a
los Estados Unidos como ya abiertamente beligerantes en la
guerra europea y agregaba en forma brusca que “en Gran Bre
taña, al igual que en los Estados Unidos, el gobierno está con
trolado virtualmente por elementos sionistas, lo cual alimenta
el conflicto” Gómez observaba que la obra de Hitler era nada
menos que “gigante” y que su contribución más grande había
sido la sustitución del “patrón trabajo” por el patrón oro, “el
cual constituía el arma de la opresión semítica en el mundo”. El
dirigente conservador agregaba que no había necesidad de
expresar opiniones acerca de los sistemas de gobierno de las
potencias del Eje —cada nación escoge el sistema que mejor le
convenga— y que la democracia sobreviviría incluso a una
victoria del Eje. En realidad no existía el peligro de que Alema
nia estableciera una hegemonía mundial, por encima de lo que
sucediera en Europa, ya que Japón y Norteamérica evitarían
que aquéllo ocurriera65.
Esta curiosa entrevista reveló a Gómez en su punto más
débil, como comentarista de los asuntos mundiales y el nivel
general de argumentación de El Siglo no era tan malo. Todavía
era posible encontrar criticas ocasionales al Eje —o palabras
amables para los Estados Unidos— en el periódico. Pero éstas
eran contrarrestadas fuertemente por la tendencia del pensa
miento negativo y uno puede imaginarse, por lo tanto, la sor
presa de los lectores habituales cuando abrieron la edición del
23 de marzo de 1941 y encontraron el editorial principal rebo
sante de Buena Vecindad. Titulado “El discurso del embajador
norteamericano”, tratábase de un comentario elogioso a un dis
curso que Braden acababa de pronunciar con ocasión de una vi
sita de investigación económica a Colombia, realizada por re
presentantes del National Research Council (Concejo Nacional
60
de Investigación). La columna de Américo Latino del mismo
día mostraba un espíritu similar, con un tratamiento amistoso
hasta para la más reciente de una serie ininterrumpida de visitas
militares de alto nivel entre Colombia y la Zona del Canal66. Al
día siguiente, Américo Latino fue casi rapsódico: “La causa
de la América unida no debe perecer. Al contrario, hoy más que
nunca es necesaria tal unión, porque ha sonado en el gran reloj
de los destinos humanos la hora de la supremacía del nuevo
continente sobre un mundo antiguo y caduco que se despedaza
entre sí. En virtud del cambio de escenario que los naturales
desenvolvimientos de la civilización traen consigo, es deber de
nuestro hemisferio aunar esfuerzos para hacer efectivo y general
este predominio, siguiendo el penacho blanco de la gran repú
blica del Norte, y apoyándola moralmente para que siga por los
senderos de la paz’’67.
Existe una interesante historia detrás de este cambio de
opinión repentino. El Siglo venía sintiendo, desde hacía algunas
semanas, el apuro financiero provocado por un continuo retiro
de publicidad de productos norteamericanos, tales como los
cigarrillos Camel y el Vick Vapo-Rub. El Siglo también se
enteró por intermedio del agente en Bogotá de su abastecedor
de papel periódico, que era otra firma norteamericana, que la
oficina de Nueva York había hecho averiguaciones acerca de
las inclinaciones supuestamente pro-nazis del periódico. Al
mismo tiempo, Gómez se enteró de que la embajada estadinen-
se tenía sus sospechas contra él; aparentemente Gómez y algu
nos de sus asociados decidieron que era necesario tomar acción
preventiva antes de que se les impusiera una cuarentena total.
El resultado fue una reunión, el 20 de marzo, entre Gómez y su
colaborador cercano, José de la Vega, (co-fundador de El Siglo)
con el embajador Braden y otro funcionario de la embajada en
casa de una tercera persona amiga. Gómez aprovechó la opor
tunidad para presentar algunas quejas contra Alfonso López y
para recordar a Braden el tratamiento poco amistoso que Ló
pez había dado a la United Fruit Co.; pero la reunión se dedicó
especialmente a reclamos y negativas de los alegatos de la
prensa norteamericana de que Gómez y El Siglo eran pro-nazis.
Laureano se mostró sorprendido de que alguien pudiera consi
derar sus discursos en el Senado como anti-norteamericanos y
61
negó que hubiera tenido tratos con los ministros de Alemania y
España (lo que era contrario a las observaciones del personal de
la embajada). Por su parte, Braden no trató de ocultar el hecho
de que él tenía sus dudas acerca de la sinceridad de la amistad de
Gómez pero negó que El Siglo hubiera sido colocado en la lista
negra por el gobierno de los Estados Unidos. Sugirió que la
pérdida de la publicidad era el resultado de una reacción natu
ral de los patrióticos hombres de negocios norteamericanos al
leer El Siglo y sacar sus propias conclusiones68.
Obviamente, esta última explicación era un tanto falsa, ya
que probablemente muy pocos funcionarios responsables de la
publicidad de los negocios norteamericanos en El Siglo habían
leído alguna vez una copia del periódico. En realidad, el mismo
Braden había enviado un informe al Departamento de Estado,
en el mes de agosto anterior, en el que comentaba acerca de la
cantidad de regalías que por concepto de anuncios recibía El
Siglo de fuentes norteamericanas, ya fuera a través de las
agencias de publicidad de los Estados Unidos (que normalmen
te preferían tener cobertura de prensa tanto liberal como con
servadora), o a través de los representantes de ventas colombia
nos (especialmente si éstos eran por casualidad conservadores).
Braden observaba que, en contraste, el diario topista El Liberal
y el semanario Estampa parecían estar recibiendo una propor
ción menor, a pesar de asumir una actitud más amistosa hacia
los Estados Unidos. Braden decía que enviaba esta información
para el caso de que las compañías norteamericanas desearan
hacer algo con ella69; y sería difícil documentar una relación
causal entre un informe como éste y las cancelaciones que
finalmente ocurrieron. Sin embargo, sería aún más sorprenden
te que los puntos de vista del embajador acerca de este asunto
no hubieran tenido ningún efecto, especialmente cuando él
mismo tenía magníficas relaciones personales con la comuni
dad de negocios. Tampoco El Siglo fue el único órgano conser
vador que sufrió la pérdida de la publicidad norteamericana. La
Patria de Manizales, cuya política editorial era muy similar,
tuvo la misma dificultad. En cierta medida, sucedió lo mismo a
El Colombiano de Medellín, principal portavoz del estableci
miento conservador antioqueño, que había publicado en forma
ocasional artículos anti-norteamericanos, pero que de ninguna
62
manera podía ser clasificado como anti-norteamericano o pro
nazi70. De hecho, El Colombiano era uno de los pocos periódi
cos conservadores que habían expresado recelo contra el régi
men de Franco en España precisamente debido a la forma
como el hispanismo oficial estaba siendo utilizado de vehículo
para la penetración ideológica nazi-fascista en América
Latina71.
De todas maneras, la presión económica del imperialismo
yanqui era demasiado fuerte para que El Siglo la pudiera sopor
tar. Gómez prometió a Braden que clarificaría su amistad
por medio de cambios en la política editorial y, como ya se ha
dicho, cumplió su palabra. Braden no se mostró muy impresio
nado y llamó a Gómez un “convertido por conveniencia” pero
consideraba que su buena conducta debía ser recompensada sin
tener en cuenta su motivación, y que por el momento se podía
alentar a los anunciadores a reasumir su patrocinio de El Siglo.
Asimismo, el episodio sirvió a Braden para confirmar su punto
de vista de que los conservadores, en el caso de que regresaran
al poder mientras las condiciones internacionales favorecieran
a los Estados Unidos, ofrecerían en esencia la misma coopera
ción que recibían de los liberales en ese momento; el simple
interés egoísta, posiblemente tanto personal como nacional,
haría que esto fuese así72.
El efecto de la discusión entre Gómez y Braden y de las
dificultades de El Siglo que le precedieron, se diluyó finalmente
y tuvo que ser reforzado con nuevas insinuaciones y presio
nes73. Más aún, el cambio de actitud de El Siglo nunca fue total.
63
Pero fue lo suficientemente apreciable como para llamar la
atención general y por fortuna todavía era evidente en el mo
mento de la invasión alemana a la Unión Soviética, en junio de
1941. Casi en vísperas de la invasión, Américo latino escri
bió que si la guerra llegara al hemisferio occidental, América
Latina tendría que estar necesariamente al lado de los Estados
Unidos. “Fuera de la solidaridad y aun de la cooperación
interamericana”, proclamaba, “no hay salvación”74. Cuando el
ataque ocurrió, se presentó una fuerte tendencia aun entre los
anti-nazis resueltos a mirar la lucha en el Oriente y en el
Occidente bajo un cristal muy distinto. Enrique, el hermano del
presidente Santos, quien en El Tiempo y bajo el seudónimo de
Calibán era el columnista político más importante del país,
consideraba a la Unión Soviética, al igual que gran cantidad de
colombianos, como algo peor que la Alemania nazi. Ahora
expresaba la esperanza de que Alemania y Rusia se aniquilarían
convenientemente la una a la otra75. El Liberal, como portavoz
de la facción lopista, propaló el concepto de que una victoria
sobre Hitler produciría una clara tendencia liberalizante dentro
de la Unión Soviética; sin embargo, anotaba en un editorial que
“los hombres libres del mundo tendrían dificultad en aceptar el
hecho de que ahora Rusia fuera su aliado”76. Haciendo un
balance, era obvio que la cruzada anti-soviética de Hitler había
mejorado su reputación aun en el campo liberal77. Lo mismo
tenía que ocurrir, y en medida mucho mayor, entre los conser
vadores. Bajo estas circunstancias, la reacción de Gómez y sus
asociados fue sorprendentemente limitada. El primer comenta
rio real en El Siglo provino de Américo Latino quien obser
vaba que el motivo principal para que Hitler atacara a Rusia
era asegurar la protección de su retaguardia para luego poder
64
atacar las Islas Británicas, y que la plática de “liberar a Europa
y al mundo de los bolcheviques era pura propaganda”. Al
mismo tiempo, se lamentaba de que el comunismo fuera a
obtener nueva respetabilidad en su status como aliado en con
tra de Hitler; en artículos posteriores opinó que el comunismo
era, en últimas, un peligro mayor que el nazismo y que no
importaba cuan falsos fueran los motivos de Hitler, que su
lucha en contra de los soviéticos no podía inspirar otra cosa que
cierto grado de apoyo78. A pesar de todo, el respaldo restringi
do de El Siglo a Hitler en el Este (de lo cual eran representativos
los comentarios de Américo Latino) no trajo automática
mente consigo un regreso a la anterior variedad de retórica en
contra de los anglosajones. Es probable que la vigilancia del
embajador Braden y el patriotismo de los ejecutivos de Vick
Vapo-Rub merezcan encomio por este resultado.
65
IV. DEFENSA Y ASUNTOS RELACIONADOS
66
siguiente1. Funcionarios del Estado Mayor Militar norteameri
cano viajaron entonces a Bogotá, en junio, para asistir a una
ronda inicial de conversaciones con funcionarios colombianos;
tuvieron un recibimiento cordial, pero tanto en Colombia co
mo en otros países latinoamericanos, las primeras negociacio
nes se concentraron principalmente en el establecimiento de
principios y en la identificación de áreas problemáticas. Dispo
siciones más detalladas fueron propuestas para ser estudiadas
en una segunda ronda de conversaciones que vino a realizarse
únicamente después de la clausura de la Conferencia de La
Habana —en el caso colombiano, en septiembre de 19402.
Lo que los colombianos de los dos partidos políticos consi
deraban como el principal papel de su país en la defensa hemis
férica estaba obviamente registrado en la promesa del presiden
te Santos de que a ningún país hostil se le permitiría utilizar el
suelo colombiano para lanzar un ataque sobre la Zona del
Canal. Inclusive, como en La Habana, cuando Colombia acep
tó la doctrina de que un ataque extra-continental a una repúbli
ca americana sería considerado como un ataque contra todas,
ningún funcionario colombiano responsable se imaginó que las
fuerzas militares de Colombia fueran a ser utilizadas para
resistir tal ataque fuera de su propio territorio o en aguas
inmediatamente circunvecinas. Al menos esto estaba claro en
las referencias, por demás oscuras, del ministro de Relaciones
Exteriores, López de Mesa, a la “defensa espiritual”, y cierta
mente los Estados Unidos no tenían la intención de proponer
que las fuerzas militares de Colombia sirvieran en ningún lugar
fuera de su país. Sin embargo, había funciones diferentes que
Colombia podía desempeñar aun dentro de sus propias fronte
ras y diferentes grados de participación amistosa que podían ser
concedidos a los Estados Unidos. La gama de alternativas era
lo suficientemente amplia para preocupar a Laureano Gómez,
y, efectivamente, proporcionó el programa para las delibera
ciones del Estado Mayor Militar.
Cuando comenzó la segunda ronda de conversaciones, el 10
de septiembre de 1940, los funcionarios colombianos partici
pantes se mostraron de nuevo cooperadores —tanto así, que los
delegados norteamericanos en forma imprudente no hicieron
caso de las advertencias del embajador Braden acerca de los
matices y las sensibilidades políticas. Al final de la primera
1. Conn y Fairchild, pág. 176; Keith al secretario de Estado, 23 y 24 de
mayo de 1940, FR (1940), V. 57-58.
2. Braden al secretario de Estado, 11, 12, 21 y 25 de junio de 1940,
FR (1940), V. 62, 65-70; Conn y Fairchild, págs. 177-78.
67
sesión, entregaron a los colombianos el borrador de una
propuesta de un convenio de Estado Mayor el cual contenía
aspectos que Braden estaba seguro serían motivo de reparos; el
resultado fue una interrupción temporal de las deliberaciones.
Para ser más exactos, hubo necesidad de elevar el nivel de las
conversaciones temporalmente del Estado Mayor y funcio
narios al de Presidente y embajador; Santos objetó, por ejem
plo, una referencia al Gobierno “reconocido” de Colombia
sobre la base de que todos los gobiernos colombianos eran
reconocidos; rechazó la mención a las actividades de “quinta
columna”, cuya existencia en Colombia negó, y refutó una
provisión de que Colombia debía movilizar oficialmente el
apoyo popular y desalentar las críticas en caso de que los
Estados Unidos enviaran fuerzas armadas a ayudar a otra
república americana, sobre la base de que Colombia no podía
inmiscuirse en la libertad de expresión3.
Cuando se reanudaron las conversaciones, éstas fueron es
trechamente vigiladas tanto por Braden como por el ministro
de Guerra de Colombia, el civil José Joaquín Castro Gutiérrez.
Dichas conversaciones terminaron el 26 de septiembre sin más
incidentes y produjeron una serie de “recomendaciones que los
Estados Mayores Generales hacen a sus respectivos gobiernos”.
Estas fueron subsecuentemente depuradas en el transcurso de
discusiones posteriores entre los dos gobiernos y se hicieron
algunos cambios de detalle. Sin embargo, se convino en todo lo
que los Estados Unidos consideraban realmente esencial. Una
vez más, Colombia enfatizó que se esforzaría en prevenir que se
organizara un ataque contra los Estados Unidos (incluido espe
cíficamente el Canal de Panamá) desde su territorio. Los Esta
dos Unidos, a solicitud de Colombia, ayudarían a resistir un
ataque extra-continental. Y si los Estados Unidos llegaran a
enviar ayuda a otra nación americana como resultado de una
decisión interamericana que contara con la aprobación de Co
lombia, ésta suministraría facilidades a las fuerzas que acudie
ran en su ayuda. Otros aspectos incluían el suministro de
consejeros técnicos, la adopción de medidas de patrullaje coste
ro, “el establecimiento de canales de comunicación adecuados”,
fotografías aéreas de las áreas estratégicas colombianas con el
consentimiento verbal, en este último caso, de que Colombia
suministraría un avión y un piloto para transportar a un fotó
grafo norteamericano y su equipo. Al final, la mención directa
68
de la fotografía aérea se suprimió a pedido de Santos, no fuera
que tal provisión diera lugar a ataques políticos4. El manejo de
este detalle era muy característico de la tendencia de Santos de
tratar los asuntos de la defensa sobre una base personal e
informal, preferiblemente, sin poner por escrito nada que luego
pudiera ocasionar perturbaciones políticas5.
Debe señalarse que algunos puntos de las recomendaciones
del Estado Mayor se estaban llevando a la práctica bajo los
términos de los convenios de la misión militar u otros entendi
mientos oficiales o extra-oficiales, mientras que otras tenían
que ver únicamente con acciones probables en contingencias
que aún nose habían presentado. Debeseñalarse asimismo, que
a pesar de los rumores sobre convenios de bases secretas que
seguían circulando con regularidad6, nunca se hizo ninguna
provisión para la concesión de bases a las fuerzas norteamerica
nas en el territorio colombiano. Santos había puesto en claro
desde el comienzo, que en lo que a él le concernía, la tarea de
proteger el territorio y las aguas de Colombia debía quedar
estrictamente en manos de los mismos colombianos (natural
mente asesorados por los consejeros norteamericanos)7. E in
cluso Alfonso López, quien aparentemente favorecía la conce
sión de bases a cambio de compensaciones financieras8, se
cuidó de no decirlo en público.
Por otra parte, la posibilidad del uso recíproco de las bases
de cada país por las fuerzas de ambas naciones sí salió a relucir
en discusiones confidenciales. Se aludió a esta posibilidad en
forma casual en más de una ocasión por parte de Santos v
Braden, con respuestas diversas de Santos. También era entu
siastamente apoyada por Roberto Urdaneta Arbeláez, miem
bros conservador de la Comisión Asesora del Ministerio de
69
Relaciones Exteriores, quien había actuado como ministro de
Relaciones Exteriores bajo el gobierno de Olaya Herrera y se
encontraba en términos amistosos con la embajada norteameri
cana y el gobierno de Santos. Urdaneta no era muy amigo de
Laureano Gómez —aunque más tarde actuaría como Primer
Mandatario interino bajo Gómez cuando éste finalmente obtu
vo la Presidencia— pero su calidad de militante del partido de
oposición todavía le daba a sus puntos de vista cierta importan
cia estratégica. Asumiendo el papel de intermediario amistoso e
informal, Urdaneta propuso a Braden y a Santos que el uso
mutuo de bases militares debería implementarse por medio de
un convenio interamericano general. Sin embargo, estas nego
ciaciones, bastante indirectas, culminaron por la época de la
invasión alemana de la Unión Soviética, cuando el temor de
Santos ante la simpatía popular por la cruzada anti-comunista
nazi incrementó sin duda su usual forma de ser cautelosa, y al
final comunicó a Braden que él creía que un convenio tal como
el que sugería Urdaneta sería políticamente imposible9. En
realidad, en su discurso de apertura del Congreso, el 20 de julio
de 1941, Santos, a tiempo que se refirió, como era normal a la
estrecha amistad de Colombia con los Estados Unidos, enfatizó
que la concesión de bases nunca se había tan siquiera propues
to, y que los acontecimientos no parecían indicar la necesidad
de tal medida10. La anterior declaración sería totalmente acer
tada sólo en el caso de que se hiciera una distinción entre la
concesión sin reserva y el uso recíproco, pero sí reflejaba la
sensibilidad política de todo lo que tuviera que ver con bases.
Por lo que resta, el gobierno de Santos sólo llegaría, en el
verano de 1941, hasta conceder privilegios de vuelo algo más
liberales —naturalmente de manera informal— a los aviones
militares norteamericanos que cruzaban el territorio colombia
no11.
II
70
instancias, fue el suministro de equipo militar a Colombia por
parte de los Estados Unidos. Por muy modesto que fuera el
papel que Colombia asumiera en la defensa hemisférica, carecía
de equipo para cumplirlo en forma efectiva. La mayoría de su
material de guerra databa de mediados de los años 30 o antes; la
Costa Pacífica colombiana era patrullada, a mediados de 1941,
por una cañonera solamente y por dos aviones anticuados; y en
una ocasión un consejero militar norteamericano predijo que el
ejército colombiano se quedaría sin munición en menos de una
hora de fuego efectivo12. Sin embargo, los Estados Unidos, que
en ese momento estaban enfrascados en la estructuración de su
propia defensa, no se encontraban en condiciones de poder
suministrar todo lo que se consideraba necesario. Colombia
tampoco estaba en condiciones de pagarlo si estuviera disponi
ble.
A pesar de estas dificultades prácticas, los Estados Unidos
prometían con regularidad hacer al menos algo en favor de
Colombia. El tópico del equipo de defensa fue objeto de aten
ción especial una vez que los Estados Unidos emprendieron la
tarea de vigorizar los esfuerzos de defensa hemisféricos subsi
guientes al avance alemán en Europa Occidental. Este asunto
fue discutido directamente por el presidente Santos y el embaja
dor Braden con ocasión de la primera fase de las conversaciones
de Estado Mayor, en junio de 1940; el presidente Santos fue
enfático en las necesidades que Colombia tenía de aviones,
guardacostas y ayuda para financiar su adquisición —aunque
especificaba que Colombia no aceptaría un regalo abierto de
equipo militar. Pocas semanas más tarde, a mediados de julio,
Santos sugirió informalmente que Colombia necesitaba diez
guardacostas, de sesenta a ochenta aviones, 50.000 rifles y otro
equipo cuyo costo total alcanzaría la suma de aproximadamen
te $ 16.000.000 de dólares. A su vez, el Departamento de Estado
ofreció tenues esperanzas en cuanto a la disponibilidad tanto
del equipo como de la financiación, y urgió a Colombia a enviar
una lista exacta de lo que se necesitaba, tan rápido como fuera
posible13.
La preparación de la lista tomó un tiempo extraordinaria
mente largo pero, mientras tanto, el gobierno de Santos instó al
12. Memo de Braden, 27 de mayo de 1940, FR (1940), V. 58-59;
Braden al secretario de Estado, 21 de enero de 1941, DS 821.
00/1308, y 30 de julio de 1941, FR (1941), VII, 17.
13. Braden al secretario de Estado, 11 y 21 de junio y 10 de julio de
1940 y secretario de Estado a Braden, 13 de julio de 1940, FR
(1940), V. 63, 68, 71-74.
71
Congreso para que aprobara la ley de 1940 que autorizaba al’
Gobierno para contratar obligaciones par¿i gastos de defensa
entre treinta y cincuenta millones de pesos14. Al mismo tiempo,
los requerimientos militares figuraron extensamente en las ne
gociaciones iniciales de lo que se convirtió en el segundo présta
mo del Banco de Exportación e Importación a Colombia,
préstamo que fue concedido finalmente en julio de 19411S. Con
todo, a) final ese préstamo se usó para satisfacer objetivos
exclusivamente económicos, ya que mucho antes de que Co
lombia tuviera lista una relación apropiada de sus necesidades
militares, los Estados Unidos habían decidido poner a América
Latina bajo el alcance del Acto de Préstamo y Arriendo16.
Desde entonces las negociaciones de ayuda económica y militar
fueron conducidas en forma separada.
A comienzos de julio de 1941 —todavía sin haber recibido la
relación final de requisitos por parte de Colombia— los Esta
dos Unidos presentaron el borrador de un convenio de Présta
mo y Arriendo al embajador colombiano en Washington.
Autorizaba la transferencia de equipo por $16,2 millones de
dólares a Colombia, incluyendo $15.5 millones dedólaresenel
año fiscal que había comenzado el primero del mismo mes17,
pero los funcionarios colombianos presentaron numerosas obje
ciones a los términos del convenio. Entre otras cosas, no les gus
taba el “sabor político” de ciertas afirmaciones contenidas en el
documento, refiriéndose a algunas generalidades acerca de la de
fensa hemisférica incluidas en el preámbulo. Se quejaban de que
el convenio había sido diseñado para el suministro de equipo
únicamente, mientras se precisaba de fondos adicionales para
que Colombia pudiera aprovechar el equipo en la mejor forma
posible. En este último caso, el embajador Braden reconoció
cierto mérito en la actitud colombiana, señalando el ejemplo de
las casas de acero que el Ministerio de Guerra había adquirido
dos años antes en los Estados Unidos y que todavía se encontra
ban almacenadas en Barranquilla por falta de dinero para
retirarlas de allí y montarlas en puntos estratégicos. A pesar de
ello, tales fondos “exentos” no se podían suministrar bajoila
legislación de Préstamo y Arriendo existente. Los funcionarios
de Washington, que habían aceptado en forma renuente la
continua escalada de solicitudes de ayuda económica por parte
72
de Colombia durante las negociaciones para el último préstamo
del Banco de Exportación e Importación, no fueron receptivos
a la idea de un nuevo préstamo para la defensa. En un momento
dado, Santos propuso el abandono total del procedimiento
de Préstamo y Arriendo a favor de un préstamo corriente de
$6.000.000 de dólares, el cual Colombia podría utilizar para
cubrir sus necesidades inmediatas de equipo por medio de
compras directas y todavía contar con algunos fondos para
gastos relacionados; pero un arreglo de esta clase fue rechazado
tanto por la aversión de Washington a extender otro préstamo
monetario, como por el hecho de que el mismo equipo podría
ser enviado en forma más expedita bajo los auspicios del Prés
tamo y Arriendo18.
La cifra de $6.000.000 de dólares citada por Santos para el
préstamo propuesto fue otro indicio de la confusión prevale
ciente en cuanto a la suma exacta de las necesidades de Colom
bia respecto de equipo y fondos para propósitos militares. Los
$16.2 millones de dólares especificados en el borrador del Prés
tamo y Arriendo eran aproximadamente la suma mencionada
informalmente por Santos para las necesidades de equipo en
julio de 1940, pero discusiones posteriores giraron en torno a
sumas apreciablemente inferiores, aunque muy variables. Por
su parte, el embajador Braden tenía fuertes reservas acerca de la
cantidad de equipo que Colombia podía utilizar eficientemente
y hasta señaló a funcionarios colombianos que quizás ellos
debían estar pensando en cientos de miles y no en cientos de
millones de dólares para los gastos de defensa19. No obstante,
apoyaba la concesión de ayuda militar en una forma u otra, no
sólo por la contribución mínima que Colombia podría hacer
con este equipo para la defensa del hemisferio, sino también por
el bien de la tranquilidad nacional de Colombia. Creía que el
nuevo equipo ayudaría a mantener contentas y alejadas de
cualquier travesura a las Fuerzas Armadas. El mismo punto fue
destacado por el presidente Santos cuando apoyó la necesidad
de fondos “exentos”, enfatizando que el descontento de la tropa
y oficiales no comisionados, con uniformes y cuarteles raídos,
fue un factor que tuvieron en cuenta los organizadores de una
conspiración en pequeña escala, en agosto de 1941. Por último,
18. Braden al secretario de Estado, 30 de julio y 19 de septiembre de
1941, y secretario de Estado a Braden, 5 de agosto y 25 de sep
tiembre de 1941, FR (1941), VII, 17-18, 20-21, 26, 28-30.
19. Braden al secretario de Estado, 28 de octubre de 1940, DS 821.
51/2553, 26 de septiembre, 3 de octubrey 15 de diciembre de 1941,
FR (1941), VII, 30-31, 34, 36-37.
73
tampoco tenía sentido para los Estados Unidos continuar en
trenando personal colombiano en el uso de equipo moderno, el
cual no poseían o del que no poseían suficiente. Por lo menos
tal situación podría generar nuevas frustraciones20.
Santos presentó una objeción final a los arreglos propuestos
de Préstamo y Arriendo, en octubre de 1941, cuando informó a
Braden que la ley aprobada por el Congreso el año anterior
autorizando los préstamos para la defensa no cubriría una
transacción de esta clase y que se hacía necesaria una nueva
legislación. Desde ese momento hasta después de Pearl Har-
bour, las discusiones acerca del Préstamo y Arriendo parecían
haber languidecido, para revivir sólo ante la nueva situación
creada por la participación total de los Estados Unidos en la
guerra21. Un convenio de Préstamo y Arriendo se firmó el 17 de
marzo de 194222. No obstante, aún antes de esa fecha, los
Estados Unidos habían estado haciendo esfuerzos para sumi
nistrar equipo militar a Colombia, en escala limitada al menos.
Le fue imposible hacerlo, no solamente por la dificultad de
los colombianos para decidir qué era lo que deseaban y bajo
qué términos, sino también, y muy decisivamente, por la falta
de un sobrante considerable para exportar en ese momento.
Por ejemplo, los aviones de entrenamiento habían sido prome
tidos como complemento natural al trabajo de la misión aérea;
y la lentitud en su llegada fue un motivo evidente de irritación
para los colombianos23.
III
74
tenían una opinión más seria de los peligros presentes en Co
lombia que la que tenía su contraparte colombiana. Algunas ve
ces fueron innecesariamente alarmistas, como cuando el emba
jador Braden estimó a la ligera que del 60 al 80 por ciento de los
oficiales del ejército colombiano tenían simpatías pro-nazis24,
lista cifra era sin duda excesiva, a no ser que se refiriera
principalmente a la admiración profesional que tales oficiales
sentían por la destreza del ejército alemán. Sin embargo, los
listados Unidos poseían información más completa y precisa
sobre los quinta-columnistas en potencia que el mismo Gobier
no colombiano, particularmente algunos voluminosos archivos
sobre miembros de la colonia alemana local25 que, en la época
de Pearl Harbour, contaba con algo más de 4.000 personas26.
Era evidente, partiendo de esta información, que además de las
organizaciones alemanas diplomáticas comerciales y consula
res y en realidad entremezclándose con éstas, existía una orga
nización política nazi cuyo “Führer” era el hombre de negocios
Emil Pruefert, de Barranquilla27. Y apoyando a los alemanes,
existía un grupo de simpatizantes y colaboradores colombianos
y grupos de italianos, japoneses y, sobre todo en el campo de la
propaganda, de españoles franquistas.
La propaganda era con mucho la actividad más obvia de esta
red de súbditos y simpatizantes del Eje. Firmas alemanas tales
como Bayer utilizaban los fondos de publicidad para promover
la propaganda del Eje en la prensa y la radio colombianos,
exactamente igual que las compañías norteamericanas utiliza
ban la amenaza de retirar la publicidad para combatirla. Afor
75
tunadamente, los Estados Unidos contaban con un mayor
presupuesto de publicidad con el cual trabajar; sin embargo,
existían otros métodos para diseminar la noticia de la superiori
dad alemana. Además, los alemanes, por una u otra razón,
habían elaborado una cantidad apreciable de mapas, fotogra
fías de puentes, etc28. Hasta se llegó a afirmar que poseían
refinamientos tales como una unidad secreta de guerra química
en territorio colombiano29, y que al mismo tiempo sus asocia-
dosjaponeses tenían un “enorme cultivo de fríjol” cerca de Cali,
el cual estaba protegido por una cerca electrificada y se creía
que ocultaba gran cantidad de equipo sospechoso30.
Aún en el caso de convenir que había mucho de cierto y tam
bién de exageración en lo que se decía acerca de las actividades
del Eje en Colombia, existía cierta desavenencia en cuanto al
significado de todo aquello. El presidente Santos, quien no se
alarmó por este motivo negó en general que en Colombia
pudiera existir algo que se pudiera llamar propiamente una
quinta columna; admitió su preocupación por la propaganda
del Eje pero, en cuanto a lo demás, lo descartó como imaginario
o como que no constituía un peligro real31. El ministro de
Guerra, Castro Martínez, era menos confiado32, y el diario
derechista liberal, La Razón (cuyo gerente director era un espa
ñol anti-nazi), se convirtió en especialista en alertar a los colom
bianos sobre los peligros involucrados33. Sin embargo, la mayo
ría de los demás periódicos, tanto liberales como conservado
res, o bien ridiculizaban el peligro, o bien se cuidaban en la
76
manera de tratarlo, y se ofendían fácilmente por los informes
alarmistas publicados en los Estados Unidos. “Francamente
lodo esto es poco serio y algo ofensivo”, fue la forma como El
Tiempo se refirió a una serie de revelaciones sensacionalistas
acerca del peligro de la quinta columna en Colombia que
apareció en el New York Times durante el mes de agosto de
194034. El Liberal, aunque menos complaciente que El Tiempo,
se refirió al mismo tipo de reportaje como una de las amenazas
más serias a las buenas relaciones colombo-norteamericanas35.
El ministro de Relaciones Exteriores, López de Mesa, fue otro
que expresó su descontento. En una ocasión mencionó al em
bajador Braden su temor de que los Estados Unidos fueran
llevados, por los informes de la prensa sobre la penetración
nazi, a confiar menos en la cooperación colombiana y aun a
adoptar una precipitada acción unilateral. A lo cual el embaja
dor Braden replicó hábilmente que si el pueblo norteamericano
estuviera convencido de que no existía peligro nazi en Colom
bia, sería más difícil el obtener ayuda financiera para la defensa
nacional36.
El Gobierno colombiano, a pesar de su actitud más serena,
no fue renuente a cooperar en la lucha contra las amenazas
internas del Eje: su papel en el asunto Scadta es un caso a
propósito. Asimismo, adoptó numerosas medidas para el con
trol general de los residentes extranjeros, las cuales en la prácti
ca iban dirigidas especialmente a la colonia alemana; medidas
tales como el decreto de junio 25 de 1940, el cual, entre otras
cosas, prohibía enfáticamente cualquier forma de propaganda
en favor de “organizaciones políticas extranjeras”. Este decre
to, el cual Braden elogió como una respuesta pronta y construc
tiva a la situación creada por la caída de Francia, había sido
redactado por el secretario general del Ministerio de Relaciones
Exteriores inmediatamente después de una discusión que sostu
vo durante un almuerzo con un miembro del personal de la
embajada37. De cuando en cuando, las autoridades colombia
nas arrestaban a algunos alemanes acusándolos de propaganda
77
ilícita, sospecha de espionaje o algo parecido38. Y, finalmente,
el Gobierno colombiano, con la cooperación norteamericana,
realizó algunos esfuerzos tendientes a mejorar sus servicios de
inteligencia. Sin embargo, éstos seguían careciendo de dinero,
potencial humano y equipo técnico suficientes y no inspiraban
una confianza absoluta. En realidad, el intercambio de infor
mación de inteligencia se producía esencialmente en una sola
dirección. En diciembre de 1940, la embajada norteamericana
en Bogotá consideró que el 85% del material que se encontraba
en los archivos de la inteligencia colombiana provenía de fuen
tes norteamericanas, el 10% de fuentes colombianas y el 1% de
la legación británica. Lo que restaba era considerado sin valor y
sin identificación de su origen, aunque es muy posible que parte
del 85% no tuviera, asimismo, valor alguno39.
Sea lo que fuere, el problema de las actividades, supuestas o
reales, de quinta columna, salió brevemente al primer plano de
las relaciones colombo-norteamericanas cuando el presidente
Roosevelt en una transmisión radial, el 11 de septiembre de
1941, se refirió en forma casual a la existencia de unas pistas
secretas de aterrizaje alemanas en Colombia40. La insignifican
te crisis resultante ilustró en forma sutil tanto las ambigüedades
inherentes al problema como su potencial irritante. Roosevelt
no dio todos los detalles en su discurso, y años más tarde, al
escribir sus memorias, el embajador Braden hizo ver que el
cargo se había hecho sin “prueba positiva”. Sólo después de
formulado se reunieron ciertos “indicios persuasivos” que se
referían principalmente, según parece, a una propiedad rural
del Dr. Hans Neumueller, un próspero alemán residente en
, Cartagena. Aunque en verdad no existía una pista de aterrizaje
en gran escala, (secreta o no) en la hacienda de Neumueller lo
cierto es que sí existía por lo menos un trecho de terreno sobre
el cual podrían haber aterrizado aviones41.
La declaración de Roosevelt dio lugar inevitablemente a una
ola de excitación en Colombia. El Ministerio de Guerra pareció
38. Ver, v.g., The New York Times, 23 de diciembre de 1940, 11:2 y 3
de enero de 1941, 6:5.
39. Braden al secretario de Estado, 6 de julio de 1940, DS 821.00N/93
y 19 de diciembre de 1940, DS 821. 00/1305; Braden, Diplomáis
and Demagogues, págs. 253-255.
40. The New York Times, 12 de septiembre de 1941, 1:8; y 13 de
septiembre de 1941, 6:6.
41. Braden al secretario de Estado, 18 de octubre de 1941, DS 740.
00112A EW1939/3198; Braden, Diplomats and Demagogues,
págs. 240-241.
78
confirmar el informe cuando reveló que el Gobierno había
recibido información de la probable existencia de pistas de
aterrizaje secretas y tranquilizó al público afirmando que se
sentía muy competente para controlar la situación, Y para
aumentar la confusión, el ministro de Relaciones Exteriores
informó al Congreso que tales acusaciones se habían hecho
durante varios años, pero que el Gobierno había sido incapaz
de confirmarlas basado en sus propias investigaciones. El Con
greso colombiano procedió entonces, por votación unánime y
aun con algo de indignación, a proclamar su propia certeza de
que no existía ninguna pista de aterrizaje secreta, que Roosevelt
se había equivocado. Esto inspiró a El Liberal a preguntarse en
su editorial cómo el Senado podía estar tan seguro de que no
existía ninguna pista de aterrizaje si estas eran secretas. Y para
quedar bien, la Confederación de Trabajadores de Colombia
(dominada por los liberales, aunque infiltrada por los comunis
tas) solicitó públicamente que Neumueller fuera expulsado del
país42.
Pero los conservadores aprovecharon al máximo el incidente
del campo de aviación. El moderado y en general pro-nortea
mericano El Colombiano, de Medellín, se limitó principal
mente con criticar a los voceros oficiales de Colombia por la
naturaleza vaga y contradictoria de sus declaraciones43. Por
otra parte, La Patria, de Manizales, cuya reacción caracterizó
esencialmente la del elemento derechista de línea dura, encon
tró una oportunidad excelente para atacar tanto al gobierno de
Santos como a Franklin D. Roosevelt: “¿Es inexacto que exis
tan los campos de aterrizaje? Bien, entonces el presidente de los
Estados Unidos ha calumniado a Colombia. Y se podría argüir,
¿con qué objeto? Al más tonto se le ocurre la respuesta: para
invadirnos. Es así que en Colombia existen campos de aterriza
je secretos y que el general Castro Martínez sofoca una conspi
ración nazi cada dos semanas, entonces hay razón suficiente
para ocupar el territorio peligroso1'44. Que tales temores se
encendían fácilmente se hizo evidente cuando de repente se
propagó en el mismo mes el rumor en Bogotá —el cual incluso
se transmitió por la radio pero fue inmediatamente negado—
79
de que los marinos norteamericanos ya habían desembarcado
en varios puntos en la costa colombiana45.
IV
80
nos hacer negocios47. En ese momento, los controles y las
insuficiencias resultantes de la vigorización de la defensa en los
Estados Unidos significaban que la inclusión en la Lista Negra
era un impedimento definido que complicaba la tarea de obte
ner muchos materiales escasos; y el hecho de que los bancos de
Nueva York usualmente se desempeñaran como centros de las
transacciones financieras entre Colombia y otros países lati
noamericanos dio mayor alcance a la funcionalidad del siste
ma. Comoquiera que la Lista Negra había sido diseñada apa
rentemente para controlar los tratos de ciudadanos
norteamericanos (no de los extranjeros), se administraba unila
teralmente en Washington pero obviamente afectaba a los
extranjeros y no solamente a aquéllos que estaban proscritos.
Las compañías que no estaban en la Lista se mostraban com
prensiblemente cautelosas de hacer tratos con aquellas que lo
estaban, por temor a que pudieran ser incluidas en ella.
Compañías establecidas en Colombia fueron incluidas en la
Lista Negra desde el mismo comienzo y su número creció
posteriormente48, a pesar del hecho de que algunas eran borra
das de vez en cuando, ya sea debido a un cambio en su política y
prácticas, ya sea porque las repercusiones políticas adversas
debido a su inclusión pesaban más que los posibles beneficios.
En algunos casos el mismo Gobierno colombiano buscó la
supresión de la Lista de firmas nacionales; asimismo solicitó la
seguridad de que se pondrían en la Lista firmas colombianas
únicamente sobre la base de un peligro claro y efectivo y sólo
después de una coordinación cuidadosa con el Gobierno. Pero
los Estados Unidos, aunque no eran contrarios a una cantidad
razonable de consultas, no tenían ninguna intención de renun
ciar a su propio derecho de tomar la decisión final; y tampoco el
presidente Santos se preocupó por convertir la Lista Negra en
un problema mayor49.
81
Con todo, hubo disgusto general con tal sistema en Colom
bia y El Siglo, como era de esperarse, se encontraba entre los
fastidiados. Aún así, abordó el asunto con un grado de cautela
que sin duda reflejaba, entre otras cosas, su propio deseo de no
ser incluido en la Lista, el órgano conservador, en un editorial
sobre la Lista Negra, que apareció bajo el título “Complejo de
timidez”, se mostraba casi efusivo en su elogio a la política del
Buen Vecino, negando enfáticamente la existencia de la “ten
dencia imperialista” en los Estados Unidos, tendencia de la que
había hablado tanto en ocasiones anteriores y adoptó un punto
de vista en lo fundamental comprensible de la posición nortea
mericana en torno al problema de la proscripción. Reconocía
“intereses afines en peligro, que exigen una solidaridad elemen
tal para la defensa común”. Pero el mismo editorial detectaba
en la aplicación de la Lista Negra una tendencia a castigar
“actitudes o simpatías inocentes” de ciudadanos colombianos,
quienes no constituían una amenaza real para nadie, y acusaba
severamente al gobierno de Santos por haber fallado, como lo
sugería el título, en defender valientemente a los colombianos
en cuestión50.
El hecho de que la crítica a la Lista Negra no fuera un asunto
estrictamente de partido se hizo evidente en la adopción unáni
me por el Congreso colombiano de una resolución que exigía
que las compañías o individuos latinoamericanos podrían ser
incluidos en la Lista sólo después de consultas oportunas con
sus respectivos gobiernos, “de acuerdo con el espíritu y la letra
de las actas y convenciones de solidaridad suscritos en Lima,
Panamá y La Habana”51. Esta resolución, aprobada en no
viembre de 1941, había sido presentada al Congreso por una
comisión especial nombrada para estudiar el problema, cuyo
informe completo estaba redactado en términos aún más enér
gicos y el cual fue asimismo aprobado unánimemente. Los
miembros de la comisión habían sido elegidos en ambos parti
dos e incluían a José de la Vega, de la jerarquía oficial de El
Siglo, quien se encontraba particularmente indignado acerca de
la proscripción de Laboratorios Román en su Cartagena nati
va; y aunque consideraba que el informe era todavía demasiado
82
suave, estuvo de acuerdo con el mismo, según dijo, para dar una
muestra de unidad nacional.
Según la comisión del Congreso, el “sistema de proscrip
ción” era contrario a la ley internacional general y al concepto
de la reciprocidad interamericana. Más aún, en sus “aspectos
prácticos” era completamente inadmisible. En efecto, para
poder formar tales listas, los diplomáticos y agentes consulares
del Estado beligerante, (es decir, los Estados Unidos) tienen que
organizar un servicio verdadero de espionaje, incompatible con
sus funciones normales y opuesto a la soberanía del país en el
cual residen...”. La comisión continuaba explicando el alcance
de las consultas que consideraba necesarias: “Nuestros compa
triotas, aún aquellos quienes por razones de política interna se
encuentran apartados del actual gobierno, se sentirían seguros
en sus derechos si las denuncias clandestinas —casi siempre
obra de pasiones mezquinas o competencia comercial— de
tener vínculos con poderes extranjeros fueran sometidas al
dictamen del Presidente de la República o de su ministro de
Relaciones Exteriores, antes de recibir la sentencia de condena
de un poder extranjero”52.
Los Estados Unidos no procedieron a hacer lo que pedía el
Congreso colombiano y el mismo Santos rehusó hacer circular
la resolución del Legislativo a los demás gobiernos americanos,
como se estipulaba en los términos de ésta53. Pero quizás se
pueda presumir con seguridad que la fuerza y la unanimidad de
sentimientos expresadas en la resolución fueron tenidas en
cuenta en el manejo de la Lista Negra en lo que se relacionaba
con compañías colombianas.
52. Ibid.
53. Braden al secretario de Estado, 14 de noviembre de 1941, FR
(1941), VI, 305-6, y 21 de noviembre de 1941, DS 740. 00112A
EW1939/3944.
83
políticas estaban libres de sospecha. Hubo por lo menos un
elemento de bilaterismo en la operación de tales controles, ya
que Colombia suministraba tanto información general acerca
de los requerimientos nacionales para dirigir a los proyectistas
en Washington, como recomendaciones oficiales específicas
según fueran requeridas para la emisión de cierta clase de
permisos. De igual modo, Colombia cooperó hasta el punto de
imponer controles para la re-exportación, desde su propio
territorio, de artículos sujetos a controles de exportación en los
Estados Unidos54.
Otro aspecto más de la colaboración económica fue la dispo
sición de los recursos materiales de Colombia en apoyo de los
esfuerzos de defensa de los Estados Unidos.
Colombia no era un abastecedor importante de materiales
estratégicos, pero sí tenía una contribución para hacer; su
potencial como fuente de platino —del cual era el principal
productor latinoamericano— dio lugar a negociaciones intensi
vas con los Estados Unidos, que se iniciaron en la primera
mitad de 1941. Este metal era de especial importancia, no sólo
porque se necesitaba en los Estados Unidos, sino porque era
igualmente deseable evitar que cayera en manos de los poderes
del Eje. Japón, especialmente, había sido un activo comprador
del platino colombiano.
En conformidad, en mayo de 1941, el Departamento de
Estado retransmitió a Bogotá una oferta de la Metáis Reserve
Company (Compañía de Reserva de Metales), una agencia de la
Reconstruction Finance Corporation (Corporación Financiera
de Reconstrucción), para comprar la producción total de plati
no de Colombia, deduciendo las cantidades que se estuviera
enviando comercialmente a compradores particulares en los
Estados Unidos. Sin demora el presidente Santos dio una res
puesta entusiasta, pero ciertas complicaciones tenían que ser
superadas antes de que la transacción se completara. Existían
ciertas tecnicidades legales en Colombia, si bien ninguna era
insuperable; asimismo existía un deseo natural por parte de
Colombia de utilizar la cuestión del platino para negociar
compromisos de entrega de importaciones necesarias. Sobre
todo, Colombia quería un suministro garantizado de seda, la
cual se necesitaba para cinco fábricas de textiles pequeñas.
Colombia había dependido del Japón para dicho producto,
pero los japoneses no estaban interesados en continuar ven
diéndolo a menos que a su vez pudieran obtener el platino
84
colombiano. La oferta norteamericana de suministrar rayón en
vez de seda no era totalmente satisfactoria, ya que tomaría
tiempo transformar las fábricas locales para procesarlo.
Finalmente, había desacuerdo acerca del precio. La Compa
ñía de Reserva de Metales sugirió primero el precio de $36
dólares por onza, mayor que el que la compañía norteamerica
na South American Gold and Platinum Company (Compañía
Suramericana de Oro y Platino) estaba cobrando por el platino
colombiano que vendía en los Estados Unidos, pero menor que
el que los productores colombianos estaban recibiendo de otros
países, y además insuficiente para desanimar las ventas de
contrabando al Japón o a otros lugares. Por lo tanto, se aceptó
una cifra superior y Colombia también aceptó, a cambio de la
nueva promesa de que los Estados Unidos harían todo lo
posible por abastecer las fábricas colombianas de materia pri
ma. Los arreglos finales no se firmaron hasta febrero de 1942,
pero la propuesta norteamericana había sido aceptada en prin
cipio mucho antes; ya se habían tomado medidas para detener
las compras japonesas aún antes de Pearl Harbor55.
85
V. PRESTAMOS VIEJOS Y NUEVOS
86
El problema era complejo en sí, puesto que estaban compro
metidas varias clases de obligaciones por un gran total (sin
contar los atrasos de interés) de cerca de $170 millones de
dólares2. Lo primero y más urgente que había era el balance sin
pagar de dos emisiones de bonos al 6 por ciento, emitidas en los
Estados Unidos por el Gobierno colombiano en 1927 y 1928,
por $25 millones y $35 millones de dólares, respectivamente. El
pago completo de éstos se había sostenido hasta 1932, cuando
la amortización del capital fue suspendida, pero los intereses
fueron, sin embargo, cancelados en efectivo. Luego, en 1933,
Colombia cumplió con los intereses pagando parcialmente en
efectivo y parcialmente en cédulas que no devengaban interés.
En 1934, los intereses se pagaron completamente en títulos
consolidados al 4 por ciento; y después del lo. de enero de 1935,
el incumplimiento del pago de ambas deudas llegó a ser total.
Sin embargo, las cédulas emitidas en 1933 redimidas a su
vencimiento en 1937, y el pago (incluido el retiro gradual) se
mantuvo, asimismo, para los certificados que habían sido emi
tidos un año después. Por lo demás, el capital del préstamo
original se había reducido a escasos $51 millones de dólares
para la época en que la amortización regular fue descontinua
da; otros $6 millones de dólares en bonos llegaron a manos del
Gobierno colombiano a cambio de bonos internos, de tal forma
que la suma que aún se debía del capital oscilaba entre los 45 y
los 46 millones3.
Aparte de la deuda consolidada en bonos, Colombia debía
un balance más pequeño como resultado de un préstamo hecho
al gobierno de Olaya Herrera durante el primer año de su
gobierno por un consorcio del First National City Bank of New
York y otras instituciones bancarias. El préstamo se había
hecho, supuestamente, para ser pagado a corto plazo con el fin
de ayudarle un poco a Colombia hasta que pudiera obtener
nuevos créditos a largo plazo; pero en la práctica ninguno de
87
esos empréstitos estuvo jamás disponible y, por consiguiente, el
préstamo había sido renovado repetidamente desde entonces
—siempre por cortos períodos. El interés sobre “el préstamo
del grupo bancario” se había mantenido pero a una tasa redu
cida, arreglada mediante un acuerdo con los prestamistas; se
había cumplido alguna redención del capital aunque sin un
plan fijo. Para el año 1938 el balance permaneció en las cerca
nías de los $15 millones. En este caso, Colombia no había
faltado exactamente a lo convenido, pero el préstamo obvia
mente se había convertido en algo totalmente diferente de lo
que había sido su intención original y los banqueros estaban
ansiosos de hacer arreglos definitivos para su pronta liquida
ción4.
Finalmente, había otras obligaciones demoradas las cuales
no incluían al Gobierno de Colombia como prestatario. Du
rante los años veintes, los departamentos y los municipios
habían emitido una suma aún mayor de bonos en dólares
(dollar bonds) para los cuales se suspendió el pago durante la
depresión, dejando en $82 millones el capital pendiente5. Se
hicieron emisiones adicionales de bonos en dólares durante el
mismo período por varias instituciones prestatarias tanto ofi
ciales como privadas, de las cuales la más importante fue el
Banco Agrícola Hipotecario; las emisiones de este último, el
cual era una agencia oficial, habían sido garantizadas expresa
mente por el Tesoro colombiano, pero no se pagaban desde
1935. Las obligaciones de las instituciones privadas —Banco de
Colombia, Banco Hipotecario de Colombia y Banco Hipoteca
rio de Bogotá—, no tenían tal garantía y habían estado demo
rados desde 1932. Pero incluso en estos casos el crédito del
Gobierno colombiano estaba involucrado como resultado de
una legislación promulgada en la emergencia de la depresión
por medio de la cual se transfirió la responsabilidad de sus
obligaciones extranjeras al Banco Agrícola Hipotecario. El capi
tal mixto pendiente de las emisiones garantizadas y no garanti
zadas era de aproximadamente $20 millones, aunque una parte
considerable de los bonos estaba en poder del mismo banco6.
88
En la práctica, lo que llamó la atención del Gobierno colom
biano, de la comunidad financiera de los Estados Unidos y
(como un tercer partido interesado benevolentemente) del De
partamento de Estado, fueron los préstamos nacionales en
dólares de 1927 y 1928. La deuda pendiente de esas dos emisio
nes no fue solamente nociva para el crédito exterior colombia
no, sino también cualquier pago que se hiciese en relación con
ellos podría ser contemplado como modelo para el manejo de
otras obligaciones. Durante el gobierno de López, Colombia
ya había negociado más o menos periódicamente con los repre
sentantes de los tenedores de bonos una reanudación del interés
y la amortización, pero la principal oferta colombiana plantea
ba una reducción de los intereses al 2 por ciento, aumentándo
los anualmente en un V4 por ciento hasta que fuera alcanzado
un máximo del 3%. Tal negociación fue considerada completa
mente inaceptable por el FBPC. El gobierno de Santos tenía la
esperanza de revivir las negociaciones pero se movió muy
lentamente por no comprometer en exceso sus recursos y
porque cualquier negociación que pareciera demasiado gene
rosa con los acreedores extranjeros, fácilmente podría conver
tirse en un riesgo político nacional. De hecho, existía un amplio
sentimiento en el Congreso a favor de hacer una oferta unilate
ral a los tenedores de bonos en los propios términos colombia
nos y en la forma de una propuesta de aceptación o rechazo.
Para tal efecto la legislación había sido desviada aparentemen
te gracias a la presión del Gobierno, pero aún así el primer
esfuerzo hecho por el ministro de Hacienda, Lleras Restrepo,
fue simplemente el de reunir información adicional que pudiera
ser utilizada para convencer al FBPC de que la oferta de López,
que había sido rechazada, era lo máximo que Colombia podía
dar7.
Finalmente, el factor que quizás contribuyó más para indu
cir a Colombia a mejorar su oferta fue la esperanza de obtener
nuevos créditos de los Estados Unidos, una vez que los anti
guos préstamos fueran negociados a mutua satisfacción. Los
dos asuntos —viejos y nuevos préstamos— fueron habilidosa
mente entretejidos por el embajador Braden en conversaciones
con Santos y Lleras Restrepo, poco tiempo después de asumir
sus funciones en Bogotá, en los primeros meses de 1939. Citan-
89
do las instrucciones que había recibido del presidente Roose-
velt para discutir el problema de la estabilización del dinero en
circulación, Braden le mencionó a Santos, durante una entre
vista que tuvo lugar el 27 de febrero, que si Colombia lo
deseaba, los Estados Unidos estarían dispuestos a hacer un
préstamo de oro en lingotes, de Tesoro a Tesoro, para los
propósitos de la estabilización. Santos contestó con una expre
sión de interés muy cortés y con la observación de que el
problema de Colombia, por el momento, era prevenir una
indebida valoración, no depreciación, del peso. Sin embargo,
una vez que las posibilidades de nuevos préstamos hubieron
sido resaltadas, Braden fue muy claro al indicar que la negocia
ción de las deudas pendientes de las pasadas obligaciones
tendría una conexión directa con el préstamo de estabiliza
ción o con cualquier otra clase de cooperación económica. En
relación con lo anterior, fue muy cuidadoso en enfatizar la in
fluencia política de la colectividad de tenedores de bonos
extranjeros dentro de ios Estados Unidos, lo que haría repeti
das veces en ocasiones similares8.
Unas semanas más tarde se llevó a cabo una discusión más
detallada del asunto de los préstamos en sus dos aspectos entre
Braden y Lleras Restrepo, quien gozaba de una extraordinaria
independencia como ministro de Hacienda debido a la confian
za sin reservas que Santos tenía en él, ya que éste reconocía su
propia falta de conocimiento especializado en dicho campo9.
En cuanto a las deudas pasadas, Lleras presionó al embajador a
dar una opinión acerca de los términos específicos que deberían
ser ofrecidos, y Braden dijo francamente que tenía la sensación
* de que los términos adelantados por el gobierno de López eranl
muy bajos. Dijo, como opinión personal, que Colombia fácil
mente podía y debía ofrecer un interés del 3 por ciento para
comenzar, y lo aumentaría progresivamente tanto como la
renta nacional lo permitiera. Lleras recalcó también la necesi
dad de créditos futuros expresando un poco más de interés que
Santos en el préstamo para la estabilización del dinero circu
lante y especificando un número de objetivos dignos de men
90
ción para los cuales tenía la esperanza de que Colombia podría
obtener financiamiento a través del Banco de Exportación e
Importación. Entre los que mencionó figuraba la construcción
de ferrocarriles y la adquisición de material rodante, maquina
ria para la construcción de carreteras y para el dragado del río
Magdalena y adición de capital para la Caja de Crédito Agrario
Industrial y Minero. De la misma forma que el embajador de
los Estados Unidos sostuvo la esperanza de nuevos préstamos
mientras urgía el pago de los viejos, el ministro de Hacienda de
Colombia sostuvo la esperanza de que con una infusión de
créditos oficiales de Washington, Colombia estaría en una me
jor posición para desmantelar su sistema actual de control de
cambios, el cual, en la teoría como en la práctica, era sumamen
te desagradable para los Estados Unidos10.
A pesar de la opinión expresada por Braden de que los
términos anteriormente ofrecidos eran muy bajos, el Gobierno
colombiano hizo un esfuerzo más para que el FBPC los acepta
ra. Naturalmente el esfuerzo no tuvo éxito. Ha podido ser un
esfuerzo no muy serio, porque de acuerdo con el punto de vista
general sostenido en Bogotá, según informó Braden, Colombia
simplemente estaba tratando de sacar una contraoferta11. Sin
embargo, cuando White, del FBPC, adelantó la posibilidad de
un acuerdo temporal a un año para reanudar el interés al 3 por
ciento, Lleras no se mostró entusiasmado; y cuando más ade
lante el FBPC sugirió que se llegara a un acuerdo permanente
con base en un interés del 3.5 por ciento, el cual se elevaría
gradualmente hasta el 4.5 por ciento, Colombia estuvo poco
receptiva. Para fines de julio de 1939 las negociaciones parecían
haberse roto casi completamente12.
Con el estallido de la guerra en Europa la situación cambió
de nuevo. Colombia disfrutaba de algún grado de protección
contra los efectos adversos e inmediatos de la contienda sobre
su economía, porque más de la mitad de su comercio exterior
estaba dirigido a los Estados Unidos; empero, no pudo abs
traerse completamente del impacto de la lucha. Sobre todo, el
91
desgarre de los modelos establecidos de comercio con Europa
condujo a una fuerte baja en el precio del café, el cual, en el caso
de Colombia, cayó en más de una tercera parte de septiembre
de 1939 a mayo de 194013. Este golpe combinado con otros
factores, tales como la gran cantidad de importaciones pedidas
durante 1939 antes del estallido de la guerra, ocasionó que
Colombia terminara ese año con un déficit de más de $8
millones de dólares en su balanza de pagos; para la primera
mitad de 1940 la cifra ya era de $11.6 millones14. Para hacerle
frente a la situación de cambios, Colombia reforzó las regula
ciones de control de cambios15; no obstante, se presentó un
problema corolario debido a que aproximadamente el 40 por
ciento de la renta del Gobierno Nacional se derivaba de impues
tos al comercio16. Por lo tanto, en la medida en que se recorta
ban las importaciones de acuerdo con la disponibilidad de
divisas, también disminuía el ingreso gubernamental. Y aun
que algún dinero podía ser y fue ahorrado con medidas tales
como recortes en los salarios oficiales y reducción de la cons
trucción de obras públicas17, la solución más atractiva desde el
punto de vista colombiano para resolver este y otros proble
mas, fue tomar prestados más millones de los Estados Unidos.
Obviamente pasó un tiempo antes de que los efectos plenos
de la guerra se sintieran. No obstante, tan pronto como pudo, el
2 de septiembre de 1939, el ministro de Relaciones Exteriores ya
estaba sugiriendo un préstamo de apoyo de $50 millones de
dólares, cuya mera disponibilidad —fuera usado o no— sos
tendría la confianza en el peso18. La delegación colombiana a la
Conferencia de Panamá importunó al subsecretario de Estado,
Sumner Welles, con más o menos la misma sugerencia19. Desde
el principio, los Estados Unidos fueron receptivos; pero Braden
en Bogotá y sus superiores en Washington se encargaron de que
Colombia no olvidara la conexión entre la asistencia que desea-
92
ha y Ja liquidación de las deudas pendientes. Al minismo tiempo,
el Departamento de Estado decidió asumir un papapel más enér
gico en las negociaciones entre Colombia y sus desadores priva
dos. Anteriormente los funcionarios estadinensesÍS en Washing
ton y Bogotá, de manera intermitente hablaran recordado,
estimulado y aun habían hecho algunas sugerencias acerca de
posibles acuerdos sobre bases no oficiales y personales. De ahí
en adelante, el Departamento de Estado trabajajaría activa y
persistentemente para promover una confluencia a de opiniones
entre el Gobierno colombiano y el FBPC. Si, , pOr ejemplo,
Colombia acordaba un arreglo de intereses al j 3 pOr ciento,
aumentándolos por etapas hasta el 4.25 por cier>nto, Laurence
Duggan del Departamento de Estado le aseguró 5 al embajador
colombiano en Washington que el Departamcn’nto de Estado
usaría sus influencias con el fin de lograr la a aceptación de
dichos términos por parte de los representantes dde los tenedo
res de bonos20.
Colombia nunca estuvo de acuerdo en subir t tanto, pero es
probablemente cierto que en las negociaciones quue siguieron el
Departamento de Estado estuvo más de acuerdo cCon Colombia
que con el FBPC21. El primer resultado concrq-eto surgió en
febrero de 1940, cuando el Gobierno colombianco anunció que
pagaría intereses de los préstamos de 1927 y 19283 por el año en
curso a la tasa del 3 por ciento y que dedicarría una suma
adicional de US$400.000 durante el año para la «compra, en el
mercado abierto, de bonos para su amortizaciónn22. Debido al
reducido precio de mercado de los bonos, estai última suma
finalmente le permitió a Colombia adquirir bono
*) S Con un valor
nominal de casi US$1.8 millones23. Y el Newz York Times
informó que los especialistas en bonos de los Es$tados Unidos
consideraron este método un poco injusto24; p^ero el FBPC,
aunque no con mucho entusiasmo, aprobó explícitamente las
negociaciones25.
93
En todo caso, el acuerdo temporal de febrero de 1940 fue el
primer avance real en las negociaciones financieras colombo-
norteamericanas. Y este avance obviamente facilitó el otorga
miento a Colombia de un préstamo de $10 millones del Banco
de Exportación e Importación26. El crédito, que se anunció
formalmente a principios de mayo, no se concedió directamen
te al Gobierno colombiano sino al Banco de la República
(semi-oficial). El efecto fue el mismo porque inmediatamente el
Banco de la República le prestó al Gobierno el equivalente de
US $10 millones en pesos colombianos —17.5 millones de
pesos a la tasa de cambio existente. Este dinero se destinó a una
amplia gama de proyectos diseñados para fortalecer la econo
mía nacional en la emergencia de la guerra y después de ésta,
todo de acuerdo con las propuestas que el año anterior hizo
Lleras al embajador Braden. Para ser exactos, la cantidad en
pesos del préstamo fue apropiada como se muestra en la tabla
siguiente27:
Pesos
Capital adicional para la Caja de Crédito Agrario,
Industrial y Minero. 7’000.000
Creación de un Instituto de Fomento Industrial. 2’000.000
Construcción de carreteras. 3’000.000
Construcción de ferrocarriles y trabajos de puerto
relacionados (terminación del ferrocarril Buenaventura-
Medellín; ferrocarril de Nariño; trabajos del Puerto
de Tumaco). 2’000.000
Pago de parte de la deuda pendiente de la Nación
al Consejo Administrativo de los Ferrocarriles
Nacionales y adquisición de equipo para obras
públicas (incluido el mejoramiento de la navegación
fluvial). 3’000.000
Establecimiento de un fondo rotatorio para
desarrollo agrícola en el Ministerio de la
Economía Nacional. 500.000
94
mayor parte de dólares del préstamo para ayudar a liquidar las
cuentas de cambio pendientes, estimadas en cerca de US$8
millones28. Otro aspecto no desdeñable del préstamo fue que
redundaría en beneficio político para el gobierno de Santos, y
este era otro objetivo en que los Estados Unidos estaban plena
mente deseosos de cooperar.
Mientras continuaban las conversaciones relacionadas con
un arreglo permanente de las deudas viejas. Algunas de las
presiones inmediatas para un ajuste completo podrían haber
sido aliviadas por el otorgamiento del préstamo del Banco de
Exportación e Importación, pero los colombianos todavía es
peraban regresar luego por más créditos a los Estados Unidos
y, naturalmente, existían otras razones válidas para seguir
buscando un nuevo acuerdo. También existía una razón espe
cial para apresurarse, porque el 20 de julio de 1940 expiraban
los poderes económicos extraordinarios otorgados al Presiden
te colombiano por votación del Congreso en el mes de diciem
bre anterior para hacerle frente a los problemas de la emergen
cia de la guerra. Comprensiblemente Santos y Lleras prefirieron
efectuar la negociación bajo esos amplios poderes antes que ir
al Congreso para la aprobación de los términos específicos, tal
como habrían tenido que hacerlo en circunstancias diferentes.
Por ahora era claro que Colombia no aceptaría más del 3
por ciento de interés en cualquier arreglo permanente y los
representantes del gobierno de los Estados Unidos parecen
haber aceptado esto con mucha calma, aunque con frecuencia
expresaron su inclinación por una cifra mayor o por un aumen
to gradual de la tasa de interés. En una reunión realizada en
Washington el 6 de julio de 1940 el secretario de Comercio,
Jesse Jones, anticipó lo que llegaría a ser la fórmula definitiva.
Asistieron a la reunión otros funcionarios norteamericanos, el
embajador colombiano Gabriel Turbay y un representante del
FBPC. La fórmula aseguraba la consolidación del capital pen
diente de las emisiones de 1927 y 1928 más la mitad de los
intereses no pagados, en una nueva deuda al 3 por ciento;
Colombia proveería lo necesario para una amortización regu
lar, empezando en pequeña escala pero aumentándola más
tarde29. El Gobierno colombiano aprobó dichos términos pero
insistió en añadir una disposición por la cual el pago podía ser
suspendido de nuevo temporalmente si las condiciones de las
finanzas nacionales hacían absolutamente necesaria tal medi
95
da30. El FBPC, por su parte, rehusó aprobar los términos en
cuestión al considerar que no había sido apoyado por el Depar
tamento de Estado en cuanto a los intereses31, y objetó vigoro
samente la futura suspensión condicional. White insistió que
era preferible aceptar una nueva renovación del acuerdo de
1940 a corto plazo que aceptar lo anterior32. Pero como Dug-
gan enfatizó más tarde, la medida de suspensión únicamente
expresaba abiertamente lo que era una prerrogativa soberana
de cualquier gobierno; además observó que Colombia “qui
zás... era un poco más honesta al dar preaviso”33.
Aún sin el acuerdo del FBPC, y antes de que expiraran sus
poderes extraordinarios, el 17 de julio el presidente Santos
expidió un decreto que promulgaba ciertas “bases que el go
bierno adoptará para el pago de la deuda nacional externa de
1927 y 1928”34. Estas bases siguieron la fórmula de Jones con la
adición de la medida de suspensión; naturalmente, ésta no fue
bien vista por los voceros de los tenedores de bonos, pero una
vez pasada la fecha fijada (20 de julio), los funcionarios colom
bianos insistieron en que no podían revisar los términos y
Sumner Welles le informó a White que el Departamento de
Estado no veía razón para cuestionar la interpretación colom
biana35. Así, los términos específicos de la negociación, al fin
fueron anunciados formalmente el 30 de diciembre en Was
hington, confirmaron lo que ya estaba decidido. Se estipulaba
el cambio de bonos pendientes al 6 por ciento por nuevas
obligaciones al 3 por ciento con un vencimiento de 25 a 30 años
y capitalización equivalente a la mitad de los intereses no
pagados. El valor de la nueva emisión sería de US $50 millones,
es decir, aproximadamente US $43.7 millones del capital origi
nal todavía pendiente después de las compras en el mercado
abierto que Colombia había hecho durante el año de 1940, más
96
US $6.3 millones en intereses atrasados36. La medida no fue
mencionada en el anuncio, pero en virtud del decreto del 17 de
julio permaneció como una condición expresa.
Una declaración conjunta suministrada a la prensa por los
Departamentos de Estado y del Tesoro y la Agencia Federal de
Préstamos (Federal Loan Agency) describió los términos co
lombianos como “un justo esfuerzo (de parte de Colombia)
para arreglar sus obligaciones”37. Por otro lado, el FBPC
siguió atacando los términos como “completamente contrarios
a lo que Colombia podía hacer”, y discriminatorios “contra los
tenedores de bonos puesto que proveen únicamente un 50 por
ciento de interés mientras conceden bonos internos y créditos a
corto plazo”. La declaración del FBPC llamó la atención acer
ca de la discrepancia entre el interés del 3 por ciento que
Colombia estaba ofreciendo a los inversionistas privados (con
la aprobación oficial de los Estados Unidos) y el 4 por ciento de
interés que el Banco de Exportación e Importación estaba
cargando en sus recientes préstamos a Colombia38. De manera
similar, un comentarista financiero en el Herald Tribune de
Nueva York acusó al gobierno de los Estados Unidos de “ayu
dar y alentar a Colombia para que engañe a los ciudadanos
norteamericanos”39. Y el Consejo rehusó de plano instar a los
tenedores individuales de títulos colombianos a que aceptaran
los términos.
Sin embargo, Colombia procedió luego a completar las
formalidades requeridas para la transacción. Una de ellas con
sistía en obtener la aprobación de la Junta Nacional de Em
préstitos, un cuerpo asesor formado principalmente por con
gresistas de ambos partidos; el cual dio su aprobación por
unanimidad40, aunque los miembros conservadores —uno de
ellos el senador Luis Ignacio Andrade, gerente de El Siglo—,
más tarde estipularon que ellos únicamente habían aprobado
los términos efectivos del arreglo y no el recurso de ofrecer esos
términos bajo la autoridad de los poderes extraordinarios, que,
de hecho, habían expirado en el momento en que la oferta fue
anunciada41. En algunas oportunidades la oposición conserva-
36. The New York Times, 31 de diciembre de 1940, 26:1; MemHda,
1941, págs. 30-31.
37. The New York Times, 31 de diciembre de 1940. 26:1.
38. The New York Times, 1 de enero de 1941, 35:4.
39. New York Herald Tribune, 1 de enero de 1941, 31:4.
40. El Tiempo, 23 de febrero de 1941; The New York Times, 24 de
febrero de 1941, 28:3.
41. El Siglo, 11 de mayo de 1941.
97
dora había elevado su voz de protesta sobre cuestiones técnicas
mucho más pequeñas que ésta, pero en el caso presente no
armó ningún escándalo verdadero sobre la supuesta quiebra de
la legalidad. (La crítica más importante de los conservadores
fue simplemente que la negociación del préstamo debería ha
berse realizado mucho antes, puesto que uno de los incontables
pecados atribuidos al régimen liberal era haber destruido la
reputación favorable que Colombia tenía para obtener créditos
en el extranjero42).
En realidad, la reacción colombiana más áspera es proba
blemente la que provino del sector lopista del mismo partido
liberal. Un vocero lopista sugirió en El Liberal que el gobierno
de Santos había sido embaucado por una hábil maniobra
diplomática de los Estados Unidos, pretendiendo hacer apare
cer la nueva asistencia financiera como dependiente de la liqui
dación de las deudas atrasadas —al paso que, en la práctica, los
Estados Unidos estaban decididos a forzar los créditos en los
países latinoamericanos, no importaba cual, de modo que sus
compras reemplazaran los mercados europeos perdidos desde
el estallido de la guerra. Pero los liberales de López tampoco
hicieron de la liquidación del préstamo un tema de discusión
especial: desde su punto de vista era sólo una de las varias cosas
que Colombia había hecho recientemente por los Estados Uni
dos sin recibir compensación adecuada en forma de créditos del
Banco de Exportación e Importación, o en alguna otra43.
Los últimos detalles en ser resueltos fueron la firma de
contratos con agentes financieros en los Estados Unidos para
que se encargaran de la conversión de las emisiones viejas en la
nueva y del pago futuro de intereses y amortización posterio
res, así como de la presentación de una oferta formal de conver
sión a los tenedores de bonos. Todo lo anterior se llevó a cabo
finalmente en mayo y junio de 1940 y, a pesar de la actitud del
FBPC, la respuesta de los inversionistas individuales fue muy
98
satisfactoria. En los primeros ocho meses solamente, el 80 por
ciento de los tenedores de bonos norteamericanos habían he
cho conocer su aceptación44.
Aún antes de la culminación real de estos arreglos, el Depar
tamento de Estado había solicitado a su embajada en Bogotá
que estudiara qué se podría hacer en favor de otros grupos de
acreedores, al mismo tiempo que el Gobierno colombiano
introducía el tema de otro préstamo del Banco de Exportación
e Importación45. La discusión sobre ambos tópicos se adelantó
otra vez simultáneamente, pero el nuevo préstamo demostró
ser más fácil de arreglar. La solicitud colombiana original era
por US $10 millones para ser utilizados para necesidades tanto
militares como económicas46. La cuestión de la asistencia mili
tar pronto se separó de la de la ayuda económica para ser
negociada a través de los canales de Préstamo y Arriendo47; sin
embargo, a medida que progresaban las negociaciones, la lista
de exigencias colombiana se hacía mayor, hasta el punto de que
sólo para ayuda económica se solicitó la suma de US $13
millones. Tal cifra no incluía un posible empréstito para estabi
lización de la moneda circulante, lo cual fue mencionado nue
vamente por Colombia aun cuando el embajador Braden no
estaba convencido de su necesidad. Braden no cuestionó la
conveniencia de créditos para obras públicas esenciales, algu
nas de las cuales se estaban restringiendo debido a la baja en los
ingresos del país por concepto de aduanas ni para proyectos de
irrigación y drenaje en la zona bananera, cuya cosecha mayor
estaba siendo duramente afectada por una epidemia de sigato
ka. Pero Braden era escéptico acerca de otros proyectos de
desarrollo propuestos y anotaba que el Instituto de Fomento
Industrial, establecido en gran parte con fondos provenientes
del préstamo del año anterior, había invertido hasta el momen
to sólo una quinta parte de su capital en nuevas empresas
(ninguna de las cuales, afirmaba, se sabía que estuviera en
operación). Finalmente no cabía duda de que Santos estaba
ansioso de prestar más dinero, en parte simplemente para
refutar las insinuaciones de Alfonso López de que no había
99
sido lo suficientemente enérgico para conseguir ayuda de los
Estados Unidos48.
No obstante, en última instancia, ni Braden en Bogotá ni sus
superiores en Washington se sentían muy dispuestos a regatear.
Santos era un amigo comprobado y nunca se echarían de
menos unos pocos millones. No sólo esto, sino que también la
prensa de Bogotá, aparentemente con estímulo oficial, sostenía
la esperanza de que Colombia conseguiría lo que deseaba,
creando así una situación en la cual hubiera resultado embara
zoso hacer menos49. De modo que, por medio de un contrato
firmado el 23 de julio de 1941, se otorgó a Colombia un
préstamo del Banco de Exportación e Importación por US $12
millones nuevamente, a un interés del 4 por ciento50.0, como lo
expresó un escritor, esta vez en El Siglo-. “El futuro de la nación
ha sido gravado una vez más y más pesadamente”51. Pero a los
conservadores no pareció importarles mucho, y los lopistas se
sentían satisfechos de anotar que aparentemente el Gobierno
había tomado a pecho sus propios pronunciamientos acerca de
la insuficiencia previa de la ayuda norteamericana. El Liberal
llegó a sugerir que el vuelco en la política se debía a la salida de
Lleras Restrepo del Ministerio, en el mes de marzo anterior52.
El nuevo préstamo se hizo directamente al Gobierno colom
biano y no al Banco de la República. La suma total no se pagó
inmediatamente a Colombia y tampoco fue destinada por ade
lantado para objetivos específicos; todavía en 1943 existía un
modesto saldo esperando apropiación. Pero, de hecho, algo
más de la mitad fue destinada para construcción de carreteras y
mejoras de las mismas. La segunda suma más grande se destinó
a trabajos de irrigación y drenaje y algo se usó, después de todo
y con la aprobación de los Estados Unidos, para gastos de
defensa —bases aéreas, edificios militares y equipo. El desarro
llo agrícola general, la navegación, las obras en los puertos y la
100
construcción de otros edificios del Gobierno recibieron todos
partidas menores53.
Los esfuerzos posteriores del gobierno de Santos para con
seguir préstamos de los Estados Unidos una vez que se le
otorgó el crédito del Banco de Exportación e Importación de
1941, tuvieron que ver principalmente con los requerimientos
militares. El resultado final fue el convenio de Préstamo y
Arriendo de marzo de 194254. Sin embargo, el Gobierno colom
biano continuó trabajando al mismo tiempo por un arreglo de
sus restantes obligaciones pendientes en dólares, y antes de que
Santos terminara su periodo, se había llegado a un acuerdo
sobre el préstamo del grupo bancario a Olaya y sobre las
obligaciones del Banco Agrícola Hipotecario. En el primer
caso, Colombia había venido reduciendo el capital gradual
mente, capital que durante 1939, por ejemplo, había disminui
do en más de un cuarto de millón de dólares. Gradualmente
también, la gama de desacuerdos sobre los términos para un
arreglo permanente se redujo debido a las discusiones entre el
Gobierno colombiano y los banqueros, con discretas interven
ciones por parte del Departamento de Estado, pero con poco
sentido de urgencia de ambas partes. La cuestión principal que
estaba en juego era el tiempo que se podía conceder para la
liquidación total, ya que Colombia quería un período de 15
años y algunas firmas bancarias, aunque no todas, insistían en
un lapso de diez años. Finalmente se adoptó lo que aparente
mente era un convenio ajustado. Por medio de un acuerdo de
mayo de 1942, se estipularon pagos regulares cada cuatro
meses durante un período de diez años, pero con un último
pago, a vencerse el 31 de diciembre de 1952, por un monto de
US $5.578.896. No se esperaba que Colombia cumpliera con
esta suma; tendría que ser renegociada cuando llegara el mo
mento, de modo que la fecha de la liquidación final quedó sin
determinar55.
Solo en septiembre de 1941 comenzaron discusiones serias
acerca de las deudas del Banco Hipotecario, cuando el Banco
102
Santos había reducido a un mínimo la crítica política nacional,
iiI mismo tiempo que satisfizo una de las condiciones claves
para poder recibir nuevos préstamos del gobierno de los Esta
dos Unidos. Por otra parte, estos nuevos créditos sentaron un
pi ccedente que ha continuado hasta hoy y que no da señales de
cambiar.
103
VI. CAFE, BANANO, PETROLEO
104
nal. En contraste, el café era una cosecha de trabajo intensivo,
cultivado virtualmente en cada zona importante de la Repúbli
ca, en las grandes haciendas y en la pequeña propiedad campe
sina por igual. El café, además, tenía una importancia especial
en las relaciones colombo-norteamericanas, ya que a pesar del
aumento reciente de las compras alemanas, canceladas en mar
cos de compensación, los Estados Unidos conservaban el pri
mer lugar como compradores del café colombiano por un
margen apreciable. En 1938, los Estados Unidos se quedaron
con el 80 por ciento de las exportaciones de café de Colombia, y
Alemania con el 16 por ciento, en contraste con el 84 por ciento
y el 7 por ciento de sólo cuatro años antes2.
El patrón del comercio cafetero colombiano, con su fuerte
dependencia del mercado norteamericano, marcó un cierto
grado de protección estructural contra la pérdida drástica en el
volumen de exportaciones después del comienzo de la Segunda
Guerra Mundial. Sin embargo, no suministró una protección
igual contra una baja en el valor de exportación, el cual depen
día de las condiciones del mercado mundial del café en su
conjunto; y el cierre virtual del mercado alemán al comienzo de
la guerra europea, seguido por la pérdida de otros mercados
continentales a medida que el conflicto progresaba, tuvo efec
tos adversos muy notorios en los precios del café. Desde el 11 de
septiembre de 1939 hasta el 4 de septiembre de 1940, el precio
de Nueva York para el tipo básico de café colombiano (Mani-
zales) declinó de 12.75 centavos de dólar la libra a 7.25 centavos
—aproximadamente el precio más bajo que se haya registra
do—3. Esta caída no solo redujo las entradas de la industria del
café sino que amenazó con una crisis fiscal al mismo Gobierno
colombiano. La relación entre los precios y las ventas del café y
los ingresos del Gobierno era inevitablemente compleja, pero
la fuente de preocupación inmediata era el hecho de que
cualquier pérdida importante de divisas —tal como la situación
cafetera en ese momento acarreaba inevitablemente— dismi
nuiría la capacidad de importación de Colombia. A su vez, esto
amenazaba la renta de aduanas, la fuente más importante de
ingresos tributarios.
105
El gobierno de Santos comenzó a adoptar una serie de
contramedidas aún antes de que se sintiera el impacto pleno del
precio declinante del café. Se fortalecieron las regulaciones de
control de cambios en diciembre de 1939 y se impusieron
restricciones especiales a cierta clase de importaciones y el
Gobierno se propuso aumentar la producción y exportación de
oro. Como se mencionó en el capítulo anterior, la administra
ción agilizó las negociaciones financieras con los Estados Uni
dos a fin de obtener nuevos créditos, y, en mayo de 1940,
estableció una subvención de 2 pesos por saco a las exportacio
nes del café4. Todos estos recursos parecen haber sido de
alguna ayuda. Pero con la excepción de la subvención para el
café, no ayudaron a la industria cafetera directamente y tampo
co hubo seguridad alguna de que su efecto combinado resolve
ría el problema de divisas. De ahí que, de acuerdo con otros
productores latinoamericanos, Colombia echara mano del re
curso adicional de acción cooperativa para sustentar el precio
del grano.
La idea de un convenio interamericano para limitar la pro
ducción y las exportaciones de café y así mantener el precio a un
nivel aceptable, estaba muy lejos de ser novedosa, pero general
mente no había gozado de mucha aceptación en Colombia.
Confiando en que la calidad superior de sus propios tipos de
café garantizaría la venta de todo lo que produjesen —y a un
precio cómodamente superior al del grano brasileño— los
colombianos habían preferido hacer las cosas a su manera en el
mercado cafetero mundial. Para ser exactos, en 1936, con
enérgico apoyo del gobierno de López, la semioficial Federa
ción Nacional de Cafeteros llegó a un acuerdo con Brasil para
la restricción conjunta de las exportaciones. Pero la Federación
no estaba en condiciones de financiar adecuadamente su cuota
del programa, lo que fue un motivo —aunque ciertamente no el
único— de por qué el acuerdo se descompuso rápidamente5. La
nueva situación ocasionada por la Segunda Guerra Mundial
creó entonces en Colombia la opinión de dar otra oportunidad
a los pactos internacionales, y cuando se realizó en Nueva York
la Tercera Conferencia Panamericana del Café, en junio de
1940, para diseñar un plan de acción conjunta, Colombia fue
un colaborador activo.
106
Los Estados Unidos, temiendo en forma especial las conse
cuencias políticas del apuro económico, se encontraban tam
bién dispuestos a colaborar, un augurio de éxito mucho más
importante. Las principales condiciones impuestas por los Es
tados Unidos, según fueron expresadas en un mensaje del
secretario Cordell Hull al presidente de la Conferencia Cafete
ra, eran que los Estados Unidos debían estar representados
oficialmente en la formulación y administración del programa,
que los intereses de los consumidores así como los de los
productores debían ser tenidos en cuenta6. Sin embargo, los
latinoamericanos hubieran preferido, por lo menos como un
primer paso, no imponerse limitaciones a sí mismos, sino sim
plemente hacer que el café no americano fuera excluido del
mercado estadinense. Y sólo cuando quedó claro que los Esta
dos Unidos no aceptarían tal solución, la Conferencia comenzó
“serias discusiones” de un sistema general de cuotas7; aún
entonces la fijación de cuotas propiamente dichas fue un asun
to extremadamente complicado y difícil. En realidad, la Confe
rencia apenas logró redactar un plan tentativo, el cual se dejó
para ser perfeccionado a través de negociaciones posteriores
entre la Oficina Cafetera Panamericana (Pan American Coffee
Bureau), el Comité de Consejería Financiera y Económica
Interamericano (Inter-American Financial and Economic Ad-
visory Committee) en Washington, (el cual estaba presidido
por Sumner Welles) y los gobiernos interesados, incluido el de
los Estados Unidos.
Aunque aceptó en principio el sistema de cuotas, Colombia
probablemente creó más dificultades que las que correspon
dían. La delegación colombiana a la Conferencia en Nueva
York opuso objeciones a la idea de que las cuotas cafeteras de
importación fueran puestas en vigor por los Estados Unidos,
prefiriendo tenerse a las cuotas de exportación del grupo lati
noamericano, aun cuando la participación de los Estados Uni
dos en el proceso de ejecución de la idea era la mejor garantía de
efectividad. En negociaciones posteriores acerca del volumen
de las cuotas nacionales específicas, Colombia insistió en rega
tear sobre cantidades verdaderamente insignificantes —más
aún, admitiendo virtualmente que sus razones eran políticas,
no económicas. Desafortunadamente, las discusiones sobre la
cuota llegaron al punto crítico durante los meses de septiembre
y octubre de 1940, precisamente cuando el gobierno de Santos
107
enfrentaba problemas importantes en el Congreso acerca de los
acuerdos de La Habana, el propuesto préstamo para la defen
sa, etc., y estaba francamente asustado de que una diferencia de
unos pocos miles de sacos en una cuota proyectada para exce
der los tres millones implicará peligrosas repercusiones políti
cas en el país. No obstante, Colombia no tuvo más alternatriva
que ceder. Se suscribió, formalmente, un Acuerdo Cafetero
Interamericano tanto por las naciones latinoamericanas expor
tadoras como por los Estados Unidos, el 28 de noviembre de
1940, asignando a Colombia una cuota de 3.150.000 sacos en el
mercado norteamericano de un total de 15.545.000 para todos
los exportadores de café. Esta cuota era 50.000 sacos menor de
lo que Colombia había solicitado aunque no estaba muy lejos
de sus últimas propuestas. La fórmula final para la distribución
de las cuotas fue en parte considerable obra de los Estados
Unidos, quienes también convinieron en compartir la tarea de
hacerla cumplir8.
El Gobierno colombiano, a pesar de sus objeciones anterio
res, aclamó el Acuerdo Cafetero, después de que éste se mate
rializó, como un logro económico importante. Sería difícil
encontrar una operación más “brillante”, declaró la Memoria
del Ministerio de Hacienda de 19419, la cual reconoció el mérito
de los Estados Unidos por su ayuda en lograrla. La base de esta
satisfacción era el hecho de que la tendencia descendente de los
precios del café había sido revertida exitosamente en la última
parte de 1940. La recuperación comenzó incluso antes de que se
firmara el Acuerdo, y al menos en parte, como anticipación de
sus efectos; para mediados de 1941 el precio del café Manizales
se había más que duplicado, alcanzando un nivel de 16 a 17
centavos la libra10. Naturalmente, este final feliz no se debió
solamente al pacto de cuotas, ya que el consumo de café crecía
constantemente en los Estados Unidos bajo la influencia del
empleo de la defensa y otros factores. Es así como para mayo de
108
1941 ya fue posible asignar a las naciones exportadoras, inclui
da Colombia.una rotación de aumentos en sus cuotas; conti
nuaron apareciendo otros incrementos a intervalos regulares
sin que ello causara un nuevo descenso en el precio del café, en
realidad, una de las razones del incremento de las cuotas fue
evitar que el precio del grano aumentara demasiado brusca
mente11.
La opinión extraoficial en Colombia era menos entusiasta
acerca del sistema de cuotas. En particular muchos conserva
dores consideraban que aun si el Acuerdo Cafetero era benéfi
co a corto plazo, Colombia estaría en mejores circunstancias si
continuaba ateniéndose a la calidad de la producción antes que
a las manipulaciones del mercado12. La facción lopista de los
liberales no lanzó tales críticas al sistema de cuotas pero menos
preció el beneficio concreto que se derivaba del Acuerdo de
1940 e insistía en que era por lo menos tan valioso para los
Estados Unidos como para Colombia; por ejemplo, que las
ganancias crecientes del café salían inmediatamente como pago
de las exportaciones norteamericanas13. También reinaba cier
to descontento sobre la estructura de controles oficiales e im
puestos especiales que el Gobierno imponía, en colaboración
con la Federación Nacional de Cafeteros, para retirar del mer
cado las existencias de café que excedieran la cuota de exporta
ción y mantenerlas en almacenaje. Pero la misma Federación,
cuyos estamentos superiores incluían una firme representación
de los conservadores, permanecía fiel al Gobierno y al Acuer
do14. También se aminoró el descontento por el simple hecho
de que la industria cafetera, por las razones que fueren, estaba
prosperando. Durante todo el año de 1940 el volumen de las
exportaciones del grano se incrementó, a tiempo que de hecho
descendía el valor, pero en 1941 sucedió todo lo contrario y en
1942 ambos subieron bruscamente (ver tabla)15. El café conti
nuó en esta forma desempeñando el papel principal en el
comercio de exportaciones de Colombia y el restablecimiento
del café —unido a la intensificación de la producción y exporta
11. Memllda, 1941, pág. 19; Memllda, 1942, págs. 91-92; Danicls,
“The Intcramerican Coffee Agreement”, pág. 718.
12. Ver, por ejemplo, La Patria, Manizalcs, 4 de marzo de 1941.
13. El Liberal, 9 de marzo de 1941.
14. Delaplane, “The War and an Agricultura! Economy”, pág. 41;
Memllda, 1941, pág. 22. La Federación, naturalmente, había
desempeñado un papel importante en las negociaciones del acuer
do cafetero, a favor de Colombia.
15. Basado en el Anuario de Comercio Exterior, 1938-42.
109
ción del oro— más que compensó el colapso total que pronto
afectó al comercio del banano16.
II
110
Ciertamente, ninguna otra empresa de propiedad extranjera
había sentido el descontento del gobierno de López en la misma
medida en que lo sintió la United Fruit. Creyendo que la
Compañía había utilizado sus contratos de compra para redu
cir a los productores independientes a un estado de servidum
bre malsana, el régimen de López patrocinó la Ley la. de 1937,
la cual, entre otras cosas, limitaba los contratos corrientes a
una duración máxima de dos años. También hizo aprobar una
medida que ostensiblemente era de mayor alcance, promulga
da más adelante ese mismo año, la cual estipulaba una mal
definida “intervención” del Gobierno en la industria del bana
no y autorizaba el uso de la expropiación, si fuera necesario,
para alcanzar sus objetivos20. Los efectos prácticos de ambas
medidas fueron insignificantes, pero no fueron la única eviden
cia de la hostilidad oficial. En realidad, la compañía fue objeto
de lo que ésta consideró una campaña de claro hostigamiento,
que condujo al arresto de un gerente residente en dos oportuni
dades (con base en acusaciones que fueron finalmente descarta
das22). Ya sea que el trato que recibió fuese merecido o no, era
natural que la United Fruit tuviera dudas acerca de su futuro en
Colombia; y un resultado fue una vacilación obvia en expandir
aún más sus operaciones en Colombia o al menos sostener su
nivel actual. Lo que hizo que la situación fuese particularmente
111
inquietante para la compañía —y para Colombia— fue el
hecho de que desde fines de 1937 había indicaciones claras de
que la sigatoka se había diseminado en las plantaciones bana
neras de Colombia23. La plaga podía ser controlada, pero
únicamente por medio de costosas y complejas medidas que la
United Fruit no deseaba emprender a menos que tuviera mayo
res seguridades de estabilidad de su situación en Colombia.
Las probabilidades de una reconciliación exitosa mejoraron
aparentemente en 1938, tanto por el arribo de un nuevo gerente
de la United Fruit, como por el cambio de gobierno en Bogotá.
Poco después de posesionarse, el presidente Santos tuvo una
conversación cordial con Reginald H. Hamer,el nuevo director
de operaciones de la compañía, durante la cual el Presidente
enfatizó que ya no había necesidad de temer un trato hostil. El
ministro de la Economía Nacional del gobierno de Santos
agregó posteriores seguridades específicas de que el Gobierno
no tenía la intención de expropiar las tierras bananeras, con la
posible excepción de unas pocas extensiones para ser utilizadas
en obras de irrigación o construcción de líneas telefónicas o
algo igualmente inofensivo. No obstante, la United Fruit vaci
laba todavía en emprender una campaña masiva contra la
sigatoka. Hamer informó a la legación norteamericana que la
compañía cooperaría con cualquier medida que el Gobierno
creyera conveniente adoptar, pero que no haría ningún esfuer
zo especial por su propia cuenta; y en el caso de que la industria
se arruinara finalmente, añadió, la United Fruit se encontraba
dispuesta a abandonar a Colombia sin remordimientos24.
La persistencia de la sospecha pública y política de la United
Fruit se demostró en los comienzos del gobierno de Santos con
la acusación formal, introducida por la Cámara de Represen
tantes, en contra de un antiguo ex-ministro de Educación,
Pedro María Carreño, supuestamente por haber ejercido una
influencia impropia en favor de la compañía frutera al convenir
los términos para el arriendo de uno de sus barcos como
transportador de tropa durante la crisis de Leticia entre Co
lombia y Perú. Las circunstancias agravantes en este incidente,
el cual por entonces ya llevaba su tiempo, era que Carreño
había estado recibiendo pagos como consejero legal de la Uni-
11?
ted Fruit a pesar de su posición en el gabinete25. Tal circunstan
cia sirvió así como confirmación propicia de la acusación
formal de que la compañía había estado sobornando políticos
colombianos para que sirvieran a sus nefandos propósitos. Y el
hecho de que Carreño fuera un miembro conservador del
régimen de coalición de Olaya Herrera cuando ocurrió el inci
dente, le añadió más vigor a los ataques de los liberales, princi
palmente de la facción lopista.
El camino hacia la denuncia de Carreño había comenzado
en realidad en las postrimerías del gobierno de López; y simple
mente se abrió después de que se posesionó Santos. El Senado
votó en contra de la admisión de la acusación presentada por la
Cámara Baja, en noviembre de 1938, pero su decisión especifi
caba que la conducta de Carreño —y de este modo, por ende, la
de la compañía frutera —merecía una censura26. La decisión
del Senado tampoco puso fin inmediato a la agitación provoca
da por este asunto, la cual se prolongó durante un tiempo más
largo27.
Sin embargo, Carreño contaba al menos con el apoyo de sus
compañeros conservadores, y no solamente de abogados con
servadores de compañías extranjeras, ya que fue defendido
vigorosamente por el periódico El Siglo de Laureano Gómez28.
Gómez y sus asociados inmediatos estaban especialmente pre
ocupados en limpiar el nombre de Carreño, pero este último no
era un compañero laureanista, hablando en sentido estricto, y
aquellos no eran siempre tolerantes con los conservadores que
habían servido a Olaya y a las corporaciones extranjeras. Sim
plemente, lo que sucedió por casualidad fue que la tendencia
anti-norteamericanismo generalmente eximía a la United Fruit
Co., como símbolo de la explotación económica yanqui. El
conflicto entre López y la United Fruit fue obviamente un
motivo importante de este fenómeno; los dirigentes conserva
dores, incluido Gómez, estaban dispuestos a demostrar que
todo lo que saliera mal en la zona bananera provenía del
antagonismo “socialista” de López hacia la empresa privada, y
113
que la United Fruit (como cualquier víctima de López) gozaba
de una presunción de inocencia automática. Pero el hecho de
que los conservadores tendieran a ser “blandos” con la United
Fruit no resolvió los problemas de ésta. Significaba que Santos
podía extender la mano de la amistad sin temor de Laureano
Gómez, pero que sin embargo seguía contando con su propio
partido para luchar.
También tenía que contender con la United Fruit, la cual era
muy lenta para perdonar y olvidar. La compañía continuó
alimentando su resentimiento por la legislación bananera de
López, resentimiento que expresó directamente en un memo
rando al Gobierno e indirectamente haciendo que sus aboga
dos aconsejaran a un grupo de productores colombianos quie
nes optaron por demandar la constitucionalidad de la ley de
intervención en los tribunales. Entre tanto, la sigatoka seguía
propagándose y las medidas del Gobierno para combatirla
eran muy poco adecuadas. La United Fruit incluso ofreció su
cooperación a la campaña oficial —v. g., prestando los servi
cios de un experto en agricultura tropical, el Dr. Wilson
Popenoe— pero escrupulosamente se abstuvo de tomar la
iniciativa29.
Por consiguiente, este fue uno de los problemas más apre
miantes de los que tuvo que encargarse Spruille Braden después
de su llegada a Bogotá, a comienzos de 1939, como embajador
de los Estados Unidos. Conversó con funcionarios colombia
nos y norteamericanos con la esperanza de fomentar algún tipo
de entendimiento y en verdad obtuvo de la compañía un acuer
do para hacer lo que fuera necesario para salvar una parte de
las tierras bananeras de propiedad de la misma compañía.
Además, a mediados de abril, el gobierno de Santos se presentó
con lo que parecía ser una propuesta prometedora. Tal pro
puesta consistía en que el Gobierno llegaría a un acuerdo
explícito con la compañía, el cual aclararía ciertos aspectos de
la ley de intervención y daría así a la compañía la confianza que
necesitaba antes de acometer un ataque total contra la sigato
ka. Braden recibió esta propuesta con entusiasmo y los funcio
narios de la compañía en Bogotá aceptaron comunicar ésta a su
oficina principal en Boston. Pero ninguna de las dos partes
presionó para que la idea fuese puesta rápidamente en prácti
ca30.
114
La ley de intervención fue en gran medida eliminada como
tema pertinente cuando la Corte Suprema de Colombia, en
septiembre de 1939 declaró apartes considerables de la misma
como inconstitucionales. Esta decisión, junto con la actitud
generalmente amistosa de Santos, debería haber servido de
mucho para eliminar las reservas de la compañía a efectuar las
inversiones necesarias para contener la sigatoka. Desafortuna
damente, el mes de septiembre de 1939 también fue testigo del
comienzo de la guerra en Europa, lo que constituyó una seria
complicación ya que los mercados europeos habían estado
absorbiendo la mayoría de las exportaciones de banano de
Colombia. La compañía trató de aminorar el impacto de la
guerra al desviar una gran proporción del banano colombiano
al mercado norteamericano, aún a costa de otros productores
del Caribe; pero la situación internacional nubló todavía más el
panorama para la industria bananera31. No obstante, las nego
ciaciones entre la compañía y el gobierno continuaron. Lo que
emergió gradualmente fue un plan mediante el cual el Gobierno
entraría en un contrato especial con la United Fruit, autorizan
do a la compañía a adelantar medidas contra la sigatoka a lo
largo de toda la zona bananera, incluidas las tierras de propie
tarios independientes; en este último caso, la compañía estaría
facultada para realizar contratos de compra por más de dos
años y compensar sus gastos por medio de deducciones al
precio de la fruta. El esquema era ciertamente razonable, pero
tal contrato no se firmó sino hasta abril de 1941.
Ambas partes compartían la responsabilidad por tal demo
ra, durante la cual la plaga continuó propagándose y la produc
ción y las exportaciones continuaron declinando. (Ver Apéndi
ce). Por su parte, la compañía buscó seguridades de estabilidad
en la escala de salarios de Colombia y cuestiones análogas, y a
fines de 1940, retiró temporalmente su aprobación inclusive de
los principios del contrato propuesto, cuando la escasez de
embarcaciones provocada por la guerra hizo que Gran Bretaña
prohibiera por completo las importaciones de la fruta. En
repetidas ocasiones, la necesidad de Hamer y otros funciona
rios de la compañía de consultar a su casa matriz en Boston
acerca de decisiones importantes constituyó un obstáculo a las
negociaciones. En general, la compañía no se mostraba como
un negociador ansioso, pero al paso que su actitud puede haber
sido en parte una estratagema para regatear, como lo sospecha
115
ban los colombianos, es poca la duda que puede existir acerca
de su sincera falta de entusiasmo en lo concerniente a su
situación en Colombia32. Tampoco hay mucha razón para
dudar que un motivo por el cual estaba dispuesta a cooperar en
la forma en que lo hizo fue el reconocimiento, enérgicamente
fomentado por la embajada en Bogotá y por el Departamento
de Estado en Washington, de que tal cooperación sería de inte
rés norteamericano así como de interés nacional de Colombia.
La pedantería burocrática de Colombia, los cambios regula
res de los ministros de Economía Nacional y la necesidad de
adoptar una legislación permisiva, —además de las sospechas
fijas y continuas de Colombia hacia la United Fruit— también
contribuyeron a la demora33. Pero el obstruccionismo colom
biano tuvo su expresión plena sólo después de que el contrato
para el control de la sigatoka se hubo firmado en abril de 1941.
El documento daba a la compañía la dirección general del
programa, sujeta a la aprobación final del Gobierno; el derecho
a entrar en arreglos contractuales directos con los productores
independientes por períodos de hasta diez años, y el derecho a
importar, libre de impuestos, los artículos necesarios para el
proyecto. También exigía que la compañía elaborara un mapa
indicando exactamente qué áreas de la zona bananera eran
apropiadas para el tratamiento contra la sigatoka, ya que se
admitía que muchas plantaciones bananeras eran demasiado
marginales para justificar el gasto con facilidades especiales,
mano de obra y elementos requeridos para el tratamiento, y és
tas por lo tanto, tendrían que ser adaptadas para otros usos34.
Sin embargo, aquellos productores que se dieron cuenta de que
serían excluidos del programa en contra de su voluntad, pronto
protestaron y en Bogotá encontraron un oído receptivo. Por lo
tanto, en septiembre de 1941, el Ministerio de la Economía
Nacional desaprobó oficialmente el mapa de la compañía y, al
mismo tiempo, canceló el contrato argumentando que el pri
116
mero imponía “un límite 2 arbitrario” a la zona cultivable y el
segundo representaba uijn estatuto colonial para la industria
bananera”. El ministro autorizó a todos los cultivadores que
iban a ser incluidos en el pprograma según lo planeado anterior
mente a resolver las cosas $ con ]a United Fruit en forma privada,
pero aun en este caso, fifijó condiciones que la compañía no
aceptaba35.
Parte de la explicaciónn de este fiasco fue el nuevo hecho de
que entre abril y septienmbre había ocurrido otro cambio de
ministros. Un factor máss general fue la influencia creciente del
ala lopista del partido libf>eral dentro del gobierno de Santos36 a
medida que se acercaba□□ jas nuevas elecciones presidenciales,
en las que el mandatario í anterior estaba destinado a presentar
se nuevamente como candidato del Gobierno. Naturalmente
hubo una fuerte protestaa de muchos de los productores inde
pendientes, pero la crític^a política más importante vino de los
conservadores, quienes Consideraban esto como otro episodio
desgraciado en la camp^aña de persecución originalmente em
prendida por Alfonso L¿ópez en COntra de la industria banane
ra37.
Empero, el desastre ¡no estaba todavía completo. Incluso
cuando las negociaciones para ej contrato de abril de 1941
continuaban adelantándose, la United Fruit comenzó a desa
rrollar sus propios esfue;rzos contra la sigatoka. Más que todo
había emprendido los píasos necesarios para salvar sus propie
dades, o por lo menos aq|Uenas plantaciones que la United Fruit
consideraba valía la pen;a salvar38. De este modo, fueron única
mente los productores colombianos quienes enfrentaron la
ruina final. En resumen., |a United Fruit trató de regresar a las
actividades comerciales poco más o menos en la forma acos
tumbrada y continuó co>mprando fruta a ¡os productores inde
pendientes aun cuando las condiciones del mercado y embar
que hacían su venta alta mente problemática. También informó
de dificultades crecientes con los inspectores del Gobierno
quienes certificaban conno sana la fruta que la compañía trata
117
ban los colombianos, es poca la duda que puede existir acerca
de su sincera falta de entusiasmo en lo concerniente a su
situación en Colombia32. Tampoco hay mucha razón para
dudar que un motivo por el cual estaba dispuesta a cooperar en
la forma en que lo hizo fue el reconocimiento, enérgicamente
fomentado por la embajada en Bogotá y por el Departamento
de Estado en Washington, de que tal cooperación sería de inte
rés norteamericano así como de interés nacional de Colombia.
La pedantería burocrática de Colombia, los cambios regula
res de los ministros de Economía Nacional y la necesidad de
adoptar una legislación permisiva, —además de las sospechas
fijas y continuas de Colombia hacia la United Fruit— también
contribuyeron a la demora33. Pero el obstruccionismo colom
biano tuvo su expresión plena sólo después de que el contrato
para el control de la sigatoka se hubo firmado en abril de 1941.
El documento daba a la compañía la dirección general del
programa, sujeta a la aprobación final del Gobierno; el derecho
a entrar en arreglos contractuales directos con los productores
independientes por períodos de hasta diez años, y el derecho a
importar, libre de impuestos, los artículos necesarios para el
proyecto. También exigía que la compañía elaborara un mapa
indicando exactamente qué áreas de la zona bananera eran
apropiadas para el tratamiento contra la sigatoka, ya que se
admitía que muchas plantaciones bananeras eran demasiado
marginales para justificar el gasto con facilidades especiales,
mano de obra y elementos requeridos para el tratamiento, y és
tas por lo tanto, tendrían que ser adaptadas para otros usos34.
Sin embargo, aquellos productores que se dieron cuenta de que
serían excluidos del programa en contra de su voluntad, pronto
protestaron y en Bogotá encontraron un oído receptivo. Por lo
tanto, en septiembre de 1941, el Ministerio de la Economía
Nacional desaprobó oficialmente el mapa de la compañía y, al
mismo tiempo, canceló el contrato argumentando que el pri
116
mero imponía “un límite arbitrario” a la zona cultivable y el
segundo representaba “un estatuto colonial para la industria
bananera”. El ministro autorizó a todos los cultivadores que
iban a ser incluidos en el programa según lo planeado anterior
mente a resolver las cosas con la United Fruit en forma privada,
pero aun en este caso, fijó condiciones que la compañía no
aceptaba35.
Parte de la explicación de este fiasco fue el nuevo hecho de
que entre abril y septiembre había ocurrido otro cambio de
ministros. Un factor más general fue la influencia creciente del
ala lopista del partido liberal dentro del gobierno de Santos36 a
medida que se acercaban las nuevas elecciones presidenciales,
en las que el mandatario anterior estaba destinado a presentar
se nuevamente como candidato del Gobierno. Naturalmente
hubo una fuerte protesta de muchos de los productores inde
pendientes, pero la crítica política más importante vino de los
conservadores, quienes consideraban esto como otro episodio
desgraciado en la campaña de persecución originalmente em
prendida por Alfonso López en contra de la industria banane
ra37.
Empero, el desastre no estaba todavía completo. Incluso
cuando las negociaciones para el contrato de abril de 1941
continuaban adelantándose, la United Fruit comenzó a desa
rrollar sus propios esfuerzos contra la sigatoka. Más que todo
había emprendido los pasos necesarios para salvar sus propie
dades, o por lo menos aquellas plantaciones que la United Fruit
consideraba valía la pena salvar38. De este modo, fueron única
mente los productores colombianos quienes enfrentaron la
ruina final. En resumen, la United Fruit trató de regresara las
actividades comerciales poco más o menos en la forma acos
tumbrada y continuó comprando fruta a los productores inde
pendientes aun cuando las condiciones del mercado y embar
que hacían su venta altamente problemática. También informó
de dificultades crecientes con los inspectores del Gobierno
quienes certificaban como sana la fruta que la compañía trata
117
ba de rechazar como inservible para la exportación39. Sin em
bargo, la entrada de los Estados Unidos a la Segunda Guerra
Mundial pronto trajo consigo otro vuelco hacia lo peor. La
retirada constante de embarcaciones del comercio del banano
para transportar carga más vital, dejó a la United Fruit, a
mediados de 1942, sin una salida regular, ni siquiera para un
nivel reducido de la producción colombiana. Bajo estas cir
cunstancias, la compañía propuso suspender totalmente las
operaciones comerciales —mientras conservaba sus propias
plantaciones como fuente de provisión para un renacimiento
eventual de la industria bananera nacional40.
En realidad, el Gobierno colombiano no tenía alternativa
distinta de aceptar la decisión de la compañía. Tal decisión fue
aprobada hasta por Alfonso López, el antiguo antagonista de
la United Fruit y quien había sido reelegido en mayo para un
nuevo período a comenzar en agosto de 1942. Aparentemente,
el principal deseo de López era que la suspensión formal del
corte de banano para la exportación debía ocurrir antes de su
posesión y por una vez siquiera, la compañía se alegró de
cumplir con este deseo. En este momento, aun si se hubiese
logrado un acuerdo para emprender una campaña general
contra la sigatoka tal como se había proyectado, no existía
ninguna posibilidad de obtener los recursos esenciales del ex
tranjero41. Por esta razón, así como por todas las demás, los
cultivadores independientes tendrían que cambiar sus cultivos
ya fuera en forma permanente o temporal. Antes de la suspen
sión final de la producción para la exportación —aún antes de
la cancelación del famoso contrato— el Gobierno colombiano
ya estaba poniendo en práctica medidas de asistencia técnica
para ayudar a los habitantes de la zona bananera a hacer los
ajustes. En realidad estas medidas no fueron suficientes, pero la
United Fruit hizo su parte, lealmente por ejemplo, transfirien
do al Gobierno sin costo alguno las tierras que eran apropiadas
para un programa planificado de reasentamiento y diversifica
ción agrícolas42.
118
Gracias precisamente al hecho de que la declinación en la
industria bananera había comenzado mucho antes de la culmi
nación de la crisis naviera, todas las partes estaban mejor
preparadas para hacer frente a la cesación final de trabajo; pero
se pagó un alto precio por esta preparación. En conjunto, el
banano representó probablemente el fracaso más evidente en el
campo de las relaciones colombo-norteamericanas en el perío
do bajo consideración.
111
119
llegado a ser propiedad privada solamente después de esa
fecha; o si todavía era de propiedad pública, los derechos
petroleros continuaban siendo del Estado. Esta argucia legal
fue naturalmente como un regalo del cielo para los abogados,
quienes ganaron jugosos honorarios investigando (o inventan
do) la existencia de títulos particulares antes de la fecha límite;
pero, en la práctica, la mayoría de las concesiones petroleras
implicaban depósitos de subsuelo de propiedad del Gobierno y
antes bien se aceptó ampliamente que las limitaciones de hectá
reas eran irrealmente bajas. Estas fueron evadidas, a menudo
con el consentimiento tácito de las autoridades colombianas,
por medio del establecimiento de filiales o de terceras personas
a través de las cuales una sola compañía obtenía el control de
concesiones adicionales más allá del límite legal. Pero el con
sentimiento tácito no era una base firme en la cual confiarse y
de hecho la política reglamentaria no había sido del todo
consistente en este punto44.
Otro aspecto indeseable de la legislación petrolera colom
biana —desde el punto de vista de las compañías— era el
requisito de que una compañía debía iniciar perforaciones
propiamente dichas en una concesión del Gobierno antes de
finalizar el período asignado para la exploración inicial. El
propósito de esta disposición era el obligar a las compañías a
hacer un esfuerzo real para encontrar petróleo antes que acu
mular concesiones simplemente, pero podía significar un gasto
inútil si toda la información de investigaciones preliminares
demostraba claramente que un área no era prometedora para
una explotación comercial45. En este caso no había forma de
evadir la ley. Era posible confiar sólo en que el Gobierno
hiciera una excepción especial o cambiara la ley de modo que
una concesión sin valor pudiera ser abandonada formalmente
sin llenar el requisito.
Si bien las soluciones a corto plazo a estos y otros problemas
reguladores que enfrentaban las compañías petroleras depen
dían de la disposición de los funcionarios nacionales de hacer
cumplir (o no hacer cumplir) la ley, las soluciones a largo plazo
podrían encontrarse sólo en una nueva legislación. En cual
quier caso, el trato a ser otorgado a la industria involucraba
120
más consideraciones que las estrictamente técnicas ya que en
Colombia, al igual que en todas partes, el petróleo era un
tópico que tropezaba con aspiraciones profundamente sentidas
de dignidad nacional e independencia. Existían, sin duda, po
cos colombianos que quisieran emular con el ejemplo reciente
de la expropiación del petróleo en México, la cual había sido
saludada con franca simpatía por muchos liberales y con amar
ga condena en El Siglo, a cuyos ojos, Lázaro Cárdenas era
todavía peor que Alfonso López46. Entre otras cosas, porque
todavía no había lo suficiente para expropiar, ya que solamente
la Tropical con sus instalaciones ubicadas en Barrancabermeja
estaba produciendo petróleo en cantidades significativas en
1938. Por otra parte, la concesión Barco de la Colombian
Petroleum, en el departamento de Santander del Norte, estaba
a punto de la producción en gran escala, y las obras de explora
ción en otros sitios del país daban esperanzas todavía más
prometedoras47. Por tanto, los colombianos confiaban en que
su nación tenía un potencial importante como productor de
petróleo y estaban dispuestos a mantener la rienda apretada a
la industria con el fin de estar seguros de que el país recibiera
unos beneficios adecuados de su riqueza subterránea. También
tendían a asumir que las compañías petroleras extranjeras
necesitaban el petróleo colombiano mucho más de lo que
Colombia necesitaba sus servicios para explotarlo, lo cual no
era necesariamente el caso.
Para complicar más las cosas para las compañías petroleras,
su imagen pública dejaba mucho que desear. El folklore mun
dial de anti-imperialismo y el nacionalismo económico, los que
invariablemente atribuían motivos siniestros a la industria pe
trolera internacional, también habían ejercido influencia en
Colombia. Además, aun cuando recientemente no había habi
do una confrontación importante entre el gobierno y alguna de
las compañías petroleras, sí habían existido tales confrontacio
nes en el pasado y éstas habían dejado un legado de sospecha.
Esta sospecha no era infundada del todo, puesto que por lo
menos algunos de los procederes de las compañías eran muy
discutibles. La evasión de las limitaciones de hectáreas era
quizás un ejemplo a la mano. Otro fue la violación de las
provisiones legales que exigían a las compañías petroleras
121
mantener un porcentaje mínimo de nacionales entre sus em
pleados. Otro caso en el que la ley no era muy realista, ya que
aún no había suficientes colombianos adecuadamente califica
dos. El Gobierno mismo reconocía que el total cumplimiento
de la ley era imposible y alternaba entre una tolerancia franca
de las prácticas de empleo ilegal y la imposición de multas más
bien modestas. Sin embargo, existía una cláusula de excepción
en este asunto que permitía a las compañías solicitar una
autorización especial para exceder la proporción legal de em
pleados extranjeros, y simplemente no se habían tomado la
molestia de solicitarla48.
Desde el punto de vista del embajador Braden, tales prácti
cas, aunque quizás comprensibles, eran la evidencia de una
actitud demasiado casual hacia la ley e instituciones del país
anfitrión. En ciertas oportunidades Braden perdió la paciencia
con las compañías, como con el caso de un piloto norteamerica
no, empleado por la compañía del oleoducto filial de la Colom-
bian Petroleum —no uno de los alemanes de Scadta—,
quien abiertamente violó el decreto de septiembre de 1939, el
cual estipulaba la presencia de un copiloto militar en cada
vuelo de un avión de propiedad comercial49. El embajador se
había indignado igualmente al descubrir, poco después de su
llegada, que la Texaco hasta el último año había estado ayu
dando a sus empleados estadinenses a defraudar a Colombia en
la recaudación de impuestos, al relacionar sus salarios, como si
hubieran sido pagados en pesos cuando en realidad las cantida
des eran en dólares. Este último procedimiento fue desconti
nuado en 1939, pero el gerente de la compañía, (de acuerdo con
las recomendaciones de sus abogados colombianos) no siguió
el consejo de Braden de confesar con franqueza la situación a
las autoridades nacionales50.
En último análisis, la mayoría de los pecados inmediatos de
las compañías petroleras no eran realmente graves; a menudo
consistían en avances impropios hacia un objetivo que tenía la
sanción oficial colombiana: localizar y desarrollar recursos
petroleros. No obstante, fueron sus pecados imaginarios, así
como sus pecados reales, los que sirvieron para alimentar la
122
tendencia oculta de la desconfianza popular. Después de todo,
no se podía esperar que el ciudadano corriente se interesase
mucho por los detalles técnicos del problema de la limitación
de hectáreas; empero, podía encontrar un vasto conjunto de
acusaciones más sensacionales que eran expresadas especial
mente por la extrema izquierda y por la derecha del espectro
político. Un ejemplo digno de anotar fue la serie de artículos
publicados en El Siglo en agosto de 1940 —entremezclados en
tre sus denuncias del Convenio de La Habana— acerca de las
atrocidades perpetradas por la Colombian Petroleum contra
los indios motilones51. Como cuestión de hecho, existía un
estado endémico de hostilidades entre los empleados de la
compañía en la Concesión Barco y los motilones que habitaban
en la vecindad, y en diferentes épocas se habían producido
víctimas entre estos últimos52. La compañía no había manejado
el problema como lo debería haber hecho. Por otra parte,
aparentemente no había en este punto una base para las acusa
ciones lanzadas en el órgano conservador en el sentido de que
los concesionarios yanquis estaban incluso bombardeando y
ametrallando a los indios desde el aire. Aún peor, la campaña
fue recogida por Miguel Angel Builes, el irascible y ultra-
reaccionario obispo de Santa Rosa de Osos, en Antioquia,
quien envió una carta de protesta al presidente Santos en la cual
aseguraba que los yanquis “mañana... harán en el Palacio
Presidencial, en los Ministerios y en nuestras ciudades lo que
ahora están haciendo a nuestros nativos en la selva”. Se puede
asumir que pocos colombianos cultos acogieron literalmente
las predicciones del obispo, pero Santos sí se sintió obligado a
reconvenirlo públicamente negando al mismo tiempo en forma
categórica estas últimas acusaciones53.
Además de explotar la situación de los motilones, El Siglo,
en ésta y otras muchas ocasiones, acusó a la Colombian Petro
leum de mantener a sus empleados nacionales en un estado de
miseria indescriptible. Su condición, reveló en una oportuni
dad, era la de “campos de concentración y trato de esclavos”54.
Una vez más hubo considerable exageración, aunque era ver
dad que la vida en la frontera motilona ofrecía pocas comodi
123
dades de la civilización y que el alojamiento relativamente
superior proporcionado a los ingenieros norteamericanos crea
ba un contraste irritante. También era cierto que no todas las
disposiciones de la legislación laboral colombiana se observa
ban plenamente en los campamentos de la compañía, pero la
Colombian Petroleum ganó una reputación aún peor de la que
realmente merecía gracias a casos del trato sin tacto y descortés
dado a los funcionarios nacionales, incluidos los inspectores
del trabajo. De otro lado, la Tropical, la compañía más grande
de todas —que parece haber mostrado más fineza en las rela
ciones públicas— gozaba de una mejor prensa y de mayor
simpatía en las oficinas del gobierno55.
De todos modos, el embajador estaba firmemente convenci
do de que las compañías petroleras tenían un papel válido que
desempeñar en el desarrollo del país y que fundamentalmente
no existía conflicto alguno entre sus mejores intereses y los de
Colombia. Es así que aún mientras increpaba y advertía a las
compañías a causa de sus descuidos, dedicó un esfuerzo impor
tante a conseguir cambios en las provisiones adversas de la
legislación petrolera colombiana. Braden estaba particular
mente interesado en modificar la limitación de hectáreas, pues
consideraba los diversos métodos de evasión como carentes de
ética y peligrosos en última instancia. De hecho, estaba más
preocupado por este problema de lo que lo estaban las mismas
compañías56. Por lo tanto, discutió este problema a poco de su
llegada con el presidente Santos y el ministro de la Economía
Nacional, y consideró que sus observaciones pueden haber
influenciado una resolución del Ministerio que revocaba en
favor de la Socony una reglamentación anterior que negaba la
concesión a la que aspiraba una filial, con base en que violaba
las limitaciones de hectáreas. La nueva resolución contenía una
admisión de que una interpretación estricta de la ley sería
virtualmente imposible de hacer cumplir57. Un decreto poste
rior, expedido en agosto de 1939, pretendía aclarar aún más la
124
provisión acerca de las hectáreas en un sentido favorable a la¿
compañías petroleras y el ministro consideró que esto resolvía
el problema. Con todo, Braden continuaba escéptico y sus
temores parecieron confirmarse cuando la responsabilidad de
la regulación del petróleo fue trasladada al recientemente crea
do Ministerio de Minas y Petróleos, cuyo primer ministro, Juan
Pablo Manotas, expresó categóricamente el punto de vista de
que las prácticas subsidiarias existentes eran ilegales58.
Manotas no propuso hacer algo acerca de la situación, pero
su actitud dio peso a la tesis de Braden de que la acción legislati
va era la única solución, tanto para aclarar el problema de las
hectáreas de una vez por todas, como para efectuar otras
revisiones necesarias en la estructura reguladora de la industria
petrolera. El ministro estaba de acuerdo con que era deseable
introducir cambios legales. Sin embargo, se opuso a una nueva
legislación y casi con seguridad una razón para ello fue el temor
del Gobierno de reabrir la cuestión del petróleo en el Congreso,
en un momento en el que enfrentaba suficientes problemas en
otros campos con los conservadores y los liberales topistas59.
A su debido tiempo, Braden decidió llevar el asunto al
ministro de Relaciones Exteriores, López de Mesa, quien, a su
vez, lo llevó a una reunión del gabinete en pleno, a fines de
1940. Se tomó la decisión de obtener acción legislativa y Mano
tas se hizo cargo de preparar un borrador para ser llevado al
Congreso, prestando especial atención a las recomendaciones
de los representantes de las compañías petroleras60. Esta evolu
ción favorable fue seguida por otra cuando el Ministerio de
Minas y Petróleos convino en permitir el abandono de conce
siones sin valor, sin insistir en los requisitos de perforación.
Pero una vez más, el Gabinete en pleno decidió lo contrario,
esta vez en un sentido desfavorable para las compañías61. El
resultado del esfuerzo de elaborar una nueva legislación fue
decepcionante, ya que en realidad la propuesta presentada al
Congreso, en sus sesiones de 1941, involucraba sólo un aspecto
relativamente secundario de la ley petrolera. La propuesta se
presentó esencialmente como una sonda para probar la reac
125
ción del Congreso y para Braden fue sólo otro ejemplo más de
la “timidez y vacilación” del gobierno62. También pudo haber
sido, al menos en parte, un reflejo del disgusto de Colombia
con las compañías petroleras, las cuales, entre otras cosas, no
habían podido mantener un acuerdo entre ellas mismas sobre
exactamente qué cambios eran necesarios63. De todos modos,
la propuesta no pudo ganar su aprobación antes de la clausura
del Congreso. Entonces el Gobierno procedió a introducir una
medida diferente al año siguiente, sólo unas pocas semanas
antes de que Santos terminara su período. Tal medida era más
amplia en su alcance, y tenía que ver tanto en la limitación de
hectáreas como en los problemas de perforación; pero también
contenía algunos aspectos que las compañías consideraron
inquietantes y, al igual que la anterior, no fue aprobada64.
A la larga, por lo tanto, los esfuerzos del gobierno de los
Estados Unidos y de las compañías privadas en obtener lo que
consideraban una solución satisfactoria a los problemas
que enfrentaba la industria petrolera no fueron más exitosos que
los esfuerzos similares realizados en la industria del banano.
Braden había ido tan lejos como hasta sugerir una posible
conexión entre, digamos, el problema de la limitación de hectá
reas y el otorgamiento de créditos de Estados Unidos a Colom
bia65, pero presumiblemente no se le tomó muy en serio en este
caso. Por lo menos, algunas de las compañías petroleras habían
estado expresando entre tanto su inconformidad mediante una
reducción gradual de sus operaciones66. No obstante, para
comenzar, sus problemas habían sido menos serios que los de la
United Fruit Company. No sólo la Tropical continuó sus acti-
* vidades productivas sin interrupción, sino que la Concesión
Barco de la Colombian Petroleum entró finalmente en la etapa
de producción en grande escala y con la terminación de un
oleoducto a la costa del Caribe —el cual entró en servicio en
octubre de 1939— comenzó a hacer su contribución al mercado
126
de exportación67. En 1941, el último año completo del gobierno
de Santos, las exportaciones totales de petróleo fueron avalua
das en $40,525,783 pesos, en contraposición con $37.206,478
pesos en 193868. La industria del petróleo, la cual había sopor
tado la pérdida de los mercados europeos, finalmente sintió su
cuota de dislocaciones del período de guerra con las dificulta
des en la obtención de equipo en el exterior y una escasez de
tanqueros para el comercio de exportación; pero al menos el
petróleo gozaba de una prioridad superior al banano, y estas
dificultades no se definieron completamente hasta la época del
siguiente gobierno69.
127
VIL RELACIONES EN TIEMPO DE GUERRA
128
en la lucha y no declararemos la guerra a nadie que no nos
ataque directamente”2. Era incluso improbable, añadió, que
ocurriera tal ataque. Con todo, según Santos, la fe democrática
de Colombia y su compromiso en la solidaridad interamerica
na —para no hablar de la declaración específica de oposición
mutua a la agresión extra-continental adoptada en la conferen
cia de La Habana— excluían cualquier tipo de neutralidad
pasiva en la hora crítica de los Estados Unidos3. La ruptura con
el Eje fue, por lo tanto, una muestra entre muchas de con quién
estaba la simpatía oficial de Colombia. Otra fue el decreto
expedido cuatro días más tarde, el cual concedía el status de no
beligerantes, en lo concerniente a Colombia, a aquellas nacio
nes americanas que habían declarado la guerra4. Otra señal
más fue el firme apoyo a una ruptura colectiva entre las repúbli
cas americanas y el Eje, ofrecido por la delegación colombiana
en la Conferencia de Río de Janeiro, a comienzos de 19425.
La respuesta colombiana no se limitó únicamente a declara
ciones de solidaridad y gestos diplomáticos. El embajador
Braden, quien con frecuencia se había lamentado de lo que
consideraba ineficacia y complacencia por parte de Colombia
para enfrentar la amenaza del Eje, tuvo que admitir que, des
pués del 7 de diciembre de 1941, las autoridades nacionales
estaban “dedicadas a una acción enérgica y sorprendentemente
efectiva contra los totalitarios”6. Lo anterior entrañaba, por
una parte, un aumento repentino del interés oficial por el
problema de la subversión y el espionaje internos, aun cuando
en su mensaje acerca del rompimiento de Colombia con el Eje,
Santos observó que Colombia “hasta el momento no tuvo
quejas” de la conducta de los residentes nacionales del Eje7. Por
consiguiente, un decreto expedido el 19 de diciembre facultaba
a la Policía Nacional para disolver clubes y asociaciones cuyas
actividades fueran presuntamente contrarias al orden público;
establecer limitaciones estrictas al movimiento de los ciudada
nos extranjeros, y reubicar a individuos potencialmente peli
grosos en alguna parte en el país bajo estrecha vigilancia8. Esta
129
última disposición fue invocada inclusive contra cierto sacer
dote alemán, a quien se confinó en La Vega, Cundinamarca9.
El 20 de diciembre de 1941, las autoridades cerraron la oficina
de la agencia de noticias Transocean en Bogotá y detuvieron a
unos siete empleados, entre ellos al jefe de la oficina10. (Al día
siguiente, las comunicaciones de Transocean desaparecieron
de las páginas de El Siglo). Luego, un decreto del 29 de enero de
1942 suspendió la naturalización de colombianos nacionaliza
dos que se creía estaban involucrados en “actividades hostiles
al orden público y la seguridad nacional”11. El ministro de
Educación cerró los colegios alemanes y, como precaución
especial, prohibió la fijación en las paredes de los colegios de
retratos de mandatarios extranjeros con la excepción del Pa
pa12. Tres restaurantes extranjeros fueron clausurados a co
mienzos de 1942 porque se encontraban peligrosamente cerca
instalaciones militares13; y varios cientos de diplomáticos y
ciudadanos particulares del Eje fueron expulsados del país, aun
cuando para los segundos la decisión fue técnicamente volunta
ria en la mayoría de los casos. A aquellos a quienes se les había
solicitado abandonar el país se les permitió quedarse si protes
taban lo suficientemente fuerte14.
Medidas adicionales adoptadas en enero de 1942 establecían
controles sobre los capitales pertenecientes a ciudadanos de
países del Eje o de países ocupados por el Eje, los cuales, en
ciertos casos, serían colocados bajo una administración de
fideicomiso supervisada por el gobierno15. Uno de los propósi
tos de este último procedimiento era colombianizar las firmas
comerciales de propiedad del Eje, al menos durante la guerra,
de modo que pudieran ser retiradas de las Listas Negras de
Gran Bretaña y los Estados Unidos y así funcionar normal
mente de nuevo. El control ejercido sobre los capitales pertene
cientes a ciudadanos del Eje residentes en Colombia fue muy
leve al principio, pero se amplió más tarde ese año, luego del
130
incidente del 23 de junio de 1942, en el cual un submarino
alemán hundió la goleta colombiana Resolute que navegaba
entre la costa del Caribe y las islas colombianas de San Andrés
y Providencia. El hecho de que los sobrevivientes, a la deriva en
un bote salvavidas, hubieran sido ametrallados desde el subma
rino aumentó la indignación de Colombia sobre el incidente.
Oficialmente se explicó que los nuevos controles financieros,
decretados sólo dos días después, que congelaban todos los
capitales de los nacionales del Eje en Colombia, no se habían
tomado en represalia sino que eran apenas preventivos. No
obstante, esto no los hizo menos onerosos, y coincidieron con
otra orden que exigía a los ciudadanos del Eje evacuar no sólo
las áreas costeras sino hasta los puertos sobre el río Magda
lena16.
El Gobierno colombiano también estaba dispuesto a acep
tar un número creciente de solicitudes de cooperación por parte
de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Cuando el
Departamento de Guerra de los Estados Unidos indicó su
deseo de estacionar aviones de observación en Villavicencio, en
los Llanos Orientales, para vigilar posibles “campos de avia
ción secretos’’ u otras actividades sospechosas, el presidente
Santos prontamente dio su aprobación, estipulando solamente
que no se podían mostrar uniformes ni insignias militares. A la
larga los Estados Unidos no aprovecharon este permiso, aun
que se había convenido mutuamente en un esquema para satis
facer las condiciones de Santos al vincular tanto los aviones
como el personal en condición aparentemente civil a las com
pañías petroleras norteamericanas que estaban realizando tra
bajos de exploración por su propia cuenta en los Llanos17. La
131
solicitud de destacar observadores militares y navales nortea
mericanos en Barranquilla, Medellín y Cúcuta contó también
con la aprobación de Santos, excepto que en esta oportunidad
el plan sí se llevó a cabo. Los observadores fueron vinculados
simplemente como “asistentes” a los consulados norteamerica
nos en las ciudades en cuestión, aunque en Cúcuta, donde no
existía consulado, se tuvo que crear uno para la ocasión18. En
mayo de 1942, el ministro de Guerra de Colombia llegó hasta
dar autorización verbal al establecimiento de una base de
aprovisionamiento de combustible para los aviones militares
estadinenses en la isla de Providencia. En este caso, la gasolina
se consignaba a Pan American Airways, que sería el beneficia
rio teórico del arreglo; pero en la práctica se dio a los aviones
militares el derecho a volar sobre la isla y aterrizar en ella sin
restricciones19. Subterfugios tales como estos (y hubo otros)
fueron en realidad muy transparentes; incluso la función real
de los asistentes consulares pronto fue un secreto a voces20. Sin
embargo, contribuyeron a preservar la fachada de no belige
rancia de Colombia y parece que fueron valorados en este
sentido por el gobierno de Santos.
La “base” de Providencia fue diseñada originalmente como
medio de apoyo para operaciones anti-submarinas en el Cari
be. Estas operaciones eran de interés especial para Colombia
debido a la amenaza planteada por la guerra submarina a su
propio comercio exterior, por encima de consideraciones de
simpatía democrática con los Estados Unidos. Por lo tanto,
Colombia también adoptó medidas para proteger el sigilo de
los movimientos de embarcaciones hacia y desde sus puertos21,
y se sintió complacida de enviar oficiales a los Estados Unidos
para recibir entrenamiento especial en detectar estaciones de
radio, precisamente con el fin de que pudieran colaboraren la
supresión de transmisores clandestinos que pudieran estar dan
do información a incursores alemanes22.
132
Por su parte, los Estados Unidos estaban interesados en
establecer pautas para una esfera de actividad algo más vasta
de posibles operaciones en el área del Caribe. Bajo los conve
nios de Estado Mayor efectuados con Colombia anteriormen
te, las fuerzas de los Estados Unidos estaban ya comprometidas
a ayudar a Colombia, a solicitud de ésta, a repeler cualquier
tipo de amenaza extra-continental a su soberanía; pero si tal
amenaza se volviera realidad en la vecindad de las áreas coste
ras colombianas y de sus aguas territoriales, no había garantía
de que la solicitud formal de ayuda pudiera ser presentada a
tiempo. En consecuencia, en febrero de 1942, los Estados Uni
dos propusieron que Colombia estacionara un oficial de enlace
en la Zona del Canal con el fin de estar preparados para una
emergencia tal. Colombia pronto convino en enviar al oficial
de enlace, quien fue acreditado como agregado militar en
Panamá. Si llegara el caso, estaba autorizado para “dar apro
bación” definitiva a una acción militar de emergencia que
involucrara el ingreso de fuerzas norteamericanas al territorio
o a las aguas de Colombia; pero Santos insistía en que era
necesario que el oficial obtuviera de Bogotá confirmación for
mal por radio, ya que el Presidente constitucionalmente no
podía delegar su propio poder de decisión final. Tal solución no
fue del todo satisfactoria para las autoridades militares de la
Zona del Canal, pero Colombia rehusó ceder en la cuestión de
principios involucrada. En cambio, el gobierno en Bogotá, en
última instancia, retrocedió con una estratagema muy caracte
rística: simplemente dio instrucciones a su oficial de enlace de
no tomar ninguna decisión sobre cualquier operación de emer
gencia de esta clase por parte de las fuerzas norteamericanas.
Una vez que se adoptara una acción de emergencia contra el
enemigo, se podrían discutir medidas adicionales a través de los
regulares23.
Obviamente, aún existía un elemento de ambigüedad en el
derecho de intervención concedido tácitamente a las fuerzas
norteamericanas. El punto aclarado de manera más enfática
por el mismo Santos era que las unidades aéreas y navales
norteamericanas podían entrar o volar sobre las aguas colom
bianas en caso de estar persiguiendo embarcaciones enemigas.
Sólo exceptuó el caso de un submarino enemigo inmovilizado
133
por fuerzas colombianas en un puerto colombiano, y, como de
costumbre, ,dio su autorización verbalmente antes que por
escrito24.
Durante la primera mitad de 1942, Colombia suscribió dos
acuerdos militares formales con los Estados Unidos, los cuales
fueron puestos por escrito y reconocidos públicamente. Uno,
firmado el 29 de mayo de 1942, era una expansión del acuerdo
de aviación de 1938, que lo convirtió en un acuerdo completo
de una misión del ejército con el fin de suministrar asistencia
técnica a las fuerzas terrestres de Colombia, así como a la
aviación militar. Esta fue, por lo menos en cierto sentido, la
simple ratificación de una situación que ya existía25. El otro
acuerdo era el tan demorado pacto de Préstamo y Arriendo,
finalmente firmado el 17 de marzo de 194226. Sus términos eran
esencialmente similares a aquellos del borrador del acuerdo
presentado a Colombia por primera vez en julio de 1941, cuyas
consideraciones se habían atascado en objeciones tanto sustan
tivas como legalistas. Sin embargo, las negociaciones se reacti
varon en vista de la nueva situación de urgencia que resultó de
Pearl Harbor27, y los poderes de emergencia que fueron con
cedidos al Ejecutivo de Colombia el 13 de diciembre de 1941
—que estipulaban las principales bases legales para las medidas
extraordinarias discutidas hasta el momento—28 aparentemen
te eliminaron las dudas de Santos en cuanto a la autoridad de su
gobierno para aprobar el convenio. Específicamente, el acuer
do disponía que los Estados Unidos suministrarían “artículos
134
de defensa” a Colombia “por un valor de cerca de US
$16’200.000”, los cuales serían reembolsados sin intereses y con
un descuento del 55.56 por ciento. El acuerdo no hacía ninguna
alusión directa o indirecta, a los fondos “exentos” que Colom
bia había estado solicitando, además del equipo de Préstamo y
Arriendo en sí mismo, pero los Estados Unidos sí acordaron,
informalmente y por lo menos con una base temporal, absorber
los costos de flete que normalmente hubieran sido pagados por
el país receptor29. Por otra parte, Colombia nunca hizo ningún
intento de utilizar la autorización total de los US $16.2 millo
nes. Durante todo el resto de la Segunda Guerra Mundial
tomaría únicamente $6.5 millones, aproximadamente, en equi
po de Préstamo y Arriendo30; y la mayoría de éste se recibió
después de que Santos terminó su período. La transferencia de
equipo no se efectuó enteramente en una sola dirección. El 6 de
agosto de 1942, el último día del gobierno de Santos, Colombia
transfirió a los Estados Unidos dos tanqueros que representa
ron una modesta contribución para aliviar la escasez crítica de
embarcaciones del momento31. Originalmente éstos eran bu
ques italianos que se refugiaron en el puerto de Cartagena
durante el mes de junio de 1941. Colombia había estado tratan
do de comprarlos directamente a sus dueños, pero el precio
pedido era exageradamente alto, y mientras las negociaciones
de compra se prolongaban los buques se deterioraban. Argen
tina también estaba interesada en adquirirlos de Colombia,
pero después de Pearl Harbor los Estados Unidos hicieron un
pedido urgente para hacerse cargo de ellos inmediatamente y
' ponerlos de nuevo en servicio. Santos, como de costumbre,
estuvo dispuesto a hacer el favor, y ordenó que toda considera
ción de otras propuestas se suspendiera de inmediato32.
No obstante, el traspaso demoró algo en ser arreglado.
Entre otras cosas, Colombia exigía una promesa de los Estados
Unidos de enviar uno o dos barcos mercantes comunes para su
uso o de garantizar una asignación mínima de tonelaje al comer
cio colombiano. Los Estados Unidos estaban dispuestos única
mente a prometer que harían lo que pudieran para satisfacerlas
135
necesidades de embarcaciones de Colombia, y ésta cedió con
renuencia en este punto. La otra dificultad importante tenía
que ver con la incapacidad de Colombia de tomar posesión
previa de los tanqueros en condiciones aceptables para Italia, y
su consiguiente temor a enfrentar reclamos de reembolso exce
sivos después de la guerra en caso de apropiarse de los barcos
unilateralmente. Había una solución simple a este problema.
Los Estados Unidos podían garantizar la responsabilidad total
por cualquier cantidad que Colombia estuviera obligada a
pagar a los dueños originales por arbitraje u otro instrumento.
La embajada norteamericana en Bogotá consideró tal garantía
perfectamente razonable y los escrúpulos financieros de Co
lombia la hicieron casi inevitable; mas los funcionarios de
Washington (en donde diversas agencias estaban involucradas)
se demoraron en forma sorprendente en aceptar las condicio
nes que Colombia consideraba podía aceptar. No fue sino
hasta junio de 1942 cuando ambas partes acordaron formal
mente que la Administración de Embarcaciones de Guerra
(War Shipping Administration) compraría los buques por
US $1’500.000 más cualquier cantidad adicional que Colombia
tuviera que pagar a los italianos más tarde. Se emplearon unas
pocas semanas más en arreglos de detalle, y el traspaso se
efectuó, como se dijo, el 6 de agosto33.
Otra contribución material de Colombia al esfuerzo de gue
rra de los Estados Unidos —más fácil de arreglar— fue un
acuerdo mutuo para promover la recolección de caucho silves
tre y vender la producción total de Colombia, exceptuando lo
que fuera necesario para la manufactura nacional, a los Esta
dos Unidos. La propuesta en tal sentido fue presentada al
Gobierno colombiano por la Rubber Reserve Co., (que era una
agencia oficial), en marzo de 1942, en los mismos términos de
un acuerdo similar realizado con el Brasil. Colombia inmedia
tamente mostró interés, y aún antes de completarse las negocia
ciones, ordenó un embargo de las exportaciones de caucho, con
la excepción de las destinadas al gobierno de Estados Unidos34.
136
Un aspecto que tuvo que ser allanado fue, naturalmente, el
precio; pero una pauta obvia era el precio que los Estados
Unidos pagarían al Brasil, un abastecedor mucho más impor
tante. Por lo tanto, el precio de Colombia fue el mismo que el
del Brasil, con la excepción de un tipo de caucho (Castilloa) por
el cual se ofrecieron a Colombia términos algo mejores. Se
presentó una complicación menor cuando un comprador ar
gentino quiso obtener una cantidad de caucho Castilloa a un
precio todavía más alto, pero una vez que esta oferta se utilizó
para fines de regateo, fue rechazada en favor de los Estados
Unidos, cuya propuesta tenía ventajas de compensación.
Aquella, era por un período largo (establecido, en últimas, en
cinco años) e incluía la promesa de un fondo especial de fomen
to para el suministro de lanchas para la recolección del caucho,
construcción de carreteras y facilidades relacionadas con el
fomento de la producción del caucho.
El otro aspecto importante de las negociaciones del caucho
—y en este punto existía un estrecho paralelo con la transac
ción anterior y muy similar de la compra del platino, en la cual
la pérdida de los abastecimientos de seda japoneses fue un
efecto secundario problemático— fue el intento de Colombia
por conseguir algún quid pro quo en forma de protección contra
las escaseces de la guerra. Es así que Colombia solicitó saber si,
como parte del arreglo, los Estados Unidos suministrarían
equipo para establecer una planta nacional de manufactura de
llantas para remediar, por lo menos, parte de las necesidades de
la nación; y en efecto, tanto en Colombia como en otros países
latinoamericanos, compañías privadas norteamericanas ya ha
bían presentado propuestas para construir dichas factorías.
Colombia también exigió garantías de que sus requerimientos
inmediatos serían satisfechos por medio de embarques del
exterior. No obstante, los funcionarios de Washington conside
raron que una proliferación de nuevas fábricas de llantas no era
una aproximación eficaz al problema —sin tener en cuenta las
dificultades para obtener el equipo necesario— y que en el caso
específico de Colombia la construcción de una fábrica repre
sentaría una duplicación innecesaria de la capacidad manufac
turera ya existente en Venezuela. Así, el gobierno de los Esta
dos Unidos ofrecería cooperar en el establecimiento de una
planta de llantas únicamente hasta donde “las exigencias de la
actual emergencia internacional” lo permitieran; en lo demás
garantizaría el envío de una cantidad determinada de llantas a
Colombia, siempre y cuando las embarcaciones, las medidas y
los tipos deseados estuvieran disponibles. Al igual que en las
137
otras negociaciones, Colombia se avino en forma realista a
tales promesas de hacer lo que fuese posible. Se firmó entonces
un contrato formal, el lo. de julio de 1942, entre la Rubber
Reserve Co., y la Caja de Crédito Agrario, la cual estaría a
cargo del programa de fomento del caucho por parte de Co
lombia y sería el único intermediario para comprar la produc
ción colombiana35.
La imposibilidad de Washington de dar seguridades firmes
al suministro de importaciones básicas fue decepcionante, aun
que comprensible, y las escaseces que en efecto se presentaron
en Colombia fueron una fuente de irritación continua, parte de
la cual inevitablemente estaba dirigida contra los Estados Uni
dos36. Por esta razón, y también para asegurarse de que las
exigencias de Colombia se mantuvieran en un nivel razonable
mediante la distribución y el uso eficientes de lo que realmente
estaba disponible, la embajada de los Estados Unidos había
instado repetidamente al Gobierno colombiano a estrechar sus
propios procedimientos administrativos. Y también en este
sentido el régimen de Santos estaba “dedicado a la acción”
como resultado del 7 de diciembre. Una serie de decretos
ejecutivos estableció regulaciones especiales para el control de
mercaderías escasas tales como llantas, hierro y acero, y en
febrero de 1942 se creó la Superintendencia Nacional de Impor
taciones con el fin de proveer una dirección centralizada más
eficaz en este ramo. La Superintendencia realmente fue diseña
da para responder a las urgencias de los Estados Unidos. Entre
otras cosas, suministraría la información necesaria a las agen
cias norteamericanas para determinar las prioridades y cuotas
de exportación de Colombia, emitir certificados de requeri
mientos para los importadores de Colombia y regir la distribu
ción de importaciones básicas dentro del país. Muchas de sus
138
funciones habían estado encomendadas anteriormente a la
Oficina de Comercio e Industrias del Ministerio de la Econo
mía Nacional, pero no habían recibido la atención exclusiva de
dicha dependencia. El mismo decreto que creó la Superinten
dencia estableció también un Departamento Comercial en la
embajada de Colombia en Washington, precisamente con el fin
de ayudar a acelerar la expedición de licencias de exportación.
Todas estas medidas (y otras similares) no eliminaron los trau
mas económicos creados por la guerra, pero al menos los
hicieron un poco más tolerables y facilitaron las relaciones de
trabajo en asuntos económicos y comerciales con los Estados
Unidos37.
II
139
Fuertes expresiones de apoyo en pro de los Estados Unidos
en guerra y de la política del Gobierno frente al conflicto
provinieron también de los elementos más moderados y pro
norteamericanos del partido conservador. El Colombiano, de
Medellín, rastreó fielmente la simpatía de Colombia por los
Estados Unidos hasta la época de Marco Fidel Suárez, dando
así una aureola conservadora apropiada a las últimas medidas
de Eduardo Santos39. En Bogotá, Roberto Urdaneta Arbeláez
recogió las firmas de varias docenas de conservadores promi
nentes durante la última parte de 1941 para una declaración
pública de apoyo a la política exterior del Gobierno40. Algunos
de los firmantes eran hombres que un año antes habían sufrido
en silencio mientras Laureano Gómez lanzaba ataques vitrióli-
cos contra el Buen Vecino; ahora al menos estaban dispuestos a
ponerse de pie y ser tenidos en cuenta. Gómez no figuraba entre
los firmantes. Tampoco estuvo entre el importante grupo de
congresistas conservadores que votó en favor de las facultades
extraordinarias concedidas al Gobierno en diciembre de 1941,
que le permitían adoptar por decreto ejecutivo medidas para la
nueva emergencia41. Su periódico procedió a tomar parte en la
reedición de viejas acusaciones que describían a Urdaneta co
mo un mandadero de los intereses económicos norteamerica
nos y denunciaba “abusos de toda clase supuestamente en
defensa de nuestra soberanía en peligro” en contra de los
pacíficos ciudadanos alemanes42. Con todo, El Siglo encontró
aún la oportunidad de expresar admiración por el embajador
Braden43, e hizo pocos comentarios (si es que los hizo) que
pudieran considerarse abiertamente anti-norteamericanos. En
lo fundamental siguió una línea neutral después de Pearl Har-
bor, tal como antes lo había hecho, y continuó criticando al
gobierno de Santos por tomar decisiones importantes sobre
política internacional por su propia cuenta y luego esperar a
que el Congreso y la Nación las aceptaron cornofaits accomplis.
Fue sobre esta base que El Siglo, a su debido tiempo, atacó el
rompimiento de relaciones con los poderes del Eje44, aunque
inicialmente no había expresado una opinión editorial sobre el
asunto.
140
De todas maneras, Laureano Gómez estaba menos preocu
pado por la Segunda Guerra Mundial que por las elecciones
presidenciales que estaban programadas para el primer domin
go de mayo de 1942. Consideraba que la oportunidad no estaba
todavía madura para presentar un candidato conservador;
pero se propuso descubrir qué ventajas podían sacarse de la
continua división en las filas liberales. Santos mismo y la
mayoría de los altos mandos de los liberales santistas se habían
reconciliado ante la perspectiva inevitable de la reelección
de López, pero también existía un ala irreconciliable de libera
les, quienes por razones de filosofía política, por presuntas
ventajas de facción o por pura antipatía personal hacia López,
insistían en presentar un candidato disidente. Este último papel
fue gratamente aceptado por el Dr. Carlos Arango Vélez, y
Gómez se encargó de que recibiera un vigoroso respaldo con
servador. En lo que concierne a los asuntos nacionales, tal
apoyo era suficientemente lógico: Arango Vélez pertenecía
definitivamente al ala derecha de su partido. Lo que dio a la
actitud de Gómez un toque especial de ironía fue el hecho de
que Arango Vélez había sido un partidario consistente y apa
rentemente incondicional de las relaciones estrechas con los
Estados Unidos. Si tuvo alguna querella con la política intera
mericana de Santos fue porque éste no había ido lo suficiente
mente lejos. No obstante, esto no perturbó a Laureano Gómez.
El nunca pretendió convenir con todos los puntos de vista del
candidato que apoyaba; creía en la primacía de los problemas
nacionales y, en el ámbito de las relaciones exteriores, prefería
ostensiblemente un lacayo de los Estados Unidos que fuera
honesto y consistente a un oportunista puro, como creía que
era López45.
Es así como la política exterior no tuvo un papel destacado
en la campaña electoral de 1942. Arango Vélez venía atacando
a López desde el discurso de este último en el Hotel Granada,
en enero de 1941, en razón de que López no era un proponente
confiable de la solidaridad hemisférica46. Aún así, él mismo era
apoyado para la presidencia por el partido conservador, mu
chos de cuyos voceros principales o no creían para nada en la
solidaridad hemisférica o le daban una definición propia muy
limitada. Sólo cerca del final de la campaña la relación entre
141
Colombia y los Estados Unidos llegó a ser brevemente el tópico
principal del debate y este acontecimiento en realidad fue algo
fortuito. Comenzó cuando Arango Vélez concedió una entre
vista a la Associated Press, en la cual dijo entre otras cosas:
“Estoy inequívocamente en favor de una ayuda total a los
países que luchan ahora contra la opresión totalitaria; y consi
dero que la mejor manera como Colombia puede hacer sentir el
peso de su cooperación... del lado de sus intereses y sentimien
tos en este conflicto, es colocando al país en pie de guerra y
haciéndolo inmediatamente. Es obvio que no podemos ir a
luchar contra Alemania y el Japón por nuestra cuenta; pero no
es menos cierto que se ha permitido que este país continúe
viviendo y pensando como si estuviera en paz, cuando la ver
dad es que la agresión está más cerca —mucho más cerca— de
nosotros de lo que creen los colombianos. La defensa del Canal
de Panamá no debe ser considerada como algo que se supone
debemos hacer por concepto de ayuda amistosa a los Estados
Unidos, sino como algo que es tan vital para nosotros como lo
es para ellos. Y esto es cierto no solamente respecto de Colom
bia sino de todos y cada uno de los países de América. Me doy
cuenta de que la única manera como podemos dar ayuda
material es suministrando el elemento humano para dicha
defensa y aceptando la dirección técnica y militar de los Esta
dos Unidos. Voy más lejos y digo que el mejor servicio secreto
que se pueda conseguir en el extranjero debe obtenerse para
resguardarnos contra todas y cada una de las quintas columnas
y peligros de espionaje que puedan estar, y están, agazapados
entre nosotros”47.
Esta entrevista era para ser publicada en el extranjero, y no
antes del día de las elecciones del 3 de mayo; pero el órgano
lopista, El Liberal, obtuvo una copia y publicó el texto el 27 de
abril48. A pesar de los esfuerzos de Arango Vélez por defender o
aclarar ciertos puntos después que la entrevista fue publica
da —enfatizando, por ejemplo, que él no quiso decir que se
enviarían tropas colombianas a la Zona del Canal—, el efecto
neto del asunto fue obviamente nocivo para su candidatura49.
El tono impetuoso de las observaciones del candidato era
suficiente para asombrar aún a muchos amigos sinceros de los
Estados Unidos, al mismo tiempo que a los anti-yanquis acérri
142
mos del campo conservador se les dio otra buena razón, si era
que estaban buscando una, para que se negaran a votar como
Gómez había ordenado. Pero la posición de Gómez no sufrió
cambio alguno. El Siglo reconoció en sus comentarios la exis
tencia de diferencias en política exterior entre Arango Vélez y
sus partidarios conservadores, así como el candidato las había
reconocido en el transcurso de la famosa entrevista, pero le dio
crédito a Arango por su franqueza señalando al mismo tiempo
el golpe periodístico de El Liberal como un ejemplo característi
co de la marrullería lopista50.
Sea lo que fuere, el apoyo de Gómez a Arango Vélez fue una
razón más para minimizar, al menos por el momento, los
sentimientos anti-norteamericanos que albergaba en su pecho.
Al mismo tiempo, López, en su condición de candidato oficial
del partido gobernante, se encontró asumiendo la defensa de la
política exterior de Santos. El y sus partidarios no explotaron la
entrevista de Arango Vélez para fines de propaganda anti
norteamericana, como seguramente lo hubiera hecho El Siglo,
sino que se contentaron con ver cómo era utilizada en contra
del entrevistado, quien finalmente sólo ganó en los departa
mentos de Caldas, Cauca, Valle del Cauca y Huila. En total
reunió el 41 por ciento de los votos de todo el país. No fue un
mal resultado, particularmente en vista de las ventajas lícitas e
ilícitas de que gozaba la maquinaria del partido liberal. El
análisis de los patrones de votación demuestra al menos que la
buena voluntad de Gómez de hacer caso omiso del pro-nortea-
mericanismo vocinglero de su candidato fue compartida por la
mayoría de las masas conservadoras51.
Sin duda, todavía persistía una tendencia latente de anti-
norteamericanismo en las filas conservadoras, como se pudo
apreciar fácilmente en algunas de las reacciones al hundimiento
de la Resolute en junio de 1942. Los concejos municipales y
las asambleas departamentales de toda Colombia adoptaron
un diluvio de resoluciones de protesta, y El Siglo, aunque no
tuvo nada que ver con la explosión anti-nazi más extrema, se
refirió al hundimiento como una “agresión bárbara”52. Sin
embargo, existían otros conservadores que de una manera u
otra trataban de utilizar abiertamente el incidente como tram
polín para atacar al gobierno de Santos e indirectamente a los
143
Estados Unidos. Su línea de razonamiento era que el hundi
miento era un corolario lamentable pero lógico de la posición
no neutral adoptada por Colombia al aliarse irrevocablemente
a los intereses norteamericanos. Un orador conservador en la
Asamblea de Cundinamarca hasta citó los nombres “nortea
mericanos” de las víctimas —lo cual reflejaba el status de San
Andrés y Providencia como enclave de habla inglesa bajo la
bandera colombiana— como una razón más para minimizar el
incidente53; mientras, el periódico conservador El Norte, de
Cúcuta, publicó un rumor sugiriendo que el agresor había sido
en realidad un submarino estadinense y no un submarino
alemán54. Al mismo tiempo, los conservadores del ala de Urda-
neta Arbeláez, junto con los voceros liberales, aprovecharon la
ocasión para expresar una vez más su solidaridad con el gobier
no de Santos en la conducción de las relaciones exteriores y con
los Estados Unidos en su lucha contra el totalitarismo.
III
144
cabal y conservador de cuáles son sus requerimientos militares.
De otro lado, como lo he dicho antes, hemos obtenido todo lo
que hemos solicitado a este país. Colombia fue la primera
nación latinoamericana en romper relaciones con Alemania y
se ha esforzado en influenciar al vecino país de Venezuela para
que haga lo mismo. En esencia, si se hiciera un balance de lo
que han hecho los Estados Unidos y Colombia, respectivamen
te, aquel mostraría que Colombia no ha regateado sino que de
todo corazón ha salido en apoyo de nuestra política de tal
manera que ello nos coloca en deuda con Colombia y no existe
país en Sur América que se haya desempeñado en forma más
cooperadora”57.
Braden exageró en algunos apartes del pasaje anterior, el
cual fue escrito para refutar lo que consideraba subterfugios
injustificados por parte de su agregado militar interino. No
todos los cálculos de Colombia de sus requerimientos militares
habían sido “cabales y conservadores”, aun cuando el conser
vadurismo cabal pudo haberse impuesto finalmente. Colombia
había regateado en cierta medida si bien no fue un regateo muy
fuerte; una razón para que los Estados Unidos obtuvieran
“todo” lo que solicitaron fue que la embajada en Bogotá tenía
una idea acertada de cuán lejos estaba dispuesto a ir el gobier
no de Santos en la colaboración del Buen Vecino y formal
mente no solicitaba lo que Santos probablemente rechaza
ría. No obstante, la declaración del embajador contenía más
de verdad que de exageración.
En realidad, desde el punto de vista de los Estados Unidos,
los actos específicos de cooperación solicitados y conseguidos
de Colombia rara vez fueron de importancia principal en sí
mismos. Era conveniente contar con la asistencia de Colombia
para suministrar las necesidades materiales para los esfuerzos
de la guerra, pero Colombia no era un abastecedor clave de
ningún mineral estratégico con la excepción del platino. Cierta
mente era deseable contar con el permiso expreso de Colombia
de entrar en sus aguas en persecución de submarinos enemigos,
pero aun sin tal permiso es difícil concebir que la Marina de los
Estados Unidos hubiera permitido que las aguas colombianas
se convirtieran en refugio. Y aunque los tenedores norteameri
canos de bonos insolventes de Colombia se encontraban en su
mayor parte satisfechos de ver la reanudación de los pagos, las
sumas comprometidas no eran realmente grandes y a nadie se le
145
escapaba tampoco el hecho de que los pagos iniciales fueron
financiados indirectamente por el Banco de Exportación e
Importación. En últimas, lo que era de interés primordial para
los Estados Unidos era contar con la nación suramericana más
próxima al Canal de Panamá, con un Gobierno estable y
amistoso, con el fin de que las energías y recursos adicionales
que se necesitaban urgentemente en otros sitios no tuvieran que
ser dedicados a la defensa del flanco meridional del Canal.
Había dudas ocasionales —la mayoría exageradas— acerca de
la estabilidad del régimen de Santos, pero nunca la más mínima
duda acerca de su amistad. Por lo tanto, en este sentido,
Colombia se ganó plenamente los elogios prodigados por el
embajador Braden.
Los beneficios otorgados a Colombia en recompensa de su
cooperación fueron también tangibles e intangibles. Bajo los
beneficios tangibles se encontraban los préstamos del Banco de
Exportación e Importación, la asistencia militar y la asistencia
de los Estados Unidos en la redacción y puesta en práctica del
Convenio Cafetero de 1940. Hubo intentos de otras ayudas
técnicas y económicas, como en el convenio del caucho, y sin
duda alguna se hizo un esfuerzo más grande por mantener a
Colombia abastecida con importaciones vitales de lo que hu
biera sido el caso con un gobierno inamistoso en Bogotá,
aunque precisamente sería difícil medir cuál sería la diferencia
que haría la amistad. En el límite entre lo tangible e intangible
(y también entre lo benéfico y lo nocivo, según se interpretara el
papel de la inversión extranjera) estaba la intervención amisto
sa del gobierno de los Estados Unidos en favor de Colombia,
no sólo con los tenedores de bonos extranjeros, sino con las
firmas norteamericanas que operaban en Colombia, aunque en
el caso de la industria del banano tal mediación no fue suficien
te. Finalmente estaba el beneficio para Colombia de los esfuer
zos políticos y militares norteamericanos en contra de las dicta
duras del Eje. Este hubiera sido un beneficio tangible si hubiera
significado evitar una amenaza real de ataque contra Colom
bia, que pocos colombianos creían que existiera. Sin embargo,
Eduardo Santos se unió a los Estados Unidos en la escena
internacional principalmente porque desde el primer momento
creyó que el mundo sería mejor un lugar para los colombianos
(y para todos) si las potencias democráticas prevalecían sobre
sus antagonistas. Este fue en gran medida un beneficio intangi
ble, pero en la opinión de Santos merecía unos pocos sacri
ficios.
146
La imagen de la cooperación colombo-norteamericana du
rante el período de 1938 a 1942 fue naturalmente sólo un
aspecto de las saludables condiciones, en general, de las relacio
nes interamericanas. La política del Buen Vecino se encontraba
en su apogeo y era intensificada y expandida en muchas direc
ciones con el fin de asegurar al gobierno de los Estados Unidos
la amistad latinoamericana mientras se preparaba para dar la
batalla en otros frentes. Sin embargo, la respuesta cordial de
Colombia era particularmente gratificante, ya que el sistema
político del país, con todas sus imperfecciones, era más adecua
do para ejemplarizar los ideales democráticos por los que los
Estados Unidos estaban luchando que lo que eran los sistemas
de la mayoría de las naciones latinoamericanas. La libertad de
expresión y los preceptos constitucionales que existían en Co
lombia crearon algunos inconvenientes. Los sentimientos anti
norteamericanos podían ser expresados más fácilmente que en
las dictaduras del Caribe, y las observaciones de Bryce Wood
de que el funcionamiento de la política del Buen Vecino era más
efectivo en regiones sometidas a la rama ejecutiva58 eran tan
aplicables a Colombia como a los Estados Unidos. No obstan
te, durante el gobierno de Santos, Colombia y los Estados
Unidos crearon un sistema de relaciones, exitoso en casi todo
sentido. En cuanto a la política, lograron un alto grado de
entendimiento mutuo, en oposición a la confiabilidad ingenua
de Olaya Herrera y a la reserva comparable del primer gobier
no de López. En cuanto a programas específicos, introdujeron
nuevas actitudes en relación con la cooperación económica y
militar, las cuales se enmarcaron en las crisis del momento pero
que, para mejor o peor, han llegado a ser permanentes59.
58. Ver, por ejemplo, Bryce Wood, “The Department of State and the
Non-National Interest: The cases of Argentina Meat and Paragua
yan Tea”, Interamerican Economic Affairs, XV, (otoño de 1961), 5.
59. Aunque la cuestión de las relaciones culturales fue excluida expre
samente del presente estudio, debe anotarse que también en este
campo hubo nuevas orientaciones y nuevos énfasis oficiales. En
este sentido fue sintomática la creación, en 1941, del cargo de
agregado de relaciones culturales de la embajada de los Estados
Unidos en Bogotá, que desempeñó por primera vez el doctor
Hershel Brickell (The New York Times, lo. de noviembre de
1941).
147
APENDICE
a) Café
1938 88.775.329 (80)
1939 87.124.693 (83)
1940 74.023.042 (93)
1941 83.293.779 (96)
1942 144.750.690 (99)
b) Oro1
1938 18.780.402 (100)
1939 40.582.122 (100)
1940 41.838.427 (100)
148
1941 42.589.427 (100)
1942 20.965.629 (100)
c) Petróleo2
1938 37.206.478 ( 0)
1939 31.902.996 ( 6)
1940 39.919.927 ( 2)
1941 40.525.783 (15)
1942 14.197.345 (31)
d) Banano
1938 8.883.871 (49)
1939 8.678.583 (27)
1940 5.609.752 (48)
1941 2.923.702 (95)
1942 284.006 (99)
149
ANEXOS
Los editores
150
<//. AMERtCAN EMBASSY
/
No 22 Bogotá, March ¡J, 19¿9.
STRICTLY CONFIDBNTIAL.
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The Honorable
The Secretar/ of State
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February 15, President Santos received me at 4:45
p.m., February 22. Our conversation laated an hour ’’
cooperation
151
*
1. ENTREVISTA CON EDUARDO SANTOS
Al Honorable’
Secretario de Estado
Washington
Señor:
152
a. ESTABILIZACION MONETARIA
153
cooperación con los Estados Unidos en este particular, que más
tarde volvería a tratar el asunto conmigo y que, mientras tanto,
hablaría con su ministro de Finanzas.
Observé que la cuestión de la deuda se hallaba íntimamente
relacionada con la estabilización monetaria, y me sentí muy
satisfecho cuando quedó despejado el camino para desarrollar
otros programas de cooperación financiera entre Colombia y
los Estados Unidos.
b. COOPERACION POLITICA
154
y que hasta ese momento se habían comportado de manera
apropiada en todo sentido, y que el embajador italiano había
pronunciado recientemente un discurso tan discreto que el
presidente Santos se preguntó si no provocaría su destitución el
hecho de haber omitido toda referencia al Duce y al fascis
mo. Agregó que el Gobierno colombiano había vigilado cuida
dosamente a Scadta y no tenía reclamo alguno que hacer a esa
compañía. En resumen, estaba satisfecho de que no hubiera ni
espionaje, ni trabajo clandestino o propaganda por parte de los
alemanes e italianos, y sugirió que este fenómeno se debía tal
vez a que se daban cuenta de que los colombianos se encontra
ban unidos como un solo hombre en su oposición a las ideolo
gías totalitarias. Me aseguró de la manera más enfática que
Colombia siempre estaría con los Estados Unidos en defensa de
la democracia, pero que comenzaba a preguntarse si los nazis y
los fascistas no tratarían de aprovecharse de Franco ahora que
la victoria de éste era segura. Consideró interesante observar
que El Siglo (un destacado diario conservador bajo la dirección
de Laureano Gómez) había sido siempre tan antinazi y tan
antifascista como los periódicos liberales, pero que durante las
últimas semanas estaba cambiando y adulando a Franco en una
forma indicativa de que a lo mejor Hitler y Mussolini desata
rían una ofensiva para influir sobre Suramérica a través de
España.
El presidente Santos dijo luego que no había necesidad de
emprender una acción precipitada, y que la situación española
era tal que, en la forma debida y tan pronto como se clarificara
el panorama, Colombia tendría que reconocer el régimen de
Franco, así no fuera sino por razones relacionadas con su
propia seguridad y con el fin de mantenerse al tanto de lo que
estaba sucediendo en España. Pero nuevamente enfatizó que
Colombia nunca se prestaría a juegos con los Estados totalita
rios a través de Franco o de cualquier otro medio. Me pidió que
tranquilizara al presidente Roosevelt en este sentido y añadió
que ya había contratado dos misiones militares norteamerica
nas, no sólo para obtener los beneficios de su instrucción
superior sino ante todo para demostrar la confianza absoluta
de Colombia en los Estados Unidos. En conexión con este
punto declaró que tenía la impresión de que la política del Buen
Vecino continuaría en el futuro. Yo contesté que abrigaba una
impresión similar y que, después de todo, en una democracia
como la nuestra el presidente incluso más esclarecido no podía
marchar muy por delante de la opinión pública. Añadí que en
términos generales, y particularmente en cuanto a las relaciones
155
interamericanas, la política exterior del presidente Roosevelt y
del secretario Hull había recibido un respaldo casi unánime.
Después expliqué al doctor Santos que los restantes tópicos
que quería presentarle aún no los había discutido con el presi
dente Roosevelt.
156
durante el episodio de Leticia, y dijo que no pasaba un solo día
sin que él o sus asesores se vieran acosados por vendedores de
armamento que ofrecían sobornos e indisponían a los colom
bianos con los peruanos, cosa que había podido comprobar por
su amistad personal con los representantes de estos últimos. De
modo que cuando le contaron que Perú había adquirido setenta
aviones, al ir a confirmarlo encontró que se trataba de una
falsedad deliberada.
157
estaba seguro de que la gran mayoría de las empresas norteame
ricanas en Colombia jamás haría necesaria una protesta por
parte del Gobierno, y agregué que si alguna vez se presentaba el
más ligero reclamo esperaba que él me informara de inmediato
para proceder a arreglar el asunto sin tener que recurrir a
Washington.
158
Agregué que si yo estaba correctamente informado, la situación
exigía consideración inmediata.
El Presidente observó que la United Fruit Company era ella
misma una importante cultivadora de banano y que, por consi
guiente, debería estar interesada en preservar sus plantaciones.
Respondí que según la información a mi alcance la United Fruit
sólo producía el 20 por ciento, o incluso menos, del total de la
cosecha bananera y que, por tanto, aun si la compañía decidía
proteger sus propiedades, la situación en su conjunto seguiría
siendo seria. El presidente Santos dijo que su ministro de
Economía acababa de salir para el distrito a investigar las
condiciones existentes allí, y que me agradecería que hablara
con él a su regreso. Contesté que lo haría con mucho gusto.
6. El pago de la deuda
159
ción competitiva con los alemanes. Manifesté que estaba seguro
de que cuando se arreglara el asunto de la deuda podríamos
ayudar de muchas maneras como, por ejemplo, a través del
Export-Import Bank, pero que mientras tanto tenía la certeza
de que el presidente Santos entendía las consideraciones políti
cas que nos impedían asistir a Colombia hasta el grado en que
lo deseábamos. Mencioné que en los Estados Unidos había
entre 40 y 50 mil tenedores de bonos, muchos de ellos institucio
nes, y que era tan grande su influencia que si mi gobierno
empleara sus fondos para financiar a Colombia se haría inme
diatamente el reclamo de que estas miles de personas, que
habían sufrido ingentes pérdidas en bonos colombianos, ha
bían sido gravadas con impuestos para otorgarle créditos a un
deudor moroso. Se trataba de un problema político práctico
que yo confiaba en que sería resuelto pronto, ya que aquella
tarde le había entendido al ministro de Finanzas que después de
las elecciones de marzo el Gobierno colombiano emprendería
activamente el pago de la deuda nacional. Una vez que se
arreglara este problema el control de divisas podía ser removi
do y entonces serían los departamentos, los municipios y los
bancos los que habrían de cancelar sus deudas bajo la orienta
ción y, posiblemente, con la asistencia del Gobierno Nacional.
El Presidente dijo que yo había expuesto los hechos de
manera exacta, que él estaba ansioso de arreglar el asunto de la
deuda y que en realidad el Gobierno colombiano siempre había
deseado hacerlo, pero que había encontrado obstáculos insupe
rables para negociar con el Consejo Protector de Tenedores de
Bonos Extranjeros; que su ministro de Finanzas, aunque un
hombre todavía muy joven —ligeramente por encima de los
treinta años—, era un experto en la materia, supremamente
inteligente y de una integridad a toda prueba; que las deudas
departamentales y municipales eran complicadas en extremo
pero que el Gobierno Nacional, después de poner su propia
casa en orden, procuraría, por distintos medios, ayudar a que se
cancelaran. Respondí que me daba perfecta cuenta de las difi
cultades que implicaban las deudas departamentales y munici
pales; que, por ejemplo, para Antioquia sería muy complicado
llegar a un arreglo, ya que su deuda no guardaba ninguna
proporción con sus ingresos actuales, pero que, por otra parte,
el departamento de Santander del Norte podía pagar todos sus
compromisos con la mayor facilidad. El Presidente dijo que yo
había traído a colación dos ejemplos que él mismo hubiera
mencionado.
160
A continuación manifesté que habita estudiado el asunto
detenidamente, y que ni mi gobierno ni yo, de conformidad con
nuestra política establecida, podíamos intervenir en forma di
recta. Sin embargo, añadí que una solución mutuamente satis
factoria era tan importante para nuestros dos países que yo
estaban ansioso de prestar mis buenos oficios de cualquier
manera posible. El Presidente me agradeció, declaro que daña
instrucciones para que yo fuera informado en detalle sobre las
negociaciones de la deuda, en la medida en que estas progresa-
ran, y se mostro _ „ complacido ñor mi oferta de asistencia,
. , muy .
Luego expresé que me sentía profundamente satisfecho de
que el Gobierno colombiano hubiera procedido con absoluta
buen fe y de que siempre hubiera estado dispuesto a llegar a un
arreglo. Agregué que en un banquete reciente ofrecido por la
Cámara de Comercio Colombo-amencana en la ciudad de
Nueva York, yo había hecho la misma observación ver el
memorando que dejé en el Departamen o esa o). presi
dente Santos dijo que estaba familiarizado con las palabras que
yo había pronunciado en aquella ocas.on y que las apreciaba
mucho, pero que el Consejo Protector se había negado siempre
a negociar u' insistido f»n
■ y uhabía en nue
que fuera
* Colombia la que
¿
. i Cuando
presentara las propuestas. Cuanao Co ombia lo había hecho,
no obstante, sus sugerencias habían s.do rechazadas de manera
sumaria, por no decir grosera, un procedimiento poco ap o
para conducir a un arreglo mutuamente satisfactorio. Señalo
además que el Consejo no tomaba en cuenta la situación fiscal
de Colombia, ni los problemas políticos a que tema que hacer
frente el gobierno. , . ._. .
Contesté que su posición me parecía justificada pero que a
su *turno, eli Consejo no deoia ser
sei criticado
V11 con demasiada
severidad ya que tenía que lidiar con muchas otras situaciones
similares, se hallaba en circunstancias desfavorables por falta
de fondos y de personal adecuado, no contaba con bonos en
depósito, estaba siendo atacado permanentemente por perso-
ñas como tt resumen, nue
Hoover y, en -ocurran au m no fuera el medio
que aunque
. , i era el, mejor y en la práctica
ideal ci único dispomb
practica el F e. Me
.
permití anotar que ninguno de los 40 o 50 mil tenedores de
bonos podía negociar por separado, que los banqueros y los
fideicomisarios tampoco podían hacerlo porque seencontraban
en una posición legal anómala, y que las cosas se habían com
plicado por culpa de entrometidos como Hoover, que afortuna
damente habían sido apartados de la escena . Seguí diciendo que
sería muy beneficioso para los tenedores de bonos, para los
banqueros involucrados y para el Consejo que se llegara pronto
161
a un acuerdo, lo que también ayudaría a los comerciantes, a los
exportadores, a los importadores y a todo el que se interesara
por Colombia, pero que ante todo era esencial que la Nación
restableciera su crédito.
El presidente Santos respondió que en el último mes de
agosto, cuando asumió su cargo oficialmente, había aconseja
do a los muchos banqueros residentes entonces en Bogotá que
no enfocaran el problema desde el punto de vista de quienes
sólo pretenden obtener la tasa de interés más elevada posible al
reanudar el servicio de la deuda, porque aun en el caso de que
Colombia estuviera de acuerdo con una cifra alta podía ocurrir
otro incumplimiento en el lapso de unos pocos meses, lo que
haría las cosas todavía más difíciles para todo el mundo. Mani
festé que concordaba plenamente con su tesis pero que, a la
inversa, Colombia tampoco debía tratar de obtener la tasa de
interés más baja posible, sino facilitar un arreglo que, por
encima de todo, permitiera restablecer en forma definitiva el
crédito del país, ya que éste, como lo habíamos discutido,
necesitaba capital extranjero, que sólo podría conseguir al
precio de restablecer su crédito. Puse de presente que Colombia
se haría a sí misma mucho daño si forzara un acuerdo sobre
bases unilaterales, como había sucedido en Chile, y dije que el
pago adicional de un octavo, un cuarto o incluso un medio
punto de interés no alteraría sustancialmente el presupuesto de
Colombia y podría compensarse muchas veces con el dinero y
las ventajas que se derivan de una sólida posición crediticia.
Sugerí que, por lo tanto, el arreglo más barato podría resultar a
la larga el más caro. El Presidente declaró que estaba completa
mente de acuerdo conmigo.
162
mediante este subterfugio, los representantes de las compañías
adujeron que tal forma de proceder era apropiada porque el
Gobierno estaba tácitamente al tanto de los hechos y había
otorgado las concesiones a las empresas subsidiarias; que los
intentos efectuados por las compañías para obtener del Gobier
no alguna interpretación de la ley que justificara este procedi
miento, además, habían fallado por completo hasta el momen
to y que, por lo tanto, yo temía que una administración futura
—particularmente en el caso de que se desarrollaran grandes
yacimientos— pudiera reclamar que las normas jurídicas ha
bían sido violadas y confiscar las hectáreas adicionales, produ
ciéndose así una situación desagradable para todas las partes
involucradas. Mencioné que en mi opinión, por consiguiente,
esta evasión implícita de la ley no debería ser permitida; que
debería exigirse una obediencia estricta a la letra y al espíritu de
la legislación, o que de lo contrario ésta debería modificarse
para satisfacer las necesidades prácticas de las condiciones
operacionales imperantes en Colombia. Añadí que sabía de
fuente fidedigna que en el mundo había cerca de diez compa
ñías con la suficiente solidez financiera para emprender explo
raciones de petróleo en Colombia, y que de ellas cinco estaban
realmente interesadas. Por tanto, en las circunstancias legales
vigentes el máximo aprovechamiento posible sería de quinien
tas mil a un millón de hectáreas, lo que podría significar una
explotación inadecuada de los recursos colombianos. Manifes
té que a lo mejor no se presentaba ningún problema, pero que
era más conveniente levantar esta nueva industria sobre bases
firmes y no correr el riesgo de futuros altercados. Con este fin
sería muy positivo —expliqué— que se clarificara la situación
desde ahora, en sus comienzos, ya que al obrar así se beneficia
rían Colombia y las compañías, y se evitarían complicaciones
que más tarde podrían implicar controversias diplomáticas en
tre Colombia y Gran Bretaña o los Estados Unidos. El presidente
Santos dijo que estaba enteramente de acuerdo conmigo y que
el Gobierno no podía hacerse el desentendido, permitiendo
implícitamente que se violara la ley; sugirió que se revisara todo
el asunto, que se estudiara de manera cuidadosa y que, de ser
necesario, se reformara la legislación y se ajustaran las restric
ciones de hectáreas a límites prácticos y apropiados, que le
gustaría discutir conmigo más adelante. Le di las gracias, le dije
que su propuesta me parecía lógica y que podíamos ocuparnos
de ella en forma metódica, ya que no era necesario precipitar las
cosas al igual que, por ejemplo, en el caso de la sigatoka.
163
8. Cooperación agrícola
164
investigadas con buen provecho. El presidente Santos dijo que
quedaría muy agradecido si tal asesor pudiera ser enviado aquí,
y con entusiasmo repitió las razones que yo había expuesto para
sustentar dicha acción. Le manifesté que se trataba de una
recomendación puramente personal y que tenía pocas esperan
zas de obtener a corto plazo los servicios de una persona así,
pero que confiaba en que podríamos conseguir otros expertos
para él. El Presidente declaró que estaba tan interesado en todo
este asunto que apreciaría que yo lo discutiera con el ministro
de Economía, tan pronto como dicho caballero regresara del
viaje que realiza actualmente. Prometí hacerlo.
* En español en el original.
165
8. Cooperación agrícola
164
investigadas con buen provecho. El presidente Santos dijo que
quedaría muy agradecido si tal asesor pudiera ser enviado aquí,
y con entusiasmo repitió las razones que yo había expuesto para
sustentar dicha acción. Le manifesté que se trataba de una
recomendación puramente personal y que tenía pocas esperan
zas de obtener a corto plazo los servicios de una persona así,
pero que confiaba en que podríamos conseguir otros expertos
para él. El Presidente declaró que estaba tan interesado en todo
este asunto que apreciaría que yo lo discutiera con el ministro
de Economía, tan pronto como dicho caballero regresara del
viaje que realiza actualmente. Prometí hacerlo.
* En español en el original.
165
fuera posible. El presidente Santos dijo que esto había sido
cierto en épocas pasadas, pero que ahora no lo era porque un
examen fotográfico realizado desde el aire había demostrado
que se trataba de formaciones ígneas, bastante quebradas y sin
perspectiva alguna en cuanto a yacimientos de petróleo.
166
ayudar en las investigaciones criminales como para observar las
maquinaciones de los agitadores y espías extranjeros —los
japoneses y tal vez los alemanes y los italianos, por ejemplo—, y
que por consiguiente esperaba recibir los servicios de un exper
to de la policía de Nueva York. Sugerí que me avisara si
encontraba algún obstáculo, y agregué que haría lo que estuvie
ra a mi alcance para colaborar en este aspecto.
El presidente Santos me pidió que transmitiera al presidente
Roosevelt sus más calurosos saludos personales. También ex
presó el deseo de que repitiéramos con frecuencia conversacio
nes como ésta —no la entrevista formal entre el Presidente y el
embajador, sino el diálogo franco entre dos amigos—. Le di las
gracias y dije que me sentiría honrado de poder tratar con él
como lo estaba sugiriendo, sobre la base de una sinceridad
absoluta, y buscando siempre el beneficio mutuo para nuestros
dos países. Concluí prometiendo que transmitiría sus conside
raciones personales al presidente Roosevelt.
Respetuosamente suyo,
Spruille Braden
800.1
SB/hlw
167
THE FOREiGf.' SERVICE
OF THE
UNITED STATES OF AMERICA i
AMER1CAN EMBASS^
No. 1445 Bogptá, Colo.ibia, Zarch 26, 19 4 y.'-.?«-•!&£ s.v
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The Honorable *
The Secretary of State,
Washington, D. C.
Sir:
pro-
168
2. INFORME SOBRE LAUREANO GOMEZ
Al Honorable
Secretario de Estado
Washington, D.C.
Señor:
Tengo el honor de referirme a mi comunicación No. 90, del
27 de abril de 1939, en la que rendí completo informe de una
conversación sostenida con el doctor Laureano Gómez, y a
comunicaciones posteriores enviadas al Departamento de Esta
do en las cuales notifiqué que durante varios meses, y como
resultado de mis charlas con él, el doctor Laureano Gómez y su
periódico El Siglo interrumpieron sus ataques a los Estados
Unidos. En efecto, Gómez y toda la representación conserva
dora en el Congreso se unieron a los liberales, en 1939, para
respaldar la política exterior de solidaridad interamericana y de
amistad con los Estados Unidos, preconizada por el presidente
Santos, y para declarar que nunca sería permitido un ataque al
Canal de Panamá desde territorio colombiano.
Tal actitud amistosa continuó sin interrupciones serias hasta
cuando los triunfos alemanes en la guerra, durante 1940, oca
sionaron un retroceso al viejo antagonismo con los Estados
Unidos, esta vez con mayor vehemencia. Como resultado, en
las sesiones del Congreso de ese año el senador Gómez y sus
169
seguidores atacaron de manera violenta la política de Santos
que previamente habían defendido, y desde entonces El Siglo y
el doctor Gómez en persona han adoptado una política decida-
damente antinorteamericana y pronazi. Muchos otros inciden
tes podrían citarse para demostrar que el doctor Gómez, un
consumado oportunista, estará siempre de parte de quien tenga
el viento a su favor.
El 20 de marzo de 1941 el doctor Francisco Urrutia, hijo de
uno de los viejos estadistas más distinguidos de Colombia, nos
invitó al señor Keith y a mí a un coctel en su casa, donde nos
esperaba con el senador Gómez y el editor asociado de El Siglo,
el también senador José de la Vega. Como puede deducirse del
resumen adjunto de la conversación que tuvimos, dicha re
unión fue planeada, al menos en parte, porque El Siglo está
comenzando a sufrir la pérdida de publicidad norteamericana y
tal vez porque sus directores temen incluso que no puedan
obtener papel periódico de los Estados Unidos.
En dos o tres oportunidades el doctor Gómez, creyendo,
aparentemente, que podía ponerme “en un aprieto”, me atacó
de la manera más agresiva pero sin ningún éxito. Sus manifesta
ciones de amistad con los Estados Unidos son enteramente
oportunistas, ya que en repetidas ocasiones ha hecho constar lo
contrario, tanto en sus discursos ante el Senado como en sus
editoriales. Asimismo, sus declaraciones en el sentido de que no
ha tenido ningún trato con los nazis, incluidos los ministros de
Alemania y de España, están en contradicción total con lo que
mis colaboradores y yo hemos constatado con nuestros propios
ojos, y con otros informes en nuestro poder.
En vista de nuestra experiencia pasada con este caballero y
teniendo en cuenta su muy agresivo comportamiento conmigo,
consideré necesario adoptar una posición firme, como se ve en
el memorando adjunto. El resultado fue que se dio por vencido
y que solemnemente prometió dejar en claro, tanto en sus edito
riales como en sus pronunciamientos públicos futuros, su “fer
viente amistad con los Estados Unidos”. No tengo la más
mínima confianza en la sinceridad de sus promesas, y estoy
seguro de que se echará para atrás si ello conviene a sus planes o
si siente que los nazis van a ganar la guerra. Sin embargo, la
influencia que pueda tener sobre las masas conservadoras su
adopción de una actitud más amistosa hacia nosotros será
benéfica, y, por lo tanto, recomiendo que a mi llegada a Was
hington se discuta la posibilidad de inducir a los industriales
norteamericanos para que reanuden su pauta publicitaria en El
Siglo, al menos mientras continúe su política actual.
170
Una divertida contradicción en nuestra charla se presentó
cuando, después de haber perorado largamente contra la inter
vención norteamericana en otras repúblicas de este hemisferio,
al final solicitó de manera descarada nuestra intervención a
favor suyo en caso de que pretendiera iniciar una guerra civil en
Colombia.
Pienso que en este cambio súbito de opinión el doctor Gó
mez ha sido influido no sólo por el temor de que su periódico
quede por fuera del negocio si pierde la publicidad y no puede
conseguir papel, sino también por su presentimiento de que los
Estados Unidos, Gran Bretaña y las democracias se están vol
viendo cada día más fuertes; por el hecho de que, si su periódico
logra seguir publicándose sin el apoyo esencial de los anuncia
dores norteamericanos, se concluiría lógicamente que está reci
biendo fondos de los alemanes; y porque si él fuera incluido en
una lista negra británica y norteamericana, ello debilitaría su
influencia política en Colombia y daría a sus enemigos políticos
un arma poderosa que podrían utilizar en contra suya. En la
misma forma, es posible que algunos de sus asociados en El
Siglo, como el doctor Camilo de Brigard Silva, estén temerosos
de perder, en razón de la política del periódico, su inversión o
representación legal de ciertas corporaciones e instituciones
bancarias norteamericanas, y que por consiguiente hayan insis
tido en este cambio. Finalmente, es concebible que los nazis,
que han estado trabajando con Gómez, no se opongan a esta
alteración en la política del periódico, en la esperanza de que
por este medio podrán adormecernos con un falso sentido de la
seguridad.
El 24 de marzo el doctor Gómez me envió copias de las
cartas que había recibido de su agente publicitario en Nueva
York, Melchor Guzmán Company Inc. Estas cartas, que se
inician en agosto, informan sucesivamente de una serie de
cancelaciones e incumplimientos en la renovación de los con
tratos publicitarios por parte de firmas importantes como Acei
te Tres-en-uno, Cigarrillos Camel, Vick Chemical Company,
etc. Me sentí muy satisfecho al comprobar que en cada caso la
acción la había emprendido el industrial norteamericano, y
que, si bien se mencionó una vez la lista negra, ésta aparecía
como una lista de los industriales y no de ninguna sección del
gobierno de los Estados Unidos.
Con las cartas mencionadas venía un memorando, que ad
junto a esta comunicación, y que da detalles adicionales con
respecto a las observaciones hechas por el señor R. Drysdale,
171
agente de la Grace Line, en las oficinas de El Siglo. Ciertamen
te, este último caballero no se comportó con discreción.
El prometido cambio de política por parte del doctor Gómez
se efectuó inmediatamente, como puede verse en el adjunto
editorial de El Siglo correspondiente al 23 de marzo —sobre mi
discurso en el almuerzo ofrecido en honor del National Re-
search Council—, y en el recorte adjunto de la columna de
Américo Latino publicada el 24 de marzo. Américo Latino
jamás había tenido algo bueno que decir en relación con los
Estados Unidos, y ahora se desborda en supremas alabanzas.
Este súbito cambio de El Siglo ha producido extensos co
mentarios, naturalmente, y el líder de los conservadores disi
dentes, el doctor Augusto Ramírez Moreno, se refirió al tema
en una carta publicada en El Tiempo del 23 de marzo. En la
noche del 24 de marzo también pronunció un discurso por
radio, en el cual comentaba cáusticamente el hecho de que el
doctor Gómez hubiera cambiado por completo su posición con
respecto a los Estados Unidos, adhiriendo a “los criterios de
Ramírez Moreno”.
El 25 de marzo la señora Braden y yo almorzamos en casa del
doctor Gómez, donde estaban presentes el senador de la Vega y
algunos otros líderes conservadores con sus esposas. El doctor
Gómez me aseguró una vez más que de ahora en adelante tanto
él como El Siglo tomarían todas las precauciones necesarias
para no dar la “falsa impresión” de que eran pronazis, y que,
por el contrario, harían énfasis en su amistad con los Estados
Unidos. Le entregué al doctor Gómez un artículo escrito por un
tal Fandiño Silva en la edición de El Siglo del 23 de marzo, y
que en varias ocasiones se refiere a los norteamericanos como
los peores enemigos del hispanismo, dado que veríamos en éste,
supuestamente, el fracaso de nuestras políticas imperialistas
(sic). Le dije al doctor Gómez que nosotros de ninguna manera
nos oponíamos al verdadero hispanismo; que entendíamos los
vínculos de raza, lengua y tradición, pero que objetábamos que
este movimiento se convirtiera en propagador de los principios
totalitarios y antidemocráticos. También objeté las referencias
hechas a la “completa ausencia de cultura y religión en los
Estados Unidos”, y señalé que nosotros también teníamos
cultura y religión. Le aconsejé que leyera un artículo de Stanley
High sobre el catolicismo en los Estados Unidos, publicado en
el Reader’s Digest de septiembre de 1940, y le mencioné asimis
mo la apreciación del obispo O’Hara en el sentido de que en los
Estados Unidos, durante un solo año, se convertían al catolicis
172
mo más protestantes que los católicos conversos al protestan
tismo en América del Sur durante todo un siglo.
En el transcurso del almuerzo, naturalmente, me senté en el
extremo opuesto de la mesa en relación con el doctor Gómez,
pero la señora Braden, que estaba cerca de él, le oyó decir que
Hitler era “un hombre maravilloso que siempre cumple lo que
promete”. Manifestó también que no iría a visitar al Gran
Dictador y permaneció en silencio cuando alguien observó que
Hitler había hecho un pacto con el diablo.
En conclusión, las observaciones que siguen parecen perti
nentes:
1. No se puede tener ninguna confianza en la sinceridad de
las promesas y comentarios del doctor Gómez. El es un “con
verso por conveniencia” y volverá a su actitud antinorteameri
cana cada vez que lo considere provechoso.
2. La reunión, evidentemente, fue planeada: a) para expo
ner al señor Keith y a mí el problema de la pérdida de publici
dad de firmas norteamericanas; b) en razón de la cambiante
situación política, que ha conducido al doctor Gómez a re
orientar su táctica hacia una aproximación con el presidente
Santos que le permita combatir en mejores condiciones al
expresidente López. También es posible que la confianza del
doctor Gómez en una victoria nazi haya declinado hasta el
punto de que ahora desee tener un apoyo en nosotros.
3. La pérdida de la publicidad es extremadamente angustio
sa para Gómez. Sea porque no puede conseguir fondos de los
nazis, o de otros países, o por cualquier razón, nuestra campaña
ha tenido efectos benéficos. También se rumora que Gómez
está preocupado de que El Siglo no consiga papel periódico, lo
que lo dejaría por fuera del negocio.
4. Cuando puse en conocimiento del senador Gómez las
acusaciones de nazismo que se formulaban contra él, la debili
dad, contradicciones y falacias de sus respuestas me parecieron
autocondenatorias y me indicaron que no había nada de verdad
de ellas.
5. Este incidente prueba: a) nuestro acierto en desalentar la
publicidad norteamericana en periódicos antinorteamericanos
o pronazis; b) Idem con respecto a la eliminación de los agentes
nazis en las compañías norteamericanas; c) que siendo ésta un
arma tan poderosa ahora que somos neutrales, si estuviéramos
verdaderamente en guerra podríamos conseguir muchas cosas,
sin presiones impropias o indebidas, que hoy en día son imposi
bles de obtener de Colombia en su conjunto.
173
6. Esta es una buena ilustración del carácter de Laureano
Gómez, y desafortunadamente también de muchos colombia
nos: que van siempre con el viento. Hace unos pocos años
Gómez se oponía furiosamente a Hitler, lo denunciaba en el
Senado y escribía libros en su contra, pero cuando el año pasa
do llegaron las victorias alemanas se volvió totalitario y nazi.
Ahora que su bolsillo está siendo amenazado y que Hitler no
parece haber avanzado tan lejos en el frente, Laureano Gómez
se voltea una vez más. La misma vacilación se aplica a su
actitud con respecto a los Estados Unidos.
7. Aunque en todo momento debemos tener en cuenta la
admonición del presidente Santos de que Gómez no es en
absoluto un hombre confiable y no vacilará en mentir, distor
sionar y citar incorrectamente (sic), tampoco hay que olvidar
que siempre tomará el camino que considere más conveniente
para sus propósitos. Estará del lado del más fuerte si puede y
correrá a buscar refugio si él o su bolsillo se sienten amenaza
dos. Por lo tanto, si alguna vez llega al Poder, teniendo presen
tes estos hechos y nuestra posición en el hemisferio, estoy
seguro de que Gómez puede ser manejado. En efecto, si por
cualquier circunstancia el partido conservador volviera a tomar
las riendas del Gobierno, en condiciones internacionales favo
rables a nosotros, no recibiríamos menos colaboración que
ahora.
Respetuosamente suyo,
Spruillc fíraden
* Anexos:
1. Memorando.
2. Memorando.
3. Recorte.
4. Recorte.
800 SC
SB/bb.
174
3. ENTREVISTA CON LAUREANO GOMEZ
26 de marzo de 1941
MEMORANDO
175
conocido a un estadista con el que sea más fácil llevarse bien.
Siempre negocia con un espíritu de absoluta reciprocidad. Me
entusiasma, asimismo, el doctor López de Mesa. Se dice de él
que siempre está en la estratosfera, pero mi experiencia indica
que puede aterrizar con gran facilidad y que, cuando lo hace,
pone los pies sólidamente en tierra.
L.G.: Yo también soy un admirador del doctor López de
Mesa. En realidad, sólo él hubiera podido lograr el tratado con
Venezuela. Se necesitaba un hombre en la estratosfera para
realizar el arduo trabajo de investigación y buscar las eviden
cias. Nadie más hubiera podido hacerlo, y eso está muy bien.
S.B.: Me siento muy satisfecho con las informaciones acerca
del tratado, que es un ejemplo para todo el hemisferio, y sé que
mi gobierno se alegrará enormemente con la noticia.
L.G.: Tiene usted toda la razón. El tratado es excelente.
S.B.: Pasando a otras personalidades, conocí por primera
vez al doctor Alfonso López en la Conferencia de Montevideo,
donde desempeñó en forma muy decorosa un papel sobresa
liente. En su enfrentamiento con Carlos Saavedra Lamas, con
el que usted está familiarizado, se comportó con destreza con
sumada. De manera similar, en el incidente de Camacho Carre-
ño defendió los intereses de Colombia pero fue considerado
con Perú y, en resumen, actuó como todo un estadista.
L.G. (interrumpiéndome): Todos nosotros estábamos
asombrados y escandalizados de que usted, inmediatamente
después de que López dejó la presidencia, ofreciera en su honor
una cena en la embajada. (Al instante se clarificó que la cena
había tenido lugar cuando López ya llevaba más de un año
fuera del cargo).
S.B.: ¿Y por qué debería usted sorprenderse o escandalizar
se de que yo ofreciera una cena en su honor?
L.G.: Porque López acababa de perseguir y de poner en
prisión al señor Bennett, de la United Fruit Company, una
acción ultrajantemente ilegal, como quedó demostrado cuando
los tribunales lo liberaron. Nosotros, simplemente, no podía
mos entender el hecho de que usted, en calidad de embajador de
los Estados Unidos, hubiera ofrecido semejante cena en la
embajada a un hombre que había atacado a una compañía
norteamericana.
S.B.: Lo hice por las siguientes razones: 1) López es un
expresidente de Colombia y yo me siento orgulloso de tener a
un expresidente de Colombia como huésped en la embajada; 2)
López fue mi colega en la Conferencia de Montevideo; 3) En lo
que concierne a la United Fruit, el señor Bennett hizo cosas
176
insensatas. Es posible que el historial de esta compañía, según
me lo indicó el presidente Santos en la primera conversación
que sostuve con él, no haya sido siempre tan bueno, en tiempos
pasados, como ha debido serlo. Estoy de acuerdo con que
López cometió un error y creo que tuvo que sentirse muy
molesto cuando los tribunales anularon su acción, según usted
lo ha dicho. En ambos lados hubo probablemente cosas buenas
y malas, pero no veo ninguna razón por la cual yo haya debido
mantener con vida, negándome a ser el anfitrión del doctor
López, un incidente desagradable. También habrá observado
que nunca he ofrecido una recepción a la que usted y el doctor
de la Vega no hayan sido invitados. Con frecuencia les he
pedido a ambos, asimismo, que asistan a las cenas que tienen
lugar en la embajada. Recientemente el doctor de la Vega nos
acompañó en una de ellas, pero usted, muy a mi pesar, ha sido
incapaz de hacerlo. El punto es que a mi casa sólo invito a mis
amigos y que a ustedes dos los considero amigos.
(Laureano Gómez se refirió a todo este asunto de una mane
ra decididamente agresiva, y al presentar su caso volteó la
cabeza y miró a los otros dos colombianos como diciéndoles:
“Ahora sí lo puse en un aprieto”. Sin embargo, cuando terminé
mi explicación la aceptó, pero anotó que se trataba de cómo
otras personas hubieran podido interpretar mi conducta).
Luego hice un comentario sobre la antipatía de López hacia
Santos, y dije que ésta contrastaba, según parecía deducirse de
los discursos recientes del primero, con el ramo de olivo que le
estaba tendiendo a Gómez.
L.G.: El ha estado tratando de reconciliarse conmigo no
sólo en sus discursos, sino también por intermedio de un amigo
conjunto que me envió para que concertáramos una reunión,
cosa que rechacé categóricamente.
S.B.: Es curioso que a López le disguste Santos más de lo
que le disgusta usted, porque cuando dos buenos amigos rom
pen, como ha sido el caso suyo con López, generalmente que
dan grandes odios.
L.G.: De ahora en adelante no tendré nada que ver con él y
jamás permitiré que regrese al Poder.
El señor Keith trajo entonces a cuento el incidente de Tuma-
co y el editorial de El Siglo al respecto. Gómez vaciló, no lo
recordó o pretendió no recordarlo, y finalmente se excusó con
el argumento de que en realidad se atacaba al gobierno y no a
los Estados Unidos.
Manifesté que algunas personas bastante cercanas a López
me habían llegado con el cuento de que, en lugar de un présta
177
mo para defensa de 30 a 50 millones de pesos, López proponía
que nosotros le diéramos a Colombia 50 millones de pesos, o
una suma parecida, a cambio de que Colombia nos facilitara el
uso o la construcción de bases militares; que yo nunca había
insinuado siquiera la idea de bases militares, pero que estaba
profundamente agradecido por la posición de Colombia en este
caso particular.
L.G.: Sí, lo sé, porque varias veces se lo he preguntado al
ministro de Relaciones Exteriores, quien siempre me ha respon
dido que usted jamás le ha hecho ninguna sugerencia al respec
to, aun en conversaciones casuales. Me opuse al préstamo de 30
a 50 millones de pesos porque no podíamos pagarlo. Ahora
tenemos un expediente tan malo en tomar dinero prestado a los
Estados Unidos, y en interrupciones del servicio de la deuda,
que realmente no estamos en capacidad de remitir los pagos. A
todo lo largo de su presidencia, López se jactó de tener un
presupuesto equilibrado y una excelente situación financiera en
el Gobierno, ignorando el hecho de que las deudas de Colombia
no se estaban pagando y de que se había lesionado la reputación
del país. Por estas razones he combatido el préstamo de defensa.
Gómez enfatizó que los conservadores siempre habían de
fendido los intereses norteamericanos, dándoles un trato justo,
en contraste con López, y que tal era también el espíritu de El
Siglo.
L.G.: En efecto, mi periódico compra sus materiales de
impresión, su papel y otros artículos en los Estados Unidos, y
está suscrito a los servicios de la United Press International. Sin
embargo, a El Siglo se le está quitando la publicidad norteame
ricana. He recibido cartas de anunciadores que cancelan sus
espacios porque desde arriba les han impartido órdenes de
hacerlo, y El Siglo está en la lista negra del gobierno de los
Estados Unidos.
El señor Keith y yo insistimos en que el gobierno norteameri
cano no tenía ninguna lista negra.
L.G. (en el mismo tono agresivo): ¿Por qué, entonces, un
representante de la embajada de los Estados Unidos llamó al
gerente de El Siglo, Luis Ignacio Andrade, lo amenazó con que
perderíamos toda la publicidad norteamericana y declaró: “El
Siglo es quintacolumnista, antinorteamericano y pronazi, y
está dirigido por el hermano de Hitler. Laureano Gómez es
hermano de Hitler?”.
El señor Keith y yo afirmamos enfáticamente que ningún
representante de nuestra embajada había hecho jamás una
declaración en tal sentido, ni al señor Andrade ni a nadie. Hubo
178
considerable discusión alrededor de este punto, hasta que de la
Vega sugirió que a lo mejor había sido alguien del consulado. El
señor Keith y yo lo desmentimos con igual énfasis y le pedimos
que fuera a comprobarlo y nos diera el nombre concreto de la
persona que se había comunicado con el gerente del periódico.
Manifesté categóricamente que ningún miembro de mi equipo
de colaboradores estaba autorizado para hacer una declaración
semejante, ni la haría por iniciativa propia. De la Vega y
Urrutia llamaron por teléfono a las oficinas de El Siglo y
regresaron con la noticia de que se trataba del señor R. Drysda-
le, de la Grace Line, quien también estaba conectado con la
embajada (sic). Nos burlamos de la sola idea y explicamos
detenidamente que el señor Drysdale no tenía nada que ver con
la embajada o con el consulado y sólo podía hablar, hasta
donde sabíamos, por él mismo.
Luego observé que era posible que la pérdida de la publici
dad se debiera a los artículos de El Siglo que denigraban de los
Estados Unidos, un país en donde, naturalmente, las firmas
patrióticas, al leer estos ataques y comprobar los sentimientos
pronazis que se expresan en El Siglo, estaban dispuestas a
cortar con este tipo de publicaciones.
Laureano Gómez admitió que algunos periódicos opuestos
al suyo pudieran ser los responsables de esta acusación. Luego
protestó por el hecho de que ciertos escritores y periodistas
norteamericanos hubieran publicado artículos que acusaban a
El Siglo de ser quintacolumnista y pronazi, y dijo que esto no le
importaría si no fuera porque consideraba injusto caracterizar
así a un periódico que había dado muestras genuinas de amis
tad hacia los Estados Unidos.
S.B.: Yo me siento todavía más molesto que usted cuando
leo algunos artículos escritos por estas personas. En efecto,
después del reciente incidente que protagonizó en Cali un co
rresponsal de la Associated Press, hice todo lo que pude para
criticarlo de manera pública y enfática en mi discurso ante el
banquete de celebración del día del nacimiento de George
Washington, en el Hotel Granada. Por otra parte, usted debe
reconocer que cualquier corresponsal norteamericano que pase
por Bogotá y lea sus editoriales, o las cartas y colaboraciones
especiales que publica El Siglo —sobre todo la columna de
Américo Latino—, necesariamente tendrá que concluir que su
periódico es antinorteamericano y pronazi.
L.G.: Nunca he leído a Américo Latino.
S.B.: Debería leerlo, porque prácticamente todos los días
nos ataca tan duro como puede. A mí no me importan las
179
críticas justas —todos nosotros cometemos errores—, pero
Américo Latino y algunos otros colaboradores suyos con fre
cuencia deforman los hechos, basan sus argumentos en premi
sas falsas y desfiguran ciertas situaciones con el objeto de atacar
a mi país.
(Gómez y de la Vega explicaron entonces que Américo
Latino estaba imbuido de ideas pasadas de moda acerca de la
neutralidad, que no entendía las condiciones actuales, que por
lo tanto se apartaba de las orientaciones trazadas por el periódi
co y era un “individuo inconsecuente”).
S.B.: Y sin embargo, la distribución de su columna no tiene
fronteras. Recuerdo que años antes de venir a Colombia la
recibí de mi servicio de recortes de prensa en Buenos Aires, y
cuando supe que sería embajador en Bogotá mi primer pensa
miento fue que Américo Latino y El Siglo iban a ser un proble
ma. Gracias a su amplia distribución, que llega incluso a los
Estados Unidos, a El Siglo se le conoce en todo el hemisferio
como un periódico antinorteamericano y pronazi.
En este punto Laureano Gómez trató de pasar por alto tos
artículos mencionados, tildándolos de insignificantes, y dijo
que lo que realmente contaba era su actitud pronorteamericana
como director de El Siglo.
S.B.: ¿Qué otra conclusión, distinta a la que han publicado,
pueden sacar los escritores y periodistas norteamericanos cuan
do oyen que usted ratifica todos estos artículos de El Siglo con
sus discursos en el Senado?
Gómez se mostró sorprendido de que alguien pudiera pensar
que él no era pronorteamericano, y alegó que ninguna declara-
' ción suya en el Senado permitía considerarlo pronazi.
S.B.: Los escritores norteamericanos, y para el caso todos
los colombianos con quienes he conversado últimamente, lo
consideran a usted un nazi cuando lo oyen declarar ante el
Senado que habrá guerra civil si López vuelve a asumir la
Presidencia, y que usted ganará la guerra civil porque cuenta
con el apoyo de los mismos poderes que ayudaron a Franco en
España.
(Aquí dio Gómez una explicación contradictoria en el senti
do de que tal declaración estaba dirigida en realidad al consu
mo de los liberales y sólo significaba que él conseguiría ayuda
en “alguna parte”, porque los conservadores habían decidido
pagar el precio que fuera necesario para impedir que Alfonso
López volviera a ser presidente).
Yo había señalado, en una etapa anterior de la conversación,
que los discursos de Alfonso López no eran en sí mismos tan
180
antinorteamericanos como pudiera pensarse, y que lo que re
sultaba tan perjudicial era la interpretación que a ellos les
daban las masas. Puse el ejemplo de los discursos de campaña
pronunciados por los liberales de extrema izquierda en las
elecciones recientes, y artículos como el editorial de Zalamea
aparecido en El Liberal del 16 de marzo. Manifesté también que
sentía mucho que los pronunciamientos públicos de López y de
Gómez fueran unánimemente interpretados por sus respectivos
seguidores como antinorteamericanos, lo que hacía que estas
gentes se volvieran contrarias a nosotros.
Mientras Gómez seguía sosteniendo que nada de lo que él
había dicho o hecho podía interpretarse como antinorteameri
cano, y que nuestra embajada era la verdadera responsable de
las historias que corrían acerca de su enemistad con los Estados
Unidos, yo manifesté:
“Al contrario. Usted se asombraría si tuviera idea de las
historias que nos llegan y que nosotros mantenemos en priva
do, sin siquiera mencionárselas a Washington’’.
Gómez, algo sorprendido, preguntó muy comedidamente
cuáles eran esas historias. Yo respondí:
“A nosotros nos llegan historias no de una sino de muchas
fuentes, y no sólo del hombre de la calle sino de personas que
ocupan posiciones importantes, liberales y conservadoras. Va
rias de ellas nos han preguntado: ¿cómo hace El Siglo para
construir ese magnífico edificio nuevo y para conseguir un
capital de cien mil pesos sin que nadie sepa de dónde provienen
los fondos? Se dice que es imposible localizar la fuente de estos
fondos, porque en realidad provienen de los alemanes’’.
L.G.: Los hemos conseguido vendiendo acciones en todo el
país: dos acciones aquí, cinco acciones allá, diez acciones en
otro lugar. Algunos préstamos bancarios también nos han
ayudado, y es absurdo pensar que hemos recibido dinero de los
alemanes.
S.B.: Nos cuentan que usted se ha reunido con el embajador
alemán en la sede de la legación española, y que durante el mes
de mayo del año pasado usted se encerraba todas las tardes con
el señor Gottfried Schmitt, funcionario de la embajada ale
mana.
L.G.: Al embajador alemán apenas lo conozco, ya que sólo
me he topado con él un par de veces en mi vida. Nunca he
asistido, por otra parte, a una reunión con el señor Schmitt.
Jamás he pisado la embajada alemana, el embajador alemán
nunca ha estado en mi casa y al embajador español sólo lo
conozco de vista.
S.B.: Un conservador reconocidamente responsable afirma,
incluso, que los alemanes le han prometido ayuda en el caso de
que usted pretenda efectuar un golpe de Estado.
Durante este tramo de la conversación Laureano Gómez se
turbó cada vez más, se ruborizó apopléticamente, balbució sus
respuestas y mostró todas las evidencias de tener una concien
cia culpable. Particularmente cuando dijo que apenas conocía
al embajador español, siendo que el 12 de octubre todos noso
tros lo habíamos visto en la embajada charlando muy de cerca
con él. El nombre de Laureano Gómez, asimismo, ha sido
incluido en la lista de huéspedes de la embajada alemana, y en
otras ceremonias
- también lo hemos encontrado
4 en conversa-
ción íntima y supremamente amistosa con el embajador ale
mán.
Gómez hizo todo el énfasis que pudo en que él no era, de
manera alguna, partidario del nazismo. De la Vega interrumpió
para decir que su jefe era el único colombiano que había escrito
un libro contra Hitler —prometió mandarme una copia—, y
Gómez proclamó fervientemente su amistad por los Estados
Unidos.
En algún momento, mientras estaba insistiendo en su amis
tad hacia los Estados Unidos, Laureano Gómez señaló que los
suramericanos no podían estar seguros de que nuestra política
actual perdurara y que, por lo tanto, temían un posible retorno
al intervencionismo de antaño. Hablé con cierta amplitud de
que la intervención había desaparecido para siempre de nuestra
política, y añadí que el pueblo de los Estados Unidos respalda
ba unánimemente al presidente Roosevelt en esta cuestión par
ticular, y en general en la política del Buen Vecino. Después de
discutir el asunto para adelante y para atrás, Gómez preguntó
por qué Estados Unidos apoyaba a gobiernos de frente popular
como los de México y Chile. Respondí que nosotros no apoyá
bamos a ningún gobierno, sino que manteníamos relaciones
amistosas con todos; que debido a que no había intervención,
precisamente, no entrábamos a examinar sus políticas internas;
que nuestra amistad con el gobierno de Pedro Aguirre Cerda,
en Chile, era cierta, pero que también teníamos relaciones
amistosas con el gobierno ultraderechista de Brasil. Gómez
observó que el gobierno brasileño era en efecto una dictadura, y
aceptó mi explicación.
Se refirió entonces a las anotaciones que él me había formu
lado en nuestra charla de hace dos años, en particular con
respecto a la “intervención de Daniels en México”. Señalé que
nunca había tenido lugar la más remota intervención por parte
182
del embajador Daniels en México y, en cuanto a las insinuacio
nes de Gómez referentes al conflicto entre la Iglesia y el Estado,
me limité a repetir mis argumentos de hace dos años y le dije que
sentía mucho que no hubiera podido atender la invitación a
cenar con el obispo O’Hara en la embajada, porque así hubiese
podido escuchar de labios del propio obispo la historia de lo
más cercano a una intervención que hemos tenido en muchos
años: cuando el presidente Roosevelt le preguntó al Papa en qué
forma podían los Estados Unidos ayudar a la Iglesia en México.
Durante la última parte de la conversación Laureano Gó
mez repitió en varias oportunidades que ahora leería la colum
na de Américo Latino, y que se encargaría de que los artículos
del periódico fueran escritos en tal forma que no dejaran espa
cio para falsas interpretaciones en cuanto a la actitud amistosa
de El Siglo hacia los Estados Unidos, y en cuanto a su espíritu
pronorteamericano y antinazi. Me pidió que si alguna vez tenía
una crítica que hacerle en este sentido se la pusiera de presente
con el objeto de que él tomara las medidas necesarias para
remediarla.
Acepté sus expresiones de buena voluntad en este aspecto y
le manifesté que, por su parte, si alguna vez tenía una crítica que
hacerle a mi país o a su política la discutiera conmigo antes de
publicarla; que yo le diría siempre la verdad, de manera que las
noticias de su periódico fueran siempre exactas, y que si por
alguna circunstancia no podía contestar sus críticas daría todos
los pasos que estuvieran a mi alcance para corregirlas. Acorda
mos reunirnos con mayor frecuencia para intercambiar puntos
de vista, y luego nos invitó a la señora Braden y a mí, el 25 de
marzo, a un almuerzo ei} su casa.
Habiendo concluido la conversación en este tema, tomé la
palabra y dije:
“Nuestra charla, doctor Gómez, comenzó con una pregunta
suya referente a lo que yo pensaba sobre la situación política
interna de Colombia. Ahora dígame usted, por favor, ¿qué es lo
que va a ocurrir?’’.
L.G.: La situación está perfectamente clara. No hay sino
una línea a seguir. Nosotros respaldaremos sin reserva alguna
al candidato antilopista. Los antilopistas y nosotros podemos y
debemos derrotar a López. López no es él mismo un comunista,
pero si llega de nuevo al Poder aquellos que lo rodean lo
obligarán a enrutarse hacia la extrema izquierda y Colombia
será sovietizada y conducida al comunismo. Eso no lo permiti
remos, y de ahí que los conservadores respaldemos al candidato
antilopista.
183
S.B.: Y si los antilopistas se entregan a López, ¿qué ocu
rrirá?
L.G.: ¡Guerra civil! Habrá guerra civil, y esperamos que
ustedes nos apoyen en ella para impedir que el comunismo se
apodere de Colombia.
S.B.: Espere un momento. Acabo de decirle que nosotros no
vamos a intervenir y que los días de la intervención pasaron
para siempre. Por lo tanto, no cuente con ayuda nuestra en esa
guerra civil.
L.G.: Entonces tendremos que buscar ayuda en cualquier
otra parte.
184
Al igual que El régimen de Santander en la Gran Colom
bia, uno de los clásicos en la materia, Eduardo Santos y la
política del Buen Vecino es una obra destinada a produ
cir un gran impacto. En primer lugar por el tema —las re
laciones entre Colombia y los Estados Unidos de 1938 a
1942, una época en que todas las naciones de América
Latina tuvieron que fijar su posición frente al fenómeno
ascendente del nazismo—, y en segundo lugar porque
descubre el verdadero pedestal en que descansan muchos
mitos de la historia reciente del país.
El libro estudia las repercusiones que tuvo en la admi
nistración de Eduardo Santos la política exterior nortea
mericana; explica los factores económicos y diplomá
ticos que determinaron la relativa importancia estraté
gica deColombia en los inicios de laSegundaGuerraMun-
dial, y desentraña las vicisitudes de la lucha que se dio
entre liberales y conservadores colombianos alrededor de
esta coyuntura histórica. Sus páginas finales contienen,
además, tres documentos inéditos muy reveladores: dos
informes “estrictamente confidenciales” enviados al en
tonces Secretario de Estado, Cordell Hull, por el primer
embajador de los Estados Unidos en Colombia, Spruille
Braden, y la transcripción textual de una conversación que
este último sostuvo, el 26 de marzo de 1941, con Laureano
Gómez.
David Bushnell es doctor en filosofía de la Universidad
de Harvard. Durante muchos años ha sido profesor asocia
do de historia latinoamericana en las universidades de
Florida y Delaware. En 1954 publicó su estudio sobre San
tander y la Gran Colombia, y desde entonces ha colabora
do con numerosos artículos y ensayos en diversas revistas
académicas.
ISBN 84-89209-30-8