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David
BUSHNELL
EL ANCORA EDITORES
DAVID BUSHNELL

EDUARDO SANTOS

y la política del Buen Vecino


1938 - 1942

EL ÁNCORA EDITORES
Título original: Eduardo Santos and the Good Neighbour
Primera edición: University of Florida Press, 1967
Segunda edición: El Ancora Editores
Bogotá, 1984
(3.000 ejemplares)

Traducción: Antonio Cuéllar


Revisión de estilo: Gabriel Iriarte
Traducción de anexos: Felipe Escobar

ISBN 84-89209-30-8

Portada: diseño de Diego Tenorio

® Derechos reservados: 1984. David Bushnell


El Áncora Editores
Apartado 035832
Bogotá, Colombia

Preparación biográfica: Servigraphic Ltda., Bogotá.

Impreso en los talleres de Impresora Gráfica Ltda.


Bogotá, Colombia

Printed in Colombia
CONTENIDO

Prefacio 9
I. Introducción 11
II. Relaciones preliminares 16
III. La política del Buen Vecino y la política
colombiana 37
IV. Defensa y asuntos relacionados 66
V. Préstamos viejos y nuevos 86
VI. Café, bananos y petróleo 104
VII. Relaciones en tiempo de guerra 128
Apéndice 148
Anexos
1. Nota introductoria 150
2. Entrevista con Eduardo Santos 152
3. Informe sobre Laureano Gómez 169
4. Entrevista con Laureano Gómez 175
Abreviaturas utilizadas en las citas
de pie de página

DS. Department of State Records, National Archives.


E. El Espectador, Bogotá.
FR. Foreign Relations of the United States.
L. El Liberal, Bogotá.
Leyes. Leyes expedidas por el Congreso Nacional. Se­
siones...
MemEcNac. Ministerio de la Economía Nacional, Memorias.
NemHda. Ministerio de Hacienda y Crédito Público. Me­
morias.
MemMinas. Ministerio de Minas y Petróleos, Memorias.
MemRels. Ministerio de Relaciones Exteriores, Memorias.

7
PREFACIO

Con esta monografía se intenta solamente hacer una pequeña


^atribución al estudio de las relaciones recientes entre Colombia
r los Estados Unidos. Trata sobre un período corto —el período de
aiatro años de un gobierno colombiano que fue, sin embargo, de
particular importancia para este tópico. Más aún, es sobre todo
u/ia discusión de las relaciones políticas, militares y económicas a
nlvel gubernamental, sin tener en cuenta (factores tales como la
¡■¿lación estructural entre el comercio y las inversiones estadinen-
s¿s y la economía colombiana, y examinando las actitudes colom­
bianas fundamentales hacia los Estados Unidos, únicamente en
chanto éstas fueron expresadas abiertamente en comentarios de
piensa y en debates políticos. Tal aproximación al estudio de las
relaciones internacionales es, obviamente, pasado de moda e
incompleto. Por otra parte, tuve acceso a una buena cantidad de
documentos publicados e inéditos sobre los problemas específicos
q^e he examinado. En su mayoría, estos documentos no habían
si(lo tocados por ningún estudioso colombiano o norteamericano y
contenían, en mi opinión, muchos datos significativos; por ende,
resolví utilizarlos sin más demora con la esperanza de que el
rebultado final pudiera ser de utilidad para cualquier otro histo­
riador o científico social que desee presentar una visión más
antplia, ya sea de las relaciones entre Colombia y los Estados
Unidos o del desarrollo interno colombiano.
Las fuentes norteamericanas consisten casi en su totalidad en
correspondencia diplomática, tanto aquella que ha sido publicada
en ‘Foreign Relations of the United States’ (Relaciones Exterio­
res de los Estados Unidos) como en los registros inéditos aún más
exfensos que se conservan en ‘The National Archives (Archivo
Nacional) en Washington. Las fuentes colombianas son principal­
mente periódicos y todos los documentos oficiales publicados

9
durante el período materia de estudio o inmediatamente después,
(v. g. las Memorias Ministeriales). Por eso, la documentación
norteamericana y la colombiana no son exactamente compara­
bles. Especialmente el razonamiento subyacente en las decisiones
oficiales colombianas y los puntos de vista personales de los
artífices de esas decisiones, sólo pueden inferirse en la mayoría de
los casos; al tanto que el pensamiento de los representantes de los
Estados Unidos, en Bogotá, y el de los funcionarios de rango más
elevado en Washington está explícitamente expresado de una
manera general en la correspondencia diplomática. Esta discre­
pancia es lamentable, pero probablemente es menos seria de lo
que parece ser, ya que en Colombia, a diferencia de los Estados
Unidos, las relaciones entre los dos países han sido objeto de
francas e intensas discusiones políticas, las cuales fueron debida­
mente registradas por la prensa. No sólo esto, sino que también el
clima político per se en Colombia fue un factor decisivo para la
determinación de la política hacia los Estados Unidos, mientras
que el público y los políticos norteamericanos se contentaban
generalmente con dejar que los diplomáticos se encargaran de las
relaciones con Colombia.
Partes diferentes de la investigación sobre la cual se basa este
estudio han sido auspiciadas por el 'Social Science Research
Council’ (Concejo de Investigación de las Ciencias Sociales) y el
‘Penrose Fund of the American Philosophical Society’ (Fondo
Penrose de la Sociedad Filosófica Norteamericana). Deseo expre­
sar mis sinceros agradecimientos a ambas instituciones por la
colaboración recibida.

David Bushnell

10
I. INTRODUCCION

Durante el período transcurrido desde la Segunda Guerra


Mundial las relaciones entre Colombia y los Estados Unidos
han sido en todo momento estrechas, y, por lo general, también
cordiales. A fines de la década de los años cuarenta, y hasta
mediados de la década siguiente, surgió alguna fricción a conse­
cuencia de la ola de cargos y descargos referentes a la “persecu­
ción” de elementos protestantes, incluidos misioneros nortea­
mericanos, en territorio colombiano. Más recientemente, los
términos de intercambio comercial y otros aspectos de las
relaciones económicas y financieras han contrariado repetida­
mente al Gobierno y la opinión colombianos, pero sin producir
nunca un enfrentamiento fundamental. En la escena interna­
cional, Colombia ha actuado como firme aliado de los Estados
Unidos frente al comunismo (o, mejor dicho, los comunismos).
I ’ue la única nación latinoamericana que luchó en Corea y la
primera que recibió un contingente de voluntarios de los Cuer­
pos de Paz. La parte más considerable de su comercio exterior
ha seguido siendo el intercambio con los Estados Unidos, a
pesar de cierto descenso relativo; y las inversiones privadas
norteamericanas han encontrado en Colombia un ambiente
relativamente favorable. No se trata únicamente de unas bue­
nas relaciones a nivel oficial y empresarial. Siempre ha habido
expresiones de sentimiento antinorteamericano en Colombia
—dentro del gremio universitario, como es obvio, entre otros—
pero éste no ha constituido un fenómeno tan sistemático como
en otros países de América Latina, y tampoco ha sido un
obstáculo para el florecimiento de lazos de toda índole entre los
dos países.
Naturalmente, este estado de cosas no ha sido invariable­
mente el mismo. Como consecuencia inmediata de la pérdida

11
de Panamá, las relaciones tanto al nivel oficial como extra­
oficial entre Colombia y los Estados Unidos no fueron exacta­
mente cordiales, y la estricta neutralidad de Colombia —con
tonalidades pro-alemanas— en la época de la Primera Guerra
Mundial fue un indicio de que la hostilidad sólo se había
mitigado parcialmente. Además, la misma experiencia del país,
inevitablemente hizo que muchos colombianos miraran con
malos ojos otros casos de intervencionismo norteamericano en
las playas del Caribe. Sin embargo, el Tratado Urrutia-Thom-
son de 1922, por medio del cual los Estados Unidos ofrecieron
US$25.000.000 a Colombia como reparación tácita por su par­
ticipación en el asunto de Panamá, contribuyó a disipar los
ánimos pero no borró del todo los resentimientos. A la vez, un
volumen sostenido y creciente de las inversiones y del comercio
fortalecían los vínculos económicos entre Colombia y los Esta­
dos Unidos, vínculos, que ni siquiera el asunto Panamá habían
debilitado seriamente. En particular, la década de los años
veintes trajo consigo una inundación de inversiones privadas de
los Estados Unidos en bonos del Gobierno colombiano y pro­
yectos económicos, además del pago de la indemnización ofi­
cial. La inversión petrolera, que comenzó en gran escala inme­
diatamente después de la Primera Guerra Mundial fue objeto
de un intermitente hostigamiento legal, y los intereses banane­
ros de la United Fruit Company, que datan de principios del
siglo, fueron afectados por un violento levantamiento laboral al
final de la década. No obstante, la inversión de capital extranje­
ro había venido a quedarse y, en general, fue considerada
benéfica tanto por el Gobierno colombiano como por la élite de
la clase alta, la cual, en efecto, dominaba la vida económica y
política1.
Un colombiano que adoptó una posición firme en favor de
un reacercamiento con los Estados Unidos fue el conservador
Marco Fidel Suárez, quien ya en 1914 había proclamado su
doctrina de la “Estrella Polar” que Colombia debía mirar siem­
pre al Norte, a los Estados Unidos, como ejemplo y como
aliado natural2. Suárez no solamente era un sincero admirador
1. E. Taylor Parks, Colombia and the United States, 1765-1934, Dur-
ham, N.C., 1935, págs. 395-473; J. Fred Rippy, The Capitalistsand
Colombia, New York, 1931, págs. 103-98.
2. “El norte de nuestra política exterior debe estar allá, en esa podero­
sa nación, que más que ninguna otra ejerce decisiva atracción
respecto de los pueblos de América. Si nuestra conducta hubiera de
tener un lema que condensase esa aspiración y esa vigilancia, él
podría ser Réspice Polum, es decir, no perdamos de vista nuestras

12
de los Estados Unidos, sino que creía que por razones económi­
cas y geopolíticas los destinos de ambos países estaban inextri­
cablemente unidos: por consiguiente, concluía que los colom­
bianos debían sacar el mejor provecho de esta situación y él
mismo se sentía completamente satisfecho de hacerlo. Como
presidente de Colombia de 1918 a 1921, trabajó fervientemente
en favor de la aceptación del Tratado Urrutia-Thomson, y uno
de los motivos que provocaron su renuncia irrevocable a la
Presidencia fue su deseo de facilitar la ratificación del Tratado3.
I n las filas del Partido Liberal, en la oposición, había personas
que también creían en la doctrina de la “Estrella Polar”. La más
importante de éstas era Enrique Olaya Herrera, quien como
ministro de Relaciones Exteriores había ayudado a obtener la
ratificación final del Tratado Urrutia-Thomson. Posteriormen­
te, desempeñó el cargo de ministro colombiano ante los Esta­
dos Unidos y en 1930 llegó a ser el primer presidente liberal de
Colombia en casi cincuenta años.
La presidencia de Olaya, de 1930 a 1934, produjo la relación
política más estrecha que jamás había existido entre los dos
países. Para comenzar, el Presidente admiraba a los Estados
Unidos; por añadidura, se posesionó en el momento en que la
depresión económica mundial se profundizaba, y tenía una fe
inflexible en que una política de respeto escrupuloso a los
intereses de los Estados Unidos le aseguraría cualquier ayuda
que Colombia necesitara para sobreponerse a la crisis económi­
ca4. Olaya postergó su decisión final en cuanto al nombramien­
to de un ministro de Industrias hasta tanto no tuviera confir­
mación, por intermedio de la legación de los Estados Unidos,
de que su escogencia era aceptable a los intereses de la United
Eruit Company5. Insistió en seguir cubriendo la deuda nacional
externa después de que muchos otros gobiernos latinoamerica­
nos habían dejado de cumplir con sus obligaciones6, y por

relaciones con la gran Confederación del Norte”. Citado por Ma­


nuel Barrera Parra en la introducción a la obra de Marco Fidel
Suárez, El Derecho Internacional en Los Sueños de Luciano Pulgar,
Bogotá, 1955, pág. 10.
3. Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, Historia de Colombia,
Sexta ed., Bogotá, 1936, pág. 813.
4. Jefferson Caffery, ministro ante Colombia, al secretario de Esta­
do, marzo 11, 1931, DS 821.00/781.
5. Caffery al secretario de Estado, 4 de agosto de 1930, DS
821.6156/81.
6. John T. Madden, Marcus Nadler, y Harry C. Sauvain, America’s
Experience as a Creditor Nation, New York, 1937, págs. 111-15.

13
mucho más tiempo de lo que realmente podía Colombia. Obtu­
vo del Congreso una nueva legislación petrolera específicamen­
te diseñada para satisfacer las demandas de las compañías
norteamericanas en relación con sus condiciones de funciona­
miento en Colombia7. Y a pesar de todo esto y mucho más, lo
único que obtuvo de los Estados Unidos fueron elogios en vez
de ayuda. Olaya logró un préstamo considerable a corto plazo
al comienzo mismo de su gobierno8, y eso fue todo. No había
llegado aún el día de los programas gubernamentales de ayuda
económica y aunque el Departamento de Estado podía solicitar
a los banqueros privados atender los requerimientos de Colom­
bia, no los podía obligar legalmente.
No todos los colombianos habían compartido enteramente
la fe ciega de Olaya en los beneficios de la amistad norteameri­
cana y uno de ellos era su sucesor, Alfonso López, quien
desempeñó el cargo de presidente de 1934 a 1938. Experto
banquero aunque izquierdista moderado dentro de la imagen
del Partido Liberal, para comenzar, López probablemente no
esperaba tanta generosidad de la comunidad financiera como
Olaya. Ciertamente, López no era en sentido estricto anti­
norteamericano —era tan sólo un realista—, y aunque a menu­
do hablaba el lenguaje de una economía nacionalista9, hizo
ciertamente muy poco para impedir el comercio y las inversio­
nes estadounidenses. Por el contrario, firmó un tratado de
comercio recíproco con los Estados Unidos, el cual fue dura­
mente atacado por los proteccionistas colombianos con base en
que tal tratado hacía reducciones considerables a las tarifas
colombianas a cambio de una promesa innecesaria de que el
café continuaría entrando a los Estados Unidos sin pagar im­
puestos10. Aún más notoria en este respecto fue su intervención
en la legislación petrolera. La legislación patrocinada por Ola­
ya, aunque aprobada artículo por artículo por un experto
petrolero norteamericano antes de ser presentada al Congreso
colombiano11, resultó tener serias fallas técnicas desde el punto

7. Parks, pág. 475.


8. Más adelante, págs. 68-69.
9. V. g., en el discurso de aceptación de su candidatura, 6 de noviem­
bre de 1933.
10. S., 7, 8, 9, 12 y 13 de febrero de 1936; Convenio recíproco de
comercio entre los Estados Unidos de América y Colombia. Exe­
cutive Agreement Series, No. 89, Washington, 1936.
11. Caffery al secretario de Estado, 31 de octubre y 13 de diciembre de
1930, 2, 28 de enero, 24 de febrero y 4 de marzo de 1931, FR
(1931), II, 7, 10-11, 14-15.

14
tic vista de las compañías petroleras. Estas fallas fueron apre­
ciablemente mejoradas por la ley petrolera de 1936 aunque el
gobierno de López, al redactarla, sólo había realizado consul­
tas precipitadas con las compañías; y uno de los efectos inme­
diatos fue un agudo incremento en las actividades de las compa­
ñías petroleras norteamericanas en Colombia12.
Una importante compañía estadinense que dolorosamente
echó de menos a Olaya fue la United Fruit Company. López
nunca consultó ningún nombramiento con ésta y de hecho se
enfrascó en una contienda permanente con la misma. Por lo que
respecta a otros asuntos, la diferencia concreta más importante
entre los gobiernos de Olaya y López, desde el punto de vista de
las relaciones con los Estados Unidos, fue la pérdida de la
peculiarmente estrecha relación personal que había existido
entre el Palacio Presidencial y la legación de los Estados Uni­
dos13. López simplemente no cultivó a los diplomáticos extran­
jeros, ni siquiera a aquellos de Washington, y de todos modos
estaba profundamente comprometido en un ambicioso progra­
ma nacional de reformas sociales y económicas —su “Revolu­
ción en Marcha”, como a él le gustaba llamarlo—, el cual tuvo
una clara prioridad sobre las relaciones exteriores. Ciertamente
no esperó a que el Departamento de Estado norteamericano le
aprobara su programa de reformas en la forma en que Olaya
había buscado que el Departamento de Estado, junto con Wall
Street, salvaran el crédito colombiano durante la depresión.
El péndulo osciló en la dirección opuesta cuando López, a su
vez, entregó la presidencia a Eduardo Santos, el 7 de agosto de
1938. Santos no restauró exactamente la misma intimidad que
había existido durante la administración de Olaya entre el
Palacio y la legación norteamericana, pero cultivó relaciones
más estrechas de las que López había cultivado y se dedicó a
programas de cooperación activa que sentarían precedentes
duraderos. El reacercamiento entre Colombia y los Estados
Unidos, que recibió su justificación doctrinal de Marco Fidel
Suárez y tuvo su máxima expresión con Enrique Olaya Herrera,
tomó su forma final bajo Eduardo Santos.

12. William Dawson, ministro ante Colombia, al secretario de Esta­


do, 21 de febrero de 1936, 18 de enero y 19 de octubre de 1937, y
Winthrop S. Greene, Encargado de negocios, al secretario de
Estado, 14 de septiembre de 1936, DS 821.6363/1244,1246,1253,
1261.
13. Dawson al secretario de Estado, 17 de junio de 1935, DS 711.
21/924.

15
II. RELACIONES PRELIMINARES

A pesar de la importancia a largo plazo del gobierno de San­


tos en el ámbito de la política exterior, el significado inmediato
de su posesión como presidente, en agosto de 1938, fue casi ex­
clusivamente de índole nacional. Básicamente un moderado en
asuntos económicos y sociales, Santos representaba un vuelco
cualificado a la derecha después del reformismo activo de la
“Revolución en Marcha” de Alfonso López. Además, Santos
carecía de la militancia partidaria de López. Trató de conciliar,
y cuando prometió todas las garantías políticas a la oposición,
la mayoría de los dirigentes conservadores, inicialmente, se
mostraron dispuestos a concederle el beneficio de la duda. En
primer lugar, el sector lopista de los liberales no había querido a
Santos, pero estaba, no obstante, preparado para esperar el
momento oportuno. Por lo tanto, Santos comenzó su período
presidencial en una atmósfera de relativa buena disposición, la
cual, a su vez, iba a demostrar ser una ventaja obvia en su favor
para continuar su política de estrecha amistad y colaboración
con los Estados Unidos1.
Antes de que Santos terminara su período presidencial, en
1942, no sólo el acaloramiento del conflicto político nacional se
elevó a niveles peligrosos, sino que la política internacional del
Presidente vino a ser el tema de airados debates de partido. A su

1. Para una discusión general de los antecedentes de la política colom­


biana de la época, ver Vernon L. Fluharty, The Dance of the
Millions: Military Rule and the Social Revolution in Colombia, 1930-
1956 (Pittsburgh, 1957), págs. 43-65. Aunque algo tendencioso en
la interpretación y algunas veces inexacto en el detalle, el libro de
Fluharty continúa siendo el mejor ensayo disponible acerca de la
historia colombiana durante aproximadamente el segundo cuarto
del siglo veinte.

16
debido tiempo, Santos sería vituperado como un simple lacayo
ilc los Estados Unidos —como un entreguista, en la peor tradi­
ción de Olaya Herrera. Por consiguiente, vale la pena notar que
al comienzo hubo una época en la que Santos y su periódico El
Tiempo gozaron de la reputación de ser no pro sino anti­
norteamericanos. Cuando el Partido Liberal retornó al poder
en 1930, los representantes de los Estados Unidos en Colombia
aún abrigaban dudas muy concretas respecto a Santos: éste era
“muy anti-norteamericano”, de acuerdo con un informe de
inteligencia elaborado pocas semanas antes de la posesión de
Olaya2. Sin embargo, los observadores norteamericanos espe­
raban confiadamente que su lealtad personal y de partido para
con Olaya les aseguraría su apoyo, o por lo menos su consenti­
miento a la política fuertemente pro-norteamericana de este
último. Esta esperanza resultó estar muy bien cimentada. Las
continuas críticas de El Tiempo a la United Fruit Company
proclamaban: “Sur América para los suramericanos”, y favo­
recían la suspensión del pago de la deuda nacional externa3;
pero en esencia el periódico no mostró ningún anti-norteame-
ricanismo sistemático, sino una preocupación razonable por
los intereses colombianos. En realidad, en sus titulares la políti­
ca exterior de Olaya Herrera tenía el respaldo político de
Santos.
Además, como la mayoría de los colombianos cultos, Santos
respondía positivamente a la política del Buen Vecino según la
predicaba Franklin D. Roosevelt, tomando esta política como
evidencia de una sincera intención por parte del gobierno de los
Estados Unidos para enmendar su posición en los asuntos
hemisféricos. Tampoco hubo la menor duda en cuanto hacia
dónde se inclinaban las simpatías de Santos cuando aumentó la
tensión entre las dictaduras del Eje europeo y los poderes
democráticos en la escena mundial. Si bien no era un defensor
constante y ardiente de los Estados Unidos, era un francófilo
notable; y aunque pudiera sentirse más atraído hacia la cultura
francesa que hacia la anglo-sajona, miraba a los Estados Uni­
dos como el defensor potencial más poderoso de los valores
democráticos, lo que para él incluía los valores franceses y
colombianos, ante la crisis que se avecinaba.

2. Informe del Agregado Militar de los Estados Unidos, Bogotá, lo.


de abril de 1930, DS 821. 00/704.
3. T., 12 de septiembre de 1930, 10, 13 de enero de 1932.

17
II. RELACIONES PRELIMINARES

A pesar de la importancia a largo plazo del gobierno de San­


tos en el ámbito de la política exterior, el significado inmediato
de su posesión como presidente, en agosto de 1938, fue casi ex­
clusivamente de índole nacional. Básicamente un moderado en
asuntos económicos y sociales, Santos representaba un vuelco
cualificado a la derecha después del reformismo activo de la
“Revolución en Marcha” de Alfonso López. Además, Santos
carecía de la militancia partidaria de López. Trató de conciliar,
y cuando prometió todas las garantías políticas a la oposición,
la mayoría de los dirigentes conservadores, inicialmente, se
mostraron dispuestos a concederle el beneficio de la duda. En
primer lugar, el sector lopista de los liberales no había querido a
Santos, pero estaba, no obstante, preparado para esperar el
momento oportuno. Por lo tanto, Santos comenzó su período
presidencial en una atmósfera de relativa buena disposición, la
cual, a su vez, iba a demostrar ser una ventaja obvia en su favor
para continuar su política de estrecha amistad y colaboración
con los Estados Unidos
*.
Antes de que Santos terminara su período presidencial, en
1942, no sólo el acaloramiento del conflicto político nacional se
elevó a niveles peligrosos, sino que la política internacional del
Presidente vino a ser el tema de airados debates de partido. A su

1. Para una discusión general de los antecedentes de la política colom­


biana de la época, ver Vernon L. Fluharty, The Dance of the
Millions: Military Rule and the Social Revota t ion in Colombia, 1930-
1956 (Pittsburgh, 1957), págs. 43-65. Aunque algo tendencioso en
la interpretación y algunas veces inexacto en el detalle, el libro de
Fluharty continúa siendo el mejor ensayo disponible acerca de la
historia colombiana durante aproximadamente el segundo cuarto
del siglo veinte.

16
ilcbidco tiempo, Santos sería vituperado como un simple lacayo
de los Estados Unidos —como un entreguista, en la peor tradi­
ción dle Olaya Herrera. Por consiguiente, vale la pena notar que
nI connienzo hubo una época en la que Santos y su periódico El
Ticmpw gozaron de la reputación de ser no pro sino anti-
iiorteamericanos. Cuando el Partido Liberal retornó al poder
en 1930, los representantes de los Estados Unidos en Colombia
min abrigaban dudas muy concretas respecto a Santos: éste era
“muy anti-norteamericano”, de acuerdo con un informe de
inteligencia elaborado pocas semanas antes de la posesión de
Olaya 2. Sin embargo, los observadores norteamericanos espe­
raban confiadamente que su lealtad personal y de partido para
con O»laya les aseguraría su apoyo, o por lo menos su consenti­
miento a la política fuertemente pro-norteamericana de este
último. Esta esperanza resultó estar muy bien cimentada. Las
continuas críticas de El Tiempo a la United Fruit Company
proclamaban: “Sur América para los suramericanos”, y favo-
recíani la suspensión del pago de la deuda nacional externa3;
pero en esencia el periódico no mostró ningún anti-norteame-
ricanhsmo sistemático, sino una preocupación razonable por
los inttereses colombianos. En realidad, en sus titulares la políti­
ca exiterior de Olaya Herrera tenía el respaldo político de
Santos.
Adlemás, como la mayoría de los colombianos cultos, Santos
rcspomdía positivamente a la política del Buen Vecino según la
predicaba Franklin D. Roosevelt, tomando esta política como
evidemeia de una sincera intención por parte del gobierno de los
Estadios Unidos para enmendar su posición en los asuntos
hcmisiféricos. Tampoco hubo la menor duda en cuanto hacia
dónde se inclinaban las simpatías de Santos cuando aumentó la
tensióin entre las dictaduras del Eje europeo y los poderes
democráticos en la escena mundial. Si bien no era un defensor
constante y ardiente de los Estados Unidos, era un francófilo
notabile; y aunque pudiera sentirse más atraído hacia la cultura
francesa que hacia la anglo-sajona, miraba a los Estados Uni­
dos ciomo el defensor potencial más poderoso de los valores
democráticos, lo que para él incluía los valores franceses y
colombianos, ante la crisis que se avecinaba.

2. Informe del Agregado Militar de los Estados Unidos, Bogotá, lo.


de ¡abril de 1930, DS 821. 00/704.
3. T., 12 de septiembre de 1930, 10, 13 de enero de 1932.

17
I
La decisión del presidente Santos de trabajar estrechamente
con los Estados Unidos halló respuesta inmediata en el campo
de la cooperación militar, y la iniciativa en este asunto partió
del lado colombiano cuando Santos debía haber esperado a que
los Estados Unidos hicieran la oferta. Tan sólo dos días después
de su posesión, Santos mencionó informalmente en una conver­
sación con el antiguo ministro de los Estados Unidos en Colom­
bia, Jefferson Caffery —quien había sido el representante ofi­
cial de los Estados Unidos en la ceremonia de toma de pose­
sión— su interés en obtener una misión naval norteamericana
para Colombia. Enfatizó a Caffery que confiaba que tal misión
no trataría de promover la venta de armamentos y al respecto se
refirió amargamente al éxito que tuvieron las misiones anterio­
res de comunicaciones y aviación de Suiza deshaciéndose en
Colombia de costoso equipo (la mayor parte sin ningún valor,
según Santos)4. En realidad, Santos no tenía el mínimo deseo de
embarcarse en una carrera armamentista. El objetivo que tenía
en mente era simplemente el de colaborar en la modernización
técnica y la profesionalización de las tradicionalmente peque­
ñas fuerzas militares colombianas. Al mismo tiempo, según lo
explicó más adelante, lo que se proponía con esta solicitud de
asistencia técnica militar era que la misma fuera una demostra­
ción de la confianza de Colombia en los Estados Unidos5.
Inmediatamente, el Departamento de Estado expresó su
agradecimiento por la propuesta de Santos y le comunicó la
certeza de que la política fundamental de las misiones militares
de los Estados Unidos era la de no hacer promoción de ventas6.
Sin duda, había una pequeña complicación, y era que en Co­
lombia ya existía una misión naval británica. En realidad, la
creación de la Armada colombiana en su forma moderna data
de la llegada de la misión británica en 1935; y los británicos no
solamente entrenaban personal colombiano, sino que detenta­
ban posiciones de mando en la Armada colombiana, mientras
se preparaba a los nacionales para asumir la responsabilidad
total. Parece que Colombia no tuvo quejas serias acerca de la

4. Caffery al secretario de Estado, 9 de agosto de 1938, FR (1938), V.


462.
5. Spruille Braden, embajador ante Colombia, al secretario de Esta­
do. 3 de marzo de 1939, DS 711. 21/931.
6. Secretario de Estado a Greene, 12 de agosto de 1938, FR (1938), V.
464.

18
(il inación británica. Sin embargo, el nuevo gobierno decidió
i remplazar la misión inglesa por la de los Estados Unidos,
basándose en que los avances técnicos de éstos y las “facilidades
Mipcriores” hacían aconsejable el cambio. Los detalles se arre­
glaron rápidamente, y el 23 de noviembre de 1938 se firmó el
muerdo necesario para cubrir un período de cuatro años. Este
convenio estipulaba que la misión naval de los Estados Unidos,
al contrario de su predecesora, funcionaría únicamente en cali­
dad de consejería técnica, teniendo en cuenta que los oficiales
colombianos entrenados por los británicos se encontraban lis­
ios para asumir todas las posiciones; de mando. La misión
británica terminó, pues, sus servicios y la misión norteamerica­
na comenzó a operar a principios de 19397.
Aunque originalmente Santos había hablado únicamente de
una misión naval, las negociaciones se ampliaron para estable­
cer asimismo una misión aérea. Pocos a ños antes, como resulta­
do de la crisis de Leticia entre Colombia y el Perú, un grupo de
pilotos y mecánicos de aviación estadinenses había sido contra­
tado en forma individual para asistir en la expansión transitoria
de la aviación militar colombiana y, e:n efecto, había actuado
extraoficialmente como una misión aérea norteamericana8. De
igual modo, habían existido en diferentes épocas misiones
aéreas europeas, incluida la misión suiiza, a la cual Santos se
había referido en forma poco amable, aunque en el momento de
su posesión no existía ninguna. De hecho, no existía una verda­
dera fuerza aérea nacional. Sin embargo, se produjo un acuerdo
aéreo entre Colombia y los Estados Unidos en términos muy
similares a los del convenio naval (aunque únicamente por un
período de tres años), acuerdo que fue firmado el mismo día,
estipulando la creación de la misión de líos Estados Unidos para
ayudar en el “desarrollo y funcionamiiento de la aviación del
Ejercito Colombiano”9. Por otra parte, en ese momento Co­
7. MemGuerra (1939), págs. 1,35-37; Misión Naval: Convenio entre
los Estados Unidos de América y Colombia (Executive Agreement
Series No. 140, Washington, 1939). La misión británica estaba
encabezada por un capitán retirado dle la Marina Real, y sus
miembros llegaron a Colombia en calidad de particulares antes que
en calidad de oficiales británicos. Ver Baisil O. Bell Salter, “Presen­
te y futuro de la Marina Colombiana”, [Revista del Ejército, octu­
bre de 1936, págs. 42-47.
K. Newsweek, 21 de abril de 1934, pág. 14:; MemGuerra (1935), pág.
12; MemGuerra (1936), pág. 108.
9. Misión Militar: Convenio entre los Estados Unidos de América y
Colombia, Executive Agreement Series No. 141, Washington,
1939.

19
lombia no solicitó ninguna misión técnica norteamericana para
sus fuerzas de tierra. Antes, por el contrario, a comienzos de
1939 Santos trató de obtener de Francia una misión para el
ejército, primordialmente para que dictara cursos en la Escuela
Superior de Guerra e instituciones similares. Los colombianos
también esperaban enviar algunos oficiales del Ejército a Fran­
cia para realizar estudios avanzados y entrenamiento, pero el
programa completo de cooperación militar franco-colombiano
nunca se materializó, debido al desarrollo de la crisis en Europa
y más adelante al estallido de la guerra10.
Una curiosa coincidencia: exactamente un día después de la
firma de los convenios de las dos misiones, Colombia reveló
que su ministro designado había sido retirado de Berlín como
resultado de un incidente en el cual él y su grupo habían sido
detenidos temporalmente por las autoridades alemanas por
tomar fotografías de las atrocidades nazis contra la comunidad
judía11. No existía un nexo directo entre los dos acontecimien­
tos, pero la coincidencia de ambos sucesos simbolizaba clara­
mente la convergencia de dos aspectos de la política exterior
colombiana: desaprobación soterrada y desconfianza hacia los
poderes del Eje, como también una alineación básica al lado de
Estados Unidos en los asuntos mundiales; el primer aspecto
sirvió continuamente para reforzar el segundo. Por otra par­
te, a largo plazo, los acuerdos de noviembre de 1938 representa­
ban un punto obviamente importante en la historia de las
relaciones colombo-norteamericanas. Fueron la base para una
estrecha colaboración en una de las áreas más sensitivas de la
política nacional; y no solamente sentaron un precedente en
este sentido, sino que también inauguraron una era, ya que
dichos acuerdos han sido repetidamente prorrogados —y
ampliados— desde 1938 hasta la fecha.
La noticia de los acuerdos no fue oficialmente anunciada
hasta el 26 de noviembre. Se recibió con una aprobación homo­
génea por la prensa liberal, y un comentarista del periódico de
propiedad del Presidente, El Tiempo, anotaba cuán acertado
era el obtener asistencia militar de un país como los Estados

10. MemGuerra (1939), p. xvi; MemGuerra (1940), págs. xvi-xix;


MemGuerra (1941), pág. xxviii. 52. Naturalmente, también habían
existido misiones del ejército anteriormente, incluida la misión
chilena originalmente contratada por Rafael Reyes, la cual de­
sempeñó un papel clave en la conversión del ejército colombiano
en una fuerza profesional moderna.
11. El Tiempo, 25 de noviembre de 1938.

20
I lindos donde las fuerzas armadas, al igual que en Colombia,
rilaban tradicionalmente subordinadas a la autoridad civil12.
// órgano principal de la oposición conservadora, no
adoptó editorialmente una posición formal acerca de los conve­
nios, aunque entre la firma y el anuncio de los mismos sus
editoriales se habían referido a una campaña financiada por los
I st.idos Unidos para vender armas, mofándose al mismo tiem­
po de los peligros que representaba el Eje para América Latina
v puntualizando, por añadidura, que no había ninguna diferen­
cia entre el “linchamiento” de los judíos en Alemania y el de los
negros en los Estados Unidos13.
Solamente hasta el 28 de noviembre se refirió el órgano
conservador al asunto en un largo comentario, en forma de una
contribución especial firmada por el ultraderechista Guillermo
( amacho Montoya. Fue, por decir lo menos, un análisis intere­
sante, el cual comenzaba con una aceptación franca de la
necesidad de obtener ayuda técnica extranjera para las Fuerzas
Armadas colombianas. Pero Camacho Montoya continuaba
afirmando que las misiones habían sido contratadas en el lugar
equivocado. Refiriéndose a la misión naval, afirmaba que los
Estados Unidos no eran el poder naval más importante del
mundo; aparentemente prefirió no mencionar siquiera qué país
lo era. En cuanto a la misión aérea fue menos reticente acla­
mando llanamente a Italia como el país más avanzado y, por
consiguiente, el país más capacitado para asesorar a Colombia.
“Los alemanes”, declaró, “también son excelentes aviadores y
han tenido la oportunidad de entrenarse en los campos de
batalla de España”. También los españoles eran excelentes.
Además, en caso de que alguien llegara a considerar la inferiori­
dad técnica de los Estados Unidos como un argumento débil en
contra de los recientes convenios, Camacho Montoya contaba
con un argumento aún más poderoso basado en cuestiones
culturales: “El aporte saxo-americano al cosmos de las ideas
universales es de una mediocridad insufrible. En su cultura sólo
ofrecen a Poe y Whitman, dos poetas cuya aparición en aquel
escenario fue un verdadero milagro de la naturaleza; Estados
Unidos serán exportadores de civilización pero no de cultura.
Le han enseñado al mundo a afeitarse, a bañarse diariamente, a
usar sanitarios esmerilados, a alquitranar las carreteras para
que los automóviles que sus fábricas producen puedan rodar

12. El Tiempo, 27 y 29 de noviembre de 1938, en las cuales están


reimpresas las opiniones de otros periódicos de Bogotá.
13. El Siglo, 24 y 25 de noviembre de 1938.

oi
sobre ellas...”. Después de una disertación acerca de la diferen­
cia religiosa entre la América protestante y la América católica,
terminaba ofreciendo su conclusión de que “hubiera sido mejor
que el Gobierno contratase estas misiones, que responden a una
necesidad, con aquellos con quienes tenemos mayores afinida­
des espirituales”14.
Otro columnista de El Siglo mencionó un rumor alarmante
en el sentido de que los convenios de las misiones estaban en
alguna forma relacionados con una alianza militar —“una
alianza imposible”, según él— entre Colombia y los Estados
Unidos. Sin embargo, aceptó la oportuna negativa que sobre el
particular hizo El Tiempo15. Por el momento, no se habló más
del asunto ya que la explosión de Camacho Montoya no logró
encender la chispa de una campaña en mayor escala o en mayor
proporción en contra de los convenios de las misiones. Tampo­
co su preferencia personal por la Italia fascista en contra de la
tierra del Buen Vecino representaba un consenso exacto de
la opinión de los conservadores colombianos. Representaba la
actitud de un ala extremista la cual, en amarga frustración por
la hegemonía liberal existente en Colombia, se sentía atraída en
forma creciente por las doctrinas anti-democráticas en general,
y hacia la causa de los poderes del Eje. Pero todavía existía una
poderosa corriente pro-norteamericana en las filas de los con­
servadores, basada en esencia tanto en la tradición de la Estrella
Polar de Marco Fidel Suárez, como en los intereses personales
que unían a muchos conservadores importantes con firmas de
negocios norteamericanas en Colombia. Esta corriente encon­
tró quizás su más pura expresión en el pequeño semanario de
orientación católica, “La Defensa Social”, el cual sentía gran
admiración hasta por la United Fruit Company y no podía
menos de aprobar las misiones militares de los Estados Uni­
dos16. En posición más bien intermedia se encontraba el conser­

14. El Siglo, 28 de noviembre de 1938.


15. Francisco Plata Bermúdez, “Una alianza imposible”, El Siglo, 29
de noviembre de 1938. Este rumor en particular parece haber sido
publicado primero que todo por el periódico conservador La
Patria de Manizales (citado en El Tiempo, 28 de noviembre de
1938).
16. La Defensa Social (Bogotá), 4 de julio de 1939. Acerca de la United
Fruit Co., ver por ejemplo, la edición de 21 de abril de 1939. El
hecho de que La Defensa Social era también rabiosamente anti­
semita no parecía estar en pugna con sus inclinaciones pronor­
teamericanas; en efecto, el anti-semitismo era un fenómeno co­
lombiano muy diseminado en la época (v. g. el tono de los

22
vador más importante de la época, Laureano Gómez, editor de
/ / Siglo y dirigente reconocido —aunque, también contro­
vertido— de su partido. Gómez, en fin de cuentas no era un
admirador de los Estados Unidos, pero en años recientes ha­
bía guardado sus denuncias más amargas para los nazis, los
fascistas y los bolcheviques. Personalmente no aprobaba todo
10 que aparecía en su periódico y aunque en verdad se hubiera
sentido más satisfecho sin ninguna de las dos misiones nortea­
mericanas, a duras penas se le hubiera ocurrido sugerir que en
su lugar se trajera a Colombia una misión italiana17.
Los primeros jefes de las misiones aérea y naval llegaron a
Bogotá a comienzos de enero de 193918, yjunto con su personal
estuvieron ocupados durante algún tiempo en la organización
de sus asuntos y en familiarizarse con la escena militar colom­
biana. El proceso de orientación tenía que ser un asunto común
y la misión naval, por su parte, tenía la idea de que los anterio­
res consejeros británicos habían tratado de predisponer por
adelantado a los colombianos en contra de sus sucesores19.
Pero, generalmente hablando, los representantes de los Estados
Unidos se encontraban altamente satisfechos con los progresos
iniciales de ambas misiones; y en la práctica, la cooperación
militar no se limitó estrictamente a cuestiones navales y aéreas.
11 gobierno de Santos no parece haber compartido el vivo
interés mostrado por el régimen de López por obtener equipo
alemán bajo generosos términos de crédito nazis, y los abaste­
cedores norteamericanos obviamente se beneficiaron con es­
to20. Igualmente, el Gobierno colombiano respondió con pron­
titud a una invitación para que enviara una comisión militar
—incluidos naturalmente, oficiales de las fuerzas de tierra—a
visitar las defensas de la Zona del Canal21. La visita se efectuó
en abril de 1939 con una duración de una semana y fue seguida
en junio, por la visita de retribución de un grupo encabezado
por el mayor general David L. Stone, comandante del Departa-

comentarios acerca de la política de inmigración en las Memorias


del Ministerio de Relaciones Exteriores.
17. Acerca de la actitud de Gómez, ver más adelante.
IX. La República, 11 de enero 1939.
19. Braden a Franklin D. Roosevelt, 27 de marzo de 1939, DS 711.
21/933.
20. Greene al secretario de Estado, 23 de mayo de 1938 y 26 de enero
de 1939, DS 821. 24/104, 108.
21. Braden al secretario de Estado, 3 de marzo de 1939, DS 711.
21/931.

73
mentó de la Zona del Canal22. La presencia de Stone y su grupo ;
provocó cáusticos comentarios por parte del columnista de El í
Siglo encargado de asuntos internacionales, Américo Latino 1
(Luis Alfredo Otero), quien se refería a Charles A. Lindbergh
como una autoridad, con el objeto de difamar aún más la
eficacia de la aviación norteamericana, a la manera de Cama-
cho Montoya, y sugería que el único paso que quedaba por dar
era que los Estados Unidos arrastraran a Colombia a una
“alianza militar... en contra de los países totalitarios, lo cual
sería una pérdida de tiempo ya que los dictadores son más
prácticos y avisados para ejercer una penetración cultural y
económica en América,, más eficaces que los discursos acerca de
la Buena Vecindad, democracia...”23. Sin embargo, tal crítica ¡
no podía detener lo que se convertiría en un continuo intercam- '
bio de visitas de consulta e inspección entre los militares de
todas las ramas de Colombia y los Estados Unidos.
A su debido tiempo :se dieron diversos pasos para la reorga­
nización de las Fuerzas Armadas de Colombia bajo la recomen­
dación de los consejeros norteamericanos; se reacondicionaron
aviones del ejército que anteriormente habían sido catalogados
como inseguros, con ahorros considerables para Colombia; y
mientras continuaban los viajes hacia y desde la Zona del
Canal, un número creciente de personal militar colombiano fue
enviado a los Estados Unidos para entrenamiento especializa­
do. Oficiales de la Marina, pilotos y mecánicos de aviación
fueron los primeros, seguidos por oficiales de la Infantería y la
Artillería y representantes de otras ramas. Los programas de
entrenamiento dirigidos por consejeros norteamericanos en
Colombia se ampliaban a medida que pasaba el tiempo de tal
manera que incluso se enviaron oficiales no comisionados para
que sirvieran, a pedido de Colombia, como instructores milita­
res en panadería24.

22. The New York Times, 13 de abril de 1939, 8:4y 8 de junio de 1939,
12:4.
23. El Siglo, 14 de junio de 1939. Aunque el libro La Danza de los
millones, de Fluharty, pág. 63, identifica a Américo Latino como
Guillermo Camacho Montoya, parece que está en un error. Rubén
Pérez Ortiz, Seudónimos colombianos, Bogotá, 1961, pág. 11.
24. Braden al secretario de Estado, 7 de marzo de 1940, DS. 821.
20/131; The New York Times, 20 de febrero de 1940; 8:5; Mem-
Guerra (1941), págs. xxx, 57.

24
II
Una innovación posterior, que data de la época del primer
uño de gobierno de Santos, fue elevar del rango de legación al
de embajada a las misiones diplomáticas de Colombia y los Es-
lados U nidos. Este cambio había sido recomendado por Santos
en sus observaciones a Caffery después de su posesión, y,
asimismo, esta propuesta tuvo una acogida favorable en Was­
hington en octubre de 1938, cuando Miguel López Pumarejo,
quien anteriormente había actuado como ministro presentó sus
< ledenciales como primer embajador colombiano ante los Es­
tados Unidos2526. El cambio de status de la misión estadouniden­
se en Colombia se hizo efectivo a comienzos del año siguiente.
El primer embajador norteamericano ante Colombia fue
Spruille Braden, el mismo que más tarde ganaría duradero
i enombre por su cruzada contra el régimen de Perón en Argen-
Ima. Braden trajo a su nuevo cargo una vasta experiencia en
asuntos latinoamericanos, experiencia resultante de sus nego­
cios y actividades financieras personales, especialmente en las
minas de cobre de Chile, así como de diversos nombramientos
anteriores, aunque hasta ese momento no hubiese sido jefe de
ninguna misión permanente de los Estados Unidos en América
Latina. Asimismo, trajo consigo un fácil dominio del español,
una esposa chilena y una simpatía genuina hacia Colombia, a la
cual elogiaba en una carta personal al presidente Roosevelt
como la nación más democrática de Suramérica27. Su experien­
cia en el ámbito de los negocios lo convirtió en un promotor
ansioso del comercio y la inversión norteamericanos; además
conocía muy bien las debilidades y los puntos fuertes de sus
colegas de negocios e iba a demostrar ser un crítico severo de
aquellos que, en su opinión, se comportaban en forma indebida
con el país anfitrión28. La llegada del primer embajador nortea­
mericano fue, por lo tanto, un factor positivo por derecho
propio —y en más de una forma— para las relaciones
colombo-norteamericanas.

25. Caffery al secretario de Estado, 9 de agosto de 1938 y secretario de


Estado a Greene, 12 de agosto de 1938, FR (1938), V. 463-64.
26. El Tiempo, 29 de octubre de 1938.
27. Current Biography: Who’s News and Why 1945 (New York,
1946), págs. 71-75; Braden a Roosevelt, 27 de marzo de 1939, DS
711. 21/933. Véase también Spruille Braden, Diplomáis and De­
magogues: The Memoirs of Spruille Braden (New York 1971),
cuyos capítulos 21-25 se refieren a su actuación en Colombia.
28. Ver más adelante.

25
III

La condición favorable de las relaciones entre los d)s Pa,ses


fue subrayada por el mensaje oficial del presidente $antos al
Congreso el día de la apertura de un nuevo período, epO de ju­
lio de 1939. Santos se refirió extensamente al asunto d¿ *a coo_
peración interamericana y específicamente enfatizó k necesI_
dad que Colombia tenía de la ayuda técnica norteamericana en
asuntos militares y otros29. Elogió el abandono definiti<° de las
“ambiciones imperialistas” por parte de los Estados Ln^os y
la “franca aceptación de una política de sincero respeto mutuo’
de explícito reconocimiento de la soberanía de los demés’ de la
colaboración que excluye la tutela, que proscribe la impos,cion
y que no protege la explotación indebida...”30. Tuvo cui¿ad° en
recalcar que la amistad de Colombia con los Estados UnK^os no
estaba basada en ningún pacto o entendimiento secret0’ Pero
también declaró, en uno de sus pronunciamientos sobré P°l>t,_
ca exterior más importantes, que en caso de otro cdn^lct0
mundial Colombia no podría permanecer indiferente <an*e \a
seguridad del Canal de Panamá: “El Canal es una de las Prin5’'
pales vías de comunicación del continente; con su interriaPclon
sufrirían nuestra economía y todo nuestro standard de v’da un
tremendo golpe. No podemos decir, por el sentido de la^s Pro"
porciones y por el anhelo de mantener en lo posible cierta
neutralidad compatible con nuestros intereses... que ha^arnos
de acudir en su defensa en caso de que corra peligro <^e ser
atacado. Lo que sí decimos, porque ello responde a nuestras
conveniencias esenciales, a nuestras obligaciones de vecin10 Jea^
y seguro y a la política de seguridad americana, es que a n^’e
será permitido amenazar desde tierras colombianas, dirrcta °
indirectamente, la seguridad del Canal, en forma ningún^’’ clue
no será nuestro suelo lugar propicio para adelantar o sir,£enr
maniobras siquiera sospechosas en este sentido; si lleg^re
caso, el Gobierno de Colombia sabrá impedirlo, sin nece‘sl^ac^
de que nadie se lo solicite, con toda la firmeza y la eficaci;3
sean precisas”31.
Los comentarios de Santos acerca de la solidaridad co)n *os
f

Estados Unidos y especialmente acerca del Canal de Paniama


fueron recibidos favorablemente, en todos sus aspectoss’ en

29. Declaraciones presidenciales, julio de 1939 a abril de 1941 (B^°^°


tá, 1941), págs. 10-21.
30. Ibid., págs. 19-20.
31. Ibid., pág. 20.

26
limbos países. Cuando el Secretario de Estado, Cordell Hull,
i espundio a las preguntas de la prensa diciendo que no recorda­
ba ninguna consulta oficial con Colombia sobre el asunto de la
defensa del Canal32, confirmó simplemente en forma indirecta
la rotunda negativa del presidente Santos sobre la existencia de
una alianza secreta, negativa que demostró ser particularmente
grata para la opinión conservadora. Además, la aprobación
general que recibió la declaración de Santos, en Colombia, se
In/o evidente al mes siguiente cuando la Cámara de Represen­
tantes, con un solo voto en contra, manifestó su confianza en la
política presidencial interamericana.
La votación se realizó el 19 de agosto, después de algunos
dias de debates caracterizados por la fuerte denuncia que de los
1 stados Unidos hizo el representante Silvio Villegas, conserva­
dor del ala derecha, quien hacía poco había roto con el lideraz­
go de Laureano Gómez con el objeto de formar un movimiento
nacionalista independiente. Villegas fue particularmente severo
en sus ataques a las misiones aérea y naval, las cuales presentó
como una forma de penetración imperialista llevada a cabo con
el “pretexto” de defender las instituciones democráticas: “En­
tregamos nuestro petróleo y nuestro banano y ahora entrega­
mos nuestra aviación”33. Lo que Villegas en forma tan vehe­
mente quería decir era que él, al igual que Camacho Montoya
en el mes de noviembre anterior, hubiera preferido obtener de
los poderes del Eje los servicios técnicos que se necesitaran. Sin
embargo, el hecho que debe tenerse en cuenta es que Villegas
libraba una batalla solitaria. Porque la mayoría liberal, grupo
<1 i rígido por el futuro mártir izquierdista —y viejo enemigo de
la United Fruit— Jorge Eliécer Gaitán, presentó una moción
apoyando vigorosamente al Gobierno en su respuesta cordial a
la política del Buen Vecino de Franklin D. Roosevelt. La
minoría conservadora, por su parte, presentó una resolución
que en el fondo difería muy poco, aunque enfatizaba cuidado­
samente el hecho de que Colombia apoyaba la política de
Santos hacia los Estados Unidos “basada en una igualdad
jurídica”. Finalmente se adoptó una resolución que incorpora­
ba elementos tanto del texto liberal como del conservador y que
satisfizo a todos, con la excepción de Silvio Villegas: “La
Cámara de Representantes declara su conformidad con la
orientación internacional seguida por el Gobierno, de estricto

32. The New York Times, 22 de julio de 1939, 3:3.


33. El Siglo, 19 de agosto de 1939. Ver también El Siglo 12 de agosto
de 1939.

27
entendimiento con los países americanos y de armonía y cola­
boración con la política del Buen Vecino que preconiza el
actual presidente de los Estados Unidos, fundada en la igual­
dad jurídica internacional y la unidad de acción para la defensa
de la democracia y el continente”34.
Escasos cuatro días más tarde, una vez más, Camacho Mon-
toya tuvo el camino libre en las columnas de El Siglo para
elogiar a Adolfo Hitler como “la primera figura política de su
época” y restaurador providencial de la grandeza alemana,
todo a propósito de las negociaciones del pacto Hitler-Stalin35.
Pero el voto arrollador de la Cámara de Representantes en pro
de la defensa de la democracia continental, fue un indicador
más apropiado del estado de la opinión política en ese momen­
to. Los conservadores habían sido menos generosos que los
liberales en las alabanzas a los Estados Unidos en los debates
del Congreso, pero al menos veían que un realismo perspicaz
hacía que Colombia buscara buenas relaciones con su rico y
poderoso vecino36, y se sentían satisfechos de que Santos lo
estuviera haciendo bajo condiciones compatibles con los intere­
ses y la dignidad de Colombia. Aún más, el efecto neto del pacto
Hitler-Stalin fue todavía más dañino para la imagen nazi entre
los conservadores que entre los liberales37.
Cuando la guerra finalmente comenzó, el sentimiento entre
los miembros de los dos partidos colombianos era predominan­
temente pro-aliado, aunque mucho más vigoroso en el campo
liberal. Pequeños incidentes anti-alemanes confirmaron la opi­
nión uniforme de observadores calificados a este respecto; las
expresiones positivas de apoyo a la causa alemana se podían
leer en el Karibischer Beobachíer, publicado en Barranquilla,
aunque en el resto del país fueron pocas y esporádicas38. El
sentimiento colombiano en favor de una neutralidad oficial
estricta fue aún más abrumador; por consiguiente, cuando
Santos proclamó tal política en un decreto del 6 de septiembre

34. El Tiempo y El Siglo, 23 de agosto de 1939.


35. El Siglo, 23 de agosto de 1939.
36. Ver, v.g., las observaciones del representante Uribe Cualla, El
Siglo, 12 de agosto de 1939.
37. Ver, v.g., el editorial firmado por Aquilino Villegas, El Siglo, 24
de agosto de 1939, y la svástica combinada con la hoz y el martillo
ilustrando la pág. 1, El Siglo, 25 de agosto de 1939.
38. Braden al secretario de Estado, 26 de octubre de 1939, DS 821.
00/1276; Braden al secretario de Estado, 27 de febrero de 1940,
anexando copia del Karibischer Beobachter, DS 821. 00N/50.

28
Je I93919, contaba con el mandato claro de la opinión pública,
‘♦ni embargo, la neutralidad era compatible lógicamente con
iitiu continua y estrecha colaboración con los Estados Unidos,
i iiyo gobierno proclamó formalmente la misma política. En
ihalo, se pensaba que una neutralidad efectiva requería tal
i elaboración, precisamente para evitar cualquier posible ame­
naza a la paz del hemisferio. Por lo tanto, Colombia participó
mineramente cuando los Estados Unidos convocaron pronta­
mente a una reunión de los ministros de Relaciones Exteriores
<le las repúblicas americanas en Panamá. La delegación de
Colombia aprobó de buena gana las medidas especiales de
m ulialidad que se adoptaron en dicha reunión, la más impor­
ta nic de las cuales fue la proclamación de una zona neutral, la
i nal supuestamente estaría libre de toda “comisión de actos
liosiilcs” o “actividades beligerantes” por parte de las poten­
cias en guerra. Tal zona se extendía a un promedio de 300 millas
de las costas de las Américas39 40.

IV

La acción conjunta con los Estados Unidos para superar la


emergencia de la guerra adoptó formas diferentes para Colom­
bia. La preocupación más inmediata para el Gobierno y el
pueblo colombianos fue la búsqueda de medios para aminorar
el impacto económico de la contienda europea4142 ; pero igual­
mente se intensificaron las consultas acerca de aspectos milita-
i es y políticos de la defensa nacional, incluida la defensa contra
la subversión y el espionaje del Eje.
El mismo presidente Santos, desde el momento de su pose­
sión, había expresado su intención de mantener una vigilancia
continua de las actividades alemanas, italianas y japonesas,
aunque al principio no le dio mucha urgencia al asunto. En
marzo de 1939 aseguró al embajador Braden que los alemanes y
los italianos en Colombia se estaban comportando bastante
bien, aunque tenía sus reservas acerca de los japoneses. De igual

39. MemRels (1940), pág. 3.


40. Fundación para la Paz Mundial (World Peace Foundation), Do-
cuments on American Foreign Relations: Julio 1939-Junio 1940
(Boston, 1940), págs. 115-19; J. Lloyd Mecham, The United
States and Inter American Security, 1889-1960 (Austin, Texas,
1961), págs. 182-85.
41. Más adelante.
42. Caffery al secretario de Estado, 9 de agosto de 1938, FR (1938), V.
463.

29
modo, garantizó la legitimidad de las tendencias anti-nazis de
Laureano Gómez, aunque reconoció al mismo tiempo que las
potencias europeas del Eje podrían tener éxito en influenciar a
los conservadores colombianos por medio de su adhesión co­
mún a la causa del régimen de Franco43. Otros colombianos se
sentían más propensos a la alarma, incluido el Concejo Munici­
pal de Pasto, el cual en septiembre de 1938 urgía a los ciudada­
nos y a las autoridades locales en toda Colombia para que
hicieran sentir incómodos a los residentes alemanes simpati­
zantes de los nazis, y votó en favor de enviar una copia de su
resolución a Franklin D. Roosevelt, entre otros44. Asimismo, la
pequeña minoría comunista exageró el peligro de los agentes y
simpatizantes del Eje45, especialmente en la época anterior al
pacto Hitler-Stalin. Sin embargo, la actitud de Santos fue aún
más característica. Después del estallido de la guerra, ésta
misma amenaza comenzó entonces a suscitar mayor atención; y
el mayor impacto de la cambiante atmósfera lo sintió la Socie­
dad Colombo-Alemana de Transportes Aéreos (Scadta).
Scadta, establecida en 1919 en Barranquilla por un grupo
colombo-austríaco-alemán, era la más antigua y una de las más
pujantes compañías de aviación comercial en América del Sur.
Había satisfecho una necesidad crítica en un país como Colom­
bia, en el cual la topografía era supremamente desfavorable al
transporte terrestre, y la gran mayoría de los colombianos,
comenzando por el presidente Santos, apreciaba a Scadta
con una mezcla de gratitud, afecto e incluso orgullo. El nombre
oficial de la compañía era algo inapropiado desde 1931, cuando
la Pan American Airways adquirió en ella un interés financiero
mayoritario. Sin embargo, el objetivo primordial de la Pan
American era asegurarse el derecho de operar en Colombia y, al
mismo tiempo, obstruir la expansión de Scadta fuera del
país, donde estaría en competencia con sus propias rutas; una
vez alcanzadas estas metas por medio de su control final de
Scadta, Pan American se dio por bien servida con dejar que
la dirección anterior siguiera encargada de las operaciones de la
aerolínea46. Es así como una gran parte del personal adminis­

43. Braden al secretario de Estado, 3 de marzo de 1939, DS. 711.


21/931.
44. Tierra (Bogotá), 14 de octubre de 1938.
45. Tierra.
46. Herbert Boy, Una historia con alas, (segunda ed., Bogotá, 1963),
págs. 62-63; William A. M. Burden, The Strugglc for the Airways
in Latín América (New York, 1943), págs. 11, 14, 27; petición de
Pedro P. von Bauer Chlumecky, Santiago, Chile, 5 de mayo de

30
trativo clave, pilotos y técnicos siguieron siendo de nacionali­
dad alemana o austríaca, y aunque algunos de ellos eran resi­
dentes de largo tiempo en Colombia, otros llegaron de
Alemania a trabajar por períodos más cortos. En este último
caso, permanecieron el tiempo suficiente para familiarizarse en
forma adecuada con Colombia y luego regresaron a sus países,
en algunas ocasiones, a prestar servicio activo con la Luftwaf-
fe47. Al mismo tiempo, Scadta, a través del servicio aéreo
fotográfico del cual tenía un monopolio virtual en Colombia,
estaba estructurando una colección de investigaciones aéreas
sin parangón. Y según lo irían a señalar posteriormente algunos
periodistas alarmistas, con monótona regularidad, estas inves­
tigaciones incluían algunas de las principales vías de acceso al
Canal de Panamá. En realidad las aeronaves de Scadta ha­
bían sobrevolado anteriormente el Canal. Por último, la red
de radio privada de Scadta aumentó en forma considerable
su potencial para servir los intereses del Tercer Reich48.
Debe hacerse énfasis en que lo que dio lugar a la inquietud
fue el eventual peligro que Scadta representaba para la se­
guridad de Colombia y los Estados Unidos antes que una
larga serie de actividades ilícitas claramente comprobadas. Sin
embargo, durante algún tiempo esta preocupación existió casi
únicamente en los Estados Unidos. La misma Pan American
durante algún tiempo prefirió no interferir en forma activa con
la gerencia de su sucursal en Colombia, la cual, desde un punto
de vista estrictamente operacional, no creaba ningún problema
a la oficina principal. Entre tanto, la Pan American prefirió no
hacer pública la extensión exacta de su control financiero,
control que había sido comunicado a los gobiernos colombiano
y norteamericano en el momento de la compra, pero que era
generalmente desconocido en ambos países. Existía gran confu­
sión acerca de los intereses de la Pan American, aun entre los
funcionarios colombianos responsables. Esta confusión fue
acrecentada, por decirlo así, por la administración de Scad­
ta, y fue la embajada de los Estados Unidos bajo Spruille

1944, en Archivo de La República, Botero Saldarriaga, papeles


relativos a sus labores en la Comisión Asesora del Ministerio de
Relaciones Exteriores (Vol. I), en la Academia Colombiana de
Historia en Bogotá.
47. Braden al secretario de Estado, 30 de marzo de 1939, DS 821. 976
SCA 2/408.
48. Burden, Strugle for the Airways, pág. 68; The New York Times,
15 de agosto de 1940, 6:3.

31
Braden la que finalmente aclaró el problema y no la Pan
American Airways49.
En principio, Scadta se comprometió con una política de
continua capacitación del personal colombiano que existía den­
tro de la organización, pero en la práctica, el progreso hacia este
objetivo fue supremamente lento. El primer paso efectivo hacia
la nacionalización de la línea aérea se vino a dar apenas en las
últimas semanas del gobierno de López con la Ley 89 de 1939,
aprobada por el Congreso colombiano, la cual establecía que
las compañías aéreas que estuvieran operando en el país esta­
ban obligadas a emplear un determinado porcentaje de colom­
bianos y que por lo menos el 51% del capital debía estar bajo el
control de intereses oficiales o de particulares nacionales50. La
ley daba un plazo de cuatro años para que la segunda provisión
se hiciera efectiva y se presentaron varias propuestas para la
reorganización de la aviación civil colombiana de acuerdo con
los principios establecidos por la ley. La propuesta que al final
obtuvo el apoyo oficial —y la aprobación del presidente Santos
en su mensaje en la apertura del Congreso en julio de 1939—
propugnaba la absorción de la Scadta y el Servicio Aéreo
Colombiano (Saco), una línea aérea pequeña de propiedad
colombiana, en una nueva compañía de aviación nacional con
la participación del gobierno colombiano51. Esta solución en
principio satisfizo perfectamente al grupo germano-austríaco
que administraba a Scadta. En realidad, la misma aproba­
ción de la ley había sido apoyada por la administración de
Scadta, algunos de cuyos miembros ya eran ciudadanos co­
lombianos naturalizados y otros se encontraban en el proce­
so de serlo en cualquier momento. Aparentemente encontraron
en la legislación un medio de obtener una mayor independencia
vis á vis Pan American y al mismo tiempo de protegerse contra
cualquier interferencia indebida en sus asuntos por parte de
Alemania. Su confianza en su propia posición parecía total­
mente justificada cuando el mismo Santos ayudó a acelerar la
naturalización del doctor Peter Paúl von Bauer, presidente de

49. Braden al secretario de Estado, 13 de junio de 1939, DS 821.


79622/4, 26 de junio de 1939, DS 821. 796 SCA 2/417, 27 de
octubre de 1939, DS 821. 796 Avianca/4, 20 de diciembre de 1939
y 20 de marzo de 1940, DS 821. 00N/35, 55.
50. Leyes (febrero, mayo de 1938), págs. 114-28 y especialmente 116,
125.
51. Braden al secretario de Estado, 13 de junio de 1939, DS 821. 796
SCA 2/416, y 26 de julio de 1939, DS 821. 796/108; El Tiempo, 21
de julio de 1939.

32
Scadta y accionista individual sobresaliente, la cual se hizo
efectiva en marzo de 193952.
De todos modos, en lo que concierne a Colombia, la ley de
1938 se inspiró en razones de naciomalismo económico y no en
el temor de que Scadta en su situaciión de ese momento fuera
una amenaza para la seguridad. Aún después de que se aprobó
la ley y de que Pan American dio instrucciones contrarias,
Scadta continuó reclutando pilotos en Alemania y nego­
ciando con el gobierno nazi la tramitación de su salida de aquel
; pero la opinión colombiana (continuó reaccionando en
país5354
forma desfavorable a las discusiones en los Estados Unidos
referentes al riesgo de Scadta™. Iniformes sobre la presión
oficial norteamericana sobre Colonnbia para nacionalizar la
firma (v. g. des-alemanizar) produjeron una reacción similar.
Tales informes fueron rotundamente negados por el gobierno
colombiano en abril de 193955, y en sentido estricto, tal nega­
ción fue sin duda correcta. Pero la p'resión estaba dirigida a la
Pan American para que hiciera algo) acerca de la situación en
Scadta. como cuando los generales; H.H. Arnold y George
C. Marshall consideraron esencial uirgir a la línea aérea a que
reemplazara el personal alemán po»r personal norteamerica­
no56. La Pan American nunca rehusió cooperar. Simplemente

52. Braden al secretario de Estado, 30 de marzo de 1939, DS 821. 796


SCA 2/408; Cónsul Nelson R. Park, Barranquilla, al secretario de
Estado, 26 de julio de 1939, DS 821. 796 SCA 2/419; Braden al
secretario de Estado, 20 de marzo de 1940, DS 821. 00N/55. A
primera vista es difícil entender p>or qué los funcionarios de
Scadta podrían haber recelado de íuna interferencia por parte
de Alemania cuando hubieran podidlo resistirla en forma exitosa,
si así lo desearen, apelando a la Pan American. Sin embargo, no
todos ellos estaban ai tanto de la exttensión del control de la Pan
American, ni lo estaba, aparentemen te, el gobierno alemán. Natu­
ralmente Von Bauer sí lo sabía, pero» prefería continuar dando la
impresión de que él mismo tenía un interés predominante. Sobre
este aspecto particular de este asunto, ver Boy, Una historia con
alas, págs. 238-41.
53. Braden al secretario de Estado, 27 de octubre de 1939, DS 821.796
Avianca/4; Petición de Von Bauer, 5 de mayo de 1944.
54. Ver v. g., 24 de febrero de 1939 y Braden al secretario de Estado, 3
de marzo de 1939, DS 821. 796 SCA 2/405.
55. Braden al secretario de Estado, 25 dle abril de 1939, DS 821. 796
SCA 2/412; The New York Times, 23 de abril de 1939, 27:2.
56. Memo por Laurence Duggan, 17 de marzo de 1939, DS 810.
79611, Pan American Airways/1691.

33
dio al asunto muy poca urgencia lo que no satisfizo a los
funcionarios norteamericanos.
Finalmente, el estallido de la guerra llevó las cosas a un
punto crítico. La presión oficial estadinense sobre la Pan Ame-
rican se redobló y ésta decidió por último enviar a uno de sus
ejecutivos más importantes a Colombia con el propósito de
aligerar el proceso de la des-alemanización y de cooperar en las
negociaciones para la creación de una nueva compañía de
aviación nacional. En lo que respecta al primero de estos objeti­
vos, la compañía aérea se sentía francamente insatisfecha, no
solamente por la cantidad de esfuerzos que se requerían, sino
también por el costo financiero, incluidos los crecidos desem­
bolsos que por indemnización habría de pagar al personal
alemán licenciado bajo los términos de la legislación colombia­
na y los reglamentos de la compañía. El costo fue particular­
mente elevado ya que los Estados Unidos estaban empecinados
en que Pan American acabara con el personal naturalizado
alemán o austríaco, así como también con los miembros del
personal que no se habían naturalizado en Colombia; por lo
tanto, la nueva ciudadanía de Von Bauer, por ejemplo, no fue
suficiente para conservarle el puesto. Desde el punto de vista
del embajador Braden, la Pan American continuaba siendo
muy complaciente, sin mencionar que le faltaba franqueza.
Acusaba a la firma de que no solamente se había abstenido por
largo tiempo de informar hasta dónde se extendía su control de
Scadta, sino también de que ahora exageraba demasiado la
dificultad de conseguir pilotos norteamericanos para reempla­
zar a los alemanes. Sin embargo, durante los últimos meses de
1939 y comienzos de 1940, un número crecido de alemanes salió
y fue reemplazado por colombianos o norteamericanos. Todos
los administradores ejecutivos alemanes (o ex-alemanes) fue­
ron relevados de sus puestos en febrero de 1940, fecha en la cual
Scadta instaló un equipo especial de rastreo de dirección
con el fin de mantener constante vigilancia de los movimientos
de los aviones piloteados por aviadores germanos que todavía
faltaban por licenciar57.

57. Secretario de Estado a Sumner Welles, 6 de octubre de 1939, FR


(1939), V. 73-74; Braden al secretario de Estado, 6 de febrero de
1940, FR (1940), V. 729-30; y 20 de marzo de 1940, DS 821.
OON/55; The New York Times, 15 de agosto de 1940, 6:3. Pan
American finalmente recibió una indemnización por sus gastos
particulares en la des-alemanización de Scadta de fondos del
ejército de los Estados Unidos. Ver Stetson Conn y Byron Fair-

34
El Gobierno colombiano, a pesar de que todavía existía
buena disposición tanto oficial como particular hacia la
Scadta, cooperó plenamente con la campaña preventiva que
estaba en marcha. Ya en septiembre de 1939 el Gobierno cum­
plió su parte al colocar guardias militares en los aeropuertos
civiles y haciendo que copilotos militares colombianos volaran
aviones comerciales58. Santos dio cuenta a Braden de su pre­
ocupación por los alemanes que llevaban más tiempo en
Scadta59; pero parece que su intervención en su favor no lle­
gó a ser efectiva.
Al mismo tiempo se hacían progresos en el establecimiento
de una nueva compañía de aviación que sustituyera tanto a
Scadta como a Saco, de acuerdo con la propuesta de Santos
al Congreso, en julio de 1939. El Gobierno colombiano se­
guía firme en su deseo de ser la voz dominante en- dicha em­
presa, pero no estaba en condiciones de pagar inmediata­
mente las acciones de capital que le correspondían. La fórmula
que se adoptó finalmente fue la de que el Gobierno tendría
opción de adquirir el 40% de las acciones, con un 20% reserva­
do para ciudadanos particulares que fueran colombianos de
nacimiento. Al mismo tiempo, Pan American Airways conti­
nuaría siendo el accionista principal y, al menos por el momen­
to, la dirección técnica sería ejercida por el personal de Pan
American; pero el Gobierno colombiano tendría desde el inicio
de las operaciones una representación en la junta directiva
mayor de la que sus acciones podrían garantizarle. En general,
dicha solución no fue del agrado de Pan American, pero su
libertad de negociación estaba limitada tanto por la existencia
de la Ley de Nacionalización de 1938 como por la presión del
Departamento de Estado.
Por consiguiente, el 8 de junio de 1940, Scadta fue for­
malmente fusionada en la nueva compañía Aerovías Naciona­
les de Colombia (Avianca), la cual se estableció de acuerdo

child, The Framework of Hemisphere Defense (Washington, 1960),


págs. 241-42.
58. The New York Times, 22 de septiembre de 1939, 4:2.
59. Braden al secretario de Estado, 14 y 22 de febrero de 1940, FR
(1940), V. 731-32. Naturalmente, existían otros colombianos,
especialmente en la extrema derecha del espectro político, quienes
expresaban preocupación también por la soberanía nacional de
Colombia, que ellos consideraban estaba siendo sacrificada en el
asunto Scadta a las presiones del imperialismo yanqui (v. g.,
Veritas (Chiquinquirá), 14 de febrero de 1940).

35
con las pautas indicadas60. Para entonces, además, el personal
alemán anterior había sido eliminado de todas las posiciones
claves; quedaron algunos empleados pero fueron gradualmente
eliminados en los meses subsiguientes, mientras que los Estados
Unidos, alentaba en forma discreta el éxodo a través de conti­
nuas discusiones con los funcionarios de la Pan American y de
Avianca61.

60. Braden al secretario de Estado, 27 de octubre de 1939, DS 821.796


Avianca/4, 14 y 22 de febrero de 1940, FR (1940), V. 730-33;
secretario de Estado a Braden, 2 y 6 de febrero de 1940, FR (1940),
V. 723-26, 728-29; Oliver J. Lissitzyn, International Air Transpon
and National Policy (New York, 1942), pág. 332; El Tiempo, 9 de
junio de 1940.
61. FR (1940), V. 734n. No había pasado todavía un año cuando el
proceso fue redondeado por Avianca cuando adquirió la pequeña
Aerovías Ramales Colombianas, la cual había sido fundada por
un antiguo jefe de Scadta (FR (1940), V. 733 n, 735n).

36
III. LA POLITICA DEL BUEN VECINO
Y LA POLITICA COLOMBIANA

A pesar de algunos embates de los conservadores en contra


de los convenios de las misiones militares y un escepticismo más
general entre los colombianos acerca de las afirmaciones nor­
teamericanas en cuanto al riesgo de Scadta, las relaciones co-
lombo-norteamericanas no ocasionaron mucha controversia
en ninguno de los dos países durante el período comprendido
entre la posesión de Santos y poco después de la Conferencia de
Panamá. Pero una vez que el Senado colombiano comenzó un
extenso debate sobre los resultados de la Conferencia, se pudo
observar un cambio muy definido. La política exterior de Co­
lombia y en especial las relaciones colombo-norteamericanas se
convirtieron en uno de los principales motivos de controversia
entre el gobierno de Santos y la oposición conservadora, con­
troversia que se vio aún más acrecentada con sucesos posterio­
res.

I
El principal arquitecto del cambio señalado fue el caudillo
conservador Laureano Gómez, quien tomó la iniciativa de
hacer que la política hacia los Estados Unidos se convirtiera en
un asunto político de partido. Hasta cierto punto, esto reflejó
únicamente el deterioro gradual de las relaciones entre los
partidos en la escena nacional, lo que animó a Gómez, cuando
la ocasión le fue propicia, a considerar la política exterior como
un arma de ataque en contra del régimen liberal. Pero las cosas
no se quedaron ahí. Como ya lo hemos sugerido en el capítulo
anterior, la actitud fundamental de Gómez hacia los Estados
Unidos era más desfavorable que favorable; y solamente necesi­
taba un pequeño impulso para transformarla en abierto anta­
gonismo en torno a un tema dado.
17
Indudablemente Gómez nunca había estado —y nunca lo
estaría— interesado en la política exterior como prioridad. Por
entonces su única pasión perdurable era mantener la fuerza y la
moral del Partido Conservador en la adversidad temporal y,
por consiguiente, estar preparado para aprovecharse de cual­
quier debilidad o mal paso de los liberales que pudiera abrir el
camino para el retorno de los conservadores al poder. Y aunque
no miraba con buenos ojos a los Estados Unidos, tampoco
miraba con simpatía a las dictaduras totalitarias europeas»
tanto la nazi-fascista como (especialmente) la comunista. Inclu­
sive había escrito un libro, El cuadrilátero1, en el cual ataca­
ba violentamente a Hitler, Stalin y Mussolini y elogiaba a
Gandhi (entre todos) como un ejemplo que había que seguir.
Este libro se publicó en 1935 y ya en 1939 Gómez podría haber
cambiado su manera de pensar en cierto modo; por una parte,
no había duda de que se sentía agradecido hacia Hitler y
Mussolini por su participación en la Guerra Civil Española y
por su apoyo al general Franco, cuyo régimen contaba con el
respaldo irrestricto de Gómez y puede decirse que de todos los
conservadores colombianos. Sin embargo, Gómez era todavía
más anti que pro-nazi-fascista. Consideraba que las dictaduras
alemana e italiana no tenían escrúpulos, eran inherentemente
agresivas —por lo menos al otro lado del Atlántico— y adictas
en forma blasfema a lo que su periódico El Siglo denominó
“Estatolatría”2.

1. Bogotá, 1935.
2. El Siglo, 24 de febrero de 1939. En las declaraciones de Laureano
Gómez es posible encontrar apoyo tanto para el punto de vista de
que él era un amigo sincero de la democracia y de los Estados
Unidos como del punto de vista de que era un totalitario endureci­
do y pro-nazi. Es relativamente fácil llegar a esta conclusión si uno
hace responsable personalmente a Laureano Gómez de todo lo que
aparecía en El Siglo. Por lo tanto, en la siguiente discusión del
pensamiento de Gómez, he sido guiado por mi propia impresión de
los temas persistentes. Esta impresión a su vez, está basada princi­
palmente en las propias declaraciones de Gómez en los debates en
el Senado colombiano durante el período bajo consideración, es
decir, 1939-1940; ya que éstas fueron publicadas en su totalidad en
su periódico, la referencia (a no ser que se indique lo contrario), es
El Siglo. Si pareciese que en este estudio se da atención despro­
porcionada al análisis de las actitudes de Gómez —en menoscabo
de los puntos de vista del gobierno de Santos y otros tintes de la
opinión tanto liberal como conservadora— la explicación es que
fue Gómez quien tomó la ofensiva, y también que su posición

38
I n lo que respecta a los Estados Unidos, Gómez no estaba
especialmente preocupado por la amenaza de la explotación
económica yanqui. Compartía con muchos liberales el punto de
vista de que Olaya Herrera había sido culpable de entreguismo
en asuntos económicos y financieros, y El Siglo, en forma
general, era hostil a las compañías petroleras norteamericanas
(a pesar de que algún órgano del ultra-nacionalismo lunático
seguía refiriéndose a su periódico como “un diario conservador
al servicio de los grandes intereses petroleros yanquis’’)3. Por
otra parte, en forma conspicua, Gómez se abstuvo de hostigar a
la United Fruit Company4. Gómez, El Siglo, y los conservado­
res en general estaban resueltamente al lado del capitalismo, en
contra del socialismo e insistían con sinceridad aparente en que
favorecían cualquier forma de inversión privada extranjera que
no buscara privilegios especiales en Colombia. Gómez no po­
día apelar a una larga enumeración de abusos concretos sobre
los cuales basarse para atacar la política del gobierno de Esta­
dos Unidos en Amétrica Latina, aunque reprimía al máximo su
admiración por el segundo Roosevelt. Y endo más atrás, aún no
había olvidado la “toma” de Panamá por el primer Roosevelt y
se había opuesto amargamente al Tratado Urrutia-Thomson5.
Pero aceptó el hecho de que el asunto de Panamá, oficialmente
al menos, era un asunto concluido.
Por último, Gómez tampoco se encontraba dispuesto a repe­
tir la triste historia de las intervenciones militares norteameri­
canas en otros lugares a lo largo de las costas del Caribe. En
realidad, una de las intervenciones de los Estados Unidos que
más enardeció a Gómez, después de Panamá, fue una que los
izquierdistas anti-norteamericanos nunca mencionaron: la pre­
tendida intervención de los Estados Unidos en México en favor
del gobierno revolucionario. Gómez consideraba que desde la
época de Dwight Morrow los Estados Unidos, en forma abier­
ta, habían dado apoyo a un régimen anti-cristiano y socialista
que estaba oprimiendo cruelmente al México verdadero, el
México católico y tradicional. Además, Gómez consideraba
éste como un aspecto único de una antigua tendencia de los

acerca de los asuntos exteriores ha sido repetidamente objeto de


distorsiones.
3. Colombia nacionalista (Medellín), 26 de mayo de 1939.
4. Ver más adel. para discusión posterior de la actitud de Gómez y
otros hacia las industrias bananera y del petróleo.
5. Felipe Antonio Molina, Laureano Gómez, historia de una rebeldía
Bogotá 1940, págs. 216-20.
Estados Unidos por socavar y oponerse a las fuerzas de la
tradición hispana y católica en América Latina67.
Por consiguiente, la desconfianza y la antipatía de Gómez
hacia los Estados Unidos se derivaban en última instancia de lo
que él creía era una diferencia insalvable entre los valores
culturales de América Latina, por una parte, y América sajona,
como a menudo la llamaba, por la otra. América sajona no sólo
era protestante sino materialista de corazón; América Latina
era católica y más sensible a las cosas del espíritu. Este análisis,
escasamente original de Gómez, fue asimismo expresado por
otros colombianos de tendencias políticas diferentes, tales co­
mo el derechista liberal Juan Lozano y Lozano (director de La
Razón)1, cuyas convicciones inmutables en pro de una demo­
cracia política formal y contra cualquier totalitarismo nunca se
cuestionaron. Sin embargo, Gómez proclamó la tesis del mate­
rialismo norteamericano contra la espiritualidad latinoameri­
cana en múltiples ocasiones y con una seguridad obvia. Insis­
tía, sin duda con menos certeza, en que tal posición no lo con­
vertía en anti-norteamericano, que aún encontraba mucho
por admirar en los Estados Unidos. Simplemente creía que la
cooperación entre América Latina y los Estados Unidos sólo
podía darse en áreas de interés concreto mutuo, sobre una base
de respeto mutuo y que nada podría conseguirse con la preten­
sión de que existía una afinidad general de valores y aspiracio­
nes, la cual en realidad no existía. Ya que, culturalmente ha­
blando, los lazos verdaderos de Colombia eran con Europa, no
con los Estados Unidos —y especialmente con el Sur de Euro­
pa. Gómez veía en Alemania la tierra de Martín Lutero, además
de Adolfo Hitler, y aseguraba que Inglaterra aún tenía cuentas
pendientes que arreglar que databan del rompimiento de Enri­
que VIII con Roma y la venganza de Elizabeth I contra el Rey
de España, Felipe II. En cuanto a los franceses, la Francia que
él admiraba, al igual que el México que él admiraba, era la
Francia que en ese momento se encontraba eclipsada por una
tradición revolucionaria que él deploraba.
Por consiguiente, en su enfoque de los asuntos mundiales,
Gómez estaba influenciado más por las antipatías que por las
simpatías. Este camino lo llevó muy a menudo a sopesar una
crítica de las dictaduras del Eje con una crítica correspondiente

6. Braden al secretario de Estado, 27 de abril de 1939, DS 821.


00/1272.
7. Juan Lozano y Lozano, Explicación de Colombia, La República,
3 de octubre de 1939.

40
de los poderes de Europa Occidental, o de los Estados Unidos, y
el resultado fute reforzar la tendencia aislacionista que natural­
mente surgía de su absorción primaria en la política nacional
colombiana. Al mismo tiempo, se encontraba dispuesto a tole­
rar una diversidad considerable de actitudes en cuanto a los
asuntos internacionales entre las filas conservadoras y cierta­
mente no existía en este aspecto una uniformidad tediosa en las
páginas de El Siglo. Este último empleaba los servicios de
noticias Transoceánico Alemán (junto con United Press) y
su propio connentarista de noticias del extranjero Américo
/ atino era simultáneamente un crítico persistente de los Esta­
dos Unidos y generalmente comprensivo de los puntos de vista
del Eje. La página femenina de El Siglo proclamaba con gran
entusiasmo que “Adolfo Hitler también tiene buen gusto”, a
propósito del diseño y los muebles de su retiro campestre en
Berchtesgaden8.
El periódico, de manera característica, minimizaba el inci­
dente que dio lugar al retiro del ministro designado colombiano
en Berlín, al sugerir que éste había sido provocado, al menos en
parte, por el comprensible resentimiento de Alemania, inflama­
da por la hostilidad oficial anti-diplomática de Colombia. Aún
en esa misma ocasión, hasta Américo Latino tuvo que acep­
tar que la protesta de Colombia por la detención arbitraria de
un diplomático extranjero se justificaba técnicamente9, y toda­
vía en otra ocasión —aunque ciertamente no de todos los
días— las columnas editoriales de El Siglo adoptaron una
vigorosa línea anti-nazi. Un ejemplo de lo anterior es el edito­
rial publicado a comienzos de 1939 bajo el extraño título de “El
campo ilímite de la insensatez”, el cual sin lugar a dudas
reflejaba el pensamiento de Gómez en ese instante. Negaba
rotundamente que el conflicto fundamental en la escena mun­
dial fuera entre el nazi-fascismo y el comunismo; era entre la
cristiandad, con el catolicismo a la vanguardia, y el punto de
vista de la vida “pagano y materialista” que era un lazo común
entre el nazismo y el comunismo. “Si Rusia ha sido el principal
campo de batalla y de derrota de la idea cristiana por el enemigo
comunista, Alemania es lo mismo en relación con otro enemi­
go, el paganismo”. El editorial continuaba entonces enumeran­
do las razones de la oposición irreconciliable entre el nazismo y
el catolicismo y daba ejemplos espeluznantes de la propaganda
anti-cristiana de los que hablaban en nombre del nazismo10.
8. El Siglo, 23 de febrero de 1939.
9. El Siglo, 26 de noviembre de 1938.
10. El Siglo, 24 de febrero de 1939.

41
Un editorial como éste bien podría haber aparecido, con
pequeños cambios, en un periódico moderado o de izquierda
liberal. Aún así, una diferencia importante entre el estilo de
anti-nazismo de El Siglo y el estilo liberal era que el órgano
conservador y su editor, Laureano Gómez, no necesariamente
gustaban más de los Estados Unidos simplemente porque no
gustaran del nazismo. Por lo tanto, el embajador Braden, des­
pués de su llegada a Bogotá, expresó su preocupación acerca de
la actitud general de El Siglo, y tan pronto como le fue factible
buscó la oportunidad de reunirse personalmente con Gómez
para estudiar si había la posibilidad de hacer algo para mejorar
la situación. Organizó una entrevista con el conocimiento y la
aprobación previos del presidente Santos y en el transcurso de
la misma se refirió a la animosidad del periódico y especialmen­
te a la de Américo Latino. A esto Gómez respondió en forma
predecible, que ni él ni El Siglo eran anti-norteamericanos.
Aseguró al embajador que los conservadores admiraban a los
Estados Unidos como “a la democracia perfecta”, pero que
consideraban que las culturas latina y anglo-sajona debían
desarrollarse a lo largo de caminos paralelos preferiblemente
antes que compartir el mismo camino. También le puntualizó a
Braden su resentimiento por la política de los Estados Unidos
hacia México. Pero la reunión terminó en forma amistosa y
estableció un precedente para posteriores intentos directos de la
embajada norteamericana por influenciar a Gómez11.
Aunque el periódico de Gómez continuó mostrando ciertos
altibajos de hostilidad, los comentarios que contenía acerca de
los Estados Unidos no fueron nunca tan severos como los aún
peores que tenía para decir (en pocas ocasiones especiales)
sobre la Alemania nazi. En los meses anteriores al estallido de la
guerra, el común denominador de las opiniones expresadas en
El Siglo acerca de la crisis mundial era simplemente que la crisis
no constituía preocupación directa para Colombia. El Siglo
sostenía que América Latina no estaba realmente amenazada
—ni, en efecto, lo estaban los Estados Unidos—, cuyo gobierno
se agitaba en contra del Eje para dar apoyo a su posición políti­
ca en su país y para incrementar sus intereses materiales en^
América Latina, camuflando la rivalidad económica con argu­
mentos ideológicos. El Siglo observaba que esta misma rivali­
dad probaría ser únicamente beneficiosa para los latinoameri­
canos, implicando que ellos podrían poner un antagonismo en

11. Braden al secretario de Estado, 27 de abril de 1939, DS 821.


00/1272.

42
oposición con el otro, con el fin de extraer mejores condiciones
para sí mismos12. Los representantes conservadores dieron con
su voto de confianza, en agosto de 1939, sólido respaldo a la
política interamericana del presidente Santos13, y este grado de
unidad de partido pudo lograrse únicamente con la concurren­
cia de Laureano Gómez; aunque vale la pena notar que los
conservadores en general, y El Siglo en particular, tendían a
darle una interpretación estricta a tal voto. Por encima de todo,
lo relacionaron con la propuesta del Presidente, evidente de por
sí, de que Colombia no podía permitir que su territorio fuese
utilizado para actos hostiles contra el Canal de Panamá y, en
tanto que ellos abrazaban la solidaridad interamericana, prefe­
rían equilibrar tal solidaridad en el momento presente con una
intención común para preservar la neutralidad en relación con
la lucha europea14.

II

La frágil estructura del bipartidismo en la política exterior se


rompió cuando Laureano Gómez procedió a denunciar la De­
claración de Panamá como incompatible con el principio mis­
mo de estricta neutralidad que se suponía debía mantener.
Usando al Senado colombiano, del cual era miembro, como su
foro principal, denunció que la zona de neutralidad establecida
en Panamá era una expansión totalmente injustificable del
concepto de aguas territoriales, lo cual, al parecer, hacía que
Colombia inevitablemente cayera en el remolino de la guerra
europea. La guerra misma, explicó de manera confusa, no era
más que otro episodio en el largo conflicto entre el Norte y el
Sur de Europa; era también una expresión más del materialis­
mo moderno prevaleciente, el cual no podía ser curado simple­
mente por medio de la remoción de un Hitler o un Stalin, y
seguramente sería una guerra larga, que involucraría a más y
más pueblos del mundo a medida que pasara el tiempo. El
único camino seguro para Colombia bajo tales circunstancias
era el de “permanecer en una neutralidad sin requisitos”. Aún

12. Ver v. g., Nemesio García Naranjo, La Agitación en los Estados


Unidos, S., 11 de junio de 1939 y editorial S., 17 de agosto de 1939.
Una interpretación de los motivos de ios Estados Unidos en
términos económicos también fue ofrecida por Lozano (La Repú­
blica, 3 de octubre de 1939).
13. Lo antedicho.
14. Ver v. g., “Cosas del Régimen”, El Siglo, 30 de agosto de 1939.

43
bajo la Declaración de Panamá, la presencia de barcos de
guerra beligerantes “cientos de millas en alta mar”, podría
arrastrar a Colombia a la lucha. Peor todavía: Colombia, aun­
que comprometida por la Declaración a prevenir o castigar una
infracción de la zona de neutralidad, no contaba con los recur­
sos militares para hacerlo. Por lo tanto, lo que la Declaración
realmente quería decir, alegaba, era que Colombia ponía su
propio territorio a la disposición de los Estados Unidos para
utilizarlo en hacer cumplir los términos de la Declaración: “El
día en que un buque alemán, o un buque japonés, o un buque de
cualquier nacionalidad resuelva hacer cualquiera cosa a cierta
distancia del Canal de Panamá, que nosotros perdimos, ¡nos
ofende a nosotros! y tenemos que declarar que eso que perdi­
mos, que ya no es nuestro, tenemos que salir a defenderlo, y
como no tenemos cómo hacerlo, entregaremos nuestros puer­
tos, tenemos que entregar nuestro aire para que los norteameri­
canos se encarguen de prestarnos el favor de defender lo que es
de ellos...”15.
Gómez no se contentó únicamente con atacar virulentamen­
te los términos de la Declaración; también acusó al Gobierno
colombiano de asumir compromisos para los cuales no contaba
con autoridad constitucional, a espaldas del Congreso. Habien­
do dado a entender que iba a Panamá a adoptar medidas para
asegurar la neutralidad, el Gobierno había privado a Colombia
de su propia iniciativa en un convenio de mucho alcance y
básicamente no neutral, el cual venía a ser un “verdadero
tratado de alianza”, algo que bajo la Constitución colombiana
requería de la aprobación del Congreso. Todo esto, concluía
Gómez, formaba parte de un esfuerzo para “destruir el Congre­
so”, significaba la “abolición de la democracia”16.
El rechazo oficial a las acusaciones de Gómez expresado en
el Senado por el ministro de Relaciones Exteriores, Luis López
de Mesa, señalaba de manera acertada que Gómez había exage­
rado crasamente el alcance de lo que se había hecho en Panamá.
Colombia no estaba comprometida en ninguna acción militar
específica en caso de que un buque de guerra, alemán o japonés,
estuviera involucrado en “actividades beligerantes” dentro de
una distancia determinada de sus costas; y mucho menos a
entregar las bases colombianas a los Estados Unidos para ser
utilizadas en la defensa del Canal; de acuerdo con la Declara­
ción de Panamá, Colombia estaba, cuando mucho, comprome-

15. El Siglo, 6 de diciembre de 1939.


16. Ibid.

44
t ida a “consultar” con otras repúblicas americanas acerca de
violaciones de la zona de neutralidad, y López de Mesa sostenía
que tal promesa no era inmoderada en sí misma ni significaba
una obligación de tratado17. Sin embargo, no pudo convencer a
Laureano Gómez. Por el contrario, las declaraciones del diri­
gente conservador en el debate sobre Panamá auguraban algu­
nas críticas más severas que formularía más tarde contra la
política interamericana de Santos.
Mientras el Congreso debatía la Conferencia de Panamá,
consideraba al mismo tiempo una solicitud del Ejecutivo para
obtener facultades extraordinarias en asuntos económicos y
financieros con el fin de afrontar los efectos de la guerra euro­
pea. Las facultades fueron aprobadas sin modificaciones el día
15 de diciembre de 1939 por un período que terminaría el 20 de
. Tales facultades recibieron el apoyo de
julio del año siguiente1819
un número de conservadores moderados, tales como el senador
Francisco de Paula Pérez, un antioqueño de la tradición de la
“Estrella Polar” y abogado de la Tropical Oil Company20.
Asimismo, fueron amargamente rechazadas por Gómez quien
expresaba así su falta de confianza en el Gobierno en un campo
que tenía muy importantes ramificaciones en la política exte­
rior21. Uno de tales vínculos fue sacado a colación por Gómez
cuando afirmó que el mismo aliado que podía necesitar la
colaboración de Colombia para poner en práctica la Declara­
ción de Panamá —v. g. los Estados Unidos— estaba presionan­
do a Colombia para que “aceptara dinero bajo condiciones que
desconocemos y que el Gobierno no desea que averigüemos,
porque exige que le deleguemos todos los poderes para nego­
ciar...”22. Y aunque Gómez no hablaba en forma muy explícita,
sus observaciones podían ser fácilmente interpretadas en el
sentido de que la entrega de la soberanía colombiana, al igual
que en Panamá, se estaba comprando con la oferta de nuevos
créditos de los Estados Unidos.

III

Ningún hecho de importancia real que pudiera perturbar las


relaciones entre Colombia y los Estados Unidos sucedió duran­

17. MemRels (1940), págs. x-xxix.


18. Leyes (julio-diciembre, 1939), págs. 125-27.
19. El Siglo, 14 de diciembre de 1939.
20. Colombia Nacionalista, 10 de marzo de 1939.
21. El Siglo, 14 de diciembre de 1939.
22. El Siglo, 6 de diciembre de 1939.

45
te los primeros meses de 1940. Las negociaciones financieras
entre los dos países, ya muy adelantadas, continuaron sin inte­
rrupción a pesar de las insinuaciones de Gómez acerca de este
tema, y, finalmente, comenzaron a producir resultados concre­
tos en forma de arreglos específicos tanto para la reanudación
del pago de las deudas viejas como para la concesión de nuevos
créditos23. En general, la cooperación militar también continuó
sin novedad, aunque se suscitó una ligera controversia sobre la
autorización concedida por Colombia al escampavía nortea­
mericano Sandpiper de fondear en Tumaco mientras asistía
a dos hidroplanos que estaban participando, por invitación del
Ecuador, en una investigación aérea en la costa de ese país24. El
Siglo trató de mostrar esta pequeña cortesía en términos sinies­
tros25. Sin embargo, cuando el asunto del Sandpiper salió al
primer plano, en mayo de 1940, lo que sucedía en Tumaco fue
opacado fácilmente por la noticia de la ofensiva alemana de
primavera en Europa Occidental.
Américo Latino vio la ocasión propicia para 'expresar, el
25 de mayo de 1940, su preferencia personal por la causa de los
aliados europeos en guerra, “cual es la defensa de la civilización
cristiana’’26. Presumiblemente Gómez creía lo mismo, en caso
de tener que escoger. Pero cuando las victorias alemanas inicia­
les dieron lugar a nuevos temores en los Estados Unidos por la
seguridad del hemisferio, y estos temores a su vez hicieron que
los legisladores norteamericanos expidieran una medida para el
suministro de equipo de defensa por parte de los Estados
Unidos a los países latinoamericanos, el periódico de Gómez se
tornó instintivamente suspicaz. Negando la posibilidad de un
peligro real de una agresión europea contra América Latina, E7
Siglo afirmó en uno de sus editoriales más violentos: “El peligro
está en otra parte. El peligro está en iniciativas como la del
Senado norteamericano, detrás de cuyo proyecto asoma la
cabeza un propósito intervencionista preñado de amenazas
para nuestra soberanía”27.
Tal estallido, podía ser catalogado de neutralista o anti­
norteamericano pero no de pro-nazi en sí mismo. Y la actitud

23. Más adelante.


24. L., 29 de mayo de 1940.
25. Braden al secretario de Estado, 31 de mayo de 1940, DS 821.
00N/63.
26. El Siglo, 25 de mayo de 1940.
27. El Siglo, 31 de mayo de 1940. Acerca del “Proyecto del Senado” al
cual se hace referencia, cf. The New York Times, 29 de mayo de
1940, 14:4.

46
colombiana, en general, aún ante los continuos triunfos alema­
nes que culminaron con la caída de Francia, continuó siendo
pro-aliada. Sin embargo, a mediados de junio, el embajador
Braden creyó poder detectar un cierto cambio en las opiniones
colombianas. Por un lado, había habido un incremento “sor­
prendente” en el sentimiento pro-nazi; y por el otro, los amigos
de las democracias estaban penosamente descorazonados y,
él temía, podrían sentirse cada vez más renuentes a adoptar una
actitud fuerte28.
Algunos colombianos, sin lugar a dudas basados en los éxi­
tos militares alemanes, decidieron después de todo que debería
haber mérito en la ideología nazi; pero en otros casos el ascenso
repentino del pro-nazismo consistió únicamente en esfuerzos
exaltados por parte de los propagandistas y simpatizantes nazis
más importantes y ya activos en este campo. Un ejemplo de
esto último fue una inundación de hojas volantes clandestinas
urgiendo a Colombia a adherir a la causa del Eje y así recuperar
a Panamá, perdido tiempo atrás29. Aun en otros casos lo que
ocurrió no fue tanto un aumento en la simpatía positiva por la
causa del Eje como una simple aceptación de la probabilidad de
una victoria final del Eje, mezclada con cierto regocijo por la
derrota de la Francia anti-clerical y la arrogante Gran Bretaña.
El semanario Ventas, publicado bajo los auspicios de los padres
dominicos de Chinquinquirá, describía a Hitler en dos edicio­
nes sucesivas como un instrumento necesario usado por la
Divina Providencia para castigar a los impíos. En este sentido
lo comparaba con Nabucodonosor, sin intención alguna de
adulación30.
El francófilo colombiano más distinguido, el presidente San­
tos, dio una interpretación un poco diferente a los sucesos
recientes, pero de todos modos se encontraba muy perturbado.
Habló en privado con Braden “del fin del imperio británico y de
Francia derrotada y de rodillas”. El ministro de Relaciones
Exteriores, López de Mesa, por su parte, informó al embajador
que Colombia, a pesar de sus simpatías democráticas, tendría
que adaptarse a las consecuencias materiales de una eventual
victoria alemana31. La creciente circunspección oficial se reflejó

28. Braden al secretario de Estado, 11 de junio de 1940, FR (1940), V.,


60-61.
29. The New York Times, 16 de junio de 1940,28:2.
30. Veritas, 19 y 26 de junio de 1940.
31. Braden al secretario de Estado, 11 de junio de 1940, FR (1940), V.
61. La cita de Santos es una paráfrasis de Braden.

47
claramente en un decreto —expedido inmediatamente después
de un tumulto anti-italiano en Bogotá— prohibiendo rotunda­
mente las manifestaciones en pro o en contra de cualquiera de
los beligerantes32. Aún así, la actitud oficial difícilmente podría
decirse que era de pánico. El gobierno de Santos no estaba
seriamente preocupado de que un régimen nazi victorioso lan­
zara sus fuerzas armadas sobre América Latina; más bien se
concentraría en la penetración económica y en la propaganda33.
Tampoco titubeó Santos en su compromiso básico de colabora­
ción con los Estados Unidos. Por lo tanto, la cooperación
militar continuó y de hecho se intensificó34; y la delegación
colombiana al segundo encuentro consultivo de los ministros
de Relaciones Exteriores americanos, reunido en La Habana
en julio de 1940, otorgó su aprobación a los convenios resultan­
tes, incluidas tanto el Acta de La Habana en relación con la
Administración Provisional de las Colonias o Posesiones Euro­
peas en las Américas, como la Declaración de Ayuda Recíproca
y Cooperación en la Defensa de las Naciones de las Américas.
La primera estipulaba la ocupación de los territorios en cues­
tión en el caso de que hubiera el peligro de que éstos cambiaran
de dueño como resultado de la contienda europea. La segunda
ponía en claro que la agresión de una potencia no americana
contra cualquiera de las naciones americanas sería considerada
como una agresión contra todas ellas. Fue éste el primer conve­
nio de su clase en ser dirigido específicamente contra la agresión
proveniente de fuera del hemisferio, aunque no imponía una
responsabilidad obligatoria de una respuesta militar, sino úni­
camente la consulta35.

IV

A diferencia de la Declaración de Panamá, los acuerdos de


La Habana fueron enviados al Congreso colombiano para su
aprobación, pero ello no fue suficiente para satisfacer al sena­

32. The New York Times, 11 de junio de 1940,2:6 y 12dejuniode 1940,


8:3.
33. Braden al secretario de Estado, 21 de junio de 1940, FR (1940), V.
67-70.
34. Más adelante.
35. Fundación para la Paz Mundial (World Peace Foundation), Docu-
menís on American Foreign Relations, julio 1939-junio 1940, págs.
93-95 y Documents on American Foreign Relations, julio 1940-
junio 1941, (Boston, 1941), pág. 76.

48
dor Laureano Gómez; lo único que logró fue ahorrarle la
necesidad de salir en defensa de las prerrogativas del Congreso
y le permitió concentrar su energía en cuestiones esenciales.
Consideró que el problema de las posesiones europeas plantea­
do en el Acta de La Habana no era de la incumbencia de
Colombia: dichas posesiones habían sido usurpadas a España
en la época colonial, y si otro poder (el cual Gómez no se
molestó en especificar) se apropiara ahora por la fuerza del
botín de los ladrones originales —“si pasan de un explotador a
otro explotador”— la situación básica no habría cambiado. La
provisión de que tales territorios, si fueran ocupados por las
naciones americanas, deberían ser retenidos sólo hasta cuando
pudieran ser devueltos a sus dueños actuales o bien obtener su
independenciai no influyó en su opinión en lo mínimo. La
ocupación preventiva se justificaría únicamente con el fin de
devolverlas al dueño original o a los Estados sucesores de tal
dueño. Por consiguiente, Gómez tuvo cálidos elogios para la
reserva oficial de Argentina al Acta de La Habana, especifican­
do su reclamación por las Islas Malvinas y sugirió que Curazao,
Aruba y Trinidad deberían haber sido señaladas para ser de­
vueltas a Venezuela.
Gómez era igualmente hostil a la Declaración de Ayuda
Recíproca y, en forma más general, al concepto íntegro de la
defensa mutua contra la agresión extra-continental. No renegó
de la anterior aquiescencia conservadora al principio de que el
territorio colombiano no debería ser utilizado como un área de
acción para un ataque al Canal de Panamá, pero negó rotunda­
mente que Colombia tuviera un compromiso, ya fuera legal o
moral, para ir más allá en su ayuda a repeler un ataque al Canal
o a otro territorio americano desde fuera del hemisferio. En
vista de que Gómez previamente había atribuido un carácter
más absoluto a la Declaración de Panamá de lo que en realidad
poseía, en el momento le dio una interpretación muy estricta a
todos los tratados existentes que se relacionaran con la paz del
hemisferio, y no se impresionó en lo mínimo con los argumen­
tos de López de Mesa, quien informó al Senado que Colombia,
aún antes de la reunión en La Habana, ya tenía una obligación
“espiritual” basada en acuerdos formales y, mucho más aún,
para defender el hemisferio en general y el Canal de Panamá en
particular contra la agresión externa. El ministro de Relaciones
Exteriores no hizo mucho por arreglar las cosas cuando trató de
elaborar sus afirmaciones sugiriendo que Colombia, en efecto,
estaba obligada a ofrecer únicamente “defensa espiritual”, que­
riendo decir evidentemente alguna clase de apoyo moral o

49
colaboración que se detenía al borde de la acción militar. En
realidad, la contribución de López de Mesa al debate de los
convenios de La Habana fue tomada por Gómez y otros con­
servadores como prueba de la peligrosa blandura del pensa­
miento del Gobierno y, por consiguiente, como una razón ade­
cuada de la falta de confianza en su política exterior36.
De todos modos, Gómez insistía en que la Declaración de
Ayuda Recíproca de La Habana estaba elaborada para el bene­
ficio de una sola república americana —los Estados Unidos—.
Ninguna de las demás repúblicas se encontraba en peligro de un
ataque extra-continental, y si los Estados Unidos lo estaban
—como él lo admitía— era debido a la posición de no neutrali­
dad obstinada de esa nación desde el comienzo del conflicto
europeo. Citaba como evidencia de esto último, entre otras
cosas, la relación especial existente entre los Estados Unidos y
Canadá, un país abiertamente beligerante. Y hacía esta pregun­
ta: “¿Nos tenemos que sentir automáticamente agredidos y
sufrir las consecuencias de lo que los Estados Unidos hicieron
sin consultarnos ni avisarnos? ¿Por qué? ¿Qué lógica tiene eso,
Excelentísimo Señor?”37.
Gómez sí contaba con alguna lógica de su parte, especial­
mente si se acepta su tesis de que una neutralidad absoluta era
igualmente conveniente y posible. En este sentido, su solución
para la defensa del Canal de Panamá era internacionalizarlo y
neutralizarlo. Quizás tenía menos lógica o al menos era un poco
menos lúcido en su larga diatriba en contra del concepto de la
solidaridad interamericana, siempre presente en su análisis de
los convenios de La Habana en el Senado. Allí repitió el tema
familiar del materialismo anglosajón en contra de la espirituali­
dad latinoamericana y aseguró que en el reino de la cultura de
Los Estados Unidos no había producido todavía a ninguno que
pudiera igualar a los colombianos Miguel Antonio Caro y
Rufino José Cuervo. Para demostrar el antagonismo básico
entre los Estados Unidos y América Latina expuso confusa y a
veces imaginativamente los esfuerzos de los Estados Unidos
por socavar la fibra moral de México desde la época de su
independencia hasta el presente, culminando con el estímulo
dado por los embajadores yanquis a la campaña de persecución
religiosa (sin mencionar la educación sexual en las escuelas
públicas) de la moderna Revolución Mexicana38. Sin embargo,
36. El Tiempo, 13 y 14 de agosto de 1940; El Siglo, 13, 14, 20 y 21 de
agosto de 1940; Anales del Senado, 26 de agosto de 1940.
37. El Siglo, 21 de agosto de 1940.
38. El Siglo, 20 y 21 de agosto de 1940.

50
pulsó varias cuerdas sensibles entre las masas conservadoras.
Un verdadero torrente de telegramas de felicitación inundó las
oficinas de El Siglo; entre ellos había uno que decía: “Si Cristo
señaló camino salvación almas, usted sus discursos Senado
señaló camino salvación Patria...”39.
Todo esto formó parte de un prolongado debate en el Sena­
do acerca de la política exterior, en el transcurso del cual otros
conservadores superaron a Gómez en el tono de sus observacio­
nes. Una de las expresiones más extremas de anti-norteameri-
canismo partió del senador (y más tarde presidente) Guillermo
León Valencia, quien expresó sus propios puntos de vista sobre
el materialismo estadinense, dando rienda suelta a la preocupa­
ción común entre los polemistas conservadores con los “servi­
cios sanitarios” yanquis declarando: “No venimos a sostener
que es la hora de rendirnos al nazismo triunfante, pero yo sí
diría... que tenemos más puntos de contacto con una organiza­
ción política, que quiere en un momento dado organizar el
mundo para que todos tengan las mismas posibilidades, que
con otra que ha considerado que el mundo debe dividirse en
explotadores y explotados; desde este punto de vista tenemos
más esperanza de que la Alemania triunfante realice una revo­
lución de justicia, que con Estados Unidos que continúa viendo
en el ‘dólar’ la cifra y el compendio más alto de su civilización y
su ley”40.
Los partidarios del Gobierno, entre tanto, defendían con­
cienzudamente la conducta de la política exterior colombiana,
incluido el compromiso oficial en la solidaridad interamerica­
na. Pero la estrategia que escogió el Gobierno fue aparentemen­
te la de permitir que los conservadores hablaran hasta el cansa­
do41, y en efecto se permitió a la oposición mantener la
iniciativa en el debate. Al mismo tiempo, la discusión de los
acuerdos de La Habana se enredó completamente con el recu­
rrente debate acerca de una solicitud presentada por Santos al
Congreso para que autorizara un préstamo de 30 millones de
pesos para la defensa42. El objetivo primario era el de permitir

39. El Siglo, 9 de septiembre de 1940.


40. El Siglo, 20 de agosto de 1940. Para una versión un poco diferente,
ver Anales del Senado, 26 de agosto de 1940.
41. Braden al secretario de Estado, 15 de septiembre de 1940, FR
(1940), V. 80..
42. Anales de la Cámara de Representantes, julio 31. 1940. El peso
colombiano tuvo un valor aproximado de US 57 centavos a través
de todo el período materia de este estudio,
la adquisición a crédito de equipo militar en los Estados Uni­
dos; pero los conservadores no tardaron en preguntar si todo
ese dinero se necesitaba realmente para una política de “defen­
sa espiritual”. Esta propuesta parecía una aceptación virtual de
que Colombia, en la práctica, se había comprometido a algo
más que una cooperación “espiritual”; de lo contrario, no era
más que una extravagancia sin sentido. Sea lo que fuere, recibió
duros ataques de voceros de la minoría, tanto en el Congreso
como en la prensa. Para El Siglo, formaba parte integrante de
una “política de docilidad y servilismo” despreciable, cuyo
resultado lógico sería atar a Colombia en forma irrestricta a la
defensa del Canal de Panamá, lo que a su vez significaba la
defensa de los Estados Unidos, “el mismo país que había
mutilado su territorio”43. O en las palabras del representantre
Silvio Villegas —quien para entonces había hecho nuevamente
causa común con Gómez y el grueso del partido conservador—
no había “ni peligro ni probabilidad de una invasión alemana
contra América. Yo creo, que esa es una patraña que se está
explotando con fines exclusivamente expansionistas por parte
de los Estados Unidos y con fines mercantiles y económicos”44.
Según lo explicó otro congresista conservador, los objetivos
económicos naturalmente implicaban el deseo de los Estados
Unidos de deshacerse de una cantidad de “chatarra” en forma
de armas anticuadas para Colombia45.
Otra complicación del momento fue el hecho de que el
Partido Liberal se estaba hundiendo en la discordia entre los
seguidores de Santos y los del ex-presidente López; los segun­
dos ya estaban maniobrando para obtener la reelección de
López en 1942. López y sus principales seguidores no se opo­
nían a la solidaridad hemisférica ni a la cooperación con los
Estados Unidos, aunque criticaban los préstamos para la defen­
sa porque consideraban que los recursos de Colombia, así
como cualquier ayuda de los Estados Unidos en materia de
finanzas, deberían dedicarse antes que nada al desarrollo eco­
nómico interno. Sobre todo, los topistas se sentían inclinados a
hostigar al Gobierno por razones de política nacional y por
consideraciones netamente tácticas; pero aún así, su actitud fue
un obstáculo más para un enérgico liderazgo ejecutivo. No
obstante la proposición del préstamo —que por lo menos con­

43. El Siglo, 7 de septiembre de 1940.


44. El Siglo, 7 de septiembre de 1940.
45. El Siglo, 5 de septiembre de 1940, contiene las observaciones del
representante Rafael Azula Barrera.

52
taba con el apoyo vehemente de los militares colombianos— se
convirtió en ley antes de la clausura del Congreso. En su forma
definitiva, estipulaba que la suma de la deuda causada podría
subir hasta los 50 millones de pesos46. Un senador lopista había
tratado de introducir una enmienda asignando parte de los
réditos para el desarrollo agrícola, pero su propuesta no pros­
peró y al final la facción de López se puso de parte del Gobier­
no47. Los acuerdos de La Habana tuvieron menos suerte. Esta­
ban todavía pendientes cuando el Congreso clausuró sus
sesiones para ese año y apenas fueron ratificados formalmente
en 194148.
En lo único en que los dos bandos liberales lograron ponerse
de acuerdo fue en que los conservadores se habían vuelto
obstruccionistas en el ámbito de las relaciones internacionales,
bajo la influencia de las noticias de Europa. El voto de confian­
za de los conservadores a la política interamericana de Santos,
en agosto de 1939, contrastó con su actuación en el Congreso
un año más tarde y parecía obvio (para los liberales) que las
victorias de Hitler eran la causa de la diferencia49. Esta interpre­
tación pasaba convenientemente por alto la campaña de Gó­
mez en contra de la Declaración de Panamá, campaña empren­
dida varios meses antes de la caída de Francia; pero la embajada
de los Estados Unidos, entre otros, tendía a compartirla50. Has­

46. Revista Javeriana, XIV(octubre, 1940), “Suplemento”, 178; Braden


al secretario de Estado, 24 de octubre de 1940, DS 821.00/1301, y 28
de octubre de 1940, DS 821. 51/2553; Leyes (julio-diciembre 1940),
pág. 108. La referencia hecha a la actitud de los militares no debe ser
tenida como necesariamente explicativa de la aprobación de la
medida, ya que la influencia de los militares en Colombia estaba
definitivamente limitada en este punto; el deseo de Santos de
mantener a los generales y coroneles ocupados y satisfechos al
mismo tiempo, puede, sin embargo, haberlo inducido a trabajar
más vigorosamente por la medida de defensa queporel Acuerdo de
La Habana. (Por razones que se verán en el próximo capítulo, la
medida nunca fue realmente utilizada).
47. El Siglo, 26 de enero de 1941, el cual comenta sarcásticamente
acerca de las inconsistencias de la facción López.
48. Leyes (julio-diciembre 1941), págs. 31-42.
49. Este punto se hizo notar, v. g., en un extenso manifiesto de las
“Mayorías Liberales” tanto del Congreso como de la Cámara al
comienzo de una nueva sesión el 24 de julio de 1940. Lo que suce­
dió más tarde en la sesión, simplemente fortaleció la convicción
de los liberales.
50. Braden al secretario de Estado, 26 de marzo de 1941, DS 821.
00/1319.

53
ta el embajador Braden comenzó abiertamente a atribuir sim­
patías pro-nazis a Laureano Gómez —al igual que muchos de
sus críticos más severos ya lo venían haciendo—, basándose no
solamente en sus declaraciones en el Senado y en la política
editorial de El Siglo, sino también en su asociación conspicua
con los ministros de Alemania y España y con otros elementos
indeseables51.
El caudillo conservador aún no había hecho profesión
abierta de su apoyo a la causa del Eje; una profesión tal no se
había dado todavía en Colombia. En realidad, los Estados
Unidos aún tenían numerosos amigos en el campo conservador
y especialmente entre sus estadistas más nombrados. Según lo
expresó Braden, quizá en forma un poco exagerada, los conser­
vadores inteligentes de la clase alta difieren con Gómez pero las
masas del partido parecen estar siguiéndolo con mucho entu­
siasmo”52. Los oligarcas conservadores pro-norteamericanos
simplemente preferían no enredarse por el momento con Lau­
reano y permanecieron callados entre mediados y finales de
1940, mientras los estallidos anti-británicos y anti-norteameri-
canos se tornaban monótonamente rutinarios en El Siglo y en
algunos órganos conservadores departamentales, como El De­
ber, de Bucaramanga y El Eígaro, de Cartagena. Cuando el año
estaba para terminarse, el ambiente se encontraba cargado de
rumores de un posible golpe conservador que se llevaría a cabo
con la ayuda de las dictaduras europeas53; ya sea que Gómez se
hubiera convertido en nazi o no, no hay razón para dudar
de que se hubiera sentido justificado para seguir el ejemplo de
Franco. Estaba preparado para habérselas con cualquiera de
los dos sectores en la lucha mundial o con ambos simultánea­
mente si con eso podía adelantar sus objetivos políticos nacio­
nales. Pero las condiciones no eran tan favorables como en
España; no se intentó ninguna rebelión y la medida exacta de la
verdad detrás de los rumores nunca se pudo establecer.
Sin duda, el mero hecho de que tales informes estaban
circulando y podían ser tomados en serio, fue un indicativo más
del impacto en Colombia de las conquistas alemanas en Europa
Occidental. Asimismo, había sugerencias e insinuaciones varia­
51. Ver, v. g., despachos citados en notas 46 y 50 antedichas, y Braden
a Welles, 9 de octubre de 1941, DS 821. 00/1369.
52. Braden al secretario de Estado, 15 de septiembre de 1940, FR
(1940), V. 81.
53. James H. Wright, Encargado de Negocios Interno al secretario de
Estado, 3 de octubre de 1940, DS 821.00/1297; Braden al secretario
de Estado, 19 de diciembre de 1940, DS 821. 00/1305.

54
das flotando en el ambiente, en el sentid^0 de que Tercer Reich
muy pronto sería de nuevo un mercaad° acdvo para el café
colombiano y una fuente de importaci<
* ones necesarias. Un ru­
mor de este tipo, debidamente recogidc0 en Prensa conserva­
dora decía que Alemania estaba ofrecc’en^° comprar toda la
existencia de café de Colombia pagandJ0 en oro’ equipo militar
y otras mercancías. Los productos al3emanes supuestamente
serían embarcados bien directamente aa través del Atlántico en
grandes aviones de carga o bien enviad^os a través de España o
de Rusia54. La moraleja que debía sacrarse de estas cosas era,
obviamente, que Alemania era una fuerrza muy importante que
había que tener en cuenta y que Colompb’3’ Por 1° tanto, haría
bien en no atarse en forma exclusiva e ¡i
rrevocablea los Estados
*
Unidos.

V
Como se expresó anteriormente, Laaureano Gómez y sus le­
giones conservadoras no se encontrab?an s°l°s creándole difi­
cultades al gobierno de Santos en el ámbito de la política exte­
rior. Alfonso López era igualmente un f problema. López no era
fundamentalmente anti-norteamericanno’ much° menos pro­
nazi; pero él y sus adictos eran anti-Saant°s Y no consideraban
que la conducción de los asuntos exteri.^res debería ser tratada
como un santuario privilegiado. Sus criticas se dirigían más a
detalles de ejecución que a objetivos y g£u*as de Ia política y, por
lo tanto, diferían cualitativamente (así * como cuantitativamen­
te) de las críticas de Gómez. Sin embarfS0’ ta*es críticas crearon
serios problemas al Gobierno, especi.;*a^mente porque hacían
parte de una lucha más amplia por el ccontr°l del partido liberal
gobernante.
Durante algún tiempo, la oposicié°n lopista a la política
exterior de Santos fue poco más quee una tendencia oculta,
opacada fácilmente por los resueltos ataques conservadores.
Tal oposición se formuló claramente yY se convirtió en el tema
central de discusión política apenas enn enero de 1941, después
de que López regresó a Colombia de unna prolongada visita a los
Estados Unidos. El ex-presidente exp^
* có entonces su propia
posición en una serie de discursos tant<to de primer orden como
secundarios, de los cuales el más significativo fue pronunciado

54. Braden al secretario de Estado, 21 de jJun*° de 1940, FR (1940), V.


67; The New York Times, 16 de agoPsto de 1940, 5.3, El Deber
(Bucaramanga), 3 de octubre de 1940. •

55
en un encuentro político en el Hotel Granada, en Bogotá, el 24
de enero. El discurso del Hotel Granada no se refería exclusiva­
mente a la política exterior, pero las afirmaciones de López al
respecto atrajeron mucho la atención.
En su discurso, López buscaba reclamar para sí un sensato
término medio entre dos posiciones extremas, las que obvia­
mente atribuía al gobierno de Santos y a la oposición conserva­
dora, respectivamente: “Entregar la suerte de Colombia ligada
a la suerte de los Estados Unidos... o practicar una gimnasia
matinal de sospecha, rencor, desconfianza, odio”55. Dijo que
no existía una contradicción necesaria entre los intereses de
Colombia y los de los Estados Unidos. Se quejaba, sin embar­
go, de que Colombia y en general los países latinoamericanos
estaban dejando la iniciativa en sus relaciones mutuas a los
Estados Unidos, con el resultado de que sus propias necesida­
des y puntos de vista no recibían la consideración adecuada. No
sólo esto, sino que la meta deseable de la solidaridad continen­
tal se estaba persiguiendo con “procedimientos eminentemente
peligrosos”. López explicó que lo que el quería decir con esto
era que las naciones latinoamericanas estaban “adquiriendo
obligaciones muy serias e imprecisas”, basadas en decisiones ad
hoc tomadas precipitadamente al enfrentar cada nueva crisis, y
en respuesta a cada nuevo fait accompli de la política de los
Estados Unidos que se presentaba a las repúblicas hermanas
para su aprobación.
Este último análisis era notablemente similar al de Laureano
Gómez, pero López ofrecía una solución diferente. Como quie­
ra que él rechazaba una retirada hacia el aislamiento, proponía
la sustitución de una jurisprudencia “permanente” por una
jurisprudencia ad hoc en el campo de la seguridad interame­
ricana. Esto podía lograrse idealmente en la forma de su pro­
puesta favorita de una Liga Americana de Naciones. Pero de un
modo u otro, se hacía necesario redactar acuerdos inequívocos
por adelantado para enfrentar, digamos, el problema de la
agresión extracontinental. Podría definirse inconfundiblemen­
te lo que constituyera tal agresión y especificarse claramente las
sanciones aplicables, ya fuera que se hicieran cumplir “conjun­
tamente o por medio de una delegación explícita”. Al mismo
tiempo López se quejaba de que los acuerdos ad hoc existentes
estaban excesivamente orientados hacia la “solidaridad políti­
ca”, la cual era del interés de los Estados Unidos, en contraposi­

55. L., 25 de enero de 1941. Citas subsiguientes del discurso del Hotel
Granada, y referencias al mismo, se basan en esta misma fuente.

56
ción con la “cooperación económica”, la que fundamentalmen­
te beneficiaría a América Latina. Aunque los Estados Unidos
habían prometido ya durante la Conferencia de Panamá que
ambos aspectos serían inseparables y de igual importancia, los
latinoamericanos consideraban que tal promesa no se había
cumplido.
Volviendo al caso específico de Colombia. López expresaba
reservas poderosas sobre el proyecto de préstamos para la
defensa recientemente aprobado, el cual “no garantiza la defen­
sa contra el tipo de ataque que se contempla y el cual se declara
posible como argumento para apoyar su necesidad”. En efecto,
tal préstamo sería supremamente inadecuado para hacer frente
a una amenaza de agresión mayor; y tal medida no debería
haber sido adoptada sin antes determinar en forma realista
cuáles eran las capacidades de Colombia y si existían otros
medios de defensa “además de los puramente militares”, para
los cuales también podría obtenerse ayuda externa. Al respecto,
la embajada de los Estados Unidos entendió que López perso­
nalmente creía que Colombia debería conceder bases militares
a los Estados Unidos en lugar de pretender soportar el peso de
su propia defensa, y recibir a cambio compensación financiera
que podría ser utilizada para reforzar la economía nacional56.
Por razones políticas semejante posición no podía ser apoyada
públicamente pero aún así López aclaró su convencimiento de
que el gobierno de Santos estaba desaprovechando una oportu­
nidad dorada de regatear la ayuda económica en sus tratos
político-militares con los Estados Unidos. No hizo ninguna
referencia a un préstamo que ya había sido concedido a Colom­
bia el año anterior por el Banco de Exportación e Importación,
aunque obviamente lo consideraba inadecuado. Sí mencionó el
convenio cafetero adoptado en noviembre de 1940 por las
naciones productoras latinoamericanas en cooperación con los
Estados Unidos con el propósito de restringir las exportaciones
y así sostener el precio (el cual había bajado drásticamente
durante el primer año de la guerra europea)57. Sin embargo,
utilizó este convenio para ilustrar la insuficiencia básica de la
política colombiana, ya que dicho pacto había sido diseñado
únicamente para atender a una emergencia pasajera, cuando
Colombia debería estar buscando vigorosamente todos los me­
dios para estimular la diversificación y el desarrollo industrial

56. Braden al secretario de Estado, 3 de febrero de 1941, DS 821.


00/1309.
57. Más adelante.

57
como soluciones a largo plazo de la condición de dependencia
económica y empobrecimiento de la nación. El discurso de
Alfonso López en el Hotel Granada provocó un contraataque
inmediato por parte del Gobierno, cuyo principal vocero en
esta ocasión fue el ministro de Hacienda, Carlos Lleras Restre­
po. El ministro había soportado el peso de las críticas de López,
puesto que era el principal consejero económico y financiero
del presidente Santos y había participado directamente en algu­
nas de las negociaciones más importantes de Colombia con los
Estados Unidos. Lleras Restrepo, sin profundizar en una defen­
sa pormenorizada de la cooperación política y militar per se, se
propuso demostrar que Colombia, en efecto, había obtenido un
quid pro quo económico adecuado, mencionando no sólo el
convenio cafetero y el préstamo del Banco de Exportación e
Importación, sino también el apoyo moral dado por el gobier­
no de los Estados Unidos, con motivo de la protesta del Conse­
jo Protector de Tenedores de Bonos Extranjeros, al reciente
arreglo de los préstamos pendientes de 1927 y 1928. También
señaló, con suficiente razón, que existía un límite práctico a la
cantidad de ayuda económica que Colombia podía utilizar en
forma eficiente en un momento dado, o que podía pagar en
forma adecuada más adelante58.
A su vez, la facción de López trató de demostrar que los
logros enumerados por Lleras Restrepo eran tan beneficiosos
—si no más— para los Estados Unidos como para Colombia.
La estabilización cafetera servía para restringir la fluctuación
ascendente y descendente del precio en el mercado; los nuevos
créditos servían simplemente para pagar las mercancías nortea­
mericanas, etc., etc.59. Existía una tonalidad discernible de
antinorteamericanismo en el debate, especialmente entre los
adherentes de López más inclinados a la izquierda, mientras
que el ataque lopista en general buscaba infundir en Santos más
que nunca el temor de aparecer como servil de los Estados
Unidos y, por lo tanto, contribuir al ambiente de indecisión
exhibido a menudo por su gobierno60. Sin embargo, la contro­
versia López-Santos no ocupó por mucho tiempo el centro del
escenario. Santos no podía legalmente ser candidato para suce-
derse a sí mismo en el siguiente período presidencial y ningún

58. L., 30 de enero de 1941.


59. Ver especialmente L., 9 de marzo de 1941, para un análisis de Jor­
ge Zalamea, antiguo secretario privado de López.
60. Braden al secretario de Estado, 10 de marzo de 1941, DS 821.
00/1317.

58
otro candidato liberal en potencia llegaba a igualar la fuerza
popular y política de López, la cual se demostró una vez más
por medio de un gran empuje lopista en las elecciones para el
Congreso, en marzo de 194161. Una vez que la lógica de esta'
situación quedó suficientemente clara, se dio una tendencia
creciente entre los liberales a cerrar filas, al menos temporal­
mente, en preparación de la batalla que se avecinaba contra el
enemigo conservador, batalla en la cual Alfonso López avanza­
ría como campeón de la política exterior de Eduardo Santos62.

VI

Innecesario decir que el enemigo conservador había sido ob­


servador entusiasta de la disputa interna de los liberales. Los
voceros conservadores señalaban alegremente que López esta­
ba sencillamente repitiendo las críticas que ellos habían estado
formulando todo el tiempo. Sin embargo, no le dieron la bien­
venida a la congregación de los pensadores patriotas ya que
rehusaron aceptar su sinceridad. López, “símbolo de la antipa­
tria”, según fue llamado en el título de un editorial de El
Siglo63, era el mismo hombre que como Presidente había firma­
do un tratado de comercio recíproco con los Estados Unidos,
lesivo para los productores colombianos; que había sido amigo
de los promotores del petróleo y de los financistas de Wall
Street y cuyo historial anterior, para resumir, hacía imposible
tomarlo en serio en su actual papel de defensor de los intereses
colombianos. Los conservadores también habían adivinado en
ciertas declaraciones de López (no tanto en aquellas contenidas
en el discurso del Hotel Granada), su buena voluntad para
vender regalada lo que quedaba de la política de neutralidad
colombiana, y esta fue una razón más para dudar de que fuera
un aliado sincero en la lucha contra el imperialismo norteame­
ricano64. Ultimos pero no menos importantes, Gómez y otros
conservadores no tenían el mínimo deseo de contribuir al em­
puje de López por la reelección. Desde su punto de vista, sin
hacer caso de si se tenía o no en cuenta la política exterior, el
sector santista del liberalismo era un mal menor.

61. El Tiempo, 17 y 18 de marzo de 1941.


62. Más adelante.
63. El Siglo, 4 de marzo de 1941.
64. La Patria (Manizales), 20 de enero de 1941; El Siglo, 25 y 26 de
enero, 12 de febrero y 13 de marzo de 1941.

59
Sin embargo, la tarea de comentar el debate de los liberales
sobre política exterior dio a los voceros conservadores muchas
y magníficas oportunidades para dirigir insultos de su propia
cosecha contra Washington. Dijeron poco o nada de sustancia
que no hubieran dicho antes, pero todavía existían algunos
detalles que causaban sorpresa. Por ejemplo, la entrevista con­
cedida a La Patria de Manizales por Laureano Gómez, publica­
da también en su propio periódico sólo dos días después del
discurso de López en el Hotel Granada. El titular rezaba:
“López regresa al país saturado con la propaganda judía de los
Estados Unidos”. En verdad, la entrevista no era muy intere­
sante por lo que decía de López, pero en ella Gómez describía a
los Estados Unidos como ya abiertamente beligerantes en la
guerra europea y agregaba en forma brusca que “en Gran Bre­
taña, al igual que en los Estados Unidos, el gobierno está con­
trolado virtualmente por elementos sionistas, lo cual alimenta
el conflicto” Gómez observaba que la obra de Hitler era nada
menos que “gigante” y que su contribución más grande había
sido la sustitución del “patrón trabajo” por el patrón oro, “el
cual constituía el arma de la opresión semítica en el mundo”. El
dirigente conservador agregaba que no había necesidad de
expresar opiniones acerca de los sistemas de gobierno de las
potencias del Eje —cada nación escoge el sistema que mejor le
convenga— y que la democracia sobreviviría incluso a una
victoria del Eje. En realidad no existía el peligro de que Alema­
nia estableciera una hegemonía mundial, por encima de lo que
sucediera en Europa, ya que Japón y Norteamérica evitarían
que aquéllo ocurriera65.
Esta curiosa entrevista reveló a Gómez en su punto más
débil, como comentarista de los asuntos mundiales y el nivel
general de argumentación de El Siglo no era tan malo. Todavía
era posible encontrar criticas ocasionales al Eje —o palabras
amables para los Estados Unidos— en el periódico. Pero éstas
eran contrarrestadas fuertemente por la tendencia del pensa­
miento negativo y uno puede imaginarse, por lo tanto, la sor­
presa de los lectores habituales cuando abrieron la edición del
23 de marzo de 1941 y encontraron el editorial principal rebo­
sante de Buena Vecindad. Titulado “El discurso del embajador
norteamericano”, tratábase de un comentario elogioso a un dis­
curso que Braden acababa de pronunciar con ocasión de una vi­
sita de investigación económica a Colombia, realizada por re­
presentantes del National Research Council (Concejo Nacional

65. El Siglo, 26 de enero de 1941.

60
de Investigación). La columna de Américo Latino del mismo
día mostraba un espíritu similar, con un tratamiento amistoso
hasta para la más reciente de una serie ininterrumpida de visitas
militares de alto nivel entre Colombia y la Zona del Canal66. Al
día siguiente, Américo Latino fue casi rapsódico: “La causa
de la América unida no debe perecer. Al contrario, hoy más que
nunca es necesaria tal unión, porque ha sonado en el gran reloj
de los destinos humanos la hora de la supremacía del nuevo
continente sobre un mundo antiguo y caduco que se despedaza
entre sí. En virtud del cambio de escenario que los naturales
desenvolvimientos de la civilización traen consigo, es deber de
nuestro hemisferio aunar esfuerzos para hacer efectivo y general
este predominio, siguiendo el penacho blanco de la gran repú­
blica del Norte, y apoyándola moralmente para que siga por los
senderos de la paz’’67.
Existe una interesante historia detrás de este cambio de
opinión repentino. El Siglo venía sintiendo, desde hacía algunas
semanas, el apuro financiero provocado por un continuo retiro
de publicidad de productos norteamericanos, tales como los
cigarrillos Camel y el Vick Vapo-Rub. El Siglo también se
enteró por intermedio del agente en Bogotá de su abastecedor
de papel periódico, que era otra firma norteamericana, que la
oficina de Nueva York había hecho averiguaciones acerca de
las inclinaciones supuestamente pro-nazis del periódico. Al
mismo tiempo, Gómez se enteró de que la embajada estadinen-
se tenía sus sospechas contra él; aparentemente Gómez y algu­
nos de sus asociados decidieron que era necesario tomar acción
preventiva antes de que se les impusiera una cuarentena total.
El resultado fue una reunión, el 20 de marzo, entre Gómez y su
colaborador cercano, José de la Vega, (co-fundador de El Siglo)
con el embajador Braden y otro funcionario de la embajada en
casa de una tercera persona amiga. Gómez aprovechó la opor­
tunidad para presentar algunas quejas contra Alfonso López y
para recordar a Braden el tratamiento poco amistoso que Ló­
pez había dado a la United Fruit Co.; pero la reunión se dedicó
especialmente a reclamos y negativas de los alegatos de la
prensa norteamericana de que Gómez y El Siglo eran pro-nazis.
Laureano se mostró sorprendido de que alguien pudiera consi­
derar sus discursos en el Senado como anti-norteamericanos y

66. El Siglo, 23 de marzo de 1941. Sin embargo, esta edición todavía


contenía un ataque al “imperialismo de América sajona” en otro
artículo de Francisco José Fandiño Silva.
67. El Siglo, 24 de marzo de 1941.

61
negó que hubiera tenido tratos con los ministros de Alemania y
España (lo que era contrario a las observaciones del personal de
la embajada). Por su parte, Braden no trató de ocultar el hecho
de que él tenía sus dudas acerca de la sinceridad de la amistad de
Gómez pero negó que El Siglo hubiera sido colocado en la lista
negra por el gobierno de los Estados Unidos. Sugirió que la
pérdida de la publicidad era el resultado de una reacción natu­
ral de los patrióticos hombres de negocios norteamericanos al
leer El Siglo y sacar sus propias conclusiones68.
Obviamente, esta última explicación era un tanto falsa, ya
que probablemente muy pocos funcionarios responsables de la
publicidad de los negocios norteamericanos en El Siglo habían
leído alguna vez una copia del periódico. En realidad, el mismo
Braden había enviado un informe al Departamento de Estado,
en el mes de agosto anterior, en el que comentaba acerca de la
cantidad de regalías que por concepto de anuncios recibía El
Siglo de fuentes norteamericanas, ya fuera a través de las
agencias de publicidad de los Estados Unidos (que normalmen­
te preferían tener cobertura de prensa tanto liberal como con­
servadora), o a través de los representantes de ventas colombia­
nos (especialmente si éstos eran por casualidad conservadores).
Braden observaba que, en contraste, el diario topista El Liberal
y el semanario Estampa parecían estar recibiendo una propor­
ción menor, a pesar de asumir una actitud más amistosa hacia
los Estados Unidos. Braden decía que enviaba esta información
para el caso de que las compañías norteamericanas desearan
hacer algo con ella69; y sería difícil documentar una relación
causal entre un informe como éste y las cancelaciones que
finalmente ocurrieron. Sin embargo, sería aún más sorprenden­
te que los puntos de vista del embajador acerca de este asunto
no hubieran tenido ningún efecto, especialmente cuando él
mismo tenía magníficas relaciones personales con la comuni­
dad de negocios. Tampoco El Siglo fue el único órgano conser­
vador que sufrió la pérdida de la publicidad norteamericana. La
Patria de Manizales, cuya política editorial era muy similar,
tuvo la misma dificultad. En cierta medida, sucedió lo mismo a
El Colombiano de Medellín, principal portavoz del estableci­
miento conservador antioqueño, que había publicado en forma
ocasional artículos anti-norteamericanos, pero que de ninguna

68. Braden al secretario de Estado, 26 de marzo de 1941, DS 821.


00/1319.
69. Braden al secretario de Estado, 16 de agosto de 1940, DS 821.
000N/137.

62
manera podía ser clasificado como anti-norteamericano o pro­
nazi70. De hecho, El Colombiano era uno de los pocos periódi­
cos conservadores que habían expresado recelo contra el régi­
men de Franco en España precisamente debido a la forma
como el hispanismo oficial estaba siendo utilizado de vehículo
para la penetración ideológica nazi-fascista en América
Latina71.
De todas maneras, la presión económica del imperialismo
yanqui era demasiado fuerte para que El Siglo la pudiera sopor­
tar. Gómez prometió a Braden que clarificaría su amistad
por medio de cambios en la política editorial y, como ya se ha
dicho, cumplió su palabra. Braden no se mostró muy impresio­
nado y llamó a Gómez un “convertido por conveniencia” pero
consideraba que su buena conducta debía ser recompensada sin
tener en cuenta su motivación, y que por el momento se podía
alentar a los anunciadores a reasumir su patrocinio de El Siglo.
Asimismo, el episodio sirvió a Braden para confirmar su punto
de vista de que los conservadores, en el caso de que regresaran
al poder mientras las condiciones internacionales favorecieran
a los Estados Unidos, ofrecerían en esencia la misma coopera­
ción que recibían de los liberales en ese momento; el simple
interés egoísta, posiblemente tanto personal como nacional,
haría que esto fuese así72.
El efecto de la discusión entre Gómez y Braden y de las
dificultades de El Siglo que le precedieron, se diluyó finalmente
y tuvo que ser reforzado con nuevas insinuaciones y presio­
nes73. Más aún, el cambio de actitud de El Siglo nunca fue total.

70. Keith al secretario de Estado, 29 de marzo de 1941, DS 821.


00/1322.
71. El Colombiano (Medellín), 10 y 23 de enero de 1941.
72. Braden al secretario de Estado, 26 de marzo de 1941, DS 821.
00/1319. Era extensivamente conocido que El Siglo había recibido
alguna ayuda financiera de fuentes alemanas (Fluharty, Dance oj
the Millions, pág. 62), pero aún si Gómez hubiese deseado confiar
en dádivas regulares de los nazis para resarcirse de la pérdida de la
publicidad norteamericana, ésta no era realmente una solución
satisfactoria. Como lo expresó Braden, la reputación de ser un
mero propagandista pagado por el Eje dañaría su influencia políti­
ca en Colombia; y Hitler a duras penas podría haber suministrado
papel periódico si aquél fuera cortado también.
73. El caso extremo, quizás, fue el rechazo temporal de un permiso de
exportación para papel periódico en junio de 1942. Sin embargo,
precisamente en ese momento, el sistema para controlar las asig­
naciones de papel periódico se encontraba todavía en proceso de

63
Pero fue lo suficientemente apreciable como para llamar la
atención general y por fortuna todavía era evidente en el mo­
mento de la invasión alemana a la Unión Soviética, en junio de
1941. Casi en vísperas de la invasión, Américo latino escri­
bió que si la guerra llegara al hemisferio occidental, América
Latina tendría que estar necesariamente al lado de los Estados
Unidos. “Fuera de la solidaridad y aun de la cooperación
interamericana”, proclamaba, “no hay salvación”74. Cuando el
ataque ocurrió, se presentó una fuerte tendencia aun entre los
anti-nazis resueltos a mirar la lucha en el Oriente y en el
Occidente bajo un cristal muy distinto. Enrique, el hermano del
presidente Santos, quien en El Tiempo y bajo el seudónimo de
Calibán era el columnista político más importante del país,
consideraba a la Unión Soviética, al igual que gran cantidad de
colombianos, como algo peor que la Alemania nazi. Ahora
expresaba la esperanza de que Alemania y Rusia se aniquilarían
convenientemente la una a la otra75. El Liberal, como portavoz
de la facción lopista, propaló el concepto de que una victoria
sobre Hitler produciría una clara tendencia liberalizante dentro
de la Unión Soviética; sin embargo, anotaba en un editorial que
“los hombres libres del mundo tendrían dificultad en aceptar el
hecho de que ahora Rusia fuera su aliado”76. Haciendo un
balance, era obvio que la cruzada anti-soviética de Hitler había
mejorado su reputación aun en el campo liberal77. Lo mismo
tenía que ocurrir, y en medida mucho mayor, entre los conser­
vadores. Bajo estas circunstancias, la reacción de Gómez y sus
asociados fue sorprendentemente limitada. El primer comenta­
rio real en El Siglo provino de Américo Latino quien obser­
vaba que el motivo principal para que Hitler atacara a Rusia
era asegurar la protección de su retaguardia para luego poder

estudio. Después de septiembre de 1942, las asignaciones específi­


cas dentro de Colombia fueron realizadas por el gobierno, sin la
participación de los Estados Unidos. Ver. E., 15 de diciembre de
1943, para una copia de la solicitud de El Siglo rechazada en
página 1, y también Arthur Bliss Lañe, embajador ante Colombia,
al secretario de Estado, 16 de diciembre de 1943, DS 821.00/1640.
74. El Siglo, 16 de junio de 1941.
75. El Tiempo, 25 de junio de 1941. Un editorial en el periódico El
Espectador expresaba en esencia el mismo deseo (E., 23 de junio de
1941).
76. L., 22 y 27 de junio de 1941.
77. Braden al secretario de Estado, 2 de julio de 1941, FR (1941), VII,
13-14.

64
atacar las Islas Británicas, y que la plática de “liberar a Europa
y al mundo de los bolcheviques era pura propaganda”. Al
mismo tiempo, se lamentaba de que el comunismo fuera a
obtener nueva respetabilidad en su status como aliado en con­
tra de Hitler; en artículos posteriores opinó que el comunismo
era, en últimas, un peligro mayor que el nazismo y que no
importaba cuan falsos fueran los motivos de Hitler, que su
lucha en contra de los soviéticos no podía inspirar otra cosa que
cierto grado de apoyo78. A pesar de todo, el respaldo restringi­
do de El Siglo a Hitler en el Este (de lo cual eran representativos
los comentarios de Américo Latino) no trajo automática­
mente consigo un regreso a la anterior variedad de retórica en
contra de los anglosajones. Es probable que la vigilancia del
embajador Braden y el patriotismo de los ejecutivos de Vick
Vapo-Rub merezcan encomio por este resultado.

78. El Siglo, 26, 27 y 30 de junio de 1941.

65
IV. DEFENSA Y ASUNTOS RELACIONADOS

Las controversias de todos los matices que menudeaban so­


bre el tópico de la política exterior colombiana —como ya lo
hemos examinado en el capítulo inmediatamente anterior— hi­
cieron que el presidente Santos sopesara cuidadosamente sus
actos en sus tratos con los Estados Unidos, a veces con dema­
siado cuidado, según la opinión de funcionarios norteamerica­
nos. Sin embargo, este exceso de precaución, mientras existió
de hecho, realmente tuvo que ver con los métodos y con las
circunstancias antes que con la política fundamental. En la
práctica y a pesar de la crítica nacional, la cooperación colom-
bo-norteamericana continuó dándose en un frente incluso más
amplio.

En el ámbito militar, el período que siguió a la caída de Fran­


cia presenció un esfuerzo concertado por parte de los Estados
Unidos para multiplicar e intensificar sus programas de coope­
ración con América Latina. En efecto, antes del derrumba­
miento final del frente Occidental en Europa, los Estados Uni­
dos habían tomado la iniciativa al proponer conversaciones
bilaterales especiales con la mayor parte de las repúblicas lati­
noamericanas, incluida Colombia. El propósito de tales con­
versaciones era determinar hasta qué punto estaban dispuestos
los diferentes países del hemisferio a comprometerse en esfuer­
zos comunes de defensa en vista de la cambiante situación
mundial. Se presentó una proposición a tal efecto al Ministerio
de Relaciones Exteriores de Colombia el 23 de mayo de 1940, la
cual fue formalmente aceptada por el presidente Santos al día

66
siguiente1. Funcionarios del Estado Mayor Militar norteameri­
cano viajaron entonces a Bogotá, en junio, para asistir a una
ronda inicial de conversaciones con funcionarios colombianos;
tuvieron un recibimiento cordial, pero tanto en Colombia co­
mo en otros países latinoamericanos, las primeras negociacio­
nes se concentraron principalmente en el establecimiento de
principios y en la identificación de áreas problemáticas. Dispo­
siciones más detalladas fueron propuestas para ser estudiadas
en una segunda ronda de conversaciones que vino a realizarse
únicamente después de la clausura de la Conferencia de La
Habana —en el caso colombiano, en septiembre de 19402.
Lo que los colombianos de los dos partidos políticos consi­
deraban como el principal papel de su país en la defensa hemis­
férica estaba obviamente registrado en la promesa del presiden­
te Santos de que a ningún país hostil se le permitiría utilizar el
suelo colombiano para lanzar un ataque sobre la Zona del
Canal. Inclusive, como en La Habana, cuando Colombia acep­
tó la doctrina de que un ataque extra-continental a una repúbli­
ca americana sería considerado como un ataque contra todas,
ningún funcionario colombiano responsable se imaginó que las
fuerzas militares de Colombia fueran a ser utilizadas para
resistir tal ataque fuera de su propio territorio o en aguas
inmediatamente circunvecinas. Al menos esto estaba claro en
las referencias, por demás oscuras, del ministro de Relaciones
Exteriores, López de Mesa, a la “defensa espiritual”, y cierta­
mente los Estados Unidos no tenían la intención de proponer
que las fuerzas militares de Colombia sirvieran en ningún lugar
fuera de su país. Sin embargo, había funciones diferentes que
Colombia podía desempeñar aun dentro de sus propias fronte­
ras y diferentes grados de participación amistosa que podían ser
concedidos a los Estados Unidos. La gama de alternativas era
lo suficientemente amplia para preocupar a Laureano Gómez,
y, efectivamente, proporcionó el programa para las delibera­
ciones del Estado Mayor Militar.
Cuando comenzó la segunda ronda de conversaciones, el 10
de septiembre de 1940, los funcionarios colombianos partici­
pantes se mostraron de nuevo cooperadores —tanto así, que los
delegados norteamericanos en forma imprudente no hicieron
caso de las advertencias del embajador Braden acerca de los
matices y las sensibilidades políticas. Al final de la primera
1. Conn y Fairchild, pág. 176; Keith al secretario de Estado, 23 y 24 de
mayo de 1940, FR (1940), V. 57-58.
2. Braden al secretario de Estado, 11, 12, 21 y 25 de junio de 1940,
FR (1940), V. 62, 65-70; Conn y Fairchild, págs. 177-78.

67
sesión, entregaron a los colombianos el borrador de una
propuesta de un convenio de Estado Mayor el cual contenía
aspectos que Braden estaba seguro serían motivo de reparos; el
resultado fue una interrupción temporal de las deliberaciones.
Para ser más exactos, hubo necesidad de elevar el nivel de las
conversaciones temporalmente del Estado Mayor y funcio­
narios al de Presidente y embajador; Santos objetó, por ejem­
plo, una referencia al Gobierno “reconocido” de Colombia
sobre la base de que todos los gobiernos colombianos eran
reconocidos; rechazó la mención a las actividades de “quinta
columna”, cuya existencia en Colombia negó, y refutó una
provisión de que Colombia debía movilizar oficialmente el
apoyo popular y desalentar las críticas en caso de que los
Estados Unidos enviaran fuerzas armadas a ayudar a otra
república americana, sobre la base de que Colombia no podía
inmiscuirse en la libertad de expresión3.
Cuando se reanudaron las conversaciones, éstas fueron es­
trechamente vigiladas tanto por Braden como por el ministro
de Guerra de Colombia, el civil José Joaquín Castro Gutiérrez.
Dichas conversaciones terminaron el 26 de septiembre sin más
incidentes y produjeron una serie de “recomendaciones que los
Estados Mayores Generales hacen a sus respectivos gobiernos”.
Estas fueron subsecuentemente depuradas en el transcurso de
discusiones posteriores entre los dos gobiernos y se hicieron
algunos cambios de detalle. Sin embargo, se convino en todo lo
que los Estados Unidos consideraban realmente esencial. Una
vez más, Colombia enfatizó que se esforzaría en prevenir que se
organizara un ataque contra los Estados Unidos (incluido espe­
cíficamente el Canal de Panamá) desde su territorio. Los Esta­
dos Unidos, a solicitud de Colombia, ayudarían a resistir un
ataque extra-continental. Y si los Estados Unidos llegaran a
enviar ayuda a otra nación americana como resultado de una
decisión interamericana que contara con la aprobación de Co­
lombia, ésta suministraría facilidades a las fuerzas que acudie­
ran en su ayuda. Otros aspectos incluían el suministro de
consejeros técnicos, la adopción de medidas de patrullaje coste­
ro, “el establecimiento de canales de comunicación adecuados”,
fotografías aéreas de las áreas estratégicas colombianas con el
consentimiento verbal, en este último caso, de que Colombia
suministraría un avión y un piloto para transportar a un fotó­
grafo norteamericano y su equipo. Al final, la mención directa

3. Braden al secretario de Estado, 13 de septiembre de 1940, FR


(1940), V. 77-79.

68
de la fotografía aérea se suprimió a pedido de Santos, no fuera
que tal provisión diera lugar a ataques políticos4. El manejo de
este detalle era muy característico de la tendencia de Santos de
tratar los asuntos de la defensa sobre una base personal e
informal, preferiblemente, sin poner por escrito nada que luego
pudiera ocasionar perturbaciones políticas5.
Debe señalarse que algunos puntos de las recomendaciones
del Estado Mayor se estaban llevando a la práctica bajo los
términos de los convenios de la misión militar u otros entendi­
mientos oficiales o extra-oficiales, mientras que otras tenían
que ver únicamente con acciones probables en contingencias
que aún nose habían presentado. Debeseñalarse asimismo, que
a pesar de los rumores sobre convenios de bases secretas que
seguían circulando con regularidad6, nunca se hizo ninguna
provisión para la concesión de bases a las fuerzas norteamerica­
nas en el territorio colombiano. Santos había puesto en claro
desde el comienzo, que en lo que a él le concernía, la tarea de
proteger el territorio y las aguas de Colombia debía quedar
estrictamente en manos de los mismos colombianos (natural­
mente asesorados por los consejeros norteamericanos)7. E in­
cluso Alfonso López, quien aparentemente favorecía la conce­
sión de bases a cambio de compensaciones financieras8, se
cuidó de no decirlo en público.
Por otra parte, la posibilidad del uso recíproco de las bases
de cada país por las fuerzas de ambas naciones sí salió a relucir
en discusiones confidenciales. Se aludió a esta posibilidad en
forma casual en más de una ocasión por parte de Santos v
Braden, con respuestas diversas de Santos. También era entu­
siastamente apoyada por Roberto Urdaneta Arbeláez, miem­
bros conservador de la Comisión Asesora del Ministerio de

4. Braden al secretario de Estado, 26 de septiembre de 1940, ER


(1940), V. 82-83; Secretario de Estado a Braden, 9 de agosto de
1941, y Braden al secretario de Estado, 22 de septiembre de 1941,
FR (1941), Vil, 22-24, 27; James H. Wright, segundo secretario de
la embajada de los Estados Unidos al secretario de Estado, 1 de
octubre de 1940, DS 810.20 Defensa/10-140.
5. Braden al secretario de Estado, 28 de marzo de 1941. FR (1941),
VII 3.
6. Ver, v. g., The New York Times, 6 de marzo de 1940. 10:6; y 24 de
julio de 1940, citando a Neritas (Chiquinquirá), para ejemplos
preliminares de dichos rumores.
7. Braden al secretario de Estado, 21 de junio de l940.d FR (1940),
V. 69.
8. Op. cit„ pág. 42.

69
Relaciones Exteriores, quien había actuado como ministro de
Relaciones Exteriores bajo el gobierno de Olaya Herrera y se
encontraba en términos amistosos con la embajada norteameri­
cana y el gobierno de Santos. Urdaneta no era muy amigo de
Laureano Gómez —aunque más tarde actuaría como Primer
Mandatario interino bajo Gómez cuando éste finalmente obtu­
vo la Presidencia— pero su calidad de militante del partido de
oposición todavía le daba a sus puntos de vista cierta importan­
cia estratégica. Asumiendo el papel de intermediario amistoso e
informal, Urdaneta propuso a Braden y a Santos que el uso
mutuo de bases militares debería implementarse por medio de
un convenio interamericano general. Sin embargo, estas nego­
ciaciones, bastante indirectas, culminaron por la época de la
invasión alemana de la Unión Soviética, cuando el temor de
Santos ante la simpatía popular por la cruzada anti-comunista
nazi incrementó sin duda su usual forma de ser cautelosa, y al
final comunicó a Braden que él creía que un convenio tal como
el que sugería Urdaneta sería políticamente imposible9. En
realidad, en su discurso de apertura del Congreso, el 20 de julio
de 1941, Santos, a tiempo que se refirió, como era normal a la
estrecha amistad de Colombia con los Estados Unidos, enfatizó
que la concesión de bases nunca se había tan siquiera propues­
to, y que los acontecimientos no parecían indicar la necesidad
de tal medida10. La anterior declaración sería totalmente acer­
tada sólo en el caso de que se hiciera una distinción entre la
concesión sin reserva y el uso recíproco, pero sí reflejaba la
sensibilidad política de todo lo que tuviera que ver con bases.
Por lo que resta, el gobierno de Santos sólo llegaría, en el
verano de 1941, hasta conceder privilegios de vuelo algo más
liberales —naturalmente de manera informal— a los aviones
militares norteamericanos que cruzaban el territorio colombia­
no11.

II

Un aspecto especial de la cooperación militar que se trató en


las conversaciones de Estado Mayor en 1940, y en muchas otras
9. Braden al secretario de Estado, 28 de marzo, 17 de mayo, 25 de
junio y 1 de julio, 1941, FR (1941), Vil, 4-5,8-9,11-12. Aunque de­
bía conocer la actitud de López sobre el tema de las bases, Santos
expresó preocupación particular acerca de la forma en que su rival
liberal podría explotar políticamente un convenio de bases.
10. El Tiempo, 21 de julio de 1941.
11. Conn y Fairchild, págs. 261-62.

70
instancias, fue el suministro de equipo militar a Colombia por
parte de los Estados Unidos. Por muy modesto que fuera el
papel que Colombia asumiera en la defensa hemisférica, carecía
de equipo para cumplirlo en forma efectiva. La mayoría de su
material de guerra databa de mediados de los años 30 o antes; la
Costa Pacífica colombiana era patrullada, a mediados de 1941,
por una cañonera solamente y por dos aviones anticuados; y en
una ocasión un consejero militar norteamericano predijo que el
ejército colombiano se quedaría sin munición en menos de una
hora de fuego efectivo12. Sin embargo, los Estados Unidos, que
en ese momento estaban enfrascados en la estructuración de su
propia defensa, no se encontraban en condiciones de poder
suministrar todo lo que se consideraba necesario. Colombia
tampoco estaba en condiciones de pagarlo si estuviera disponi­
ble.
A pesar de estas dificultades prácticas, los Estados Unidos
prometían con regularidad hacer al menos algo en favor de
Colombia. El tópico del equipo de defensa fue objeto de aten­
ción especial una vez que los Estados Unidos emprendieron la
tarea de vigorizar los esfuerzos de defensa hemisféricos subsi­
guientes al avance alemán en Europa Occidental. Este asunto
fue discutido directamente por el presidente Santos y el embaja­
dor Braden con ocasión de la primera fase de las conversaciones
de Estado Mayor, en junio de 1940; el presidente Santos fue
enfático en las necesidades que Colombia tenía de aviones,
guardacostas y ayuda para financiar su adquisición —aunque
especificaba que Colombia no aceptaría un regalo abierto de
equipo militar. Pocas semanas más tarde, a mediados de julio,
Santos sugirió informalmente que Colombia necesitaba diez
guardacostas, de sesenta a ochenta aviones, 50.000 rifles y otro
equipo cuyo costo total alcanzaría la suma de aproximadamen­
te $ 16.000.000 de dólares. A su vez, el Departamento de Estado
ofreció tenues esperanzas en cuanto a la disponibilidad tanto
del equipo como de la financiación, y urgió a Colombia a enviar
una lista exacta de lo que se necesitaba, tan rápido como fuera
posible13.
La preparación de la lista tomó un tiempo extraordinaria­
mente largo pero, mientras tanto, el gobierno de Santos instó al
12. Memo de Braden, 27 de mayo de 1940, FR (1940), V. 58-59;
Braden al secretario de Estado, 21 de enero de 1941, DS 821.
00/1308, y 30 de julio de 1941, FR (1941), VII, 17.
13. Braden al secretario de Estado, 11 y 21 de junio y 10 de julio de
1940 y secretario de Estado a Braden, 13 de julio de 1940, FR
(1940), V. 63, 68, 71-74.

71
Congreso para que aprobara la ley de 1940 que autorizaba al’
Gobierno para contratar obligaciones par¿i gastos de defensa
entre treinta y cincuenta millones de pesos14. Al mismo tiempo,
los requerimientos militares figuraron extensamente en las ne­
gociaciones iniciales de lo que se convirtió en el segundo présta­
mo del Banco de Exportación e Importación a Colombia,
préstamo que fue concedido finalmente en julio de 19411S. Con
todo, a) final ese préstamo se usó para satisfacer objetivos
exclusivamente económicos, ya que mucho antes de que Co­
lombia tuviera lista una relación apropiada de sus necesidades
militares, los Estados Unidos habían decidido poner a América
Latina bajo el alcance del Acto de Préstamo y Arriendo16.
Desde entonces las negociaciones de ayuda económica y militar
fueron conducidas en forma separada.
A comienzos de julio de 1941 —todavía sin haber recibido la
relación final de requisitos por parte de Colombia— los Esta­
dos Unidos presentaron el borrador de un convenio de Présta­
mo y Arriendo al embajador colombiano en Washington.
Autorizaba la transferencia de equipo por $16,2 millones de
dólares a Colombia, incluyendo $15.5 millones dedólaresenel
año fiscal que había comenzado el primero del mismo mes17,
pero los funcionarios colombianos presentaron numerosas obje­
ciones a los términos del convenio. Entre otras cosas, no les gus­
taba el “sabor político” de ciertas afirmaciones contenidas en el
documento, refiriéndose a algunas generalidades acerca de la de­
fensa hemisférica incluidas en el preámbulo. Se quejaban de que
el convenio había sido diseñado para el suministro de equipo
únicamente, mientras se precisaba de fondos adicionales para
que Colombia pudiera aprovechar el equipo en la mejor forma
posible. En este último caso, el embajador Braden reconoció
cierto mérito en la actitud colombiana, señalando el ejemplo de
las casas de acero que el Ministerio de Guerra había adquirido
dos años antes en los Estados Unidos y que todavía se encontra­
ban almacenadas en Barranquilla por falta de dinero para
retirarlas de allí y montarlas en puntos estratégicos. A pesar de
ello, tales fondos “exentos” no se podían suministrar bajoila
legislación de Préstamo y Arriendo existente. Los funcionarios
de Washington, que habían aceptado en forma renuente la
continua escalada de solicitudes de ayuda económica por parte

14. Op. cit. págs. 37, 38-39.


15. Más adelante.
16. Conn y Fairchild, págs. 215, 221-24.
17. Welles a Braden, 9 de julio de 1941, FR (1941), VII, 15.

72
de Colombia durante las negociaciones para el último préstamo
del Banco de Exportación e Importación, no fueron receptivos
a la idea de un nuevo préstamo para la defensa. En un momento
dado, Santos propuso el abandono total del procedimiento
de Préstamo y Arriendo a favor de un préstamo corriente de
$6.000.000 de dólares, el cual Colombia podría utilizar para
cubrir sus necesidades inmediatas de equipo por medio de
compras directas y todavía contar con algunos fondos para
gastos relacionados; pero un arreglo de esta clase fue rechazado
tanto por la aversión de Washington a extender otro préstamo
monetario, como por el hecho de que el mismo equipo podría
ser enviado en forma más expedita bajo los auspicios del Prés­
tamo y Arriendo18.
La cifra de $6.000.000 de dólares citada por Santos para el
préstamo propuesto fue otro indicio de la confusión prevale­
ciente en cuanto a la suma exacta de las necesidades de Colom­
bia respecto de equipo y fondos para propósitos militares. Los
$16.2 millones de dólares especificados en el borrador del Prés­
tamo y Arriendo eran aproximadamente la suma mencionada
informalmente por Santos para las necesidades de equipo en
julio de 1940, pero discusiones posteriores giraron en torno a
sumas apreciablemente inferiores, aunque muy variables. Por
su parte, el embajador Braden tenía fuertes reservas acerca de la
cantidad de equipo que Colombia podía utilizar eficientemente
y hasta señaló a funcionarios colombianos que quizás ellos
debían estar pensando en cientos de miles y no en cientos de
millones de dólares para los gastos de defensa19. No obstante,
apoyaba la concesión de ayuda militar en una forma u otra, no
sólo por la contribución mínima que Colombia podría hacer
con este equipo para la defensa del hemisferio, sino también por
el bien de la tranquilidad nacional de Colombia. Creía que el
nuevo equipo ayudaría a mantener contentas y alejadas de
cualquier travesura a las Fuerzas Armadas. El mismo punto fue
destacado por el presidente Santos cuando apoyó la necesidad
de fondos “exentos”, enfatizando que el descontento de la tropa
y oficiales no comisionados, con uniformes y cuarteles raídos,
fue un factor que tuvieron en cuenta los organizadores de una
conspiración en pequeña escala, en agosto de 1941. Por último,
18. Braden al secretario de Estado, 30 de julio y 19 de septiembre de
1941, y secretario de Estado a Braden, 5 de agosto y 25 de sep­
tiembre de 1941, FR (1941), VII, 17-18, 20-21, 26, 28-30.
19. Braden al secretario de Estado, 28 de octubre de 1940, DS 821.
51/2553, 26 de septiembre, 3 de octubrey 15 de diciembre de 1941,
FR (1941), VII, 30-31, 34, 36-37.

73
tampoco tenía sentido para los Estados Unidos continuar en­
trenando personal colombiano en el uso de equipo moderno, el
cual no poseían o del que no poseían suficiente. Por lo menos
tal situación podría generar nuevas frustraciones20.
Santos presentó una objeción final a los arreglos propuestos
de Préstamo y Arriendo, en octubre de 1941, cuando informó a
Braden que la ley aprobada por el Congreso el año anterior
autorizando los préstamos para la defensa no cubriría una
transacción de esta clase y que se hacía necesaria una nueva
legislación. Desde ese momento hasta después de Pearl Har-
bour, las discusiones acerca del Préstamo y Arriendo parecían
haber languidecido, para revivir sólo ante la nueva situación
creada por la participación total de los Estados Unidos en la
guerra21. Un convenio de Préstamo y Arriendo se firmó el 17 de
marzo de 194222. No obstante, aún antes de esa fecha, los
Estados Unidos habían estado haciendo esfuerzos para sumi­
nistrar equipo militar a Colombia, en escala limitada al menos.
Le fue imposible hacerlo, no solamente por la dificultad de
los colombianos para decidir qué era lo que deseaban y bajo
qué términos, sino también, y muy decisivamente, por la falta
de un sobrante considerable para exportar en ese momento.
Por ejemplo, los aviones de entrenamiento habían sido prome­
tidos como complemento natural al trabajo de la misión aérea;
y la lentitud en su llegada fue un motivo evidente de irritación
para los colombianos23.

III

La cooperación para la prevención de las actividades de es­


pionaje y de “quinta columna” estaba generalmente relaciona­
da en forma estrecha con la cooperación militar, especialmente
desde el punto de vista de observadores norteamericanos. Am­
bos gobiernos compartían objetivos similares en este extenso
campo y estaban comprometidos en el fundamento de la cola­
boración, aunque los funcionarios estadinenses normalmente

20. Braden al secretario de Estado, 14 de agosto y 26 de septiembre de


1941, FR (1941), VII, 25, 32; acerca de la conspiración menciona­
da, ver T., agosto 5, 1941.
21. Braden al secretario de Estado, 3 de octubre y 15 de diciembre de
1941, FR (1941), VII, 33-35.
22. Más adelante.
23. Ver Braden al secretario de Estado, 30 de julio de 1941, FR( 1941),
VII, 18.

74
tenían una opinión más seria de los peligros presentes en Co­
lombia que la que tenía su contraparte colombiana. Algunas ve­
ces fueron innecesariamente alarmistas, como cuando el emba­
jador Braden estimó a la ligera que del 60 al 80 por ciento de los
oficiales del ejército colombiano tenían simpatías pro-nazis24,
lista cifra era sin duda excesiva, a no ser que se refiriera
principalmente a la admiración profesional que tales oficiales
sentían por la destreza del ejército alemán. Sin embargo, los
listados Unidos poseían información más completa y precisa
sobre los quinta-columnistas en potencia que el mismo Gobier­
no colombiano, particularmente algunos voluminosos archivos
sobre miembros de la colonia alemana local25 que, en la época
de Pearl Harbour, contaba con algo más de 4.000 personas26.
Era evidente, partiendo de esta información, que además de las
organizaciones alemanas diplomáticas comerciales y consula­
res y en realidad entremezclándose con éstas, existía una orga­
nización política nazi cuyo “Führer” era el hombre de negocios
Emil Pruefert, de Barranquilla27. Y apoyando a los alemanes,
existía un grupo de simpatizantes y colaboradores colombianos
y grupos de italianos, japoneses y, sobre todo en el campo de la
propaganda, de españoles franquistas.
La propaganda era con mucho la actividad más obvia de esta
red de súbditos y simpatizantes del Eje. Firmas alemanas tales
como Bayer utilizaban los fondos de publicidad para promover
la propaganda del Eje en la prensa y la radio colombianos,
exactamente igual que las compañías norteamericanas utiliza­
ban la amenaza de retirar la publicidad para combatirla. Afor­

24. Braden a Welles, 9 de octubre de 1941, DS 821. 00/1369.


25. Braden al secretario de Estado, 6 de julio de 1940, DS 821.
00N/93.
26. L., 19 de diciembre de 1941.
27. Cónsul Nelson R. Park, Barranquilla, al secretario de Estado, 21
de junio de 1940, DS 821. OON/79; Braden al secretario de Estado,
6 de julio de 1940, DS 821.00N793 y 19 de diciembre de 1940, DS
821. 00/1305; The New York Times, 19 de agosto de 1940, 34:1;
William N. Simonson, Nazi Infiltration in South América, 1933-
1945 (tesis doctoral, Fletcher School of Law and Diplomacy,
1964), págs. 257-59, 269-72,299-300,312,408-9. El título oficial de
Pruefert era Landesgruppenleiter Kolumbien (cf. Alemania, Aus-
wartiges Amt, “Records of... Received by the Department of
State”, rollo 103, pasta 1108901). Sólo se consultó una muestra al
azar de los documentos alemanes de interés latinoamericano cap­
turados, disponibles en micro-película, sin embargo, al autor le
impresionó la escasez relativa de documentos procedentes de
Colombia o de referencias a Colombia.

75
tunadamente, los Estados Unidos contaban con un mayor
presupuesto de publicidad con el cual trabajar; sin embargo,
existían otros métodos para diseminar la noticia de la superiori­
dad alemana. Además, los alemanes, por una u otra razón,
habían elaborado una cantidad apreciable de mapas, fotogra­
fías de puentes, etc28. Hasta se llegó a afirmar que poseían
refinamientos tales como una unidad secreta de guerra química
en territorio colombiano29, y que al mismo tiempo sus asocia-
dosjaponeses tenían un “enorme cultivo de fríjol” cerca de Cali,
el cual estaba protegido por una cerca electrificada y se creía
que ocultaba gran cantidad de equipo sospechoso30.
Aún en el caso de convenir que había mucho de cierto y tam­
bién de exageración en lo que se decía acerca de las actividades
del Eje en Colombia, existía cierta desavenencia en cuanto al
significado de todo aquello. El presidente Santos, quien no se
alarmó por este motivo negó en general que en Colombia
pudiera existir algo que se pudiera llamar propiamente una
quinta columna; admitió su preocupación por la propaganda
del Eje pero, en cuanto a lo demás, lo descartó como imaginario
o como que no constituía un peligro real31. El ministro de
Guerra, Castro Martínez, era menos confiado32, y el diario
derechista liberal, La Razón (cuyo gerente director era un espa­
ñol anti-nazi), se convirtió en especialista en alertar a los colom­
bianos sobre los peligros involucrados33. Sin embargo, la mayo­
ría de los demás periódicos, tanto liberales como conservado­
res, o bien ridiculizaban el peligro, o bien se cuidaban en la

28. Ver v. g., Vice-Cónsul Vernon L. Fluharty, Memorándum de activi­


dades subversivas y la situación política general... Medellín, 7 de
mayo, 1942, DS 821. 00/1414.
29. The New York Times, 18 de agosto de 1940,16:1. Simonson, en su
discusión acerca del aparato paramilitar clandestino de los nazis
—el cual según él estaba excepcionalmente bien desarrollado en
Colombia— reproduce una tabla supremamente elaborada de
organización para Colombia en la cual se muestra la unidad de
guerra química (“Infiltración nazi”, págs. 269-72). Sin embargo,
aún no se ha establecido exactamente de qué consistía esta unidad
en la práctica.
30. Braden al secretario de Estado, 21 de enero de 1941, DS 821.
00/1308, y 21 de marzo de 1941, DS 821. 001 López/125.
31. Braden al secretario de Estado, 11 de junio de 1940, FR (1940), V.,
62; cf. lo antedicho, pág. 34.
32. Braden al secretario de Estado, 12 de junio de 1940 FR (1940),
V. 65.
33. Keith al secretario de Estado, 7 de junio de 1940, DS 821.00N/71;
cf. R., 23, 29 y 31 de mayo de 1940.

76
manera de tratarlo, y se ofendían fácilmente por los informes
alarmistas publicados en los Estados Unidos. “Francamente
lodo esto es poco serio y algo ofensivo”, fue la forma como El
Tiempo se refirió a una serie de revelaciones sensacionalistas
acerca del peligro de la quinta columna en Colombia que
apareció en el New York Times durante el mes de agosto de
194034. El Liberal, aunque menos complaciente que El Tiempo,
se refirió al mismo tipo de reportaje como una de las amenazas
más serias a las buenas relaciones colombo-norteamericanas35.
El ministro de Relaciones Exteriores, López de Mesa, fue otro
que expresó su descontento. En una ocasión mencionó al em­
bajador Braden su temor de que los Estados Unidos fueran
llevados, por los informes de la prensa sobre la penetración
nazi, a confiar menos en la cooperación colombiana y aun a
adoptar una precipitada acción unilateral. A lo cual el embaja­
dor Braden replicó hábilmente que si el pueblo norteamericano
estuviera convencido de que no existía peligro nazi en Colom­
bia, sería más difícil el obtener ayuda financiera para la defensa
nacional36.
El Gobierno colombiano, a pesar de su actitud más serena,
no fue renuente a cooperar en la lucha contra las amenazas
internas del Eje: su papel en el asunto Scadta es un caso a
propósito. Asimismo, adoptó numerosas medidas para el con­
trol general de los residentes extranjeros, las cuales en la prácti­
ca iban dirigidas especialmente a la colonia alemana; medidas
tales como el decreto de junio 25 de 1940, el cual, entre otras
cosas, prohibía enfáticamente cualquier forma de propaganda
en favor de “organizaciones políticas extranjeras”. Este decre­
to, el cual Braden elogió como una respuesta pronta y construc­
tiva a la situación creada por la caída de Francia, había sido
redactado por el secretario general del Ministerio de Relaciones
Exteriores inmediatamente después de una discusión que sostu­
vo durante un almuerzo con un miembro del personal de la
embajada37. De cuando en cuando, las autoridades colombia­
nas arrestaban a algunos alemanes acusándolos de propaganda

34. El Tiempo, 23 de agosto de 1940; The New York Times, 15 de


agosto de 1940, 6:3, 16 de agosto de 1940, 5:3, 17 de agosto de
1940, 7-6; 18 de agosto de 1940, 16:1; 19 de agosto de 1940, 34:1.
35. L., 21 de noviembre de 1941.
36. Braden al secretario de Estado, 3 de septiembre de 1940, DS 711.
21/950.
37. MemRels (1940), págs. 58-61; Braden al secretario de Estado, 26
de junio de 1940, DS 821. 00N/85.

77
ilícita, sospecha de espionaje o algo parecido38. Y, finalmente,
el Gobierno colombiano, con la cooperación norteamericana,
realizó algunos esfuerzos tendientes a mejorar sus servicios de
inteligencia. Sin embargo, éstos seguían careciendo de dinero,
potencial humano y equipo técnico suficientes y no inspiraban
una confianza absoluta. En realidad, el intercambio de infor­
mación de inteligencia se producía esencialmente en una sola
dirección. En diciembre de 1940, la embajada norteamericana
en Bogotá consideró que el 85% del material que se encontraba
en los archivos de la inteligencia colombiana provenía de fuen­
tes norteamericanas, el 10% de fuentes colombianas y el 1% de
la legación británica. Lo que restaba era considerado sin valor y
sin identificación de su origen, aunque es muy posible que parte
del 85% no tuviera, asimismo, valor alguno39.
Sea lo que fuere, el problema de las actividades, supuestas o
reales, de quinta columna, salió brevemente al primer plano de
las relaciones colombo-norteamericanas cuando el presidente
Roosevelt en una transmisión radial, el 11 de septiembre de
1941, se refirió en forma casual a la existencia de unas pistas
secretas de aterrizaje alemanas en Colombia40. La insignifican­
te crisis resultante ilustró en forma sutil tanto las ambigüedades
inherentes al problema como su potencial irritante. Roosevelt
no dio todos los detalles en su discurso, y años más tarde, al
escribir sus memorias, el embajador Braden hizo ver que el
cargo se había hecho sin “prueba positiva”. Sólo después de
formulado se reunieron ciertos “indicios persuasivos” que se
referían principalmente, según parece, a una propiedad rural
del Dr. Hans Neumueller, un próspero alemán residente en
, Cartagena. Aunque en verdad no existía una pista de aterrizaje
en gran escala, (secreta o no) en la hacienda de Neumueller lo
cierto es que sí existía por lo menos un trecho de terreno sobre
el cual podrían haber aterrizado aviones41.
La declaración de Roosevelt dio lugar inevitablemente a una
ola de excitación en Colombia. El Ministerio de Guerra pareció

38. Ver, v.g., The New York Times, 23 de diciembre de 1940, 11:2 y 3
de enero de 1941, 6:5.
39. Braden al secretario de Estado, 6 de julio de 1940, DS 821.00N/93
y 19 de diciembre de 1940, DS 821. 00/1305; Braden, Diplomáis
and Demagogues, págs. 253-255.
40. The New York Times, 12 de septiembre de 1941, 1:8; y 13 de
septiembre de 1941, 6:6.
41. Braden al secretario de Estado, 18 de octubre de 1941, DS 740.
00112A EW1939/3198; Braden, Diplomats and Demagogues,
págs. 240-241.

78
confirmar el informe cuando reveló que el Gobierno había
recibido información de la probable existencia de pistas de
aterrizaje secretas y tranquilizó al público afirmando que se
sentía muy competente para controlar la situación, Y para
aumentar la confusión, el ministro de Relaciones Exteriores
informó al Congreso que tales acusaciones se habían hecho
durante varios años, pero que el Gobierno había sido incapaz
de confirmarlas basado en sus propias investigaciones. El Con­
greso colombiano procedió entonces, por votación unánime y
aun con algo de indignación, a proclamar su propia certeza de
que no existía ninguna pista de aterrizaje secreta, que Roosevelt
se había equivocado. Esto inspiró a El Liberal a preguntarse en
su editorial cómo el Senado podía estar tan seguro de que no
existía ninguna pista de aterrizaje si estas eran secretas. Y para
quedar bien, la Confederación de Trabajadores de Colombia
(dominada por los liberales, aunque infiltrada por los comunis­
tas) solicitó públicamente que Neumueller fuera expulsado del
país42.
Pero los conservadores aprovecharon al máximo el incidente
del campo de aviación. El moderado y en general pro-nortea­
mericano El Colombiano, de Medellín, se limitó principal­
mente con criticar a los voceros oficiales de Colombia por la
naturaleza vaga y contradictoria de sus declaraciones43. Por
otra parte, La Patria, de Manizales, cuya reacción caracterizó
esencialmente la del elemento derechista de línea dura, encon­
tró una oportunidad excelente para atacar tanto al gobierno de
Santos como a Franklin D. Roosevelt: “¿Es inexacto que exis­
tan los campos de aterrizaje? Bien, entonces el presidente de los
Estados Unidos ha calumniado a Colombia. Y se podría argüir,
¿con qué objeto? Al más tonto se le ocurre la respuesta: para
invadirnos. Es así que en Colombia existen campos de aterriza­
je secretos y que el general Castro Martínez sofoca una conspi­
ración nazi cada dos semanas, entonces hay razón suficiente
para ocupar el territorio peligroso1'44. Que tales temores se
encendían fácilmente se hizo evidente cuando de repente se
propagó en el mismo mes el rumor en Bogotá —el cual incluso
se transmitió por la radio pero fue inmediatamente negado—

42. L., 12 y 13 de septiembre de 1941; The New York Times, 16 de


septiembre de 1941, 8:4.
43. El Colombiano, 14 de septiembre de 1941. El día anterior había
ofrecido un comentario en general elogioso acerca del discurso de
Roosevelt, sin hacer referencia a la acusación del campo aéreo.
44. La Patria, 13 de septiembre de 1941.

79
de que los marinos norteamericanos ya habían desembarcado
en varios puntos en la costa colombiana45.

IV

Un aspecto importante de la campaña contra los propagan­


distas del Eje y quinta columnistas en potencia fue el uso de la
presión económica, bien para menguar los recursos a su dispo­
sición, bien para impedir cierto tipo de actividades. Dos ejem­
plos notorios de tal presión ya han sido examinados: el uso de
los intereses financieros predominantes de la Pan American
como palanca para la des-alemanización de Scadta y el uso
de los fondos de publicidad norteamericanos para moderar las
opiniones de £7 Siglo. Naturalmente, estos fueron casos algo
especiales, pero la purga de los empleados de Scadta exhibió
una analogía estrecha con la decisión de otras firmas estadinen-
ses de despedir aquellos empleados o representantes de ventas
en Colombia —sobre todo si eran de nacionalidades del Eje—
que pudieran sentirse tentados a utilizar su posición para pro­
mover objetivos hostiles a los Estados Unidos. Las compañías
que no actuaron en la misma forma lo suficientemente pronto
se vieron expuestas (como lo había sido la Pan American) al
acoso oficial, v.g., de la embajada en Bogotá46.
Como lo demostró el caso de £7 Siglo, incluso personas y
empresas que no estaban ligadas directamente a firmas nortea­
mericanas podían ser sometidas a la presión de los Estados
Unidos. Si llevar a cabo negociaciones con estas compañías
parecía oponerse a los intereses norteamericanos y hemisféri­
cos, se podía informar a los ciudadanos norteamericanos en
forma extra-oficial que se llevaran sus negocios a otra parte.
Esta proscripción casual se institucionalizó, en julio de 1941,
cuando los Estados Unidos publicaron su Lista Negra de agen­
tes o sospechosos de simpatizar con el Eje, con los cuales se
prohibió a las firmas y ciudadanos particulares norteamerica­

45. El Colombiano, 28 de septiembre de 1941; The New York Times,


29 de septiembre de 1941, 3:7.
46. Braden se encontraba particularmente molesto por el empleo de
un ciudadano alemán por la Associated Press en Bogotá, quien
también trabajaba para la agencia nazi Transocean; el alemán
continuó trabajando aún después de la caída de Francia, y después
de que la embajada había hecho gestiones especiales para lograr
que lo despidieran (Braden al secretario de Estado, 29 de julio de
1940, DS 821. OON/118).

80
nos hacer negocios47. En ese momento, los controles y las
insuficiencias resultantes de la vigorización de la defensa en los
Estados Unidos significaban que la inclusión en la Lista Negra
era un impedimento definido que complicaba la tarea de obte­
ner muchos materiales escasos; y el hecho de que los bancos de
Nueva York usualmente se desempeñaran como centros de las
transacciones financieras entre Colombia y otros países lati­
noamericanos dio mayor alcance a la funcionalidad del siste­
ma. Comoquiera que la Lista Negra había sido diseñada apa­
rentemente para controlar los tratos de ciudadanos
norteamericanos (no de los extranjeros), se administraba unila­
teralmente en Washington pero obviamente afectaba a los
extranjeros y no solamente a aquéllos que estaban proscritos.
Las compañías que no estaban en la Lista se mostraban com­
prensiblemente cautelosas de hacer tratos con aquellas que lo
estaban, por temor a que pudieran ser incluidas en ella.
Compañías establecidas en Colombia fueron incluidas en la
Lista Negra desde el mismo comienzo y su número creció
posteriormente48, a pesar del hecho de que algunas eran borra­
das de vez en cuando, ya sea debido a un cambio en su política y
prácticas, ya sea porque las repercusiones políticas adversas
debido a su inclusión pesaban más que los posibles beneficios.
En algunos casos el mismo Gobierno colombiano buscó la
supresión de la Lista de firmas nacionales; asimismo solicitó la
seguridad de que se pondrían en la Lista firmas colombianas
únicamente sobre la base de un peligro claro y efectivo y sólo
después de una coordinación cuidadosa con el Gobierno. Pero
los Estados Unidos, aunque no eran contrarios a una cantidad
razonable de consultas, no tenían ninguna intención de renun­
ciar a su propio derecho de tomar la decisión final; y tampoco el
presidente Santos se preocupó por convertir la Lista Negra en
un problema mayor49.

47. David L. Gordon y Royden Dangerfield, TheHidden Weapon: The


Story of Economic Warfare (New York, 1947), págs. 152-53.
48. Ver v. g., El Liberal, 26 de septiembre de 1941. Para mediados de
1942, más de 400 firmas e individuos que operaban en Colombia
estaban en la Lista Negra de los Estados UnidosfA/ew7/fífa(1942),
pág. 24).
49. El Tiempo, 10 y 11 de octubre de 1941. El Ministerio de Relaciones
Exteriores y en especial el ministro de Relaciones Exteriores,
López de Mesa, se sentía más inclinado que el mismo Santos a
presionar para que se hicieran cambios en los procedimientos de la
Lista Negra. En este contexto, López de Mesa dio al menos
aprobación tácita a la resolución de protesta del Senado colom-

81
Con todo, hubo disgusto general con tal sistema en Colom­
bia y El Siglo, como era de esperarse, se encontraba entre los
fastidiados. Aún así, abordó el asunto con un grado de cautela
que sin duda reflejaba, entre otras cosas, su propio deseo de no
ser incluido en la Lista, el órgano conservador, en un editorial
sobre la Lista Negra, que apareció bajo el título “Complejo de
timidez”, se mostraba casi efusivo en su elogio a la política del
Buen Vecino, negando enfáticamente la existencia de la “ten­
dencia imperialista” en los Estados Unidos, tendencia de la que
había hablado tanto en ocasiones anteriores y adoptó un punto
de vista en lo fundamental comprensible de la posición nortea­
mericana en torno al problema de la proscripción. Reconocía
“intereses afines en peligro, que exigen una solidaridad elemen­
tal para la defensa común”. Pero el mismo editorial detectaba
en la aplicación de la Lista Negra una tendencia a castigar
“actitudes o simpatías inocentes” de ciudadanos colombianos,
quienes no constituían una amenaza real para nadie, y acusaba
severamente al gobierno de Santos por haber fallado, como lo
sugería el título, en defender valientemente a los colombianos
en cuestión50.
El hecho de que la crítica a la Lista Negra no fuera un asunto
estrictamente de partido se hizo evidente en la adopción unáni­
me por el Congreso colombiano de una resolución que exigía
que las compañías o individuos latinoamericanos podrían ser
incluidos en la Lista sólo después de consultas oportunas con
sus respectivos gobiernos, “de acuerdo con el espíritu y la letra
de las actas y convenciones de solidaridad suscritos en Lima,
Panamá y La Habana”51. Esta resolución, aprobada en no­
viembre de 1941, había sido presentada al Congreso por una
comisión especial nombrada para estudiar el problema, cuyo
informe completo estaba redactado en términos aún más enér­
gicos y el cual fue asimismo aprobado unánimemente. Los
miembros de la comisión habían sido elegidos en ambos parti­
dos e incluían a José de la Vega, de la jerarquía oficial de El
Siglo, quien se encontraba particularmente indignado acerca de
la proscripción de Laboratorios Román en su Cartagena nati­
va; y aunque consideraba que el informe era todavía demasiado

biano discutida más adelante (Braden al secretario de Estado, 13


de noviembre de 1941, DS 740.00112a EW1939/3365).
50. El Siglo, 11 de octubre de 1941. Ver también El Siglo, 2 de
noviembre de 1941.
51. El Siglo, 8 de noviembre de 1941.

82
suave, estuvo de acuerdo con el mismo, según dijo, para dar una
muestra de unidad nacional.
Según la comisión del Congreso, el “sistema de proscrip­
ción” era contrario a la ley internacional general y al concepto
de la reciprocidad interamericana. Más aún, en sus “aspectos
prácticos” era completamente inadmisible. En efecto, para
poder formar tales listas, los diplomáticos y agentes consulares
del Estado beligerante, (es decir, los Estados Unidos) tienen que
organizar un servicio verdadero de espionaje, incompatible con
sus funciones normales y opuesto a la soberanía del país en el
cual residen...”. La comisión continuaba explicando el alcance
de las consultas que consideraba necesarias: “Nuestros compa­
triotas, aún aquellos quienes por razones de política interna se
encuentran apartados del actual gobierno, se sentirían seguros
en sus derechos si las denuncias clandestinas —casi siempre
obra de pasiones mezquinas o competencia comercial— de
tener vínculos con poderes extranjeros fueran sometidas al
dictamen del Presidente de la República o de su ministro de
Relaciones Exteriores, antes de recibir la sentencia de condena
de un poder extranjero”52.
Los Estados Unidos no procedieron a hacer lo que pedía el
Congreso colombiano y el mismo Santos rehusó hacer circular
la resolución del Legislativo a los demás gobiernos americanos,
como se estipulaba en los términos de ésta53. Pero quizás se
pueda presumir con seguridad que la fuerza y la unanimidad de
sentimientos expresadas en la resolución fueron tenidas en
cuenta en el manejo de la Lista Negra en lo que se relacionaba
con compañías colombianas.

La Lista Negra fue sólo uno de varios mecanismos regulado­


res, adoptados por los Estados Unidos a medida que emprendía
en forma creciente una economía de guerra, que tuvo impacto
directo sobre el comercio y la vida económica de Colombia. Por
ejemplo, los controles a la exportación en los Estados Unidos
no solamente suspendieron artículos escasos para las compa­
ñías proscritas, sino que también limitaron las cantidades dis­
ponibles a los empresarios colombianos cuyas inclinaciones

52. Ibid.
53. Braden al secretario de Estado, 14 de noviembre de 1941, FR
(1941), VI, 305-6, y 21 de noviembre de 1941, DS 740. 00112A
EW1939/3944.

83
políticas estaban libres de sospecha. Hubo por lo menos un
elemento de bilaterismo en la operación de tales controles, ya
que Colombia suministraba tanto información general acerca
de los requerimientos nacionales para dirigir a los proyectistas
en Washington, como recomendaciones oficiales específicas
según fueran requeridas para la emisión de cierta clase de
permisos. De igual modo, Colombia cooperó hasta el punto de
imponer controles para la re-exportación, desde su propio
territorio, de artículos sujetos a controles de exportación en los
Estados Unidos54.
Otro aspecto más de la colaboración económica fue la dispo­
sición de los recursos materiales de Colombia en apoyo de los
esfuerzos de defensa de los Estados Unidos.
Colombia no era un abastecedor importante de materiales
estratégicos, pero sí tenía una contribución para hacer; su
potencial como fuente de platino —del cual era el principal
productor latinoamericano— dio lugar a negociaciones intensi­
vas con los Estados Unidos, que se iniciaron en la primera
mitad de 1941. Este metal era de especial importancia, no sólo
porque se necesitaba en los Estados Unidos, sino porque era
igualmente deseable evitar que cayera en manos de los poderes
del Eje. Japón, especialmente, había sido un activo comprador
del platino colombiano.
En conformidad, en mayo de 1941, el Departamento de
Estado retransmitió a Bogotá una oferta de la Metáis Reserve
Company (Compañía de Reserva de Metales), una agencia de la
Reconstruction Finance Corporation (Corporación Financiera
de Reconstrucción), para comprar la producción total de plati­
no de Colombia, deduciendo las cantidades que se estuviera
enviando comercialmente a compradores particulares en los
Estados Unidos. Sin demora el presidente Santos dio una res­
puesta entusiasta, pero ciertas complicaciones tenían que ser
superadas antes de que la transacción se completara. Existían
ciertas tecnicidades legales en Colombia, si bien ninguna era
insuperable; asimismo existía un deseo natural por parte de
Colombia de utilizar la cuestión del platino para negociar
compromisos de entrega de importaciones necesarias. Sobre
todo, Colombia quería un suministro garantizado de seda, la
cual se necesitaba para cinco fábricas de textiles pequeñas.
Colombia había dependido del Japón para dicho producto,
pero los japoneses no estaban interesados en continuar ven­
diéndolo a menos que a su vez pudieran obtener el platino

54. MemEcNac (1942), pág. 39; MemRels (1942), pág. 165.

84
colombiano. La oferta norteamericana de suministrar rayón en
vez de seda no era totalmente satisfactoria, ya que tomaría
tiempo transformar las fábricas locales para procesarlo.
Finalmente, había desacuerdo acerca del precio. La Compa­
ñía de Reserva de Metales sugirió primero el precio de $36
dólares por onza, mayor que el que la compañía norteamerica­
na South American Gold and Platinum Company (Compañía
Suramericana de Oro y Platino) estaba cobrando por el platino
colombiano que vendía en los Estados Unidos, pero menor que
el que los productores colombianos estaban recibiendo de otros
países, y además insuficiente para desanimar las ventas de
contrabando al Japón o a otros lugares. Por lo tanto, se aceptó
una cifra superior y Colombia también aceptó, a cambio de la
nueva promesa de que los Estados Unidos harían todo lo
posible por abastecer las fábricas colombianas de materia pri­
ma. Los arreglos finales no se firmaron hasta febrero de 1942,
pero la propuesta norteamericana había sido aceptada en prin­
cipio mucho antes; ya se habían tomado medidas para detener
las compras japonesas aún antes de Pearl Harbor55.

55. Documentos selectos acerca de las negociaciones del platino están


contenidos en FR (1941), VII, 40-55. .Ver también MemHda
(1942), págs. 44-45, y decretos de carácter extraordinario expedi­
dos por el Organo Ejecutivo en desarrollo de las facultades confe­
ridas por las leyes 128 y 152 de 1941 (Bogotá, 1942), págs. 41-42.

85
V. PRESTAMOS VIEJOS Y NUEVOS

Presente en todas las discusiones de solidaridad política y


cooperación militar colombo-norteamericanas estaba una co­
rriente subterránea —algunas veces francamente reconocida,
otras tácitamente entendida— de consideraciones financieras.
No se puso ningún precio en dólares o pesos a la amistad de los
dos países, pero cada uno tenía ciertos intereses financieros
para los cuales se esperaba un tratamiento favorable. En el caso
de Colombia, esto significaba que si el gobierno de Santos se
declaraba lealmente en favor de los Estados Unidos en los
asuntos internacionales, naturalmente esperaba a cambio asis­
tencia financiera y militar que le permitiera aguantar el impacto
de la crisis mundial. Por otra parte, desde el punto de vista de
los Estados Unidos se dio por sentado que cualquier entendi­
miento completo entre los dos países debía incluir cierto ajuste
de los préstamos en dólares, los cuales no se pagaban desde los
años de la gran depresión. Realmente el tema más importante
de los negocios pendientes en las relaciones colombo-nortea­
mericanas al principio del gobierno de Santos fue el ajuste de las
obligaciones pendientes de Colombia. Apenas hubo tomado el
poder, en agosto de 1938, Santos recibió un telegrama del
presidente del Foreign Bondholders Protective Council
(FBPC) (Consejo de Protección de Tenedores de Bonos Extran­
jeros), en Nueva York, Francis White, llamándole la atención
específicamente sobre este asunto, y aunque la respuesta oficial
de Colombia fue la renovada promesa de estudiar la cuestión de
la deuda, tanto Santos como el ministro de Hacienda, Carlos
Lleras Restrepo, estaban genuinamente ansiosos por llegar a un
acuerdo1.

1. MemHda, 1940, pág. 139.

86
El problema era complejo en sí, puesto que estaban compro­
metidas varias clases de obligaciones por un gran total (sin
contar los atrasos de interés) de cerca de $170 millones de
dólares2. Lo primero y más urgente que había era el balance sin
pagar de dos emisiones de bonos al 6 por ciento, emitidas en los
Estados Unidos por el Gobierno colombiano en 1927 y 1928,
por $25 millones y $35 millones de dólares, respectivamente. El
pago completo de éstos se había sostenido hasta 1932, cuando
la amortización del capital fue suspendida, pero los intereses
fueron, sin embargo, cancelados en efectivo. Luego, en 1933,
Colombia cumplió con los intereses pagando parcialmente en
efectivo y parcialmente en cédulas que no devengaban interés.
En 1934, los intereses se pagaron completamente en títulos
consolidados al 4 por ciento; y después del lo. de enero de 1935,
el incumplimiento del pago de ambas deudas llegó a ser total.
Sin embargo, las cédulas emitidas en 1933 redimidas a su
vencimiento en 1937, y el pago (incluido el retiro gradual) se
mantuvo, asimismo, para los certificados que habían sido emi­
tidos un año después. Por lo demás, el capital del préstamo
original se había reducido a escasos $51 millones de dólares
para la época en que la amortización regular fue descontinua­
da; otros $6 millones de dólares en bonos llegaron a manos del
Gobierno colombiano a cambio de bonos internos, de tal forma
que la suma que aún se debía del capital oscilaba entre los 45 y
los 46 millones3.
Aparte de la deuda consolidada en bonos, Colombia debía
un balance más pequeño como resultado de un préstamo hecho
al gobierno de Olaya Herrera durante el primer año de su
gobierno por un consorcio del First National City Bank of New
York y otras instituciones bancarias. El préstamo se había
hecho, supuestamente, para ser pagado a corto plazo con el fin
de ayudarle un poco a Colombia hasta que pudiera obtener
nuevos créditos a largo plazo; pero en la práctica ninguno de

2. Institute of International Finance, Republic of Colombia, Boletín


No. 98, 7 de marzo de 1938, págs. 21-24. Las cifras citadas en esta
fuente son del 30 de junio de 1937, pero el monto del endeudamien­
to no cambió de manera significativa al comenzar el gobierno de
Santos. Debe anotarse que el total aproximado que se menciona en
el texto no toma en cuenta un misceláneo surtido de préstamos de
otro tipo, el más antiguo de los cuales se remonta a 1906, ni las
deudas en dólares que había que pagar a firmas privadas por
actividades de construcción y similares.
3. MemHda, págs. 39-44; MemHda, 1940, págs. 136-37; MemHda,
1941, pág. 27; The New York Times, 31 de diciembre de 1940,26:1.

87
esos empréstitos estuvo jamás disponible y, por consiguiente, el
préstamo había sido renovado repetidamente desde entonces
—siempre por cortos períodos. El interés sobre “el préstamo
del grupo bancario” se había mantenido pero a una tasa redu­
cida, arreglada mediante un acuerdo con los prestamistas; se
había cumplido alguna redención del capital aunque sin un
plan fijo. Para el año 1938 el balance permaneció en las cerca­
nías de los $15 millones. En este caso, Colombia no había
faltado exactamente a lo convenido, pero el préstamo obvia­
mente se había convertido en algo totalmente diferente de lo
que había sido su intención original y los banqueros estaban
ansiosos de hacer arreglos definitivos para su pronta liquida­
ción4.
Finalmente, había otras obligaciones demoradas las cuales
no incluían al Gobierno de Colombia como prestatario. Du­
rante los años veintes, los departamentos y los municipios
habían emitido una suma aún mayor de bonos en dólares
(dollar bonds) para los cuales se suspendió el pago durante la
depresión, dejando en $82 millones el capital pendiente5. Se
hicieron emisiones adicionales de bonos en dólares durante el
mismo período por varias instituciones prestatarias tanto ofi­
ciales como privadas, de las cuales la más importante fue el
Banco Agrícola Hipotecario; las emisiones de este último, el
cual era una agencia oficial, habían sido garantizadas expresa­
mente por el Tesoro colombiano, pero no se pagaban desde
1935. Las obligaciones de las instituciones privadas —Banco de
Colombia, Banco Hipotecario de Colombia y Banco Hipoteca­
rio de Bogotá—, no tenían tal garantía y habían estado demo­
rados desde 1932. Pero incluso en estos casos el crédito del
Gobierno colombiano estaba involucrado como resultado de
una legislación promulgada en la emergencia de la depresión
por medio de la cual se transfirió la responsabilidad de sus
obligaciones extranjeras al Banco Agrícola Hipotecario. El capi­
tal mixto pendiente de las emisiones garantizadas y no garanti­
zadas era de aproximadamente $20 millones, aunque una parte
considerable de los bonos estaba en poder del mismo banco6.

4. Colombia Yearbook, VII, 207, (Nueva York, 1935); MemHda, 1940,


pág. 155. Sobre las circunstancias que rodearon el otorgamiento del
préstamo bancario, ver FR 1931, II, 28-37.
5. Institute of International Finance, Colombia, Boletín No. 53, 8 de
julio de 1932, págs. 17-33, y Republic of Colombia, Boletín No. 98,
pág. 24.
6. Institute of International Finance, Colombia, Boletín No. 53, págs.
33-35 y Republic of Colombia, Boletín No. 98, pág. 24; L., 25 de

88
En la práctica, lo que llamó la atención del Gobierno colom­
biano, de la comunidad financiera de los Estados Unidos y
(como un tercer partido interesado benevolentemente) del De­
partamento de Estado, fueron los préstamos nacionales en
dólares de 1927 y 1928. La deuda pendiente de esas dos emisio­
nes no fue solamente nociva para el crédito exterior colombia­
no, sino también cualquier pago que se hiciese en relación con
ellos podría ser contemplado como modelo para el manejo de
otras obligaciones. Durante el gobierno de López, Colombia
ya había negociado más o menos periódicamente con los repre­
sentantes de los tenedores de bonos una reanudación del interés
y la amortización, pero la principal oferta colombiana plantea­
ba una reducción de los intereses al 2 por ciento, aumentándo­
los anualmente en un V4 por ciento hasta que fuera alcanzado
un máximo del 3%. Tal negociación fue considerada completa­
mente inaceptable por el FBPC. El gobierno de Santos tenía la
esperanza de revivir las negociaciones pero se movió muy
lentamente por no comprometer en exceso sus recursos y
porque cualquier negociación que pareciera demasiado gene­
rosa con los acreedores extranjeros, fácilmente podría conver­
tirse en un riesgo político nacional. De hecho, existía un amplio
sentimiento en el Congreso a favor de hacer una oferta unilate­
ral a los tenedores de bonos en los propios términos colombia­
nos y en la forma de una propuesta de aceptación o rechazo.
Para tal efecto la legislación había sido desviada aparentemen­
te gracias a la presión del Gobierno, pero aún así el primer
esfuerzo hecho por el ministro de Hacienda, Lleras Restrepo,
fue simplemente el de reunir información adicional que pudiera
ser utilizada para convencer al FBPC de que la oferta de López,
que había sido rechazada, era lo máximo que Colombia podía
dar7.
Finalmente, el factor que quizás contribuyó más para indu­
cir a Colombia a mejorar su oferta fue la esperanza de obtener
nuevos créditos de los Estados Unidos, una vez que los anti­
guos préstamos fueran negociados a mutua satisfacción. Los
dos asuntos —viejos y nuevos préstamos— fueron habilidosa­
mente entretejidos por el embajador Braden en conversaciones
con Santos y Lleras Restrepo, poco tiempo después de asumir
sus funciones en Bogotá, en los primeros meses de 1939. Citan-

junio de 1942; y Fredrerick Livesey, memo, 6 de marzo de 1942, FR


1942, VI, 213.
7. Braden al secretario de Estado, 15 de mayo de 1939, FR 1939, V,
469-72.

89
do las instrucciones que había recibido del presidente Roose-
velt para discutir el problema de la estabilización del dinero en
circulación, Braden le mencionó a Santos, durante una entre­
vista que tuvo lugar el 27 de febrero, que si Colombia lo
deseaba, los Estados Unidos estarían dispuestos a hacer un
préstamo de oro en lingotes, de Tesoro a Tesoro, para los
propósitos de la estabilización. Santos contestó con una expre­
sión de interés muy cortés y con la observación de que el
problema de Colombia, por el momento, era prevenir una
indebida valoración, no depreciación, del peso. Sin embargo,
una vez que las posibilidades de nuevos préstamos hubieron
sido resaltadas, Braden fue muy claro al indicar que la negocia­
ción de las deudas pendientes de las pasadas obligaciones
tendría una conexión directa con el préstamo de estabiliza­
ción o con cualquier otra clase de cooperación económica. En
relación con lo anterior, fue muy cuidadoso en enfatizar la in­
fluencia política de la colectividad de tenedores de bonos
extranjeros dentro de ios Estados Unidos, lo que haría repeti­
das veces en ocasiones similares8.
Unas semanas más tarde se llevó a cabo una discusión más
detallada del asunto de los préstamos en sus dos aspectos entre
Braden y Lleras Restrepo, quien gozaba de una extraordinaria
independencia como ministro de Hacienda debido a la confian­
za sin reservas que Santos tenía en él, ya que éste reconocía su
propia falta de conocimiento especializado en dicho campo9.
En cuanto a las deudas pasadas, Lleras presionó al embajador a
dar una opinión acerca de los términos específicos que deberían
ser ofrecidos, y Braden dijo francamente que tenía la sensación
* de que los términos adelantados por el gobierno de López eranl
muy bajos. Dijo, como opinión personal, que Colombia fácil­
mente podía y debía ofrecer un interés del 3 por ciento para
comenzar, y lo aumentaría progresivamente tanto como la
renta nacional lo permitiera. Lleras recalcó también la necesi­
dad de créditos futuros expresando un poco más de interés que
Santos en el préstamo para la estabilización del dinero circu­
lante y especificando un número de objetivos dignos de men­

8. Braden al secretario de Estado, 3 de marzo de 1939, DS 711.


21/931. Parece que Braden tuvo cuidado en no afirmar categórica­
mente que un arreglo de la deuda debía preceder el otorgamiento de
nuevos créditos; como lo indicó en la reunión con Lleras Restrepo
que se discute en el siguiente párrafo, el arreglo debía estar, simple­
mente, bien asegurado.
9. Braden al secretario de Estado, 18 de julio de 1939, FR 1939, V.
492.

90
ción para los cuales tenía la esperanza de que Colombia podría
obtener financiamiento a través del Banco de Exportación e
Importación. Entre los que mencionó figuraba la construcción
de ferrocarriles y la adquisición de material rodante, maquina­
ria para la construcción de carreteras y para el dragado del río
Magdalena y adición de capital para la Caja de Crédito Agrario
Industrial y Minero. De la misma forma que el embajador de
los Estados Unidos sostuvo la esperanza de nuevos préstamos
mientras urgía el pago de los viejos, el ministro de Hacienda de
Colombia sostuvo la esperanza de que con una infusión de
créditos oficiales de Washington, Colombia estaría en una me­
jor posición para desmantelar su sistema actual de control de
cambios, el cual, en la teoría como en la práctica, era sumamen­
te desagradable para los Estados Unidos10.
A pesar de la opinión expresada por Braden de que los
términos anteriormente ofrecidos eran muy bajos, el Gobierno
colombiano hizo un esfuerzo más para que el FBPC los acepta­
ra. Naturalmente el esfuerzo no tuvo éxito. Ha podido ser un
esfuerzo no muy serio, porque de acuerdo con el punto de vista
general sostenido en Bogotá, según informó Braden, Colombia
simplemente estaba tratando de sacar una contraoferta11. Sin
embargo, cuando White, del FBPC, adelantó la posibilidad de
un acuerdo temporal a un año para reanudar el interés al 3 por
ciento, Lleras no se mostró entusiasmado; y cuando más ade­
lante el FBPC sugirió que se llegara a un acuerdo permanente
con base en un interés del 3.5 por ciento, el cual se elevaría
gradualmente hasta el 4.5 por ciento, Colombia estuvo poco
receptiva. Para fines de julio de 1939 las negociaciones parecían
haberse roto casi completamente12.
Con el estallido de la guerra en Europa la situación cambió
de nuevo. Colombia disfrutaba de algún grado de protección
contra los efectos adversos e inmediatos de la contienda sobre
su economía, porque más de la mitad de su comercio exterior
estaba dirigido a los Estados Unidos; empero, no pudo abs­
traerse completamente del impacto de la lucha. Sobre todo, el

10. Braden al secretario de Estado, 15 de mayo de 1939, FR 1939, V.


472-81.
11. Secretario de Estado a Braden, lo. de julio de 1939, FR 1939, V.
481; Braden al secretario de Estado, 13dejuliode 1939, FR 1939, V.
487.
12. Secretario de Estado a Braden, 15 de julio de 1939 y Braden al
secretario de Estado, 18 de julio de 1939, FR. 1939, V. 488-89;
Laurence Duggan, memo, 28 de julio de 1939, FR 1939, V. 498-500;
MemHda, 1940, págs. 139-40.

91
desgarre de los modelos establecidos de comercio con Europa
condujo a una fuerte baja en el precio del café, el cual, en el caso
de Colombia, cayó en más de una tercera parte de septiembre
de 1939 a mayo de 194013. Este golpe combinado con otros
factores, tales como la gran cantidad de importaciones pedidas
durante 1939 antes del estallido de la guerra, ocasionó que
Colombia terminara ese año con un déficit de más de $8
millones de dólares en su balanza de pagos; para la primera
mitad de 1940 la cifra ya era de $11.6 millones14. Para hacerle
frente a la situación de cambios, Colombia reforzó las regula­
ciones de control de cambios15; no obstante, se presentó un
problema corolario debido a que aproximadamente el 40 por
ciento de la renta del Gobierno Nacional se derivaba de impues­
tos al comercio16. Por lo tanto, en la medida en que se recorta­
ban las importaciones de acuerdo con la disponibilidad de
divisas, también disminuía el ingreso gubernamental. Y aun­
que algún dinero podía ser y fue ahorrado con medidas tales
como recortes en los salarios oficiales y reducción de la cons­
trucción de obras públicas17, la solución más atractiva desde el
punto de vista colombiano para resolver este y otros proble­
mas, fue tomar prestados más millones de los Estados Unidos.
Obviamente pasó un tiempo antes de que los efectos plenos
de la guerra se sintieran. No obstante, tan pronto como pudo, el
2 de septiembre de 1939, el ministro de Relaciones Exteriores ya
estaba sugiriendo un préstamo de apoyo de $50 millones de
dólares, cuya mera disponibilidad —fuera usado o no— sos­
tendría la confianza en el peso18. La delegación colombiana a la
Conferencia de Panamá importunó al subsecretario de Estado,
Sumner Welles, con más o menos la misma sugerencia19. Desde
el principio, los Estados Unidos fueron receptivos; pero Braden
en Bogotá y sus superiores en Washington se encargaron de que
Colombia no olvidara la conexión entre la asistencia que desea-

13. MemHda, 1940, págs. 24-25.


14. MemHda, 1940, págs. 35-38.
15. Ibid., págs. 46-48.
16. El porcentaje derivado de las aduanas era del 42.3 en 1937, del 38.4
en 1938, y del 46.0 en 1939 (Contraloría General de la República,
Anuario General de Estadística, 1940, pág. 147).
17. MemHda, 1940, págs. 197-200; Memorias de Obras Públicas, 1940,.
págs. V-VI.
18. Braden al secretario de Estado, 2 de septiembre de 1939, FR 1939,
V, 501.
19. Welles al secretario de Estado, 26 de septiembre de 1939, FR 1939,
V, 504-5.

92
ha y Ja liquidación de las deudas pendientes. Al minismo tiempo,
el Departamento de Estado decidió asumir un papapel más enér­
gico en las negociaciones entre Colombia y sus desadores priva­
dos. Anteriormente los funcionarios estadinensesÍS en Washing­
ton y Bogotá, de manera intermitente hablaran recordado,
estimulado y aun habían hecho algunas sugerencias acerca de
posibles acuerdos sobre bases no oficiales y personales. De ahí
en adelante, el Departamento de Estado trabajajaría activa y
persistentemente para promover una confluencia a de opiniones
entre el Gobierno colombiano y el FBPC. Si, , pOr ejemplo,
Colombia acordaba un arreglo de intereses al j 3 pOr ciento,
aumentándolos por etapas hasta el 4.25 por cier>nto, Laurence
Duggan del Departamento de Estado le aseguró 5 al embajador
colombiano en Washington que el Departamcn’nto de Estado
usaría sus influencias con el fin de lograr la a aceptación de
dichos términos por parte de los representantes dde los tenedo­
res de bonos20.
Colombia nunca estuvo de acuerdo en subir t tanto, pero es
probablemente cierto que en las negociaciones quue siguieron el
Departamento de Estado estuvo más de acuerdo cCon Colombia
que con el FBPC21. El primer resultado concrq-eto surgió en
febrero de 1940, cuando el Gobierno colombianco anunció que
pagaría intereses de los préstamos de 1927 y 19283 por el año en
curso a la tasa del 3 por ciento y que dedicarría una suma
adicional de US$400.000 durante el año para la «compra, en el
mercado abierto, de bonos para su amortizaciónn22. Debido al
reducido precio de mercado de los bonos, estai última suma
finalmente le permitió a Colombia adquirir bono
*) S Con un valor
nominal de casi US$1.8 millones23. Y el Newz York Times
informó que los especialistas en bonos de los Es$tados Unidos
consideraron este método un poco injusto24; p^ero el FBPC,
aunque no con mucho entusiasmo, aprobó explícitamente las
negociaciones25.

20. Duggan, Memo, 19 de septiembre de 1939, FR 1939, v, 502-4.


21. Vale la pena anotar que Braden siempre fue alg»o crítico con el
FBPC; ver, por ejemplo, su carta al presidente Roo)seve|[ ^el 27 de
marzo de 1939, DS 711.21/933.
22. The New York Times, 13 de febrero de 1940, 35::4.
23. MemHda, 1940, pág. 146.
24. The New York Times, 18 de febrero de 1940, 1:2
25. Braden al secretario de Estado, 23 de febrero de 1940, FR 1940
V, 697.

93
En todo caso, el acuerdo temporal de febrero de 1940 fue el
primer avance real en las negociaciones financieras colombo-
norteamericanas. Y este avance obviamente facilitó el otorga­
miento a Colombia de un préstamo de $10 millones del Banco
de Exportación e Importación26. El crédito, que se anunció
formalmente a principios de mayo, no se concedió directamen­
te al Gobierno colombiano sino al Banco de la República
(semi-oficial). El efecto fue el mismo porque inmediatamente el
Banco de la República le prestó al Gobierno el equivalente de
US $10 millones en pesos colombianos —17.5 millones de
pesos a la tasa de cambio existente. Este dinero se destinó a una
amplia gama de proyectos diseñados para fortalecer la econo­
mía nacional en la emergencia de la guerra y después de ésta,
todo de acuerdo con las propuestas que el año anterior hizo
Lleras al embajador Braden. Para ser exactos, la cantidad en
pesos del préstamo fue apropiada como se muestra en la tabla
siguiente27:

Pesos
Capital adicional para la Caja de Crédito Agrario,
Industrial y Minero. 7’000.000
Creación de un Instituto de Fomento Industrial. 2’000.000
Construcción de carreteras. 3’000.000
Construcción de ferrocarriles y trabajos de puerto
relacionados (terminación del ferrocarril Buenaventura-
Medellín; ferrocarril de Nariño; trabajos del Puerto
de Tumaco). 2’000.000
Pago de parte de la deuda pendiente de la Nación
al Consejo Administrativo de los Ferrocarriles
Nacionales y adquisición de equipo para obras
públicas (incluido el mejoramiento de la navegación
fluvial). 3’000.000
Establecimiento de un fondo rotatorio para
desarrollo agrícola en el Ministerio de la
Economía Nacional. 500.000

Ya que los nuevos requerimientos de divisas extranjeras que


surgieron de este programa se materializarían sólo gradual­
mente, el Banco de la República, mientras tanto, podría usar la

26. The New York Times, 10 de mayo de 1940, 41:5.


27. MemHda, 1940, págs. 150-153.

94
mayor parte de dólares del préstamo para ayudar a liquidar las
cuentas de cambio pendientes, estimadas en cerca de US$8
millones28. Otro aspecto no desdeñable del préstamo fue que
redundaría en beneficio político para el gobierno de Santos, y
este era otro objetivo en que los Estados Unidos estaban plena­
mente deseosos de cooperar.
Mientras continuaban las conversaciones relacionadas con
un arreglo permanente de las deudas viejas. Algunas de las
presiones inmediatas para un ajuste completo podrían haber
sido aliviadas por el otorgamiento del préstamo del Banco de
Exportación e Importación, pero los colombianos todavía es­
peraban regresar luego por más créditos a los Estados Unidos
y, naturalmente, existían otras razones válidas para seguir
buscando un nuevo acuerdo. También existía una razón espe­
cial para apresurarse, porque el 20 de julio de 1940 expiraban
los poderes económicos extraordinarios otorgados al Presiden­
te colombiano por votación del Congreso en el mes de diciem­
bre anterior para hacerle frente a los problemas de la emergen­
cia de la guerra. Comprensiblemente Santos y Lleras prefirieron
efectuar la negociación bajo esos amplios poderes antes que ir
al Congreso para la aprobación de los términos específicos, tal
como habrían tenido que hacerlo en circunstancias diferentes.
Por ahora era claro que Colombia no aceptaría más del 3
por ciento de interés en cualquier arreglo permanente y los
representantes del gobierno de los Estados Unidos parecen
haber aceptado esto con mucha calma, aunque con frecuencia
expresaron su inclinación por una cifra mayor o por un aumen­
to gradual de la tasa de interés. En una reunión realizada en
Washington el 6 de julio de 1940 el secretario de Comercio,
Jesse Jones, anticipó lo que llegaría a ser la fórmula definitiva.
Asistieron a la reunión otros funcionarios norteamericanos, el
embajador colombiano Gabriel Turbay y un representante del
FBPC. La fórmula aseguraba la consolidación del capital pen­
diente de las emisiones de 1927 y 1928 más la mitad de los
intereses no pagados, en una nueva deuda al 3 por ciento;
Colombia proveería lo necesario para una amortización regu­
lar, empezando en pequeña escala pero aumentándola más
tarde29. El Gobierno colombiano aprobó dichos términos pero
insistió en añadir una disposición por la cual el pago podía ser
suspendido de nuevo temporalmente si las condiciones de las
finanzas nacionales hacían absolutamente necesaria tal medi­

28. Braden a Welles, Memo, 19 de abril de 1940, FR 1940, V. 699.


29. Welles, Memo, 6 de julio de 1940, FR 1940, V, 706.

95
da30. El FBPC, por su parte, rehusó aprobar los términos en
cuestión al considerar que no había sido apoyado por el Depar­
tamento de Estado en cuanto a los intereses31, y objetó vigoro­
samente la futura suspensión condicional. White insistió que
era preferible aceptar una nueva renovación del acuerdo de
1940 a corto plazo que aceptar lo anterior32. Pero como Dug-
gan enfatizó más tarde, la medida de suspensión únicamente
expresaba abiertamente lo que era una prerrogativa soberana
de cualquier gobierno; además observó que Colombia “qui­
zás... era un poco más honesta al dar preaviso”33.
Aún sin el acuerdo del FBPC, y antes de que expiraran sus
poderes extraordinarios, el 17 de julio el presidente Santos
expidió un decreto que promulgaba ciertas “bases que el go­
bierno adoptará para el pago de la deuda nacional externa de
1927 y 1928”34. Estas bases siguieron la fórmula de Jones con la
adición de la medida de suspensión; naturalmente, ésta no fue
bien vista por los voceros de los tenedores de bonos, pero una
vez pasada la fecha fijada (20 de julio), los funcionarios colom­
bianos insistieron en que no podían revisar los términos y
Sumner Welles le informó a White que el Departamento de
Estado no veía razón para cuestionar la interpretación colom­
biana35. Así, los términos específicos de la negociación, al fin
fueron anunciados formalmente el 30 de diciembre en Was­
hington, confirmaron lo que ya estaba decidido. Se estipulaba
el cambio de bonos pendientes al 6 por ciento por nuevas
obligaciones al 3 por ciento con un vencimiento de 25 a 30 años
y capitalización equivalente a la mitad de los intereses no
pagados. El valor de la nueva emisión sería de US $50 millones,
es decir, aproximadamente US $43.7 millones del capital origi­
nal todavía pendiente después de las compras en el mercado
abierto que Colombia había hecho durante el año de 1940, más

30. Embajada de Colombia al Departamento de Estado, primero y 10


de julio de 1940, FR 1940, V, 705, 707.
31. Ver, por ejemplo, Bonsal a Welles, 27 de diciembre de 1940, FR
1940, V, 718.
32. Duggan, Memo, 15 de julio de 1940, FR 1940, V, 708.
33. Duggan a Welles, Memo, 13 de diciembre de 1940, FR 1940, V,
714.
34. Ministerio de Hacienda y Crédito Público, Decretos de carácter
extraordinario expedidos por el Ejecutivo en desarrollo de las autori­
zaciones conferidas al Presidente de la República por la Ley 54 de
1939, Bogotá, 1940, págs. 12-13.
35. Welles a Francis White, 20 de diciembre de 1940, FR 1940, V, 716.

96
US $6.3 millones en intereses atrasados36. La medida no fue
mencionada en el anuncio, pero en virtud del decreto del 17 de
julio permaneció como una condición expresa.
Una declaración conjunta suministrada a la prensa por los
Departamentos de Estado y del Tesoro y la Agencia Federal de
Préstamos (Federal Loan Agency) describió los términos co­
lombianos como “un justo esfuerzo (de parte de Colombia)
para arreglar sus obligaciones”37. Por otro lado, el FBPC
siguió atacando los términos como “completamente contrarios
a lo que Colombia podía hacer”, y discriminatorios “contra los
tenedores de bonos puesto que proveen únicamente un 50 por
ciento de interés mientras conceden bonos internos y créditos a
corto plazo”. La declaración del FBPC llamó la atención acer­
ca de la discrepancia entre el interés del 3 por ciento que
Colombia estaba ofreciendo a los inversionistas privados (con
la aprobación oficial de los Estados Unidos) y el 4 por ciento de
interés que el Banco de Exportación e Importación estaba
cargando en sus recientes préstamos a Colombia38. De manera
similar, un comentarista financiero en el Herald Tribune de
Nueva York acusó al gobierno de los Estados Unidos de “ayu­
dar y alentar a Colombia para que engañe a los ciudadanos
norteamericanos”39. Y el Consejo rehusó de plano instar a los
tenedores individuales de títulos colombianos a que aceptaran
los términos.
Sin embargo, Colombia procedió luego a completar las
formalidades requeridas para la transacción. Una de ellas con­
sistía en obtener la aprobación de la Junta Nacional de Em­
préstitos, un cuerpo asesor formado principalmente por con­
gresistas de ambos partidos; el cual dio su aprobación por
unanimidad40, aunque los miembros conservadores —uno de
ellos el senador Luis Ignacio Andrade, gerente de El Siglo—,
más tarde estipularon que ellos únicamente habían aprobado
los términos efectivos del arreglo y no el recurso de ofrecer esos
términos bajo la autoridad de los poderes extraordinarios, que,
de hecho, habían expirado en el momento en que la oferta fue
anunciada41. En algunas oportunidades la oposición conserva-
36. The New York Times, 31 de diciembre de 1940, 26:1; MemHda,
1941, págs. 30-31.
37. The New York Times, 31 de diciembre de 1940. 26:1.
38. The New York Times, 1 de enero de 1941, 35:4.
39. New York Herald Tribune, 1 de enero de 1941, 31:4.
40. El Tiempo, 23 de febrero de 1941; The New York Times, 24 de
febrero de 1941, 28:3.
41. El Siglo, 11 de mayo de 1941.

97
dora había elevado su voz de protesta sobre cuestiones técnicas
mucho más pequeñas que ésta, pero en el caso presente no
armó ningún escándalo verdadero sobre la supuesta quiebra de
la legalidad. (La crítica más importante de los conservadores
fue simplemente que la negociación del préstamo debería ha­
berse realizado mucho antes, puesto que uno de los incontables
pecados atribuidos al régimen liberal era haber destruido la
reputación favorable que Colombia tenía para obtener créditos
en el extranjero42).
En realidad, la reacción colombiana más áspera es proba­
blemente la que provino del sector lopista del mismo partido
liberal. Un vocero lopista sugirió en El Liberal que el gobierno
de Santos había sido embaucado por una hábil maniobra
diplomática de los Estados Unidos, pretendiendo hacer apare­
cer la nueva asistencia financiera como dependiente de la liqui­
dación de las deudas atrasadas —al paso que, en la práctica, los
Estados Unidos estaban decididos a forzar los créditos en los
países latinoamericanos, no importaba cual, de modo que sus
compras reemplazaran los mercados europeos perdidos desde
el estallido de la guerra. Pero los liberales de López tampoco
hicieron de la liquidación del préstamo un tema de discusión
especial: desde su punto de vista era sólo una de las varias cosas
que Colombia había hecho recientemente por los Estados Uni­
dos sin recibir compensación adecuada en forma de créditos del
Banco de Exportación e Importación, o en alguna otra43.
Los últimos detalles en ser resueltos fueron la firma de
contratos con agentes financieros en los Estados Unidos para
que se encargaran de la conversión de las emisiones viejas en la
nueva y del pago futuro de intereses y amortización posterio­
res, así como de la presentación de una oferta formal de conver­
sión a los tenedores de bonos. Todo lo anterior se llevó a cabo
finalmente en mayo y junio de 1940 y, a pesar de la actitud del
FBPC, la respuesta de los inversionistas individuales fue muy

42. Esta última crítica fue claramente expresada en un editorial de La


Patria (de Manizales)el 9 de enero de 1941. Pero desde el punto de
vista conservador la culpa por la demora había que atribuirla por
igual a los liberales y a los Estados Unidos. Dicho país fue repren­
dido por El Siglo, por ejemplo, debido a su obstinada renuencia
(“conducta rebelde”) a bajar las tasas de interés. (El Siglo 31 de
mayo de 1940).
43. Ver artículo de Jorge Zalamea en El Liberal, 9 de marzo de 1941, y
las acusaciones de López en el sentido de que la cooperación de los
Estados Unidos había sido inadecuada en El Liberal, 25 de enero y
15 de abril de 1941.

98
satisfactoria. En los primeros ocho meses solamente, el 80 por
ciento de los tenedores de bonos norteamericanos habían he­
cho conocer su aceptación44.
Aún antes de la culminación real de estos arreglos, el Depar­
tamento de Estado había solicitado a su embajada en Bogotá
que estudiara qué se podría hacer en favor de otros grupos de
acreedores, al mismo tiempo que el Gobierno colombiano
introducía el tema de otro préstamo del Banco de Exportación
e Importación45. La discusión sobre ambos tópicos se adelantó
otra vez simultáneamente, pero el nuevo préstamo demostró
ser más fácil de arreglar. La solicitud colombiana original era
por US $10 millones para ser utilizados para necesidades tanto
militares como económicas46. La cuestión de la asistencia mili­
tar pronto se separó de la de la ayuda económica para ser
negociada a través de los canales de Préstamo y Arriendo47; sin
embargo, a medida que progresaban las negociaciones, la lista
de exigencias colombiana se hacía mayor, hasta el punto de que
sólo para ayuda económica se solicitó la suma de US $13
millones. Tal cifra no incluía un posible empréstito para estabi­
lización de la moneda circulante, lo cual fue mencionado nue­
vamente por Colombia aun cuando el embajador Braden no
estaba convencido de su necesidad. Braden no cuestionó la
conveniencia de créditos para obras públicas esenciales, algu­
nas de las cuales se estaban restringiendo debido a la baja en los
ingresos del país por concepto de aduanas ni para proyectos de
irrigación y drenaje en la zona bananera, cuya cosecha mayor
estaba siendo duramente afectada por una epidemia de sigato­
ka. Pero Braden era escéptico acerca de otros proyectos de
desarrollo propuestos y anotaba que el Instituto de Fomento
Industrial, establecido en gran parte con fondos provenientes
del préstamo del año anterior, había invertido hasta el momen­
to sólo una quinta parte de su capital en nuevas empresas
(ninguna de las cuales, afirmaba, se sabía que estuviera en
operación). Finalmente no cabía duda de que Santos estaba
ansioso de prestar más dinero, en parte simplemente para
refutar las insinuaciones de Alfonso López de que no había

44. MemHda, 1941, págs. 39-62; Livesey, Memo, 6 de marzo de 1942,


FR 1942, VI, 217; The New York Times, 5 de junio de 1941,33:4, y
7 de junio de 1941, 25:2.
45. Braden al secretario de Estado, 3 de febrero de 1941, y Wellesa
Braden 27 de marzo de 1941, FR 1941, VII, 55-56.
46. Braden, Memo., 16 de abril de 1941, FR 1941, VII, 57.
47. Ver atrás.

99
sido lo suficientemente enérgico para conseguir ayuda de los
Estados Unidos48.
No obstante, en última instancia, ni Braden en Bogotá ni sus
superiores en Washington se sentían muy dispuestos a regatear.
Santos era un amigo comprobado y nunca se echarían de
menos unos pocos millones. No sólo esto, sino que también la
prensa de Bogotá, aparentemente con estímulo oficial, sostenía
la esperanza de que Colombia conseguiría lo que deseaba,
creando así una situación en la cual hubiera resultado embara­
zoso hacer menos49. De modo que, por medio de un contrato
firmado el 23 de julio de 1941, se otorgó a Colombia un
préstamo del Banco de Exportación e Importación por US $12
millones nuevamente, a un interés del 4 por ciento50.0, como lo
expresó un escritor, esta vez en El Siglo-. “El futuro de la nación
ha sido gravado una vez más y más pesadamente”51. Pero a los
conservadores no pareció importarles mucho, y los lopistas se
sentían satisfechos de anotar que aparentemente el Gobierno
había tomado a pecho sus propios pronunciamientos acerca de
la insuficiencia previa de la ayuda norteamericana. El Liberal
llegó a sugerir que el vuelco en la política se debía a la salida de
Lleras Restrepo del Ministerio, en el mes de marzo anterior52.
El nuevo préstamo se hizo directamente al Gobierno colom­
biano y no al Banco de la República. La suma total no se pagó
inmediatamente a Colombia y tampoco fue destinada por ade­
lantado para objetivos específicos; todavía en 1943 existía un
modesto saldo esperando apropiación. Pero, de hecho, algo
más de la mitad fue destinada para construcción de carreteras y
mejoras de las mismas. La segunda suma más grande se destinó
a trabajos de irrigación y drenaje y algo se usó, después de todo
y con la aprobación de los Estados Unidos, para gastos de
defensa —bases aéreas, edificios militares y equipo. El desarro­
llo agrícola general, la navegación, las obras en los puertos y la

48. Emilio G. Collado, Memo, 2 de mayo de 1941, Duggan, Memo, 22


de mayo de 1941, y Braden al secretario de Estado, 29 de mayo de
1941, FR 1941, VII, 61-63, 66-68.
49. Collado, Memo, 2 de mayo de 1941, y Keith al secretario de
Estado, 10 de mayo de 1941, FR 1941, VII, 61-65.
50. Welles a Braden, 25 de julio de 1941, FR 1941, VII, 72. Las
negociaciones del préstamo no se completaron sino cuando el
Congreso colombiano aprobó sus términos en octubre (The New
York Times, 5 de octubre de 1941, 46:5).
51. El Siglo, 15 de junio de 1941.
52. El Liberal, 14 de junio de 1941.

100
construcción de otros edificios del Gobierno recibieron todos
partidas menores53.
Los esfuerzos posteriores del gobierno de Santos para con­
seguir préstamos de los Estados Unidos una vez que se le
otorgó el crédito del Banco de Exportación e Importación de
1941, tuvieron que ver principalmente con los requerimientos
militares. El resultado final fue el convenio de Préstamo y
Arriendo de marzo de 194254. Sin embargo, el Gobierno colom­
biano continuó trabajando al mismo tiempo por un arreglo de
sus restantes obligaciones pendientes en dólares, y antes de que
Santos terminara su periodo, se había llegado a un acuerdo
sobre el préstamo del grupo bancario a Olaya y sobre las
obligaciones del Banco Agrícola Hipotecario. En el primer
caso, Colombia había venido reduciendo el capital gradual­
mente, capital que durante 1939, por ejemplo, había disminui­
do en más de un cuarto de millón de dólares. Gradualmente
también, la gama de desacuerdos sobre los términos para un
arreglo permanente se redujo debido a las discusiones entre el
Gobierno colombiano y los banqueros, con discretas interven­
ciones por parte del Departamento de Estado, pero con poco
sentido de urgencia de ambas partes. La cuestión principal que
estaba en juego era el tiempo que se podía conceder para la
liquidación total, ya que Colombia quería un período de 15
años y algunas firmas bancarias, aunque no todas, insistían en
un lapso de diez años. Finalmente se adoptó lo que aparente­
mente era un convenio ajustado. Por medio de un acuerdo de
mayo de 1942, se estipularon pagos regulares cada cuatro
meses durante un período de diez años, pero con un último
pago, a vencerse el 31 de diciembre de 1952, por un monto de
US $5.578.896. No se esperaba que Colombia cumpliera con
esta suma; tendría que ser renegociada cuando llegara el mo­
mento, de modo que la fecha de la liquidación final quedó sin
determinar55.
Solo en septiembre de 1941 comenzaron discusiones serias
acerca de las deudas del Banco Hipotecario, cuando el Banco

53. Secretario de Estado a la embajada en Bogotá, 9 de febrero de


1942, DS 821. 24/195; MemHda, 1943, pág. 46.
54. Ver más adelante.
55. Braden al secretario de Estado, lOde noviembre de 1941, FR 1941,
VII, 77-78; Braden al secretario de Estado, 13 de febrero de 1942, y
Collado, Memos, 28 de febrero y 6 de marzo de 1942, FR 1942, VI,
210-12; MemHda, 1940, pág. 155; MemHda, 1941, pág. 281;
MemHda, 1943, pág. 45.
Agrícola Hipotecario propuso que se reasumiera el pago sobre
las emisiones garantizadas al 2.5 por ciento de interés, olvidan­
do los intereses atrasados. Se ofreció un tratamiento algo simi­
lar en el caso de las emisiones no garantizadas por las cuales el
Banco había asumido responsabilidad, aunque no se revelaron
los detalles. No obstante, el Departamento de Estado comuni­
có al negociador especial del Banco en Washington que los
términos parecían ser muy bajos —que los acreedores no de­
bían obtener menos de los términos ofrecidos recientemente a
los tenedores de bonos nacionales. El Banco entonces presentó
una propuesta revisada, la cual fue aprobada en principio por
los funcionarios del Departamento de Estado, y después de
detalladas negociaciones posteriores, la propuesta se incluyó
en una oferta formal a los tenedores de bonos, en junio de 1942.
Dicha oferta requería que los tenedores de bonos garantizados
recibieran nuevos bonos de Colombia al 3 por ciento a una tasa
de US $1.100 por cada US $1.000 de capital; los $100 adiciona­
les representaban una compensación parcial por intereses atra­
sados. Los bonos no garantizados serían cambiados a una tasa
de US $750 en bonos nuevos por cada $1.000 de los viejos.
Estos términos finales fueron expresamente aprobados por
adelantado por el Departamento de Estado y afectaron en total
un poco más de US $10 millones en bonos pendientes, en poder
de los inversionistas norteamericanos56.
Por lo tanto, en la época en que Santos terminó su período
sólo los tenedores de bonos municipales y departamentales
estaban todavía esperando alguna forma de arreglo, aunque los
acreedores del Departamento de Cundinamarca al menos con­
siguieron en Nueva York un mandato judicial de embargo en
contra de la miserable suma de US $42.725, debida al Departa­
mento por sus agentes fiscales norteamericanos57. De todos
modos, el gobierno de Santos había cumplido su promesa de
hacer algo acerca de la situación del crédito externo del país. Su
gobierno había llevado a cabo una serie de operaciones de
amortización bajo condiciones que generalmente se acercaban
más a la posición oficial original de Colombia que a la de los
acreedores extranjeros. Al lograr lo anterior, el gobierno de

56. James H. Wright, Memo, 31 de octubre de 1941, FR 1941, VII,


75-77; Livesey, Memos, 15 y 27 de enero de 1942, y Departamento
de Estado a la embajada colombiana, 19 de marzo de 1942, FR
1942, VI, 205-9. 218-19; y Commercial and Financial Cronicle, 2r.
de junio de 1942, pág. 2387.
57. The New York Times, 12 de marzo de 1941, 32:2.

102
Santos había reducido a un mínimo la crítica política nacional,
iiI mismo tiempo que satisfizo una de las condiciones claves
para poder recibir nuevos préstamos del gobierno de los Esta­
dos Unidos. Por otra parte, estos nuevos créditos sentaron un
pi ccedente que ha continuado hasta hoy y que no da señales de
cambiar.

103
VI. CAFE, BANANO, PETROLEO

Las negociaciones de los préstamos fueron apenas un aspec­


to de las relaciones económicas colombo-norteamericanas du­
rante el gobierno de Santos y, a pesar de toda la atención oficial
que recibieron, no fueron necesariamente las más importantes.
En realidad, el factor clave de las relaciones económicas conti­
nuó siendo el liderazgo abrumador de que gozaban los Estados
Unidos como fuente de las importaciones colombianas y mer­
cado para sus exportaciones. Una posición de liderazgo similar
existía en el campo de las inversiones privadas directas. No
obstante, ni el comercio ni las inversiones directas presentaban
un cuadro estático. En ambos casos, la cambiante situación
internacional tenía repercusiones de largo alcance y también
existían continuos problemas de política económica nacional
en el campo de las inversiones que afectaban directamente a las
empresas de propiedad extranjera.

Durante 1938, el último año completo anterior a la guerra, el


café había producido el 54.4 por ciento del valor del comercio
exterior de Colombia e incluso esta cifra no hace justicia total a
la enorme importancia del mercado cafetero internacional para
Colombia. Las exportaciones en segunda y tercera cuantía—el
petróleo crudo y el oro, las cuales produjeron en 1938 el 22.8
por ciento y el 11.5 por ciento, respectivamente
* empleaban un
porcentaje relativamente menor de la fuerza de trabajo nacio-

1. W. H. Delaplane, “The War and an Agricultural Economy: the


Case of Colombia”, The Southern Economic Journal, IX, julio de
1942, pág. 34.

104
nal. En contraste, el café era una cosecha de trabajo intensivo,
cultivado virtualmente en cada zona importante de la Repúbli­
ca, en las grandes haciendas y en la pequeña propiedad campe­
sina por igual. El café, además, tenía una importancia especial
en las relaciones colombo-norteamericanas, ya que a pesar del
aumento reciente de las compras alemanas, canceladas en mar­
cos de compensación, los Estados Unidos conservaban el pri­
mer lugar como compradores del café colombiano por un
margen apreciable. En 1938, los Estados Unidos se quedaron
con el 80 por ciento de las exportaciones de café de Colombia, y
Alemania con el 16 por ciento, en contraste con el 84 por ciento
y el 7 por ciento de sólo cuatro años antes2.
El patrón del comercio cafetero colombiano, con su fuerte
dependencia del mercado norteamericano, marcó un cierto
grado de protección estructural contra la pérdida drástica en el
volumen de exportaciones después del comienzo de la Segunda
Guerra Mundial. Sin embargo, no suministró una protección
igual contra una baja en el valor de exportación, el cual depen­
día de las condiciones del mercado mundial del café en su
conjunto; y el cierre virtual del mercado alemán al comienzo de
la guerra europea, seguido por la pérdida de otros mercados
continentales a medida que el conflicto progresaba, tuvo efec­
tos adversos muy notorios en los precios del café. Desde el 11 de
septiembre de 1939 hasta el 4 de septiembre de 1940, el precio
de Nueva York para el tipo básico de café colombiano (Mani-
zales) declinó de 12.75 centavos de dólar la libra a 7.25 centavos
—aproximadamente el precio más bajo que se haya registra­
do—3. Esta caída no solo redujo las entradas de la industria del
café sino que amenazó con una crisis fiscal al mismo Gobierno
colombiano. La relación entre los precios y las ventas del café y
los ingresos del Gobierno era inevitablemente compleja, pero
la fuente de preocupación inmediata era el hecho de que
cualquier pérdida importante de divisas —tal como la situación
cafetera en ese momento acarreaba inevitablemente— dismi­
nuiría la capacidad de importación de Colombia. A su vez, esto
amenazaba la renta de aduanas, la fuente más importante de
ingresos tributarios.

2. Contraloría General de la República, Anuario de Comercio Exte­


rior, 1938, págs. 78-79. Los porcentajes dados en el texto están
basados en el valor. Gran parte del café que se exportaba a Alema­
nia era revendido en realidad en otros países de Europa.
3. Delaplane, “The War and an Agricultural Economy”, pág. 36.

105
El gobierno de Santos comenzó a adoptar una serie de
contramedidas aún antes de que se sintiera el impacto pleno del
precio declinante del café. Se fortalecieron las regulaciones de
control de cambios en diciembre de 1939 y se impusieron
restricciones especiales a cierta clase de importaciones y el
Gobierno se propuso aumentar la producción y exportación de
oro. Como se mencionó en el capítulo anterior, la administra­
ción agilizó las negociaciones financieras con los Estados Uni­
dos a fin de obtener nuevos créditos, y, en mayo de 1940,
estableció una subvención de 2 pesos por saco a las exportacio­
nes del café4. Todos estos recursos parecen haber sido de
alguna ayuda. Pero con la excepción de la subvención para el
café, no ayudaron a la industria cafetera directamente y tampo­
co hubo seguridad alguna de que su efecto combinado resolve­
ría el problema de divisas. De ahí que, de acuerdo con otros
productores latinoamericanos, Colombia echara mano del re­
curso adicional de acción cooperativa para sustentar el precio
del grano.
La idea de un convenio interamericano para limitar la pro­
ducción y las exportaciones de café y así mantener el precio a un
nivel aceptable, estaba muy lejos de ser novedosa, pero general­
mente no había gozado de mucha aceptación en Colombia.
Confiando en que la calidad superior de sus propios tipos de
café garantizaría la venta de todo lo que produjesen —y a un
precio cómodamente superior al del grano brasileño— los
colombianos habían preferido hacer las cosas a su manera en el
mercado cafetero mundial. Para ser exactos, en 1936, con
enérgico apoyo del gobierno de López, la semioficial Federa­
ción Nacional de Cafeteros llegó a un acuerdo con Brasil para
la restricción conjunta de las exportaciones. Pero la Federación
no estaba en condiciones de financiar adecuadamente su cuota
del programa, lo que fue un motivo —aunque ciertamente no el
único— de por qué el acuerdo se descompuso rápidamente5. La
nueva situación ocasionada por la Segunda Guerra Mundial
creó entonces en Colombia la opinión de dar otra oportunidad
a los pactos internacionales, y cuando se realizó en Nueva York
la Tercera Conferencia Panamericana del Café, en junio de
1940, para diseñar un plan de acción conjunta, Colombia fue
un colaborador activo.

4. Ibid., págs. 38-40.


5. Mariano Ospina Pérez, “La política cafetera colombiana”, Revista
Colombiana, V, 1 de mayo de 1935, págs. 69-76; MemHda, 1941,
pág. 15; MemHda, 1942, págs. 75-76.

106
Los Estados Unidos, temiendo en forma especial las conse­
cuencias políticas del apuro económico, se encontraban tam­
bién dispuestos a colaborar, un augurio de éxito mucho más
importante. Las principales condiciones impuestas por los Es­
tados Unidos, según fueron expresadas en un mensaje del
secretario Cordell Hull al presidente de la Conferencia Cafete­
ra, eran que los Estados Unidos debían estar representados
oficialmente en la formulación y administración del programa,
que los intereses de los consumidores así como los de los
productores debían ser tenidos en cuenta6. Sin embargo, los
latinoamericanos hubieran preferido, por lo menos como un
primer paso, no imponerse limitaciones a sí mismos, sino sim­
plemente hacer que el café no americano fuera excluido del
mercado estadinense. Y sólo cuando quedó claro que los Esta­
dos Unidos no aceptarían tal solución, la Conferencia comenzó
“serias discusiones” de un sistema general de cuotas7; aún
entonces la fijación de cuotas propiamente dichas fue un asun­
to extremadamente complicado y difícil. En realidad, la Confe­
rencia apenas logró redactar un plan tentativo, el cual se dejó
para ser perfeccionado a través de negociaciones posteriores
entre la Oficina Cafetera Panamericana (Pan American Coffee
Bureau), el Comité de Consejería Financiera y Económica
Interamericano (Inter-American Financial and Economic Ad-
visory Committee) en Washington, (el cual estaba presidido
por Sumner Welles) y los gobiernos interesados, incluido el de
los Estados Unidos.
Aunque aceptó en principio el sistema de cuotas, Colombia
probablemente creó más dificultades que las que correspon­
dían. La delegación colombiana a la Conferencia en Nueva
York opuso objeciones a la idea de que las cuotas cafeteras de
importación fueran puestas en vigor por los Estados Unidos,
prefiriendo tenerse a las cuotas de exportación del grupo lati­
noamericano, aun cuando la participación de los Estados Uni­
dos en el proceso de ejecución de la idea era la mejor garantía de
efectividad. En negociaciones posteriores acerca del volumen
de las cuotas nacionales específicas, Colombia insistió en rega­
tear sobre cantidades verdaderamente insignificantes —más
aún, admitiendo virtualmente que sus razones eran políticas,
no económicas. Desafortunadamente, las discusiones sobre la
cuota llegaron al punto crítico durante los meses de septiembre
y octubre de 1940, precisamente cuando el gobierno de Santos

6. Hull a Manuel Mejía, 24 de junio de 1940, FR 1940, V, 381-82.


7. Paúl C. Daniels, Memo, 3 de julio de 1940, FR 1940, V, 383.

107
enfrentaba problemas importantes en el Congreso acerca de los
acuerdos de La Habana, el propuesto préstamo para la defen­
sa, etc., y estaba francamente asustado de que una diferencia de
unos pocos miles de sacos en una cuota proyectada para exce­
der los tres millones implicará peligrosas repercusiones políti­
cas en el país. No obstante, Colombia no tuvo más alternatriva
que ceder. Se suscribió, formalmente, un Acuerdo Cafetero
Interamericano tanto por las naciones latinoamericanas expor­
tadoras como por los Estados Unidos, el 28 de noviembre de
1940, asignando a Colombia una cuota de 3.150.000 sacos en el
mercado norteamericano de un total de 15.545.000 para todos
los exportadores de café. Esta cuota era 50.000 sacos menor de
lo que Colombia había solicitado aunque no estaba muy lejos
de sus últimas propuestas. La fórmula final para la distribución
de las cuotas fue en parte considerable obra de los Estados
Unidos, quienes también convinieron en compartir la tarea de
hacerla cumplir8.
El Gobierno colombiano, a pesar de sus objeciones anterio­
res, aclamó el Acuerdo Cafetero, después de que éste se mate­
rializó, como un logro económico importante. Sería difícil
encontrar una operación más “brillante”, declaró la Memoria
del Ministerio de Hacienda de 19419, la cual reconoció el mérito
de los Estados Unidos por su ayuda en lograrla. La base de esta
satisfacción era el hecho de que la tendencia descendente de los
precios del café había sido revertida exitosamente en la última
parte de 1940. La recuperación comenzó incluso antes de que se
firmara el Acuerdo, y al menos en parte, como anticipación de
sus efectos; para mediados de 1941 el precio del café Manizales
se había más que duplicado, alcanzando un nivel de 16 a 17
centavos la libra10. Naturalmente, este final feliz no se debió
solamente al pacto de cuotas, ya que el consumo de café crecía
constantemente en los Estados Unidos bajo la influencia del
empleo de la defensa y otros factores. Es así como para mayo de

8. Sobre estas negociaciones ver los memorandos, comunicaciones,


etc., recogidos en FR 1940, V, 382-405; MemHda, 1940, págs. 27-31;
MemHda, 1941, págs. 117-18; World PeaceFoundation, Documente
on American Foreign Relations, julio 1940-junio 1941, Boston, 1941,
págs. 97-106 (para el texto del acuerdo); Paúl C. Daniels, “The
Interamerican Coffee Agreement”, Law and Contemporary Pro-
blems, VIII, otoño de 1941, 708-20.
9. MemHda, 1941, pág. 23.
10. Delaplane, “The War and an Agricultural Economy”, pág. 36.
Por entonces el precio se estabilizó, más o menos, y seguía al
mismo nivel un año después, MemHda, 1942, pág. 94.

108
1941 ya fue posible asignar a las naciones exportadoras, inclui­
da Colombia.una rotación de aumentos en sus cuotas; conti­
nuaron apareciendo otros incrementos a intervalos regulares
sin que ello causara un nuevo descenso en el precio del café, en
realidad, una de las razones del incremento de las cuotas fue
evitar que el precio del grano aumentara demasiado brusca­
mente11.
La opinión extraoficial en Colombia era menos entusiasta
acerca del sistema de cuotas. En particular muchos conserva­
dores consideraban que aun si el Acuerdo Cafetero era benéfi­
co a corto plazo, Colombia estaría en mejores circunstancias si
continuaba ateniéndose a la calidad de la producción antes que
a las manipulaciones del mercado12. La facción lopista de los
liberales no lanzó tales críticas al sistema de cuotas pero menos­
preció el beneficio concreto que se derivaba del Acuerdo de
1940 e insistía en que era por lo menos tan valioso para los
Estados Unidos como para Colombia; por ejemplo, que las
ganancias crecientes del café salían inmediatamente como pago
de las exportaciones norteamericanas13. También reinaba cier­
to descontento sobre la estructura de controles oficiales e im­
puestos especiales que el Gobierno imponía, en colaboración
con la Federación Nacional de Cafeteros, para retirar del mer­
cado las existencias de café que excedieran la cuota de exporta­
ción y mantenerlas en almacenaje. Pero la misma Federación,
cuyos estamentos superiores incluían una firme representación
de los conservadores, permanecía fiel al Gobierno y al Acuer­
do14. También se aminoró el descontento por el simple hecho
de que la industria cafetera, por las razones que fueren, estaba
prosperando. Durante todo el año de 1940 el volumen de las
exportaciones del grano se incrementó, a tiempo que de hecho
descendía el valor, pero en 1941 sucedió todo lo contrario y en
1942 ambos subieron bruscamente (ver tabla)15. El café conti­
nuó en esta forma desempeñando el papel principal en el
comercio de exportaciones de Colombia y el restablecimiento
del café —unido a la intensificación de la producción y exporta­

11. Memllda, 1941, pág. 19; Memllda, 1942, págs. 91-92; Danicls,
“The Intcramerican Coffee Agreement”, pág. 718.
12. Ver, por ejemplo, La Patria, Manizalcs, 4 de marzo de 1941.
13. El Liberal, 9 de marzo de 1941.
14. Delaplane, “The War and an Agricultura! Economy”, pág. 41;
Memllda, 1941, pág. 22. La Federación, naturalmente, había
desempeñado un papel importante en las negociaciones del acuer­
do cafetero, a favor de Colombia.
15. Basado en el Anuario de Comercio Exterior, 1938-42.

109
ción del oro— más que compensó el colapso total que pronto
afectó al comercio del banano16.

EXPORTACIONES DE CAFE COLOMBIANO

Año Bultos Pesos


1938 4.228.801 88.775.329
1939 3.702.163 87.124.693
1940 4.443.199 74.023.042
1941 2.911.518 83.293.779
1942 4.309.479 144.750.690

II

Las exportaciones de banano de Colombia durante 1938 lle­


garon a la suma de $8.883.871 de pesos, o sea 5% del total de
exportaciones. Los Estados Unidos se quedaron solamente con
el 49% de esta cantidad, en contraposición con el 80% del
café17, pero la industria estaba dominada por la United Fruit
Company de Boston, y los problemas de nunca acabar de la
United Fruit hicieron que el banano se destacara despropor­
cionadamente en las relaciones colombo-norteamericanas.
Aunque la compañía sólo producía cerca del 20% de todas las
exportaciones de banano de Colombia en tierras de su propie­
dad18, compraba virtualmente todo el resto de la producción
exportable de productores independientes para enviarla por su
propia cuenta a Europa o Estados Unidos. Así pues, ejercía, en
efecto, de un monopolio no únicamente de mercado sino de
producción y este punto había sido por largo tiempo una fuente
de irritación en Colombia. No corresponde a este estudio exa­
minar cuánta verdad encierran las acusaciones de que la United
Fruit en forma consistente intrigaba para manipular los precios
y otras condiciones del negocio del banano en su favor; con to­
do, la simple existencia de tales acusacionesafectaba inevitable­
mente no sólo la imagen pública de la compañía, sino las acti­
tudes oficiales colombianas y las decisiones reguladoras atinen­
tes a la compañía19.

16. Ver apéndice.


17. Anuario de Comercio Exterior, 1938, págs. 2, 3, 78-79, 206.
18. Greene al secretario de Estado, 6 de octubre de 1938, DS 821.
6156/262.
19. El historial de la United Fruit Company está examinando de
manera completa pero no exhaustiva en Stacy May y Galo Plaza,

110
Ciertamente, ninguna otra empresa de propiedad extranjera
había sentido el descontento del gobierno de López en la misma
medida en que lo sintió la United Fruit. Creyendo que la
Compañía había utilizado sus contratos de compra para redu­
cir a los productores independientes a un estado de servidum­
bre malsana, el régimen de López patrocinó la Ley la. de 1937,
la cual, entre otras cosas, limitaba los contratos corrientes a
una duración máxima de dos años. También hizo aprobar una
medida que ostensiblemente era de mayor alcance, promulga­
da más adelante ese mismo año, la cual estipulaba una mal
definida “intervención” del Gobierno en la industria del bana­
no y autorizaba el uso de la expropiación, si fuera necesario,
para alcanzar sus objetivos20. Los efectos prácticos de ambas
medidas fueron insignificantes, pero no fueron la única eviden­
cia de la hostilidad oficial. En realidad, la compañía fue objeto
de lo que ésta consideró una campaña de claro hostigamiento,
que condujo al arresto de un gerente residente en dos oportuni­
dades (con base en acusaciones que fueron finalmente descarta­
das22). Ya sea que el trato que recibió fuese merecido o no, era
natural que la United Fruit tuviera dudas acerca de su futuro en
Colombia; y un resultado fue una vacilación obvia en expandir
aún más sus operaciones en Colombia o al menos sostener su
nivel actual. Lo que hizo que la situación fuese particularmente

The UnitedFruit Company in Latín América, Washington, 1958. La


información específicamente relacionada con las operaciones de
la United Fruit en Colombia es desafortunadamente muy limita­
da. Ver también J. Fred Rippy, El capital norteamericano y la
penetración imperialista en Colombia, El Ancora Editores, Bogo­
tá, 1981.
20. Leyes, enero-junio de 1937, pág. 4; Leyes, julio-diciembre de 1937,
págs. 95 y 96.
21. Con respecto a las características que, según la Ley 1, debían tener
los contratos, se había presentado un gran afán por firmar contra­
tos más largos poco antes de que la ley fuera promulgada, lo que
disminuyó su impacto inmediato, puesto que no fue aplicada
retroactivamente (Dawson al secretario de Estado, 12 de agosto de
1937, DS 821. 6156/230). El embajador Braden, sin embargo,
llegó a la conclusión de que la duración de los contratos se
sobrevaloraba tanto por parte de la compañía como por parte de
sus críticos, y de que en la práctica no había diferencias si la
compañía compraba el banano sin contratos de ninguna especie.
(Braden al secretario de Estado, 8 de mayo de 1939, DS 821.
6156/264).
22. Greene al secretario de Estado, 21 de enero de 1938, DS 821.
6156/253; La Defensa Social, Bogotá, 29 de noviembre de 1939.

111
inquietante para la compañía —y para Colombia— fue el
hecho de que desde fines de 1937 había indicaciones claras de
que la sigatoka se había diseminado en las plantaciones bana­
neras de Colombia23. La plaga podía ser controlada, pero
únicamente por medio de costosas y complejas medidas que la
United Fruit no deseaba emprender a menos que tuviera mayo­
res seguridades de estabilidad de su situación en Colombia.
Las probabilidades de una reconciliación exitosa mejoraron
aparentemente en 1938, tanto por el arribo de un nuevo gerente
de la United Fruit, como por el cambio de gobierno en Bogotá.
Poco después de posesionarse, el presidente Santos tuvo una
conversación cordial con Reginald H. Hamer,el nuevo director
de operaciones de la compañía, durante la cual el Presidente
enfatizó que ya no había necesidad de temer un trato hostil. El
ministro de la Economía Nacional del gobierno de Santos
agregó posteriores seguridades específicas de que el Gobierno
no tenía la intención de expropiar las tierras bananeras, con la
posible excepción de unas pocas extensiones para ser utilizadas
en obras de irrigación o construcción de líneas telefónicas o
algo igualmente inofensivo. No obstante, la United Fruit vaci­
laba todavía en emprender una campaña masiva contra la
sigatoka. Hamer informó a la legación norteamericana que la
compañía cooperaría con cualquier medida que el Gobierno
creyera conveniente adoptar, pero que no haría ningún esfuer­
zo especial por su propia cuenta; y en el caso de que la industria
se arruinara finalmente, añadió, la United Fruit se encontraba
dispuesta a abandonar a Colombia sin remordimientos24.
La persistencia de la sospecha pública y política de la United
Fruit se demostró en los comienzos del gobierno de Santos con
la acusación formal, introducida por la Cámara de Represen­
tantes, en contra de un antiguo ex-ministro de Educación,
Pedro María Carreño, supuestamente por haber ejercido una
influencia impropia en favor de la compañía frutera al convenir
los términos para el arriendo de uno de sus barcos como
transportador de tropa durante la crisis de Leticia entre Co­
lombia y Perú. Las circunstancias agravantes en este incidente,
el cual por entonces ya llevaba su tiempo, era que Carreño
había estado recibiendo pagos como consejero legal de la Uni-

23. Dawson al secretario de Estado, 9 de noviembre de 1937, DS 821.


6156/244.
24. Greene al secretario de Estado, 6 de octubre de 1938, DS 821.
6156/262.

11?
ted Fruit a pesar de su posición en el gabinete25. Tal circunstan­
cia sirvió así como confirmación propicia de la acusación
formal de que la compañía había estado sobornando políticos
colombianos para que sirvieran a sus nefandos propósitos. Y el
hecho de que Carreño fuera un miembro conservador del
régimen de coalición de Olaya Herrera cuando ocurrió el inci­
dente, le añadió más vigor a los ataques de los liberales, princi­
palmente de la facción lopista.
El camino hacia la denuncia de Carreño había comenzado
en realidad en las postrimerías del gobierno de López; y simple­
mente se abrió después de que se posesionó Santos. El Senado
votó en contra de la admisión de la acusación presentada por la
Cámara Baja, en noviembre de 1938, pero su decisión especifi­
caba que la conducta de Carreño —y de este modo, por ende, la
de la compañía frutera —merecía una censura26. La decisión
del Senado tampoco puso fin inmediato a la agitación provoca­
da por este asunto, la cual se prolongó durante un tiempo más
largo27.
Sin embargo, Carreño contaba al menos con el apoyo de sus
compañeros conservadores, y no solamente de abogados con­
servadores de compañías extranjeras, ya que fue defendido
vigorosamente por el periódico El Siglo de Laureano Gómez28.
Gómez y sus asociados inmediatos estaban especialmente pre­
ocupados en limpiar el nombre de Carreño, pero este último no
era un compañero laureanista, hablando en sentido estricto, y
aquellos no eran siempre tolerantes con los conservadores que
habían servido a Olaya y a las corporaciones extranjeras. Sim­
plemente, lo que sucedió por casualidad fue que la tendencia
anti-norteamericanismo generalmente eximía a la United Fruit
Co., como símbolo de la explotación económica yanqui. El
conflicto entre López y la United Fruit fue obviamente un
motivo importante de este fenómeno; los dirigentes conserva­
dores, incluido Gómez, estaban dispuestos a demostrar que
todo lo que saliera mal en la zona bananera provenía del
antagonismo “socialista” de López hacia la empresa privada, y

25. El Siglo, 23 de marzo de 1938; El Tiempo, 31 de marzo de 1938.


Carreño insistió en que los pagos en cuestión, en realidad peque­
ños, estaban destinados a su hijo, quien trabajaba como abogado
de la United Fruit mientras era, al mismo tiempo, miembro del
gabinete. Sin embargo, los pagos fueron incluidos en su declara­
ción de renta, y no en la de su hijo.
26. El Tiempo, lo. de noviembre de 1938.
27. Ver Tierra, Bogotá, 18 de noviembre de 1938.
28. Ver en especial El Siglo, 23 y 25 de marzo de 1938.

113
que la United Fruit (como cualquier víctima de López) gozaba
de una presunción de inocencia automática. Pero el hecho de
que los conservadores tendieran a ser “blandos” con la United
Fruit no resolvió los problemas de ésta. Significaba que Santos
podía extender la mano de la amistad sin temor de Laureano
Gómez, pero que sin embargo seguía contando con su propio
partido para luchar.
También tenía que contender con la United Fruit, la cual era
muy lenta para perdonar y olvidar. La compañía continuó
alimentando su resentimiento por la legislación bananera de
López, resentimiento que expresó directamente en un memo­
rando al Gobierno e indirectamente haciendo que sus aboga­
dos aconsejaran a un grupo de productores colombianos quie­
nes optaron por demandar la constitucionalidad de la ley de
intervención en los tribunales. Entre tanto, la sigatoka seguía
propagándose y las medidas del Gobierno para combatirla
eran muy poco adecuadas. La United Fruit incluso ofreció su
cooperación a la campaña oficial —v. g., prestando los servi­
cios de un experto en agricultura tropical, el Dr. Wilson
Popenoe— pero escrupulosamente se abstuvo de tomar la
iniciativa29.
Por consiguiente, este fue uno de los problemas más apre­
miantes de los que tuvo que encargarse Spruille Braden después
de su llegada a Bogotá, a comienzos de 1939, como embajador
de los Estados Unidos. Conversó con funcionarios colombia­
nos y norteamericanos con la esperanza de fomentar algún tipo
de entendimiento y en verdad obtuvo de la compañía un acuer­
do para hacer lo que fuera necesario para salvar una parte de
las tierras bananeras de propiedad de la misma compañía.
Además, a mediados de abril, el gobierno de Santos se presentó
con lo que parecía ser una propuesta prometedora. Tal pro­
puesta consistía en que el Gobierno llegaría a un acuerdo
explícito con la compañía, el cual aclararía ciertos aspectos de
la ley de intervención y daría así a la compañía la confianza que
necesitaba antes de acometer un ataque total contra la sigato­
ka. Braden recibió esta propuesta con entusiasmo y los funcio­
narios de la compañía en Bogotá aceptaron comunicar ésta a su
oficina principal en Boston. Pero ninguna de las dos partes
presionó para que la idea fuese puesta rápidamente en prácti­
ca30.

29. Braden al secretario de Estado, 8 de mayo y 20 de octubre de 1939,


DS 821. 6156/264, 270.
30. Braden al secretario de Estado, 8 de mayo de 1939, DS 821.
6156/264.

114
La ley de intervención fue en gran medida eliminada como
tema pertinente cuando la Corte Suprema de Colombia, en
septiembre de 1939 declaró apartes considerables de la misma
como inconstitucionales. Esta decisión, junto con la actitud
generalmente amistosa de Santos, debería haber servido de
mucho para eliminar las reservas de la compañía a efectuar las
inversiones necesarias para contener la sigatoka. Desafortuna­
damente, el mes de septiembre de 1939 también fue testigo del
comienzo de la guerra en Europa, lo que constituyó una seria
complicación ya que los mercados europeos habían estado
absorbiendo la mayoría de las exportaciones de banano de
Colombia. La compañía trató de aminorar el impacto de la
guerra al desviar una gran proporción del banano colombiano
al mercado norteamericano, aún a costa de otros productores
del Caribe; pero la situación internacional nubló todavía más el
panorama para la industria bananera31. No obstante, las nego­
ciaciones entre la compañía y el gobierno continuaron. Lo que
emergió gradualmente fue un plan mediante el cual el Gobierno
entraría en un contrato especial con la United Fruit, autorizan­
do a la compañía a adelantar medidas contra la sigatoka a lo
largo de toda la zona bananera, incluidas las tierras de propie­
tarios independientes; en este último caso, la compañía estaría
facultada para realizar contratos de compra por más de dos
años y compensar sus gastos por medio de deducciones al
precio de la fruta. El esquema era ciertamente razonable, pero
tal contrato no se firmó sino hasta abril de 1941.
Ambas partes compartían la responsabilidad por tal demo­
ra, durante la cual la plaga continuó propagándose y la produc­
ción y las exportaciones continuaron declinando. (Ver Apéndi­
ce). Por su parte, la compañía buscó seguridades de estabilidad
en la escala de salarios de Colombia y cuestiones análogas, y a
fines de 1940, retiró temporalmente su aprobación inclusive de
los principios del contrato propuesto, cuando la escasez de
embarcaciones provocada por la guerra hizo que Gran Bretaña
prohibiera por completo las importaciones de la fruta. En
repetidas ocasiones, la necesidad de Hamer y otros funciona­
rios de la compañía de consultar a su casa matriz en Boston
acerca de decisiones importantes constituyó un obstáculo a las
negociaciones. En general, la compañía no se mostraba como
un negociador ansioso, pero al paso que su actitud puede haber
sido en parte una estratagema para regatear, como lo sospecha­

31. Braden al secretario de Estado, 21 y 29 de septiembre de 1939, DS


821. 6156/267, 268.

115
ban los colombianos, es poca la duda que puede existir acerca
de su sincera falta de entusiasmo en lo concerniente a su
situación en Colombia32. Tampoco hay mucha razón para
dudar que un motivo por el cual estaba dispuesta a cooperar en
la forma en que lo hizo fue el reconocimiento, enérgicamente
fomentado por la embajada en Bogotá y por el Departamento
de Estado en Washington, de que tal cooperación sería de inte­
rés norteamericano así como de interés nacional de Colombia.
La pedantería burocrática de Colombia, los cambios regula­
res de los ministros de Economía Nacional y la necesidad de
adoptar una legislación permisiva, —además de las sospechas
fijas y continuas de Colombia hacia la United Fruit— también
contribuyeron a la demora33. Pero el obstruccionismo colom­
biano tuvo su expresión plena sólo después de que el contrato
para el control de la sigatoka se hubo firmado en abril de 1941.
El documento daba a la compañía la dirección general del
programa, sujeta a la aprobación final del Gobierno; el derecho
a entrar en arreglos contractuales directos con los productores
independientes por períodos de hasta diez años, y el derecho a
importar, libre de impuestos, los artículos necesarios para el
proyecto. También exigía que la compañía elaborara un mapa
indicando exactamente qué áreas de la zona bananera eran
apropiadas para el tratamiento contra la sigatoka, ya que se
admitía que muchas plantaciones bananeras eran demasiado
marginales para justificar el gasto con facilidades especiales,
mano de obra y elementos requeridos para el tratamiento, y és­
tas por lo tanto, tendrían que ser adaptadas para otros usos34.
Sin embargo, aquellos productores que se dieron cuenta de que
serían excluidos del programa en contra de su voluntad, pronto
protestaron y en Bogotá encontraron un oído receptivo. Por lo
tanto, en septiembre de 1941, el Ministerio de la Economía
Nacional desaprobó oficialmente el mapa de la compañía y, al
mismo tiempo, canceló el contrato argumentando que el pri­

32. Braden al secretario de Estado, 17 de julio, 13 y 30 de diciembre de


1940, y 24 de febrero de 1941, DS 821. 6156/274, 279, 281,283. El
problema surgido a raíz del cierre del mercado británico no era
tanto el de la pérdida de las ventas británicas por parte de Colom­
bia, como la necesidad de devolver a Jamaica la porción que le
correspondía del mercado norteamericano, desviado a Colombia
a principios de la guerra.
33. United Fruit Company, memo a Herbert Feis, 21 de octubre de
1941, DS 821.6156/299; Braden al secretario de Estado, 22 de
octubre de 1940, DS 821. 6156/278.
34. MemEcNac, 1941, págs. 133-136.

116
mero imponía “un límite 2 arbitrario” a la zona cultivable y el
segundo representaba uijn estatuto colonial para la industria
bananera”. El ministro autorizó a todos los cultivadores que
iban a ser incluidos en el pprograma según lo planeado anterior­
mente a resolver las cosas $ con ]a United Fruit en forma privada,
pero aun en este caso, fifijó condiciones que la compañía no
aceptaba35.
Parte de la explicaciónn de este fiasco fue el nuevo hecho de
que entre abril y septienmbre había ocurrido otro cambio de
ministros. Un factor máss general fue la influencia creciente del
ala lopista del partido libf>eral dentro del gobierno de Santos36 a
medida que se acercaba□□ jas nuevas elecciones presidenciales,
en las que el mandatario í anterior estaba destinado a presentar­
se nuevamente como candidato del Gobierno. Naturalmente
hubo una fuerte protestaa de muchos de los productores inde­
pendientes, pero la crític^a política más importante vino de los
conservadores, quienes Consideraban esto como otro episodio
desgraciado en la camp^aña de persecución originalmente em­
prendida por Alfonso L¿ópez en COntra de la industria banane­
ra37.
Empero, el desastre ¡no estaba todavía completo. Incluso
cuando las negociaciones para ej contrato de abril de 1941
continuaban adelantándose, la United Fruit comenzó a desa­
rrollar sus propios esfue;rzos contra la sigatoka. Más que todo
había emprendido los píasos necesarios para salvar sus propie­
dades, o por lo menos aq|Uenas plantaciones que la United Fruit
consideraba valía la pen;a salvar38. De este modo, fueron única­
mente los productores colombianos quienes enfrentaron la
ruina final. En resumen., |a United Fruit trató de regresar a las
actividades comerciales poco más o menos en la forma acos­
tumbrada y continuó co>mprando fruta a ¡os productores inde­
pendientes aun cuando las condiciones del mercado y embar­
que hacían su venta alta mente problemática. También informó
de dificultades crecientes con los inspectores del Gobierno
quienes certificaban conno sana la fruta que la compañía trata­

35. Braden al secretario de Estado, 5 de agosto y 19 de septiembre de


1941, DS 821. 6156/2*94, 297; El Liberal, 13 y 20 de septiembre de
1941.
36. Graden a Welles, 9 de octubre de 1941, DS 821.00/1369.
37. Ver, por ejemplo, El Sig]o, ] 8 <je septiembre y 17 de noviembre de
1941; El Liberal, 20 qe septiembre de 1941.
38. MemEcNac, 1941, pá^s 131-32.

117
ban los colombianos, es poca la duda que puede existir acerca
de su sincera falta de entusiasmo en lo concerniente a su
situación en Colombia32. Tampoco hay mucha razón para
dudar que un motivo por el cual estaba dispuesta a cooperar en
la forma en que lo hizo fue el reconocimiento, enérgicamente
fomentado por la embajada en Bogotá y por el Departamento
de Estado en Washington, de que tal cooperación sería de inte­
rés norteamericano así como de interés nacional de Colombia.
La pedantería burocrática de Colombia, los cambios regula­
res de los ministros de Economía Nacional y la necesidad de
adoptar una legislación permisiva, —además de las sospechas
fijas y continuas de Colombia hacia la United Fruit— también
contribuyeron a la demora33. Pero el obstruccionismo colom­
biano tuvo su expresión plena sólo después de que el contrato
para el control de la sigatoka se hubo firmado en abril de 1941.
El documento daba a la compañía la dirección general del
programa, sujeta a la aprobación final del Gobierno; el derecho
a entrar en arreglos contractuales directos con los productores
independientes por períodos de hasta diez años, y el derecho a
importar, libre de impuestos, los artículos necesarios para el
proyecto. También exigía que la compañía elaborara un mapa
indicando exactamente qué áreas de la zona bananera eran
apropiadas para el tratamiento contra la sigatoka, ya que se
admitía que muchas plantaciones bananeras eran demasiado
marginales para justificar el gasto con facilidades especiales,
mano de obra y elementos requeridos para el tratamiento, y és­
tas por lo tanto, tendrían que ser adaptadas para otros usos34.
Sin embargo, aquellos productores que se dieron cuenta de que
serían excluidos del programa en contra de su voluntad, pronto
protestaron y en Bogotá encontraron un oído receptivo. Por lo
tanto, en septiembre de 1941, el Ministerio de la Economía
Nacional desaprobó oficialmente el mapa de la compañía y, al
mismo tiempo, canceló el contrato argumentando que el pri­

32. Braden al secretario de Estado, 17 de julio, 13 y 30 de diciembre de


1940, y 24 de febrero de 1941, DS 821.6156/274, 279, 281,283. El
problema surgido a raíz del cierre del mercado británico no era
tanto el de la pérdida de las ventas británicas por parte de Colom­
bia, como la necesidad de devolver a Jamaica la porción que le
correspondía del mercado norteamericano, desviado a Colombia
a principios de la guerra.
33. United Fruit Company, memo a Herbert Feis, 21 de octubre de
1941, DS 821.6156/299; Braden al secretario de Estado, 22 de
octubre de 1940, DS 821. 6156/278.
34. MemEcNac, 1941, págs. 133-136.

116
mero imponía “un límite arbitrario” a la zona cultivable y el
segundo representaba “un estatuto colonial para la industria
bananera”. El ministro autorizó a todos los cultivadores que
iban a ser incluidos en el programa según lo planeado anterior­
mente a resolver las cosas con la United Fruit en forma privada,
pero aun en este caso, fijó condiciones que la compañía no
aceptaba35.
Parte de la explicación de este fiasco fue el nuevo hecho de
que entre abril y septiembre había ocurrido otro cambio de
ministros. Un factor más general fue la influencia creciente del
ala lopista del partido liberal dentro del gobierno de Santos36 a
medida que se acercaban las nuevas elecciones presidenciales,
en las que el mandatario anterior estaba destinado a presentar­
se nuevamente como candidato del Gobierno. Naturalmente
hubo una fuerte protesta de muchos de los productores inde­
pendientes, pero la crítica política más importante vino de los
conservadores, quienes consideraban esto como otro episodio
desgraciado en la campaña de persecución originalmente em­
prendida por Alfonso López en contra de la industria banane­
ra37.
Empero, el desastre no estaba todavía completo. Incluso
cuando las negociaciones para el contrato de abril de 1941
continuaban adelantándose, la United Fruit comenzó a desa­
rrollar sus propios esfuerzos contra la sigatoka. Más que todo
había emprendido los pasos necesarios para salvar sus propie­
dades, o por lo menos aquellas plantaciones que la United Fruit
consideraba valía la pena salvar38. De este modo, fueron única­
mente los productores colombianos quienes enfrentaron la
ruina final. En resumen, la United Fruit trató de regresara las
actividades comerciales poco más o menos en la forma acos­
tumbrada y continuó comprando fruta a los productores inde­
pendientes aun cuando las condiciones del mercado y embar­
que hacían su venta altamente problemática. También informó
de dificultades crecientes con los inspectores del Gobierno
quienes certificaban como sana la fruta que la compañía trata­

35. Braden al secretario de Estado, 5 de agosto y 19 de septiembre de


1941, DS 821. 6156/294, 297; El Liberal, 13 y 20 de septiembre de
1941.
36. Graden a Wellcs, 9 de octubre de 1941, DS 821.00/1369.
37. Ver, por ejemplo, El Siglo, 18 de septiembre y 17 de noviembre de
1941; El Liberal, 20 de septiembre de 1941.
38. MemEcNac, 1941, págs. 131-32.

117
ba de rechazar como inservible para la exportación39. Sin em­
bargo, la entrada de los Estados Unidos a la Segunda Guerra
Mundial pronto trajo consigo otro vuelco hacia lo peor. La
retirada constante de embarcaciones del comercio del banano
para transportar carga más vital, dejó a la United Fruit, a
mediados de 1942, sin una salida regular, ni siquiera para un
nivel reducido de la producción colombiana. Bajo estas cir­
cunstancias, la compañía propuso suspender totalmente las
operaciones comerciales —mientras conservaba sus propias
plantaciones como fuente de provisión para un renacimiento
eventual de la industria bananera nacional40.
En realidad, el Gobierno colombiano no tenía alternativa
distinta de aceptar la decisión de la compañía. Tal decisión fue
aprobada hasta por Alfonso López, el antiguo antagonista de
la United Fruit y quien había sido reelegido en mayo para un
nuevo período a comenzar en agosto de 1942. Aparentemente,
el principal deseo de López era que la suspensión formal del
corte de banano para la exportación debía ocurrir antes de su
posesión y por una vez siquiera, la compañía se alegró de
cumplir con este deseo. En este momento, aun si se hubiese
logrado un acuerdo para emprender una campaña general
contra la sigatoka tal como se había proyectado, no existía
ninguna posibilidad de obtener los recursos esenciales del ex­
tranjero41. Por esta razón, así como por todas las demás, los
cultivadores independientes tendrían que cambiar sus cultivos
ya fuera en forma permanente o temporal. Antes de la suspen­
sión final de la producción para la exportación —aún antes de
la cancelación del famoso contrato— el Gobierno colombiano
ya estaba poniendo en práctica medidas de asistencia técnica
para ayudar a los habitantes de la zona bananera a hacer los
ajustes. En realidad estas medidas no fueron suficientes, pero la
United Fruit hizo su parte, lealmente por ejemplo, transfirien­
do al Gobierno sin costo alguno las tierras que eran apropiadas
para un programa planificado de reasentamiento y diversifica­
ción agrícolas42.

39. El Liberal, 20 de diciembre de 1941; Braden al secretario de


Estado, 18 y 29 de diciembre de 1941, DS 821.6156/302, 303.
40. Keith al secretario de Estado, 3 de julio de 1942, DS 821.
6156/319.
41. Ibid.
42. MemEcNac, 1941, pág. 132; MemEcNac, 1942, págs. 48-51; Braden
al secretario de Estado, 18 de diciembre de 1941, y 27 de enero de
1942, DS 821.6156/303,308; El Liberal, 24de enero de 1942; Lañe
al secretario de Estado, 21 de mayo de 1942, DS 821. 6156/316.

118
Gracias precisamente al hecho de que la declinación en la
industria bananera había comenzado mucho antes de la culmi­
nación de la crisis naviera, todas las partes estaban mejor
preparadas para hacer frente a la cesación final de trabajo; pero
se pagó un alto precio por esta preparación. En conjunto, el
banano representó probablemente el fracaso más evidente en el
campo de las relaciones colombo-norteamericanas en el perío­
do bajo consideración.

111

La industria del petróleo, al igual que la industria del bana­


no, ofreció un ejemplo de relaciones a menudo tirantes entre la
empresa privada extranjera y el país anfitrión, pero afortuna­
damente el resultado final fue diferente. Las compañías priva­
das —que incluían a la Royal Dutch Shell, así como a compa­
ñías norteamericanas— estaban en mejores relaciones con
Alfonso López y sus seguidores que lo que estaba la United
Fruit, y por esta sencilla razón, entre otras, no gozaban del
mismo favor con los conservadores. Pero por lo menos no
tenían una plaga de la cual preocuparse. Y aunque el petróleo
era sobrepasado por el oro como la segunda exportación más
importante de Colombia, durante los años de Santos en general
mantuvo su propia posición en términos absolutos hasta que se
sintió el impacto total de la crisis naviera, en 1942 (Ver
Apéndice).
Como se mencionó antes43, la legislación petrolera funda­
mental, revisada en 1936 bajo los auspicios del gobierno de
López, era favorable en su conjunto a las compañías. Aún así,
existían ciertos aspectos desfavorables. Uno de éstos era la
provisión de que una persona o una entidad no podía obtener
derechos de exploración o explotación de más de 100.000 hec­
táreas, con la excepción de: (a) tierra en los Llanos Orientales,
donde el máximo eran 200.000; (b) las gigantescas concesiones
De Mares y Barco, reservadas, respectivamente, bajo contratos
especiales por la Tropical Oil Co., una filial de la Esso, y la
Colombian Petroleum Co., la cual era de propiedad conjunta
de la Texaco y la Socony, y (c) generalmente hablando, la tierra
que hubiera estado en poder de dueños particulares desde antes
del 28 de octubre de 1873. Si la propiedad perteneciera a dueños
particulares con anterioridad a esa fecha, la ley confería dere­
chos petroleros al dueño de la superficie; si la tierra hubiese

43. Ver pág. 4.

119
llegado a ser propiedad privada solamente después de esa
fecha; o si todavía era de propiedad pública, los derechos
petroleros continuaban siendo del Estado. Esta argucia legal
fue naturalmente como un regalo del cielo para los abogados,
quienes ganaron jugosos honorarios investigando (o inventan­
do) la existencia de títulos particulares antes de la fecha límite;
pero, en la práctica, la mayoría de las concesiones petroleras
implicaban depósitos de subsuelo de propiedad del Gobierno y
antes bien se aceptó ampliamente que las limitaciones de hectá­
reas eran irrealmente bajas. Estas fueron evadidas, a menudo
con el consentimiento tácito de las autoridades colombianas,
por medio del establecimiento de filiales o de terceras personas
a través de las cuales una sola compañía obtenía el control de
concesiones adicionales más allá del límite legal. Pero el con­
sentimiento tácito no era una base firme en la cual confiarse y
de hecho la política reglamentaria no había sido del todo
consistente en este punto44.
Otro aspecto indeseable de la legislación petrolera colom­
biana —desde el punto de vista de las compañías— era el
requisito de que una compañía debía iniciar perforaciones
propiamente dichas en una concesión del Gobierno antes de
finalizar el período asignado para la exploración inicial. El
propósito de esta disposición era el obligar a las compañías a
hacer un esfuerzo real para encontrar petróleo antes que acu­
mular concesiones simplemente, pero podía significar un gasto
inútil si toda la información de investigaciones preliminares
demostraba claramente que un área no era prometedora para
una explotación comercial45. En este caso no había forma de
evadir la ley. Era posible confiar sólo en que el Gobierno
hiciera una excepción especial o cambiara la ley de modo que
una concesión sin valor pudiera ser abandonada formalmente
sin llenar el requisito.
Si bien las soluciones a corto plazo a estos y otros problemas
reguladores que enfrentaban las compañías petroleras depen­
dían de la disposición de los funcionarios nacionales de hacer
cumplir (o no hacer cumplir) la ley, las soluciones a largo plazo
podrían encontrarse sólo en una nueva legislación. En cual­
quier caso, el trato a ser otorgado a la industria involucraba

44. Braden al secretario de Estado, 25 de abril de 1939, y 20 de febrero


de 1940, DS 821. 6363/1310, 1346. Leyes de 1936, segunda edición,
Bogotá, 1950, págs. 389-99, contiene la ley del petróleo de 1936.
45. MemMinas, 1941, págs. 41-43; Braden al secretario de Estado, 10
de febrero de 1941, DS 821. 6363/1374.

120
más consideraciones que las estrictamente técnicas ya que en
Colombia, al igual que en todas partes, el petróleo era un
tópico que tropezaba con aspiraciones profundamente sentidas
de dignidad nacional e independencia. Existían, sin duda, po­
cos colombianos que quisieran emular con el ejemplo reciente
de la expropiación del petróleo en México, la cual había sido
saludada con franca simpatía por muchos liberales y con amar­
ga condena en El Siglo, a cuyos ojos, Lázaro Cárdenas era
todavía peor que Alfonso López46. Entre otras cosas, porque
todavía no había lo suficiente para expropiar, ya que solamente
la Tropical con sus instalaciones ubicadas en Barrancabermeja
estaba produciendo petróleo en cantidades significativas en
1938. Por otra parte, la concesión Barco de la Colombian
Petroleum, en el departamento de Santander del Norte, estaba
a punto de la producción en gran escala, y las obras de explora­
ción en otros sitios del país daban esperanzas todavía más
prometedoras47. Por tanto, los colombianos confiaban en que
su nación tenía un potencial importante como productor de
petróleo y estaban dispuestos a mantener la rienda apretada a
la industria con el fin de estar seguros de que el país recibiera
unos beneficios adecuados de su riqueza subterránea. También
tendían a asumir que las compañías petroleras extranjeras
necesitaban el petróleo colombiano mucho más de lo que
Colombia necesitaba sus servicios para explotarlo, lo cual no
era necesariamente el caso.
Para complicar más las cosas para las compañías petroleras,
su imagen pública dejaba mucho que desear. El folklore mun­
dial de anti-imperialismo y el nacionalismo económico, los que
invariablemente atribuían motivos siniestros a la industria pe­
trolera internacional, también habían ejercido influencia en
Colombia. Además, aun cuando recientemente no había habi­
do una confrontación importante entre el gobierno y alguna de
las compañías petroleras, sí habían existido tales confrontacio­
nes en el pasado y éstas habían dejado un legado de sospecha.
Esta sospecha no era infundada del todo, puesto que por lo
menos algunos de los procederes de las compañías eran muy
discutibles. La evasión de las limitaciones de hectáreas era
quizás un ejemplo a la mano. Otro fue la violación de las
provisiones legales que exigían a las compañías petroleras

46. Ver, por ejemplo, El Diario Nacional, Bogotá, 22 y 24 de marzo de


1938, y El Siglo, 29 de marzo de 1938.
47. Eduardo Ospina-Racines, La economía del petróleo en Colombia,
segunda edición, Bogotá, 1947, págs. 50-57, 116-20 y siguientes.

121
mantener un porcentaje mínimo de nacionales entre sus em­
pleados. Otro caso en el que la ley no era muy realista, ya que
aún no había suficientes colombianos adecuadamente califica­
dos. El Gobierno mismo reconocía que el total cumplimiento
de la ley era imposible y alternaba entre una tolerancia franca
de las prácticas de empleo ilegal y la imposición de multas más
bien modestas. Sin embargo, existía una cláusula de excepción
en este asunto que permitía a las compañías solicitar una
autorización especial para exceder la proporción legal de em­
pleados extranjeros, y simplemente no se habían tomado la
molestia de solicitarla48.
Desde el punto de vista del embajador Braden, tales prácti­
cas, aunque quizás comprensibles, eran la evidencia de una
actitud demasiado casual hacia la ley e instituciones del país
anfitrión. En ciertas oportunidades Braden perdió la paciencia
con las compañías, como con el caso de un piloto norteamerica­
no, empleado por la compañía del oleoducto filial de la Colom-
bian Petroleum —no uno de los alemanes de Scadta—,
quien abiertamente violó el decreto de septiembre de 1939, el
cual estipulaba la presencia de un copiloto militar en cada
vuelo de un avión de propiedad comercial49. El embajador se
había indignado igualmente al descubrir, poco después de su
llegada, que la Texaco hasta el último año había estado ayu­
dando a sus empleados estadinenses a defraudar a Colombia en
la recaudación de impuestos, al relacionar sus salarios, como si
hubieran sido pagados en pesos cuando en realidad las cantida­
des eran en dólares. Este último procedimiento fue desconti­
nuado en 1939, pero el gerente de la compañía, (de acuerdo con
las recomendaciones de sus abogados colombianos) no siguió
el consejo de Braden de confesar con franqueza la situación a
las autoridades nacionales50.
En último análisis, la mayoría de los pecados inmediatos de
las compañías petroleras no eran realmente graves; a menudo
consistían en avances impropios hacia un objetivo que tenía la
sanción oficial colombiana: localizar y desarrollar recursos
petroleros. No obstante, fueron sus pecados imaginarios, así
como sus pecados reales, los que sirvieron para alimentar la

48. Braden al secretario de Estado, 25 de abril de 1939, DS 821.


6363/1310; 4 de mayo y 12 y 15 de diciembre de 1939, DS 821.
504/109, 112, 113; MemMinas 194!, pág. 181.
49. Braden al secretario de Estado, 30 de octubre de 1939, DS 821.
6363/1328..
50. Braden al secretario de Estado, 16 y 27 de febrero de 1939, DS 821.
6363/13051306.

122
tendencia oculta de la desconfianza popular. Después de todo,
no se podía esperar que el ciudadano corriente se interesase
mucho por los detalles técnicos del problema de la limitación
de hectáreas; empero, podía encontrar un vasto conjunto de
acusaciones más sensacionales que eran expresadas especial­
mente por la extrema izquierda y por la derecha del espectro
político. Un ejemplo digno de anotar fue la serie de artículos
publicados en El Siglo en agosto de 1940 —entremezclados en­
tre sus denuncias del Convenio de La Habana— acerca de las
atrocidades perpetradas por la Colombian Petroleum contra
los indios motilones51. Como cuestión de hecho, existía un
estado endémico de hostilidades entre los empleados de la
compañía en la Concesión Barco y los motilones que habitaban
en la vecindad, y en diferentes épocas se habían producido
víctimas entre estos últimos52. La compañía no había manejado
el problema como lo debería haber hecho. Por otra parte,
aparentemente no había en este punto una base para las acusa­
ciones lanzadas en el órgano conservador en el sentido de que
los concesionarios yanquis estaban incluso bombardeando y
ametrallando a los indios desde el aire. Aún peor, la campaña
fue recogida por Miguel Angel Builes, el irascible y ultra-
reaccionario obispo de Santa Rosa de Osos, en Antioquia,
quien envió una carta de protesta al presidente Santos en la cual
aseguraba que los yanquis “mañana... harán en el Palacio
Presidencial, en los Ministerios y en nuestras ciudades lo que
ahora están haciendo a nuestros nativos en la selva”. Se puede
asumir que pocos colombianos cultos acogieron literalmente
las predicciones del obispo, pero Santos sí se sintió obligado a
reconvenirlo públicamente negando al mismo tiempo en forma
categórica estas últimas acusaciones53.
Además de explotar la situación de los motilones, El Siglo,
en ésta y otras muchas ocasiones, acusó a la Colombian Petro­
leum de mantener a sus empleados nacionales en un estado de
miseria indescriptible. Su condición, reveló en una oportuni­
dad, era la de “campos de concentración y trato de esclavos”54.
Una vez más hubo considerable exageración, aunque era ver­
dad que la vida en la frontera motilona ofrecía pocas comodi­

51. El Siglo, 11, 24 y 31 de agosto de 1940.


52. Braden al secretario de Estado, 26 de junio de 1939, DS, 82L
6363/1313.
53. El Tiempo, 30 de agosto de 1940; Braden al secretario de Estado, 4
de septiembre de 1940, DS 821. 6363/1363.
54. El Siglo, 24 de enero de 1941.

123
dades de la civilización y que el alojamiento relativamente
superior proporcionado a los ingenieros norteamericanos crea­
ba un contraste irritante. También era cierto que no todas las
disposiciones de la legislación laboral colombiana se observa­
ban plenamente en los campamentos de la compañía, pero la
Colombian Petroleum ganó una reputación aún peor de la que
realmente merecía gracias a casos del trato sin tacto y descortés
dado a los funcionarios nacionales, incluidos los inspectores
del trabajo. De otro lado, la Tropical, la compañía más grande
de todas —que parece haber mostrado más fineza en las rela­
ciones públicas— gozaba de una mejor prensa y de mayor
simpatía en las oficinas del gobierno55.
De todos modos, el embajador estaba firmemente convenci­
do de que las compañías petroleras tenían un papel válido que
desempeñar en el desarrollo del país y que fundamentalmente
no existía conflicto alguno entre sus mejores intereses y los de
Colombia. Es así que aún mientras increpaba y advertía a las
compañías a causa de sus descuidos, dedicó un esfuerzo impor­
tante a conseguir cambios en las provisiones adversas de la
legislación petrolera colombiana. Braden estaba particular­
mente interesado en modificar la limitación de hectáreas, pues
consideraba los diversos métodos de evasión como carentes de
ética y peligrosos en última instancia. De hecho, estaba más
preocupado por este problema de lo que lo estaban las mismas
compañías56. Por lo tanto, discutió este problema a poco de su
llegada con el presidente Santos y el ministro de la Economía
Nacional, y consideró que sus observaciones pueden haber
influenciado una resolución del Ministerio que revocaba en
favor de la Socony una reglamentación anterior que negaba la
concesión a la que aspiraba una filial, con base en que violaba
las limitaciones de hectáreas. La nueva resolución contenía una
admisión de que una interpretación estricta de la ley sería
virtualmente imposible de hacer cumplir57. Un decreto poste­
rior, expedido en agosto de 1939, pretendía aclarar aún más la

55. Braden al secretario de Estado, 4 de mayo de 1939, DS 821504/109


y 26 de junio de 1939, DS 821.6363/1313. Ver también R., 14 de
enero de 1939. Esto no significa que a la Tropical no la criticaran,
pero generalmente era atacada por pecados menos graves como el
cobro de precios excesivos a nivel doméstico (El Siglo 1 y 5 de
marzo de 1941).
56. Braden al secretario de Estado, 20 de febrero de 1940, DS
821.6363/1346 .
57. Braden al secretario de Estado, 3 de marzo de 1939, DS 711-
21/931, y 25 de abril de 1939, DS 821.6363/1310.

124
provisión acerca de las hectáreas en un sentido favorable a la¿
compañías petroleras y el ministro consideró que esto resolvía
el problema. Con todo, Braden continuaba escéptico y sus
temores parecieron confirmarse cuando la responsabilidad de
la regulación del petróleo fue trasladada al recientemente crea­
do Ministerio de Minas y Petróleos, cuyo primer ministro, Juan
Pablo Manotas, expresó categóricamente el punto de vista de
que las prácticas subsidiarias existentes eran ilegales58.
Manotas no propuso hacer algo acerca de la situación, pero
su actitud dio peso a la tesis de Braden de que la acción legislati­
va era la única solución, tanto para aclarar el problema de las
hectáreas de una vez por todas, como para efectuar otras
revisiones necesarias en la estructura reguladora de la industria
petrolera. El ministro estaba de acuerdo con que era deseable
introducir cambios legales. Sin embargo, se opuso a una nueva
legislación y casi con seguridad una razón para ello fue el temor
del Gobierno de reabrir la cuestión del petróleo en el Congreso,
en un momento en el que enfrentaba suficientes problemas en
otros campos con los conservadores y los liberales topistas59.
A su debido tiempo, Braden decidió llevar el asunto al
ministro de Relaciones Exteriores, López de Mesa, quien, a su
vez, lo llevó a una reunión del gabinete en pleno, a fines de
1940. Se tomó la decisión de obtener acción legislativa y Mano­
tas se hizo cargo de preparar un borrador para ser llevado al
Congreso, prestando especial atención a las recomendaciones
de los representantes de las compañías petroleras60. Esta evolu­
ción favorable fue seguida por otra cuando el Ministerio de
Minas y Petróleos convino en permitir el abandono de conce­
siones sin valor, sin insistir en los requisitos de perforación.
Pero una vez más, el Gabinete en pleno decidió lo contrario,
esta vez en un sentido desfavorable para las compañías61. El
resultado del esfuerzo de elaborar una nueva legislación fue
decepcionante, ya que en realidad la propuesta presentada al
Congreso, en sus sesiones de 1941, involucraba sólo un aspecto
relativamente secundario de la ley petrolera. La propuesta se
presentó esencialmente como una sonda para probar la reac­

58. Braden al secretario de Estado, 21 de septiembre de 1939, y 19 de


agosto de 1940, DS 821.6363/1324, 1360.
59. Braden al secretario de Estado, 18 de octubre de 1940, DS
821.6363/1367.
60. Braden al secretario de Estado, 23 de diciembre de 1940, DS
821.6363/1370.
61. Braden al secretario de Estado, 24 de marzo de 1941, DS
821.6363/1375.

125
ción del Congreso y para Braden fue sólo otro ejemplo más de
la “timidez y vacilación” del gobierno62. También pudo haber
sido, al menos en parte, un reflejo del disgusto de Colombia
con las compañías petroleras, las cuales, entre otras cosas, no
habían podido mantener un acuerdo entre ellas mismas sobre
exactamente qué cambios eran necesarios63. De todos modos,
la propuesta no pudo ganar su aprobación antes de la clausura
del Congreso. Entonces el Gobierno procedió a introducir una
medida diferente al año siguiente, sólo unas pocas semanas
antes de que Santos terminara su período. Tal medida era más
amplia en su alcance, y tenía que ver tanto en la limitación de
hectáreas como en los problemas de perforación; pero también
contenía algunos aspectos que las compañías consideraron
inquietantes y, al igual que la anterior, no fue aprobada64.
A la larga, por lo tanto, los esfuerzos del gobierno de los
Estados Unidos y de las compañías privadas en obtener lo que
consideraban una solución satisfactoria a los problemas
que enfrentaba la industria petrolera no fueron más exitosos que
los esfuerzos similares realizados en la industria del banano.
Braden había ido tan lejos como hasta sugerir una posible
conexión entre, digamos, el problema de la limitación de hectá­
reas y el otorgamiento de créditos de Estados Unidos a Colom­
bia65, pero presumiblemente no se le tomó muy en serio en este
caso. Por lo menos, algunas de las compañías petroleras habían
estado expresando entre tanto su inconformidad mediante una
reducción gradual de sus operaciones66. No obstante, para
comenzar, sus problemas habían sido menos serios que los de la
United Fruit Company. No sólo la Tropical continuó sus acti-
* vidades productivas sin interrupción, sino que la Concesión
Barco de la Colombian Petroleum entró finalmente en la etapa
de producción en grande escala y con la terminación de un
oleoducto a la costa del Caribe —el cual entró en servicio en
octubre de 1939— comenzó a hacer su contribución al mercado

62. Braden al secretario de Estado, 5 de agosto de 1941. DS


821.6363/1381.
63. Braden al secretario de Estado, 10 de febrero de 1941, DS
821.6363/1374.
64. Braden al secretario de Estado, 3 de marzo de 1942, y Keith al
secretario de Estado, 24 de julio de 1942, DS 821.6363/1389, 1397.
65. Braden al secretario de Estado, 3 de septiembre de 1940, DS
821.60/1294.
66. Ver, por ejemplo, Braden al secretario de Estado, 19 de agosto y 18
de octubre de 1940, DS 821.6363/1360, 1367.

126
de exportación67. En 1941, el último año completo del gobierno
de Santos, las exportaciones totales de petróleo fueron avalua­
das en $40,525,783 pesos, en contraposición con $37.206,478
pesos en 193868. La industria del petróleo, la cual había sopor­
tado la pérdida de los mercados europeos, finalmente sintió su
cuota de dislocaciones del período de guerra con las dificulta­
des en la obtención de equipo en el exterior y una escasez de
tanqueros para el comercio de exportación; pero al menos el
petróleo gozaba de una prioridad superior al banano, y estas
dificultades no se definieron completamente hasta la época del
siguiente gobierno69.

67. MemMinas, 1940, pág. viii.


68. Ver Apéndice.
69. Lañe al secretario de Estado, 5 de septiembre de 1942, DS
821.6363/1405 y 18 de septiembre de 1942, DS 821.00/1443.

127
VIL RELACIONES EN TIEMPO DE GUERRA

Durante los meses finales del gobierno de Santos, las relacio­


nes colombo-norteamericanas se vieron afectadas en casi todos
los frentes por el hecho de que los Estados Unidos eran en ese
momento abiertamente beligerantes en la Segunda Guerra
Mundial. El impacto de este acontecimiento en la disponibili­
dad de embarcaciones y suministros para las industrias del
banano y el petróleo se ha hecho notar ya en el capítulo
precedente, pero la carestía y las dislocaciones se sintieron
naturalmente en otros campos. En forma similar, las relaciones
políticas y militares entraron en una nueva fase, caracterizada
por un alineamiento de Colombia al lado de los Estados Uni­
dos mucho más franco de lo que había sido anteriormente.
Aunque Colombia no siguió el ejemplo de las repúblicas de
Centroamérica y el Caribe de declarar automáticamente la
guerra a los poderes del Eje después de que los Estados Unidos
lo habían hecho, había una diferencia práctica mínima en el
grado de su solidaridad.

Colombia rompió relaciones con el Japón al día siguiente de


Pearl Harbor1, y el 8 de diciembre de 1941, el presidente San­
tos anunció en un discurso por radio que su gobierno tam­
bién rompía relaciones con Alemania e Italia. En aquella
ocasión explicó que no estaba proponiendo una declaración de
guerra, ya que Colombia no era “una potencia militar que
pudiera hacer sentir en forma apreciable el peso de sus fuerzas

1. La guerra mundial y la política internacional de Colombia, Bogotá,


1941, págs. 3 y 4.

128
en la lucha y no declararemos la guerra a nadie que no nos
ataque directamente”2. Era incluso improbable, añadió, que
ocurriera tal ataque. Con todo, según Santos, la fe democrática
de Colombia y su compromiso en la solidaridad interamerica­
na —para no hablar de la declaración específica de oposición
mutua a la agresión extra-continental adoptada en la conferen­
cia de La Habana— excluían cualquier tipo de neutralidad
pasiva en la hora crítica de los Estados Unidos3. La ruptura con
el Eje fue, por lo tanto, una muestra entre muchas de con quién
estaba la simpatía oficial de Colombia. Otra fue el decreto
expedido cuatro días más tarde, el cual concedía el status de no
beligerantes, en lo concerniente a Colombia, a aquellas nacio­
nes americanas que habían declarado la guerra4. Otra señal
más fue el firme apoyo a una ruptura colectiva entre las repúbli­
cas americanas y el Eje, ofrecido por la delegación colombiana
en la Conferencia de Río de Janeiro, a comienzos de 19425.
La respuesta colombiana no se limitó únicamente a declara­
ciones de solidaridad y gestos diplomáticos. El embajador
Braden, quien con frecuencia se había lamentado de lo que
consideraba ineficacia y complacencia por parte de Colombia
para enfrentar la amenaza del Eje, tuvo que admitir que, des­
pués del 7 de diciembre de 1941, las autoridades nacionales
estaban “dedicadas a una acción enérgica y sorprendentemente
efectiva contra los totalitarios”6. Lo anterior entrañaba, por
una parte, un aumento repentino del interés oficial por el
problema de la subversión y el espionaje internos, aun cuando
en su mensaje acerca del rompimiento de Colombia con el Eje,
Santos observó que Colombia “hasta el momento no tuvo
quejas” de la conducta de los residentes nacionales del Eje7. Por
consiguiente, un decreto expedido el 19 de diciembre facultaba
a la Policía Nacional para disolver clubes y asociaciones cuyas
actividades fueran presuntamente contrarias al orden público;
establecer limitaciones estrictas al movimiento de los ciudada­
nos extranjeros, y reubicar a individuos potencialmente peli­
grosos en alguna parte en el país bajo estrecha vigilancia8. Esta

2. Ibid, pág. 14.


3. Ibid, págs. 9-15.
4. MemRels, 1942, pág. XII.
5. Ibid, pág. 175.
6. Braden a Welles, 27 de enero de 1942, DS 821. 00/1394.
7. La guerra mundial, pág. 15.
8. Decretos de carácter extraordinario expedidos por el Organo Ejecuti­
vo en desarrollo de lasfacultades conferidas por las Leyes 128 y 152 de
1941, Bogotá, 1942, pág. 17.

129
última disposición fue invocada inclusive contra cierto sacer­
dote alemán, a quien se confinó en La Vega, Cundinamarca9.
El 20 de diciembre de 1941, las autoridades cerraron la oficina
de la agencia de noticias Transocean en Bogotá y detuvieron a
unos siete empleados, entre ellos al jefe de la oficina10. (Al día
siguiente, las comunicaciones de Transocean desaparecieron
de las páginas de El Siglo). Luego, un decreto del 29 de enero de
1942 suspendió la naturalización de colombianos nacionaliza­
dos que se creía estaban involucrados en “actividades hostiles
al orden público y la seguridad nacional”11. El ministro de
Educación cerró los colegios alemanes y, como precaución
especial, prohibió la fijación en las paredes de los colegios de
retratos de mandatarios extranjeros con la excepción del Pa­
pa12. Tres restaurantes extranjeros fueron clausurados a co­
mienzos de 1942 porque se encontraban peligrosamente cerca
instalaciones militares13; y varios cientos de diplomáticos y
ciudadanos particulares del Eje fueron expulsados del país, aun
cuando para los segundos la decisión fue técnicamente volunta­
ria en la mayoría de los casos. A aquellos a quienes se les había
solicitado abandonar el país se les permitió quedarse si protes­
taban lo suficientemente fuerte14.
Medidas adicionales adoptadas en enero de 1942 establecían
controles sobre los capitales pertenecientes a ciudadanos de
países del Eje o de países ocupados por el Eje, los cuales, en
ciertos casos, serían colocados bajo una administración de
fideicomiso supervisada por el gobierno15. Uno de los propósi­
tos de este último procedimiento era colombianizar las firmas
comerciales de propiedad del Eje, al menos durante la guerra,
de modo que pudieran ser retiradas de las Listas Negras de
Gran Bretaña y los Estados Unidos y así funcionar normal­
mente de nuevo. El control ejercido sobre los capitales pertene­
cientes a ciudadanos del Eje residentes en Colombia fue muy
leve al principio, pero se amplió más tarde ese año, luego del

9. L., 22 de enero de 1942.


10. L., 2! de diciembre de 1941.
11. Edward N. Barnhart, “Citizenship and Political Tests in Latin
American Republics in World War II”, Hispanic American Histo­
rial Review, XVII, agosto de 1962, 326.
12. L., 22 y 30 de enero de 1942; Revista Javeriana, XVII, marzo de
1962, “Suplemento”, 62.
13. L., 22 de enero de 1942.
14. MemRels, 1942, págs. 222-23, 248-49, 290.
15. Decretos de carácter extraordinario, págs. 42-48, 64-69.

130
incidente del 23 de junio de 1942, en el cual un submarino
alemán hundió la goleta colombiana Resolute que navegaba
entre la costa del Caribe y las islas colombianas de San Andrés
y Providencia. El hecho de que los sobrevivientes, a la deriva en
un bote salvavidas, hubieran sido ametrallados desde el subma­
rino aumentó la indignación de Colombia sobre el incidente.
Oficialmente se explicó que los nuevos controles financieros,
decretados sólo dos días después, que congelaban todos los
capitales de los nacionales del Eje en Colombia, no se habían
tomado en represalia sino que eran apenas preventivos. No
obstante, esto no los hizo menos onerosos, y coincidieron con
otra orden que exigía a los ciudadanos del Eje evacuar no sólo
las áreas costeras sino hasta los puertos sobre el río Magda­
lena16.
El Gobierno colombiano también estaba dispuesto a acep­
tar un número creciente de solicitudes de cooperación por parte
de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Cuando el
Departamento de Guerra de los Estados Unidos indicó su
deseo de estacionar aviones de observación en Villavicencio, en
los Llanos Orientales, para vigilar posibles “campos de avia­
ción secretos’’ u otras actividades sospechosas, el presidente
Santos prontamente dio su aprobación, estipulando solamente
que no se podían mostrar uniformes ni insignias militares. A la
larga los Estados Unidos no aprovecharon este permiso, aun­
que se había convenido mutuamente en un esquema para satis­
facer las condiciones de Santos al vincular tanto los aviones
como el personal en condición aparentemente civil a las com­
pañías petroleras norteamericanas que estaban realizando tra­
bajos de exploración por su propia cuenta en los Llanos17. La

16. MemRels, 1942, págs. XVII-XIX; MemHda, 1942, págs. 47-60;


Decretos de carácter extraordinario, págs. 376-78; L., 26 de junio
de 1942. El congelamiento no era, naturalmente, absoluto. Los
ciudadanos oriundos de países del Eje podían tener pequeñas
cuentas bancarias de las que estaban autorizados para retirar las
cantidades necesarias para sus gastos diarios.
17. Braden al secretario de Estado, 24 de diciembre de 1941, DS
810.20; el secretario de Estado a Braden, 18 de febrero de 1942, y
Braden al secretario de Estado, 20 de febrero de ¡942, FR 1942,
VI, 142, págs. 145-146; Keith al secretario de Estado. 16 de marzo
de 1942, DS 810.20/197; Lañe al secretario de Estado, 6 de mayo
de 1942, DS 810.20 Defensa/2656. En realidad, en aquella época
los Estados Unidos obtuvieron “privilegios aéreos y fotográficos
virtualmente irrestrictos para los aviones militares norteamerica-

131
solicitud de destacar observadores militares y navales nortea­
mericanos en Barranquilla, Medellín y Cúcuta contó también
con la aprobación de Santos, excepto que en esta oportunidad
el plan sí se llevó a cabo. Los observadores fueron vinculados
simplemente como “asistentes” a los consulados norteamerica­
nos en las ciudades en cuestión, aunque en Cúcuta, donde no
existía consulado, se tuvo que crear uno para la ocasión18. En
mayo de 1942, el ministro de Guerra de Colombia llegó hasta
dar autorización verbal al establecimiento de una base de
aprovisionamiento de combustible para los aviones militares
estadinenses en la isla de Providencia. En este caso, la gasolina
se consignaba a Pan American Airways, que sería el beneficia­
rio teórico del arreglo; pero en la práctica se dio a los aviones
militares el derecho a volar sobre la isla y aterrizar en ella sin
restricciones19. Subterfugios tales como estos (y hubo otros)
fueron en realidad muy transparentes; incluso la función real
de los asistentes consulares pronto fue un secreto a voces20. Sin
embargo, contribuyeron a preservar la fachada de no belige­
rancia de Colombia y parece que fueron valorados en este
sentido por el gobierno de Santos.
La “base” de Providencia fue diseñada originalmente como
medio de apoyo para operaciones anti-submarinas en el Cari­
be. Estas operaciones eran de interés especial para Colombia
debido a la amenaza planteada por la guerra submarina a su
propio comercio exterior, por encima de consideraciones de
simpatía democrática con los Estados Unidos. Por lo tanto,
Colombia también adoptó medidas para proteger el sigilo de
los movimientos de embarcaciones hacia y desde sus puertos21,
y se sintió complacida de enviar oficiales a los Estados Unidos
para recibir entrenamiento especial en detectar estaciones de
radio, precisamente con el fin de que pudieran colaboraren la
supresión de transmisores clandestinos que pudieran estar dan­
do información a incursores alemanes22.

nos”, aunque “sin la formalidad de nuevos acuerdos escritos”


(Conn y Fairchild, Framework of Hemisphere Defense, pág. 263).
18. El secretario de Estado a Braden, 19 de febrero de 1942, y Braden
al secretario de Estado, misma fecha, FR 1942, VI, págs. 142-44.
19. Lañe al secretario de Estado, 11 de mayo de 1942, FR 1942, VI,
pág. 150.
20. Ver, por ejemplo, memorando de Lañe, 25 de julio de 1942, FR
1942, VI, pág. 155.
21. Decretos de carácter extraordinario, págs. 35-36.
22. Memorando de Bonsal a Welles, 15 de julio de 1942, DS
711.21/959.

132
Por su parte, los Estados Unidos estaban interesados en
establecer pautas para una esfera de actividad algo más vasta
de posibles operaciones en el área del Caribe. Bajo los conve­
nios de Estado Mayor efectuados con Colombia anteriormen­
te, las fuerzas de los Estados Unidos estaban ya comprometidas
a ayudar a Colombia, a solicitud de ésta, a repeler cualquier
tipo de amenaza extra-continental a su soberanía; pero si tal
amenaza se volviera realidad en la vecindad de las áreas coste­
ras colombianas y de sus aguas territoriales, no había garantía
de que la solicitud formal de ayuda pudiera ser presentada a
tiempo. En consecuencia, en febrero de 1942, los Estados Uni­
dos propusieron que Colombia estacionara un oficial de enlace
en la Zona del Canal con el fin de estar preparados para una
emergencia tal. Colombia pronto convino en enviar al oficial
de enlace, quien fue acreditado como agregado militar en
Panamá. Si llegara el caso, estaba autorizado para “dar apro­
bación” definitiva a una acción militar de emergencia que
involucrara el ingreso de fuerzas norteamericanas al territorio
o a las aguas de Colombia; pero Santos insistía en que era
necesario que el oficial obtuviera de Bogotá confirmación for­
mal por radio, ya que el Presidente constitucionalmente no
podía delegar su propio poder de decisión final. Tal solución no
fue del todo satisfactoria para las autoridades militares de la
Zona del Canal, pero Colombia rehusó ceder en la cuestión de
principios involucrada. En cambio, el gobierno en Bogotá, en
última instancia, retrocedió con una estratagema muy caracte­
rística: simplemente dio instrucciones a su oficial de enlace de
no tomar ninguna decisión sobre cualquier operación de emer­
gencia de esta clase por parte de las fuerzas norteamericanas.
Una vez que se adoptara una acción de emergencia contra el
enemigo, se podrían discutir medidas adicionales a través de los
regulares23.
Obviamente, aún existía un elemento de ambigüedad en el
derecho de intervención concedido tácitamente a las fuerzas
norteamericanas. El punto aclarado de manera más enfática
por el mismo Santos era que las unidades aéreas y navales
norteamericanas podían entrar o volar sobre las aguas colom­
bianas en caso de estar persiguiendo embarcaciones enemigas.
Sólo exceptuó el caso de un submarino enemigo inmovilizado

23. El secretario de Estado en ejercicio (Welles) a Braden, 20 de


febrero de 1942, Braden al secretario de Estado, 21 de febrero de
1942, y Lañe al secretario de Estado, 30 de abril y 5 de mayo de
1942, FR 1942, VI, págs. 144-49.

133
por fuerzas colombianas en un puerto colombiano, y, como de
costumbre, ,dio su autorización verbalmente antes que por
escrito24.
Durante la primera mitad de 1942, Colombia suscribió dos
acuerdos militares formales con los Estados Unidos, los cuales
fueron puestos por escrito y reconocidos públicamente. Uno,
firmado el 29 de mayo de 1942, era una expansión del acuerdo
de aviación de 1938, que lo convirtió en un acuerdo completo
de una misión del ejército con el fin de suministrar asistencia
técnica a las fuerzas terrestres de Colombia, así como a la
aviación militar. Esta fue, por lo menos en cierto sentido, la
simple ratificación de una situación que ya existía25. El otro
acuerdo era el tan demorado pacto de Préstamo y Arriendo,
finalmente firmado el 17 de marzo de 194226. Sus términos eran
esencialmente similares a aquellos del borrador del acuerdo
presentado a Colombia por primera vez en julio de 1941, cuyas
consideraciones se habían atascado en objeciones tanto sustan­
tivas como legalistas. Sin embargo, las negociaciones se reacti­
varon en vista de la nueva situación de urgencia que resultó de
Pearl Harbor27, y los poderes de emergencia que fueron con­
cedidos al Ejecutivo de Colombia el 13 de diciembre de 1941
—que estipulaban las principales bases legales para las medidas
extraordinarias discutidas hasta el momento—28 aparentemen­
te eliminaron las dudas de Santos en cuanto a la autoridad de su
gobierno para aprobar el convenio. Específicamente, el acuer­
do disponía que los Estados Unidos suministrarían “artículos

24. Lañe al secretario de Estado, 22 de mayo de 1942, FR 1942, VI,


pág. 152.
25. Military Mission. Agreement between the United States of América
and Colombia (Executive Agreement Series No. 250, Washington,
1942); ver pág. 13. El acuerdo original ya había sido renovado,
sobre bases provisionales, y quedaba pendiente completar el nue­
vo {Military Mission Agreement between the United States of Amé­
rica and Colombia Continuing in Effect the Agreement ofNovember
23, 1938 —Executive Agreement Series No. 237, Washington,
1942—).
26. FR 1942, VI, págs. 189-92.
27. Braden al secretario de Estado, 15 de diciembre de 1941, FR 1941,
VII, págs. 35-38. El ministro de Relaciones Exteriores, López de
Mesa, presentó una propuesta de ayuda militar que llegaba a los
$16.2 millones de dólares en equipos, y otros $6.450.000 en fondos
para carreteras, uniformes y cosas por el estilo. Braden lo disuadió
rápidamente.
28. Decretos de carácter extraordinario, págs. 5-9 y siguientes.

134
de defensa” a Colombia “por un valor de cerca de US
$16’200.000”, los cuales serían reembolsados sin intereses y con
un descuento del 55.56 por ciento. El acuerdo no hacía ninguna
alusión directa o indirecta, a los fondos “exentos” que Colom­
bia había estado solicitando, además del equipo de Préstamo y
Arriendo en sí mismo, pero los Estados Unidos sí acordaron,
informalmente y por lo menos con una base temporal, absorber
los costos de flete que normalmente hubieran sido pagados por
el país receptor29. Por otra parte, Colombia nunca hizo ningún
intento de utilizar la autorización total de los US $16.2 millo­
nes. Durante todo el resto de la Segunda Guerra Mundial
tomaría únicamente $6.5 millones, aproximadamente, en equi­
po de Préstamo y Arriendo30; y la mayoría de éste se recibió
después de que Santos terminó su período. La transferencia de
equipo no se efectuó enteramente en una sola dirección. El 6 de
agosto de 1942, el último día del gobierno de Santos, Colombia
transfirió a los Estados Unidos dos tanqueros que representa­
ron una modesta contribución para aliviar la escasez crítica de
embarcaciones del momento31. Originalmente éstos eran bu­
ques italianos que se refugiaron en el puerto de Cartagena
durante el mes de junio de 1941. Colombia había estado tratan­
do de comprarlos directamente a sus dueños, pero el precio
pedido era exageradamente alto, y mientras las negociaciones
de compra se prolongaban los buques se deterioraban. Argen­
tina también estaba interesada en adquirirlos de Colombia,
pero después de Pearl Harbor los Estados Unidos hicieron un
pedido urgente para hacerse cargo de ellos inmediatamente y
' ponerlos de nuevo en servicio. Santos, como de costumbre,
estuvo dispuesto a hacer el favor, y ordenó que toda considera­
ción de otras propuestas se suspendiera de inmediato32.
No obstante, el traspaso demoró algo en ser arreglado.
Entre otras cosas, Colombia exigía una promesa de los Estados
Unidos de enviar uno o dos barcos mercantes comunes para su
uso o de garantizar una asignación mínima de tonelaje al comer­
cio colombiano. Los Estados Unidos estaban dispuestos única­
mente a prometer que harían lo que pudieran para satisfacerlas

29. Memorando de Bonsal a Welles, 15 de julio de 1942, DS


711.21/959.
30. The New York Times, 14 de junio de 1946.
31. FR 1942, VI, 204n.
32. MemRels, 1942, págs. XXXV-XXXVI; Braden al secretario de
Estado, 25 de diciembre de 1941. DS 800.85/512, y 2 y 9 de enero
de 1942, FR 1942, VI, 193-94.

135
necesidades de embarcaciones de Colombia, y ésta cedió con
renuencia en este punto. La otra dificultad importante tenía
que ver con la incapacidad de Colombia de tomar posesión
previa de los tanqueros en condiciones aceptables para Italia, y
su consiguiente temor a enfrentar reclamos de reembolso exce­
sivos después de la guerra en caso de apropiarse de los barcos
unilateralmente. Había una solución simple a este problema.
Los Estados Unidos podían garantizar la responsabilidad total
por cualquier cantidad que Colombia estuviera obligada a
pagar a los dueños originales por arbitraje u otro instrumento.
La embajada norteamericana en Bogotá consideró tal garantía
perfectamente razonable y los escrúpulos financieros de Co­
lombia la hicieron casi inevitable; mas los funcionarios de
Washington (en donde diversas agencias estaban involucradas)
se demoraron en forma sorprendente en aceptar las condicio­
nes que Colombia consideraba podía aceptar. No fue sino
hasta junio de 1942 cuando ambas partes acordaron formal­
mente que la Administración de Embarcaciones de Guerra
(War Shipping Administration) compraría los buques por
US $1’500.000 más cualquier cantidad adicional que Colombia
tuviera que pagar a los italianos más tarde. Se emplearon unas
pocas semanas más en arreglos de detalle, y el traspaso se
efectuó, como se dijo, el 6 de agosto33.
Otra contribución material de Colombia al esfuerzo de gue­
rra de los Estados Unidos —más fácil de arreglar— fue un
acuerdo mutuo para promover la recolección de caucho silves­
tre y vender la producción total de Colombia, exceptuando lo
que fuera necesario para la manufactura nacional, a los Esta­
dos Unidos. La propuesta en tal sentido fue presentada al
Gobierno colombiano por la Rubber Reserve Co., (que era una
agencia oficial), en marzo de 1942, en los mismos términos de
un acuerdo similar realizado con el Brasil. Colombia inmedia­
tamente mostró interés, y aún antes de completarse las negocia­
ciones, ordenó un embargo de las exportaciones de caucho, con
la excepción de las destinadas al gobierno de Estados Unidos34.

33. Algunos documentos selectos sobre las negociaciones que mantu­


vieron Colombia y los Estados Unidos en este sentido se encuen­
tran en FR 1942, VI, 193-204. El contrato de compra no se firmó,
sin embargo, sino el 30 de julio de 1943. Ver FR 1943, VI, 37-43.
34. El secretario de Estado a Keith, 23 de marzo de 1942; Keith al
secretario de Estado, 25 de marzo de 1942, y Lañe al secretario de
Estado, 6 de junio de 1942, FR 1942, VI, 170-72, 183.

136
Un aspecto que tuvo que ser allanado fue, naturalmente, el
precio; pero una pauta obvia era el precio que los Estados
Unidos pagarían al Brasil, un abastecedor mucho más impor­
tante. Por lo tanto, el precio de Colombia fue el mismo que el
del Brasil, con la excepción de un tipo de caucho (Castilloa) por
el cual se ofrecieron a Colombia términos algo mejores. Se
presentó una complicación menor cuando un comprador ar­
gentino quiso obtener una cantidad de caucho Castilloa a un
precio todavía más alto, pero una vez que esta oferta se utilizó
para fines de regateo, fue rechazada en favor de los Estados
Unidos, cuya propuesta tenía ventajas de compensación.
Aquella, era por un período largo (establecido, en últimas, en
cinco años) e incluía la promesa de un fondo especial de fomen­
to para el suministro de lanchas para la recolección del caucho,
construcción de carreteras y facilidades relacionadas con el
fomento de la producción del caucho.
El otro aspecto importante de las negociaciones del caucho
—y en este punto existía un estrecho paralelo con la transac­
ción anterior y muy similar de la compra del platino, en la cual
la pérdida de los abastecimientos de seda japoneses fue un
efecto secundario problemático— fue el intento de Colombia
por conseguir algún quid pro quo en forma de protección contra
las escaseces de la guerra. Es así que Colombia solicitó saber si,
como parte del arreglo, los Estados Unidos suministrarían
equipo para establecer una planta nacional de manufactura de
llantas para remediar, por lo menos, parte de las necesidades de
la nación; y en efecto, tanto en Colombia como en otros países
latinoamericanos, compañías privadas norteamericanas ya ha­
bían presentado propuestas para construir dichas factorías.
Colombia también exigió garantías de que sus requerimientos
inmediatos serían satisfechos por medio de embarques del
exterior. No obstante, los funcionarios de Washington conside­
raron que una proliferación de nuevas fábricas de llantas no era
una aproximación eficaz al problema —sin tener en cuenta las
dificultades para obtener el equipo necesario— y que en el caso
específico de Colombia la construcción de una fábrica repre­
sentaría una duplicación innecesaria de la capacidad manufac­
turera ya existente en Venezuela. Así, el gobierno de los Esta­
dos Unidos ofrecería cooperar en el establecimiento de una
planta de llantas únicamente hasta donde “las exigencias de la
actual emergencia internacional” lo permitieran; en lo demás
garantizaría el envío de una cantidad determinada de llantas a
Colombia, siempre y cuando las embarcaciones, las medidas y
los tipos deseados estuvieran disponibles. Al igual que en las

137
otras negociaciones, Colombia se avino en forma realista a
tales promesas de hacer lo que fuese posible. Se firmó entonces
un contrato formal, el lo. de julio de 1942, entre la Rubber
Reserve Co., y la Caja de Crédito Agrario, la cual estaría a
cargo del programa de fomento del caucho por parte de Co­
lombia y sería el único intermediario para comprar la produc­
ción colombiana35.
La imposibilidad de Washington de dar seguridades firmes
al suministro de importaciones básicas fue decepcionante, aun­
que comprensible, y las escaseces que en efecto se presentaron
en Colombia fueron una fuente de irritación continua, parte de
la cual inevitablemente estaba dirigida contra los Estados Uni­
dos36. Por esta razón, y también para asegurarse de que las
exigencias de Colombia se mantuvieran en un nivel razonable
mediante la distribución y el uso eficientes de lo que realmente
estaba disponible, la embajada de los Estados Unidos había
instado repetidamente al Gobierno colombiano a estrechar sus
propios procedimientos administrativos. Y también en este
sentido el régimen de Santos estaba “dedicado a la acción”
como resultado del 7 de diciembre. Una serie de decretos
ejecutivos estableció regulaciones especiales para el control de
mercaderías escasas tales como llantas, hierro y acero, y en
febrero de 1942 se creó la Superintendencia Nacional de Impor­
taciones con el fin de proveer una dirección centralizada más
eficaz en este ramo. La Superintendencia realmente fue diseña­
da para responder a las urgencias de los Estados Unidos. Entre
otras cosas, suministraría la información necesaria a las agen­
cias norteamericanas para determinar las prioridades y cuotas
de exportación de Colombia, emitir certificados de requeri­
mientos para los importadores de Colombia y regir la distribu­
ción de importaciones básicas dentro del país. Muchas de sus

35. Algunos documentos sobre las negociaciones de caucho se en­


cuentran en FR 1942, VI, 170-89; ver también MemEcNac 1942,
págs. 167-69. Los Estados Unidos también estaban proporcionan­
do a Colombia semillas y asistencia técnica para la producción de
caucho en plantaciones (MemEcNac 1942, pág. 103), pero el tiem­
po requerido para que las plantaciones entraran en producción era
demasiado grande para este programa en particular y no podía
rendir resultados prácticos antes del final de la guerra.
36. Para una mayor comprensión de las dificultades a que estaban
abocados los Estados Unidos, ver el editorial de L., correspon­
diente al 21 de noviembre de 1941, que reconoce la impaciencia de
Colombia en cuanto a escasez de suministros y otros problemas
como una de las mayores fuentes de fricción entre los dos países.

138
funciones habían estado encomendadas anteriormente a la
Oficina de Comercio e Industrias del Ministerio de la Econo­
mía Nacional, pero no habían recibido la atención exclusiva de
dicha dependencia. El mismo decreto que creó la Superinten­
dencia estableció también un Departamento Comercial en la
embajada de Colombia en Washington, precisamente con el fin
de ayudar a acelerar la expedición de licencias de exportación.
Todas estas medidas (y otras similares) no eliminaron los trau­
mas económicos creados por la guerra, pero al menos los
hicieron un poco más tolerables y facilitaron las relaciones de
trabajo en asuntos económicos y comerciales con los Estados
Unidos37.

II

La respuesta oficial de Colombia a la participación directa


de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial encontró
un amplio grado de aprobación política dentro del país. Todos
los sectores liberales apoyaron al Presidente cuando éste rom­
pió relaciones con el Eje y en otras medidas, sin ir hasta una
declaración de guerra, con las cuales se alineó a Colombia, casi
sin restricciones, al lado de los Estados Unidos. Alfonso López
tenía sus reservas personales con respecto a algunos de los
arreglos informales, e igualmente personales de Santos sobre
cooperación militar, incluida la autorización otorgada a las
fuerzas norteamericanas de entrar al territorio colombiano
bajo ciertas circunstancias, pero no se opuso a sus objetivos.
Sólo puso en tela de juicio los métodos, los cuales consideró ser
de dudosa constitucionalidad y una fuente posible de repercu­
siones políticas adversas en el futuro. Así las cosas, López
confiaba en que cuando se posesionara como Presidente para
un segundo período, estaría en capacidad de colocar los com­
promisos de Santos sobre una base firme, franca y legal. En
efecto, prometió continuar con tales compromisos hasta que se
hiciera lo anterior38.

37. MemHda, págs. 28-40; MemEcNac 1942, págs. 83-85; Decretos de


carácter extraordinario, págs. 138-41 y siguientes. La Superinten­
dencia Nacional de Importaciones estuvo primero bajo la juris­
dicción del Ministerio Nacional de Economía pero después pasó al
Ministerio de Finanzas.
38. Lañe al secretario de Estado, 26 de mayo de 1942, y memorando
de Lañe, 26 de julio de 1942. FR 1942, VI, 153-56; Lañe al
secretario de Estado, 19 de agosto de 1942, DS 821.20/213.

139
Fuertes expresiones de apoyo en pro de los Estados Unidos
en guerra y de la política del Gobierno frente al conflicto
provinieron también de los elementos más moderados y pro­
norteamericanos del partido conservador. El Colombiano, de
Medellín, rastreó fielmente la simpatía de Colombia por los
Estados Unidos hasta la época de Marco Fidel Suárez, dando
así una aureola conservadora apropiada a las últimas medidas
de Eduardo Santos39. En Bogotá, Roberto Urdaneta Arbeláez
recogió las firmas de varias docenas de conservadores promi­
nentes durante la última parte de 1941 para una declaración
pública de apoyo a la política exterior del Gobierno40. Algunos
de los firmantes eran hombres que un año antes habían sufrido
en silencio mientras Laureano Gómez lanzaba ataques vitrióli-
cos contra el Buen Vecino; ahora al menos estaban dispuestos a
ponerse de pie y ser tenidos en cuenta. Gómez no figuraba entre
los firmantes. Tampoco estuvo entre el importante grupo de
congresistas conservadores que votó en favor de las facultades
extraordinarias concedidas al Gobierno en diciembre de 1941,
que le permitían adoptar por decreto ejecutivo medidas para la
nueva emergencia41. Su periódico procedió a tomar parte en la
reedición de viejas acusaciones que describían a Urdaneta co­
mo un mandadero de los intereses económicos norteamerica­
nos y denunciaba “abusos de toda clase supuestamente en
defensa de nuestra soberanía en peligro” en contra de los
pacíficos ciudadanos alemanes42. Con todo, El Siglo encontró
aún la oportunidad de expresar admiración por el embajador
Braden43, e hizo pocos comentarios (si es que los hizo) que
pudieran considerarse abiertamente anti-norteamericanos. En
lo fundamental siguió una línea neutral después de Pearl Har-
bor, tal como antes lo había hecho, y continuó criticando al
gobierno de Santos por tomar decisiones importantes sobre
política internacional por su propia cuenta y luego esperar a
que el Congreso y la Nación las aceptaron cornofaits accomplis.
Fue sobre esta base que El Siglo, a su debido tiempo, atacó el
rompimiento de relaciones con los poderes del Eje44, aunque
inicialmente no había expresado una opinión editorial sobre el
asunto.

39. Citado en L., 18 de diciembre de 1941.


40. L., 21 de diciembre de 1941; El Siglo, 29 de diciembre de 1941.
41. L., 18 y 20 de diciembre de 1941.
42. El Siglo, 28 de diciembre de 1941.
43. El Siglo, 19 de diciembre de 1941.
44. El Siglo, 23, 24 y 27 de enero de 1942.

140
De todas maneras, Laureano Gómez estaba menos preocu­
pado por la Segunda Guerra Mundial que por las elecciones
presidenciales que estaban programadas para el primer domin­
go de mayo de 1942. Consideraba que la oportunidad no estaba
todavía madura para presentar un candidato conservador;
pero se propuso descubrir qué ventajas podían sacarse de la
continua división en las filas liberales. Santos mismo y la
mayoría de los altos mandos de los liberales santistas se habían
reconciliado ante la perspectiva inevitable de la reelección
de López, pero también existía un ala irreconciliable de libera­
les, quienes por razones de filosofía política, por presuntas
ventajas de facción o por pura antipatía personal hacia López,
insistían en presentar un candidato disidente. Este último papel
fue gratamente aceptado por el Dr. Carlos Arango Vélez, y
Gómez se encargó de que recibiera un vigoroso respaldo con­
servador. En lo que concierne a los asuntos nacionales, tal
apoyo era suficientemente lógico: Arango Vélez pertenecía
definitivamente al ala derecha de su partido. Lo que dio a la
actitud de Gómez un toque especial de ironía fue el hecho de
que Arango Vélez había sido un partidario consistente y apa­
rentemente incondicional de las relaciones estrechas con los
Estados Unidos. Si tuvo alguna querella con la política intera­
mericana de Santos fue porque éste no había ido lo suficiente­
mente lejos. No obstante, esto no perturbó a Laureano Gómez.
El nunca pretendió convenir con todos los puntos de vista del
candidato que apoyaba; creía en la primacía de los problemas
nacionales y, en el ámbito de las relaciones exteriores, prefería
ostensiblemente un lacayo de los Estados Unidos que fuera
honesto y consistente a un oportunista puro, como creía que
era López45.
Es así como la política exterior no tuvo un papel destacado
en la campaña electoral de 1942. Arango Vélez venía atacando
a López desde el discurso de este último en el Hotel Granada,
en enero de 1941, en razón de que López no era un proponente
confiable de la solidaridad hemisférica46. Aún así, él mismo era
apoyado para la presidencia por el partido conservador, mu­
chos de cuyos voceros principales o no creían para nada en la
solidaridad hemisférica o le daban una definición propia muy
limitada. Sólo cerca del final de la campaña la relación entre

45. Esta línea general de razonamiento fue expuesta en un editorial de


El Siglo, 28 de abril de 1941, que indudablemente refleja los
puntos de vista de Laureano Gómez sobre la materia.
46. Ver, por ejemplo, El Tiempo, 11 de febrero de 1941.

141
Colombia y los Estados Unidos llegó a ser brevemente el tópico
principal del debate y este acontecimiento en realidad fue algo
fortuito. Comenzó cuando Arango Vélez concedió una entre­
vista a la Associated Press, en la cual dijo entre otras cosas:
“Estoy inequívocamente en favor de una ayuda total a los
países que luchan ahora contra la opresión totalitaria; y consi­
dero que la mejor manera como Colombia puede hacer sentir el
peso de su cooperación... del lado de sus intereses y sentimien­
tos en este conflicto, es colocando al país en pie de guerra y
haciéndolo inmediatamente. Es obvio que no podemos ir a
luchar contra Alemania y el Japón por nuestra cuenta; pero no
es menos cierto que se ha permitido que este país continúe
viviendo y pensando como si estuviera en paz, cuando la ver­
dad es que la agresión está más cerca —mucho más cerca— de
nosotros de lo que creen los colombianos. La defensa del Canal
de Panamá no debe ser considerada como algo que se supone
debemos hacer por concepto de ayuda amistosa a los Estados
Unidos, sino como algo que es tan vital para nosotros como lo
es para ellos. Y esto es cierto no solamente respecto de Colom­
bia sino de todos y cada uno de los países de América. Me doy
cuenta de que la única manera como podemos dar ayuda
material es suministrando el elemento humano para dicha
defensa y aceptando la dirección técnica y militar de los Esta­
dos Unidos. Voy más lejos y digo que el mejor servicio secreto
que se pueda conseguir en el extranjero debe obtenerse para
resguardarnos contra todas y cada una de las quintas columnas
y peligros de espionaje que puedan estar, y están, agazapados
entre nosotros”47.
Esta entrevista era para ser publicada en el extranjero, y no
antes del día de las elecciones del 3 de mayo; pero el órgano
lopista, El Liberal, obtuvo una copia y publicó el texto el 27 de
abril48. A pesar de los esfuerzos de Arango Vélez por defender o
aclarar ciertos puntos después que la entrevista fue publica­
da —enfatizando, por ejemplo, que él no quiso decir que se
enviarían tropas colombianas a la Zona del Canal—, el efecto
neto del asunto fue obviamente nocivo para su candidatura49.
El tono impetuoso de las observaciones del candidato era
suficiente para asombrar aún a muchos amigos sinceros de los
Estados Unidos, al mismo tiempo que a los anti-yanquis acérri­

47. L., 30 de abril de 1942.


48. L., 27 y 28 de abril de 1942.
49. R., 28 de abril de 1942; Lañe al secretario de Estado, 2 de mayo de
1942, DS 821.00/1411.

142
mos del campo conservador se les dio otra buena razón, si era
que estaban buscando una, para que se negaran a votar como
Gómez había ordenado. Pero la posición de Gómez no sufrió
cambio alguno. El Siglo reconoció en sus comentarios la exis­
tencia de diferencias en política exterior entre Arango Vélez y
sus partidarios conservadores, así como el candidato las había
reconocido en el transcurso de la famosa entrevista, pero le dio
crédito a Arango por su franqueza señalando al mismo tiempo
el golpe periodístico de El Liberal como un ejemplo característi­
co de la marrullería lopista50.
Sea lo que fuere, el apoyo de Gómez a Arango Vélez fue una
razón más para minimizar, al menos por el momento, los
sentimientos anti-norteamericanos que albergaba en su pecho.
Al mismo tiempo, López, en su condición de candidato oficial
del partido gobernante, se encontró asumiendo la defensa de la
política exterior de Santos. El y sus partidarios no explotaron la
entrevista de Arango Vélez para fines de propaganda anti­
norteamericana, como seguramente lo hubiera hecho El Siglo,
sino que se contentaron con ver cómo era utilizada en contra
del entrevistado, quien finalmente sólo ganó en los departa­
mentos de Caldas, Cauca, Valle del Cauca y Huila. En total
reunió el 41 por ciento de los votos de todo el país. No fue un
mal resultado, particularmente en vista de las ventajas lícitas e
ilícitas de que gozaba la maquinaria del partido liberal. El
análisis de los patrones de votación demuestra al menos que la
buena voluntad de Gómez de hacer caso omiso del pro-nortea-
mericanismo vocinglero de su candidato fue compartida por la
mayoría de las masas conservadoras51.
Sin duda, todavía persistía una tendencia latente de anti-
norteamericanismo en las filas conservadoras, como se pudo
apreciar fácilmente en algunas de las reacciones al hundimiento
de la Resolute en junio de 1942. Los concejos municipales y
las asambleas departamentales de toda Colombia adoptaron
un diluvio de resoluciones de protesta, y El Siglo, aunque no
tuvo nada que ver con la explosión anti-nazi más extrema, se
refirió al hundimiento como una “agresión bárbara”52. Sin
embargo, existían otros conservadores que de una manera u
otra trataban de utilizar abiertamente el incidente como tram­
polín para atacar al gobierno de Santos e indirectamente a los

50. El Siglo, 28 de abril de 1942.


51. Memoria del ministro de Gobierno... 1942, I, 71-99, da las cifras
completas por departamentos y municipalidades.
52. El Siglo, 26 de junio de 1942; L., 27-29 de junio de 1942.

143
Estados Unidos. Su línea de razonamiento era que el hundi­
miento era un corolario lamentable pero lógico de la posición
no neutral adoptada por Colombia al aliarse irrevocablemente
a los intereses norteamericanos. Un orador conservador en la
Asamblea de Cundinamarca hasta citó los nombres “nortea­
mericanos” de las víctimas —lo cual reflejaba el status de San
Andrés y Providencia como enclave de habla inglesa bajo la
bandera colombiana— como una razón más para minimizar el
incidente53; mientras, el periódico conservador El Norte, de
Cúcuta, publicó un rumor sugiriendo que el agresor había sido
en realidad un submarino estadinense y no un submarino
alemán54. Al mismo tiempo, los conservadores del ala de Urda-
neta Arbeláez, junto con los voceros liberales, aprovecharon la
ocasión para expresar una vez más su solidaridad con el gobier­
no de Santos en la conducción de las relaciones exteriores y con
los Estados Unidos en su lucha contra el totalitarismo.

III

Spruille Braden, quien había asumido su cargo pocos meses


después de la posesión de Santos, partió en marzo de 1942 para
un nuevo nombramiento en La Habana sólo unos pocos meses
antes de que Santos terminara su periodo. Recibió el tributo de
un gran banquete de despedida, en el cual López rindió home­
naje a la solidaridad interamericana y en el que incluso un
representante de la “camarilla de Gómez” (según lo expresó
Braden) estuvo presente55. Más aún, para su sucesor, Arthur
Bliss Lañe, quien presentó sus credenciales ante Eduardo San­
tos el 30 de abril56, Braden dejó las relaciones colombo-nortea-
mericanas en un estado notablemente favorable. Como lo ob­
servó Braden en uno de los últimos memorandos que escribió
como embajador en Colombia refiriéndose específicamente a
la cooperación militar pero hablando también de la relación
plena entre los dos países, Colombia “no ha solicitado la
totalidad de los US $16 millones de crédito Préstamo y Arrien­
do. En otras palabras, no ha pretendido obtener de nosotros
erogaciones excesivas o injustas... sino que ha hecho un cálculo
53. La Defensa (Medellín), 25 de junio de 1942; El Siglo y L., 27 de
junio de 1942.
54. Keith al secretario de Estado, lo. de julio de 1942, DS 800.
20210/1262.
55. The New York Times, 10 de marzo de 1942; Braden a Welles, 27 de
enero de 1942, DS 821.00/1394.
56. FR 1942, VI, 147n.

144
cabal y conservador de cuáles son sus requerimientos militares.
De otro lado, como lo he dicho antes, hemos obtenido todo lo
que hemos solicitado a este país. Colombia fue la primera
nación latinoamericana en romper relaciones con Alemania y
se ha esforzado en influenciar al vecino país de Venezuela para
que haga lo mismo. En esencia, si se hiciera un balance de lo
que han hecho los Estados Unidos y Colombia, respectivamen­
te, aquel mostraría que Colombia no ha regateado sino que de
todo corazón ha salido en apoyo de nuestra política de tal
manera que ello nos coloca en deuda con Colombia y no existe
país en Sur América que se haya desempeñado en forma más
cooperadora”57.
Braden exageró en algunos apartes del pasaje anterior, el
cual fue escrito para refutar lo que consideraba subterfugios
injustificados por parte de su agregado militar interino. No
todos los cálculos de Colombia de sus requerimientos militares
habían sido “cabales y conservadores”, aun cuando el conser­
vadurismo cabal pudo haberse impuesto finalmente. Colombia
había regateado en cierta medida si bien no fue un regateo muy
fuerte; una razón para que los Estados Unidos obtuvieran
“todo” lo que solicitaron fue que la embajada en Bogotá tenía
una idea acertada de cuán lejos estaba dispuesto a ir el gobier­
no de Santos en la colaboración del Buen Vecino y formal­
mente no solicitaba lo que Santos probablemente rechaza­
ría. No obstante, la declaración del embajador contenía más
de verdad que de exageración.
En realidad, desde el punto de vista de los Estados Unidos,
los actos específicos de cooperación solicitados y conseguidos
de Colombia rara vez fueron de importancia principal en sí
mismos. Era conveniente contar con la asistencia de Colombia
para suministrar las necesidades materiales para los esfuerzos
de la guerra, pero Colombia no era un abastecedor clave de
ningún mineral estratégico con la excepción del platino. Cierta­
mente era deseable contar con el permiso expreso de Colombia
de entrar en sus aguas en persecución de submarinos enemigos,
pero aun sin tal permiso es difícil concebir que la Marina de los
Estados Unidos hubiera permitido que las aguas colombianas
se convirtieran en refugio. Y aunque los tenedores norteameri­
canos de bonos insolventes de Colombia se encontraban en su
mayor parte satisfechos de ver la reanudación de los pagos, las
sumas comprometidas no eran realmente grandes y a nadie se le

57. Braden , memorando, 6 de marzo de 1942, adjunto a! despacho de


Keith al secretario de Estado, 16de marzo de 1942, DS 821.20/197.

145
escapaba tampoco el hecho de que los pagos iniciales fueron
financiados indirectamente por el Banco de Exportación e
Importación. En últimas, lo que era de interés primordial para
los Estados Unidos era contar con la nación suramericana más
próxima al Canal de Panamá, con un Gobierno estable y
amistoso, con el fin de que las energías y recursos adicionales
que se necesitaban urgentemente en otros sitios no tuvieran que
ser dedicados a la defensa del flanco meridional del Canal.
Había dudas ocasionales —la mayoría exageradas— acerca de
la estabilidad del régimen de Santos, pero nunca la más mínima
duda acerca de su amistad. Por lo tanto, en este sentido,
Colombia se ganó plenamente los elogios prodigados por el
embajador Braden.
Los beneficios otorgados a Colombia en recompensa de su
cooperación fueron también tangibles e intangibles. Bajo los
beneficios tangibles se encontraban los préstamos del Banco de
Exportación e Importación, la asistencia militar y la asistencia
de los Estados Unidos en la redacción y puesta en práctica del
Convenio Cafetero de 1940. Hubo intentos de otras ayudas
técnicas y económicas, como en el convenio del caucho, y sin
duda alguna se hizo un esfuerzo más grande por mantener a
Colombia abastecida con importaciones vitales de lo que hu­
biera sido el caso con un gobierno inamistoso en Bogotá,
aunque precisamente sería difícil medir cuál sería la diferencia
que haría la amistad. En el límite entre lo tangible e intangible
(y también entre lo benéfico y lo nocivo, según se interpretara el
papel de la inversión extranjera) estaba la intervención amisto­
sa del gobierno de los Estados Unidos en favor de Colombia,
no sólo con los tenedores de bonos extranjeros, sino con las
firmas norteamericanas que operaban en Colombia, aunque en
el caso de la industria del banano tal mediación no fue suficien­
te. Finalmente estaba el beneficio para Colombia de los esfuer­
zos políticos y militares norteamericanos en contra de las dicta­
duras del Eje. Este hubiera sido un beneficio tangible si hubiera
significado evitar una amenaza real de ataque contra Colom­
bia, que pocos colombianos creían que existiera. Sin embargo,
Eduardo Santos se unió a los Estados Unidos en la escena
internacional principalmente porque desde el primer momento
creyó que el mundo sería mejor un lugar para los colombianos
(y para todos) si las potencias democráticas prevalecían sobre
sus antagonistas. Este fue en gran medida un beneficio intangi­
ble, pero en la opinión de Santos merecía unos pocos sacri­
ficios.

146
La imagen de la cooperación colombo-norteamericana du­
rante el período de 1938 a 1942 fue naturalmente sólo un
aspecto de las saludables condiciones, en general, de las relacio­
nes interamericanas. La política del Buen Vecino se encontraba
en su apogeo y era intensificada y expandida en muchas direc­
ciones con el fin de asegurar al gobierno de los Estados Unidos
la amistad latinoamericana mientras se preparaba para dar la
batalla en otros frentes. Sin embargo, la respuesta cordial de
Colombia era particularmente gratificante, ya que el sistema
político del país, con todas sus imperfecciones, era más adecua­
do para ejemplarizar los ideales democráticos por los que los
Estados Unidos estaban luchando que lo que eran los sistemas
de la mayoría de las naciones latinoamericanas. La libertad de
expresión y los preceptos constitucionales que existían en Co­
lombia crearon algunos inconvenientes. Los sentimientos anti­
norteamericanos podían ser expresados más fácilmente que en
las dictaduras del Caribe, y las observaciones de Bryce Wood
de que el funcionamiento de la política del Buen Vecino era más
efectivo en regiones sometidas a la rama ejecutiva58 eran tan
aplicables a Colombia como a los Estados Unidos. No obstan­
te, durante el gobierno de Santos, Colombia y los Estados
Unidos crearon un sistema de relaciones, exitoso en casi todo
sentido. En cuanto a la política, lograron un alto grado de
entendimiento mutuo, en oposición a la confiabilidad ingenua
de Olaya Herrera y a la reserva comparable del primer gobier­
no de López. En cuanto a programas específicos, introdujeron
nuevas actitudes en relación con la cooperación económica y
militar, las cuales se enmarcaron en las crisis del momento pero
que, para mejor o peor, han llegado a ser permanentes59.

58. Ver, por ejemplo, Bryce Wood, “The Department of State and the
Non-National Interest: The cases of Argentina Meat and Paragua­
yan Tea”, Interamerican Economic Affairs, XV, (otoño de 1961), 5.
59. Aunque la cuestión de las relaciones culturales fue excluida expre­
samente del presente estudio, debe anotarse que también en este
campo hubo nuevas orientaciones y nuevos énfasis oficiales. En
este sentido fue sintomática la creación, en 1941, del cargo de
agregado de relaciones culturales de la embajada de los Estados
Unidos en Bogotá, que desempeñó por primera vez el doctor
Hershel Brickell (The New York Times, lo. de noviembre de
1941).

147
APENDICE

1. Comercio exterior de Colombia, por años, en miles de pesos


(Porcentaje de los Estados Unidos entre paréntesis):

Año Importaciones Exportaciones


1938 159.252 (51) 163.226 (58)
1939 183.442 (56) 177.053 (67)
1940 148.193 (74) 167.876 (75)
1941 170.006 (77) 176.133 (77)
1942 104.980 (60) 191.902 (92)

2. Principales exportaciones colombianas, por años, valor en


pesos (Porcentaje de los Estados Unidos entre paréntesis):

a) Café
1938 88.775.329 (80)
1939 87.124.693 (83)
1940 74.023.042 (93)
1941 83.293.779 (96)
1942 144.750.690 (99)
b) Oro1
1938 18.780.402 (100)
1939 40.582.122 (100)
1940 41.838.427 (100)

I. El oro no estaba incluido en los totales oficiales de exportaciones


colombianas, pero ha sido incluido en las cifras que se ofrecen
arriba.

148
1941 42.589.427 (100)
1942 20.965.629 (100)
c) Petróleo2
1938 37.206.478 ( 0)
1939 31.902.996 ( 6)
1940 39.919.927 ( 2)
1941 40.525.783 (15)
1942 14.197.345 (31)
d) Banano
1938 8.883.871 (49)
1939 8.678.583 (27)
1940 5.609.752 (48)
1941 2.923.702 (95)
1942 284.006 (99)

Fuente: Anuario de Comercio Exterior.

2. Los datos sobre exportaciones de petróleo no dan una imagen clara


de la destinación última, y* que el principal comprador era Cura-
cao, excepto en 1940 y 1941, cuando fue reemplazado por Canadá.
Tanto Francia como Italia, sin embargo, aparecieron también
como destinatarios principales en el período de preguerra.

149
ANEXOS

Los tres anexos que aparecen a continuación fueron escritos


por el entonces embajador de los Estados Unidos en Colombia,
Spruille Braden, al secretario de Estado norteamericano de la
época, Cordell Hull. El primero es el informe de una entrevista
que sostuvo el embajador con el presidente Santos el 22 defebrero
de 1939; el segundo se refiere a las inclinaciones y actividades
pro-nazis del periódico El Siglo y de su director, y el tercero con­
tiene la transcripción de una charla privada entre Braden y Lau­
reano Gómez.

Los editores

150
<//. AMERtCAN EMBASSY
/
No 22 Bogotá, March ¡J, 19¿9.

STRICTLY CONFIDBNTIAL.
• j I

Subject Interview with President of Colombia.

1 ■
$-'■

7
$ ! •

1 1 .2 1 /<J3
I
I

I
The Honorable
The Secretar/ of State

m lZ;
o
Sir

LAM
o —* w - • / i; ‘ . •
I have the honor “to report that pur3uant to my
CZ •<
r<yquest'/ made when presenting credentials on
&'
February 15, President Santos received me at 4:45
p.m., February 22. Our conversation laated an hour ’’

and a quarter and may be summarized as follows:


The President was moat cordial and solicitous <5
for the health and comfort of my faraily and myself.
I delivered to hlm the very cordial and personal

best wishes of President Roosevelt, Secretary Hull

and Btader Secretary Welles, adding that it was their

ardent desire that there be the most complete

cooperation

151
*
1. ENTREVISTA CON EDUARDO SANTOS

Bogotá, 3 de marzo de 1939


No. 22
ESTRICTAMENTE CONFIDENCIAL
Referencia: Entrevista con el Presidente de Colombia

Al Honorable’
Secretario de Estado
Washington

Señor:

Tengo el honor de informar que de conformidad con mi


solicitud, formulada cuando presenté credenciales el 15 de
febrero, el presidente Santos me recibió el día 22 del mismo mes
a las 4:45 de la tarde. Nuestra conversación duró una hora y
cuarto y puede ser sintetizada como sigue:
El presidente Santos se mostró muy cordial y solícito con
respecto a la salud y al bienestar de mi familia y de mí mismo.
Le transmití los más calurosos saludos personales del presiden­
te Roosevelt, del secretario Hull y del sub-secretario Welles, y
añadí que el deseo más ferviente de ellos era el de que hubiera la
más completa cooperación y comprensión, en todo sentido,
entre los gobiernos de Colombia y los Estados Unidos. Luego
manifesté que el presidente Roosevelt me había instruido para
discutir con el presidente Santos dos cuestiones en particular:

152
a. ESTABILIZACION MONETARIA

Me permití explicar que el presidente Roosevelt consideraba


que la estabilización monetaria, particularmente entre las más
importantes repúblicas americanas, como Colombia y los Esta­
dos Unidos, era esencial para el desarrollo de sanas condiciones
económicas internacionales y para la expansión del comercio,
tan necesario si queríamos lograr la prosperidad de todos.
Señalé que esto era cierto aun en el caso de que prevaleciera la
paz en el mundo, pero que si estallaba una guerra europea sería
todavía más vital que las repúblicas americanas estabilizaran
entre sí sus respectivas monedas. Aduje que la experiencia con
nuestro propio Sistema Federal de Reserva Bancaria, por ejem­
plo, demostraba que el control de la moneda no podía dejarse
en manos de los grupos más interesados —es decir, de los
banqueros—, sino que debía ser asumido por parte del Gobier­
no. Por lo tanto, dije que aunque Colombia estuviese quizás en
una posición extraordinariamente fuerte, debido a su impor­
tante producción de oro y a las grandes inversiones de capital
extranjero que se estaban haciendo en la industria del petróleo,
la estabilización de la moneda colombiana merecía considera­
ción y era un problema susceptible de volverse particularmente
agudo en el caso de una guerra en Europa. De ahí que Colom­
bia pudiera estar deseosa —agregué— de acumular una provi­
sión de lingotes de oro como colchón o reserva para su moneda,
eventualidad en la cual el gobierno de los Estados Unidos
tendría mucho gusto en discutir con el Gobierno de Colombia
medidas apropiadas como, verbigracia, un empréstito de Teso­
ro a Tesoro, en lingotes de oro, que se mantendría en depósito
en los Estados Unidos, con la disposición adicional de que los
mencionados lingotes podrían ser adquiridos por Colombia en
un determinado período de tiempo.
El presidente Santos declaró que estaba muy agradecido por
la sugerencia, que ésta le interesaba vivamente y que el proble­
ma de Colombia no era tanto sostener el peso como impedir
que su valor aumentara en demasía. Añadió que durante los
últimos cinco años el cambio se había estabilizado en un pro­
medio de 1.75 pesos por dólar, que la economía entera del país
había sido ajustada a dicha proporción y que resultaría muy
perjudicial bajarla a 1.60, 1.50 o incluso 1.40. Citó el ejemplo
desafortunado de Venezuela, cuya unidad monetaria había
aumentado tanto su valor que sofocó a la industria y, a pesar de
las altas escalas de salarios, empobreció al pueblo. Por consi­
guiente, dijo que estaba ansioso de explorar las posibilidades de

153
cooperación con los Estados Unidos en este particular, que más
tarde volvería a tratar el asunto conmigo y que, mientras tanto,
hablaría con su ministro de Finanzas.
Observé que la cuestión de la deuda se hallaba íntimamente
relacionada con la estabilización monetaria, y me sentí muy
satisfecho cuando quedó despejado el camino para desarrollar
otros programas de cooperación financiera entre Colombia y
los Estados Unidos.

b. COOPERACION POLITICA

Dije que el presidente Roosevelt compartía las convicciones


del presidente Santos en relación con la urgente necesidad de
establecer la más estrecha colaboración entre nuestros dos
países, con el objeto de que éstos cumplan sus responsabilida­
des frente a las condiciones del mundo y frente a los futuros
ataques que puedan sufrir nuestras democracias. Con este fin el
presidente Roosevelt pensaba que para ambas partes era desea­
ble intercambiar de manera franca y completa información
referente, por ejemplo, a las actividades de los alemanes, italia­
nos y japoneses.
El presidente Santos estuvo enteramente de acuerdo. Men­
cionó que había manifestado con frecuencia a sus conciudada­
nos que la necesidad más grande de Colombia no era simple­
mente la amistad con los Estados Unidos, sino la más íntima
seguridad (sic) y colaboración, dado que Colombia, con costas
sobre el Atlántico y sobre el Pacífico, constituye la primera
línea de defensa para los Estados Unidos; y que, como cual­
quier ataque armado contra este último país bien podría em­
prenderse a través de Colombia, los colombianos también ten­
drían que sufrir las consecuencias. Añadió que le temía al
Japón porque durante cierto tiempo, en grupos o individual­
mente, los japoneses habían estado inspeccionando el país con
el pretexto de examinar minas y otras posibilidades económi­
cas, de investigar la pesca en regiones donde no la hay, y así
sucesivamente; que incluso un ingeniero que pretendió hacerse
pasar por vendedor de productos japoneses era en realidad un
almirante; que el Gobierno colombiano intentó seguir estas
actividades y que, aun cuando muchas historias eran induda­
blemente falsas o exageradas, había suficientes bases genuinas
para que el Presidente se sintiera atemorizado, por lo cual
prometió entregarme toda la información que obtuviera. Por
otra parte, no mostró ninguna inquietud en lo concerniente a
los alemanes y a los italianos. Dijo que había estado en guardia

154
y que hasta ese momento se habían comportado de manera
apropiada en todo sentido, y que el embajador italiano había
pronunciado recientemente un discurso tan discreto que el
presidente Santos se preguntó si no provocaría su destitución el
hecho de haber omitido toda referencia al Duce y al fascis­
mo. Agregó que el Gobierno colombiano había vigilado cuida­
dosamente a Scadta y no tenía reclamo alguno que hacer a esa
compañía. En resumen, estaba satisfecho de que no hubiera ni
espionaje, ni trabajo clandestino o propaganda por parte de los
alemanes e italianos, y sugirió que este fenómeno se debía tal
vez a que se daban cuenta de que los colombianos se encontra­
ban unidos como un solo hombre en su oposición a las ideolo­
gías totalitarias. Me aseguró de la manera más enfática que
Colombia siempre estaría con los Estados Unidos en defensa de
la democracia, pero que comenzaba a preguntarse si los nazis y
los fascistas no tratarían de aprovecharse de Franco ahora que
la victoria de éste era segura. Consideró interesante observar
que El Siglo (un destacado diario conservador bajo la dirección
de Laureano Gómez) había sido siempre tan antinazi y tan
antifascista como los periódicos liberales, pero que durante las
últimas semanas estaba cambiando y adulando a Franco en una
forma indicativa de que a lo mejor Hitler y Mussolini desata­
rían una ofensiva para influir sobre Suramérica a través de
España.
El presidente Santos dijo luego que no había necesidad de
emprender una acción precipitada, y que la situación española
era tal que, en la forma debida y tan pronto como se clarificara
el panorama, Colombia tendría que reconocer el régimen de
Franco, así no fuera sino por razones relacionadas con su
propia seguridad y con el fin de mantenerse al tanto de lo que
estaba sucediendo en España. Pero nuevamente enfatizó que
Colombia nunca se prestaría a juegos con los Estados totalita­
rios a través de Franco o de cualquier otro medio. Me pidió que
tranquilizara al presidente Roosevelt en este sentido y añadió
que ya había contratado dos misiones militares norteamerica­
nas, no sólo para obtener los beneficios de su instrucción
superior sino ante todo para demostrar la confianza absoluta
de Colombia en los Estados Unidos. En conexión con este
punto declaró que tenía la impresión de que la política del Buen
Vecino continuaría en el futuro. Yo contesté que abrigaba una
impresión similar y que, después de todo, en una democracia
como la nuestra el presidente incluso más esclarecido no podía
marchar muy por delante de la opinión pública. Añadí que en
términos generales, y particularmente en cuanto a las relaciones

155
interamericanas, la política exterior del presidente Roosevelt y
del secretario Hull había recibido un respaldo casi unánime.
Después expliqué al doctor Santos que los restantes tópicos
que quería presentarle aún no los había discutido con el presi­
dente Roosevelt.

1. Invitación del general Stone

Refiriéndome a la observación del presidente Santos acerca


de nuestras misiones militares, dije que cuando había pasado
por Panamá, en mi viaje hacia Colombia, el comandante de
nuestras fuerzas estacionadas allí, el general Stone, me había pe-
dido transmitir al presidente Santos una invitación para que
una comisión de oficiales colombianos, de cualquier número y
rango, visitara las defensas del Canal de Panamá, donde se rea­
lizarían hasta el mes de abril unas maniobras de campo en las
que los hombres tenían que sufrir picaduras de insectos, enfer­
medades, accidentes, etc. Señalé que el general Stone se sentiría
muy contento de que una comisión colombiana observara las
maniobras o viajara después de ellas, según lo prefiriera. El
doctor Santos estaba evidentemente encantado con la invita­
ción y dijo que creía más conveniente que los oficiales presen­
ciaran las maniobras. Yo respondí que enviaría un cable al ge­
neral Stone tan pronto supiera los nombres de los integrantes
de la comisión y la fecha de su llegada a Panamá.

2. Misiones militares que no promuevan la venta de armas

Recordé el comentario que le hiciera el presidente Santos al


embajador Caffery en agosto pasado, cuando le expresó su
esperanza de que nuestras dos misiones militares, en caso de ser
contratadas, no promovieran la venta de armas o municiones
norteamericanas. Asumí que desde la llegada de los capitanes
Reifsnider y Whitson el Presidente había quedado completa­
mente tranquilo al respecto, pero no pude abstenerme de reme­
morar con orgullo que en Paraguay, hace cosa de un año, todos
los agregados militares, con excepción de los de Estados Uni­
dos, actuaban abiertamente como vendedores al servicio de los
fabricantes de armas y de municiones de sus respectivos países.
El presidente Santos manifestó que estaba de acuerdo conmigo
y que se había formado una alta opinión de los dos jefes de
nuestras misiones mencionadas atrás. Con cierta extensión hizo
entonces un recuento de sus experiencias en Europa, donde se
desempeñó como embajador general (sic) ante varios gobiernos

156
durante el episodio de Leticia, y dijo que no pasaba un solo día
sin que él o sus asesores se vieran acosados por vendedores de
armamento que ofrecían sobornos e indisponían a los colom­
bianos con los peruanos, cosa que había podido comprobar por
su amistad personal con los representantes de estos últimos. De
modo que cuando le contaron que Perú había adquirido setenta
aviones, al ir a confirmarlo encontró que se trataba de una
falsedad deliberada.

3. La actitud de las compañías norteamericanas


que operan en Colombia

El presidente Santos dijo que deseaba mi cooperación para


inducir a las compañías norteamericanas que operan en Co­
lombia a someterse a las leyes y a colaborar en la elevación del
nivel de vida del pueblo. Respondí:
“Usted puede contar siempre con mi cooperación más entu­
siasta pero, curiosamente, señor presidente, éste es uno de los
puntos de los que ya me he ocupado. A mi llegada encontré que
aquí no existía ningún tipo de organización norteamericana y
por eso no he podido dirigirme colectivamente a los directores
de las empresas estadounidenses. Sin embargo, estoy insistien­
do por separado ante cada uno de ellos, tan rápido como me ha
sido posible, en que deben acatar estrictamente el espíritu y la
letra de las leyes, mantener salarios adecuados y suministrar
condiciones sanitarias a sus empleados. En resumen, he insisti­
do en que deben cooperar con el programa trazado por Su
Excelencia para elevar el nivel de vida en Colombia’’.
Al expresar su satisfacción por mi actitud, el presidente
Santos dijo que recientemente el representante de la Tropical
Oil Company había afirmado que las condiciones de vida de sus
empleados eran las mejores que había en Colombia, a lo cual el
presidente Santos respondió que él no se contentaba con que las
condiciones de vida fueran mejores que en Boyacá o en Arauca,
porque la comparación debía hacerse con Ohio o Illinois. Estu­
ve de acuerdo con que éste era el ideal a conseguir y añadí que
tendría en mente su observación para repetírsela a los ejecuti­
vos de las compañías norteamericanas.
Sonriendo, el presidente Santos observó que la política del
Buen Vecino, honesta y práctica, era tan efectiva que, antes, las
compañías norteamericanas estaban acostumbradas a amena­
zar al Gobierno con apelar a Washington, mientras que ahora
la situación se había invertido y era el Gobierno el que amena­
zaba con apelar o, en efecto, apelaba a Washington. Señalé que

157
estaba seguro de que la gran mayoría de las empresas norteame­
ricanas en Colombia jamás haría necesaria una protesta por
parte del Gobierno, y agregué que si alguna vez se presentaba el
más ligero reclamo esperaba que él me informara de inmediato
para proceder a arreglar el asunto sin tener que recurrir a
Washington.

4. La United Fruit Company

El presidente Santos dijo que recientemente había advertido


al director de la United Fruit Company (el señor Hamer) que
no debía dejarse engañar por aquellos colombianos que preten­
dían ejercer una influencia especial sobre el Gobierno, porque
absolutamente nadie tenía tal influencia, y que cualquier cosa
legítima que quisiera la United Fruit podía obtenerla directa­
mente de sus ministros o, si se trataba de algo urgente, recu­
rriendo a él en persona. Asimismo, aconsejó al señor Hamer
que en las próximas elecciones se abstuviera de contribuir con
dinero a los fondos de campaña de cualquier candidato, inde­
pendientemente de su filiación política, y dio a entender que la
United Fruit estaba acostumbrada a recurrir a estas prácticas y,
en algunos casos, a procedimientos aún peores.
Manifestó que había dicho a los representantes de la United
Fruit que era inútil esperar que se rescindiera la ley de interven­
ción gubernamental, y que si ellos deseaban ser objeto de
severos ataques en el Congreso y en la prensa sólo necesitaban
plantear la cuestión, porque inmediatamente algún diputado o
senador declararía que todo legislador partidario de la rescisión
estaba a sueldo de la compañía y, por lo tanto, nadie se atreve­
ría a salir en su defensa.
Dije al Presidente que aún no había estudiado la mencionada
ley, pero que entendía que la principal objeción contra ella era
que su vaguedad hacía difícil operar e impedía la financiación
de las operaciones bananeras. Sin embargo, añadí que me
preocupaban los informes acerca de que la sigatoka estaba
aumentando en proporción geométrica y en forma tal que hacia
finales de este año habría una grave crisis económica con
probables repercusiones sociales en los distritos bananeros.
Recordé que la United Fruit había admitido francamente la
necesidad de combatir la plaga por medio del esfuerzo conjunto
del Gobierno, los cultivadores y la compañía, pero que a causa
de las extravagancias de la ley la empresa no podía invertir el
considerable capital requerido para la instalación de tubos y
otros equipos de fumigación capaces de controlar la sigatoka.

158
Agregué que si yo estaba correctamente informado, la situación
exigía consideración inmediata.
El Presidente observó que la United Fruit Company era ella
misma una importante cultivadora de banano y que, por consi­
guiente, debería estar interesada en preservar sus plantaciones.
Respondí que según la información a mi alcance la United Fruit
sólo producía el 20 por ciento, o incluso menos, del total de la
cosecha bananera y que, por tanto, aun si la compañía decidía
proteger sus propiedades, la situación en su conjunto seguiría
siendo seria. El presidente Santos dijo que su ministro de
Economía acababa de salir para el distrito a investigar las
condiciones existentes allí, y que me agradecería que hablara
con él a su regreso. Contesté que lo haría con mucho gusto.

5. Futuras inversiones norteamericanas en Colombia

El presidente Santos expresó su deseo de que los Estados


Unidos ayuden a traer capital a Colombia. Yo expresé que ha­
bía tomado atenta nota de su insinuación al embajador Caffery
en el sentido de que la actividad industrial y el capital nortea­
mericanos serían bienvenidos. Anoté que mi gobierno vería con
satisfacción un fenómeno de tal naturaleza, y que personalmen­
te creía que tanto el capital industrial como los créditos banca-
rios fluirían a Colombia en cantidad cuando fuera arreglada la
situación de la deuda. Observé que en sus comienzos los Esta­
dos Unidos habían sido desarrollados por el capital europeo,
pero que con nuestro crecimiento financiero, en particular
durante la Primera Guerra Mundial, la propiedad de nuestras
empresas y de nuestros fondos había sido ampliamente repa­
triada con beneficio para los europeos y para nosotros mismos.
Indiqué que Colombia podía esperar un acontecimiento similar
en los años por venir, pero que echara rodar la bola requería un
capital considerable. El presidente Santos asintió.

6. El pago de la deuda

Continué diciendo que en los años recientes Colombia había


sido perjudicada porque los créditos bancarios se habían agota­
do, por ejemplo, para los cultivadores de café, y sugerí que ésta
era una de las muchas razones para resolver la cuestión de la
deuda. Señalé que muchos colombianos me habían menciona­
do la urgente necesidad de que los Estados Unidos extendieran
créditos mayores para financiar las ventas de equipos nortea­
mericanos y para colocarnos a nosotros mismos en una situa-

159
ción competitiva con los alemanes. Manifesté que estaba seguro
de que cuando se arreglara el asunto de la deuda podríamos
ayudar de muchas maneras como, por ejemplo, a través del
Export-Import Bank, pero que mientras tanto tenía la certeza
de que el presidente Santos entendía las consideraciones políti­
cas que nos impedían asistir a Colombia hasta el grado en que
lo deseábamos. Mencioné que en los Estados Unidos había
entre 40 y 50 mil tenedores de bonos, muchos de ellos institucio­
nes, y que era tan grande su influencia que si mi gobierno
empleara sus fondos para financiar a Colombia se haría inme­
diatamente el reclamo de que estas miles de personas, que
habían sufrido ingentes pérdidas en bonos colombianos, ha­
bían sido gravadas con impuestos para otorgarle créditos a un
deudor moroso. Se trataba de un problema político práctico
que yo confiaba en que sería resuelto pronto, ya que aquella
tarde le había entendido al ministro de Finanzas que después de
las elecciones de marzo el Gobierno colombiano emprendería
activamente el pago de la deuda nacional. Una vez que se
arreglara este problema el control de divisas podía ser removi­
do y entonces serían los departamentos, los municipios y los
bancos los que habrían de cancelar sus deudas bajo la orienta­
ción y, posiblemente, con la asistencia del Gobierno Nacional.
El Presidente dijo que yo había expuesto los hechos de
manera exacta, que él estaba ansioso de arreglar el asunto de la
deuda y que en realidad el Gobierno colombiano siempre había
deseado hacerlo, pero que había encontrado obstáculos insupe­
rables para negociar con el Consejo Protector de Tenedores de
Bonos Extranjeros; que su ministro de Finanzas, aunque un
hombre todavía muy joven —ligeramente por encima de los
treinta años—, era un experto en la materia, supremamente
inteligente y de una integridad a toda prueba; que las deudas
departamentales y municipales eran complicadas en extremo
pero que el Gobierno Nacional, después de poner su propia
casa en orden, procuraría, por distintos medios, ayudar a que se
cancelaran. Respondí que me daba perfecta cuenta de las difi­
cultades que implicaban las deudas departamentales y munici­
pales; que, por ejemplo, para Antioquia sería muy complicado
llegar a un arreglo, ya que su deuda no guardaba ninguna
proporción con sus ingresos actuales, pero que, por otra parte,
el departamento de Santander del Norte podía pagar todos sus
compromisos con la mayor facilidad. El Presidente dijo que yo
había traído a colación dos ejemplos que él mismo hubiera
mencionado.

160
A continuación manifesté que habita estudiado el asunto
detenidamente, y que ni mi gobierno ni yo, de conformidad con
nuestra política establecida, podíamos intervenir en forma di­
recta. Sin embargo, añadí que una solución mutuamente satis­
factoria era tan importante para nuestros dos países que yo
estaban ansioso de prestar mis buenos oficios de cualquier
manera posible. El Presidente me agradeció, declaro que daña
instrucciones para que yo fuera informado en detalle sobre las
negociaciones de la deuda, en la medida en que estas progresa-
ran, y se mostro _ „ complacido ñor mi oferta de asistencia,
. , muy .
Luego expresé que me sentía profundamente satisfecho de
que el Gobierno colombiano hubiera procedido con absoluta
buen fe y de que siempre hubiera estado dispuesto a llegar a un
arreglo. Agregué que en un banquete reciente ofrecido por la
Cámara de Comercio Colombo-amencana en la ciudad de
Nueva York, yo había hecho la misma observación ver el
memorando que dejé en el Departamen o esa o). presi
dente Santos dijo que estaba familiarizado con las palabras que
yo había pronunciado en aquella ocas.on y que las apreciaba
mucho, pero que el Consejo Protector se había negado siempre
a negociar u' insistido f»n
■ y uhabía en nue
que fuera
* Colombia la que
¿
. i Cuando
presentara las propuestas. Cuanao Co ombia lo había hecho,
no obstante, sus sugerencias habían s.do rechazadas de manera
sumaria, por no decir grosera, un procedimiento poco ap o
para conducir a un arreglo mutuamente satisfactorio. Señalo
además que el Consejo no tomaba en cuenta la situación fiscal
de Colombia, ni los problemas políticos a que tema que hacer
frente el gobierno. , . ._. .
Contesté que su posición me parecía justificada pero que a
su *turno, eli Consejo no deoia ser
sei criticado
V11 con demasiada
severidad ya que tenía que lidiar con muchas otras situaciones
similares, se hallaba en circunstancias desfavorables por falta
de fondos y de personal adecuado, no contaba con bonos en
depósito, estaba siendo atacado permanentemente por perso-
ñas como tt resumen, nue
Hoover y, en -ocurran au m no fuera el medio
que aunque
. , i era el, mejor y en la práctica
ideal ci único dispomb
practica el F e. Me
.
permití anotar que ninguno de los 40 o 50 mil tenedores de
bonos podía negociar por separado, que los banqueros y los
fideicomisarios tampoco podían hacerlo porque seencontraban
en una posición legal anómala, y que las cosas se habían com­
plicado por culpa de entrometidos como Hoover, que afortuna­
damente habían sido apartados de la escena . Seguí diciendo que
sería muy beneficioso para los tenedores de bonos, para los
banqueros involucrados y para el Consejo que se llegara pronto

161
a un acuerdo, lo que también ayudaría a los comerciantes, a los
exportadores, a los importadores y a todo el que se interesara
por Colombia, pero que ante todo era esencial que la Nación
restableciera su crédito.
El presidente Santos respondió que en el último mes de
agosto, cuando asumió su cargo oficialmente, había aconseja­
do a los muchos banqueros residentes entonces en Bogotá que
no enfocaran el problema desde el punto de vista de quienes
sólo pretenden obtener la tasa de interés más elevada posible al
reanudar el servicio de la deuda, porque aun en el caso de que
Colombia estuviera de acuerdo con una cifra alta podía ocurrir
otro incumplimiento en el lapso de unos pocos meses, lo que
haría las cosas todavía más difíciles para todo el mundo. Mani­
festé que concordaba plenamente con su tesis pero que, a la
inversa, Colombia tampoco debía tratar de obtener la tasa de
interés más baja posible, sino facilitar un arreglo que, por
encima de todo, permitiera restablecer en forma definitiva el
crédito del país, ya que éste, como lo habíamos discutido,
necesitaba capital extranjero, que sólo podría conseguir al
precio de restablecer su crédito. Puse de presente que Colombia
se haría a sí misma mucho daño si forzara un acuerdo sobre
bases unilaterales, como había sucedido en Chile, y dije que el
pago adicional de un octavo, un cuarto o incluso un medio
punto de interés no alteraría sustancialmente el presupuesto de
Colombia y podría compensarse muchas veces con el dinero y
las ventajas que se derivan de una sólida posición crediticia.
Sugerí que, por lo tanto, el arreglo más barato podría resultar a
la larga el más caro. El Presidente declaró que estaba completa­
mente de acuerdo conmigo.

7. La limitación de hectáreas en las concesiones petrolíferas

En relación con las industrias extranjeras y el cumplimiento


de la ley, indiqué al Presidente que me hallaba consternado por
el hecho de que las compañías petroleras norteamericanas y de
otras naciones (la Shell), mediante ardides como el de tener
empresas subsidiarias o asociadas dueñas de concesiones, esta­
ban evadiendo los términos estrictos de la ley colombiana, la
cual estipula que ningún individuo, compañía o entidad legal
puede poseer más de cien mil hectáreas de concesiones petrole­
ras (cincuenta mil por adquisición directa y cincuenta mil por
adjudicación), salvo en los Llanos Orientales, donde se permi­
ten doscientas mil hectáreas. Señalé que cuando había expresa­
do mi desaprobación por la adquisición de áreas más grandes

162
mediante este subterfugio, los representantes de las compañías
adujeron que tal forma de proceder era apropiada porque el
Gobierno estaba tácitamente al tanto de los hechos y había
otorgado las concesiones a las empresas subsidiarias; que los
intentos efectuados por las compañías para obtener del Gobier­
no alguna interpretación de la ley que justificara este procedi­
miento, además, habían fallado por completo hasta el momen­
to y que, por lo tanto, yo temía que una administración futura
—particularmente en el caso de que se desarrollaran grandes
yacimientos— pudiera reclamar que las normas jurídicas ha­
bían sido violadas y confiscar las hectáreas adicionales, produ­
ciéndose así una situación desagradable para todas las partes
involucradas. Mencioné que en mi opinión, por consiguiente,
esta evasión implícita de la ley no debería ser permitida; que
debería exigirse una obediencia estricta a la letra y al espíritu de
la legislación, o que de lo contrario ésta debería modificarse
para satisfacer las necesidades prácticas de las condiciones
operacionales imperantes en Colombia. Añadí que sabía de
fuente fidedigna que en el mundo había cerca de diez compa­
ñías con la suficiente solidez financiera para emprender explo­
raciones de petróleo en Colombia, y que de ellas cinco estaban
realmente interesadas. Por tanto, en las circunstancias legales
vigentes el máximo aprovechamiento posible sería de quinien­
tas mil a un millón de hectáreas, lo que podría significar una
explotación inadecuada de los recursos colombianos. Manifes­
té que a lo mejor no se presentaba ningún problema, pero que
era más conveniente levantar esta nueva industria sobre bases
firmes y no correr el riesgo de futuros altercados. Con este fin
sería muy positivo —expliqué— que se clarificara la situación
desde ahora, en sus comienzos, ya que al obrar así se beneficia­
rían Colombia y las compañías, y se evitarían complicaciones
que más tarde podrían implicar controversias diplomáticas en­
tre Colombia y Gran Bretaña o los Estados Unidos. El presidente
Santos dijo que estaba enteramente de acuerdo conmigo y que
el Gobierno no podía hacerse el desentendido, permitiendo
implícitamente que se violara la ley; sugirió que se revisara todo
el asunto, que se estudiara de manera cuidadosa y que, de ser
necesario, se reformara la legislación y se ajustaran las restric­
ciones de hectáreas a límites prácticos y apropiados, que le
gustaría discutir conmigo más adelante. Le di las gracias, le dije
que su propuesta me parecía lógica y que podíamos ocuparnos
de ella en forma metódica, ya que no era necesario precipitar las
cosas al igual que, por ejemplo, en el caso de la sigatoka.

163
8. Cooperación agrícola

El presidente Santos dijo que pocos días antes había leído


con gran interés el Informe del Comité Interdepartamental pa­
ra la Cooperación con las Repúblicas Americanas, y que le ha­
bía parecido supremamente acertado y constructivo. Contesté
que me alegraba de que él hubiera mencionado el Informe por­
que éste planteaba la necesidad de desarrollar productos agrí­
colas complementarios, un asunto que, a mi entender, merecía
atenta consideración. Agregué que Colombia no se beneficiaría
fomentando el cultivo de algodón, caña de azúcar y otros pro­
ductos con los cuales ya estaba saturado el mercado mundial y
de los que había amplias fuentes de abastecimiento en los Esta­
dos Unidos, y que lo mejor para ella era tratar de promover una
producción agrícola complementaria a la norteamericana: cau­
cho y maderas duras, por ejemplo, y probablemente algunos
aceites vegetales como un sustituto del aceite de linaza que
había sido desarrollado en Brasil y que también podría elabo­
rarse en Colombia.
El presidente Santos dijo que era éste el tema que tenía más
cerca de su corazón; que la agricultura colombiana había sido
descuidada en forma lamentable y se encontraba en una etapa
primitiva de su desarrollo; que la economía entera del país
dependía de la agricultura; que había conversado con el secreta­
rio Wallace, un hombre extraordinariamente inteligente; que
los propios colombianos no sabían cómo emprender o incluso
iniciar un desarrollo agrícola adecuado para el país, y que pedía •
la colaboración de los Estados Unidos en este aspecto. Respon-
* di que nos sentiríamos felices de poder prestar nuestra asisten­
cia, que sería mutuamente beneficiosa para los dos países, y que
mi gobierno aportaría gustoso los servicios de expertos, de
manera gratuita o sobre bases enteramente satisfactorias para
él; que un experto del Departamento de Agricultura vendría a
Colombia en los próximos meses, y que estaba seguro de que
una investigación preliminar de parte suya podría ser muy útil,
en particular para indicar los tipos de agricultura que más se
ajustaran a las condiciones del país.
Añadí que, sin duda, el Presidente habría notado en el
Informe la recomendación de que se nombrara un asesor agrí­
cola en nuestra embajada en Panamá, y que, aunque ya era un
poco tarde, intentaría recomendar que este asesor fuera asigna­
do a Colombia, donde hay áreas al menos igualmente grandes y
facilidades similares para el estudio de la agricultura tropical,
además de zonas subtropicales y templadas que podrían ser

164
investigadas con buen provecho. El presidente Santos dijo que
quedaría muy agradecido si tal asesor pudiera ser enviado aquí,
y con entusiasmo repitió las razones que yo había expuesto para
sustentar dicha acción. Le manifesté que se trataba de una
recomendación puramente personal y que tenía pocas esperan­
zas de obtener a corto plazo los servicios de una persona así,
pero que confiaba en que podríamos conseguir otros expertos
para él. El Presidente declaró que estaba tan interesado en todo
este asunto que apreciaría que yo lo discutiera con el ministro
de Economía, tan pronto como dicho caballero regresara del
viaje que realiza actualmente. Prometí hacerlo.

9. El problema fronterizo colombo-venezolano

Manifesté al Presidente que en las actuales condiciones del


mundo era de suprema importancia que América tuviera su
casa en orden; que Colombia había señalado el camino al
resolver pacíficamente el conflicto de Leticia; que ahora que la
disputa del Chaco había sido arreglada quedaban más bien
pocas diferencias de límites; que me sentía muy contento de
haberle escuchado decir al embajador venezolano que la cues­
tión fronteriza entre Colombia y Venezuela estaba en camino
de solucionarse de manera satisfactoria, y que el embajador
había recalcado ante mí su alta consideración por el presidente
Santos, a quien veía como un dirigente práctico y magnánimo.
El Presidente declaró que él también esperaba llegar a un
arreglo definitivo de este asunto durante su administración; que
el territorio en disputa, mil ochocientos kilómetros cuadrados,
era relativamente insignificante y que, de parte suya, prefería la
amistad con Venezuela aun en el caso de que tuviera que ceder
el área entera; que como era natural se presentaban algunos
problemas políticos, ya que existían muchos embanderados
*
opuestos a cualquier compromiso; que, sin embargo, se había
hecho un estudio cuidadoso y ya era factible disponer de mapas
fidedignos; que el tema tenía muchos antecedentes que él me
proporcionaría a su debido tiempo, pero que estaba de acuerdo
conmigo en que debía lograrse una solución definitiva y en
hacer cuanto estuviera en sus manos para alcanzarla. Anoté
que me habían contado que en Venezuela no faltaban ciertos
intereses petroleros (la Shell) con concesiones “hasta la fronte­
ra”, y que tales intereses estaban presionando para que los
linderos venezolanos se extendiera hacia el oeste tanto como

* En español en el original.

165
8. Cooperación agrícola

El presidente Santos dijo que pocos días antes había leído


con gran interés el Informe del Comité Interdepartamental pa­
ra la Cooperación con las Repúblicas Americanas, y que le ha­
bía parecido supremamente acertado y constructivo. Contesté
que me alegraba de que él hubiera mencionado el Informe por­
que éste planteaba la necesidad de desarrollar productos agrí­
colas complementarios, un asunto que, a mi entender, merecía
atenta consideración. Agregué que Colombia no se beneficiaría
fomentando el cultivo de algodón, caña de azúcar y otros pro­
ductos con los cuales ya estaba saturado el mercado mundial y
de los que había amplias fuentes de abastecimiento en los Esta­
dos Unidos, y que lo mejor para ella era tratar de promover una
producción agrícola complementaria a la norteamericana: cau­
cho y maderas duras, por ejemplo, y probablemente algunos
aceites vegetales como un sustituto del aceite de linaza que
había sido desarrollado en Brasil y que también podría elabo­
rarse en Colombia.
El presidente Santos dijo que era éste el tema que tenía más
cerca de su corazón; que la agricultura colombiana había sido
descuidada en forma lamentable y se encontraba en una etapa
primitiva de su desarrollo; que la economía entera del país
dependía de la agricultura; que había conversado con el secreta­
rio Wallace, un hombre extraordinariamente inteligente; que
los propios colombianos no sabían cómo emprender o incluso
iniciar un desarrollo agrícola adecuado para el país, y que pedía •
la colaboración de los Estados Unidos en este aspecto. Respon­
dí que nos sentiríamos felices de poder prestar nuestra asisten­
cia, que sería mutuamente beneficiosa para los dos países, y que
mi gobierno aportaría gustoso los servicios de expertos, de
manera gratuita o sobre bases enteramente satisfactorias para
él; que un experto del Departamento de Agricultura vendría a
Colombia en los próximos meses, y que estaba seguro de que
una investigación preliminar de parte suya podría ser muy útil,
en particular para indicar los tipos de agricultura que más se
ajustaran a las condiciones del país.
Añadí que, sin duda, el Presidente habría notado en el
Informe la recomendación de que se nombrara un asesor agrí­
cola en nuestra embajada en Panamá, y que, aunque ya era un
poco tarde, intentaría recomendar que este asesor fuera asigna­
do a Colombia, donde hay áreas al menos igualmente grandes y
facilidades similares para el estudio de la agricultura tropical,
además de zonas subtropicales y templadas que podrían ser

164
investigadas con buen provecho. El presidente Santos dijo que
quedaría muy agradecido si tal asesor pudiera ser enviado aquí,
y con entusiasmo repitió las razones que yo había expuesto para
sustentar dicha acción. Le manifesté que se trataba de una
recomendación puramente personal y que tenía pocas esperan­
zas de obtener a corto plazo los servicios de una persona así,
pero que confiaba en que podríamos conseguir otros expertos
para él. El Presidente declaró que estaba tan interesado en todo
este asunto que apreciaría que yo lo discutiera con el ministro
de Economía, tan pronto como dicho caballero regresara del
viaje que realiza actualmente. Prometí hacerlo.

9. El problema fronterizo colombo-venezolano

Manifesté al Presidente que en las actuales condiciones del


mundo era de suprema importancia que América tuviera su
casa en orden; que Colombia había señalado el camino al
resolver pacíficamente el conflicto de Leticia; que ahora que la
disputa del Chaco había sido arreglada quedaban más bien
pocas diferencias de límites; que me sentía muy contento de
haberle escuchado decir al embajador venezolano que la cues­
tión fronteriza entre Colombia y Venezuela estaba en camino
de solucionarse de manera satisfactoria, y que el embajador
había recalcado ante mí su alta consideración por el presidente
Santos, a quien veía como un dirigente práctico y magnánimo.
El Presidente declaró que él también esperaba llegar a un
arreglo definitivo de este asunto durante su administración; que
el territorio en disputa, mil ochocientos kilómetros cuadrados,
era relativamente insignificante y que, de parte suya, prefería la
amistad con Venezuela aun en el caso de que tuviera que ceder
el área entera; que como era natural se presentaban algunos
problemas políticos, ya que existían muchos embanderados
*
opuestos a cualquier compromiso; que, sin embargo, se había
hecho un estudio cuidadoso y ya era factible disponer de mapas
fidedignos; que el tema tenía muchos antecedentes que él me
proporcionaría a su debido tiempo, pero que estaba de acuerdo
conmigo en que debía lograrse una solución definitiva y en
hacer cuanto estuviera en sus manos para alcanzarla. Anoté
que me habían contado que en Venezuela no faltaban ciertos
intereses petroleros (la Shell) con concesiones “hasta la fronte­
ra”, y que tales intereses estaban presionando para que los
linderos venezolanos se extendiera hacia el oeste tanto como

* En español en el original.

165
fuera posible. El presidente Santos dijo que esto había sido
cierto en épocas pasadas, pero que ahora no lo era porque un
examen fotográfico realizado desde el aire había demostrado
que se trataba de formaciones ígneas, bastante quebradas y sin
perspectiva alguna en cuanto a yacimientos de petróleo.

10. Las relaciones con los países vecinos

El presidente agregó que Colombia tenía tres vecinos: Vene­


zuela, con una población de sólo tres millones de habitantes, a
la que por lo tanto no había razón para temer; Ecuador, que era
prácticamente inexistente (sic), y Perú, que le producía más
inquietud. Respondí que abrigaba la impresión de que el arre­
glo de Leticia había sido definitivo, que el conflicto lo había
provocado Sánchez Cerro sólo por motivos de política interna
y que, por consiguiente, no veía ninguna probabilidad de que
volviera a ocurrir. El Presidente replicó que yo estaba en lo
cierto pero que, por otra parte, Perú era “un país tan desorga­
nizado”, tan propenso a insurrecciones e intentos revoluciona­
rios, que nadie podía estar seguro de lo que sucedería si algún
agitador como Sánchez Cerro llegaba al Poder. No hice caso de
sus temores y observé que el pueblo peruano no se dejaría llevar
por mal camino una vez más. El presidente Santos se mostró de
acuerdo.

11. El problema fronterizo entre Perú y Ecuador

Dijo después que debíamos tener mucho cuidado con Perú y


Ecuador; que la cuestión era seria y se estaba volviendo cada
vez peor, ya que Perú había ocupado gradualmente más y más
territorio, una circunstancia que en cualquier momento podría
desatar un conflicto verdadero; que los ecuatorianos parecían
incapaces de mantener un gobierno estable al menos por algún
tiempo, y que el país se había dividido durante el último inci­
dente con Perú; la ciudad de Guayaquil era decididamente
peruanófila, como lo había sido en el curso de la guerra entre
Colombia y Perú, cuando los quiteños habían apoyado la causa
colombiana. Respondí al Presidente que transmitiría a mi go­
bierno sus recomendaciones al respecto.

12. El servicio secreto requerido por Colombia

El doctor Santos señaló que Colombia había crecido ya


hasta el punto de que necesitaba una policía secreta, tanto para

166
ayudar en las investigaciones criminales como para observar las
maquinaciones de los agitadores y espías extranjeros —los
japoneses y tal vez los alemanes y los italianos, por ejemplo—, y
que por consiguiente esperaba recibir los servicios de un exper­
to de la policía de Nueva York. Sugerí que me avisara si
encontraba algún obstáculo, y agregué que haría lo que estuvie­
ra a mi alcance para colaborar en este aspecto.
El presidente Santos me pidió que transmitiera al presidente
Roosevelt sus más calurosos saludos personales. También ex­
presó el deseo de que repitiéramos con frecuencia conversacio­
nes como ésta —no la entrevista formal entre el Presidente y el
embajador, sino el diálogo franco entre dos amigos—. Le di las
gracias y dije que me sentiría honrado de poder tratar con él
como lo estaba sugiriendo, sobre la base de una sinceridad
absoluta, y buscando siempre el beneficio mutuo para nuestros
dos países. Concluí prometiendo que transmitiría sus conside­
raciones personales al presidente Roosevelt.
Respetuosamente suyo,

Spruille Braden

800.1
SB/hlw

167
THE FOREiGf.' SERVICE
OF THE
UNITED STATES OF AMERICA i

AMER1CAN EMBASS^
No. 1445 Bogptá, Colo.ibia, Zarch 26, 19 4 y.'-.?«-•!&£ s.v
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t APRÍ1 £45
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STRICTLY CONFIDEKTIAL
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Subject: Recent About-Face by the Conservativa Leader, 0]


Dr. Laureano Gómez, and Hls Paper, EL SIGLO, Ll
Respectlng Relations with the United Stateg.
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The Honorable *
The Secretary of State,
Washington, D. C.
Sir:

I hava the honor to refer to ny despatch no. 90


of Aorll 27, 1939, in which I reported a conversation
with Dr. Laureano GÓLíEZ, and. to subsequent comnunícations
to the Department, advislng that Por nany months, as a -.
rasult of i.iy talk v/ith nim, Dr. Laureano GÓMEZ and I1Í3 —:
paper, EL SIGLO, ceased all attac’us on the United StatesV-
In fact, he and the entire Conservativa representation
in Congress joined with the Liberáis in 1939 to endorse
Pi'Csident SANTOS1 foreign policy of inter-Amsrican soli-
darity, friendship for the United States, and. that no
attack should ever be nade on the Canal fro.u Colombian
territory.

This frlendly attitude continúen v.-ithout serlous


interruption until the Geman successes in the war during
P S /.9 p

1940 brought about a reversión to the oíd antagonism


towards the United States with, if anythíng, greater ve-
hemence. As a result, Senator Gómez and his followers,
during the 1940 Congress, violently attacked the same
Santos policies which they prevlously liad upheld. Since
then, as I have so often reported, Dr. Gómez personally
and ÉL SIGLO have pursued a definítely anti-A..Tcrican and

pro-

168
2. INFORME SOBRE LAUREANO GOMEZ

Bogotá, Colombia, 26 de marzo de 1941


No. 1445
ESTRICTAMENTE CONFIDENCIAL
Referencia: Reciente cambio del dirigente conservador Lau­
reano Gómez, y de su periódico, El Siglo, con
respecto a las relaciones con los Estados Unidos.

Al Honorable
Secretario de Estado
Washington, D.C.

Señor:
Tengo el honor de referirme a mi comunicación No. 90, del
27 de abril de 1939, en la que rendí completo informe de una
conversación sostenida con el doctor Laureano Gómez, y a
comunicaciones posteriores enviadas al Departamento de Esta­
do en las cuales notifiqué que durante varios meses, y como
resultado de mis charlas con él, el doctor Laureano Gómez y su
periódico El Siglo interrumpieron sus ataques a los Estados
Unidos. En efecto, Gómez y toda la representación conserva­
dora en el Congreso se unieron a los liberales, en 1939, para
respaldar la política exterior de solidaridad interamericana y de
amistad con los Estados Unidos, preconizada por el presidente
Santos, y para declarar que nunca sería permitido un ataque al
Canal de Panamá desde territorio colombiano.
Tal actitud amistosa continuó sin interrupciones serias hasta
cuando los triunfos alemanes en la guerra, durante 1940, oca­
sionaron un retroceso al viejo antagonismo con los Estados
Unidos, esta vez con mayor vehemencia. Como resultado, en
las sesiones del Congreso de ese año el senador Gómez y sus

169
seguidores atacaron de manera violenta la política de Santos
que previamente habían defendido, y desde entonces El Siglo y
el doctor Gómez en persona han adoptado una política decida-
damente antinorteamericana y pronazi. Muchos otros inciden­
tes podrían citarse para demostrar que el doctor Gómez, un
consumado oportunista, estará siempre de parte de quien tenga
el viento a su favor.
El 20 de marzo de 1941 el doctor Francisco Urrutia, hijo de
uno de los viejos estadistas más distinguidos de Colombia, nos
invitó al señor Keith y a mí a un coctel en su casa, donde nos
esperaba con el senador Gómez y el editor asociado de El Siglo,
el también senador José de la Vega. Como puede deducirse del
resumen adjunto de la conversación que tuvimos, dicha re­
unión fue planeada, al menos en parte, porque El Siglo está
comenzando a sufrir la pérdida de publicidad norteamericana y
tal vez porque sus directores temen incluso que no puedan
obtener papel periódico de los Estados Unidos.
En dos o tres oportunidades el doctor Gómez, creyendo,
aparentemente, que podía ponerme “en un aprieto”, me atacó
de la manera más agresiva pero sin ningún éxito. Sus manifesta­
ciones de amistad con los Estados Unidos son enteramente
oportunistas, ya que en repetidas ocasiones ha hecho constar lo
contrario, tanto en sus discursos ante el Senado como en sus
editoriales. Asimismo, sus declaraciones en el sentido de que no
ha tenido ningún trato con los nazis, incluidos los ministros de
Alemania y de España, están en contradicción total con lo que
mis colaboradores y yo hemos constatado con nuestros propios
ojos, y con otros informes en nuestro poder.
En vista de nuestra experiencia pasada con este caballero y
teniendo en cuenta su muy agresivo comportamiento conmigo,
consideré necesario adoptar una posición firme, como se ve en
el memorando adjunto. El resultado fue que se dio por vencido
y que solemnemente prometió dejar en claro, tanto en sus edito­
riales como en sus pronunciamientos públicos futuros, su “fer­
viente amistad con los Estados Unidos”. No tengo la más
mínima confianza en la sinceridad de sus promesas, y estoy
seguro de que se echará para atrás si ello conviene a sus planes o
si siente que los nazis van a ganar la guerra. Sin embargo, la
influencia que pueda tener sobre las masas conservadoras su
adopción de una actitud más amistosa hacia nosotros será
benéfica, y, por lo tanto, recomiendo que a mi llegada a Was­
hington se discuta la posibilidad de inducir a los industriales
norteamericanos para que reanuden su pauta publicitaria en El
Siglo, al menos mientras continúe su política actual.

170
Una divertida contradicción en nuestra charla se presentó
cuando, después de haber perorado largamente contra la inter­
vención norteamericana en otras repúblicas de este hemisferio,
al final solicitó de manera descarada nuestra intervención a
favor suyo en caso de que pretendiera iniciar una guerra civil en
Colombia.
Pienso que en este cambio súbito de opinión el doctor Gó­
mez ha sido influido no sólo por el temor de que su periódico
quede por fuera del negocio si pierde la publicidad y no puede
conseguir papel, sino también por su presentimiento de que los
Estados Unidos, Gran Bretaña y las democracias se están vol­
viendo cada día más fuertes; por el hecho de que, si su periódico
logra seguir publicándose sin el apoyo esencial de los anuncia­
dores norteamericanos, se concluiría lógicamente que está reci­
biendo fondos de los alemanes; y porque si él fuera incluido en
una lista negra británica y norteamericana, ello debilitaría su
influencia política en Colombia y daría a sus enemigos políticos
un arma poderosa que podrían utilizar en contra suya. En la
misma forma, es posible que algunos de sus asociados en El
Siglo, como el doctor Camilo de Brigard Silva, estén temerosos
de perder, en razón de la política del periódico, su inversión o
representación legal de ciertas corporaciones e instituciones
bancarias norteamericanas, y que por consiguiente hayan insis­
tido en este cambio. Finalmente, es concebible que los nazis,
que han estado trabajando con Gómez, no se opongan a esta
alteración en la política del periódico, en la esperanza de que
por este medio podrán adormecernos con un falso sentido de la
seguridad.
El 24 de marzo el doctor Gómez me envió copias de las
cartas que había recibido de su agente publicitario en Nueva
York, Melchor Guzmán Company Inc. Estas cartas, que se
inician en agosto, informan sucesivamente de una serie de
cancelaciones e incumplimientos en la renovación de los con­
tratos publicitarios por parte de firmas importantes como Acei­
te Tres-en-uno, Cigarrillos Camel, Vick Chemical Company,
etc. Me sentí muy satisfecho al comprobar que en cada caso la
acción la había emprendido el industrial norteamericano, y
que, si bien se mencionó una vez la lista negra, ésta aparecía
como una lista de los industriales y no de ninguna sección del
gobierno de los Estados Unidos.
Con las cartas mencionadas venía un memorando, que ad­
junto a esta comunicación, y que da detalles adicionales con
respecto a las observaciones hechas por el señor R. Drysdale,
171
agente de la Grace Line, en las oficinas de El Siglo. Ciertamen­
te, este último caballero no se comportó con discreción.
El prometido cambio de política por parte del doctor Gómez
se efectuó inmediatamente, como puede verse en el adjunto
editorial de El Siglo correspondiente al 23 de marzo —sobre mi
discurso en el almuerzo ofrecido en honor del National Re-
search Council—, y en el recorte adjunto de la columna de
Américo Latino publicada el 24 de marzo. Américo Latino
jamás había tenido algo bueno que decir en relación con los
Estados Unidos, y ahora se desborda en supremas alabanzas.
Este súbito cambio de El Siglo ha producido extensos co­
mentarios, naturalmente, y el líder de los conservadores disi­
dentes, el doctor Augusto Ramírez Moreno, se refirió al tema
en una carta publicada en El Tiempo del 23 de marzo. En la
noche del 24 de marzo también pronunció un discurso por
radio, en el cual comentaba cáusticamente el hecho de que el
doctor Gómez hubiera cambiado por completo su posición con
respecto a los Estados Unidos, adhiriendo a “los criterios de
Ramírez Moreno”.
El 25 de marzo la señora Braden y yo almorzamos en casa del
doctor Gómez, donde estaban presentes el senador de la Vega y
algunos otros líderes conservadores con sus esposas. El doctor
Gómez me aseguró una vez más que de ahora en adelante tanto
él como El Siglo tomarían todas las precauciones necesarias
para no dar la “falsa impresión” de que eran pronazis, y que,
por el contrario, harían énfasis en su amistad con los Estados
Unidos. Le entregué al doctor Gómez un artículo escrito por un
tal Fandiño Silva en la edición de El Siglo del 23 de marzo, y
que en varias ocasiones se refiere a los norteamericanos como
los peores enemigos del hispanismo, dado que veríamos en éste,
supuestamente, el fracaso de nuestras políticas imperialistas
(sic). Le dije al doctor Gómez que nosotros de ninguna manera
nos oponíamos al verdadero hispanismo; que entendíamos los
vínculos de raza, lengua y tradición, pero que objetábamos que
este movimiento se convirtiera en propagador de los principios
totalitarios y antidemocráticos. También objeté las referencias
hechas a la “completa ausencia de cultura y religión en los
Estados Unidos”, y señalé que nosotros también teníamos
cultura y religión. Le aconsejé que leyera un artículo de Stanley
High sobre el catolicismo en los Estados Unidos, publicado en
el Reader’s Digest de septiembre de 1940, y le mencioné asimis­
mo la apreciación del obispo O’Hara en el sentido de que en los
Estados Unidos, durante un solo año, se convertían al catolicis­

172
mo más protestantes que los católicos conversos al protestan­
tismo en América del Sur durante todo un siglo.
En el transcurso del almuerzo, naturalmente, me senté en el
extremo opuesto de la mesa en relación con el doctor Gómez,
pero la señora Braden, que estaba cerca de él, le oyó decir que
Hitler era “un hombre maravilloso que siempre cumple lo que
promete”. Manifestó también que no iría a visitar al Gran
Dictador y permaneció en silencio cuando alguien observó que
Hitler había hecho un pacto con el diablo.
En conclusión, las observaciones que siguen parecen perti­
nentes:
1. No se puede tener ninguna confianza en la sinceridad de
las promesas y comentarios del doctor Gómez. El es un “con­
verso por conveniencia” y volverá a su actitud antinorteameri­
cana cada vez que lo considere provechoso.
2. La reunión, evidentemente, fue planeada: a) para expo­
ner al señor Keith y a mí el problema de la pérdida de publici­
dad de firmas norteamericanas; b) en razón de la cambiante
situación política, que ha conducido al doctor Gómez a re­
orientar su táctica hacia una aproximación con el presidente
Santos que le permita combatir en mejores condiciones al
expresidente López. También es posible que la confianza del
doctor Gómez en una victoria nazi haya declinado hasta el
punto de que ahora desee tener un apoyo en nosotros.
3. La pérdida de la publicidad es extremadamente angustio­
sa para Gómez. Sea porque no puede conseguir fondos de los
nazis, o de otros países, o por cualquier razón, nuestra campaña
ha tenido efectos benéficos. También se rumora que Gómez
está preocupado de que El Siglo no consiga papel periódico, lo
que lo dejaría por fuera del negocio.
4. Cuando puse en conocimiento del senador Gómez las
acusaciones de nazismo que se formulaban contra él, la debili­
dad, contradicciones y falacias de sus respuestas me parecieron
autocondenatorias y me indicaron que no había nada de verdad
de ellas.
5. Este incidente prueba: a) nuestro acierto en desalentar la
publicidad norteamericana en periódicos antinorteamericanos
o pronazis; b) Idem con respecto a la eliminación de los agentes
nazis en las compañías norteamericanas; c) que siendo ésta un
arma tan poderosa ahora que somos neutrales, si estuviéramos
verdaderamente en guerra podríamos conseguir muchas cosas,
sin presiones impropias o indebidas, que hoy en día son imposi­
bles de obtener de Colombia en su conjunto.

173
6. Esta es una buena ilustración del carácter de Laureano
Gómez, y desafortunadamente también de muchos colombia­
nos: que van siempre con el viento. Hace unos pocos años
Gómez se oponía furiosamente a Hitler, lo denunciaba en el
Senado y escribía libros en su contra, pero cuando el año pasa­
do llegaron las victorias alemanas se volvió totalitario y nazi.
Ahora que su bolsillo está siendo amenazado y que Hitler no
parece haber avanzado tan lejos en el frente, Laureano Gómez
se voltea una vez más. La misma vacilación se aplica a su
actitud con respecto a los Estados Unidos.
7. Aunque en todo momento debemos tener en cuenta la
admonición del presidente Santos de que Gómez no es en
absoluto un hombre confiable y no vacilará en mentir, distor­
sionar y citar incorrectamente (sic), tampoco hay que olvidar
que siempre tomará el camino que considere más conveniente
para sus propósitos. Estará del lado del más fuerte si puede y
correrá a buscar refugio si él o su bolsillo se sienten amenaza­
dos. Por lo tanto, si alguna vez llega al Poder, teniendo presen­
tes estos hechos y nuestra posición en el hemisferio, estoy
seguro de que Gómez puede ser manejado. En efecto, si por
cualquier circunstancia el partido conservador volviera a tomar
las riendas del Gobierno, en condiciones internacionales favo­
rables a nosotros, no recibiríamos menos colaboración que
ahora.
Respetuosamente suyo,

Spruillc fíraden

* Anexos:
1. Memorando.
2. Memorando.
3. Recorte.
4. Recorte.

800 SC
SB/bb.

174
3. ENTREVISTA CON LAUREANO GOMEZ

26 de marzo de 1941
MEMORANDO

En la tarde del 20 de marzo el doctor Francisco Urrutia nos


invitó al señor Keith y a mí a tomar unos cocteles en su casa.
Llegamos recién pasadas las 7 p.m. y encontramos al doctor
Urrutia esperándonos con el doctor Laureano Gómez. A los
pocos minutos llegó el doctor José de la Vega.
Después de una conversación preliminar acerca de generali­
dades, en la que se tocó el tema de la Liga de las Naciones,
manifesté que yo era un entusiasta de la Liga pero que tenía que
formularle dos reservas: 1) que a menudo la vanidad y el interés
propio de los individuos podían perjudicar los asuntos de Esta­
do; 2) que aunque yo no me dejaba aventajar por nadie en la
defensa de la soberanía de mi país, en reuniones internacionales
como las de la Liga se malinterpretaba con demasiada frecuen­
cia y de manera perniciosa el principio de la soberanía: el caso,
por ejemplo, de las naciones que se negaban a arbitrar cuestio­
nes que no eran fundamentales. Se presentó entonces una pe­
queña discusión en la cual el doctor Gómez no estuvo de
acuerdo conmigo en lo que respecta a las falsas concepciones
sobre el problema de la soberanía.
De repente el doctor Gómez dijo: “Señor embajador, quiero
hacerle una pregunta indiscreta que, naturalmente, si usted
prefiere, no necesita contestar: ¿qué piensa de la situación
política interna en Colombia?”.
La conversación que se desarrolló a partir de entonces puede
ser resumida, más o menos, como sigue:
S.B.: Es obvio que yo no puedo expresar ninguna opinión
sobre política interna, pero ya que usted me hace la pregunta le
voy a dar una respuesta puramente personal; Ante todo, soy un
gran admirador del presidente Santos. Se trata de un hombre
honesto, franco y de personalidad encantadora, y nunca he

175
conocido a un estadista con el que sea más fácil llevarse bien.
Siempre negocia con un espíritu de absoluta reciprocidad. Me
entusiasma, asimismo, el doctor López de Mesa. Se dice de él
que siempre está en la estratosfera, pero mi experiencia indica
que puede aterrizar con gran facilidad y que, cuando lo hace,
pone los pies sólidamente en tierra.
L.G.: Yo también soy un admirador del doctor López de
Mesa. En realidad, sólo él hubiera podido lograr el tratado con
Venezuela. Se necesitaba un hombre en la estratosfera para
realizar el arduo trabajo de investigación y buscar las eviden­
cias. Nadie más hubiera podido hacerlo, y eso está muy bien.
S.B.: Me siento muy satisfecho con las informaciones acerca
del tratado, que es un ejemplo para todo el hemisferio, y sé que
mi gobierno se alegrará enormemente con la noticia.
L.G.: Tiene usted toda la razón. El tratado es excelente.
S.B.: Pasando a otras personalidades, conocí por primera
vez al doctor Alfonso López en la Conferencia de Montevideo,
donde desempeñó en forma muy decorosa un papel sobresa­
liente. En su enfrentamiento con Carlos Saavedra Lamas, con
el que usted está familiarizado, se comportó con destreza con­
sumada. De manera similar, en el incidente de Camacho Carre-
ño defendió los intereses de Colombia pero fue considerado
con Perú y, en resumen, actuó como todo un estadista.
L.G. (interrumpiéndome): Todos nosotros estábamos
asombrados y escandalizados de que usted, inmediatamente
después de que López dejó la presidencia, ofreciera en su honor
una cena en la embajada. (Al instante se clarificó que la cena
había tenido lugar cuando López ya llevaba más de un año
fuera del cargo).
S.B.: ¿Y por qué debería usted sorprenderse o escandalizar­
se de que yo ofreciera una cena en su honor?
L.G.: Porque López acababa de perseguir y de poner en
prisión al señor Bennett, de la United Fruit Company, una
acción ultrajantemente ilegal, como quedó demostrado cuando
los tribunales lo liberaron. Nosotros, simplemente, no podía­
mos entender el hecho de que usted, en calidad de embajador de
los Estados Unidos, hubiera ofrecido semejante cena en la
embajada a un hombre que había atacado a una compañía
norteamericana.
S.B.: Lo hice por las siguientes razones: 1) López es un
expresidente de Colombia y yo me siento orgulloso de tener a
un expresidente de Colombia como huésped en la embajada; 2)
López fue mi colega en la Conferencia de Montevideo; 3) En lo
que concierne a la United Fruit, el señor Bennett hizo cosas

176
insensatas. Es posible que el historial de esta compañía, según
me lo indicó el presidente Santos en la primera conversación
que sostuve con él, no haya sido siempre tan bueno, en tiempos
pasados, como ha debido serlo. Estoy de acuerdo con que
López cometió un error y creo que tuvo que sentirse muy
molesto cuando los tribunales anularon su acción, según usted
lo ha dicho. En ambos lados hubo probablemente cosas buenas
y malas, pero no veo ninguna razón por la cual yo haya debido
mantener con vida, negándome a ser el anfitrión del doctor
López, un incidente desagradable. También habrá observado
que nunca he ofrecido una recepción a la que usted y el doctor
de la Vega no hayan sido invitados. Con frecuencia les he
pedido a ambos, asimismo, que asistan a las cenas que tienen
lugar en la embajada. Recientemente el doctor de la Vega nos
acompañó en una de ellas, pero usted, muy a mi pesar, ha sido
incapaz de hacerlo. El punto es que a mi casa sólo invito a mis
amigos y que a ustedes dos los considero amigos.
(Laureano Gómez se refirió a todo este asunto de una mane­
ra decididamente agresiva, y al presentar su caso volteó la
cabeza y miró a los otros dos colombianos como diciéndoles:
“Ahora sí lo puse en un aprieto”. Sin embargo, cuando terminé
mi explicación la aceptó, pero anotó que se trataba de cómo
otras personas hubieran podido interpretar mi conducta).
Luego hice un comentario sobre la antipatía de López hacia
Santos, y dije que ésta contrastaba, según parecía deducirse de
los discursos recientes del primero, con el ramo de olivo que le
estaba tendiendo a Gómez.
L.G.: El ha estado tratando de reconciliarse conmigo no
sólo en sus discursos, sino también por intermedio de un amigo
conjunto que me envió para que concertáramos una reunión,
cosa que rechacé categóricamente.
S.B.: Es curioso que a López le disguste Santos más de lo
que le disgusta usted, porque cuando dos buenos amigos rom­
pen, como ha sido el caso suyo con López, generalmente que­
dan grandes odios.
L.G.: De ahora en adelante no tendré nada que ver con él y
jamás permitiré que regrese al Poder.
El señor Keith trajo entonces a cuento el incidente de Tuma-
co y el editorial de El Siglo al respecto. Gómez vaciló, no lo
recordó o pretendió no recordarlo, y finalmente se excusó con
el argumento de que en realidad se atacaba al gobierno y no a
los Estados Unidos.
Manifesté que algunas personas bastante cercanas a López
me habían llegado con el cuento de que, en lugar de un présta­

177
mo para defensa de 30 a 50 millones de pesos, López proponía
que nosotros le diéramos a Colombia 50 millones de pesos, o
una suma parecida, a cambio de que Colombia nos facilitara el
uso o la construcción de bases militares; que yo nunca había
insinuado siquiera la idea de bases militares, pero que estaba
profundamente agradecido por la posición de Colombia en este
caso particular.
L.G.: Sí, lo sé, porque varias veces se lo he preguntado al
ministro de Relaciones Exteriores, quien siempre me ha respon­
dido que usted jamás le ha hecho ninguna sugerencia al respec­
to, aun en conversaciones casuales. Me opuse al préstamo de 30
a 50 millones de pesos porque no podíamos pagarlo. Ahora
tenemos un expediente tan malo en tomar dinero prestado a los
Estados Unidos, y en interrupciones del servicio de la deuda,
que realmente no estamos en capacidad de remitir los pagos. A
todo lo largo de su presidencia, López se jactó de tener un
presupuesto equilibrado y una excelente situación financiera en
el Gobierno, ignorando el hecho de que las deudas de Colombia
no se estaban pagando y de que se había lesionado la reputación
del país. Por estas razones he combatido el préstamo de defensa.
Gómez enfatizó que los conservadores siempre habían de­
fendido los intereses norteamericanos, dándoles un trato justo,
en contraste con López, y que tal era también el espíritu de El
Siglo.
L.G.: En efecto, mi periódico compra sus materiales de
impresión, su papel y otros artículos en los Estados Unidos, y
está suscrito a los servicios de la United Press International. Sin
embargo, a El Siglo se le está quitando la publicidad norteame­
ricana. He recibido cartas de anunciadores que cancelan sus
espacios porque desde arriba les han impartido órdenes de
hacerlo, y El Siglo está en la lista negra del gobierno de los
Estados Unidos.
El señor Keith y yo insistimos en que el gobierno norteameri­
cano no tenía ninguna lista negra.
L.G. (en el mismo tono agresivo): ¿Por qué, entonces, un
representante de la embajada de los Estados Unidos llamó al
gerente de El Siglo, Luis Ignacio Andrade, lo amenazó con que
perderíamos toda la publicidad norteamericana y declaró: “El
Siglo es quintacolumnista, antinorteamericano y pronazi, y
está dirigido por el hermano de Hitler. Laureano Gómez es
hermano de Hitler?”.
El señor Keith y yo afirmamos enfáticamente que ningún
representante de nuestra embajada había hecho jamás una
declaración en tal sentido, ni al señor Andrade ni a nadie. Hubo

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considerable discusión alrededor de este punto, hasta que de la
Vega sugirió que a lo mejor había sido alguien del consulado. El
señor Keith y yo lo desmentimos con igual énfasis y le pedimos
que fuera a comprobarlo y nos diera el nombre concreto de la
persona que se había comunicado con el gerente del periódico.
Manifesté categóricamente que ningún miembro de mi equipo
de colaboradores estaba autorizado para hacer una declaración
semejante, ni la haría por iniciativa propia. De la Vega y
Urrutia llamaron por teléfono a las oficinas de El Siglo y
regresaron con la noticia de que se trataba del señor R. Drysda-
le, de la Grace Line, quien también estaba conectado con la
embajada (sic). Nos burlamos de la sola idea y explicamos
detenidamente que el señor Drysdale no tenía nada que ver con
la embajada o con el consulado y sólo podía hablar, hasta
donde sabíamos, por él mismo.
Luego observé que era posible que la pérdida de la publici­
dad se debiera a los artículos de El Siglo que denigraban de los
Estados Unidos, un país en donde, naturalmente, las firmas
patrióticas, al leer estos ataques y comprobar los sentimientos
pronazis que se expresan en El Siglo, estaban dispuestas a
cortar con este tipo de publicaciones.
Laureano Gómez admitió que algunos periódicos opuestos
al suyo pudieran ser los responsables de esta acusación. Luego
protestó por el hecho de que ciertos escritores y periodistas
norteamericanos hubieran publicado artículos que acusaban a
El Siglo de ser quintacolumnista y pronazi, y dijo que esto no le
importaría si no fuera porque consideraba injusto caracterizar
así a un periódico que había dado muestras genuinas de amis­
tad hacia los Estados Unidos.
S.B.: Yo me siento todavía más molesto que usted cuando
leo algunos artículos escritos por estas personas. En efecto,
después del reciente incidente que protagonizó en Cali un co­
rresponsal de la Associated Press, hice todo lo que pude para
criticarlo de manera pública y enfática en mi discurso ante el
banquete de celebración del día del nacimiento de George
Washington, en el Hotel Granada. Por otra parte, usted debe
reconocer que cualquier corresponsal norteamericano que pase
por Bogotá y lea sus editoriales, o las cartas y colaboraciones
especiales que publica El Siglo —sobre todo la columna de
Américo Latino—, necesariamente tendrá que concluir que su
periódico es antinorteamericano y pronazi.
L.G.: Nunca he leído a Américo Latino.
S.B.: Debería leerlo, porque prácticamente todos los días
nos ataca tan duro como puede. A mí no me importan las

179
críticas justas —todos nosotros cometemos errores—, pero
Américo Latino y algunos otros colaboradores suyos con fre­
cuencia deforman los hechos, basan sus argumentos en premi­
sas falsas y desfiguran ciertas situaciones con el objeto de atacar
a mi país.
(Gómez y de la Vega explicaron entonces que Américo
Latino estaba imbuido de ideas pasadas de moda acerca de la
neutralidad, que no entendía las condiciones actuales, que por
lo tanto se apartaba de las orientaciones trazadas por el periódi­
co y era un “individuo inconsecuente”).
S.B.: Y sin embargo, la distribución de su columna no tiene
fronteras. Recuerdo que años antes de venir a Colombia la
recibí de mi servicio de recortes de prensa en Buenos Aires, y
cuando supe que sería embajador en Bogotá mi primer pensa­
miento fue que Américo Latino y El Siglo iban a ser un proble­
ma. Gracias a su amplia distribución, que llega incluso a los
Estados Unidos, a El Siglo se le conoce en todo el hemisferio
como un periódico antinorteamericano y pronazi.
En este punto Laureano Gómez trató de pasar por alto tos
artículos mencionados, tildándolos de insignificantes, y dijo
que lo que realmente contaba era su actitud pronorteamericana
como director de El Siglo.
S.B.: ¿Qué otra conclusión, distinta a la que han publicado,
pueden sacar los escritores y periodistas norteamericanos cuan­
do oyen que usted ratifica todos estos artículos de El Siglo con
sus discursos en el Senado?
Gómez se mostró sorprendido de que alguien pudiera pensar
que él no era pronorteamericano, y alegó que ninguna declara-
' ción suya en el Senado permitía considerarlo pronazi.
S.B.: Los escritores norteamericanos, y para el caso todos
los colombianos con quienes he conversado últimamente, lo
consideran a usted un nazi cuando lo oyen declarar ante el
Senado que habrá guerra civil si López vuelve a asumir la
Presidencia, y que usted ganará la guerra civil porque cuenta
con el apoyo de los mismos poderes que ayudaron a Franco en
España.
(Aquí dio Gómez una explicación contradictoria en el senti­
do de que tal declaración estaba dirigida en realidad al consu­
mo de los liberales y sólo significaba que él conseguiría ayuda
en “alguna parte”, porque los conservadores habían decidido
pagar el precio que fuera necesario para impedir que Alfonso
López volviera a ser presidente).
Yo había señalado, en una etapa anterior de la conversación,
que los discursos de Alfonso López no eran en sí mismos tan

180
antinorteamericanos como pudiera pensarse, y que lo que re­
sultaba tan perjudicial era la interpretación que a ellos les
daban las masas. Puse el ejemplo de los discursos de campaña
pronunciados por los liberales de extrema izquierda en las
elecciones recientes, y artículos como el editorial de Zalamea
aparecido en El Liberal del 16 de marzo. Manifesté también que
sentía mucho que los pronunciamientos públicos de López y de
Gómez fueran unánimemente interpretados por sus respectivos
seguidores como antinorteamericanos, lo que hacía que estas
gentes se volvieran contrarias a nosotros.
Mientras Gómez seguía sosteniendo que nada de lo que él
había dicho o hecho podía interpretarse como antinorteameri­
cano, y que nuestra embajada era la verdadera responsable de
las historias que corrían acerca de su enemistad con los Estados
Unidos, yo manifesté:
“Al contrario. Usted se asombraría si tuviera idea de las
historias que nos llegan y que nosotros mantenemos en priva­
do, sin siquiera mencionárselas a Washington’’.
Gómez, algo sorprendido, preguntó muy comedidamente
cuáles eran esas historias. Yo respondí:
“A nosotros nos llegan historias no de una sino de muchas
fuentes, y no sólo del hombre de la calle sino de personas que
ocupan posiciones importantes, liberales y conservadoras. Va­
rias de ellas nos han preguntado: ¿cómo hace El Siglo para
construir ese magnífico edificio nuevo y para conseguir un
capital de cien mil pesos sin que nadie sepa de dónde provienen
los fondos? Se dice que es imposible localizar la fuente de estos
fondos, porque en realidad provienen de los alemanes’’.
L.G.: Los hemos conseguido vendiendo acciones en todo el
país: dos acciones aquí, cinco acciones allá, diez acciones en
otro lugar. Algunos préstamos bancarios también nos han
ayudado, y es absurdo pensar que hemos recibido dinero de los
alemanes.
S.B.: Nos cuentan que usted se ha reunido con el embajador
alemán en la sede de la legación española, y que durante el mes
de mayo del año pasado usted se encerraba todas las tardes con
el señor Gottfried Schmitt, funcionario de la embajada ale­
mana.
L.G.: Al embajador alemán apenas lo conozco, ya que sólo
me he topado con él un par de veces en mi vida. Nunca he
asistido, por otra parte, a una reunión con el señor Schmitt.
Jamás he pisado la embajada alemana, el embajador alemán
nunca ha estado en mi casa y al embajador español sólo lo
conozco de vista.
S.B.: Un conservador reconocidamente responsable afirma,
incluso, que los alemanes le han prometido ayuda en el caso de
que usted pretenda efectuar un golpe de Estado.
Durante este tramo de la conversación Laureano Gómez se
turbó cada vez más, se ruborizó apopléticamente, balbució sus
respuestas y mostró todas las evidencias de tener una concien­
cia culpable. Particularmente cuando dijo que apenas conocía
al embajador español, siendo que el 12 de octubre todos noso­
tros lo habíamos visto en la embajada charlando muy de cerca
con él. El nombre de Laureano Gómez, asimismo, ha sido
incluido en la lista de huéspedes de la embajada alemana, y en
otras ceremonias
- también lo hemos encontrado
4 en conversa-
ción íntima y supremamente amistosa con el embajador ale­
mán.
Gómez hizo todo el énfasis que pudo en que él no era, de
manera alguna, partidario del nazismo. De la Vega interrumpió
para decir que su jefe era el único colombiano que había escrito
un libro contra Hitler —prometió mandarme una copia—, y
Gómez proclamó fervientemente su amistad por los Estados
Unidos.
En algún momento, mientras estaba insistiendo en su amis­
tad hacia los Estados Unidos, Laureano Gómez señaló que los
suramericanos no podían estar seguros de que nuestra política
actual perdurara y que, por lo tanto, temían un posible retorno
al intervencionismo de antaño. Hablé con cierta amplitud de
que la intervención había desaparecido para siempre de nuestra
política, y añadí que el pueblo de los Estados Unidos respalda­
ba unánimemente al presidente Roosevelt en esta cuestión par­
ticular, y en general en la política del Buen Vecino. Después de
discutir el asunto para adelante y para atrás, Gómez preguntó
por qué Estados Unidos apoyaba a gobiernos de frente popular
como los de México y Chile. Respondí que nosotros no apoyá­
bamos a ningún gobierno, sino que manteníamos relaciones
amistosas con todos; que debido a que no había intervención,
precisamente, no entrábamos a examinar sus políticas internas;
que nuestra amistad con el gobierno de Pedro Aguirre Cerda,
en Chile, era cierta, pero que también teníamos relaciones
amistosas con el gobierno ultraderechista de Brasil. Gómez
observó que el gobierno brasileño era en efecto una dictadura, y
aceptó mi explicación.
Se refirió entonces a las anotaciones que él me había formu­
lado en nuestra charla de hace dos años, en particular con
respecto a la “intervención de Daniels en México”. Señalé que
nunca había tenido lugar la más remota intervención por parte

182
del embajador Daniels en México y, en cuanto a las insinuacio­
nes de Gómez referentes al conflicto entre la Iglesia y el Estado,
me limité a repetir mis argumentos de hace dos años y le dije que
sentía mucho que no hubiera podido atender la invitación a
cenar con el obispo O’Hara en la embajada, porque así hubiese
podido escuchar de labios del propio obispo la historia de lo
más cercano a una intervención que hemos tenido en muchos
años: cuando el presidente Roosevelt le preguntó al Papa en qué
forma podían los Estados Unidos ayudar a la Iglesia en México.
Durante la última parte de la conversación Laureano Gó­
mez repitió en varias oportunidades que ahora leería la colum­
na de Américo Latino, y que se encargaría de que los artículos
del periódico fueran escritos en tal forma que no dejaran espa­
cio para falsas interpretaciones en cuanto a la actitud amistosa
de El Siglo hacia los Estados Unidos, y en cuanto a su espíritu
pronorteamericano y antinazi. Me pidió que si alguna vez tenía
una crítica que hacerle en este sentido se la pusiera de presente
con el objeto de que él tomara las medidas necesarias para
remediarla.
Acepté sus expresiones de buena voluntad en este aspecto y
le manifesté que, por su parte, si alguna vez tenía una crítica que
hacerle a mi país o a su política la discutiera conmigo antes de
publicarla; que yo le diría siempre la verdad, de manera que las
noticias de su periódico fueran siempre exactas, y que si por
alguna circunstancia no podía contestar sus críticas daría todos
los pasos que estuvieran a mi alcance para corregirlas. Acorda­
mos reunirnos con mayor frecuencia para intercambiar puntos
de vista, y luego nos invitó a la señora Braden y a mí, el 25 de
marzo, a un almuerzo ei} su casa.
Habiendo concluido la conversación en este tema, tomé la
palabra y dije:
“Nuestra charla, doctor Gómez, comenzó con una pregunta
suya referente a lo que yo pensaba sobre la situación política
interna de Colombia. Ahora dígame usted, por favor, ¿qué es lo
que va a ocurrir?’’.
L.G.: La situación está perfectamente clara. No hay sino
una línea a seguir. Nosotros respaldaremos sin reserva alguna
al candidato antilopista. Los antilopistas y nosotros podemos y
debemos derrotar a López. López no es él mismo un comunista,
pero si llega de nuevo al Poder aquellos que lo rodean lo
obligarán a enrutarse hacia la extrema izquierda y Colombia
será sovietizada y conducida al comunismo. Eso no lo permiti­
remos, y de ahí que los conservadores respaldemos al candidato
antilopista.

183
S.B.: Y si los antilopistas se entregan a López, ¿qué ocu­
rrirá?
L.G.: ¡Guerra civil! Habrá guerra civil, y esperamos que
ustedes nos apoyen en ella para impedir que el comunismo se
apodere de Colombia.
S.B.: Espere un momento. Acabo de decirle que nosotros no
vamos a intervenir y que los días de la intervención pasaron
para siempre. Por lo tanto, no cuente con ayuda nuestra en esa
guerra civil.
L.G.: Entonces tendremos que buscar ayuda en cualquier
otra parte.

184
Al igual que El régimen de Santander en la Gran Colom­
bia, uno de los clásicos en la materia, Eduardo Santos y la
política del Buen Vecino es una obra destinada a produ­
cir un gran impacto. En primer lugar por el tema —las re­
laciones entre Colombia y los Estados Unidos de 1938 a
1942, una época en que todas las naciones de América
Latina tuvieron que fijar su posición frente al fenómeno
ascendente del nazismo—, y en segundo lugar porque
descubre el verdadero pedestal en que descansan muchos
mitos de la historia reciente del país.
El libro estudia las repercusiones que tuvo en la admi­
nistración de Eduardo Santos la política exterior nortea­
mericana; explica los factores económicos y diplomá­
ticos que determinaron la relativa importancia estraté­
gica deColombia en los inicios de laSegundaGuerraMun-
dial, y desentraña las vicisitudes de la lucha que se dio
entre liberales y conservadores colombianos alrededor de
esta coyuntura histórica. Sus páginas finales contienen,
además, tres documentos inéditos muy reveladores: dos
informes “estrictamente confidenciales” enviados al en­
tonces Secretario de Estado, Cordell Hull, por el primer
embajador de los Estados Unidos en Colombia, Spruille
Braden, y la transcripción textual de una conversación que
este último sostuvo, el 26 de marzo de 1941, con Laureano
Gómez.
David Bushnell es doctor en filosofía de la Universidad
de Harvard. Durante muchos años ha sido profesor asocia­
do de historia latinoamericana en las universidades de
Florida y Delaware. En 1954 publicó su estudio sobre San­
tander y la Gran Colombia, y desde entonces ha colabora­
do con numerosos artículos y ensayos en diversas revistas
académicas.

ISBN 84-89209-30-8

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